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La representación del territorio hispanoamericano durante el siglo XVI. Manuel Morato Moreno En el seno de la nueva sociedad renacentista surgió una preocupación por la repre- sentación gráfica del terreno que se vio acrecentada con los descubrimientos de los nue- vos territorios americanos, que motivaron abundantes levantamientos planimétricos durante todo el siglo XVI. Los trabajos cartográficos en la España del siglo XVI revis- ten pronto una importancia excepcional debido a las exigencias de la expansión ultrama- rina. Se desarrollaron en esta época diversos métodos empíricos para la realización de mapas y planos, tanto de terrenos como de fortificaciones, de los que podemos ver nu- merosos ejemplos en los documentos cartográficos que han sobrevivido de aquel perío- do. 1 Por otro lado, aunque en menor medida, también encontramos documentos carto- gráficos sobre Hispanoamérica en la época colonial, dibujados de acuerdo con los prin- cipios desarrollados en la Italia del siglo XVI. Estas dos formas de concebir y represen- tar el territorio -empírica y científica- entraron en contacto, produciéndose una mezcla que dio como consecuencia una cartografía híbrida distinta a todo lo que se conocía hasta entonces. La difusión de los métodos topográficos y cartográficos que se venían utilizando en Europa durante los siglos XV y XVI, alcanzó al Nuevo Mundo de forma desigual. Coexistieron en la misma época y sobre el mismo área geográfica, procedimientos tan dispares como los que se generaron para la determinación de las longitudes, de un alto nivel científico, y los métodos que utilizaron los pintores indígenas o tlacuilos que ya tenían una tradición pictórica y cartográfica de la época prehispánica, y que en su mayo- ría fueron formados por los frailes en las escuelas monásticas, 2 donde comenzó a gestar- se un estilo que mezclaba las tradiciones pictóricas nativas con las convenciones de re- presentación españolas. Por otro lado, en la metrópolis, el objeto de la cartografía de la Casa de la Contratación en Sevilla fue proporcionar información de primera mano sobre América, de la que se sirvió el resto de Europa. No obstante, sus cosmógrafos realizaron mapas universales, describiendo todo el mundo conocido, siguiendo el modelo de los portulanos medievales, detallando los contornos costeros, sin profundizar en la repre- sentación de las tierras del interior continental. La representación gráfica de las regiones situadas tierra adentro produjo una car- tografía local, en un intento de completar la que se ocupó de la definición del continente americano a través de sus contornos. Dentro de este diverso conjunto de representacio- nes, podemos distinguir aquellas que hicieron los ingenieros al servicio de la Corona española y la cartografía realizada por los funcionarios locales y los pintores indígenas, en el magno proyecto que significaron las Relaciones Geográficas de Indias. Los traba- jos cartográficos de los pintores indígenas combinaron elementos de origen diverso, unos españoles y otros prehispánicos, caracterizados por la utilización de un arte picto- gráfico apoyado en esquemas y convenciones de una inmediata lectura; así como otros recién inventados en el contexto colonial. 1 José María Gentil Baldrich, Método y aplicación de representación acotada (Madrid: Bellisco, 1989), 9. 2 Barbara E. Mundy, The Mapping of New Spain: Indigenous Cartography and the Maps of the Rela- ciones Geograficas (Chicago: University of Chicago Press, 2000), 80.

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Page 1: La representación del territorio hispanoamericano en el s XVI_ M Morato

La representación del territorio hispanoamericano durante el siglo

XVI. Manuel Morato Moreno

En el seno de la nueva sociedad renacentista surgió una preocupación por la repre-sentación gráfica del terreno que se vio acrecentada con los descubrimientos de los nue-vos territorios americanos, que motivaron abundantes levantamientos planimétricos durante todo el siglo XVI. Los trabajos cartográficos en la España del siglo XVI revis-ten pronto una importancia excepcional debido a las exigencias de la expansión ultrama-rina. Se desarrollaron en esta época diversos métodos empíricos para la realización de mapas y planos, tanto de terrenos como de fortificaciones, de los que podemos ver nu-merosos ejemplos en los documentos cartográficos que han sobrevivido de aquel perío-do.1 Por otro lado, aunque en menor medida, también encontramos documentos carto-gráficos sobre Hispanoamérica en la época colonial, dibujados de acuerdo con los prin-cipios desarrollados en la Italia del siglo XVI. Estas dos formas de concebir y represen-tar el territorio -empírica y científica- entraron en contacto, produciéndose una mezcla que dio como consecuencia una cartografía híbrida distinta a todo lo que se conocía hasta entonces.

La difusión de los métodos topográficos y cartográficos que se venían utilizando en Europa durante los siglos XV y XVI, alcanzó al Nuevo Mundo de forma desigual. Coexistieron en la misma época y sobre el mismo área geográfica, procedimientos tan dispares como los que se generaron para la determinación de las longitudes, de un alto nivel científico, y los métodos que utilizaron los pintores indígenas o tlacuilos que ya tenían una tradición pictórica y cartográfica de la época prehispánica, y que en su mayo-ría fueron formados por los frailes en las escuelas monásticas,2 donde comenzó a gestar-se un estilo que mezclaba las tradiciones pictóricas nativas con las convenciones de re-presentación españolas. Por otro lado, en la metrópolis, el objeto de la cartografía de la Casa de la Contratación en Sevilla fue proporcionar información de primera mano sobre América, de la que se sirvió el resto de Europa. No obstante, sus cosmógrafos realizaron mapas universales, describiendo todo el mundo conocido, siguiendo el modelo de los portulanos medievales, detallando los contornos costeros, sin profundizar en la repre-sentación de las tierras del interior continental.

La representación gráfica de las regiones situadas tierra adentro produjo una car-tografía local, en un intento de completar la que se ocupó de la definición del continente americano a través de sus contornos. Dentro de este diverso conjunto de representacio-nes, podemos distinguir aquellas que hicieron los ingenieros al servicio de la Corona española y la cartografía realizada por los funcionarios locales y los pintores indígenas, en el magno proyecto que significaron las Relaciones Geográficas de Indias. Los traba-jos cartográficos de los pintores indígenas combinaron elementos de origen diverso, unos españoles y otros prehispánicos, caracterizados por la utilización de un arte picto-gráfico apoyado en esquemas y convenciones de una inmediata lectura; así como otros recién inventados en el contexto colonial.

1 José María Gentil Baldrich, Método y aplicación de representación acotada (Madrid: Bellisco, 1989), 9. 2 Barbara E. Mundy, The Mapping of New Spain: Indigenous Cartography and the Maps of the Rela-

ciones Geograficas (Chicago: University of Chicago Press, 2000), 80.

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La cartografía realizada por los funcionarios coloniales, se caracteriza por la utili-zación de convenciones perfectamente reconocibles desde la óptica occidental. Depen-diendo de la cualificación de sus autores, encontramos mapas que están orientados y realizados a escala, lo que implica un proceso previo de medición sobre el terreno y la utilización de instrumentos. Otros, en cambio, presentan una realización tosca, sin esca-la, orientación ni indicios de que se realizaran mediciones. A pesar de sus particularida-des, estas representaciones parciales del interior continental constituyen, en su conjunto, imágenes que mezclan dos concepciones del mundo basadas en la tradición española renacentista y en la cultura prehispánica, imbuida de simbolismo.

Los proyectos llevados a cabo en Europa, con objeto de conocer las tierras y ciu-dades que pertenecían al imperio español de Felipe II, fueron también dirigidos poste-riormente a la América española, encargándose de su dirección y organización a los cosmógrafos Alonso de Santa Cruz (c. 1505-1567) y Juan López de Velasco (c. 1535-1598). Santa Cruz fue cosmógrafo real entre 1563 y 1567, periodo durante el cual estu-vo empeñado en hacer visible América a través del conocimiento directo de su realidad mediante las imágenes de su territorio. En 1571 el presidente del Consejo de Indias, Juan de Ovando, nombra a López de Velasco cosmógrafo real y cronista mayor del Consejo, convirtiéndose en el primer titular del cargo, y le encarga la creación de un definitivo atlas-crónica del Nuevo Mundo, que se va a basar en la información que se esperaba obtener de las llamadas Relaciones Geográficas de Indias.

El programa de Ovando pretendía llevar a cabo una descripción geográfica riguro-sa y precisa tanto en España como en el Nuevo Mundo, que incluía la determinación de las coordenadas geográficas de los lugares por métodos astronómicos.3 Como medida previa al levantamiento de estos mapas, López de Velasco envía a Nueva España al geógrafo y cosmógrafo portugués Francisco Domínguez y Ocampo, con la misión de realizar mapas de carácter general, de conjunto o planos guía, al objeto de que en ellos se pudieran emplazar los planos regionales y locales que se obtuviesen como respuesta a la encuesta de las Relaciones Geográficas. No obstante, este encargo fue un completo fracaso, puesto que Domínguez no llegó a realizar un solo mapa.4

El proyecto, iniciado por Alonso de Santa Cruz y continuado cuatro años más tar-de por Juan López de Velasco, buscaba la confección de mapas generales, desglosables en otros tantos particulares, con los que componer un atlas geográfico y corográfico del Nuevo Mundo, que lo hiciesen visible en la distancia a los ojos de su rey en España. Los mapas geográficos estarían ordenados por un sistema de coordenadas de longitudes y latitudes, mostrando las características geográficas: montañas, ríos, lagos, volcanes, líneas de costa, arrecifes, islas, etc. Por otro lado, los planos corográficos destacarían detalles formales -vistas- de los distintos asentamientos urbanos.

En teoría, el mapa del Nuevo Mundo era posible ya que se postularon principios racionales, que eran la base de la cartografía de la época y que podrían aplicarse sobre cualquier territorio, en cualquier lugar del mundo. En una primera fase, Alonso de Santa Cruz, y posteriormente Juan López de Velasco, planificaron establecer una proyección geométrica de América, sobre la base de una retícula de longitud y latitud, que durante mucho tiempo había sido teorizada [por Ptolomeo], pero nunca realizada al completo.

Una segunda fase fue iniciada por Felipe II, quien encargó el estudio de un pro-yecto para Nueva España que permitiese obtener los mapas geográficos de la colonia, 3 Luis García Ballester, Historia de la ciencia y de la técnica en la Corona de Castilla, vol. 3 (Valladolid: Junta de Castilla y León, Consejería de Educación y Cultura, 2002), 336. 4 Mundy, The Mapping of New Spain, 19.

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similares a las que estaba realizando Pedro Esquivel de la Península Ibérica.5 Tanto con la estructuración de una red de longitudes y latitudes, como con una amplia inspección realizada mediante encuestas, permitiría a los cosmógrafos elaborar mapas geográficos del Nuevo Mundo de tipo ptolemaico, es decir con un sistema de coordenadas geográfi-cas que permitiera no sólo cuantificar la extensión del continente americano, sino tam-bién establecer la situación de éste con relación al resto del mundo conocido. Hacia la representación completa del mundo

El descubrimiento de América supuso una revolución cartográfica en la Europa renacentista, por cuanto se hacía necesaria una nueva definición del ecúmene hasta en-tonces conocido. Surge así una cartografía global o cosmográfica, cuyo propósito era completar la imagen del mundo -imago mundi- con la incorporación de los nuevos terri-torios. Estas cartas tuvieron por objeto primordial la ayuda en la navegación a las Indias. Está vinculada estrechamente al desarrollo de la astronomía y a los sistemas de medi-ción de longitud y latitud geográficas, a través de sus propios sistemas de proyección gráfica de meridianos y paralelos. En un principio, se preocupó fundamentalmente por la definición de los litorales del Nuevo Mundo, comenzando por su perfil oriental, y de la forma general de su territorio. En su mayoría, estas cartas se trazaron en Sevilla por los cartógrafos y cosmógrafos de la Casa de la Contratación, y eran compiladas a partir de los bocetos de los navegantes, que representaban las regiones que fueron reconocidas por ellos y que no se trataron de adecuar a los conceptos geográficos heredados de Pto-lomeo (ver Figura 2). Aunque en menor medida, también en el resto de Europa se reali-zaron mapamundis incluyendo al nuevo continente, éstos, al igual que los realizados en Sevilla, registraban muy pocos elementos del interior, más allá de los grandes núcleos de población y los principales puertos. Estos mapas todavía se clasifican dentro de la categoría de portulanos, aunque creemos más correcto considerar a estas representacio-nes como una evolución de los portulanos a los planisferios y mapamundis. Todos los mapas manuscritos y la mayoría de los impresos, se realizaron durante el descubrimien-to y la conquista, es decir, entre 1492 y 1560. Mapas científicos: producción cartográfica de la Casa de la Contratación

La Casa de la Contratación, consecuencia de los descubrimientos atlánticos, fue creada por Real Cédula de 14 de febrero de 1503, promulgada por los Reyes Católicos en Alcalá de Henares, como lugar donde centralizar el comercio y organizar las flotas de Indias. La Casa tuvo su primera sede en Sevilla, donde permaneció hasta su traslado a Cádiz en 1717, donde en 1790 se decretó su extinción. En principio la Casa de la Con-tratación fue creada para organizar el comercio con las tierras recién descubiertas, como monopolio del gobierno de la Corona a imitación de la Casa da India de Lisboa. Sin embargo sus funciones pronto se vieron ampliadas, ejerciendo fundamentalmente una triple misión: dirigir el comercio y la navegación con la colonia, tribunal de justicia mercantil e institución científica donde se estudiaba, enseñaba y resolvían los problemas marítimos y cartográficos. Por real provisión de 6 de agosto de 1508 se creó la figura del piloto mayor que recayó en Américo Vespucio (Florencia, 1454–Sevilla, 1512), a quien también se le otorgó la facultad de examinar a los pilotos que iban a las Indias:

5 Pedro Esquivel fue Catedrático de Matemáticas en la Universidad de Alcalá de Henares, su ciudad natal. Como cosmógrafo, estuvo al servicio de Carlos V y de su hijo Felipe II, quien le encargó la realización de un mapa geodésico de España, que se inició en 1551 y quejó inacabado a su muerte, en 1570.

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Que se haga un Padrón general y porque se haga más cierto mandamos a los nues-tros oficiales de la Casa de Contratación de Sevilla que hagan juntar todos nues-tros pilotos, los más que hallaren en tierra a la sazón, y en presencia de vos el di-cho Américo Vespucio, nuestro piloto mayor, se ordene y haga un padrón general, el cual se llame padrón real, y por el cual todos los pilotos se hayan de regir y go-bernar y esté en poder de los dichos nuestros oficiales y de vos el dicho piloto mayor que ningún piloto use de otro ninguno, sino del que fuera sacado de él.6

Con esta orden se pretendía unificar conocimientos y que todos los pilotos utiliza-ran las mismas cartas, contrastadas y puestas al día. Este sería el padrón o modelo de carta de navegar, junto con los modelos del resto de los instrumentos de navegar como astrolabio, ballestilla, aguja de marear [brújula] y regimiento de navegación o arte de navegar,7 al que solo los cosmógrafos oficiales tendrían acceso y quedaría en la Casa de la Contratación. De este modelo se sacaban las copias oficiales que generalmente hacía y vendía el cosmógrafo de hacer cartas de navegar y sellaba el piloto mayor y que de-bían llevar todas las flotas a Indias. Este documento se renovaba y corregía cada cierto tiempo con las novedades que traían los pilotos que, una vez contrastadas en juntas de pilotos, se incorporaban al padrón oficial. A lo largo del siglo XVI se producen varias reales cédulas del Consejo de Indias instando a los pilotos y cosmógrafos a reunirse para rectificar el padrón.

En la Figura 1 se reproduce una versión del primer padrón incluida en el Islario General de Alonso de Santa Cruz.8 Se representa América desde California a la Florida por el norte y la costa del Perú, las Antillas y la costa de Venezuela por el sur. Tiene la línea del Ecuador graduada de 5 en 5 grados, una escala gráfica o tronco de leguas y una doble escala de latitud con dos grados de diferencia entre una y otra, que atraviesa el golfo de California; lo que hace pensar que también Santa Cruz había adoptado esta solución para contrarrestar la desviación de la aguja magnética, como hacían ya una parte de los pilotos de la Casa de la Contratación.9

La carta está organizada sobre un único nudo de rumbos u ombligo, situado en la zona de Nicaragua, aunque no se han dibujado rosas de los vientos, muy habituales en otras cartas universales. La mitad sur de California se ha representado como isla, al igual que Yucatán, aunque muy pegada al continente. El interior del continente ameri-cano se aprecia representaciones escenográficas de montañas y poblaciones.

El Islario de Santa Cruz, heredado por los cosmógrafos mayores del Consejo de Indias que le sucedieron, López de Velasco y García de Céspedes, fue pauta inicial para la confección de padrones parciales y normalizados para la navegación en todos los ma-res del mundo, como los que elaboró García de Céspedes a finales del siglo XVI. El mismo Alonso de Santa Cruz en la carta al rey con la que da comienzo al Islario explica cuál era el fin que perseguía con su obra: “Me pareció que para ello era bien abrir y en-

6 Real provisión otorgando el título de Piloto Mayor a favor de Américo Vespucio, Valladolid, 6 agosto 1508, Archivo General de Simancas (AGS), Simancas, registro del sello, RGS/-01508-VIII-1. Al respecto puede consultarse también: Examen de los pilotos a Indias, Valladolid, 6 de agosto 1508, Archivo General de Indias (AGI), Sevilla, Indiferente, 1961, L. 1, F. 65V-67. 7 Véase: AGI, Sevilla. Indiferente General, 1957, L. 6, F. 12-14 vto. 8 Alonso de Santa Cruz, Islario general de todas las islas del mundo, 1539-1560. El manuscrito se con-serva en Madrid, en la Biblioteca Nacional. 9 Luisa Martín Merás, Cartografía marítima hispana. La imagen de América (Barcelona: Lunwerg, 1993), 102.

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señar el camino, demostrándole por figuras pintadas y escritas todas las islas que hasta ahora son conocidas y descubiertas, con las distancias y derrotas por do se han de cami-nar para ellas y las historias que de cada una de ellas se pudiesen hallar, con antigüeda-des”.10

Figura 1. Islario General. Primer padrón: América Central. Alonso de Santa Cruz, 1545. Biblioteca Nacional. Madrid.

El padrón no se limitó a representar los nuevos territorios descubiertos, sino que

era una carta o mapa universal que representaba todo el mundo conocido hasta entonces. Para mayor comodidad estaba dividido en seis partes, llamadas también padrones o cuarterones y según el lugar por donde se fuera a navegar, se adquiría una u otra parte. Aunque también se podía encargar abarcando una zona geográfica distinta de las seis que se vendían normalmente.11 No obstante, cuando se hablaba de corregir el padrón fundamentalmente se refería a la parte de la carta geográfica que representaba América, que era donde se producían los avances geográficos, o a la zona asiática navegada por los portugueses. Era poco probable que se corrigiera el padrón que representaba el Me-diterráneo, o la parte de África por donde los españoles no navegaban.

Por tanto, la Casa de la Contratación no se instituyó para cumplir funciones de ca-rácter científico, sino mercantiles, fiscales, de organización y de defensa del tráfico ma-rítimo con las Indias. Después se creó y sostuvo en ella el órgano destinado a acopiar la información geográfica e hidrográfica obtenida por los pilotos, que los cartógrafos de la Casa vertían en el Padrón Real, modelo del que se sacaban las copias para el uso de los navegantes. Esta tarea, de base empírica, requería una labor metódica y de conjunto,

10 Alonso de Santa Cruz, Islario General, prólogo, AGI, Sevilla, Patronato, 260, N. 2, R. 6. 11 Martín Merás, Cartografía marítima hispana, 74.

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prolongada durante décadas, que contribuyó -de forma aún no analizada- al progreso del saber humano en los campos técnico y científico de la cartografía, la cosmografía y la náutica, disciplinas avanzadas en el panorama de la especulación intelectual a finales de la Edad Media y comienzos de la Moderna.12

Su organización científica fue posterior a su organización comercial -razón prin-cipal por la que fue creada- y se fue elaborando y compilando a lo largo del tiempo en virtud de las exigencias y retos científicos que fueron planteando las navegaciones atlánticas. El objeto de la cartografía de la Casa de la Contratación fue fundamentalmen-te americano y sus pilotos y cosmógrafos proporcionaron información de primera mano sobre América, de la que se sirvió el resto de Europa. Se realizaron cartas universales, donde está reseñado todo el mundo conocido, siguiendo el modelo artístico, que no científico, de los portulanos. Los contornos costeros se dibujan, en general, con rigurosa exactitud y abundante toponimia; se interrumpe el trazado de la costa allí donde aún no han llegado los descubridores y por tanto no se tienen noticias de primera mano.13

Si por constitución la Casa de la Contratación no fue un centro dedicado a cumplir funciones científicas, sino prácticas, en el curso del siglo XVI quienes trabajaron en ella especularon sobre las técnicas y modos de representación y trazado de cartas útiles para la navegación, desarrollando en este aspecto una auténtica labor científica. Las normas contenidas en los mandatos de creación y revisión del Padrón Real incluían ya disposi-ciones metódicas de trabajo para velar por la exactitud en el trazado de cartas y la for-mación de pilotos expertos en su profesión. La ulterior normativa reguladora de las fun-ciones cosmográficas y náuticas de la Casa, recogidas en las ordenanzas de esta institu-ción y en las del Consejo de Indias, sentaba las bases de un método de trabajo que bien merece la calificación de científico por cuanto establecía el fin para el que se adquiría el conocimiento cierto de la geografía marítima, los modos de obtención de datos -o in-formación- y su tratamiento para plasmar ese fin en resultados útiles.

La labor cartográfica de la Casa de la Contratación estaba, como regla general, encomendada a los pilotos mayores, ya que ellos presidían las rectificaciones del Padrón Real. Pero eran los cosmógrafos de hacer cartas los únicos autorizados a sacar copias y venderlas. Al ser la construcción de la carta general oficial una labor en equipo, es lógi-co que no fuera firmada; el hecho de sacar copias de los distintos padrones tampoco justificaba que se firmaran. Por esta razón nos han llegado tan pocas cartas firmadas. Se cree que sólo lo fueron las que eran encargo especial para uso distinto de la navegación y cuando el piloto había puesto en ella leyendas cosmográficas, detalles ornamentales o cualquier otra innovación que la hacían personal y distinta del resto.

En los documentos conservados en archivos, bibliotecas y colecciones particulares se distinguen tres géneros de cartas y mapas, elaborados con fines determinados: cartas -o planos, bocetos y apuntes- trazados por los pilotos en sus viajes, usados por los maes-tros de hacer cartas y cosmógrafos de la Casa de la Contratación que confeccionaban el Padrón Real; cartas elaboradas con fines de navegación e información; y el padrón mismo.

En el orden técnico, la perfección del Padrón Real estaba condicionada por las li-mitaciones propias de la incipiente ciencia del siglo XVI, y se acomodó en la práctica a las vicisitudes del conocimiento progresivo de la geografía de América y Oceanía, de modo que el desarrollo de la cartografía sevillana se manifestó como una consecuencia 12 Ricardo Cerezo Martínez, La cartografía náutica española en los siglos XIV, XV y XVI (Madrid: Con-sejo Superior de Investigaciones Científicas, 1994), 140. 13 Martín Merás, Cartografía marítima hispana, 152.

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inmediata de los descubrimientos realizados en ese siglo, a cuyo término los cosmógra-fos de la Casa habían adquirido ya un concepto general de la geografía del planeta y un saber práctico, aplicativo, del que antes fuese el misterioso fenómeno de la variación magnética.

En contraste con las representaciones imaginativas de diversas partes del mundo elaboradas por los cartógrafos europeos, viciados aún en la geografía de Ptolomeo; los cosmógrafos y maestros de hacer cartas de la Casa de la Contratación y afines a ella, progresaron en su trabajo aplicando el criterio seguido de antiguo en el Mediterráneo, apegados a un método sistemático de representación gráfica de la Tierra en el que no tenían cabida más que los conocimientos obtenidos mediante la observación directa de los accidentes geográficos y fenómenos de la naturaleza. La sistemática omisión de las costas inexploradas de América en las cartas y mapas, mientras se careciera de datos fidedignos, la pronta incorporación de los efectos del magnetismo en el trazado de las costas, y la adopción del norte verdadero como eje de orientación de la geografía repre-sentada en las cartas, son hechos evidentes del sometimiento a la regla científica de los trabajos cartográficos de los cosmógrafos y pilotos de la Casa de la Contratación.

En Sevilla se adoptaron y depuraron las técnicas cartográficas de origen medite-rráneo con las aportaciones experimentales adquiridas en las navegaciones oceánicas y la formulación y búsqueda de soluciones gráficas a problemas que no se plantearon en el ámbito del Mare Nostrum, tales como el cálculo de la latitud y longitud por métodos astronómicos, la corrección de los efectos en las agujas de marear con los cambios del magnetismo, la necesidad de valerse de un sistema de representación geográfica sustitu-tivo de las cartas planas -propósito que no se logró- y el estudio de las corrientes mari-nas.14 La geografía y la cartografía deben a los pilotos y cosmógrafos de la Casa de la Contratación la construcción de una imagen precisa de las costas del continente ameri-cano, de sus islas adyacentes y de buena parte de las del Pacífico, válida para que los cosmógrafos y cartógrafos europeos de Dieppe, Amberes y Ámsterdam produjeran ma-pas impresos a finales del siglo XVI, cuyo uso se extendió pronto entre los países marí-timos de Europa occidental.15 El alto nivel de conocimientos alcanzado en las técnicas aplicadas en la Casa de la Contratación durante la primera mitad del XVI, es lo que mo-vió a crear en 1552 la cátedra de arte de la navegación y cosmografía, que ocupó por primera vez Jerónimo de Chaves.

Como es natural, el progreso de la cartografía originada en la Casa de la Contrata-ción se produjo conforme a una secuencia de logros, errores y enmiendas en los que influyeron tanto los afanes de obtener resultados prácticos en beneficio de la navegación a las Indias como las especulaciones de los innovadores, deseosos de hallar un sistema de representación de la geografía en el plano apto para la navegación loxodrómica.16 Las tareas cartográficas realizadas en la Casa de la Contratación en aras del progreso del saber geográfico e hidrográfico en el siglo XVI, atravesaron distintas épocas de fecun-didad y estancamiento cuyas divisorias no están bien definidas, aunque no por ello apa-rezcan indiferenciadas. La cronología y el positivismo conceptual aplicado al conoci- 14 Ricardo Cerezo Martínez, ed., “La cartografía andaluza originada en el padrón real”, Actas de las IX

Jornadas de Andalucía y América, (Sevilla: Universidad Hispanoamericana Santa María de La Rábida, 1989), 186. 15 Cerezo, La cartografía náutica española en los siglos XIV, XV y XVI, 142. 16 Navegación loxodrómica es la que se realiza siguiendo un mismo rumbo, es decir, todos los meridianos son cortados con el mismo ángulo. Alude a la loxodromia o curva trazada sobre la superficie esférica de la Tierra formando un mismo ángulo al interceptar a todos los meridianos, sirviendo de este modo para mantener un rumbo constante al navegar.

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miento de la geografía ayudan a distinguir la secuencia de esas épocas engarzadas entre sí con la marcha de los descubrimientos e informadas por la tarea regida por un método.

Figura 2. Croquis de las costas del Puerto de Navidad [en la actualidad Barra de Navidad, en el estado mejicano de Jalisco]. Copiado del original por Enrico Martínez, 1603. AGI, Sevilla. MP, México 53.

Empirismo: la representación del interior continental.

Mucho más lento que el proceso anterior fue la elaboración de mapas de las re-giones situadas “tierra adentro”, el desarrollo de una cartografía detallada del interior, sus divisiones territoriales, accidentes geográficos, cordilleras, ríos, lagos y poblaciones principales, con la correspondiente toponimia. Surge así una cartografía local y regional en el primer siglo de la colonia. Dentro de este tipo de representaciones distinguiremos dos categorías similares en la forma, pero distintas en los motivos que las impulsaron y en las épocas en que se realizaron. Durante la época del descubrimiento, la mayoría de las representaciones que se elaboraron estaban destinadas a satisfacer las necesidades de los marinos, interesados en conocer las costas, direcciones náuticas y la ubicación de los puertos, poco pues les importaba el interior. Durante la conquista, aunque se continuó con la elaboración de cartas náuticas y se siguió avanzando en la definición de la ima-gen continental, de forma modesta se realizaron representaciones del interior, cuyo ma-yor estímulo se derivó de los frecuentes litigios sobre linderos y usufructo de tierras entre los señoríos indígenas y los encomenderos.

La segunda gran vertiente de la cartografía del interior tuvo su fundamento en el interés de la Corona por conocer los recursos humanos y naturales con que contaba el virreinato de Nueva España, lo que dio lugar a las importantísimas Relaciones Geográ-ficas de Indias, elaboradas en el último tercio del siglo XVI, fuente inagotable de la car-tografía novohispana. En los mapas que acompañaban a las Relaciones Geográficas, existe una marcada representación de los accidentes geográficos, con la intención de

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enfatizar la presencia de barrancos, montes y pastos, con el propósito de atender las dis-posiciones legales que consideraban a estos accidentes como bienes comunales, por lo que se incluían en la medición de las tierras solicitadas. Los mapas o pinturas enviados regularmente a España acompañando a las Relaciones Geográficas, representan una fusión única entre lo indígena y lo europeo. El conocimiento pormenorizado del territorio

Estas representaciones del territorio tierra adentro presenta dos grandes vertien-tes: los mapas y planos relacionados con la propiedad de la tierra, y los que se hicieron para la encuesta que se realizó en el territorio novohispano entre los años 1579 y 1586, promovida por la Corona, a fin de conocer los recursos humanos y naturales de la colo-nia, mejor conocida como Relaciones Geográficas de Indias.

La cartografía regional que se produjo en Nueva España durante el periodo de la conquista [1521-1560] fue tan sólo un leve indicio de la gran cantidad de mapas y pla-nos que se realizarían durante los años restantes del siglo XVI. Los motivos que lleva-ron a la elaboración de mapas locales fueron de diversa índole, aunque de una u otra manera todos estuvieron vinculados a la tenencia de la tierra. La mayoría de los dibujos, mapas y planos relacionados con litigios de la tierra se conservan en el Archivo General de la Nación, en la ciudad de México, y su importancia es tal que existe una sección específica dentro del Archivo donde está depositada esta documentación a partir de 1561: el Ramo de Tierras.

Los documentos catastrales novohispanos del siglo XVI son un caso particular-mente notable de la amalgama de tradiciones indígenas y españolas. Por una parte, exis-tía una tradición cartográfica prehispánica muy desarrollada, cuyas convenciones de representación distan mucho de las europeas, y existían también, antes de la llegada de los españoles, distintos tipos de propiedad y modos de explotación de la tierra. Por otra parte, existía una tradición registral española que la administración colonial impuso en América, a la vez que trasplantaba los modos de propiedad españoles y reinterpretaba los prehispánicos.

Felipe II, al igual que otros monarcas y príncipes del Renacimiento, mostró desde el principio de su reinado un interés por la cartografía y la cosmografía, heredado de su padre Carlos V. Como uno de los más poderosos gobernantes de su tiempo, tuvo los medios para patrocinar proyectos de cartografía y cartógrafos de un nivel casi sin prece-dentes en el resto de Europa. La necesidad de conocer y representar con precisión los nuevos territorios bajo el imperativo de su control y delimitación, así como lograr un mayor conocimiento de la disponibilidad de los recursos que ofrecían, llevó a que en el año 1577, por Real Cédula de Felipe II, se enviase a América un cuestionario para ser contestado por los funcionarios de la administración indiana, alcaldes mayores y corre-gidores.17 El objetivo de esta encuesta de 50 preguntas era conocer más sobre los territo-rios de ultramar, un intento de configurar cada vez mejor la imagen interior del conti-nente. Las respuestas, conocidas como Relaciones Geográficas de Indias, constituyen el mayor cuerpo de fuentes originales de la América española para el siglo XVI. Posible-mente el mayor esfuerzo sistemático realizado en el renacimiento para someter a un

17 El cuestionario fue publicado como Real Cédula en San Lorenzo del Escorial el 25 de mayo de 1577 con el título de Cédula, instrucción y memoria para la formación de las Relaciones y descripciones de los

pueblos de Indias.

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método a todas las observaciones tomadas in situ en tierras extrañas.18 Lo que implica, en definitiva, un sistema altamente científico en el horizonte cultural del siglo XVI.

La curiosidad de López de Velasco sobre el territorio es palpable en todo el cues-tionario, solicitando información escrita acerca de la geografía, así como la elaboración de mapas y planos o pinturas, como se les denominaba entonces. Junto con el cuestio-nario se envió también la llamada instrucción de los eclipses,19 con el que López de Velasco quiso establecer información suficiente para obtener mapas regionales del Nue-vo Mundo, y un mapa continental. Con las preguntas de las Relaciones también planteó una forma de comprobación cruzada de la información que tenía previsto obtener con su cuestionario de los eclipses. Así, se pidió a los encuestados información que también pedía en el cuestionario de los eclipses: la latitud del lugar o, en su defecto, la elevación de la estrella polar, así como el día en que el sol no arroja sombra al mediodía, es decir, el paso del cénit, un fenómeno que López de Velasco podría poner fácilmente en corre-lación con las posiciones latitudinales de los lugares donde se realizaba la observación. La información debía ser entregada en un formato estandarizado, sistemático y coteja-ble, y cada informe debía estar acompañado de una o varias pinturas [mapas o planos]. Se desconoce la cantidad de cuestionarios que se enviaron hacia el Nuevo Mundo, no todos fueron contestados, ni todas las relaciones cumplieron con la solicitud del mapa. En el Consejo de Indias se recibieron 167 informes de México y Guatemala, 40 de América del Sur y uno del Caribe, que cubrían aproximadamente 400 comunidades. Acompañando a los informes había 92 pinturas, de las que se conservan 76, conside-rándose el resto perdidas.

El método elegido para conseguir los datos requeridos por el Consejo de Indias, fue el de enviar un cuestionario a las autoridades indianas que lo harían circular hacia los dirigentes político-administrativos de los diferentes corregimientos y alcaldías ma-yores, obteniendo, de esta forma, una información equivalente y rápida.20 La Cédula Real especificaba su envío a los Virreyes o Audiencias y, desde este nivel, se distribui-rían a los Gobernadores, Corregidores y Alcaldes Mayores. Estos, a su vez, podrían ir delegando en los concejos, curas o religiosos encargados de las doctrinas. Las respues-tas se remitirían lo más rápidamente posible siguiendo el sistema en cadena, ahora as-cendente. Además, se solicitaba a los redactores que iniciaran los textos con su nombre y el de los demás informantes, así como el de la persona y cargo que les había solicitado su realización. Esto significaba un control y un sistema de organización que permitía a los responsables últimos crear un mapa de la repercusión y alcance de la muestra. El ámbito geográfico de las Relaciones del siglo XVI, realizadas en respuesta a la real cé-dula de Felipe II del año 1577; fue el Virreinato de Nueva España, región en gran parte coincidente con los actuales estados de México, y Guatemala.

Los autores de los mapas y planos -pinturas- que se hicieron como respuesta al cuestionario de las Relaciones Geográficas fueron funcionarios españoles y artistas in-dígenas. Debido a la escasez de españoles especializados en la confección y el levanta-miento de mapas y planos en ultramar, hubo que reclutar a los artistas indígenas que

18 Juan Pimentel Igea, Testigos del mundo (Madrid: Marcial Pons Historia, 2003), 53. 19 En el cuestionario enviado en 1577, López de Velasco añadió una Instrucción para la observación del

eclipse de la Luna y cantidad de las sombras; en el que explicaba un procedimiento original suyo para determinar de forma sencilla la longitud del lugar de observación a partir de los datos obtenidos en la observación de los eclipses de luna. 20 Rafael López Guzmán, Territorio, poblamiento y arquitectura. México en las Relaciones Geográficas

de Felipe II, (Granada: Atrio Editorial, 2007), 33.

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trabajaban en los cabildos municipales dibujando los planos de los repartimientos y re-ducciones de tierras, así como a otros artistas que realizaban trabajos en la decoración de iglesias y conventos. Estos artistas indígenas, llamados tlacuilos,21 se habían forma-do en la tradición indígena de los códices prehispánicos y tuvieron que reciclar sus sis-temas de representación y adaptarlos a los de los españoles. Esta adaptación debió se-guir un proceso que llevó algún tiempo, lo que va a mostrar diferencias entre los mapas y planos realizados en los primeros años de las Relaciones y los confeccionados ya a finales del siglo XVI.

La colaboración de artistas indígenas en la realización de los mapas se dio solo donde existía la tradición prehispánica de los códices pintados, es decir, básicamente en Nueva España. En cambio, donde no existía esta tradición -toda Sudamérica- no había tlacuilos, por lo que hubieron de ser españoles o criollos sus autores.22 Los documentos gráficos que nos han llegado de factura española, están realizados en su mayoría por personas vinculadas a la navegación, que residían en las poblaciones en cuyas Relacio-nes colaboraron, o bien estaban de paso. Hay que tener en cuenta que los marinos de-bían estar familiarizados con el manejo de cartografía y con las técnicas de orientación y situación de la posición de un lugar, siendo más difícil hacerlo sobre una carta náutica en medio del océano que sobre el mapa de una región. Posiblemente utilizaron instru-mentos de medición y orientación, imprescindibles en cualquier embarcación que hicie-se la travesía trasatlántica: brújula, ballestilla y astrolabio. En otros casos fueron los propios funcionarios locales que redactaron los textos de la Relación, los que trazaron los mapas.

Las pinturas realizadas por artífices españoles -oficiales y funcionarios de la Co-rona- se caracterizan por la utilización de convenciones perfectamente reconocibles desde la óptica occidental, dependiendo de la cualificación de sus autores, los hay que están exactamente orientados, realizados a escala, lo que implica un proceso previo de medición sobre el terreno, la utilización de instrumentos, etc. En cuanto a los recursos gráficos, es frecuente en estas representaciones el uso de la perspectiva, las líneas con distintos espesores y estilos, el lavado de los colores para conseguir efecto de volumen, etc. Otros, en cambio, a pesar de estar realizados por españoles o criollos, presentan una realización tosca, sin escala ni mediciones. Todos estos trabajos realizados por españo-les o criollos no tienen nada que ver con las culturas preexistentes, son la visión que los colonizadores y autoridades españolas tuvieron del territorio. Es, quizás, la nueva per-cepción renacentista más apegada al conocimiento empírico y a las distancias. Los re-sultados oscilan entre dibujos esquemáticos resueltos por alguna persona con ligerísi-mas nociones técnicas y otras con preocupaciones paisajísticas que las proponen como auténticas vistas panorámicas o corográficas.

En la Figura 3 se reproduce el mapa de la Provincia de Tabasco, mandado a levan-tar por el alcalde mayor de la villa, Vasco Rodríguez quien como consecuencia de las Relaciones Geográficas recibió en 1579 la instrucción en la que se le pedía que enviara

21 Los tlacuilos o amatlacuilos eran los “pintores sobre papel” y equivalían a los escribanos españoles. Muchos tlacuilos, formados por los monjes, se convirtieron en escribanos de los cabildos novohispanos, lo que explica que redactaran tanto las Relaciones Geográficas como que pintaran y dibujaran los planos. Véase al respecto: Xavier Noguez y Stephanie Wood, De tlacuilos y escribanos (Zamora: El Colegio de Michoacán), 1998. 22 Guadalupe Medina González, The Relaciones Geográficas of the sixteenth century: historical back-

ground, administrative framework, and the role of the indigenous informants (Austin: University of Tex-as, 1995), 90.

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relación de la disposición y pueblos de la provincia de Tabasco.23 Vasco Rodríguez a su vez ordenó a Melchor de Alfaro Santa Cruz, encomendero residente en la villa, que pro-cediera a redactar una Memoria de todo lo relativo a la provincia de Tabasco a fin de cumplir con las instrucciones del monarca. Como se dice en el auto que firma Vasco Rodríguez, a Melchor de Alfaro se le encomendó no solo participar en la redacción del cuestionario, sino además que “diese su parecer en ello pintado como mejor pudiese la dicha provincia de Tabasco con la Villa que está en el puerto della…”.24 Por lo que la pintura que acompaña a la Relación también debió ser obra de Melchor de Alfaro.

A pesar de que parece inequívoca la autoría de Melchor de Alfaro, tanto en la pu-blicación que en 1898 hizo la Real Academia de la Historia del texto de la Relación y el mapa, como en la relación de mapas y planos existentes en el Archivo General de In-

dias, que hizo en 1900 Pedro Torres Lanzas,25 jefe del Archivo; el mapa figura como anónimo. No obstante, esto no es de extrañar puesto que el dibujo no está firmado y ha sido criterio de los sucesivos responsables del Archivo, en sus descripciones, ceñirse al contenido de los documentos, sin entrar en otras consideraciones de tipo contextual.

Este mapa fechado el 26 de abril de 1579, realizado en formato circular,26 fue fru-to de los viajes que su autor realizó a través de la mayor parte de la provincia, situada al noreste del istmo de Tehuantepec.27 Ofrece una visión real de la tierra, aunque la repre-sentación está distorsionada por su composición circular.28 Ésta es aprovechada para indicar sobre los límites del dibujo los puntos cardinales principales y secundarios. Con una gran fuerza plástica muestra la compleja hidrografía de la Provincia, aparecen ríos, esteros, lagunas, el litoral marino, huertos, pueblos y ranchos ganaderos. Hay estudiosos que han visto antecedentes prehispánicos en este tipo de formato circular para represen-tar el territorio.29 Otros incluso ven en estas peculiares representaciones influencia de los mapas medievales europeos de “T” en “O”.30 23 Real Academia de la Historia, Colección de documentos inéditos relativos al descubrimiento, conquista

y organización de las antiguas posesiones españolas de ultramar: Relaciones de Yucatán, segunda serie, tomo 11 (Madrid: Sucesores de Rivadeneyra, 1898), 25. 24 Ibíd., 17. 25 Pedro Torres Lanzas, Relación descriptiva de los mapas y planos de México y Florida existente en el

Archivo General de Indias (Sevilla: Imprenta El Mercantil, 1900), 24-25. 26 Son diversos los autores que afirman que el formato circular para la representación cartográfica tenía que estar en uso desde tiempos anteriores a la conquista. Véanse al respecto: Barbara E. Mundy, “Mesoamerican Cartography”, en The history of cartography, vol. 2 y 3, capítulo 5, John B. Harley, David Woodward y Malcolm Lewis, eds. (Clifton: Humana Press, 1987). 183-247. Davies Robertson, Mexican Manuscript Painting of the Early Colonial Period; the Metropolitan Schools (New Haven: Yale University Press, 1959), 180. 27 “Curioso por lo demás este plano, en él puede verse cuán considerable era entonces el territorio de la

provincia de Tabasco, que se extendía por la costa desde arriba del pueblo de Tichel, en la provincia de

Yucatán, hasta las sierras de San Martín en la de Coatzacoalcos; comprendiendo una gran parte de la

costa que corresponde hoy al partido del Carmen en Campeche, y al de Minatitlán en Veracruz, y por el

sureste da por límites a la provincia de las grandes sierras que las separan de la de Chiapas”. Francisco S. Carvajal, Exposición del Representante del Gobierno de Tabasco en la Controversia sobre los límites

con Chiapas (Villahermosa: Compañía Editorial Tabasqueña, 1951), 21-22. 28 Francisco Javier Santamaría, destacado intelectual, político y gobernador de Tabasco entre 1947 y 1952, escribió la siguiente nota en el Ensayo Histórico sobre el Río Grijalva: “Alfaro no sería un geógra-

fo profesional, pero conocía el terreno como sus manos, de modo que lo que puso en el mapa fue porque

lo había visto”, José Narciso Rovirosa Andrade, Ensayo Histórico sobre el Río Grijalva (Villahermosa: Gobierno Constitucional de Tabasco, 1946), 31. 29 Barbara E. Mundy, Mesoamerican Cartography, 210. 30 Mary Elisabeth Smith, Picture Writing from Ancient Southern Mexico: Mixtec Place Signs and Maps (Norman: University of Oklahoma Press, 1973), 166.

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Aunque no posee escala, en las abundantes leyendas repartidas por todo el dibujo se hacen constantes referencias a las distancias, en leguas, de unos lugares a otros. Los pueblos se representan por el alzado abatido de una casita o un grupo de ellas, teniendo la mayoría una cruz rematando el tejado a dos aguas, posiblemente para indicar que se tratan de asentamientos de españoles o criollos, pues es poco probable tal cantidad de iglesias.

Figura 3. Mapa de la Provincia de Tabasco. Melchor Alfaro de Santa Cruz, 1579. AGI, Sevilla. MP-México, 14.

Poco o nada se sabe de un documento cartográfico (Figura 4) conservado en el

Archivo General de Indias, en el que se representan las costas y tierras de la parte occi-dental de Nueva España, desde Guatemala hasta Nuevo México. En un curioso formato semicircular, cada una de las distintas costas y puertos del litoral, se dibuja mediante una bahía estrecha y alargada, todas de igual forma, y en cuyo interior lleva una inscrip-

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ción explicativa. A pesar de indicarse la orientación norte, el mapa no se corresponde con la realidad geográfica, pues ésta se supedita a la forma que impone el semicírculo. Por tanto, más que un mapa náutico o litoral, en cuyo caso su utilidad sería escasa, es-tamos ante una guía, inventario o relación gráfica de puertos en la costa y lugares en el interior, relativamente ordenados, pero sin que su situación en el mapa se corresponda con la posición en la superficie terrestre, ni su forma en el mismo sea reflejo de la real. Según la descripción que María Antonia Colomar realizó para el Archivo General de Indias, el año probable de realización sería 1591.31 En una de las pocas referencias bi-bliográficas que he encontrado sobre el documento,32 lo data en 1587.33 Nada se sabe de su autor ni sobre las razones que motivaron su elaboración.

Las inscripciones en las distintas bahías en que se divide la costa de Nueva Espa-ña son de contenido diverso, transcribimos algunas siguiendo el orden de derecha [sur] a izquierda [norte]: guatimala, aquí quemó el inglés el cacao, acapulco, santiago, puer-

to de la navidad, aquí esta mexico, playa, ba.y.a de nueva galicia, puerta de California,

aquí se dará carena,… Tierra adentro se señalan la mayoría de las ciudades y pueblos importantes de Nueva España, representados por una iglesia con dos de sus alzados aba-tidos [escorzo], todas similares, labradas en piedra, tejado a dos aguas y acceso con arco de medio punto, con la diferencia de que las más importantes tienen además una torre campanario. De derecha a izquierda: guatimala, puebla, mexico, michuacan, guadala-

xara, colima, compostela, culiacan, san andres,… La representación del terreno, aún siguiendo la convención de los perfiles abati-

dos, trata de conseguir una continuidad del paisaje con la superposición de las distintas colinas, cerros o cordilleras que rellenan todo el territorio. Este mapa es una representa-ción conceptual, pues la realidad se pliega a la forma ideal del semicírculo, por lo que no es extraño que la representación del relieve tampoco sea reflejo de la realidad. Para conseguir dar sensación de volumen a los montículos, se han sombreado mediante de-gradado y rayado. No se representan ríos ni caminos. Una variada vegetación, dibujada en alzado abatido, se reparte uniformemente por el territorio, y sobre todo en los contor-nos de los cerros. Escenas de caza, caminantes, jinetes y animales sueltos ambientan el paisaje, que se constituye así en una vista panorámica o corográfica de la extensa re-gión. El dibujo de cuatro carabelas en el océano completa este enigmático documento, que a pesar de encontrarse bastante deteriorado, no ha perdido su belleza y originalidad.

31 Maria Antonia Colomar Albajar, Descripción documental correspondiente a la unidad “Mapa de la costa occidental de Nueva España”, 2003-03-05, AGI, Sevilla, MP-México, 518. 32 Tan solo he encontrado dos referencias bibliográficas del mapa, la de la nota siguiente [33] y esta otra: el [mapa] que lleva el núm. 273 [en el Catálogo de la Exposición], y se registra con el nombre de Mapa

de la costa occidental de Nueva España, hecho a tinta y colores, llevando un rótulo que dice: Pintura de

los puertos adonde estuvo el inglés. Juan Pérez de Guzmán, “Sesiones del Cuarto Congreso Internacional Americanista”, en La ilustración española y americana, Año XXV, Nº 38 (Madrid, 1881), 214-216. 33 Álvaro del Portillo Díez de Sollano, Descubrimientos y exploraciones en las costas de California,

1532-1650 (Madrid: Ediciones Rialp, 1982), 131. [Álvaro del Portillo se refiere a este dibujo como Bos-

quejo de Nueva España occidental y costa del Pacífico, lo reproduce parcialmente en su obra pero sin aportar datos sobre el mismo, más que la fecha].

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Figura 4. Mapa de la costa occidental de Nueva España. Autor desconocido, c. 1587-1591. AGI, Sevilla. MP-México, 518.

Simbolismo

En las pinturas realizadas por artistas indígenas, a pesar de su diversidad, pode-mos encontrar una serie de características comunes a la mayoría de ellas, que tiene su origen en las tradiciones prehispánicas: señalan con precisión las fronteras comunitarias mediante signos pictográficos, representan de forma peculiar la hidrografía [ríos, arro-yos y manantiales], orografía [montañas, volcanes,…] y comunicaciones [caminos, puentes, distancias entre lugares...]. A veces en sus planos hacen referencia, de forma costumbrista y pintoresca, a cultivos y estancias de ganado y a sus dueños y límites fronterizos.

Las vistas geográficas pintadas por los tlacuilos proponen la comprensión genéri-ca del paisaje circundante de las poblaciones sobre las que se realiza la Relación, y vie-nen a responder a la representación del espacio territorial donde se introducen las cabe-ceras y las estancias dependientes de las mismas. Para ello se utilizan elementos esque-máticos que estructuran el territorio como montañas, ríos, lagos, caminos y, en su caso, construcciones que metonímicamente vienen a identificar los distintos enclaves urba-nos. Generalmente son iglesias cuyo tamaño está acorde con su importancia jurídica.34. Estos elementos básicos presentan diferencias en su representación y, a veces, se les intenta otorgar rasgos naturalistas como por ejemplo arboledas en los montes. Se pue-den añadir otros elementos que completan el paisaje como pueden ser la vegetación del entorno, campos cultivados o estancias del ganado, temáticas que se especifican me-diante pintorescos dibujos. También podemos encontrar figuras humanas que tienen valores ilustrativos de acciones [indios, carreteros, ganaderos] o jerarquías y símbolos [caciques o autoridades locales].

Otras pinturas se centran en la trama urbana, bien ocupando la totalidad del dibujo [planta urbana] o formando parte de una vista geográfica genérica [representación terri-torial]. Estas representaciones pueden recurrir a la sustitución de aquellos elementos

34 Sobre estas representaciones centradas por iglesias, véase Mundy, The Mapping of New Spain, 68-76.

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fundamentales de la urbe como la iglesia, plaza o cabildo, por símbolos, o a representar la traza geométrica como si fuera una vista ortogonal. El sistema metonímico funciona de forma genérica, existiendo cierta diferenciación en el tratamiento de cada uno de los conceptos, como por ejemplo iglesia=pueblo.

La iglesia, a través de las escuelas monásticas [franciscanos, agustinos y domini-cos], fue la única institución en toda Nueva España dedicada a la educación de los indí-genas. Fue el lugar en el que se formaron muchos de los pintores que trabajaron en el corpus de las Relaciones. Existen abundantes pruebas de ello: algunas de sus pinturas más conseguidas, con formas nítidas, trazo firme y colores hábilmente aplicados,35 pro-vienen de las ciudades con grandes y activos monasterios. El hecho de que las poblacio-nes se simbolizaran con el dibujo de una iglesia también pudiera estar influenciado por la formación de estos tlacuilos en las escuelas monásticas. Aunque, como puede com-probarse en numerosas pinturas, el sistema metonímico iglesia=población, fue una con-vención que aparece también en mapas de factura hispana. En otras ocasiones vemos que una población es simbolizada en el mapa por la representación arquitectónica del convento o monasterio de la orden mendicante que había en ese lugar.

La pintura de la Relación Geográfica de Texupa (Figura 5) es un ejemplo típico de cartografía híbrida. Al hacer este mapa su autor, que debía dominar las convenciones prehispánicas de representación del territorio, también introdujo elementos europeos, tal vez inducido por los frailes dominicos que se asentaron en Texupa en 1571,36 cuyo mo-nasterio aparece dibujado en el plano. Independientemente de lo que pudiera haber aprendido en el monasterio, parece que este artista no estaba dispuesto a abandonar los símbolos indígenas. Al analizar la pintura asistimos a la superposición de dos niveles, cada uno con su propio sistema de representación: por un lado tenemos el plano deli-neado a tinta de Texupa, con su planta en retícula de calles ortogonales orientadas según los puntos cardinales, tan solo un edificio se diferencia de este conjunto homogéneo de manzanas rectangulares, el monasterio dominico con su iglesia y huerto. Por otro lado se representa el paisaje circundante de la villa, rodeada de montañas y atravesada por diversos ríos, para lo que se utilizan vivos colores nada realistas. Al superponer ambos niveles no se han realizado los ajustes necesarios para un perfecto acoplamiento. Así, tanto los caminos que parten del monasterio y conectan el pueblo con su entorno, como los ríos, representados ambos según el más genuino estilo prehispánico, se superponen a la trama urbana sin que ésta se adapte al trazado de dichos elementos. Esta superposi-ción es literal, dándose situaciones en las que las manzanas penetran en algún río. Úni-camente un camino que atraviesa el pueblo en la dirección este-oeste coincide con el trazado de una de las calles, el resto de caminos y corrientes de agua lo hacen en diago-nal atravesando la trama urbana sin interacción alguna con la misma. Parece como si hubiesen intervenido dos manos distintas en realización de la pintura.

35 En su mayor parte, los pigmentos utilizados en los mapas de las Relaciones Geográficas parecen haber sido a base de agua, con tierras y pigmentos minerales. La aplicación de estos tipos de pigmentos unifor-memente había que hacerse con pericia y habilidad, ya que el medio líquido es delgado por naturaleza, y los pigmentos no quedaban suspendidos permanentemente. Véase AJO Anderson, “Materiales colorantes

prehispánicos”, Estudios de cultura náhuatl 6, (México, 1963), 73-83. 36 Miguel Ángel Medina Escudero, Los dominicos en América: presencia y actuación de los dominicos en

la América colonial española de los siglos XVI-XIX (Madrid: Editorial Mapfre, 1992), 87.

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Figura 5. Mapa de la Relación de Texupa. Autor desconocido, 1579. RAH, Madrid. 4663-17º.

A su vez, cada uno de estos niveles, el urbano y el territorial, utilizan distintos sis-temas de representación. El pueblo a través de la proyección en planta de su trama de calles y manzanas; excepto el monasterio y la iglesia que se dibujan en perspectiva. Para el montañoso paisaje circundante a la villa se utiliza con profusión el recurso de los per-files abatidos. El pintor superpone repetidamente el símbolo prehispánico de la colina, en un intento de describir el paisaje que rodea a Texupa. La definición de cada una de las colinas se realiza según la forma nativa, pero al agruparlas para dar la impresión de unidad, el paisaje resultante a la vista se asemeja más a la manera europea de represen-tarlo que a la prehispánica. El mapa está orientado al este, donde se encuentran los ce-

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rros sagrados y un santuario. Una red de arroyos, ríos y caminos atraviesan el territorio, y con él Texupa, en la dirección este-oeste. Todos los caminos convergen en el monas-terio dominico, situado al oeste de la villa, y no en el centro de la misma como en otros mapas del corpus de las Relaciones. Según el texto de la encuesta, esta es la entrada del

pueblo [...] una depresión fértil un poco menos que un cuarto de legua de ancho.37 Por otro lado, esta pintura ilustra dos grandes transformaciones que se producen

en Texupa a finales del siglo XVI. Una consiste en una reorganización material de la comunidad de acuerdo con la habitual cuadrícula urbana que las autoridades españolas comenzaron a implantar en la colonia. La otra es la llegada del cristianismo que se plasma en el monasterio como único edifico que se diferencia del resto. Pero en la re-presentación del paisaje comprobamos importantes continuidades en la concepción ar-tística indígena de su comunidad. Se mantiene la representación convencional de los elementos importantes: colinas, templos, caminos, ríos y manantiales. No obstante, la forma de representar esa percepción del lugar y el espacio se ha transformado. Mientras que los registros prehispánicos situaban al espectador en el paisaje a través de una cade-na sinuosa de signos del lugar [montañas, ríos y templos], que podían verse en una se-cuencia desde algún punto conveniente; en esta pintura se ofrece una noción más euro-pea de la representación del paisaje, donde las características físicas se organizan según los puntos cardinales y se trata de crear una percepción a vista de pájaro.

Destacan las cordilleras, con sus perfiles abatidos en el norte, sur y este (al oeste está la depresión) sobreponiendo repetidamente el símbolo autóctono de la colina, el

tépetl. Éste define su redondeado contorno mediante una franja fina de color ocre, relle-nándose el interior con una vegetación verde oscuro exuberante, que quizá tenga menos que ver con una aproximación realista que con una descripción idealizada. Esta vegeta-ción también se representa en las márgenes de los ríos, utilizando también el recurso de los alzados abatidos, con un inesperado color dorado.

La mezcla de convenciones indígenas y españolas que aparece este mapa, así co-mo en otros del corpus, como los de Acapistla o Guaxtepec, quizás tengan su origen en la formación de los pintores en los monasterios. Ésta, aunque supervisada por los frai-les, debió haber sido realizada por otros pintores indígenas veteranos. Las fuentes do-cumentales del siglo XVI, escritas por los frailes, no siempre son claras, tal vez delibe-radamente, con respecto a quién capacitó a sus discípulos.38 Sabemos, sin embargo, que los frailes eran poco numerosos, y que supervisaron enormes congregaciones indígenas.

Las pinturas realizadas por artistas indígenas manifiestan la importante influencia que en general tenían las órdenes mendicantes sobre las poblaciones nativas, y en parti-cular sobre los propios artistas, al haberse capacitado en las escuelas monásticas, donde los indígenas que pertenecían a las aristocracias locales aprendían las técnicas pictóricas españolas para realizar las pinturas murales que decoraban los claustros y las iglesias monásticas.39 Esta influencia de las órdenes religiosas sobre las comunidades indígenas se tradujo en sus representaciones del territorio para las Relaciones Geográficas donde los conventos y monasterios actúan como elementos centrípetos de donde parten ra- 37 Francisco del Paso y Troncoso, Relaciones geográficas de la Diócesis de Oaxaca: manuscritos de la

Real Academia de la Historia de Madrid y del Archivo de Indias en Sevilla. Años 1579-1581 (Madrid: Sucesores de Rivadeneyra, 1905), 53. 38 Véanse al respecto las obras de los frailes Mendieta y Motolinía: Gerónimo Mendieta, Historia ecle-

siástica indiana, Joaquín García Izcabaleta, ed. (México: Porrúa, 1971), 403-410. Toribio de Benavente Motilinía, Memoriales o libro de las cosas de Nueva España y de los naturales de

ella, Edmundo O´Gorman, ed. (México: UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas, 1971), 240. 39 Mundy, The Mapping of New Spain, 85.

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dialmente caminos que conducen a poblaciones dependientes de éstos, que son repre-sentadas por pequeños edificios eclesiásticos.40

Estos edificios presentan una organización jerárquica dentro del mapa, uno de mayor tamaño en el centro y los otros más pequeños en los alrededores, lo que obedece a la propia estructuración de las órdenes religiosas: provincias, doctrinas y visitas, que señalan la diversa importancia de las poblaciones y responden a la forma en que apare-cen descritas en los textos de las Relaciones, donde se citan como doctrinas y sujetos.41

Estos mapas muestran el papel central que la Iglesia jugó dentro de las comunida-des indígenas.42 Sin embargo, la jerarquía mostrada por los símbolos, la iglesia principal de mayor tamaño que las otras más pequeñas, no puede haber sido una elección arbitra-ria de los cartógrafos indígenas. Esta jerarquía de poblaciones nucleares refleja cómo los españoles querían que fuese la vida en el medio rural, los pueblos agrupados, jerar-quizados e intercomunicados, en contraposición con el modelo existente a la llegada de los colonizadores en el que las comunidades indígenas se encontraban diseminadas, mal comunicadas y asentadas en lugares poco accesibles.43

Al reducido texto de la Relación Geográfica de Suchitepec, realizada del 23 al 29 de agosto de 1579, le acompañan cinco pinturas,44 realizadas por un mismo autor indí-gena anónimo. De este conjunto, conocido como grupo de Suchitepec, se reproduce el mapa de la población cabecera, Suchitepec [hoy Santa María Xadani, en el estado mexi-cano de Oaxaca], un pequeño asentamiento a tres kilómetros de la Laguna Superior, en la zona del Golfo de Tehuantepec. Suchitepec significa en náhuatl lugar de la colina

florida,45 que está representada pictográficamente en la esquina superior izquierda de la pintura por una colina con dos plantas con flores, junto a las cuales aparece el nombre alfabético (Figura 6).

La aldea pesquera de Suchitepec está fundada a los pies de un cerro, aunque en el mapa aparecen cuatro, uno en cada esquina, coronadas por un símbolo pictográfico y un texto alfabético en náhuatl. La pintura está realizada a tinta y acuarela sobre papel euro-peo, con la mayoría de las inscripciones en náhuatl, a excepción de una bajo el templo: iglesia santa maria altenpec. Por la situación de la laguna en la parte inferior, parece estar orientada al norte. Bárbara Mundy ha atribuido esta pintura al indígena Juan Her-nández,46 que participó en la elaboración de la Relación Geográfica firmando el texto al final, como era preceptivo.

40 Alexander Tait, Cartography and colonial society: maps of the Relaciones Geográficas of Mexico and

Guatemala (Madison: University of Wisconsin-Madison, 1991), 68-69. 41 José Miguel Morales Folguera, La construcción de una utopía. El proyecto de Felipe II para Hispa-

noamérica (Málaga: Servicio de Publicaciones de la Universidad de Málaga, 2001), 125. 42 Mundy, The Mapping of New Spain, 69-70. 43 Miguel Ángel Medina Escudero, Los dominicos en América: presencia y actuación de los dominicos en

la América colonial española de los siglos XVI-XIX (Madrid: Editorial Mapfre, 1992), 136. 44 Las pinturas del grupo de Suchitepec, conservadas en el Archivo General de Indias de Sevilla, son: Macupilco, Suchitepec, Tlacotepec, Tlamacazcatepec y Zozopastepec. 45 Morales Folguera, La construcción de una utopía, 149. 46 Mundy, The Mapping of New Spain, 163 y 167.

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Figura 6. Mapa de Suchitepec. Autor desconocido, 1579. AGI, Sevilla. MP-México, 29.

En el centro de la pintura se sitúa el plano de Suchitepec, con la iglesia ocupando la posición central, las casas de la población están representadas como simples cabañas, situadas alrededor de la iglesia. El artista ha representado la iglesia a manera de una colina simbólica [el símbolo indígena del tepetl], y tanto ésta como las cabañas se dibu-jan por su alzado batido hacia el norte. Cerca de la iglesia están dibujados los dos go-bernadores de la ciudad, el indígena, siguiendo la tradición prehispana, sentado en un trono bajo cubierto con pieles de jaguar. El gobernador español, situado a la derecha sobre una silla alta española, porta un ramo de flores, símbolo del lugar. Cada gobernan-te lleva al lado el nombre escrito alfabéticamente. Otros textos en náhuatl acompañan

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diversos elementos del dibujo. Así, a lo largo del camino que parte de las afueras del pueblo hacia el sur, donde está la laguna, una inscripción en náhuatl dice el camino a

Cimantla y Xalpan, tres leguas y medias esto llega al mar de Cimantla.47 Cuatro cruces marcan las esquinas del pueblo, como ocurre en otros mapas de la

época colonial.48 También se encuentra esta tradición en la representación de las plazas de los pueblos, donde las cuatro cruces en las esquinas marcan el espacio sacro, que era utilizado en las procesiones que se realizaban alrededor de la plaza con motivo de las fiestas patronales, levantándose para la ocasión una capilla junto a cada cruz.49

Para representar el terreno se recurre al dibujo de las cuatro colinas, en perfil aba-tido, “mirando” al centro del pueblo. Los caminos, con doble línea y sin utilizar la con-vención indígena de las huellas; y los elementos de agua, como son la pequeña porción de la Laguna Superior, con dibujos de peces y un ave exótica en la orilla; una fuente que hay en la esquina inferior izquierda del pueblo, de la que surge una corriente de agua que se dirige hacia el oeste, atravesando el camino hacia la laguna. Todo ello muestra en esta pintura un estilo fuertemente influenciado por los códices de tradición prehispánica.

Dentro de las escuelas monásticas, los estudiantes pertenecientes a la aristocracia indígena se elegían para formarse como artistas, donde debieron aprender tanto las téc-nicas pictóricas, como las de la delineación.50 Pero tal vez las lecciones que registraron el mayor impacto entre estos aprendices fue la copia las imágenes presentes en los gra-bados que tenían los frailes.51 Estas imágenes impresas fueron los principales conductos por los que las convenciones y el estilo artístico español y europeo entraron en la colo-nia. A raíz de la enseñanza sobre estos grabados, los frailes promovieron un arte por imitación de obras anteriores, y no de la experiencia visual directa. Esta idea del arte fue bien recibida por los pintores indígenas, cuya tradición prehispánica también enseñó un arte que surgió de un modelo preexistente y no de la observación empírica directa.

Sin duda estas ideas debieron significar una revolución artística en el Nuevo Mundo, ya que indujeron a los pintores indígenas a replantear sus preceptos acerca de la relación de la imagen con lo representado. Aunque ellos estaban a favor de una pintura simbólica con un vocabulario convencionalizado, según la tradición prehispánica; el aprendizaje a través de los grabados renacentistas les alentó a abandonar estas concep-ciones y a dibujar imágenes que imitaban la experiencia visual mediante el uso de recur-sos importados del Viejo Mundo, como la sombra, el escorzo y la perspectiva. Convenciones de representación indígenas

Los elementos que utilizan para representar el territorio son fundamentalmente: orográficos [cerros, llanos y barrancas], hidrográficos [cuerpos de agua: ríos, lagos, ma-nantiales y fuentes], vegetación [cultivos, bosques, árboles y plantas], topónimos y de orientación [inscripciones, leyendas, luna, sol, cruces, etc.] y arquitectónicos [casas,

47 Mundy, The Mapping of New Spain, 171. 48 Francisco del Paso y Troncoso, Descripción, historia y exposición del Códice Borbónico (México: Siglo Veintiuno, 1981), 27. 49 Konrad Tyrakowsky Findeiss, “Autóctonas redes regulares de asentamientos prehispánicos en el alti-plano mexicano” en Historia y sociedad en Tlaxcala: memorias del 4º. y 5º. Simposios Internacionales de

Investigaciones Socio-Históricas sobre Tlaxcala (México: Universidad Iberoamericana, 1991), 31-43. 50 Mundy, The Mapping of New Spain, 77. 51 Juan de Torquemada, Monarquía indiana, vol. 3 (México: Porrúa, 1986), 17. La primera edición de esta obra de Fray Juan de Torquemada aparece en Sevilla en 1615, la segunda en Madrid en 1725. Cita-mos la edición facsímil que edita en México la editorial Porrúa.

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iglesias, molinos, puentes, cercas, muros…]. Además, en menor medida, encontramos la presencia de figuras de personas y animales, a menudo empleadas como elementos constitutivos de topónimos.

Señalan con precisión las fronteras comunitarias mediante signos pictográficos, cumpliendo frecuentemente una función pericial. La agricultura y la ganadería consti-tuían dos de las bases más importantes de la economía colonial. Por este motivo algunos mapas y planos hacen referencia a las plantaciones y a sus dueños, así como a los lími-tes fronterizos y al ganado, que suele aparecer de forma costumbrista y pintoresca en diversas situaciones.

La identificación de los elementos del paisaje se hacía con símbolos pictóricos de fácil comprensión, tratando de imitar en su coloración los tonos de la naturaleza. Los ríos se representan por medio de dos líneas paralelas, con unos apéndices alternados en ambos bordes, los cuales indican la dirección de la corriente, e iluminados en color azul, y que en caso de presentar pesca abundante, se dibujaban peces entre las líneas. Asi-mismo, los lagos se representaban en color azul y sus bordes, en caso de que tuviesen vegetación, se coloreaban en verde o amarillo; para representar el oleaje se marcaban líneas con azul más oscuro. Las fuentes y manantiales se indicaban con un círculo ama-rillo y uno más pequeño en su interior, de color azul. Ocasionalmente mostraban puntos negros, lo que se ha identificado como presencia de arena en la fuente.

Según la interpretación indígena, los cerros eran una especie de ánforas llenas de agua y, aunque con variantes, su representación tomaba dicha forma. Su coloración ge-neralmente era verde, indicativo de vegetación, o amarillo, para señalar un cerro desnu-do. Cuando el cerro se denominaba con un nombre particular, el glifo se presentaba en su interior, o sobre el mismo. En caso de mostrar una cadena montañosa, se recurría a la repetición del símbolo del cerro, dibujándolos agrupados en fila. Si lo que se quería re-presentar era un volcán, se hacía mediante un cono truncado con llamas en la parte su-perior, denotando su actividad.

Los caminos se trazaban mediante dos líneas paralelas, en cuyo interior se dibujan huellas de un pie desnudo. Si las condiciones los hacían transitables para los jinetes o animales de carga, las huellas de pies eran sustituidas por las de herradura, o en algunos casos se alternan ambas. Los pueblos y ciudades venían representados por el símbolo del templo, teocalli, o la casa, calli. Conforme avanzaba la evangelización por el territo-rio conquistado, el templo indígena era sustituido por la iglesia, la ermita o el monaste-rio, identificados arquitectónicamente por el símbolo de la cruz y el campanario. La arquitectura prehispánica también aparece en algunos planos junto a iglesias y monaste-rios, así como otros edificios civiles. Para las zonas cultivadas se dibujaba un maguey, un nopal o una caña de maíz, al igual que un árbol o una palma significaban un bosque o un palmar, según el caso.

Los topónimos son quizás los elementos que presentan más dificultad para su in-terpretación en los mapas elaborados por los tlacuilos. Convencionalmente aceptamos que los topónimos designan los nombres de lugares habitados y accidentes geográficos. Son construcciones abstractas, convenciones que se alejan de la representación natura-lista. Fue frecuente que los pintores indígenas dejasen un espacio en blanco reservado para que posteriormente fuese el escribano español quien rotulase la toponimia. Conclusiones

Las representaciones del territorio americano que durante el siglo XVI realizaron los españoles se caracterizan por la utilización de convenciones perfectamente recono-

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cibles desde la óptica europea renacentista. Dependiendo de la cualificación de sus auto-res, las hay que están exactamente orientadas, realizadas a escala, lo que implica un proceso previo de medición sobre el terreno y la utilización de instrumentos. En cuanto a los recursos gráficos, es frecuente en estas representaciones el uso de la perspectiva, las líneas con distintos espesores y estilos, el lavado de los colores para conseguir efecto de volumen, etc. Otros, en cambio, a pesar de estar realizados por españoles o criollos, presentan una realización tosca, sin escala, orientación ni indicios de que se hayan reali-zado mediciones. Todos estos trabajos no tienen nada que ver con las culturas preexis-tentes, son la visión que los colonizadores y autoridades españolas tuvieron del territo-rio. Es, quizás, la nueva percepción renacentista más apegada al conocimiento empírico y a las distancias. Los resultados van desde dibujos esquemáticos resueltos por alguna persona con ligerísimas nociones técnicas, a otros con preocupaciones paisajísticas que los proponen como auténticas vistas panorámicas o corográficas, al más puro estilo de las que se estaban realizando en Europa.

A pesar de que la mayor parte de las Relaciones Geográficas están fechadas en un intervalo que comprende siete años, de 1578 a 1584, en este corto periodo encontramos dentro de cada uno de los grupos de mapas y planos evoluciones evidentes como conse-cuencia de las influencias mutuas entre las culturas española e indígena. Así podemos encontrar características occidentales en representaciones gráficas realizadas por artistas indígenas que se van acrecentando a medida que estos documentos tienen fechas más tardías: el uso de la perspectiva, la sustitución de los glifos por escritura, primero en náhuatl y posteriormente en español, etc.

Los mapas y planos realizados por autores indígenas, la mayoría formados en las escuelas monásticas, combinan elementos de origen diverso, unos españoles, otros prehispánicos, caracterizados por la utilización de un arte conceptual, pictográfico, apo-yado en esquemas, convencionalismos o sugerencias de una inmediata lectura; y otros recién inventados en el contexto colonial, lo que implica una cierta facilidad de manipu-lar distintos modelos y técnicas visuales. La paulatina adaptación de los conocimientos y técnicas a la concepción hispana del espacio es uno de los aspectos más sobresalientes de las pinturas de los tlacuilos que realizaron mapas para las autoridades indianas.

La mezcla de convenciones indígenas y españolas que aparece en estos dibujos quizás tenga su origen en la formación de sus pintores en los monasterios. Ésta, aunque supervisada por los frailes, debió haber sido realizada por otros pintores indígenas vete-ranos, lo que explicaría cómo se transmitieron a los aprendices las técnicas prehispáni-cas. Estos mapas parecen constituir un caso ideal para ejemplificar la convergencia de dos tradiciones, puesto que, con el mismo fin, se aplican dos sistemas distintos de abs-tracción gráfica. El resultado es un estilo de representación híbrida que combina estilos y convenciones dispares, característica que iremos encontrando en la obra de muchos autores indígenas durante todo el siglo XVI.

Hay que reconocer que los tlacuilos que elaboraron estos mapas recibieron la in-fluencia europea a través de las ilustraciones de los libros religiosos en las que se repre-sentaban paisajes, principales conductos por los que las convenciones y el estilo artísti-co español y europeo entraron en la colonia. A raíz de la enseñanza sobre estos graba-dos, los frailes promovieron un arte por imitación de obras anteriores, y no de la expe-riencia visual directa. Esta idea fue bien recibida por los pintores indígenas, cuya tradi-ción prehispánica también enseñó un arte que surgió de un modelo preexistente y no de la observación empírica directa. Sin embargo, es muy difícil suponer que los tlacuilos recibieran la influencia de las técnicas cartográficas del siglo XVI, que apenas empeza-

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ba a establecerse en España a finales de dicha centuria. Por el momento no podemos demostrar que la utilización de los métodos topográficos occidentales fuera común entre los dibujantes indígenas en el siglo XVI.

Finalmente, podemos afirmar que existió un verdadero proyecto de representación del Nuevo Mundo, con el que componer un atlas geográfico y corográfico, para llevar a cabo una descripción rigurosa y precisa del mismo. Se comenzaría por la realización de mapas generales en los que se determinarían las coordenadas geográficas por métodos astronómicos. Esto permitiera no sólo cuantificar la extensión del continente americano, sino también establecer la situación de éste con relación al resto del mundo conocido. Ordenados por un sistema de longitudes y latitudes, en los mapas generales se emplaza-rían los planos regionales que se obtendrían de las encuestas de la Relaciones. En estos mapas se mostrarían las características geográficas y topográficas de los distintos terri-torios. El proyecto se completaría con una colección de vistas panorámicas, obtenidas también de las encuestas enviadas al Nuevo Mundo, a fin de crear un álbum corográfico de las ciudades y pueblos americanos, como el que Antón Van der Wyngaerde estaba realizando en España.

Este magno proyecto, que trató de impulsar Juan López de Velasco, resultó utópi-co, se concibió en la metrópolis sin tener en cuenta la realidad al otro lado del Atlántico: las enormes distancias, las grandes extensiones inexploradas, la singularidad de los fun-cionarios indianos, los medios económicos, las técnicas topográficas y, sobre todo, la existencia de artífices cualificados que realizasen observaciones astronómicas, midiesen el territorio y trazasen los mapas. Fueron los administradores hispanos los encargados de que la orden del rey se cumpliera, aunque después su realización quedó en manos de personas de distinta raza, cultura, lengua y formación, lo que daría lugar precisamente a la variedad existente, tanto en las respuestas escritas como en los planos que conforma-ron las Relaciones Geográficas.

Aunque hubo un grupo reducido de hombres que comprendieron, en parte, qué ti-po de vistas, mapas y planos estaba solicitando la Corona, como Gabriel de Chávez, Juan de la Estrada o Francisco Gali; no contaron con los medios humanos y materiales con los que contó Pedro de Esquivel en España. Por otro lado, las respuestas a las Rela-ciones Geográficas fueron dispares e incompletas en la mayor parte de los casos. Y de algunos lugares, ni siquiera hubo contestación. Por tanto, el proyecto de representación del Nuevo Mundo, cubriendo las tierras del interior con todo detalle mediante las Rela-ciones Geográficas, fracasó parcialmente, y no parece que haya ninguna prueba de que ese material manuscrito fuera nunca incorporado a los mapas generales. Con todo, el esfuerzo cartográfico realizado por España durante el s. XVI, ayudado por la contribu-ción indígena, tuvo como resultado un notable conocimiento de las características geo-gráficas de los territorios americanos.