la testadura no. 6: "la vaca" y otros relatos por erich tank

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La Testadura, una literatura de paso no. 6: "La vaca" y otros relatos por Erich Tank

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Búscala en: lacharolaliteraria.blogspot.com

aportaciones: [email protected]

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La Vaca Los Ángulos de la esfera

Vini Vidi Visit

Tanke

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La Testadura 1

Edición: Mario Eduardo Ángeles. Textos: Tanke. Fotos e ilustraciones: El Pulpo Santo. Contacto: [email protected] [email protected] México, 2012. Los derechos de los textos publicados perte-necen a sus autores. Cuida el planeta, no desperdicies papel.

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La Testadura 1

LA VACA

…Lo que se pone a prueba no es el decoro sino el modo de pensar,

quien manifiesta inhibiciones para pasarse a una bandera extranjera,

se vuelve sospechoso. Ernst Jünger

Patria o muerte. Patria o muerte.

Patria o muerte. Algunos días amanece antes de ha-

ber conciliado el sueño. Crepúsculo. Un reloj despertador me obliga a poner los pies en la tierra, recibir el frío de la ma-ñana, encender una luz para el nuevo día, fumar un cigarrillo, beber una taza de café, buscar un trozo de pan y, en el mejor de los casos, encontrar un huevo. El vestido, el aseo personal y una dis-

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tracción auditiva me llaman al trabajo diario, nuestros padres fueron condena-dos al trabajo, yo no lo escogí; así es, las condenas se cumplen sin consentimiento responsable. Un disco viejo con la foto-grafía de una vaca en la portada y la leyenda atomic heart mother me regresa a mi juventud. A los diez y siete años estaba yo parado a treinta metros de David Gilmour, veía sus dedos movién-dose entre las cuerdas de guitarra. Yo construí un muro con cada una de aque-llas notas, otros construyeron una horca. Así, surgió un tiempo plagado de ideas y posibilidades, lugares donde se sostiene que mientras la música no deje de sonar habrá carnaval, así discurren los pensa-mientos y las imágenes de aquel mundo de alternativas y responsabilidad. Dentro de aquella música hay un recuerdo del Berlín amurallado por ideas, hay una

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enorme pradera de ocres horizontes, un “enjambre” de cerdos que conquistan el firmamento y un rebaño de desenfrena-das ovejas que corren sin rumbo, sin ideología ni posibilidad, corren sin miedo, sin meta. Yo no vivo en el Dub side of the moon, tengo mi hogar en un cuarto de azotea que mide tres por dos y no tiene ventanas; cuando quiero ver oca-sos, cierro los ojos, escucho la música y corro por aquellas praderas sin moverme de la cama.

La madre patria y una universidad me llaman. Salir al mundo añorando praderas, correr junto al rebaño pasto-reado por madres que sí saben hacer tortillas y, entonces, mi mundo, el vecino, la calle, la tamalera, la música. Caminar, escuchar, tararear. Sony, mp3, > (play). Salgo de casa para tomar el autobús, los libros de anatomía se disecan junto esas

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enorme pradera de ocres horizontes, un “enjambre” de cerdos que conquistan el firmamento y un rebaño de desenfrena-das ovejas que corren sin rumbo, sin ideología ni posibilidad, corren sin miedo, sin meta. Yo no vivo en el Dub side of the moon, tengo mi hogar en un cuarto de azotea que mide tres por dos y no tiene ventanas; cuando quiero ver oca-sos, cierro los ojos, escucho la música y corro por aquellas praderas sin moverme de la cama.

La madre patria y una universidad me llaman. Salir al mundo añorando praderas, correr junto al rebaño pasto-reado por madres que sí saben hacer tortillas y, entonces, mi mundo, el vecino, la calle, la tamalera, la música. Caminar, escuchar, tararear. Sony, mp3, > (play). Salgo de casa para tomar el autobús, los libros de anatomía se disecan junto esas

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ilusiones estudiantiles por algún día lle-gar a ser alguien, los idealismos son tan estáticos y huecos como los trescientos animales que se exponen en el patio de la escuela de veterinaria. En mi mochila guardo los libros que me dan esperanzas muertas, rellenas de aserrín, con los ojos vítreos y vacíos de vida, esperanzas dise-cadas, también guardo un futuro que se arrincona dentro de un reloj, una lap ansiosa por que le toquen las teclas y un GPS Magellan que me dice que no estoy perdido.

Llego al matadero y los audífonos siguen susurrando un porvenir. Ahí, entre carniceros y camiones cargados con bes-tias, amanece. Trabajando en el rastro municipal la muerte no escapa de los parietales. La báscula, otra taza de café, afilar charrascas, apagar el teléfono, Nokia 10-52. Botas de hule relucientes

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y overol impecablemente blanco, disc-man en off. Los asesinos, con pulcra no-bleza y en silencio reciben a sus víctimas, los delincuentes manchan sus manos de sangre y gritan su angustia. Un cuarto de blancos azulejos, la atmósfera del oficio, la monotonía de la muerte, el hedor de las cálidas vísceras que produce un velo entre los compañeros y los asesinos me recibe, me separa, me coloca del lado de los idealistas, los que ya perdimos. Nubes de vapor y un ladrillo más de aquella pared aplastan mis pensamientos. Las vacas colgadas en garfios se balancean entre columnas, ora muertas, ora desnu-das, otrora abiertas en canal, aquellas reses puestas de cabeza emanan un ca-lor sofocante. Sin poder gritar, la rutina me constriñe y encarcela. Es así, como los celadores inventan un estado, una pri-sión para las ideas y con compasiva son-

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y overol impecablemente blanco, disc-man en off. Los asesinos, con pulcra no-bleza y en silencio reciben a sus víctimas, los delincuentes manchan sus manos de sangre y gritan su angustia. Un cuarto de blancos azulejos, la atmósfera del oficio, la monotonía de la muerte, el hedor de las cálidas vísceras que produce un velo entre los compañeros y los asesinos me recibe, me separa, me coloca del lado de los idealistas, los que ya perdimos. Nubes de vapor y un ladrillo más de aquella pared aplastan mis pensamientos. Las vacas colgadas en garfios se balancean entre columnas, ora muertas, ora desnu-das, otrora abiertas en canal, aquellas reses puestas de cabeza emanan un ca-lor sofocante. Sin poder gritar, la rutina me constriñe y encarcela. Es así, como los celadores inventan un estado, una pri-sión para las ideas y con compasiva son-

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risa vacunan a sus hijos. Llega el primer animal y es inspeccio-

nado por las autoridades sanitarias. Una mano por el culo y una vista a las ubres. Una señal del doctor y el oficial coloca una marca en el cuerno de la res. Inspec-ción sanitaria reprobada. La vaca, por alguna razón me miraba fijamente o los ojos. Pronto morirá y tendrá que ser arrojada al basurero. Oportunidad para salir del sofocante mugir de la muerte. Aferrado a las redilas del camión, ir a tirar la carne al redoble de un mofle roto, mientras el aire del mediodía me arranca una lágrima a ochenta kilóme-tros por hora. Esta no es la primera vez que pasa esto con un animal. Nueva-mente puedo visitar los rellenos sanita-rios con sus costras de miseria y sus de-rruidas murallas de llantas calcinándose.

La primera ocasión que tuve la opor-

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tunidad de ir al tiradero, llenamos la parte trasera de un viejo camión pick-up con los cadáveres mutilados dentro de varias cajas. Aquella vez conocí el basurero en las afueras de la cuidad y me sorprendió. Ese lugar donde el dulce olor de las flores y lo fresco de la hierba se mezcla con vapores de cerros de basu-ra calcinándose esta ahí, inmóvil ante el olor de sus cenizas. Un esqueleto de perro cubierto con una delgada piel perseguía a una niña desnuda e intentaba lamer un extraño fluido verde que salía entre sus piernitas (bon-ice), nubes blancas y grises con soberbia rompían el libre azul del cielo mientras desafiaban a las grue-sas columnas de humo negro, el chofer y yo nos acercábamos con cautela, la gen-te no volteaba y en la oscuridad de las casas de cartón, resaltaban maliciosas sonrisas. Un mundo donde todos están

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tunidad de ir al tiradero, llenamos la parte trasera de un viejo camión pick-up con los cadáveres mutilados dentro de varias cajas. Aquella vez conocí el basurero en las afueras de la cuidad y me sorprendió. Ese lugar donde el dulce olor de las flores y lo fresco de la hierba se mezcla con vapores de cerros de basu-ra calcinándose esta ahí, inmóvil ante el olor de sus cenizas. Un esqueleto de perro cubierto con una delgada piel perseguía a una niña desnuda e intentaba lamer un extraño fluido verde que salía entre sus piernitas (bon-ice), nubes blancas y grises con soberbia rompían el libre azul del cielo mientras desafiaban a las grue-sas columnas de humo negro, el chofer y yo nos acercábamos con cautela, la gen-te no volteaba y en la oscuridad de las casas de cartón, resaltaban maliciosas sonrisas. Un mundo donde todos están

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desnudos hasta los huesos, o bien, vesti-dos de hollín hasta los párpados. Un lu-gar repugnante, sin embargo, propio para abrir el pecho antes de volver al claustro matadero de vacas.

En esta ocasión, el campo me parece fraternal, un cielo abierto y acogedor. Por un momento pienso en lo feliz que sería despertar cada mañana y poder verme ante esa inmensidad humeante; fétida pero inmensa, ligera y libre, sin cálidos humores viscerales impregnando los cadáveres de mi trabajo. Pensé en lo sofocante de aquel rastro, en el hedor a estiércol caliente, en las dos cubetas de sangre recogida de aquellos cuerpos puestos de cabeza, en la pezuña hendi-da. Vislumbré mi afición por el cuerpo de una vaca desollada, por una piel sedo-sa… seda de vaca y el mugido mañane-ro, caricia de rocío que como mensajera

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irrumpe a mi puerta, vierte la leche de las ubres humeantes y matutinas, alza la voz y grita como ninfa juguetona, ella te acompaña en la jornada, guarda en su regazo a los lechones que maman su juventud, pasea en un garfio exhibiendo sus carnes y pregunta: ¿a dónde irán los asesinos de nuestras madres con su sonri-sa? La reconozco, es una anciana. No vamos a ningún lado. Sombras opacas de patria ficticia. Bondadosa y tersa bo-ñiga, cálido cobijo de coprófagos charros surrealistas con sombrero de ala ancha. Vaca desnuda, imagino y me veo en un espejo, yo, parado con un hacha abrien-do vacas en canal, recibiendo la medio-cre sonrisa del mundo. Sin admirar las bondades de la leche, sin sentarme en un taburete, sin desdeñar pedirle sus favo-res, agregando una pinta de más, sin derramar una sola gota. Calostro de Venus.

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irrumpe a mi puerta, vierte la leche de las ubres humeantes y matutinas, alza la voz y grita como ninfa juguetona, ella te acompaña en la jornada, guarda en su regazo a los lechones que maman su juventud, pasea en un garfio exhibiendo sus carnes y pregunta: ¿a dónde irán los asesinos de nuestras madres con su sonri-sa? La reconozco, es una anciana. No vamos a ningún lado. Sombras opacas de patria ficticia. Bondadosa y tersa bo-ñiga, cálido cobijo de coprófagos charros surrealistas con sombrero de ala ancha. Vaca desnuda, imagino y me veo en un espejo, yo, parado con un hacha abrien-do vacas en canal, recibiendo la medio-cre sonrisa del mundo. Sin admirar las bondades de la leche, sin sentarme en un taburete, sin desdeñar pedirle sus favo-res, agregando una pinta de más, sin derramar una sola gota. Calostro de Venus.

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Firmamento, espejo de hombres. Dioses hechos a imagen y semejanza y, sobre todo, sin estar frente ni sobre una seta venenosa. Sin amaneceres. Mi madre desnuda*

Sentado en la parte trasera del pick-up, lleno los pulmones una y dos veces. Respiro profundo. Dos perros se acercan al desvencijado andar del camión, uno de ellos le huele el culo a una perra par-da parada a la orilla del camino. Parajes de sombra canina. Espera algo y nada acaece, el sol, el calor y la carne infecta que me rodea me hablan de un himno, el polvo, el camino y sus baches me susu-rran una vida (“las vacunas protegen a los hijos”) mi discman calla, mi GPS me dice donde estoy y la madre patria sabe que no somos nada. A los pocos segun-dos, hay una docena de perros siguiendo los desechos de una ley sanitaria. De ma-

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nera súbita, un brinco y caen dos huesos secos justo ahí en donde los canes trotan. Uno toma un hueso entre los dientes y corre a perderse en la jungla de basura, dos más corrieron a arrebatarle entre mordidas y gruñidos. Otro par forcejea-ba mientras un tercero les mordía las patas traseras a los hambrientos conten-dientes. Unos cuantos metros más ade-lante el camión paró.

Mientras tiraba doscientos kilos de carne fresca, infecta pero fresca, toda aquella jauría rabiosa por un hueso seco hizo comprenderme dentro de esa extra-ña y ajena envidia canina, por fin pude entender que a pesar de la muerte, es-cucho a la madre de corazón atómico, suspiro por esa vaca que me mira fija-mente a los ojos… y soy feliz. ¿Patria o muerte? Patria y muerte para ellos.

Tanke 2006

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nera súbita, un brinco y caen dos huesos secos justo ahí en donde los canes trotan. Uno toma un hueso entre los dientes y corre a perderse en la jungla de basura, dos más corrieron a arrebatarle entre mordidas y gruñidos. Otro par forcejea-ba mientras un tercero les mordía las patas traseras a los hambrientos conten-dientes. Unos cuantos metros más ade-lante el camión paró.

Mientras tiraba doscientos kilos de carne fresca, infecta pero fresca, toda aquella jauría rabiosa por un hueso seco hizo comprenderme dentro de esa extra-ña y ajena envidia canina, por fin pude entender que a pesar de la muerte, es-cucho a la madre de corazón atómico, suspiro por esa vaca que me mira fija-mente a los ojos… y soy feliz. ¿Patria o muerte? Patria y muerte para ellos.

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* Paráfrasis, James Joyce, Ulises, trad. De J. Salas Subirat, revisión y notas de E. Chamorro, segunda edición, Ed. Planeta, España 1999, pp 13-14

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LOS ÁNGULOS DE LA ESFERA 1

Frente al castillo de Shömbrun, hom-

bres y mujeres de piel morena danzan semidesnudos al ritmo de un tambor, la percusión de sus corazones invitan al rito guerrero, a la purificación, a la batalla para que devuelvan lo robado, lo rega-lado, lo sustraído. Devuelvan lo nuestro. Devuelvan el penacho. Plumas de quet-zal adornan sus cabezas y colorean el invierno austriaco. Bailan, bailan sus pechos, sus hombros, sus cuerpos abriga-dos por la nieve. Sus rostros dibujan el placer de la danza. La flor y el canto nace del hielo y la roca, la nieve amaina.

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Suenan los cascabeles. Los guerreros dis-persan el color sobre la tierra de los Habsburgo. Diseminan el ritmo de la alegría. Una niña desconcertada le pre-gunta a su madre ¿por qué hacen eso? –no lo sé hija, vienen de occidente-.

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En la exuberancia de las selvas del mayab nace el delicioso susurro de la naturaleza. De graznido de perico y cha-chalaca está hecho el numen de las cua-trocientas voces. Pero su etéreo deam-bular es contaminado por gritos de dimi-nuto asombro y pequeña consternación, ooh, uuh, ouh, ouh, Dos mujeres rubias, ataviadas con grandes sombreros de paja, lentes obscuros con protección uv, pantalones de manta y playeras que de-jan al descubierto sus blancos hombros ,

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bajan la escalinata de Kukulcán. Inten-tan dar un paso y el miedo las paraliza. Intentan relajarse y su condición nórdica las aterra.

Al final de la escalinata, fingiendo un agotamiento extremo, se dejan caer en la alfombra de pasto que cimienta Chi-chen-Itzá, sus acompañantes se acercan para abanicar un poco de aire sobre sus cabezas, al tiempo que inundan el canto de la selva con sus vulgares carcajadas y extraños sonidos. Oooh, uuh, terrific, wonderful, ooh, oh, beatiful, beatiful.

A lo lejos, en la faena del día a día un anciano desconcertado contempla la escena, intenta tapar los ojos de su nieto, intenta desviar la atención, intenta, in-tenta, intenta pero él le exige a su nieto limpiar su boca antes de comer, le orde-na cuidar su machete, le señala lo impe-rativo de la palabra verdadera, le pide el

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sabucam, le muestra la forma correcta de chaponear. Intenta, intenta llamarlo pero dentro de la selva no se pronuncian los nombres. Intenta, intenta distraerlo pero la realidad se impone de la misma manera que ha ocurrido desde los tiem-pos más remotos. Entonces viene la pre-gunta ¿Por qué se comportan así abue-lo? –no lo sé, no lo sé hijo, vienen de oriente-.

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sabucam, le muestra la forma correcta de chaponear. Intenta, intenta llamarlo pero dentro de la selva no se pronuncian los nombres. Intenta, intenta distraerlo pero la realidad se impone de la misma manera que ha ocurrido desde los tiem-pos más remotos. Entonces viene la pre-gunta ¿Por qué se comportan así abue-lo? –no lo sé, no lo sé hijo, vienen de oriente-.

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VINI VIDI VISIT

Al salir del hostal me encontré con una manifestación pública, la gente por-taba pancartas y entonaba consignas entorno a la política económica mundial. Me detuve a observar la manera en la que aquella masa uniformaba y alinea-ba su indignación contra las imposiciones de una aldea global. Un viejo me exten-dió su mano ofreciendo un bolante en el que se anunciaba la presentación del cuarteto “Jazztá”. Le dí las gracias y me retiré con la firme convicción de conocer los rincones más hermosos de esta ciu-dad. Tarragona es una ciudad pequeña, limpia y tranquila, envuelta en la dulce brisa del mediterráneo , sus callejones y

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pasajes confunden al visitante por lo caprichoso de sus formas. De un momen-to a otro, encontrarse frente a las cata-cumbas cristianas, o bien, recargado so-bre una columna que mandó edificar un tal Augusto. Un gran teatro, pavimento de mosaicos, el foro, los baños, en fin, dos mil años de acomodar piedra sobre pie-dra crean el complejo conjunto que es esta ciudad. La belleza de la historia de Tarragona se erige frente al mar. El gran teatro romano, Plantado frente al azul mediterráneo con la soberbia de quien conoce la tragedia. La gradería dispues-ta de tal forma que el público contem-ple el nacimiento del sol y al fondo algu-nos establecimientos comerciales, donde puedes adquirir un souvenir. Un turista más y que importa, quiero una foto tras bambalinas.

Me dirijo a la entrada del museo y en-

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pasajes confunden al visitante por lo caprichoso de sus formas. De un momen-to a otro, encontrarse frente a las cata-cumbas cristianas, o bien, recargado so-bre una columna que mandó edificar un tal Augusto. Un gran teatro, pavimento de mosaicos, el foro, los baños, en fin, dos mil años de acomodar piedra sobre pie-dra crean el complejo conjunto que es esta ciudad. La belleza de la historia de Tarragona se erige frente al mar. El gran teatro romano, Plantado frente al azul mediterráneo con la soberbia de quien conoce la tragedia. La gradería dispues-ta de tal forma que el público contem-ple el nacimiento del sol y al fondo algu-nos establecimientos comerciales, donde puedes adquirir un souvenir. Un turista más y que importa, quiero una foto tras bambalinas.

Me dirijo a la entrada del museo y en-

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tro. La primera parte del recorrido fue sorprendente y muy interesante, confor-me avanzaban las explicaciones mi abu-rrimiento crecía. El guía, supongo de origen catalán, no hablaba bien el caste-llano, la confusión entre las épocas por las que ha transcurrido la historia del hombre y mi ignorancia acerca de lo romano vela la intención del recorrido y el tedio se apodera de mí.

Con un poco de hambre y mucha confusión, producto de las anteriores explicaciones, me senté en la terraza de un pequeño restaurante que parecía ser el palco de honor de aquel gran teatro. La vista era impresionante, a mi alrede-dor una gradería y frente a mí, un poco a la izquierda, lo que fuera el escenario de ese teatro, al fondo, el mediterráneo coqueteaba con el cielo en una intermi-nable gama de azules que bailaban en

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tro. La primera parte del recorrido fue sorprendente y muy interesante, confor-me avanzaban las explicaciones mi abu-rrimiento crecía. El guía, supongo de origen catalán, no hablaba bien el caste-llano, la confusión entre las épocas por las que ha transcurrido la historia del hombre y mi ignorancia acerca de lo romano vela la intención del recorrido y el tedio se apodera de mí.

Con un poco de hambre y mucha confusión, producto de las anteriores explicaciones, me senté en la terraza de un pequeño restaurante que parecía ser el palco de honor de aquel gran teatro. La vista era impresionante, a mi alrede-dor una gradería y frente a mí, un poco a la izquierda, lo que fuera el escenario de ese teatro, al fondo, el mediterráneo coqueteaba con el cielo en una intermi-nable gama de azules que bailaban en

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la cresta de las olas, “abrazándose y sol-tándose, mar y cielo, uno para lo divino, otro para lo mundano, ambos para los hombres y por supuesto para los turis-tas”, pensé después de leer el verso en el papel de la mesa que servía de mantel.

El camarero se acercó con una tabla surtida de embutidos, una pequeña ja-rra con sangría al estilo romano y un plato de frutas frescas. Intento sacarle una explicación. Debe ser un error, yo no he ordenado nada… mis palabras se per-dieron en un -¡yastá, yastá!- Fue la única respuesta que obtuve a mis dudas.

Frente a aquellas ruinas, me sentía casi, casi un Cesar, digamos un senador romano. La mesa servida y un paisaje de ensueño; fiambre y bebida eran excelen-tes. No quise tomarme demasiado tiem-po en explicar la actitud del camarero, sin embargo, hubo un detalle que me hi-

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zo comprender muchas cosas. Un poco de queso y pan serían el

mejor complemento de estos manjares, llamé al mesero y le ordené que los tra-jera, un extraño nerviosismo se apoderó de él, haciendo reverencias y pidiendo disculpas se retiró. Al siguiente instante regresó con una tabla y señalando los quesos los depositó sobre la mesa -¿Cabra, oveja, vaca, manchego de ove-ja, uvas, curado, semicurado? Toma lo que quieras –dijo él-. Toda aquella pla-ga de sabores que invitan a las celebra-ciones de Baco, me hicieron echarle un vistazo a la cartera. Por alguna razón, que en ese momento no comprendí se rehusaron a servirme pan. Cuando el mesero estuvo un poco cerca le pregunté por el pan y, para sorpresa mía, sólo res-pondió -No, no, eso yastá, yastá, mien-tras señalaba la muralla que se encon-

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traba a mis espaldas. Puede beber vino o comer lo que guste sólo llame y yastá. La confusión, a estas alturas ya no era importante, hice caso omiso de mi igno-rancia extranjera y decidí por un poco de queso de cabra y dos tragos de san-gría. ¡Qué importa el pan cuando se co-me desde el palco de honor en el teatro romano! seguí con los embutidos y el jamón de bellota no se vio por mucho tiempo en mi plato. A la mesa llegó otro plato plagado de embutidos ibéricos, nuevamente intenté pedirle una explica-ción al mesero pero éste comentó algo acerca de una “pata negra” que decidí no tomar en cuenta. Puso una copa so-bre la mesa y sirvió de una botella que en su etiqueta podía leerse algo así como pingus, intentaba pedirle alguna expli-cación al camarero pero antes de poder articular palabra obtenía la misma respuesta,

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traba a mis espaldas. Puede beber vino o comer lo que guste sólo llame y yastá. La confusión, a estas alturas ya no era importante, hice caso omiso de mi igno-rancia extranjera y decidí por un poco de queso de cabra y dos tragos de san-gría. ¡Qué importa el pan cuando se co-me desde el palco de honor en el teatro romano! seguí con los embutidos y el jamón de bellota no se vio por mucho tiempo en mi plato. A la mesa llegó otro plato plagado de embutidos ibéricos, nuevamente intenté pedirle una explica-ción al mesero pero éste comentó algo acerca de una “pata negra” que decidí no tomar en cuenta. Puso una copa so-bre la mesa y sirvió de una botella que en su etiqueta podía leerse algo así como pingus, intentaba pedirle alguna expli-cación al camarero pero antes de poder articular palabra obtenía la misma respuesta,

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-yastá, yastá. Al probar aquel vino, en perfecto balance entre acidez, dulce y barrica supe que yo no podría pagar aquella cuenta, en todo esto había algo especial, disfrutaba el momento sin dar oportunidad a la preocupación por el costo. Pasé cerca de una hora presa del hedonismo de un romano, conforme el tiempo transcurría el vino hacía lo suyo e imaginaba la grandeza de aquellos hombres.

Lo que vi aquella tarde y las pala-bras del mesero me hicieron comprender que la imperial Tarraco, es muy similar a Beijín, Estambul o Roma, supe que no están muy lejos de la gran Tenochtitlán, de Machu Pichu o Chichen Itzá, New York o Bruselas, todas ellas tienen algo en común, no sólo por ser la ciudad de los emperadores y de los grandes teatros, comparten mucho más de lo que pensaba.

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A lo lejos pude observar un grupo de personas muy diverso, entre la muche-dumbre se podía identificar a un grupo de chinos que tropezaban con sus woks, uno de ellos cargaba un enorme fardo en el cual podía leerse “todo a dólar”, lo acomodaba sobre su espalda. Una pare-ja de bomberos ataviados para un servi-cio de emergencia, casco, mangueras y perro labrador. Un mosso d´squadra. tres chicos, que por sus chalecos fluorescentes, sus pantalones con líneas reflejantes y cascos amarillos seguramente eran tra-bajadores de la construcción, caminaban con la mirada al piso; nueve tipos con traje camuflado, chaleco antibalas y boina azul cielo montados en bicicleta custodiaban el contingente; dos hombres de estatura baja, enfundados en overo-les anaranjados con franjas luminosas y escoba en su mano izquierda, recolecta-

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A lo lejos pude observar un grupo de personas muy diverso, entre la muche-dumbre se podía identificar a un grupo de chinos que tropezaban con sus woks, uno de ellos cargaba un enorme fardo en el cual podía leerse “todo a dólar”, lo acomodaba sobre su espalda. Una pare-ja de bomberos ataviados para un servi-cio de emergencia, casco, mangueras y perro labrador. Un mosso d´squadra. tres chicos, que por sus chalecos fluorescentes, sus pantalones con líneas reflejantes y cascos amarillos seguramente eran tra-bajadores de la construcción, caminaban con la mirada al piso; nueve tipos con traje camuflado, chaleco antibalas y boina azul cielo montados en bicicleta custodiaban el contingente; dos hombres de estatura baja, enfundados en overo-les anaranjados con franjas luminosas y escoba en su mano izquierda, recolecta-

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ban la basura que el chino dejaba a su paso; me causó un poco de hilaridad ver a un tipo con bata y estetoscopio col-gando del cuello, apresurando a cuatro chicas vestidas de enfermeras con pe-queños pellizcos en las nalgas; una pare-ja de treintaicinco años, con sus cabezas cubiertas por un turbante y los rostros polveados, llevaban una enorme canas-ta de pan; cuatro muchachos, dos muje-res y dos hombres que vestían un chaleco rojo con la leyenda en sus espaldas: “estoy para servirle” saludaban y son-reían a todo aquel que se les acercaba. Otros más viejos, más altos, más delga-dos o más morenos se arremolinaban en dirección a la gradería. En esa muche-dumbre pude observar cocineros con sus filipinas manchadas de salsa, carniceros con delantales manchados de sangre, serigrafistas con overoles manchados de

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tintas multicolor, herreros con el rostro tiznado y prostitutas con sus muslos tam-bién manchados de amor. Aquella masa de trabajadores se acercaba al palco reservado para los senadores romanos, poco a poco sentí que la serenidad del sibarita se alejaba. De pronto el mesero les cortó el paso. Con violencia les orde-naba que abandonaran el lugar. Grita-ba, señalaba la muralla y agitaba su servilleta. La multitud retrocedía con la obediencia de un perro fiel. El mesero regresó a mi mesa y con cierto aire de preocupación pidió una disculpa al tiem-po que preguntaba -¿vino, queso, jamón para el señor? puso otra botella sobre la mesa y pregunté -¿Qué es lo que hay detrás de la muralla? -yastá, yastá, to-mó la botella, cambió la copa y sirvió el vino –¿Balche cero para el señor que visita desde México? presa de la confu-

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tintas multicolor, herreros con el rostro tiznado y prostitutas con sus muslos tam-bién manchados de amor. Aquella masa de trabajadores se acercaba al palco reservado para los senadores romanos, poco a poco sentí que la serenidad del sibarita se alejaba. De pronto el mesero les cortó el paso. Con violencia les orde-naba que abandonaran el lugar. Grita-ba, señalaba la muralla y agitaba su servilleta. La multitud retrocedía con la obediencia de un perro fiel. El mesero regresó a mi mesa y con cierto aire de preocupación pidió una disculpa al tiem-po que preguntaba -¿vino, queso, jamón para el señor? puso otra botella sobre la mesa y pregunté -¿Qué es lo que hay detrás de la muralla? -yastá, yastá, to-mó la botella, cambió la copa y sirvió el vino –¿Balche cero para el señor que visita desde México? presa de la confu-

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sión ordené que me trajera la cuenta, -¿La cuenta? yastá, yastá, ellos la paga-ron. Un inmenso vacío se apoderó mi. La multitud se había perdido del otro lado del muro, el cielo se tornó gris. El mesero puso su rostro muy cerca del mío, sentí el olor a carne pútrida en su aliento , pude ver el sudor sobre su piel susurrando a mi oído y señalando la muralla, escuché -Allá está el pan y el circo ¿quiere acom-pañarlos o prefiere más vino?

Tanke 2010

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