la sombra

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UNIVERSIDAD DE LAS FUERZAS ARMADAS-ESPE PEPARTAMENTO DE CIENCIAS HUMANAS Y SOCIALES APRECIACIÓN DE LA LITERATURA DOCENTE: MGTR. DENICE BARRIONUEVO LA SOMBRA Carl Jung, psicólogo suizo transpersonal, se interesó en estudiar la dimensión espiritual de la psicología, donde desarrolló conceptos muy relevantes para la práctica de la misma. Como punto de partida señala que existe un lenguaje común entre los seres humanos que se expresa a través de símbolos compartidos inconscientes y ancestrales, los que denomina como arquetipos y que son parte del inconsciente colectivo. Símbolos distintos de signos, como imágenes que representan lo que está más allá del significado obvio de las cosas, pertenecen a lo desconocido, lo inconsciente. Se refiere a cosas más allá de la razón. Los arquetipos no son representaciones fijas, sino son tendencias a formar, representaciones sobre un modelo básico que puede variar constantemente y produce asombro y desconcierto cuando aparece en la conciencia. La sombra era para Jung un arquetipo básico que representa lo desconocido e inexpresable, es decir, el propio inconsciente colectivo. La sombra para ser trascendida debe ser primero conocida por nosotros mismos, para luego aceptarla, como reflejo de algunos aspectos de nuestra personalidad que nos cuesta ver y reconocer habitualmente, ya sea porque no nos agradan o tenemos temor a mirarnos por dentro. Luego de mirar mi sombra, reconocerla como parte de mí, puedo trabajar en un cambio para que deje de ser un aspecto oculto y salga a la luz, así integro en mí las distintas polaridades que me conforman, como por ejemplo, la agresividad v/s amor, y me veo de forma realista y completa. Armonía en lo general implica unión de lo consciente e inconsciente dentro de mi mente. LA SOMBRA FAMILIAR 1

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Cuento con una mezcla de Poesía

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Page 1: LA SOMBRA

UNIVERSIDAD DE LAS FUERZAS ARMADAS-ESPEPEPARTAMENTO DE CIENCIAS HUMANAS Y SOCIALES

APRECIACIÓN DE LA LITERATURA

DOCENTE: MGTR. DENICE BARRIONUEVO

LA SOMBRA

Carl Jung, psicólogo suizo transpersonal, se interesó en estudiar la dimensión espiritual de la psicología, donde desarrolló conceptos muy relevantes para la práctica de la misma.Como punto de partida señala que existe un lenguaje común entre los seres humanos que se expresa a través de símbolos compartidos inconscientes y ancestrales, los que denomina como arquetipos y que son parte del inconsciente colectivo.Símbolos distintos de signos, como imágenes que representan lo que está más allá del significado obvio de las cosas, pertenecen a lo desconocido, lo inconsciente. Se refiere a cosas más allá de la razón.Los arquetipos no son representaciones fijas, sino son tendencias a formar, representaciones sobre un modelo básico que puede variar constantemente y produce asombro y desconcierto cuando aparece en la conciencia.La sombra era para Jung un arquetipo básico que representa lo desconocido e inexpresable, es decir, el propio inconsciente colectivo. La sombra para ser trascendida debe ser primero conocida por nosotros mismos, para luego aceptarla, como reflejo de algunos aspectos de nuestra personalidad que nos cuesta ver y reconocer habitualmente, ya sea porque no nos agradan o tenemos temor a mirarnos por dentro.Luego de mirar mi sombra, reconocerla como parte de mí, puedo trabajar en un cambio para que deje de ser un aspecto oculto y salga a la luz, así integro en mí las distintas polaridades que me conforman, como por ejemplo, la agresividad v/s amor, y me veo de forma realista y completa.Armonía en lo general implica unión de lo consciente e inconsciente dentro de mi mente. LA SOMBRA FAMILIAR

La Doma y La Monta: Quizá a muchos les resultará duro de aceptar, pero desde que los seres humanos llegan al mundo, los padres se empeñan en que sus hijos sean cada vez menos esa suma de energía, emociones e instintos que traemos como especie y, en cambio, cada vez más lo que consideran razonable, conveniente y necesario para el “buen funcionamiento” de la familia y de la sociedad en general. En muchos casos, los padres quieren que sus hijos sean lo que ellos no pudieron ser o lo que ellos creen que han llegado a ser, pero La doma de los niños empieza con los horarios de alimentación que impone quien los amamanta: “no me importa lo que tú quieras o necesites, aquí mando yo, yo estoy primero que tú, en esta casa no puedes hacer lo que te da la gana”. Más tarde puede suceder que para que el niño “no se haga caprichoso”, no se le da lo que pide, hasta que con el tiempo aprende a no pedir, a no desear, a no soñar, y puesto que a través del llanto sus padres pueden descubrir qué era lo que necesitaba y no obtuvo, aprende a reprimir el llanto, a tragarse la frustración. Hay mandatos (o maldiciones en el lenguaje de los cuentos de hadas) que van desde “no juegues”, “no llores”, “no seas agresivo”, “no seas egoísta”, hasta “no confíes en nadie”, “no sientas placer”, “no seas feliz”. Los primeros mandatos (órdenes, maldiciones) son por lo general explícitos, lo segundos no, o en todo caso, menos evidentes.

La doma obra en segundo lugar mediante el tiempo libre que disponen los padres, los espacios sociales en que se mueve la familia, el tono de voz que utiliza quien los cuida y el conjunto de reglas que se fijan en torno al juego, la comida, el sueño o la vestimenta, en las que se ponen en evidencia sus valores, preceptos, ideales, ambiciones, prejuicios, temores y sueños. Todo lo que no se ajuste a ese “molde” es

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considerado como testarudez, desafío a la autoridad, ingratitud, malevolencia, inmoralidad, grosería, malicia, procacidad, insensatez, egoísmo y, debido a ello, los pequeños son castigados, abominados, humillados y marginados de manera directa o indirecta, pues la enseñanza no solo se produce mediante lecciones verbales o castigos, sino y sobre todo, a través del ejemplo, y de una serie de presiones sutiles, pero de gran efectividad.

Pero los padres y madres no solo dicen lo que el niño tiene que hacer (mandato), sino lo que es (atributo). En otras palabras, no solo dicen “tienes que comportarte bien”, sino “eres bueno” (para que al salirse de ese molde, se sienta mal y se obligue a “ser bueno”), no solo dicen “tienes que ganar” sino “eres un campeón” (para que no se atreva a sentirse “perdedor”, evite “equivocarse” y, más tarde, no acepte que se ha equivocado alguna vez)... Así, el niño no tiene que ser “algo” porque según sus progenitores ya lo es. Esta es una forma de moldeamiento mucho más eficaz que las simples órdenes, pero entre las dos se complementan a la perfección. Resulta además que muchas veces esta sugestión hipnótica se manifiesta de forma aparentemente contradictoria o confusa: “Yo le he dicho que tenga más amigos –dice a otros delante del niño-, pero el pobre es tan tímido. ¿No es así, chiquito?”. O: “Me he cansado de decirle en todos los tonos que sea más ordenado, pero es tan descuidado. ¿No es cierto, mi amor?”. Por un lado se recrimina su “falta”, por otro se le da a la recriminación un tono de “dulzura” y se niega de plano aquello que se le pide que afirme. El resultado: la confusión (y la vergüenza) se acrecienta quitándole la posibilidad de rechazar airadamente aquello que se le está imponiendo o reclamando pues la aparente dulzura le quita piso para actuar de dicha manera y, de llegar a hacerlo, de inmediato se sentiría culpable. Laing atribuye a esos mensajes contradictorios (lazos dobles,los llama), mensajes como: te amo tanto (pero a la menor provocación te castigaré con crueldad), tienes prohibido llegar tarde (pero en el fondo puedes hacerlo pues no me importa), etc. la confusión puede llegar a extremos patológicos. “Mamá no me ama ./ Me siento malo./ Me siento malo porque ella no me ama./ Soy malo porque me siento malo./ Me siento malo porque soy malo./ Soy malo porque ella no me ama./ Ella no me ama porque soy malo”, etc.

En todas las familias hay “susurros”, esto es, palabras que no se dicen en voz alta, pero que están siempre presentes, como por ejemplo: “Aquí no hay nadie responsable, o No estás a la altura, no eres tan bonita como tu hermana, no eres tan listo como tu hermano, nunca llegarás a nada, tienes que destacar o hacer carrera, o Esto no es perfecto, lo que estás haciendo no es lo suficientemente bueno para una persona con un talento como el tuyo, podrías hacerlo mucho mejor...”

Si la palabra dicha en voz alta puede llevar a la ira, la frustración o la rebelión abierta, los “susurros” llevan directamente a la neurosis, en especial si lo que se está cuestionando no es el hacer, sino el ser mismo del pequeño: no es que ha hecho algo “malo”, sino que es “malo”; no está desarreglada, es fea (y lo que es peor, no solo por fuera); el muchacho no está insoportable, es un monstruo. Muchas veces el pequeño se ve obligado a actuar como se espera que actúe, para no poner en entredicho la opinión de sus padres, su centro de autoridad: prefiere ser él quien está “mal” y no ellos quienes se equivocan respecto de él.

Los habitantes de esa casa se sienten juzgados de manera subterránea –aun cuando nadie sea perfectamente consciente de juzgar o de ser juzgado- y por tanto desconfían allí donde deberían sentirse aceptados y por consiguiente a salvo. Los miedos de los más pequeños se verán alimentados entonces por esos “susurros” que provienen de los propios miedos de los padres; de padres que, por ejemplo, sienten que no han llegado a donde han querido y “susurran” a sus hijos que ellos no llegarán a ninguna parte, que sienten que no son lo suficientemente buenos, pero “susurran” que son ellos, sus hijos, los que no son lo suficientemente buenos, lo hacen los abuelos, bisabuelos y tatarabuelos, y si el “susurro” es escuchado más tarde en la escuela en donde ciertos maestros tienen un discurso hecho en torno a lo

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estúpidos que son sus alumnos, y si por azar esto se refleja en las supuestas evaluaciones que resultan las “notas”, el problema será aun más severo.

Pueden ser igualmente efectivas otro tipo de predicciones: en “Los guiones que vivimos”, los padres del recién nacido “predicen” si el niño va a ser “sano, enfermizo, listo, estúpido, afortunado o desgraciado”, a partir de indicios con frecuencia arbitrarios que a su vez lleva a suposiciones y luego a certezas que luego se expresan de forma cotidiana delante del niño. Hay padres que se alarman cuando encuentran que su hijo o hija consume drogas, alcohol o aparece embarazada: no se dan cuenta de que ellos mismos los encaminaron mostrándose permisivos ante el alcohol, la droga o la sexualidad irresponsable.

Con frecuencia el chantaje emocional es el recurso que mejor le funciona a quienes quieren hacer de nosotros lo que sueñan: “Entonces... ¿ya no me quieres?”; “si no comes toda la comida, me voy a poner muy... muy triste”; “me vas ahora a decir eso a mí que te he criado desde que eras un bebé y he sacrificado por ti los mejores años de mi vida?”, “¿no comprendes que la única razón por la que he aguantado todos estos años a tu padre (o madre) es por ti, para hacer de ti una persona de bien, y ahora me pagas así?”; “si así me tratas ahora, cómo me tratarás cuando sea una vieja”; “yo, trabajando día y noche, como un burro para darte de comer y, este es el resultado”; y cuando todo falla o para concluir: “dime qué he hecho mal, dime en qué me equivoqué contigo, por favor...”. La culpa que genera este tipo de chantajes es enorme. Ante esa falla, el chantajista dirá invariablemente: “¿ya ves?, ¿yo qué te dije?”, con lo que de alguna manera estaríamos frente a una predicción un poco más difusa, pero por desgracia, muy efectiva.

Pero el adoctrinamiento familiar tiene aun otra faceta poderosa, el niño o niña aprende a esconder sus aspectos inaceptables (ira, intriga, frustración, comadreo, depresión, destructividad, erotismo, odio, orgullo, morbosidad... o –si es el caso- ternura, tranquilidad, delicadeza, habilidades artísticas, etc.) a fin de mostrar solamente el lado aceptable para su familia y medio social (bondad, generosidad, ecuanimidad, positivismo, solidaridad, comprensión... o –si es el caso- agresividad, rivalidad, habilidades artísticas, etc.

LA SOMBRA DE LA ENFERMEDAD

La infección, el entumecimiento, la irritación, el dolor, la inflamación, la indigestión, la parálisis, la subida o descenso de la temperatura corporal, la carencia o exceso de algún elemento relacionado con nuestros órganos, está relacionado por lo general con un problema emocional que no hemos logrado resolver y que se manifiesta a través del síntoma.

Desde este punto de vista el cuerpo sería la manifestación de todos los desequilibrios que ocurren en la conciencia. El asunto de fondo es que no hemos sido capaces de reconocer nuestra SOMBRA, hemos jugado a proyectarla en los otros y hemos dejado entre paréntesis la solución de aquello que nos sucede y avergüenza, hasta que lo que pensábamos oculto en el sótano, emerge en forma de síntoma primero, cuando estos síntomas persisten, en forma de enfermedad, e incluso como aquello que llamamos accidente y que bien podría ser una forma extrema de nuestro inconsciente para llamar la atención sobre lo que no queremos “ver”, aquello que se oculte por vergüenza o miedo pasa entonces al sótano de la SOMBRA, en tanto proyectamos en los otros nuestras vergüenzas y miedos a nuestras propias “enfermedades. La anorexia y la bulimia, por ejemplo, se han convertido en signo de estatus de aquellos que se pueden morir de hambre a voluntad. La tuberculosis es una “enfermedad de pobres”, en tanto el stress es visto como una “enfermedad” exclusiva que poco a poco se masifica y pierde su estatus. En “la enfermedad como camino”, Dethlefsen y Dahlke ponen en evidencia algo más: no es que los seres humanos enfermamos, la verdad es que estamos enfermos. La enfermedad se llama “polaridad”: un mundo en el que estamos divididos, ajenos a nuestra integralidad, desvinculados del Ser, en tanto un

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puñado de sub-personalidades se turnan nuestra cambiante máscara social, y nos empeñamos en luchar contra –en vez de integrar- los fantasmas que emergen de nuestra SOMBRA individual y colectiva. Esa polaridad interna que tiende al enfrentamiento antes que a la unificación, es la enfermedad que nació con nosotros en forma de una conciencia unificada por un ego paranoico.

LA SOMBRA COMO CAMINO

SOMBRA no solo es un aspecto terrible y prohibido de nuestro ser, es también una fuerza extraordinaria que puede movilizarnos hasta límites increíbles. Puede reactivar, por ejemplo, nuestra creatividad y devolverle a nuestra vida una libertad desconocida. O volver a la contienda a nuestro héroe o guerrero interior para enfrentar dragones modernos. Aceptar nuestra SOMBRA implica “reconocer la totalidad de nuestro ser”, una totalidad en la que tenemos derecho a equivocarnos tanto como a acertar, en la que a veces somos racionales y a veces irracionales, en la que reconocemos y disfrutamos de nuestro lado masculino tanto como del femenino; una totalidad en la que no es una desgracia tener fantasías de un mundo mejor.

La fuerza proviene del saberse capaz de encarnar y expresar todas las posibilidades humanas y de saber, por tanto, que cada emoción es solo una gama del todo, una mera actuación de nuestro ego, se puede descubrir que no estábamos presos de las emociones, sino que incluso podíamos jugar con ellas a placer.

Aceptar la SOMBRA puede librarnos de los sentimientos de culpa, de la sensación de fragilidad ante el temor de ser descubiertos o de volvernos locos, de la sospecha respecto de nuestros “verdaderos” sentimientos, de la permanente duda acerca de lo que “realmente” somos más allá de las máscaras y del simulacro. Aceptarla, nos permite juntar los opuestos complementarios y, por fin, sentirnos completos, no ajenos respecto de nuestros propios sentimientos y necesidades, libres para ser lo que queramos y sin temor alguno.

Reconocer nuestra SOMBRA, nos permite reconocer -en principio- que sí, que podemos odiar, que es un sentimiento legítimo, que no hay nada de qué avergonzarse por hacerlo. Pero una vez integrado y asumido, podríamos llegar a darnos cuenta de que, bien mirado, el odio es un sentimiento engañoso, y que ese engaño no permite que nos enfrentemos con nuestra propia SOMBRA. Podemos por ello suspender todo juicio: ya no son otros los culpables de “eso” que no podemos aceptar en nosotros mismos, sino que somos nosotros los responsables de cada uno de esos sentimientos. Al dejar de proyectar nuestras heridas, temores y vergüenzas en los demás, podemos establecer un ambiente de paz con nuestro entorno y nosotros mismos. En otras palabras, nos brinda la posibilidad de ser deliberantes respecto de nuestro ser.

Como bien explica el analista junguiano James Hillman: “Freud no llegó a advertir la paradoja de que la basura también es un fertilizante, de que la infancia también es inocente, de que la perversidad polimorfa también es placentera y libre, y de que el hombre más repulsivo puede ser, al mismo tiempo, un redentor disfrazado.” Sí, un redentor, puesto que la enorme incomodidad que nos genera, nos da la oportunidad de enfrentar de forma más potente nuestra SOMBRA y descubrir la puerta de salida para nuestro Ser atrapado entre fronteras imaginarias.

Por otro lado, podrás preguntar: pero liberar la SOMBRA ¿no significaría también liberar nuestra violencia, nuestra destructividad, nuestro odio?; ¿qué clase de mundo viviríamos si todo pudiera manifestarse de manera abierta y sin restricción alguna? La respuesta no es fácil: el vapor que despide una olla de presión ciertamente puede quemarnos la mano si nos descuidamos, pero taponar su salida inevitablemente convertirá a esa olla en una bomba. Un breve perfil de los asesinos en serie nos indica que son personas más bien introvertidas y tímidas, pero con una gran rabia represada: muchos de ellos

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víctimas de abuso sexual cuando pequeños, de abandono de sus padres, de palizas inhumanas... fueron formando esa ira-SOMBRA que se negaron a aceptar, y por tanto expresar y canalizar de manera creativa. El resultado final nos indica que esta ira termina por expresarse de forma desproporcionada, destruyendo todo a su paso.

No confesar que estamos heridos, no aliviará la herida, por el contrario la dejará en carne viva y pudrirá todo a su alrededor. Admitir que estamos heridos e incluso gritar nuestro dolor, hará que en algún momento –cuando nos sintamos capaces de reemplazarla- tomemos las medidas necesarias para curarla yendo hacia su fuente. Todo lo que se oculta se agiganta, todo lo que rechazamos nos acecha, todo lo temido vuelve a nosotros como presagio, pesadilla, símbolo o hecho cierto. La SOMBRA actúa en este sentido como aquellas proyecciones que realizamos con una lámpara o una vela, a contraluz, frente a una pared: las manos semejan la forma de un conejo, de un ave o de un dragón, pero si pudiéramos ir más allá de ese juego de sombras, nos encontraríamos con que aquellos no son animales, sino proyecciones de unas manos hábiles y que el tamaño gigantesco de las sombras contra la pared son, en realidad, otra ilusión más de los sentidos.

Quien ya no se avergüenza de ser quien es, no teme que el mundo entero espíe por el ojo de la cerradura. Quien es capaz de admitir que tiene miedo, que a veces ha traicionado sus principios, que fue desgarrado por una pérdida, que no sabe las respuestas... en la mayoría de ocasiones, recibe, por ejemplo, solidaridad en vez de rabia, ternura en lugar de acusaciones.

Cada vez que una madre-heroína se libera de sus culpas para “salvarse” a sí misma, libera al mismo tiempo a sus hijos de semejante herencia. Y libera a sus padres, así hayan muerto. Y libera a sus amigos, vecinos, compañeros, jefes o subalternos que no tendrán que lidiar con una mujer menguada y resentida consigo misma y con el mundo. En igual medida, quien acepta y trabaja su ira, no solo se libera a sí mismo, sino que libera todo su entorno de las consecuencias que esta emoción represada trae consigo cuando estalla sin control.

La falta de reconocimiento de nuestra propia SOMBRA es lo que nos ha llevado a odiar en otros lo que no aceptamos en nosotros mismos. Esa actitud de culpabilizar al otro, de convertirlo en el representante del “mal” sobre la tierra, es lo que ha desatado y justificado linchamientos, limpiezas étnicas, guerras religiosas y genocidios sin término. Se ha anulado a otros seres humanos en nombre de la humanidad, se los ha encarcelado en nombre de la libertad, se los ha matado en nombre de la vida. Ese es el resultado de la no aceptación de la SOMBRA, de vivir ajenos a la totalidad de nuestro ser. Jung decía: “Donde hay amor, no existe deseo de poder y donde predomina el poder, el amor brilla por su ausencia. Uno es la sombra del otro.”

Si en vez de juzgar al otro, nos miramos hacia dentro y nos damos cuenta de hasta qué punto somos “el otro”, ¿con qué justificación podríamos atacarlo, perseguirlo o matarlo? Esta conciencia de la unidad de todos los seres humanos –más allá de sus costumbres, edades, ideas políticas o creencias religiosas- nos haría más empáticos y solidarios. Diríamos acaso estas palabras sabias: “el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Y agregaríamos –como el mismo Jesús-: “Si permites que lo que está en tu interior se manifieste, eso te salvará, mas si no lo haces, te destruirá.”

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