la soberania de dios

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Articulo publicado en la Revista electrónica Aliento de Vida. Trata el tema de la soberanía de Dios explicada a los jóvenes cristianos. Escrito por el Dr. Juan R. Mejias Ortiz. Ver el sitio http://educristiana.com

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Page 1: La Soberania de Dios

LA SOBERANÍA DE DIOS

Dr. Juan R. Mejías Ortiz Pastor ICDC Río Arriba Saliente

Así dice Jehová, Rey de Israel y su Redentor, Jehová

de los ejércitos: Yo soy el primero y yo soy el

último, y fuera de mí no hay Dios. Isaías 44:6

El presente artículo emerge del reclamo de la juventud Discípulos de Cristo para que se

les explique, de manera general, el concepto doctrinal de la soberanía de Dios. La soberanía

divina es un tema cardinal dentro del pensamiento teológico de la iglesia cristiana. Desde el

periodo nuevatestamentario hasta las escuelas teológicas contemporáneas se contempla la

incursión del tema en los tratados teológicos. De igual manera, dicha preminencia temática ha

levantado polémicas y discrepancias conceptuales entre las diversas escuelas del pensamiento

cristiano. Postergando el análisis de este conflicto teológico deseo esbozar varias ideas generales

acerca de la soberanía divina que deben ser conocidas por nuestra juventud. En palabras simples,

esta doctrina sostiene que la soberanía divina es el atributo por el cual Dios gobierna sobre toda

la creación. Esto es, nada ocurre sin su consentimiento y sin su voluntad.

El ser humano al visualizarse así mismo y contemplar cuanto le rodea, descubre que el

hecho de existir, y a su vez la capacidad de relacionarse con la Deidad alcanzan su realización

por conducto de la soberanía divina. Así cada evento natural, histórico, social, psicológico,

ontológico es comprendido desde el crisol de la soberanía de

Dios. Esto se sintetiza en las palabras del reformador francés

Juan Calvino al exponer, “la voluntad de Dios es la causa

primera y dueña de todas las cosas, porque nada se hace sino

por su mandato o permisión”1 (1, XVI, 8). En sus tratados

teológicos, Calvino comprende el tema como la capacidad que

tiene la Deidad para gobernar cuanto existe, aludiendo a que

nada es efecto del azar sino que todo está sometido a su eterna

providencia. De la misma manera, sostuvo que una vez efectuada la creación por medio del

poder de su Santa Palabra, todo está sujeto a su gobierno y sustentabilidad.

Un recorrido por las páginas de la Biblia evidencia que el argumento teológico de la

soberanía de Dios se constituye en su tema principal. Se comprende el concepto de soberanía de

Dios como parte indisoluble del conjunto de atributos que le caracterizan2. Se dice que Dios es

soberano porque se reconoce su eternidad (Isaías 41:4 y Apocalipsis 1:8), su poder (Génesis

17:1), su santidad (Levítico 19:2, Isaías 57:15 y 1 Pedro 1:16), su justicia (Salmo 11:7 y Salmo

1 Juan Calvino, Del conocimiento de Dios en cuanto es Creador y Supremo Gobernador de todo el mundo.

Institución de la religión cristiana, Libro I (Países Bajos: Fundación Editorial de Literatura Reformada, 1994). 2 A.W. Tozer, El conocimiento del Dios Santo (Florida, EUA: Editorial Vida, 1996).

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119:137), su misericordia (Deuteronomio 5:10), su amor (1 Juan 4:7-9), su omnisciencia (Salmo

139:1-4), su inmutabilidad (Malaquías 3:6 y Santiago 1:17), entre otros atributos. Dicho de otra

manera, cae dentro de la imposibilidad el argumentar a favor de la soberanía de Dios y negar su

omnisciencia. Si a Dios le faltase un pequeño conocimiento por saber dejaría de ser soberano. De

la misma manera, si no es eterno, su soberanía dejará de existir en algún momento y así

sucesivamente. La soberanía divina es entendida dentro del reconocimiento de una amplitud de

atributos que le han sido revelados al ser humano. Uno de los padres capadocios del siglo IV,

Gregorio de Nisa3 al tratar la unicidad de los atributos divinos sostiene

“no es lógico pretender que en los acontecimientos se manifieste alguno de los

atributos de Dios y en cambio otros no. Efectivamente, ninguno de esos excelsos nombres

constituye en absoluto de por sí, separado de los demás, una virtud aislada.”

Dios, en su soberanía, se da a conocer al ser humano. San Pablo escribiendo a la iglesia

en Éfeso escribe Él nos dio a conocer el misterio de su voluntad, según su beneplácito, de reunir

todas las cosas en Cristo (Efesios 1:9-10a). Ampliemos nuestro marco de análisis. Esta vez, el

punto de partida es la aceptación de la imposibilidad del ser humano por definir a la Deidad. A

diferencia de los dioses de la antigüedad, creados por el imaginario pre-científico y por los dotes

artísticos humanos, el Dios de la fe abrahámica no posee imagen alguna e incluso las prohíbe

(Éxodo 20:4-6). Aún más, el simple hecho del reconocimiento de la soberanía del Señor

desvanece toda pretensión religiosa que afirme la existencia de otras divinidades (Isaías 44:6). A

través de todas sus páginas, la Biblia establece dos axiomas fundamentales: la ininteligibilidad

total de Dios por parte de la mente humana y la posibilidad de conocer a Dios (San Juan 13:20,

14:7). Las Escrituras nos dicen

Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido y nos ha dado entendimiento para conocer

al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Éste es el

verdadero Dios y la vida eterna. (1 Juan 5:20)

Lo que el ser humano sabe acerca de Dios se limita a su revelación. Es la deidad quien

decide revelarse progresivamente a través de la historia. Es por ello, que la construcción del

pensamiento teológico es entendida en el contexto de la

revelación. En otras palabras, sin la iniciativa divina de la

revelación de su Persona fuese imposible el desarrollo del

pensamiento teológico (Efesios 1:9-10).

Dios revela su soberanía al ser humano desde el mismo

comienzo de la creación (Génesis 1:1, Salmo 33:6, Romanos

1:19-20). Las Sagradas Escrituras, en el orden canónico, inicia la

reflexión acerca de la manifestación de la soberanía divina

aludiendo a que su Espíritu se movía sobre la faz del caos,

resaltando su señorío sobre el universo. Una vez la Deidad decide emplear la autoridad de su

3 Gregorio de Nisa, La Gran Catequesis (Madrid, España: Biblioteca de patrística, Editorial Ciudad Nueva, 1994),

105.

Page 3: La Soberania de Dios

Palabra surge la vida. Así se revela como el Creador Todopoderoso. Los relatos bíblicos de la

creación son reflexiones teológicas que apuntan al reconocimiento de la supremacía del señorío

de Dios. Esta tesis sigue germinando a través de todo el pensamiento bíblico, las Sagradas

Escrituras atestiguan

Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos; y todo el ejército de ellos, por el

aliento de su boca. Él junta como montón las aguas del mar; él pone en depósitos los

abismos.

Salmo 33:6-7

Los cielos cuentan la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos.

Salmo 19:1

Mi mano fundó también la tierra; mi mano derecha midió los cielos con el palmo. Al

llamarlos yo, comparecieron juntos.

Isaías 48:13

Por el poder de su Palabra crea la vida y la sostiene (Colosenses 1:16-17). En la carta a

los Efesios, el redactor paulino proclama en él asimismo tuvimos herencia, habiendo sido

predestinados conforme al propósito del que hace todas las cosas según el designio de su

voluntad (Efesios 1:11).

La doctrina de la soberanía divina plantea que Dios se manifiesta tanto en la creación

como en la historia humana. Por ejemplo, la narración del llamamiento a Abraham pone de

manifiesto la intervención de Dios en la historia. El Dios del patriarca promete revelarse y actuar

con prontitud en la generación de su hijo Isaac y su descendencia (Génesis 17:7). De generación

en generación, el ser humano experimentará la intervención divina en su quehacer histórico-

social. Así evoca el señorío de Dios y la permanencia de su reino sobre la humanidad por todas

las generaciones.

No obstante, la doctrina de la soberanía divina replantea preguntas que requieren

respuestas apropiadas: ¿cómo explicar la existencia del mal, del pecado y de la muerte?, ¿porqué

Dios permite que el ser humano sufra?, ¿sí Dios es soberano, porqué no hace que todos los seres

reconozcan su señorío?

Al tratar estas preguntas le invito a remontarse hasta el siglo V de la era común para

obtener de San Agustín respuestas certeras. Las corrientes filosóficas de esa época, como lo

fueron el gnosticismo y el maniqueísmo, resolvían este dilema argumentando la existencia de dos

principios eternos y contrarios: uno que funda el bien y la luz y otro que se señorea sobre la

maldad y las tinieblas. Al descartar estas explicaciones por contradecir el principio fundamental

del monoteísmo judeocristiano, que rechaza la aceptación de cualquier otra divinidad, el obispo

de Hipona encuentra contestaciones acertadas en su doctrina del libre albedrío.

Page 4: La Soberania de Dios

En sus libro Confesiones reflexiona acerca de las dificultades que enfrentó en su

juventud, consecuencia de la vida desorbitada que llevaba antes de la experiencia de conversión

a la fe cristiana, descubre que la vida gobernada por la pasiones sitúan al ser humano lejos del

bien y lo hace incurrir en acciones pecaminosas contra si mismo y contra sus semejantes. Insiste

Agustín, que el mal no es una naturaleza, no es algo creado, más bien es producto del

alejamiento del ser humano del bien y de la caridad.

Para San Agustín el origen del mal no recae en Dios. La existencia del mal, por ende sus

consecuencias como el pecado y la muerte, no se encuentran en Dios sino en el ser humano quien

decide actuar en oposición a la vida recta decretada por la

Divinidad. La teología agustiniana, y más tarde la reformada,

sostiene que en su soberanía Dios le ha otorgado al ser humano

el don de la racionalidad y del libre albedrío. Con este último,

posee la capacidad de acercarse más a la Deidad, sin embargo

opta por tomar la ruta contraria; es decir, de inclinarse por la

maldad4.

Tal inclinación le ha situado en un callejón sin salida

que imposibilita la recuperación de su estado original al ser

creado a imagen y semejanza de Dios (Génesis 1:26-27). El apóstol Pablo arguye que por cuanto

todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios (Romanos 3:23). Ante tal dilema, Dios

decide intervenir en favor de su creación. De esta manera, el Dios soberano también se da

conocer como el Dios salvador. El tema teológico central del pensamiento reformador recae en

su énfasis soteriológico fundamentado en la obra de Cristo Jesús. Este pensamiento sostiene que

ante la aceptación de la incapacidad humana por alcanzar la salvación, Dios en su soberanía

provee el vínculo necesario para el cumplimiento soteriológico. El plan de salvación de Dios

encuentra su máxima realización en la persona de Jesucristo.

En su soberanía Dios le devuelve al ser humano la posibilidad de reencontrarse con su

santo amor y obtener el perdón de pecado. Así la obra de Jesucristo tiene pertinencia en la

relación del ser humano con Dios, consigo mismo y con su prójimo. Por la gracia divina obtiene

la redención y el perdón de los pecados, volviendo a restablecer la posibilidad de acercarse

libremente al Señor. La obra de Jesucristo como mediador y establecedor de un nuevo pacto en

su sangre (Hebreos 13:12 y Apocalipsis 1:5) atiende la incapacidad humana de restablecer su

condición originaria. Se canta en el libro del Apocalipsis

Digno eres de tomar el libro y de abrir sus sellos, porque tú fuiste inmolado, y con tu

sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje, lengua, pueblo y nación.

Apocalipsis 5:9

4 San Agustín, Obras Completas. Tratado sobre la gracia (España: Biblioteca de Autores Cristianos, 1993).

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La esencia del mensaje del Evangelio es la proclamación del acercamiento del reino de

cielos en la persona de su Santo Hijo Jesucristo, cuya obediencia en la cruz le brinda al ser

humano el don de la salvación.

Siendo justificados y son justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención

que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su

sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia,

los pecados pasados, con miras a manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él

sea el justo y el que justifica al que es de la fe de Jesús. Romanos 3: 24-26

En otras palabras, Dios en su soberanía opta por entregar en sacrificio a Su Unigénito para que

todo aquel que crea en él y le siga no se pierda en su propia concupiscencia sino que alcance vida

eterna (San Juan 3:16). Así surge una nueva humanidad, regenerada en Cristo, con una nueva

experiencia salvífica en Dios para el goce de la vida eterna.

Gracia al Dios soberano, quien actúa siempre a favor de la

humanidad, el ser humano obtiene la salvación a través de la

manifestación plena del amor divino en Cristo Jesús, nuestro

Señor.

No obstante, queda en el ser humano aceptar el don de la

salvación. La libertad humana siempre debe ser entendida desde

la soberanía divina. A Dios le place, en su eterna soberanía, que

el ser humano conserve el don del libre albedrío para decidir si

opta por aceptar el regalo de vida ofrecido en Cristo Jesús o decide por vivir en tinieblas. De

igual manera, Dios, en su santa soberanía, desea que todos sean salvos de la ira venidera (1

Tesalonicenses 1:10) y experimenten su eterno amor y gran misericordia. Así el sacrificio de

Jesucristo viene a consumar la acción de Dios en favor de todos. A Dios sea la gloria.