la pulga de acero

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Cáustico retrato de la vida rusa, y ala vez poderosa fábula «futurista»,esta divertidísima historia, en unanueva y brillante traducción porparte de Sara Gutiérrez, es, sinduda, una de las grandes obrasmaestras de la narrativa rusa delXIX.

Escrita al modo de un cuentotradicional ruso, y dotada de unacomicidad, de un descaro y de unafrescura inigualables, esta nouvelle,cuyo título completo podría sertraducido como Relato sobre el

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zurdo bizco de Tula y la pulga deacero es todo un clásico de laliteratura occidental.

Cuando el Zar Alejandro visitaInglaterra acompañado de su fielgeneral, el cosaco del Don Platov,los ingleses, para impresionarle, leregalan un minúsculo autómata, unamáquina prodigiosa, que solo puedeser contemplada si se mira a travésde un microscopio: una pulga deacero mecánica, que cuando se leda cuerda, efectúa un danse.Espoleados por el afán decompetencia, los rusos se proponenencontrar al artesano que sea capaz

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de construir una pulga igual, paraasí demostrar a los ingleses de loque los rusos son capaces. Hastaque, tras una búsqueda por todaRusia, aparece «el Zurdo», elprodigioso artesano bizco de Tula.

«Leskov es el autor másprofundamente enraizado en elalma popular y más libre deinfluencias extranjeras de lahistoria de la literatura rusa».

Máximo Gorki

«Pensar en Leskov como narrador

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es acercarse a un arte perdido. YLa pulga de acero es su obra másexcelsa».

Walter Benjamin

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Nikolái Leskov

La pulga de acero

ePub r1.1Poe 06.07.13

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Título original: Сказ о тульском косомЛевше и о стальной блохеNikolái Leskov, 1881Traducción: Sara GutiérrezIlustraciones: Javier HerreroRetoque de portada: Poe

Editor digital: PoeePub base r1.0

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INTRODUCCIÓN

La pulga más incomprendida de laliteratura rusapor Care Santos

A los rusos les encanta hablar mal desu propio país.

Que si esto está mal en Rusia, que siaquello no les gusta.

En cambio en Europa, mire usted, todoes fantástico.

Aunque, qué es lo que es fantástico, ni

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ellos mismos lo saben.

Mijaíl Zóschenko

«Ya que hablamos de autores de segundacategoría, ¿qué opina usted deLeskov?».

La pregunta la formula Fiódor, elprotagonista de la novela La dádiva, deVladimir Nabokov, a su amigo el poetaKoncheiev en una de sus interminablesconversaciones imaginarias sobreliteratura. En realidad se trata sólo delpretexto para exponer la descarnadaopinión acerca de un autor al que

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consideraba, junto con otros de sutiempo, parte de una «porridgy mass»literaria[1] (la metáfora no puede ser másdespectiva: autores espesos y pegajososcomo gachas). En la misma novela, elficticio Fiódor afirma reconocer sólodos clases de libros: «para la cabeceray para la papelera». Y añade: «O amofervientemente a un escritor o le desechopor completo». No hay duda de que parael autor de Lolita, su compatriotaNikolái Semionovich Leskov siempreperteneció al segundo grupo, al de losautores desechables.

Nabokov no fue el único en denostara Leskov (Gorojovo, Orlov, 1851 - San

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Petersburgo, 1895), uno de losescritores más heterodoxos ycontrovertidos de la literatura rusa. Yasus propios contemporáneos sedividieron entre quienes (poquísimos) leamaban con fervor y los que ledespreciaban por completo. A la vistadel número y variedad de susdetractores, no deja de sorprender quefuera capaz de desagradar a gentes tandispares, y por motivos a menudocontrarios entre sí. Aunque cuando seescarba un poco en su biografía se acabapor descubrir que los mismos que ledieron la espalda le ensalzaron en algúnmomento, incluso le utilizaron para sus

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propios intereses. Y también que a lolargo de su vida, nuestro Nikolái no fueun ejemplo de buen relaciones públicas,ni esgrimió grandes dotes diplomáticasentre un gremio, el de los escritores, quede por sí, no importa de qué lugar oépoca estemos hablando, es sensible pornaturaleza. Por el contrario, Leskov seenorgullecía de haber desarrollado sucarrera literaria al margen de laintelligentsia de su tiempo, inclusocontra ella. Tal vez ese alarde deautosuficiencia fue, precisamente, lo quejamás le perdonaron suscontemporáneos.

A pesar de las escasas simpatías que

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despertó en vida, no faltaron en lasgeneraciones posteriores intelectualesde gran renombre que valoraron yensalzaron la figura de Leskov: fue elcaso de Máximo Gorki o Thomas Mann,que biológicamente podrían haber sidosus hijos, o de Walter Benjamin (dequien le separaban sesenta años). Deentre sus contemporáneos, sólo Tolstóisupo verle méritos, y poner el dedo en lallaga al afirmar que acaso Leskovescribía más para las generacionesvenideras que para sus contemporáneos.

Nikolái Semionovich Leskovcomenzó a escribir tarde, casi a lostreinta años. Había leído mucho, sobre

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todo en ruso, pero no había recibido laeducación refinada a la que parecíadestinado durante sus primeros años,cuando cursó estudios en el Liceo deOriol. Sin embargo, la muerte de supadre le forzó a dejar los estudios ybuscar un trabajo. Fue escribiente de unjuzgado penal. Luego se trasladó a Kiev,donde continuó su carrera funcionarialal tiempo que asistía de modo informal aclases en la Universidad y leía sindescanso. Interesado por las culturas deotros pueblos eslavos —otro punto enque se diferencia de los francófilosintelectuales de su tiempo— llegó adominar el polaco, el ucraniano y a

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estudiar checo. Cuando en 1857, a losveintisiete años, comenzó a trabajarcomo agente comercial para AlexanderScott, tuvo la oportunidad de conocergentes y lugares que más tarde poblaríansus historias y, sin saberlo, puso laprimera piedra de su carrera literaria.Forzado a viajar durante varios años deextremo a extremo de su vasto país,observó con atención aquello que más leinteresaba: la vida de la gente sencilla.Su sensibilidad hacia la amargasituación del campesinado, ligado aún ala tierra y en condiciones de esclavitud,le emparenta con algunos escritores desu tiempo, aunque él mismo se encargó

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de subrayar las diferencias: «Yo no heestudiado al pueblo conversando con loscocheros de San Petersburgo sinoestando con los míos, con la gente depueblo», dijo.

Su carrera literaria tiene un arranquesingular: para mantener a su patrón altanto de sus negocios, le escriberegularmente. En sus cartas le relata loque ve en sus viajes a la vez que le dacuenta de sus gestiones.Accidentalmente, alguna de esas cartascayó en manos de un vecino de Scott, aquien le pareció estimable su valorliterario, hasta el punto de sugerir a suautor la publicación de las mismas en la

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prensa. Su primer artículo apareció enun rotativo de Kiev bajo el título «Porqué son caros los libros en Kiev». Lesiguieron otros de muy diversastemáticas, desde crítica literaria acuestiones sociales. El eco queobtuvieron le animó a dedicarse a laescritura y a los treinta años abandonósu trabajo con Scott y se trasladó a SanPetersburgo. Poco después escribió suprimer relato y su primera novela y alprincipio incluso llegó a mantener unacierta amistad con algunos sectoresprogresistas, breve y violentamentetruncada a causa de la polémica quelevantaron ciertas opiniones suyas en la

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prensa. De modo que la carrera literariadel autor con más enemigos de la GranRusia discurrió, desde sus inicios,paralela a su habilidad para granjearseenemigos.

Desde entonces, le criticaron consaña los reaccionarios, contra quien mástarde lanzó un furioso alegato en susiguiente novela, Enemigos mortales.Más tarde lo harían también losprogresistas. Y si en la vida civil semovía entre dos aguas, su relación conla Iglesia no podía ser menos: se mostrópróximo al patriarcado eclesiásticoortodoxo y defendió los valorestradicionales de la sociedad, pero no

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pudo evitar demostrar la enormefascinación que siempre le despertaronlas Iglesias cismáticas. Despuésevolucionó hacia una postura máscrítica, disfrazada bajo la piel de ovejade lo satírico, y arremetió contra lajerarquía eclesiástica, contra lasituación de los campesinos, contra elsistema de enseñanza y contra la políticazarista. Llegó incluso a perder un puestode asesor en el Ministerio de InstrucciónPública y otro en el Ministerio deHacienda a raíz de la publicación de unrelato satírico que enojó a losconservadores.

Los periódicos se negaron a publicar

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sus trabajos y tuvo serios altercados conla censura: mutilaron, quemaron ysecuestraron sus libros. El drama deLeskov parece ser el de quien asiste alas aguas revueltas de un complejosistema social a punto de desmoronarsey no acaba de decidir a qué lado debesituarse, o comprende con demasiadalucidez la enorme complejidad delmundo ruso. Su indeterminación, o susaparentes cambios de bando, hicieronprevalecer en su época lo político sobrelo literario, y al parecer nadie se detuvoa observar la innegable calidad literariade gran parte de su obra, sobre todo lade sus últimos trabajos. En ese sentido,

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tenía razón Tolstói: correspondía a lasgeneraciones venideras, ya liberadas delas calenturas sociales y políticas de laRusia de finales del XIX, valorar susenormes méritos como escritor.Deliciosa responsabilidad, por cierto, laque nos echó encima.

Como todo en Leskov, La pulga deacero fue polémica desde su aparición,en 1881. Lo primero, por suverosimilitud, que algunos tomaron porveracidad. Todo responde a una argucialiteraria: llevado por el espíritu de lasnarraciones orales, de las leyendas —las skaz, narraciones del folclore rusomuy populares en el siglo XIX,

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destinadas a loar las hazañas de unhéroe local y generalmente referidas porun testigo de sus acciones—, la primeraedición del texto, en 1882, apareció conel epígrafe de «Leyenda» y acompañadode un prefacio donde el autor asegurabahaber conocido al artesano zurdo deTula, que aún vivía en Sestroretsk, cuyocarácter y modo de hablar reflejó en surelato.

Ocurrió algo que viene ocurriendodesde que se cuentan historias en elmundo: lejos de adivinar el subterfugionarrativo de Leskov, sus lectores letomaron al pie de la letra. Hasta el puntode que se vio forzado a admitir que todo

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era fruto nada más que de suimaginación y que jamás había conocidoa nadie semejante. Lo hizo en la prensa ytambién en ciertos guiños de algunasobras posteriores. Más tarde, cuando eltexto volvió a editarse, junto con otros,en 1892, suprimió el prólogo en el queafirmaba la base real de la historia. Sinembargo, dejó el epílogo (el capítulo XXde esta edición), que mantenía el mismotono. A pesar de todo, la crítica seria,aquella que le había creído y había vistoen la obra una aguerrida defensa de losméritos de Rusia, no le perdonó jamás.

Porque no fue sólo la peripecia quecuenta la historia lo que sus

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contemporáneos tomaron en serio sinoalgo mucho más peligroso: la moral que,creyeron, se desprendía del texto. Así,ya desde su aparición hubo quien vio enLa pulga de acero una irrebatibledefensa de la superioridad de la patriarusa sobre todas las demás. No faltóquien, ofendido por el tono satírico,quiso ver, precisamente, todo locontrario: una alabanza de lo europeofrente a una Rusia atrasada e inculta. Eslo que el especialista estadounidenseHugh McLean llama «la doble moral deLeskov».[2]

Lo que ocurrió más tarde con la obrarecuerda a un argumento leskoviano. El

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texto sirvió tanto a los intereses de zarescomo de soviéticos. Alejandro III,dicen, se convenció después deescucharlo de que los rusos no debíanavergonzarse ante los ingleses. Y NikitaJrushchov, el que fuera máximo dirigentedel partido comunista, se refirió duranteuna visita oficial a los habitantes deTula como «el orgullo de los felicesdescendientes del zurdo de Leskov», enreferencia al protagonista de la historiade este autor.

La crítico María Goryachkina, en unanálisis absolutamente servil a losintereses soviéticos, alaba elchauvinismo leskoviano y su xenofobia

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hacia los «mediocres ingleses» (sic).[3]

Los liberales, en cambio, se indignanante lo que consideran zafio patriotismo,defensa de la individualidad rusa ycelebración del enorme talento nacional.Aunque sólo sea por salvar lareputación del colectivo de críticos dela época, merece la pena dejarconstancia de la opinión de un reseñistaanónimo del Messenger of Europe: «Elrelato entero parece designado aconfirmar la teoría de Aksakov acercade la capacidad sobrenatural de nuestragente, que no necesita de la civilizaciónoccidental; aunque al mismo tiempocontiene una aguda y maliciosa sátira

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que le acerca a esa misma teoría».Lo mejor es que todos tienen razón.

Desde luego, como apunta el críticoanónimo, la finalidad de Leskov es lasátira. Heredero de una tradiciónliteraria instaurada por Gógol ySaltykov-Schedrín, con continuadorescomo Bulgákov, Zóschenko o él mismo yherederos como Zamiatin o Ardov,Leskov interpone entre aquello quequiere mostrar y su lector la sanadistancia de la ironía, a veces laparodia, o a veces la sátira másdescarnada. Se ríe absolutamente detodo: de los cosacos, de los popes de laIglesia, de los mandamases de su

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tiempo, incluso de la revolución de losDecembristas, a la que se refiere como«algunas revueltas»… Su intención nodeja lugar a dudas: para darse cuentabasta leer el desternillante viaje delzurdo a través de Rusia que encabeza elcapítulo XV, o los comentarios acerca dela indumentaria de las mujeres inglesasque forman parte del divertido catálogode motivos que esgrime el zurdo para nocontraer matrimonio en Inglaterra. Sinembargo, Leskov no se queda sólo eneso y sabe mostrar una realidad terriblede atraso e incultura a la vez que seenorgullece de las gentes nobles ysencillas que la padecen. De algún

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modo, la actitud de sus personajesparece secundar aquellas palabras delcrítico Edmund Wilson: «Los rusos sonindómitamente fuertes y pueden soportarcasi cualquier cosa… hasta que unorecuerda que hay millones que nosobreviven».[4]

No es un dato irrelevante que elrelato pertenece a la última etapa de laproducción de Leskov y forma parte delas historias que él mismo denominó de«los justos»: protagonistas que vivensegún sus ideales, despreocupados porlas consecuencias que éstos puedantener. Otra argucia, de la que se valepara expresar sus propias ideas y

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desconfianzas, sus propias dudas ycríticas respecto al sistema.

Son muchos los motivos que hacende La pulga de acero uno de losmejores textos de su autor (WalterBenjamin lo cree su obra maestra).[5] Elprincipal, a mi modo de ver, es el gradode implicación moral de Leskov en estahistoria de «gentes sencillas». En élestán presentes todos los tipos queconfiguran su universo literario:obreros, médicos, policías, comercialessin empleo e incluso alcohólicos. Hayun cierto flirteo argumental con lomaravilloso —algo de sobrenaturalencontramos en esa diminuta pulga que

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se acciona con una llave tan pequeñaque ni siquiera puede verse—, que le daun cierto aire de cuento de hadas. Hayalgo de El traje nuevo del emperador,de Andersen, algo de su corrosivacrítica al poder, en ese Zar fascinadopor un prodigio invisible, como lo hayen esa intervención de una niña, lazarina Alexandra Nikolayevna (capítuloXII), la única capaz de accionar elengranaje.

Leskov lanza una mirada cargada deternura hacia las gentes más sencillas.En especial hacia un colectivo por elque sentía especial predilección: losartesanos. «La composición escrita no

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es para mí un arte liberal, sino unaartesanía», afirmaría Leskov,identificándose con ellos. De hecho,toda la narración tiene la única finalidadde homenajear a los artesanos del país y,en concreto, a los de Tula, ciudad al surde Moscú, que fue la capital de laindustria metalúrgica, incluida laarmamentística, desde que en el sigloXVIII se descubrieron sus importantesyacimientos de hierro y carbón. Y nosólo a ellos, sino a todo lo que tiene quever con lo artesanal, con la tradición,con los vestigios perdidos de un tiempopasado, aquel al que, como él mismohace, conviene evocar «con orgullo y

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amor».Pero el espíritu de Leskov es

demasiado contradictorio para limitarsea la evocación amable. El humor, entodo caso, le sirve para suavizar un finalterriblemente duro que él, sin embargo,consideraba uno de sus logros: «piensoque lo mejor es el final», le escribe a unamigo en octubre de 1881, «la parte delzurdo en Inglaterra y su trágicadefunción». Y también para subrayar lainnegable moraleja de la historia: heaquí las terribles consecuencias de lacerrazón y la incultura. Esto es, parecedecirnos al final del capítulo XIX, lo queocurre si nos tomamos lo propio

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demasiado en serio.En lo puramente literario, la obra

deslumbra por méritos propios. Nosencontramos con personajes tan de carney hueso que no es de extrañar que suscontemporáneos los tomaran por reales.Los diálogos son ágiles e hilarantes. Ladefinición de los personajes nos llega através de ellos de un modo nítido, perotambién a través del uso de los tópicos:la religiosidad rusa, su afición a labebida —cualquiera de las escenasdonde interviene el vodka es memorable— o de su rusofilia, que tanto puedetraducirse en rechazo a lo extranjerocomo en nostalgia de la patria. Leskov

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tiene un inmenso talento para terminarcada una de las escenas en su momentojusto y para mantener un tempo narrativoque tiene mucho más de nuestrostiempos que de los suyos. Sabe creartensión narrativa en cada página,primero valiéndose de la relación entrePlatov y el Zar y luego entre losartesanos de Tula —personificados en elzurdo— y el propio Platov. A vueltascon la verosimilitud, jalona su relatocon referencias a personajes reales,desde los emperadores —Alejandro II ysu hermano, Nicolás I— hasta ciertosmáximos funcionarios. No es extrañoque el lector de su tiempo le tomara en

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serio, máxime sabiendo que eraconocedor de las interioridadesgubernamentales, ni que talesreferencias fascinen al lector actual, quesabe ver en ellas los sablazos de Leskovhacia aquellos cuya gestión desaprobabay aplaudirla, como adivinó Tolstói queocurriría, acaso porque también elposicionamiento de Leskov con respectoa aquello que criticaba es mucho más dehoy que de entonces.

Mención aparte merece la enormelabor estilística que emprendió el autoren la caracterización de su narrador ysus protagonistas, inventando un estilocargado de neologismos de propio cuño,

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que tampoco fue comprendido en sutiempo. Aunque, como dice el críticoVíktor Shklovski, «¿qué se podíaesperar de un país en el que Belinskireprochaba a Turguéniev que utilizaraprovincialismos en su voz narrativa enlugar de en las intervenciones de suspersonajes?».[6] Ni siquiera el estilistaNabokov encontró ingeniosa tan colosalproeza estilística. Los críticosdecimonónicos, acostumbrados alrealismo extremo de autores comoTolstói, Turguéniev o Dostoyevski,encontraron los imaginativosneologismos de Leskov —la mayoríaformados a partir de la unión

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descabellada de dos términos—«excesivos, artificiales y exagerados».Una vez más, Leskov escribía para elfuturo, como confirma el crítico HughMcLean: «Tal vez con nuestra eclécticay moderna capacidad para apreciar losmás variados estilos, incluido elbarroco, estemos más capacitados quenuestros bisabuelos para apreciar talesacrobacias».

Podríamos discutir si el públicoactual está preparado o no para lasconstantes invenciones léxicas deLeskov en La pulga de acero. Quienesno lo están en absoluto y, me atrevo aasegurar, no lo estarán jamás, son sus

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traductores. Traducir la novela que ellector tiene en sus manos supone unejercicio nada despreciable. En ella,Leskov inventó, de nuevo en palabras deShklovski, «un enorme, verdadero,poderoso y nuevo ruso, el rocambolescolenguaje de los pequeñoburgueses y delos parásitos».[7] Los juegos de palabrasson tan constantes en el texto originalque él mismo los consideraba«imposibles de trasladar a otro idioma».Ello justifica que las anterioresediciones de la novela en nuestra lenguahayan optado por un lenguaje neutro,ajeno a tales malabarismos lingüísticos.Sin embargo, si algo distingue esta

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versión de las anteriores, es elatrevimiento de su traductora, SaraGutiérrez, que ha tratado de emular elespíritu del texto original proponiendociertos neologismos —la totalidad era atodas luces imposible— en nuestropropio idioma. Seguro que el esforzadoy meritorio resultado, que viene asubrayar el humor que el texto llevaimplícito, hubiera satisfecho a Leskov,quien en una carta a su traductor alemán,K.A. Grehwe, el 5 de diciembre de1888, afirmaba: «Si traduces La pulgade acero serás el mayor de losprestidigitadores».

Hay algo en esta breve novela, sin

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embargo, que me conmueve más que susméritos estilísticos o su caráctercontrovertido, y es el cariño con que elautor trata a sus personajes principales.Incluso llega a parecer que le dueledesprenderse de ellos. Ocurre en estetexto con dos de sus piedras angulares—casi un mismo protagonista—: Platovy el zurdo. Son deliciosos en suingenuidad, en su amor sin mácula, en suorgullo cándido, en su desconfianzaextrema. Leskov los redime mientrascondena a esos poderosos que no deseaninnovar para mejorar las cosas sino parahumillar al rival, que no muestraninterés por la enseñanza que pueda venir

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de un cosaco viejo y maltratado, que sedejan fascinar por algo inútil mientras loimportante sigue por hacer, que fuerzan alos artesanos de Tula a trabajar en algotan arduo como estúpido. No es casualque el cosaco del Don ni siquiera seacapaz de agarrar la diminuta llave queacciona el mecanismo de la pulga. Elhombre justo no cree lo que no ve,parece decirnos Leskov, pero trabaja sinperder ni un minuto «que pudieraresultar provechoso a Rusia» en algo enverdad útil, capaz de evitar ni más nimenos que la guerra de Crimea si loslerdos que gobiernan hubieran estadomás atentos a lo realmente importante.

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Al fin, lo único que prevalece es lapregunta que Leskov lanza en todasdirecciones —al presente, al pasado y,desde luego, al futuro—: ¿Quién es aquíel idiota?

CARE SANTOS

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NOTA DE LATRADUCTORA

Realmente, traducir esta obra deLeskov ha sido un atrevimiento. Unaosadía que espero el propio NikoláiSemionovich, antes que nadie, sepadisculparme.

Aunque en todo momento heprocurado ser lo más fiel posible a laintención del autor y a sus patrones decreación, tanto en la combinación depalabras para obtener un efecto sonoro

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determinado como en la formación deneologismos, es cierto que las muchasdificultades de comprensión que ésteentraña me han animado asimplificarlo un poco: unificando lostiempos verbales en los diferentesniveles de narración, y buscando paralos neologismos los equivalentes menosestridentes, incluso ignorando losfácilmente confundibles con una simpleerrata (no pocas veces escribe iglesesen lugar de ingleses, por ejemplo).

En cualquier caso, he buscado queprovoque en el lector en castellano elmismo efecto que suscita en el lector enruso y por eso me he esforzado

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especialmente en obtener de nuestroidioma términos de algún modoemparentados con aquellos que Leskovextrajo de su lengua materna, ya fuerafusionando dos inocentes palabras deuso común sin relación entre sí, paraincluir en la resultante ambossignificados o lograr uno nuevo; bienmodificando ligeramente un vocablopara que, leído de corrido, pudieraconfundirse con una errata, o generarun nuevo significado, variante ocomplementario del término original.

He aquí algunos ejemplos de cómohan sido traducidos los neologismosleskovianos: en un caso la

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modificación de la palabra«variaciones» (de baile), posiblementefusionándola con «probabilidad»,realizada por Leskov ha sidointerpretada como probariaciones.Asimismo, fusionando la palabra«ordenanzas» con «silbido», como haceel autor, he bautizado a los ayudantesde Platov como silbanzas. Tal comoocurre en el original, he cambiado unaletra a «casamata» (calamata) paraconvertirla en «calabozo». Y un pocomás adelante, Leskov alteraligeramente la palabra «botas»fusionándola con «presumir»,«ostentar», «alardear»… para

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significar que las botas dan prestancia,«boato», a los obreros ingleses; poreso se habla de botatos.

Apenas dos ejemplos más. Creo queLeskov extrae de la palabra «bahía» laexclamación «¡ah!» y la cambia por«¡uf!» para recalcar el paso de laadmiración al alivio sin tener quedetenerse a explicarlo: de ahí bufía.Baste indicar, por ejemplo, que la letraque se cuela en el «arroz» que unpersonaje desayuna, aportándole unaenergía excepcional, parece procederde un vocablo que significa «al trote».Yo he condimentado el arroz con arrearesperando que el arreoz guste igual.

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Al cabo, no sé cuánta de la fuerzade la obra de Leskov habré conseguidotransmitir, pero puedo asegurar que lohe intentado con todas mis suerzas.

La traductora

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LA PULGA DEACERO

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I

Cuando el emperador Alejandro I huboterminado el Consejo de Viena, quisoviajar por Europa y observar prodigiosen diferentes naciones. Recorriónumerosos países y en todas partes,merced a su afabilidad, manteníasiempre conversaciones de lo másapasionadas con todo tipo de gente. Ytodos, de una manera u otra, leasombraban y querían llevárselo a suterreno. Pero estaba con él un cosacodel Don, Platov,[8] al que estas

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inclinaciones no le gustaban nada y,nostálgico de su hacienda, trataba deconvencer al soberano de que ya erahora de regresar al hogar. En cuantoPlatov percibía que el soberano seinteresaba mucho por algo extranjero,mientras los demás acompañantescallaban, él decía: «Se mire como semire, lo que nosotros tenemos en casa noes peor». Y con cualquier excusa se lollevaba de allí.

Los ingleses estaban al tanto de loque ocurría y de cara a la llegada delsoberano idearon diferentes ardidespara cautivarle con lo foráneo yapartarle de los rusos. En muchas

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ocasiones lo consiguieron, sobre todo enlas grandes reuniones, donde Platov nopodía expresarse satisfactoriamente enfrancés. Algo que a él le importabapoco, ya que era un hombre casado yconsideraba las conversaciones enfrancés mera cháchara. Pero cuando losingleses empezaron a invitar al soberanoa sus depósitos militares, fábricas dearmas y aserraderos de jabón parademostrar su superioridad sobrenosotros en todos los campos y asívanagloriarse, Platov se dijo: «¡Basta!Hasta aquí he aguantado, más esimposible. Sepa o no sepa hablar, yo alos míos no los traiciono».

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No había acabado de decirsesemejantes palabras, cuando el soberanole anunció: «Mañana nos vamos tú y yoa ver su colección de armas antiguas.Allí hay artefactos de tal perfección, quecuando los veas dejarás de discutir quenosotros, los rusos, con todo nuestrovalor, no valemos nada».

Platov no respondió al soberano, selimitó a hundir la nariz aguileña en sudeshilachada capa de fieltro, y semarchó a su habitación. Pidió alordenanza la cantimplora de kizliarka[9]

que llevaba en el baúl, se sirvió un buenvaso, rezó a Dios ante el icono plegablede viaje, se envolvió con la capa y

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roncó de tal manera que nadie en toda lacasa pudo dormir. «Mañana será otrodía», pensó.

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II

Al día siguiente, el soberano y Platovfueron al Museo de Antigüedades. ElZar no llevó consigo a ningún otro rusoporque le dieron un carruaje de dosasientos.

Llegaron ante un gran edificio cuyaentrada era indescriptible; loscorredores, interminables; y lasestancias, infinitas. Al final, en la salaprincipal, había enormes espeterañasdiferentes y en medio, bajo unvaldaquino,[10] un Abolo de Malvedere.

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El soberano miró de reojo a Platovintentando averiguar si estaba o noasombrado y en qué se fijaba, pero éstecaminaba con la mirada perdida, comosi no viera nada; lo único que hacía eraatusarse los bigotes.

Los ingleses comenzaroninmediatamente a mostrar diferentesmaravillas y a explicar cómo las habíanadaptado a las necesidades militares:tormentómetros marítimos, abrigos delana de camhielo para los regimientosde infantería e impermeables[11] para losde caballería. El soberano se regocijabacon todo, todo le parecía estupendo,pero Platov contenía su excitaspera,

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como si para él nada de aquello tuvieraimportancia.

—¿A qué se debe esta frialdad tuya?—le increpó el soberano—. ¿Es posibleque no haya aquí nada que te sorprenda?

—A mí de aquí sólo me asombra unacosa —respondió Platov—: que mischicos del Don lucharan sin nada de estoy expulsaran a las veinte lenguas.

—Eso es un desatino —se quejó elsoberano.

—No sé a qué atribuirlo, pero no meatrevo a discutir, así que debo callar —contestó Platov.

Los ingleses, viendo el rifirrafe,condujeron sin pérdida de tiempo al

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soberano hasta el mismísimo Abolo deMalvedere y cogieron de una de susmanos un fusil Mortimer y, de la otra,una pistola.

—Fijaos qué calidad tienen nuestrosproductos —dijeron, y a continuación leofrecieron el fusil.

El soberano observó el fusilMortimer sin inmutarse, porque teníavarios iguales en Tsarskoe Selo.Después le dieron la pistola y ledijeron:

—Esta pistola es obra de unartesano desconocido e inimitable,único en su género. Uno de nuestrosalmirantes la arrancó del cinturón del

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jefe de una banda de ladrones enCandelabria.

El soberano la miró, la remiró, y nose cansaba de contemplarla. Y, por fin,se deshizo en exclamaciones:

—¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! ¡Cómo es posible!¡Cómo se puede hacer algo tansumamente delicado! —Y volviéndose aPlatov, le dijo en ruso—: ¿Ves? Si yotuviera un solo artesano como éste enRusia, sería enormemente feliz y meenorgullecería tanto que a ese maestro lemostraría inmediatamente miagradecimiento.

Platov, ante esas palabras, en esemismo instante metió la mano derecha en

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sus amplios zaragüelles y sacó undestornillador de armas. «Esto no seabre», le dijeron los ingleses. Pero él,sin hacer el menor caso, se puso ahurgar en el cierre. Le dio una vuelta, ledio dos vueltas y el cerrojo saltó. Platovenseñó al soberano el gatillo, y allí, enla ocurva, había una inscripción en rusoque rezaba: «Iván Mosquín, en la ciudadde Tula».

—¡Vaya, erramos el golpe! —comentaban los ingleses entre ellos.

Pero el soberano dijo con tristeza aPlatov:

—¿Para qué los desconcertaste?Ahora siento mucha lástima por ellos.

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Vámonos.Se sentaron otra vez en el mismo

carruaje de dos asientos y se fueron. Esatarde, mientras el soberano estaba en elbaile, Platov se ventiló un vaso devodka aún mayor que el de la víspera ydurmió profundamente, como buencosaco.

Estaba contento de haber turbado alos ingleses y de haber dejado en buenlugar al artesano de Tula, pero tambiénestaba disgustado: ¡A santo de qué elsoberano compadecía a los ingleses ensemejante situación!

«¿Por qué lo ocurrido afligió alsoberano? —pensó Platov—. No

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entiendo nada». Y con estosrazonamientos se levantó dos veces, sepersignó y bebió vodka, hasta que elsueño se apoderó de él.

Al mismo tiempo, los inglesestampoco dormían; también ellos estabandándole vueltas al asunto, y mientras elsoberano se divertía en el baile, ellos sededicaron a tramar una maravilla tal quedejaría a Platov sin palabras.

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III

Al día siguiente, en cuanto Platovapareció ante el soberano para darle losbuenos días, éste le dijo:

—Que preparen ahora mismo elcarruaje de dos asientos. Vamos denuevo a visitar museos de curiosidades.

Platov incluso reunió coraje paradecir que no estaba de acuerdo, que sino sería mejor volver a Rusia que mirarproductos extranjeros, pero el soberanole replicó:

—No, yo todavía quiero ver otras

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novedades; me elogiaron su azúcar, deprimera calidad.

Y para allá que fueron.Los ingleses se lo enseñaron todo al

soberano: ¡qué variedades de primeraclase! Platov miraba, miraba y de prontodijo:

—¡Enséñennos sus fábricas deazúcar molvo![12]

Pero los ingleses no sabían qué eraeso del azúcar molvo. Cuchicheabanentre ellos, se hacían guiños, se repetíanel nombre unos a otros como para hacermemoria: «molvo, molvo», pero lesresultaba incomprensible quehiciéramos semejante azúcar, y tuvieron

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que reconocer que tenían todos losazúcares excepto el «molvo».

—Entonces no tienen de quépresumir —dijo Platov—. Vengan avisitarnos y les hartaremos de té conauténtico azúcar molvo de la fábrica deBobrinski.[13]

El soberano le tiró de la manga y lemusitó: «Por favor, no eches a perder mipolítica».

Entonces, los ingleses invitaron alsoberano al último de los museos decuriosidades. Aquél en el que habíanreunido minerales y ninfusorias de todoel mundo, desde la más enorme de lascerámides egipcias hasta una pulga

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subcutánea, imposible de ver a simplevista, solo perceptible cuando pica entrela piel y el cuerpo.

El soberano se puso en marcha.

Examinaron minuciosamente lascerámides y todo tipo de animalesdisecados, y cuando se iban, Platov sedijo a sí mismo: «Gracias a Dios, todosalió a pedir de boca. No hubo nada queentusiasmara al soberano».

Pero al llegar a la última habitación,les esperaban en formación lostrabajadores, uniformados con chalecosy delantales, sujetando una bandeja en la

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que no había nada.El soberano se sorprendió de que le

presentaran una bandeja vacía.—¿Qué significa esto? —preguntó.—Esto, Su Majestad, es nuestro

humilde regalo —respondieron losartesanos ingleses.

—Pero ¿qué es?—Por favor —dijeron—, tenga la

bondad de mirar la motita de polvo.El soberano miró y vio que,

efectivamente, en la bandeja de platareposaba la más insignificante de lasmotas de polvo.

—Tenga la bondad de mojar el dedocon saliva y ponerla en la palma de la

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mano —le indicaron los trabajadores.—¿Y para qué quiero yo esta mota

de polvo?—Esto no es una mota de polvo —

respondieron—. Es una ninfusoria.—¿Viva?—De ninguna manera —

respondieron—, no está viva. Es unsimple trozo de puro acero inglés quenosotros hemos forjado con forma depulga, y en el centro tiene un mecanismoy un resorte para darle cuerda. Tenga labondad de girarlo con la llavecita, yempezará a bailar una danse.

Al soberano le picó la curiosidad ypreguntó:

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—¿Y dónde está la llave?—Aquí —señalaron los ingleses—.

La llave está ante vuestros ojos.—¿Por qué no la veo? —preguntó el

soberano.—Porque para eso se necesita un

pequescopio —respondieron.Le dieron un pequescopio y el

soberano comprobó que, efectivamente,al lado de la pulga, sobre la bandeja,reposaba una llavecilla.

—Tenga la bondad de cogerla en lapalma de la mano —dijeron—. En lapanza tiene un orificio para darlecuerda. Hay que dar siete vueltas a lallave, y entonces comenzará una danse.

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A duras penas, el soberanoconsiguió pillar la llave y sujetarla entrelos dedos índice y pulgar. Cogió lapulga con el otro pulgar y en cuantointrodujo en ella la llave, sintió quecomenzaba a mover las antenas ydespués a agitar las patitas, y por fin, depronto, saltó, y de un brinco hizo unadanse directa y dos probariaciones a unlado, y después al otro, y así, en tresprobariaciones, bailó por todo elescenario.

Inmediatamente, el soberano ordenóque se diera a los ingleses un millón enla moneda que ellos quisieran: si lodeseaban, en monedas de plata de cinco

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kópeks o si no, en billetes pequeños.Los ingleses le pidieron que les

diera plata porque no conocían el valordel papel moneda, e inmediatamentedieron otra muestra de su picardía:entregaron la pulga, pero no trajeron elestuche, y sin estuche era imposibleconservarlas ni a ella ni a la llavecitaporque se perderían y las tirarían conlas barreduras. El estuche en cuestiónconsistía en un diamante puro con formade nuez, en cuyo centro habían tallado unhueco para la pulga. No se lo dieronporque, según decían, el estuche eraalgo así como patrimonio nacional, y enlo concerniente a los bienes del Estado

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eran muy rigurosos, y estaba prohibidodonarlos, incluso al soberano.

—¿A qué viene este engaño? —explotó Platov—. Hicieron el regalo yrecibieron por él un millón. ¡Todo lesparece poco! El estuche va siempreincluido.

—Déjalo, por favor —intervino elsoberano—, esto no es asunto tuyo. Y nome estropees mi política. Ellos tienensus costumbres. ¿Cuánto cuesta la nuezen la que se guarda la pulga? —lespreguntó.

Los ingleses le pidieron por ellacinco mil más.

Alejandro I dijo: «Pagádselos». Y él

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mismo colocó la pulga en la nuececilla,y con ella la llavecita, y para no perderla propia nuez, la colocó en su tabaquerade oro, y la tabaquera la metió en sucofre de viaje, el cual estabacompletamente cubierto de nácar yespina de pescado. El soberanodespidió a los artesanos ingleses conhonores diciéndoles: «Sois los mejoresartesanos del mundo, y frente a vosotrosmi gente no tiene nada que hacer».

Con eso quedaron muy satisfechos, yPlatov no pudo decir nada en contra delas palabras del soberano. Se limitó acoger el pequescopio sin decir ni pío y ameterlo en su bolsillo porque, se dijo,

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«también va incluido, y ya nos hansacado suficiente dinero».

El soberano no supo nada de estohasta que no llegaron a Rusia, haciadonde partieron al poco tiempo porquelos asuntos militares habían llenado alsoberano de melancolía y queríaconfesarse en Taganrog con el popeFedot.[14]

En el camino, el soberano y Platovmantuvieron pocas conversacionesagradables, porque se habían hechoideas completamente diferentes: elsoberano consideraba que los inglesesno tenían iguales en el arte y Platovinsistía en que los nuestros eran capaces

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de hacer todo lo que se propusieran,sólo que no habían recibido unaformación provechosa. Y quería hacerver al soberano que los artesanosingleses se rigen por otras normas devida, ciencia y producción, que cadapersona controla absolutamente todassus circunstancias, y que por eso tienenuna forma de pensar diferente.

El soberano no quería oír estascosas, y Platov, en vista de ello, noinsistió. Así que continuaron el viaje ensilencio. Platov se apeaba en cada postay, enfadado, bebía vodka en vasos dekvas,[15] picaba cabrito en salazón,fumaba su pipa de madera hecha de raíz,

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la cual quemaba inmediatamente unalibra de tabaco de la fábricapetersburguesa de Zhukov, y después sesentaba junto al Zar en silencio. Elsoberano miraba hacia un lado y Platovsacaba su chibuquí por la otra ventana,echando el humo al viento. Así fueronhasta Petersburgo. Y a la visita al popeFedot, el soberano ya no llevó a Platov.

—Tú —le dijo— no tienes lacontención necesaria para un encuentroespiritual, además fumas demasiado.Tanto que, por culpa de tu humo, tengo lacabeza llena de hollín.

Platov se quedó ofendido y se fue acasa a tumbarse en el lecho del

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despecho, donde permaneció tumbadofumando tabaco Zhukov sin descanso.

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IV

La asombrosa pulga de acero ingléspavonado permaneció en posesión deAlejandro I hasta el fallecimiento deeste en Taganrog, en el cofrecillorecubierto de espinas de pescado quehabía sido entregado al pope Fedot paraque este, a su vez, se lo entregara a lasoberana más adelante, cuando ésta seserenara. La emperatriz YelisavetaAlexeyevna observó las probariacionesde la pulga y sonrió, pero no se ocupómás de ella.

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—Mis asuntos ahora son los de unaviuda, y ningún entretenimiento meseduce —dijo. Y de regreso aPetersburgo, entregó en herencia alnuevo soberano esa rareza con todas lasdemás joyas.

El emperador Nicolás I, alprincipio, tampoco prestó atención a lapulga, ya que su proclamación coincidiócon ciertas revueltas. Pero después, undía que se dispuso a revisar el cofre quehabía heredado de su hermano, sacó deél la tabaquera, y de la tabaquera la nuezde brillantes, y dentro de ella encontróla pulga de acero, la cual hacía tantotiempo que no era puesta en marcha que

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no funcionaba, y yacía tranquilamente,como entumecida.

El soberano la miró y se extrañó.—¿Qué es esta insignificancia y por

qué la guardaba mi hermano desemejante manera?

Los cortesanos querían tirarla, peroel soberano dijo: «No, esto algosignifica».

Llamaron a un químico de lafarmacia que está frente al puenteAnichkin, que pesaba venenos en lasmás pequeñas de las básculas, y se laenseñaron. Él cogió la pulga, la puso enla lengua y dijo:

—Siento frío, como de un metal

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pesado —dijo. Y tras mordisquearlaligeramente, prosiguió—: Con el debidorespeto, esto no es una pulga auténtica,es una ninfusoria, y está hecha de metal,y el trabajo no es nuestro, no es ruso.

El soberano ordenó entoncesaveriguar de inmediato la procedencia yel significado de aquello.

Se emplearon a fondo en mirar enlos archivos y en los registros, pero nohabía nada anotado. Entonces empezarona preguntar a unos y a otros, pero nadiesabía nada. Por suerte, todavía estabavivo el cosaco del Don, Platov, es más,seguía tumbado en su lecho deldespecho y fumando en pipa. En cuanto

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oyó que en Palacio les aquejaba aqueldesasosiego, se levantó del lecho deldespecho, tiró la pipa y apareció ante elsoberano con todas suscondecoraciones.

—¿Qué necesitas de mí, valerosoanciano? —le dijo el soberano.

—Yo, Su Alteza —respondió Platov—, para mí no necesito nada, ya quepuedo comer y beber cuanto quiero, yestoy a bien con todos. Vengo a informar—prosiguió— acerca de esa ninfusoriaque hallaron, tal y como sucedió antemis ojos en Inglaterra. Además, con ellahay una llave, y yo tengo aquí elpequescopio, con el cual puede verse.

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Con la llave se puede poner en marchala ninfusoria, que saltará a cualquiersuperficie y hará probariaciones hacialos lados.

La pusieron en marcha y se puso asaltar.

—Esto, Su Alteza —dijo Platov—,desde luego es un trabajo muy fino einteresante, pero no debemosemocionarnos con él, tenemos quellevarlo a que lo revisen los rusos enTula o en Sesterberk —por aquelentonces, Sestroretsk aún era conocidocomo Sesterberk— para ver si nuestrosartesanos pueden o no hacerlo mejor, yque los ingleses no se pavoneen ante los

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rusos.El zar Nicolás I tenía una gran

confianza en sus súbditos rusos, y no legustaba ceder ante ningún extranjero,por eso respondió a Platov:

—Has hablado muy bien, valerosoanciano. Te hago responsable de esteasunto. A mí, con las preocupacionesque tengo ahora, esta caja no me haceninguna falta. Llévatela tú contigo; y novuelvas a tumbarte en el lecho deldespecho. Regresa al apacible Don yentabla allí conversaciones con missúbditos de esas tierras respecto a suvida, sus devociones y sus gustos. Ycuando pases por Tula, enseña a mis

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artesanos esta ninfusoria, y quereflexionen sobre ella. Diles de mi parteque mi hermano se asombraba con estascosas y que ponía por las nubes a losextranjeros que fabricaron la ninfusoria,pero que yo confío en mi propia gente,que no son peores que nadie. Seguro quemis palabras no caen en saco roto yhacen algo.

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V

Platov cogió la pulga de acero y al pasarpor Tula, camino del Don, se la enseñó alos armeros de la ciudad y les transmitiólas palabras del soberano. —¿Y ahoraqué hacemos, hermanos en la feortodoxa? —les preguntó.

—Nosotros, padrecito —contestaronlos armeros—, apreciamos lasbenévolas palabras del soberano y no leolvidaremos nunca ya que él confía ensu gente. Pero no podemos decir debuenas a primeras qué vamos a hacer en

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este caso, ya que la nación inglesatampoco es tonta, sino más bien bastantehábil, y su arte es muy reflexivo. Contraellos hay que actuar con mucha sensatezy contando con la bendición de Dios.Tú, si eres tan benévolo como nuestrosoberano y confías en nosotros, ve a tucasa, al apacible Don, y déjanos anosotros esta pulga tal como está, en elestuche y en la tabaquera de oro del Zar.Diviértete en el Don y cúrate las heridasrecibidas por la patria, y cuando pasespor Tula de regreso, detente y manda abuscarnos: para entonces, Dios loquiera, algo habremos ideado.

A Platov le incomodaba que

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necesitaran tanto tiempo y que ademásno dijeran con claridad qué eraexactamente lo que pretendían hacer. Lespreguntó por activa y por pasiva, y conla astucia propia de las gentes del Donlos mareó con su conversación; pero enastucia los de Tula no se quedaban atrás.Y es que desde el principio concibierontal idea que no confiaban en que Platovles creyera, por lo que preferíancompletar primero su audaz proyecto ydespués darlo a conocer.

—Ni nosotros mismos sabemostodavía qué haremos —dijeron—.Confiaremos en Dios, y esperamos nodefraudar las palabras del Zar.

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Platov discurría, y los de Tulatambién.

Platov se anduvo con mil y unrodeos pero no consiguió coger a los deTula en ningún renuncio, así que lesentregó la tabaquera con la ninfusoria.

—De acuerdo —les dijo—, no haymás que hablar. Será como digáis. Osconozco, sé cómo sois, y de todasmaneras, no tengo alternativa. Os creo,pero cuidaos muy mucho de no cambiarel diamante, y no estropeéis el finotrabajo de los ingleses. No os demoréisdemasiado, porque yo regresoenseguida. Antes de dos semanas vuelvodel Don apacible a Petersburgo, y para

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entonces he de tener sin falta algo quepueda mostrar al soberano.

Los armeros le tranquilizaronplenamente:

—Ni vamos a estropear este finotrabajo ni vamos a cambiar el brillante—dijeron—. Dos semanas es tiempomás que suficiente para nosotros. Asíque, cuando vuelvas, tendrás algo dignode enseñar a Su Majestad el Zar.

Dijeron esto, lo otro, lo de más allá,pero qué harían en concreto, eso, no lodijeron.

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VI

Platov abandonó Tula. Y tres armeros,los más hábiles de la ciudad, entre ellos,un zurdo bizco con un antojo en lamejilla y calvas en las sienes de lostirones que había recibido cuando eraaprendiz, se despidieron de suscompañeros y familiares. Sin decir nadaa nadie, cogieron los talegos, metierondentro las provisiones necesarias ydesaparecieron de la ciudad.

Lo único que se supo de ellos fueque no habían salido por la puerta de

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Moscú, sino por el lado contrario, endirección a Kiev, por lo que pensaronque se dirigían allí a venerar a lossantos muertos o a recibir consejo dealguno de los santos varones vivos queseguían abundando en Kiev.

Pero esto, que se aproximaba a laverdad, no era la verdad verdadera. Niel tiempo, ni la distancia permitían a losartesanos de Tula ir andando a Kiev entres semanas y además hacer un trabajoque humillara a los ingleses. Para rezar,habría sido mejor para ellos ir a Moscú,que sólo distaba «dos veces noventaverstas» y también contaba con no pocossantos. Mientras que en la otra

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dirección, había «dos veces noventaverstas» solo hasta Oriol, y de Oriol aKiev todavía restaban sus buenasquinientas verstas. Semejante camino tanrápido no lo haces, y si lo haces, no terecuperas tan pronto: tendrás agujetas enlas piernas y te temblarán las manosdurante un buen tiempo.

Algunos incluso pensaron que losartesanos se habían excedidofanfarroneado ante Platov y que después,cuando reflexionaron, se acobardaron yhuyeron llevando consigo la tabaquerade oro del Zar y el diamante y, en elestuche, la pulga de acero inglesa, causade sus desvelos.

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Sin embargo, semejante suposicióntampoco tenía fundamento y eraimpropia de gentes experimentadascomo éstas en las que reposaba ahora laesperanza de la nación.

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VII

Los de Tula son gente inteligente yexperta en asuntos metalúrgicos,famosos también por ser muy entendidosen religión. Su gloria en este sentido seextiende por toda su tierra natal, y llegaincluso hasta el sagrado Monte Athos:no son sólo maestros en el cantoornamentado, también saben cómo sepinta el cuadro El toque de vísperas, ysi algunos se consagran a un serviciomás elevado y abrazan la vidamonástica, entonces ésos cobran fama de

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ser los mejores ecónomos delmonasterio, y de entre ellos salen loslimosneros más capaces. En el sagradoMonte Athos saben que los de Tula sonla gente más provechosa, y que si nofuera por ellos, en los oscuros rinconesde Rusia seguramente no se habríanvisto muchas de las santas reliquias dellejano Oriente, y el Monte Athos severía privado de muchas ofrendasfructuosas procedentes de lagenerosidad y la devoción rusas. Ahoralos «tulienses de Athos» llevan reliquiaspor toda nuestra patria y hábilmenterecogen los donativos, incluso donde nohay nada que coger. El hombre de Tula

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es un gran devoto, lleno de fervoreclesiástico, y eminentemente prácticoen este terreno; por eso, los tresmaestros artesanos que se habíancomprometido a apoyar a Platov, y conél a toda Rusia, no cometieron ningúnerror al dirigirse hacia el sur en lugar dea Moscú. No iban a Kiev, sino aMtsensk, capital de distrito en laprovincia de Oriol, en la que seencuentra el antiguo icono tallado enpiedra de san Nicolás, que en tiemposremotos llegó hasta allí navegando porel río Zusha sobre una gran cruz tambiénde piedra. El icono tiene un aspecto«amenazante y terrorífico». En él, el

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santo de Mira, en Licia, aparecerepresentado de cuerpo entero,completamente vestido con un traje deplata bañada en oro, con el rostrosombrío, sujetando en una mano untemplo y en la otra una espada, la de «lavictoria en el combate». Precisamenteesa «victoria» lo explicaba todo: sanNicolás, en general, y muyespecialmente «el icono de Mtsensk»,precisamente el que fueron a venerar losde Tula, es el protector del comercio ylos asuntos militares. Oraron ante elicono y después ante la cruz de piedra, ypor fin regresaron a su casa por la nochey, sin decir nada a nadie, se pusieron

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manos a la obra en el más absolutosecreto. Se fueron los tres hacia la casitadel zurdo, trancaron las puertas,cerraron los postigos de las ventanas,encendieron una mariposa ante unaimagen de san Nicolás y empezaron atrabajar.

Un día, dos, tres estuvieron allídentro sin salir, dando golpes con susmartillitos. Estaban forjando algo, peroqué forjaban, nadie lo sabía.

Todo el mundo tenía curiosidad,pero nadie conseguía averiguar nada,porque los artífices no soltaban prendani se asomaban al exterior. Fueron hastala casita gentes diferentes y llamaron a

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la puerta con distintos pretextos, comopedir fuego o sal, pero ninguno de lostres artesanos respondía a ningunademanda, es más, de qué se alimentabanera un misterio. Probaron a asustarlossimulando que ardía una casa vecina, aver si el susto les hacía salir a todaprisa y se podía ver lo que estabanfraguando, pero no hubo nada que sacarade allí a los tres astutos artesanos; soloel zurdo asomó la cabeza una vez ygritó:

—Quémense ustedes, nosotros notenemos tiempo para eso. —Y ocultó denuevo su pelada cabeza, cerró lascontraventanas de un golpetazo y siguió

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con lo que estaba.Lo único que consiguió la gente fue

ver, a través de unas pequeñas rendijas,que en el interior de la casaresplandecía el fuego, y oír elrepiqueteo de finos martillos sobre losyunques.

En una palabra, todo el asunto sellevaba en un secreto tan absoluto quefue imposible averiguar nada. Y así semantuvo hasta el regreso del cosacoPlatov del apacible Don camino de lacorte; porque durante todo ese tiempo,los artesanos no se vieron ni hablaroncon nadie.

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VIII

Platov viajaba con mucha prisa ypompa: él iba sentado en el interior delcarruaje, y en el pescante había situadoa dos silbanzas cosacos a ambos ladosdel cochero, al que fustigaban sin piedadcon sus látigos de cuero, para que fueraal trote. Y si algún cosaco seadormitaba, el propio Platov desde elasiento le daba un puntapié y entoncescorrían todavía más desbocados. Estasmedidas de estimulación resultaban tanefectivas que no era posible frenar a los

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caballos en ninguna posta y siempre sepasaban cien pasos. Entonces, uno delos cosacos se aplicaba de nuevo sobreel cochero y así regresaban a la entrada.

De ese modo rodaron hasta Tula,donde en un principio también sepasaron cien pasos de la puerta deMoscú, pero el cosaco hizo regresar alcochero a latigazo limpio, y en el mismoporche se dispusieron a enganchar loscaballos de refresco. Platov no se apeódel carruaje. Se limitó a ordenar a unsilbanza que trajera ante él, lo másrápido posible, a los maestros armeros alos que había confiado la pulga.

Un silbanza salió pitando para que

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vinieran lo más rápido posible y trajeranel trabajo que debía humillar a losingleses. Apenas se había alejado unosmetros, cuando Platov empezó a mandartras él nuevos emisarios, uno tras otro,para acelerar las cosas lo más posible.

Puso en marcha a todos los silbanzasy cuando no hubo más, empezó a mandara gente corriente de la curiosamuchedumbre; incluso él, de laimpaciencia, sacó las piernas delcarruaje e impaciente estuvo a punto deechar a correr, hasta le rechinaban losdientes. Nada le parecía suficientementerápido.

Por aquel entonces, todo exigía

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velocidad y exactitud para no perder niun minuto que pudiera resultarprovechoso a Rusia.

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IX

Los maestros de Tula, que hicieron unaobra impresionante, justo acababan determinar su trabajo. Los silbanzasllegaron hasta ellos jadeantes y la gentecorriente del intrigado público nisiquiera llegó, porque la falta decostumbre hizo que por el camino lesdolieran las piernas y se desmoronaran,y después, del miedo a enfrentarse aPlatov, salieron huyendo hacia sus casasocultándose donde pudieron.

Los silbanzas, hartos, lanzaron un

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grito, y en vista de que nadie les abría,sacudieron los goznes de los postigossin miramientos, pero los goznes erantan sólidos que no cedieron ni un ápice;entonces empujaron la puerta, peroestaba reforzada por dentro con unatranca de roble. Visto lo visto, lossilbanzas cogieron un tronco de la calle,lo lanzaron como harían los bomberoscontra el alero del tejado einmediatamente la cubierta de lapequeña casita salió volando. El techoconsiguieron quitarlo, pero al instante sevinieron abajo, porque la mansión demadera de los artesanos era muyestrecha, y al trabajar estos sin descanso

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se había formado en el aire tal espiralde sudor que a una persona nohabituada, que entrara del aire libre, leresultaba imposible respirar.

Los mensajeros gritaron:—¿Qué hacéis, canallas? Y todavía

osáis confundirnos con semejanteespiral. ¿Es que después de esto noqueda en vosotros ni un rastro de Dios?

Y ellos contestaron:—Estamos fijando el último clavo.

En cuanto lo clavemos, sacamos eltrabajo.

Y dijeron los mensajeros:—Para entonces, Platov nos come

vivos y no deja ni el alma de muestra.

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Pero los artesanos respondieron:—No le dará tiempo a tragaros,

porque mientras hablabais, ya metimosincluso ese último clavo. Corred ydecidle que ahora mismo se lo llevamos.

Los silbanzas salieron pitando perosin convencimiento: pensaban que losartesanos les habían engañado; por esocorrían, y corrían echando la vista atrás.Pero los artesanos salieron detrás deellos y se dieron tanta prisa que nisiquiera se vistieron como correspondepara presentarse ante una personaimportante, y por el camino ibanabrochándose los corchetes de loscaftanes. Dos de ellos no llevaban nada

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en las manos, y el tercero, el zurdo, enun envoltorio verde, llevaba el cofrecitodel Zar con la pulga de acero inglesa.

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X

Los silbanzas corrieron hasta Platov ydijeron:

—¡Aquí están, en persona!Platov se dirigió a los artesanos:—¿Está todo preparado?—Todo preparado —contestaron.—Dádmelo.Se lo entregaron.El carruaje ya estaba enganchado, y

el cochero y el postillón en sus puestos.Los cosacos se sentaron al lado delcochero, le levantaron los látigos y así,

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amenazantes, los mantuvieron.Platov rompió el envoltorio verde,

abrió el cofrecito, sacó de la guata latabaquera de oro, y de la tabaquera lanuez de brillantes, y vio que la pulgainglesa reposaba tal cual era y queaparte de ella no había nada más.

Platov dijo:—¿Qué significa esto? ¿Dónde está

vuestro trabajo, ése con el que queríaisreconfortar al soberano?

Los armeros respondieron:—Aquí está nuestro trabajo.Platov preguntó:—¿En qué consiste?Y los armeros contestaron:

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—¿Para qué explicarlo? Todo estáaquí, ante vuestros ojos, observadlobien.

Platov se encogió de hombros ygritó:

—¿Dónde está la llave de la pulga?—Ahí también —respondieron—.

Donde está la pulga, está la llave, en lamisma nuez.

Platov quería coger la llave, perosus dedos eran torpicortos. Probaba unay otra vez, pero no podía sujetar ni lapulga ni la llavecita para darle cuerdaen el abdomen. De pronto montó encólera y empezó a blasfemar a la manerade los cosacos.

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Gritaba:—¡Canallas, no hicisteis nada y

encima seguro que lo estropeasteis todo!¡Os voy a cortar la cabeza!

Y los de Tula le contestaron:—Nos está ofendiendo en vano. Por

ser, como es, enviado del soberano,estamos obligados a aguantarle todas lasofensas. Pero ya que usted desconfió denosotros y pensó que éramos capacesincluso de burlarnos del nombre delsoberano, ahora no le confiaremos elsecreto de nuestro trabajo. Tenga labondad de llevárselo al soberano, élverá qué clase de súbditos tiene y sidebe avergonzarse de nosotros.

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Y Platov gritó:—Seguid, seguid mintiendo,

canallas. Esto no va a quedar así. Unode vosotros va a venir conmigo aPetersburgo, y allí ya le arrancaré yohasta dónde llega vuestra estratagema.

Y con éstas, estiró un brazo yenganchó por el cuello con sustorpicortos dedos al zurdo bizco de talmanera que volaron por los aires todoslos corchetes de la casaca, tiró de élhacía el carruaje y lo dejó a sus pies.

—Quédate ahí como un perro falterohasta que lleguemos a Petersburgo —dijo—. Vas a responder por todos. Yvosotros —dijo a los silbanzas—, ¡en

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marcha! Y no os durmáis, que pasadomañana tengo que estar en Petersburgoante el soberano.

Los artesanos apenas se atrevieron asuplicarle por el camarada: ¿cómo se lolleva así, sin burocumentos? ¡No va apoder volver! Y Platov, en lugar dedarles una respuesta, les enseñó el puño.Un puño terrible, abultarado, lleno decortes y costurones, y amenazante, dijo:«¡Aquí tenéis los burocumentos!».

Y los cosacos dijeron:—¡Adelante, muchachos!Cosacos, cocheros y caballos se

pusieron en marcha a la vez y sellevaron al zurdo sin burocumentos a

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toda prisa. Transcurrido un día, comoordenó Platov, llegaron al Palacio Reale incluso, para decirlo todo, se pasaronde largo por delante de las columnas.

Platov se incorporó, se prendiótodas sus condecoraciones y pasó apresencia del soberano, dejando alzurdo bizco en la entrada, bajo lacustodia de los silbanzas cosacos.

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XI

Platov temía presentarse ante elsoberano, porque Nicolás I eraterriblemente observador y tenía unagran memoria, no olvidaba nada. Platovestaba seguro de que le preguntaría porla pulga. Y aunque no había enemigo enel mundo al que temiera, en esta ocasiónestaba acobardado: entró al palacio conel cofrecito y sigilosamente lo depositótras la estufa de una de las salas. Unavez hubo escondido el cofrecito, Platovse presentó ante el soberano en su

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gabinete y comenzó a informar con prisasobre las apasionadas conversacionesque había mantenido en el apacible Doncon los cosacos. Pensaba: «con estoentretendré al soberano; por supuesto, siel soberano se acuerda y comenta algoacerca de la pulga habrá que dársela yresponder, pero si no comenta nada,entonces a callar, pedir al ayudante decámara que esconda el cofrecito y meteral zurdo de Tula en una calamata[16] dela fortaleza durante un tiempoindefinido, por si se le necesita».

Pero Nicolás I no se había olvidadode nada, y en cuanto Platov terminó dedar cuenta de las apasionadas

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conversaciones que había mantenido, lepreguntó:

—Y entonces, ¿cómo handemostrado su habilidad mis artesanosde Tula frente a la ninfusoria inglesa?

Platov respondió conforme a laimpresión que él tenía sobre el asunto.

—Su Alteza —dijo—, la ninfusoriasigue estando en su lugar, yo la traje deregreso, pero los artesanos de Tulafueron incapaces de hacer algoespectacular.

El soberano respondió:—Esto que me dices, venerable

anciano, no puede ser cierto.Platov intentó convencerle y le

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relató cómo había ocurrido todo, ycuando llegó al punto en que los de Tulale habían pedido que le enseñara lapulga al soberano, Nicolás I le dio unapalmada en el hombro y le dijo:

—Tráela acá. Sé que los míos nopueden defraudarme. Seguro que hanhecho algo que escapa a nuestroentendimiento.

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XII

Trajeron el cofrecito de detrás de laestufa, le quitaron el envoltorio de paño,abrieron la tabaquera de oro y la nuez debrillantes, y dentro reposaba la pulga:tal como era antes, así reposaba.

El soberano miró y dijo:—¡Qué osadía es esta! —Pero su fe

en los artesanos rusos no flaqueó.Mandó llamar a su queridísima hijaAlexandra Nikolayevna y le ordenó:

—Los dedos de tus manos son muyfinos. Coge la pequeña llave y da cuerda

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rápidamente a esta ninfusoria en lamaquinaria de su barriga.

La princesa empezó a dar vueltas ala llave y entonces la pulga comenzó aagitar las antenas, pero las piernas nolas movía. Alexandra Nikolayevna diotoda la cuerda, pero la ninfusoria seguíasin bailar ninguna danse, ni tan solo unaprobariación, como las de antes.

Platov palideció y gritó:—¡Ah, hijos de perra! Ahora

entiendo por qué a mí no quisierondecirme nada. Menos mal que me traje auno de esos imbéciles conmigo.

Con estas palabras salió disparadohacia la entrada, agarró al zurdo por los

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pelos y empezó a zarandearlo de acápara allá, de tal manera que perdióvarios mechones. Cuando Platov dejó degolpearle, se repuso y dijo:

—Así me arrancaron todo el pelocuando era un aprendiz, pero no sé porqué tengo que volver a pasar ahora portodo esto.

—Esto se debe —dijo Platov— aque yo confié en vosotros y di la carapor vosotros y vosotros estropeasteisuna rareza.

El zurdo contestó:—Nosotros te agradecemos mucho

que nos hayas protegido, pero estropear,nosotros no estropeamos nada: coged el

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más potente de los pequescopios ymirad.

Platov volvió corriendo a contar lodel pequescopio, y aún amenazó con eldedo al zurdo:

—¡Todavía acabo dándote! —le dijocubriéndole de insultos.

Y ordenó a los silbanzas que leretorcieran los brazos hacia atrás aúnmás fuerte. Él mismo subió losescalones jadeando y rezando unaoración: «Bendita Madre del ReyBendito, purísima e inmaculada», y loque sigue. Pero los cortesanos queestaban en los escalones le daban laespalda y pensaban: «Platov cayó en

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desgracia y ahora le echarán de Palacio.Y es que nadie le aguantaba a causa desu bravura».

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XIII

Apenas transmitió Platov las palabrasdel zurdo, el soberano habló conalegría:

—Yo sé que mis súbditos rusos a míno me engañan —y pidió que le trajeranun pequescopio en un cojín.

El pequescopio le fue dado alinstante. El soberano cogió la pulga y lacolocó bajo la lente, primero deespaldas, después de costado, despuéspatas arriba, en una palabra, le dio milvueltas, la miró por todos los lados, y no

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vio nada. Pero el soberano aun así noperdió su fe y simplemente dijo:

—Traed aquí, ante mí, ahora mismo,a ese armero que está en los sótanos.

Platov observó:—Hay que vestirle. Está con lo que

llevaba puesto cuando lo cogimos yahora tiene muy mal aspecto.

El soberano respondió:—No importa, traedlo como está.Platov le dijo al zurdo:—Bien, ahora ve tú mismo, tal cual

estás, y responde ante el soberano.Y el zurdo respondió:—Y qué. Tal cual voy y respondo.Fue como estaba: con el calzado

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destrozado, una pernera metida por labota y la otra al viento, una viejacamisola, los corchetes desabrochados,algunos perdidos, y con el cuello roto,pero eso no importaba, no le turbaba.

«¿Qué pasa? —pensaba—. Si elsoberano desea verme, yo debo ir; y sino tengo conmigo burocumentos, no esproblema mío, se lo digo y le explicopor qué».

En cuanto entró el zurdo e hizo sureverencia, el soberano le dijo:

—¿Qué significa esto, amigo?Nosotros lo hemos mirado y remirado,la hemos puesto bajo el pequescopio, yno hemos observado nada

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extraordinario.Y el zurdo respondió:—Así que usted, Su Majestad, tuvo

la bondad de mirar.Los cortesanos le reprobaron: ¡no se

habla así! Él no entendía que, enPalacio, es preciso hablar con lisonja opicardía, y él hablaba con sencillez.

El soberano les dijo:—Dejadle en paz, que responda

como sabe.Y le aclaró:—Nosotros —dijo— la pusimos así.

—Y colocó la pulga en el pequescopio—. Mira tú mismo, no se ve nada.

El zurdo respondió:

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—Así, Su Alteza, a esa escala, no esposible ver nada, ya que nuestro trabajoes mucho más secreto.

El soberano preguntó:—¿Y cómo hay que hacer entonces?—Es necesario —dijo— colocar

solo una pata en todo el pequescopiopara verla en detalle y observardetenidamente cada uno de los taloncitosen los que se apoya.

—Por Dios te lo pido, explícate —dijo el soberano—. ¡Eso es demasiadopequeño!

—Qué le voy hacer si es la únicamanera de apreciar nuestro trabajo —respondió el zurdo—. Entonces se

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pondrá de manifiesto cuanto en él hay desorprendente.

Tumbaron la pulga como dijo elzurdo, y el soberano apenas echó unvistazo por la lente superior cuandoresplandeció de satisfacción. Cogió alzurdo, tal y como estaba, sucio ycubierto de polvo, sin lavar, lo abrazó ylo besó, y después se volvió hacia todoslos cortesanos y dijo:

—¿Veis? Yo sabía mejor que nadieque mis súbditos rusos no medefraudarían. Mirad, por favor: ¡los muygranujas han cogido a la pulga inglesa yle han puesto herraduras!

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XIV

Empezaron a pasar todos y a mirar:efectivamente la pulga estaba herrada entodas las patas con auténticasherraduras. Y el zurdo informó que estono era lo único asombroso.

—Si tuvieran un pequescopio mejor—dijo—, de cinco millones deaumentos, tendrían ustedes la bondad dever que en cada herradura figura elnombre del artesano ruso que la hizo.

—¿Y tu nombre está aquí? —preguntó el soberano.

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—No, de ninguna manera —respondió el zurdo—, el mío es el únicoque no está.

—¿Y eso por qué?—Porque —dijo— yo hice un

trabajo más fino que estas herraduras:yo fui el que puso los clavos que sujetanlas herraduras, y para eso sí que no haypequescopio que valga.

El soberano preguntó:—¿Dónde tenéis vuestro

pequescopio, ese con el que pudisteishacer esta maravilla?

Y el zurdo respondió:—Somos gente pobre, y debido a

nuestra pobreza no tenemos pequescopio

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propio; pero tenemos una vista muyaguda.

Llegados a este punto, los otroscortesanos, al ver que el asunto delzurdo había salido bien, empezaron abesarle, y Platov le dio cien rublos y ledijo:

—Perdóname, hermano, sientomucho haberte tirado del pelo.

Y el zurdo respondió:—Dios perdona, nosotros ya

estamos curados de espantos.Y no dijo nada más, ni nunca más

tuvo con quien comentar, por cuanto elsoberano ordenó inmediatamenteguardar la ninfusoria herrada y enviarla

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de vuelta a Inglaterra como si fuera unregalo, para que allí comprendieran quea nosotros esto no nos asombra. Elsoberano dio órdenes para que con lapulga fuera un correo principal, versadoen todas las lenguas, y que a este leacompañara el zurdo, para que él mismopudiera enseñar el trabajo a los inglesesy explicarles qué clase de artesanostenemos en Tula.

Platov le hizo la señal de la cruz:—Qué Dios te bendiga —dijo—.

Para el camino, te haré llegar mi propiakizliarka. No bebas ni poco ni mucho,sino todo lo contrario.

Así lo hizo: se la envió.

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Pero el conde Akiselado[17] ordenóque lavaran al zurdo en los bañospopulares de Tuliakov, le arreglaran elpelo en la peluquería y lo vistieran conun caftán de gala, como el que usan loscantores de la corte, de manera quepareciera que ostentaba algún rango.

En cuanto lo acondicionaron, seprepararon para el viaje tomando té conla kizliarka de Platov, apretaron loscinturones lo más fuerte que pudieron,para que no les bailaran las tripas, y locondujeron a Londres. Aquí comienzanlas aventuras del zurdo en el extranjero.

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XV

El correo y el zurdo viajaron a talvelocidad que entre Petersburgo yLondres no pararon a descansar enninguna parte. Lo único que hacían encada posta era apretarse el cinturón unagujero más para que los intestinos no seles enredaran con los pulmones. Y comoel zurdo, después de su presentaciónante el soberano, por indicación dePlatov, tenía permiso para hartarse devino a cargo del erario público, con élse iba manteniendo y atravesó Europa

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cantando canciones rusas, solo que hacíael estribillo a la extranjera: «Ay liulí, sétré yolí».[18]

En cuanto llegaron a Londres, elcorreo se presentó ante quien debía yentregó el cofrecito. Al zurdo lo habíadejado en una habitación de hotel, peroallí se aburrió enseguida, y quiso comer.Llamó a una puerta y señaló su boca a unsirviente, quien le condujo al comedor.

Se sentó el zurdo a la mesa y allípermaneció sentado, porque en inglés nosabía pedir nada de nada. Pero despuéstuvo una idea: simplemente golpeó lamesa con un dedo y señaló con él suboca. Los ingleses se dieron cuenta y le

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llevaron cosas, sólo que no siempre eranlas más idóneas, pero él, lo que no legustaba, no lo cogía. Le ofrecieron unode sus platos, gelatuding caliente enllamas. Dijo: «No sabía que se podíacomer semejante cosa», y no lo probó.Se lo cambiaron y le trajeron otracomida. Ni el vodka de ellos bebió,porque era verdoso, como si lo hubieranmetido en vitriolo. Escogió solo cosasnaturales, y tras engullir unasberenjenas, esperó al correo al fresco.

Las personas a las que el correoentregó la ninfusoria la examinaroninmediatamente con el más potentepequescopio y anotaron sus

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observaciones en el registro publicíacopara que saliera al día siguiente en eldifamatín.

—Queremos ver en persona alartesano que ha hecho esto —dijeron.

El correo los acompañó a lahabitación, y de allí al comedor, dondenuestro zurdo había empezado a ponersecolorado sin perder la compostura.

—¡Ahí está!Los ingleses dieron al zurdo

palmaditas en la espalda y leestrecharon la mano como a un igual.«Camreid[19] —dijeron—, camreid,buen artesano, queremos hablar contigopausadamente, pero ya lo haremos

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después, ahora bebamos por tubienestar».

Pidieron vino en grandes cantidades,y sirvieron al zurdo la primera copita,pero él con cortesía rechazó beber antesque nadie: «Puede ser que quieranenvenenarme por envidia», pensó.

—No —dijo—, esto no está bien:cada cual es rey en su casa, así quecoman ustedes antes.

Los ingleses probaron todos losvinos ante él y a continuación lesirvieron. Se levantó, se persignó con lamano izquierda y bebió a la salud detodos.

Se dieron cuenta de que se

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persignaba con la mano izquierda y lepreguntaron al correo:

—¿Qué es, luterano o protestante?El correo respondió:—No, no es ni luterano ni

protestante, profesa la fe rusa.—¿Y por qué se persigna con la

mano izquierda?El correo dijo:—Es zurdo, y todo lo hace con la

mano izquierda.Los ingleses aún se asombraron más

y empezaron a emborrachar con el vinoal zurdo y al correo, y así pasaron tresdías completos. Después dijeron: «Yaestá bien». Tomaron agua con erfix de un

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sinfón y, totalmente recuperados,empezaron a preguntar al zurdo dónde yqué había estudiado, y hasta qué puntoconocía la aritmética.

El zurdo contestó:—Nuestra ciencia es sencilla: se

basa en el Salterio y el Polusonnik;[20]

de aritmética no tenemos ni idea.Los ingleses se intercambiaron

miradas y dijeron:—Es increíble.Y el zurdo les respondió:—En nuestro país, esto es así en

todas partes.—¿Y qué es eso del Polusonnik que

dice usted que hay en Rusia? —

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preguntaron.—Eso —dijo— es un libro, al que

se acude si en el Salterio alguna de lasprofecías del rey David no queda clara;entonces, con el Polusonnik se descifracompletamente.

Ellos dijeron:—Es una pena. Sería mejor si

ustedes conocieran la aritmética, aunquesolo fueran las cuatro reglas; eso lesresultaría mucho más provechoso quetodo el Polusonnik. Entonces podríancomprender que en cada máquina hay uncálculo de fuerzas. En este caso, a pesarde la destreza de sus manos, no se handado ustedes cuenta de que una máquina

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tan pequeña como la ninfusoria estácalculada con la máxima exactitud, y nopuede llevar herraduras. Ahora, a causade las herraduras, la ninfusoria no saltani baila ninguna danse.

El zurdo estuvo de acuerdo.—Sobre esto —dijo— no hay

discusión, nosotros no nos guiamos porla ciencia sino por la fidelidad a laverdad de nuestros padres.

Los ingleses le dijeron:—Quédese con nosotros, le daremos

una gran formación, y se convertirá enun artesano extraordinario.

Pero en esto el zurdo no estaba deacuerdo.

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—En casa tengo a mis padres.Los ingleses se ofrecieron a enviar

dinero a sus padres, pero el zurdo no loaceptó.

—Nosotros somos fieles a nuestrapatria. Además, mi padre ya es unanciano y mi madre, una anciana, y estánacostumbrados a ir a la iglesia en suparroquia, y yo aquí solo me voy aaburrir mucho, porque todavía estoysoltero.

—Se acostumbrará enseguida —ledijeron—, adopte nuestra religión, ynosotros le casamos.

—Eso —respondió el zurdo— noocurrirá nunca.

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—¿Por qué?—Porque nuestras creencias rusas

—respondió— son las más correctas, ycomo creyeron nuestros verdabuelos, asíexactamente debemos creer susdescendientes.

—Usted —dijeron los ingleses— noconoce nuestra fe: nosotros tambiénobservamos las leyes del cristianismo ycumplimos el mismo Evangelio.

—El Evangelio —respondió elzurdo—, evidentemente, es uno paratodos, pero nuestros libros son másgruesos que los vuestros y nuestra femás completa.

—¿Cómo puede hacer ese juicio de

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valor?—En nuestro país —contestó—

tenemos todas las pruebas necesarias.—¿Cuáles?—Tales —dijo—: nosotros tenemos

iconos divinos, cabezas sepulturantes yreliquias, y vosotros nada. Ni siquiera,excepción hecha del domingo, tenéisninguna fiesta de guardar, y en segundolugar, a mí vivir con una inglesa, aunqueestuviéramos unidos por ley, me turbaríamucho.

—¿Cómo así? —preguntaron—. Nosea tan desdeñoso: nuestras mujerestambién van vestidas muy limpias y sonmuy buenas amas de casa.

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Y el zurdo replicó:—Yo no las conozco.Los ingleses respondieron:—Eso no importa, puede

conocerlas: nosotros organizaremos ungrandevú.

El zurdo se sonrojó:—Para qué marear a las chicas sin

necesidad —dijo, y se negó—. Elgrandevú es asunto de señores, anosotros no nos va. Además, si seenteran de esto en casa, en Tula, meconvierto en el hazmerreír de mispaisanos.

Los ingleses sintieron curiosidad:—Sin grandevú, ¿cómo se las

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arreglan ustedes para hacer la elecciónmás adecuada?

El zurdo les explicó nuestro sistema.—En nuestro país —dijo—, cuando

un hombre quiere una relación seria conuna chica, le envía a una casamentera, yen cuanto ella encuentra un pretexto,entonces gentilmente van juntos a sucasa y el hombre mira a la chica sinderretirse, delante de todos losparientes.

Ellos lo entendieron, perorespondieron que en Inglaterra no teníancasamenteras ni existía esa costumbre, yel zurdo dijo:

—Mejor que mejor, ya que si uno se

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dedica a estos asuntos, debe ser conintenciones firmes, y como yo eso no losiento hacia una nación ajena, ¿para quémarear a las chicas?

Los ingleses le apreciaban por estosrazonamientos, tanto que empezaron denuevo a darle palmaditas en la espalda yen las rodillas con satisfacción, ypreguntaron:

—Solo por curiosidad —dijeron—,nos gustaría saber qué defectos observóen nuestras chicas para que huya así deellas.

A estas alturas, el zurdo ya lescontestó sinceramente:

—Yo no las critico, simplemente no

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me gusta cómo se les agitan las ropas,eso sin tener en cuenta que no hay quienentienda qué llevan puesto y con quénecesidad: aquí, una cosa cualquiera, ymás abajo todavía, otra cosa prendidacon alfileres, y en las manos, unaespecie de calcetines. Y ya con laesclavina de algodón aterciopelado,parecen exactamente monas pelicortas.

Los ingleses se rieron y dijeron:—¿Y qué impedimento ve en eso?—Impedimento —respondió el

zurdo—, ninguno. Solo recelos de queme dé vergüenza mirar y esperar a queella se libere de todo eso.

—No me diga que su moda es mejor

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—dijeron.—Nuestra moda en Tula —

respondió— es simple: cada una va consus encajes, y nuestros encajes losllevan incluso las más grandes damas.

Entonces ellos también lepresentaron a sus damas y le agasajaroncon té.

—¿Por qué frunce el ceño? —lepreguntaron.

Él les respondió que nosotros noestamos acostumbrados a lo dulce.Entonces se lo dieron al estilo ruso, conun terrón de azúcar para chuparlo altiempo que bebía el té. A ellos lesparecía que así era peor, pero él dijo:

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—Para nuestro gusto así es másgustoso.

Los ingleses no conseguíanconfundirlo con nada para que se dejaraseducir por su estilo de vida, solo leconvencieron de que aceptara suinvitación de quedarse con ellos durantealgún tiempo, y en ese tiempo lellevarían a diferentes fábricas y leenseñarían todas sus creaciones.

—Y después —dijeron—, nosotrosle llevaremos en nuestro barco y ledejaremos sano y salvo en Petersburgo.

En eso el zurdo estuvo de acuerdo.

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XVI

Los ingleses se hicieron cargo del zurdoy enviaron al correo de vuelta a Rusia.El correo tenía rango y había estudiadodiferentes idiomas, pero no lesinteresaba, les interesaba el zurdo.Llevaron al zurdo de un lado para otro ytodo se lo enseñaron. Él observaba todasu producción, las fábricas demetalurgia y los aserraderos de jabón, ysu sistema de administración le gustómucho, especialmente la forma de tratara los trabajadores. Cada trabajador está

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permanentemente saciado, vestido nocon harapos, sino con un chalecoapropiado para cada ocasión, calzadocon gruesos botatos con refuerzos dehierro, para evitar el más mínimorasguño en las piernas. Trabaja no congolpes sino con enseñanzas, ycomprende lo que hace. Ante cada uno, ala vista, cuelga una empollatabla demultiplicar y todos tienen a mano unencerado: para todo lo que hace, elartesano mira la empollatabla demultiplicar y verifica a conciencia, ydespués uno escribe en la pizarra, otrola borra y hace el cálculo con exactitud:lo que queda escrito en cifras es lo que

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se produce. Y cuando llega una fiesta, sereúnen por parejas, cogen un bastón y sevan a pasear decentemente, con nobleza,como es debido.

El zurdo observaba todo lo quecorrespondía a su vida y su trabajo, perolo que más le llamó la atención fue algoque extrañó mucho a los ingleses: no leatrajo tanto cómo hacían las nuevasarmas, sino el estado en el quemantenían las viejas. A todo le dabavueltas, lo elogiaba y decía:

—Esto también podemos hacerlonosotros.

En cuanto llegó a donde estaban lasarmas antiguas, metió los dedos en el

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cañón, palpó las paredes y suspiró:—Esto —dijo—, en comparación

con lo nuestro, es muy superior.Los ingleses no eran capaces de

adivinar qué había percibido el zurdo,quien preguntó:

—¿Podría saber yo si esto lo vieronnuestros generales alguna vez?

Le dijeron:—Los que estuvieron aquí, debieron

verlas.—¿Y cómo iban? —preguntó—.

¿Con guantes o sin guantes?—Vuestros generales —dijeron—

iban de gala, siempre con guantes, o seaque aquí también irían así.

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El zurdo no dijo nada. Pero depronto empezó a sentirse incómodo ynostálgico. Comenzó a añorar y aañorar, y dijo a los ingleses:

—Estoy profundamente agradecidopor todos sus agasajos, estoy realmentesatisfecho con todos ustedes y todo loque necesitaba ver ya lo vi. Ahora loque quiero es irme a casa cuanto antes.

No hubo nada con lo que pudieranretenerle. Por tierra firme era imposibledejarle ir, ya que no conocía todas laslenguas, y navegar no era lo mejor, yaque el tiempo era otoñal, tempestuoso,pero aun así, él insistía en que le dejaranirse.

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—Miramos el tormentómetro —dijeron— y habrá tormenta. Puedeshundirte, esto no es vuestro golfo deFinlandia, es el auténtico marBraviterráneo.

—Me da igual dónde morir —respondió—. Todos sabemos que esodepende de la voluntad de Dios. Mideseo es ir cuanto antes a mi tierra natal,porque de otro modo puedo cometer unalocura.

No le retuvieron a la fuerza: lealimentaron, le dieron dinero enabundancia, le regalaron como recuerdoun reloj de oro con tiembletidor y parael frío marino de finales de otoño le

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dieron un abrigo de bayeta con unacapucha para proteger la cabeza delviento. Lo vistieron muy abrigado y losubieron al barco que partía para Rusia.Acomodaron al zurdo en un camarote delos mejores, como a un auténticoaristócrata, pero a él no le gustabasentarse en privado con otros señores, ledaba vergüenza, así que huyó a cubierta,se sentó bajo la lona impermeabilizada ypreguntó: «¿Dónde está nuestra Rusia?».

El inglés al que preguntaba señalabahacia un lado con la mano o movía lacabeza y él dirigía hacia allí su rostro,para mirar impaciente hacia la patria.

En cuanto salieron de la bufía al mar

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Braviterráneo le entró tal desazón porRusia que no había manera de calmarle.La navegación se hizo terrible, pero elzurdo, abajo, a los camarotes, no se fue.Permaneció sentado bajo la lonaimpermeabilizada, tapado con lacapucha y mirando hacia la patria.

Los ingleses le llamaron muchasveces para que bajara a un lugarcaliente, pero él, para que no lemolestaran, incluso comenzó a mentir:

—No —respondía—, estoy mejoraquí fuera. Bajo techo, el balanceoacabaría conmigo.

Así fue todo el tiempo y no salíasalvo por causa mayor, algo que gustó

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mucho al semimaestre, el cual, paradesgracia de nuestro zurdo, sabía hablarruso. El semimaestre no podía evitaradmirarse de que este ruso de tierrafirme aguantara con tal gallardía lasinclemencias del tiempo.

—¡Muy bien, ruso! —decía—.¡Bebamos!

El zurdo bebió.El semimaestre dijo:—¡Otro vaso!El zurdo volvió a beber y se

emborracharon.El semimaestre le preguntó:—¿Qué secreto de nuestro gobierno

te llevas a Rusia?

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El zurdo le respondió:—Eso es asunto mío.—En ese caso —le respondió el

semimaestre—, déjame hacer contigouna apueslla[21] inglesa.

El zurdo preguntó:—¿Cuál?—Esta: no beber nada por separado,

beber exactamente lo mismo, lo quebeba uno, a continuación lo bebe el otro,y el que supere al otro bebiendo, esegana.

El zurdo pensó: «el cielo se nubla,la panza se hincha, el aburrimiento esgrande, la ruta larga y la tierra natal nose ve por culpa de las olas, así que

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apostar hará que el viaje sea másentretenido».

—De acuerdo —dijo—. ¡Aceptada!—Pero sin trampas.—Sí, hombre —aseguró—, por eso

no te preocupes.Se pusieron de acuerdo y chocaron

los cinco.

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XVII

Comenzó su apuesta cuando aún estabanen el Braviterráneo, y bebieron hasta elpeligroso puerto de Dinaminde,[22] peroiban igualados, ninguno adelantaba alotro, se equiparaban con tal exactitudque cuando uno, mirando al mar, viocómo el demonio salía del agua, el otrotuvo la misma visión. Sólo que elsemimaestre vio al demonio pelirrojo yel zurdo decía que era oscuro, comonigérrimo.

El zurdo dijo:

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—Santíguate y dale la espalda, estedemonio procede de las vorágines.

Y el inglés le replicó: «Esto es unbuzojo marino».

—¿Quieres que te tire al agua? —preguntó—. Tú no te preocupes, que élte devuelve a mí.

Y el zurdo respondió:—Si es así, tírame.El semimaestre lo cogió a hombros y

lo acercó a la borda.Los marineros que vieron esto, los

detuvieron e informaron al capitán,quien ordenó que los encerraran a losdos abajo y les dieran ron, vino ycomida fría para que pudieran comer y

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beber y continuar su apueslla, pero queno les dieran gelatuding calienteflambeado porque se podría inflamar elalcohol que ambos tenían dentro.

Así los llevaron encerrados hastaPetersburgo, y ninguno de los dos ganóla apuesta. Allí los subieron a diferentescarruajes y llevaron al inglés a la casadel embajador en el espolón de losIngleses y al zurdo, a la comisaría.

A partir de aquí, sus destinossiguieron caminos radicalmentedistintos.

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XVIII

En cuanto llevaron al inglés a la casadel embajador, llamaron a un matasanosy a un boticario. El matasanos ordenóque lo introdujeran inmediatamente enun baño caliente y el boticario enrollóuna pastilla de gutapercha y él mismo sela metió en la boca. Después, los dosjuntos lo cogieron y lo tumbaron en uncolchón de plumas, lo cubrieron con unabrigo de pieles y lo dejaron sudar. Ypara que nadie le molestara, dieronorden de que no se le ocurriera a nadie

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ni estornudar en toda la embajada.Esperaron al matasanos y al boticariohasta que el semimaestre se durmió, yentonces le prepararon otra pastilla degutapercha, se la dejaron en la mesita denoche y se fueron.

Al zurdo, en cambio, lo tiraron en elsuelo de la comisaría y le preguntaron:

—¿Quién eres y de dónde? ¿Tienespasaporte o algún otro burocumento?

Y él por la enfermedad, la bebida yel largo balanceo estaba tan debilitadoque no respondió ni una palabra, sologemía.

Entonces le cachearon, le quitaron laabigarrada vestimenta y el reloj con

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tiembletidor, le requisaron el dinero y elpropio comisario ordenó que el primercochero que pasara le llevara gratis alhospital.

Ordenó a un guardia que lo sentaraen el trineo, pero pasó un buen rato antesde que consiguiera parar a un cochero,porque los cocheros huyen de lospolicías. El zurdo estuvo todo estetiempo tumbado en una fría parada.Cuando por fin el guardia atrapó a uncochero, éste no llevaba calientes pielesde zorro, porque en semejantesocasiones los cocheros escondían laspieles debajo de su asiento, para que alos policías se les helaran los pies

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enseguida. Así que llevaron al zurdo sintapar, y al pasarlo de un coche a otro, lodejaron caer y casi le arrancan una orejapara hacerle volver en sí. Lo llevaron aun hospital, pero allí no admitían sinburocumentos, lo llevaron a otro, allítampoco lo admitieron, y así a untercero, y a un cuarto: hasta el amanecerestuvieron arrastrándolo por solitarios yretorcidos caminos, trasladándolo una yotra vez, de manera que acabócompletamente magullado. Entonces unenfermero le dijo al policía que lellevaran al hospital público Marvinoski,donde admitían a todos los agonizantessin fijarse en su condición social.

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Allí exigieron un recibo y colocar alzurdo en el suelo de un corredor hastaque lo exploraran.

Al día siguiente, el semimaestreinglés se levantó, tragó otra pastilla degutapercha, tomó un desayuno ligero abase de gallina con arroz, bebió erfix ydijo:

—¿Dónde está mi camreid? Me voya buscarlo.

Se vistió y se fue corriendo.

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XIX

Fue sorprendente lo rápido que elsemimaestre encontró al zurdo. Todavíano le habían acostado en una cama,seguía tumbado en el suelo del corredory se quejó al inglés.

—Yo necesito decir urgentementedos palabras al soberano —dijo.

El inglés corrió a donde el condeKleinmijel[23] y organizó un escándalo:

—¡¿Cómo es posible?! En él —dijo—, aunque tenga piel de animal, hay unaalma humana.

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El inglés fue expulsado de allí porese razonamiento, para que no osaravolver a mencionar el alma humana. Ydespués alguien le dijo: «Más te valdríair a donde el cosaco Platov, él tienesentimientos sencillos».

El inglés localizó a Platov, quienotra vez yacía en el lecho del despecho.Platov le escuchó y se acordó del zurdo.

—En fin, hermano —dijo—,llegamos a tener una amistad muy íntima,incluso le tiré del pelo. Pero no sé cómoayudarle en esta desgraciada situación,puesto que yo ya estoy completamenteretirado. Sufrí una ejeplejía completa yya no me respetan. Tú corre al

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comandante Skobelev.[24] Él tiene podery también tiene experiencia en estosasuntos. Algo hará.

El semimaestre se fue a dondeSkobelev y se lo contó todo: laenfermedad que tenía el zurdo y cómohabía enfermado. Skobelev dijo:

—Yo comprendo esta enfermedad,pero los alemanes no la pueden curar.[25]

Aquí hace falta un doctor que venga deuna familia eclesiástica, porquecrecieron entre estas cuestiones ypueden ayudar. Ahora mismo envío paraallá al doctor ruso Martín-Solski.[26]

Pero cuando Martín-Solski llegó, elzurdo ya agonizaba, porque se había

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desnucado, y sólo alcanzó a decir demanera inteligible:

—Decidle al soberano que losingleses no limpian los cañones conladrillos: así que no lo hagan aquítampoco. Dios nos libre de una guerra,porque no valen para disparar.

Y con esta lealtad el zurdo sepersignó y expiró.

Martín-Solski se fue inmediatamentee informó de esto al conde Chornishev,[27] para que le llevara ante el soberano,pero el conde Chornishev le gritó:

—Ocúpate de tus vomitivos y tuslaxantes, y no te metas en asuntos que note incumben. Para eso hay en Rusia

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generales.Al soberano no se lo dijeron, y la

limpieza continuó haciéndose tal y comose hacía, hasta la campaña de Crimea.Por aquel entonces, cuando cargaban lasarmas, las balas quedaban holgadas,porque seguían limpiando los cañonescon ladrillos.

Entonces Martín-Solski le recordó aChornishev lo del zurdo y Chornishevdijo:

—Vete al diablo, cánula placentera.Y no te metas donde no te llaman,porque yo lo negaré todo. Diré quenunca te oí decir nada de esto y elrapapolvo lo recibirás tú.

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Martín-Solski reflexionó: «Seguroque lo niega», y se calló. Pero si laspalabras del zurdo hubieran llegado alsoberano en su momento, la guerra deCrimea, con todas sus dificultades,habría tomado un cariz bien distinto.

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XX

En la actualidad, todo esto no son másque «asuntos del pasado» y «leyendasde viejos», y aunque estas leyendas nosean muy profundas, no hay queapresurarse a olvidarlas, a pesar de sucarácter fabuloso y la naturaleza épicade su héroe principal. El verdaderonombre del zurdo, como ocurre con elnombre de muchos grandes genios, seperdió para toda la posteridad. Pero lafantasía popular se interesó en el mito ylo personificó, y su aventura puede

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servir para recordar una época cuyoespíritu general ha sido captado conprecisión y fidelidad.

No hace falta decir que artesanoscomo el fabuloso zurdo ya no los hay enTula: las máquinas han nivelado lasdesigualdades de talentos y dones y losgenios no aspiran a luchar contra laaplicación y la exactitud. Aunque lasmáquinas favorecen el aumento de lossalarios, no favorecen la audacia de losartistas, la cual a veces transgredía lasnormas e inspiraba la fantasía popularpara elaborar leyendas tan fabulosascomo la que nos ocupa.

Los trabajadores, por supuesto,

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saben apreciar las ventajas, lascomodidades prácticas que lesproporciona la ciencia mecánica, peroevocan a sus antepasados con orgullo yamor. Esta es su épica; una épica, por lodemás, dotada de una genuina «almahumana».

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NIKOLÁI SEMIONOVICH LESKOV, nacióen Gorojovo, en la Rusia Central, en1831. Nieto de un sacerdote ortodoxoruso y sobrino de un cuáquero inglés,quedó huérfano a los dieciséis años y suherencia fue pasto de los acreedores,por lo que tuvo que ganarse muy pronto

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la vida y no pudo realizar estudiosuniversitarios. Su obra supone un granfresco de la vida rusa en la segundamitad del siglo XIX. Incomprendido ensu época, conocería una gran influenciaposterior en la narrativa soviética.Trabajó como escribiente en el juzgadopenal de su ciudad y luego como agentede reclutamiento en Kiev, en cuyocometido viajó mucho por todo lo largoy ancho de Rusia y adquirió unconocimiento de primera mano del paísy de sus gentes; también aprendió polacoy ucraniano, y leyó mucho, filosofía yeconomía sobre todo. En 1853 se casócon Olga Smirnova, con la que tuvo dos

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hijos y de la que se separó poco antes detrasladarse a San Petersburgo en 1861.Es en esta ciudad donde empezó atrabajar como periodista, iniciando unafértil carrera literaria. Famoso por susopiniones liberales, por las cuales fuedespedido de un puesto funcionarial en1883, sufrió varias crisis religiosas, quese plasman en su obra literaria. Muydotado para la narrativa corta, dueño deun oído envidiable, destacan en suproducción títulos como Vida de unamujer de pueblo (1863), o la novelacorta Lady Macbeth de Mtsensk (1865),que inspiró una ópera del mismo títulode Dimitri Shostakovich. La pulga de

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acero (1881) está considerada la mejorpieza corta de Leskov, y una de lascumbres de la literatura rusa del XIX.Leskov murió en 1895 de un cáncer depulmón, y sus restos reposan en el patiode los poetas del Cementerio Volkovode San Petersburgo. Máximo Gorki loconsideró «el autor más profundamenteenraizado en el alma popular, y máslibre de influencias extranjeras de lahistoria de la literatura rusa». AntónChejov reconoció en Leskov a su másgenuino maestro.

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NOTAS

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[1] Vladimir Nabokov y Edmund Wilson:Dear Bunny, Dear Volodya. TheNabokov-Wilson Letters, 1940-1971(ed. y notas de Simon Karlinsky),Berkeley: University of CaliforniaPress, 1995. <<

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[2] Hugh McLean: Nikolai Leskov: TheMan and His Art, Cambridge(Massachusetts): Harvard UniversityPress, 1977. <<

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[3] Maria S. Goryachkina: SatiraLeskova, Moscú: Izd-vo Akademia NaukSSSR, 1963. <<

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[4] Edmund Wilson: Ventana a Rusia,México D.F.: Fondo de CulturaEconómica, 1981. <<

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[5] Walter Benjamin: El narrador,Madrid: Taurus, 1991. <<

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[6] Víktor Shklovski: A SentimentalJourney: Memoirs, 1917-1922,Champaign (Illinois): Dalkey ArchivePress, 2004. <<

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[7] Íd.: Theory of Prose, Champaign(Illinois): Dalkey Archive Press, 1991.<<

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[8] Conde Mateo Ivanovich Platov(1751-1818), atamán de los cosacos delDon, general de caballería, famoso porsu actuación en la guerra de 1812.Acompañó a Alejandro I en su viaje aLondres (Todas las notas, salvo que seindique, son de la traductora). <<

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[9] Vodka típico del norte del Cáucasoobtenido por destilación de una mezclade diferentes frutas (manzanas, peras,ciruelas y albaricoques). <<

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[10] La «v» del baldaquino correspondea los valaquios, los naturales delPrincipado de Valaquia, a orillas delDniéster. <<

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[11] Leskov termina la palabra rusacorrespondiente a «impermeable»remedando el francés, que era loelegante por aquel entonces. <<

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[12] De la fábrica Y.P. Molvo que habíaen San Petersburgo (1810-1820). <<

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[13] Es un anacronismo, porque estafábrica empezó a funcionar en la regiónde Kiev en 1830. <<

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[14] El «pope Fedot» no surgió de lanada: el emperador Alejandro I antes desu muerte en Taganrog se confesó con elpope Alexéi Fedotov-Chejovski, quiendespués de aquello se autodenominaba«confesor de Su Majestad» y presumíasiempre que podía de lo que no habíasido otra cosa que una casualidad. Esevidente que el legendario «pope Fedot»es este Fedotov-Chejovski (Nota delautor). <<

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[15] El kvas es una bebida refrescanteproducto de la fermentación de pannegro, y normalmente se sirve en vasosgrandes, como de agua. <<

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[16] Casamata convertida en calabozo.<<

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[17] Kiselvrode en lugar de Nesselvrode,apellido del Ministro de AsuntosExteriores de Rusia entre 1822 y 1856.Vrode significa «como», «parecido a»;Kisel es el nombre que en Rusia se da ala mermelada que incluye almidón en suelaboración; Nessel viene del alemán ysignifica «ortiga». <<

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[18] C’est très jolie. <<

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[19] Pronunciación inglesa de«camarada». <<

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[20] Libro que se utilizaba para descifrarlos sueños. <<

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[21] Leskov cambia una letra de lapalabra «apuesta», resultando una fusióncon «cebolla». Y en efecto, se trata deuna competición por capas, por rondas.<<

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[22] Mala pronunciación de Dünamünde,puerto letón. <<

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[23] Conde Piotr Andreyevich Kleinmijel(1793-1869), Ministro de ObrasPúblicas entre 1842 y 1855, había sidodesde 1832 oficial de guardia delEstado Mayor y director de lasinstalaciones militares desde 1835. <<

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[24] Iván Nikitich Skobelev (1778-1849).General desde 1839, era el comandantede la fortaleza de Pedro y Pablo. <<

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[25] La mayoría de los médicos militareseran de origen alemán. <<

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[26] Martín Smitriévich Martín-Solski(1798-1881). Miembro del ConsejoMédico del Ministerio del Interior. <<

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[27] Alexánder Ivanóvich Chornishev(1789-1857). Ministro de la Guerra de1827 a 1852. <<