la utilidad del tracking para la función socializadora del sistema
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Actas – V Congreso Internacional Latina de Comunicación
Social – V CILCS – Universidad de La Laguna, diciembre 2013
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La utilidad del tracking para la función socializadora del sistema educativo en The Wire: contradicciones de un experimento
sociológico bienintencionado Elisa Hernández Pérez – Universitat de València – [email protected]
Resumen: The Wire (David Simon, 2002-2008) es una compleja producción
televisiva que muestra las consecuencias que tiene sobre el sujeto la
imposición de un sistema capitalista salvaje. Para ello, se insiste en la
problemática relación de los seres humanos y su entorno institucional fallido
(pues se conciben a sí mismos como autónomos pero al mismo tiempo
dependen de dichas instituciones), señalando la desaparición de todo resto de
una sociedad estable.
En concreto, la cuarta temporada nos sitúa en un centro escolar, el Edward J.
Tilghman Middle School, para mostrar la función socializadora del sistema
educativo en cuanto busca producir y reproducir el propio status quo de la
ideología dominante, en oposición a la falacia de la educación como la
panacea para todos los problemas de la sociedad.
En este estudio nos centraremos precisamente en un análisis del escenario y la
puesta en escena (la relación de los protagonistas con los diferentes espacios
a partir de la configuración visual de los encuadres y planos) del experimento
sociológico que tiene lugar en esta escuela, que pretende, mediante el
aislamiento de un conjunto de “alumnos problemáticos”, conseguir reintegrarlos
con el resto de estudiantes y alejarlos de la criminalidad. Es decir, trataremos
de establecer cómo se refleja en pantalla el paradójico desarrollo y cancelación
de este intento de socialización especialmente violento que, a pesar de las
buenas intenciones, persigue la misma normalización y creación de masa que
las aulas tradicionales.
Palabras clave: Educación, Socialización, Ideología, The Wire
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1. Introducción
Es habitual considerar que The Wire (David Simon, 2002-2008) es una de las
principales producciones audiovisuales no sólo de los últimos años sino de la
historia de la televisión. Sin embargo, debemos insertarla en un contexto
caracterizado por una cierta innovación e incluso experimentación en las
estructuras narrativas largas y abiertas, especialmente la televisión por cable
norteamericana desde finales de los años 1990 e inicios de la década de los
2000, con ejemplos como Los Soprano (The Sopranos, David Chase, 1999-
2007) o las más recientes Mad Men (Matthew Weiner, 2007-) y Breaking Bad
(2008-2013). El presente texto, centrado en una subtrama concreta de la cuarta
temporada, forma en realidad parte de un proyecto más amplio destinado a
analizar, desde la perspectiva del análisis textual, los aspectos narratológicos y
discursivos de las cinco temporadas de The Wire.
Emitida en el canal norteamericano HBO entre junio de 2002 y marzo de 2008,
The Wire fue creada por David Simon, anteriormente reportero del periódico
The Baltimore Sun y autor de las obras Homicidio y The Corner. De sus
experiencias en las zonas más conflictivas de la ciudad es de donde proviene
The Wire, obra escrita directamente para televisión con la idea de dar una
visión lo más amplia posible de la situación y problemas de Baltimore, con el
narcotráfico como el eje de todo lo narrado. Así, aparecen gran cantidad de
personajes, lugares, situaciones e instituciones, todos ellos íntimamente
relacionados entre sí de un modo aparentemente desordenado pero que es
reconocido por el espectador como un todo coherente. La premisa de partida
parece ser la de ofrecer a la audiencia una idea lo más completa posible de la
estructura y funcionamiento de la sociedad actual, empleando como metonimia
una ciudad concreta, Baltimore. Con ello, se consigue transmitir cuál es la
situación del individuo actual en relación todo lo que le rodea, es decir, cómo el
sujeto se configura a sí mismo como tal en el contexto del triunfo del
capitalismo salvaje y global en que en este momento nos encontramos. The
Wire muestra al televidente que las características de dicho sistema económico
se encuentran diluidas en la estructura de la sociedad, hasta el punto de
presentarse como el único modelo de funcionamiento posible para la misma. Al
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mismo tiempo, trata de representar, apelando a un espectador que puede no
ser consciente de ello, la complejidad de las interrelaciones entre los propios
individuos y una serie de instituciones destinadas a fracasar en su supuesta
función asistencial. La serie queda así conformada como una presentación
audiovisual del mundo contemporáneo, concebido como una compleja maraña
de sutiles e imperceptibles interrelaciones que condicionan las vidas de todos
los personajes sin que ellos puedan remediarlo.
Casi con un sentido didáctico, se intenta mostrar en pantalla historias y
personajes capaces de entretener pero también de incomodar al espectador,
quizás no hasta el punto de crear un verdadero debate airado, pero sí al menos
conseguir que se plantee una serie de cuestiones sobre su posición y situación
en un contexto social (Simon, 2013: 21). En todo caso, además de
preguntarnos qué es lo que The Wire nos dice sobre el estado de los individuos
en nuestras sociedades capitalistas globalizadas, hemos de reflexionar sobre
cómo lo hace y qué recursos emplea para ello: qué elementos presenta la serie
que la distancian del resto de producciones culturales nacidas de su mismo
contexto socioeconómico. Al fin y al cabo, el propio David Simon nos ofrece
una acertada visión de las ideas que se encuentran detrás de la mayoría de
producciones para televisión, aplicable también al cine y otros medios de
producción cultural: el creador de The Wire establece que la televisión tiene
como principal intención la de vender, dando así primacía a la publicidad y
necesitando, para ello, una serie de historias y formatos que mantengan la
consideración de que no hay problemas porque el futuro siempre será mejor
(2013: 10). Aunque en su contexto original este comentario se realiza a la hora
de establecer una comparación entre las cadenas de televisión en abierto y
HBO, canal de televisión por cable norteamericano, también indica ya la falta
de complacencia que la serie otorga a su audiencia.
En The Wire no existe un cierre narrativo claro ni mucho menos nada similar a
un final feliz: la serie, aunque se permite ciertos momentos de respiro o alivio,
es en general desoladora porque considera que la situación actual también lo
es. Además, se configura a partir de temporadas y no de episodios, pues cada
uno de ellos se presenta como una sucesión de breves secuencias
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aparentemente inconexas entre sí, muchas de las cuales no parecen tener
sentido para las diferentes subtramas hasta que éstas se encuentran
tremendamente avanzadas. Al mismo tiempo, dichas escenas no suelen
mostrar los puntos álgidos o más dramáticos de cada línea narrativa, sino que
priman los tiempos muertos, momentos en los que parece que no ocurre nada
y que incluso podrían ser clasificados de irrelevantes. Con esto, obliga al
espectador a enlazar los hechos y subtramas por sí mismo si desea obtener
una imagen completa de lo aparecido en pantalla. The Wire se presenta de
esta manera como imposible de consumir por parte de una audiencia pasiva
acostumbrada a no tener que esforzarse en exceso para comprender la lógica
narrativa de los productos audiovisuales que consume. Por el contrario, en
oposición a lo que se ha denominado tradicionalmente “Modo de
Representación Institucional (MRI)”, estas características de The Wire
implicarían “la necesidad de una tipología espectatorial capaz de intervenir de
manera activa en la construcción del sentido de lo que ve” (Díaz, 2012: 517). El
MRI trataba precisamente de esconder el carácter de constructo de los filmes,
intentando hacer desaparecer así para la audiencia la concepción de que se
hallaba ante un discurso fabricado de antemano facilitando lo más posible la
recepción de la historia, evitando cualquier tipo de ambigüedad o duda que
pudiera existir a la hora de ordenar los acontecimientos de un modo causal.
Este modelo, hegemónico aún hoy en día, se expandió con rapidez y fue
enseguida adoptado por la televisión. La principal consecuencia no es sólo la
configuración de una manera tremendamente estandarizada de realizar
productos audiovisuales sino la inevitable creación una tipología de espectador
cómodo (Díaz, 2012: 505).
Si el televidente no desea tener que participar activamente para responder a
cómo el relato se desarrolla ni mucho menos tener que reflexionar sobre las
posibles connotaciones implícitas, ¿por qué iba a cuestionarse el modo en que
el resto de elementos de su entorno son como son? Es de cierta manera
posible poner en relación este tipo de audiencia pasiva con la propia
incapacidad del ciudadano de cuestionarse el status quo o el modo en que su
contexto condiciona su situación y las de todos aquellos que le rodean. The
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Wire, en línea con otras producciones audiovisuales que también se oponen a
este modelo, hace que para poder disfrutar de la serie en su totalidad sea
necesaria una lectura activa, tanto rellenar todo lo que no es obvio o claro en
pantalla como reflexionar sobre cuál es nuestra situación como individuos
insertos en unas circunstancias concretas y por qué.
2. Corpus de estudio y metodología
Para este trabajo se han seleccionado ciertos elementos de la cuarta
temporada, que gira precisamente en torno al sistema educativo, centrándose
en el centro escolar ficticio Edward J. Tilghman Middle School, como espacio y
escenario donde tienen lugar las acciones, pero también siguiendo a todos los
personajes que transitan por el mismo. Por supuesto, ya que la propia The Wire
tiene la mencionada estructura casi orgánica que la presenta como un todo
incompleto aunque indivisible al mismo tiempo, aislar una serie de personajes o
episodios conllevaría la misma visión limitada de la sociedad que la serie
parece tratar de evitar. De ahí que sea de fundamental importancia subrayar,
como ya se adelantó al inicio de estas páginas, que la totalidad de las
reflexiones que se encuentran a continuación forman parte de un proyecto de
mayor envergadura. En este caso se ha decidido abordar la tarea de analizar
una de las subtramas de la cuarta temporada, la que gira en torno a una clase
especial configurada para atender las necesidades especiales de alumnos con
aparente potencial criminal con la intención de conseguir que dichos jóvenes se
reintegren correctamente en las aulas habituales.
Esto ha de verse dentro del funcionamiento del sistema educativo
estadounidense y la importancia que tiene el mismo para la interiorización de
una lógica discursiva concreta que conlleva a su vez la configuración de un tipo
específico de individuo. La escuela es, junto al núcleo familiar, el principal
entorno de socialización donde el niño naturaliza una serie de conductas e
ideas que supondrán la base de la imagen que tendrá de la sociedad donde se
integra, su funcionamiento y su situación en la misma como sujeto. Por otra
parte, suele ser la primera entidad a la que se piden responsabilidades así
como soluciones ante cualquier problema de tipo social, siendo siempre
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aquello que debería reformarse si se quiere mejorar la sociedad. Sin embargo,
como la propia estructura de The Wire nos recuerda, no hay entidad o
institución que sea independiente y ninguna tiene verdaderas posibilidades de
una auténtica transformación por sí misma al margen del propio funcionamiento
del sistema capitalista. De esa manera, y como explica el propio David Simon,
el fracaso y frustración que supone el estado actual de la educación pública es
equivalente al estado del ideal de igualdad de oportunidades norteamericano
(2013: 22). Esta es, ni más ni menos, una de las utopías presentadas
falsamente por el capitalismo como una posibilidad a la hora de legitimar y
conservar el propio modelo económico. La escuela siempre ha sido garante de
esta falsedad, inculcando la idea de una educación superior como método de
ascenso social, además de su propia estructuración en torno a la idea de
competitividad, otra de las bases de este sistema.
De ahí que el estudio se centre en uno de los ejemplos que contribuyen a la
presentación de la escuela como espacio y entidad conformada por individuos
(tanto los profesores como los estudiantes) que al mismo tiempo se ven
limitados y coartados por la misma institución de la que son inseparables,
generando una serie de conflictos y paradojas que se pretenden analizar.
Como ya se mencionó previamente, nuestro interés no se centra únicamente
en la concepción e imagen del individuo que la serie transmite a su audiencia,
sino en la manera de hacerlo. Al preguntarnos, pues, quién cuenta lo narrado
en The Wire, consideramos que la respuesta es la puesta en escena en sí
misma, conformándose ésta como el sujeto enunciativo, aquel que construye la
enunciación de la serie, es decir, el que configura las relaciones que se
constituirán entre lo narrado y el receptor, la manera de hacer llegar el mensaje
a la audiencia, así como las posibles implicaciones del mismo. Así, partimos de
la base que la entidad que habla en un film no es una persona ni un tema, sino
un punto de vista enunciativo, construido a partir de operaciones textuales
específicas (Carmona, 1991: 181). En resumen, se estudiará la manera en que
el sistema educativo y sus funciones quedan reflejados en pantalla, bajo la
concepción de que son todos estos elementos técnicos y visuales los que
crean el punto de vista y, con él, el sentido de las imágenes analizadas.
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3. La escuela en The Wire
El sistema educativo, sobre todo en el contexto norteamericano, suele
venderse como el punto de partida para un posible cambio en la sociedad,
cuando en realidad, es uno de los entornos donde más eficazmente se legitima
el sistema capitalista como discurso hegemónico. La escuela se encuentra así
en una posición compleja y ambigua, presentada como la institución
responsable de resolver los conflictos y problemáticas generados en realidad
por un modelo de funcionamiento socioeconómico que de hecho ayuda a
imponer y mantener. De este modo, el sistema educativo, cuyo fin último es por
tanto la perpetuación del sistema en el que se integra (capitalista en este caso),
parece funcionar de un modo contradictorio a la hora de proteger a los
individuos que se encuentran bajo su supuesta protección, pues esta tarea
asistencial no sería su verdadera función.
En el caso de la escuela no es relevante sólo qué contenidos se transmiten (en
general y cada vez más datos que han de memorizarse y asumirse como
ciertos sin propiciar ningún tipo de reflexión crítica en el alumno) sino también
cómo sus métodos de funcionamiento consiguen el aprendizaje e
interiorización de un status quo: una serie de principios de conducta y a actuar
de acuerdo con ellos de manera casi inconsciente. En cierta manera, la simple
asistencia a un centro escolar implica el aprendizaje de ciertas habilidades y la
naturalización de ciertas actitudes que buscan preparar al alumnado para su
futuro lugar en los medios de producción capitalista, al tiempo que se presenta
falsamente como un lugar neutro y desprovisto de ideología: el principal
Aparato Ideológico de Estado1, desbancando a la familia y la Iglesia (Althusser,
1974: 45).
El sistema educativo tiene por tanto una clara función dentro del capitalismo
que no es otra que la de, mediante la socialización, producir y reproducir el
sistema de producción con la intención de mantenerlo: la interiorización de una
lógica discursiva concreta mediante la naturalización de las características que
la hacen posible. Considerando que el individuo no es otra cosa que una
1 Entendiendo por supuesto “Estado” como la formalización institucional de la ideología dominante.
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construcción ideológica, el problema aquí no es que la escuela, junto con otras
instituciones o entidades, promueva la permanencia o aceptación de un
sistema u otro, sino que dicho sistema, en este caso una “sociedad capitalista”,
sea visto como natural. Es decir, se vende como la única alternativa por ser
considerado como el resultado lógico de la evolución y progreso racional del
ser humano, en lugar de presentarse como la fabricación discursiva que
verdaderamente es. De esta manera se interioriza como intrínseco a la
naturaleza humana, lo que no permite reconocer qué elementos componen
realmente la sociedad actual y la manera en que la subjetividad del ser humano
es en realidad artificialmente construida.
La escuela, para desempeñar esta labor socializadora, hace uso de todo tipo
de técnicas asociables a la disciplina foucaultiana, un control exacto y
minucioso sobre el cuerpo de los estudiantes, de manera que el mismo se
convierte en un medio para establecer disposiciones, interiorizar voluntades y
corregir actitudes cuando sea necesario (Foucault, 1990: 25). Así, pues, el
alumno se ve sometido a una ingente cantidad de intervenciones directas por
parte de la escuela a todos los niveles, desde la inmediata desaparición de su
individualismo para pasar a pertenecer a un grupo homogéneo donde aprende
a ser tratado con criterios generalistas y universales (Fernández Enguita, 1990:
186) hasta la imposición de una visión meritocrática que fomenta la
competitividad donde la exclusión queda oculta bajo un sistema de resultados y
capacidades personales (Fernández Enguita, 1990: 241), pasando por
aspectos que incluso se asumen como imprescindibles como la continua
necesidad de permanecer sentados y en silencio, la ordenación concreta del
mobiliario del aula o la exigencia de un horario y rutina impuestos e
inamovibles.
Convendría comenzar mencionando la imagen ofrecida en la mayoría de filmes
que tratan sobre la utilidad y las funciones de las escuelas en barrios
marginales en Estados Unidos, donde, como en The Wire también se presenta
la situación de jóvenes procedentes de entornos llenos de criminalidad y
delincuencia, aunque de una manera totalmente diferente. Durante décadas,
filmes como Rebelión en las aulas (To sir, with love, James Clavell, 1967), El
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rector (The Principal, Christopher Cain, 1987) o la descaradamente
transparente Mentes peligrosas (Dangerous minds, John N. Smith, 1995) han
insistido en las posibilidades del profesorado, como individuos aislados, para
intervenir en este entorno y tener un impacto positivo y transformador. Estos
tres filmes coinciden en centrarse en una figura única que consigue finalmente
tener éxito en sus intenciones, ganándose el respeto de los estudiantes, que
pasan de ser casi salvajes a seres ordenados y disciplinados, con un tono
cercano a una colonización social (ya que en la mayoría de ejemplos se insiste
en que dichos educadores proceden de ambientes más privilegiados que
aquellos donde van a intervenir, dándole un terrible tono de condescendencia a
estas películas). Cabe destacar además la maniquea y estereotipada imagen
de estos alumnos potencialmente problemáticos: camisetas blancas y
vaqueros, pelo engominado, chupas de cuero, botas, motocicletas y un eterno
chicle entre los dientes.
El argumento de estas producciones se suele basar en que el profesor ha de
recuperar el dominio de la clase como espacio al tiempo que obtener la
admiración de los jóvenes y convertirse así en un modelo ideal a seguir.
Resulta también de especial interés señalar que estos educadores siempre
consiguen, por sí solos y sin ningún tipo de ayuda, ir en contra del
funcionamiento de la institución precisamente para conseguir estos resultados
positivos (entendiendo como positivo la muy naif domesticación de los jóvenes
con que suelen finalizar estas producciones) y evitar que los chavales se
dediquen a la criminalidad en favor de preferir una educación estandarizada y
formal que es lo único que les permitirá tener un futuro verdaderamente mejor.
La falacia de la educación como vía para un posible ascenso social, como
explica Raimundo Cuesta, enseguida se convirtió en parte fundamental del
mito evolucionista del continuo perfeccionamiento del ser humano y las
posibilidades de la escuela para una ideal transformación social (2005:102).
Esta idea aparece en estos filmes como aquello que los profesores
protagonistas dicen una y otra vez a estos jóvenes problemáticos con la
intención de alejarlos de sus complicados orígenes, enfatizando que una
educación formal es la mejor solución. Se trata sin embargo de la insistencia en
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una de las grandes incongruencias que sostienen el sistema capitalista, que no
es otra que la idea de que todo el mundo puede tener éxito. La lógica más
simple nos dice que en realidad el éxito para todos es imposible: para que uno
pueda triunfar, muchos no podrán hacerlo. En estos films a los adolescentes se
les está presentando como verdad y posibilidad alcanzable la mentira de
“oportunidades para todos”2, que es el origen de uno de los grandes males del
mundo actual, la frustración generalizada. Es decir, se vende la idea falsa de
que la única posibilidad de dejar atrás su poco ventajosa procedencia es
abrazar las posibilidades de avance individual mediante el esfuerzo personal
que ofrece el sistema en que vivimos, pero nunca cuestionarse si no es este
mismo sistema el que ha derivado en la situación actual.
En estas películas, las propias escuelas u otras entidades del sistema
educativo ponen una serie de limitaciones a la actividad de estos individuos
emprendedores que finalmente han de valerse por sí mismos y rebelarse
contra dichas restricciones por el bien del futuro de los estudiantes. Es
significativo por ejemplo el caso de la rencilla que la protagonista de Mentes
peligrosas, LouAnne Johnson (Michelle Pfeiffer), tiene con el director del
instituto donde trabaja precisamente por oponerse a los métodos empleados
por ella, hasta el punto de ser mostrado él como el responsable indirecto de la
muerte de uno de los alumnos. Para colmo, insistiendo en la relación
estructural de la escuela con otras entidades públicas de muy diferente
propósito, habla por sí mismo que este personaje, el único que consigue
respuestas positivas de los problemáticos estudiantes (los alumnos pasan de
estar de pie o sentados desordenadamente sobre las mesas al principio del
filme a situarse donde corresponde a lo largo del mismo), sea ex-Marine.
Lo que aquí nos interesa es cómo en las películas mencionadas se presenta la
posición de los colegios en los barrios marginales sólo como un complicado
obstáculo para la libertad de desarrollo de los individuos, insistiendo en dar una
imagen de inutilidad y rigidez del sistema educativo, que no deja a los
profesores ayudar a sus alumnos. Como veremos, The Wire da una vuelta de
2 En esta línea ha sido señalado en numerosas ocasiones que el éxito de las loterías nacionales y otros derivados no son otra cosa que el culmen de esta paradoja del capitalismo.
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tuerca para recordar que sí, este fracaso existe, pero no es tan maniqueo o
sencillo, ni mucho menos se encuentra la solución en la acción personal e
independiente de un ser aislado (individualismo liberal u homo economicus),
pues las acciones individuales en contra del sistema mostradas en la serie
terminan siempre en un frustrante fracaso3.
La imagen mostrada al espectador del sistema educativo en la cuarta
temporada de The Wire ejemplifica perfectamente cómo cada escuela funciona
de manera metonímica según su contexto inmediato: parecerse lo más posible
a aquello que busca reproducir (Fernández Enguita, 1990: 177). El Edward J.
Tilghman Middle School, un centro de enseñanza media de un barrio marginal,
se presenta como un caso donde en realidad no interesa la reinserción social
que se propugna a los cuatro vientos. Al fin y al cabo, tanto la delincuencia
como la marginación social existente en las zonas conflictivas de Baltimore son
en realidad de enorme utilidad para el capitalismo, por mucho que la educación
se proponga como finalidad solucionar dicha problemática. Por una parte, la
criminalidad es un subproducto más del sistema capitalista, imitando en todo
momento su funcionamiento e incluso reportando enormes beneficios
económicos, y, por otra, el criminal o el indigente como estereotipos sirven
como parte de una clasificación de “anormalidad” que consigue crear una idea
de normalización por oposición (Foucault, 1990: 189). Por tanto, en lugar de
tratarse de una socialización exclusivamente para el mundo del trabajo, al ser
un centro escolar situado en una zona con una específica problemática social
3 Aunque se hayan mencionado estos tres filmes precisamente por mostrar la imagen más extendida del sistema educativo en barrios marginales, no son, ni mucho menos, las únicas producciones en que la escuela tiene un papel relevante. Podemos señalar la también hollywoodiense El club de los poetas muertos (Dead poets society, Peter Weir, 1989), que, si bien se centra en un profesor que va en dirección contraria, enfatiza también la importancia de la socialización de los jóvenes no sólo en el contexto escolar sino del papel que tienen las presiones familiares (algo que también ocurre con algunos de los alumnos protagonistas de The Wire). Por otro lado, otras creaciones muy anteriores ya muestran la dependencia de la educación respecto a otros subsistemas de la sociedad, estableciendo la escuela como un equivalente a un sistema coercitivo, compuesto por una minoría, los profesores, que limitan la libertad de la mayoría, los alumnos, quienes tratan de recuperarla organizando una surrealista revolución en el mediometraje Cero en conducta (Zéro de conduite, Jean Vigo, 1933), que luego inspiraría el film inglés If.... (Lindsay Anderson, 1968). Se trata de una obra maestra que centra su atención en la infancia y su punto de vista, equiparando a los niños en el internado a los estratos subyugados de la sociedad, en parte desde las tendencias anarquistas del propio Vigo.
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en torno al narcotráfico, en este ejemplo el sistema educativo sirve para
producir y reproducir la estigmatización social y la criminalidad. Eso es, por
supuesto, incompatible con que la misma escuela sea verdaderamente la
panacea para todos los problemas de la sociedad, ni mucho menos tiene la
posibilidad de ofrecer verdaderas oportunidades para todos. The Wire consigue
mostrarnos así la trampa casi paradójica de la imagen de potencial eficacia
como sanadora social que habitualmente se da en los medios de comunicación
estadounidense de su sistema educativo.
Para ello, a lo largo de la cuarta temporada y en las escenas que tienen lugar
en la escuela, encontramos algunos ejemplos que muestran que es posible
proponer una cierta alternativa a este funcionamiento estructural, gracias a
algunos micro-proyectos y pequeñas acciones que algunos individuos tratan de
llevar a cabo dentro del instituto de enseñanza media del barrio. Es decir, The
Wire insiste en que, al menos en el caso de los jóvenes procedentes de
entornos problemáticos y en relación con el narcotráfico tanto como actividad
económica como en torno a las consecuencias del consumo de drogas, el
espacio de la escuela realmente tiene la posibilidad de ofrecerles una
oportunidad de desarrollo individual que su coercitivo origen no les permite,
pues en principio los predispone a perpetuar las actividades criminales o el
consumo de drogas en torno a los cuales se han criado, manteniéndose así en
ese sector de la sociedad caracterizado por la marginación social. Sin
embargo, la directa dependencia del sistema educativo de otras instituciones,
así como del sistema como conjunto, es la que limita estas mismas
oportunidades que podrían ayudar a alterar esta predisposición contextual y
circunstancial de los diferentes alumnos a permanecer en dicha posición social.
Ni los chavales llegan a ser totalmente conscientes de estos pequeñas pero
subvertidas mejoras (la mayoría siguen teniendo una imagen negativa de la
escuela como entidad coercitiva que llegan a comparar incluso a ciertos
aspectos del sistema penal), ni para la propia institución es conveniente
comprometerse a mantener estos ejercicios. Al fin y al cabo, el subsistema
educativo es parte de un sistema mayor que lo pone en directa relación de
dañina interdependencia con otras instituciones y entidades que en teoría
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asumen funciones y responsabilidades muy diferentes pero con las que tiene
gran cantidad de similitudes estructurales, como son el departamento de
policía, la cárcel o el propio narcotráfico.
Todos estos intentos, como el proyecto especial que es objeto de nuestro
estudio, son finalmente desmantelados por disposiciones y razones ajenas a
los responsables de los mismos, que, como individuos, no cuentan con el
poder de remediarlo. En línea con la imagen desoladora y de cierta
desesperanza que The Wire ofrece, en general, de la situación actual del ser
humano en relación con la sociedad en que se inserta, cualquier intento de
proponer algún tipo de alternativa al sistema capitalista se encuentra abocado
al fracaso. Así, aunque la serie también muestra la decadencia de la educación
como institución pública e insiste en todos los problemas de funcionamiento
que tiene y en las consecuencias de ello para los responsables y los alumnos,
no perpetúa el engaño y fe en la sociedad capitalista instituida por individuos
autónomos (imagen en la que los filmes mencionados anteriormente insisten).
Todos los personajes adultos que consiguen establecer de manera casi
inconsciente una serie de verdaderas alternativas en el contexto escolar
terminan por fracasar estrepitosamente. Sí, la institución como posible solución
decepciona y desilusiona a aquellos que se insertan en ella, pero el ser
humano, actuando por sí solo en contra de lo que le rodea con esta falsa
concepción de autonomía y liberalismo, es igualmente incapaz. Las causas de
este estado de cosas no habría que buscarlas, por tanto, en la institución
educativa en sí o en los individuos que la componen, sino en la estructura y
funcionamiento de un sistema con el que dicha institución mantiene relaciones
de reciprocidad que no siempre son obvias.
Queda subvertida así la concepción sobre la utilidad real de la educación, ya
que no es, ni mucho menos, un motor de cambio, imagen que tradicionalmente
se nos ha vendido, sino un medio empleado para conseguir la ya-no-utopía
capitalista del mercado autónomo y libre4. De hecho es inútil intentar cambiar la
4 En otra más de las muchas aporías que conformaran el capitalismo como modelo de sociedad, el desarrollo capitalista requiere una enorme intervención estatal en algunos aspectos de la vida privada y civil, tales como la educación (Cuesta, 2005: 159), para proteger
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educación desde abajo, además de señalar que cualquier pequeño margen de
decisión o acción dado a, por ejemplo, el profesorado, podría ser incluso una
manera de mantenerlos entretenidos con nimiedades (Cuesta, 2005: 103),
cuando lo cierto es que no sólo no tienen ningún tipo de control o influencia real
sobre los alumnos o sus actividades, sino que, a su pesar, terminan por ser un
engranaje más en la reproducción del sistema capitalista que tiene lugar en las
escuelas.
4. El ejemplo: el programa especial de “Bunny” Colv in y el dr. David
Parenti
A lo largo de la cuarta temporada tiene lugar en la escuela un experimento
sociológico que, bajo la responsabilidad del ex-policía Howard “Bunny” Colvin
(Robert Wisdom), personaje ya aparecido en la temporada anterior
(curiosamente también relacionado con un proyecto de mejora alternativo que
tampoco agrada a las autoridades), y el profesor universitario de sociología
David Parenti (Dan DeLuca), pretende aislar a ciertos alumnos problemáticos
que no se integran correctamente en sus clases originales. Para ello, se
seleccionan una serie de estudiantes con el perfil de criminales potenciales y
se les separa de sus compañeros habituales para tratar de investigar las
razones de su comportamiento, así como intentar transformar dichas actitudes
de manera que puedan volver a ser insertados en los grupos que les
corresponden. Se trataría, en principio, del claro reflejo de lo que Foucault
denominaba la objetivación del delincuente, su conversión en el “anormal”
digno de estudio de manera que permita codificar lo normal por oposición
(1990: 106). En cierto modo, presentaría la problemática de marginar y generar
procesos de aislamiento antes de que éste realmente tenga sentido, pero, al
mismo tiempo, busca la re-adaptación de una serie de personajes cuyo estigma
viene dado de antemano, inculcándoles una serie de valores cívicos que
permitan la convivencia y estabilidad en un entorno social comunitario (en este
caso, una clase).
los intereses del mercado naturalizándolos ante la población, para luego no intervenir en dicho mercado a ningún nivel.
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Los primeros capítulos de la temporada muestran los preparativos y el
farragoso proceso burocrático necesario para la puesta en marcha de este
proyecto, algo que finalmente ocurre el sexto episodio. El aula donde los
jóvenes calificados como problemáticos son trasladados está completamente
cerrada, sin ventanas y con una única puerta, otorgando a los personajes una
cierta sensación de encerramiento. Además, se trata de una habitación que en
ningún momento permite ser relacionado con cualquier otra instalación del
colegio que hayamos visto hasta ahora, insistiendo así en su reclusión respecto
al conjunto. En general, la presentación de los espacios de la escuela suele
insistir en esta desconexión de las diferentes salas entre sí, rara vez enlazando
unas con otras de manera que resultan ser una serie fragmentos que no
permiten componer una imagen verdadera o completa del edificio, insistiendo
tal vez con ello en la cierta inutilidad e incoherencia del funcionamiento de la
propia institución educativa.
En todo caso, tanto el experimento como el aula donde se instala son un lugar
y una acción ajenos al resto del sistema educativo e independiente de sus
intenciones, proponiéndose desde el principio como posible alternativa al
funcionamiento del discurso hegemónico. Accedemos a este nuevo escenario
junto a los propios adolescentes, de manera que compartimos con ellos el
proceso de reconocimiento del espacio, conseguido visualmente gracias al
empleo de encuadres relativamente amplios. Enseguida la cámara realiza un
suave movimiento que incluye también un giro sobre su propio eje,
manteniéndose detrás de la profesora para mostrar a todos los jóvenes que
conforman este experimento, situados en corro ante ella. En todo momento
permanecemos a una altura relativamente baja, especialmente al alternar la
espalda del personaje adulto con primeros planos de algunos de ellos, según
intervienen de diferentes maneras. Así, se les sitúa en un espacio aparte y se
les ordena en semicírculo, de un modo que casi recuerda a la estructura del
panóptico. Esta manera de enfocar la cámara, como una rueda de
reconocimiento, señalaría la intención de acercarse a cada uno de ellos,
observarlos e investigarlos con detenimiento. Este esquema insiste en la
introducción de lo biográfico como aquello que da origen al delito, hacer “existir
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al criminal antes que el crimen” (Foucault, 1990: 256), la separación del resto
confirma a los alumnos que su contexto y circunstancias de origen los
predispone a una posición determinada de antemano sin que ellos puedan
evitarlo.
Esto, por supuesto, no sólo genera este tipo de prejuicios en aquellos que se
encuentran alrededor de los chavales, sino que los condiciona precisamente a
tener esa imagen de sí mismos. El propio “Bunny” Colvin llega a afirmar, en el
décimo episodio, que los mismos jóvenes saben qué es lo que se espera de
ellos y actúan en consecuencia (“And they know exactly what it is they’re
training for, and what it is everyone expects them to be”). Así, en todo momento
es fácil identificar esta socialización en las continuas correlaciones entre este
aislamiento en la propia escuela y otras instituciones relacionadas con la
criminalidad (su creación y reproducción) como el sistema de prisiones. Es de
hecho uno de los estudiantes separados, Namond Brice (Julito McCullum),
quien señala estas similitudes estructurales en el momento en que es incluido
en el grupo5.
En el mismo diálogo citado en el párrafo anterior, “Bunny” Colvin también dice
de estos alumnos que “they're not learning for our world, they're learning for
theirs”. La búsqueda de estandarización y creación de masa alienada que sería
la principal función de la escuela se conseguiría mediante la violencia simbólica
que supone la imposición de una arbitrariedad cultural, una socialización muy
concreta sin que existan alternativas posibles (Fernández Enguita, 1990: 189-
190). También Marx puso de relieve la dificultad de la clase obrera para
adaptarse a una escuela que no busca sus mismos objetivos sino imponerle los
de otras clases (citado en Cuesta, 2005: 62). Se trata pues, como se señaló
previamente, del establecimiento de una lógica discursiva concreta que se
naturaliza sin reconocer que se trata de una construcción discursiva, lo que la
convierte a ojos de los receptores en la única, imposibilitando así cualquier tipo
de propuesta alternativa a la misma. Al no encajar en cómo los jóvenes
perciben su entorno y mucho menos con la manera en que éste los ve a ellos,
5 Varias secuencias paralelas del primer episodio de la cuarta temporada establecen estas equivalencias de la escuela con el departamento de policía, otra entidad ya mostrada como disfuncional en momentos anteriores de la serie.
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los alumnos se ven en el fondo obligados a presentar sus propias disyuntivas o
salidas a dicha imposición, readaptando lo aprendido a su contexto. En ningún
momento, por supuesto, son conscientes de ellos y, por supuesto, desde el
sistema educativo cualquier alternativa es percibida de una manera negativa.
Esto no sólo se refiere al ejemplo de estos futuros criminales, sino que puede
ponerse en relación también con cualquier uso no previsto que los alumnos
puedan hacer de los diferentes elementos que componen su estancia en el
centro escolar, resultando en una serie de incongruencias (que podríamos
hacer equivaler a la incoherencia y poca claridad de la configuración espacial
del edificio de la escuela que fue señalada con anterioridad) o situaciones en
las que los docentes no saben cómo reaccionar. Un ejemplo es la escena
introductoria del octavo episodio de la temporada, en que un alumno reconoce
la respuesta correcta entre las cuatro posibles escritas en la pizarra porque era
la única rodeada por una serie de marcas de tiza. El joven demuestra una gran
capacidad de observación y un tipo de lógica que, sin embargo, no es la que
interesa que tenga (quedando además el profesor tremendamente
sorprendido).
Aunque se trata, por supuesto, de un ejemplo casi anecdótico, es en el fondo
una idea muy similar la que lleva tanto al joven Namond Brice como a “Bunny”
Colvin a igualar la estructura escolar con una cárcel y la vigilancia o
intransigencia de los profesores vistas como persecución a ojos de los alumnos
(equivalente a las acciones policiales en torno al mundo del narcotráfico): hacer
un uso alternativo e individual de lo enseñado, para readaptarlo a la realidad
inmediata de los estudiantes. Por ello es inevitable que, desde la
predisposición circunstancial y contextual que muchos de los alumnos del
Edward J. Tilghman presentan para verse inmersos en el mundo del
narcotráfico, el crimen o la adicción a las drogas, enseguida identifiquen el
sistema escolar con el penal, de manera que el primero sirva como
entrenamiento para el segundo. Así, la escuela, al ser incapaz de detectar esta
insalvable brecha entre lo enseñado y los enseñados, consigue y ayuda a
perpetuar aquello que promulga tratar de eliminar, la marginación social y la
criminalidad.
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Este es el principal conflicto generado por los chavales del experimento
sociológico al definirse a sí mismos como corner boys en este nuevo contexto,
que no es otra cosa que una subcultura de procedencia cuyos valores e
implicaciones se oponen a los de la escuela (Fernández Enguita, 1990: 168-
169). Se trata del mundo de criminalidad donde han crecido y que les da un
sentido de pertenencia que la escuela, por tratar de imponer esta socialización
totalmente ajena al universo que identifican como suyo, no consigue. En cierto
modo, el experimento sociológico consigue hacer evidente esta disyuntiva que
la institución educativa parece obviar a la hora de enfrentarse a sus alumnos.
De todas formas, el aislamiento, aunque realizado con buena intención,
consiste en realidad en diferentes métodos para tratar de imponer la
estandarización en alumnos en los que estas raíces previas tienen mayor
prestancia, es decir, aquellos en los que las técnicas habituales de disciplina no
funcionan. No podemos pues dejar de señalar que algunos de los medios
empleados, como el concurso de puzzles con una cena como premio no sólo
remite al modelo fílmico señalado antes (porque Mentes peligrosas cuenta con
una línea argumental muy similar), sino que además fomenta una concepción
meritocrática y de competitividad del entorno que deriva directamente del
capitalismo.
Aun así, el programa especial llega a funcionar positivamente con algunos de
los alumnos, que aparecen en las últimas escenas en esa misma aula llevando
a cabo un examen estatal en silencio y de manera ordenada, demostrando así
que los intentos de normalización por individualización tienen éxito y que
algunos de los personajes están preparados para regresar a las aulas
normales. Es decir, aunque se trate de un proceso de estandarización, también
parece haberles enseñado respeto y civismo, así como una serie de aptitudes
que los aleja del mundo del narcotráfico, ese que consideran su único destino.
De hecho, en el último episodio de la temporada, algunos de ellos regresan a
sus aulas originales de procedencia, mostrando una actitud relajada y menos
agresiva con su entorno inmediato.
Significativo es el caso de Namond Brice, a quien su propia madre obliga
insistentemente a dedicarse al tráfico de drogas para poder mantener su estilo
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de vida, a pesar de que el joven demuestra continuamente su incompetencia
para este tipo de trabajo. En cierto momento se produce una interesante
disyuntiva a la hora de presentar a este personaje. Por una parte aparece en
imágenes y espacios tremendamente limitadores en el hogar familiar, como la
escena en que Namond es visto estancado y casi atrapado entre los muebles
que lo rodean en su propia habitación mientras recibe una reprimenda por
parte de su madre (en relación a su ineptitud como corner boy). Por oposición,
en ese mismo episodio, transita libremente por el aula del proyecto especial
mientras la cámara sigue su movimiento, que finaliza con el joven sentándose
sobre el pupitre, confirmando su control sobre este espacio (recordemos que es
el mismo personaje que realiza la equivalencia entre la escuela y la cárcel),
entorno con el que además comparte, en su vestimenta, la gama de colores
ocres y grises.
En todo caso, el problema es que no exista una alternativa posible a la función
que el capitalismo impone a la educación: ser el fundamental medio y garantía
de mantener vivo el ideal de “oportunidades para todos”, a pesar de tratarse de
un falso mito. Al fin y al cabo, esta posición de la escuela en relación con el
sistema al que pertenece es siempre la misma, aunque se trate de centros
escolares en barrios marginales en los que dicha utopía tiene incluso menos
sentido y coherencia. En estas escuelas se intenta imponer una serie de
conceptos y habilidades que no tienen nada que ver con la subcultura de
procedencia de los chavales y que en ningún momento parece tener en cuenta
a su situación específica, sino que se presenta en favor del mantenimiento del
status quo. Esto aleja a la educación del contexto real, es decir, la convierte en
inútil, pues en realidad fuera de la burbuja de libertad que es el experimento
sociológico estos chavales no tienen una verdadera capacidad de elección o
salida del mundo del que proceden.
Finalmente, pues, el programa especial de “Bunny” Colvin y David Parenti será
desmantelado en una acción institucional que resulta en cierta manera
paradójica, ya que, si consigue aplicar la positiva socialización que la propia
educación promueve, ¿por qué eliminarlo? Recordemos, sin embargo, que,
como explicaba Foucault, la delincuencia crea un ilegalismo útil, no sólo porque
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la normalidad sólo existe si se señalan una serie de individuos como
anormales, sino además porque sus castigos sirven de ejemplo al resto (1990:
183-184), por no hablar de los beneficios económicos directos, uno de los
temas sobre los que giran muchas de las tramas de The Wire (y la clásica frase
de uno de los detectives protagonistas ya durante la primera temporada, “You
follow drugs, you get drug addicts and drug dealers. But you start to follow the
money, and you don't know where the fuck it's gonna take you”). Resulta
innegable, pues, que al círculo ininterrumpido entre policía, prisión y
delincuencia, señalado por el mismo Foucault (1990: 287-288) podríamos
sumar, en contra de lo que sus intenciones indican, la escuela.
Los esfuerzos llevados a cabo de manera individual por “Bunny” Colvin y David
Parenti resultan casi anecdóticos y no son relevantes a nivel institucional o
general. Sirven además para presentar la enorme paradoja interna del propio
sistema educativo: boicotear las posibles oportunidades de intervenir
positivamente en las vidas de los alumnos en favor de mantener el status quo
del sistema dominante. En ningún momento interesa que estos alumnos
problemáticos tengan verdaderas posibilidades de alejarse de la predisposición
al mundo del narcotráfico, y todo lo que este ámbito implica.
5. Conclusiones
The Wire presenta el sistema educativo en los barrios conflictivos como un
entorno donde llegan a existir, aunque sólo en ciertos momentos y de manera
estrictamente temporal, ciertas alternativas y posibilidades de liberar a los
chavales de sus complicados entornos de origen, aunque ellos mismos no
sean conscientes de ello (porque la idea extendida es la de la escuela como
coerción). Es sin embargo la propia institución la que impide que dichos
avances tengan lugar porque, recordemos, la criminalidad y marginación social
son necesarias e intrínsecas al sistema capitalista. De esta manera, el sistema
educativo es al mismo tiempo y de modo paradójico, el principal perpetuador
de las utopías más básicas del capitalismo así como responsable de la
imposición de su lógica discursiva. La cuestión parece radicar en que, a pesar
de los intentos de profesores y otros responsables, la educación como
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subsistema sirve en última instancia al sistema que lo sostiene y no a los niños
que lo componen a nivel individual, para los que de hecho se presenta
falsamente como una entidad asistencial. The Wire, aunque no llega a
proponer una solución, sí que resalta la problemática de esta dañina
dependencia.
Resulta indudable que la imposición de una lógica discursiva como es la
capitalista, naturalizada hasta el punto de configurar la concepción que el
individuo tiene de sí mismo y por tanto del lugar que ocupa en la sociedad,
prefija el rol de cada sujeto en dicha sociedad. Es decir, es el propio sistema el
que busca delimitar la posición del individuo en relación con su contexto sin
que éste sea verdaderamente consciente de ello, con la única intención de
mantenerse como discurso dominante.
En resumen, y como ya señalamos, aunque el sistema educativo insista en que
su finalidad es el bienestar y prosperidad de los alumnos (siendo presentada
como solución a los problemas sociales pero también como uno de los caminos
para el éxito personal), en realidad su función última no está relacionada con
los individuos, sino con el modo de producción al que pertenece. The Wire
muestra, pues, una pesimista imagen del sistema educativo, el cual supone
simplemente un apoyo más a la perpetuidad de la ideología dominante, dando
aquí un empujón extra a las trayectorias vitales que los jóvenes traen prefijadas
de sus respectivos entornos familiares o del barrio donde se han criado,
manteniendo el status quo en lugar de proponer alternativas.
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