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La teoría de la civilización: y . 1 critica y perspectiva Johan Goudsblom En la actualidad El proceso de la civilización de Norbert Elias forma parte del repertorio estándar de la sociología, al menos en Europa Occidental. Aun los críticos declara- dos reconocen su importancia. El antropólogo alemán Hans Peter Duerr, por ejemplo, estuvo escribiendo duran- te varios años una refutación de la teoría de la civilización. Los cuatro volúmenes fueron publicados bajo el título Der Mythos vom Zivilisationsprozess (El mito del proceso de la ci- vilización). El tamaño de esta crítica es por sí solo una prueba de honor para Elias, quien incluso para Duerr es «tal vez el sociólogo más influyente y estimulante de la se- gunda mitad del siglo» (Duerr 1993: 11). Otro crítico ha sido el sociólogo polaco-británico Zygmunt Baumann. Rara vez deja pasar una oportunidad para declarar que a la luz de todas las barbaridades que Una versión anterior en Ainsterdams Sociologisch Tijdschrift No. 22, 1995, 202-82. Agradezco a Bram Kempers y Nico Wilterdink sus comentarios. 45

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La teoría de la civilización: y • . 1

critica y perspectiva Johan Goudsblom

En la actualidad El proceso de la civilización de Norbert Elias forma parte del repertorio estándar de la sociología, al menos en Europa Occidental. Aun los críticos declara­dos reconocen su importancia. El antropólogo alemán Hans Peter Duerr, por ejemplo, estuvo escribiendo duran­te varios años una refutación de la teoría de la civilización. Los cuatro volúmenes fueron publicados bajo el título Der Mythos vom Zivilisationsprozess (El mito del proceso de la ci­vilización). El tamaño de esta crítica es por sí solo una prueba de honor para Elias, quien incluso para Duerr es «tal vez el sociólogo más influyente y estimulante de la se­gunda mitad del siglo» (Duerr 1993: 11).

Otro crítico ha sido el sociólogo polaco-británico Zygmunt Baumann. Rara vez deja pasar una oportunidad para declarar que a la luz de todas las barbaridades que

Una versión anterior en Ainsterdams Sociologisch Tijdschrift No. 22, 1995, 202-82. Agradezco a Bram Kempers y Nico Wilterdink sus comentarios.

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han tenido lugar en el siglo XX, la teoría de la civilización resulta completamente insostenible. Pero aun así, Bau-mann habla de «el gran paso hacia la fama y el éxito re­pentino de la presentación de El proceso de la civilización de Elias» (Baumann 1989: 12). Y, casi a manera de aporte es­pecial a este éxito, Baumann mismo equipara la sociología más o menos con «la teoría de la civilización, de la mo­dernidad, de la civilización moderna» (Baumann 1998: 1).

Con sus comentarios Duerr y Bauman se inscriben en una larga serie de críticos. Desde su primera edición en 1939 en Suiza El proceso de la civilización junto con los elo­gios también ha cosechado críticas." Algunas de las reite­radas objeciones sostienen que la teoría desarrollada en el libro es a) ideológica, b) eurocentrista, c) ofrece un cua­dro falso de los desarrollos en Europa, y d) no concuerda con los desarrollos en el siglo XX que contradicen toda la idea de una progresivo proceso civilizatorio.

En el presente artículo voy a presentar unos comenta­rios a estas cuatro objeciones. Alguna anotación previa sobre el propósito y el contenido de El proceso de la civili­zación me parece pertinente. El contenido puede verse de dos maneras. El libro se puede leer como estudio de un determinado episodio en el proceso de civilización de Eu­ropa Occidental pero también como un aporte fundamen­tal para una teoría general de los procesos sociales. En ambos casos el núcleo de la teoría está en la asignación de una relación entre los cambios en el comportamiento in­dividual y los cambios en la estructura social, consideran­do además que juntos inducen a cambios en la personali­dad. Resumido en un fajo de palabras claves —que luego habrá que comentar más detenidamente—, El proceso de la civilización trata de la relación entre comportamiento y

Para mayor información bibliográfica ver Goudsblom 1987: 65-144.

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poder que halla su reflejo en el hábito, que a su vez influ­ye sobre dicha relación.

Desde este punto de vista voy a argumentar que la sin­dicación de teleología tal vez sea comprensible, pero que ciertamente se basa en un malentendido y que las restan­tes tres objeciones señalan limitaciones que pueden ser un estímulo para seguir la investigación empírica. En discu­siones con los estudiantes en los años sesenta y setenta, Elias solía decir que era hora de ir más allá de Marx. Ahora nosotros también tenemos que ir más allá de Elias. Su obra nos plantea una serie de desafíos. Está pendiente la identificación y superación de lagunas empíricas que la obra inevitablemente contiene. Lo mismo ocurre con la descripción más detallada y con la elaboración de concep­tos y tesis empleados en la teoría. La ampliación del estu­dio hacia otros tiempos y lugares también hace falta. Des­pués de mis comentarios a las críticas señaladas voy a pre­sentar al final de este artículo unas sugerencias para la aplicación y puesta a prueba de la teoría.

EL ALCANCE DE LA TEORÍA DE LA CIVILIZACIÓN

El proceso de la civilización está escrito a partir de la idea de que las maneras de actuar, de pensar y de sentir identifi­cadas usualmente como características de la civilización occidental, han surgido de un desarrollo que abarca mu­chos siglos y que este desarrollo se puede tanto registrar a través del estudio histórico como explicar mediante dis­cernimientos científicos. Como explica Elias en el prefacio de la primera edición, no fue su intención inventarse «una teoría general de la civilización». Se trataba más bien de conseguir —dentro de límites seguros— una idea más clara so­bre el desarrollo como tal y, en especial, sobre «el extraño cambio del comportamiento social» que se ha evidenciado

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a lo largo de un buen número de siglos en Europa Occi­dental (Elias 1982, 1: 18).

Los cambios en el comportamiento fueron descritos con amplia documentación en la primera parte de El pro­ceso de la civilización. Esta parte inicia con un extenso capí­tulo introductorio sobre la historia de los conceptos civili­zación y cultura en Francia y Alemania —un capítulo que deja ver que estos conceptos siempre han estado relacio­nados en gran medida con la posición social y con las am­biciones de quienes los emplearon—. Luego sigue como piéce de résistence la conocida historia de las maneras basada en el estudio de los libros de etiqueta pero inspirada tam­bién en la obra de historiadores de la cultura corno Johan Huizinga.

La segunda parte está escrita mucho menos como de una pieza. Se compone de dos secciones, tal como lo indi­ca el subtítulo: Cambios de la sociedad. Esbozo de una teoría de la civilización. Este subtítulo es históricamente mucho menos específico que los de la parte primera; él remite más a tradiciones intelectuales como la sociología de Max Weber para la primera sección, y el psicoanálisis con las respectivas consideraciones sobre la cultura humana de Sigmund Freud para la segunda.

No es exagerado señalar que los subtítulos son muy instructivos y resulta verdaderamente lamentable que en la mayoría de las traducciones (entre ellas la holandesa) hayan sido suprimidos. Así resulta menos claro que El pro­ceso de la civilización consta, en términos tipográficos, de dos partes pero que su contenido está estructurado en tres, cada una con su tema principal, y que las tres partes se distinguen también por grados de generalidad ascen­dientes. El primer capítulo trata de los cambios de con­ducta en las clases altas laicas en Europa Occidental en un período que va desde cerca del año 1300 hasta 1800. El segundo capítulo ubica estos cambios del comportamiento en el cuadro de los procesos más amplios de feudalización

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y formación estatal durante un período que se extiende más o menos del 800 hasta 1800. El tercer capítulo res­ponde a un diseño mucho menos histórico y contiene consideraciones tanto sobre desarrollos contemporáneos en el mundo del siglo XX como sobre problemas de la convivencia humana en general.

En el año de 1969 se produjo la primera reedición de El proceso de la civilización. Para esta edición Elias escribió una extensa introducción cuyo tenor diverge en dos as­pectos del prefacio original. En ésta, ubicó el libro dentro de una disciplina académica específica, la sociología, y también le atribuyó una trascendental importancia teórica:

Mientras trabajaba en este libro, me parecía obvio que, con él, se estaban poniendo los cimientos para una teoría sociológica no dogmática, empírica, de los procesos socia­les en general y de la evolución social en concreto. (Elias 1982, 1:293)

En la nueva introducción, Elias contrastó su propio aporte con el de Talcott Parsons, a la sazón el más desta­cado teórico en la sociología. Según su conclusión, el en­foque de Parsons estuvo diamelralmente opuesto al suyo propio: Parsons trabajó con un concepto de sistema au fond estático y no pudo, en consecuencia, hacer justicia al hecho básico, más elemental, de la sociología, (pie es la re­lación dinámica entre sociedad e individuo (Elias 1982, 1: 295-302).

Comparando así su propia obra con la de Parsons, Elias resaltó la importancia de la suya para la teoría sociológica y suscitó además una mayor atención en las conclusiones más generales en el segundo y, ante todo, en el tercer ca­pítulo. La identificación explícita con la sociología permite inferir que Elias se había despedido de la manera de plan­tear sus problemas sin pensar en una disciplina específica, que lo había caracterizado en 1939. En realidad, se trata de un caso de réculer pour mieux sauter (retroceder para

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saltar mejor), pues dentro de la sociología, Elias deman­daba una posición teórica de primer rango. A partir de ahí también podía dar luces sobre problemas de otras diversas disciplinas, como la historia y la psicología.

La insistencia con que Elias expuso sus pretensiones teóricas en la introducción a la segunda edición contribu­yó a que se le asignara a su obra una importancia para­digmática (Goudsblom 1987: 27-38), pero por el otro lado, también ayudó a despertar inevitables resentimientos y dio motivo para que algunas críticas que desde la primera edición habían surgido de vez en cuando, se expresaran más fuerte.

TELEOLOCÍA

Una objeción frecuente a El proceso de la civilización afirma que en la base del trabajo hay un evolucionismo unilineal o, peor aún, una manera de pensar que habría de calificarse como Ideológica. En una entrevista, el historiador nortea­mericano Charles Tilly se hizo portavoz, hace poco toda­vía, de esta opinión cuando enfatizó que del libro le mo­lestaba ante todo su fuerte aunque no muy bien articulada teleología, que dice que el proceso civilizatorio en cierto sentido tuvo que tener lugar. Es ideológico en el sentido de que unos sucesos posteriores explican sucesos anterio­res, que el final explica el proceso. La segunda cosa es que ésta como muchas historias unilineales —algunas de ellas ideológicas y otras no— en cuanto a que ignora todas las counterhistories. «A mí me parece que es una historia muy selectiva que imagina que todo lo que tuvo lugar desde el siglo XVII fue civilización» (Koopmans y De Schaepdrijver 1993: 55).

Con estas afirmaciones hechas a la ligera, Tilly da la sensación de tener poco sentido para la sutileza con que Elias trata los desarrollos de largo plazo que ha señalado.

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El problema que plantea no es que el proceso de la civili­zación haya tenido que darse de cualquier modo, sino que de hecho sucedió. Para abordar este problema es preciso ver que el proceso de la civilización forma parte de un or­den más general de procesos sociales que se originan en las acciones intencionadas de los individuos y conducen a efectos que no han sido buscados o siquiera previstos por nadie. El meollo del problema está en el entrelazamiento de las intenciones individuales, o sea, en la dinámica figura­donal (Elias 1982, 2: 170). «Es este orden de entramados el que determina el curso del cambio histórico; es este or­den el que está en el fondo del proceso de la civilización» (Elias 1982, 2: 240).

Esta manera de abordar las cosas no da lugar para la idea de que «unos sucesos que ocurren después de otros explican a aquellos». Al contrario, lo posterior surge de lo anterior y por esto nunca podría explicar lo que primero ocurrió. Lo que importa es que se investigue cómo surge lo posterior de lo anterior, en el marco de «la investiga­ción de cómo las cosas vinieron a ser como son», como lo formulara el historiador americano FJ.Teggart citado con ánimo aprobatorio por Elias (Elias 1982, 2: 367). Desde luego que para el tipo de problemas que se plantean y la manera de enfocarlos, lo posterior jnega algún papel. La mirada dirigida hacia lo ya sucedido está impregnada de presente. Empero, todo esto es bien distinto a la presenta­ción de lo posterior como explicación de lo previamente sucedido.

En su propia investigación de la formación estatal en Europa Occidental, Tilly llegó a unos discernimientos que en muchos sentidos consolidan las conclusiones de El pro­ceso de la civilización (Tilly 1975: 1990). Según parece, el hecho de que a pesar de esto se exprese de forma tan crí­tica acerca de Elias, se debe a una sospecha a propósito de la construcción teórica en el terreno en cuestión. Ante to­do, entre historiadores hay mucho temor de quedas teo-

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rías envuelvan el paisaje histórico en unas masas de nubes verbales que no dejan sino figuras vagas y uniformes. To­do lo que es específico y peculiar escaparía a la vista. De las teorías de las largas duraciones se presume además que en ellas el pasado es reducido a un simple preludio del presente. Lo que no cabe en este molde se saldría del cuadro y podría contar con alguna atención acaso a mane­ra de curiosidad.

Este tipo de razonamiento no hace justicia a la obra de Elias. Esta fue escrita justamente con mucha sensibilidad para las numerosas voces que se suelen pronunciar contra todo tipo de polifonía de la historia. El autor señaló en re­petidas ocasiones cuan distintas se presentaban las situa­ciones históricas a la vista de quienes las vivieron, en com­paración con nuestra perspectiva de observadores poste­riores. Nosotros conocemos el curso posterior de la historia, ellos no podían conocerlo. El estudio del curso de los sucesos no puede prescindir de ninguna de las dos perspectivas: la perspectiva de Nosotros de los implicados, que experimentaron la situación desde dentro de un modo tan inmediato como no les puede ser dado nunca a obser­vadores posteriores que están en condiciones de ubicar la situación como una etapa dentro de una trayectoria mu­cho más extendida. La combinación de ambos puntos de vista conducen a Elias a observaciones sobre el surgimien­to del Estado francés como la siguiente:

Sólo cuando uno se devuelve por un instante al paisaje social del pasado, cuando se ven los forcejeos de las muchas casas guerreras y sus necesidades vitales inmediatas, sus obje­tivos más próximos; en una palabra, cuando se tienen pre­sentes todos los riesgos de sus luchas y de sus existencias so­ciales, se puede comprender que era muy probable la consti­tución de un poder supremo y monopolice en esta zona, pero que era incierto cuál habría de ser su centro y cuáles sus fronteras. (Elias 1982, 2: 170).

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El señalamiento a la postre de la probabilidad más o menos grande de un desarrollo que efectivamente tuvo lugar, es un primer paso en la búsqueda de una explica­ción de este desarrollo (Ver también Elias 1982, 2: 107-8). Sabemos ahora que en Francia, entre una figuración de principados más o menos autónomos, surgió un Estado central con un monopolio bastante estable de la violencia organizada dentro de límites claramente fijados. El pro­blema que se plantea es cómo se gestó este monopolio y cómo luego se mantuvo (como resultado de fuerzas que frecuentemente jalaron en direcciones muy distintas y con respecto a las cuales se puede imaginar fácilmente que en cualquier otra proporción pudieron haber producido un resultado distinto al que conocemos). ¿Fue el desarrollo tal como efectivamente se dio realmente el más probable? y de ser así ¿qué fue lo que le confirió esta alta probabili­dad?

Siempre hubo lugar para unas contrahistorias. Pero des­de nuestra ubicación privilegiada en el siglo XX podemos constatar también que las posibilidades estuvieron limita­das. Finalmente, ningún príncipe francés parece haber es­tado a la altura del creciente poder del monarca; el meca­nismo de monopolización ofrece una explicación del porqué esto fue así. Nos ayuda a ver cómo las figuraciones poste­riores surgieron entre las anteriores o, visto desde el otro ángulo, cómo las anteriores llevaron a las posteriores. De este modo se señala una dirección, pero ningún telos o meta fija.

EUROCENTRISMO

El reproche de eurocentrismo no está separado del de te­leología. Según algunos críticos, El proceso de la civilización implica que sólo en Europa y en ningún otro lugar la civi­lización humana se ha desarrollado plenamente. Contra

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esta idea dirigen (con razón) sus objeciones. Sin duda Hans Peter Duerr es quien más ha trabajado sobre este aspecto.

De acuerdo con sus propias palabras, Duerr quiso «demostrar que Elias, con su alabanza de la moderna mo­delación de los instintos que sería "la característica distintiva y causa de la superioridad de Occidente", no tiene razón» (Duerr 1990: 8). Según él, la teoría de la civilización repre­senta un tipo de pensamiento evolucionista que glorifica a Europa y ofrece una justificación del colonialismo euro­peo.

Esta posición recuerda la opinión de Antón Blok quien enunciara, incluso antes de que Duerr se pronunciara al respecto, que Elias no debiera sorprenderse si se le acusa­ba de ser portavoz del racismo (Wilterdink 1982). Al igual que Duerr, Blok acusa a Elias de ignorar en qué grado los llamados primitivos son civilizados. En palabras de Blok: «Él [Elias] desconoce su auténtica humanidad» (Blok 1982).

Según parece, Duerr tropezó ante todo contra algunos pasajes del tercer capítulo de El proceso de la civilización. Con el fin de mostrar que Elias atribuyó el éxito de los co­lonizadores europeos no sólo a su superioridad militar si­no ante todo a «una superioridad de la estructura de los impulsos», los ha citado muchas veces. «Dicho sin maqui­llaje terminológico —prosigue Duerr— esto significa que Occidente pudo someter y explotar al resto del mundo, porque tiene la civilización superior» (Duerr 1993: 12. Las cursivas son del original).

Con esta manera de "citar", Duerr desfigura la posición de Elias. Éste en realidad señaló que los colonizadores eu­ropeos sacaron provecho de su civilización, pero lo hacía como parte de una extensa exposición que —lejos de ser un simple elogio a la civilización europea— ofrece un agu­do análisis sociológico del empleo de los modales y técni­cas de organización como fuente de poder (Elias 1982, 2:

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262-265). Este análisis no puede entenderse de ninguna manera como ideología colonialista.

Desde 1939, cuando Elias publicó su libro, ha visto la luz una gran variedad de trabajos que se preguntan a qué debieron los colonizadores europeos su superioridad téc­nica, militar, comercial e incluso en el ámbito de la reli­gión (como atestigua el éxito de las misiones y de la evan-gelización). La discusión sobre el trasfondo y el carácter de la hegemonía europea continúa; con toda seguridad, el aporte de Elias aún no ha perdido vigencia. Así lo hace pensar entre otros el uso que de él ha hecho el politólogo de origen sirio Bassan Tibi en sus estudios sobre el Islam (Tibí 1988; 1990).

Como rasgo más característico del desarrollo de las so­ciedades de Europa Occidental, Elias identificó:

El hecho de que aquí surgiera una división de funciones con un alcance tan grande, un monopolio fiscal y de la vio­lencia tan estable y unas interdependencias sobre territorios tan extensos y un número de hombres tan grande como nunca antes en la historia mundial. (Elias 1982, 1: 90).

Duerr difícilmente puede negar el hecho y hay otros puntos en que coincide con Elias, aunque sea de mala ga­na. Así, afirma que la civilización humana tiene al menos 40.000 años y que desde entonces hubo sociedad sólo en asocio con civilización. Esto concuerda plenamente con la idea de Elias de que es imposible asignar en el proceso de la civilización un inicio absoluto o un punto cero (Elias 1982, 1: 90).

Duerr tampoco quisiera negar que las sociedades hu­manas han experimentado profundos desarrollos. Está dispuesto incluso a hablar de un proceso dvilizatorio:

Por supuesto que no estoy afirmando que no haya habido un proceso de civilización en el sentido de un cambio de la macroestructura social, un desarrollo de la civilización en tér­minos técnicos y materiales, rupturas e innovaciones profun-

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das en la administración, en la policía y organización militar, en la organización obrera, el transporte, el aprovisionamien­to de bienes, la forma como se eliminan los deshechos, etc. Lo que niego es —por un lado— que este desarrollo haya con­llevado una intensificación del control social, y —por el otro— que haya proporcionado a los hombres una economía afecti­va totalmente distinta, un nuevo hábito psíquico que se distin­gue de hábitos anteriores poi barreras de pudor y de pena mayores, por una reducción de la inmediatez, espontanei­dad, agresividad y crueldad, así como por una intensificación y estabilización de la gentileza, etiqueta y consideración mu­tua. (Duerr 1993: 26).

¿No será un tanto rebuscado pensar que en todas las esferas señaladas por Duerr, desde la administración hasta el bienestar, se hayan dado cambios drásticos sin que estos cambios hayan impregnado de alguna manera el funcio­namiento psíquico de los hombres? Pero Duerr se atrin­cheró en una posición que afirma esto, y se niega a reco­nocer que el proceso de civilización en Europa haya expe­rimentado un giro particular en los últimos cinco a seis siglos. Él considera que Elias sobrestima enormemente los rasgos peculiares de la civilización europea. Para darle vi­gor a esta idea se sirve de ejemplos de la antropología que espera le revelen que los hombres en todas las sociedades han ejercido algún control mutuo y que han experimen­tado igualmente unas sensaciones de pudor. Sin embargo, el material recogido por Duerr muchas veces con más di­ligencia que sentido crítico no está en contradicción con el tenor de la teoría de la civilización (Ver también Gouds­blom y Mennell 1997). Lo que en esta teoría importa no es la demostración de la existencia de un control social y un pudor en sí, recurriendo a unas anécdotas sueltas. Se trata de interpretar y de explicar las diversas formas de control social y pudor a la luz de desarrollos sociales más amplios.

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Ya se han publicado varios estudios que aplican este enfoque a sociedades no europeas. Así por ejemplo, Elcin Kúrsat-Ahlers comparó los estadios tempranos de forma­ción estatal en el imperio otomano con el modelo esboza­do por Elias para Francia. También desde esta perspectiva, Johann Arnason sometió el desarrollo de la monarquía rusa a un análisis más global. Ambos casos atañen, al igual que la Europa preindustrial, a sociedades agrario-militares en una fase que Arnason denomina formación estatal secun­daria. Una situación similar fue estudiada por Eiko Ike-gami en The Taiuiug ofthe Samurai. El cuadro que surge en su libro sobre el acortesamiento de los guerreros en el Ja­pón, presenta sorprendentes paralelos con el desarrollo en Francia descrito por Elias.

Desde luego que la indagación sobre el curso del pro­ceso civilizatorio en sociedades sin Estado también es de gran importancia. Con razón, los antropólogos han pre­sentado objeciones contra la idea de que el concepto de civilización esté ligado sin más a la formación estatal, tal co­mo se dio en Europa (Ver entre otros Thodcn van Velzen 1982). En El proceso de la civilización se encuentran algunos giros que de pronto podrían ser interpretados en este sen­tido; pero la teoría más general esbozada también en este libro y seguramente su mayor elaboración en trabajos pos­teriores no dejan duda de que el concepto de civilización es aplicable a todas las sociedades humanas. En toda so­ciedad los hombres aprenden determinadas pautas de comportamiento, lo hacen en parte siguiendo sus propios impulsos, en parte bajo la coacción rigurosa o suave de otros. Procesos de civilización (es natural pasar aquí al plural) se revelan en todas aquellas partes donde unas maneras son traspasadas, seguidas y ajustadas. Muchas ve­ces las maneras cambiarán poco de generación en genera­ción; entonces el proceso de civilización presenta una fuerte continuidad. Pero cuando las relaciones humanas

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experimentan un movimiento, también las maneras cam­biarán y el proceso de la civilización toma un nuevo giro.

La mayor parte del material reunido por Elias en El proceso de la civilización tiene relación con las élites de una sociedad agrario-militar en un período de profundos cam­bios sociales que, entre otros, conducen a la formación de Estados cada vez más grandes y fuertes. Lo mismo es váli­do para los estudios ya citados de Kürsat-Ahlers, Ikegami y Arnason. En todos estos casos la investigación se centra en la relación entre civilización y formación estatal. La pre­gunta es cómo han transcurrido procesos de civilización en sociedades con otra estructura política.

Con eso entramos a los dominios de la antropología social y cultural cuyo objeto de estudio tradicional han si­do justamente las sociedades con una organización más o menos militar. Llevar a su campo el método sociogenético desarrollado por Elias, también representa un reto para los antropólogos. Me parece que éste propósito encuentra abundantes puntos de referencia en la obra de antropólo­gos de orientación fuertemente histórica, como Marvin Harris y Eric Wolf. Alguien que se ha dejado inspirar di­rectamente por Elias es Wim Rasin. Me refiero a su estu­dio sobre los cambios en el control social y el comporta­miento en una sociedad esquimal desde el segundo cuarto del siglo XIX. Rasing describe cómo la incorporación de los esquimales en el conjunto más grande del Estado ca­nadiense ha conducido en su propia comunidad al debili­tamiento de los lazos mutuos y del control social. Él llega a la conclusión de que la tendencia que se puede ver en este caso es distinta a la de los países de Europa Occiden­tal, donde:

Un creciente control de la violencia por parte de las instancias centrales se desarrolló en estrecha relación con el avance del autocontrol de los individuos, mientras que aquí [entre los esquimales] el proceso civilizatorio mostró una tendencia inversa. (Rasing 1994: 319).

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LOS PROCESOS DE CIVILIZACIÓN EN EUROPA

En relación con el desarrollo en Europa, a Elias se le acusa con frecuencia de haber atribuido un peso excesivo al proceso de formación estatal y al papel de la nobleza en el mismo, mientras que él habría subvalorado la participa­ción de otros procesos, grupos e instituciones sociales. Se considera que Elias habría prestado atención insuficiente en especial, al aporte de la iglesia, la religión, el cristia­nismo. En este sentido se pronuncie) Franz Borkenau ya en 1939 y la objeción ha sido reiterada desde entonces en numerosas ocasiones. Dilwyn Knox, por ejemplo, hace poco defendió la idea de que el proceso de la civilización no sólo en Europa recibió sus impulsos primarios «de cir­cunstancias religiosas o culturales antes que de unas de ti­po político» (Knox 1991: 109).

El estudio de Knox ofrece material interesante sobre el desarrollo de las maneras en la mesa y otras formas de control del cuerpo, que se complementa con la informa­ción reunida por Elias. No obstante esto, Knox presenta su trabajo no como un aporte complementario a la teoría sino como una refutación de la misma.' Él cree que para Elias los factores políticos tienen el primado en el desarro­llo, mientras él lo asigna a la religión.

Me parece poco fructífero devolver la discusión a un rígido debate sobre opuestos excluyentes, donde prima la búsqueda de un primer origen ante el esfuerzo por identifi­car unos desarrollos (Elias 1982, 2: 36). En la sociedad agrario-militar de la Europa preindustrial, la religión y la política estuvieron entrelazadas de múltiples maneras, así como también el clero y el Segundo estado, la nobleza; juntos constituían una figuración social que envolvía ade­más también al Tercer y Cuarto estados, los burgueses y el

Ver también nenes Buch von Goudsblom, capítulo 10.

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resto del pueblo. Con el fin de poder dedicarse sin estor­bos a la religión, el oficio de la guerra, el comercio o la agricultura, los hombres habrían buscado dentro de cada uno de estos estados cierta autonomía para su propio campo! Pero debió ser difícil sustraerse de forma duradera a la influencia de otros campos. Así lo quisieran o no, los diversos grupos eran interdependientes; y por lo tanto las líneas que cada uno representaba por sí solos en el proce­so de civilización también ejercieron una influencia mu­tua.

De la misma manera en que se puede ampliar la cober­tura de este cuadro de modo tal que los desarrollos en Europa aparecen como un episodio en un proceso mucho más amplio, el desarrollo europeo mismo puede verse también de forma mucho más diferenciada. El proceso de la civilización ofrece numerosos impulsos que señalan esta dirección. Según parece, el proceso civilizatorio de Euro­pa se desarrolló siguiendo distintas líneas de clase, Estado, religión y nación. En el libro se atiende ante todo este úl­timo aspecto; la comparación entre los desarrollos de Francia, Alemania e Inglaterra la atraviesa la exposición como una corriente de fondo.

En una serie de casos, la teoría de la civilización ya ha sido aplicada con beneficio al estudio de desarrollos cultu­rales e institucionales específicos, como la sociogénesis del matrimonio eclesiástico y burgués (Michael Schróter), el surgimiento del deporte y otras formas modernas de ocio (Elias y Eric Dunning), la formación del oficio de artista (Bram Kempers) y el desarrollo de diversos sistemas de

El concepto de campo aparece algunas veces en El proceso de la civi­lización (ver por ejemplo 2: 299-300), pero en la sociología de Pierre Bourdieu ocupa un lugar central. Valdría la pena estudiar con más detalle los puntos de referencia, las concordancias y las diferencias entre las ideas de Elias y Bourdieu.

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bienestar como la atención a los ancianos, la educación y la salud (Abram de Swaan). La relación entre comporta­miento, poder y hábito se ve nítidamente también en las investigaciones sobre la historia del delito, la justicia y las penas judiciales de Pieter Spierenburg, David Garland y otros.

Estoy indicando apenas una pequeña muestra de los abundantes estudios realizados en los últimos años con el propósito de conocer el cuadro de las diversas líneas his­tóricas del proceso de civilización europeo con más deta­lle. Otras investigaciones que se han producido mucho an­tes de la obra de Elias o que han surgido de modo inde­pendiente de ésta también parecen estar bastante de acuerdo con la teoría. El estudio de Tocqueville sobre el Antiguo Régimen es uno de estos ejemplos; Feasants into Frenchmen de Eugen Weber es otro más reciente.

Este último puede leerse en cierta medida como una continuación de El proceso de la civilización. El libro trata de un período posterior, de 1870 hasta 1914, y pone el fo­co sobre un grupo social que en el trabajo de Elias queda bastante rezagado: los campesinos. Cuando en El proceso de la civilización se mencionan los campesinos, casi siem­pre se hace referencia a informes de escritores pertene­cientes a otros Estados, que describen la vida campesina en términos poco favorables. Weber esboza un cuadro cuidadosamente documentado del aislamiento en que grandes partes del campo francés permanecen aún alre­dedor de 1870, lo mismo que de las duras condiciones en que vivían los hombres cpie dependían directamente de la tierra, del clima, de los cultivos y d d ganado y que eran presos de una fuerte jerarquía social. De este modo, su li­bro no sólo ofrece una ampliación del horizonte cronoló­gico de El proceso de la civilización, sino que también pro­duce un cuadro sociológico más agudo y, gracias a sus re­ferencias sobre los regímenes ecológicos en que han vivido los hombres, más amplio.

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DESARROLLOS CONTEMPORÁNEOS

Ante todo se supone que dos tendencias presentes en el siglo XX estarían en contradicción con la teoría de la civi­lización: se trata del relajamiento de una serie de normas sociales y formas de trato mutuo —la inforrnalización—, y del surgimiento y florecimiento de unos movimientos vio­lentos, como los Nazi en Alemania —un proceso de barba-rizadón o brutalización—.

La inforrnalización fue ampliamente comentada por Cas Wouters. En la discusión con otros sociólogos, Wou-ters ha expuesto —a mi juicio de manera convincente— que el relajamiento de algunas formas de trato se puede explicar muy bien en el marco de la teoría de la civiliza­ción — un punto de vista que Elias por su parte también ha aclarado (Wouters 1990; Elias 1989: 33-60)-.

Resulta curioso que las ideas de Hans Peter Duerr en cierta medida vayan en la misma dirección, aunque sea en términos bastante diferentes y con una intención crítica. Él señala que los hombres que viven en pequeñas comu­nidades tienen pocas oportunidades de sustraerse al con­trol social permanente de parientes y vecinos. La sociedad más diferenciada de las grandes ciudades, en cambio, ofrece a los individuos muchas posibilidades de evadir este control y, por esta vía, una libertad mucho mayor:

Seguramente hoy en día cada individuo se relaciona

con muchas más personas, pero en la interacción no se

encuentran tanto personalidades en su conjunto sino más

bien fragmentos de personas. En consecuencia, el conoci­

miento que se tiene del otro también queda mucho más

fragmentario. Pero esto significa que las infracciones de

normas y conductas incorrectas por lo general suscitan

menos consecuencias: la persona respectiva no pierde el

rostro, sino uno de sus rostros. (Duerr 1993: 28).

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Con razón Duerr emplea la forma comparativa: más fragmentario, con menos consecuencias. Así que admite que no estamos ante un vuelco de un estado a otro sino ante cambios que son sólo relativos. Pero a mi juicio él no va lo suficientemente lejos. Al hablar de infracciones de normas y mala conducta él sugiere que las normas como tales son fi­jas mientras que en la teoría de la civilización las normas (y así también el significado de lo que es la infracción) forman parte de los comportamientos sociales fluctuantes.

Por lo demás, Duerr tiene poco sentido para los com­ponentes de poder, que para Elias juegan un papel cen­tral. De acuerdo con éste, la creciente diferenciación so­cial forma sólo un requisito para la inforrnalización; otro, al menos igualmente importante, es la creciente fuerza de unos grupos menos privilegiados (marginados) en relación con las élites consolidadas. Para los tradidonahnente con­solidados se ha menguado el margen que tienen para po­der permitirse libertades en relación con los demás, para los marginados (en algunos casos quizás haya que decir: del pasado) este margen se ha dilatado (Elias 1989: 50).

Inforrnalización por cierto no significa libre juego para todos los impulsos. Al contrario: en su introducción a El deporte y el ocio en el proceso de la civilización escrito junto con Eric Dunning, Elias volvió a subrayar que la vida social en las sociedades de Europa Occidental se ha vuelto inne­gablemente mucho menos formal pero que cada día es más ajustada a la evasión casi automática de todo extremo emocional:

En otras palabras, la supervivencia y el éxito social en estas sociedades dependen hasta cierto punto de una coraza segura, ni demasiado fuerte ni demasiado débil, de autocontrol individual. Hay en tales sociedades sólo un marco comparativamente reducido para la exhibición de los sentimientos fuertes, las antipatías profundas o el re­chazo hacia otras personas, mucho menos para la ira can­dente, el odio mortal o el impulso irrefrenable de golpear

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a alguien en la cabeza. Quienes sufren fuertes perturba­ciones o son presa de sentimientos que no pueden con­trolar terminan en el hospital psiquiátrico o en la cárcel. Los estados de elevada excitación se consideran anorma­les en una persona, como un peligroso preludio de vio­lencia en una multitud. (Elias y Dunning 1986: 41; 1992: 55-56)

En El proceso de la civilización Elias también empleó la imagen de una coraza de comportamiento civilizado. Enfati-zaba entonces que esta coraza puede funcionar sólo bajo condiciones sociales específicas: se «desmorona muy rápi­damente» cuando «en relación con un cambio estructu­ral», la seguridad en que descansa el trato social se des­ploma (Elias 1982, 1: 232. Ver también neues Buch). No es difícil ver que aquí se alude a una segunda tendencia en el desarrollo contemporáneo, de la cual algunos críticos han afirmado con gran aplomo que la teoría de la civilización de Elias no la habría tenido en cuenta y que no estaría di­señada para incorporarla: la barbarización o brutalización tal como se ha manifestado intensamente en los excesos del nazismo.

Ante todo algunos críticos americanos y británicos han sindicado a Elias de haber esbozado un cuadro demasiado rosa del proceso de la civilización y de haber hecho caso omiso a los horrores de su propio época. Si creyéramos a estos críticos, El proceso de la civilización se habría escrito en una isla de las maravillas, lejos de las tormentas del si­glo XX. En palabras del antropólogo Edmund Leach: Elias habría formulado su teoría al mismo tiempo en que «Hitler estaba refutando sus argumentos centrales a una escala que era la mayor posible» (Citado en Mennell 1989: 228).

Parece un poco simple pensar que Elias haya sido tan ingenuo. Él escribió su libro en el exilio y a la segunda edición la antecede la sobria dedicatoria: «Dem Andenken rneiner Eltem Hermann Elias, gest. Breslau 1940, Sophie Elias,

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gest. Auschwitz 1941 (?)».* El pasaje ya citado sobre la vulne­rabilidad de la coraza del comportamiento no quedó solo; en muchas partes de El proceso de la civilización se encuentran referencias al desarrollo en Europa Occidental en los años treinta (Ver también Heerma van Voss y Van Stolk 1987: 53-62).

Más tarde, en Síudien über die Deutschen (Estudios sobre los alemanes) Elias volvió de modo más extenso sobre este asunto. Lo hizo ante todo en el ensayo Der Zusammenbnich der Zivilisation (El derrumbe de la civilización) cpie fue es­crito originalmente con motivo del proceso seguido a Adolf Eichmann en 1961. Elias lo mantuvo en reserva du­rante años. Curiosamente este ensayo parte de la misma idea que forma la base de Modernity and the Holocaust de Zugmunt Batimán. Ella apunta a que el nacionalsocialismo tal vez reveló de modo particularmente craso la condición de las sociedades actuales, las tendencias de la acción y del pensamiento en el siglo XX que se encuentran también en otras partes (Elias 1989: 395).

Una diferencia con Bauman se encuentra en el cuida­doso tal vez que Elias prefiere en este caso. Por cierto, no se le puede pedir ni a Elias ni a Bauman una explicación sa­tisfactoria del nazismo. Tal explicación aún no existe en ninguna parte. Disponemos tan sólo de una serie de co­nocimientos dispersos sobre el trasfondo y diversas cir­cunstancias que han contribuido a su surgimiento y flore­cimiento.'

Orig. alemán, A la memoria de mis padres, Hermann Elias, muerto en Breslau, 1940. Sophie Elias, muerta en Auschwitz, 1941 (?).

Uno de los mejores estudios sociológicos sobre el surgimiento del nacionalsocialismo sigue siendo Hetfascisme en de nieuwe vrijheid (El fascismo y la nueva libertad) de J. de Kadt que fue publicado ya en 1939. El autor partía explícitamente de la pregunta sociológica de cuál era la función positiva del nacionalsocialismo para sus partida­rios.

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Una acotación que está implícita en la teoría de la civi­lización, aunque Elias mismo no la formulara expresamen­te: en la medida en que los hombres van aprendiendo unos estándares de comportamiento y también van adqui­riendo una determinada competencia, su competencia en otros terrenos queda atrás casi inevitablemente. La lucha armada y el manejo de las armas representan un ejemplo muy ilustrativo. Las sociedades estatales modernas son bastante pacificadas internamente. La violencia organizada ahí está —para hablar con las palabras de Elias— acuartela­da en tan alta medida que sólo unos especialistas reciben entramiento en el manejo de las armas. Los demás necesi­tan la paz y son inermes frente a las amenazas de fuerza fí­sica. Es posible que una de las precondiciones del éxito del nazismo se encuentre en la incapacidad de responder a la violencia física, extendida entre sus adversarios y víc­timas. Para Thorstein Veblen se trataría de una trained in-ability (Veblen 1914: 193).

MATICES

Entre los pasajes mejor conocidos de El proceso de la civili­zación se encuentran las últimas páginas de la parte se­gunda, donde Elias esboza las condiciones en que los hombres podrían afirmar de sí mismos con alguna razón que son civilizados. Estas páginas han causado mucho des­concierto. Considero que ellas deberían ser leídas junto con las páginas iniciales de la parte primera, donde civili­zación es introducida como un concepto que expresa el sentimiento de superioridad occidental. En las líneas fina­les, el autor recuerda que la sociedad europea todavía está lejos de los ideales que se suelen relacionar con este con­cepto. Subraya de nuevo que sería una ilusión pensar que Europa ya esté civilizada en ese elevado sentido. El libro sobre el proceso de civilización en Europa fue escrito jus­tamente con el propósito de despojar al concepto de civi-

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lización de su aureola mística (Ver también Elias 1989: 401).

Como proceso, empero, la civilización no fue ni mucho menos un mito para Elias. Consideraba como innegable­mente reales los cambios en los hábitos que provenían de cambios en la conducta y el poder y que, por su parte, vol­vían a influir sobre éstos. Que en Europa estos cambios presentasen a lo largo de siglos una determinada direc­ción, representaba un importante descubrimiento para Elias. Atribuía una importancia al menos similar a la com­prensión general del carácter del proceso de la civiliza­ción, a la cual contribuyó con su estudio.

Considero como uno de los aspectos importantes de la teoría de la civilización de Elias la ruptura que representa en relación con la habitual oposición entre cultura y natu­raleza. La naturaleza humana es representada con fre­cuencia como adversaria rebelde e irreconciliable de la civilización: «El animal humano no puede ser domado a través de la civilización» constituye una apreciación apo-díclica que no deja campo para matices (Mestrovic 1993).

Pero justamente de matices se trata en la teoría de la civilización. Como Elias advirtió, ante todo en su obra tar­día, «el aprendizaje de autocontrol es un universal huma­no, una condición común de la humanidad». Por el otro lado las maneras en que se realizan los procesos de civili­zación son extremadamente variables:

Lo que puede variar, lo que de hecho ha cambiado durante el largo proceso de desarrollo de la humanidad, son las normas sociales de autocontrol y la manera en que se las hace funcionar y adaptarse al potencial natural en cada uno para retrasar, suprimir, transformar, en resu­men, controlar de diversas maneras las pulsiones elemen­tales y demás sentimientos espontáneos. Lo que ha cam­biado, para decirlo brevemente, son los agentes de con­trol formados durante el proceso individual de

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aprendizaje del niño, a los cuales hoy conocemos con los nombres de razón o conciencia, ego o superego (Elias y Dun-ning!986:45; 1992:61).

El término hábito sirve para referirse a las formas de control y regulación de los impulsos que los hombres se apropian en el curso de su vida y que determinan en gran medida su comportamiento. Por lo demás no se trata úni­camente de control y regulación de unas furias indiferen-ciadas, como indican las dificultades que pueden tenerse con impulsos aprendidos tan sencillos como el de fumar, de beber o jugar. En el caso de intensos sentimientos diri­gidos contra otras personas, como el amor, la envidia o la venganza, resulta aún más evidente que los impulsos emo­cionales se forman socialmente. La variación en los hábi­tos después de todo es muy grande. Esto sin embargo no significa que una teoría general de la civilización no sirva para la exploración de su sociogénesis.

PODER, HÁBITO Y COMPORTAMIENTO: SOBRE

LOS EXPERIMENTOS DE MILGRAM

La teoría de la civilización es parte de la más amplia teoría de las figuraciones humanas. La idea básica de la misma dice que los individuos que forman conjuntamente una fi­guración, son formados al mismo tiempo por esta figura­ción.

El e.xplanandurn más importante en la teoría de la civili­zación es el hábito, que comprende cambios tanto como continuidades. Esto es la variable dependiente que influye sobre las otras dos variables: comportamiento y poder.

En sus experimentos sobre autoridad y obediencia Stanley Milgram demostró de modo verdaderamente dramático la enorme dependencia del comportamiento en relación con el poder. Por orden de un experimentador, unas personas hicieron cosas que normalmente nunca ha-

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rían. ¿Por qué lo hicieron? Porque se encontraban en una situación en que pensaban no tener elección; la autoridad del experimentador se había convertido en orientación para su acción. Allí estuvieron sentados detrás de un bo­tón, y no podían de otra forma.

Milgram concluyó de esto: con frecuencia el compor­tamiento se define por la situación y no por el tipo de per­sona que es (Milgram 1974: 205). Dudo mucho que sea adecuado plantear las cosas en estos términos, creo que se está recurriendo a una oposición equivocada. Los hom­bres (personas) constituyen unos con otros figuraciones; son los seres humanos, las personas, quienes crean las si­tuaciones; de las figuraciones surgen las situaciones a las cuales los hombres adaptan su comportamiento de acuer­do con las relaciones de poder y según la apreciación que tienen de éstas.

La situación básica en los experimentos de Milgram fue una en donde los hombres no se dejaron orientar por su propia conciencia sino por las instrucciones del experimen­tador. Las órdenes condujeron a que las personas objeto del experimento dieran choques eléctricos cada vez más dolorosos a una tercera persona, la víctima, que quedaba invisible pero que por sus gemidos y lloriqueos manifesta­ba los dolores que le causaban los corrienlazos. La mayo­ría de las personas en prueba encontraba las órdenes del experimentador en extremo desagradables; algunos roga­ron que les dejaran ir, pero el experimentador no se dejó ablandar: tenían que pasar. Para la mayoría de las perso­nas objeto del experimento no había ninguna instancia in­terna a que se hubieran permitido acudir para ofrecer re­sistencia contra la orden. Por el breve lapso que duró el experimento, la situación obró por ellos, y lo hizo en una dirección descivilizadora en un sentido doble: en su acción no se dejaron guiar por su propio juicio sino por las órde­nes de otro, y el tipo de estas órdenes implicaba que no tuvieran en cuenta las sensaciones de quienes recibían los

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choques eléctricos. La relación de poder era tal que las personas objeto del experimento obedecieron ciegamente al experimentador, sin que consideraran el dolor que cau­saban a la víctima.7

(Por fortuna) también hubo personas que en determi­nado momento se negaron a continuar su colaboración. En cuanto a su hábito se distinguía visiblemente de los que continuaron colaborando; deberíamos interesarnos más por lo que les dio la capacidad de desobedecer, de dónde sacaron fuerzas para oponerse. Milgram varió la si­tuación experimental de distintas maneras; las condiciones sociales parecían de importancia decisiva. De ahí que creía poder concluir que muchas veces no son las personas sino las situaciones las que definen la conducta.

Pero de nuevo, esta es una oposición falsa. Quienes de­finen y hacen las situaciones son personas. Con la palabra hábito apuntamos, entre otros, a la manera en que una persona enfrenta las diversas situaciones —y la capacidad y disposición de desafiar determinados tipos de autoridad forma parte de esto—.

El hábito por su parte es resultado, residuo, de un sin­número de experiencias pasadas frente a situaciones socia­les en que la persona aprendió a comportarse de determi­nada manera.

El hecho de que se trate de aprender es más importante que una eventual interpretación psicoanalítica del proceso de aprendizaje. Un hábito es un una postura vital apren­dida, un conjunto de trained ahilities y trained inabilities. Las personas aprenden a manejarse en determinados tipos de situaciones; una consecuencia de esto puede ser su desconcierto ante otros tipos de situaciones. Este es un aspecto de la vida social que parece muy apropiado para

En relación con la teoría de la civilización llama la atención que el dolor era causado mediante un choque eléctrico. Entre las personas objeto del estudio y la víctima no se dio ningún contacto físico.

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un análisis al estilo de Erving Goffman: los hombres tie­nen un interés en la creación de un determinado tipo de situación, en la que ellos mismos se desenvuelven bien. Son situaciones en que importa saber hablar bien, o con­tar, o disparar, o negociar, agrandarse, achicarse, etc.

La situación en que Milgram colocó a las personas ob­jeto de su estudio, fue de corta duración y él hizo lo posi­ble para que el experimento no dejara huellas permanen­tes. De la formación de hábitos no se trató, sino más bien de lo que se presentó en los campos de concentración en tiempos de los nazis. Los libros de Primo Levi contienen buenas descripciones de los cambios en la conducta de aquellas personas que se vieron enfrentadas con relacio­nes de poder radicalmente modificadas. Levi también deja ver cuántos presos adquirieron nuevas aptitudes sociales que les permitieron adaptarse mejor a la vida en estos campos (Ver ante todo Levi 1987 y 1991).

C O D A

La teoría de la civilización ha recibido abundantes críticas. Estas ofrecen mucho material para la reflexión y para una explicación y elaboración más detallada de la teoría.

Un punto de la crítica podría ser que se hace todavía demasiado poco uso de las posibilidades de incorporar conocimientos sociológicos y psicosodales más recientes en esta teoría. El comentario sobre los experimentos de Milgram aquí presentado es un pequeño intento de avan­zar en esta dirección.

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