la recuperación analítica de la virtud clásica · 2019. 10. 29. · fracasa en su intento de...

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NOTAS Y DISCUSIONES 9. Cfr. C. Offe: Strukturprobleme des kapitalistis- chen Staates, Francfort, Suhrkamp, 1972 y J. Ha- bermas: Problemas de legitimacion en el capitalis- mo tardio, Buenos Aires, Amorrortu, 1975. El proli- jo debate entre Habermas y Luhmann ha queda- do parcialmente recogida en Theorie del' Gese- llschai; oder Sozialtechnologie . Was leistet die Systemforschung», Francfort, Suhrkamp, 1975. 10. C. Offe, op. cit., p. SO. 11. J. Habermas, op, cit., p. 249. 12. Sobre este tema cfr. fundamentalmente S. Brillan: «The Economic Contradictions of De- mocracy», en British Journal of Political Science, 5 (1975) pp. 129-159; R. Rose: «Overloaded ce- vernment» en European Studies Newsletter (1975); W. Hennis, P. Graf Kiclmannsegg y U. Matz (eds.): Regierbarkeit, Stuttgart, Kohlhamrner, 1977-1979 y C. Orre: «Unregierbarkeit•. Zur ue- naissance"wnseroativer Krisentheorien, en J. Ha- bermas (ed.): Stichworte zur 'Geistigen Situation del' Zeit' (Bd. 1) Francfort, Suhrkamp, 1979, pp, 294·318. 13. Cfr., por ejemplo, A. Wolfe: Los ltmites de la legitimidad, México. Siglo XXI, 1980. 14. Son de resaltar por su interés los que apa- recen en las recopilaciones de D. Hcld (ed.): Sta- tes & Societies, Oxford, Basil Blackwell, 1983 y M. Dogan (ed.): Compariug pluralist Democracies. Strains on Legitimacy, Boulder, Westview Press, 1988. Destaca también, por su originalidad, la aplicación de los esquemas de Habermas y Offe a los países del Este europeo llevada a cabo por An- drew Arato, Cfr. «Critical Sociology and Autho- ritarian State Socialismo>. en J.B. Thompson y D. Held (eds.): Habermas: Critical Debates. Lon- dres. MacMiIlan, 1982, pp. 196·218. 15. cfr. S.M. Lipset: [5 there a Legitimacy Cri- sisr, en Micropolitics, Vol. 3, 1 (1983). pp. 1·37. 16. Al respecto cfr. H. Kliemt: Fiiosofta del Es- tado y criterios de legitimidad. Barcelona-Caracas, Alfa, 1979; W. Connolly (ed.): Legitimacy and the State, Oxford, Basil Blackwell, 1984; J. Keane: Pu- blic life and late capitalism, Cambridge, Cambrid- ge Univ. Press, 1984 y D. Held: Models ofDemo- cracy, Cambridge, Polity Press, 1987. 17. J. Habermas op. cit., p. 243. 18. La bibliografía sobre desobediencia civil es muy abundante, pero son de destacar fundamen- talmente las obras de R. Dworkin: Los derechos en serio, Barcelona, Aríel, 1984 Y P. Glotz (ed.): Ziviler Ungehorsam im Rechtsstaat, Francfort, Suhrkamp, 1983. 19. Cfr. B. Guggenberger y C. Offe (eds.): An del' Grenzen der Mehrheitsdemokratie, Opladen, Westdeutscher Verlag, 1984. 20. Cfr. J. Habermas: «How is Legitimacy Pos- siblc on the Basís of Legality?» y «On the Idea of the Rule of Law», en S.M. McMurrin (ed.): The Tanner Lectures on Human Values VllI, Salt Lake City-Cambridge. Univ. of Utah Press-Cambrídgc Univ, Press, 1988. pp, 219·249 Y249-279 respecti- vamente. La recuperación analítica de la virtud clásica ANDRÉS DE FRANCISCO YFERNANDO AGUIAR Universidad Nacional de Educación a Distancia Las líneas que siguen constituyen un comentario de la reciente e importante obra de Antoní Domenech, De la É'lica a la Política (De la razón erótica a la ra- zón inerte), (Barcelona, Crítica, 1989). Ante un libro semejante, no sería ex- traño que un imaginario y despistado lector pensara que el autor de este li- bro fuera más bien un equipo ínterdís- ciplinar de especialistas, pues en él se ISEGORÍA 12 (1990) dan cita, como quien no quiere la cosa, el filósofo moral, el economista, el filólogo, el historiador de las ideas, el epistemólogo, el escritor experimen- tado." Pero no, el equipo se reduce a una sola persona. Nos encontramos, en efecto, ante una de las cabezas me- jor amuebladas de nuestro paisaje inte- lectual, y no sólo del nuestro. Mas no se trata ya de meros conocimientos 169

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NOTAS Y DISCUSIONES

9. Cfr. C. Offe: Strukturprobleme des kapitalistis­chen Staates, Francfort, Suhrkamp, 1972 y J. Ha­bermas: Problemas de legitimacion en el capitalis­mo tardio, Buenos Aires, Amorrortu, 1975. El proli­jo debate entre Habermas y Luhmann ha queda­do parcialmente recogida en Theorie del' Gese­llschai; oder Sozialtechnologie . Was leistet dieSystemforschung», Francfort, Suhrkamp, 1975.

10. C. Offe, op. cit., p. SO.11. J. Habermas, op, cit., p. 249.12. Sobre este tema cfr. fundamentalmente

S. Brillan: «The Economic Contradictions of De­mocracy», en British Journal of Political Science,5 (1975) pp. 129-159; R. Rose: «Overloaded ce­vernment» en European Studies Newsletter (1975);W. Hennis, P. Graf Kiclmannsegg y U. Matz(eds.): Regierbarkeit, Stuttgart, Kohlhamrner,1977-1979 y C. Orre: «Unregierbarkeit•. Zur ue­naissance"wnseroativer Krisentheorien, en J. Ha­bermas (ed.): Stichworte zur 'Geistigen Situationdel' Zeit' (Bd. 1) Francfort, Suhrkamp, 1979,pp, 294·318.

13. Cfr., por ejemplo, A. Wolfe: Los ltmites de lalegitimidad, México. Siglo XXI, 1980.

14. Son de resaltar por su interés los que apa­recen en las recopilaciones de D. Hcld (ed.): Sta­tes & Societies, Oxford, Basil Blackwell, 1983 yM. Dogan (ed.): Compariug pluralist Democracies.Strains on Legitimacy, Boulder, Westview Press,1988. Destaca también, por su originalidad, laaplicación de los esquemas de Habermas y Offe a

los países del Este europeo llevada a cabo por An­drew Arato, Cfr. «Critical Sociology and Autho­ritarian State Socialismo>. en J.B. Thompson yD. Held (eds.): Habermas: Critical Debates. Lon­dres. MacMiIlan, 1982, pp. 196·218.

15. cfr. S.M. Lipset: [5 there a Legitimacy Cri­sisr, en Micropolitics, Vol. 3, 1 (1983). pp. 1·37.

16. Al respecto cfr. H. Kliemt: Fiiosofta del Es­tado y criterios de legitimidad. Barcelona-Caracas,Alfa, 1979; W. Connolly (ed.): Legitimacy and theState, Oxford, Basil Blackwell, 1984; J. Keane: Pu­blic life and late capitalism, Cambridge, Cambrid­ge Univ. Press, 1984 y D. Held: Models ofDemo­cracy, Cambridge, Polity Press, 1987.

17. J. Habermas op. cit., p. 243.18. La bibliografía sobre desobediencia civil es

muy abundante, pero son de destacar fundamen­talmente las obras de R. Dworkin: Los derechosen serio, Barcelona, Aríel, 1984 Y P. Glotz (ed.):Ziviler Ungehorsam im Rechtsstaat, Francfort,Suhrkamp, 1983.

19. Cfr. B. Guggenberger y C. Offe (eds.): Andel' Grenzen der Mehrheitsdemokratie, Opladen,Westdeutscher Verlag, 1984.

20. Cfr. J. Habermas: «How is Legitimacy Pos­siblc on the Basís of Legality?» y «On the Idea ofthe Rule of Law», en S.M. McMurrin (ed.): TheTanner Lectures on Human Values VllI, Salt LakeCity-Cambridge. Univ. of Utah Press-CambrídgcUniv, Press, 1988. pp, 219·249 Y249-279 respecti­vamente.

La recuperación analítica de la virtud clásica

ANDRÉS DE FRANCISCO Y FERNANDO AGUIARUniversidad Nacional de Educación a Distancia

Las líneas que siguen constituyen uncomentario de la reciente e importanteobra de Antoní Domenech, De la É'licaa la Política (De la razón erótica a la ra­zón inerte), (Barcelona, Crítica, 1989).Ante un libro semejante, no sería ex­traño que un imaginario y despistadolector pensara que el autor de este li­bro fuera más bien un equipo ínterdís­ciplinar de especialistas, pues en él se

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dan cita, como quien no quiere lacosa, el filósofo moral, el economista,el filólogo, el historiador de las ideas,el epistemólogo, el escritor experimen­tado." Pero no, el equipo se reduce auna sola persona. Nos encontramos,en efecto, ante una de las cabezas me­jor amuebladas de nuestro paisaje inte­lectual, y no sólo del nuestro. Mas nose trata ya de meros conocimientos

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NOTASY DISCUSIONES

admirablemente ordenados que hubie­ren dado a luz una gran obra de erudi­ción, En verdad, esta erudición no jus­tífícaría nuestro entusiasmo si a ellano le añadiéramos, como en el caso deDomenech, la originalidad de enfoque,la apuesta normativa, la imaginaciónteórica y el vigor de una inteligenciabien afilada. Como se puede suponer,el resultado global es explosivo. Quienpiense que exageramos no tiene másque pasearse sin miedo por sus pági­nas: nos dará la razón.

Acerca del instrumental analítico

La teoría de juegos y la teoría de lateoría formal de la racionalidad hanaportado en las últimas décadas las ex­plicaciones más penetrantes de la con­ducta social. Aunque también se ha in­tentado -no sin éxito- su aplicacióna la crítica textual en casos concretoscomo las teorías políticas de Rousseauy Hobbes (o textos bíblicos), nadie has­ta ahora se había atrevido a recons­truir con este utillaje la historia de laracionalidad práctica occidental toutcourt: desde Platón hasta Habermasy Rawls. Esto es justamente lo queA. Domenech lleva a cabo admirable­mente en De la Ética a la Política, mar­cando así un hito en la historia de lainterpretación de textos filosóficos.

En la vida cotidiana nos vemos en lacontinua obligación de tomar decisio­nes, de elegir un determinado cursode acción. La teoría estándar de laelección racional sólo considera racio­nal aquella acción que mejor satisfacenuestros deseos y preferencias o, dichomás técnicamente, aquella acción quemaximiza una función de utilidad, enla que se expresan nuestras preferen­cias. Cual sea el origen y contenido deesas preferencias es algo que va másallá del ámbito de dicha teoría, intere­sada sobre todo en la consistencia del

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acto mismo de decidir. o mejor dicho,en que nuestras preferencias sean tran­sitivas, consistentes.

Pero, como es obvio, no siempre de­cidimos aisladamente, sino que a me­nudo nuestras decisiones dependen delo que hagan o elijan los demás, denuestra interacción con otros. Es aquídonde interviene la teoría de juegos deestrategia formulada originariamentepor J. von Neumann y O. Morgensternpara explicar la conducta de los agen­tes económicos. Uno de los juegos quemayor poder analítico ha demostradoes el denominado «dilema del prisione­ro», profusamente empleado por Do­ménech en su obra. El dilema nos pre­senta dos jugadores con dos estrategiasbien definidas, cooperar o defraudar.La búsqueda del mejor resultado indi­vidual fuerza a los jugadores a frustrarla cooperación, a cometer free riding,obteniendo un resultado «subóptimo»para ambos: la racionalidad conduce,pues, al desastre colectivo. La lógicadel dilema es implacable.

A. Domenech, además de hacer unprolijo uso del dilema del prisionero,aporta gran cantidad de juegos nuevosde su propia cosecha, convirtiendo a lateoría de juegos --como veremos- enun potentísimo instrumental analíticoen el ámbito de la hermenéutica filo­sófica.

Arquitectura del libro

El hombre, además de creencias sobreel mundo externo, tiene deseos y prefe­rencias, y capacidad para reflexionarsobre unos y otras. A la reflexión sobrenuestras creencias se le llama racio­nalidad epistémica, y racionalidad mo­ral a la reflexión crítica sobre nuestrosdeseos. La tesis sustantiva del libro deDoménech es -parcialmente coinci­dente con la de A. Maclntyre-c-! que lacultura occidental moderna ha supues-

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NOTAS Y DISCUSIONES

to, respecto de la clásica, tanto una hi­pertrofia de la racionalidad epistémíca,científico-técnica, como una hipotrofiade su racionalidad moral, tanto unavance gigantesco en la exploracióndel mundo exterior como un subdesa­rrollo en la exploración del mundo in­terior. Así, usando la terminología delautor, si la cultura moral clásica deprocedencia socrática está permeadapor la racionalidad «erótica» (en el sen­tido platónico), la racionalidad moder­na es «inerte», esto es, si la primera pre­supone una psicología profunda (condistintos órdenes de preferencias), lasegunda se levanta sobre una psicolo­gía plana (con un primer orden de pre­ferencias indomables). Así, mientrasque el individuo erótico-racionalmenteguiado es capaz de elegir no sólo sumejor acción sino su mejor deseo, elindividuo racionalmente inerte es vícti­ma de sus pasiones, pues está su razónal servicio de las mismas. En otros tér­minos, el arquetipo de hombre clásicoestá libre de pasiones y puede, por tan­to, elegir sus deseos, al contrario que elarquetipo moderno, que está domi­nado por aquéllas, al considerarlasinextinguibles. Si el primero puede ac­tuar según su mejor razón, esto es,puede elegir su mejor deseo y, por tan­to, su acción es tan racional como li­bre; con el hombre moderno acontecemás bien lo inverso. Si aquél es enkrá­tico, éste está dominado por la inerciade sus pasiones: es akrático.

El concepto de «enkrateia» es cen­tral para el propósito del autor, que noes otro que el de «reconstruir la médu­la de la racionalidad "erótica" antiguay la génesis de la racionalidad "inerte"moderna a partir de la destrucción deaquélla». Es central -decimos~' por­que permite entender lo incomprensi­ble para la racionalidad moderna, a sa- .ber, la socrática ecuación «vírtud-felí- .cidadelibertad», esa «absurda identí-

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dad» con la que -según Nietzsche­Sócrates había hechizado a la filosofíaantigua y de la que ésta nunca habíalogrado zafarse. La «enkrateía», la «li­bertad interior}, hace al sabio, pues lepermite guiar su conducta racional­mente. Y por ello mismo es virtuosoel sabio, sólo él tiene «areté» sólo él«está en forma». Mas, a su vez, sólo elsabio -por ser virtuoso- es feliz, por­que -como demuestra la polisemiadel verbo «práttein--c- al actuar bien, leva bien.

En esta concepción libre y racionalde la virtud está la clave para entenderlo que Dornenech denomina «tangenteática», es decir, la armonía -no precí­samenle preestablecida-e- entre bienprivado (agathón) y bien público (ka­Ión). Justamente porque el clásico sabelo que es el bien privado es capaz decooperar al bien colectivo; porque escapaz de resolver enkráticamente elconflicto intrapsíquico que le presen­tan sus pasiones, así también es capazde resolver el conflicto interpersonalde la convivencia «política» y escaparél la lógica implacable del dilema delprisionero en la que caerán --como ve­remos- los individuos atomizados,akrátícos, psicológicamente planos, delmundo moderno. Que ello es así que­da a nuestro entender ingeniosamentemostrado por el «juego de la comuni­dad de enkráticos» (p. 93), que sesuperpone -previa modificación «eró­tica» de las preferencias de los jugado­res- a un dilema del prisionero. Elciudadano ideal de la polis cambia­rá sus preferencias -eligiendo coope­rar- para no dejarse arrastrar por lalógica del dilema: el resultado será na­turalmente óptimo.

Desde la arquitectura del libro, escentral el concepto de «tangente áti­ca». En efecto, el desarrollo de la ra­cionalidad práctica moderna puedeverse como la pérdida de la misma y

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corno un intento frustrado de sustituir­la por algún equivalente funcional (elsoberano hobbesiano, en el caso delabsolutismo), de encontrar una tan­gente ática burguesa (el republicanis­mo moderno), o de ignorarla por pen­sar que el mecanismo del mercado ylos derechos de propiedad privada quele acompañan la hacen prescindible(liberalismo). Pero en todos estos ca­sos asistimos a una «venganza de lavirtud" clásica: el liberalismo desem­boca en un absolutismo encubierto, esdecir, enmascara a la soberanía pretex­tando embridada mediante el Derecho,al tiempo que la tradición republicanafracasa en su intento de «restauración»de la virtud en condiciones modernas:Rousseau, a lo sumo, consigue una«tangente espartana», una fusión debien privado y bien público en la queéste fagocita a aquél (p. 200). Por otrolado, la génesis del Estado absolutistahobbesiano, del «Gran Artificio", estoes, el surgimiento de la decisión delcontrato, sólo es conceptualmente con­sistente si presuponemos la existenciade distintos órdenes de preferencias enlos individuos y, con ellas, su capaci­dad para poner en práctica estrategiasde precommitment. Pero ello da al tras­te con la lógica de funcionamiento delmodelo absolutista, que presupone unaconcepción privativa de la naturalezahumana, con un sólo orden de prefe­rencias egoístas. Ahora bien, como de­muestra Spinoza -conigiendo en estoa Hobbes- la doerina absolutista pre­supone más bien la existencia de meta­preferencias pues, sin ellas, no es posi­ble la akrasia de los súbditos, base desu decisión de «ligarse externamente»a un soberano absoluto. Sin embargo,pese al refinamiento spinoziano de ladoctrina absolutista, la virtud se vengaigualmente de ella. Esto queda claro apartir de la crítica del Rousseau repu­blicano a resultas de la cual se quiebra

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la lógica absolutista para producir unaantinomia: «si los ciudadanos se obe­decen a sí mismos, no necesitan del"gran artificio"; y si no se obedecen así mismos, el "gran artificio" no sólono les libera..., sino que el mismocuerpo político está en peligro de rui­na, el "dios mortal" está condenado amuerte en la medida en que esa con­ducta se generalice» (p. 278).

En el largo y tortuoso camino haciala modernidad práctica el cristianismorepresenta un decisivo punto de infle­xión. Y ello por dos razones. En pri­mer lugar, a él debemos el legado deuna concepción radicalmente privati­va, paulina, de la naturaleza humana,tan ajena al mundo clásico y tan influ­yente en el absolutismo moderno a tra­vés de Hobbes. El hombre viene almundo tocado por el pecado, es una na­turaleza «caída" cuya salvación se hacedepender de la gracia divina. Así elarquetipo de hombre cristiano -pesea la influyente interpretación hege­liana- perderá toda idea verdadera delibertad interior, por el mero hechode que hipostasía sus preferencias desegundo orden trasladándolas a la vo­luntad inescrutable de Dios. Todo ellotiene que ver con la segunda granaportación del cristianismo, en parteanticipada por la metafísica estoica: laescisión del mundo entre un «reino na­tural» y un «reino de la gracia». Estaaportación se aprecia bien -y de ahíla importancia del primer capítulo­en el grave problema planteado por lateodicea ilustrada: el problema de las«dísteleologías», del mal en un mundoparadójicamente creado por un Seromnipotente (agens liberrimum) y bue­no. Evidentemente, no podemos entraraquí en los detalles y matices del capí­tulo. Señalaremos simplemente -y per­siguiendo siempre las líneas maestras

.del libro- la importancia de la solu-ción leíbnízíana, Leibniz, tras hacer un

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hábil quiebro metafísico por el que si­túa las constricciones a la actividad delCreador (la ananké platónica) en el in­telecto divino -salvando así la libertadde su voluntad y la contingencia delmundo-, basa su optimismo en unafeliz armonía entre el reino físico de lanaturaleza y el reino moral de la gra­cia, armonía mediante la cual éste ab­sorbe cosmológicamente las disteleolo­gías de aquél, Leibniz construye asíuna «cosmodicea» que justifica un op­timismo sólo cosmológico, no social:su cosmodicea no implica, pues, una«sociodicea», Esta será sin embargo-piensa A. Domenech-e- la tentaciónpermanente del pensamiento políticomoderno: construir ya un reino naturalde la gracia (liberalismo) ya un reinoartificial (absolutismo). De ahí la im­portancia arquitectónica que para el li­bro tiene el «juego del reino de la gra­cia» leibnizíano (p. 73). A su debidotiempo y no sin sorpresa, descubrirá ellector que este juego es formalmenteidéntico al del reino artificial de la gra­cia y al «juego de la virtud rousseau­niana», 10 cual permite entender nosólo la raíz cristiana del absolutismomoderno sino también el «llamado "to­talitarismo democrático" de la "volun­tad general" de Rousseau» (p. 273).

El mundo moderno -piensa A. Do­menech-> intenta rescatar una tan­gente ética por dos vías, por la vía delimperium y por la vía de la res publica.Ello tiene que ver, una vez más, conlos dos usos que la modernidad hacedel cristianismo, un uso imperial y unuso escatológico. En la vía del impe­rium (el imperio de la ley, del derecho)se sitúan el liberalismo político y el ab­solutismo. La diferencia entre ambosradica en la relación que establecenentre derecho y soberania: mientrasque para el absolutismo es el soberanoquien otorga el derecho (que se hace ..positivo), con el liberalismo ocurre lo

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contrario; aquí es el derecho (natural)el que crea la soberanía intentandoconstreñirla y «embrídarla» mediantesu ley. Como recuerda Domenech, sinembargo, la soberanía de la teoríapolítica liberal se reservará las decisio­nes sobre los «estados de excepción»(el «foederatíve power» de Locke), es­capando así al imperio de la ley parapisar suelo absolutista. Pero los dosrepresentantes de la tradición imperial(liberalismo y absolutismo) compartenel mismo silencio sobre el bien privadoque se escinde del público: "al rompercon el concepto clásico de virtud, elpensamiento político moderno no pue­de vincular la aiirmacián de esos dere­chos a noción alguna de bien humano;el sujeto de esos derechos es terraincognita» (p. 180). El derecho (dere­cho de propiedad básicamente) callasobre la felicidad individual, tan sóloaspira a regular los conflictos de laconvivencia social mediada por el mer­cado; esto es, aspira a un imposible:conseguir el bien público (la armoníainterpersonal) sin buscar siquiera elbien privado (la armonía intraperso­nal).2

Del capítulo VI (en el que Domenechsitúa a Rousseau y a Kant en la tradi­ción republicana, absolutista y liberalrespectivamente) lo más importante essin duda el «juego de la virtud kantia­na». Este ingeniosísimo juego permiteno sólo una interpretación transpa­rente de la filosofía práctica del geniobáltico sino formular, además, conprecisión casi matemática lo que Do­rnenech llama «trilema» de la filosofíapráctica kantiana, esto es, el que se daentre criticismo, síntesis (de «hombreinteligible» y «hombre empírico») yDios como postulado de la razón prácti­ca. A partir de este trilema cabe enten­der (cap. VII) la filosofía clásica alema­na como un intento diferenciado dedarle solución. Cual si de un truco de

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prestidigitador se tratara, vemos cómolos representantes de esta cumbre delpensamiento occidental encajan enuna de las posibles soluciones de lamatriz del juego. Schiller y Feuerbachsacrifican el criticismo para salvar lasíntesis (solución Cl Cz); Schopen­hauer -abriendo aún más que el pro­pio Kant la brecha entre virtud y felici­dad- arranca del fracaso del maestroen su intento de compaginar la síntesiscon el criticismo y asume como puntode partida lo que para Kant es un in­deseado punto de llegada, esto es, elsacrificio de la síntesis para salvar elcriticismo (solución Al Az). Sin embar­go, y pese al pesimismo metafísico y auna psicología profunda heredadosclaramente del budismo, la raíz cristia­no-protestante de su pensamiento lehará abandonar tanto el racionalismomoral de Kant como el eudemonismoracionalista del budismo. Finalmente,Fichte, Schelling y Hegel «se aferranmás bien -y cada uno a su peculiarí­simo modo- al postulado práctico deDios para salvar ambas cosas (soluciónAl Cz)>> (p. 293). Todos ellos recurren auna «visión trágica de la historia» que,actuando por el lado malo, opera elbien. sin-e la síntesis en un final fe­liz en el que virtud, felicidad y liber­tad terminan coincidiendo. El propioMarx, al hacer suya esta metafísicahistórica, cabe en una de las solucio­nes del juego, claro que -si se nospermite la expresión- haciendo aDios bajar a la tierra, esto es, raciona­lizando mediante una teoría quese pretende científica aquella feliz te­leología. En el alineamiento de Marxen esta tradición trágico-histórica, veA. Domenech los restos liberales delpensamiento, por lo demás republica­no, de Marx: la ilusión de que una «me­cánica social» llevará a la humani­dad por sí sola, sin el apoyo de la vir­tud, a la armonía individual y social.

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El libro se cierra con una critica delutilitarismo y de las propuestas éticasde Rawls y Habermas, presentadas porDomenech como dos intentos distintosde superar el teorema de imposibilidadde Arrow.

¿Idealización del mundo clásico?

Conviene salir al paso de la supuestaidealización que A. Domenech come­te de la cultura moral del mundo clási­co, tanto más cuanto que es el propioJ. Mosterín, empático prologuista dellibro, quien piensa que cae víctima deella: «me parece --escribe- que Tonitiene una visión excesivamente ideali­zada del mundo clásico..., y de la vir­tud de sus ciudadanos» (pp. 15-16).Parece, pues, como si Dornenech pen­sara que su «construcción ideal» de latangente ática estuviera además ideal­mente realizada en la polis griega. Pen­samos, empero, que es ésta una falsaapariencia. De hecho, A. Domenechnunca confunde ambos niveles; antesbien, se sitúa desde el comienzo en elplano de los «constructos teóricos»(normativos), en el plano de la «cultu­ra filosófica» (p. 78), de la «lógica delos conceptos», Como era de esperar,el autor del libro no habla de hombresreales, sino de arquetipos. Por lo de­más, es el propio Domenech quien re­conoce que la «reflexión política de losdos grandes arquegetas (Platón y Aris­tóteles) es, al menos, melancólica eidealizadora de una realidad, si algunavez existente, < en trance de extinción»(pp, 82-83). Esa realidad es, natural­mente, la polis, que -como nos expli­ca Domenech-> es considerada comocondición de posibilidad (en las teoríasético-políticas tanto de la Academiacomo del Liceo) de la tangente ática.. Por otro lado, precisamente porqueDomenech está manejando constructosideales, puede calibrar la dosis de rea-

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Iismo de los mismos. Así, al comparara Platón con Aristóteles, observa que«La consideración de las constriccio­nes externas hace de Aristóteles unteórico de la polis más realista que Pla­tón. Porque la ciudad da la base mate­rial de la suficiencia...» (p. 88). Final­mente, Antoni Domenech, tras resaltarlos hallazgos de la ética de proceden­cia socrática, no esconde su principallimitación, a saber: «el que el trazadode su tangente caiga fuera de la esfe­ra social material; la justicia platóni­co-aristotélica ignora -sin duda porsu raíz clasista- la vida productiva»(p. 103).

El ideal (y no la idealización) de la«tangente ática», el de la armonía en­tre el bien privado y el público, asícomo la ecuación «vírtudefelícidadeli­bertad» que lo hace posible, los en­cuentra Domenech en las obras de Pla­tón y Aristóteles con sus respectivasmatizaciones. Aquí el autor se limita areconstruirlo con gran precisión yoriginalidad mediante la teoría de jue­gos. Sin embargo, lo importante es eluso que Domenech hace de ese idealque él propiamente no inventa: consti­tuye, en efecto, el cimiento de toda laobra; pues en él se apoya Dornenechpara juzgar normativamente la racio­nalidad práctica moderna, para juzgar­la críticamente, esto es, como pérdidade lo que aquel ideal representaba.

Racionalidad erótica y «enkrateia»:una crítica

A partir de los trabajos de los filósofosH. Frankfurt y D. Davidson, y del eco­nomista A. Sen, en los que se apoyaDomenech para construir el conceptode racionalidad erótica, parece claroque no es posible definir el conceptode persona ni hablar de acción moralsi no se consideran diversos órdenesde preferencias.é Sin embargo, ser ca-

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paz de someterse a preferencias de ór­denes superiores no es una condiciónsuficiente de la conducta virtuosa, dela conducta enkrática, si no se especifi­ca el contenido de esas preferencias.La racionalidad erótica no es sino lacapacidad de elegir el mejor deseo y,por tanto, la mejor acción. Pero «me­jor), no tiene aquí carga moral necesa­riamente: sería, antes bien, sinónimode "lo más adecuado para conseguirnuestros fines (sean estos los que fue­ren)», Los lazos de sangre, por ejem­plo, me impiden que desee matar a mipadre, pero desearía tener el deseo dematarlo. Si lo hago, si me someto a mideseo de segundo orden, no me con­vierto por ello en un individuo virtuoso(en el sentido clásico) sino en un parri­cida. El enkratés socrático no lo essólo por su capacidad de someterse ametapreferencias, sino porque definemoralmente sus preferencias de segun­do orden, lo cual es ajeno en parte alhecho de que posea una estructuramotivacional rica en órdenes de prefe­rencias. Esto, en nuestra opinión, noqueda claro del todo en la obra de Do­menech. La ética clásica no se entien­de sin una concepción erótica de la ra­cionalidad, pero una racionalidad eró­tica no nos conduce necesariamente ala virtud socrática.

La quiebra de la «tangente ática»:«enkrateia» y «polis»

Que el mundo moderno se levante so­bre las ruinas de la tangente ática vade suyo, permeado como está por laracionalidad inerte de individuos akrá­ticos y habiendo archivado el ideal dela polis en los anales de la historia. Sinembargo, como observa Doménech, yacon Aristóteles se tambalean sus fun­damentos para quebrarse definitiva­mente en el mundo helenístico con laStoa; y ello pese a que Aristóteles toda-

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vía se apoya en la racionalidad eróticay a que los estoicos incluso la profun­dizan. ¿Por qué, pues, el derrumbe dela tangente ática? ¿Cuáles son las con­diciones que posibilitan ese delicadísi­mo equilibrio entre el bien privado y elpúblico?

Es bien sabido que el contexto histó­rico en que se desliza la filosofía estoi­ca en nada recuerda ya al de la polisgriega. Los estoicos se encuentran aho­ra en un mundo desmembrado. des­bordados por un cosmos de fronterasdiluidas que no les ofrece seguridad.Para resistir a ese mundo sobre el queno tiene ningún poder, el sabio estoicose vuelve sobre sí mismo, sobre su mi­crocosmos, en busca de la felicidad in­dividual, del «bien privado». Ello leobliga a profundizar en la libertad in­terior del enkratés socrático, a postularheroicamente un «tercer orden de pre­ferencias», estrechando aún más laecuación clásica entre virtud y conoci­miento. Sin embargo, y pese a dichaprofundización, el sabio estoico está[uera de la tangente ática. La razón esque esa mayor libertad y sabiduría lasconsigue al precio de la escisión entreética y política: la ética del Pórtico,marcadamente individualista. refuerzaasí el valor de la enkrateia para com­pensar la pérdida de la polis. Pero ellono es suficiente para salvar la tangen­te: uno de sus pilares, la ciudad, arras­tra consigo -al desmoronarse-la ar­monía entre lo privado y lo público. Laenkrateia, la racionalidad erótica no espues suficiente para dicha armonía, nisiquiera en su versión más depurada,en su versión estoica. Pero, ¿es acasonecesaria? Así parece pensarlo A. Do­menech cuando ve corno peligra el mi­lagro de la tangente en manos de Aris­tóteles, al relajar éste la misma ecua­ción que los estoicos refuerzan. Aristó­teles, en efecto, no sólo hace compati­ble cierta dosis de akrasía (de raciona-

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lidad «ímperfecta») con la virtud, sinoque acepta la posibílidad de que hayavirtud para con uno mismo y no paracon los demás. Sin embargo. y pese aldebilitamiento de sus fundamentos«eróticos» ¡ .la tangente queda a salvoen Aristóteles. ¿Cómo es ello posible?Debido a que a Aristóteles todavía lerespalda la polis, Ello nos permite ex­traer la siguiente conclusión: sin poli sel milagro de la tangente es ni más nimenos que impensable, por muy en­krátícos que sean los individuos. Lapolis no sólo hace posible la tangenteática (incluso con individuos parcial­mente akráticos), sino que hace a laenkrateia más fluida, más natural, másplausible: «el enkratés de la polis -diceDomencch-« vive en un contexto so­cial altamente integrado, la inmensamayoría de las personas con las queinteractúa forman parte de su cotidia­nidad, la interacción con ellas es itera­da, es improbable que tenga encuen­tros únicos con alguien; la vida públicaes densa y robusta, los Dujos de infor­mación entre las personas, proteicos"(p. 325, nota 45). Se entiende pues quela polis tenga primacía explicativa so­bre el «milagro» de la tangente. Otracosa es que en su ausencia el bien pri­vado no sea posible, que sí lo es, claroque al precio del heroísmo del sabioestoico.

Esta segunda vía (la búsqueda prio­ritaria del bien privado en el sentidoclásico, o budista) parece ser, sin em­bargo, el núcleo de la apuesta normati­va de A. Domenech que -dicho sea ensu defensa- sólo queda esbozada.sugerida. Pese a ello creemos necesario-y posible- interponer aquí unas pa­labras de crítica:

1. La polis es el presupuesto esencialde la armonía entre bien privado y pú­blico porque hace «natural» la virtudde los ciudadanos. porque hace «natu­ralmente» posible la enkrateía. Parece-

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ría pues más realista una apuesta nor­mativa que se dirigiera, ya no princi­palmente a la exploración interior, albien privado, sino -sobre todo- a larecuperación de las condiciones «polí­ticas» que hicieron posible el milagrode la tangente. Más aún. habría que in­sistir en la necesidad de ir más alláde la polís misma, siendo así que éstaera --como recuerda Domenech-c- com­patible con situaciones de injusticia yexplotación. En otras palabras, si esverdad que «necesitamos urgentemen­te una cultura moral» nueva (p. 337)ante los ingentes peligros a los que seenfrenta la humanidad (ecológicos, de­mográficos, etc.), no es menos cierto quela vieja tarea de una transiormacion pa­ralela del mundo exterior, del conjuntoexterior de oportunidad -como le gustadecir al autor-e, es, si cabe, más urgente.

2. Si esta observación es acertada, nosvemos obligados a constatar cierta in­justicia en el tratamiento que Dome­nech hace de Marx. En efecto, Do­rnenech diferencia entre un Marx «re­publicano» y un Marx «liberal», entreun Marx que opta por la transforma­ción del individuo y un Marx que optapor la transformación productivista delmundo como un fin en sí mismo, en laseguridad histórico-filosófica (herederadel idealismo alemán) de que esa "pro­ducción por la producción» --que seconsigue al altísimo precio de la alie­nación universal- servirá las condi­ciones (abundancia) para la felicidad yautorrealización futuras de todos losindividuos. «Pero esta respuesta -ex­plica A. Domenech-c- es víctima de lamisma ilusión moderna que, según vi­mos, deslumbraba al doctrinarismo li­beral: la ilusión de que puede llevarsea armonía a la humanidad, de quepueden erradícarse las estructuras so­ciales regidas por juegos de suma cero, 'con s610 aumentar indefinidamente el'pastel a repartir. El cuerno de la abun-

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dancia, aun si fuera eco1ógícamenteposible o soportable. nunca consegui­ría poner fin a esas estructuras, no ha­ría libres a los hombres, ni tampocofelices, iguales o fraternos; a la vírtudcorresponde esa tarea, como sin em­bargo. sabía muy bien el otro Marx, elque alabó a los escritores sociales anti­guos porque su "investigación nuncase pregunta qué forma de propiedad esla más productiva, la que crea más ri­queza", como hacen los economistasmodernos, sino "qué tipo de propie­dad crea los mejores cíudadanos?»(pp. 334-335).

A nosotros esta dicotomía entre unMarx «republicano» y un Marx «libe­ral» nos parece fértil y original. Lo queen nuestra opinión es exagerado -a laluz de la primera observación- es queDornenech llegue a decir que el Marxliberal «ha muerto para siempre» (p.331). Exagerado, sí, porque en Marx lapregunta «republicana» por el tipo depropiedad que crea los mejores ciuda­danos (socialismo) no está dicotómica­mente disociada de la pregunta por losmedios para la consecución de las con­diciones materialest que hacen posibleese tipo ideal de propiedad. Y es en larespuesta a esta ineludible preguntaestratégico-normativa donde entra la"liberal" producción por la producciónpropuesta por Marx, pues no debe olvi­darse que -según muestra el texto delas Teorías sobre la plusvalía qué citaDcmenech-« el verdadero fin (o conte­nido) de esa producción es «el superiordesarrollo de la individualidad».

Ciertamente, Domenech tiene razónal considerar que el «cuerno de laabundancia» no es condición suficien­te para la virtud ciudadana universal(Y, consecuentemente, para la univer­sal felicidad), además de ser ecológica­mente imposible. Pero. ¿acaso piensaDomenech que el socialismo es posiblesin esa abundancia (reducida, si se

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quiere, a sus límites ecológicos)? Aho­ra bien, si el autor responde por la ne­gativa a esta pregunta y, simultánea­mente, acepta que el socialismo es de­seable por ser el sistema de propiedadque mejores ciudadanos crea, entoncespodríamos sospechar que Dornencchtiene puesta demasiada confianza en lavirtud pues, según sus palabras ante­riormente citadas, sólo a ella parececorresponder la tarea de hacer felices,iguales o fraternos a los hombres.

3. La apuesta normativa de Dome­nech -que sigue el trayecto que va deSócrates a Buda- nos parece radical ysugerente. Podría resumirse así: entanto en cuanto no sepamos qué sea elbien privado nuestros intentos de con­seguir el bien público están condena­dos al fracaso, como queda demostra­do por la historia de la racionalidadpráctica moderna tal cual la reconstru­ye convincentemente A. Domenech:«Pues la cultura moderna es prepóste­ra: pone el carro delante de los bueyes,los medios de realización de la felící­dad y de la libertad por delante de lafelicidad y de la libertad. Quiere satis­facer Jos deseos y las necesidades delos hombres, pero no sabe en qué con­sisten esos deseos y esas necesidades,ni admite la posibilidad de su elección

racional» (p. 337). De acuerdo. Pero enun mundo como el nuestro, tan las­trado por enormes diferencias de rentay oportunidad, pensamos que la pro­puesta de recuperar la libertad inte­rior, el «erotismo» de la razón, puederesultar una apuesta normativa tanatractiva (incluso necesaria) como im­practicable, es decir, con pocas posibi­lidades de realización universal. Si lasnecesidades básicasé de gran parte dela población mundial no están satisfe­chas, tal vez fuera necesario seguircompletando al Marx «republicano»con el Marx «liberal».

Lo que antecede no es más que unbreve esbozo de un libro cuya riquezadifícilmente se deja reseñar. De la Éti­ca a la Política es una obra repleta deerudición, originalísíma y fuera de locomún no sólo en nuestro ámbito filo­sófico sino también en el internacio­nal. Sería una pena que pasara desa­percibida. En nuestras manos estáahora abrir un debate que profundiceen las líneas de investigación abiertaspor el autor. Si esto se lleva a caboserá una de las pocas veces en queno nos veamos obligados a traducirdebates en torno a obras de una cate­goría muy Inferior a la de Antoni Do­menech.

NOTAS

1. Parcialmente, porque Dornenech no partedel paradigma «aristotélico-tomista», como Mac­Intyre, sino del ideal socrático del auto­conocimiento que no sólo hizo suyo Aristótelessino que fue radicalizado por la Stoa y por el bu­dismo.

2. Este es sólo un aspecto de la devastadoracrítica que Dornenech acomete del pensamientoliberal (caps. IV y V). Con un implacable mazoanalítico en mano. A. Doménech persigue sin pie­dad sus contradicciones, sus «líneas de replie­gue". le hostiga en sus falsas soluciones para re­matarlo finalmente declarando la imposibilidad

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misma de su «núcleo conceptual", Una criticaverdaderamente magistral.

3. Nos referimos concretamente a los artículosde A. Sen: "Choice, orderings and morality», enA. Sen: Choice, Welfare and Measurement, Oxford,Blackwell, 1982 y «Los tontos racionales», enF. Hahn YM. Hollis, comps.: Filosofía y teoría econó­mica, México, F.e.E, 1986; al artículo de H. Frank­furt «Freedorn of the will and the concept of per­son», Journal of Philosophy, vol. 68 (1971), 5-20; Yal artículo de D. Davidson: «How ía Weakness ofWill Possible?» (1970), en D. Davidson, Essays onActions and Events, Clarcndon Press, Oxford, 1980.

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4. En este sentido podríamos decir que elMarx «liberal» está más cerca del realismo deAristóteles que el propio Domenech, pues pensa­na, como el griego, que la tangente ática es po­sible porque proporciona la base material de laexistencia. ¿Por qué no pensar que Marx buscaesas condiciones materiales, pero ya no en el re­ducido marco de la polís, sino en el de la «cos­mópolis», intentando. además, erradicar las situa­ciones de injusticia y explotación inherentes aaquélla?

5. El concepto de «necesidades básicas» esdifícil de definir. Pero para nuestro propósitovaldrá la siguiente definición: "un individuotiene sus necesidades básicas cuando no muerede inanición, tiene un techo mínimamente se­guro donde cobijarse y abrigo regular para prote­gerse de las inclemencias del tiempo». Es sufi­ciente, creemos, porque una gran parte de la po­blación mundial se halla por debajo de esos mí­nimos.

Para una lectura actual de la Crítica del Juicio

VALERIANO BOZALUniversidad Complutense

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Las razones para la lectura actual de laCritica del Juicio son varias y de diver­sa condición. Algunas estrictamente aca­démicas, como la influencia de esta obrasobre las reflexiones estéticas posterio­res o su papel en el sistema de la filo­sofía kantiana, otras, y a estas deseo re­ferirme aquí, desbordan su ámbito, a lavez que lo incluyen, y sitúan la Criticadel Juicio en el centro de una conside­ración original sobre los orígenes de la.modernidad.

Puede abordarse esta perspectiva des­de una posición a primera vista más aca­démica: el origen de la disciplina esté­tica. Sabido es que la estética en cuan­to disciplina autónoma surge en el si­glo XVllI. Hasta entonces había habidoreflexiones estéticas -y una historiadel pensamiento estético se remontasiempre a los griegos, mundo en el quese perfilan algunos de los conceptosfundamentales de lo estético y de ladisciplina estétíca-i-, pero tales pensa­mientos se producen habitualmente enel marco de teorízacíones más amplias

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y al margen de una delimitación disci­plinar. En el Siglo de las Luces, por elcontrario, se asiste a una preocupaciónespecifica por lo estético que atañe in­cluso a su denominación, El término«estética» no posee todavía el sentidocon que actualmente lo entendemos, yen el mismo sistema kantiano se puedeapreciar la dificultad de la precisión.En la Critica de la razon pura «estéti­ca» hace referencia al momento prime­ro, intuitivo o sensible del proceso deconocimiento, y tanto en la Crítica delJuicio como en el texto que ya se cono­ce como Primera introducción a la"Critica del Juicio», el filósofo se veobligado a llamar la atención sobre losdos sentidos del término: primer mo­mento del conocimiento y efecto delgusto o análisis de tal efecto estético(estético y estética, respecüvarnente).!

Esta dualidad no es una cuestiónmeramente terminológica y, a pesar delo que afirma Kant en el texto citadoen la nota, creo que hay algo más queuna «carencia de otra expresión» parael uso de «estética». Existe un puntode contacto entre estética (intuición

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