la salvación por la fe
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La Salvación por la fe
NOTAS INTRODUCTORIAS
El señor Juan Wesley predicó este sermón ante la Universidad de Oxford el 11 de junio de 1738, diez y ocho
días después de haber tenido la conciencia de una nueva vida. Consiste de tres partes: la definición de la fe,
definición de la salvación y contestaciones a las objeciones.
Durante muchos años había estado el señor Wesley tratando de obtener la salvación por medio de las obras
de la ley; mas no pudiendo, a pesar de sus esfuerzos para conseguir su santidad por la oración, el ayuno y la
práctica de buenas obras, encontrar la perla de gran precio, por último lo convenció Pedro Boehler, el moravo,
de que la salvación viene por la fe y cuando el alma pone toda su confianza en Cristo el Salvador. Como este
sermón fue el resultado de su conversión, nos ha parecido conveniente dar su experiencia en sus propias
palabras:
“Al día siguiente, pues, vinieron Pedro Boehler y otras tres personas, todos los que testificaron con su propia
experiencia: que la fe viva en Cristo y la conciencia de estar perdonado de todos los pecados pasados, y libre
de transgresiones en la actualidad, son dos cosas inseparables. Añadieron unánimes que esta fe es el don, el
don libre de Dios, quien indudablemente la concede a todas las almas que con fervor y perseverancia la
buscan. Estando plenamente convencido, me resolví a buscar este don, con la ayuda de Dios, hasta
encontrarlo, por los siguientes medios: (1) Negándome enteramente a confiar en mis propias obras, en las
que, sin saberlo y desde mi juventud, había yo basado la esperanza de mi salvación. (2) Proponiéndome
añadir constantemente a los medios usuales de gracia, la oración continua para conseguir esta gracia que jus-
tifica; plena confianza en la sangre de Cristo derramada por mí; esperanza en El; como que es mi Salvador,
mi única justificación, santificación y redención.
“Continué, pues, buscando este don, si bien con indiferencia, pereza y frialdad y cayendo frecuentemente y
más que de ordinario en el pecado, hasta el viernes 24 de mayo. Como a las cinco de la mañana de ese día,
abrí mi Testamento y encontré estas palabras: ‘Nos son dadas preciosas y grandísimas promesas, para que
por ellas fueseis hechos participantes de la naturaleza divina’ (II Pedro 1:4). Antes de salir abrí otra vez mi
Testamento y leí, ‘No estás lejos del reino de Dios.’ En la tarde me invitaron a ir a la catedral de San Pablo y
oí la antífona: ‘De lo profundo, oh Jehová, a ti clamo. Señor, oye mi voz; estén atentos tus oídos a la voz de mi
súplica. Jehová, si mirares a los pecados, ¿quién oh Señor podrá mantenerse Empero hay perdón cerca de ti,
para que seas temido. Esperé yo a Jehová, esperó mi alma; en su palabra he esperado. Mi alma espera a
Jehová más que los centinelas a la mañana; más que los vigilantes a la mañana. Espere Israel a Jehová;
porque en Jehová hay misericordia, y abundante redención con él. Y él redimirá a Israel de todos sus
pecados.’
“Con poca voluntad asistí en la noche a la reunión de una sociedad en la calle de Aldersgate, donde una
persona estaba leyendo el prefacio de Lutero sobre la Epístola a los Romanos. Como a un cuarto para las
nueve, al estar dicho individuo describiendo el cambio que Dios obra en el corazón por medio de la fe en
Cristo, sentí en mi corazón un calor extraño. Experimenté confianza en Cristo y en Cristo solamente, para mi
salvación; recibí la seguridad de que El había borrado mis pecados, mis propios pecados y salvádome de la
ley del pecado y de la muerte.”
Así fue guiado el señor Wesley, paso a paso, hasta que obtuvo la gran bendición de sentirse perdonado y,
habiendo el Espíritu Santo sellado esta verdad en su corazón, se entregó, bajo la divina influencia y por
completo, al Señor por medio de su confianza en el Salvador de los hombres. Entonces pudo decir: “Su
sangre fue por mí derramada; es mí Salvador.” A la par que define esta fe en el sermón siguiente describe
también su efecto, que es la salvación. Ilustra esta conciencia de la salvación del pecado con su propia
experiencia.
“A mi regreso a casa, se me presentaron muchas tentaciones que cuando oré, huyeron, mas para volver
repetidas veces. Con la misma frecuencia elevaba yo mi alma al Señor, quien ‘me envió ayuda desde su
santuario.’ Y en esto encontré la diferencia entre mi anterior condición y la actual: antes me esmeraba y
luchaba con todas mis fuerzas, tanto bajo la ley como bajo la gracia y algunas veces, aunque no seguido, per-
día; ahora salgo siempre victorioso.”
Cinco días después escribía: “Gozo de paz constante y ni un solo pensamiento intranquilo me asedia; me
siento libre del pecado y no tengo ni un deseo impuro.” Dos días después añade: “Y sin embargo, el miércoles
contristé al Espíritu de Dios, no sólo no velando en la oración, sino al hablar con dureza, en lugar de
amorosamente, de uno que no está firme en la fe. Inmediatamente Dios escondió su- rostro de mi vista y me
sentí atribulado, continuando en esta aflicción hasta la mañana del día siguiente, 1 de junio, cuando al Señor
plugo, al estar yo exhortando a otro hermano, consolarme.”
ANALISIS DEL SERMON I
La gracia es la fuente de todas las bendiciones que el hombre recibe y en su condición caída, el manantial
especial de su salvación, cuya única condición es la fe.
I. ¿Por qué fe nos salvamos
1. No es la fe que los paganos tienen en Dios como un Gobernador moral.
2. No es la fe intelectual del diablo.
3. No es solamente la fe que los apóstoles tenían antes de la resurrección.
4. Sino la fe del corazón en Cristo y en su sacrificio.
5. De aquí que la fe cristiana sea no sólo un asentimiento a todo el Evangelio de Cristo, sino también una
perfecta confianza en su sangre; en los méritos de su vida, muerte y resurrección; en El mismo como la
satisfacción ofrecida por nuestra vida, entregado por nosotros y viviendo en nosotros. Es una confianza
segura que el hombre tiene en Dios de que por los méritos de Cristo, sus pecados han sido perdonados y él
se ha reconciliado con Dios, de lo que resulta una unión íntima y un apego hacia El como su “sabiduría,
justificación, santificación y redención;” en una palabra: nuestra salvación.
II. ¿Qué cosa es esta salvación por la fe
1. Una salvación actual.
2. Del pecado.
3. De la culpa.
4. Del temor.
5. Del dominio del pecado. El que es nacido de Dios, no peca por hábito, ni de voluntad, ni de deseo, ni por
debilidad.
III. Contestación a las objeciones.
1. No se opone la salvación por la fe a las buenas obras, porque:
2. No limita la ley de Dios a la debilidad humana, sino que señala su verdadero cumplimiento espiritual.
3. No induce a la soberbia, puesto que excluye la vanagloria.
4. No anima al pecado, puesto que la bondad de Dios inspira el arrepentimiento a todos los corazones
sinceros.
5. Causa la desesperación de nuestras propias fuerzas solamente, a fin de que en Cristo encontremos
nuestra salvación.
6. Es la doctrina más consoladora.
7. Es la doctrina fundamental de las Sagradas Escrituras.
8. Es el mejor antídoto del romanismo.
9. Y el verdadero secreto del poder del protestantismo.
SERMON I
LA SALVACION POR LA FE[*]
Por gracia sois salvos por la fe (Efesios 2:8).
1. Impulsos únicamente de gracia, bondad y favor, son todas las bendiciones que Dios ha conferido al
hombre; favor gratuito, inmerecido; gracia enteramente inmerecida, pues que el hombre no tiene ningún
derecho a la menor de sus misericordias. Movido por un amor espontáneo, “formó al hombre del polvo de la
tierra y alentó en él...soplo de vida,” alma en que imprimió la imagen de Dios; “y puso todo bajo sus pies.” La
misma gracia gratuita existe aún para nosotros. La vida, el aliento y cuanto hay, pues que en nosotros nada
se encuentra ni podemos hacer cosa alguna que merezca el menor premio de la mano de Dios. “Jehová, tú
nos depararás paz; porque también obraste en nosotros todas nuestras obras.” Son estas otras tantas
pruebas más de su gratuita misericordia, puesto que cualquiera cosa buena que haya en el hombre, es igual-
mente un don de Dios.
2. ¿Con qué, pues, podrá el pecador expiar el menor de sus pecados ¿Con sus propias obras Ciertamente
que no; por muchas y santas que éstas fuesen, no son suyas, sino de Dios. A la verdad las obras todas del
hombre son inicuas y pecaminosas, y así es que todos necesitamos de una nueva expiación. El árbol podrido
no puede dar sino fruto podrido; el corazón del hombre está enteramente corrompido y es cosa abominable;
se halla “destituido de la gloria de Dios;” de esa sublime pureza que al principio se imprimiera en su alma,
como imagen de su gran Creador. No teniendo pues nada, ni santidad ni obras qué alegar, enmudece
confundido ante Dios.
3. Ahora pues, si los pecadores hallan favor con Dios, es “gracia sobre gracia.” Aún se digna Dios derramar
nuevas bendiciones sobre nosotros y la mayor de ellas es la salvación. ¿Y qué podremos decir de todo esto,
sino “gracias sean dadas a Dios por su don inefable” Y así es: en esto “Dios encarece su caridad para con
nosotros, porque siendo aun pecadores, Cristo murió,” para salvarnos; “porque por gracia sois salvos por la
fe.” La gracia es la fuente, y la fe la condición de la salvación.
Precisa por lo tanto, a fin de alcanzar la gracia de Dios, que investiguemos cuidadosamente:
I. Por medio de qué fe nos salvamos.
II. Qué cosa es la salvación que resulta de esta fe.
III. De qué manera se puede contestar a ciertas objeciones.
I. ¿Por medio de qué fe nos salvamos
1. En primer lugar, no es solamente la fe de los paganos. Exige el Creador de todos los paganos que crean:
“que le hay, y que es galardonador de los que le buscan;” que se le debe buscar para glorificarlo como a Dios;
dándole gracias por todas las cosas y practicando con esmero las virtudes de la justicia, misericordia y verdad
para con los demás hombres. El griego y el romano, el escita y el indio no tenían disculpa alguna si no creían
en la existencia y los atributos de Dios, un premio o un castigo futuro y lo obligatoria que por naturaleza es la
virtud moral; porque esta es apenas la fe de un pagano.
2. Ni es, en segundo lugar, la fe del diablo; si bien ésta es más amplia que la del pagano; pues no sólo cree
en un Dios sabio y poderoso, bondadoso en el premio y justo en el castigo; sino que Jesús es el Hijo de Dios,
el Cristo, el Salvador del mundo; lo confiesa claramente al decir: “yo te conozco quién eres, el santo de Dios”
(Lucas 4:34). Ni podemos dudar que ese desgraciado espíritu crea todas las palabras que salieron de la boca
del Santo de Dios; más aún, todo lo que los hombres inspirados de la antigüedad escribieron, pues que dio su
testimonio respecto de dos de ellos al decir: “Estos hombres son siervos del Dios alto, los cuales os anuncian
el camino de salud.” Todo esto cree el gran enemigo de Dios y de los hombres y tiembla al creer que Dios fue
hecho manifiesto en la carne; que “pondrá a sus enemigos debajo de sus pies;” y que “toda Escritura es
inspirada divinamente.” Hasta allí llega la fe del diablo.
3. Tercero. La fe por medio de la cual somos salvos, en el sentido de la palabra que más adelante se
explicará, no es solamente la que los apóstoles tuvieron mientras Cristo estuvo en la tierra; si bien creyeron en
El de tal manera, que “dejaron todo y le siguieron;” aunque tenían poder de obrar milagros, “de sanar toda
clase de dolencia y enfermedad;” más aún “poder y autoridad sobre todos los demonios;” y más que todo
esto, fueron enviados por su Maestro “a predicar el reino de Dios.”
4. ¿Por medio de qué fe, pues, somos salvos En general y primeramente se puede contestar: que es la fe
en Cristo, cuyos dos únicos objetos son: Cristo, y Dios por medio de Cristo. Y en esto se distingue suficiente y
absolutamente de la fe de los paganos antiguos o modernos. De la fe del diablo se diferencia por completo, en
que no es una cosa meramente especulativa o racional; un asentimiento inerte y frío; una sucesión de ideas
en la mente; sino una disposición del corazón. Porque así dice la Escritura: “Con el corazón se cree para jus-
ticia.” “Si confesares con tu boca al Señor Jesús, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos,
serás salvo.”
5. En esto se distingue de la fe que los apóstoles tenían mientras nuestro Señor Jesucristo estuvo sobre la
tierra: en que reconoce la necesidad y los méritos de su muerte y el poder de su resurrección. Reconoce su
muerte como el único medio suficiente para salvar al hombre de la muerte eterna, y su resurrección como la
restauración de todos nosotros a la vida y a la inmortalidad, puesto que “fue entregado por nuestros delitos, y
resucitado para nuestra justificación.” La fe cristiana, por lo tanto, no es sólo el asentimiento a todo el
Evangelio de Cristo, sino también una perfecta confianza en la sangre de Jesús; la esperanza firme en los
méritos de su vida, muerte y resurrección; reposo en El como nuestra expiación y nuestra vida, como dado
para nosotros y viviendo en nosotros; cuyo efecto es la unión y perfecta adhesión a El como nuestra
“sabiduría, justificación, santificación y redención;” en una palabra, nuestra salvación.
II. La salvación que se obtiene por medio de esta fe, es el segundo punto que pasamos a considerar.
1. Y, en primer lugar, además de cualquiera cualidad que tenga, es una salvación actual; es algo que se
puede obtener y que de hecho adquieren en la tierra los que participan de esta fe; pues no dijo el apóstol a los
creyentes en Efeso, y en ellos a los fieles de todas las épocas, seréis salvos, (lo que habría sido cierto), sino:
“Sois salvos por la fe.”
2. Sois salvos (para comprender todo en una palabra) del pecado. Tal es la salvación por medio de la fe—la
gran salvación predicha por el ángel antes que Dios mandase a su Unigénito al mundo: “llamarás su nombre
JESUS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados;” y ni en esta ni en ninguna otra parte de las Escrituras
se encuentra límite o restricción alguna. El salvará de todos sus pecados: del pecado original y actual, de los
pasados y presentes; “de la carne y del espíritu,” a todo su pueblo o, como está escrito en otro lugar, “a todos
los que creen en él.” Por medio de la fe en El están salvos de la culpa y el poder del pecado.
3. Primeramente, de la culpa de los pecados pasados; puesto que siendo todo el mundo culpable delante
de Dios, por cuanto si Jehová mirase a los pecados, “¿Quién, oh Señor, podrá mantenerse” y “por la ley
existe” solamente “el conocimiento del pecado,” mas no el libramiento de él; y por el cumplimiento, de “las
obras de la ley, ninguna carne se justificará delante de él,” mas “la justicia de Dios por la fe de Jesucristo, para
todos los que creen en él,” y están “justificados gratuitamente por su gracia, por la redención que es en Cristo
Jesús; al cual Dios ha propuesto en propiciación por la fe en su sangre, para manifestación de su justicia,
atento a haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados.” Cristo ha destruido “la maldición de la
ley, hecho por nosotros maldición,” “rayendo la cédula...que nos era contraria…quitándola de en medio y
enclavándola en su cruz.” “Ahora pues, ninguna condenación hay para los que” creen “en Cristo Jesús.”
4. Y estando salvos de la culpa, están libres del temor; no del temor filial de ofender, sino del miedo servil;
de ese miedo que atormenta, del miedo del castigo, de la ira de Dios a quien ya no consideran como un señor
duro, sino como un padre indulgente; porque no han recibido “el espíritu de servidumbre...mas habéis recibido
el espíritu de adopción, por el cual clamamos, Abba, Padre, porque el mismo Espíritu da testimonio a nuestro
espíritu que somos hijos de Dios.” Están asimismo libres del temor, si bien no de la posibilidad de caer de la
gracia de Dios y perder sus grandes e inestimables promesas; de manera que tienen “paz para con Dios por
medio de nuestro Señor Jesucristo,” se glorían en la esperanza de la gloria de Dios y “el amor de Dios está
derramado en sus corazones por el Espíritu de Dios que les es dado.” Están persuadidos, por tanto, (si bien
no constantemente ni con la misma plenitud) que: “ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni
potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo bajo, ni ninguna criatura los podrá apartar del amor de
Dios, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro.”
5. Más aún: por medio de esta fe están salvos no sólo de la culpa, sino del poder del pecado. Así lo declara
el apóstol cuando dice: “Sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados y no hay pecado en él;
cualquiera que permanece en él, no peca” (1 Juan 4:5, etc.). “Hijitos, no os engañe ninguno: el que hace
justicia, es justo, como él también es justo. El que hace pecado, es del diablo. Cualquiera que es nacido de
Dios, no hace pecado, porque su simiente está en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios.” Y en otro
lugar: “Sabemos que cualquiera que es nacido de Dios, no peca; mas el que es engendrado de Dios, se
guarda a sí mismo, y el maligno no le toca” (1 Juan 5:18).
6. El que por medio de la fe es nacido de Dios, no peca: (1) con pecados habituales; porque todo hábito
pecaminoso es pecado que reina, pero el pecado no puede reinar en los que creen; (2) ni voluntariamente;
porque mientras permanece en la fe, su voluntad se opone por completo a toda clase de pecado y lo aborrece
como veneno mortal; (3) ni por deseos pecaminosos, pues que constantemente desea hacer la santa voluntad
de Dios y con el auxilio de la gracia divina, ahoga en su nacimiento cualquier pensamiento impuro; ni (4) peca
por debilidades, de obra, palabra o pensamiento; puesto que sus debilidades no tienen el asentimiento de su
voluntad, sin la cual no pueden en justicia reputarse como pecados. Así es que: “el que es nacido de Dios no
hace pecado” y aunque no puede decir que no ha pecado, sin embargo, ahora ya “no peca.”
7. Esta es pues la salvación que por medio de la fe se adquiere aun en este mundo; salvación del pecado y
sus consecuencias, según lo expresa a menudo la palabra justificación que tomada en su sentido más lato
significa libramiento de la culpa y del castigo, por medio de la expiación de Cristo que el alma del pecador se
aplica a sí misma en el momento de creer, así como del poder del pecado por medio de Cristo, formado en su
corazón. De manera que todo aquel que de este modo está justificado o salvo por la fe, ciertamente ha nacido
otra vez. Ha nacido otra vez del Espíritu a vida nueva “que está escondida con Cristo en Dios,” y como un niño
recién nacido, recibe gustoso “la leche espiritual, sin engaño, para que por ella” crezca, siguiendo con la ayu-
da de Dios, de fe en fe, de gracia en gracia, hasta que por último llegue a ser un “varón perfecto, a la medida
de la edad de la plenitud de Cristo.”
III. La primera objeción que por lo general se presenta a lo anterior, es ésta:
1. Que la predicación de la salvación o la justificación por la fe solamente, es predicar en contra de la
santidad y las buenas obras; a lo que se puede prestamente contestar:
“Eso sería cierto si predicásemos, como algunos lo hacen, una fe aislada de las buenas obras; pero la fe que
enseñamos es productiva de buenas obras y santidad.”
2. Conviene, sin embargo, considerarla más detenidamente y con especialidad ya que no es una objeción
nueva, sino tan antigua como los tiempos de Pablo, puesto que desde entonces se preguntaba: “¿luego
deshacemos la ley por la fe” A lo que luego contestamos: que todos los que no predican la fe, necesariamente
la invalidan, ya sea directa y abiertamente por medio de limitaciones y comentarios que destruyen todo el
espíritu del texto, o de un modo indirecto al no señalar los únicos medios de ponerla en práctica; mientras que
nosotros, en segundo lugar, “establecemos la ley” no sólo al demostrar toda su amplitud y sentido espiritual,
sino también invitando a todos a esta fuente de vida, para que “la justicia de la ley se cumpla en ellos.” Los
que confían en la sangre de Cristo únicamente, usan de todos los medios por El establecidos para hacer
aquellas “buenas obras, las cuales Dios preparó para que anduviésemos en ellas;” tienen y hacen palpable su
genio puro y santo, semejante a la mente de Cristo Jesús.
3. Mas la predicación de esta fe, ¿no desarrollará el orgullo en los hombres A lo que contestamos, que muy
bien puede darse el caso y, por lo tanto, se debe amonestar muy fervientemente a todos los creyentes con las
palabras del gran apóstol: “por su incredulidad” las primeras ramas “fueron quebradas, mas tú por la fe estás
en pie. No te ensoberbezcas, antes teme; que si Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te
perdonará. Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios. La severidad ciertamente en los que cayeron; mas la
bondad para contigo, si permanecieres en la bondad; pues de otra manera tú también serás cortado.” Y
mientras que permanezcan en la fe, se acordarán de aquellas palabras de San Pablo anticipando y
contestando esta misma objeción. “¿Dónde, pues, está la jactancia Es excluida. ¿Por cuál ley ¿De las obras
No, mas por la ley de la fe” (Romanos 3:27). Si el hombre se justificara por sus obras tendría de qué gloriarse;
mas no hay gloria para el que “no obra, pero cree en aquel que justifica al impío” (Romanos 4:5). El mismo
sentido tienen las palabras que anteceden y las que siguen al texto. “Empero Dios, que es rico en
misericordia, por su mucho amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida
juntamente con Cristo; por gracia sois salvos; y juntamente nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los
cielos con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros, las abundantes riquezas de su gracia en su
bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque por gracia sois salvos por la fe; y esto no de vosotros”
(Efesios 2:4-8). Ni la fe ni la salvación vienen de vosotros: “es don de Dios,” don gratuito, inmerecido; la fe por
medio de la cual sois salvos, lo mismo que la salvación que os ha dado, son por su gracia y misericordia. Que
creéis, es una manifestación de su gracia, y que al creer seáis salvos, es otra. “No por obras para que nadie
se gloríe,” puesto que todas nuestras obras, nuestra justicia que teníamos antes de creer, no merecían de
Dios otra cosa sino la condenación; tan lejos estábamos de merecer, por nuestras propias obras, la fe que
nunca se recibe como premio de buenas obras. Ni es la salvación el resultado de las buenas obras que
hacemos después de creer, porque entonces es Dios quien obra en nosotros, y que nos dé un premio por las
obras que El hace, sólo manifiesta lo infinito de su misericordia, pero no nos deja nada de qué gloriamos.
4. A pesar de todo esto, ¿no se corre el peligro, al hablar de esta manera de la misericordia de Dios que
salva y santifica sólo por la fe, de inducir a los hombres a pecar Ciertamente que lo hay y muchos continúan
en el pecado “para que la gracia abunde,” mas su sangre sea sobre sus cabezas. La bondad de Dios debería
impulsar al arrepentimiento y esta es la influencia que ejerce en los corazones sinceros. Sabiendo que El
perdona, le piden fervientemente que borre sus pecados por medio de la fe en Jesús; y si ruegan con ins-
tancia y no desmayan, si lo buscan por todos los medios que El ha establecido, si se rehúsan a “ser
consolados” hasta que El venga, El vendrá y no se tardará. El puede llevar a cabo mucho en poco tiempo.
Multiplicados ejemplos tenemos en el libro de los Hechos de los Apóstoles, de esta fe que Dios infunde en los
corazones de los hombres súbitamente, semejante al rayo que rasga los cielos. Así, en la misma hora en que
Pablo y Silas empezaron a predicar, se arrepintió el carcelero, creyó y fue bautizado, como también lo fueron
tres mil personas por Pedro el día de Pentecostés; todos los que se arrepintieron y creyeron al escuchar su
primera predicación. Bendito sea el Señor que hoy día existen muchas almas, pruebas vivientes de que es
“grande para salvar.”
5. Considerada esta misma verdad bajo otro punto de vista, ofrece una objeción muy diferente de la
anterior. “Si no pueden los hombres salvarse a pesar de sus buenas obras, muchos se darán a la
desesperación.” Sí, por cierto: perderán la esperanza de salvarse por sus propias obras, sus propios méritos,
su justicia. Y así debe ser, porque ninguno puede confiar en los méritos de Cristo, hasta no haber completa-
mente renunciado a los suyos propios; y los que tratan de “establecer su propia justicia” no obtienen la justicia
de Dios, puesto que mientras confían en la justicia que pertenece a la ley, no se les puede dar aquella que
pertenece a la fe.
6. Pero se dice que esta es una doctrina poco consoladora. El diablo habló como quien es, el padre de la
mentira y el embuste, cuando sugirió a los hombres semejante idea. Es la doctrina consoladora por
excelencia, “llena de consuelo,” para todos los pecadores que se han destruido y condenado a sí mismos.
“Todo aquel que en él creyere no será avergonzado...porque el mismo que es Señor de todos, rico es para
con todos los que le invocan.” Aquí hay consuelo tan alto como los cielos, más fuerte que la misma muerte.
¿Qué ¿Misericordia para todos ¿Para Zaqueo, el ladrón del público ¿Para María Magdalena, una miserable
pecadora Parece que escucho a alguno que dice: “Entonces también para mí, aun para mí hay misericordia.”
Y así es, pobre alma, a quien nadie ha consolado. Dios no despreciará tu oración; tal vez muy presto te dirá:
“confía hijo, tus pecados te son perdonados;” de tal manera perdonados, que ya no te dominarán más, sino
que el Espíritu Santo dará testimonio con tu espíritu de que eres hijo de Dios. ¡Oh las buenas nuevas, nuevas
de gran gozo para todo el pueblo! “A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid,
comprad, y comed.” Cualesquiera que sean vuestros pecados, aunque fueren como la grana, rojos como el
carmesí y más que los cabellos de vuestra cabeza, volveos a Jehová, el cual tendrá misericordia; al Dios
nuestro, el cual será amplio en perdonar.
7. Cuando ya no hay más objeciones que presentar, se nos dice que no se debería predicar la salvación
por la fe como la doctrina principal o mejor dicho, que no se debe enseñar. Pero ¿qué dice el Espíritu Santo
“Nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo;” de manera que el tenor de
nuestra predicación es y deberá ser: “cualquiera que crea en él será salvo.” “Ahora bien, pero no a todos.” ¿A
quién entonces debemos predicar ¿A quiénes exceptuamos ¿A los pobres De ninguna manera, supuesto que
tienen derecho especial a que se les predique el Evangelio. ¿A los ignorantes Tampoco. Dios ha revelado es-
tas cosas a los humildes y a los ignorantes desde el principio. ¿A los jóvenes Mucho menos. “Dejad a los
niños venir a mí y no los impidáis,” dijo Cristo. ¿A los pecadores Menos que menos. “No he venido a llamar
justos, sino pecadores a arrepentimiento.” Si hemos de exceptuar a algunos, será a los ricos; a los sabios; a
los de buena reputación; a los hombres morales quienes ciertamente se substraen siempre que pueden de la
predicación. Sin embargo, debemos brindar la palabra del Señor puesto que el solemne mandato dice:
“Id...predicad el Evangelio a toda criatura.” Si algún alma se opone, en todo o en parte, a esta predicación,
causando su propia ruina, cúlpese a sí misma, por lo que toca a nosotros, “Vive Jehová, que todo lo que
Jehová nos revele, eso anunciaremos.”
8. Muy especialmente debemos predicaros en la actualidad, que “por gracia sois salvos por la fe,” porque
nunca ha sido tan necesaria esta doctrina como en nuestros días, y sólo ella puede impedir el desarrollo entre
nosotros del romanismo, cuyos errores es imposible atacar uno a uno. La doctrina de la salvación por la fe los
ataca de raíz y todos caen cuando ésta queda establecida. Llama nuestra Iglesia a esta doctrina la roca
eterna y la base de la religión cristiana, que primeramente hizo huir al papado de estos reinos; y sólo ella
puede evitar que vuelva. Sólo esta enseñanza puede detener ese desarrollo de la inmoralidad que se va
extendiendo por toda la nación. ¿Podéis vaciar gota a gota el océano Pues mucho menos podréis por medio
de persuasiones, destruir los vicios que nos afligen; pero procurad “la justicia que es de Dios por la fe,” y
veréis cómo todo se puede. Sólo esto puede hacer enmudecer a aquellos que se glorían en su vergüenza y
abiertamente “niegan al Señor que los rescató.” Aquellos que hablan tan elevadamente de la ley como si la
tuviesen grabada por Dios en sus corazones; quienes, cualquiera, al escucharlos, diría que no están lejos del
reino de Dios; pero sacadlos de la ley y traedlos al nivel del Evangelio; empezad por explicarles la justicia de
la fe, presentadles a Cristo como “el fin de la ley para todo el que cree,” y veréis que aunque parecían casi
cristianos, quedan confundidos y confiesan ser “hijos de perdición,” tan lejos de la salvación (Dios tenga
misericordia de ellos) como lo más profundo del infierno está de lo más alto del cielo.
9. Es por esto que el demonio ruge siempre que se predica al mundo “la salvación por la fe;” y por esto
movió el infierno y la tierra para destruir a aquellos que primeramente la predicaron. Por esta misma razón,
sabiendo que la fe sola puede desmenuzar los fundamentos de su reino, llamó a todas sus fuerzas y empleó
todos sus artificios, mentiras y calumnias para asustar a Martín Lutero que la revivió. Y no es de asombrarse,
porque como dice aquel santo varón de Dios: “¡cómo no se enfurecería un hombre fuerte y soberbio, bien
armado, a quien marcase el alto y venciese un niño, tan sólo con una pequeña varita en su mano!”
especialmente si sabía que ese niño lo vencería y hollaría bajo sus plantas. Así es, Señor Jesús. Siempre tu
fuerza “en la flaqueza se perfecciona.” Ve pues, criatura que crees en El y “¡su mano derecha te mostrará
cosas terribles!” Aunque seas débil como un recién nacido, el enemigo fuerte no podrá estar delante de ti; tú
prevalecerás sobre él, lo derribarás y hollarás bajo tus pies. Marcharás adelante bajo el gran Capitán de la
salvación, “conquistando y a conquistar,” hasta que todos tus enemigos sean destruidos y la muerte sorbida
en la victoria.
“A Dios gracias, que nos da la victoria por el Señor nuestro Jesucristo.” A quien, con el Padre y el Espíritu
Santo sean dados toda honra, majestad, poder, dominio y gloria, por siempre jamás. Amén.
PREGUNTAS SOBRE EL SERMON I
1 (§ 1). ¿De qué manera concede Dios sus bendiciones 2. (§ 1) ¿Tiene el hombre derecho al favor divino 3. (§
2). ¿Puede el hombre ofrecer alguna satisfacción por sus pecados 4. (§ 2). ¿Qué se dice del árbol corrompido
5. (§ 3). ¿Cómo puede el hombre obtener el favor de Dios 6. (I. 1). ¿Qué exige Dios de los paganos 7. (I. 1).
¿En qué consiste la fe de los paganos 8. (I. 2). ¿En qué consiste la fe del demonio 9. (I. 3). ¿Qué clase de fe
tenían los apóstoles antes de la crucifixión 10. (1. 4). ¿Por medio de qué fe nos salvamos 11. (I. 4). ¿En qué
se diferencia de la fe de los paganos o del diablo 12. (I. 5). ¿En qué se distingue esta fe de la que tenían los
apóstoles mientras nuestro Señor se hallaba en la tierra 13. (I. 5). ¿Cuál es la definición de la fe cristiana 14.
(II. 1). ¿Qué clase de salvación se obtiene por medio de esta fe 15. (II. 2). ¿Qué clase de salvación profetizó el
ángel 16. (II. 3). ¿Cómo se manifiesta primeramente esta salvación 17. (II. 4). ¿Qué se sigue de la salvación
del pecado 18. (II. 5). ¿Quedamos salvos del poder del pecado también 19. (II. 6). ¿Cómo se define esta
salvación ¿Qué se dice del pecado habitual, del pecado de voluntad, de los deseos pecaminosos y de las
debilidades 20. (II. 7). ¿Qué otro nombre se da a esta salvación 21. (III. 1). ¿Cuál es la primera objeción a esta
doctrina 22. (III. 2). ¿Se opone esta salvación a la santidad 23. (III. 3). ¿Tiende a engendrar la soberbia
¿Deberá producirla 24. (III. 4). ¿Induce a los hombres al pecado 25. (III. 5). ¿Los arroja a la desesperación 26.
(III. 6). ¿Es una doctrina desconsoladora 27. (III. 7). ¿Qué se dice cuando ya no hay objeciones que ofrecer
28. (III. 8). ¿Qué se dice del error romanista ¿De qué manera se ha verificado la opinión del señor Wesley
Respuesta. Por el principio y desarrollo de la controversia por medio de tratados en Oxford, que resultó en
que muchas personas se pasaran a la iglesia de Roma hace unos ciento treinta años. 29. (III. 9). ¿De qué
manera se opone el adversario a la predicación de esta doctrina----------------------------------El casi cristiano
NOTAS INTRODUCTORIAS
El señor Wesley predicó este sermón primero en Londres y un mes después en Oxford. No es peculiar a
ninguna época ni de ningún lugar el tipo o carácter que describe; si bien no cabe duda que los metodistas de
Oxford ofrecían la mejor oportunidad de describir la vida del “casi cristiano.” La sinceridad, el celo, el
cumplimiento escrupuloso de los deberes diarios y la incansable diligencia en llenar sus obligaciones, eran las
cualidades que combinadas, formaban el carácter que por desprecio llamaron “metodista.” A pesar de todo
esto, declara el autor de este sermón que todas estas cualidades pertenecen solamente al “casi cristiano.” Sin
la verdadera santidad, esta apariencia de piedad está destituida de todo poder. Es evidente que el señor
Wesley no se olvidó de los elementos de la religión genuina peculiares al carácter que aquí presenta, como
puede verse en el sermón noveno, en que contrasta esta misma formalidad con la enemistad e indiferencia
naturales en el hombre. Nada puede hacer más enfática la apreciación tan profunda que tenía de lo im-
portante que es esta crisis del alma, conocida bajo el nombre de conversión, como el hecho de presentar aquí
todos los auxilios de la gracia, anteriores a dicha conversión, como estériles sin esa suprema experiencia que
transforma al hombre casi converso en verdadero cristiano.
La peroración dirigida a sus oyentes, al traer a la memoria su experiencia entre ellos, es característica del
predicador: muéstrase enteramente libre de esa porfía orgullosa que engendra la seguridad de las propias
opiniones; de esa falsa consecuencia que induce a los hombres a sostener un error simplemente porque
antes lo habían abrazado como una verdad. Habla de sí mismo como de otro individuo y usa de su propia
experiencia para amonestar a otros en contra del error. Hay algunos ejemplos de la desaprobación propia
muy diversos de los que el señor Wesley ofrece aquí, y son los de ciertas personas recientemente conver-
tidas, que hacen enfática, y aun exageran su vida perversa pasada, a fin de hacer el contraste con su modo
de vivir actual más pronunciado y notable. Esta práctica si no de condenarse, es peligrosa. Silos conversos
han de mencionar los pecados nefandos de esta vida, deberán hacerlo con dolor profundo y un sentimiento de
humildad muy diferente de toda clase de alarde, puesto que de otra manera se corre el peligro de dar una im-
presión muy diferente de la que se intenta: los oyentes tal vez no experimenten un sentimiento de gratitud por
la salvación de un gran pecador, sino más bien una duda de la sinceridad del que habla y de la realidad del
cambio.
En el caso del señor Wesley, las alusiones que hacía a su propia experiencia eran pertinentes y hechas con
un espíritu de verdadera humildad; mientras que los cargos que se hacía a sí mismo eran esfuerzos por servir
a Dios, que sobrepujaban a las pretensiones más exageradas de los que le escuchaban. El contraste es muy
marcado. Si le hubiese faltado celo y rectitud, ¿cuál no habría sido la condenación de aquellos que
despreciaban todas estas cosas, las cuales constituyen la verdadera vida cristiana
Contiene este sermón la sustancia de las “reglas Generales de las Sociedades Unidas” que se publicaron en
1743, casi dos años después de predicado este sermón.
ANALISIS DEL SERMON II
I. ¿Qué significa el ser casi cristiano
1. Significa tener la sinceridad de los paganos que incluye la justicia, la verdad y el amor.
2. La forma de piedad; el no cometer ciertos pecados exteriores, haciendo el bien aun a costa de dificultades y
trabajos, y usando de los medios de gracia públicamente, en la familia y en lo privado.
3. Sinceridad y resolución positivas de servir a Dios.
II. ¿Qué significa el ser cristiano decididamente
1. Significa amar a Dios.
2. Amar a nuestros hermanos.
3. Tener no una fe muerta y especulativa, sino aquella que nos asegura el perdón de nuestros pecados y que
desarrolla el amor del corazón y la obediencia a los mandamientos de Dios.
SERMON II
EL CASI CRISTIANO[1]
Por poco me persuades a ser cristiano (Hechos 26:28).
Existen muchas almas que hasta este punto llegan: pues desde que se estableció en el mundo la religión
cristiana, ha habido un sinnúmero, en todas épocas y de todas nacionalidades, que casi se han decidido a ser
cristianos. Mas viendo que de nada vale ante la presencia de Dios, el llegar tan sólo hasta este punto, es de la
mayor importancia que consideremos:
Primero, lo que significa ser casi cristiano.
Segundo, lo que es ser cristiano por completo.
1. (I). 1. El ser casi cristiano quiere decir: en primer lugar, la práctica de la justicia pagana; y no creo que
ninguno ponga en duda mi aserción, supuesto que la justicia pagana abraza no sólo los preceptos de sus
filósofos, sino también esa rectitud que los paganos esperan unos de otros y que muchos de ellos practican.
Sus maestros les enseñan: que no deben ser injustos ni tomar lo que no les pertenece sin el consentimiento
de su dueño; que a los pobres no se debe oprimir ni hacer extorsión a ninguno; que en cualquier comercio
que tengan con ellos, no se ha de engañar ni defraudar a ricos ni a pobres; que no priven a nadie de sus
derechos y si fuere posible, que nada deban a ninguno.
2. Más aún: la mayoría de los paganos reconocían la necesidad de rendir tributo a la verdad y a la justicia y
aborrecían, por consiguiente, no sólo al que juraba en falso, poniendo a Dios por testigo de una mentira, sino
también al que acusaba falsamente a su prójimo calumniándolo. En verdad que no tenían sino desprecio para
los mentirosos de todas clases, considerándolos como la deshonra del género humano y la peste de la
sociedad.
3. Además: esperaban unos de otros cierta caridad y
misericordia; cualquier ayuda que se pudieran prestar sin detrimento propio. Practicaban esta benevolencia,
no sólo al prestar esos pequeños servicios humanitarios que no causan al que los hace gusto ni molestias,
sino también alimentando a los hambrientos; vistiendo a los desnudos con la ropa que les sobraba, y en
general, dando a los necesitados lo que no les hacía falta. Hasta tal punto llegaba la justicia de los paganos;
justicia que también poseen los que casi son cristianos.
(II). 4. La segunda cualidad del que casi es cristiano, es que tiene la apariencia de piedad, de esa piedad que
se menciona en el Evangelio de Jesucristo, que tiene las señales exteriores de un verdadero cristiano. Por
consiguiente, los que casi son cristianos no hacen nada de lo que el Evangelio prohíbe: no toman el nombre
de Dios en vano; bendicen y no maldicen; no juran jamás, sino que sus contestaciones son siempre: sí, sí; no,
no; no profanan el día del Señor ni permiten que nadie lo profane, ni aun el extranjero que está dentro de sus
puertas; evitan no sólo todo acto de adulterio, fornicación e impureza, sino aun las palabras y miradas que
tienden a pecar de esa manera; más aún toda palabra ociosa, toda clase de difamación, crítica, murmuración,
“palabras torpes o truhanerías,” etapea, cierta virtud entre los moralistas paganos; en una palabra, se
abstienen de toda clase de conversación que no “sea buena para edificación” y que por consiguiente, contrista
“al Espíritu Santo de Dios con el cual estáis sellados para el día de redención.”
5. Se abstienen de beber vino, de fiestas y glotonerías, y evitan hasta donde les es posible, toda clase de
contención y disputas; procurando vivir en paz con todos los hombres. Si se les hace alguna injusticia, no se
vengan ni devuelven mal por mal. No injurian, no se burlan ni se mofan de sus prójimos por razón de sus
debilidades. Voluntariamente no lastiman, ni afligen, ni oprimen a nadie, sino que en todo hablan y obran
conforme a la regla: “Todas las cosas que quisierais que los hombres hiciesen con vosotros, así también
haced vosotros con ellos.”
6. En la práctica de la benevolencia, no se limitan a obras fáciles y que cuestan poco esfuerzo, sino que
trabajan y sufren en bien de muchos, a fin de proteger eficazmente a unos cuantos por lo menos. A pesar de
los trabajos y las penas todo lo que les viene a la mano lo hacen según sus fuerzas, ya sea en favor de sus
amigos o ya de sus enemigos; de los buenos o de los malos, porque no siendo “perezosos” en este o en
cualquier otro “deber,” hacen toda clase de bien, según tienen oportunidad, a “todos los hombres;” a sus
almas lo mismo que a sus cuerpos. Reprenden a los malos, instruyen a los ignorantes, fortifican a los débiles,
animan a los buenos y consuelan a los afligidos. A los que duermen espiritualmente procuran despertar, y
guiar a aquellos a quienes Dios ya ha movido, al “manantial abierto...para el pecado y la inmundicia,” a fin de
que se laven y queden limpios; amonestando también a los que ya son salvos por la fe a honrar en todo el
Evangelio de Cristo.
7. El que tiene la forma de la santidad usa también de los medios de gracia, de todos ellos y siempre que hay
la oportunidad. Con frecuencia asiste a la casa de Dios y no como algunos, quienes se presentan ante el
Altísimo cargados de cosas de oro y joyería, mostrando vanidad en el vestido y, ya sea por sus mutuas
atenciones, impropias de la ocasión, o su impertinente frivolidad, demuestran que no tienen la forma ni el
poder de la santidad. Pluguiese a Dios que no hubiera entre nosotros algunas personas de esta clase, que en-
tran al templo mirando por todas partes y con todas las señales de indiferencia y descuido; si bien algunas
veces parece que piden la bendición de Dios sobre lo que van a hacer; quienes durante el culto solemne se
duermen o toman la postura más cómoda posible, o conversan y miran para todas partes, como si no tuvieran
nada serio que hacer y Dios estuviese durmiendo. Estos no tienen ni la forma de piedad; el que la posee, se
porta con seriedad y presta atención a todas y cada una de las partes del solemne culto; muy especialmente
al acercarse a la mesa del Señor, no lo hace liviana o descuidadamente, sino con tal aire, modales y
comportamiento, que parece decir: “Señor, ten misericordia de mí, pecador.”
8. Si a todo esto se añade la práctica de la oración con la familia, que acostumbraban los jefes del hogar y el
consagrar ciertos momentos del día a la comunión con Dios en lo privado, observando una conducta
irreprochable, tendremos una idea completa de aquellos que practican la religión exteriormente y tienen la
forma de piedad. Sólo una cosa les falta para ser casi cristianos: la sinceridad.
(III). 9. Sinceridad quiere decir un principio real, interior y verdadero de religión, del cual emanan todas estas
acciones exteriores. Y a la verdad que si carecemos de este principio, no tenemos la justicia de los paganos,
ni siquiera la suficiente para satisfacer las exigencias del poeta epicúreo. Aun ese mentecato en sus
momentos sobrios, decía:
Oderunt pecare boni, virtutis amore;
Oderunt pecare mali, formidini pœnœ.
“Por amor a la virtud dejan de pecar los buenos; mas los malos por temor del castigo.”
De manera que si un hombre deja de hacer lo malo, simplemente por no incurrir en las penas, no hace
ninguna gracia. “No te ajusticiarán.” “No alimentarás a los cuervos colgado de un madero,” dijo el pagano y en
esto recibe su única recompensa. Pero ni aun según la opinión de ese poeta es un hombre inofensivo como
este, tan bueno como los paganos rectos. Por consiguiente, no podemos decir con verdad de una persona,
quien, guiada por el móvil de evitar el castigo, la pérdida de sus amistades, sus ganancias o reputación, se
abstiene de hacer lo malo y practica lo bueno, y usa de todos los medios de gracia, que casi es cristiana. Si no
tiene mejores intenciones en su corazón, es un hipócrita.
10. Se necesita, por lo tanto, de la sinceridad para este estado de casi ser cristiano; una intención decidida de
servir a Dios y un deseo firme de hacer su voluntad. Significa el deseo sincero que el hombre tiene de agradar
a Dios en todas las cosas; con sus palabras, sus acciones, en todo lo que hace y deja de hacer. Este
propósito del hombre que casi es cristiano, afecta todo el tenor de su vida; es el principio que lo impulsa a
practicar el bien, abstenerse de hacer lo malo y a usar los medios que Dios ha instituido.
11. En este punto, probablemente pregunten algunos: “¿Es posible que un hombre pueda ir tan lejos y, sin
embargo, no ser más que casi cristiano” “¿Qué otra cosa además se necesita para ser cristiano por completo”
En contestación diré: que según los oráculos sagrados de Dios y el testimonio de la experiencia, es muy
posible avanzar hasta tal punto y sin embargo, no ser más que un casi cristiano.
12. Hermanos, grande “es la confianza con que os hablo.” “Perdonadme esta injuria” si declaro mi locura
desde los techos de las casas para vuestro bien y el del Evangelio. Permitidme pues, que hable con toda
franqueza de mí mismo, como si hablase de otro hombre cualquiera; estoy dispuesto a humillarme para ser
después exaltado; y a ser todavía más vil para que Dios sea glorificado.
13. Durante largo tiempo y como muchos de vosotros podéis testificar, no llegué sino hasta este punto; si bien
usaba de toda diligencia para desterrar lo malo y tener una conciencia libre de toda culpa; “redimiendo el
tiempo;” me aprovechaba de todas las oportunidades que se presentaban de hacer bien a los hombres; usaba
constante y esmeradamente de todos los medios de gracia tanto públicos como privados; procuraba observar
la mejor conducta posible en todos lugares y toda hora y, Dios es mi testigo, hacía yo todo esto con la mayor
sinceridad puesto que tenía vivos deseos de servir al Señor y resolución firme de hacer su voluntad en todo;
de agradar a Aquel que se había dignado llamarme a pelear “la buena batalla” y a echar mano de la vida
eterna; sin embargo, mi conciencia me dice, movida por el Espíritu Santo, que durante todo ese tiempo yo no
era más que un casi cristiano.
II. Si se pregunta: ¿qué otra cosa además de todo esto significa el ser cristiano por completo contestaré:
(I). 1. En primer lugar, el amor de Dios quien así dice en su Santa Palabra: “Amarás pues al Señor tu Dios de
todo tu corazón, y de toda tu alma, y de toda tu mente, y de todas tus fuerzas.” Ese amor que llena el corazón,
que se posesiona de todos los afectos y desarrolla las facultades del alma, empleándolas en toda su plenitud.
El espíritu de aquel que de esta manera ama al Señor, de continuo se regocija en Dios su Salvador; su deleite
está en el Señor a quien en todas las cosas da gracias; todos sus deseos son de Dios y permanece en él la
memoria de su nombre; su corazón a menudo exclama: “¿A quién tengo yo en los cielos” “Y fuera de ti nada
deseo en la tierra.” Y ciertamente, ¿qué otra cosa puede desear además de Dios A la verdad que no el mundo
ni las cosas del mundo: porque está crucificado al mundo y el mundo a él; “ha crucificado la carne con los
afectos y concupiscencias;” más aún, está muerto a toda clase de soberbia porque “la caridad...no se
ensancha;” sino que por el contrario, como el que vive en el amor, así “vive en Dios, y Dios en él” y se con-
sidera a sí mismo menos que nada.
(II). 2. En segundo lugar, otra de las señales del verdadero cristiano, es el amor que profesa a sus
semejantes, pues que el Señor ha dicho: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” Si alguno preguntase:
“¿Quién es mi prójimo” le contestaríamos: todos los hombres del mundo, todas y cada una de las criaturas de
Aquel que es el Padre de los espíritus de toda carne. No debemos exceptuar a nuestros enemigos ni a los
enemigos de Dios y de sus propias almas, sino que los debemos amar como a nosotros mismos, como “Cristo
nos amó a nosotros;” y el que quiera comprender mejor esta clase de caridad, que medite sobre la descripción
que Pablo da de ella. “Es sufrida, es benigna;...no tiene envidia” no juzga con ligereza; “no se ensancha,” sino
que convierte al que ama en humilde siervo de todos. El amor “no hace sinrazón…no busca lo suyo sino sólo
el bien de los demás y que todos sean salvos; “no se irrita,” sino que desecha la ira que sólo existe en quien
no ama; “no se huelga de la injusticia, mas se huelga de la verdad; todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera.”
(III). 3. Aún hay otro requisito para ser verdaderamente cristiano, que pudiera considerarse por separado, si
bien no es distinto de los anteriores, sino al contrario, la base de todos ellos es: la fe. Excelentes cosas se
dicen de esta virtud en los Oráculos de Dios. “Todo aquel que cree que Jesús es el Cristo, es nacido de Dios,”
dijo el discípulo amado. “A todos los que le recibieron, dióles potestad de ser hechos hijos de Dios, a los que
creen en su nombre.” “Y esta es la victoria que vence al mundo, nuestra fe.” El Señor mismo declara que: “El
que cree en mí, aunque esté muerto vivirá.”
4. Nadie se engañe a sí mismo. “Necesario es ver claramente que la fe que no produce arrepentimiento, amor
y buenas obras, no es la viva y verdadera, sino que está muerta y es diabólica; porque aun los demonios
mismos creen que Jesucristo nació de una virgen; que hizo muchos milagros y declaró ser el Hijo de Dios; que
sufrió una muerte penosísima por nuestras culpas y para redimirnos de la muerte eternal; que al tercer día
resucitó de entre los muertos; que subió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios Padre y que el día del
juicio vendrá otra vez a juzgar a los vivos y a los muertos. Estos artículos de nuestra fe y todo lo que está
escrito en el Antiguo y Nuevo Testamentos, los demonios creen firmemente, y sin embargo, permanecen en
su estado de condenación porque les falta esta verdadera fe cristiana.”[2]
5. “Consiste la verdadera y única fe cristiana,” usando el lenguaje de nuestra Iglesia, “no sólo en aceptar las
Sagradas Escrituras y los Artículos de nuestra fe, sino en tener una plena seguridad y completa certeza de
que Cristo nos ha salvado de la muerte eterna. Es una confianza firme y una certidumbre inalterable de que
Dios nos ha perdonado nuestros pecados por los méritos de Cristo, y de que nos hemos reconciliado con El;
lo que inspira amor en nuestros corazones y la obediencia de sus santos mandamientos.”
6. Ahora bien, todo aquel que tenga esta fe “que purifica el corazón” (por medio del poder de Dios que reside
en él) de la soberbia, la ira, de los deseos impuros, “de toda maldad,” “de toda inmundicia de carne y de
espíritu;” y por otra parte lo llena con un amor hacia Dios y sus semejantes, más poderoso que la misma
muerte, amor que lo impulsa a hacer las obras de Dios; a gastar y gastarse a sí mismo trabajando en bien de
todos los hombres; que sufre con gozo los reproches por causa de Cristo, el que se burlen de él, lo des-
precien, que todos lo aborrezcan, más aún, todo lo que Dios en su sabiduría permite que la malicia de los
hombres o los demonios inflijan sobre él; cualquiera que tenga esta fe y trabaje impulsando por este amor, es
no solamente casi, sino cristiano por completo.
7. Mas ¿dónde están los testigos vivientes de todas estas cosas Os ruego, hermanos, en la presencia de ese
Dios ante quien están “el infierno y la perdición... ¿cuánto más los corazones de los hombres” que os
preguntéis cada uno en vuestro corazón: ¿Pertenezco a ese número ¿Soy recto, misericordioso y amante de
la verdad, siquiera como los mejores paganos Si así es, ¿tengo solamente la forma exterior del cristiano ¿Me
abstengo de hacer lo malo, de todo lo que la Palabra de Dios prohíbe ¿Hago con todas mis fuerzas todo lo
que me viene a la mano por hacer ¿Uso de los medios instituidos por Dios siempre que se ofrece la
oportunidad ¿Y hago todo esto con el deseo sincero de agradar a Dios en todas las cosas
8. ¿No tenéis muchos de vosotros la conciencia de encontraros muy lejos de ese estado de mente y corazón;
de que ni siquiera estáis próximos a ser cristianos; de que no llegáis a la altura de la rectitud de los paganos;
de que ni aun tenéis la forma de la santidad cristiana Pues mucho menos ha encontrado Dios sinceridad en
vosotros, el verdadero deseo de agradarle en todas las cosas. No habéis tenido ni la intención de consagrar
todas vuestras palabras y obras, vuestros negocios y estudios, vuestras diversiones a su gloria. No habéis
determinado ni siquiera deseado, hacer todo “en el nombre del Señor Jesús” y ofrecerlo todo como un
sacrificio espiritual, agradable a Dios por Jesucristo.
9. Mas suponiendo que hayáis determinado y decidido hacerlo, ¿será bastante el hacer propósitos y el tener
buenos deseos, para ser un verdadero cristiano En ninguna manera. De nada sirven los buenos propósitos y
las sanas determinaciones a no ser que se pongan en práctica. Bien ha dicho alguien que “el infierno está
empedrado de buenas intenciones.” Queda por resolver la gran pregunta: ¿Está vuestro corazón lleno del
amor de Dios ¿Podéis exclamar con sinceridad: “¡Mi Dios y mi Todo!” ¿Tenéis otro deseo además de poseerlo
en vuestro corazón ¿Os sentís felices en el amor de Dios ¿Tenéis en El vuestra gloria, vuestra delicia y
regocijo ¿Lleváis impreso en vuestro corazón este mandamiento: “Que el que ama a Dios, ame también a su
hermano” ¿Amáis pues a vuestros semejantes como a vosotros mismos ¿Amáis a todos los hombres, aun a
vuestros enemigos y los enemigos de Dios, como a vuestra propia alma, como Cristo os amó a vosotros
¿Creéis que Cristo os amó y se dio a sí mismo por vosotros ¿Tenéis fe en su sangre ¿Creéis que el Cordero
de Dios ha “quitado” vuestros pecados y los ha tirado como una piedra en lo profundo del mar ¿Creéis que ha
raído la cédula que os era contraria, quitándola de en medio y enclavándola en la cruz ¿Habéis obtenido la
redención por medio de su sangre, aun la remisión de vuestros pecados Y por último, ¿da su Espíritu
testimonio con vuestro espíritu de que sois hijos de Dios
10. El Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que está en medio de nosotros, sabe que si algún hombre
muere sin esta fe y sin este amor, mejor le fuera al tal hombre el no haber nacido. Despiértate, pues, tú que
duermes e invoca a Dios; llámale ahora, en el día cuando se le puede encontrar; no le dejes descansar hasta
que haga pasar todo “su bien delante de tu rostro,” hasta que te declare el nombre del Señor “Jehová, fuerte,
misericordioso, y piadoso; tardo para la ira, y grande en benignidad y verdad; que guarda la misericordia en
millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado.” Que ningún hombre os engañe ni os detenga
antes de que hayáis obtenido esto, sino al contrario clamad de día y de noche a Aquel que “cuando aun
éramos flacos, a su tiempo murió por los impíos” hasta que sepáis en quién habéis creído y podáis decir:
“¡Señor mío, y Dios mío!” orando sin cesar y sin desmayar hasta que podáis levantar vuestras manos hacia el
cielo y decir al que vive por siempre jamás: “Señor, tú sabes todas las cosas; tú sabes que te amo.”
11. Pluga al Señor que todos los que aquí estamos reunidos sepamos no solamente lo que es ser casi
cristianos, sino verdaderos y completos cristianos; estando gratuitamente justificados por su gracia por medio
de la redención que es en Jesús; sabiendo que tenemos paz con Dios por medio de Jesucristo;
regocijándonos con la esperanza de la gloria de Dios y teniendo el amor de Dios derramado en nuestros
corazones por el Espíritu Santo que nos es dado.
PREGUNTAS SOBRE EL SERMON II
1. (I. 1). ¿Qué significa el ser casi cristiano 2. (I. 1). ¿Qué quiere decir “la rectitud pagana” 3. (I. 1).
¿Practicaron esa rectitud algunos paganos ¿Puede usted citar un ejemplo 4. (I. 2). ¿Enseñaban el respeto a
la verdad 5. (I. 3). ¿Se amaban y protegían mutuamente 6. (II. 4). ¿Cuál es el segundo requisito para ser casi
cristiano 7. (II. 5). ¿Qué se dice respecto a la temperancia 8. (II. 6). ¿Qué se dice de sus buenas obras 9. (II.
7). ¿Hace uso de los medios de gracia 10. (II. 8). ¿Con qué otros deberes cumple 11. (II. 9). ¿Qué quiere decir
sinceridad 12. (II. 10). ¿En qué consiste la sinceridad 13. (II. 11). ¿Puede uno llegar hasta esa altura y no ser
sin embargo sino un casi cristiano 14. (II. 12). ¿Qué dice el señor Wesley de sí mismo 15. (II. 13). ¿De qué
manera apela al testimonio de sus oyentes 16. (III. 1). ¿Qué otra cosa se necesita para ser un verdadero
cristiano 17. (III. 2). ¿Cuál es el segundo requisito 18. (III. 3). ¿Qué otra cosa se incluye 19. (III. 4). ¿Qué se
dice de la relación que hay entre la fe y las buenas obras 20. (III. 5). ¿A qué iglesia se refiere 21. (III. 5). ¿De
qué libro tomó esta cita Del “Libro de las Homilías,” una serie de sermones que el Arzobispo Crammer y otros
prepararon, los cuales sermones se leían públicamente en las iglesias durante la época de la reina Isabel y
sus sucesores, debido a la falta de predicadores competentes. Juntamente con los XXXIX Artículos forman las
Doctrinas de la Iglesia Anglicana. 22. (III. 6). ¿Qué efecto tiene la verdadera fe 23. (III. 7). ¿Hay testigos
vivientes de estas verdades 24. (III 8). ¿Qué exhortación hace 25. (III. 10, 11). ¿Cómo concluye el
sermón---------------------------------Despiértate tú que duermes
NOTAS INTRODUCTORIAS
El señor Carlos Wesley predicó este sermón ante la Universidad de Oxford y, hablando de él dice su biógrafo:
“Dudo de que exista en la lengua inglesa o en cualquier idioma otro sermón del cual se hayan publicado
tantas ediciones como de éste o que haya sido el medio de mayor bien espiritual.” Encontrará el observador
crítico que tiene muchos puntos de semejanza con el estilo del señor Juan Wesley a la vez que otros en que
se diferencia. Ambos usan sentencias concisas, claras y enérgicas, no habiendo palabras superfluas ni
redundancia de ninguna clase. Especialmente notable es el señor Juan Wesley por la sencillez de su len-
guaje, de manera que ninguna persona por poco ilustrada que sea, puede dejar de comprenderlo.
Aseméjasele su hermano en este particular, pues acordaron los dos escribir en un estilo diferente y opuesto al
que en aquellos días prevaleciera. Un lenguaje afectado, palabras latinas en lugar de sajonas que habrían
expresado la misma idea, voces largas, difíciles, raras o de origen clásico y, muy a menudo usadas en
diferente sentido de su verdadera significación, y frases retóricas y retumbantes, llenas de citas del latín y del
griego, “de difícil inteligencia” para la gente del pueblo, eran algunas de las faltas de que adolecía el estilo del
siglo diez y ocho. Habiendo acostumbrado los señores Wesley visitar a los enfermos y a los presos en la
ciudad de Oxford, aprendieron a evitar ese estilo pomposo en sus predicaciones y escritos; tanto más cuanto
que el único fin que se proponían era el hacer bien y muy principalmente a los que más lo necesitaban, es
decir: a los pobres, a “las ovejas perdidas” de Israel; y aprendieron a usar ese estilo sencillo de hablar y
escribir que les valió la simpatía de las masas del pueblo. Al mismo tiempo, habiendo dado la debida atención
al estudio de la lógica, ciencia que debe medirse y practicarse, llegaron a ser muy competentes en la defensa
de las doctrinas que enseñaban. Muestra el predicador en este sermón un grado mayor de dicción poética
que el que generalmente se deja sentir en los escritos de su hermano. Pero ambos enseñaban idénticas
verdades: el arrepentimiento, la fe en el Señor Jesucristo y la regeneración por influencia del Espíritu Santo.
ANALISIS DEL SERMON III
I. Descripción de los que duermen.
1. Estado natural de insensibilidad, tinieblas, falsa tranquilidad y satisfacción de sí mismos en que se
encuentran: el pecador declarado, el que profesa la religión de sus padres o el fariseo ortodoxo que tiene la
forma de la santidad, mas niega su eficacia.
2. Por más que los hombres estimen este estado, Cristo lo denuncia, puesto que es una condición mortal de
insensibilidad a las cosas espirituales; en el cual estado el Espíritu de Dios no consuela a las almas ni éstas
pueden convencerse de su pecado.
II. Exhortación hecha enfática:
Por las amenazas que se encuentran en la Palabra de Dios; en vista de la eternidad y el juicio; la ausencia del
Espíritu en el alma; la falta de un cambio interior y de esperanzas bien fundadas de obtener la salvación.
III. Interpretación de la promesa.
Dios es luz. Por medio de la fe recibimos su Espíritu por el cual “conocemos lo que Dios nos ha dado,” de
manera que el verdadero cristianismo consiste en este conocimiento experimental de la verdad bajo la
influencia del Espíritu. La conciencia de esta comunión con el Espíritu Santo es una de las doctrinas de la
Iglesia Anglicana. Lamentándose del desarrollo de la iniquidad en la universidad y en toda la nación, concluye
el predicador apelando solemnemente a Dios y a su congregación.
SERMON III
DESPIERTATE, TU QUE DUERMES[1]
Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo (Efesios 5: 14).
Al discurrir sobre este asunto, trataré, con el favor divino, en primer lugar: de describir a los que duermen y a
quienes se dirigen las palabras del texto. Después, de dar vigor a la exhortación: “Despiértate, tú que
duermes, y levántate de los muertos,” y por último, de interpretar la promesa hecha a los que se despiertan y
levantan: “Y te alumbrará Cristo.”
I. 1. En primer lugar, hablemos de aquellos que duermen según el significado del texto. Con la palabra
sueño se figura aquí el estado natural del hombre; esa somnolencia profunda del alma causada por el pecado
de Adán y herencia de todos los que de él han descendido; esa pereza, indolencia, estupidez, esa ignorancia
de su verdadero estado con que todos los hombres vienen al mundo y continúan hasta que la voz de Dios los
despierta.
2. “Los que duermen, de noche duermen,” cuando la naturaleza se encuentra en la más completa oscuridad;
“puesto que tinieblas cubren la tierra y oscuridad los pueblos.” El pobre pecador, a quien no se ha despertado,
no tiene, por mucha que sea su sabiduría en otras cosas, el menor conocimiento de sí mismo, y en este
respecto “aún no sabe nada como debe saber;” ignora que es un espíritu caído, cuyo fin exclusivo en este
mundo es recuperarse de su caída y volver a obtener la imagen de Dios en cuya semejanza fue creado. No ve
la necesidad ni aquello que es indispensable: ese cambio completo e interior, ese renacimiento, figurado en el
bautismo, que es el principio de esa renovación radical, de esa santificación del espíritu, alma y cuerpo sin la
cual “nadie verá al Señor.”
3. Plagado de enfermedades, imagínase estar en perfecta salud; encadenado fuertemente con hierros y
en la miseria, sueña gozar de libertad y exclama: “paz, paz,” al mismo tiempo que el diablo, como “un hombre
fuerte, armado,” está en plena posesión de su alma. Continúa durmiendo y descansando a la par que el
infierno se mueve debajo de él para atraparlo; aunque el abismo, de donde jamás se vuelve, ha abierto la
boca para tragarlo. Fuego encendido hay en derredor suyo, y sin embargo, no lo sabe; aunque llega a
quemarlo, no se cuida de ello.
4. El “que duerme” es por consiguiente (pluguiese a Dios que todos lo entendiésemos bien) un pecador
satisfecho en sus pecados, que desea permanecer en su estado caído y vivir y morir sin la imagen de Dios;
que no conoce su enfermedad ni sabe cuál es su único remedio; que nunca ha sido amonestado o no ha
querido escuchar la amonestación de Dios que le dice: “huye de la ira que ha de venir;” y quien jamás se ha
persuadido de que está en peligro del infierno ni ha gritado con toda la ansiedad de su alma: ¿Qué debo
hacer para ser salvo
5. Si este que duerme no es abiertamente vicioso, tiene por lo general el sueño más profundo; ya sea como
el espíritu de Laodicea, ni frío ni caliente—quieto, racional, inofensivo, amable, fiel a la religión de sus padres
—, o ya celoso y ortodoxo, fariseo, “conforme a la más rigurosa secta de nuestra religión,” es decir, uno que,
según la descripción de las Sagradas Escrituras, se justifica a sí mismo, trabaja por establecer su propia
justicia como la base para ser aceptado por Dios.
6. Este es aquel que “teniendo apariencia de piedad” ha negado la eficacia de ella, y que probablemente la
envilece dondequiera que la encuentra como si fuese una extravagancia o ilusión. Este desgraciado a sí
mismo se engaña y da gracias a Dios porque no es como los demás hombres: “ladrones, injustos, adúlteros,”
ni a nadie hace mal; al contrario, ayuna dos veces por semana, usa de todos los medios de gracia, asiste
constantemente a la iglesia y frecuenta los sacramentos. Más aún, da diezmos de todo lo que posee, hace
“todo el bien que puede;” tocante a la justicia de la ley, está limpio; no le falta de la santidad sino el poder;
nada de la religión, sino el espíritu y el cristianismo, la verdad y la vida.
7. Empero, ¿no sabéis que un cristiano como éste, por muy estimado que sea de los hombres, ante la
presencia de Dios es abominación y heredero de todos los males que el Hijo de Dios, ayer, hoy y para
siempre anuncia en contra de los “escribas y fariseos, hipócritas” Lo de afuera ha limpiado, mas por dentro
está lleno de podredumbre; “cosa pestilencial de él se ha apoderado.” Justamente nuestro Señor a un
“sepulcro blanqueado” lo compara, que de fuera, a la verdad, se muestra hermoso, mas de dentro está lleno
de huesos de muertos y de toda suciedad; huesos, que a la verdad, ya no están secos; nervios y carne han
subido sobre ellos y la piel los ha cubierto; mas no hay aliento en ellos, ni tienen el Espíritu del Dios viviente.
“Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de él.” Vosotros sois de Cristo, “si es que el Espíritu de
Dios mora en vosotros;” pero si no, sabe Dios que vivís en la muerte aun ahora mismo.
8. Otra característica del que duerme, es que habita en la muerte y no lo sabe. Está muerto para con Dios,
muerto en sus delitos y pecados, “porque la intención de la carne es muerte.” Como está escrito: “el pecado
entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte;” no solamente la muerte física, sino la espiritual
y eterna. “Mas del árbol de ciencia del bien y del mal, no comerás de él; porque el día que de el comieres,
morirás,” dijo Dios a Adán, y esta no era la muerte del cuerpo (a no ser que en ese momento perdiese la in-
mortalidad material), sino del espíritu; perderás la vida del alma; morirás para con Dios; quedarás separado de
Aquel que es la esencia de tu vida y felicidad.
9. De esta manera se disolvió la unión vital de nuestra alma con Dios; de modo que “en medio de la vida”
natural, estamos “en la muerte” espiritual en la que permaneceremos hasta que el segundo Adán nos vivifique
con su Espíritu; hasta que El levante a los muertos; muertos en pecado, en los placeres, en las riquezas y
honores. Para que un alma muerta pueda resucitar, es menester que escuche la voz del Hijo de Dios, que
comprenda lo desesperado de su condición y reciba ella misma la sentencia de su muerte. Sabe que está
muerta mientras vive, muerta para con Dios y todas las cosas de Dios, sin tener más poder de cumplir con las
obligaciones de un verdadero cristiano, del que un cuerpo muerto tiene de ejecutar las funciones del hombre
vivo.
10. Y qué cierto es del que está muerto en pecados que no tiene “los sentidos ejercitados en el discernimiento
del bien y del mal;” puesto que teniendo ojos, no ve; teniendo orejas, no oye; ni gusta y ve que es bueno
Jehová. No ha visto a Dios jamás, oído su voz ni palpado “tocante al Verbo de vida.” En vano se ha
derramado para él el nombre de Jesús como ungüento que exhala aromas de mirra, áloe, y casia. El alma que
duerme el sueño de la muerte no percibe estas cosas; ha perdido el sentido de la conciencia y nada de esto
entiende.
11. De aquí es que, no teniendo el sentido espiritual ni la facultad de recibir las cosas espirituales, el hombre
natural no acepta las cosas del Espíritu de Dios y tan lejos está de poderlas admitir, que más bien le parecen
locura. No le satisface ignorar las cosas espirituales por experiencia propia, sino que niega aun que existan y
la sensación espiritual es para él la mayor locura. “¿Cómo puede ser esto” De la misma manera que sabéis
que vuestros cuerpos están vivos. La fe es la vida del alma y si tenéis esta vida en vosotros, no necesitáis
más pruebas para satisfaceros de esa conciencia divina, este testimonio de Dios que es mayor y vale más
que diez mil testigos humanos.
12. Si en la actualidad no das testimonio con tu espíritu de que eres hijo de Dios, quiera el Señor persuadirte
por medio de su poder, ¡oh pobre pecador que aún duermes!, de que eres una criatura del diablo. Ojalá y
mientras profetizo viniese un ruido y temblor y los huesos se llegasen “cada hueso a su hueso.” “Espíritu, ven
de los cuatro vientos y sopla sobre estos muertos, y vivirán.” No endurezcáis vuestros corazones ni resistáis al
Espíritu Santo que ahora mismo procura persuadiros de que sois pecadores, puesto que no creéis en el Uni-
génito de Dios.
II. 1. Por consiguiente, “Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos.” El Señor te está llamando
por mi boca y te exhorta a conocerte a ti mismo, espíritu caído, y tu verdadero estado y condición. ¿Qué
tienes, dormilón levántate y clama a tu Dios. Levántate y clama a tu Dios— quizá El tendrá compasión de ti y
no perecerás. Una gran tempestad se levanta en tu derredor y te estás sumergiendo en las profundidades de
la perdición, en el océano de los juicios divinos. Si quieres escapar de ellos, arrójate en ellos; “júzgate a ti
mismo, para que el Señor no te juzgue.”
2. ¡Despiértate, despiértate! Levántate ahora mismo, no sea que tomes de la mano de Jehová el vaso del
vino de su furor. Anímate y tómate del Señor, el Señor de la Justicia, grande para salvar.” “Sacúdete del
polvo” o al menos déjate sacudir por el temblor de los juicios del Señor. Despiértate Y grita con el carcelero:
“¿Qué es menester que yo haga para ser salvo” y no descanses hasta que creas en el Señor Jesús con la fe
que es su don por influencia del Espíritu Santo.
3. Si a alguno me dirijo más especialmente que a otros, es a ti ¡oh alma! que no te crees aludida en esta
exhortación. Tengo un mensaje de Dios para ti y en su nombre te amonesto a que huyas de “la ira que
vendrá.” Mira, pues, tu retrato, oh alma indigna, en Pedro allí en el oscuro calabozo, entre los soldados,
cargado de cadenas y vigilado por los guardias de la prisión. La noche casi ha pasado y aproxímase la
mañana cuando habrás de ser llevada al patíbulo; y en tan tremendas circunstancias aún duermes—estás
profundamente dormida en brazos del demonio, a la orilla del precipicio, en las garras de la eterna
destrucción.
4. Que el ángel del Señor se acerque a ti y brille la luz en tu prisión. Que puedas sentir la mano fuerte del
Señor que te levanta y su voz que te dice: “Cíñete, y átate tus sandalias…Rodéate tu ropa y sígueme.”
5. Despiértate, oh espíritu inmortal, de tu sueño de felicidad mundana. ¿No te creó Dios para El mismo No
podrás descansar sino hasta que descanses en El. Vuélvete ¡oh pobre descarriado! Apresúrate a entrar otra
vez en tu arca. Este no es tu hogar. No pienses edificar aquí tabernáculos. No eres sino extranjero y peregrino
sobre la tierra; la criatura de un día que se precipita a un estado inalterable. Apresúrate pues, que la eternidad
se aproxima, la eternidad que depende de este momento, una eternidad de gozo o de sufrimiento.
6. ¿En qué estado se encuentra tu alma Si Dios te pidiese tu alma, mientras estoy hablando, ¿estaría lista
para la muerte y el juicio ¿Podrías presentarte ante Aquel que es demasiado “limpio…de ojos para ver el mal”
¿Eres digno de “participar de la suerte de los santos en luz” ¿Has peleado la buena batalla y guardado la fe
¿Has recobrado la imagen de Dios en ti mismo, la virtud y verdadera santidad ¿Te has quitado el hombre
viejo y puesto el hombre nuevo ¿Te has revestido de los méritos de Cristo
7. ¿Tienes aceite en tu lámpara, gracia en tu corazón ¿Amas al Señor “de todo tu corazón, y de toda tu
alma...y de todo tu entendimiento” ¿Tienes esa mente que es según la mente de Jesucristo ¿Eres cristiano en
realidad de verdad, es decir: una nueva criatura ¿Han pasado las cosas viejas y han sido todas hechas
nuevas
8. ¿Eres “participante de la naturaleza divina” ¿No sabes que Cristo está en ti a no ser que seas un réprobo,
que Dios habita en ti y tú en Dios por medio de su Espíritu que te ha dado, que tu cuerpo “es templo del
Espíritu Santo” ¿Tienes testimonio en ti mismo, la señal de tu herencia ¿Has “recibido el Espíritu Santo,” o te
sorprende mi pregunta y contestas que ni siquiera sabes “si hay Espíritu Santo”
9. Si acaso este lenguaje te ofendiere, sabe que no eres cristiano ni deseas serlo; que tu misma oración en
pecado se convierte y que hoy día te has burlado de Dios muy solemnemente, cuando oraste pidiendo el
auxilio del Espíritu Santo, al mismo tiempo que no creías se pudiese recibir tal cosa.
10. A pesar de esto, con la autoridad de la Palabra de Dios y de nuestra Iglesia, debo repetir la pregunta:
“¿Habéis recibido el Espíritu Santo” Si no lo has recibido, aún no eres cristiano; porque cristiano sólo es el
hombre que está ungido del Espíritu Santo y de poder. Aun no eres participante de la religión pura y limpia.
¿Sabes qué cosa es la religión; qué es: participar de la naturaleza divina; la vida de Dios en el alma humana;
tener a Cristo en el corazón; Cristo en ti, “la esperanza de gloria,” pureza y felicidad; el principio de la vida
celestial en la tierra; el reino de Dios en ti; no la comida ni la bebida; no una cosa exterior, sino “justicia y paz y
gozo por el Espíritu Santo” un reino eterno fundado en el alma; “la paz de Dios, que sobrepuja todo
entendimiento;” un “gozo inefable y glorificado”
11. ¿Sabes tú que “en Cristo Jesús ni la circuncisión vale algo, ni la incircuncisión; sino la fe que obra por la
caridad,” la nueva creación ¿Ves la necesidad de ese cambio interior, del nacimiento espiritual, de la vida de
los que antes estaban muertos, de la santidad, y estás plenamente persuadido de que sin ella ninguno verá al
Señor ¿Estás trabajando por obtenerla y hacer firme “tu vocación y elección,” ocupándote en tu salvación con
temor y temblor, esforzándote a entrar por la puerta angosta ¿Obras en conciencia respecto a tu alma y
puedes decir al que escudriña los corazones: Tú oh Dios, eres lo que mi corazón desea, Tú sabes todas las
cosas, Tú sabes que quiero amarte
12. Abrigas la esperanza de ser salvo; pero ¿qué razón tienes para abrigar esa esperanza ¿Porque no
has hecho ningún mal o porque has hecho mucho bien ¿Porque no eres como otros hombres, sino instruido,
sabio, honrado y moral, estimado de todos, y de buena reputación ¡Ay! nada de esto te valdrá con Dios. Con
El vale menos que nada. ¿Conoces al Señor Jesús a quien Dios mandó, y te ha enseñado que “por gracia
sois salvos por la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios: no por obras, para que nadie se gloríe” ¿Has
recibido como la base de tu esperanza, esa palabra fiel de que “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los
pecadores” ¿Has aprendido lo que quiere decir: “No he venido a llamar justos, sino pecadores a
arrepentimiento” “No soy enviado sino a las ovejas perdidas.” ¿Estás ya perdido, muerto, condenado El que
tiene oídos para oír que oiga. ¿Sabes lo que mereces ¿Conoces tus necesidades ¿Eres pobre de espíritu y
estás pidiendo a Dios y rehusándote a ser consolado ¿Eres el hijo pródigo que “vuelve en sí” y se levanta
arrepentido para ir a su padre ¿Quieres vivir santamente en Cristo Jesús ¿Sufres acaso alguna persecución
por causa de El ¿Dicen de ti los hombres toda clase de cosas malas falsamente y por causa del Hijo del
hombre
13. Ojalá y escuchaseis en todos estos asuntos la voz de Aquel que hace despertar a los muertos, y
sintieseis el peso de su palabra capaz de desmenuzar las rocas. ¡Oh, si escuchaseis su voz hoy día, mientras
es de día, y no endurecieseis vuestros corazones! “Despiértate, tú que duermes,” en sueño espiritual, no sea
que duermas la muerte eterna. Considera lo desesperado de tu condición y “levántate de los muertos.” Deja a
tus antiguos compañeros de pecado y miseria; sigue tú a Jesús y deja que los muertos entierren a sus
muertos; sé salvo de esta perversa generación; sal de en medio de ellos, apártate y no toques lo inmundo, y
el Señor te recibirá. Cristo te dará la luz.
III. 1. Paso, por último, a explicar esta promesa. Y qué pensamiento tan consolador es éste: cualquiera que
obedece su llamamiento y lo busca, no lo hará en vano. Si te despiertas y levantas aun de entre los muertos
El te dará la luz como lo ha prometido. “Gracia y gloria dará Jehová;” la luz de su gracia aquí y la de gloria
cuando recibas la corona que no se marchita jamás. “Entonces nacerá tu luz como el alba, y tu salud se
dejará ver presto.” “Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz,” resplandecerá en tu corazón
para tu “iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo.” A los que temen al Señor,
“nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salud” y en ese día se les dirá: “Levántate, resplandece; que ha
venido tu lumbre, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti,” porque Cristo en ellos se revelará y El es la
verdadera luz.
2. Dios es luz y se revela a todo pecador que a sí mismo se despierta, que lo busca: serás, pues, un templo
del Dios viviente y Cristo morará en tu corazón por medio de la fe, y arraigado y fundado en amor, podrás
comprender bien con todos los santos, “cuál sea la anchura y la longura y la profundidad y la altura, y conocer
el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento.”
3. He aquí vuestro llamamiento, hermanos míos. Estamos llamados a ser una habitación de Dios por medio
de su Espíritu que, habitando en nosotros, nos hace aptos para participar de la suerte de los santos en luz.
Tales son las promesas hechas a los que creen, supuesto que por medio de la fe “nosotros hemos recibido,
no el espíritu del mundo sino el Espíritu que es de Dios, para que conozcamos lo que Dios nos ha dado.”
4. Es el Espíritu de Cristo el gran don de Dios que, de distintas maneras y en diferentes lugares, ha
prometido al hombre y dado abundantemente desde la época cuando Cristo fue glorificado. Esas promesas
hechas a nuestros padres, ha cumplido: “Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis
mandamientos” (Ezequiel 36:27). “Derramaré aguas sobre el secadal, y ríos sobre la tierra árida: mi espíritu
derramaré sobre tu generación, y mi bendición sobre tus renuevos” (Isaías 44:3).
5. Todos vosotros podéis ser testigos vivientes de estas cosas: de la remisión de los pecados y del don del
Espíritu Santo. “Si puedes creer, al que cree, todo es posible.” ¿“Quién hay entre vosotros que teme a Jehová”
y sin embargo, aún camina en las tinieblas y no tiene luz Te pregunto en el nombre del Señor Jesús: ¿Crees
que su brazo es tan poderoso como siempre ¿Que aún es “grande para salvar” ¿que es “el mismo ayer, y hoy,
y por los siglos” ¿que tiene poder sobre la tierra para perdonar pecados “Confía, hijo; tus pecados te son
perdonados.” Dios, por los méritos de Cristo, te ha perdonado. Recibe pues, este mensaje, no como la
palabra del hombre, sino como la palabra de Dios; estás justificado ampliamente, por medio de la fe; de la
misma manera que serás santificado y el Señor Jesús te sellará porque “Dios nos ha dado vida eterna; y esta
vida está en su Hijo.”
6. Permitidme, hermanos y señores, que os hable con toda llaneza y recibid estas palabras de exhortación
aun de uno que es de poca estima en la Iglesia. Movidas por el Espíritu Santo, vuestras conciencias os dan
testimonio de que estas cosas son ciertas, si es que habéis probado la misericordia del Señor. “Esta empero,
es la vida eterna: que conozcáis al solo Dios verdadero, y a Jesucristo al cual El ha enviado.” Esta experiencia
personal, y sólo ella, constituye el verdadero cristianismo. Solamente es cristiano aquel que ha recibido el Es-
píritu de Cristo, y el que no lo ha recibido, no es cristiano; porque no es posible haberlo recibido sin saberlo.
“En aquel día,” dijo el Señor, “vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en
vosotros.” Este es aquel “Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce:
mas vosotros le conocéis; porque está con vosotros, y será en vosotros” (Juan 14:17).
7. El mundo no lo puede recibir, sino que por completo rechaza la promesa del Padre, contradiciendo y
blasfemando. Todo espíritu que no confiesa esto, no es de Dios. “Este es el espíritu del anticristo del cual
vosotros habéis oído que ha de venir, y que ahora ya está en el mundo.” Quienquiera que niegue del Santo
Espíritu la inspiración, o que la posesión de ese Espíritu sea la herencia común de todos los creyentes, la
bendición del Evangelio, el don inestimable, la promesa universal, la piedra de toque de todo verdadero
cristiano, es el anticristo.
8. De nada le sirve decir: No niego la ayuda del Espíritu de Dios, sino su inspiración, esta recepción del
Espíritu Santo y el tener conciencia de su presencia; este sentir del Espíritu, el ser movido por El o estar lleno
de El que no puede tener lugar en una religión sana. Pero con negar sólo esto, negáis todo: la inspiración de
las Sagradas Escrituras; todas las verdades, promesas y testimonios de Dios.
9. Nada de esta infernal distinción sabe nuestra excelente iglesia; mas al contrario, habla muy claramente
respecto al “sentir el Espíritu de Cristo,” de estar “movido por el Espíritu Santo,” “de saber que no hay otro
nombre mas que el del Señor Jesús” para poder obtener vida y salvación. Nos enseña a pedir la “inspiración
del Espíritu Santo” y aun “que seamos llenos del Espíritu Santo.” Todos sus presbíteros creen recibir el
Espíritu Santo por medio de la imposición de manos.[2] Por consiguiente, el negar cualquiera de estas cosas,
es renunciar a la Iglesia Anglicana y a toda la revelación cristiana.
10. Pero “la sabiduría de Dios” ha sido siempre necedad para con los hombres, y no hay que admirarse de
que los grandes misterios del Evangelio hayan sido “escondidos de los sabios y los prudentes” —lo mismo
que en tiempos remotos— para que nieguen su eficacia casi universalmente, los ridiculicen y los consideren
como una mera locura, de modo que a todos los que lo aceptan se les llama locos entusiastas. Esta es
aquella apostasía general que había de venir; esa apostasía general de los hombres de todas clases y
condiciones, que hoy día se dilata por toda la extensión de la tierra. “Discurrid por las plazas de Jerusalén, y
mirad ahora, y sabed, y buscad en sus plazas si halláis hombre” que ame al Señor de todo su corazón y que
lo sirva con toda su inteligencia. Nuestra patria, sin ir más lejos, está inundada de iniquidad. ¡Cuántas villanías
cometen diariamente y con toda impunidad aquellos que hacen alarde y se glorían en sus crímenes! ¿ Quién
podrá contar las blasfemias, maldiciones, juramentos, mentiras, calumnias, detracciones, conversaciones
mordaces; las veces que se peca quebrantando el día del Señor; las ofensas, la gula, la embriaguez, las
venganzas, la lujuria, los adulterios, los pecados de la carne, los fraudes, las opresiones, las extorsiones que
inundan el país entero como un diluvio
11. Y aun entre aquellos que están libres de estas abominaciones ¡cuánto no hay de ira y orgullo, de pereza y
flojera, de maneras afectadas y afeminadas, de amor a las comodidades y a sí mismo, de codicia y ambición!
¡qué deseo de las alabanzas de otros, qué apego al mundo, qué miedo al hombre! Y por otra parte, ¡qué
pocos tienen verdadera religión! Porque, ¿dónde está aquel que ama a Dios y a su prójimo como el Señor nos
ha mandado Por una parte vemos a unos que ni siquiera la forma de la religión tienen; por otra, a los que tan
sólo ostentan la exterioridad. De un lado el sepulcro abierto, del otro el blanqueado; de manera que cualquiera
persona que observase cuidadosamente alguna reunión numerosa (sin exceptuar nuestras congregaciones),
vería muy fácilmente que “una parte era de Saduceos, y la otra de Fariseos;” la Primera ocupándose tan poco
de la religión, como si no hubiera ni “resurrección, ni ángel, ni espíritu;” y la otra convirtiéndola en mera forma
inerte, en una serie de exterioridades y ceremonias sin la verdadera fe, el amor de Dios o el gozo del Espíritu
Santo.
12. Pluguiese a Dios que nosotros los de este lugar fuéramos la excepción. Hermanos, la voluntad de mi
corazón y mi oración a Dios es para vuestra salud, que seáis salvos de este diluvio de iniquidades, que de
aquí no pasen ya sus orgullosas olas. Pero, ¿es esto un hecho Dios lo sabe y vuestras conciencias os dicen
que no es así. No os habéis guardado limpios. Corrompidos y abominables somos todos y pocos hay que
tengan mejor entendimiento; muy pocos que adoren a Dios en espíritu y en verdad. Nosotros también somos
“generación contumaz y rebelde;” generación que no apercibe su corazón, ni es fiel para con Dios su espíritu.
El Señor nos había escogido para ser “la sal de la tierra; y si la sal se desvaneciere, no vale más para nada,
sino para ser echada fuera y hollada de los hombres.”
13. “¿No había de hacer visitación sobre esto dijo Jehová. De una gente como ésta ¿no se había de vengar
mi alma” ¡Ay! no sabemos con qué presteza dirá a la espada, “Espada, pasa por mi tierra.” Mucho tiempo nos
ha dado para arrepentimos; pero ahora nos despierta y amonesta con el trueno; sus castigos se están viendo
en toda la tierra y podemos con razón, esperar que sobre nosotros caiga el peor de ellos; tal vez vendrá
presto y quite nuestro candelero de su lugar, si no nos arrepentimos y hacemos nuestras primeras obras, si no
volvemos a las enseñanzas de la época de la Reforma, a la verdad y sencillez del Evangelio. Quién sabe si
estemos resistiendo el último esfuerzo de la divina gracia para salvarnos; si habremos llenado la medida de
nuestras iniquidades al rechazar el mensaje de Dios en contra de nosotros y al despedir a sus mensajeros.
14. Oh Señor, “en la ira acuérdate de la misericordia” y glorifícate en nuestra enmienda, no en nuestra
destrucción. Permítenos oír “la vara y a quien la establece.” Ahora que tus juicios están en la tierra, permite
que los moradores del mundo aprendan la justicia.
15. Hermanos, ya es tiempo de que nos despertemos de nuestro sueño, antes que suene la trompeta del
Señor y nuestra patria se convierta en un lago de sangre. Ojalá y veamos las cosas que son necesarias para
nuestra paz antes de que se esconda de nuestra vista. “Vuélvenos, oh Dios, salud nuestra, y haz cesar tu ira
de sobre nosotros; mira desde el cielo, y considera, y visita esta viña y haznos saber el día de nuestra visi-
tación.” “Ayúdanos, oh Dios, salud nuestra, por la gloria de tu nombre: y líbranos, y aplácate sobre nuestros
pecados por amor de tu nombre.” “Así no nos volveremos de ti: vida nos darás, e invocaremos tu nombre. Oh
Jehová, Dios de los ejércitos, haznos tornar; haz resplandecer tu rostro, y seremos salvos.”
“Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o
entendemos, por la potencia que obra en nosotros, a él sea gloria en la Iglesia por Cristo Jesús, por todas las
edades del siglo de los siglos. Amén.”
PREGUNTAS SOBRE EL SERMON III
1. ¿Cómo está dividido este sermón 2. (I. 1). ¿Qué significa el sueño 3. (I. 2). ¿Qué se dice del estado
natural 4. (I. 3). ¿Qué otra cosa se dice respecto a esa apariencia de seguridad 5. (I. 4). ¿Puede un
pecador vivir satisfecho 6. (I. 5). ¿Qué se dice de los que no son descaradamente viciosos 7. (I. 6).
¿Qué se dice del hombre que se cree justo 8. (I. 7). ¿Qué opinión tiene Dios de éstos 9. (I. 8). ¿Qué
se dice de aquellos que están muertos en transgresiones y pecados 10. (I. 9). ¿Qué se dice del
segundo Adán 11. (I. 10). ¿Qué se dice de aquellos que no tienen percepción espiritual 12. (I. 11).
¿Qué cosa es la vida del alma 13. (I. 12). ¿Qué se dice del testimonio del Espíritu 14. (II. 1, 2). ¿De
qué modo se hace enfática esta exhortación 15. (II. 3). ¿Con quién se compara el alma endurecida
16. (II. 3, 4, 5, 6, 7). Sírvase mencionar las figuras de retórica que se usan para describir el estado
del alma que aún no se despierta. 17. (II. 8). ¿Qué significa el ser participante de la naturaleza divina
18. (II. 9). Si estas preguntas investigadoras ofenden, ¿qué se deduce de ello 19. (II. 10). ¿Qué cosa
es la religión, según se define aquí 20. (II. 11). ¿Qué se quiere dar a entender al decir que la circun-
cisión y la incircuncisión de nada aprovechan Respuesta. Que las formas exteriores no son
esenciales como el cambio interior y la verdadera piedad para ser cristiano sincero. 21. (II. 12).
¿Cuáles son las señales de que un pecador se ha despertado 22. (III. 1, 2). ¿Qué circunstancia ani-
madora se menciona 23. (III. 3). ¿Cuál es nuestro llamamiento 24. (III. 4). ¿Cuál es el gran don de
Dios 25. (III. 5). ¿De qué cosa pueden todos los hombres ser testigos vivientes 26. (III. 6). ¿En qué
consiste el verdadero cristianismo 27. (III. 7). ¿Cuál es el espíritu del Anticristo 28. (III. 8). ¿Qué cosa
niegan los que rechazan esta doctrina que el predicador enseña 29. (III. 9). ¿A qué Iglesia se refiere
Respuesta. A la Iglesia Anglicana. 30. (III. 10). ¿Qué cosa dice de la iniquidad y apostasía
prevalentes en aquella época 31. (III. 11). ¿Qué se puede decir de aquellos que no cometen estas
abominaciones 32. (III. 12). ¿Qué cosa dice de la congregación a la que se dirige ¿Hace excepción
de él 33. (III. 13). ¿Qué significa quitar el candelero de su lugar Respuesta: Retirar los privilegios que
no han sido apreciados y dejar que otros desempeñen el trabajo del Señor. 34. (III. 14). ¿Qué
amonestación hace 35. (III. 15, 16). ¿Cómo concluye este sermón 36. Nosotros los ministros del
Evangelio, llamados a trabajar por la salvación del mundo, ¿no deberíamos examinarnos según las
pruebas contenidas en este sermón ¿Conocemos en toda su plenitud nuestra debilidad, y tenemos la
conciencia de que toda nuestra ayuda debe venir sólo de Dios La vida cristiana que desplegamos
ante los hombres no debería condenarnos; proclamemos pues diligentemente, con amor y humildad
la verdad de Dios, como conviene a epístolas vivientes, “sabidas y leídas de todos los
hombres.”----------
2. El cristianismo según las Sagradas Escrituras
NOTAS INTRODUCTORIAS
Según los estatutos de la Universidad de Oxford, “se deben inscribir en una lista todos los que reciban el título
de Maestro en Artes para que, en su orden, prediquen ante la universidad, o paguen tres guineas (como
nueve dólares) a un predicador suplente.” Tocóle su turno al señor Juan Wesley por agosto de 1744,
“Habiendo llegado a Oxford días antes, predicó con frecuencia en patios, edificios públicos y otros lugares.
Después de haber predicado a congregaciones pequeñas el viernes a las cinco y a las ocho de la mañana,
llegó a las diez a la iglesia de Santa María, donde ya se habían reunido el vicerrector, los procuradores,
muchos colegiales de beca, multitud de particulares y un gran número de hermanos y hermanas.” Esta
descripción es de una persona que estuvo presente. “Partido su cabello negro y suave con gran esmero, sus
facciones y dignidad mostraban desde luego que era un hombre muy superior. Su oración fue benigna, corta y
de conformidad con las reglas de la universidad. Habiendo tomado su texto del Libro de los Hechos, capítulo
4:31, habló con mesura y en un tono de voz enfático.” El escritor a quien acabamos de citar, era el célebre
doctor Kennicott, editor de la Biblia en hebreo, quien a la sazón contaba veintiséis años de edad y estaba
cabalmente comenzando su distinguida carrera. A la par que confiesa la admiración que le causaron algunos
pasajes de este sermón y que el señor Wesley tenía razón de llamar a los estudiantes “generación frívola,”
culpa al predicador por haber dicho que Oxford no era una ciudad cristiana. “Acusó,” dice “a todos los
miembros de la universidad incluyéndose a sí mismo, de perjurio y dando esta razón: que al entrar a la univer-
sidad, todos juran obedecer los estatutos y después ninguno cumple con su juramento por completo. Si
hubiera omitido estas cosas y moderádose en sus censuras, su sermón habría agradado mucho a otros, como
me agradó a mí, pues el estilo y manera de decir fueron muy buenos. Se dice que es hombre de gran talento
y esta es la opinión del doctor Conybeare, decano del Colegio de la Iglesia de Cristo, quien ha dicho: ‘Juan
Wesley será siempre considerado como hombre de buen criterio, a pesar de ser demasiado entusiasta.’ Sin
embargo, el vicerrector ha mandado pedir el sermón y se dice que los directores de los colegios intentan
mostrar su resentimiento.”
Esta relación del sermón del señor Wesley es sumamente interesante, puesto que la debemos a un hombre
que llegó a ser uno de los sabios más eminentes del mundo y porque demuestra de una manera muy notable,
cuán poca espiritualidad había en la religión de la universidad en aquellos tiempos. Si el señor Wesley
hubiese adulado a su auditorio, omitido el mencionar verdades desagradables—como lo hacían entonces
muchos predicadores—dejado las conciencias adormecidas, durmiendo en el pecado y en el olvido de sus
deberes para con Dios y para con los hombres, le habrían aplaudido hasta hacer retumbar los ecos. ¡Qué
grande aparece en esta ocasión el sincero predicador del Evangelio! Destruir su argumento no pueden, ni les
es dado negar lo que ha dicho; sólo les resta “mostrar su resentimiento.” Y así lo hicieron: Wesley no volvió a
predicar en la universidad. Cuando le tocó otra vez el turno, pagaron a un suplente, a uno que declamase:
“Paz, paz,” cuando no había paz.
Cosa útil nos parece contrastar con esta conducta del señor Wesley, el modo de proceder de un célebre
predicador de la corte de Luis XIV de Francia, quien, como es sabido, era muy sensible y no le gustaba que
mencionasen en su presencia la muerte. Al estar en una ocasión predicando ante el rey, escapósele al
mencionado orador la frase: “Todos los hombres son mortales,” mas al observar el cambio en las facciones
del rey y reflexionando que había tocado el asunto desagradable para el monarca libertino, hizo una pausa y
corrigió su aserto diciendo: “Casi todos los hombres son mortales.” Lo absurdo y torpe de querer modificar una
verdad evidente por sí misma, no pudo menos de llamar la atención de los oyentes y, sin conseguir elevarse
en la opinión del rey, el predicador se hizo justamente acreedor al desprecio de sus inteligentes oyentes.
Algunas veces se necesita de cierta política respecto a la manera de protestar públicamente en contra del
pecado; nunca se equivocará, sin embargo, el predicador que procure siempre “hablar la verdad en amor.”
Por completo debe desterrarse del púlpito el miedo al hombre; pero, por otra parte, debe siempre animar el
espíritu de la caridad en toda amonestación ya privada o ya pública. Denunciemos el pecado con energía,
mas al hacerlo, procuremos mostrar nuestros fervientes deseos de salvar al pecador.
Nada que pudiera ofender a la congregación más sensible, exceptuando las verdades claras del Evangelio,
encontrará el estudiante en este sermón. Si aquellos que le escucharon se ofendieron, fue porque sus
conciencias los acusaban. Hombre tan sincero como el señor Wesley, no podía menos que expresar sus
sentimientos, y sólo un alma valiente como la suya pudo hablar con coraje y en toda su plenitud el mensaje de
Dios. Todo ministro fiel tiene que cumplir con su deber de anunciar la verdad en amor, pues de lo contrario se
expone a dañar su alma. Enhorabuena que procuremos no lastimar a las personas sensibles; mas quien
vacila en cumplir con un deber de conciencia, por temor del hombre, no es digno de tan noble misión.
ANALISIS DEL SERMON IV
Sumario histórico del día de Pentecostés. Los dones extraordinarios y ordinarios del Espíritu Santo. Estos
últimos son exclusivamente el asunto de este sermón.
I. Principio y desarrollo del cristianismo en el individuo. Convencimiento del pecado, arrepentimiento, fe y
después el espíritu de adopción. Los frutos de este espíritu: paz, gozo, amor a Dios y al hombre, que
producen la verdadera santidad, abstinencia del pecado, e inspiran el uso de los medios de gracia y la
práctica de las buenas obras.
II. La comunicación del cristianismo por una persona a otra. La regla de Dios. El amor que impulsa. Los
trabajos que resultan. El éxito de sus trabajos. Oposición y persecución. Resultado: mayores victorias.
III. El cristianismo esparcido por toda la tierra. Profetizado en el Antiguo Testamento. También en el Nuevo.
Descripción ideal del estado del mundo.
IV. Aplicación. ¿Dónde existe hoy día ese cristianismo ¿Es cristiana esta nación Esta ciudad, ¿es
cristiana Amonestación a las autoridades, profesores, clérigos y estudiantes de la universidad. Apelación
solemne a Dios pidiendo la salvación.
SERMON IV
EL CRISTIANISMO SEGUN LAS SAGRADAS ESCRITURAS [1]
Y todos fueron llenos del Espíritu Santo (Hechos 4:31).
1. Ocurre la misma frase en el capítulo segundo, donde se lee: “Y como se cumplieron los días de
Pentecostés, estaban todos unánimes juntos,” los apóstoles, las mujeres, la madre y los hermanos de Jesús.
“Y de repente vino un estruendo del cielo como de un viento recio que corría...Y se les aparecieron lenguas
repartidas, como de fuego, que se asentó sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo,”
siendo uno de los efectos inmediatos: que “comenzaron a hablar en otras lenguas,” de manera que los partos
y medos y elamitas y otros extranjeros que se juntaron, hecho este estruendo, “estaban confusos, porque
cada uno les oía hablar” en su propia lengua las maravillas de Dios (Hechos 2: 1-6).
2. Leemos en este capítulo que habiendo estado los apóstoles y hermanos orando, “el lugar en que estaban
congregados tembló, y todos fueron llenos del Espíritu Santo.” No encontramos en esta ocasión, ninguna
señal visible semejante a la anterior; ni se nos dice que los dones extraordinarios del Espíritu Santo fuesen
dados a todos o a algunos de los apóstoles—tales como los dones de sanidades, operaciones de milagros, de
profecía, discernimiento de espíritus, géneros de lenguas o interpretación de lenguas (1 Corintios 12: 9, 10).
3. Si estos dones del Espíritu Santo habían de permanecer en la Iglesia a través de las edades, y si serán
devueltos o no, al aproximarse la restitución de “todas las cosas,” son asuntos que no nos atañe decidir.
Necesario es, sin embargo, hacer observar: que Dios repartió con mesura estos dones, aun en la época
cuando la Iglesia estaba en su infancia. ¿Eran todos, entonces, profetas ¿Obraban todos milagros ¿Tenían
todos el don de curar ¿Hablaban todos diversas lenguas Ciertamente que no. Tal vez no había ni uno por
cada mil personas que poseyera alguno de estos dones, y probablemente sólo unos cuantos de los maestros
en la Iglesia los hayan tenido (1 Corintios 12:28-30). Sin duda que para un fin todavía más excelente, ‘todos
fueron llenos del Espíritu Santo.”
4. Era para darles algo, que nadie puede negar ser esencial a los cristianos de todas épocas, es decir: la
mente que estaba en Cristo, esos frutos santos del Espíritu sin los cuales ninguno puede decir que pertenece
a los de su número; para llenarlos de “caridad, gozo, paz, tolerancia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre,
templanza” (Gálatas 5:22-24); para fortalecerlos con fe, o mejor dicho, fidelidad, humildad y templanza; para
ayudarlos a crucificar la carne con sus afectos y concupiscencias; para poder, en virtud de ese cambio inte-
rior, satisfacer toda santidad exterior; para andar como Cristo también anduvo en la obra de la fe, el trabajo
del amor y la tolerancia de la esperanza (1 Tesalonicenses 1:3).
5. Sin detenernos, pues, en la especulación árida e inútil respecto a estos dones extraordinarios del Espíritu,
pasemos a examinar con esmero: los frutos ordinarios que, se nos asegura, deben permanecer durante todas
las edades; esa obra de Dios entre los hijos de los hombres que se expresa con la palabra “cristianismo,”
significando no una serie de opiniones o un sistema de doctrinas, sino refiriéndose a los corazones y las vidas
de los hombres.
Muy útil nos será el considerar este cristianismo desde tres puntos de vista distintos:
I. Su principio en el corazón del hombre.
II. Su desarrollo de un individuo a otro.
III. Su dominio de la tierra.
Es mi intención concluir estas observaciones con una aplicación práctica y sencilla.
I. 1. Consideremos, en primer lugar, el cristianismo en su principio, su nacimiento en el corazón del
individuo.
Supongamos que una de aquellas personas que oyeron al apóstol Pedro predicar el arrepentimiento y la
remisión de los pecados, se siente conmovida en su corazón, persuadida de su pecado y se arrepiente, y cree
en el Señor Jesús. Por medio de esta fe en el poder de Dios, fe que es “la sustancia de las cosas que se
esperan, la demostración de las cosas que no se ven” (Hebreos 11: 1), esa persona recibe instantáneamente
el espíritu de adopción “por el cual clamamos Abba, Padre” (Romanos 8:15). Entonces por primera vez, por
medio del Espíritu Santo, puede llamar a Jesús Señor (I Corintios 12:3), porque el mismo Espíritu da
testimonio a su espíritu de que es hijo de Dios (Romanos 8:16), y puede decir con verdad: “Vivo, no ya yo,
mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó, y se
entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20).
2. Esta fue, por consiguiente, la esencia de su fe, la divina “evidencia” o “persuasión,” como dice el griego,
que tuvo del amor de Dios el Padre, por medio de Dios el Hijo, para él un pecador, pero que ahora es
aceptado en el Amado; pues estando justificado por la fe, tiene paz para con Dios (Romanos 5:1); la paz de
Dios que gobierna su corazón; esa paz que sobrepuja a todo entendimiento y que guarda su corazón y mente
de toda duda y temor, por medio del conocimiento de Aquel en quien ha creído. No teme ningún mal porque
“su corazón está firme” creyendo en el Señor; ni lo que los hombres puedan hacerle, pues sabe que aun “los
cabellos de vuestra cabeza están todos contados;” ni los poderes de las tinieblas que Jesús constantemente
holla bajo sus plantas; ni morir. Antes tiene deseo de ser desatado y estar con Cristo (Filipenses 1:23), quien
“también participó de lo mismo, para destruir por la muerte al que tenía el imperio de la muerte, es a saber, al
diablo; y librar a los que por el temor de la muerte estaban por toda la vida,” hasta entonces, “sujetos a ser-
vidumbre” (Hebreos 2: 14, 15).
3. Su alma, por consiguiente, magnifica al Señor y su espíritu se regocija en Dios su Salvador. Se regocija en
El “con muy grande gozo,” porque lo ha reconciliado con Dios el Padre y en El tiene redención por su sangre,
“la remisión de pecados.” Se regocija de tener el testimonio del Espíritu en su espíritu de que es hijo de Dios y
más abundantemente, en la esperanza de la gloria de Dios; de la sublime imagen de Dios, y de la renovación
completa de su alma en la santidad y verdadera justicia, anticipando esa corona de gloria, esa “herencia
incorruptible, y que no puede contaminarse ni marchitarse.”
4. “El amor de Dios está derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos es dado” (Romanos
5:5); “por cuanto sois hijos, Dios envió el Espíritu de su Hijo en vuestros corazones el cual clama: Abba,
Padre” (Gálatas 4:6). Y ese amor filial que tiene a Dios, aumenta constantemente por razón del testimonio que
en sí mismo tiene del amor que ha impulsado a Dios a perdonarlo, y mira cuál amor le ha dado el Padre, que
sea llamado hijo de Dios (I Juan 3:1). De manera que es Dios el deseo de sus ojos, el deleite de su alma, su
herencia en este tiempo y en la eternidad.
5. Quien de esta manera ha amado a Dios, no puede sino amar a su hermano también y esto “no de palabra
ni de lengua, sino de obra y en verdad.” “Si Dios así nos ha amado,” dice, “debemos también nosotros
amarnos unos a otros” (I Juan 4:11) y a toda criatura, pues las misericordias de Jehová son sobre todas sus
obras (Salmos 145:9). De acuerdo con esto, los afectos de esta alma amante de Dios tienen por objeto todo el
género humano, sin exceptuar a aquellos a quienes jamás ha visto en la carne o de quienes no sabe otra
cosa sino que son criaturas de Dios, por cuyas almas murió el Hijo de Dios; ni a los “malos” o los “ingratos” y
mucho menos a sus enemigos: aquellos que lo aborrecen, persiguen o injurian por causa del Maestro. Para
éstos tiene en su corazón un lugar especial, se acuerda de ellos en sus oraciones y los ama aun como Cristo
nos amó a nosotros.
6. Y la “caridad...no se ensancha” (I Corintios 13:4). Humilla hasta el polvo a las almas donde habita. Por
consiguiente, la persona de quien venimos hablando, es, en su propia opinión, pequeña, despreciable y vil. No
busca ni recibe las alabanzas de los hombres, sino sólo la que viene de Dios; es humilde y paciente, amable
con todos y compasiva; la fidelidad y la verdad son siempre sus compañeras. Por medio del Espíritu Santo ha
conseguido ser moderada en todas las cosas, conteniendo su alma de todo exceso como a una criatura; ha
sido crucificada al mundo, y el mundo a sí; es superior a “la concupiscencia de la carne, y la concupiscencia
de los ojos y la soberbia de la vida.” El mismo amor omnipotente le salvó de las pasiones y del orgullo, de la
lascivia y la vanidad de la ambición; de la avaricia, y de toda disposición adversa al Señor Jesucristo.
7. Muy natural es creer que quien tiene este amor en su corazón no puede hacer mal a su prójimo, sino que
le es imposible causar a sabiendas daño a ninguno. Muy lejos está de ser cruel o injusto, de cometer
cualquiera acción inicua o depravada, mas al contrario, ha puesto guarda a su boca y guarda la puerta de sus
labios, por temor de ofender de palabra en contra de la justicia, la misericordia o la verdad. Ha desterrado de
sí toda mentira, falsedad y fraude, y de sus labios toda apariencia de engaño; no habla mal de ninguna per-
sona ni pronuncia jamás palabras duras.
8. Profundamente convencido de aquella verdad que el Señor Jesús emitió: “Sin mí nada podéis hacer” y, por
consiguiente, de la necesidad que tiene del auxilio continuo de Dios, usa diariamente de las instituciones del
Señor—los medios establecidos para comunicar su gracia a los hombres—“en la doctrina de los apóstoles,”
recibiendo el alimento del alma con toda sencillez de corazón; en el “partimiento del pan,” que para él es la
comunión del cuerpo de Cristo, y en oraciones y alabanzas en la gran congregación. De esta manera, dia-
riamente crece “en la gracia,” aumenta en fuerza y en el conocimiento y amor de Dios.
9. Mas no le satisface abstenerse de hacer el mal, sino que su alma está sedienta del bien. La expresión
continua de su corazón es: “Mi Padre hasta ahora obra y yo obro;” mi Señor anduvo haciendo el bien y debo
seguir su ejemplo. Siempre que se presenta la oportunidad y cuando no puede hacer otro bien mayor,
alimenta al pobre, viste al desnudo, protege a los huérfanos o a los extranjeros, visita y ayuda a los enfermos
y a los presos. Ha dado todos sus bienes para sustentar a los pobres, se regocija en trabajar o sufrir por ellos,
y está siempre listo a “negarse a sí mismo” en beneficio de otros. Nada es para él demasiado valioso para
dárselo a los pobres, puesto que recuerda las palabras del Señor: “De cierto os digo, que en cuanto lo
hicisteis a uno de estos mis hermanos pequeñitos, a mí lo hicisteis” (Mateo 25: 40).
10. Tal era el cristianismo de aquella época; tal el cristiano de aquellos tiempos; tal era cada uno de aquellos
que, habiendo oído las amenazas de los sacerdotes y los ancianos, alzaron unánimes la voz a Dios y fueron
todos llenos del Espíritu Santo. “La multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma” pues de tal
manera el amor de Aquel en quien habían creído los indujo a amarse mutuamente; “y ninguno decía ser suyo
algo de lo que poseía, mas todas las cosas les eran comunes,” tan plenamente se habían crucificado para el
mundo y el mundo para ellos. “Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles y en la comunión, y en el par-
timiento del pan y en las oraciones” (Hechos 2:42). “Y gran gracia era en todos ellos, que ningún necesitado
había entre ellos; porque todos los que poseían heredades o casas, vendiéndolas traían el precio de lo
vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles, y era repartido a cada uno según que había menester”
(Hechos 4: 33-35).
II. 1. Pasemos, en segundo lugar, a considerar este cristianismo en su desarrollo de una persona a otra, y al
extenderse gradualmente por toda la tierra, porque tal fue la voluntad de Dios, quien no enciende la vela para
ponerla “debajo de un almud, mas sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa.” Así lo había
declarado nuestro Señor a sus primeros discípulos: “Vosotros sois la sal de la tierra;” “la luz del mundo;” al
mismo tiempo que les daba aquel mandato: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean
vuestras obras buenas, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5: 13-16).
2. Y si unos cuantos de esos amantes del género humano vieron el mundo entero sumergido en el vicio y el
crimen, ¿podemos suponer por un momento que hayan contemplado con indiferencia la miseria de aquellos
por quienes su Señor murió ¿No se conmoverían sus entrañas y se estremecerían sus corazones en
presencia de tanto mal ¿Habrían podido permanecer indiferentes y ociosos aun cuando no hubiesen recibido
mandamiento alguno de Aquel a quien amaban ¿No habrían trabajado por todos los medios posibles para
librar algunos de estos tizones del incendio Indudablemente que habrían hecho esfuerzos inauditos por
rescatar algunas de aquellas “ovejas descarriadas” para traerlas “al Pastor y Obispo de vuestras almas” (I
Pedro 2: 25).
3. Así lo hacían los cristianos de aquellos tiempos; trabajaban y siempre que tenían la oportunidad, hacían
bien “a todos” (Gálatas 6: 10), amonestándolos a huir inmediatamente de la ira que ha de venir; a salvarse de
la condenación del infierno. Declaraban que “Dios, habiendo disimulado los tiempos de esta ignorancia, ahora
denuncia a todos los hombres en todos los lugares que se arrepientan” (Hechos 17: 30). Clamaban en alta
voz: “Convertíos y volveos de todas vuestras iniquidades; y no os será la iniquidad causa de ruina” (Ezequiel
19: 30). “Disertaban” entre ellos de “justicia y de continencia,” de esas virtudes tan opuestas a sus pecados
más comunes; y “del juicio venidero,” de esa ira de Dios que condenará a todos los que obran la iniquidad, en
el día terrible del juicio (Hechos 24: 25).
4. Procuraron hablar a cada hombre en particular y conforme a sus necesidades. A los que no se cuidaban de
su condición espiritual y permanecían en la oscuridad y en la sombra de muerte, los amonestaban con toda
energía diciéndoles: “Despiértate tú que duermes y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo;” pero a los
que ya se habían despertado y sentían la ira de Dios sobre sí, les decían: Tenemos un Abogado para con el
Padre; “él es la propiciación por nuestros pecados.” Al mismo tiempo, estimulaban a aquellos que creían, al
amor y a las buenas obras; a continuar haciendo el bien y a abundar más y más en aquella “santidad, sin la
cual nadie verá al Señor” (Hebreos 12:14).
5. Y su trabajo en el Señor no fue en vano. Su palabra se diseminó y fue glorificada. Se desarrolló
maravillosamente y prevaleció. Las ofensas, por otra parte, prevalecieron también. El mundo en general se
escandalizó de ellos porque dieron testimonio de que sus obras eran malas (Juan 7:7). Los hombres del
mundo se escandalizaron no solamente porque estos hombres reprobaban hasta sus propios pensamientos,
pues decían: “Estos hombres profesan conocer a Dios; se llaman hijos de Dios; sus vidas no son como las
vidas que otros hombres llevan; sus costumbres son diferentes y se abstienen de las nuestras como de
contaminación y hacen alarde de que Dios es su Padre” (Libro de la Sabiduría 2:13-16)[2]; sino porque
muchos de sus compañeros se convertían y ya no corrían con ellos en el mismo desenfrenamiento de
disolución (I Pedro 4:4). Se escandalizaron los hombres de reputación porque a medida que el Evangelio se
extendía, perdían en la opinión pública y porque muchos dejaron de adularlos y de pagarles el homenaje que
sólo a Dios es debido. Los traficantes se reunían y decían: “Varones, sabéis que de este oficio tenemos
ganancia, y veis y oís que este Pablo...ha apartado muchas gentes con persuasión, de manera que nuestro
negocio está en peligro de volvérsenos en reproche” (Hechos 19:25). Sobre todo, los hombres de religión, así
llamada, de la religión exterior, “los santos del mundo,” se escandalizaron y siempre que había oportunidad,
exclamaban: “¡Varones israelitas, ayudad! Este es el hombre que por todas partes enseña a todos contra el
pueblo, la ley y este lugar” y “Hemos hallado que este hombre es una plaga, y promotor de sediciones entre
todos los judíos, y cabecilla de la secta de los nazarenos” (Hechos 21:28 y 25:5).
6. Así es que el cielo se nubló y la tempestad empezó a rugir; porque mientras más se desarrollaba el
cristianismo, más perjuicios se hacían por aquellos que no lo aceptaban; y el número de aquellos que se
enfurecían aumentaba, y rugían en contra de los que alborotaban el mundo (Hechos 17:6). De manera que
más y más de ellos gritaban: Quitad de la tierra a tales hombres, porque no conviene que vivan, y creían muy
firmemente que cualquiera que los matase hacía un servicio a Dios.
7. Mientras tanto, no dejaron de desechar su nombre como malo (Lucas 6: 22) de manera que esta secta era
en “todos lugares contradicha” (Hechos 28:22). Decían de ellos todo mal como de los profetas que vinieron
antes de ellos (Mateo 5:12). Y todo lo que cualquiera afirmaba, los demás lo creían, de manera que sus
ofensas aumentaron hasta ser como la multitud de las estrellas del cielo. Y cuando hubo llegado el tiempo que
el Padre había señalado, se levantó la persecución en toda forma. Algunos sufrieron por algún tiempo el
reproche y los vituperios; otros el robo de sus bienes, otros “burlas y azotes;” otros “prisiones y cadenas;” y
otros resistieron “hasta la sangre” (Hebreos 10: 34; 12:4).
8. Fue entonces cuando las columnas del infierno se estremecieron y el reino de Dios se extendió por todas
partes. En todos lugares los pecadores se convertían de las tinieblas a la luz y del poder de Satanás al de
Dios. El Señor dio a sus hijos tal boca y tal sabiduría que sus enemigos no los pudieron resistir; y sus vidas
ejercían tanta influencia como sus palabras. Pero ni sus palabras ni sus vidas ejemplares hablaron al mundo
con tanta elocuencia como sus padecimientos. Probaron que eran los siervos de Dios por su paciencia, tri-
bulaciones, necesidades, angustias, los azotes que recibieron, las prisiones, alborotos, trabajos, vigilias,
ayunos que pasaron, peligros en la mar, en el desierto, en trabajo y fatiga, en muchas vigilias, en hambre y
sed, en frío y desnudez (II Corintios 6:4; 11:26, etc.). Y después de haber peleado la buena batalla, cuando
fueron llevados como ovejas al matadero y ofrecidos sobre el sacrificio y servicio de su fe, la sangre de cada
uno de ellos clamó como si fuera una voz y los paganos tuvieron que confesar que aun estando muertos esos
hombres todavía hablaban.
De esta manera se extendió el cristianismo por toda la tierra. Mas ¡qué pronto apareció la cizaña entre el trigo,
y el misterio de la iniquidad junto al misterio de Justicia! ¡Cuán pronto encontró Satanás un asiento aun en el
templo de Dios, de manera que la mujer tuvo que huir por el camino del desierto, y los fieles fueron otra vez
menoscabados de entre los hijos de los hombres! Cuestión muy trillada es esta, porque corrupción progresiva
de las generaciones posteriores ha sido, de tiempo en tiempo, descrita in extenso por los siervos que Dios
levantó para manifestar que El fundó su Iglesia sobre la roca, y que “las puertas del infierno no prevalecerán
contra ella” (Mateo 16:18).
III. 1. Y ¿no veremos cosas aún más asombrosas que éstas Y más admirables de las que han acontecido
desde el principio del mundo. ¿Podrá acaso Satanás hacer que falle la verdad de Dios y que sus promesas no
tengan cumplimiento Si no puede conseguirlo, el día llegará cuando el cristianismo prevalecerá sobre todo y
cubrirá la tierra por entero. Detengámonos un momento y echemos una mirada hacia esta extraña y prometida
perspectiva: la de un mundo cristiano. “De la cual salud los profetas que profetizaron de la gracia que había
de venir a vosotros, han inquirido, y diligentemente buscado” (I Pedro 1:10, 11). “Y acontecerá en lo postrero
de los tiempos, que será confirmado el monte de la casa de Jehová por cabeza de los montes; y será
ensalzado sobre los collados; y correrán a él todas las gentes...Y volverán sus espadas en rejas de arado, y
sus lanzas en hoces. No alzará espada gente contra gente, ni se ensayarán más para la guerra” (Isaías 2: 2-
4). “Y acontecerá en aquel tiempo, que la raíz de Isaí, la cual estará puesta por pendón a los pueblos, será
buscada de las gentes: y su holganza será gloria...Y levantará pendón a las gentes, y juntará los desterrados
de Israel, y reunirá los esparcidos de Judá de los cuatro cantones de la tierra” (Isaías 11: 10-12). “Morará el
lobo con el cordero, y el tigre con el cabrito se acostará; el becerro y el león y la bestia doméstica andarán
juntos, y un niño los pastoreará. La vaca y la osa pacerán, sus crías se echarán juntas...No harán mal, ni
dañarán en todo mi santo monte; porque la tierra será llena del conocimiento de Jehová, como cubren la mar
las aguas” (Isaías 11: 6-9).
2. El mismo significado tienen las palabras del santo Apóstol, cuyo cumplimiento no ha tenido lugar todavía.
“¿Ha desechado Dios a su pueblo...En ninguna manera; mas por el tropiezo de ellos vino la salud a los
Gentiles...y si la falta de ellos es la riqueza del mundo, y el menoscabo de ellos la riqueza de los Gentiles,
¿cuánto más el henchimiento de ellos...Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no
seáis acerca de vosotros mismos arrogantes; que el endurecimiento en parte ha acontecido en Israel, hasta
que haya entrado la plenitud de los Gentiles: y luego todo Israel será salvo” (Romanos :11: 1, 11, 12, 25, 26).
3. Supongamos que el tiempo ha llegado y que las profecías se cumplen. ¡Qué espectáculo tan sublime!
Todo es “paz, reposo y seguridad para siempre.” No se escucha el estruendo de las armas, la confusión de
las voces ni se ven vestiduras manchadas de sangre. “Nunca más se oirá violencia;” las guerras concluirán
para siempre, ni habrá disturbios internos en los países; los hermanos no se levantarán en guerras fratricidas;
no habrá naciones ni ciudades divididas y destruyéndose a sí mismas. Las discordias civiles habrán concluido
para siempre y no habrá ya quien pretenda la destrucción de sus semejantes. Ya no habrá opresión que
enfurezca hasta al hombre más prudente, ni extorsión que arruine a los pobres, robos ni hurtos, estafas ni
injusticias, porque todos estarán contentos con lo que poseen. “La justicia y la paz se han besado” (Salmos
85: 10); han echado raíces y llenado la nación. “La verdad brotará de la tierra; y la justicia mirará desde los
cielos.”
4. Y en compañía de la santidad y justicia, se encuentra siempre la misericordia. Ya no está la tierra llena de
habitaciones de crueldad; puesto que el Señor ha destruido a los hombres sanguinarios, envidiosos y
vengativos. Si hubiese alguna provocación no existe quien la resienta y devuelva mal por mal; no, ni un solo
individuo, porque todos se han vuelto tan pacíficos como la paloma. Llenos de paz y tranquilidad por la fe,
unidos en un solo cuerpo por un mismo espíritu, todos los hombres se aman como hermanos y están unidos
como si no hubiese más que un corazón y un alma. Ninguno dice: “esto que poseo es mío;” a nadie le falta
nada, porque todos aman a sus prójimos como a sí mismos y se guían por aquella ley: “Así que todas las
cosas que quisiereis que los hombres hiciesen con vosotros, así también haced vosotros con ellos.”
5. De esto se sigue, que ninguna palabra dura se escucha entre ellos, ninguna contención, murmuración ni
difamación, porque cada cual “abre su boca con sabiduría; y la ley de clemencia está en su lengua.”
Incapaces asimismo son del fraude o del engaño; su amor no es fingido; sus palabras expresan siempre con
toda fidelidad sus pensamientos y llevan el corazón tan limpio, que si alguno pudiera mirar en él, encontraría a
Dios y al amor.
6. Así es que cuando el Señor usa de su omnipotencia y domina, “somete todas las cosas a sí mismo,” hace
que todos los corazones rebosen en amor, y que de las bocas broten alabanzas a borbotones.
“Bienaventurado el pueblo que tiene esto: bienaventurado el pueblo cuyo Dios es Jehová” (Salmos 144:15).
“Levántate, resplandece; que ha venido tu lumbrera, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti...y conocerás que
yo Jehová soy el Salvador tuyo, y Redentor tuyo, el Fuerte de Jacob...Pondré paz por tu tributo y justicia por
tus exactores; nunca más se oirá en tu tierra violencia, destrucción ni quebrantamiento en tus términos: mas a
tus muros llamarás Salud, y a tus puertas Alabanza...Y tu pueblo, todos ellos serán justos; para siempre
heredarán la tierra, renuevos de mi plantío, obra de mis manos, para glorificarme. El sol nunca más te servirá
de luz para el día, ni el resplandor de la luna te alumbrará; sino que Jehová te será por luz perpetua y el Dios
tuyo por tu gloria” (Isaías 60: 1, 16-19, 21).
IV. Habiendo pues considerado el cristianismo en su nacimiento, su desarrollo y su extensión por toda la
tierra, réstame tan sólo concluir el asunto con una sencilla y práctica aplicación.
1. En primer lugar, pregunto: ¿Dónde existe este cristianismo hoy día ¿Dónde viven los cristianos ¿Qué país
es ese cuyos habitantes están todos llenos del Espíritu Santo, perfectamente unidos, y no permiten que
ninguno carezca de lo necesario, sino que a todos dan lo que han menester ¿Quiénes, impulsados por el
amor de Dios que tienen en sus corazones, aman a sus semejantes como a sí mismos; que “vestidos de
entrañas de misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de tolerancia,” no ofenden de
palabra ni de obra en contra de la justicia, misericordia o verdad, sino que en todo tratan a los demás hombres
como ellos quisieran ser tratados ¿Tenemos razón de llamar cristiana a una nación donde no se encuentran
habitantes como los que acabamos de describir Confesémoslo con toda franqueza que hasta hoy día no
hemos visto un solo país verdaderamente cristiano.
2. Os suplico, hermanos, por el amor de Dios, que si me tenéis por un fanático o un loco, aun a pesar de
eso, me escuchéis con paciencia. Es muy necesario que alguien os hable con mucha franqueza y
especialmente necesario ahora mismo, porque ¿quién os asegura que tendréis otras oportunidades de
escuchar ¿Quién sabe a qué hora el justo Juez dirá: No me supliquéis en favor de este pueblo; aunque Noé,
Daniel y Job estuvieren en esta tierra, no salvarían sino a sus almas ¿Quién se permitirá hablar con tanta
franqueza, si yo no lo hago Por consiguiente, me he decidido y hablaré. Os conjuro por el Dios viviente que no
os opongáis a recibir una bendición por medio de mi humilde persona, ni digáis en vuestros corazones: “Non
persuadebis, etiomsi persuaseris”[3] o en otras palabras: “Señor, no mandes a quien quieres mandar; mejor
quiero perecer que ser salvo por medio de este hombre.”
3 Hermanos, “espero mejores cosas de vosotros, aunque hablo así.” Permitidme, por consiguiente, que os
pregunte en espíritu de amor y humildad: ¿Es esta ciudad cristiana ¿Se encuentra aquí el cristianismo de las
Sagradas Escrituras ¿Se nos considera como una comunidad de hombres “llenos del Espíritu Santo” que
tienen en sus corazones y demuestran en sus vidas los frutos de ese Espíritu ¿Son todos los dignatarios, jefes
y gobernadores de los colegios y departamentos, sin mencionar a los habitantes de la ciudad, “de un corazón
y un alma” ¿Está derramado el amor de Dios en nuestros corazones ¿Tenemos el mismo genio que El tenía
¿Y son nuestras vidas conformes a dicho genio ¿Somos santos en toda conversación como Aquel que nos ha
llamado es santo
4. Os suplico toméis en consideración que no estamos discutiendo ningún asunto dudoso, respecto del cual
pudiera haber distintas opiniones; sino que esta es una cuestión fundamental y establecida del cristianismo,
para decidir la cual, apelo a vuestra conciencia, guiada por la Palabra de Dios. Aquel pues, a quien su
corazón no condene, que vaya en paz.
5. En el temor y en presencia del Dios Infinito, ante quien hemos todos de comparecer, pregunto a los que
sobre nosotros tenéis autoridad, y a quienes respeto por razón de vuestra dignidad: ¿Estáis llenos del Espíritu
Santo ¿Sois representantes dignos de Aquel que os ha enviado “Yo dije: Dioses sois.” Vosotros magistrados y
autoridades, sois, por razón de vuestro oficio, aliados del Dios de los cielos. En Vuestros puestos y empleos
debéis mostrarnos al Señor nuestro Gobernador. ¿Son todos los deseos de vuestros corazones, vuestros
pensamientos e ideas, dignos de vuestros altos puestos ¿Se asemejan todas vuestras palabras a las que pro-
ceden de los labios de Dios ¿Existe en todas vuestras acciones dignidad y amor, esa grandeza que no se
puede expresar con palabras y que sólo emana de los corazones donde reina Dios y que es, sin embargo,
consecuente con el carácter del hombre que es gusano y el hijo del hombre también gusano
6. Vosotros, venerables maestros, cuya elevada misión es formar las mentes de los jóvenes, desterrar las
tinieblas de la ignorancia y el error, y preparar a la juventud para su salvación, ¿estáis llenos del Espíritu
Santo ¿Tenéis todos los frutos de ese Espíritu, tan necesarios e indispensables en el desempeño de vuestras
elevadas obligaciones ¿Habéis consagrado a Dios vuestros corazones por completo ¿Estáis procurando con
amor y celo establecer su reino sobre la tierra ¿Enseñáis a los que están a vuestro cargo, que el verdadero
objeto de todos sus estudios es conocer, amar y servir al único y verdadero Dios, y a Jesucristo a quien El ha
enviado ¿Les inculcáis día a día que el amor es lo único que no perece mientras que el conocimiento de las
lenguas y la ciencia de la filosofía desaparecerán, y que sin la caridad, toda sabiduría no es sino crasa
ignorancia, vana pompa y “aflicción de espíritu” ¿Hay en todo lo que enseñáis la tendencia al amor de Dios y
a todo el género humano por amor de El ¿Pensáis en esto al prescribir los estudios que han de emprender,
anhelando que en cualquiera vocación que les toque a estos futuros soldados de Cristo, lleguen a ser luces
que alumbren a los hombres y honren en todas las cosas el Evangelio de Jesucristo Y permitidme que os
pregunte: ¿Desempeñáis con todas vuestras fuerzas el gran trabajo que habéis emprendido ¿Ejercitáis en el
cumplimiento de vuestros deberes, todas las facultades de vuestra alma, usando todo el talento que Dios os
ha dado y hasta más no poder
7. No se crea que estoy hablando como si creyera que todos vuestros discípulos intentan dedicarse al
ministerio. De ninguna manera: hablo sólo en la inteligencia de que todos deben ser cristianos. ¿Qué ejemplo
les estamos dando nosotros que gozamos de la beneficencia de nuestros antepasados Vosotros pasantes,
graduados, ayudantes, especialmente los que tenéis algún grado o eminencia, ¿abundáis en los frutos del
Espíritu, en humildad, abnegación, mortificación, seriedad, y serenidad de espíritu; en paciencia,
mansedumbre, sobriedad, templanza; y por otra parte, os esforzáis en hacer bien a todos los hombres, en
aliviar las necesidades exteriores y encaminar sus almas al verdadero conocimiento y amor de Dios ¿Es este,
por lo general, el carácter de los pasantes en los diferentes colegios Temo que no lo sea. Por el contrario, ¿no
nos echan en cara nuestros enemigos, y tal vez los que no lo son, a quienes no falta para ello la razón, que el
orgullo y la soberbia de espíritu, la impaciencia e inquietud, la morosidad e indolencia, la gula y la
sensualidad, prevalecen entre nosotros y que por lo general para nada servimos ¡Oh pluguiese a Dios borrar
este reproche de nuestra historia y que hasta su memoria pereciese para siempre!
8. Muchos de nosotros, que hemos sido llamados a ser sus ministros, estamos más especialmente
consagrados al servicio de Dios. ¿Somos, pues, dechados de los demás “en palabra, en conversación, en
caridad, en espíritu, en fe, en limpieza” (I Timoteo 4:12). ¿Llevamos escrito en nuestras frentes y en nuestros
corazones “Santidad al Señor” ¿Qué motivos nos impulsaron a ingresar al santo ministerio ¿Tuvimos la
persuasión de hallarnos movidos por el Espíritu Santo para tomar sobre nosotros este cargo y ministerio, con
el fin de promover su gloria y para la edificación de su pueblo, y estamos decididos a entregarnos por
completo y “con el auxilio de Dios a este santo oficio” ¿Hemos abandonado, hasta donde es posible, todos los
cuidados y estudios mundanos ¿Nos hemos consagrado exclusivamente a este bendito trabajo, subordinando
a él todos nuestros esfuerzos y estudios ¿Recibimos nuestra enseñanza de Dios a fin de poder enseñar a
otros ¿Conocemos a Dios ¿Conocemos al Señor Jesús ¿Ha revelado Dios a su Hijo en nosotros ¿Nos ha
hecho ministros suficientes del Nuevo Pacto ¿Dónde está, pues, el sello de nuestro apostolado ¿Qué
personas muertas en pecados y transgresiones han resucitado por nuestra palabra ¿Tenernos deseos
ardientes de salvar a las almas de la muerte eterna, de manera que nos olvidamos hasta de nuestra comida y
bebida ¿Hablamos claramente “por manifestación de la verdad encomendándonos a nosotros mismos a toda
conciencia humana delante de Dios” (II Corintios 4:2). ¿Estamos muertos para el mundo y las cosas del
mundo y hacemos tesoros en el cielo ¿Nos enseñoreamos sobre la heredad del Señor, o somos los últimos
siervos de todos los hermanos ¿Se nos hace pesado el sufrir reproches por causa de Cristo o nos
regocijamos por ello Si nos pegasen en la mejilla, ¿lo resentiríamos ¿Sufrimos los insultos con impaciencia, o
volvemos la otra mejilla ¿Resistimos el mal y lo vencemos con el bien ¿Tenemos un celo apasionado y
fanático que nos hace aborrecer a los que no piensan como nosotros, o estamos dominados por el amor que
nos hace hablar con mansedumbre, humildad y sabiduría
9. Más aún: ¿qué diremos respecto de la juventud que en este lugar se educa ¿Tenéis la forma o el poder
de la santidad cristiana ¿Sois dóciles, humildes, aplicados o desobedientes, soberbios y voluntariosos
¿Obedecéis a vuestros superiores como si fueran vuestros mismos padres, o despreciáis a los que deberíais
reverenciar ¿Sois diligentes en vuestras fáciles ocupaciones, prosiguiendo vuestros estudios con toda
fidelidad ¿Redimís el tiempo, llevando a cabo durante el día todo el trabajo que podéis, o tenéis la conciencia
de estar día a día desperdiciando los años, ya leyendo libros que en nada tienden a robustecer vuestras
creencias, ya jugando o en tantas otras cosas ¿Manejáis vuestro dinero mejor de lo que empleáis vuestro
tiempo ¿Procuráis como regla general no deber nada a ninguno ¿ Os acordáis del día del Señor para
guardarlo; para alabar a Dios Cuando váis al templo ¿tenéis la conciencia de que Dios está allí y os portáis
como si vieseis al Invisible ¿Sabéis poseer vuestros cuerpos en santidad y honra ¿Se encuentra entre
vosotros la embriaguez y la corrupción ¿No hay algunos que hasta “se glorían en su vergüenza” ¿No hay
muchos entre vosotros que toman el nombre de Dios en vano, tal vez ya por hábito, sin el menor re-
mordimiento ni temor ¿No sois muchos de vosotros perjuros Mucho me temo que de éstos haya una multitud
que rápidamente crece. No os sorprendáis, hermanos míos. Ante Dios y esta congregación, confieso que he
sido del número, que juré solemnemente cumplir con muchas cosas que no comprendía y con estatutos que
ni siquiera me tomé el trabajo de leer sino hasta mucho después. ¿No es esto perjurio Y si lo es, qué gran
responsabilidad, qué gran pecado pesa sobre nosotros. ¿Qué pensará de esto el Omnipotente
10. ¿No es esta una de las consecuencias de que sois una generación frívola, que estáis jugando con Dios y
con vuestras almas Porque, qué pocos de vosotros empleáis durante toda la semana una sola hora en la
oración; qué pocos reveláis en vuestras conversaciones que pensáis en Dios. ¿Quién de vosotros conoce la
obra sobrenatural del Espíritu Santo en el corazón humano ¿Permitís que se os hable, a no ser desde el
púlpito, de la obra del Espíritu Santo Si alguna persona os habla en lo privado de este asunto, ¿no la
consideráis inmediatamente como un hipócrita o un fanático En el nombre del Dios Todopoderoso, yo os
pregunto: ¿Qué clase de religión es la vuestra No queréis ni podéis siquiera sufrir que se os hable del
verdadero cristianismo. ¡Oh, hermanos míos, qué ciudad tan cristiana es esta! ¡Levántate, oh Jehová Dios;
alza tu mano!
11. Porque, a la verdad, ¿qué probabilidad o, mejor dicho, qué posibilidad, humanamente hablando, hay de
que vuelva a este lugar el verdadero cristianismo según las Sagradas Escrituras, de que todas las clases de
individuos que moran aquí, vivan y hablen como si estuviesen “llenos del Espíritu Santo” ¿Quién podrá
restaurar este cristianismo ¿Vosotras, las autoridades competentes ¿Estáis persuadidos de que este es el
cristianismo de las Sagradas Escrituras ¿Tenéis deseos de restablecerlo ¿Estáis dispuestos a perder vuestra
libertad, fortuna y aun la vida, con tal de restaurar ese cristianismo Pero suponiendo que tenéis el deseo,
¿quién tendrá el poder de llevarlo a cabo Tal vez algunos de vosotros hayáis hecho esfuerzos, pero qué
débiles y qué infructuosos han sido. ¿Vendrán a hacer esta gran obra jóvenes desconocidos, de poca
importancia ¿No exclamaríais algunos de vosotros: “Joven, al hacer esto, también nos afrentas a nosotros”
Mas no hay peligro de que se haga la prueba, pues por todas partes está la nación inundada de iniquidad.
¿Tendrá Dios que mandar el hambre y la peste, esas dos últimas plagas con que acostumbra castigar a las
naciones rebeldes, o la espada (las huestes aijadas de los romanistas), para hacernos volver a nuestro primer
amor “Caigamos mejor en mano de Jehová y no en manos de hombres.”
Sálvanos, Señor, o perecemos. Sácanos del pantano en que nos hundimos. Defiéndenos de estos enemigos,
porque vana es la ayuda del hombre. A ti todo es posible. Conforme a la grandeza de tu poder, preserva a
aquellos que han de morir y defiéndenos según tus caminos; conforme a tu voluntad y no a la nuestra.
PREGUNTAS SOBRE EL SERMON IV
1. (1). ¿Qué se dice respecto al día de Pentecostés 2. (2). ¿Fueron estos dones ordinarios o extraordinarios 3.
(3). ¿Estaban todos los creyentes dotados de dones extraordinarios 4. (3). ¿Qué se dice respecto a la
permanencia en la iglesia de los dones de hacer milagros y de curar 5. (4). ¿Qué cosa es esencial a los
cristianos en todas las épocas 6. (5). ¿Es el cristianismo un conjunto de opiniones o la santidad del corazón y
la vida 7. (I. 1). ¿Qué dice el predicador de la vida individual 8. (I. 2). ¿Cuál es la esencia de esta fe 9. (I. 3).
¿Qué motivos tiene para regocijarse 10. (I. 1). ¿Aumenta ese amor filial 11. (I. 5). ¿Qué amor resulta de este
amor a Dios 12. (I. 6). ¿Qué se dice de la humildad, templanza y sacrificio de sí mismo 13. (I. 7). ¿De qué
manera modifica su conducta para con su prójimo 14. (I. 8). ¿De qué modo lo impulsa a usar de los medios de
gracia 15. (I. 9). ¿Produce buenas obras 16. (I. 10). ¿Qué se dice del cristianismo en su nacimiento 17. (II. 1).
¿Qué otro asunto pasa el predicador a considerar 18. (II. 2). ¿Produce el cristianismo en los creyentes
simpatía para sus semejantes 19. (II. 3). ¿Qué se dice de los cristianos de los tiempos primitivos 20. (II. 4).
¿De qué manera mostraron su amor a las almas 21. (II. 5). ¿Cuál fue el resultado 22. (II. 6). ¿Qué influencia
tuvo esto entre los incrédulos 23. (II. 7). ¿De qué manera sufrieron los cristianos primitivos 24. (II. 8).
¿Detuvieron esas persecuciones el progreso del Evangelio 25. (II. 9). ¿Qué se dice del “misterio de iniquidad”
26. (III. 1). ¿Llegará el cristianismo a prevalecer en todas partes 27. (III. 2). ¿Qué dice el apóstol 28. (III. 3).
¿Qué descripción hace el predicador 29. (III. 4). ¿Qué influencia tiene esto en las cosas temporales 30. (III. 5).
¿Qué efecto producirá en la sociedad 31. (III. 6). ¿Cuál es la condición de ese pueblo 32. (IV. 1). ¿Qué
pregunta hace el predicador 33. (IV. 2). ¿Qué quiere decir con la frase la “última vez” ¿Tenía alguna idea del
rencor que le guardarían las autoridades de la universidad por la franqueza con que habló 34. (IV. 3). ¿Qué
preguntas hace ¿Usa de lenguaje que pudiera ofender 35. (IV. 4). ¿A quién apela 36. (IV. 5). ¿No hizo estas
amonestaciones de una manera atenta y respetuosa 37. (IV. 6). ¿De qué manera se dirige a las autoridades
38. (IV. 7). ¿Se dirige solamente a los que se preparan para el ministerio 39. (IV. 8). ¿Cómo habla a los
ministros 40. (IV. 9). ¿Qué dice de la juventud 41. (IV. 9). ¿Cómo llama a muchos de ellos 42. (IV. 9). ¿Qué
quiere decir con la palabra perjuro Respuesta. Que juraban solemnemente obedecer los estatutos y las reglas
y no lo cumplían. Este lenguaje les llamó la atención hacia una grave ofensa de que eran culpables; pero por
otra parte no era perjurio en el verdadero sentido de la palabra. ¿Qué cosa es perjurio Jurar falsamente: que
es cierta una cosa que sabemos es falsa. El señor Wesley era un crítico tan severo de sí mismo como de
otros. 43. (IV. 10). ¿Qué nombre da a los estudiantes ¿Qué conversación evitan 44. (IV. 11). ¿Cómo concluye
el sermón
-------La Justificación por la fe
NOTAS INTRODUCTORIAS
En este y los siete sermones siguientes explica el señor Wesley las doctrinas evangélicas que forman la base
de la enseñanza metodista. Bajo dos aspectos presenta la justificación por la fe: (1) Es un acto de la
misericordia de Dios quien perdona bajo la condición de que el agraciado tenga fe. (2) Es un don de justicia o
rectitud de relación para con Dios recibido por nosotros mediante la fe. El sermón VI define los pasos
anteriores a la recepción de este estado de gracia. Tenemos estos mismos principios en el sermón VII en su
carácter subjetivo; en la experiencia del individuo. Dedica los sermones VIII y IX a discurrir sobre los dones del
Espíritu regenerador o el Espíritu de adopción que acompaña al acto de la fe o confianza. Contienen los
sermones X, XI y XII la doctrina del doble testimonio de esta gracia.
Consideraba el señor Wesley el grupo de doctrinas incluido en estos ocho sermones, como: articulus stantis
vel cadentis eclesiae: artículos con los que la Iglesia permanece y sin los cuales cae. Publicó en 1739 un
tratado sobre la “justificación por la fe” escrito por el doctor Barnes, y en 1743 su “Amonestación a los
Hombres Racionales y de Religión;” que contenía una clara exposición de la misma doctrina. En estos ser-
mones, impresos en 1747, simplemente definía las doctrinas y enseñaba las mismas verdades fundamentales
que su experiencia de nueve años había confirmado. No eran simples dogmas que pudieran aceptarse sin
sentir influencia en la vida espiritual o rechazarse sin hacer daño al alma, Eran verdades esenciales de cuya
aceptación dependía el nacimiento y el desarrollo de la religión en las almas.
El veinticinco de junio de 1744, el señor Wesley celebró su primera conferencia, a la que asistieron su
hermano, cuatro clérigos y cuatro predicadores laicos: diez personas. Consistió el primer trabajo de esta con-
ferencia en la discusión de esta doctrina y se aprobaron las siguientes proposiciones:
1. “Estar justificado es estar perdonado y ser recibido en la gracia de Dios”
2. “La fe es la condición de la justificación.”
3. “El arrepentimiento y obras dignas de arrepentimiento deben preceder a esta fe.”
4. “Fe es la evidencia o persuasión divina de las cosas que no se Ven; la vista espiritual de Dios y las cosas
de Dios. Primeramente el Espíritu Santo convence al pecador. ‘Cristo me amó y se entregó por mí.’ Esta es la
fe por medio de la cual queda justificado o perdonado desde el momento que la recibe. Inmediatamente el
mismo Espíritu da testimonio: ‘Estás perdonado; en El tienes redención por su sangre.’ Esta es la fe que
salva, por medio de la cual el amor de Dios se derrama en los corazones.”
5. “Ninguna persona que goza del privilegio de escuchar el Evangelio puede entrar al cielo sin esta fe,
cualquiera que sea el modo como se salven los paganos.”
Durante la Conferencia de 1745 estas proposiciones se revisaron con esmero y se explicaron de la manera
que sigue:
Pregunta,—“¿Es la firme persuasión del amor de Dios que perdona, esencialmente necesaria para la
salvación, por ejemplo de los papistas, cuáqueros, o en general, de aquellos que nunca la han oído predicar”
Respuesta. —“ ‘La caridad todo lo espera.’ No sabemos hasta qué punto la ignorancia servirá de disculpa a
dichos individuos.”
Pregunta.—“¿Hemos tomado debidamente en consideración el caso de Cornelio ¿No gozaba del favor de
Dios cuando ‘sus oraciones y sus limosnas subían en memoria a la presencia de Dios,’ es decir, antes que
creyese en Cristo”
Respuesta.—“Parece que gozaba del favor divino hasta cierto grado, pero no nos referimos a los que no han
escuchado el Evangelio.”
Pregunta.—“Mas ¿no eran aquellas obras suyas ‘grandes pecados’”
Respuesta.—“No lo eran, ni las hacía sin la gracia de Cristo.”
Pregunta.—“¿Cómo podemos sostener entonces que las obras hechas antes de tener la conciencia del
perdón de Dios, son pecados y como tales, abominación en su presencia”
Respuesta.—“Las obras de aquellos que han escuchado el Evangelio y no creen, no son hechas como ‘Dios
desea y manda que sean hechas;’ sin embargo, no podemos decir que sean una abominación en la presencia
del Señor cuando las hace uno que teme a Dios, y con tal motivo hace lo mejor que puede.”
Prevalecía en aquel entonces y por muchas partes, la enseñanza romanista respecto a la justificación. Según
los decretos del Concilio de Trento, la santificación precede a la justificación y las buenas obras forman, por
consiguiente, la base de la santificación intrínseca; nombre que el sistema católico romano da a la
justificación. La penitencia es una especie de sacrificio personal, en el cual el pecador asume el oficio y la
obra de Cristo, sufriendo el castigo de sus culpas y agotando de esta manera la ira de Dios, de lo que resulta
su justificación. A fin de contrarrestar éste y otros errores, el señor Wesley define esta doctrina lo mismo que
la Iglesia Anglicana, como sigue:
1. “Ninguna obra buena, propiamente llamada, puede existir antes de la justificación.”
2. “No puede existir anteriormente ningún grado de la santificación.”
3. “Así como la causa meritoria de la justificación es la vida y muerte de Cristo, de la misma manera el estado
es la fe, y solamente la fe.”
4. “La santidad interior y exterior es la consecuencia de esta fe y el estado ordinario y natural de la
justificación final.”
ANALISIS DEL SERMON V
¿Cómo se justificará un pecador ante Dios Lo importante de la pregunta y las ideas erróneas que existen
respecto a este asunto.
1. Base de la doctrina de la justificación. El hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios. Gobernado
por una ley perfecta, la ley del amor y de un mandamiento positivo. El hombre desobedeció esta ley.
Consecuencias que este pecado acarreó a Adán y a su posteridad. El don del Hijo de Dios y su obra
propiciatoria. El ofrecimiento de perdón por medio de El y por parte de Dios, a todo el mundo.
2. Definición de la justificación. El individuo no se vuelve literalmente santo o justo, ni queda libre de las
acusaciones de Satanás o de la ley. No quiere decir que Dios se engaña cuando justifica. La doctrina clara de
las Sagradas Escrituras es que la justificación es el perdón completo de los pecados. Es ese acto de Dios el
Padre quien, por razón de la propiciación hecha por la sangre de su Hijo, “manifiesta su justicia, atento a
haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados.” Algunas veces se refiere la justificación, en las
Sagradas Escritoras, al día del juicio; pero con más frecuencia al cambio que tiene lugar al principio de la vida
cristiana.
3. ¿Quiénes están justificados
Los injustos, y, por consiguiente, no los que están santificados. Los perdidos, los enfermos, los condenados.
Las buenas obras, en el sentido más completo de la frase, no preceden a la justificación, sino que vienen
después de ella.
4. Condiciones de la justificación.
La fe solamente. Prueba de esto sacada de las Sagradas Escrituras. Definición de esta fe que es no sólo la
evidencia de que “Dios estaba en Cristo reconciliando el mundo a sí;” sino también la seguridad y firme
certeza de que Cristo murió por mis pecados, de que me ama y se dio por mí. Esta fe es la doctrina de la
Iglesia Anglicana. Esta es la condición indispensable. Desde el instante en que se recibe esta fe “es imputada
por justicia.”
La razón de esta condición para con Dios. Quita el orgullo del hombre. Exhortación a los inconversos a que
crean.
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SERMON V
LA JUSTIFICACION POR LA FE
Mas al que no obra, pero cree en aquel que justifica al impío, la fe le es contada por justicia (Romanos 4:5).
1. De qué manera el pecador ha de justificarse ante Dios, el Supremo Juez, es un asunto de tremenda importancia para todos
los hombres. Contiene la base de toda nuestra esperanza, puesto que mientras estemos en enemistad con Dios, no podrá haber
verdadera paz ni verdadero gozo en esta vida o en la eternidad. ¿Qué paz puede existir cuando la voz de la propia conciencia
continuamente nos está acusando, y mucho más Aquel que es mayor que nuestro corazón y que sabe todas las cosas ¿Qué
felicidad puede haber ya en esta vida, ya en la otra, mientras la ira de Dios permanece en nosotros
2. Y sin embargo, cuán pocos entienden esta cuestión tan importante. ¡Qué ideas tan confusas tienen algunos respecto a este
asunto! A la verdad, no sólo confusas, sino a menudo erróneas y tan contrarias a la verdad como la luz lo es a las tinieblas;
nociones absolutamente opuestas a los Oráculos de Dios y a toda la analogía de la fe. Así es que, echando una base falsa, no
pueden edificar después; ciertamente no con “oro, plata o piedras preciosas” que resistirían la prueba del fuego, sino sólo con
“paja y hojarasca” que no son aceptables a Dios ni útiles a los hombres.
3. A fin de hacer justicia, en cuanto de mí dependa, al asunto de tan gran importancia que vamos a tratar; de evitar que aquellos
que con toda sinceridad buscan la verdad, se distraigan con vanas pláticas; de aclarar la confusión de ideas que abruma las
mentes de algunos, y presentarles grandes y verdaderas concepciones de este gran misterio de santidad, me esforzaré en
demostrar:
Primero. La base general de la doctrina de la justificación.
Segundo. Qué cosa es justificación.
Tercero. Quiénes son justificados.
Cuarto. Bajo qué condiciones son justificados.
I. En primer lugar, debo presentar la base general de esta doctrina de la justificación.
1. El hombre fue criado a imagen y semejanza de Dios, santo como Aquel que lo creó es santo; misericordioso como el Creador
de todas las cosas es misericordioso; perfecto como su Padre que está en los cielos es perfecto. Así como Dios es amor, el
hombre también existiendo en amor, existió en Dios y Dios en él. Dios lo creó para que fuese una “imagen de su eternidad,” una
semejanza incorruptible de la gloria de Dios. Era por consiguiente, puro como Dios es puro; limpio de toda mácula de pecado. No
conocía el pecado en ningún grado o manera, sino que estaba interior y exteriormente limpio y libre de pecado, amaba al Señor su
Dios con todo su corazón, y con toda su alma, y con todo su entendimiento.
2. Siendo el hombre justo y perfecto, Dios le dio una ley perfecta, la que por su naturaleza requería perfecta obediencia en todas
las cosas, y sin la menor interrupción desde el momento en que Adán empezó a ser un alma viviente hasta que su prueba
concluyese. No había disculpa por ninguna falta, ni podía haberla, pues siendo el hombre competente para desempeñar lo que de
él se exigía, tenía la habilidad de llevar a cabo toda buena obra.
3. Pareció bien a Dios, en su infinita sabiduría, añadir a la ley del amor que estaba grabada en el corazón del hombre (contra la
cual éste tal vez no podía pecar directamente), otra ley positiva: “Mas del fruto del árbol que está en medio del huerto...no
comeréis de él” y añadió la pena que traería la desobediencia: “Porque el día que de él comieres, morirás.”
4. Tal era, pues, el estado del hombre en el paraíso. Debido al amor infinito y no merecido que Dios le profesaba, era puro y feliz;
conocía y amaba a Dios teniendo comunión con El, lo que en sustancia constituye la vida eterna. Debería continuar para siempre
en esta vida de amor si obedecía a Dios en todo y por todo; pero si lo desobedecía en alguna cosa, lo perdería todo. “El día que
de él comieres,” dijo Dios, ‘morirás.”
5. El hombre desobedeció a Dios; comió del árbol del cual Dios le había mandado diciendo: “no comerás de él,” y ese día fue
condenado por el justo juicio de Dios. La sentencia que se le había anunciado empezó a cumplirse. En el momento que probó el
fruto, murió. Su alma murió, puesto que quedó separada de Dios, y el alma separada de Dios no tiene más vida que el cuerpo
separado del alma. Su cuerpo, asimismo, se volvió corruptible y mortal; de manera que la muerte se posesionó también de esta
parte del hombre y estando ya muerto en espíritu, muerto para con Dios, muerto en pecado, se apresuraba hacia la muerte eterna;
a la destrucción del cuerpo y del alma en el fuego que nunca se apagará.
6. Así, por un hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte, y la muerte pasó a todos los hombres que estaban
contenidos en él, pues fue el padre y representante de todos nosotros. Así pues, por la ofensa de uno, todos están muertos,
muertos para con Dios, muertos en pecado, habitando en cuerpos mortales y corruptibles, que pronto se han de disolver y bajo
sentencia de muerte eterna, “porque como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores,” así por
esa ofensa de uno, vino la culpa a todos los hombres para condenación (Romanos 5:12, etc.).
7. En esta condición se encontraba toda la raza humana cuando “de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo
unigénito para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” Cuando se llegó el cumplimiento del tiempo,
fue hecho Hombre, segundo Padre universal representante de la raza humana y como tal, “llevó nuestras enfermedades,” y
“Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.” “Fue herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados.” “El castigo
de nuestra paz fue sobre él;” derramó su sangre por los transgresores, y llevó nuestros pecados al madero, para que por la
oblación de sí mismo una vez ofrecida, el género humano quedase redimido, habiendo hecho “un sacrificio, oblación y satisfacción
entera, perfecta y suficiente por los pecados de todo el mundo.”
8. Debido pues a que el Hijo de Dios “ha probado la muerte por todos los hombres,” Dios “reconcilió el mundo a sí, no
imputándole sus pecados” pasados. “Así que, de la manera que por un delito vino la culpa a todos los hombres, para condenación,
así por una justicia vino la gracia a todos los hombres para justificación.” De manera que, por amor de su amado Hijo, por lo que
ha hecho y sufrido por nosotros, Dios ahora promete perdonarnos el castigo que nuestros pecados merecen, volvernos su gracia,
y dar a nuestras almas muertas la vida espiritual perdida como arras de la vida eterna, bajo una sola condición en el cumplimiento
de la cual El mismo nos ayuda.
9. Esta es pues la base general de la doctrina de la justificación. Por el pecado del primer Adán, que era no sólo el padre, sino el
representante de la raza humana, perdimos todos el favor de Dios; nos convertimos en hijos de la ira, o, como dice el apóstol:
“vino la culpa a todos los hombres para condenación.” De la misma manera, por medio del sacrificio por el pecado que el segundo
Adán ofreció, como representante de todos nosotros, Dios se reconcilió a todo el mundo de tal modo que le dio un nuevo pacto.
Una vez cumplida la condición de éste, ya no hay condenación para los que están en Cristo Jesús, sino que estando justificados
por su gracia, somos hechos herederos según la esperanza de la vida eterna.
II.1. Pero, ¿qué cosa es ser justificado ¿Qué cosa es la justificación Esta es la segunda proposición que prometí desarrollar. De
lo anteriormente expuesto se desprende que no significa ser justo o recto literalmente; eso sería santificación, que indudablemente
es, hasta cierto grado, el fruto inmediato de la justificación, pero, no obstante, un don de Dios distinto y de diferente naturaleza. La
justificación significa lo que por medio de su Hijo Dios ha hecho por nosotros. La santificación es la obra que lleva a cabo en
nosotros por medio de su Espíritu. De manera es que, si bien el sentido lato en que algunas veces se usan las palabras justificado
o justificación, implica la santificación, por lo general Pablo y los demás escritores inspirados la distinguen una de la otra en el uso
general.
2. No se puede probar con las Sagradas Escrituras esa doctrina forzada de que la justificación nos libra de toda acusación,
especialmente de la que Satanás hace en nuestra contra. En toda la exposición bíblica de esta materia, no se toma en
consideración aquel acusador ni su acusación. No puede negarse que sea el principal acusador de los hombres, pero el apóstol
Pablo no hace mención de este hecho, en todo lo que respecto a la justificación escribió a los romanos y a los gálatas.
3. Mucho más fácil es, además, el suponer que la justificación significa quedar libre de la acusación que la ley presenta en contra
de nosotros, que probarlo claramente con el testimonio de las Sagradas Escrituras; especialmente si esta manera de expresarse,
tan forzada y poco natural, no quiere decir poco más o menos esto: que si bien hemos quebrantado la ley de Dios y merecido por
lo tanto la condenación del infierno, Dios no aplica el merecido castigo a los que están justificados.
4. Mucho menos que esto, significa la justificación que Dios se engaña en aquellos a quienes justifica; que los cree ser lo que en
realidad de verdad no son; que los considera diferentes de lo que son. No significa que Dios se forma respecto de nosotros un
juicio contrario a la verdadera naturaleza de las cosas; que nos cree mejores de lo que realmente somos, creyéndonos justos,
siendo nosotros injustos. Ciertamente que no. El juicio del Omnisciente es siempre conforme a la verdad. No puede en su infalible
sabiduría pensar que soy inocente, justo o santo, simplemente porque otro hombre lo sea. No puede de esta manera confundirme
más con Cristo que con David o Abraham. A quien Dios haya dado inteligencia, que pese estas cosas sin prejuicio y no dejará de
persuadirse que tal doctrina de la justificación es contraria a las Sagradas Escrituras y a la razón.
5. La enseñanza simple y clara de las Sagradas Escrituras respecto a la justificación, es el perdón, la remisión de los pecados. Es
ese acto de Dios el Padre quien, por medio de la propiciación hecha por la sangre de su Hijo, manifestó su justicia, “atento a haber
pasado por alto los pecados pasados.” Esta es la sencilla relación que Pablo da de la justificación en toda la epístola, y de esta
manera la explica él mismo con más particularidad en éste y el capítulo siguiente. Uno de los versos que siguen al texto dice:
“Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas, y cuyos pecados son cubiertos. Bienaventurado el varón al cual el
Señor no imputó pecado.” Al que esté justificado o perdonado, Dios no le imputará pecado para condenación. No lo condenará
con tal motivo ni en este mundo ni en el venidero. Todos sus pecados pasados de palabra, obra y pensamiento están borrados y
no serán traídos a la memoria, ni mencionados; son como si jamás hubieran sido. Dios no aplicará al pecador el castigo que
merece, porque su amado Hijo ha sufrido por él; y desde el momento en que se nos acepta por medio del Amado, y quedamos
“reconciliados por su sangre,” nos ama, nos bendice, cuida y guía como si jamás hubiésemos pecado.
En verdad el Apóstol en un lugar parece dilatar mucho más el sentido de la palabra cuando dice: “Porque no los oidores de la ley
son justos...mas los hacedores de la ley serán justificados,” donde parece que se refiere a la sentencia de justificación que en el
gran día del juicio habremos de recibir. Lo mismo dice nuestro Señor Jesucristo: “Porque por tus palabras serás justificado, y por
tus palabras serás condenado,” probando con esto que “toda palabra ociosa que hablaren los hombres, de ella darán cuenta en el
día del juicio.” Difícilmente encontraríamos otro ejemplo de este uso de la palabra en los escritos de Pablo. Ciertamente que con
este sentido no la usa en el tenor general de sus epístolas y mucho menos en sus palabras que hemos tomado por texto y donde
evidentemente habla no de aquellos que han concluido la carrera, sino de los que cabalmente están para emprenderla, que van a
correr con paciencia la carrera que les es propuesta.
III. 1. Mas este es el tercer punto que hemos de considerar, a saber: ¿Quiénes son los que están justificados Y el Apóstol nos
contesta claramente: “los injustos.” Dios “justifica al impío,” a los impíos de todas clases y grados y sólo a los impíos, pues los
justos no tienen necesidad de arrepentimiento, y por consiguiente no han menester perdón. Solamente los pecadores necesitan
ser perdonados; el pecado es el único que ha menester remisión. El perdón, por consiguiente, encuentra su único objeto en el
pecado. Nuestra iniquidad es el objeto del perdón misericordioso de Dios; de nuestras iniquidades no se vuelve a acordar.
2. Parecen por completo olvidar esto quienes pretenden enseñar que el hombre debe estar santificado antes de ser justificado;
especialmente los que dicen que debe existir primero una santidad universal u obediencia, y venir luego la justificación (a no ser
que se refieran a la justificación del día postrero, lo que nada tiene que ver con el asunto). Tan lejos de la verdad está semejante
proposición, que no sólo es imposible, porque donde no hay el amor de Dios no puede existir la santidad (y no hay amor de Dios
fuera del que resulta de la conciencia de su amor para con nosotros), sino que es un absurdo, una contradicción. No es al santo al
que se perdona, sino al pecador y como tal. Dios justifica a los impíos, no a los justos; no a los que ya están santificados, sino a
los que necesitan santificación. Bajo qué condiciones lleva a cabo esta justificación, muy pronto pasaremos a considerar; pero es
evidente que la base de dicha justificación no es la santidad. El hacer semejante aserción equivaldría a decir: El Cordero de Dios
quita sólo los pecados que ya estaban borrados.
3. ¿Busca el buen Pastor tan sólo a los que ya se encuentran en el aprisco No. Viene a buscar y a salvar a las ovejas perdidas;
perdona a los que necesitan de su misericordioso perdón. Salva del castigo y al mismo tiempo del poder del pecado a los
pecadores de todos grados y clases; hombres que hasta ese momento eran impíos por completo; en quienes no existía el amor
del Padre y en quienes, por consiguiente, nada bueno existía, ninguna disposición buena o cristiana, sino por el contrario, todo lo
que era malo y abominable: soberbia, ira, amor al mundo, los frutos naturales de la mente carnal que es enemistad para con Dios.
4. Aquellos que sufren, a quienes el peso de sus pecados abruma y es intolerable, son los que tienen necesidad de médico; los
que son culpables y gimen bajo el peso de la cólera de Dios, son los que necesitan de perdón. Los que ya están condenados no
sólo por Dios, sino aun por sus propias conciencias, como si fuera por un millar de testigos, de su iniquidad y transgresiones de
pensamiento, palabra y obra, son los que claman y ruegan al que “justifica al impío,” por medio de la redención que es en Cristo
Jesús; los impíos, aquellos que no obran lo bueno, que no hacen nada recto, santo o virtuoso, antes de ser justificados, sino que
continuamente obran la iniquidad. Sus corazones son por necesidad, perversos, hasta que el amor de Dios se derrame en ellos,
pues mientras el árbol esté corrompido, el fruto también lo estará; porque el árbol maleado lleva malos frutos.
5. Mas alguno dirá: “Un hombre, antes de ser justificado, puede dar de beber al sediento, vestir al desnudo, y estas son buenas
obras.” Ciertamente, puede hacer todo esto aun antes de estar justificado. Estas cosas son en cierto sentido buenas obras; son
buenas y provechosas para los hombres; pero no se sigue de esto que tengan alguna bondad intrínseca o que sean meritorias
para con Dios. Todas las obras buenas, usando el lenguaje de nuestra iglesia, siguen después de la justificación y son, por
consiguiente, buenas y aceptables a Dios en Cristo, porque son el fruto de una fe viva y verdadera. Por una razón semejante, las
obras hechas antes de la justificación no son buenas en el sentido cristiano, pues que no son el resultado de la fe en Jesucristo
(aunque resulten de cierto grado de fe en Dios), sino que son hechas no conforme a la voluntad de Dios y como El manda, y
tienen la naturaleza del pecado, por más extraño que esto parezca a algunos.
6. Puede ser que los que dudan de esto no hayan considerado en todo su peso la razón que aquí se aduce, y por la que no deben
considerarse como buenas las obras hechas antes de la justificación. El argumento es el siguiente:
Ninguna obra es buena, a no ser que se haga conforme a lo que Dios ha ordenado y mandado.
Ninguna obra hecha antes de la justificación es conforme a lo que Dios ha ordenado y mandado.
Luego: Ninguna obra hecha antes de la justificación es buena.
La primera proposición es axiomática, y la segunda— que ninguna obra hecha antes de la justificación es conforme a lo que Dios
ha ordenado y mandado—aparecerá clara y evidente, si tomamos en consideración el mandato de Dios de hacer todas las cosas
en amor, en caridad; en ese amor a Dios que produce amor a todos los hombres. Pero ninguna de estas nuestras obras es hecha
en amor mientras el amor del Padre (de Dios nuestro Padre) no exista en nosotros, y este amor no estará en nosotros mientras no
recibamos “el espíritu de adopción, por el cual clamamos Abba, Padre.” Por consiguiente, si Dios no justifica a los injustos y a los
que en este sentido no hacen obras buenas, entonces Cristo ha muerto en vano; entonces, a pesar de su muerte, ninguna carne
viviente será justificada.
IV. 1. Mas ¿bajo qué condiciones son justificados los injustos y aquellos que no hacen buenas obras Bajo una sola y es: la fe. “El
que cree en aquel que justifica al impío.” “El que en él cree, no es condenado,” mas ha pasado de muerte a vida. “La justicia (o
misericordia) de Dios, por la fe de Jesucristo, para todos los que creen en él...al cual Dios ha propuesto en propiciación por la fe en
su sangre, para manifestación de su justicia,” y (consecuente con su justicia), El justifica al que es “de la fe de Jesús.” “Así que,
concluimos ser el hombre justificado por la fe sin las obras de la ley,” sin previa obediencia a la ley moral, que ciertamente no
podía obedecer antes de ahora. Es evidente que se refiere esto a la ley moral solamente, si juzgamos por las palabras que siguen:
¿Luego deshacemos la ley por la fe En ninguna manera, antes establecemos la ley.” ¿Qué ley establecemos por la fe ¿La ley del
ritual No. ¿La ley de las ceremonias mosaicas Tampoco. ¿Cuál pues La gran ley invariable del amor, del amor santo a Dios y a
nuestros prójimos.
2. La fe en abstracto es una “evidencia” o “persuasión,” de las “cosas que no se ven,” que los sentidos de nuestro cuerpo no
pueden descubrir como pertenecientes a lo pasado, a lo futuro o a lo espiritual. La fe justificadora significa no sólo la evidencia y
persuasión de que Dios “estaba en Cristo reconciliando el mundo a sí,” sino una confianza y seguridad de que Cristo murió por mis
pecados, de que me amó, y se dio a sí mismo por mí. Cualquiera que sea la edad del pecador creyente, ya en la infancia o en la
noche de la vida, cuando cree, Dios lo justifica; Dios por amor de su Hijo lo perdona y lo absuelve, aunque hasta entonces no haya
en él nada de bueno. Ciertamente Dios le había dado arrepentimiento, mas esto no era sino una persuasión íntima de la falta de
todo bien, y la presencia de todo mal. Y cualquiera cosa buena que en él se encuentre desde el momento en que cree, no es
intrínseca, sino el resultado, el fruto de su fe. Primeramente el árbol debe ser bueno y luego el fruto también será bueno.
3. No puedo describir esta fe mejor que en el lenguaje de nuestra iglesia. “El único medio de salvación (de la cual la justificación es
una parte) es la fe; es decir: la seguridad y certeza de que Dios nos ha perdonado y perdonará nuestros pecados, que nos ha
devuelto su gracia, por los méritos de la pasión y muerte de Cristo. A este punto debemos estar seguros de no vacilar en nuestra
fe en Dios. Al acercarse Pedro al Señor sobre el agua, vaciló y estuvo en peligro de ahogarse. De la misma manera, si vacilamos o
empezamos a dudar, debemos con razón temer hundirnos como Pedro, mas no en el agua, sino en las profundidades del infierno”
(Segundo Sermón sobre la Pasión).
“Ten, por consiguiente, una fe segura y constante no sólo en la muerte de Cristo que es aplicable a todo el mundo, sino en el
hecho de que ofreció un sacrificio completo y suficiente por ti, un perfecto lavamiento de tus pecados de manera que puedes decir
con el Apóstol, que te amó y se dio a sí mismo por ti. Esto es hacer que Cristo sea tu Salvador, apropiarte sus méritos.” (Sermón
sobre el Sacramento, Primera Parte).
4. Al afirmar que esta fe es la condición de la justificación, quiero decir que sin ella, no existe esta última. “El que no cree ya es
condenado,” y mientras no cree, permanece su condenación y “la ira de Dios está sobre él.” “No hay otro nombre debajo del cielo;”
sino el del Señor Jesús, ni otros méritos además de los suyos, por medio de los cuales el hombre se pueda salvar. Por
consiguiente, el único medio de tener parte en estos méritos, es la fe en su nombre. Así es que mientras estamos sin esta fe,
“somos extranjeros a los pactos de la promesa,” estamos “alejados de la república de Israel” y sin Dios en el mundo. Cualesquiera
virtudes, así llamadas, que el hombre posea, de nada le valen, hablo de aquellos a quienes se ha predicado el Evangelio, porque
¿qué derecho tengo de juzgar a los que no han recibido el mensaje del cristianismo Cualesquiera obras buenas, así llamadas, que
haga, de nada sirven—aún es hijo de la ira, permanece bajo la maldición, hasta que crea en Jesús.
5. Es la fe por consiguiente, la condición necesaria de la justificación, y la única condición necesaria. Este es el segundo punto
que debemos examinar con cuidado. Desde el instante que Dios da esta fe (porque es un don de Dios), al injusto que no hace
obras buenas, esta fe le es imputada por justicia. Antes de este momento no tenía el creyente ninguna justicia, ni siquiera la
justicia pasiva que es la inocencia. Mas “la fe le es imputada por justicia” desde el momento en que cree. Dios no cree que el
creyente sea algo diferente de su ser esencial, sino que a Cristo, “que no conoció pecado, hizo pecado por nosotros;” es decir, lo
trató como un pecador castigándolo por nuestros pecados. De la misma manera, nos reconoce como justos desde el momento en
que creemos en El, es decir, no nos castiga por nuestros pecados, sino que nos trata como si fuésemos inocentes y estuviésemos
libres de toda culpa.
6. Indudablemente que la dificultad en no aceptar esta proposición de que la fe es la única condición de la justificación, depende
de que no la entienden bien. Queremos decir que es la única condición sine que non, sin la cual no hay salvación; que es el único
requisito, indispensable, absolutamente esencial para obtener el perdón. Así como por una parte, aunque el hombre tenga todos
los demás requisitos, si no tiene fe no puede ser justificado, de la misma manera, y por otra parte, aunque le falten las demás
condiciones, si tiene fe, está justificado. Supongamos que un pecador de cualquier grado o condición, sumergido en la más
completa iniquidad—que ha perdido por completo la habilidad de pensar, hablar u obrar bien, y cuya naturaleza depravada lo hace
digno del fuego del infierno—al sentirse sin ayuda ni amparo, se acoge por completo a la misericordia de Dios en Cristo, lo que no
puede hacer sino impulsado por la gracia de Dios, ¿quién puede asegurar que ese pecador no queda perdonado en el mismo
instante ¿Qué otra cosa, además de su fe, necesita para quedar justificado
Si desde el principio del mundo se ha dado semejante caso, y deben haberse dado millares de millares, claramente se deduce que
la fe, en el sentido que le hemos dado, es la única condición de la justificación.
7. No atañe a las pobres criaturas pecaminosas que diariamente recibimos tantas bendiciones—desde el agua que satisface
nuestra sed hasta la gloria inaudita de la eternidad— bendiciones que son la expresión de la gracia—gratuitas y no el pago de
alguna deuda—pedir a Dios las razones que tiene para obrar así. No tenemos derecho de preguntar al que no da cuenta de sus
caminos; de decirle: “¿Por qué hiciste que la fe fuese la única condición de la justificación ¿Por qué decretaste: el que cree, y
solamente el que cree, será salvo” Este es el punto que Pablo hace tan enfático en el capítulo noveno de esta epístola; es decir;
que las condiciones del perdón y la aceptación debe dictarlas quien nos llama, y no nosotros. Dios no hace ninguna injusticia al
fijar sus condiciones conforme a su santa voluntad y no a la nuestra. El puede decir: “Tendré misericordia del que tendré
misericordia,” a saber: de aquel que creyere en Jesús. “Así es que no es del que quiere, ni del que corre” el escoger la condición
con la cual será aceptado, “sitio de Dios que tiene misericordia,” que no acepta sino la de su amor infinito y su bondad sin límites.
Por consiguiente, tiene misericordia del que tiene misericordia, y al que quiere, es decir, al que no cree, “endurece,” lo abandona a
la dureza de su corazón.
8. Podemos, sin embargo, concebir una razón humildemente, por lo que Dios ha fijado ésta como la única condición de la
justificación: “Si crees en el Señor Jesucristo, serás salvo,” que es el designio de Dios de evitar que el hombre fuese otra vez
tentado por la soberbia. La soberbia había destruido a los mismos ángeles de Dios; había destronado “la tercera parte de las
estrellas del cielo.” En gran parte debido a esta soberbia que el tentador despertó al decir: “seréis como dioses,” Adán cayó e
introdujo el pecado y la muerte en el mundo. Fue un ejemplo de la sabiduría, digna de Dios, el imponer tal condición de
reconciliación para él y su posteridad, para que quedásemos humillados y abatidos en el polvo de la tierra. Tal es la fe. Está
especialmente adaptada a este fin; porque el que se acerca a Dios por medio de esta fe debe fijarse en su propia iniquidad, sus
culpas y miseria, sin acariciar la menor idea de que exista en él algo de bueno, de virtud o de justicia. Debe acercarse como
pecador que es interior y exteriormente, que ha consumado su propia destrucción y condenación, que no tiene nada qué presentar
ante Dios sino iniquidad, ni otra cosa qué alegar fuera de su pecado y miseria. Solamente así, cuando enmudece y se reconoce
culpable ante la presencia de Dios, es cuando puede mirar a Jesús como la única y perfecta propiciación por sus pecados. Sólo de
esta manera puede ser hallado en él, y recibir “la justicia que es de Dios por la fe.”
9. Y tú, inicuo, que escuchas o lees estas palabras, vil, desgraciado, miserable pecador, te amonesto ante la presencia de Dios, el
Juez de todos los hombres, a que con todas tus iniquidades te acojas a El inmediatamente. Cuidado, no sea que destruyas para
siempre tu alma al querer alegar tu justicia poco más o menos. Preséntate como pecador perdido, culpable y merecedor que eres
del infierno, y entonces hallarás favor en su presencia y sabrás que justifica al impío. Tal como ahora eres, serás llevado a la
sangre del esparcimiento, como un desgraciado, pecador, miserable y condenado. Entonces, mira a Jesús. Allí está el Cordero de
Dios que quita los pecados de tu alma. No alegues obras ni bondad, humildad, contrición ni sinceridad. El hacer tal cosa sería
negar al Señor que te ha comprado con su sangre. Alega solamente la sangre del Pacto, el precio que ha sido pagado por tu alma
orgullosa, soberbia y tan llena de pecado. ¿Quién eres tú que ahora mismo ves tu injusticia interior y exteriormente Tú eres el
hombre de quien se trata. Te amonesto a que, por medio de la fe, te conviertas en hijo de Dios. El Señor te necesita. Tú, que
sientes en tu corazón que no mereces otra cosa, sino ir al infierno, eres digno de proclamar sus glorias; la gloria de su gracia
gratuita que justifica al impío y a aquel que no obra bien. ¡Oh, ven pronto! Cree en el Señor Jesús y tú, tú mismo, te reconciliarás
con Dios.
PREGUNTAS SOBRE EL SERMON V
1. (¶ 1). ¿A quién atañe esta importante pregunta 2. (¶ 2). ¿Ha sido entendida con claridad 3. (¶ 3). ¿Cómo está dividido el
discurso 4. (I. 1). ¿Qué estado guardaba el primer hombre 4. (I. 2). ¿Qué ley se le dio 6. (I. 3). ¿Qué se le prohibió 7. (I. 4). ¿Qué
estado guardaba Adán bajo esta ley 8. (I. 5). ¿Cómo la violó 9. (I. 6). ¿Cuál fue el resultado 10. (1. 7). ¿Qué cosa hizo Dios en
favor del mundo perdido 11. (I. 8). ¿Cuál fue la obra de Jesucristo 12. (I. 9). ¿Cuál es la base de la doctrina de la justificación 13.
(II. 1). ¿Qué significa ser justificado 14. (II. 2). ¿Está el hombre libre de toda acusación ¿Cómo llama a esta teoría 15. (II. 3). ¿Nos
exceptúa de la ley, la justificación 16. (II. 4). ¿Qué cosa es lo que menos está incluido en la idea de la justificación 17. (II. 5). ¿Cuál
es la enseñanza sencilla de la Sagrada Escritura 18. (III. 1). ¿Quiénes son los que están justificados 19. (III. 2). ¿Viene la
santificación antes de la justificación 20. (III. 3). ¿A quién busca el buen Pastor 21. (III. 4). ¿Quiénes necesitan del médico 22. (III.
5). ¿Qué contestación se da a esta objeción 23. (III. 6). ¿De qué silogismo hace uso 24. (IV. 1). ¿Cuáles son las condiciones de la
justificación 25. (IV. 2). ¿Cómo se define esta fe 26. (IV. 3). ¿Que pasajes cita de las Homilías de la Iglesia Anglicana ¿Qué cosas
son esas Homilías Sermones escritos por Cranmer y otros obispos durante los reinados de Eduardo VI y la reina Isabel, los que
por mandato real se leían en las iglesias. 27. ¿Por qué se mandaban leer estos sermones en las iglesias Porque había muy pocas
personas competentes para predicar, y a fin de asegurar la uniformidad de la predicación en la Iglesia Anglicana. 28. (IV. 4).
¿Cómo debe entenderse que la fe es la base de la justificación 29. (IV. 5). ¿De qué manera hace enfática su importancia 30. (IV.
6). ¿De dónde emana la dificultad en aceptar esta proposición 31. (IV. 7). ¿De qué manera defiende la sabiduría divina que señaló
este medio 32. (IV. 8). ¿Qué razón puede darse para haberlo señalado 33. ¿Son la salvación y sus bases o condiciones, asuntos
que pertenecen exclusivamente a la verdad revelada 34. ¿Cómo concluye el sermón -----------------------------------La Justicia por la fe
Este sermón es complementario del anterior y pone de manifiesto la enseñanza que, según el Señor Wesley, sólo distaba un ápice
del calvinismo. No lo es, sin embargo, y es importante el hacer claramente la distinción. A fin de mostrar los puntos en que el señor
Wesley y los calvinistas estaban de acuerdo, damos aquí el tenor de una conversación. El célebre Carlos Simeón, ministro de la
“escuela evangélica” en la Iglesia Anglicana, fue presentado al señor Wesley el año de 1787. El señor Simeón tenía veintiocho
años de edad y el señor Wesley ochenta y cuatro.
—Me dicen, señor Wesley, —dijo el joven ministro, —que es usted arminiano en creencias; a mí me llaman calvinista y habremos
de discutir; mas antes de entrar en combate, suplico a usted me permita hacerle algunas preguntas, hijas no de la curiosidad, sino
del deseo de instruirme. Dígame usted señor, ¿se cree usted una criatura depravada, y tan depravada que jamás habría usted
tenido la idea de acudir a Dios, si el Espíritu no hubiese movido su corazón
—Tal me creo—dijo el veterano.
—Y ¿desespera usted por completo de alegar ante Dios cualquiera buena obra que haga usted, de manera que espera la
salvación únicamente por medio de la sangre y los méritos de Cristo
—Ciertamente. Sólo por medio de Cristo.
—Pero, señor, supongamos que ya Cristo ha salvado a usted, ¿no tiene usted que salvarse a sí mismo después, por medio de sus
buenas obras
—No. Debo ser salvo por Cristo desde el principio hasta el fin.
—Concediendo pues, que la gracia de Dios lo convirtió a usted primeramente, ¿no tiene usted que sostenerse, de un modo o de
otro, por su mismo poder
—No.
—Entonces, estará sostenido por Dios a toda hora y a cada instante, como el niño que descansa en los brazos de su madre.
—Así es.
—Y ¿ha puesto usted todas sus esperanzas en la gracia y misericordia de Dios para poder llegar al reino celestial
—No tengo más esperanza que El.
—Pues entonces, señor, con permiso de usted retiro mis armas, porque en esto que usted ha declarado creer, consiste mi
calvinismo; esa es mi elección, mi justificación y mi perseverancia final. En sustancia es todo lo que creo y acepto y, por tanto, si
usted gusta, en lugar de buscar términos y frases para discutir, nos uniremos cordialmente, pues que estamos de acuerdo en
estas cosas.
Muy satisfactorio es este resultado si podemos perdonar las pretensiones de un joven de veintiocho años de edad que se atrevió a
examinar de esta manera a un anciano de ochenta y cuatro. Esto demuestra la ignorancia del señor Simeón de los escritos de
Arminio, quien enseña todo lo que en la anterior conversación se llama calvinismo, con mayor claridad y de una manera más
consecuente que Calvino en sus obras. ¿En qué consiste la diferencia entre estos dos sistemas En esto principalmente: según
Arminio, todos los hombres que escuchan el Evangelio son movidos a creer por la gracia preveniente; mientras que según Calvino
sólo los elegidos reciben este toque. Así es que, según Arminio, los que creen deben su salvación tan sólo a la gracia; y la
perdición de los demás es debida a su propia incredulidad. Dios es glorificado por la salvación de los que creen, mientras que el
pecador que se condena no puede culpar a nadie sino a sí mismo. El calvinismo enseña que la elección de unos cuantos y la
condenación de muchos es la obra exclusivamente de Dios.
ANALISIS DEL SERMON VI
Este texto no contrasta el pacto de Moisés con el pacto de la gracia dado por medio de Cristo. El nuevo pacto de la gracia por
medio de Cristo abraza todas las épocas del género humano, empezando desde la caída del primer hombre. Los judíos, ignorando
el carácter misericordioso del pacto mosaico, establecieron una justicia conforme a la ley según sus ideas. La justicia legal fue
dada a Adán, no a Moisés. De la misma manera muchos hoy día, rehúsan someterse a la justicia de la fe y pretenden buscar la
justicia legal.
I. Contraste entre las dos justicias.
La justicia de la ley exige una obediencia universal, perfecta y no interrumpida. La justicia de la fe se da no al inocente, sino al
hombre caído y no exige la perfecta obediencia ni otra cosa imposible. No nos manda que hagamos, sino que creamos.
La primera encuentra al hombre en toda su santidad y gozando el favor de Dios; exige por consiguiente, lo que ahora dista mucho
del hombre, es decir: la obediencia completa, perfecta, no interrumpida como la condición para continuar en la gracia o favor de
Dios. La segunda encuentra al hombre caído, bajo la ira de Dios y sólo exige la fe como condición para alcanzar otra vez el favor
de Dios.
II. La aplicación.
1. Torpeza de los que tratan de obtener la justicia legal. Su principio es erróneo, puesto que no son inocentes. Tratan de hacer lo
que no son capaces de llevar a cabo, es decir: la obediencia perfecta. Se atreven a presentarse ante Dios, ignorando su
misericordia y como si en El hubiese sólo una justicia rígida.
2. Sabiduría de los que tratan de obtener la justicia por medio de la fe. Reconocen su verdadera condición en lo pasado, presente
y futuro, y se acercan a Dios humildemente y llenos de gratitud.
III. Exhortación.
No digáis: “Debo hacer esto o aquello,” ni “no soy suficientemente bueno; no tengo bastante contrición o dolor por el pecado.”
Tampoco: “Debo hacer algo o ser más sincero,” sino que ahora, mismo, “en este instante, tal como eres,” cree en el Evangelio.
SERMON VI
LA JUSTICIA POR LA FE
Porque Moisés describe la justicia que es por la ley: Que el hombre que hiciere estas cosas, vivirá por ellas. Mas la justicia que es
por la fe dice así: No digas en tu corazón: ¿Quién subirá al cielo (esto es, para traer abajo a Cristo). O ¿quién descenderá al
abismo (esto es, para volver a traer a Cristo de los muertos). Mas, ¿qué Cercana está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta
es la palabra de fe, la cual predicamos (Romanos 10:5-8).
1. El Apóstol no contrapone el pacto dado por Moisés al que Cristo dio. Si alguna vez nos hemos figurado semejante cosa, ha
sido por falta de meditación, pues tanto la primera como la última parte de estas palabras fueron dichas por Moisés al pueblo de
Israel respecto al pacto que existía en aquel tiempo (Deuteronomio 30:11, 12, 14). Dios estableció el pacto de la gracia con todos
los hombres por medio de Jesucristo, tanto antes y bajo la dispensación judaica como después que Dios se manifestó en la carne,
el cual pacto Pablo pone en contraste con el pacto de las buenas obras, hecho con Adán en el paraíso; pero que por lo general se
supone, y especialmente por los judíos de quienes el Apóstol escribe, que fue el único que Dios hizo con el hombre.
2. Estos son de los que tan cariñosamente habla al principio de este capítulo. “Hermanos, ciertamente la voluntad de mi corazón
y mi oración a Dios sobre Israel, es para salud. Porque yo les doy testimonio que tienen celo de Dios, mas no conforme a ciencia.
Porque ignorando la justicia de Dios,”—de la justificación que procede de su mera gracia y misericordia, perdonando gratuitamente
nuestros pecados por medio del Hijo de su amor, por medio de la redención que hay en Jesús—”y procurando establecer la suya
propia”—su propia santidad anterior a la fe en Aquel que justifica al impío, como la base de su perdón y aceptación—”no se han
sujetado a la justicia de Dios” y, por consiguiente, sumergidos en el error de su vida, están en peligro de morir espiritualmente.
3. Ignoraban que “el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree;” que por medio de la oblación de sí mismo una
vez ofrecida la primera ley o pacto—que en realidad no fue dado por Dios a Moisés, sino a Adán en su estado de inocencia—era
sin disminución alguna: “haz esto y vivirás.” Ignoraban también que Cristo al mismo tiempo obtuvo para nosotros este pacto mucho
mejor de: “Cree y vivirás,” cree y serás salvo, salvo en esta vida de la culpa y del poder del pecado, y por consiguiente, de sus
consecuencias.
4. ¡Cuántos hay que ignoran esto, aun entre aquellos que se llaman cristianos! ¡Cuántos hay que tienen “celo de Dios,” pero que
aún procuran establecer su propia justicia como la base de su perdón y para ser aceptados, y que se rehusan con vehemencia a
sujetarse a la justicia de Dios! Ciertamente el deseo de mi corazón y mi oración a Dios, hermanos míos, es que seáis salvos. A fin
de quitar de vuestro camino esta gran piedra de tropiezo, voy a procurar mostraros: primero, qué cosa es la justicia que es por la
ley, y “la justicia que es por la fe.” Segundo: la torpeza de confiar en la justicia que es por la ley y la sabiduría de someterse a la
justicia que es por la fe.
I. 1. La justicia que es por la ley dice: “Que el hombre que hiciere estas cosas, vivirá por ellas.” Haz estas cosas constante y
perfectamente y vivirás para siempre. Esta ley o pacto (llamado por lo general el pacto de obras), dado por Dios al hombre en el
paraíso, exigía una obediencia perfecta en todas sus partes, completa, como la condición para que pudiese continuar por siempre
jamás en la santidad y felicidad en que fue creado.
2. Exigía el cumplimiento por parte del hombre, de toda justicia interior y exterior, negativa y positiva; no sólo que se abstuviese
de toda palabra ociosa y evitase toda mala obra, sino que tuviese todas sus afecciones, todos sus deseos, y aun sus
pensamientos en sujeción a Dios; que continuase siendo santo, como Aquel que lo creó es santo, tanto de corazón como en sus
costumbres; que fuese limpio de corazón, como Dios es puro; perfecto como su Padre que está en los cielos es perfecto; que
amase al Señor su Dios con todo su corazón, y con toda su alma, y con todo su entendimiento; que amase a todas las almas que
Dios ha criado, como Dios lo ama a él; de manera que por medio de esta perfecta benevolencia, pudiese vivir en Dios, que es
amor, y Dios en él; que sirviese al Señor su Dios con todas sus facultades y que en todas las cosas procurase la gloria de su
Creador.
3. Estas eran las exigencias de la justicia que es por la ley para que quien cumpliese con todos sus requisitos pudiera vivir.
Exigía además, que esta completa obediencia a Dios, esta santidad interior y exterior, esta conformidad de corazón y de vida con
su santa voluntad, fuese perfecta en grado. Ninguna disculpa podía admitirse, absolutamente ninguna excusa, por haber faltado
en un solo punto, grado o tilde a la ley exterior o interior. No bastaba obedecer todos los mandamientos que se referían a las
cosas exteriores, a no ser que se obedeciese cada uno de dichos mandamientos con todas las fuerzas del alma, del modo más
completo y la manera más perfecta. Según las exigencias de este pacto, no bastaba amar a Dios con todas las facultades y todo el
entendimiento; era preciso amarlo con toda la energía y potencia del alma.
4. Otra cosa más exigía irremisiblemente la justicia que es por la ley, y era que esta plena obediencia, esta perfecta santidad de
corazón y de vida, no debería interrumpirse jamás, sino continuar desde el momento en que Dios creó al hombre y sopló en él
aliento de vida, hasta el día en que concluyese su prueba y fuese sellado para la vida eterna.
5. La justicia pues, que es por la ley, habla de esta manera: “Oh tú, hombre de Dios, permanece firme en el amor, en la imagen
de Dios en que fuiste creado. Si quieres permanecer vivo, guarda los mandamientos que están escritos en tu corazón. Ama al
Señor tu Dios con todo tu corazón. Ama a todas sus criaturas como te amas a ti mismo. No desees otra cosa sino a Dios. Busca a
Dios en cada pensamiento, cada palabra, cada obra. No te apartes de El con ningún movimiento del cuerpo o del alma. El es el
centro de tus deseos y el objeto de tu alta vocación; que todo tu ser, todas tus facultades de alma e inteligencia, cada instante de
tu existencia, alaben su santo nombre. Haz esto y vivirás, tu luz alumbrará, tu amor aumentará más aún, hasta que seas recibido
en la casa de Dios, en los cielos para reinar con El por toda la eternidad.”
6. Mas la justicia que es por la fe dice así: “No digas en tu corazón: ¿Quién subirá al cielo esto es para traer abajo a Cristo,”
(como si Dios exigiese que hiciésemos alguna cosa imposible, antes de aceptarnos); “o ¿quién descenderá al abismo esto es para
volver a traer a Cristo de los muertos,” como si quedase todavía por hacer alguna cosa por medio de la cual podáis ser aceptados.
Mas ¿qué dice “Cercana está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de la fe, la cual predicamos;” el nuevo
pacto que Dios ha hecho con el hombre pecador por medio de Jesucristo.
7. La “justicia que es por la fe” significa ese estado de justificación, cuya consecuencia es nuestra salvación actual y futura si
permanecemos fieles hasta el fin, que Dios ha concedido al hombre caído por los méritos y la mediación de su único Hijo. En parte
esto fue revelado a Adán poco después de su caída, en la primera promesa que se le hizo y en él a su simiente, respecto de la
simiente de la mujer que había de herir la cabeza de la serpiente (Génesis 3:15). Con algo más de claridad se lo reveló el ángel a
Abraham, diciendo: “Por mí mismo he jurado, dice Jehová, que por cuanto has hecho esto, y no me has rehusado tu hijo, tu único,
bendiciendo te bendeciré, y multiplicando multiplicaré tu simiente como las estrellas del cielo, y como la arena que está a la orilla
del mar; y tu simiente poseerá las puertas de sus enemigos; en tu simiente serán benditas todas las gentes de la tierra, por cuanto
obedeciste a mi voz” (Génesis 22: 16-18). Moisés, David y los profetas que vinieron después recibieron mayor luz, y por medio de
ellos, en sus respectivas generaciones, multitudes del pueblo de Dios; pero, sin embargo, la gran mayoría de estas generaciones
ignoraba la gran profecía, muy pocos la entendían con claridad. Las ideas de la vida y de la inmortalidad no fueron para los judíos
de la antigüedad tan claras como lo son para nosotros por medio del Evangelio.
8. Este pacto no dice al hombre pecador: sé obediente hasta la perfección y vivirás. Si tal fuera la condición, de nada le
aprovecharía todo lo que Cristo hizo y sufrió por él; sería como si se le exigiese que subiera al cielo “para traer a Cristo abajo,” o
que descendiera al abismo, es decir: al mundo invisible, “para volver a traer a Cristo de los muertos.” No exige que se haga
ninguna cosa imposible (si bien para el hombre aislado y sin la ayuda de Dios, sería imposible hacer lo que de él se requiere); eso
sería burlarse de la debilidad humana. Hablando estrictamente, nada nos exige el pacto de la gracia que hagamos, como cosa
indispensable o absolutamente necesaria para nuestra justificación; simplemente que creamos en Aquel que por amor de su Hijo y
la propiciación que éste hizo, “justifica al impío que no obra” y cuenta su fe por justicia. Abraham creyó a Jehová y “contóselo por
justicia” (Génesis 15:6). “Y recibió la circuncisión, para que fuese padre de todos los creyentes no circuncidados para que también
a ellos les sea contado por justicia” (Romanos 4:11). Y no solamente por él fue escrito que (la fe) le haya sido así imputada, sino
también por nosotros a quienes la fe será imputada por justicia; fe en lugar de la perfecta obediencia, para ser por Dios aceptados,
“a los que creemos en el que levantó de los muertos a Jesús, Señor nuestro; el cual fue entregado por nuestros delitos, y
resucitado para nuestra justificación” (Romanos 4:23-25), para asegurarnos la remisión de nuestros pecados y la vida eterna, a
todos aquellos que creemos.
9. ¿Qué dice, pues, el pacto del perdón, del amor no merecido, de la misericordia que perdona “Cree en el Señor Jesucristo y
serás salvo.” El día en que creyeres ciertamente vivirás. Dios te concederá de nuevo su gracia, y en agradarlo encontrarás la
verdadera vida; serás salvo de su maldición y de su ira; resucitarás de la muerte del pecado a la vida de la santidad, y si
permaneces fiel creyendo en el Señor Jesús no probarás jamás la segunda muerte, sino que habiendo sufrido con el Señor,
vivirás y reinarás con El por los siglos de los siglos.
10. Ahora te está cercana la palabra; la condición para obtener la vida es bien clara, fácil, y siempre está a la mano. Está en tu
boca y en tu corazón, por la obra del Espíritu de Dios. En el momento en que “creyeres en tu corazón,” en aquel a quien Dios
“levantó de los muertos,” y “confesares con tu boca al Señor Jesús” como tu Señor y tu Dios, “serás salvo” de la condenación, de
la culpa y del castigo de tus pecados pasados, y tendrás el poder de servir a Dios en verdadera santidad todos los días que te
queden de vida.
11. ¿Qué diferencia hay, pues, entre “la justicia que es por la ley” y la “justicia que es por la fe;” entre el primer pacto, de las obras
y el segundo, de la gracia La diferencia esencial, inmutable, es ésta: el primero supone al hombre que lo recibe, ya puro y feliz,
creado en la imagen de Dios y gozando de su favor; y señala la condición para que pueda continuar en amor y felicidad, en la vida
e inmortalidad. El otro pacto lo supone pecaminoso y desgraciado, habiendo perdido la imagen gloriosa de Dios, constantemente
bajo la ira de Dios y apresurándose, por medio del pecado, que ha causado la muerte de su alma, a la muerte del cuerpo y eterna;
le señala la condición para poder obtener de nuevo la perla de gran precio que ha perdido—el favor y la semejanza de Dios, la
vida de Dios en su alma—y recibir el amor y conocimiento de Dios que es el principio de la vida eterna.
12. Además, para que el hombre pudiese continuar en el favor de Dios, en su conocimiento y amor, en santidad y dicha, el pacto
de las obras exigía del hombre perfecto una obediencia no interrumpida y perfecta de todas y cada una de las partes de la ley de
Dios; mientras que el pacto de la gracia, para que el hombre pueda obtener otra vez el favor de Dios y con él la vida, sólo exige la
fe: fe en Aquel quien, por medio de Dios, justifica a los que no han sido obedientes según el pacto de las obras.
13. Más aún: el pacto de las obras exigía de Adán y de todos sus descendientes que ellos mismos pagasen el precio de las
futuras bendiciones que habían de recibir de Dios; pero en el pacto de la gracia, viendo Dios que no tenemos nada con qué pagar,
nos perdona todo, con la única condición de que creamos en Aquel que pagó el precio por nosotros; que se dio a sí mismo como
propiciación por nuestros pecados y los pecados de todo el mundo.
14. El primer pacto, por consiguiente, exigía lo que los hombres no tenían, ni remotamente podían tener: la obediencia perfecta,
que está muy lejos de aquellos que son concebidos y nacidos en pecado. Mientras que el nuevo pacto exige algo que está al
alcance de todos, a la mano; parece decir: “¡Tú eres pecador! ¡Dios es amor! Tú, por causa de tu pecado, has caído del favor de
Dios; sin embargo, con El hay misericordia. Ven pues ante Dios con todos tus pecados y se desvanecerán como la nube que se
evapora; si no fueras pecador no habría necesidad de que El te justificara; acércate pues, lleno de confianza, con toda la certeza
de la fe. No temas, cree solamente; Dios es justo y justifica a todos los que creen en Jesús.”
II. 1. Si todo lo que hemos dicho es cierto, fácil cosa nos será demostrar, en segundo lugar, como nos propusimos, la torpeza de
confiar en “la justicia que es por las obras,” y la sabiduría de someterse a “la justicia que es por la fe”
La torpeza de los que confían en “la justicia que es por la ley,” cuya condición es “haz esto y vivirás,” se hace muy patente por lo
que sigue: su principio es erróneo; su primer paso es una gran equivocación, porque mucho antes de poder alegar derecho a
estas bendiciones, se suponen estar en el mismo estado de pureza de aquel con quien se hizo pacto. Y ¡qué vana es esta
suposición! El pacto fue hecho con Adán, es cierto, pero cuando éste era aún inocente. ¡Qué débil debe ser ese edificio fabricado
sobre una base tan movible! ¡ Qué torpes son los que edifican en la arena, quienes nunca han considerado, según parece, que el
pacto de las obras no fue dado al hombre “muerto en transgresiones y pecados,” sino cuando vivía en Dios, no conociendo lo que
era el pecado, sino siendo puro como Dios es puro; que se olvidan de que ese pacto no fue dado para recobrar el favor de Dios y
la inmortalidad una vez perdidos, sino para que esos dones continuasen y aumentasen hasta entrar a la vida eterna!
2. Ni consideran los que de tal modo tratan de establecer “su propia justicia según la ley,” qué clase de obediencia y justicia
requiere la ley como indispensables. Plenas y perfectas deben ser en todas sus partes, de otra manera no satisfacen las
exigencias de la ley. Pero, ¿quién puede rendir semejante obediencia y vivir de una manera consecuente con ella ¿Quién de
vosotros cumple con todos los requisitos y las tildes de los mandamientos de Dios ¿Quién de vosotros no hace algo de lo que Dios
prohíbe hacer, o deja de hacer algo de lo que El manda ¿No habláis palabras ociosas, sino sólo las que son buenas para
edificación ¿Hacéis todo, ya sea que comáis o bebáis, para la gloria de Dios Mucho menos podéis cumplir con los mandamientos
de Dios que se refieren a lo espiritual, según los cuales todos los impulsos y la disposición toda de vuestra alma debe ser
“santidad al Señor.” ¿Podéis amar al Señor con todo vuestro corazón, a todo el género humano con toda vuestra alma ¿Oráis sin
cesar ¿En todo dais gracias ¿Tenéis a Dios siempre en vuestros pensamientos ¿Sujetáis todos vuestros afectos, deseos y
pensamientos en obediencia a Dios
3. Debéis considerar además, que la justicia que la ley exige consiste no solamente en obedecer todos los mandamientos de
Dios, negativos o positivos, interiores y exteriores, sino que este cumplimiento debe ser en grado perfecto. La voz de la ley
respecto de todas las cosas es: Servirás al Señor tu Dios con todas tus fuerzas. No disculpa cansancio de ninguna clase; no
perdona ningún defecto; condena cualquiera imperfección en la obediencia e inmediatamente pronuncia la maldición sobre el
ofensor; su único criterio son las leyes inmutables de la justicia y dice: No sé mostrar misericordia.
4. ¿Quién pues, podrá comparecer ante tal juez que es severo para mirar a los pecados Qué débiles son los que pretenden
presentarse ante el tribunal de la justicia, siendo así que ante el gran Juez “no se justificará ningún viviente,” ninguno de los
descendientes de Adán. Porque, suponiendo que podamos ahora guardar todos los mandamientos con todas nuestras fuerzas, si
alguna vez hemos faltado en uno solo, esto bastaría para echar por tierra todas nuestras pretensiones a la vida eterna. Si alguna
vez hemos ofendido en un solo punto, la justicia concluye; puesto que la ley condena a todos los que no practican la obediencia
sin interrupción y de una manera perfecta. De modo que, según la terrible sentencia, no hay para aquel que ha pecado en
cualquier grado, “sino una horrenda esperanza de juicio, y hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios” de Dios.
5. Al pretender el hombre obtener la vida eterna por medio de su propia justicia—el hombre que fue engendrado en iniquidad y a
quien su madre concibió en pecado, que por naturaleza es mundano, sensual y pecaminoso, enteramente corrompido y
abominable; en quien, mientras no se halla gracia, “no existe nada bueno;” que no puede pensar nada bueno; que es todo pecado,
una completa masa de iniquidad y quien comete el pecado con la misma frecuencia con que respira; cuyas transgresiones de
palabra y de obra son mayores en número que los cabellos de su cabeza— ¿no comete la mayor de las locuras ¡Qué torpeza!
¡Qué necedad la de este gusano inmundo, culpable y desgraciado, el soñar que pueda ser aceptado por medio de su propia
santidad, que podrá adquirir la vida por “la justicia que es por la ley”!
6. Al mismo tiempo, las mismas razones que demuestran la torpeza de confiar en “la justicia que es por la ley,” prueban
igualmente la sabiduría de someterse a “la justicia de Dios por medio de la fe.” Fácil cosa sería desarrollar este aserto basándolo
en las consideraciones anteriores, mas sin tener que hacerlo, vemos claramente que al rechazar la idea de que tenemos santidad
por nosotros mismos, obramos conforme a la verdad y a la naturaleza real de las cosas. No hacemos más que reconocer en
nuestro corazón, lo mismo que con nuestros labios, nuestra verdadera condición; confesar que venimos al mundo con una
naturaleza corrompida y pecaminosa; más corrompida de lo que se puede concebir o expresar con palabras; que estamos
propensos a todo lo malo y opuestos a todo lo bueno; que estamos llenos de soberbia, orgullo, pasiones, deseos ilícitos,
afecciones desordenadas y viles; que amamos el mundo y los placeres más que a Dios y la virtud; que nuestras vidas no han sido
mejores que nuestros corazones y nuestras costumbres impías y criminales, de tal manera que nuestros pecados actuales de
palabra y de obra son tan numerosos como las estrellas del cielo; que por todas estas razones desagradamos a Aquel cuya
pureza no le permite “ver la iniquidad,” y que no merecemos sino su indignación e ira—la muerte que es la paga del pecado; que
no podemos con nuestra propia justicia, la que verdaderamente no tenemos, ni con nuestras obras, que son como el árbol en que
crecen, aplacar la ira de Dios o evitar el castigo que tan justamente merecemos; que si quedamos abandonados a nosotros
mismos, solamente nos volveremos peores, nos sumergiremos más y más en el pecado con nuestras malas obras y nuestra
naturaleza carnal hasta que, habiendo llenado la medida de nuestras iniquidades, atraigamos sobre nosotros con presteza nuestra
completa destrucción. ¿No es éste el verdadero estado en que nos encontramos El reconocer, pues, todo esto en nuestro corazón
y con nuestros labios, es decir, el no pretender que tenemos santidad, “la justicia que es por la ley,” es obrar conforme a la
naturaleza real de las cosas y, por consiguiente, con verdadera sabiduría.
7. Más aún, la sabiduría de someternos a “la justicia que es por la fe” consiste en que esa es la justicia de Dios; quiero decir, es el
método de reconciliación con Dios que El mismo ha escogido y establecido, no sólo como el Dios infinitamente sabio, sino como el
Soberano del cielo y de la tierra y de todas las criaturas que ha creado. ¿Será justo que el hombre diga a Dios: “Por qué haces
esto” Sólo un loco, falto de todo juicio, podría argüir con Aquel que gobierna todas las cosas. Por consiguiente, la verdadera
sabiduría consiste en someterse a todo lo que El ha decretado y decir respecto a este solemne asunto como en todos los demás.
“El Señor es: hágase su voluntad.”
8. También se puede y debe considerar el hecho de que al ofrecer Dios al hombre el medio de reconciliarse, lo hizo movido por su
amor, misericordia infinita y gratuitamente, cuando pudo habernos abandonado a nuestra propia suerte, con lo cual nos habría
aniquilado para siempre. Por consiguiente, no cabe duda de que hay sabiduría en aceptar cualquier método que, movido por su
tierna misericordia y su infinita bondad, El se digne señalar para que los que se han separado de El y por tanto tiempo han
permanecido rebeldes en su contra, puedan aún encontrar el remedio.
9. Un punto más debemos mencionar. Hay sabiduría en tratar de obtener no solamente lo bueno, sino lo mejor, y eso por medio
de los mejores medios. Lo mejor que podemos tratar de adquirir es la felicidad en Dios. Lo mejor que la criatura caída puede tratar
de encontrar es recobrar el favor y la semejanza de Dios. Pero el mejor y único medio que el hombre tiene en la tierra para volver
a obtener el favor de Dios, que es mejor que la vida misma; o la imagen de Dios que es la verdadera vida del alma, es someterse
a “la justicia que es por la fe,” creer en el Unigénito Hijo de Dios.
III. 1. Quienquiera que seas, oh alma, ansiosa de salvarte, de ser perdonada y reconciliarte con Dios, no digas en tu corazón:
“Primero debo hacer tal o cual cosa; debo dominar el pecado; evitar toda palabra u obra mala y hacer bien a todos los hombres. O
primero debo ir a la iglesia y recibir la Santa Cena, oír más sermones y decir más oraciones.” ¡Ay hermano mío! te has separado
por completo del camino; ignoras aún “la justicia de Dios” y estás pretendiendo establecer tu propia justicia como la base de la
reconciliación. ¿No sabes que no puedes hacer otra cosa sino pecado hasta que no te reconcilies con Dios ¿Por qué pues, dices:
Primero, debo hacer esto y después creer Cree primero. Cree en el Señor Jesucristo que se ofreció a sí mismo como propiciación
por tus pecados. Echa primero este buen cimiento y después todo lo que puedas hacer bien.
2. Ni digas en tu corazón: No puedo ser aceptado porque no soy suficientemente bueno. ¿Quién es o ha sido alguna vez
suficientemente bueno como para merecer la aceptación de Dios ¿Ha existido alguna vez o existirá antes de la consumación de
todas las cosas, un solo descendiente de Adán que sea bastante bueno para merecer dicha aprobación Con respecto a ti, no eres
nada bueno; no existe en ti nada que sea digno de llamarse bueno; ni jamás lo serás hasta que no creas en el Señor Jesús. Por el
contrario, serás peor y peor cada día. Mas, ¿hay alguna necesidad de ser peor de lo que eres ¿No eres suficientemente malo
Ciertamente que lo eres y Dios lo sabe; tú mismo no lo puedes negar. No te demores pues. Todo está listo. Levántate, lávate de
tus pecados. La fuente está abierta. Ahora es cuando te debes lavar en la sangre del Cordero hasta que quedes limpio; ahora El te
rociará con hisopo y serás purificado: te lavará y quedarás más blanco que la nieve.
3. No digas: No siento bastante contrición, no siento lo suficiente mis pecados. Lo sé. Ojalá y tuvieras mayor sensibilidad y
estuvieses mil veces más contrito de lo que estás; pero no por esto te demores. Tal vez Dios te dará esa sensibilidad, esa
contrición; pero ciertamente no antes, sino después de que creas. No llores mucho sino hasta que ames mucho y sepas que se te
ha perdonado. Mientras tanto, mira a Jesús. ¡Mira cuánto te ama! ¿Qué más podía hacer por ti de lo que hizo
Oh Cordero de Dios
¿Qué pena ha habido
Como tu pena
¿Qué amor ha existido
Como tu amor
Míralo, fija en El tu mirada, hasta que te mire y ablande tu endurecido corazón. Entonces se abrirán las fuentes y tus ojos
derramarían lágrimas en abundancia.
4. No digas: Debo hacer algo más antes de acercarme a Cristo. Si el Señor se tardase en venir, bien harías en esperar su
venida, en esforzarte con el fin de cumplir hasta donde te alcancen tus fuerzas, con todo lo que te mande; pero no hay la menor
necesidad de esperar. ¿Cómo sabes que el Señor tardará en venir Tal vez aparecerá repentinamente como el alba de la mañana.
No te demores. Espéralo de un momento a otro. Ya se acerca. Ya se acerca. Ya está llamando a la puerta.
5. ¿A qué esperar hasta que sientas más sinceridad en tu corazón para que tus pecados sean borrados ¿Para que seas más
digno de la gracia de Dios ¿Aún pretendes establecer tu propia justicia Tendrá misericordia de ti, no porque lo merezcas, sino
porque no le falta compasión; no porque seas justo, sino porque Jesucristo se sacrificó por tus pecados.
Además: Si hay algo de bueno en la sinceridad, ¿por qué pretendes poseerla antes de tener fe, sabiendo que la fe es el manantial
de lo que es bueno y santo
Y sobre todo, ¿hasta cuándo te olvidarás de que todo lo que haces, todo lo que tienes, antes de que tus pecados te sean
perdonados, de nada te sirven en la presencia de Dios para obtener tu perdón, sino por el contrario, que debes desechar todas tus
obras, despreciarlas y hollarlas bajo tus plantas, para poder obtener la gracia de Dios Hasta que hagas esto, no podrás suplicar
como un simple pecador, culpable, perdido, desgraciado, quien no tiene nada que alegar, nada que ofrecer a Dios, fuera de los
méritos de su muy amado Hijo quien te amó y se dio a sí mismo por ti.
6. En conclusión. Quienquiera que seas, oh hombre, sobre quien pesa la sentencia de muerte, que sientes en ti mismo que
mereces la condenación del pecador, no te dice el Señor: “Haz esto;” obedece plena y perfectamente mis mandamientos “y vive;”
sino “Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo.” “Cercana está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de la fe,
la cual predicamos.” Ahora pues, en este instante, en tu estado actual, tal como eres, pecador, cree el Evangelio; porque será
propicio a tus injusticias, y de tus pecados, de tus iniquidades, no se acordará más.
PREGUNTAS SOBRE EL SERMON VI
1. (¶ 1). ¿Cuáles son los dos pactos que el apóstol pone en contraposición 2. (¶ 2). ¿En qué error estaban los judíos a quienes
escribió el apóstol 3. (¶ 3). ¿Qué cosa ignoraban 4. (¶ 4). ¿Quiénes cometen el mismo error 5. (I. 1). ¿Qué dice la justicia que es
por la ley 6. (I. 2, 3, 4). ¿Qué exigía esta justicia 7. (I. 5). ¿Qué dice al pecador 8. (I. 6). ¿Qué dice la justicia que es por la fe 9. (I.
7). ¿De qué manera se define esta justicia 10. (I. 8). Hablando rigurosamente, ¿exige del hombre este pacto de gracia que haga
alguna cosa Obsérvese que la fe, si bien es un acto que precede y es la condición del perdón o la justificación, no es en ningún
sentido meritoria ni la causa del perdón. 11. (I. 9). ¿Qué dice el pacto de la gracia 12. (I. 10). ¿Qué se dice de esta condición para
obtener la vida eterna 13. (I. 11). ¿Qué diferencia hay entre la justicia que es por la ley y la justicia que es por la fe 14. (I. 12).
¿Qué se necesita para la restauración del hombre 15. (I. 13). ¿De qué manera se perdona al deudor 16. (I. 14). ¿Qué contraste se
hace entre los dos pactos 17. (II. 1). ¿Qué cosa se propone en la segunda parte 18. (II. 2). ¿Puede el pecador obedecer la ley 19.
(II. 3). ¿Qué otra cosa se exige 20. (II. 4). ¿Qué consecuencias resultan de una sola trasgresión 21. (II. 5). ¿Qué se dice respecto
a la torpeza de esta conducta 22. (II. 16). ¿De qué manera describe el estado de la naturaleza 23. (II. 7). ¿Quién escoge este
método de reconciliación 24. (II. 8). ¿No debería Dios que es el Creador, señalar las condiciones 25. (II. 9). ¿Cómo se prueba su
sabiduría 26. (III. 1). ¿Cuál es el primer deber del que busca la salvación 27. (III. 2). ¿Hay algunas personas que por su santidad
merezcan ser aceptadas 28. (III. 3). ¿Qué se dice respecto de tener suficiente contrición 29. (III. 4). ¿Se debe esperar hasta hacer
algo más 30. (III. 5). ¿Qué se dice respecto de los que esperan para tener bastante sinceridad 31. (III. 6). ¿De qué manera
concluye el sermón-----------------------El camino del reino
NOTAS INTRODUCTORIAS
Los grandes y verdaderos avivamientos religiosos son, por lo general, favorables al desarrollo en mayor o menor escala, de
errores en materias de doctrina. Por una parte se deja sentir la tendencia a engrandecer las obras de la ley, y por otra a
despreciarlas. El avivamiento de la doctrina de la justificación por la fe, fue la ocasión en la época del señor Wesley, de muchos
ensayos, sermones y tratados polémicos que se escribieron con el fin de probar que las obras y la fe deben unirse en la
justificación del alma, siendo la regeneración un procedimiento paulatino, coetáneo con la vida y que tan sólo toca a su fin en la
muerte. En la práctica casi no existe diferencia alguna entre esta doctrina y el romanismo. A fin de combatir este error, el señor
Wesley puso en juego toda la fuerza de su irresistible lógica, su conocimiento de las Sagradas Escrituras y experiencia personal.
Pero apenas había hecho callar a los partidarios de esta doctrina, cuando aparecieron los adeptos del error contrario. Los moravos
de Londres dieron al señor Wesley, especialmente durante el principio de sus trabajos, muchas molestias y sinsabores. En-
señaban que los hombres no deben buscar las bendiciones divinas, sino permanecer enteramente pasivos y esperar que el poder
de Dios obre en ellos. Los “hermanos pasivos” eran como espinas en el cuerpo del gran evangelista. Influyeron en los miembros
de sus sociedades y prepararon el camino para los errores antinomianos más nefandos. El estudio de esta lucha es de mucho
provecho para los ministros cristianos. Siempre ha existido y existirá la tendencia en el corazón humano a descansar impasible en
la vida religiosa. “Muy justo es dejar de pretender el conseguir por medio de nuestras obras, la perfecta salvación que sólo se
obtiene por medio de Cristo en la regeneración del alma;” pero después de haber entrado en el reino, la fe obra por el amor y
purifica el corazón; por consiguiente, debemos “pasar adelante a la perfección.”
Este sermón presenta la salvación como la experiencia interior del alma y nos preserva del antinomianismo, así como el discurso
anterior nos amonesta a que evitemos las formalidades de la ley.
ANALISIS DEL SERMON VII
I. Naturaleza de la verdadera religión que es “el reino de Dios.” Definición tomada de Romanos 14:17. “El reino de Dios no es
comida ni bebida, sino justicia, y paz, y gozo por el Espíritu Santo.”
1. No comida ni bebida. No consiste en los sacrificios y ceremonias de la ley judaica, las formas exteriores del culto ni
formalidades de ninguna clase, por muy buenas que éstas sean, ni en las verdaderas creencias sino que está en el hombre
interior.
2. Del corazón, justicia, amor de Dios, amor del prójimo, la felicidad, la paz por el testimonio del Espíritu, gozo en el Espíritu
Santo— llamado el reino, porque de esta manera reina Dios en el corazón.
II. El camino.
1. El arrepentimiento, la convicción o conocimiento de sí mismo; persuasión de la propia corrupción, de las malas pasiones, de
los hechos pecaminosos, del peligro de la muerte eterna y de la imposibilidad de remediar lo pasado o cambiar lo futuro. A esta
convicción debe añadirse el dolor de haber pecado y el deseo de volver a Dios.
2. El pecador arrepentido tiene que dar un paso más: creer al Evangelio que es: “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los
pecadores.” Creed esto, no con el simple asentimiento de la inteligencia, sino con una esperanza segura, una convicción divina y
plena confianza en el perdón de Dios. El fruto de esta fe será: paz, gozo y amor.
SERMON VII
EL CAMINO DEL REINO
El reino de Dios está cerca: arrepentíos, y creed al evangelio (Marcos 1:15).
Estas palabras naturalmente nos inducen a considerar: primero, la naturaleza de la verdadera religión que el Señor llama: “el reino
de Dios,” que según lo que dijo, “está cerca;” y en segundo lugar, el camino que El mismo señala con estas palabras: “Arrepentíos,
y creed al evangelio.”
I. 1. Debemos considerar en primer lugar, la naturaleza de la verdadera religión que el Señor llama: “el reino de Dios.” El apóstol
usa de la misma expresión en la Epístola a los Romanos, donde explica las palabras del Señor, diciendo: “Que el reino de Dios no
es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo por el Espíritu Santo” (Romanos 14: 17).
2. El reino de Dios o sea la verdadera religión “no es comida ni bebida.” Cosa bien sabida es que no sólo los judíos inconversos
sino también un gran número de los que habían aceptado la fe en Cristo, eran, sin embargo, “celadores de la ley” (Hechos 21:20),
de la ley ceremonial de Moisés. Por consiguiente, no sólo observaban todo lo que encontraron escrito respecto a los holocaustos
de comida y bebida, o las diferencias entre las cosas limpias y las inmundas, sino que exigían dicha observancia por parte de los
gentiles que “se habían convertido a Dios” y esto a tal grado, que algunos de ellos enseñaban a los que se convertían que “si no
os circuncidáis conforme al rito de Moisés, no podéis ser salvos” (Hechos 15: 1, 24).
3. En oposición a esto declara el apóstol, aquí y en otros lugares, que la verdadera religión no consiste “en comida ni bebida,” en
observancias del ritual, ni en ninguna cosa exterior; la sustancia de la verdadera religión consiste: “en justicia, paz y gozo por el
Espíritu Santo.”
4. Ni en ninguna cosa exterior como formas o ceremonias, aun las más excelentes. Aun suponiendo que sean sumamente dignas
y significativas, que sean expresiones de las cosas de que son emblemáticas, no sólo para el vulgo, cuya inteligencia no alcanza
más allá de lo que ven; sino para hombres de inteligencia y capacidad, como, sin duda, hay muchos. Más aún: suponiendo que
dichas ceremonias hayan sido instituidas por Dios, como en el caso de los judíos, durante el período cuando esas leyes eran
vigentes, la verdadera religión, hablando rigurosamente, no consiste en observarlas. Cuánto más cierto debe ser esto con
respecto a los ritos y las formas de origen meramente humano. La religión de Jesucristo es mucho más elevada y profunda que
todas las ceremonias. Estas son buenas en su lugar mientras permanecen subordinadas a la verdadera religión; el oponerse a
ellas— mientras se usen sólo para ayudar a la debilidad humana— sería una superstición. Que nadie se propase en el uso de las
ceremonias, sueñe con su valor intrínseco ni crea que son esenciales a la verdadera religión; esto sería hacerlas abominables en
la presencia del Señor.
5. Tan lejos está la naturaleza de la religión de consistir en las formas de culto, ritos o ceremonias, que en realidad de verdad, no
consiste absolutamente en ninguna acción exterior. Es muy cierto que ningún hombre culpable, vicioso o inmoral, o que hace a
otros lo que no quisiera para sí, puede ser religioso; igualmente es cierto que el que sabe hacer el bien y no lo hace, no puede ser
religioso. Sin embargo, hay hombres que se abstienen de hacer el mal y quienes practican lo bueno y a pesar de esto, no tienen
religión. Dos personas pueden hacer las mismas obras exteriores de caridad: alimentar al hambriento o vestir al desnudo, y una de
ellas ser verdaderamente religiosa y la otra no tener religión absolutamente; porque la una puede obrar impulsada por el amor de
Dios y la otra por el deseo de ser alabada. Tan manifiesto y patente es que, si bien la verdadera religión naturalmente sugiere toda
buena palabra y guía a toda buena obra, sin embargo, su verdadera naturaleza está en un lugar más profundo: en el hombre del
corazón que está encubierto.
6. Digo del corazón. Porque la religión no consiste en la ortodoxia ni en sanas doctrinas que, si bien no son cosas exteriores, sin
embargo, pertenecen a la inteligencia y no al corazón. Un hombre puede ser enteramente ortodoxo, no sólo aceptar opiniones
rectas, sino defenderlas con celo en contra de sus enemigos; puede poseer las verdaderas doctrinas respecto a la encarnación de
nuestro Señor, la santísima Trinidad y todos los demás dogmas contenidos en los Oráculos de Dios; puede dar su asentimiento a
los tres credos: el llamado de los Apóstoles, el Niceno, y el de Atanasio; y, sin embargo, no tener más religión que un judío, un
turco o un pagano. Puede ser casi tan ortodoxo como el diablo (sí bien no del todo, porque cada hombre yerra en un punto u otro,
mientras que no podemos creer fácilmente que el diablo tenga ninguna opinión errónea), y, sin embargo, ser enteramente extraño
a la religión del corazón.
7. En esto solamente consiste la religión; esto únicamente vale mucho ante la presencia de Dios. El apóstol resume toda la religión
en estas tres manifestaciones de la condición del alma: “justicia, paz y gozo por el Espíritu Santo.” En primer lugar, justicia. No
podemos dejar de comprender el sentido de esta palabra, especialmente si recordamos las palabras con que nuestro Señor
describe sus dos manifestaciones, de las cuales dependen toda “la ley y los profetas:” “Amarás pues al Señor tu Dios de todo tu
corazón, y de toda tu alma, y de toda tu mente, y de todas tus fuerzas; este es el principal mandamiento” (Marcos 12:30), la
primera y gran manifestación de la justicia cristiana. Te regocijarás en el Señor tu Dios; buscarás y encontrarás en El toda tu
felicidad; El será “tu escudo y tu galardón sobremanera grande” en la vida y en la eternidad; todos tus huesos dirán: “¿A quién
tengo yo en los cielos y fuera de Ti nada deseo en la tierra.” Escucharás y cumplirás la palabra de Aquel que dijo: “Hijo mío, dame
tu corazón;” y, habiéndole entregado tu corazón, lo más íntimo de tu alma, para que reine allí sin ningún rival, podrás con razón
decir en toda la efusión de tu espíritu: “Amarte he, oh Jehová, fortaleza mía. Jehová, roca mía y castillo mío, y mi libertador; Dios
mío, fuerte mío; en él confiaré; escudo mío y el cuerno de mi salud, mi refugio.”
8. Y el segundo mandamiento es semejante a éste; la segunda manifestación de la santidad cristiana está íntimamente
relacionada con él: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” Amarás: tendrás la mejor buena voluntad, el afecto más sincero y
cordial, los deseos más fervientes de evitarle toda clase de mal y de procurarle todos los bienes posibles. Tu prójimo, es decir: no
sólo a tus amigos, tus parientes, o tus conocidos: no sólo a los virtuosos, a los que te aman, a los que te aprecian y cultivan tu
amistad; sino a todos los hombres, a todas las criaturas humanas, a toda alma que Dios ha criado; sin exceptuar a aquellos a
quienes jamás has visto ni conoces de vista o de nombre; al malo y desagradecido; al que injustamente te calumnia o persigue; a
todos estos amarás como a ti mismo; con deseo constante de que sea feliz en todo y por todo; con esmero incansable en cuidarlo
y protegerlo en contra de todo mal y sufrimiento de cuerpo y alma.
9. ¿No es este amor “el cumplimiento de la ley,” la sustancia de la santidad cristiana, de toda justicia espiritual Necesariamente
significa: las “entrañas de misericordia, humildad, benignidad, mansedumbre, tolerancia;” porque el amor “no se irrita,” sino que
“todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta;” y es la manifestación de toda santidad externa, porque el amor no hace mal al
prójimo, ni de obra ni de palabra. No puede injuriar ni lastimar intencionalmente a nadie; al contrario se muestra ansioso de hacer
buenas obras. Todo aquel que ama al género humano, hace bien a “todos los hombres,” sin parcialidad ni hipocresía, y está “lleno
de misericordia y de buenas obras.”
10. La verdadera religión que posee el corazón recto y que produce la buena disposición hacia Dios y el prójimo, significa,
además de santidad, felicidad; porque no sólo es “justicia,” sino “paz y gozo por el Espíritu Santo.” ¿Qué paz “La paz de Dios” que
sólo Dios puede dar y que el mundo no puede arrebatar; “la paz que sobrepuja todo entendimiento,” toda concepción puramente
racional, puesto que es una sensación sobrenatural, una semejanza divina de las virtudes del siglo venidero que son enteramente
desconocidas al hombre, por más sabio que éste sea en las cosas del mundo, y las que no puede conocer en su estado actual,
porque se han de discernir espiritualmente. Es esta una paz que por completo destierra las dudas y las penosas incertidumbres; el
Espíritu de Dios dando testimonio con el espíritu del cristiano de que es “hijo de Dios.” Destierra todo temor que atormenta el alma;
temor de la ira de Dios, del infierno, del demonio, y de la muerte. El que tiene la paz de Dios desea, si fuere la voluntad de Dios,
“partir y estar con Cristo.”
11. Juntamente con esta paz de Dios que reina en el alma, existe también el gozo en el Espíritu Santo, gozo que, bajo la divina
influencia, se desarrolla en el corazón. El Espíritu es quien obra en nosotros ese goce tan lleno de calma y humildad con que el
alma se regocija en Dios por medio de Jesucristo “por el cual hemos recibido ahora la reconciliación,” la reconciliación con Dios; lo
que nos autoriza a confirmar la declaración del rey salmista: “Bienaventurado” (o más bien dicho: Dichoso; “aquel cuyas
iniquidades son perdonadas, y borrados sus pecados.” El Espíritu inspira en el alma cristiana ese goce firme que resulta del
testimonio del Espíritu de que es hijo de Dios y hace que se “alegre con gozo inefable” y en la esperanza de la gloria de Dios:
esperanza tanto de ver la gloriosa imagen de Dios, que ya en parte ha visto, y le será plenamente revelada en El, como de obtener
la corona de gloria que no se marchita y que le está reservada en los cielos.
12. A esta santidad y felicidad unidas, algunas veces las Sagradas Escrituras llaman “el reino de Dios” (lo mismo que nuestro
Señor hace en las palabras del texto), y otras, “el reino de los cielos.” Se llama el “Reino de Dios,” porque es el fruto inmediato que
resulta cuando Dios reina en el corazón. Tan pronto como, usando de su infinito poder, levanta su trono en nuestros corazones,
éstos se llenan de “santidad, paz y gozo por el Espíritu Santo.” Se llama “el reino de los cielos” porque en cierto grado se abre el
cielo en el alma. Todos los que gozan de esta experiencia, pueden confesar ante los ángeles y los hombres que:
“La vida eterna se ha ganado,
Gloria en la tierra ha empezado;”
según todo el tenor de la Sagrada Palabra, que constantemente testifica al hecho de que Dios “nos ha dado vida eterna, y esta
vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo,” reinando en su corazón, “tiene la vida,” vida eterna (I Juan 5:12). Porque “esta empero
es la vida eterna: que te conozcan el solo Dios verdadero, y a Jesucristo, al cual has enviado” (Juan 17:3). Los que han recibido
este don, aunque estén en el horno encendido, pueden dirigirse a Dios con toda confianza, diciendo:
Defendidos por tu poder,
Oh, Hijo de Dios, Jehová,
Que en la forma de hombre
Quisiste descender,
Te adoramos.
Incesantes aleluyas
A ti sean ofrecidas;
Como te serán rendidas
Infinitas alabanzas
Eternamente.
Bendita Omnipotencia
En el cielo te adoran,
En la tierra te alaban,
Porque tu presencia
Es el cielo.
13. Este “reino de los cielos,” o “de Dios,” está cerca. Según el tenor con que estas palabras fueron expresadas en su principio, se
refieren al “tiempo” que entonces se cumplió; habiéndose Dios “manifestado en la carne” y venido a establecer su reino entre los
hombres, y a reinar en los corazones de su pueblo. ¿No se está cumpliendo el tiempo ahora Porque: “He aquí,” dijo el Señor, “yo
estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20). Dondequiera, pues, que el evangelio de Cristo se
predica, su reino está cerca. No está lejos de ninguno de vosotros; podéis entrar ahora mismo si lo deseáis, y escuchar su voz que
os dice: “Arrepentíos, y creed al Evangelio.”
II. 1. Este es pues el camino; andad por él. En primer lugar, “arrepentíos,” es decir: conoceos a vosotros mismos. Este es el
primer arrepentimiento precursor de la fe, la convicción, el conocimiento de sí mismo. Despiértate, tú que duermes; acepta que
eres pecador y qué clase de pecador eres. Mira y reconoce la corrupción de tu naturaleza interior que te ha llevado muy lejos de la
santidad original; por medio de la cual la carne codicia contra el Espíritu, por medio de la mente carnal que es “enemistad contra
Dios, porque no se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede.” Sabe pues, que has corrompido todo tu poder y todas las facultades
de tu alma; que eres completa corrupción en todas y cada una de dichas facultades, y que las bases de tu carácter están en-
teramente torcidas. Tu vista intelectual está tan obscurecida, que no puedes discernir a Dios ni las cosas que son de Dios. Nubes
de error e ignorancia se aglomeran sobre tu cabeza y esparcen en torno tuyo la sombra de la muerte. Nada de lo que deberías
saber, sabes todavía respecto de Dios, el mundo, o de ti mismo. Tu voluntad no es la voluntad de Dios, sino enteramente perversa
y torcida; opuesta a todo lo bueno, a todo lo que Dios ama y dispuesta a hacer todo lo malo: todo lo que es abominable en la
presencia de Dios. Tus afectos no tienen a Dios por objeto, sino que están diseminados y en desorden. Todas tus pasiones, tus
deseos y tus odios; tus goces y tus sufrimientos; tus esperanzas y tus temores son exagerados e irracionales, y los fines a que
aspiran, enteramente indignos; de manera que no hay nada limpio en tu alma, sino que “desde la planta del pie hasta la cabeza no
hay cosa ilesa; sino herida, hinchazón, y podrida llaga.”
2. Tal es la corrupción de tu corazón, de tu naturaleza interior. Y ¿qué ramas pueden esperarse de raíz tan corrompida De esto
emana la incredulidad y el separarse del Dios viviente, hasta que los hombres llegan a decir: “¿Quién es el Todopoderoso para
que le sirvamos y de qué nos aprovechará que oremos a él” De aquí resulta esa independencia del alma que pretende ser tan
absoluta como el mismo Dios; ese orgullo que se manifiesta de tantas maneras y que te impulsa a decir: “Alma, muchos bienes
tienes almacenados para muchos años; repósate, come, bebe, huélgate.” De este manantial corrompido salen los arroyos
amargos de la vanidad, la sed de alabanza, la ambición, la codicia, la lujuria, y la soberbia; de allí brotan la ira, la malicia, la
venganza, envidia; los celos, las sospechas; de allí nacen todos los deseos malos y pecaminosos que ahora mismo te traspasan
con muchos dolores y que, si no pones el remedio a buen tiempo, acabarán por sumergir tu alma en la perdición eterna.
3. ¿Qué frutos pueden esperarse de semejantes ramas Solamente frutos amargos y malos. Del orgullo resulta la contienda, la
alabanza de sí mismo, el buscar y recibir las adulaciones de los hombres, y robar a Dios esa gloria que sólo a El pertenece y que
no se puede dar a otro. De la gula del cuerpo resultan la glotonería y la embriaguez; la lujuria y la sensualidad; la fornicación y los
pecados de la carne; manchando de diversas maneras ese cuerpo que para ser templo del Espíritu Santo fue creado. De la
incredulidad, toda palabra y obras malas. Pero faltaría tiempo para contar todas las faltas; todas las palabras ociosas que has
hablado, provocando al Altísimo y contristando al Santo de Israel; todas las malas obras que has hecho, ya por tu maldad
intrínseca, o ya porque no las hiciste para la gloria de Dios. Tus pecados actuales son muchos más de los que puedes contar;
mucho más numerosos que los cabellos de tu cabeza. ¿Quién podrá contar la arena del mar, las gotas de la lluvia, o tus
transgresiones
4. Y ¿no sabes que “la paga del pecado es muerte,” muerte no sólo del cuerpo, sino eterna “El alma que pecare, ésa morirá” ha
dicho el Señor. Morirá con la segunda muerte. Esta es la sentencia; el sufrimiento de una muerte que nunca concluye, “porque
vendrá como destrucción hecha por el Todopoderoso.” ¿No sabes que todo pecador está en peligro “del fuego del infierno,” o más
literal y correctamente, “bajo sentencia del fuego del infierno,” ya sentenciado y en el camino del patíbulo Tú mismo mereces la
muerte eterna que es la justa recompensa de tus iniquidades y transgresiones. Muy justo sería si tu sentencia se ejecutara.
¿Comprendes esto ¿Lo sientes ¿Estás plenamente convencido de que mereces la ira de Dios y la condenación eterna ¿Sería
Dios injusto si ahora mismo mandase que la tierra se abriera y te tragase, si en este instante cayeses en el abismo y en el fuego
que nunca se apagará Si Dios te ha concedido un verdadero arrepentimiento, sin duda estarás persuadido de la verdad de todo
esto, y que si no te ha arrebatado de sobre la faz de la tierra y aniquilado y consumido por completo, sólo se debe a lo infinito de
su misericordia.
5. ¿Qué harás para poder aplacar la ira de Dios, para ofrecer satisfacción por todos tus pecados y evitar el castigo que tan
justamente mereces ¡Ay de ti que nada puedes hacer; absolutamente nada que satisfaga a Dios por una sola obra, palabra o mal
pensamiento! Si desde este momento pudieras obrar bien en todas las cosas, si desde este instante hasta volver tu alma a Dios,
rindieses por todo el resto de tu vida, una perfecta obediencia sin interrupción alguna, no podrías, ni en tal caso, satisfacer por lo
pasado. El que no aumentases tu deuda no sería pagarla, permanecería lo mismo que siempre. Más aún; la obediencia en lo
presente y en lo futuro de todos los hombres que habitan la tierra, y de todos los ángeles del cielo, no serviría de satisfacción a la
justicia de Dios por un solo pecado. ¡Qué vana, pues, es la idea de querer ofrecer satisfacción con cualquiera cosa que pudieras
hacer, por tus propios pecados! La redención de una sola alma cuesta más de lo que todo el género humano pudiera ofrecer en
rescate; de manera que si no hubiera un remedio sobrenatural, el desgraciado pecador perecería irremisible y eternamente.
6. Pero supongamos por un momento que la obediencia perfecta pudiese ofrecer satisfacción por los pecados pasados, ¿de qué
te serviría No puedes practicar esa obediencia en un solo punto. Haz la prueba; empieza; sacude los pecados que tienes en ti
mismo y líbrate de ellos. No puedes hacerlo. ¿Cómo, pues, podrás cambiar de vida y convertirte de malo en bueno A la verdad
que es imposible hacerlo, a no ser que primero cambie tu corazón; porque mientras el árbol sea malo, malos serán sus frutos.
¿Puedes convertir o cambiar tu corazón de malo que es, a la santidad, revivir tu alma que está muerta en pecados, muerta para
con Dios y viva sólo para el mundo Tan imposible es como resucitar a un cuerpo muerto, traerlo otra vez vivo del sepulcro donde
yace. No puedes vivificar tu alma en lo mínimo, así como no puedes dar el menor aliento de vida a un cadáver; nada puedes hacer
en este asunto, absolutamente nada; te encuentras imposibilitado en toda la extensión de la palabra. En tener la conciencia de
esto: que estás lleno de pecado y de que nada puedes hacer para salvarte, consiste el arrepentimiento verdadero que es el
precursor del reino de Dios.
7. Si a esta persuasión íntima de tus pecados interiores y exteriores, de tu completa culpabilidad y desvalimiento, añades
sentimientos puros, como: tristeza en el corazón por haber despreciado la misericordia divina; remordimiento y condenación de ti
mismo, teniendo vergüenza aun de levantar tus ojos al cielo; temor de la ira de Dios que aún sientes; de su maldición que pesa
sobre tu cabeza; de la indignación divina, lista a consumir a los que se olvidan de Dios y no obedecen al Señor Jesús; deseos
sinceros de escapar esa indignación; de ya no hacer nada malo y de aprender a practicar lo bueno; entonces te digo en el nombre
del Señor: “No estás lejos del reino de Dios.” Un paso más y podrás entrar. Te has arrepentido; ahora “cree el evangelio.”
8. El Evangelio, es decir, las buenas nuevas para los pecadores condenados y desamparados, significa en el sentido más lato
de la palabra, toda la revelación que Jesucristo ha hecho a los hombres; y algunas veces, la relación de lo que nuestro Señor
Jesucristo hizo y sufrió cuando vivió entre los hombres. La sustancia del Evangelio es: “Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los
pecadores;” o “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito para que todo aquel que en él cree, no se
pierda, mas tenga vida eterna;” o “Herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados. El castigo de nuestra paz
sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados.”
9. Cree esto y el reino de Dios es tuyo. Por medio de la fe alcanzas el cumplimiento de la promesa. El perdona y absuelve a
todos los que verdaderamente se arrepienten y creen su Evangelio. Tan pronto como el Señor hable a tu corazón y le diga:
“Confía, hijo: tus pecados te son perdonados,” entrarás en el reino y tendrás “justicia, paz y gozo por el Espíritu Santo.”
10. Cuídate de no engañar a tu alma respecto a la naturaleza de esta fe; que no consiste, como algunos vanamente se imaginan,
en un asentimiento a las verdades contenidas en las Sagradas Escrituras, nuestros Artículos de Fe o toda la revelación en el
Antiguo y Nuevo testamentos. Los demonios creen esto, lo mismo que tú; y sin embargo, continúan siendo diablos. La fe es una
cosa muy superior a este asentimiento: es una perfecta confianza en la misericordia de Dios, y plena seguridad de obtener su
perdón por medio de Jesucristo; es una persuasión divina de que “Dios estaba en Cristo reconciliando el mundo a sí, no
imputándole sus pecados” pasados; y especialmente de que Dios me amó y se dio a sí mismo por mí; y de que yo, aun yo mismo,
me he reconciliado con Dios por medio de la sangre derramada en la cruz.
11. ¿Crees esto Entonces, la paz de Dios mora en tu corazón; la pesadumbre y el dolor huirán para siempre. Ya no dudas del
amor de Dios, sino que es tan claro como la luz del día. Dirás en voz alta: “Alabaré tu nombre por tu misericordia y tu verdad:
porque has hecho magnífico tu nombre, y tu dicho sobre todas las cosas.” Ya no tienes miedo del infierno, de la muerte, ni de
aquel que en un tiempo tenía el poder de la muerte, el demonio; no tienes ya ese miedo penoso de Dios, sino sólo el temor tierno
y filial de ofenderle. ¿Crees Entonces, tu alma magnifica al Señor y tu espíritu se regocija en Dios tu Salvador. Te regocijas de
haber obtenido la redención por medio de su sangre, aun la remisión de todos tus pecados. Te regocijas en ese “espíritu de
adopción,” que clama en tu corazón “Abba, Padre.” Te regocijas en la esperanza perfecta de la inmortalidad, en proseguir “al
blanco, al premio de la soberana vocación de Dios en Cristo Jesús;” en anticipar todas las bendiciones que Dios tiene preparadas
para todos los que le aman.
12. ¿Crees Entonces el amor de Dios se ha derramado en tu corazón, y lo amas porque El te amó primero; y como amas a Dios,
amas también a tu prójimo y, estando lleno de “amor, paz y gozo,” tienes también “caridad, tolerancia, benignidad, bondad, fe,
mansedumbre, templanza,” y todos los demás frutos del mismo Espíritu. En una palabra, animan tu corazón influencias santas,
celestiales y divinas; porque mientras contemplas con cara descubierta, habiendo sido quitado el velo, “la gloria del Señor,” su
amor glorioso y la imagen gloriosa en que has sido creado, tú mismo eres transformado de gloria es gloria, en la misma semejanza
por el Espíritu del Señor.
13. Este arrepentimiento, esta fe, esta paz, este amor, gozo y cambio de “gloria en gloria” es lo que la sabiduría del mundo han
calificado de necedad, entusiasmo y tontera. Pero tú, oh hombre de Dios, no hagas caso de esto. Sabes a quién has creído; no
dejes que ninguno te prive de tus privilegios. Conserva con esmero lo que has alcanzado y continúa esforzándote hasta que
alcances todas las promesas tan grandes y preciosas que te esperan. Y tú, que aún no conoces al Salvador, no te avergüences de
buscarlo por lo que los hombres vanos y necios te digan. No hagas caso de lo que digan aquellos que critican sin saber. El Señor
convertirá tu pesadumbre en gozo. No te desesperes, ten un poco de paciencia; antes de mucho, tus temores desaparecerán y el
Señor te dará la tranquilidad de un espíritu recto. Cercano está el que justifica; ¿quién es el que nos condena “Cristo es el que
murió; más aún, el que también resucitó, quien además está a la diestra de Dios, el que también intercede” por ti.
Refúgiate en los brazos de Aquel que es “el Cordero de Dios,” con todos tus pecados, sean cuales fueren, y, de esta manera, te
será abundantemente administrada la entrada en “el reino de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.”
PREGUNTAS SOBRE EL SERMON VII
1. (I. 1). ¿Qué debemos considerar en primer lugar 2. (I. 2). Explicad el aspecto negativo de la religión: lo que no es. ¿En qué error
cayeron los judíos 3. (I. 3). ¿De qué manera los combate el apóstol 4. (I. 4). ¿Qué se dice de ritos y ceremonias 5. (I. 5). ¿Qué
diferencia hay entre la misma acción ejecutada por dos personas distintas 6. (I. 6). ¿Qué se dice de la ortodoxia o rectitud
dogmática 7. (I 7). ¿Qué definición da el apóstol de la verdadera religión 8. (I. 8). ¿Cuál es el segundo mandamiento 9. (I. 9). ¿De
qué manera cumple el amor con la ley 10. (I 10). ¿Qué significa la verdadera religión 11. (I. 11). ¿Qué sigue a la paz de Dios (1:12)
¿Por qué se le llama el Reino de Dios 13. (I. 13). ¿Qué significaban estas palabras en un principio 14. (II. 1). ¿Qué es lo primero
que se debe hacer 15. (II. 2). ¿Qué se dice de la corrupción del corazón 16. (II. 3). ¿Cuáles son sus frutos 17. (II. 4). ¿Qué se dice
de la paga del pecado 18. (II. 5). ¿Qué cosa puede hacer el pecador para aplacar a Dios 19. (II. 6). ¿Qué se dice de la obediencia
perfecta en el futuro 20. (II. 8). ¿Qué debe añadirse a la convicción del pecado interior o exterior 21. (II. 8). ¿Qué significa la
palabra Evangelio 22. (II. 9). ¿Qué se sigue de esto 23. (II. 10). ¿Cómo se evita el peligro de engañarse 24. (II. 11). ¿Qué se sigue
a la creencia actual del Evangelio 25. (II. 12.) ¿Por qué amamos a Dios 26. (II. 13). ¿Cómo concluye este sermón
--------------Los primeros frutos del Espíritu
NOTAS INTRODUCTORIAS
Habiendo descrito en los anteriores discursos los pasos que el pecador tiene que dar para entrar al reino de Dios, pasa el señor
Wesley a discurrir sobre los frutos de este cambio de corazón y de vida. La persuasión de haber obtenido el perdón de nuestros
pecados es mucho más que la conciencia de tener intenciones rectas y móviles sinceros. Trata este sermón de las evidencias que
del cambio de vida da el Espíritu Santo a nuestras conciencias. Llámase a este cambio conversión, porque transforma o cambia
por completo el tenor de la vida del hombre. Por naturaleza se encontraba en la oscuridad, sin Dios y sin esperanza; ahora es un
hijo de Dios y heredero del cielo. Se encontraba bajo la esclavitud del pecado y de Satanás; ahora es hijo libre de Dios y puede,
por medio de la divina gracia, vencer al pecado. La doctrina de que el verdadero cristiano tiene la conciencia de haber sido
perdonado, el sentimiento individual de la misericordia divina, es la gran verdad por la que se diferenció el metodismo de todos los
sistemas de teología que prevalecían en el siglo pasado.
La doctrina de la justificación por la fe fue revivida por Martín Lutero y los reformadores del siglo XVI; pero así como en los siglos
segundo y tercero, después de la muerte de los apóstoles, sólo se efectuaba un cambio de las creencias del paganismo a las del
cristianismo, de la misma manera, al simple hecho de abandonar las supersticiones del romanismo y dar asentimiento a las
enseñanzas del protestantismo, se llamaba conversión. El aceptar intelectualmente ciertas proposiciones o doctrinas es una cosa;
creer que el Hijo de Dios nos puede salvar, habiéndonos redimido, es otra. El simple asentimiento a la verdad no es suficiente; es
la “fe muerta” de que habla el apóstol Santiago. La fe que no produce buenas obras, de nada vale; de la misma manera, la fe sin el
gozo y paz por el Espíritu Santo, no produce ningún consuelo.
ANALISIS DEL SERMON VIII
I. Los que están en Cristo se distinguen:
(1) Por la fe. (2) No pecan. (3) Crucifican la carne. (4) Caminan según los guía el Espíritu. (5) Muestran sus frutos.
II. Están libres de toda condenación:
(1) De todos sus pecados pasados; libres ante Dios y ante su conciencia. (2) Libres de pecados actuales, porque ya no los
cometen. (3) No los condena el pecado interior, porque aun cuando éste permanece, no los domina. (4) Ni por el pecado que
acompaña todo lo que hacen, porque tienen unión constante con Cristo, el Intercesor. (5) Por la misma razón no son condenados
por sus debilidades. (6) Ni por ninguna cosa que no puedan remediar. (7) Los pecados que sorprenden al cristiano traen
condenación cuando son el resultado del descuido; pero el alma que vela se acoge a Cristo inmediatamente.
III. Lecciones prácticas:
(1) Animando a los débiles y tímidos. (2) Amonestando al cristiano que peca por descuido. (3) De valor y paciencia para los que se
esfuerzan por vencer los pecados interiores. (4) De aliento para el que está lleno de defectos y debilidades. (5) De consejos para
aquellos a quienes sorprende la tentación repentina.
SERMON VIII
LOS PRIMEROS FRUTOS DEL ESPIRITU
Ahora pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, mas conforme al
Espíritu (Romanos 8:1).
1. Con las palabras: “los que están en Cristo Jesús,” indudablemente se refiere el Apóstol a los que creen con sinceridad; los que
justificados por la fe “tienen paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo.” Los que de tal manera creen, ya no andan
“conforme a la carne,” no siguen los movimientos de su naturaleza corrompida, sino que andan conforme al Espíritu: de modo que
sus pensamientos, palabras y obras están bajo la dirección del Espíritu Santo.
2. “Ahora pues, ninguna condenación hay para” éstos. Ninguna condenación por parte de Dios; porque El los ha justificado “por
su gracia, por la redención que es en Cristo Jesús.” El ha perdonado todas sus iniquidades y borrado todas sus transgresiones. No
hay condenación para ellos por parte de su conciencia, porque no han recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que es de
Dios, para que conozcan lo que Dios les ha dado (I Corintios 2:12), el cual Espíritu da testimonio a su espíritu de que son “hijos de
Dios.” A esto se añade el testimonio de su conciencia, “que con simplicidad y sinceridad de Dios, no con sabiduría carnal, mas con
la gracia de Dios,” han “conversado en el mundo” (II Corintios 1:12).
3. Pero siendo que muchos han entendido mal esta Escritura, y a veces de una manera tan peligrosa; siendo que hay infinidad
de hombres “indoctos e inconstantes,” (hombres que no han sido enseñados de Dios), quienes, por consiguiente, no están firmes
en la verdad, que es la santidad, y la han torcido para perdición de sí mismos; me propongo demostrar, lo más claramente que
pueda, primero: quiénes son “los que están en Cristo Jesús, que no andan conforme a la carne, mas conforme al Espíritu,” y en
segundo lugar, cómo no hay “condenación” para éstos. Concluiré con algunas deducciones prácticas.
1. 1. Primeramente, ¿quiénes son los que están en Cristo Jesús ¿No son los que creen en su nombre, los que son hallados en
El, no teniendo su justicia que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo Los que han alcanzado la redención “por su sangre,”
son los que, hablando propiamente, se hallan en El, porque moran en Cristo y Cristo mora en ellos. Están unidos al Señor por
medio de un mismo Espíritu. Han sido injertados en El como las ramas a la vid; están unidos como los miembros a la cabeza, de
tal manera que las palabras no llegan a expresar; y que sus corazones, antes de ser regenerados, no podían ni siquiera concebir.
2. “Cualquiera que permanece en él, no peca;” no anda según “la carne;” la que, en el lenguaje de Pablo significa la naturaleza
corrompida. En este sentido usa la palabra cuando escribe a los gálatas: “manifiestas son las obras de la carne” (Gálatas 5: 19), y
en el verso 16, “Andad en el Espíritu, y no satisfagáis la concupiscencia de la carne.” Para probar lo cual, es decir: que los que
andan en el Espíritu no satisfacen “la concupiscencia de la carne,” añade inmediatamente: “porque la carne codicia contra el
Espíritu, y el Espíritu contra la carne: y estas cosas se oponen la una a la otra, para que no hagáis lo que quisiereis.”
3. Los que están en Cristo, que moran en El, “han crucificado la carne con los deseos y concupiscencias,” y se abstienen de las
obras de la carne: “adulterio, fornicación, inmundicia, disolución, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras,
contiendas, envidias, homicidios, borracheras, banqueteos;” de todos los designios, palabras y obras a que naturalmente guía la
corrupción. Si bien sienten en sí mismos la amargura de estas tendencias, sin embargo, les es dado el poder de hollarlas
continuamente bajo sus pies, de manera que no brotarán para impedirlos; puesto que en cada asalto que sufren, tienen de nuevo
la oportunidad de alabar a Dios, diciendo: “Mas a Dios gracias, que nos da la victoria por el Señor nuestro Jesucristo.”
4. Andan “conforme al Espíritu,” tanto en sus corazones como en sus vidas. El Espíritu les inspira el amor a Dios y a sus
semejantes; amor que es como “una fuente de agua que salte para vida eterna;” les infunde deseos santos, les da un genio bueno
y generoso, de manera que todos los deseos que surgen de su mente, son “Santidad al Señor.”
5. Los que andan “conforme al Espíritu,” son asimismo guiados a la santidad en su conversación. Su palabra es “siempre con
gracia, sazonada con sal;” con el amor y temor de Dios; “ninguna palabra torpe salga de vuestra boca, sino la que sea buena para
edificación, para que dé gracia a los oyentes.” En esto también se ejercitan de noche y de día, para hacer solamente lo que
agrada a Dios; para seguir en toda su conducta exterior a Aquel que nos dejó un ejemplo para que sigamos sus pisadas; para
andar en justicia, misericordia y verdad en todos sus tratos con sus prójimos, y para hacer todo, en todas las circunstancias y
detalles de la vida diaria, para la gloria de Dios.
6. Estos son los que en verdad “andan conforme al Espíritu.” Estando llenos de fe y del Espíritu Santo, tienen en sus corazones y
muestran en sus vidas, con sus palabras y acciones, los frutos genuinos del Espíritu Santo: caridad, gozo, paz, tolerancia,
benignidad, bondad, fe y todo lo que es bueno y digno de alabanza. Adornan toda la doctrina de nuestro Salvador Dios, y dan
pruebas a todos los hombres de que están verdaderamente movidos del mismo Espíritu “que levantó de los muertos a Jesús.”
II. 1. Me propongo demostrar, en segundo lugar, que “ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús,” y que, por
consiguiente, “no andan conforme a la carne, mas conforme al espíritu.”
Primeramente, para los que creen en Jesús “ninguna condenación hay” por razón de sus pecados pasados. Dios no los condena
por tales pecados porque son como si nunca hubieran sido—como la piedra que ha sido arrojada a lo profundo de la mar—y de
los cuales ya no se acuerda. Habiendo Dios dado a su Hijo para que fuese una propiciación por ellos, “por su sangre,” les ha
declarado “su justicia, atento a haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados.” No les imputa ninguna de sus
iniquidades, cuya memoria misma ha desaparecido.
2. No hay condenación para ellos en su corazón, conciencia de pecado, ni temor de la ira de Dios. Tienen el testimonio en sí
mismos, y la conciencia de haber sido partícipes de la sangre que por ellos fue derramada; no han recibido “el espíritu de
servidumbre para estar otra vez en temor,” duda e incertidumbre, sino el espíritu de adopción por medio del cual su corazón
clama: “Abba, Padre.” Así que, estando “justificados por la fe,” la paz de Dios reina en sus corazones; fluye de la persuasión
constante de esa misericordia que perdona, y de una “buena conciencia delante de Dios.”
3. Si se me dice que algunas veces los que creen en Cristo pierden de vista la misericordia de Dios; que se ven de tal oscuridad
rodeados que no pueden ver a Aquel que es invisible; que ya no sienten en sí mismos el testimonio de ser partícipes de la sangre
del sacrificio y que se creen interiormente condenados; que tienen otra vez la sentencia de muerte sobre sí; contesto que
suponiendo que todo esto sea cierto, suponiendo que ya no sientan la misericordia de Dios, entonces no serán creyentes, porque
la fe significa la luz: la luz divina que alumbra el alma. El que temporalmente pierde esta luz, pierde su fe. No cabe duda que un
verdadero creyente en Cristo puede perder la luz de la fe, y en tanto que la pierde, cae temporalmente en condenación. Pero éste
no es el caso de los que ahora “están en Cristo Jesús,” que creen en su nombre; porque mientras creen y andan conforme al
Espíritu, ni Dios ni su corazón los condena.
4. No los condena la conciencia de pecados actuales o transgresiones de los mandamientos de Dios, pues no los quebrantan; no
andan “conforme a la carne, sino conforme al espíritu.” La prueba continua de su amor a Dios, es que guardan sus mandamientos.
Juan dice: “Cualquiera que es nacido de Dios, no hace pecado, porque su simiente está en él; y no puede pecar, porque es nacido
de Dios.” No puede pecar mientras la simiente de Dios, esa fe santa y amante, permanezca en él; “se guarda a sí mismo, y el
maligno no le toca.” Es cosa evidente que no puede ser condenado por los pecados que no comete y, por consiguiente, los que
son guiados del Espíritu no están “bajo la ley” (Gálatas 5:18), ni bajo de su condenación o maldición; porque sólo condena a los
que la quebrantan. Así por ejemplo el mandamiento de Dios: “No hurtarás,” sólo condena a los que roban; “Acordarte has del día
de reposo, para santificarlo,” sólo condena a los que lo quebrantan; pero en contra de los frutos del Espíritu, “no hay ley” (verso
23), como más ampliamente lo declara el apóstol en las palabras memorables de su Primera Epístola a Timoteo: “Sabemos
empero que la ley es buena, si alguno usa de ella legítimamente; conociendo esto: (no que la ley no haya sido hecha para los
justos, sino) que la ley no es puesta para el justo;” no tiene fuerza en contra de él ni poder de condenarlo, “sino para los injustos y
para los desobedientes, para los impíos y pecadores, para los malos y profanos...según el evangelio de la gloria del Dios bendito”
(1 Timoteo 1:8, 9, 11).
5. No los condena, en tercer lugar, ningún pecado interior, si bien éste aún permanece. Que la corrupción de la naturaleza
permanece aún en aquellos que son hijos de Dios por la fe; que tienen en sí mismos la simiente del orgullo y la vanidad, de la
cólera y la gula, de los deseos depravados y de toda clase de pecado, es un hecho que nuestra experiencia diaria nos hace
palpar. Es por esto que el apóstol Pablo, hablando a los que acababa de reconocer como en “nuestro Señor Jesucristo,” (1
Corintios 1:2, 9), como “llamados a la participación de su Hijo Jesucristo nuestro Señor,” declara que son niños, diciendo: “De
manera que yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo” (I Corintios 3: 1).
“Niños en Cristo;” estaban “en Cristo,” aunque eran creyentes de bajo grado y esto, a pesar del mucho pecado que permanecía en
ellos; de esa “mente carnal” que no está sujeta a la ley de Dios.
6. A pesar de todo esto, no están condenados. Aunque sienten su naturaleza pecaminosa, aunque cada día se persuaden más
de que su corazón es engañoso “más que todas las cosas y perverso,” sin embargo, mientras no cedan a sus instintos, mientras
no den oídos al demonio, mientras permanezcan luchando con el pecado, el orgullo, la ira, los malos deseos, de manera que la
carne no se enseñoree de ellos, sino que anden “conforme al Espíritu,” “ninguna condenación hay para los que están en Cristo
Jesús.” Dios está complacido con su sincera obediencia—por más que ésta sea imperfecta—y tienen confianza en Dios, sabiendo
que están en El y El en ellos “por el Espíritu que nos es dado” (1 Juan 3:24).
7. En cuarto lugar, aunque están plenamente convencidos de que todo lo que hacen está mancillado por el pecado, si bien tienen
la conciencia de que no cumplen perfectamente con la ley, de palabra, obra ni pensamiento; a pesar de que saben que no aman al
Señor su Dios de todo su corazón, mente, alma y fuerzas; si bien sienten, poco más o menos, el orgullo, capricho y vanidad que
se introduce y mezcla en el desempeño de sus más altos deberes; si bien aun en su comunión más íntima con Dios, cuando se
reúnen con la gran congregación, y cuando en secreto desahogan sus corazones con Aquel que ve todos los pensamientos
secretos y las más recónditas intenciones del alma, se avergüenzan continuamente de sus pensamientos vagos, o de la torpeza e
insensibilidad de sus afecciones; sin embargo, no hay condenación para ellos de parte de Dios o de su corazón. La consideración
de estos varios defectos les hace sentir aún más profundamente, la necesidad que tienen de la “sangre del esparcimiento,” que
habla por ellos en la presencia de Dios, y de ese Abogado para con el Padre, que vive siempre para hacer intercesión por ellos.
Lejos de separarlos de Aquel en quien han creído, estas debilidades los hacen acercarse más al que satisface sus necesidades. Y
mientras más profunda es la persuasión que tienen de necesitarlo, más sincero es su deseo y más firmes sus esfuerzos; pues que
habiendo recibido al Señor Jesús, desean caminar con El.
8. En quinto lugar, no los condenan los pecados llamados de debilidad. Más a propósito sería llamarlos flaquezas, a fin de no
parecer que atenuamos o disculpamos el pecado en ningún grado, aunándolo de esta manera con las debilidades. Pecados de
debilidad (si es que hemos de usar la frase ambigua y peligrosa) son esas caídas involuntarias como: el decir de buena fe que tal
o cual cosa es cierta, cuando de hecho, resulta ser falsa; o cuando perjudicamos a nuestro prójimo, no teniendo la intención de
injuriarle, sino por el contrario deseando protegerle. Si bien al desviarse de esta u otra manera, se separan de la ley santa,
aceptable y pura de Dios, estos desvíos no son, propiamente dicho, pecados; ni traen la conciencia de culpabilidad a los que
“están en Cristo Jesús.” No se interponen entre Dios y ellos, ni obscurecen la luz de su rostro; puesto que estas flaquezas no son
inconsecuentes con el hecho de que andan, “no conforme a la carne, mas conforme al Espíritu.”
9. Por último, no hay “condenación” para ellos por causa de ninguna cosa que no puedan evitar; ya sea de una naturaleza interior
o exterior; ya sea haciendo lo que no deben hacer o dejando de hacer lo que deberían hacer. Por ejemplo: se administra la Santa
Cena del Señor; pero algunos de vosotros no participáis. ¿Por qué Estáis enfermos y por tal motivo no podéis asistir al culto; por
consiguiente no estáis condenados. No hay culpa porque no hay albedrío; porque si primero hay la voluntad pronta, será aceptada
por lo que tiene, no por lo que no tiene.
10. Algunas veces los creyentes se afligen porque no pueden hacer lo que desean; pueden exclamar cuando están imposibilitados
de ir a la casa de Dios, a adorar con la gran congregación: “Corno el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti,
oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¡Cuándo vendré y pareceré delante de Dios!” Pueden desear
ardientemente ir “hasta la casa de Dios, con voz de alegría y de alabanza, haciendo fiesta la multitud” y decir al mismo tiempo:
“Hágase tu voluntad;” sin embargo, si no pueden ir, no sienten ninguna condenación, ninguna culpa ni el desagrado de Dios, sino
que pueden con alegría rendir sus deseos diciendo: “Oh alma mía...espera a Dios; porque aun le tengo de alabar, es él
salvamento delante de mí, y el Dios mío.”
11. Cosa más difícil es determinar acerca de los pecados por lo general llamados de sorpresa: por ejemplo, cuando una
persona, que por lo general se sabe dominar, cediendo a una tentación repentina, habla u obra de manera poco consecuente con
el mandamiento: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” No es fácil fijar una regla general respecto a transgresiones de esta
naturaleza, o decir si los hombres son o no condenados por los pecados que, sorprendidos por la tentación, cometen; pero es
indudable que existe más o menos condenación en las faltas que cometen los cristianos, sorprendidos por la tentación, según el
mayor o menor consentimiento de su libre albedrío. Según la voluntad participe más o menos de un deseo, palabra o acción
pecaminosa, podemos concebir el mayor o menor grado del disgusto que causará a Dios; por la cual razón hay culpabilidad en el
alma.
12. Si esto es cierto, debe haber algunos pecados de sorpresa que acarrean mucha culpabilidad y gran condenación, porque
algunas veces nos sorprende el pecado, debido a nuestra voluntaria y culpable negligencia, o a la pereza de nuestra alma, que
bien pudimos haber evitado o sacudido antes de que se acercase la tentación. Algunas veces recibimos amonestaciones de Dios
o de los hombres, anunciándonos que se aproximan los trabajos y los peligros; y sin embargo, decimos en nuestro interior: “un
poco de dormitar, y cruzar por un poco las manos para reposo.” Si en tales circunstancias alguno cae, aunque sea por sorpresa,
en la tentación que muy bien pudo haber evitado, no tiene disculpa; debió haber previsto y evitado el peligro. La caída en el
pecado, aun cuando fuere por sorpresa, como en el ejemplo anterior, es, en realidad de verdad, un pecado de la voluntad; y como
tal, debe exponer al pecador a ser condenado por Dios y su conciencia.
13. Por otro lado, pueden venir asaltos repentinos por parte del mundo o del dios de este mundo; y con frecuencia, de nuestros
corazones corrompidos, que no previmos ni pudimos anticipar. Estas tentaciones pueden sumergir a un cristiano débil en la fe en
una tentación peligrosa, como por ejemplo: la ira o pensar mal de su prójimo, sin que su libre albedrío preste su consentimiento.
En tal caso, Dios, que es un Dios celoso, indudablemente le mostrará que ha hecho mal, y el cristiano quedará convencido de que
se ha separado de la ley perfecta y, por consiguiente, se apesadumbrará con un dolor santo, y se avergonzará ante la presencia
de Dios. Sin embargo, no sufrirá condenación. Dios no le culpa, sino le compadece, como “el padre se compadece de sus hijos.”
Su corazón no le condena; en medio de su dolor y vergüenza puede decir: “He aquí Dios es salud mía; aseguraréme y no temeré;
porque mi fortaleza y mi canción es Jehová, el cual ha sido salud para mí.”
III. 1. Réstame solamente deducir de las consideraciones anteriores algunas advertencias prácticas.
Y, primeramente, si “ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, mas
conforme al Espíritu,” por sus pecados pasados; entonces ¿por qué tienes temor, oh hombre de poca fe Aunque tus pecados
hayan sido más numerosos que la arena del mar, ¿qué te importa eso, si ahora estás en Cristo Jesús ¿Quién acusará a los
escogidos de Dios Dios es el que los justifica. ¿Quién es el que los podrá condenar Todos los pecados que has cometido desde tu
niñez hasta la hora en que fuiste aceptado en el Amado, han sido esparcidos como la paja, han volado, desaparecido, ya no
existen ni en la memoria. Ahora ya has “nacido del Espíritu.” ¿Te ocuparás de investigar lo que te amenazaba antes de nacer
Desecha tus temores; “porque no nos ha dado Dios el espíritu de temor, sino el de fortaleza, y de amor, y de templanza.” Conoce
tu llamamiento. Regocíjate en Dios tu Salvador y por medio de El, da gracias a tu Padre celestial.
¿Dirás pues: “pero he pecado después de haber sido hecho partícipe de la redención, por medio de su sangre; y por tanto, me
aborrezco y me arrepiento en el polvo de la ceniza” Muy justo es que te aborrezcas, y sabe que Dios es quien ha despertado tu
conciencia. Pero, ¿no crees Te ha ayudado a decir: “Yo sé que mi Redentor vive” y “vivo, no ya yo, mas vive Cristo en mí; y lo que
ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios.” Pues entonces, esa fe cancela todo lo pasado, y “ninguna condenación
hay” para ti. En el momento en que creas verdaderamente en el Hijo de Dios, todos tus pecados pasados se desvanecerán como
el rocío de la mañana. Por consiguiente, “estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres.” Te ha librado otra vez
del poder del pecado, como de la responsabilidad y del castigo que merecías. No vuelvas otra vez a ser preso en “el yugo de
servidumbre,” ni en el yugo vil y diabólico del pecado, de los deseos impuros, del mal genio, malas palabras u obras que
constituyen el yugo más pesado que fuera del infierno puede haber, ni en el yugo del temor servil y torturante de la culpa y
condenación de sí mismo.
2. Pero, en segundo lugar, ¿todos los que están “en Cristo Jesús...no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu”
Entonces podemos deducir que quienquiera que comete pecado, no tiene parte en esta bendición, sino que ahora mismo está
condenado por su propio corazón. Pero si “nuestro corazón no nos reprendiere,” si nuestra conciencia nos diere testimonio de que
somos culpables; indudablemente que Dios también nos condenará; “porque si nuestro corazón nos reprendiere, mayor es Dios
que nuestro corazón, y conoce todas las cosas;” de manera que, aunque nos engañemos a nosotros mismos, a El no le podemos
engañar. No penséis en decirme: “he sido una vez justificado; mis pecados me fueron perdonados;” no lo sé ni deseo disputar
contigo sobre este asunto. Tal vez, después del tiempo que ha pasado, sea imposible saber con alguna certeza, si fue una obra
genuina y verdadera de Dios, o si solamente tu alma se engañó; pero una cosa sé con el mayor grado de certeza: que “el que
hace pecado, es del diablo.” Por consiguiente, eres de tu padre, el diablo; no lo puedes negar; porque las obras de tu padre el
diablo haces. No te engañes con vanas esperanzas, ni digas a tu alma: “paz, paz;” porque no hay paz. Grita, clama a Dios desde
los profundos donde estás, que tal vez tengas la fortuna de que oiga tu voz. Acércate a El como lo hiciste la primera vez: pobre,
miserable, lleno de pecado, ciego, desnudo. Ten cuidado de no dar descanso a tu alma hasta que este amor que perdona, te sea
revelado otra vez; hasta que sane tus rebeliones, y te llene de nuevo de esa “fe que obra por el amor.”
3. Tercero. ¿No hay condenación para los que andan “conforme al Espíritu,” debido al pecado interior que aún permanece,
mientras no siguen sus impulsos, ni por razón del pecado que se difunde en todo lo que hacen Pues entonces, no te congojes por
causa de la iniquidad que aún permanece en tu corazón. No te entristezcas porque aún te encuentres muy lejos de la gloriosa
imagen de Dios; ni porque el orgullo, la soberbia y la incredulidad leuden todas tus palabras y acciones. No temas el conocer toda
esta corrupción de tu corazón, y conocerte a ti mismo como eres conocido. Pídele a Dios que te ayude a no tener una opinión de ti
mismo más elevada de la que debes tener. Sea tu oración continua:
Muéstrame, oh Señor,
Hasta dónde pueda soportar
Lo profundo de mi pecado innato;
Declara toda la incredulidad,
La soberbia que se oculta en mí.
Y cuando escuche tu oración y te revele tu propio corazón, cuando te muestre qué clase de espíritu tienes; cuida de que no te falte
la fe, de que no te arrebaten tu escudo. Humíllate, póstrate en el polvo; mira que no eres sino miseria y vanidad; sin embargo, no
dejes que tu corazón se turbe ni tenga miedo. Persevera en tu intento y di: aun yo tengo un Abogado para con el Padre,
“Jesucristo el justo.” Como son más altos los cielos que la tierra, así su amor es más grande aún que mis mismos pecados. Por lo
tanto, Dios tiene misericordia de ti, oh pecador, por más malo que seas. Dios es amor, y Cristo murió; por consiguiente, el Padre te
ama; tú eres su hijo y no te negará ninguna cosa que sea buena. ¿No sería bueno que todo el cuerpo de pecado, que ahora está
crucificado en ti, fuese destruido Lo será. Serás limpiado de toda tu “inmundicia de carne y de espíritu.” ¿No sería bueno que sólo
el amor de Dios quedase en tu corazón Anímate. “Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y de todo tu
entendimiento y de todas tus fuerzas.” “Fiel es el que os ha llamado; el cual también lo hará.” Por tu parte, debes continuar con pa-
ciencia en el trabajo de la fe, del amor y de la paz con alegría; con humilde confianza, con esperanza resignada y al mismo tiempo
sincera, hasta que el Señor de los ejércitos tenga a bien obrar en ti su santa voluntad.
4. Cuarto. Si los que “están en Cristo” y “andan conforme al Espíritu,” no son condenados por pecados de debilidad, ni por caídas
involuntarias, ni por transgresiones que no pueden evitar, ten cuidado, ya que tienes fe en su sangre, no sea que Satanás se valga
de esto para engañarte. Aun todavía eres débil y torpe, ciego e ignorante; mucho más débil de lo que se puede expresar con
palabras, o de lo que tu corazón puede imaginar, pues todavía no sabes nada como lo deberías saber.
Sin embargo, no dejes que tu debilidad, torpeza o cualquiera de sus frutos, que no puedes evitar, haga vacilar tu fe, tu esperanza
filial en Dios, o que interrumpa tu paz y gozo en el Señor. La regla que algunos dan respecto a los pecados de la voluntad y que,
en tal caso, puede ser peligrosa, es indudablemente buena y segura, si sólo se aplica a las debilidades humanas. ¿Has caído, oh
hombre de Dios No permanezcas postrado, lamentándote y desesperado de tu debilidad, sino di con humildad: “Señor, caeré a
cada instante a no ser que tú me sostengas y me des la mano.” Levántate, enderézate y anda. Camina pues, corre con paciencia
la carrera que te es propuesta.
5. Finalmente, puesto que un creyente no viene a condenación, aunque le sorprenda aquello que su alma aborrece (suponiendo
que esta sorpresa no se deba a su descuido o negligencia voluntaria); si tú que crees, caes en alguna falta, apesadúmbrate en el
Señor; esto será para ti un bálsamo. Desahoga tu corazón con El y presenta tu dolor a sus pies; ruega con todo tu corazón a Aquel
que “se puede compadecer de nuestras flaquezas,” para que afirme, fortifique y establezca tu alma y no permita que vuelvas a
caer. Sin embargo no te condena. ¿Por qué has de temer No tienes necesidad de ningún temor que tenga pena. Amarás al que te
ama y esto basta; más amor traerá mayores fuerzas, y tan luego como lo ames con todo tu corazón, serás perfecto y cabal, sin
que te falte ninguna cosa. Espera con paciencia la hora en que el Dios de paz te santifique en todo, para que tu “espíritu, y alma, y
cuerpo, sea guardado entero, sin reprensión para la venida de nuestro Señor Jesucristo.”
PREGUNTAS SOBRE EL SERMON VIII
1. (¶ 1). ¿A quiénes se refiere Pablo cuando habla de los “que están en Cristo Jesús” 2. (¶ 2). ¿Por qué no hay condenación 3. (¶
3). ¿Por qué no han comprendido bien los hombres este sacrificio 4. (I. 1). ¿Qué cosa se propone el predicador demostrar en
primer lugar 5. (I. 2). ¿Qué se dice de los que permanecen en Cristo 6. (I. 3). ¿De qué cosas se abstienen 7. (I. 4). ¿Cómo se
conducen 8. (I 5). ¿Qué se dice de su conversación 9. (I. 6). ¿Qué otra cosa se dice de ellos 10. (II. 1). ¿Qué otra cosa se propone
11. (II. 2). ¿Qué se dice de la conciencia de ser culpable 12. (II. 3). ¿Puede un creyente perder la seguridad de la misericordia de
Dios 13. (II. 4). ¿Por qué no está condenado por los pecados actuales 14. (II. 5). ¿Qué se dice respecto al pecado interior 15. (II.
6). ¿Siente aún la degradación de su naturaleza 16. (II. 7). ¿Qué otra cosa se dice sobre este asunto 17. (II. 8). ¿Qué se dice de
los pecados de debilidad ¿Se les puede propiamente llamar pecados 18. (II. 9). ¿Son algunos condenados por lo que no pueden
evitar 19. (II. 10). ¿Qué cosa apesadumbra algunas veces a los creyentes 20. (II. 11). ¿Qué se dice de los “pecados de sorpresa”
21. (II. 12). ¿Producen algunos de éstos la conciencia de la culpabilidad 22. (II. 13). ¿Qué se dice de los asaltos repentinos 23. (III.
1). ¿Cuál es la primera deducción que se estudia 24. (III. 2). ¿Qué se dice del pecado voluntario 25. (III. 3). ¿Cuál es la segunda
deducción 26. (III. 4). ¿Cuál es la tercera 27. (III. 5). ¿Cuál es la cuarta 28. (III. 6). ¿Cómo concluye el sermón---------------------El espíritu de servidumbre y el espíritu de adopción
NOTAS INTRODUCTORIAS
“En este sermón,” dice el profesor Burwash, “se nos presenta muy claramente el profundo criterio con que el señor Wesley analizó
la condición religiosa del género humano. Al mismo tiempo que la clasificación de las condiciones morales es tan simple como
correcta, admite el hecho de que en el estado de prueba, hay tres manifestaciones de la condición moral, y no sólo dos, como
sucederá cuando el estado de prueba haya concluido. Reconoce asimismo, este otro hecho: que la condición del hombre puede
ser tan incierta, que lo haga vacilar entre la primera y la segunda, o entre la segunda y la tercera de estas tres manifestaciones;
pero por otra parte, las imperfecciones e incertidumbres del albedrío humano no son suficientes para obligarlo a predicar un
Evangelio incierto. Predica la salvación en toda su plenitud y en el nombre del Maestro invita a todos los hombres a aceptarla. El
aspecto especial de la salvación que presenta en este sermón, es el privilegio bendito de poderse librar de la servidumbre del
pecado; libertad que, según el señor Wesley, no es imputada o ideal, sino real y moral. Esta verdad que desarrolla en otro
discurso, la recibió de la Iglesia Morava. ‘Cuando me encontré’ dice, ‘con Pedro Boehler providencialmente en Londres, escuché
de sus labios por primera vez que la verdadera fe en Cristo tiene estos dos frutos inseparables de esa virtud: el dominio sobre el
pecado y una paz constante que resulta de la conciencia de sentirse perdonado. Este aserto me sorprendió y lo consideré como
un nuevo Evangelio.’ Pero cuando descubrió que tanto la Palabra de Dios como su experiencia lo probaban, aceptólo, y desde
entonces lo predicó como una de las verdades de Dios. Habremos de ver, sin embargo, en los sermones XIII y XIV, cómo protegió
esta importantísima verdad en contra de las interpretaciones exageradas de los moravos. Con excepción de algunos místicos
profundos, la Iglesia Cristiana había perdido de vista esta verdad que se enseñó en las edades primitiva y apostólica, y
consideraba el señor Wesley su restauración corno uno de los fines especiales que Dios tuvo al fundar el metodismo.”
ANALISIS DEL SERMON IX
Descripción de las tres condiciones morales del hombre: el hombre natural, el hombre bajo la ley, y el hombre bajo la gracia.
I El hombre natural está durmiendo, en seguridad e ignorancia de sí mismo; anda en el gozo y libertad que se imagina tener y por
su propia voluntad es el esclavo del pecado.
II. El hombre sujeto a la ley está despierto: ve la grandeza de la ley de Dios y de sus propios pecados; siente la agonía de un alma
herida, lucha por romper sus cadenas, pero en vano; y encuentra su descripción en el capítulo séptimo de la Epístola a los
Romanos.
III. El hombre bajo la gracia ha recibido el espíritu de adopción; ve el amor de Dios, y libre del poder y la culpa del pecado se ha
convertido en siervo de la justicia.
Recapitulación. El primero no ama ni teme a Dios, tiene una paz falsa y una libertad imaginaria; peca voluntariamente y no pelea ni
vence. El segundo teme a Dios, pero no le ama; anda en el camino escabroso del infierno; no tiene paz, vive en servidumbre, peca
involuntariamente, y pelea, mas no vence. El tercero ama a Dios, camina en la luz del cielo, goza de la verdadera paz y libertad de
los hijos de Dios; no peca y es más que vencedor.
IV. Lecciones.
(1) No basta la sinceridad. (2) Estas condiciones algunas veces están mezcladas. (3) Un hombre puede hacer muchos progresos y
sin embargo, sólo llegar al estado legal. (4) No descansemos hasta obtener el sumo bien.
SERMON IX
EL ESPIRITU DE SERVIDUMBRE Y EL ESPIRITU DE ADOPCION
Porque no habéis recibido el espíritu de servidumbre para estar otra vez en temor; mas habéis recibido el espíritu de adopción, por
el cual clamamos, Abba, Padre (Romanos 8:15).
1. El apóstol Pablo se dirige a los que por medio de la fe son hijos de Dios, y les dice: Vosotros que sois sus hijos, habéis
recibido el Espíritu; mas no el espíritu de servidumbre para estar otra vez en temor, sino que por la misma razón de que sois hijos
de Dios, el Altísimo derramó el Espíritu de su Hijo en vuestros corazones y “habéis recibido el espíritu de adopción por el cual
clamamos Abba, Padre.”
2. Muy lejos está el espíritu de servidumbre y temor de este espíritu amante de adopción. A los que están bajo la influencia de
este temor servil, no se les puede llamar “hijos de Dios;” si bien algunos de ellos son siervos que no están “lejos del reino de Dios.”
3. Se puede y debe con razón temer que la gran parte del género humano que se llama mundo cristiano no haya llegado ni
siquiera a este estado, sino que esté muy distante de Dios y no tenga a Dios en todos sus pensamientos. Podrán darse unos
cuantos nombres de los que aman a Dios; unos cuantos más de los que le temen; pero la gran mayoría de los hombres ni temen a
Dios ni lo aman en sus corazones.
4. Tal vez muchos de vosotros quienes, por la misericordia de Dios, estáis en la actualidad bajo la influencia de un espíritu mejor,
recordáis la época cuando estabais en el mismo caso en que ahora se encuentran aquéllos, justamente bajo la misma
condenación sin temor ni amor. Al principio no lo sabíais, si bien caminabais diariamente en vuestros pecados, hasta que, a
debido tiempo, “habéis recibido el espíritu de temor” (habéis recibido, porque también este es un don de Dios); y después el temor
desapareció y el espíritu de amor llenó vuestros corazones.
5. A una persona que se encuentra en la primera de es. las condiciones, se le llama en las Sagradas Escrituras “hombre natural;”
de los que se encuentran bajo el espíritu de servidumbre y temor se dice que están “bajo la ley” (si bien esa expresión se refiere
con mayor frecuencia a los que estaban bajo la dispensación judaica, o se creían obligados a observar los ritos y ceremonias de la
ley judaica); pero del que ha dejado el espíritu de temor y ha recibido el espíritu de amor se dice que está “bajo la gracia.”
Por cuanto nos interesa mucho saber de qué espíritu somos, trataré de demostrar claramente: primero, el estado del “hombre
natural;” segundo, del que está “bajo la ley” y tercero, del que está “bajo la gracia.”
I. 1. En primer lugar, el estado del hombre natural. Las Sagradas Escrituras representan esta condición como un sueño; la voz de
Dios se deja oír diciéndole: “Despiértate tú que duermes,” porque su alma está sumergida en profundo sueño; sus sentidos
espirituales están dormidos y no pueden discernir entre lo bueno y lo malo. Los ojos de su entendimiento están cerrados, sellados,
como quien dice, y no ven. Tinieblas y oscuridad le rodean constantemente, porque se encuentra en el valle de las sombras de la
muerte, de manera que no habiendo entrada para las cosas espirituales, estando todos los caminos que van a su alma cerrados,
está en una ignorancia crasa y torpe respecto de todas aquellas cosas que debería saber. Está en la más profunda ignorancia
respecto a Dios y nada sabe de El, como debería saberlo. La ley de Dios es para él una cosa enteramente extraña y nada alcanza
respecto de su sentido verdadero, interno y espiritual; no tiene la menor idea de esa santidad evangélica sin la cual ninguno verá
al Señor, ni de la felicidad de que sólo gozan aquellos cuya “vida está escondida con Cristo en Dios.”
2. Cabalmente, por esa misma razón de que está muy dormido, en cierto sentido, goza de descanso. Está ciego y en su
ceguedad se cree muy seguro; ha dicho: “Ninguna adversidad me acontecerá.” La oscuridad que por todas partes le rodea parece
proporcionarle cierta clase de tranquilidad, hasta donde puede existir la tranquilidad o paz mezclada con las obras del demonio y
una mente mundana y carnal. No ve que está a la orilla del precipicio y por consiguiente, no teme. No puede temblar ante el
peligro, porque no tiene conciencia de él. No tiene suficiente inteligencia para abrigar temores. ¿Cómo se explica que no tiene el
menor temor de Dios Porque está en completa ignorancia de quién es Dios, pues que dice en su corazón: “no hay Dios,” o “El está
asentado sobre el globo de la tierra,” y no se humilla a mirar en el cielo y en la tierra; por otra parte, queda satisfecho al decir con
los epicúreos: “Dios es misericordioso,” confundiendo e incluyendo en esa simple sentencia y falsa concepción de la misericordia
divina, la santidad de Dios y su natural odio al pecado; su justicia, sabiduría y verdad. No tiene temor de la venganza que
amenaza a los que desobedecen la ley bendita de Dios, porque no la comprende; se figura que lo más importante es hacer tal o
cual cosa y estar exteriormente sin culpa, sin percibir que la ley se refiere a la disposición, deseos, pensamientos y móviles del
corazón. Otras veces se imagina que las obligaciones de la ley han cesado; que Cristo vino a destruir la ley y los profetas; a salvar
a su pueblo en sus pecados y no de ellos; a pesar de aquellas palabras del Señor Jesús: “ni una jota, ni un tilde perecerá de la ley,
hasta que todas las cosas sean hechas,” y “no todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos: mas el que
hiciere la voluntad de mi Padre que está en los cielos.”
3. Se cree seguro porque está en las más completa ignorancia de sí mismo y por consiguiente, dice que se arrepentirá dentro de
algún tiempo; no sabe a punto fijo cuándo, pero con seguridad antes de morir, suponiendo, por supuesto, que está en su mano
hacerlo; porque: ¿qué podrá estorbarlo Si alguna vez se resuelve, ¡no cabe la menor duda de que se arrepentirá!
4. A ninguno deslumbra tanto la ignorancia como a los que se llaman hombres de saber. Si el hombre, en el estado natural de que
venimos hablando, es uno de éstos, puede hablar extensamente de sus facultades intelectuales; de su libre albedrío; de la
necesidad que hay de dicho albedrío para que pueda existir el agente moral. Lee, arguye y prueba, casi demostrando que a cada
hombre asiste el derecho de hacer su voluntad, de desarrollar lo bueno o lo malo que haya en su corazón y de obrar como mejor
le pareciere. Así es como el dios de este mundo extiende un denso velo delante de sus ojos no sea que la luz del glorioso
Evangelio de Cristo le alumbre.
5. Como resultado de esta ignorancia de sí mismo y de Dios, nace algunas veces en el corazón del hombre natural, cierto grado
de regocijo y se congratula por razón de su sabiduría y bondad; poseyendo lo que, según el mundo, se llama regocijo. Tal vez
goza del placer de diferentes maneras: Satisfaciendo los deseos de la carne o las concupiscencias del ojo; las vanidades de la
vida, especialmente si tiene muchas posesiones, si goza de una gran fortuna; en el cual caso puede vestirse de púrpura y lino fino
y hacer banquete espléndido cada día. Mientras esté en la prosperidad y se trate con suntuosidad, los hombres hablarán bien de
él; dirán: dichoso él, porque a la verdad esta es la esencia de la felicidad mundanal: vestirse y visitar; hablar, comer y beber;
levantarse a jugar.
6. Nada extraño es, por consiguiente, que una persona en tales circunstancias, embriagada con el opio del pecado y la
adulación, se imagine, en su soñar despierto, que goza de una gran libertad. Con qué facilidad se figura que está libre de todos los
errores vulgares y de los perjuicios de una educación atrasada, y que puede ejercer en todas las cosas un sano criterio y un juicio
acertado. —Estoy libre, —dice—del entusiasmo característico de las almas débiles y cuitadas: de la superstición, enfermedad de
necios y cobardes siempre demasiado justos; del fanatismo que es el pan cotidiano de los que no poseen una inteligencia libre y
liberal. —En verdad que está libre de esa sabiduría “que viene de lo alto,” de la santidad, de la religión de corazón, de la mente y
disposición que están en Cristo.
7. Mientras tanto, es el siervo del pecado. Comete la iniquidad poco más o menos diariamente; y sin embargo, no siente el menor
remordimiento ni está “bajo de servidumbre” como algunos dicen; no siente ninguna condenación. Aunque acepte y confiese la
revelación cristiana como venida de Dios, se contenta en decir: El hombre es una criatura frágil, todos somos débiles, cada uno
tiene su lado flaco. Tal vez coteje las Sagradas Escrituras; a Salomón quien dice: “siete veces cae el justo.” Según su opinión, los
que pretenden ser mejores que sus semejantes, no son sino hipócritas o entusiastas, y si alguna vez pensamientos serios brotan
en su mente, los ahoga inmediatamente con las palabras: ¿Por qué he de temer, si Dios es misericordioso y Cristo murió por los
pecadores Así que voluntariamente continúa siendo siervo del pecado y contento en la sabiduría de la iniquidad, impuro interior y
exteriormente, sin hacer ningún esfuerzo por triunfar del pecado en general ni de esa trasgresión en particular, que a cada paso lo
está venciendo.
8. Tal es el estado de todo hombre en su condición natural; ya sea un trasgresor descarado y escandaloso o un pecador decente
y de buena reputación, que tiene la forma, pero no el poder de la santidad. ¿Cómo se convencerá semejante individuo de su
pecado ¿Cuándo se arrepentirá ¿Cómo podrá recibir “el espíritu de servidumbre” para tener temor Este es el punto que pasamos
a considerar.
II. 1. Por medio de algún acto de su inescrutable providencia o de su Palabra, Dios toca, con la ayuda del Espíritu, el corazón del
que está durmiendo en las tinieblas o la sombra de muerte. Recibe pues el pecador una gran sorpresa, y al despertar comprende
por primera vez el gran peligro en que se encuentra. Ya sea en un instante, ya sea paulatinamente, su vista intelectual se despeja
y, habiéndose removido el velo en parte, puede discernir la verdadera condición en que se encuentra. Una luz aterradora alumbra
de lleno su alma, una luz que sale del profundo abismo, del lago de fuego ardiente. Al fin comprende que el Dios amante y
misericordioso es también un “fuego consumidor,” un ser justo y terrible que recompensa a cada hombre conforme a sus obras,
entrando en juicio con los impíos por toda palabra ociosa y aun por las imaginaciones del corazón. Ahora descubre que ese Dios
grande y santo es demasiado puro para “mirar la iniquidad;” que se venga de todos los que contra El se rebelan y paga a los
inicuos según sus merecimientos y que “horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo.”
2. El sentido espiritual y profundo de la ley de Dios empieza a manifestársele y percibe que “ancho sobremanera es tu
mandamiento” y que “no hay nada que se le esconda.” Se convence de que todas y cada una de sus partes se refieren no
solamente al pecado exterior y a la desobediencia, sino a lo que pasa en lo más recóndito y secreto del corazón y adonde sólo el
ojo de Dios puede penetrar. Cuando oye el mandamiento: “No matarás,” escucha también la voz de Dios, que en medio de los
truenos, dice: “Cualquiera que aborrece a su hermano es homicida;” “cualquiera que dijere, Fatuo, será culpado del infierno del
fuego.” Si la ley dice: “No cometerás adulterio,” la voz del Señor se deja escuchar en sus oídos, diciendo: “Cualquiera que mira a
una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón;” y así a cada momento siente que “la Palabra de Dios es viva y
eficaz, y más penetrante que toda espada de dos filos: y que alcanza hasta partir el alma, y aun el espíritu, y las coyunturas y
tuétanos.” Escucha con tanto más temor, por cuanto tiene la conciencia de haber despreciado esta gran salvación; de haber
hollado bajo sus plantas “al Hijo de Dios,” quien lo habría salvado de sus pecados; y de haber tenido “por inmunda la sangre del
Testamento.”
3. Sabiendo que “todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta,” se ve
enteramente desnudo, no teniendo siquiera las hojas de higuera que había cosido para cubrir su desnudez; desnudo de todas sus
pobres pretensiones de religión y virtud y de sus miserables disculpas por haber pecado en contra de Dios. Se ve a sí mismo
como los antiguos sacrificios, partido de medio a medio, de manera que todas las entrañas y el interior están a la vista. Su corazón
está descubierto y ve que es todo pecado; que es engañoso más que todas las cosas, y perverso; que está enteramente
corrompido y es abominable, más de lo que con palabras se puede expresar; que no existe en él nada bueno, sino por el contrario
está lleno de toda clase de injusticia e impureza, siendo todos sus pensamientos e impulsos malos y perversos.
4. No sólo ve, sino que siente en sí mismo, por medio de cierta emoción de su alma que no puede describir, que debido a los
pecados de su corazón, aun cuando su propia vida fuese inmaculada—lo que no es ni puede ser porque el árbol malo no puede
dar buen fruto—merece ser echado en “el fuego que nunca se apagará.” Comprende que “la paga,” la justa recompensa “del
pecado,” de su pecado sobre todo, es “muerte,” la segunda muerte, la muerte que no cesa: la destrucción del cuerpo y del alma en
el infierno.
5. Así concluyen sus agradables sueños, su descanso ilusorio, su paz imaginaria, su falsa seguridad. Desvanécese su regocijo
como la nube que se evapora, y los placeres que antes amaba ya no le deleitan, sino que le cansan, fatigan y fastidian.
Desaparecen las sombras de felicidad en el abismo del olvido, de manera que se encuentra destituido de todo y vaga de aquí para
allá, buscando descanso sin poder encontrarlo.
6. Los humos de su embriaguez habiendo pasado, siente la angustia de un corazón herido y ve claramente que el pecado—ya
sea orgullo, ira, malos deseos, obstinación, malicia, envidia, venganza o cualquiera otro—cuando domina el alma, produce la más
completa miseria. Se llena de dolor al considerar las bendiciones que no ha alcanzado y al sentir la maldición que pesa sobre él; el
remordimiento de haberse destruido a sí mismo y despreciado la misericordia que lo habría salvado; el temor de la cólera de Dios
y de sus consecuencias, del castigo que justamente merece y que ve acumularse sobre su cabeza; el miedo de la muerte que
para él es la puerta del infierno, el principio de la muerte eterna; el temor del demonio que es el verdugo de la justa ira y venganza
de Dios; el temor de los hombres quienes, si pudieran matar el cuerpo, echarían ambos su cuerpo y alma en el infierno; el temor
que algunas veces sube tal grado, que la pobre alma culpable y pecaminosa se aterroriza de todo y cualquiera cosa la espanta,
aun las sombras o una hoja movida por el viento. Algunas veces casi llega a perder el juicio y parece, “ebrio, si bien no de vino,” y
pierde el uso de la memoria, la inteligencia y sus demás facultades naturales. Otras ocasiones, casi se acerca a la desesperación:
de manera que, como aquellos que tiemblan al oír hablar de la muerte, “tuvo por mejor el ahogamiento, y quiso la muerte más que
sus huesos.” Bien puede el hombre en tal estado angustiarse con toda la agonía de su corazón; bien puede exclamar: “El ánimo
del hombre soportará su enfermedad: mas ¿quién soportará el ánimo angustiado”
7. Con toda sinceridad desea romper con el pecado y empieza la lucha; pero aunque pelea con todas sus fuerzas, no puede
vencer; el pecado es más fuerte que él. Desea escaparse, pero está en una prisión de la que no puede huir; hace firmes
resoluciones de no pecar más, pero continúa pecando; ve la red que se le tiende y que tanto odia, pero corre hacia ella. La
facultad de su razón, de la que tanto alarde ha hecho, sólo le sirve para acrecentar su culpa y aumentar su miseria. Tal es la
facultad de su libre albedrío, libre para beber la iniquidad “como agua,” para alejarse más y más del Dios viviente, y despreciar la
gracia del Espíritu.
8. Mientras más se esfuerza, trabaja y lucha por libertarse, más siente el peso de sus cadenas: de las cadenas del pecado de
que Satanás lo ha cargado y con las que lo lleva cautivo según su voluntad. Es su esclavo, mal que le pese. Aunque se rebele, no
puede prevalecer. Aún permanece en servidumbre y temor por razón del pecado, generalmente de algún pecado exterior para el
cual tiene una disposición especial, ya sea por naturaleza, hábito o circunstancias peculiares, pero siempre de alguna trasgresión
interior, mal genio o alguna inclinación impura. Mientras más se molesta por razón de dicho pecado, más prevalece éste; puede
torcer la cadena, pero no llega a romperla. Trabaja sin cesar, arrepintiéndose y volviendo a pecar; hasta que por fin el pobre,
desgraciado y miserable pecador no sabe qué hacer y apenas puede exclamar: “¡Miserable hombre de mí! ¿quién me librará del
cuerpo de esta muerte”
9. Esta lucha del que está “bajo la ley,” y de “el espíritu de servidumbre, y temor,” el apóstol la ha descrito muy bien en el
capítulo anterior, al hablar del que ha despertado. “Así que, yo sin la ley vivía por algún tiempo” (verso 9); tenía mucha sabiduría,
fuerza y virtud, según me figuraba, “mas venido el mandamiento, el pecado revivió, y yo morí.” Cuando el mandamiento, en todo
su sentido espiritual, tocó mi corazón con el poder de Dios, mis pecados más recónditos se conmovieron, se rebelaron, y todas
mis virtudes desaparecieron; “y hallé que el mandamiento, intimado para vida, para mí era mortal; porque el pecado, tomando
ocasión, me engañó por el mandamiento, y por él me mató” (vrs. 10, 11), me sorprendió, destruyó todas mis esperanzas y muy
claramente me demostró que, en medio de la vida, estaba yo en la muerte. “De manera que la ley a la verdad es santa, y el
mandamiento santo, y justo, y bueno” (v. 12); y por consiguiente ya no culpo a la ley, sino a la corrupción de mi corazón. Reco-
nozco que “la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido a sujeción del pecado” (v. 14). Ahora veo con claridad la naturaleza
espiritual de la ley y mi corazón carnal y diabólico, “vendido a sujeción del pecado,” por completo esclavizado (como los esclavos
que se compran con dinero y están absolutamente a la disposición de su dueño): “porque lo que hago no lo entiendo; ni lo que
quiero hago; antes lo que aborrezco, aquello hago” (v. 15); tal es el yugo bajo el cual gimo; tal es la tiranía de mi cruel dueño.
“Tengo el querer, mas efectuar el bien, no 1o alcanzo; porque no hago el bien que quiero; mas el mal que no quiero, este hago”
(vrs. 18, 19). “Hallo esta ley,” un poder interior que me constriñe, “que queriendo yo hacer el bien...el mal está en mí; porque según
el hombre interior, me deleito en la ley de Dios” (vrs. 21, 22); o en mi mente (este es el sentido de las palabras del apóstol: ho esoo
ánthroopos, el hombre interior y de otros escritores griegos); “mas veo otra ley en mis miembros que se rebela contra la ley de mi
espíritu, y que me lleva cautivo a la ley del pecado,” o poder del pecado (v. 23), arrastrándome, como quien dice, hacia aquello
que mi alma aborrece tanto. “¡Miserable hombre de mí! ¿quién me librará del cuerpo de esta muerte” (v. 24). ¿Quién me librará de
esta vida desamparada, moribunda; de este yugo del pecado y de miseria Hasta que alguien me liberte, “yo mismo” (o mejor
dicho, ese yo a quien ahora represento), “con la mente sirvo a la ley de Dios;” mi mente, mi conciencia está con Dios; “mas con la
carne,” con mi cuerpo, “a la ley del pecado,” (v. 25) siendo impulsado por una fuerza que no puedo resistir.
10. ¡Qué descripción tan viva es ésta de uno que “esta bajo la ley;” que siente una carga que no puede tirar; que tiene sed de
libertad, poder y amor; pero que aún permanece en la servidumbre y el temor, hasta el día en que Dios escucha a ese
desgraciado que grita: “¿Quién me librará del cuerpo de esta muerte” y le contesta: La gracia de Dios por medio de Jesucristo tu
Señor.
III. 1. Se acaba entonces esa mísera servidumbre y el pecador pasa del yugo de la ley a estar “bajo la gracia.” Pasamos, pues, a
considerar este tercer estado del hombre: la condición del que ha encontrado gracia o favor con Dios, y que tiene la gracia o poder
del Espíritu Santo reinando en su corazón; quien ha recibido, como dice Pablo, “el espíritu de adopción” por medio del cual clama
“Abba, Padre.”
2. En su angustia invocó a Jehová y clamó a su Dios; El oyó su voz desde su templo, y su clamor “llegó delante de él, a sus
oídos.” De una manera desconocida de él hasta entonces, sus ojos fueron abiertos, aun para poder contemplar al Dios de amor y
misericordia. No bien exclama: “Ruégote que me muestres tu gloria,” cuando en lo más íntimo de su alma escucha la voz del
Señor que le dice: “Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro, y proclamará el nombre de Jehová delante de ti; y tendré
misericordia del que tendré misericordia, y seré clemente para el que seré clemente.” Antes de mucho, el Señor desciende en la
nube y proclama el nombre del Señor. Entonces el pecador ve, mas no con los ojos del cuerpo, y exclama: “Jehová, Jehová fuerte,
misericordioso y piadoso, tardo para la ira y grande en benignidad y verdad; que guarda la misericordia en millares, que perdona la
iniquidad, la rebelión y el pecado.”
3. Una luz celestial y consoladora inunda su corazón; ve a Aquel al cual ha traspasado y Dios, que mandó a la luz alumbrar en
medio de las tinieblas, alumbra en su corazón. Ve la luz del sublime amor de Dios en la persona del Señor Jesús, tiene una
evidencia divina de las cosas “que no se ven;” la conciencia de las cosas profundas de Dios; muy especialmente del amor de Dios,
de su amor abundante en misericordia para los que creen en Jesucristo. Abrumado con semejante perspectiva, su alma exclama:
“¡Señor mío y Dios mío!” porque ve todas sus iniquidades pesando sobre Aquel que en su cuerpo las llevó al madero de la cruz, al
Cordero de Dios que borra sus pecados. Muy claramente discierne ahora que “Dios estaba en Cristo reconciliando el mundo a sí,”
que “al que no conoció pecado, hizo pecado por nosotros, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él” y que él
mismo está reconciliado con Dios por medio de la sangre del pacto.
4. En este punto concluyen la culpa y el poder del pecado. Ahora puede decir: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y vivo,
no ya yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne (en este cuerpo mortal) lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me
amó, y se entregó a sí mismo por mí.” Desaparecen el remordimiento, el dolor del corazón y angustia del alma herida, pues Dios
hace que su tristeza se convierta en gozo; concluyen la servidumbre y el temor, porque su corazón está firme, “creyendo en el
Señor.” Ya no teme la ira de Dios, porque sabe que ya no pesa sobre él y ya no ve en El un Juez airado sino un Padre amante. Ya
no teme al demonio, porque sabe que éste no tiene ninguna potestad, a no ser que le sea dada “de arriba.” No teme el infierno,
porque es heredero del cielo; ni la muerte que, en lo pasado y por muchos años, le tuvo “sujeto a servidumbre.” Por el contrario,
sabiendo: “que si la casa terrestre de nuestra habitación se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos,
eterna en los cielos; y por esto también gemimos, deseando ser sobrevestidos de aquella nuestra habitación celestial.” El gime
deseando desprenderse de su habitación terrestre, anhelando que su mortalidad sea absorbida en “la victoria,” pues sabe que el
que lo hizo para esto mismo, es Dios, el cual le ha dado “la prenda del Espíritu.”
5. “Y donde hay el Espíritu del Señor, allí hay libertad;” libertado no sólo de la culpa y temor, sino del pecado: del yugo más
pesado, de la más degradada servidumbre. No son en vano sus trabajos; habiendo roto la red, está libre. No sólo se esfuerza, sino
que vence; no sólo pelea, sino que triunfa; “no sirve más al pecado;” (6:6, etc.). Está muerto al pecado y vivo a Dios; no reina pues
el pecado (ni aun) en su cuerpo mortal, ni le obedece en sus concupiscencias. Ni tampoco presenta sus miembros “al pecado por
instrumentos de iniquidad;” sino como instrumentos de justicia a Dios, porque habiendo sido libertado del pecado, es hecho siervo
de la justicia.
6. Así que, teniendo paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, regocijándose en la esperanza de la gloria de Dios, y
teniendo el poder de dominar toda clase de pecados, deseos impuros, mal genio, malas palabras y obras, es un testimonio
viviente de la gloriosa libertad de los hijos de Dios quienes, siendo partícipes de esta fe tan preciosa, testifican a una voz que han
recibido “el espíritu de adopción, por el cual clamamos, Abba, Padre.”
7. Este es el Espíritu que constantemente en ellos “obra así el querer como el hacer por su buena voluntad;” que derrama en sus
corazones el amor de Dios y de todo el género humano; purificándolos a la vez de los afectos mundanales, la lujuria de la carne, y
la soberbia o vanidad de la vida. El los libra de la cólera y del orgullo; de todos los apetitos viles y desordenados. Están, por
consiguiente, libres de palabras y obras malas, de toda impureza en su conversación y, lejos de hacer mal a sus semejantes, se
muestran celosos en el desempeño de toda buena obra.
8. Resumiendo: el hombre, en su condición natural no teme ni ama a Dios; bajo la ley le teme, y bajo la gracia, lo ama. En la
primera condición, no tiene la menor luz respecto a las cosas de Dios, sino que anda en la más completa oscuridad; en el segundo
estado, ve los reflejos del infierno, y en el tercero, la luz sublime del cielo. Quien duerme el sueño de la muerte espiritual goza de
una paz falsa. Quien ha despertado no tiene paz alguna, mas el que cree tiene la verdadera paz, la paz de Dios que inunda y
gobierna su corazón. Los paganos, ya estén o no bautizados, gozan de una libertad imaginaria que cuando la ponen en práctica,
se convierte en libertinaje; el judío, o una persona bajo la dispensación mosaica, se encuentra bajo una servidumbre dura y
pesada; el cristiano goza de la verdadera libertad gloriosa de los hijos de Dios. Un hijo del diablo que no ha despertado de su
sueño, peca voluntariamente; el que ha despertado, peca contra su voluntad; un hijo de Dios “no hace pecado,” sino que “se
guarda a sí mismo, y el maligno no le toca.” En conclusión: el hombre, en su condición natural, no pelea ni vence; estando bajo la
ley, pelea, pero no triunfa; bajo la gracia, pelea y vence: más aún, es más que vencedor “por medio de aquel que nos amó.”
IV. 1. Según se desprende de esta descripción franca de las tres condiciones del hombre: natural, legal, y evangélica, parece que
no basta dividir el género humano en dos grandes clases: la una de las almas sinceras y la otra de las que no lo son. Algunos
hombres pueden ser sinceros en cualquiera de estas tres condiciones; no sólo cuando tienen “el espíritu de adopción,” sino aun
cuando están bajo el “espíritu de servidumbre” y de temor, más aún cuando no tienen temor ni amor, porque no cabe duda de que
debe haber paganos tan sinceros como los judíos y los cristianos que lo son. La circunstancia, pues, de que un hombre sea
sincero, no prueba que haya sido aceptado por Dios.
Examinaos a vosotros mismos para ver no sólo si sois sinceros, sino también “si estáis en fe.” Examinaos escrupulosamente,
porque en ello os va mucho, y tratad de descubrir qué principio gobierna vuestra alma. ¿Es el amor de Dios ¿Es su temor ¿O ni
uno ni otro ¿No es más bien el amor al mundo, el amor de los placeres, las ganancias, las comodidades o la reputación Si así es,
no habéis llegado ni siquiera a la condición de judío. Sois como los paganos. ¿Tenéis el cielo en vuestro corazón ¿Tenéis el
espíritu de adopción clamando siempre en vosotros: Abba, Padre ¿O clamáis a Dios como desde el vientre del sepulcro,
abrumados de dolor y temor ¿Suena este asunto en vuestros oídos como enteramente extraño y no podéis comprender a lo que
me refiero y lo que digo Paganos, ¡quitaos la máscara! ¡No estáis en Cristo! ¡Descubrid vuestros rostros! ¡Ved hacia el cielo y
confesad ante Aquel que vive para siempre, que no tenéis parte entre los hijos ni los siervos de Dios!
Quienquiera que seas, oh alma que me escuchas, dime: ¿cometes el pecado o no Si es que pecas, ¿lo haces voluntaria o
involuntariamente En cualquier caso que te encuentres, Dios te ha dicho ya a quién perteneces. “El que hace pecado es del
diablo.” Si pecas voluntariamente, eres su siervo de tu propia voluntad, y él no dejará de recompensar tus servicios; si pecas
contra tu voluntad, también eres su esclavo. ¡Dios te libre de sus manos!
¿Estás luchando diariamente en contra de toda clase de pecados y vences más cada día Pues entonces te reconozco como a un
hijo de Dios. Permanece firme en tu gloriosa libertad. ¿Estás luchando y no consigues vencer, tratando de dominar, mas sin poder
conseguirlo Entonces, aún no crees verdaderamente en Cristo; pero continúa, persevera y conocerás al Señor. ¿Estás sin pelear
absolutamente, mas llevando una vida fácil, indolente y mundanal ¿Cómo te atreves a pronunciar el nombre del Señor Jesús para
hacerlo reproche ante los paganos ¡Despiértate tú que duermes! ¡Clama al Señor antes de hundirte en la profundidad de tu
miseria!
2. Tal vez una de las razones por la que algunos tengan de sí mismos una opinión más elevada de lo que deberían y no puedan
discernir en qué condición se hallan, sea porque algunas veces, estas diferentes condiciones del alma se mezclan y, en cierto
sentido, se reúnen en una misma persona. La experiencia nos enseña que muy frecuentemente la condición legal o estado de
temor, está unido con el estado natural; porque son muy raras las almas tan profundamente dormidas, que no despierten de
cuando en cuando. Aunque el Espíritu de Dios no espera el llamamiento del hombre, algunas veces se hace escuchar. Los llena
de temor, de manera que aunque sea por un poco de tiempo, los paganos reconocen que no son sino hombres; sienten el peso de
sus pecados y anhelan con todo su corazón huir de la ira que vendrá. Rara vez, sin embargo, dejan que las flechas agudas de la
convicción entren profundamente en sus corazones, sino que se endurecen con presteza, rechazan la gracia de Dios y vuelven a
revolcarse en su cieno.
De la misma manera, la condición evangélica o de amor, muy a menudo está mezclada con la legal, porque muy pocos de los que
están bajo la servidumbre y temor permanecen mucho tiempo sin esperanzas. Dios en su sabiduría y misericordia, rara vez
permite esto, porque “acuérdase que somos polvo” y no desea que decaigan ante El el espíritu y las almas que ha criado. Por
consiguiente, cuando lo cree necesario manda rayos de su divina luz a los que están en tinieblas; los hace sentir su bondad y les
demuestra que es un Dios “que oye la oración.” Ven la promesa que hay por la fe en Cristo Jesús, si bien a una gran distancia, y
cobran ánimo para correr con paciencia la carrera que se les ha propuesto.
3. Otra razón por la que muchos se engañan, es que no reflexionan debidamente hasta dónde puede ir un alma, y sin embargo,
permanecer en la condición natural o cuando más, pasar el estado legal. Un hombre puede muy bien ser benévolo y compasivo,
afable y atento, cortés y amable; puede tener cierto grado de humildad, paciencia, templanza y muchas otras virtudes; puede
sentir vivos deseos de abandonar sus vicios y de cultivar otras virtudes; tal vez se abstenga mucho del mal, tal vez de todo aquello
que sea abiertamente contrario a la verdad, justicia y equidad; quizá haga mucho bien, alimente al hambriento, vista al desnudo,
proteja a la viuda y al huérfano; probablemente asista con puntualidad a los cultos públicos, ore en secreto y lea libros de de-
voción, y a pesar de todo esto, siga en su estado natural y no conozca a Dios ni se conozca a sí mismo; siendo extraño al espíritu
de amor y de temor, no habiéndose arrepentido ni creído al Evangelio.
Pero supongamos que a todo lo arriba expresado se añade una profunda convicción del pecado, con mucho temor de la ira de
Dios y deseos vehementes de abandonar sus transgresiones y de cumplir con todos los preceptos de Dios; con movimientos
frecuentes de regocijo en la esperanza e impulsos pasajeros de amor en el alma; sin embargo, nada de esto prueba que el alma
haya llegado al estado de gracia, que tenga una fe viva y verdadera en Cristo, a no ser que el Espíritu de adopción more en su
corazón y le mueva a clamar constantemente: “Abba, Padre.”
4. Cuidad pues, vosotros que os llamáis con el nombre de Cristo, de merecerlo. Cuidad de no descansar, como muchos que se
llaman buenos cristianos, en el estado natural; o, como otros, que son muy estimados de los hombres, en el estado legal. Mejores
cosas ha preparado Dios para ti, que recibirás si te mueves y las buscas. No has sido llamado al temor y temblor como los diablos,
sino al regocijo y al amor, como los ángeles de Dios. “Amarás al Señor tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma y de todo tu
entendimiento.” Te regocijarás siempre, orarás “sin cesar” y en todas las cosas darás gracias; harás la voluntad de Dios en la tierra
como se hace en el cielo. Prueba cuán “buena, agradable y perfecta es la voluntad de Dios.” Preséntate a Dios como un sacrificio
razonable, santo y vivo; “retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona” hasta que el Dios de paz te haga apto en toda
buena obra para que hagas su voluntad, haciendo El en ti lo que es “agradable delante de él por Jesucristo; al cual sea gloria por
siglos de siglos. Amén.”
PREGUNTAS SOBRE EL SERMON IX
1. (¶ 1). ¿A quién se refiere Pablo en las palabras del texto 2. (¶ 2). ¿Qué se dice del espíritu de servidumbre y de temor 3. (¶ 3).
¿Tienen todos los hombres siquiera este espíritu 4. (¶ 4). ¿De qué modo amonesta a sus oyentes 5. (¶ 5). ¿Qué nombre dan las
Sagradas Escrituras a las personas que no tienen temor ni amor 6. (I. 1). ¿Qué se dice del hombre en su estado natural 7. (I. 2).
¿Qué estado guarda al dormir en el pecado 8. (I. 3). ¿Se conoce a sí mismo 9. (I. 4). ¿Qué se dice de los sabios 10. (I. 5). ¿Siente
algunas veces cierta clase de gozo 11. (I. 6). ¿Qué se dice de su libertad 12. (I. 7). ¿Siente que sus pecados lo condenan 13. (I. 8).
¿Qué extremos se mencionan en esta clase de hombres 14. (II. 1). ¿De qué manera despierta 15. (II. 2). ¿Qué efecto tiene en-
tonces la ley de Dios 16. (II. 3). ¿Cómo se ve a sí mismo 17. (II. 4). ¿Se cree digno de condenación 18. (II. 5). ¿Qué cosa fenece
en su experiencia 19. (II. 6). ¿Qué se dice de su espíritu agobiado 20. (II. 7). ¿Qué influencia tiene esto en su vida 21. (II. 8). ¿Qué
resultado tiene esta lucha 22. (II. 9). ¿Cómo la describe el apóstol ¿Describe el capítulo 7 a los Romanos a un hombre que ha
despertado, pero quien aún no está convertido Respuesta. Tal es la enseñanza del señor Wesley. 23. (III. 1). ¿De qué manera y
cuándo concluye semejante yugo 24. (III. 2). ¿Qué sucede después de que sus ojos quedan abiertos 25. (III. 3). ¿Qué cosa ve
entonces 26. (III. 4). ¿Qué consecuencia se menciona aquí 27. (III. 5). ¿Qué se dice de su libertad 28. (III. 6). ¿Qué se sigue de la
conciencia de tener paz con Dios 29. (III. 7). ¿Quién produce semejantes resultados y de qué manera 30. (III. 8). ¿Qué resumen
se da aquí 31. (IV. 1). ¿Que se dice de las tres condiciones del hombre (IV. 2). ¿Por qué razón se estiman tanto algunos hombres
a sí mismos 33. (IV. 3). ¿Por qué otra razón 34. (IV. 4). ¿Cómo concluye este sermón------------El testimonio del Espíritu (I)
NOTAS INTRODUCTORIAS
El señor Wesley probó, sin lugar a duda, que los escritores del tercero, cuarto y quinto siglos enseñaron la doctrina del testimonio
del Espíritu. Citó las obras de Orígenes, Crisóstomo, Atanasio, Agustín y de Bernardo, quien escribió varios siglos después de
Agustín. Abundantes pruebas le suministran Lutero, Melanchton y las “Homilías de la Iglesia Anglicana.”
Empero, al mismo tiempo que se encuentran en las obras de aquellos primitivos escritores, como en las de otros que vinieron más
tarde, los elementos principales de esta gran doctrina, no cabe duda de que sus exposiciones adolecen de muchos y graves
defectos. El lector no puede dejar de notar al examinar estos escritos, esa falta de entusiasmo tan natural en aquellos que no han
sentido o experimentado la influencia de las doctrinas que tratan de explicar. Aceptan la doctrina del testimonio del Espíritu como
parte de la revelación divina, como uno de los dogmas que los apóstoles enseñaron, mas no le dan el lugar que una verdad de
vital importancia merece. En otras palabras, su enseñanza es especulativa y no práctica.
Si bien este dogma estaba incluido en las doctrinas de la iglesia a que pertenecía, el señor Wesley lo recibió de los moravos; mas
tan luego como comprendió su importancia, separóse de sus guías moravos y se concentró en el estudio de las Sagradas
Escrituras con aquella fidelidad y energía que le caracterizaban. Allí en la Palabra de Dios, encontró esta gloriosa verdad y el
mismo Santo Libro le suministró abundantísimos recursos para defenderla de los ataques de enemigos descarados o de las falsas
interpretaciones de hermanos de cortos alcances.
No enseña que la doctrina del testimonio del Espíritu sea esencial para aquellos que ignoran este privilegio del Evangelio; si bien
puede darse el caso de que almas cristianas, sin reconocer el nombre de esta doctrina, sientan su influencia y gocen de la
sustancia de ella. Insiste, sin embargo, en afirmar que para aquellos a quienes se les ha predicado de una manera clara e
inteligente, esta doctrina es esencial para el desarrollo de la santidad interior y exterior. Descubrió, tanto en su propia experiencia
como en la de otras personas, la necesidad que hay de apegarse rigurosamente a la enseñanza inspirada de esta doctrina como
de todos los demás dogmas del Evangelio. Las controversias en que tuvo que entrar en defensa de esta doctrina, continuaron casi
hasta el fin de su vida, pues sus adversarios eran muy numerosos y el fanatismo le dio tanto que hacer como los ataques de
aquellos que rechazaban descarada y abiertamente las enseñanzas de la Biblia.
Se enseñaba, por un lado, que un cristiano podía tener una confianza casi segura de su salvación, pero que esta confianza era el
resultado solamente de la razón humana. Si después de un examen de conciencia, el alma quedaba satisfecha de estar haciendo
todos los esfuerzos posibles a fin de normar su vida y costumbres según lo requiere la Palabra de Dios, latamente entendida,
argüían aquellos cristianos que esa persuasión de sinceridad unida a una vida moral e inocente, era suficiente para poder abrigar
una esperanza firme de obtener todas las promesas de las Sagradas Escrituras. Por otra parte, había algunos moravos, como el
conde Zinzendorf, por ejemplo, quienes aceptando la doctrina en toda su plenitud, predicaban que los cristianos pueden llegar a
tal estado de perfección, que ya no pecan, y quienes por último cayeron en el error del antinomianismo más peligroso. Como más
adelante veremos, tuvo el señor Wesley que discutir con estos falsos maestros con tanta energía, como la que había usado al
atacar a los defensores del extremo opuesto, quienes negaban la doctrina del testimonio divino.
Una de las pruebas más patentes de que en teología el señor Wesley era conservador, es que los partidarios de escuelas
opuestas y extremistas le hicieron decidida oposición. Los formalistas le llamaban “entusiasta” y los fanáticos “legalista,” lo que
prueba que no era lo uno ni lo otro; y ni el ridículo que sobre él acumuló un partido ni las extravagancias del otro, fueron
suficientes para hacerle vacilar en las opiniones que había deducido de su experiencia individual, respecto al perdón de los pe-
cados y a la doctrina del testimonio del Espíritu. “Conozco a más de mil trescientas personas,” decía, “quienes, tengo buenas
razones para creer, son verdaderamente piadosas y que me han dado su testimonio de que saben con certeza, en qué día el amor
de Dios se derramó en su corazón por primera vez y el Espíritu dio testimonio con sus espíritus de que eran hijos de Dios.” A
honra suya sea dicho que escuchaba con la misma buena voluntad a un carbonero de Kingswood o un remendón de Londres, que
a un noble del reino o al arzobispo de Canterbury. No hacía diferencia de personas cuando se trataba del Evangelio, y cuando el
testimonio de otros estaba en armonía con el suyo, no vacilaba en declarar abiertamente aquello que creía y sentía ser cierto.
ANALISIS DEL SERMON X
Las equivocaciones que produce el entusiasmo por este asunto. Los errores del extremo opuesto.
I. La naturaleza del testimonio.
1. El de nuestro espíritu. No debe tomar el lugar del testimonio del Espíritu de Dios. Su base consiste en las marcas que según las
Escrituras distinguen a los hijos de Dios de los demás hombres. Nuestra conciencia da testimonio de que tenemos estas marcas.
De aquí proviene la certeza que tenemos de ser hijos de Dios.
2. Del Espíritu de Dios. “Es una persuasión interior del alma, por medio de la cual el Espíritu de Dios da testimonio directamente a
mi espíritu de que soy hijo de Dios; de que Jesucristo me amó de tal manera que sé dio a sí mismo por mí; de que todos mis
pecados han sido borrados y de que estoy reconciliado con Dios.”
El testimonio del Espíritu de Dios precede al testimonio de nuestro espíritu. El Espíritu de Dios obra aun en el acto del testimonio
que nuestros espíritus nos dan.
La certidumbre es tan evidente como la verdad de las Sagradas Escrituras o el testimonio de nuestra propia conciencia, pero con
esta diferencia: que se funda sobre una evidencia divina comunicada de una manera sobrenatural.
II. ¿Cómo podrá distinguirse este doble testimonio de la presunción natural de la mente y de los engaños del demonio
1. Por medio de sus antecedentes: convicción del pecado y arrepentimiento.
2. Por medio del cambio de corazón y costumbres que produce. El verdadero testimonio produce humildad; el falso, orgullo; el
verdadero da frutos de santidad; el falso consiente el pecado.
3. Cuando la conciencia está bien dispuesta, el verdadero testimonio es evidente por sí mismo.
4. La conciencia de buenos frutos según el testimonio de nuestro espíritu, es una prueba de que no nos hemos equivocado al oír
la voz del Espíritu divino.
SERMON X
EL TESTIMONIO DEL ESPIRITU
DISCURSO I
Porque el mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu que somos hijos de Dios (Romanos 8: 16).
1. ¡Cuántos hombres vanos, sin entender lo que dicen ni saber lo que afirman, han torcido el sentido de este pasaje de las
Sagradas Escrituras, con gran pérdida y peligro de sus almas! ¡Cuántos han tomado la voz de su imaginación por el testimonio del
Espíritu de Dios creyendo vanamente que eran los hijos de Dios al mismo tiempo que hacían las obras del demonio! Estos son
verdaderos fanáticos en el más lato sentido de la palabra y qué trabajo cuesta persuadirlos, especialmente si están aferrados en
este nefando error. Considerarán todos los esfuerzos que se hicieren por sacarlos de ese error, como tentaciones del demonio
que lucha en contra de Dios. Esa vehemencia e impetuosidad de espíritu que se complacen en llamar: contención eficaz por la fe,
los afirma en su persuasión a tal grado que nos vemos obligados a decir: el convencerlos es cosa imposible para con los hombres.
2. No es nada extraño por consiguiente, que muchos hombres razonables, al ver los terribles resultados de este engaño y al
tratar de no ser sus víctimas, caigan algunas veces en el error opuesto; que no den crédito a los que dicen tener este testimonio,
viendo que otros han errado tan crasamente; que califiquen de fanáticos a todos los que usan estas palabras, de algunos tan
abusadas; que crean que todos los que se llaman cristianos tienen este testimonio como cualquier otro don, y que no es un don
extraordinario, peculiar de la era apostólica como habían creído.
3. Pero ¿estamos obligados a aceptar uno de estos dos extremos ¿No podemos tomar un término medio y caminar a una
distancia conveniente de ese espíritu de error y fanatismo, sin negar, por otra parte, que existe ese don de Dios y sin dejar de
gozar del privilegio de ser hijos del Altísimo Indudablemente que podemos aceptar ese medio y, a ese fin, pasemos a considerar,
en la presencia y en el temor de Dios:
Primero. El testimonio de nuestro espíritu, el testimonio del Espíritu de Dios, y de qué manera “da testimonio a nuestro espíritu de
que somos hijos de Dios.”
Segundo. La diferencia clara y palpable que debemos hacer entre el testimonio unido del Espíritu de Dios y nuestro espíritu por
una parte, y la presunción de la mente natural y el engaño del diablo por otra.
I. 1. En primer lugar, ¿qué cosa es el testimonio de nuestro espíritu Antes de pasar adelante, permítaseme decir a todos aquellos
que confunden el testimonio del Espíritu de Dios con el testimonio racional de nuestro espíritu, que en este texto, lejos de referirse
el Apóstol solamente al testimonio de nuestro espíritu, usa de tal lenguaje, que parece no mencionarlo siquiera, sino concretarse al
testimonio del Espíritu de Dios. Puede entenderse el texto en el original como sigue: El apóstol acaba de decir en el versículo
anterior: “Habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos Abba, Padre” e inmediatamente añade: “El mismo Espíritu
da testimonio a nuestro espíritu de que somos los hijos de Dios.” (La preposición con, con nuestro espíritu, denota sólo igualdad
de tiempo: en el mismo momento en que clamamos, Abba, Padre, el Espíritu da testimonio de que somos hijos de Dios.) Mas,
tomando en consideración el significado de muchos textos y la experiencia de todos los verdaderos cristianos, no pretendo negar
que todos los creyentes tengan el testimonio del Espíritu de Dios, además del de su propio espíritu, de que son hijos de Dios.
2. Con respecto a esto último, se funda en los numerosos textos de las Sagradas Escrituras que describen las señales de los
hijos de Dios, y esto de una manera tan clara, que un niño puede comprenderlo. Muchos escritores, tanto antiguos como
modernos, han reunido estos textos para darles toda su fuerza. Si alguna persona necesita más luz sobre el asunto, puede
encontrarla estudiando la Palabra Santa de Dios, meditando sobre ella en secreto y ante la presencia del Altísimo, y conversando
con aquellos que tienen más experiencia. No poco le ayudará ese don sublime de la razón que Dios le ha dado para entender y
que la religión, lejos de extinguir, desarrolla y fortalece, como dice el Apóstol: “Hermanos, no seáis niños en el sentido, sino sed
niños en la malicia; empero perfectos en el sentido” (I Corintios 14:20). Cualquiera persona, pues, aplicándose estas señales o
marcas, puede saber si es hijo de Dios. Por ejemplo: si sabe, en primer lugar, que “todos los que son guiados por el Espíritu de
Dios,” a toda santidad de genio y vida, “los tales son hijos de Dios” y de esto tiene el testimonio infalible de las Sagradas
Escrituras, y si además de que el Espíritu de Dios así lo guía, puede con sobrada razón deducir lógicamente que es un hijo de
Dios.
3. Muy en consonancia con esto están las aserciones que Juan hace en su primera epístola: “Y en esto sabemos que nosotros le
hemos conocido, si guardamos sus mandamientos” (2:3). “El que guarda su palabra, la caridad de Dios está verdaderamente
perfecta en él; por esto sabemos que estamos en él” (v. 5), y que somos en realidad de verdad “hijos de Dios.” “Si sabéis que él es
justo, sabed también que cualquiera que hace justicia es nacido de él” (v. 29). “Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a
vida, en que amamos a los hermanos” (3: 14). “Y en esto conocemos que somos de la verdad, y tenemos nuestros corazones
certificados delante de él” (v. 19), es decir: en que nos amamos los unos a los otros, no de palabra, sino de hecho y en realidad.
“En esto conocemos que estamos en él, y él en nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu” (4: 13) de amor, “y en esto sabemos
que él permanece en nosotros, por el Espíritu,” de obediencia “que nos ha dado” (3:24).
4. Es muy probable que desde el principio del mundo hasta lo presente no hayan existido hijos de Dios más adelantados en la
divina gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, que el apóstol Juan y aquellos santos a quienes
escribía. Sin embargo, es evidente que el apóstol y aquellos cristianos estaban muy lejos de despreciar estas marcas o señales de
los hijos de Dios y que se las aplicaban a sí mismos para estar más seguros de su fe en El. Al mismo tiempo, todo esto no es sino
una evidencia racional, el testimonio de nuestro espíritu, nuestra razón o entendimiento. Todo se reduce a este silogismo: Todos
aquellos que tienen estas señales, son hijos de Dios; nosotros tenemos estas señales; luego: somos hijos de Dios.
5. Pero ¿cómo sabemos que tenemos estas señales Aún tenemos que resolver esta cuestión. ¿Cómo sabemos que amamos a
Dios y a nuestro prójimo y que guardamos los mandamientos La base de la cuestión es: ¿cómo lo sabemos No ¿cómo lo saben
otros Yo le preguntaría a uno de ustedes, ¿cómo sabes que estás vivo, en buena salud y libre de dolores ¿No tienes la conciencia
de ello Por medio de la misma actividad de tu conciencia puedes saber si tu alma está viva en la presencia de Dios; si estás libre
de la soberbia y tienes la salud de un espíritu tranquilo y humilde. Por el mismo medio te será fácil descubrir si amas a Dios, te
regocijas y deleitas en El. De la misma manera puedes cerciorarte si amas a tu prójimo como a ti mismo; si abrigas sentimientos
generosos para con todo el mundo y tienes mansedumbre y paciencia. Con respecto a la señal exterior de los hijos de Dios, que,
según Juan, consiste en guardar sus mandamientos, indudablemente que sabes en el interior de tu corazón si la tienes o no.
Vuestra conciencia os dice diariamente si al tomar el nombre de Dios en vuestros labios lo hacéis con devoción y reverencia; si os
acordáis del día del Señor para santificarlo; si honráis a vuestros padres; si tratáis a los demás como deseáis que ellos os traten; si
guardáis vuestro cuerpo en santidad y honra y si sois sobrios en vuestra comida y bebida y dais gloria a Dios.
6. Este es, pues, el testimonio de nuestro espíritu, es decir: el testimonio de nuestra conciencia que Dios nos ha concedido en ser
limpios de corazón y rectos en nuestro modo de obrar. Es la conciencia de haber recibido por medio del Espíritu de adopción, el
genio y las disposiciones que, según la Palabra de Dios, pertenecen a sus hijos adoptivos; un corazón amante de Dios y de todo el
género humano; teniendo en Dios nuestro Padre una confianza semejante a la de un niño; confiándole todos nuestros cuidados
por una parte y abriendo nuestros brazos, por otra, con sincero cariño y compasión, a todos los hombres; la conciencia de que en
nuestro interior somos semejantes al Espíritu de Dios, conforme a la imagen del Hijo, y de que caminamos en justicia, misericordia
y verdad, haciendo todo aquello que es agradable en su presencia.
7. Pero, ¿qué testimonio es ese del Espíritu que se añade y supera a éste ¿De qué manera “da testimonio con nuestro espíritu
que somos hijos de Dios” Cosa difícil es encontrar en el lenguaje de los hombres palabras que puedan expresar “las cosas
profundas de Dios.” En verdad que no hay expresiones que puedan dar una idea adecuada de lo que los hijos de Dios
experimentan. Pero tal podríamos decir: (dejando lugar para que aquellos a quienes Dios enseña, modifiquen, templen o
fortalezcan nuestra expresión) el testimonio del Espíritu es una impresión interna del alma por medio de la cual el Espíritu de Dios
da testimonio directamente a mi espíritu de que soy hijo de Dios; que Jesucristo me amó y se dio a sí mismo por mí; que todos mis
pecados están ya borrados y que aun yo mismo, el último de los pecadores, estoy reconciliado con Dios.
8. Que este testimonio del Espíritu de Dios debe, como es muy natural, anteceder al testimonio de nuestro espíritu, se desprende
de la siguiente consideración: tenemos que ser limpios de corazón y andar en santidad de vida antes de tener la conciencia de
serlo; antes de tener el testimonio de nuestro espíritu de que poseemos santidad interior y exterior. Pero para poder ser santos y
limpios de corazón debemos antes amar a Dios, el cual amor es la fuente de toda santidad. No podernos, por otra parte, amar a
Dios hasta no saber que Dios nos ama; pues “le amamos a él porque él nos amó primero,” y no podemos tener conciencia de su
amor que perdona, hasta que su Espíritu dé testimonio a nuestro espíritu. Por consiguiente, siendo que el testimonio de su Espíritu
debe preceder el amor de Dios y a toda santidad, se deja sentir, por lo tanto, antes que nuestra conciencia interior o sea el
testimonio de nuestro espíritu.
9. Entonces, y sólo entonces, cuando el Espíritu de Dios da testimonio a nuestro espíritu de que Dios nos ha amado y dado a su
Hijo como propiciación por nuestros pecados, de que “nos amó y nos ha lavado de nuestros pecados con su sangre,” “nosotros le
amamos a él porque él nos amó primero,” y por amor de El amamos también a nuestro prójimo. Y no podemos menos que tener
conciencia de esto, puesto que conocemos lo que Dios nos ha dado; sabemos que conocemos a Dios, que guardamos sus
mandamientos y que somos de Dios. Este es el testimonio de nuestro espíritu el cual, mientras continuemos en el amor de Dios y
guardando sus mandamientos, continuará testificando juntamente con el Espíritu de Dios que somos hijos de Dios.
10. No se crea que al hablar de esta manera, pretendo negar que Dios obre por medio de impulsos aun en el testimonio de
nuestro espíritu; de ningún modo. No sólo es El quien obra en nosotros toda buena obra, sino quien también nos ilumina y nos
hace ver que no somos nosotros quienes las llevamos a cabo, y a esto se refiere Pablo al hablar de las señales de aquellos que
han recibido el Espíritu, cuando dice: nosotros conocemos “lo que Dios nos ha dado;” por medio de las cuales cosas Dios fortifica
el testimonio de “nuestra conciencia” respecto a nuestra “simplicidad y sinceridad,” y nos permite discernir con una luz más plena y
abundante, el que ahora hagamos las cosas que le agradan.
11. Si a pesar de todo lo que llevamos dicho, alguien preguntase: ¿cómo da testimonio el Espíritu de Dios a nuestro espíritu de
que somos hijos de Dios, excluyendo absolutamente toda duda y dando pruebas evidentes de que tenemos derecho al título de
hijos, diríamos que la contestación es tan fácil como clara. Primero, con respecto al testimonio de nuestro espíritu. El alma humana
al amar a Dios, percibe su regocijo y felicidad tan claramente como cuando goza y se deleita en las cosas humanas, y no puede
dudar de la realidad de su felicidad como no duda de su propia existencia. Si esto es cierto, el siguiente silogismo es verdadero:
Todos los que aman a Dios, se regocijan y deleitan en El con un gozo puro y un amor obediente, son hijos de Dios.
Yo amo a Dios, me regocijo y deleito en El.
Luego, soy hijo de Dios.
Un verdadero cristiano no puede dudar de que es hijo de Dios; está tan seguro de que la primera proposición es cierta como de la
autenticidad de las Sagradas Escrituras; y que amar a Dios es para él una verdad evidente por sí misma. De manera que el
testimonio de nuestro espíritu se manifiesta en nuestros corazones con una persuasión tan íntima, que no deja lugar a la menor
duda de que somos hijos de Dios.
12. No pretendo explicar de qué manera el testimonio divino se manifiesta en el corazón. Semejante saber, en demasía excelente
y profundo, está mucho más allá de mis alcances. El viento sopla y oigo su sonido, pero no sé de dónde venga ni a dónde vaya.
Así corno nadie sabe lo que pasa en el corazón del hombre sino el espíritu del mismo hombre, del mismo modo ninguno conoce la
naturaleza de las cosas de Dios sino sólo el Espíritu de Dios. Nos consta el hecho, sin embargo, de que el Espíritu de Dios da a
los creyentes tal testimonio de su adopción, que, mientras permanece con ellos, éstos no pueden tener la menor duda de su
dignidad de hijos, como no dudan al recibir los rayos del sol de que exista el astro rey.
II. 1. Pasamos a considerar, en segundo lugar, la manera de distinguir clara y fielmente entre el testimonio unido del Espíritu de
Dios y nuestro espíritu, y las pretensiones naturales de nuestra inteligencia aunadas a los engaños del demonio. Interesa y con
mucho, a todos los que deseen obtener de Dios esta salvación, el estudiarla con el mayor esmero y cuidado a fin de que sus
almas no se engañen. Cualquier error que se corneta en asunto tan importante como éste, conduce siempre, como lo demuestra
la experiencia de muchos, a los resultados más fatales; tanto más cuanto que los que en esto se equivocan no descubren su error
sino cuando ya es demasiado tarde.
2. Primeramente, ¿cómo distinguiremos entre este testimonio y las pretensiones de la mente natural Es un hecho que los que no
están convencidos de pecado, por lo general se adulan a sí mismos creyéndose, y especialmente en cosas espirituales, mucho
mejores de lo que en realidad de verdad son. No es nada extraño, por consiguiente, que cuando alguno de estos que están llenos
de su propia vanidad, oiga hablar de este privilegio o señal de los verdaderos cristianos, entre los cuales indudablemente se
cuenta, se persuada a sí mismo, y esto con la mayor facilidad, de que goza de este privilegio, de que tiene ese testimonio. De esto
hay muchos ejemplos en el mundo y ha habido siempre. ¿Cómo, pues, sabremos distinguir entre este testimonio del Espíritu y
nuestro espíritu y estas peligrosísimas presunciones
3. Yo contesto que las Escrituras contienen abundantes marcas y señales para ayudarnos a distinguir entre el testimonio del
Espíritu y las presunciones de nuestra mente natural. De la manera más clara y completa describen las circunstancias que
anteceden, acompañan y siguen al testimonio del Espíritu de Dios unido al del espíritu del creyente, y cualquiera persona que
estudie y considere con esmero estas señales, no se equivocará, sino que por el contrario, notará de tal manera la gran diferencia
que hay entre el testimonio verdadero del Espíritu y el testimonio falso, que no habrá el menor peligro de confundir uno con otro.
4. Por medio de estas señales, quienes pretenden vanamente tener el don de Dios, pueden ver, si efectivamente desean
descubrir la verdad, que han estado en operación de error para que crean a la mentira, porque las Sagradas Escrituras señalan de
una manera tan obvia y clara estas marcas que preceden, acompañan y siguen a este don, que dichas personas necesitan
reflexionar solamente un poco para persuadirse, sin que quepa la menor duda, de que sus almas jamás las han tenido. Por
ejemplo: las Sagradas Escrituras describen el arrepentimiento, la convicción del pecado, como una de las señales que existen
constantemente antes de tener el testimonio del perdón. “Arrepentíos, que el reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 3:2).
“Arrepentíos y creed al evangelio” (Marcos 1:15). “Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para
perdón de los pecados” (Hechos 2:38). “Arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados” (Hechos 3: 19). En
concordancia con lo cual, nuestra iglesia predica constantemente que el arrepentimiento viene antes que el perdón y el testimonio
de estar perdonado. El perdona y absuelve a todos los que verdaderamente se arrepienten y creen sinceramente en su Evangelio.
Dios omnipotente, nuestro Padre celestial, por su gran misericordia tiene prometido el perdón de los pecados a todos aquellos
que, con arrepentimiento sincero y verdadera fe se convierten a El. Pero para éstos que no tienen el verdadero testimonio, este
arrepentimiento es enteramente extraño; nunca han sentido contrición ni tristeza de corazón; la memoria de sus pecados no los
aflige, ni el peso de sus culpas les es intolerable. Al repetir estas palabras de la confesión general, nunca sienten lo que dicen,
puesto que su corazón lejos está de Dios. Pueden a la verdad y con buena razón para ello, creer que tan sólo tienen la mera
sombra y que nunca han poseído el don de ser verdaderos hijos de Dios.
5. Además, las Sagradas Escrituras describen el nuevo nacimiento como un cambio grande y poderoso que tiene lugar para que
el testimonio de que somos hijos de Dios se deje sentir; un cambio “de las tinieblas a la luz,” “de la potestad de Satanás a Dios,”
como quien pasa de la muerte a la vida; una transición semejante a la resurrección de los muertos. Así el Apóstol escribe a los
Efesios (2:5, 6): “Aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo, por gracia sois salvos; y
juntamente nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los cielos con Cristo Jesús.” Pero ¿qué saben estas personas de quienes
venimos hablando respecto a este cambio Este asunto es enteramente nuevo para ellos y no entienden este lenguaje. Os dirán
que siempre han sido cristianos y no se acuerdan de cuándo experimentaron ese cambio. En esto, por consiguiente, deberían
conocer, si se detuviesen a pensar un poco, que no han nacido del Espíritu; que aún no han conocido a Dios y que la voz que han
escuchado no es la del Señor, sino simplemente la de la naturaleza.
6. Pero aun dejando a un lado la consideración de lo que haya experimentado o dejado de experimentar en el pasado, por las
señales de lo presente podemos muy fácilmente distinguir entre un verdadero hijo de Dios y un inconverso que se engaña a sí
mismo. Describen las Sagradas Escrituras el gozo en el Señor que se une al testimonio de su Espíritu, como un regocijo lleno de
humildad; un gozo que se postra en el polvo de la tierra y que impulsa al pecador arrepentido a gritar: cosa vil soy y seré ante mis
propios ojos. “De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven; por tanto me aborrezco, y me arrepiento en el polvo y la ceniza.”
Dondequiera que hay humildad, allí también se encuentran la mansedumbre, paciencia, amabilidad y templanza. Hay cierta
docilidad y sencillez de espíritu, cierta dulzura y sensibilidad del alma que no es fácil describir. ¿Se encuentran acaso semejantes
señales en aquellas almas que no tienen el verdadero testimonio del Espíritu Todo lo contrario. Mientras mayor confianza tiene
uno de estos individuos en el favor de Dios, más se eleva y exalta a sí mismo, más patente es el testimonio que se figura tener,
más déspota es con todos los que le rodean; más incapaz de recibir alguna reprimenda; más impaciente cuando le contradicen.
En lugar de ser más humilde y amable y de tener mayor voluntad y deseos de aprender, de ser más “pronto para oír y tardío para
hablar,” es más tardío para oír y pronto para hablar; más opuesto a que otros le enseñen; de genio más vivo y vehemente y muy
obstinado en su conversación. Más aún; algunas veces obra de tal manera y con tanta fiereza y enojo, que no parece, juzgando
por su lenguaje, sino que va a hacer a Dios a un lado y a tomar bajo su dirección todas las cosas y “a devorar a los adversarios.”
7. Además, las Escrituras nos enseñan que la verdadera señal del amor de Dios es “que guardemos sus mandamientos” (I Juan
5:3), y nuestro Señor mismo dijo: “El que tiene mis mandamientos y los guarda, aquél es el que me ama” (Juan 14:21). El amor se
regocija en la obediencia; en hacer todo aquello, aun cosas triviales, que agraden a la persona amada. Un alma que ama a Dios
sinceramente, se apresura a hacer su voluntad en la tierra como es hecha en el cielo. Mas, ¿son éstas acaso las características
de los vanidosos que pretenden tener el amor de Dios Todo lo contrario, su amor propio los impulsa a desobedecer y quebrantar
los mandamientos de Dios en lugar de guardarlos. Tal vez en épocas anteriores de su vida, cuando temían la ira de Dios, se
esforzaron en hacer su voluntad, pero ahora que se creen libres de la ley, se figuran que no están obligados a obedecer y tienen,
por consiguiente, menos empeño en hacer buenas obras; menos cuidado en abstenerse de la maldad; menos esmero en dominar
las malas inclinaciones de su corazón; menos celo en moderar su lengua. Ya no tienen tantos deseos de negarse a sí mismos ni
de tomar su cruz. En una palabra, el tenor de su vida ha cambiado por completo, desde que se han figurado que gozan de
libertad. Ya no se ejercitan para la piedad, luchando contra sangre y carne; contra principados, contra potestades, pasando
trabajos, ansiando entrar por “la puerta angosta.” Por el contrario, han encontrado un camino mucho más fácil para llegar al cielo;
una avenida llana, ancha, con flores de ambos lados en la cual, caminando, pueden decir a su alma: “Alma, repósate, come, bebe,
huélgate.”
De lo que se sigue, como una evidencia innegable, que no tienen el verdadero testimonio de su propio espíritu; no pueden tener la
conciencia de poseer señales que nunca han tenido: mansedumbre, amabilidad y obediencia; ni tampoco puede el Espíritu de
Dios, de la verdad, dar testimonio de una cosa falsa: atestiguar que son hijos de Dios, cuando son hijos del diablo.
8. Abre, pues, los ojos; desengáñate, pobre pecador que te figuras ser hijo de Dios. Tú que dices: “tengo el testimonio de mí
mismo,” y por consiguiente desprecias a tus enemigos. “Pesado has sido en balanza y fuiste hallado falto;” aun en la balanza del
santuario; la Palabra del Señor te ha probado y rechazado como plata de mala ley. No eres humilde en tu corazón, porque hasta
hoy no tienes el Espíritu del Señor Jesús; no eres manso ni amable y por consiguiente tu gozo de nada vale; no es regocijo en el
Señor; no guardas sus mandamientos; por consiguiente, no le amas ni tienes la influencia del Espíritu Santo. Es, por lo tanto, tan
claro como la luz del día y tan cierto como la Palabra de Dios, que su Espíritu no da testimonio a tu espíritu de que eres hijo de
Dios. Clama pues a El, para que caigan las escamas que cubren tus ojos para que te conozcas a ti mismo como te conocen los
demás; para que sientas en ti mismo la sentencia de muerte, hasta que oigas esa voz que hace resucitar a los muertos diciéndote:
“Confía, hijo: tus pecados te son perdonados. Tú fe te ha salvado.”
9. Mas ¿cómo podrá un alma que tiene el verdadero testimonio del Espíritu distinguir entre éste y el falso ¿De qué manera
distinguís entre el día y la noche, entre la luz y las tinieblas; la luz de una estrella o la de una vela, y la luz del medio día ¿No hay
una diferencia obvia, esencial, entre una y otra luz ¿No percibís la diferencia inmediatamente por medio de vuestros sentidos De la
misma manera, existe una diferencia esencial e intrínseca entre la luz y las tinieblas en lo espiritual; entre la luz con que alumbra el
Sol de justicia al corazón verdaderamente convertido y la luz débil y vacilante que producen las chispas de nuestro fuego
moribundo. Esta diferencia la perciben nuestros sentidos sin la menor dificultad siempre que no estén adormecidos. Cuando están
en su estado normal.
10. El exigir una descripción más detallada y filosófica de la manera de distinguir estas señales y del criterio que usamos para
conocer la voz de Dios, es pedir lo que no se puede obtener, ni aun por aquellos que tienen el más profundo conocimiento de
Dios. Supongamos que al estar hablando Pablo ante Agripa, el sabio romano le hubiese dicho: —Nos dices que oíste la voz del
Hijo de Dios: ¿cómo sabes que fue la voz de Dios ¿Por medio de qué criterio o de qué señales especiales puedes distinguir la voz
de Dios Explícame la manera de distinguir entre esta voz y una humana o angélica. — ¿Creéis por un momento que el Apóstol se
habría ocupado en contestar pregunta tan ociosa Y sin embargo, no nos cabe la menor duda de que en el momento cuando
escuchó la voz, supo que era la voz de Dios. Pero el cómo supo esto, ¿quién podrá explicarlo Ni los hombres ni los ángeles.
11. Más aún: Figurérnonos que Dios dice a cierta alma: “Tus pecados te son perdonados;” indudablemente que hará que esa alma
reconozca su voz, de otra manera hablaría en vano. Y esto lo puede hacer, porque siempre que quiere hacer algo, el querer con
El es poder. Así obra el Señor y esa alma plenamente segura dice: “Esta es la voz de Dios.” Y sin embargo, los que tienen en sí
mismos ese testimonio no lo pueden explicar a los que no lo tienen; ni es de esperarse que puedan hacerlo, porque si hubiese
algún medio natural de explicar las cosas de Dios a aquellos que no han experimentado tal cambio, entonces el hombre natural
podría discernir y saber las cosas del Espíritu de Dios; lo que estaría en contraposición con lo que dijo el Apóstol, que “no las
puede entender, porque se han de examinar espiritualmente;” por medio de sentidos espirituales de que carece el hombre natural.
12. Pero ¿cómo sabré si mis sentidos espirituales me guían a juzgar rectamente Esta es también cuestión de suma importancia;
porque si alguno se equivoca en este punto, está en peligro de caer constantemente en el error y el engaño. ¿Quién me asegura
que este no es el caso en que me encuentro y que no me engaño al creer que escucho la voz del Espíritu El testimonio de vuestro
espíritu; el de una buena conciencia en la presencia de Dios. Por medio de los frutos que en vuestro espíritu haya producido,
podréis conocer el testimonio del Espíritu de Dios. Sabréis que no habéis caído en vanas ilusiones ni vuestras almas están
engañándose, por medio de los frutos inmediatos del Espíritu que gobiernan el corazón y que son: “caridad, gozo, paz, tolerancia,
benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza;” y los frutos exteriores son: el hacer bien a todos los hombres y no hacer mal a
nadie; el andar en la luz y obedecer fielmente y por completo todos los mandamientos de Dios.
13. Por medio de estos mismos frutos podrás distinguir la voz de Dios de cualquier engaño que te presente Satanás; ese espíritu
soberbio que no te deja humillarte ante Dios; que no puede ni quiere mover tu corazón, derritiéndolo primero en deseo de Dios y
después en amor filial. No es a la verdad el enemigo de Dios y de los hombres quien os ha de inspirar el amor a vuestro prójimo ni
a revestiros de humildad, mansedumbre, paciencia, templanza y toda la armadura de Dios; no está dividido en contra de sí mismo,
ni es el destructor del pecado, su propia obra. No es otro sino el Hijo de Dios que viene a “destruir las obras del diablo.” Tan
seguramente pues como que la santidad es de Dios y el pecado la obra de Satanás, el testimonio que tienes en ti mismo no es del
demonio sino de Dios.
14. Bien puedes decir: “Gracias a Dios por su don inefable;” gracias a Dios que me concede “conocer a Aquel a quien he creído,”
que ha derramado su Espíritu en mi corazón por el cual clamo, “Abba, Padre” y que aun ahora mismo da testimonio con mi espíritu
de que soy hijo de Dios. Cuida empero de alabarle no sólo con tus labios sino también con tu vida. Te ha sellado para que seas de
los suyos: glorifícale en tu cuerpo y en tu espíritu que son suyos. Amado, si tienes esta esperanza en ti, purifícate como El es puro.
Al considerar cuál amor te ha dado el Padre que seas llamado hijo de Dios, límpiate de toda inmundicia de carne y de espíritu,
perfeccionando la santificación en temor de Dios, y que todos tus pensamientos, palabras y obras sean un sacrificio espiritual,
santo y aceptable a Dios por medio del Señor Jesús.
PREGUNTAS SOBRE EL SERMON X
1. (¶ 1). ¿De qué manera se interpretó este pasaje
2. (¶ 2). ¿Qué resultado tuvo esta mala interpretación
3. (¶ 3). ¿Es indispensable el aceptar cualquiera de estos dos extremos
4. (¶ 3). ¿Qué cosa se propone considerar el predicador
5. (I. 1). ¿Qué cosa considera en primer lugar
6. (I. 2). ¿En qué se funda el testimonio de nuestro propio espíritu
7. (I. 3). ¿Qué pruebas se aducen de Juan
8. (I. 4). ¿Qué dice el apóstol de la experiencia que tuvo de la gracia
9. (I. 5). ¿Cómo se prueba el amor a Dios y al prójimo
10. (I. 6). ¿Es éste el testimonio de la conciencia
11. (I. 7). ¿De qué manera define el testimonio del Espíritu de Dios
12. (I. 8). ¿Precede o viene después de nuestro propio testimonio
13. (I. 9). ¿Qué cosa testifica el Espíritu de Dios
14. (I. 10). ¿Está excluido este testimonio del nuestro propio
15. (I. 11). ¿Qué más se dice del testimonio divino
16. (I. 11). Mencione el silogismo contenido en este párrafo
. 17. (I. 12). ¿Explica el predicador la manera del testimonio divino
18. (II. 1) ¿Cuáles son los distintivos de este doble testimonio.
19. (II. 2). ¿Cómo se distingue de la falsa presunción
20. (II. 3). ¿Se encuentran estas señales en las Sagradas Escrituras
21. (II. 4). ¿De qué manera se puede descubrir la vana presunción
22. (II. 5). ¿Qué dicen las Sagradas Escrituras del nuevo nacimiento
23. (II. 6). ¿De qué manera se distingue el hijo de Dios de uno que se engaña a sí mismo 24
. (II. 7) ¿Qué otra cosa se dice sobre este punto
25. (II. 8). ¿Cómo amonesta al que se engaña a sí mismo
26. (II. 9). ¿Qué argumento usa respecto del conocimiento interior
27. (II. 10). ¿Deberíamos exigir algo más
28. (II. 11). ¿Cómo continúa el argumento
29. (II. 12). ¿Qué otra cuestión de gran importancia pasa a considerar
30. (II. 13). ¿Cómo sabemos que esta es la voz de Dios
31. (II. 14). ¿De qué manera concluye el sermón-------------- El testimonio del Espíritu (II)
NOTAS INTRODUCTORIAS
“Una de las más graves dificultades con que se tropieza al querer definir lo que es el testimonio directo,” dice el señor Burwash,
“consiste en hacer la distinción que existe entre el acto de la fe y el testimonio. Enseñaba el señor Wesley que la fe tiene en sí
misma algo de certidumbre divina, la cual enseñanza claramente se deja sentir en todas las definiciones que en los sermones
anteriores da de la fe; y sin embargo, admite, en una de sus cartas de controversia, que ‘la fe que justifica no siempre acarrea
consigo la conciencia de ser justificado.’ Tal vez la aserción más clara que sobre el particular hizo, se encuentre en los apuntes
doctrinales que ya hemos citado. ‘El Espíritu Santo convence a un pecador.’ ‘Cristo me amó y se dio a sí mismo por mí.’ Esta es la
fe, por medio de la que, desde el momento que la recibe, queda justificado y perdonado. Luego el Espíritu mismo da testimonio
diciendo: ‘Estás perdonado, tienes redención en su sangre;’ y esta es la fe salvadora por la cual el amor de Dios se derrama en su
corazón. De este y otros pasajes semejantes podemos deducir el siguiente resumen:
“1. Contiene la fe en sí misma divina certeza, y toda seguridad emana de la fe que Dios da.
“2. La fe que justifica es una certidumbre divina y personal de que en Cristo hay salvación para mí.
“3. El testimonio es una seguridad divina y personal de que ya tengo esa salvación.
“4. La fe salvadora que permanece, es el resultado del testimonio al que a la vez incluye; así como el acto de fe que justifica
precede a dicha fe.”
Como se verá en el párrafo 2 (I. 2), este sermón fue escrito veinte años después del anterior, en Newry, el 4 de abril de 1767. El
anterior se escribió en 1747. (Véase la pregunta 6 del Sermón XI.)
ANALISIS DEL SERMON XI
I. Importancia de la doctrina. Peligro del fanatismo y la formalidad. Testimonio peculiar del metodismo.
II. ¿Qué cosa es el testimonio del Espíritu Un testimonio que el Espíritu da de que somos hijos de Dios, y al cual se siguen los
frutos. Se repite la definición añadiendo la palabra inmediatamente.
No por medio de una voz externa ni siempre por medio de una interna; no todas las veces por medio de un pasaje de las
Sagradas Escrituras, sino de la manera que le place, produciendo una satisfacción evidente de que estamos reconciliados con
Dios.
Todos están de acuerdo en que existe un testimonio; testimonio indirecto que siempre produce sus frutos; mas dudan algunos de
que haya un testimonio directo del Espíritu.
III. Prueba de que existe el testimonio directo.
1. Tomado de: el sentido claro de las Sagradas Escrituras (Romanos 8:16 y también 15; Gálatas 4:6).
2. De la urgencia del caso.
3. De la experiencia de los hijos de Dios.
IV. Objeciones.
1. A la prueba tomada de la experiencia. Respuesta. Sólo esto confirma las enseñanzas de las Sagradas Escrituras. A veces es
el único medio de certidumbre.
2. No prueba lo genuino de nuestra profesión. Respuesta. No tiene por objeto asegurar a otras personas, sino a nosotros
mismos y precede a toda profesión.
3. El “Espíritu Santo” y los “buenos dones” son idénticos. Respuesta. Esto no es del caso.
4. Se refieren las Sagradas Escrituras a los frutos, etc. Respuesta. Cierto, pero no niegan la existencia del testimonio directo.
5. No evita que seamos víctimas de una ilusión. Respuesta. El testimonio unido lo evita.
6. No es inútil.
7. Los falsos cristianos no deberían desacreditarlo.
V. Resumen. Dos deducciones prácticas.
SERMON XI
EL TESTIMONIO DEL ESPIRITU
DISCURSO II
Porque el mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu que somos hijos de Dios (Romanos 8: 16).
I. 1. Ninguno de aquellos que aceptan las Sagradas Escrituras como la Palabra de Dios puede dejar de apreciar la importancia de
semejante verdad; verdad revelada no sólo una vez o de una manera obscura o incidentalmente, sino con frecuencia y en
términos claros; solemnemente y con especial propósito, como quiera que es uno de los privilegios especiales de los hijos de Dios.
2. Y se hace tanto más necesario explicar y defender esta verdad, cuanto que la asedian peligros a derecha e izquierda. Si la
negamos, hay el riesgo de que nuestra religión degenere en meras formalidades; de que teniendo “la apariencia de piedad,” nos
olvidemos, si es que no negamos, “la eficacia de ella.” Si aceptamos esta verdad, mas sin entenderla nos exponemos a caer en
los extremos de un fanatismo impetuoso. Precisa mucho, por consiguiente, proteger en contra de esos peligros y por medio de
una exposición racional y escrituraria de tan importante verdad, a los que tienen el temor de Dios.
3. Y esto se hace mucho más necesario por cuanto que— con excepción de algunos discursos los cuales, lejos de afirmar,
parecen más bien destruir esta verdad—muy poco se ha escrito con claridad sobre el asunto, lo cual, no cabe la menor duda, se
debe en gran parte a las explicaciones informes, irracionales y antagónicas a las Sagradas Escrituras, que dieran algunos sin
entender “ni lo que hablan ni lo que afirman.”
4. Muy especialmente atañe a los metodistas, así llamados, el entender, explicar y defender esta doctrina; pues que forma gran
parte del testimonio que Dios les ha mandado dar ante todo el género humano, el Dios a cuya especial bendición en el
escudriñamiento de las Sagradas Escrituras y en la experiencia de sus hijos, se debe la restitución de esta gran verdad evangélica
que por tantos años estuvo casi perdida y olvidada.
II. 1. Empero, ¿qué cosa es el testimonio del Espíritu La palabra del original significa testimonio, atestación, aseveración. Así
por ejemplo: en I Juan 5:11: “Este es el testimonio;” el sumario de lo que Dios testifica en los escritos inspirados: “Que Dios nos ha
dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo.” El testimonio pues, que ahora consideramos es el que da el Espíritu de Dios a
nuestro espíritu y con nuestro espíritu; El es la persona que testifica y el testimonio que nos da es este: que somos “hijos de Dios.”
Los resultados inmediatos de este testimonio son los frutos del Espíritu, a saber: “Caridad, gozo, paz, tolerancia, benignidad,
bondad, fe, mansedumbre, templanza;” y sin éstos, la permanencia de dicho testimonio no es posible porque lo destruye
irremisiblemente la comisión de cualquier pecado exterior, la omisión de un deber a sabiendas o la rendición a cualquier pecado
interior; en una palabra: cualquiera cosa que contriste al Espíritu de Dios.
2. Recuerdo haber dicho hace muchos años, que es muy difícil encontrar en el lenguaje de los hombres, palabras adecuadas a
la explicación de las cosas profundas de Dios; y en verdad que no hay frases a propósito para expresar fielmente lo que el Espíritu
de Dios obra en sus hijos. Mas, a la par que dejamos lugar para que aquellos a quienes Dios enseña puedan modificar, templar o
bien fortalecer nuestra definición, diremos que el testimonio del Espíritu es una impresión interior en el alma, por medio de la cual
el Espíritu testifica directa e inmediatamente a mi espíritu que soy hijo de Dios; que Jesucristo me amó y se dio a sí mismo por mí;
que todos mis pecados están borrados y que yo, aun yo mismo, estoy reconciliado con Dios.
3. Después de veinte años de estudiar este asunto, no me siento llamado a retractar nada de lo anterior; ni alcanzo a concebir,
por otra parte, la manera de cambiar estas expresiones con el fin de aclarar su sentido. Sin embargo, si alguno de los hijos de Dios
puede indicar palabras que sean más adecuadas y conforme al sentido de la Palabra Divina, de buena voluntad retiraré las mías.
4. Téngase en cuenta mientras tanto, que con esto no pretendo inculcar el que el Espíritu de Dios testifique en voz perceptible
o exterior. No, pero ni por medio de una voz interior, si bien algunas veces esto puede acontecer; no supongo que acostumbre
tocar el corazón del hombre, aunque tal vez con frecuencia lo haga, con uno o más textos de las Sagradas Escrituras. Mas tal es
la influencia inmediata que siente el alma y la fuerza inexplicable de la obra divina, que los furiosos vientos y las turbulentas olas
se aquietan, dando lugar a una dulce calma; el corazón descansa como en los brazos del Señor Jesús, y el pecador queda
plenamente satisfecho de que se ha reconciliado con Dios, de que sus iniquidades son perdonadas y sus pecados cubiertos.
5. Ahora bien, ¿cuál es el punto de disputa en esta cuestión No es si existe o deja de existir el testimonio del Espíritu, ni si el
Espíritu testifica con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios; lo que nadie puede negar sin contradecir abiertamente las
Sagradas Escrituras, y acusar de mentiroso al Dios de la verdad. Por consiguiente, la existencia del testimonio del Espíritu es un
hecho que todos nosotros reconocemos.
6. Ni se duda de que haya un testimonio indirecto, la seguridad de que somos hijos de Dios. Este es casi el mismo, si no idéntico,
al testimonio de una buena conciencia para con Dios, y es el resultado de nuestro raciocinio y reflexión sobre aquello que sienten
nuestras almas; una deducción, hablando rigurosamente, que sacamos de la Palabra de Dios por una parte, y de nuestra propia
experiencia por otra. La Palabra de Dios enseña que todo aquel que tiene los frutos del Espíritu es hijo de Dios; la experiencia o
conciencia interna me dice que tengo los frutos del Espíritu; luego puedo deducir racionalmente y decir: “Por consiguiente, soy hijo
de Dios.” Este punto asimismo se admite, y por consiguiente, no ofrece discusión alguna.
7. Ni tampoco pretendemos decir que exista el testimonio del Espíritu sin el fruto del Espíritu; por el contrario, aseguramos que
esos frutos son el resultado inmediato de su testimonio, si bien no siempre en el mismo grado, aun cuando el testimonio tenga
lugar primeramente. El gozo y la paz no siempre tienen la misma estabilidad, pero ni aun el amor, puesto que ni aun el testimonio
mismo tiene siempre la misma firmeza y claridad.
8. El nervio de la cuestión está en si existe o no el testimonio directo del Espíritu; en si hay otro testimonio del Espíritu además
del que resulta de la conciencia de tener sus frutos.
III. 1. Que existe, lo creo firmemente; porque tal es el sentido natural y claro del texto: “El mismo Espíritu da testimonio a nuestro
espíritu que somos hijos de Dios,” y es evidente que aquí se mencionan a dos testigos, quienes unánimes testifican respecto de la
misma cosa: el Espíritu de Dios y nuestro propio espíritu. El finado obispo de Londres se asombraba como lo expresó en su
sermón sobre este texto, de que pudiese caber la menor duda respecto de dicho asunto, siendo que el sentido de las palabras
abunda en claridad. “El testimonio de nuestro propio espíritu,” dice el mencionado obispo, “es la conciencia de nuestra sinceridad”
o, más claramente, la conciencia de tener los frutos del Espíritu. Cuando nuestro espíritu tiene la conciencia de poseer “caridad,
gozo, paz, tolerancia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza,” podemos fácilmente deducir de estas premisas que
somos hijos de Dios.
2. Suponía ese gran hombre que el otro testimonio consiste en “la conciencia que tenemos de nuestras buenas obras” y
afirmaba que este es el testimonio del Espíritu de Dios. Pero la conciencia de las buenas obras está incluida en el testimonio de
nuestro propio espíritu; sí, y en sinceridad, aun conforme al sentido común de la palabra. Al escribir el Apóstol: “nuestra gloria es
esta: el testimonio de nuestra conciencia, que con simplicidad y sinceridad de Dios, no con sabiduría carnal, mas con la gracia de
Dios, hemos conversado en el mundo,” aplica indudablemente el calificativo de sinceridad a las palabras y acciones, en el mismo
grado que a las disposiciones y actitudes de la mente; de manera que este no es otro testimonio, sino el mismo que mencionó
antes, siendo la conciencia de nuestras buenas obras una de las manifestaciones o expresiones de la conciencia de nuestra
sinceridad y por lo tanto, este no es sino un solo testimonio. Ahora bien, el texto habla de dos testimonios: uno de los cuales no es
la conciencia de nuestras buenas obras ni de nuestra sinceridad, lo que, como claramente se ha demostrado, está contenido en el
testimonio de nuestro espíritu.
3. ¿Cuál es, pues, el otro testimonio Si el texto no fuese tan claro, fácilmente encontraríamos la respuesta en el versículo
anterior: “No habéis recibido el espíritu de servidumbre para estar otra vez en temor; mas habéis recibido el espíritu de adopción,
por el cual clamamos Abba, Padre,” al que inmediatamente sigue el texto: “Porque el mismo Espíritu da testimonio a nuestro
espíritu que somos hijos de Dios.”
4. Aclara más aún este sentido, el texto paralelo: “Por cuanto sois hijos, Dios envió el Espíritu de su Hijo en vuestros corazones el
cual dama: Abba, Padre” (Gálatas 4: 6). ¿No es esto algo inmediato y directo, diferente del resultado de la reflexión y el argumento
¿No clama el Espíritu: “Abba, Padre,” en vuestros corazones, en el momento en que os es dado, antes de que tenga lugar
cualquiera reflexión respecto de vuestra sinceridad, antes de cualquier razonamiento ¿Y no se hace este sentido de las palabras,
claro y patente a todos en el momento en que las escuchan Todos estos textos, por consiguiente, describen en su sentido más
obvio, el testimonio directo del Espíritu.
5. Que, por la misma naturaleza de las cosas, el testimonio del Espíritu de Dios debe anteceder al testimonio de nuestro espíritu,
fácilmente se deduce de esta simple consideración: debemos ser limpios de corazón y en nuestras costumbres, antes de poder
tener la conciencia de que lo somos; mas para obtener esta pureza, debemos amar a Dios, en El que está la fuente de toda
santidad. Pero no podemos amar a Dios sino hasta después de saber que El nos ama. Lo amamos, “porque él nos amó primero,”
y no podemos saber que nos ama hasta que el Espíritu dé testimonio a nuestro espíritu; hasta entonces no lo podremos creer, no
podremos decir: “Lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.”
Por consiguiente, si el testimonio del Espíritu precede al amor de Dios y a toda santidad, debe naturalmente anteceder a la
conciencia que de ese amor y pureza podamos tener.
6. Y muy a propósito viene a confirmar esta doctrina bíblica la experiencia de los hijos de Dios; no de dos o tres, ni de unos
cuantos, sino de una gran multitud que ningún hombre puede contar. En esta y en todas las épocas, ha sido confirmada por “una
gran nube de testigos” vivos o muertos. Vuestra experiencia y la mía, la confirman. El Espíritu mismo ha dado testimonio a mi
espíritu de que soy hijo de Dios; me lo hizo evidente y luego clamé: “Abba, Padre;” lo hice y lo hicisteis vosotros antes de
reflexionar, antes de tener la conciencia de los frutos del Espíritu Santo. De este testimonio que el alma recibe, emanan la caridad,
el gozo, la paz y demás frutos del Espíritu Santo.
7. Esto lo confirma no sólo la experiencia de los hijos de Dios—millares de los cuales están listos a declarar que antes de que
el Espíritu les diese su testimonio directo, no tenían la conciencia de gozar del favor de Dios, —sino también la de todos aquellos,
quienes convencidos de su pecado, sienten la ira de Dios que continuamente pesa sobre ellos. Nada puede satisfacer a éstos sino
el testimonio directo del Espíritu de que: “Seré propicio a sus injusticias, y de sus pecados y de sus iniquidades no me acordaré
más.” Decid a cualquiera de ellos: “Sabed que sois un hijo de Dios, reflexionad sobre lo que en vosotros ha llevado a cabo: amor,
gozo, paz,” e indudablemente os contestará luego: “debido a estas mismas reflexiones, sé que soy un hijo del diablo, no tengo
más amor de Dios que el mismo demonio; mi mente carnal es enemistad para con Dios; no me regocijo en el Espíritu Santo; mi
alma está triste hasta la muerte; no tengo paz; mi corazón es semejante a un mar tempestuoso; encuéntrome en medio de la
tormenta y en garras de la destrucción.”
¿Y qué podrá consolar a estas almas afligidas sino el testimonio divino—no de que son buenas y sinceras, de que obran en
conformidad con las Sagradas Escrituras no sólo en sus vidas, sino de corazón—de que Dios justifica al impío que hasta el
momento de su justificación es todo iniquidad—que no tiene ni la sombra de pureza, ni obra, ni lleva a cabo ninguna cosa
verdaderamente buena, sino hasta que tiene la conciencia de haber sido aceptado, debido no a obras de justicia que él haya
hecho, sino a la misericordia gratuita de Dios— sólo y únicamente por lo que el Hijo de Dios ha hecho y sufrido por él Y ¿puede
ser esto de otra manera, siendo “así que, concluimos ser el hombre justificado por fe sin las obras de la ley” Si así es, ¿qué
conciencia de bondad interior o exterior puede tener antes de su justificación Muy al contrario, ¿no es la persuasión de nuestra
imposibilidad absoluta de poder pagar, la conciencia de que en nosotros “no mora el bien,” interior ni exteriormente, indispensable,
esencial, antes de ser “justificados gratuitamente por su gracia, por la redención que es en Cristo Jesús” ¿Se ha justificado acaso
algún hombre desde que el Redentor vino al mundo, o podrá alguien justificarse antes de poder decir con toda sinceridad de
corazón “Señor, renuncio a toda pretensión y me condenaría in dudablemente y para siempre, si tú por mí no hubieses muerto”
8. Todo aquel, por consiguiente, que niega la existencia de ese testimonio, niega al mismo tiempo la justificación por la fe;
muestra que no ha sentido nunca esta experiencia, no ha sido jamás justificado o que se ha olvidado, como dice Pedro, de “la
purificación de sus antiguos pecados;” lo que él mismo sintió—la manera con que Dios contristó su alma antes de borrar sus
pecados pasados.
9. La experiencia misma de los hijos del mundo confirma la de los hijos de Dios; muchos de aquéllos desean agradar al Señor;
algunos se esfuerzan con el fin de servirle, pero ninguno de ellos pretende asegurar que tiene la conciencia de que sus pecados
han sido perdonados. Y sin embargo, muchos entre éstos saben que son sinceros y tienen—no cabe duda, hasta cierto grado—el
testimonio de su propio espíritu, la satisfacción de su probidad individual. Empero todo esto no produce en ellos la conciencia de
estar perdonados; la certidumbre de que son hijos de Dios. Por el contrario, mientras más sinceros son, mayor es la inquietud que
los agobia; lo cual demuestra que el testimonio aislado de nuestro espíritu, sin el testimonio directo de Dios, no basta para tener la
certeza de que somos sus hijos.
IV. Mas habiéndose opuesto objeciones en abundancia a esta gran verdad, bien es que consideremos las principales de ellas.
1. Objétase en primer lugar que no es suficiente la experiencia para probar una doctrina la cual no se funda en las Sagradas
Escrituras, lo que indudablemente es muy cierto y reconocemos como una verdad de gran importancia; pero en nada afecta la
presente cuestión porque, como se ha demostrado, esta enseñanza se basa en la Divina Palabra y, por consiguiente, alegamos
de buena fe que la experiencia la confirma.
Pero hombres locos, profetas franceses y toda clase de fanáticos se han figurado que tenían este testimonio. El que muchos se lo
hayan vanamente imaginado, si bien tal vez no pocos efectivamente lo hayan tenido perdiéndolo después, no es prueba de que
ninguno pueda tener en realidad este testimonio Así como el hecho de que algunos dementes se figuren ser reyes, no prueba que
no existan verdaderos reyes.
Muchos de aquellos que aceptan esta doctrina han protestado enérgicamente en contra del tenor de la Biblia. Muy bien puede ser,
pero esto no es una consecuencia legítima, puesto que, por otra parte, millares de los que la enseñan, tienen profunda veneración
por las Sagradas Escrituras.
Enhorabuena. Pero muchos se han engañado a sí mismos lastimosamente, y de tal manera que es casi imposible convencerlos
de su error.
Y sin embargo, lo mismo puede decirse de cualquiera doctrina de las Sagradas Escrituras, las que los hombres a veces tuercen
para su propia destrucción.
—Pero—dirá alguno, —yo asiento esta verdad como indudable, que el fruto del Espíritu es el testimonio del Espíritu. —No es una
verdad indudable, puesto que millares de personas no sólo tienen sus dudas respecto de ella, sino que la niegan abiertamente;
mas pasemos esto por alto. Si este testimonio es suficiente, no tenemos necesidad de ningún otro; pero es suficiente, a no ser en
uno de estos casos: primero, la ausencia completa de los frutos del Espíritu. Y tal es el caso cuando por primera vez se recibe el
testimonio directo. Segundo, el no percibirlo, porque en este caso, esforzarse es tratar de gozar de la gracia de Dios, mas no el
tener la conciencia de ese favor. Muy cierto—el no percibirlo entonces de ninguna otra manera, sino por medio del testimonio que
con tal fin se recibe es lo que sostenemos. Afirmamos que el testimonio directo resplandece con toda claridad, aun cuando el
indirecto esté envuelto en una nube.
2. Objétase, en segundo lugar: El fin del testimonio en cuestión es probar lo genuino de nuestra profesión, pero no lo prueba.
Contesto, que no nos proponemos tal fin, puesto que el testimonio es anterior a toda profesión que hacemos, excepto la que se
refiere a nuestro estado de pecadores perdidos, culpables, desgraciados y desamparados. El fin de este testimonio es asegurar a
aquellos a quienes es dado, que son hijos de Dios; que están “justificados gratuitamente por su gracia, por la redención que es en
Cristo Jesús,” lo que no indica que sus pensamientos, palabras y hechos anteriores hayan sido conforme a las Sagradas
Escrituras, sino muy al contrario, que eran pecadores consumados, de corazón y en sus obras. De otra manera Dios justificaría a
los justos y sus obras les serían contadas por justicia. Mucho me temo que la base en que se funden todas estas objeciones, sea
la suposición de que somos justificados por nuestras propias obras; porque ninguno de los que firmemente creen que Dios imputa
justicia sin obras a todos aquellos que están justificados, tendrá la menor dificultad en creer que el testimonio del Espíritu viene
antes que los frutos.
3. Se objeta, en tercer lugar, que mientras uno de los evangelistas dice: “Vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que
lo pidieren de él,” en otro se lee: “dará buenas cosas;” lo que plenamente demuestra que el Espíritu da testimonio por medio de
buenos dones. A la verdad que nada hay en estos dos textos referente a dar testimonio, y por consiguiente, hasta que la objeción
tenga más peso, habremos de pasarla por alto.
4. La cuarta objeción es esta: La Palabra de Dios dice que cada árbol por su fruto es conocido, “Examinadlo todo;” “Probad los
espíritus;” “Examinaos a vosotros mismos.” Es muy cierto y, por consiguiente, todo aquel que tiene el testimonio en sí mismo, debe
probar si es de Dios; si se siguen los frutos, entonces lo es, si no, no; porque cada árbol por su fruto es conocido y de esta manera
se puede probar si el testimonio viene de Dios.
Empero, se agrega, “la Palabra de Dios nunca hace referencia a este testimonio directo.” De una manera aislada, o como el único
testimonio, ciertamente que no; pero sí lo menciona en unión de otro, como dando un testimonio unido; testificando con nuestro
espíritu que somos hijos de Dios y ¿quién nos probará que no es tal el sentido de este pasaje Examinaos a vosotros mismos si
estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿No sabéis que Cristo está en vosotros Bien claro es que supieron esto por medio de
un testimonio directo a la vez que remoto pues, ¿cómo podrán probar que no lo supieron primeramente por un movimiento de la
conciencia y después por el amor, el gozo y la paz
“Mas las Sagradas Escrituras mencionan constantemente el testimonio que resulta de ese cambio interior y exterior.” Es un hecho
al cual nos referimos con mucha frecuencia para probar que existe el testimonio del Espíritu.
“A pesar de todo esto, las señales que usted ha dado para poder distinguir entre la obra del Espíritu de Dios y una ilusión o
engaño, se refieren todas al cambio que se obra en nosotros mismos.” No cabe la menor duda; esto es igualmente cierto.
5. Objetan algunos, en quinto lugar, que el testimonio directo del Espíritu no nos evita el peligro de caer en el más craso engaño.
“Es justo aceptar,” dicen, “un testimonio que no ofrece ninguna seguridad, que tiene que apelar a otras cosas para probar sus
aserciones” A lo que contesto: Para defendernos y evitar que caigamos en el engaño, Dios nos da dos testimonios de que somos
sus hijos, los cuales testifican acordes; por consiguiente, “lo que Dios juntó, no lo aparte el hombre.” Y mientras que estos dos
testimonios estén unidos, no podemos engañarnos; su testimonio es de aceptarse; merecen en el más alto grado nuestra
aceptación y de ninguna otra cosa necesitan para probar sus aserciones.
“Empero, el testimonio directo sólo afirma, mas no prueba nada.” “En boca de dos o tres testigos conste toda palabra,” y al
testificar el Espíritu con nuestro espíritu, según la voluntad de Dios, prueba plenamente que somos hijos de Dios.
6. La objeción sexta es la siguiente: “Admite usted que cierto cambio es suficiente testimonio, excepto en caso de cruentos
sufrimientos como el de nuestro Salvador en la cruz; pero ninguno de nosotros puede sufrir de esa manera.” Mas usted y yo, así
como cualquier otro hijo de Dios, podemos sufrir de tal manera que nos sería imposible conservar en el corazón la confianza filial
que tenemos en Dios, a no ser por el testimonio directo que su Espíritu nos da.
7. Por último, se objeta que: “Entre los defensores más extremistas de esta doctrina hay personas muy poco caritativas y
sumamente soberbias.” Tal vez algunos de los defensores más bulliciosos sean personas soberbias y poco caritativas; pero por
otra parte, muchos de los creyentes más firmes en este punto, son de conocida modestia y mansedumbre de corazón; de hecho y
en realidad, verdaderos discípulos del Maestro.
Contienen las objeciones anteriores, que son a la verdad las más importantes que he oído, la fuerza del argumento, y sin
embargo, creo firmemente que cualquiera persona que pese las respuestas ofrecidas, verá muy a las claras que las tales
objeciones no destruyen, —ni siquiera debilitan—la evidencia de esa gran verdad: que el Espíritu de Dios testifica, tanto directa
como indirectamente, que somos hijos de Dios.
V. 1. Resumiendo: El testimonio del Espíritu consiste en esa impresión interior que reciben las almas de los creyentes por medio
de la cual testifica el Espíritu de Dios con su espíritu que son hijos de Dios. No se pone en duda la existencia del testimonio del
Espíritu, sino si ese testimonio es directo; si hay otro además del testimonio que ofrece la conciencia de tener los frutos del
Espíritu. Creemos que lo hay, pues este es el sentido claro y natural del texto, que ilustran tanto las palabras del versículo anterior
como las del pasaje paralelo en la Epístola a los Gálatas. En el curso natural de las cosas, el testimonio debe preceder al fruto. La
experiencia de muchos hijos de Dios—la de todos aquellos quienes convencidos de su pecado no pueden encontrar descanso
sino hasta que reciben el testimonio directo, y aun la de los mismos hijos del mundo quienes, no teniendo el testimonio en sí mis-
mos abiertamente y a una declaran que nadie sabe si sus pecados han sido perdonados—viene a confirmar esta sana in-
terpretación de la Divina Palabra.
2. Y puesto que se nos objeta no ser la experiencia suficiente para probar una doctrina que no esté confirmada por las Sagradas
Escrituras; que locos y fanáticos de todas clases se han imaginado tener este testimonio; que el fin de tal testimonio es probar lo
genuino de nuestra profesión, el cual fin no consigue; que está escrito en las Sagradas Escrituras; “Cada árbol por su fruto es
conocido,” “Examinaos a vosotros mismos,” “Probad los espíritus,” y que al mismo tiempo no se hace mención en todo el Libro de
Dios, de ese testimonio directo; que no nos evita caer en los engaños más crasos y, por último, que el cambio en nosotros
producido es un testimonio suficiente, excepto en caso de cruentos sufrimientos como los que Cristo padeció, contestamos: (1) La
experiencia es suficiente para confirmar una doctrina basada en las Sagradas Escrituras. (2) El que muchos se figuren tener cierta
experiencia que en realidad no tienen, no es argumento en contra de la verdadera experiencia. (3) El fin de ese testimonio es
asegurarnos que somos hijos de Dios y no cabe duda que consigue su objeto. (4) El verdadero testimonio del Espíritu se conoce
por sus frutos: “caridad, gozo, paz;” frutos que no preceden, sino que le siguen. (5) No se puede probar que las palabras del texto
se refieran sólo al testimonio indirecto y no al directo siguiente: “¿No sabéis que Cristo está en vosotros” (6) El Espíritu de Dios
testificando con nuestro espíritu, nos evita ser víctimas de ilusiones o engaños y, por ultimo, todos estamos expuestos a sufrir
grandes pruebas, en las que, no siendo suficiente el testimonio de nuestro propio espíritu, necesitaríamos, para estar seguros de
que somos hijos de Dios, del testimonio directo del Espíritu divino.
3. De todo esto podemos deducir dos cosas: primera, que ninguna persona debe confiar en el supuesto testimonio del Espíritu
cuando éste no vaya acompañado de sus respectivos frutos. Si efectivamente el Espíritu de Dios testifica que somos hijos de Dios,
la consecuencia natural serán los frutos del mismo Espíritu: “caridad, gozo, paz, tolerancia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre,
templanza,” y por más que la tentación obscurezca estos frutos de tal manera que el alma no los pueda discernir, mientras
Satanás la zarandea como a trigo, sin embargo, la sustancia de dichos frutos permanece aun en medio de la más espesa nube. Es
muy cierto que el gozo en el Espíritu puede abandonarnos en el día de la prueba; que el alma se entristece en gran manera,
especialmente en la “hora y la potestad de las tinieblas;” pero ese júbilo se nos devuelve con abundancia de tal manera que nos
regocijamos “con gozo inefable y glorificado.”
4. La segunda deducción es que nadie debe confiar en frutos supuestos del Espíritu, sin el testimonio de éste. Pueden muy bien
existir mucho antes de que tengamos el testimonio en nosotros mismos; antes de que el Espíritu de Dios haya testificado con
nuestro espíritu que “tenemos redención por la sangre de Jesucristo, la remisión de pecados,” presciencias de gozo, paz y amor
no ilusorias, sino realmente venidas de Dios. Más aún, pueden existir en cierto grado la tolerancia, benignidad, bondad, fe,
mansedumbre, templanza— no en apariencia, sino, hasta cierto grado, en realidad, debido a la gracia de Dios—antes de que
seamos “aceptos en el Amado” y, por consiguiente, de tener el testimonio de nuestra aceptación, siendo peligroso el demoramos
en esta parte del camino, donde, a la verdad, corren nuestras almas gran peligro. Si tuviéramos la verdadera sabiduría,
clamaríamos a Dios sin cesar, hasta que su Espíritu clamase en nuestro corazón: “Abba, Padre.” Tal es el privilegio de todos los
hijos de Dios, sin el cual jamás podremos estar seguros de que somos sus hijos, ni conservar nuestra tranquilidad de espíritu ni
evitar las dudas y temores que nos causan perplejidad. Empero, una vez recibido el Espíritu de adopción, esta “paz que sobrepuja
todo entendimiento,” que destruye toda pena, duda y temor, guarda “nuestros corazones y mentes en Cristo Jesús.” Cuando ese
Espíritu ha producido en nosotros el fruto genuino y toda santidad interior y exterior, se hace evidente que la voluntad de aquel
que nos llama, es darnos siempre lo que una vez le plugo conceder; de manera que no hay la menor necesidad de que jamás nos
falte el testimonio del Espíritu de Dios o el de nuestro propio espíritu: la conciencia de que andamos en toda justicia y santidad.
PREGUNTAS SOBRE EL SERMON XI
1. (I. 1). ¿Qué se dice de la doctrina que el texto enseña 2. (I. 2). ¿Por qué se hizo necesario defenderla y explicarla 3. (I. 3).
¿Qué cosa lo hacía más necesario 4. (I. 4). ¿A quiénes atañe esto más especialmente 5. (II. 1). ¿Cuál es el significado de la
palabra en griego 6. (II. 2). ¿Qué sermón cita Respuesta. El sermón anterior que es el X (I. 7). 7. (II. 3). ¿Qué dice al cabo de
veinte años de considerar el asunto 8. (II. 4). ¿Qué dice respecto de la voz interior y exterior 9. (II. 5). ¿Están todos de acuerdo
respecto de la existencia del testimonio del Espíritu 10. (II. 6). ¿Qué se dice del testimonio indirecto 11. (II. 7). ¿Está el testimonio
separado de los frutos 12. (II. 8). ¿Cuál es entonces, el punto de discusión 13. (III. 1). ¿Cuál es el sentido claro y natural del texto
14. (III. 2). ¿Qué dice el obispo de Londres sobre el particular 15. (III. 3). ¿Cuál es el otro testimonio 16. (III. 4). ¿De qué otra
manera explica éste 17. (III. 5). ¿Antecede este testimonio divino al nuestro 18. (III. 6). ¿De qué manera se confirma esta opinión
19. (III. 7). ¿Qué otra cosa la confirma 20. (III. 8). ¿Qué consecuencia trae el negar esta doctrina 21. (III. 9). ¿De qué manera
confirma esta doctrina la experiencia de los hijos del mundo 22. (IV. 1). ¿Cuál es la primera objeción 23. (IV. 2). ¿La segunda 24.
(IV. 3). ¿Qué otra 25. (IV. 4). ¿La que se menciona en este párrafo 26. (IV. 5). ¿De qué manera se coteja el lenguaje de los
evangelistas 27. (IV. 6). ¿Qué argumentos se presentan aquí 28. (IV. 7). ¿Qué cosa concede en este párrafo a los que objetan 29.
(IV. 8). ¿De qué manera se nos evita ser víctimas de ilusiones 30. (IV. 9). ¿Qué respuesta da a la objeción sexta 31. (IV. 10).
¿Cómo contesta la última 32. (V. 1). ¿A qué se reduce todo esto 33. (V. 2). Repita usted el argumento contenido en este párrafo.
34. (V. 3). ¿Qué dos deducciones saca del asunto 35. (V. 4) ¿Cómo concluye el sermón