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1 LA PUERTA DE DAR M´ HAMIDE EL G H E Z L A N E memorias de un viaje de vuelta e ida r u b é n l a g u n a s t e l l o 2

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LA PUERTA DE DAR M´ H A M I D E E L G H E Z L A N E memorias de un viaje de vuelta e ida

r u b é n l a g u n a s t e l l o

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LA PUERTA DE DAR M ´ H A M I D E E L G H E Z L A N E memorias de un viaje de vuelta e ida

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LA PUERTA DE DAR M ´ H A M I D E E L G H E Z L A N E memorias de un viaje de vuelta e ida

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LA PUERTA DE DAR M´ HAMIDE EL GHEZLANE memorias de un viaje de ida y vuelta / Rubén Lagunas Tello / Zaragoza / 2013

192 p. : il ; 10,5 x 14,8 cm

© 2013 / De esta 1ª edición, textos e ilustraciones, Rubén Lagunas Tello

Imagen de portada: baldosín de cerámica tallada (mosaico) / artisanat El Bekkari Moulay Othman (Marrakech) / Soloh (autor)

ISBN:

DL:

IMPRESO EN ESPAÑA – UNIÓN EUROPEA (UE) / PRINTED and MADE IN SPAIN – EUROPEAN UNION (EU)

__________________________________________________

Impreso por Rubén Lagunas Tello

Contacto: [email protected]

Enlaces / lugares comunes: http://cargocollective.com/nuriacampillo www.terrachidia.es www.carlosbaron.com http://tardoz.wordpress.com www.lateru82.blogspot.com

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(…) le sable, au lever du jour,

est couleur de miel…

(…) la arena, al levantar el día,

es color de miel…

Antoine de Saint-Exupéry (1943): Le petit prince

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luga_res (…) en algún lugar leí que 23 segundos es el tiempo

que una misma gota de sangre tarda en completar una vuelta de su recorrido; esto es, en pasar 2 veces por el

mismo punto… 23 segundos es el tiempo que me ha llevado traer de

vuelta a mi mente y pronunciar todos y cada uno de sus nombres, los nombres de mis compañer@s de viaje; de

aquel viaje, savia fresca que también hoy, mientras escribo este puñado de líneas, alimenta los latidos de mi

pensamiento

emilio, marta j, alejandro, alejandra, isabel, raquel, lana, mamen, maría, dani, andrea, anna, myrto, alessandra,

luis, natalia, candi, isabel c, pedro, omar, carlos, cristina, marta f, laura…

han pasado ya varios meses desde la última vez que tuvimos ocasión de hablar; desde que nos dijéramos

adiós en aquel otro lugar, espero que; ahora, - tal vez -, pueda llegarse a entender mejor el motivo de mi

ausencia durante todo este tiempo…

con cariño, vuestro compañero

rubén

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BAB_EL_ES

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Sucede que; en ocasiones, el espacio que separa al

primero del último; o dicho de otro modo, al último del primero, resulta imperceptible; al menos, para el ojo humano, para esos 0,08 mm que separan lo que se ve de lo que no se ve o; como también cabría decir, lo que se alcanza a ver, de lo que deja de verse.

Esta historia es una de ésas que comienzan por el

final y terminan, - con algo de suerte -, por el principio; una de esas historias para ser leídas de derecha a izquierda, una de ésas sobre las que un@ siempre puede volver, - como es el caso -; también, de izquierda a

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derecha; uno de esos relatos en los que cualquier certeza se vuelve incierta…

(…) Cómo diría una buena amiga, otra compañera más en aquel viaje; la sombra de aquella Puerta, su penumbra, allí, en aquel momento, bajo aquel sol de fuego, resultaba; era, sencillamente, incomprensible; imposible de comprender, al menos para un recién llegado, - al menos para mí…-.

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M´ Hamide es el último pueblo de la carretera que conduce al Sáhara, una de las últimas poblaciones de Marruecos; al sureste del país, a los pies de las dunas del desierto de arena que les une y también separa; - según se mire -, con la vecina Argelia; de modo que su puerta, la Puerta de M´ Hamide, es la puerta del desierto, pero también la puerta de un oasis; el Oasis del río Draa; un río que como el Guadiana; el río de Ana, aparece y desaparece, intermitentemente, con la llegada del agua en tromba durante la época de lluvias, hasta desaparecer bruscamente; secándose, sin dejar huella, como la inevitable consecuencia que precede a la sequía más absoluta que caracteriza al estío, transformándose en un auténtico río de arena; un verdadero Guadarrama…

Se diría que el último pueblo de la carretera es el

final de un camino pero; lejos de poder afirmar algo así, de una forma tan rotunda; tan contundente, debemos enfrentarnos con la paradoja de encontrarnos ante el principio de otro camino; otra historia, una historia que se repite, una historia tantas y tantas veces vivida, la historia de una Puerta tan hospitalaria para con los de fuera, como hostil para con las alimañas y el viento árido del desierto, una puerta bereber en su forma de acoger y salir al encuentro del nómada, una forma de recibir a su llegada al que está por llegar; al recién

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llegado, a ése que deambula en su caminar, a ése al que el aire seco del desierto le robó el aliento, a ése al que el frío de la noche bajo las estrellas le hizo desorientarse, a ése mismo que presumía de saber a dónde iba, a ése que en el tiempo que dura un parpadeo, fue capaz de perder el rumbo, dejando su barco de papel a la deriva, navegando en aquel mar de dunas: ése que, consciente o no, - como los demás-, estaba allí también de paso…

Y es que; en la puerta de M´ Hamide no hay papel,

ni tiempo, ni lugar para el punto y final, ni tan siquiera un instante para detenerse a escribir unas notas en el cuaderno del bolsillo; el ritmo de la vida en M´ Hamide es trepidante, siempre al límite, aunque a un recién llegado; - como a uno -, pudiera parecerle lo contrario a primera vista, a tenor de la forma tranquila y sosegada de caminar de sus gentes, por la cadencia queda de sus pasos…

La Puerta de M´ Hamide es un lugar entre dos tierras, es; para much@s, una puerta siempre abierta, una puerta hacia el vacío, hacia la nada, hacia la soledad de las dunas de un Oriente que creyeron dejar atrás. Pero esa misma puerta es; también, una puerta hacia los sueños de Occidente…

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Una puerta; una esperanza para los que buscan dejar atrás una forma de vida que heredaron de sus abuel@s, anhelando un futuro mejor para sus descendientes.

En aquella parte del mundo, justo al otro lado de las paredes de tierra que conforman la Puerta, la lucha frente al avance de las dunas sigue viva, latente; y también con ellas las dudas…

¿Qué pasará con todos esos pueblos amenazados por

la desertización? (…) De nuevo, - para un recién llegado como yo a

aquella tierra -, sorprende constatar, - descubrir con sorpresa -, que la mayor amenaza para la supervivencia de estos pueblos no reside; como pudiera parecer a

priori, en el avance de la propia arena, sino en el avance de la despoblación, la emigración económica, el éxodo masivo de los jóvenes a la ciudad y al extranjero, donde aterrizan con su ilusión, trabajando duro, aportando su energía, desde cero, sin apenas tiempo para mirar atrás, sin apenas tiempo de echar de menos, dando lo mejor de sí, propiciando, sin pretenderlo, un cambio cultural en detrimento de la tradición, los oficios, la oralidad y la idiosincrasia de los pueblos, en beneficio de las grandes urbes, que acaparan y concentran buena parte de los recursos del país, - cuando no toda -,

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principalmente su gente; pero también su incipiente tejido industrial, con lo que ello conlleva en lo referente a la desvertebración del territorio y la fractura social que genera, separando a los individuos en clases, al albur de diferentes castas hegemónicas.

Dentro de esa cara “b” de las ciudades es donde más claramente se advierte la fragilidad de un sistema caduco y de un modelo de ciudad fallido, cruel para con los más desfavorecidos; entre otros, aquéllos que lucharon por una oportunidad y fracasaron, quedando atrapados en la marginalidad de los suburbios.

En la Puerta de M´ Hamide confluyen los pasos de

l@s que vienen y los de l@s que se van, los de l@s que parten y también las huellas de aquéll@s, que como el rebaño de ovejas que la cruzaba aquella mañana; al galope, en un visto y no visto, la atraviesan prest@s, buscando el cobijo fugaz de la sombra y la conversación pausada al abrigo de su umbral techado, la sempiterna sombra que arrojan los troncos de las palmeras, eucaliptos y tamarindo que forjan la cubierta de esa puerta que hace también las veces de plaza pública, lugar de encuentro y reunión para grandes y chic@s, la portería donde l@s niñ@s, ataviados con una camiseta azulgrana, a menudo descalz@s, se baten en duelo contra el equipo del pueblo vecino, a pleno sol.

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Mirando esa camiseta uno se pregunta cuál será el papel de ese balón, del fútbol como puerta de encuentro entre pueblos, también para los sueños de es@s pequeñ@s que imitan a sus ídolos, corriendo tras un balón que apenas se detiene un instante, varado sobre la arena, antes de que el siguiente puntapié lo lance de vuelta a portería, demasiado lejos del césped; pero ésa es otra historia…

La Puerta es; en sí misma, un lugar de intercambio,

el umbral entre sombra y sol, entre la luz indómita del Sáhara y la misma luz domesticada, eso sí, convertida ahora en penumbra por el saber hacer de todo un pueblo; arquitecturas de barro, tierra mecida por el agua de un pozo, barro moldeado por y para la mano, por y para la mirada del hombre; para su disfrute y cobijo.

Imagino que hubo un tiempo en que la Puerta tuvo

otra función; imagino que un día, generaciones atrás, hubo un tiempo en que la Puerta sirvió también de frontera, separando de un lado la vida y; del otro, la muerte.

Como después tendríamos ocasión de comprobar; la

Puerta contaba con dos grandes portones de madera, cerrando el espacio que las separaba, limitado lateralmente por las paredes de las casas contiguas,

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conformando una suerte de habitación en la que los recién llegados podían pernoctar protegidos, desde la que arrancaban también las escaleras que permitían acceder a una terraza comunal.

Hoy los límites entre un lado y otro de la Puerta se

antojan difusos, ambiguos; la arena de un lado se confunde con la del otro, la del otro con la del uno, casi se diría que es la misma; que uno y otro lado son el mismo.

Difusos; sí, tanto o más que el límite entre calle, manzana y casa, entre lo público y lo privado, entre lo que se puede y no se puede ver; la intimidad del hogar.

En M´ Hamide Las calles; cubiertas o no, son una

habitación más de la casa. El tráfico es denso en la avenida que la atraviesa, -

la calle principal que de hecho parece -, un ir y venir continuo de bicis, motos, carromatos, burros, gentes y miradas…

Mentiría si dijese que la Puerta es ajena al paso del tiempo… Su arquitectura disfruta de un uso ininterrumpido, es una construcción muy vivida, que ha sabido envejecer, adaptarse a las circunstancias de su tiempo y evolucionar, expuesta al desgaste desde su

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nacimiento, desde el mismo momento en que fuera erguida, muy presente en la memoria colectiva de l@s vecin@s, que la sienten como algo propio, algo suyo…

En M´ Hamide, los relojes no son digitales, ni de

cuerda; en M´ Hamide, no queda espacio para saetas, los relojes son de arena. Allí la vida no se detiene; no hay tiempo para detenerse, entre otras cosas, porque el concepto de tiempo es algo distinto y; también, por qué no decirlo, el de la muerte; el del ocaso del día.

(…) Sigo teniendo presente el pequeño debate que

generó nuestra llegada; cierta controversia, no menor, por lo visto, no tan pequeña…; hasta el punto que l@s vecin@s crearon un comité para decidir qué hacer.

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¿Abrimos más la puerta para que puedan entrar los coches…? ¿Desplazamos el pilar para conseguir una mayor anchura de paso…?

Aquello suscitó una clara división de opiniones,

opiniones enfrentadas, desencuentros apasionados en lo referente a la postura a tomar.

Quizás la pregunta adecuada hubiera sido otra… ¿Rompemos con lo que tenemos y abrimos paso a lo

nuevo, o vamos poco a poco e intentamos avanzar sobre lo construido…?

(…) He de confesar que, durante el transcurso del

viaje, en algunos momentos, frente a algunas situaciones, me sentí algo desbordado…

Ésta fue una de ésas situaciones… ¿Qué hacer? ¿Cómo seguir avanzando llegados a

este punto…? Afortunadamente, aquella decisión no dependía de

nosotr@s, de mí, ni tampoco de mi indecisión…

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En todo momento el plano humano opacó al resto de los aspectos del viaje; cualesquiera que fueran las expectativas que había depositado en él, se vieron más que superadas.

Como os contaba antes, el caminar allí es más

pausado; existe en el silencio del desierto todavía espacio y tiempo para la quietud y la calma…; las prisas y el estrés quedan; como la lluvia y las tormentas, al otro lado del Atlas…

Como gritaban en alguna plaza no hace tanto tiempo… -Vamos despacio, porque vamos muy lejos –.

Recuerdo que uno, - que se había acostumbrado

demasiado a tirar de bolígrafo -, terminó con los nudillos algo quemados, algunos callos en las almohadillas de las manos, - falta de costumbre, desconocimiento del trabajo con la pala, del trabajo físico; del curtido a mano; - le llamarían much@s a eso …-.

(…) Han pasado ya meses. La piel escamada de mis manos, como la de la serpiente, prepara su muda, pienso que queda menos tiempo para partir de nuevo hacia ese otro lugar que; quizás, - sólo quizás -, sea el mismo… Son muchos los desiertos que dejé atrás, la primera vez

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que crucé aquella Puerta; el desierto de arena, el de piedra…, pero también el de la soledad, el de la lejanía; el del miedo a enfrentar mi propio destino, el del miedo a dar el siguiente paso.

Os confesaré un secreto; l@s vecin@s de M´

Hamide; su gente, es; son, el verdadero oasis del lugar, el agua que hace crecer las palmeras, pero también su recuerdo; el recuerdo de la sombra de ojos que bañaba sus párpados, sus pestañas de hollín columpiándose en el aire, meciéndose al atardecer como hojas de la palmera, al arrullo del viento, la orilla del carmín ceroso de aquel oasis que el alba descubrió para mí junto al pozo de aquel ombligo de tierra; el recuerdo de las conversaciones y el tiempo compartido, el recuerdo de un fular de seda agitándose libre sobre aquel mar de arena, bajo el embrujo de la voz de una sirena desafiando a la quietud de la noche…

(…) Pensándolo bien; el color a un lado y al otro de

la Puerta no difiere demasiado, aunque es cierto que; a veces, ambos lados, pudieran parecer más distantes de lo que en realidad están o son… Los problemas a los que las gentes de uno y otro lado se enfrentan en su día a día no son los mismos, pero tampoco difieren demasiado.

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Sigo recordando. Me veo a mí mismo de nuevo frente a aquella Puerta y pienso en las palabras de aquel maestro mexicano, cuando nos hablaba de aquellos cien años de soledad y escribía aquello de que “al lugar

donde has sido feliz, no debieras tratar de volver…” Y entonces me detengo a pensar…

¿Una? La puerta de M´ Hamide no es sólo una, sino

muchas; tantas como personas la han cruzado, la cruzan y la seguirán cruzando. La Puerta es patrimonio de tod@s, de l@s de un@ y otro lado; una puerta del mundo, un barco velero presto para soltar amarres y zarpar hacia otras tierras; un vehículo de transmisión y enseñanza de saberes.

(…) Y al fin, mientras la cruzo de nuevo, desde la distancia, echo la vista hacia atrás, con la mirada puesta en el futuro, sin poder dejar de pensar que no seré ni el primero ni último en cruzarla… - El último…; - qué osadía, será que me estoy volviendo cada vez un poquito más europeo…-.

De poco me sirve caer ahora en la cuenta de mi

error… He intentando; - sin éxito, a mi pesar -, volver sobre mis propios pasos, pero no ha sido posible, el

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viento los ha borrado; o mejor dicho, robado, se ha llevado mis huellas, sin dejar rastro de esos pasos, de mi paso por aquel lugar. En el desierto no hay tiempo para echar la vista atrás, sólo arena en un horizonte también de arena...

Tal vez os hayáis dado cuenta de que lo mucho me cuesta avanzar en el relato, tanto o más que caminar descalzo sobre la arena; dar la espalda al lugar de donde vengo, dejar de mirar hacia atrás…

Reconforta pensar que; al menos, tal vez, de vuestra

mano, haya descubierto el motivo de ello; que su por qué pueda encontrarlo en aquellas sabias palabras de otr@ de mis compañer@s de viaje, Carlos y su generoso magisterio, que todavía resuenan en mi mente…

(…) la explicación más lógica es la verdad…

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LA KASBAH

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La emoción a flor de piel… El calor del desierto es

seco. Las nubes; ralas, casi siempre de paso, se ven demasiado lejos, demasiado lejanas también…

Después de toda una jornada de trabajo bajo el sol a

uno se le hacía la boca agua sólo de olfatear lo que se estaba cociendo en el fuego o; mejor dicho, sobre la arena…

Bajo la densa sombra de la tela que servía de techo a

la jaima, esperaban las mesas listas para recibir a los comensales. La presentación estaba muy lograda, con la vajilla dispuesta cuidadosamente sobre el mantel…

Una mesa divertida; mediterránea, jovial,

engalanada para la ocasión, buena compañía, luceros, conversación… Bajo el mantel, una mirada indiscreta dejaba entrever las esbeltas patas de cedro que se elevaban con gracia sobre el piso, sin aristas, amables para con las rodillas despistadas, trabajadas como acostumbran los ebanistas de la zona, tanto con las manos como con los pies; oficio de la talla que; a buen seguro, heredaron de sus mayores y que sus mayores a su vez, heredaron de sus ancestros…

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Todavía recuerdo la lozanía de aquella sandía, melosa, roja, pizpireta, carnosa, mofletuda; pecosa, salpicada de un sinfín de motitas negras…

(…) El generoso tayin escondía, aquella tarde-noche

una grata sorpresa… Seguimos con atención el gesto de Mustapha, otro compañer@, que trabajaba como camarero, a punto de desvelar uno de los secretos más anhelados del día; el tesoro que albergaba en su interior, cuscús en el menú, un placer para los sentidos…

Las manos de nuestro cocinero eran dignas

herederas de la mejor tradición culinaria del lugar; qué desparpajo…

Al levantar la tapa de la cerámica nos aguardaba una grata sorpresa; el color, el aroma y el sabor de las especias que Abdú había escogido para acompañar los platos que con tanto esmero había preparado…

Magistralmente presentado, en uno de los cuencos

de cerámica verde vidriada; - los mismos que remataban las cúpulas del morabito y la mezquita del pueblo -, nuestro Chef había dispuesto una salsa de tomate, aceite y hierbabuena que tenía muy buena pinta; la mejor…-.

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Imprescindible en el menú, acompañando todos los platos, siempre el pan que con tanto esmero cocinaban en el horno de leña de la tahona local; a la que Aghmed, cada mañana, casi al alba, al despuntar el día, acudía presto con su moto de gasolina para que no nos faltara de nada.

El pan es uno de los mejores manjares que esconde esta dieta. Es ideal para acompañarlo con toda suerte de alimentos; mantequilla, mermelada, legumbres, aceite, salsas, miel…

Afortunadamente, siempre quedaba tiempo para una última sorpresa…; el postre, de la mano de Omar; - otro de los camareros y compañero de aventuras -, finas rodajas de naranja salpicadas con polvo de canela…

Mmmm… Delicioso, todavía se me hace la boca agua sólo de recordar el plato, aquel bocado tan bien emplatado, tan expresivo; aquella presentación tan elaborada, el sabor de la fruta fresca en el paladar, agua fresca con azúcar para calmar la sed.

Sobre aquella mesa no había servilletas ni tampoco

se las echaba de menos; tal vez eso tuviera algo que ver con que el color de la piel de las gentes allí fuera el de la aceituna…

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Qué torpe me veía… Lo de comer con las manos

resultaba más que apetecible, pero todo un reto para alguien acostumbrado a la cuchara…

Alejandro, - otro compañer@ de aventuras -, y yo comíamos de lado, sentados como l@s viej@s, - como nos decían…-, recostados sobre la mesa…

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Me recuerdo a mí mismo sentado junto con mis compañer@s, alrededor de una de las mesas circulares y bajitas donde solíamos comer, ya durante la sobremesa, pasando el rato, observando cómo los rayos de sol avanzaban sigilosos sobre el tapiz del suelo hasta escalar el mullido cojín sobre el que un@ podía reposar los codos…

A menudo la luz tropezaba con los troncos de las palmeras que servían como pilares a la improvisada jaima, proyectando su alargada sombra sobre nuestra propia frente…

Me sentía afortunado por disponer del tiempo

necesario para ponerle oído a las manos de otros; todo un arte y un privilegio reservado a la mirada de poc@s...

(…) Todavía recuerdo la fiesta con que celebraron nuestra llegada, aquella primera bienvenida tan hospitalaria.

En general, las celebraciones se rigen por sus

propias normas; mujeres y pequeñ@s por un lado, hombres por el otro, cada cual juega su rol; en este caso, los hombres son los responsables de preparar el té, de recibir a los invitados en la humildad de la sala; la habitación de la casa donde nos acogen.

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Durante el saludo, al darse la mano, al estrechar las

manos entre uno y otro, éstas apenas se aprietan, se trata; más bien, de una caricia, un “tocar”, un “sentir”…

(…) Sonaba música tradicional; la misma que nos despertaba cada mañana… Predominaban los instrumentos de percusión, las palmas, el palmeo, aunque también quedaba espacio para los instrumentos de aire, como el sonido del camello, jugando con los mofletes; nuestra propia carrillada o; también, los gritos de júbilo y los sonidos guturales, que nacían desde lo más profundo de la garganta de nuestros anfitriones…

Pero… ¿Por qué tanta percusión? El propio cuerpo era la clave, el cuerpo como

instrumento, algo que un@ siempre lleva consigo, lo

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que se tiene más a mano, especialmente en un lugar como el desierto, donde los recursos son los que son…

La vibración del cuero del tam-tam es la expresión directa de los latidos del corazón, el pum-pum del pecho, música que sale del alma; percusión, ritmos de África para disipar el calor que abrasa las venas…

(…) Algarabía en la mesa. Del cajón metálico emanaban notas que evocaban

escenas del paisaje, el sonido de unos crótalos, las castañuelas bereberes; perdiéndose en el aire de la noche como mariposas, recuperando el ritmo del galope, el trote del caballo; su alma azabache, el sonido metálico de las herraduras de la caballería golpeando contra la piedra, el del yunque de la fragua contra el martillo del herrero, notas que cabalgaban el aire; libres, sueltas…, dibujando en la habitación una atmósfera flamenca, andaluza…

(…) Ya de pie, los hombres bailaban solos o cogidos de la mano.

De algún modo la danza, el movimiento coordinado

y acompasado de manos y cuerpo articulados, recreaban los gestos de las labores del campo, los movimientos

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necesarios para llevar a cabo la faena, como si de un entrenamiento se tratase; como un ritual, toda una representación teatral convertida en lección secular, todo un ejercicio de transmisión de saberes; la expresión colectiva de la cultura de todo un pueblo, movimientos que hablaban por sí solos, compartiendo y contando viejas historias ya vividas, aventurando también historias de otros viajes que todavía estaban por venir…

(…) Me sorprendió la naturalidad con que

habitualmente uno podía ver a esos mismos hombres caminando por la calle cogidos de la mano; como señal de afecto, cortesía, reconocimiento mutuo, cariño, cercanía, sin distancia alguna mediando entre ambos, como el primer día que llegué, recién aterrizado, cuando Ramis; el regente del Hotel Mimosa, en Marrakech, me ayudó a cruzar la calle, salvándome de la estampida de turistas…

(…) En aquella fiesta, l@s pequeñ@s, fueron los

auténticos invitad@s de excepción. Se aferraban a nuestras manos con fuerza. Hicimos un gran círculo, tod@s bailamos junt@s, hasta el punto que resultaba imposible distinguir la primera mano de la última; sencillamente; porque todas eran una, tod@s éramos un@ y el tiempo giraba a nuestro alrededor, ajeno a

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nuestras miradas, lejos de nuestro pensamiento, de nuestra alegría infinita; nuestra alma, como la energía de esos remolinos que se levantan en la inmensidad del Atlas, en la llanura del desierto; se hizo arena, era arena, sólo arena o; mejor dicho, todo arena…

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LA JAIMA

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La jaima donde dormíamos resultaba bastante

confortable, disponíamos de espacio suficiente dentro de ella y su piel textil, sostenida por aquella mínima osamenta de madera, nos ofrecía un buen refugio frente al frío de la noche y los zarpazos del viento cargado de arena.

Los puntos de costura de la tela parecían hormigas

marchando sobre la arena; disciplinadas, en hilera, como un ejército, como si se tratara del desfile de todo un orgulloso batallón…

(…) Para apagar la sed del desierto hacían falta algo más de los cinco litros diarios que consumíamos; también la piel se resecaba.

Al final del día, las duchas con agua fría resultaban

revigorizantes; eso sí, una vez vencida la pereza del primer momento…

Lavábamos la ropa a mano, con jabón de lagarto, el

mismo jabón de macaco portugués, en un balde de plástico azul; - para no perder las buenas costumbres -, aprovechando cada gota de agua al máximo…

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Recuerdo que desde el autobús que me condujo allí, desde el cortado de la ondulante carretera, tuve ocasión de ver a las mujeres lavando también a mano, con la ayuda de una tablilla con la superficie ondulada, de una piedra; - como la que utilizaban mis propias abuelas…-, donde para quitar las manchas había que frotar la ropa restregando con fuerza la pastilla de jabón contra ella… -. Las prendas quedaban tendidas sobre las rocas del Atlas, como tapices, como si de la vegetación misma se tratara, desafiando al fuego del mediodía.

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EL KSAR

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El viento, con su caricia, es el encargado de suavizar

la dureza de aquellas aristas tan pronunciadas; tan acusadas, tan bruscas, con que el maestro alarife, ayudándose de la tabla de su herramienta por un lado, aquella vetusta /blana/ de madera – y; del otro, de un adobe, para tomar el plano, con la otra, se sirve para conseguir su propósito, hasta devolver a ese paisaje construido que define la arquitectura del lugar, la sensualidad y feminidad de la curva, la belleza de la cara de la luna, la curva del vientre materno, la emoción del vivir, la experiencia del ser…

(…) Paseando por las calles del pueblo, uno se emociona con facilidad. Sobre las paredes de tierra puede verse o; mejor dicho, leerse, la rica modulación y traba de las fábricas, su ritmo, su composición, los distintos aparejos de los adobes; música y geometría, participando de su color.

Sí; las calles de M´ Hamide son su gente; su voz, el eco de sus pasos, el sonido del balón contra una puerta, los juegos de palmas de l@s pequeñ@s, el rebuzno nervioso de un burro, el agua agitándose en el interior de una cantimplora, el roce de las mieses de trigo arañando las paredes de tierra, el trinar de los pájaros

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que se adivinan escondidos entre las hojas de la palmera, el aleteo de una paloma levantando el vuelo…

Las casas, agrupadas en manzanas, apoyadas las

unas sobre las otras, definen una trama similar a la de una espina de pez o; también, por poner un símil más cercano,- más próximo -, al de la hoja de la palmera…

De la calle principal, de la espina dorsal donde se

ubica la antigua mezquita, parten las calles adyacentes y; de éstas, a su vez, parten otras que no siempre tienen por qué tener salida; terminando en fondo de saco.

Los rostros de las gentes son agudos, de rasgos muy duros, con los pómulos muy marcados y una expresión amable a la vista; casi se diría que han sido cincelados por el mismo viento que acaricia las cornisas de los muros de sus hogares… Al fin, su mirada es densa, profunda, tersa; cálida, afable…

(…) Una mañana, de camino al nuevo M´ Hamide, Pedro, - portugués -, me habló sobre la memoria de las palabras. Los posos de aquella conversación me acompañan desde entonces; la memoria de las

palabras…

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Me pregunto cuál será la memoria de la arena, tan

frágil a simple vista, aparentemente tan vulnerable; si no encontraré en la arquitectura, -la memoria construida de y por todo un pueblo, la respuesta que ando buscando…-.

La sombra que proyectan las hojas de la palmera

sobre la arena , rompiendo la monotonía del sol, se parecen muy mucho; casi tanto como demasiado, a la de aquellas manos que tiempo atrás, estrechaban las nuestras como señal de bienvenida…

La silueta del caserío; ese horizonte de tierra y luz, parece una duna más; hasta el punto de que el perfil de ambas, al caer la tarde, llega a confundirse.

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El color exterior de las casas no es el de la arena; sino la arena misma; tal vez dentro de toda una pretendida estrategia de defensa, tratando de pasar desapercibid@s, inadvertid@s ante los ojos de l@s de fuera.

Sobre los planos de arena únicamente destaca la

sombra que arroja el dintel de las tímidas ventanas de madera, con cuarterones; sin cristales, protegidas con rejería de forja de hermosa factura, asomándose al escenario de las calles con sus hojas de colores, como si fueran pétalos de flores anunciando la primavera.

Puertas adentro, apenas un@ atraviesa el umbral de una cualquiera de esas humildes viviendas, nos sorprende la riqueza del interior; todo color, todo detalle, muy rico en matices, en contraste con la austeridad que ofrecen las calles; el color de las especias con que las gentes cocinan; el color de los lejanos mares y océanos que hubieron de surcar hasta llegar allí; el índigo, el azafrán, la paprika, el añil, el azul de ultramar, el verde esmeralda, el almazarrón, el bermellón, el almagre, el turquesa… Colores terrosos vistiendo paredes también terrosas; colores de tierra por y para la tierra.

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La decoración es muy escueta. Rematando el zócalo de la pared, a la altura de los hombros, se advierten algunos relieves y esgrafiados, con figuras y composiciones geométricas que parecen evocar el perfil de los zigurats, aquellas primitivas pirámides escalonadas construidas en tierra; de tierra…

Las viviendas incorporan patios a través de los cuales la luz cenital baña las diferentes estancias.

Las puertas a pie de calle aportan una primera nota

de color. La mayoría, están hechas de tablas de madera cosidas entre sí con clavos de forja, de esos con la cabeza ancha. Sobre la cara exterior incorporan un enlatado protector; una sobrepiel, un revestimiento de chapa, algo que; a mi modo de ver, dice mucho del ingenio de l@s lugareñ@s, también de su nivel de vida, de su oficio, de su cultura, de los materiales del lugar y del momento, siendo habitual el empleo de bidones, latas de conserva, aceite u otros materiales recuperados.

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Son de un tamaño considerable, de altura más bien

contenida: algo bajas. Su dimensión responde; entre otros factores, a la

necesidad de dejar un ancho de paso suficiente para los animales…

Destaca, a media altura, el característico cerrojo que emplean, un trancón de madera que sirve de cierre, una suerte de cerradura también en madera, que cuenta con su propia llave, un singular sistema de apertura; el conjunto que forman el quicio, la quicialera y la espiga, habilitando la apertura de la hoja de la puerta hacia el interior de la vivienda.

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Las terrazas incorporan una gárgola de evacuación para el agua de lluvia, que vuela generosamente sobre la calle, unos ochenta centímetros sobre la vertical de la pared de la fachada.

El zócalo de las casas, acostumbra a ser de piedra, a modo de sobrecimiento. En las más pudientes o más significativas, como sucede con el basamento de la mezquita, se emplea cal como mortero del mismo.

En general, las casas suelen presentar una suerte de acerado perimetral de tierra apisonada; una berma de tierra más o menos compactada.

La casuística de patologías propias de estos edificios se parecen demasiado a los achaques que aquejan a sus moradores, las personas que los habitan. A la vista de lo vivido, se podría decir que ambas van de la mano.

Y es que; la edad, la severidad clima, el paso de la

arena; no perdonan…

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A veces; las reparaciones que han sufrido son

visibles al exterior, como cicatrices de heridas pasadas; cosidos, grapas de madera, sistemas de llaves…

El número de huecos; los vanos, es mínimo, también

en cuanto a dimensiones, como veíamos, protegidos a menudo con rejas, trabajos de delicada factura, que incorporan también motivos geométricos locales en su diseño… En ocasiones muy contadas, las ventanas aparecen recercadas al exterior, presentando un delicado encalado; color blanco característico que habitualmente aporta la cal, el propio color del material.

(…) El imbricado eje de la calle, lugar de paso preferente, aparece algo más rebajado y sirve como canal de recogida del agua. De algún modo, la calle es también espacio de encuentro entre elementos; tierra, agua y fuego… La calle es siempre río; río de gentes pero también río de agua, un torrente de vida.

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(…) Un borreguillo, acompañado de su madre encabeza el rebaño atravesando la calle. Pasan las ovejas y las cabras, y con ellas el tiempo, levantando una gran polvareda a su paso, dejando todo un reguero de huellas; buscando la umbría de las paredes del alcázar, dejando tras de sí una estela de pisadas que la arena, de la mano del viento empecinado, se afana en borrar. Las últimas ovejas del rebaño, las más rezagadas, atraviesan el cielo de arena como si fueran nubes de lana…

El suelo quema; arde, y para no quemarse hay que moverse rápido, cambiar la pata de apoyo, no detenerse demasiado sobre la misma arena, buscar la sombra de una buena palmera, buscar el refugio del palmeral, pisar tierra algo más húmeda, intentar esquivar el calor seco de las dunas del desierto que se atisba en el horizonte…

Es por eso que un fular casi infinito cubre su rostro, protegiendo a los pastores de la arena hasta que la tormenta amaina. Cuando el aire arrecia con fuerza, la sensación que uno experimenta es de ahogo, de angustia, con todo ese polvo en tu garganta, “embarrando” las mucosas, dificultando la respiración hasta el extremo…

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En medio de la polvareda, a lo lejos, se distingue una estrella de 5 puntas sobre el dintel de una vetusta puerta de madera; previa al umbral de la casa, protegiendo su frente; la estrella de David, guiando nuestros pasos durante la tormenta, cuando los ojos no bastan para ver… El contraste de luz en las calles es muy acentuado, la luz penetra en ellas a través de “pozos”, que no son otra cosa que calles sin techar, sin proteger del fuego del sol…

Algunos edificios carecen de esquinas, presentan muros curvados, lo que dota a los paramentos y a las calles en su conjunto, de una rala y singular belleza, una sensualidad inusual, facilitando el tránsito y la fluidez de los pasos a los que acompañan; el movimiento de las gentes que; como la misma luz, juegan sobre su lienzo a dibujar la sombra de los petos de las terrazas vecinas…

Gracias a ello, la transición entre sombra y luz se

torna más suave, se suaviza, se atenúa con sutileza. Como el agua del arroyo, la luz; pesada, fluye por gravedad…

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TAI

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Para tomar un té con l@s amig@s, cualquier

momento, en cualquier lugar, cualquier excusa se antoja buena; eso sí, al cobijo de una buena sombra…

Junto a la palmera, sentad@s en el suelo o apoyad@s sobre la tapia contigua de la huerta; en la Puerta, sentad@s en el banco, en casa, sentad@s sobre la alfombra, en la penumbra sólo rota por el halo de luz que penetra por el resquicio de una claraboya, - la ventana abierta en el techo que baña la estancia -, haciendo que el polvo centelleante que nuestros pasos levantan tras de sí, baile en el aire como si fuese oro; oro de tierra seca y miel…

(…) Una de las primeras casas que visitamos fue la de Abdullah (/Abdilá/), uno de l@s coordinadores locales. Se accedía a ella desde la penumbra de una de calle techada perpendicular. La puerta, protegida por un candado también de madera, era muy antigua, tan bajita que un@ para entrar tenía que agachar la cabeza. El pasillo de entrada; el zaguán, hacía las veces también de habitación. Al fondo de la estancia se vislumbraba un patio donde dos botellas de plástico se columpiaban en una cuerda que lo atravesaba de lado a lado, aparentemente indiferentes a nuestra conversación.

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Al entrar; nuestros pasos despertaron el polvo del

piso que jugueteaba travieso con los rayos de luz que se colaban por la ventana, posándose sobre la punta de las babuchas que reposaban su cuero junto a la pilastra de adobe, junto a aquella majestuosa alfombra, aguardando pacientes unos pies que pronto estarían de regreso, para volver a salir la calle; para volver de vuelta…

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La ceremonia del té se rige por sus propias normas; a lo largo de la historia, cada pueblo ha ido desarrollando su propia cultura en torno a ella. Si un@ se detiene lo suficiente a pensar en ello; en si tiene parangón o no con la que se da en otras partes del mundo, es fácil establecer ciertos paralelismos con el de otros pueblos, como pudiera ser el japonés; como el de la milenaria, - más que dilatada -, tradición japonesa, con sus casas de té… Todo un ritual; un té amigo, para l@s amig@s.

El té es el whisky bereber. Para su elaboración no se requieren complicados alambiques pero sí una buena tetera, paciencia y buenas manos…

Una vez que el agua ha alcanzado el punto justo de hervor, cuando la arena empieza a borbollonear rompiendo la tensión de la superficie, se retira del fuego. El té se bebe muy caliente, a sorbos, para evitar quemarse la lengua, produciendo, para sorpresa de un@, una sensación de frescor irremplazable.

Sin pretenderlo, el sonido del encuentro de la cabeza de una cerilla contra el asperón del lateral de la cajetilla donde hasta entonces había dormido rasga el aire, rompiendo el silencio.

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La cerilla, de la mano de nuestro amable anfitrión, -

cortés en el encuentro -, se aproxima hacia una nube de gas que se escucha pero todavía no se deja ver…

La ceremonia ha comenzado.

Frente a nuestros ojos, sobre el mantel, un mar

infinito de aceite, manteca, miel, mermelada y también; - cómo no -, unos dátiles preparados al estilo local. Todo son generosas dádivas para l@s invitad@s que poco a poco, un@ a un@, se van acercando a la mesa.

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(…) Todo está preparado, la generosa bandeja de alpaca, la mesa vestida de gala para la ocasión, un paño de tela, agua fresca…

Incondicionales e indispensables son, acompañando al té; - cómo no -, las pastas de té, esas “Henry(s)”, tan típicas allí como pudieran serlo aquí, en España, las galletas “María”; las de antes, - claro…-, unos cacahuetes convenientemente salados, unos panecillos crujientes; rebozados con semillas de cereal y pan recién hecho, /jop/ recién horneado.

Todas nuestras miradas están puestas en las manos

del director de orquesta, todo son muestras de júbilo al son de la música, del espectáculo del que nuestras propias miradas también forman parte; la danza contenida de la llama; sus guiños y parpadeos, su reflejo en las pupilas de l@s compañer@s..., cautivando por completo nuestra atención, robando parte del protagonismo al verbo, a la palabra hablada…

En una lata, como un tesoro de merecido aprecio; ralo, valioso, se conserva el azúcar. El azúcar es el hielo del desierto, un iceberg a la deriva que se derrite en las aguas templadas de un mar de menta y té, al calor de una llama que nace de una coqueta bombona

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engalanada también para la ocasión que; desde luego, lo merece…

Para partirlo, se utiliza lo que se tiene más a mano, como aquella antigua biela de bicicleta que Matee; a golpe de imaginación, había transformado en una perfecta maza de cocina…

La paleta de azules que se despliega ante nuestros ojos parece no tener fin; el añil de su /litam/; el pañuelo con el que protege su rostro, su cuello y su cabello del azote de la arena y el polvo del desierto, el azul vaporoso del gas, el azulete mineral que luce la pared, la hilatura sedosa de la alfombra, los azules de los motivos de la caja donde se guarda el propio té, la pintura de la lata, los azules varios de las cerdas de la escobilla; - a propósito, confeccionada a mano a partir de cuerdas de polietileno reciclado -, los reflejos metálicos que proyecta el vuelo de la falda de la misma bombona; el azul del cielo que se cuela por la claraboya del techo…

La preparación de 1 kg té; de /tai/, se lleva unos 4 kg de azúcar. En la casa de Abdilá, son 20 personas, saben mucho de esto; esa cantidad resulta ser el equivalente al consumo de una semana.

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En aquel hogar, la casa de Abdilá, convivían; -

conviven -, cuatro generaciones. Su familia había conservado su antigua casa en el viejo M´ Hamide, pero se habían trasladado a vivir al nuevo M´ Hamide; - a unos tres kilómetros al Norte -, hace años; entre otras cosas, porque allí sí contaban con servicios tan básicos como el agua corriente en las casas. Hacía tiempo, sus hermanos pequeños, emigraron a trabajar a la ciudad de modo que él se había convertido en el cabeza de familia, la persona responsable de cuidar de sus respectivas familias; esposas e hij@s.

(…) El metal adusto de las bombonas se viste de artesanía, un velo de arcilla para cubrir el cuello y una hermosa falda, ligera; grácil, para cubrir su vientre y su ombligo, su barriga industrial; un vestido de alpaca muy

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trabajado, de bonita factura, de igual modo; con el mismo tacto que se trabaja la bisutería, incorporando relieves geométricos en el refulgir de su volumen…

El desgaste del vestido, algo descolorido, las marcas

y abolladuras que recorren su piel delatan su edad… A buen seguro, se trata de golpes; movimientos fortuitos de tantos y tantos ires y venires, de tantos y muchos tés preparados, muchos y tantos tés compartidos…

Todos aquellos pequeños gestos no pasan desapercibidos para nosotr@s; dicen mucho de la cultura del lugar; de nuevo, de lo que se ve y de lo que no se ve, porque no se deja ver o; sencillamente, porque no se alcanza a ver con los ojos, porque queda detrás, escondido, tapado, revistiendo la ceremonia del té; -todavía aún más si cabe -, de un aire de misterio y solemnidad, humanizando su calor, domesticando su llama.

(…) La conversación encuentra su propio curso; como el agua, todavía más pausada si cabe… Las nubes vaporosas del té se elevan por encima de nuestras cabezas…

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De alguna forma, en aquella mesa, la naturaleza

parece haberse colado en la estancia; la relación con el lugar se vuelve más estrecha en la intimidad de la habitación.

La tetera descansa sobre una mesa baja de madera de cedro, también vestida para la ocasión. Su geometría evoca imágenes del entorno; su silueta ojivada, se asemejaba a la de los dromedarios sentados, con el cuello estirado y su característica joroba, aguardando para salir de ruta: esa próxima caravana…

La oreja de la tetera; su característica asa, destaca sobre su volumen compacto, se cubre con una orejera de “trapo”, amable para con la mano, como si se tratase de un guante de horno, para evitar quemarse la piel al asirla.

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En suma; todo un ejercicio de mímesis, la decantación paulatina de la relación más íntima y estrecha entre naturaleza, geometría y arquitectura; presente, también, en el diseño de los objetos más cotidianos, como la propia tetera.

Pero sí algo recuerdo de aquel té, es aquella nube de manos; manos, muchas manos, manos y más manos… Manos que se buscan, manos que se entrelazan, manos que se acercan y reconocen al abrigo de un vaso de cristal; caliente, tibio, humeante, cuya caricia resulta tan cálida a la piel de los labios...

Las manos se agitan en el aire como palomas

entrecruzando sus alas en la estancia… Son muchas; manos más o menos fuertes, +/- delicadas, +/- finas, +/- manchadas de barro; manos +/- torpes; todas amables…

Una de ellas levanta el vuelo y se pierde por la escalera de acceso a los pisos superiores que se sitúan en una de las esquinas de la planta baja, próxima a la puerta de entrada.

Dando palmadas, palmeando, palmeteando, golpeando las palmas de sendas manos, una contra otra, abrazando el aire…

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Las manos se convierten en palomas, son manos que quieren volar, surcar un cielo de paz, el cielo de un mundo mejor…

Alguien propone un brindis - /Bisaja/ (salud)

La luz es muy tenue. Su frágil sombra sobre el piso

de tierra se confunde con la silueta de las hojas de palmera al ser agitadas por el viento al atardecer…

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La escalera; que parece no tener fin, se desarrolla en

torno a un machón de fábrica y el frente de los peldaños queda definido por ramas fuertes de eucalipto, apenas escuadradas; elaborados a partir de adobes o tierra muy compactada, ya desgastados…

Al final, desembarcamos en un pequeño descansillo, desde el que se accede a la terraza por una suerte de puerta, mucho más reducida en tamaño.

El techo; de tierra y rama, se siente ceder con cada

paso; a cada paso, está vivo, se mueve, cruje, tiene voz, alma.

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La altura del peto de la cubierta, un parapeto sencillo de aproximadamente un metro, ofrece la suficiente intimidad para la conversación y la vigilia y también una repisa perfecta sobre la que apoyarse, sobre la que asomarse a la calle para disfrutar desde las alturas, para detenerse a observar el ir y venir de sus gentes, al tiempo que arroja su sombra sobre el piso de tierra de la terraza, protegiéndola también de las rachas de viento, evitando que la arena se acumule en exceso sobre el terrado y lo haga combar.

Ya sentad@s, formando un círculo, con la espalda

apoyada sobre el peto, al abrigo del té, Abdilá, nos cuenta que en verano, toda la familia duerme en la terraza; arriba, á la belle étoile, al raso, haciendo más llevadero el calor de la noche, dejando que con el sueño lleguen también los sueños…

La terraza de las casas es; sin duda, un mirador

privilegiado, que comparte también esa dualidad público-privado de otros rincones del pueblo, donde resulta relativamente fácil encontrarse con otr@s vecin@s haciendo lo mismo en su propia terraza, vecin@s con l@s que poder establecer una conversación más o menos distante, más o menos cercana.

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TRAP, TRAP

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Supongo que; de algún modo, los talleres que

organizan l@s compañer@s de Terrachidia; son una pequeña excusa para seguir aprendiendo a través del estudio, propiciando un acercamiento al conocimiento a través de la práctica; su aplicación, una primera aproximación al saber y forma de hacer locales; propio de los lugareños, un ejercicio de sensibilización al tiempo que también de investigación, formación, divulgación e intercambio, permitiendo tanto a l@s de un lado de la Puerta, como a l@s del otro, establecer paralelismos, vínculos y lazos con lo ya conocido; comparando lo aprendido con lo ya vivido, con la experiencia y recorrido vital de cada un@, para seguir avanzando y mejorar; seguir creciendo.

(…) El trabajo perenne de mantenimiento y recuperación de la Puerta constituye en sí mismo toda un aula abierta; las conversaciones son en sí mismas, parcas en palabras pero ricas en gestos y complicidades, donde la empatía, la mímesis y el cruce de miradas adquieren un mayor protagonismo. Un@ aprende repitiendo una y otra vez los gestos pausados de la mano de los maestr@s locales; como Matee, un buen Mu´ allim, confiando también en su saber ver, siempre dispuestos a mancharse de barro, maestr@s atentos, generosos a la hora de enseñar y compartir las técnicas

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constructivas tradicionales ¿Cómo…? ¿Por qué…? ¿Cuándo…? ¿Para qué…? ¿Con qué…? ¿Cuánto…?...

Como en tantos otros ámbitos de la vida; - también

en éste -, resulta vital subrayar la importancia del aprendizaje mediante la aproximación al material; a la materia, - la tierra en nuestro caso -, desde las etapas más tempranas del alumn@, durante la niñez, para sentar las bases de un futuro conocimiento.

Experiencias como ésta ponen de relieve la importancia del trabajo colectivo a través del desarrollo de valores humanos como la cooperación, la ayuda mutua, la integración y el entendimiento; en suma, - al menos para mí -, los motivos que le llevan a un@ a trabajar en el ámbito de la conservación, la restauración, la rehabilitación, la protección del Patrimonio; aprendiendo a valorar su papel como motor de la zona, no sólo a nivel cultural, - el legado que ya de por sí conforma -, sino también desde un punto de vista económico; como medio para posibilitar un mayor avance en la sociedad, como elemento catalizador del desarrollo de la zona, dentro de una estrategia global de divulgación incidiendo; como punto de partida, en la formación de tod@s es@s nuev@s arquitect@s, artesan@s, albañiles y maestr@s alarifes, como una herramienta que contribuya definitivamente a la lucha

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frente a la marginación y la pobreza, frente a la exclusión social, frente a la desigualdad entre clases, - que las hay; que las sigue habiendo, incomprensiblemente -, entre individuos de una misma sociedad, personas que comparten un mismo espacio; la calle.

(…) La tierra; el suelo que pisamos, se compone de

piedras, cantos rodados; más o menos rodados, más o menos vividos, desgastados, viejos…; un puñado de arena, limo y arcilla (Dentro de una primera clasificación de los materiales por diámetro) Los suelos o tierras aptas para el oficio de la construcción de la arquitectura; para la elaboración de las masas, morteros, mezclas y otras pastas…, son las tierras arcillosas; aquéllas que contienen un elevado porcentaje de arcilla; el aglomerante de nuestra receta, el equivalente a la

flor, la masa madre, la levadura del pan.

Y al margen de tecnicismos y a falta de laboratorios donde llevar a cabo un análisis más detallado; - exhaustivo-, de las muestras de suelo que hubiéramos podido tomar, las tierras aptas para su empleo en construcción, son aquéllas cuyo uso ha sido sancionado por la práctica, aquéllas que se han venido usando generación tras generación; sencillamente, aquéllas que ya se conocen.

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Mortero para la tapia � mortero para el adobe (fábricas; muros, pilares, columnas, hornos…) � mortero para la junta � mortero para el revoque… El porcentaje de agua añadida variará de menos a

más; - de izda a dcha, así; la tapia de tierra requiere menos, mientras que el revoque requiere más -, a la inversa que la resistencia pretendida; que irá de más, - para la tapia, para el muro, en aquellos elementos donde trabajara como elemento portante, masivo -, a menos; - para el revoco, para la piel que; en cambio, requiere más elasticidad y flexibilidad en su condición de revestimiento…-.

A mayor cantidad de agua, menor resistencia final del elemento, (+ agua � - resistente), siguiendo un principio básico de la construcción que establece la siguiente máxima: “lo que junta debe ser más débil que

lo juntado”. Así; por ejemplo, la cama de barro sobre la que asientan los adobes, debe ser más “débil” que los propios adobes que conforman la pared… En efecto; esto sucede así, de modo que las juntas son capaces de absorber las pequeñas tensiones que se generan en el seno de la fábrica, evitando que ésta pueda llegar a dañarse, fisurando antes de que los adobes puedan verse afectados llegado el caso…

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Éstos son algunos de los bártulos; de las herramientas que necesitaremos para nuestro trabajo… - paleta (metal) - llana (metal) - talocha (plástico) - piqueta - alcotana - criba - reglas de madera (para reglear, planear-nivelar la

superficie, rematar las aristas y esquinas) - pico - bidones de plástico (para el acopio y reserva de agua) - pañuelo, fular (para cubrir la nuca) - gorra, guantes (para proteger la nuca y la piel

respectivamente) - calzado y vestimenta adecuados - pala - cubo, capazo - cepillo (limpieza) - plomada (para comprobar la verticalidad de las

paredes de tapia, tapiales de madera) - pisón (para pisar, para el apisonado de la tierra) +

pisón de mano (para las esquinas, ptos críticos, puntos de difícil acceso que requieren de una mayor precisión)

- azada, azadón

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- carretilla - sacos de yute (para el transporte de la paja) - manguera (en caso de disponer) - adoberas - botellas de plástico - tijeras, cutter, cuchillo, navaja (herramienta de corte) - bolsa de plástico ~ improvisada manga pastelera - sierra de mano - polea + gancho + cuerda (roldana)

(…) A una de las coordinadoras; Marta, se le ocurrió que podíamos coger una bolsa de plástico y rellenarla de arena, como si fuera una manga pastelera, una de ésas para hacer churros, y espolvorearla sobre la cara superior de los adobes para ver qué sucedía, si se abrían más o menos comparativamente con otros, unos cubiertos de paja y otros sin cubrir, todos expuestos directamente al sol, para así comprender mejor los motivos, patrones y grado de fisuración los adobes y la tierra en general, mediante la observación directa de la evolución de su secado superficial (+/- brusco, +/- pausado, …)

En la Puerta, cada jornada comenzaba con el ir y venir de carretillas cargadas con arena extraída del entorno. La arena se volcaba junto a otro montón de arcilla, que previamente el equipo local se había

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encargado de extraer y acopiar, para tenerla bien a mano y así poder mezclarlas en su justa proporción. Una vez formado un cráter en medio del montón de tierra y lleno de agua; se cubría la superficie con paja para evitar una evaporación excesiva de la misma, dejando que el tiempo y la noche trabajasen; desde la complicidad, para nosotr@s.

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Como no dábamos a vasto, hicieron falta algunos adobes extra que Abdalá, con la ayuda inestimable de su burro, se encargó de acercar hasta la Puerta.

El burro, todo pundonor; cargado hasta los topes,

apenas visible bajo la carga, algo renqueante, no perdió la compostura en ningún momento, incluso tuvo el detalle de regalarnos aquel leve gesto de cabeza, agradeciendo todos y cada uno de los adobes que le quitábamos de encima…

Para la elaboración de los adobes seguimos la receta

tradicional, similar a la que se utiliza para la masa del pan; añadiendo un puntito extra de crujiente, adobando con paja. El arte de la cocina y el de la tierra tienen mucho en común, más de lo que pudiera parecer a simple vista; comparten gestos y lenguaje, - no por casualidad…-. Pasos: 1.- Para los adobes: amasado de la tierra � tomamos

una porción de masa � rebozamos con paja (dispuesta sobre el suelo, como una alfombra) � moldeamos � desmoldeamos � dejamos cocer al fuego (al sol) � volteamos…

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2.- Para las albóndigas (al-bunduq, bolas): Tomamos una porción de carne � la pasamos por el huevo batido � enharinamos (adobamos) � moldeamos con ayuda de una cuchara sopera � desmoldeamos � ponemos al fuego (a la sartén) � volteamos para que las caras se doren uniformemente (sin llegar a quemarse) � retiramos del fuego � dejamos enfriar � emplatamos � servimos, a la mesa…

Otras: recetas de pastelería y repostería; tortas de tierra (terrados, terrazas; cubiertas planas de tierra y forjados de madera (palmera, eucalipto, tamarindo y caña, conformando una base tupida; una suerte de fieltro que retiene el material, aunque es cierto que con el tiempo, tiende a desprenderse algo de polvo)

(…) Contábamos con 2 tamaños de adobes diferentes y para su moldeo nos servíamos de dos adoberas distintas; la una, grande, de hierro, con dos asas adosadas en sendos laterales cortos, de 1 udd; la otra, para los adobes pequeños, de 25.12.6 cm, de madera, de 2 udds.

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Para los recién llegados, diremos que una adobera es un molde de madera, hierro u otro material que sirve para moldear la tierra, - valga la redundancia -, adoptando ésta una forma paralelepipédica, con las aristas más o menos definidas. Durante su moldeo es importante compactar bien la masa, rellenar todo su volumen, sin dejar huecos, prestando especial atención al remate de las esquinas.

Tras su desmoldeo se dejan secar al sol, volteándose

al día siguiente para conseguir un secado más uniforme de la pieza.

Los usos del adobe son muy variados, es un material

y a su vez un elemento de lo más versátil; sirve tanto como para erigir pilares o columnas como para levantar paredes, como pieza para trabar las viguetas que conforman el forjado al muro; - tabanqueado -, como elemento de decoración, - jugando con su aparejo -, como material de relleno, - nivelaciones de piso -, para crear los antepechos de cubiertas, pretiles de terrazas, balcones…, como elemento de remate y coronación de muros, para conformar nabos de escaleras (ejes), como barandas, arcos, bóvedas, cúpulas y cupulines de edificios e incluso hornos de pan comunales…

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(…) Se nos ocurrió coger unos cucuruchos de papel

de periódico, como aquel /karré/ de pipas, de /serreá/, al que uno de los chicos de la tienda de al lado nos había invitado, para preparar otra receta a partir de ellos; unos cucuruchos muy especiales; unos cucuruchos de tierra (Tomando ésto como punto de

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partida de experimentación; al contar con la arcilla del lugar y la fibra extra que proporcionaba la propia celulosa contenida en el papel del cucurucho. Lo cortamos en tiras y lo mezclamos con la arcilla y algo de agua extra para hacer figuras. Lo más sencillo hubiera sido hacer una pelota con ell@s, amasando la mezcla entre las manos; utilizando ambas manos como cazos, jugando con ellas como si fueran cucharas y comprobando qué sucedía…

Esto tan sólo fue una invitación al juego, una especie de kit básico de tierra, como aproximación al material, un ensayo en el que se entremezclaron ilusión, imaginación, y alguna que otra lección de bolsillo; aspectos básicos de la cultura del reciclaje…

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(…) La idea era trabajar con los materiales que teníamos más a mano, ésos que resultaban más accesibles, tanto las materias primas que ofrecía el entorno natural, como los recursos humanos y técnicos locales disponibles, propios de la cultura del lugar.

Y a propósito de recurrir al medio como fuente;

vamos a mostrar algunas de esas fuentes:

1.- Lo que nos ofrece el basurero. ¿El basurero? Sí; el basurero como fuente de materiales plásticos para crear nuevas herramientas como cubos, escobas, escobillas, talochas, discos… Envases de yogures, danones (plástico, color rosa) con los que moldear pequeños adobes (adobitos) y ver cómo se comporta la tierra, buscando un cambio de percepción en cuanto al concepto de “basura”, haciendo de esos envases; por ejemplo, moldes para nuestros adobes (recurriendo a éstos a modo de adoberas, tal vez más cercano, con los que un@ puede sentirse más familiarizado…) En M´ Hamide las papeleras son difíciles de encontrar, pero no sucede lo mismo con los bidones, garrafas, botellas de lejía, latas de aceite y/o los neumáticos usados; toda una cantera de materias primas…

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2.- Lo que nos ofrece la naturaleza:

Cantos rodados: empleo como material de relleno en subbasamentos, cimentaciones, zócalos de construcciones y también como herramienta manual; para el pulido superficial, para el tratamiento final del revoco, acabados…

Arena: obtenida de “bancos” de arena locales; la que procede de la propia calle, la acumulada en las intrincadas acequias y canales (arena fina)… La arena no puede faltar en el desierto¡¡¡

Durante la fase de la intervención sobre la Puerta en la que participamos, la arena la obteníamos de la cuneta de la carretera, a unos 200 metros de la misma… aquello parecía una maratón…

Recuerdo cómo se clavaba la rueda de la carretilla, especialmente los viajes de vuelta, cargados hasta los topes; lo difícil que resultaba avanzar sobre la arena…

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Primero, con la ayuda de la pala, retirábamos la capa más superficial, dejando a un lado los restos de envases, ramillas, etc…, para poder acceder a las capas más profundas.

La arena de las primeras capas aparecía más seca, mientras que la del fondo todavía conservaba cierto grado de humedad y; debido a esto, presentaba otra tonalidad, más oscura. El grado de humedad de la arena era reconocible al tacto; así como su textura y su temperatura, y también a la vista; el color claro, mostaza, del color

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del pelo del camello, se correspondía con la arena seca y el marrón oscuro, con la húmeda. La tierra (arcillosa) en M´ Hamide es de color parduzco, marrón-rojiza… Este material se obtiene de casas derruidas, ruinas, escombros; recurriendo a la propia obra como cantera y/o también de los huertos contiguos donde está tan presente…

3.- Fibras, conchas marinas, piedrecitas… Con ellas

podemos practicar distintos acabados (soplado de fibras, incrustaciones, otros…)

4.- Envases de cartón caseros (como fuente de papel

kraft), hueveras de cartón, cajas…

(…) Mientras el grupo aprendía a hacer adobes, l@s pequeñ@s nos agasajaban con pasteles, tartaletas, magdalenas y otras figuras que elaboraban con sus propias manos, algo que a tod@s nos emocionó mucho…

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Mientras paseábamos, era relativamente habitual

encontrar dibujos incisos sobre aquellas pizarras de tierra que eran y son las calles del pueblo, sobre los muros y las paredes de las casas, convertidas en papel por l@s pequeñ@s; con los dedos de la mano, sin más herramientas que su propia imaginación, derrochando ingenio…

La otra pizarra en M´ Hamide es el cielo, salpicado

de nubes de tiza blanca; ésa con la que se dibujan los sueños…

(…) La tierra ha sido y es soporte de escritura desde la Antigüedad, desde que el hombre aprendiera a sostener con sus manos aquella rama con la que se

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ayudó para dibujar sobre la tierra del suelo la silueta de su propia mano; mucho tiempo hace ya que aquell@s pobladores decidieran asentarse en la fértil vega del río Tigris y utilizaran aquella tablilla de arcilla para dejar constancia de lo que habían aprendido…

(…) En general, los revoques de tierra pueden trabajarse a 1 capa; es decir, a 1 sola mano; o bien, aplicarse en varias capas, a 2 o más manos.

La 1ª actúa como capa de regularización (Pueden aparecer fisuras, son admisibles)

La 2ª capa es la de acabado. Exige una preparación previa del material más cuidada, cribando la tierra, separando de ella los terrones y fragmentos que hayan podido quedar sin deshacer, mezclándola bien con la azada y pisándola convenientemente; dejándola lista para su aplicación con la paleta y/o la llana.

En ocasiones, puede recurrirse a la aplicación de una 3ª capa, cuya función suele ser específicamente decorativa, siendo también una capa de acabado, requiriendo mayor finura y delicadeza; - si cabe -, para su consecución, desde la selección de materias primas, la elección del tamaño de grano de las partículas y el

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diámetro y la longitud de la fibra a emplear, así como su aplicación en espesores de capa más finos.

Para esos revocos más finos se emplea la tierra

mezclada con arena y paja menuda, pero también con otros ingredientes como el jirle (chirle / excrementos,

caca de oveja / kaka/ jara…) A medida que avanzamos hacia el exterior, las capas

son más ricas en arena y de menor espesor al objeto; entre otros motivos, de evitar su fisuración.

Es importante resaltar la necesidad de humectar previamente el paramento que vamos a revocar…

El método para la preparación y elaboración de la

mezcla en su conjunto es sencillo; se deja que el ganado, el rebaño de ovejas, pase sobre la tierra que vamos a emplear; - que se cague en ella, literalmente -, y de paso, que la pisen; es decir, por un lado la “enriquecen” y por otro la terminan de mezclar; la amasan, con la ayuda de sus pezuñas y patas, con lo que se consigue que también dejen algo de lana, fibra rica en lanolina, una grasa de origen animal que también conviene al revoco.

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La otra opción pasa por aprovechar directamente los excrementos de la limpieza del suelo del redil, del corral; es decir, barrer bien la cuadra y añadir el material obtenido a la tierra, procediendo a continuación a su mezclado hasta conseguir una mezcla homogénea.

De igual modo, pueden emplearse excrementos de otros animales domésticos como burros, vacas…

(…) Al tiempo que vamos trabajando con el material, van surgiendo las dudas sobre todo lo que atañe a su elaboración y aplicación…

¿Cuáles son las proporciones para las distintas

mezclas…? ¿Cuál es la dosificación más apropiada en cada caso,

dentro de cada una de las técnicas…? ¿Cuál es la medida de cada uno de los ingredientes

de la receta…?

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Pues bien; vamos con ello. De forma aproximada,

para el adobe necesitaremos: 1 parte (carretilla) de tierra (arcillosa) y otra (carretilla) de arena mientras que para el revoco; de una sóla capa, emplearemos 2 carretillas de tierra arcillosa, mezclada con 1 de arena, recogida in

situ o en las proximidades, y 1 saco de paja.

Si buscamos un acabado más fino o; sencillamente, se da el caso de que el revoco vaya a quedar más expuesto a la intemperie, recurriremos al empleo de una parte de tierra (arcillosa), otra de arena más fina, paja muy menuda y excrementos; - nuestro ingrediente secreto; ya no tan secreto…-.

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¿Dónde reside el motivo, la razón de su empleo tradicional, secular…?

A continuación, trataremos de ahondar algo más en este punto, intentando descubrir las razones de su empleo desde un punto de vista técnico, próximo a los preceptos por los que se rige la bioconstrucción actual, buscando una relación de equilibrio con la naturaleza, una mayor simbiosis con el medio.

Embarcados en ese ejercicio de plantear hipótesis sobre los motivos de su empleo, imaginemos que las bondades de esta mezcla fueron descubiertas de casualidad, bajo la mirada atenta de alguien… Imaginemos que esa persona, para facilitarse el trabajo, hace que sean los animales; por ejemplo, un burro, el que lo pise; el burro se caga y se mea, micciona, - más fino -, sobre él y; entonces, advierte que las cualidades de la mezcla son mejores que cuando se elabora sólo con barro, sólo con tierra arcillosa, arena y agua, que la masa adquiere una textura diferente, que la puesta en obra resulta más sencilla y que huele, también eso; que huele diferente… Además, pasado el tiempo, observa que el resultado es más duradero y requiere menos atenciones. Genial…

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Los excrementos del ganado en general; tanto el ovino, como el capril, como el bovino, constituyen en sí mismos una fuente natural de caseína, enzimas y microfibras.

Por otro lado, la urina es una fuente natural de urea, rica en sales y minerales; pero sobre todo, iones negativos (-), que interactúan con las partículas de arcilla a nivel nanomolecular. El agua de amasado puede ser sustituida por ésta, con el ahorro que eso supone, especialmente en aquellos lugares donde ésta resulta ser un bien tan escaso.

Los beneficios que estas adiciones confieren a la

calidad final del elemento son notables: mejoran su durabilidad, disminuyen la retracción de secado inicial, - no sé si impidiendo pero sí limitando; es decir, coartando la fisuración, incrementando la resistencia frente al agua, haciendo que el color conserve un puntito más de luminosidad incluso después de haber secado…-.

Llegados a este punto, resulta conveniente apuntar

la importancia de dejar reposar la mezcla durante al menos una noche; dejarla dormir, que se pudra, con abundante agua, dejando al menos una lámina de un dedo de altura por encima, y recubriéndola con paja,

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para evitar que se evapore bruscamente, reteniéndola, manteniendo un grado de humedad aceptable, quedando lista para su empleo a la mañana siguiente…

(…) Gracias a la mirada de otro local; Asis,

pudimos admirar la belleza del tueste que habían ido adquiriendo particularmente los revocos y la arena con los años; ese tostado tan característico, especialmente reseñable en las fachadas donde el sol incide directamente, algo que quizás pudiera haberse debido a una reacción entre los diferentes componentes minerales de la tierra, ya de sí por sí marrón-rojiza, con las sales del subsuelo contenidas en el agua de amasado y/o la incidencia directa de los rayos solares.

(…) Los nudillos de las manos de aquel maestro; con el tiempo, debido a la artrosis tan avanzada que le aquejaba, se habían convertido en auténticos nudos; aunque a mí, me recordaban a los gajos de las ramas de las hojas de palmera cortadas; parecía como si fueran las yemas de las que habían comenzado a brotar otros dedos, otras manos; otras miradas…; savia nueva, para llegar, junt@s, todavía más alto…

Aquel hombre movía las manos con una agilidad y

destreza inusitadas, inusuales, era todo maestría, capaz de dirigir aquella orquesta al compás de su batuta,

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dibujando con sus gestos en el aire y después; seguidamente, sobre aquel lienzo de barro, la lección de la mañana…

Empleaba las manos como rastrillo, los dedos como

vertederas de un arado con el que surcar la tierra; empleaba las manos para acercar esa misma tierra a nosotr@s, sembrando el campo de conocimiento…

La tierra, aparentemente tan tosca, tan salvaje, tan indómita, se volvía dócil y mansa entre sus manos, quedando rendida ante su mirada y las palabras que le susurraba…

- Ma, trap, ramala, blé (agua, tierra, arena y paja)

Las herramientas necesarias para el trabajo de

revocar son; básicamente, una /blana/, una plana como dicen en levante, también llamada fratás, talocha o trulla, como dicen en Castilla), y una paleta, aunque; como veremos, ninguna de las dos son realmente imprescindibles sino; más bien, todo lo contrario…

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En las líneas que siguen a estas palabras, trataremos

de describir de forma más o menos breve, más o menos concisa, la secuencia de pasos que seguimos para ejecutar el revoco… 1.- Recuperación del plano de la pared. Reconstrucción

parcial (Actuación localizada sobre las zonas dañadas) 2.- Asentamiento de la fábrica (Dejamos que asentara,

que cojiera su postura; que el mortero de la junta tirara bien, que secara suficientemente…)

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3.- Preparación del revoco, humectación previa del muro. El muro tenía sed y mucha…; se bebía el agua que le ofrecíamos con rapidez, con avidez. Con la ayuda de una botella de plástico dejamos que la pared de tierra se empapara bien de agua; que

chupara bien. Una vez seco volvimos a humectarlo; eso sí, esta vez, dejando que absorbiera el agua sólo parcialmente y entonces; cuando el brillo dio paso al mate, - veíamos el paramento todavía húmedo, con ese color más pardo a diferencia de la tierra seca, más clara -, procedimos a aplicar el revoco; un@s a mano y otr@s, con la ayuda de herramientas, como la paleta o la talocha; buscando siempre nuestra propia comodidad, prestando especial atención al cuidado de nuestra piel.

Solíamos trabajar con guantes, conscientes de que

en ocasiones, resultaba demasiado complicado, tuvimos que sopesar si usarlos o no, valorando las consecuencias de no hacerlo…

Ya se sabe… gato con guantes, no caza

(…) Con vistas a la realización de próximos talleres

se nos ocurrió sugerir un apunte: el empleo de las

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botellas de plástico de agua; - de las de 1,5 litros-. Éstas tienen la ventaja de su plasticidad; se pueden arrugar-comprimir-aplastar, para rellenarlas en el cubo del mortero de goma o en el grifo de cualquier lavabo; - dobladas sí que cogen…-. Obviamente, también es una buena forma de poner en práctica los principios del reciclaje… Dentro de este ejercicio de exploración de las posibilidades de reciclaje del objeto avanzamos también otra opción que; dicho sea de paso, ya fue puesta en práctica durante el taller. Podemos efectuar un corte a media altura de la botella y emplearla como vaso o también; practicar unos orificios en el tapón y usarla como regadera; boca abajo, por ejemplo, para regar el piso de tierra y evitar que se levante tanto polvo mientras trabajamos sobre él…

La falta de herramientas para tod@s puede generar pequeños conflictos, devenir en tensiones innecesarias entre los miembros del grupo. Trabajar a mano, con las manos, siempre que sea posible, resulta más que recomendable; insistimos, siempre que sea posible. Apoyar el trabajo con explicaciones y documentación gráfica resulta muy útil, especialmente cuando el idioma pueda suponer una barrera entre maestr@s y alumn@s.

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En ese sentido, los dibujos resultan esenciales para

mejorar la fluidez en la comunicación, nos permiten ir más lejos, profundizar en el aprendizaje, analizar detalles…

Dentro de este capítulo y en relación a las técnicas

de aplicación; añadiremos que, en general, l@s maestr@s evitaban trabajar con las manos directamente; se ayudaban de las herramientas para ello; aunque por otro lado, no dudaban en hacerlo mientras sostenían una

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porción de masa en una de sus manos al tiempo que blandían con la otra la paleta, usándola a modo de esparavel…

Los materiales básicos que conforman estas herramientas son la madera, el metal y el plástico; si bien, como apuntábamos antes, el metal, - en el caso de la llana -, resulta ser el preferido por los locales; sustituyendo a las de madera, de factura eminentemente artesanal.

Trabajar con este tipo de herramientas requiere conocer algunas pautas básicas para garantizar un manejo seguro, puesto que algunas, como la llana, cuentan con un borde muy afilado; cortante, lo que nos obliga a ser cautos en su manejo, durante su manipulación.

Es importante el modo de sujetar las herramientas

en lo referente al sentido de trabajo, al tipo de movimiento que realizamos y también atendiendo a algo tan sencillo como el hecho de si un@ se defiende mejor con una u otra mano; si un@ es diestr@, zurd@, ambiestr@ o ambizurd@...

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En cualquier caso, al margen de este apunte, lo fundamental es realizar una correcta extensión de la masa sobre la pared y aprender a controlar el espesor de capa, trabajar con espesores no excesivamente gruesos, por adición, poco a poco, superponiendo unas capas sobre otras…

De todos modos, el propio material nos orientará; si

la capa resulta de un grosor excesivo, se despegará de la pared, - caerá por su propio peso -, si la humectación previa del soporte no ha sido suficiente o; sencillamente, no ha existido, el revoco también tenderá a despegarse y/o descolgarse del paramento, de la base…

Durante la aplicación de la masa iremos describiendo pasadas +/- horizontales, +/- verticales, +/- circulares, con una mano o las dos asiendo el mango… (a 1 mano, a 2 manos…), caracoleando,

remolineando… , ejerciendo +/- fuerza, +/- presión, jugando con la postura de nuestro propio cuerpo, trabajando solidariamente, coordinadamente, compensando esfuerzos, buscando cierto equilibrio en nuestro propio movimiento, acorde con los principios de ergonomía más elementales.

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(…) ¿Cómo se definen las aristas; los vértices, los ángulos; todos esos encuentros entre diferentes planos; pared-suelo, pared-pared, pared-techo…?

Para esto nos ayudaremos de maestras, reglas y/o adobes o también, en el caso de encuentros curvados, nos serviremos de tubos plásticos, botellas o bolsas, lo que tengamos más a mano; - para variar -, de todo aquello que pueda resultarnos útil para el fin que nos hemos propuesto.

Trabajando con la paleta:

Una vez extendida la capa de barro, cogemos una botella de agua en una mano y sujetamos la paleta con la otra. Trabajamos con el material al límite, llevándolo a un punto casi líquido; muy, muy fluido, mojando constantemente en agua la herramienta metálica; bien sea la paleta, bien sea la llana, planeando acto seguido sobre la superficie del revoco, convertida ahora en una pasta brillante, de textura cremosa, mantecosa.

Se consigue así un acabado más bien liso, bastante refinado; siguiendo para ello una misma técnica tanto en el caso de paredes como en el de suelos.

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Dependiendo del tipo de acabado y función del elemento, se puede optar por reglear la superficie, como en el caso de conformar el asiento de los bancos a partir de la misma tierra…

Esta técnica cuenta con un uso que presumimos ininterrumpido en el tiempo; todavía hoy en evolución, parece haber experimentado una decantación paulatina en cuanto al empleo y asimilación de técnicas, materiales y herramientas actuales; gozando del beneplácito de l@s maestr@s, que parecen haberl@s hecho propios…

En los trabajos de rehabilitación de la Puerta confluyen afortunadamente maestr@s, maestría y magisterio; trabajando a mano, con la mano. Es un placer para la vista seguir sus movimientos, el modo en que muñequean con la herramienta, el modo en que juegan con el barro; los gestos coordinados de su mirada y su mano.

Y a propósito de la mano; como curiosidad, os diré que la piel, el tejido de la palma junto con la de la planta del pie son las más gruesas del cuerpo humano. No en vano, en los países del Magreb, se presta una especial atención a su cuidado; sirviéndose para ello de aceites obtenidos a partir de productos de la tierra;

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como la almendra, la rosa o el jazmín… La mano es una herramienta muy completa; dentro del ámbito de la construcción, nos servimos no sólo de su piel; sino también de lo huesudo de sus nudillos; de la fuerza de sus músculos y tendones, de las uñas que rematan sus dedos…

Somos hu_manos…

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Las manos como cazo, como cuchara

como pala con la que sostener

una porción de masa, una porción de tierra…

manos que colaboran,

manos solidarias,

manos que aportan,

manos que suman

Acercarnos; tocar, palpar la superficie del revoco, nos permitirá conocer “de primera mano”, - valga la redundancia -, el grado de humedad tanto de las capas previas como de la masa misma, pudiendo tratar de arañar su superficie con ellas, rascando su tez para comprobar el grado de dureza que ha adquirido, el nivel de secado más o menos avanzado que presenta...

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Los dedos de la mano sirven para peinar la superficie del revoco todavía fresco dotándole de mayor organicidad aún si cabe, un acabado arado; el dibujo de los surcos que dejan tras de sí todas y cada una de las pasadas, la marca impresa de nuestros dígitos, de las mismas yemas, una impronta personal y única.

Trabajar a mano, trabajar con las manos es; en cierto

modo, una oportunidad para repensar lo pensado, reaprender lo aprendido, revalorizar lo desvalorizado, cambiar la percepción y el concepto de ruina, descubrir las posibilidades de lo nuevo en lo viejo…

(…) La escala del trabajo en la Puerta es contenida,

medida, sopesada. Toma como referencia el precedente para seguir avanzando, dentro de un proceso paulatino de perfeccionamiento, una decantación secular del trabajo, originando una arquitectura con los pies en el

suelo; en la tierra.

Las miradas de l@s pequeñ@s del pueblo se fijan en las de los mayores mientras éstos nos enseñan a trabajar con la tierra, mano a mano, codo con codo, consiguiendo así también captar su atención y curiosidad, sus ganas de hacer, de mancharse de barro junto a ell@s…

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Tal vez haya llegado el momento de volver a la

tierra, de afrontar ese cambio, de darle un giro a nuestro día a día…

Y recuperando el hilo de lo que estábamos

diciendo… ¿Cuál es la velocidad de secado del revoco…? ¿Seca lento…? ¿Seca rápido…? ¿De qué depende?

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(…) Al poco tiempo, comenzaron a dibujarse sobre su superficie algunas líneas de cuarteo bastante espaciadas y profundas, aunque curiosamente, eso no resultara óbice para deducir que el revoco no fuera a funcionar bien; por el contrario, resultó ser un revoco muy resistente.

El estudio de los patrones de fisuración, podía darnos algunas pistas sobre las cualidades y tipo de arcilla que estábamos empleando, así como de la dosificación óptima de la mezcla.

¿Cuáles son las patologías observadas más frecuentes, más comunes, en este tipo de elementos?

¿Se ven afectados por problemas de capilaridad…? De ser así… ¿Qué altura alcanza el zócalo

capilar…? ¿Se dibujan nubes de sal sobre su superficie…? ¿Cómo se protegen del agua de escorrentía?

(…) Observamos que el mortero presentaba un

comportamiento ligeramente distinto cuando se aplicaba sobre superficies horizontales en contacto con

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el suelo o también sobre elementos volados, los pisos de planta baja o también techos, terrados; terrazas…

En general, nos dimos cuenta de que en el caso de

revocos aplicados sobre paramentos verticales, ese comportamiento dependía del menor o mayor grado de exposición del elemento al soleamiento directo, (+/- sol, +/- sombra), +/- viento; - la acción combinada de la arena arrastrada por el viento, produce un efecto muy abrasivo sobre las construcciones -.

¿Qué cuidados requeriría…? ¿Cómo envejecería…? (…) Para garantizar un secado más pausado del

revoco tal vez hubiera convenido superponer un elemento mojado sobre él como; por ejemplo, sacos

patateros; confeccionados a base de tela de yute; toda una manta de sacos cosidos entre sí; muy húmedos, completamente empapados en agua, o alguna sábana vieja de algodón o lino, evitando la pulverización de agua directa (spray) sobre la dermis del revoco, ya que esto hubiera supuesto una evaporación brusca en superficie, al generar tensiones internas diferenciales en el material que podrían haber ido acompañadas de un cuadro fisurativo, que a su vez hubiera podido devenir en la génesis de grietas más acusadas…

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(…) Había escuchado que las tapias de tocino

eran mejores que las de cebolla, pero en M´ Hamide

aprendí que las tapias también podían ser de harina y

té… ¿Tapias de té? Sí, tapias de té y; a mejor té, mejor

tapia… Increíble

El revoco tiene otros muchos usos, conforma la piel que reviste las cúpulas más o menos grandes de mezquitas y morabitos y también, dentro del plano más doméstico; la de los hornos de pan, cuyas paredes de

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adobe son revestidas de barro, recurriendo en ambos casos a una técnica común, pareja, aunque se trabaje a diferente escala.

(…) Para el trabajo de la tapia de tierra; del /tabut/,

se requieren algunas herramientas específicas; el conjunto de piezas que conforma el tapial de madera, un azadón, una pala, un pico, un pisón, un pisón de mano para rematar las esquinas, una plomada para comprobar su verticalidad, y cubos para transportar el material.

De algún modo el tapial es la adobera de la tapia,

de hecho, en algunas regiones de Sudamérica, a la tapia de tierra se le denomina adobón; un adobe grande… Las dimensiones de los tapiales locales rondaban los 2,00 x 0,85 m; para las piezas laterales, mientras que las puertas o fronteras de cierre oscilaban entre los 0,45-0,50 m; pudiéndose regular a conveniencia; contando con “dos posiciones”, generando 2 tipos de módulo respectivamente. Completaban el conjunto las agujas, 6 costeros, 3 agujas, un codal; el nervio limpio de una hoja de palmera, y la cuerda para el atado de la cabeza de los mismos.

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Los cubos que empleábamos en M´ Hamide,

espuertas de caucho, habían sido fabricados a partir de ruedas de coche recicladas, con las asas cosidas mediante pequeñas puntas a la base. Eran muy flexibles, ligeros, manejables y resistentes a los golpes. El trabajo de reciclado de las ruedas de coche es todo un oficio; de hecho, en la capital, Marrakech, hay puestos dedicados en exclusiva al trabajo con este material; al reciclado de neumáticos para usos cotidianos, donde puede verse todos los objetos que los artesanos, con tanto oficio como gracia, son capaces de crear; espejos, marcos de fotos, carpetas, carteras, “tejas”, hasta como hemos visto; cubos… Todo un gremio, gentes muy capaces, trabajando con el material que tienen más a mano; abundante y barato, dotándole de un uso inesperado, transformándolo en un objeto útil, práctico…

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Durante el taller, los maestros tapialeros, los encargados de transmitir y enseñar este oficio, fueron Ibrahim junto con Abderramán, quien hacia las veces de ingeniero; era el geólogo del equipo, terrero, barrero, experto mezclador…

Su ceguera visual; su “discapacidad”, le permitía ser

el único capaz de guiar al grupo bajo la oscuridad de la luz, cegados como estábamos por los rayos del sol de mediodía y la chicharrina…

Un, deux, trois, quatre, cinq, …, quatre vingt-seize,

del 1 al 96; del 1 al cuatro-veintes-más-dieciséis que dicen los franceses, del 1 al noventa y seis, fuimos contando los capazos que hacían falta para completar un módulo de tapia; los que a Ibrahim le hacían falta para hacerlo, para terminar un módulo pequeño, hasta acabar de levantar el cerramiento de una finca en una de las huertas próximas al pueblo.

Sí; Abderramán nos enseñó a ver cuando los ojos no

pueden ver, a ver con otros ojos; otra forma, otro modo

de mirar, con mucho tacto, con los ojos de la piel… (…) La tierra que empleamos para levantar la tapia

era muy arcillosa; una tierra bastante húmeda, que desprendía un característico olor.

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No le añadimos arena, ni paja, ni tampoco realizamos cribado posterior alguno, la extrajimos del pozo y la recolocamos a continuación directamente… Parecía lógico pensar que si en el suelo aquella tierra hacía un todo, también pudiera comportarse como un todo al conformar la tapia.

De algún modo, lo que Ibrahim y Abderramán

conseguían con su trabajo y esfuerzo, era reproducir aceleradamente el proceso de sedimentación geológico que mucho tiempo atrás, había experimentado la misma tierra del huerto…

El proceso de puesta en obra resultaba relativamente sencillo, pero requería de manos expertas, una buena organización y gente con oficio para su consecución.

Vaciado (apertura de la zanja, del pozo) � extracción � transporte � vertido � extensión � compactación � levantamiento de la tapia (construcción) � … � vaciado (ciclo completo)

El trabajo comenzaba con la voz de Ibrahim pidiendo tierra…

- Trap, trap… (tierra, tierra…)

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El relleno-compactación de cada una de las capas de tierra vertida se realizaba por tongadas, hasta alcanzar aproximadamente 10 cm de altura de tierra añadida, describiendo hiladas que podían leerse al desencofrar.

El ritmo de trabajo era trepidante… - Merkel, merkel (pisa, pisa…)

El apisonado se conseguía gracias al peso del propio

cuerpo, a la constancia del trabajo con los pies y al enérgico apisonado con el pisón, cogido por la cintura, con el que Ibrahim pasaba las horas, bailando sobre aquel improvisado escenario de tierra.

- Yalda, yalda (rápido, rápido…) - gritaba desde su

privilegiada atalaya…

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El uso de la tapia de tierra en la zona está muy extendido y es habitual su empleo para levantar los muros de carga de las construcciones y también; como veíamos, para el cierre perimetral de huertos, a modo de protección, como barrera física frente al viento y la arena que arrastra consigo, protegiendo los cultivos.

Dentro de la misma huerta, Ibrahim golpeaba con el azadón la tierra reseca, asestándole golpes certeros, precisos, buscando sacar terrones lo bastante menudos como para cerrar los huecos que quedaban en la base de la nueva tapia, antes de comenzar con el vertido de la tierra.

Como si de un juego se tratase, bastaba con seguir

meticulosamente cada uno de los pasos aprendidos para completar el proceso…

Preparación de la base y enlace con la udd anterior – encofrado – atado - arranque – relleno – compactación – comprobación de la sonoridad - desencofrado…

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proverbio africano: una

sola mano no basta para

subirse a una palmera

Transcurridos unos veinte minutos, un triunfante Ibrahim nos indicaba al grito de baraka, baraka (para,

para…), que había llegado la hora del descanso, habíamos terminado el módulo.

Durante los recesos, corríamos prestos a refugiarnos bajo la sombra de una de las palmeras del huerto.

La sombra de la palmera es un lugar de culto; tanto o más que el de la mezquita, un lugar donde profesar la fé de la siesta, de la “raja”, de la “maja raja”; como solían decir bromeando con nosotr@s...

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La palmera es una lección de geografía en sí misma; toda una fuente de sabiduría. De la palmera se aprovecha todo, su madera, sus hojas, su fruto; sus dátiles; hasta su sombra…

Sorprende descubrir en la inmensidad del desierto,

aquellas palmeras surgidas de la misma arena, su desarrollo en altura; desafiando la gravedad, los palmerales, la distancia que los árboles que lo conforman guardan entre sí, la densidad del conjunto, el sistema que definen…

El cultivo de la palmera convive junto con otros

como el del trigo, el del girasol (pipas), el de las alubias (habas, judías, judiones…) o el de la alfalfa, /fassa/, como forraje para el ganado, o la avena loca; que espiga sin grano…

Las palmeras están muy presentes en la vida diaria de las gentes del desierto; hasta las aceitunas en la mesa se acompañan de los nervios de sus hojas aciculares a modo de palillos… Gracias a su remate puntiagudo;- las hojas tienen forma de aguja- , y su tamaño; fácil de asir, se convierten en una caña perfecta para pescar; para poder pinchar esas olivas y acercarlas a la boca.

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Ya desde bien chic@s, las gentes aprenden a trabajar sus hojas de múltiples formas, a trabajar la palma, a tejerla para confeccionar cestos, atando las hojas entre sí del mismo modo en que l@s peques aprender a hacerse una coleta para el pelo; llegando a tejer incluso muñecos y figuras, como burros con los que los pequeños se entretienen jugando…

Otro habitual en el Oasis es la caña; la caña común,

que llega a alcanzar longitudes (alturas) muy considerables de hasta 5 m; sólo allí donde la presencia de agua es constante y abundante.

La mejor época para su corte; como me contaba

Luis, otro compañero de viaje, son los meses de enero y febrero, con luna vieja, decreciente, al contar con poca savia y verse sometida a un menor influjo de la atracción que la luna ejerce sobre ella…

El trabajo en equipo en esta tarea es otra constante, tanto para el corte de las hojas, su limpieza, acopio y atado en fajos, como para su traída al hombro o a lomos de un burro, para después confeccionar auténticas alfombras y/o mallas vegetales para el forjado, como fue el caso, dentro del sistema de techos terrados que conforma las terrazas…

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(…) Con el tiempo, a través de la observación, uno aprende a leer sobre las paredes; la arquitectura, las construcciones en sí mismas, son libros construidos, memoria construida, páginas y páginas de barro; megas, gigas, teras de información; basta con detener la mirada sobre los píxeles de su piel, sobre la sílice de su alma…

Suiyá, suiyá (poquito a poquito, despacito…)

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GHEZLANE(s)

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Alejandra; otra compañera de viaje, me explicó que

“el basurero es lo que queda al otro lado del muro…”

(…) L@s pequeñ@s pasaban los días en la calle. Sus lugares de juego eran todos; especialmente los alrededores del pueblo, uno y otro lado de la carretera, las dunas, las huertas, los pozos…; y digo sus, porque la calle era de ell@s, la calle era de l@s niñ@s, su recreo y también su escuela.

A menudo l@s veíamos buscando tesoros entre los

plásticos del basurero a la salida del pueblo, jugando a ver quién conseguía lanzar la piedra más lejos, enfrentándose contra la chavalería del pueblo vecino, como en aquel libro francés; – la guere des boutons -,

tratando de medirse contra el de al lado o; más bien, de superarse a sí mismos, intentando ir más allá, desde la curiosidad por lo desconocido, sorteando el límite de lo establecido, desoyendo las palabras de sus mayores…

Otro de sus lugares favoritos era la Puerta, donde acostumbraban a jugar a la pelota; con el marco de la misma; - sus paredes laterales -, como improvisada portería.

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La Puerta era uno de los espacios de juego

preferidos de l@s pequeñ@s, una de suerte de patio, con todos aquellos troncos de tierra y paredes list@s para ser escalad@s, utilizando los cantos salientes de los adobes para progresar en altura, como si fuera una escalera, buscando puntos de apoyo hasta coronar su cima, algo básico; mucho más que un mero juego, teniendo en cuenta que; conscientes o no, ese entrenamiento les servirá después para poder trepar a lo alto de las palmeras y así disfrutar de su fruto; los dátiles, una dulce recompensa añadida a todo ese esfuerzo y horas de juego. El reto no es tanto subir sino bajar o; dicho de otro modo, seguir subiendo…

Otro de los juegos consistía en batirse con las peonzas que ell@s mism@s habían fabricado, haciéndolas girar para ver cuál se mantenía más tiempo en pie… El ingenio; como la arena, no tenía límite en M´ Hamide, l@s pequeñ@s construían esas peonzas a

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partir de tapones de botellas de plástico y bolígrafos, utilizando un palo como eje y una cuerda para imprimirle velocidad y fuerza al giro…

Ahora lo entiendo… ¿Qué basurero? En ese basurero no había basura,

sólo posibilidades, sólo materiales y herramientas que ayudaban a desarrollar el ingenio y las habilidades psicomotrices y sociales de l@s niñ@s… El basurero era un aula abierta, el lugar donde se impartían las clases de física y tecnología; cultura del reciclado.

Los mayores debieron de ir también a la misma escuela, porque fabricaban objetos sorprendentes; no tanto por el objeto en sí, sino por los materiales que empleaban para su elaboración, como por ejemplo esas escobillas de mano, hechas a partir de plástico; cuerdas de polietileno dispuestas formando un manojo y atadas con la misma cuerda, formando un mango en el extremo opuesto al de los “pelos” de la escoba en sí… Al fin, escobas de factura bellísima, pero sobre todo útiles y prácticas; muy ligeras, que también; espontáneamente, solían emplearse como improvisad@s matamoscas…

Entonces… ¿Qué tendríamos que hacer para derribar ese muro del que hablaba Alejandra?

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Juego de tierra, junto a la puerta de la casa (~ guá)

Las gentes de esta parte de la tierra son como los dátiles que nos regalan las palmeras que crecen allí, piel y hueso; o mejor dicho piel y corazón, un corazón de madera cubierto por el dulce almíbar de su melosa pulpa…

(…) Desde el día en que aterrizamos allí; desde el primer momento en que pisamos la calle, nos hicieron sentir como auténticas estrellas de Hollywood, acompañándonos a todos los sitios, rodeándonos con sus juegos, sus voces, sus cánticos, sus manos…

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Marruecos, al igual que España, es un país de contrastes…

Una de las tardes, de camino al hotel pijo donde

acudíamos huyendo del calor de la mañana, nos detuvimos en la cuneta de la carretera y; entonces, un grupo de niñas se acercó hasta Isabel, otra compañera de viaje. Les encantaba jugar a ser peluqueras, peinando su pelo con sus propias manos, con sus propios dedos, poniéndole y quitándole las orquillas… Fue toda una sorpresa para ella, no esperaba encontrar aquel salón de belleza entre las dunas…

Las pequeñas le preguntaban…

- Madamme, marrie? Señora, está casada?

- Petits? Combient? Tiene niñ@s, cuántos?

- …

La tierra de M´ Hamide es una tierra vivida pero

también una tierra muy viva, llena de gentes…

L@s niñ@s en esta sociedad asumen; por diferentes motivos, roles que en otras culturas corresponden a los adultos.

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Resulta encomiable la entereza, la dignidad y el aplomo con el que las niñas se resignaban al cuidado del ganado y también de l@s más pequeñ@s que quedaban a su cargo como; en el caso de los bebés, echándoselos literalmente a la espalda, cargando a cuestas con ell@s, envueltos en una suerte de mochila, un atado hecho a partir de un trozo de tela, de una sábana.

Con la perspectiva que da el estar escribiendo desde el escritorio de mi casa, sentado frente a la pantalla del ordenador, uno se pregunta cuál es y cuál debería ser el papel de l@s niñ@s en la construcción de la sociedad, a qué deberían dedicar su tiempo; no sólo en M´ Hamide, sino también aquí, frente a la puerta de mi propia casa…

Me pregunto qué podríamos hacer para mejorar la cobertura médica de tod@s ell@s, cómo conseguir que la medicina llegue hasta allí, cómo procurarles una asistencia sanitaria básica de la que carecen, tan básica o más como la que recibimos los y las de este lado del muro, que por lo visto, aunque no se deje ver, está ahí, más cerca de lo que un@ cree.

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S U Q

Z O C O

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Es día de zoco; suq, día de mercado y por qué no

decirlo; día de fiesta, a juzgar por el gentío, los colores, el olor de la comida…

L@s vecin@s de los pueblos de alrededor se

acercan para comprar y vender sus productos. Allí todavía es posible el trueque, no siempre se paga con dinero, el tiempo y el trabajo son bienes muy preciados.

El aire cargado de arena golpea con fuerza nuestros rostros…

Son muchos los puestos; los de fruta, los de telas,

los de especias, los de alpargatas, los de ganado, los de herramientas… En la mayoría de ellos se venden productos locales; incluso cuenta también con un espacio dedicado a la feria de ganado, donde se compran y venden animales vivos; gallinas, gallos y otras aves para cría y consumo.

En los puestos, distribuidos en calles más o menos paralelas, los mercaderes regatean con l@s turistas, buscando un recuerdo que llevarse consigo.

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En el de las legumbres y especias encontramos cestones colmados de canela, clavo, nuez moscada, jengibre, comino, azafrán…

En el de frutas y verduras; limones, naranjas,

alcachofas, sandías, granadas, dátiles… Hay otro de encurtidos, donde se venden pepinillos,

aceitunas… Los huevos, dulces y postres; al final de la calle, en

el puesto que hace esquina, tienen muy buena pinta… Incluso hay un puesto en el que sólo se venden

calabazas…

No podían faltar las babuchas, los zapatos y las alpargatas…

(…) Alguien entrega a un mercader, venido desde la capital, una carta para que se la haga llegar a un familiar…

Ojalá llegue a tiempo… Im shaa Allah…

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JOTARA / POZO DE AGUA

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Los pozos de agua salpican con su presencia discreta

el paisaje del lugar. La silueta de los tres pilares de tierra que lo identifican se confunde con la de unos troncos secos de palmera, todavía en pie…

Uno de los lugares de reunión más concurridos por las mujeres es el pozo de agua potable situado a la entrada del pueblo. Acuden diariamente a él ataviadas con sus vestidos de falda larga y sus sandalias, transportando sobre sus cabezas las garrafas de 25 litros que habrán de llenar…

Dicho así; pudiera parecer que el desierto no es un desierto, sino un mar, un lugar donde el agua más que escasear, abunda…

(…) Aquella tarde fuimos a visitar la huerta de otro vecino, que había instalado en su pequeña finca un sistema de regadío por inundación, utilizando un pequeño motor a gasolina para conseguir bombear el agua subterránea de su pozo mediante extracción.

El agua salada manaba a borbotones acorde con el

pulso rítmico del motor, brotando fresca desde la profundidad de la tierra, desde lo más hondo de sus entrañas…

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Allí estábamos, sentados junto a una tapia, frente aquel huerto completamente anegado, cubriéndolo todo, con una lámina de unos 4 dedos de agua por encima…

Fue muy divertido descubrir cómo la tierra

inundada, con el agua embalsada sobre sí, se iba tornando más y más oscura; ver las palmeras reflejadas en ella, como si de un espejo se tratara…

Me quedé mirándome por un instante. Me costó reconocer al tipo que había detrás de aquella mirada, de aquella barba de 7 días y otras tantas noches…

Fue casi al atardecer, a última hora de la tarde,

cuando el sol ya no apretaba tanto. La inundación de aquella parcela no fue casual, su tierra había sido la elegida para su empleo en la construcción de la tapia; justamente por ser el día previo al trabajo.

(…) La presencia imponente de los pilares de tierra que flanqueaban el pozo a contraluz en el horizonte, nos sirvió como faro, alumbrándonos en aquel océano de arena, aquella tarde de fuerte marejada…

El pozo al que nos dirigíamos se situaba justo a sus

pies. Tenía forma de cilindro, era de planta redonda y muy profundo. Estaba seco o; al menos, eso parecía…

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Sus paredes guardaban una verticalidad casi absoluta, sólo interrumpida por el volumen saliente de la panza de algunas piedras; cantos rodados, sin aristas, que Omar empleó como peldaños para bajar hasta el fondo, aunque al final del pronunciado descenso, resbaló, perdiendo el apoyo de un pie, cayendo a plomo sobre la cama de arena y hojas de palmera seca que el viento había dejado preparada para él…

Se repuso enseguida del susto, aparentemente sin

ningún rasguño. Al pozo desembocaba una especie de gruta en la que

Omar no dudó en adentrarse, solo, sin más luz que la del mechero de Emilio, - uno de los coordinadores, otro compañero de aventuras-, y entonces prendió unas hojas de palmera y las tomó como antorcha, - a lo Indiana Jones….-, hasta que por fin; al cabo de unos segundos, regresó…, sosteniendo una quijada de burro como trofeo entre sus manos, trepando hasta la boca del pozo en menos de lo que nosotr@s tardamos en organizar una cadena para ayudarle a subir…

Qué ilusos… Temimos que pudiera volver a caer y

formamos una cadena para ayudarle, pero no fue necesario, en menos que canta un gallo Omar estaba de vuelta, guiando al grupo de regreso a la jaima.

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A mitad de camino; ya de vuelta, nos encontramos con una pareja; dos personas mayores cosechando a mano con la ayuda de una hoz y una guadaña… Fueron muy amables, mostrándonos cómo lo hacían; cómo coger las herramientas, cómo acopiar la paja, cómo atarla para formar la mies... Nos llevamos una lección con la que no contábamos…

Al caer la noche, ya de vuelta a la kasbah, nos esperaba la mejor de las recompensas. Sobre cada una de las mesas, dispuestos con mucho cuidado, habían colocado unos cuencos de cerámica verde, anunciando el menú de la tarde-noche; jadira (/Yadira/), una deliciosa sopa de verduras, habas, garbanzos… Riquísima; más si cabe, acompañada de esas tortas de pan algo aceitosas, planitas; /jop/, un pan que se parte con las manos, con poca miga y corteza suave, sobadita…

(…) Caí rendido, soñé que soñaba, que me despertaba otro día más en aquel lugar de ensueño, en aquella gruta, rodeado de todos aquell@s amig@s y compañer@s de viaje…

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EDIFICIOS, CAJAS DE MÚSICA

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Al entrar en el morabito, nos sorprendió el gorjeo

apasionado de un coro de golondrinas, trinando desde su humilde púlpito de barro y paja, construido en lo más alto de un pilar, justo en el arranque de la cúpula que remataba la construcción; la media naranja de tierra, paja y cal que le servía de techo, apoyada; como los taburetes de las casas, sobre cuatro patas, cuatro pilares, cada un@ situad@ en sendas esquinas.

La densidad de aquel silencio me llevó de vuelta a lo que había sucedido la tarde anterior...

(…) La geometría de la cúpula en conjunción con la

lámina y el vaso de agua rebosante de la piscina del hammam se comportaron del mismo modo; exactamente igual que una copa de cristal con el borde húmedo sobre la que un@ desliza la yema de alguno de sus dedos, describiendo círculos hasta que su volumen comienza a emitir ese sonido tan característico. Las notas, los acordes de su voz, parecían manar de aquella cúpula de adobe, convertida en la caja de una guitarra de noble madera, hecha de cedro, haciendo que la voz de Natalia, - otra compañera de viaje-, se elevara hasta el infinito, embarcando al grupo hacia el vacío, inmersos en aquella experiencia, afectivamente unidos,

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embargados por la emoción, embelesados por la dulzura de su timbre…

Carlos y Pedro, contralto y tenor, sumaron sus voces a la de Natalia; piano, piano, peldaño a peldaño…

Dani, otro compañero de viaje, golpeó con la planta de su pie una de las losas de piedra del borde que estaba algo suelta, despertando su corazón, emitiendo un sonido ronco, rotundo y dens; sumándose al coro…

La acústica en la habitación resultaba excepcional,

los poros de los materiales templaban la vibración de aquellas notas de cuarzo y salitre forjadas bajo el sol.

(…) Sobre cada una de las cuatro paredes que definían el espacio central, alguien se había entretenido en plasmar el dibujo inciso de un zigurat, enmarcado con un alfiz de cal blanco…

El morabito era la morada de la persona encargada

de cuidar a los muertos, la tumba de un santón con la capacidad de sanar a los vivos que le veneraban, enterrado bajo aquella bóveda de cielo y tierra; bajo el Universo mismo…

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Los vecinos; el pueblo, se hacía cargo de su

manutención a cambio de su dedicación completa al rezo y cuidado del lugar…

Contaba con una decoración interior más bien austera en cuanto a color y detalle, con algunos elementos de ornamentación parietal (muraria) también en tierra que contribuían a dotar al espacio de un carácter único, genuino; de paz… - Hay quién dice que esos motivos, relieves y figuras geométricas son mucho más que un mero ornamento, un simple adorno, sino todo un calendario astronómico con el que l@s antigu@s podían predecir las estaciones y el paso del tiempo…-.

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Los elementos de caligrafía, tracería y lacería, son

motivos decorativos geométricos y vegetales muy recurrentes en el mundo islámico, evocan la naturaleza misma, llegando a reproducir con exactitud la partitura que rige la cristalización de los elementos…

(…) Siempre recordaré el gesto sentido con el que Omar me señaló la tumba de sus familiares, aquella mirada vidriosa, tanto o más que la pieza de cerámica vidriada, en color verde, con reflejos de malaquita, que remataba exteriormente la cúpula de la construcción, la misma que solían emplear para vestir la mesa, para presentar los alimentos.

La arquitectura una vez más, se confunde con el paisaje; la arquitectura es paisaje, la arquitectura es humana…

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L´ ANCIENT MOSQUÉE / LA ANTIGUA

MEZQUITA

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Aquella mañana comenzamos dibujando una de las

fachadas de la antigua Mezquita; a la sombra, entre explicación y explicación de Alejandro, tan riguroso como metódico.

Si un@ está dispuesto a escuchar; las paredes hablan, las paredes cuentan, dicen muchas cosas sobre sí mismas y sobre los lugares y las gentes donde han sido erigidas… Sólo es necesario estar atento, tocar con la mirada, tocar con la piel de los ojos; ver para después mirar…

Resulta que cada grieta tiene un motivo y cada

motivo encierra en sí mismo al menos un por qué. De la diferente altura de las ventanas, del tipo y estado del revoque así como de las características de las distintas fábricas y aparejos empleados, un@ puede extraer muchas conclusiones. Acercarse al modo en que las partes de ese todo se encuentran entre sí es un viaje en sí mismo…

La arquitectura; - como sus habitantes -, envejece

con el tiempo y el paso de la edad queda reflejado en el desgaste que acusa su piel, en su gesto, en su postura, en el modo en que se mantiene en pie; sin complejos, con los achaques propios de la madurez. Avanzar en la

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profundidad de esos estratos, es ahondar en la historia misma, acercarse a las manos de sus protagonistas…

Las paredes se protegen del sol con el ala de su

sombrero de tierra, protegiendo especialmente su cabeza; su remate, de la lluvia y el viento airado. Algunas, con el tiempo, a la altura de su ombligo; - a media altura -, tienden a echar barriga, algo de panza. Sus pies, su base, han de calzarse con unas buenas botas; un zócalo de piedra u otro sistema de apoyo que le permita arrancar sobre el terreno, coartando el ascenso de la humedad, garantizando su durabilidad.

En general, requieren también de una adecuada

cimentación, lo suficientemente profunda que les permita permanecer ancladas al suelo; de uno u otro modo, del mismo modo que las raíces de la palmera le permiten aferrarse a la tierra y a la memoria de la gente.

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Se aprecia a simple vista cómo el remate del peto de la cornisa, el límite de la construcción de tierra con el aire, con el cielo, ha ido perdiendo la dureza lineal de la arista hasta aparecer ahora encrestado; con el flequillo algo alborotado, entrecortado en la zona más antigua y más suave; algo curvado, en la parte más nueva; o mejor dicho, menos vieja.

Al exterior se acusan distintos espesores de muro y

se observa también un marcado cambio escalonado de sección, un salto de grosor paulatino en el paramento, en lo que parece un intento más o menos sutil por mejorar la transición entre una y otra etapa constructiva, una suerte de puente entre dos fases de su propia historia.

La sombra rítmica de los mechinales participa de la composición del conjunto y permite leer sobre el paramento la modulación de las paredes de tapia de tierra.

En el fondo se trata de una conversación entre amig@s… ¿Qué apoya sobre qué…? ¿Qué corta a qué…? ¿Qué se adosa sobre qué…? ¿Qué se incrusta en qué…? ¿Cómo enlaza…? ¿Qué enlaza…? ¿A dónde nos conduce esa pista…? ¿Deberíamos revisar, replantearnos algo…?¿Qué fue primero…? ¿Son

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actuaciones coetáneas, se llevaron a cabo durante la misma intervención…?

(…) Las hiladas de tapia y adobe se superponen una sobre otra, dejando que el tiempo se pose sobre sí mismo; tiempo sobre tiempo… Un proceso acumulativo donde se pone; donde se añade más tierra a la tierra…

Entre tanta arena surge otra duda… Eso que nos

cuentan sus paredes; su arquitectura… ¿Coincide con la tradición oral, la memoria colectiva, los recuerdos de las gentes que la habitan hoy?

¿A qué otros archivos o referencias documentales podríamos acudir…?

La mejor referencia es la propia arquitectura...

De repente, tropiezo con la vista; una de las

ventanas del minarete sobre el que se levanta el cupulín que remata la construcción, presenta todo un paño remendado con adobe, empleado en esta ocasión para estrechar un hueco, recreciendo la pared, buscando; tal vez, una proporción visual del conjunto diferente o disminuir la entrada de luz y polvo…

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En cualquier caso, trabando bien, generando una

macla perfecta con la pared preexistente, con su predecesora, propiciando una buena continuación, un encuentro amable entre miradas de distintas épocas…

En el interior; ya dentro, la sombra de la mezquita

invita al recogimiento, a la oración, a la meditación…

La mezquita es un edificio público, un espacio de encuentro vecinal, en el que el respeto a la intimidad se convierte en una máxima.

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Los zapatos y su suela quedan a un lado, fuera del espacio sagrado.

Junto a los pilares de adobe uno se siente pequeño; no tanto por su tamaño; que también, sino por su edad. Viene a mi mente el recuerdo de cuando era niño y corría a refugiarme tras la pierna de mi abuel@…

Aquellos huesos de barro resultaban imponentes,

pesados, como las patas de un elefante; inconmensurables, harían falta tres personas para llegar a rodearlos con sus brazos…

El interior de la mezquita es una invitación a la

contemplación. Es ahí, como en pocos otros lugares, donde uno puede escuchar el silencio del barro.

La mayor riqueza de la mezquita es su refinamiento

espacial, el modo en que los distintos espacios que la definen se encuentran unos con otros, como los eslabones de una cadena; de una preciosa alhaja. La belleza sobria de las proporciones y leyes por las que se rige su construcción, en armonía con la naturaleza, es una invitación a los sentidos, arquitectura convertida en barro infinito; sagrado.

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En suma; el espacio de la sala dedicada a la oración resulta acogedor, hospitalario, bien proporcionando, en buena medida gracias a la pauta descrita por los pilares, relativamente próximos entre sí, no demasiado espaciados, dibujando en planta, una trama similar a la de un tablero de ajedrez…

El mihrab es el punto hacia el que los fieles dirigen

su oración; atentos al imam, recitando descalzos una y otra vez los versos del libro sagrado; el libro revelado, en medio de un jardín de palmeras, inclinados, de rodillas sobre una humilde estera de fibra de coco; como el propio gesto, apoyando su frente sobre el suelo. Destaca sobre la pared de tierra el color rojo de la puerta y el candado de madera que guarda tras de sí el libro sagrado, el Corán. Sobre este rincón de la mezquita puede leerse la firma del maestro alarife, con la fecha exacta de su terminación…

En esta latitud, los insectos xilófagos como las

termitas; /lardá/, suponen un problema de primera magnitud, ya que pueden llegar a afectar a las estructuras de madera de las construcciones, horadando túneles en su masa, mermando su resistencia en detrimento de su longevidad, aunque los lugareños saben bien cómo defenderse de ellas…

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Es común también observar los nidos de otro tipo de insecto sobre esas mismas paredes de tierra, “nidos” que no presentan esa estructura de panal de las abejas, sino que se parecen más bien a los de las avispas, que construyen sus modestas casitas con tierra y saliva; todo un ejercicio de alquimia que encierra en su receta e ingredientes; enzimas, azúcar, arcilla…, uno de los secretos más preciados del lugar…

(…) Los techos son bastante altos, el forjado superior se eleva unos 4-5 metros del suelo y se compone de vigas de palmera y eucalipto, una tupida malla de cañas y hojas de palmera cubiertas por un terrado; un piso de tierra.

La luz cenital, lechosa, tímida, baña la estancia.

A la terraza, otra sala más de la mezquita, se accede

a través de una escalera situada inmediatamente a la izquierda de una de las puertas de entrada, cuyos peldaños también son de tierra, con los frentes construidos a partir de ramas, como en las casas. La terraza es un mirador privilegiado; desde allí las vistas son increíbles y uno puede contemplar y abarcar con la mirada la práctica totalidad de esa parte del Valle del río Draa.

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De modo que la mezquita domina visualmente el conjunto de la zona, aportando su arquitectura un hito en el perfil del pueblo, que facilita la llamada a la oración, al que sólo supera en altura, el esbelto minarete de la nueva mezquita, desde donde con fuerza, 5 veces al día, el altavoz que ha sustituido la voz del almuecín, invita a la oración; al salat, haciendo puntual su primera llamada, temprano, a eso de las 5 de la mañana…

(…) Junto a una de las paredes descansa, apoyada, una camilla de madera, que como Abdulá nos cuenta sirve para acompañar a los muertos hasta su lecho, junto a las viejas puertas, descomunales, también de madera, que servían para cerrar el acceso a la población, al caer la noche, para proteger y defender el sueño de sus moradores; las puertas de la Puerta.

La sala de las abluciones se dispone contigua a la de oraciones con la que; además, comparte pared. La mezquita cuenta con su propio pozo. Para sacar agua basta con izar un cubo con la ayuda de la cuerda que pende de una roldana cubierta por escamas de óxido que; aunque achacosa, algo rechinosa, continúa sirviendo a su función.

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La tierra llora; el agua que fluye transparente del cubo; clara, se utiliza para las abluciones, el aseo personal antes de la oración. El agua limpia; sí, pero también purifica y enamora a su paso.

Es todo un ritual, una forma de presentarse con

respeto ante l@s demás. Primero un@ comienza por enjuagarse la boca, después las manos, la nariz, la cara, los antebrazos, las orejas… terminando por los pies.

Cuando hace frío el agua se calienta en un caldero de cobre, ya cubierto completamente por hollín, ennegrecido, sobre la lumbre, dispuesta directamente sobre el piso de arena. Al final, sólo las brasas quedan…

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En el exterior, el silencio del cementerio sólo se ve roto por el sonido de las patadas al balón y el griterío de l@s pequeñ@s.

Las tumbas son muy humildes, un túmulo de tierra

rematado con cantos. La simbología de las piedras sobre el lecho es muy rica, pueden situarse en su cabecera y/o en los pies, indicando el sexo y/o la etnia del difunto… Entierran de lado a sus muertos, - que ahora también son un poco nuestros…-, mirando hacia la Meca, unos 100 grados en dirección sur-este, tal vez, buscando un nuevo Norte, un Norte diferente…

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DEL BURRO,

el cuarto tenor

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Aquel animal era muy manso. Cada mañana, a eso de

las seis y media; con puntualidad inglesa, se esmeraba en despertarnos a la hora…

Su rebuzno; oportuno, parecía ser la señal que esperaba el resto de animales para que diera comienzo el concierto asilvestrado con el que nos deleitaban cada amanecer; el kikiriki del gallo, el co-co de las gallinas, los mugidos de la vaca, los balidos de las ovejas, el pío-pío de los pájaros, el cri-cri de los grillos, el zumbido pasajero de una nube de abejas e insectos revoloteando nervios@s en el aire…

(…) Dormíamos sobre una tela dispuesta en el

suelo, acurrucados en la intimidad de nuestros propios sacos y pensamientos. El día solía comenzar con una sesión light de estiramientos. Recuerdo que lo primero que hacía era subir las persianas, abrir bien los párpados, dejando que la luz del sol bañara la habitación de mis pupilas; masajeando delicadamente la piel de las cuencas de los ojos con los nudillos, poco a poco, sin prisa.

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Aquel día una preciosa gata se detuvo frente a la puerta de la jaima, arqueando su aterciopelado lomo, dibujando una media luna con su espalda, intentando dejar atrás la pereza y la modorra del sueño.

Por algún motivo; aquella gata de ojos negros

rasgados y pelaje de color miel y noche que; como descubrimos al poco, acababa de ser mamá, escogió la cabecera de mi saco como lugar para amamantar a sus cachorros, aquellos michinos que confundí con un ovillo de lana, que no dejaban de maullar en su ausencia; hijos de un desierto felino, con el tiempo justo de aprender esas primeras lecciones de leche; por un lado, la del valor del silencio y, por el otro, la de la prudencia…

Resulta curioso comprobar cómo desde pequeñit@s, jugamos a imitar los movimientos de los animales, sus gestos, en un ejercicio de mímesis que; de algún modo, posibilita nuestro propio aprendizaje evolutivo, tomando buena nota de cada una de las distintas estrategias de supervivencia que han desarrollado las diferentes especies.

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Ya de vuelta; en la calle, me quedé mirando un

escarabajo que parecía haberse perdido en la inmensidad del desierto; se movía rápido, - supongo que para no quemarse los pies -, y apoyaba su peso alternativamente sobre sus finas patas; tal vez, para repartirlo entre todas y no hundirse en la arena… En fin; eso me pareció, supongo que a ras de suelo las cosas se veían de otra manera…

Lo cierto es que nuestr@s vecin@s en el desierto

fueron much@s otr@s; conocerles nos dio la oportunidad de aprender también muchas otras cosas…

(…) Creo que aquel pantalón de tela nunca llegó a imaginarse cómo acabaría…

Por alguna razón que no viene al caso, nuestro amigo el burro le pegó un bocado a los pantalones de

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Marta, tendidos como estaban en aquel improvisado tendedero; una cuerda de cáñamo sujeta por sus extremos a sendos troncos de palmera, la cuerda donde acostumbrábamos a tender la ropa, justo al lado de la jaima donde comíamos… Tal vez fuera eso lo que confundió a nuestro vecino…

Luis no lo dudó, lo cogió y se lo puso de pañuelo a nuestro amigo el pollino, atado al cuello, pensando que le quedaría bien.

Y acertó...

Qué elegancia, con qué arte lo llevaba; por un momento el Palmeral se transformó en toda una pasarela de moda, qué nivel…

Las gallinas se contoneaban y lucían tipo en el

corral, al otro lado de la tapia, mientras los gallos sacaban pecho y lucían la mejor de sus papadas a su paso…

Después llegaron los lagartos; acostumbrados a

pasar las horas tomando el sol sobre el asfalto de la carretera, indiferentes a nuestra presencia, dejando que el calor de la arena curtiera todavía aún más, la plata de sus escamas.

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Al ver el tumulto, se acercaron también algunas serpientes que no pasaron de la segunda fila, siempre tan esquivas, sigilosas, curiosas…

El desfile terminó como había empezado, con el

burro sobre la pasarela… A Omar se le ocurrió atarle las dos patas delanteras, dejándolo junto a la puerta, pensando que así no intentaría escapar, pero al primer descuido el animal empezó a brincar, saltando y avanzado rápido hacia el camino, rebuznando de alegría, pensando; ingenuamente, que por fin volvía a ser libre…

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Afortunada o desafortunadamente para él; - no lo sé -, Omar, que era muy rápido, salió a la carrera en su búsqueda y regresó; al poco tiempo, montado triunfante sobre su lomo, esbozando una sonrisa que delataba; en cierto modo, su sorpresa por la travesura del animal y también su propia torpeza…

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Omar era muy tozudo; testarudo, constante y perseverante, no escatimaba en esfuerzos ni cejaba en su empeño cuando se proponía algo.

El borriquillo le había dejado en evidencia delante de todos y lo que es más importante, de todas; también de ella… Omar era muy orgulloso. Por algún motivo, creo que sentía algo por aquella chica de ojos azules, que no dejaba de mirarle con incredulidad mientras le devolvía la sonrisa…

Qué le vamos a hacer… Con el tiempo se llega a comprender que de algún modo; en los triunfos de l@s otr@s, se esconden también; a veces, los fracasos más o menos pequeños de un@...

Sí; lo sé, lo aprendí de aquel burro y también de

Omar, no se le puede poner puertas al mar, los animales son salvajes, aman la libertad. La libertad es algo a lo que un@ no debe renunciar, algo por lo que un@ siempre ha de luchar…

Tal vez, quizás, aquel burro, como las gacelas y antílopes african@s, con sus saltos, sólo pretendía dar la bienvenida a la primavera…

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Queda claro; en la vida, siempre hay lugar para una

última sorpresa; como dicen en nuestra tierra…

Hasta el rabo, todo es toro Cuánta sabiduría hay en esa memoria de las

palabras de la que me hablaba Pedro…

Son muchos los buenos recuerdos que conservo de la niñez.

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Cuando todavía era un pollino mi madre me cantaba aquella canción, cuya letra decía algo así… A mi burro, a mi burro

le duele la cabeza

y el médico le ha dado

una gorrita gruesa

una gorrita gruesa

mi burro enfermo está

mi burro enfermo está

A mi burro, a mi burro

le duelen las orejas

y el médico le ha dado

un jarro de cerveza

un jarro de cerveza

mi burro enfermo está

mi burro enfermo está

A mi burro, a mi burro

le duele la garganta

y el médico le ha dado

una bufanda blanca

una bufanda blanca

mi burro enfermo está

mi burro enfermo está

A mi burro, a mi burro

le duele el corazón

y el médico le ha dado

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gotitas de limón

gotitas de limón

mi burro enfermo está

mi burro enfermo está

A mi burro, a mi burro

le duelen las rodillas

y el médico le ha dado

un frasco de pastillas

un frasco de pastillas

mi burro enfermo está

mi burro enfermo está

(…) Ahora que voy para jumento, me doy cuenta de que sigo teniendo alma de niño; alma de pollino, todavía hoy, pasados los 30 y tantos, sigo compartiendo habitación con aquel burro de corcho y cerilla que me regaló Isabel…

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Jamás olvidaré o; mejor dicho, siempre recordaré la

imagen de Aghmed mostrando orgulloso aquella herida de guerra, aquel tatuaje en su pie, la picadura de un escorpión blanco; una marca que le acompañaba desde aquella mañana en la que se le ocurriera meter el pie en la zapatilla sin mirar… Por lo visto, la picadura de los escorpiones negros es más suave; - como él mismo nos contó-. Recuerda vagamente que apenas tenía 5 años cuando sucedió aquello, pero ésa es una de esas lecciones que conviene no olvidar; ya se sabe, lo que no mata, hace fuerte y ahí quedaba la señal tatuada sobre su piel para recordárselo y poder compartir su experiencia con otr@s, afortunadamente para nosotr@s... Sintió miedo, pero también frío… Los mayores, para quitarle el susto y restarle gravedad al asunto, le decían que no había sido para tanto, que el escorpión no había llegado a picarle; que sólo le había dado una coz…

¿Una coz; los escorpiones dan coces…? – preguntó

sorprendió el pequeño Aghmed…-.

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DESIERTOs

horizonte ~ montaña ~ dromedario

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Decir que el desierto es un mar de dunas; un mar de

arena, resulta más acertado que decir que el desierto es un desierto, se ajusta más a la realidad.

En el desierto todo es arena; arena a babor, a estribor, a proa y a popa… Un@ debe tener presente que la memoria de la arena es frágil, vulnerable, pasajera; marinera.

(…) Aquel día anduve buscando las huellas de las

pisadas de los pasos que nos habían llevado hasta allí, pero no fui capaz de dar con ellas…

Sobre la arena, el rastro de nuestros latidos se tornaba todavía más fugaz si cabe. El tiempo, de la mano del viento, acostumbra a borrar todo trazo humano, las marcas que deja el pasar de la vida…

Sólo l@s más duch@s en la materia, l@s hij@s de los antiguos bereberes; l@s nacid@s bajo la estrella de Orión, l@s nómadas del desierto, son capaces de leer los caminos escritos sobre la arena. Sucede también que; a menudo, la vista no basta para ver, son otros los ojos que un@ necesita para ver; son otros los sentidos de los que se un@ ha de servirse para orientarse cuando sólo se atisban dunas en un horizonte también de arena.

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Nuestro guía había nacido bajo aquel cielo de soles y estrellas; al raso, compartía su sino con el de aquel universo de arena, confiaba en su instinto; era un nómada; un hijo de la nube…

Los nómadas pasan largas temporadas de su vida en el desierto; encuentran en él su mejor aliado.

A su vuelta, traen consigo muchas historias y

anécdotas que comparten con la gente de tierra firme, como los pescadores que regresan a puerto desde alta mar, los viejos pescadores viejos… De entre todas ellas, compartiré con vosotr@s una de las que más me impresionó…

(…) En el desierto, los eclipses de arena son muy

frecuentes, las dunas ocultan otras dunas tras de sí… De algún modo en aquel oasis, el sol había aprendido a convivir con su propia sombra.

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Uno de los más viejos, se arrodilló sobre una de las piedras que había junto al manantial y metió la mano entre el espacio que quedaba entre aquel roquedal. Para nuestra sorpresa, la sacó del agua sosteniendo en su palma una extraña flor; de aquel manantial brotaban flores de arena, pétalos de azahar, dátiles y miel.

Contaba la leyenda que aquel era el agua del mismo río que desaparecía una treintena de kilómetros más arriba…

(…) El resto del grupo reanudó también la marcha.

El movimiento coordinado de la caravana de coches era un espectáculo en sí mismo.

La búsqueda perenne de las huellas de un camino

que se borraba casi al mismo tiempo que se escribía, se tornaba cada vez más una cuestión de supervivencia para los que iban detrás…

A mitad del trayecto, de nuestra breve incursión en el Sáhara; - desierto, en árabe- , hicimos una parada para coger rúcula. Un@ no puede dejar de sorprenderse al descubrir entre la arena aquellos campos de labor, aquellos brotes, aquella tierra sembrada, en medio de un lugar donde un@ no lo espera…

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Abdú nos dio a probar unas hojas y también algunas

flores. Durante la temporada de tormentas esa parte de la montaña es muy fértil y las gentes de los pueblos vecinos, se aprovechan de esta circunstancia para cultivarlas y sacar una buena cosecha.

Resultó que el desierto no estaba tan desierto, ni era

tan desierto; los dromedarios y camellos campaban a sus anchas en las praderas, pastando los tiernos brotes de aquella misma rúcula y otras hierbas que el propio desierto les proporcionaba; mucho más generoso de lo que pudiera parecer a primera vista.

Aprendimos que camello se escribe con “ll” y que de él se aprovecha todo; su leche, su carne, su pelo, sus excrementos… Es un animal que se adapta como pocos a las condiciones del desierto, gracias a su capacidad de reserva de agua, puede aguantar sin beber largos períodos de tiempo…

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(…) El guía encontró en nuestro asombro el momento perfecto para retirarse a meditar, como las hojas de las palmeras, dejando que el viento meciera su alma…

Por mi parte; yo me quedé un buen rato allí sentado,

junto a otros compañer@s, a lomos de aquella grupa de arena, convertidos en auténticos jinetes del desierto, acariciando la arena de uno y otro lado de la cresta de la duna, dibujando con la yema de los dedos caracoles de cuarzo sobre su falda, jugando con sus granos, acunándolos sobre la palma de la mano, sintiendo su calor pero también su frío…

A un lado de aquella grupa quedaba el frío; la sombra, la arena húmeda; al otro, en la falda opuesta de aquella montaña, el sol, el calor abrasador y la sequedad del desierto. Algun@s compañer@s intentaron en vano encerrar algo de arena en una botella, pero tardaron poco en comprender que la arena; como el mismo desierto, como el tiempo, es inaprensible, infinita, incomprensible; libre…

Aquellos días en los que jugábamos con el sol a escondernos tras las dunas siempre nos acompañaran, el contraste de sensaciones pero también; al fin, equilibrio.

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6 manos, 3 generaciones, 1 mirada

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La carretera que conducía hasta Marrakech estaba en

obras, tuvimos que tomar un desvío y seguir una ruta alternativa. No fue fácil llegar hasta allí…

Con frecuencia, las piedras son empleadas como mojonas y elemento de señalización vial; una suerte de código visual a modo de baliza, el equivalente a los triángulos reflectantes que utilizamos aquí en caso de emergencia, cuando el coche se avería o la carretera está en obras.

Por el camino coincidimos con varias caravanas de camiones. Al cruzarnos con uno de ellos; salió despedida contra el firme una piedrecita de una de las ruedas que rebotó en él chocando violentamente contra el parabrisas, picándolo, pero sin llegar a romperlo.

Afortunadamente, sólo fue un susto; un chinazo,

como aquella picadura de escorpión de Ahmed; para recordarnos que; en la carretera, al volante, toda precaución es poca.

(…) Se nos hizo tarde, la noche estaba al caer y todavía no habíamos dado con un sitio para dormir. A la salida de aquel último pueblo, cerca de Uarz azat, en algún lugar del mundo a medio camino entre Zagora y

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Zaragoza, dos gendarmes, muy amables, nos indicaron entre gestos; con su mejor francés, el camino que debíamos seguir para llegar al antiguo poblado, cuya fortaleza de tierra nos habíamos propuesto visitar antes de comenzar el viaje.

Aparcamos el coche en una de las calles y echamos a andar con la esperanza de encontrar un albergue. Nos acercamos hasta una cuadrilla de chic@s que estaban jugando a la pelota para preguntar por algún alojamiento. Al parecer, no había ninguno cerca.

Ya de vuelta, cuando ya habíamos desistido de

dormir bajo techo, al pasar frente a las ruinas de la vieja fortaleza de tierra, saludamos a una pareja de mujeres que estaba recogiendo cañas.

Una de ellas, la más joven, hablaba un perfecto

francés y le contamos; - con nuestro no tan perfecto francés-, cómo habíamos llegado hasta allí. Entonces; Rita, - que así se llamaba-, nos invitó a compartir la velada con su familia.

La casa donde vivía la habitaban tres mujeres; tres generaciones, abuela, madre e hija. Eran bereberes, hospitalari@s como poc@s. Fueron muy amables acogiéndonos aquella noche. La abuela de Rita acababa

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de cumplir 100 años…; quién lo diría de alguien que se paseaba por el portal de su casa como ella lo hacía…

Me pregunto si el mimo con el que habían conservado también su antigua casa habría tenido algo que ver en eso…

La habitación donde dormíamos tenía unas vistas

increíbles; ante nosotr@s se alzaba la majestuosa vista de todo un valle, un auténtico vergel a nuestros pies… La decoración de la pieza era muy austera, pero recuerdo el detalle cuidado de la moldura de escayola del techo y la geometría y el diseño de la puerta, algo más achatada de lo habitual y pintada en un simpático color mostaza.

A la mañana siguiente, nos deleitaron con un

desayuno muy especial; un té acompañado de pastas, pasas y dulces tradicionales que ellas mismas acababan de elaborar.

Aquel té tan refrescante, con un puntito de menta y

alguna otra planta aromática que no llegamos a reconocer, tenía un toque femenino que lo hacía diferente a cualquier otro que hubiéramos podido haber probado antes…

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La miel que acompañaba el pan era tan fresca y

deliciosa que parecía como si las mismas abejas la hubieran traído hasta la mesa, hasta nosotr@s, para deleitarnos el paladar con ella en el desayuno…

La textura de la mantequilla era muy fresca, cremosa, sencillamente divina... Y es que la vaca que daba la leche a partir de la que se elaboraba; - y digo “la” por ser la única en el pueblo -, disfrutaba de su propia habitación, como una más de la familia…

Rita y su hermano, que acababa de llegar del trabajo en la capital, fueron los mejores anfitriones que jamás hubiéramos imaginado encontrar e hicieron de guías para nosotr@s. Descubrimos con sorpresa que Rita era una magnífica artesana, la presidenta de una cooperativa local de tejedoras, en la que sólo trabajaban mujeres. Fue muy amable mostrándonos cómo ella misma trabajaba en el telar; a mano, sin más ayuda que la luz del sol y la templanza de su pulso.Vendían sus productos a los turistas como nosotr@s y también en un puesto de la capital; en Marrakech.

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Aprovechamos la ocasión para pasear por las ruinas de la ancient kasbá, el viejo castillo, donde con nostalgia en su mirada, nos contó que de pequeña, solía jugar a perderse entre sus muros…

Junto a aquellas ruinas, en una suerte de habitación

adosada, se encontraba el horno de barro donde cocían el pan. Las ascuas todavía parpadeaban, el pan se hacía sobre una bandeja metálica cubierta con piedrecitas para conseguir una cocción más uniforme de la masa, para que se hiciera también por debajo y no se pegara… Camino de vuelta hacia la casa, escondida entre las piedras, fuimos a dar con una rana, que pasaba casi inadvertida; a la que casi confundimos con una piedra más del lugar, por su redondez y su particular color caqui.

Rita nos contó que de la hornada se aprovechaban varias familias, sacando un mayor provecho del calor generado para encender y atemperar el horno, de modo que los vecinos cooperaban entre sí, entre otras cosas para ahorrar en leña, un bien escaso en la zona. El horno también servía como asador los días señalados como festividad o cuando por algún motivo, se celebraba algo especial. Como curiosidad, quiso compartir un secreto con nosotr@s; el horno estaba listo para meter la masa cuando cambiaba el color de sus

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paredes… Me prometí a mi mismo recordar sus nombres para siempre pero; por lo visto, siempre es demasiado tiempo. Lo que jamás olvidaré será la hospitalidad con que aquella chica; Rita, la madre de Rita y la abuela de Rita nos recibieron; seis manos, tres generaciones, una sola mirada…

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RE_FRESCOS

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C aminando entre las dunas uno pierde la noción del

tiempo; inabarcable, el reloj parece detenerse, cada grano de arena es una fracción de segundo, un instante, un latido. Nada que ver con la densidad del tiempo a este otro lado del Mediterráneo.

(…) Como en la vida misma; el tiempo vuela, más aún si cabe, en el waiting room, la sala de espera del aeropuerto, aguardando el vuelo que me llevará de vuelta a casa…

Han pasado ya varios días desde que cruzara por última vez aquella Puerta, pero todavía llevo el desierto conmigo; no sólo su recuerdo, sino también su arena, recuerdos de arena para un tiempo de arena…

Nuestro avión desembarcó de madrugada en la terminal del aeropuerto de Barcelona; el termómetro marcaba 14 ºC; la noche era algo húmeda y empezaba a refrescar…

Lo primero que hice fue acercarme al puesto que había abierto y pedir un bocadillo de pan-tumaca; lo segundo, sentarme a escribir algunas notas sueltas, esos primeros apuntes, esos vagos esbozos que servirían como pie a este relato; - mejor o peor hilvanado…-.

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(…) El autobús de línea que salía desde cocheras, en el subterráneo del aeropuerto, nos acercó hasta el centro de la ciudad. Justo en frente de la marquesina donde nos había dejado el autobús había una parada de taxi y sin dudarlo, crucé la calle y me dirigí hacia ella, para completar mi periplo nocturno por Barna; - somos ya viejos amig@s -, hasta llegar a la estación del Norte.

Sólo había un vehículo aparcado. El conductor

estaba fuera, apoyado sobre el capó, fumando distendidamente un cigarrillo, matando el tiempo y probablemente, algo más…

La conversación se movió entre un de dónde vienes

y a dónde vas… Cuando le dije que acababa de llegar de Marruecos, que volvía de regreso a casa; a Zaragoza, quiso compartir conmigo una buena noticia, el equipo de fútbol estaba remontando, parecía que después de tantos avatares; tras una liga tan decepcionante, conseguiría mantenerse en primera, - un@ no imagina hasta qué punto las cosas pueden cambiar de un día para otro, más si cabe en esto del fútbol…-.

Eran eso de las 5:20 de la mañana; o al menos, eso decían las saetas del reloj que colgaba de una de las paredes de la Estación de Autobuses, cuando todavía las tiendas permanecían cerradas, con la persiana bajada…

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Y bajo aquel reloj, destacado en el frontal de la máquina de refrescos, un cartel de publicidad luminoso donde podía leerse:

¿Tienes sed…?

Cuánta gentileza, qué detalle… - pensé -. Sólo se me ocurrió darle las gracias al publicista y a la marca por preocuparse de uno; por esa cercanía que mostraban al tutearme, por toda esa generosidad y por su amable oferta… Creo que se les olvidó; u obviaron, - no lo sé…-, otra pregunta…

¿Tienes dinero?

En el bolsillo sólo llevaba conmigo un billete de 20

€, demasiado papel para una máquina que sólo aceptaba material achatarrable, como ella misma, monedas con la cara en relieve de algún feo o fea… Vaya, qué lástima, - me dije a mí mismo -. No llevaba nada suelto, hubiera necesitado una de 2€ para la transacción…

Tenía dinero pero no de ése, todavía tintineaban en

mi bolsillo algunas monedas; los Dirham que había traído conmigo de Marruecos…

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Qué diferencia… Qué contraste con los 46º C de M´

Hamide; aquel calor seco, pero dulce… Allí no había tantos problemas con los cambios y, para apagar la sed, bastaba con una buena raja de sandía…

Ya en el andén del muelle, sobre las 7, cogí el

autobús que me traería de vuelta a casa. Me quedé dormido, totalmente traspuesto, y el sueño me llevó de vuelta a Marrakech…

(…) Más que decir que el espectáculo está en la

calle, se diría que en Marrakech el espectáculo es la calle misma, con todas esas siluetas y el constante ir y venir de las gentes y sus sombras a contraluz…

Recuerdo que por la tarde, por 4 Dh disfruté de un delicioso zumo de naranja en compañía de Marta, Emilio y Mamen; a pie de calle, bajo la sombra del ala de un generoso toldo, en uno de los muchos puestos exclusivamente dedicados a la venta de cítricos…

(…) Caminamos sin rumbo durante horas por las calles del zoco, dejándonos llevar por la curiosidad y el tumulto de turistas ávidos por comprar los mejores regalos para l@s suy@s… Gracias a Mamen y su insistencia, dimos con la tranquilidad de una recogida

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placetuela de la ciudad, donde nos sentamos a comer algo…

En el menú, cuscús de pescado; sémola bañada en salsa de zanahoria, cebolla bien pochadita y brochetas de carne especiadas; un pincho riquísimo, - para variar…-.

Nos reencontramos con un paisaje familiar en el

plato; los granos de sémola se confundían con los de la arena de un desierto que no conseguíamos dejar atrás…

Al caer la noche, la plaza de Jma el Fnaa (Yamaa al

Fna) latía con fuerza. La plaza, como la puerta de M´

Hamide, era el corazón de una ciudad en llamas, la antesala de la gesta de todo un pueblo preparándose para una gran batalla, para esa sempiterna guerra que; era, es y será, sobrevivir cada luna al frío del sueño para batirse en duelo un día más contra el sol, contra la vida misma; implacable…

La gente mostraba orgullosa sus dientes de arena y

marfil, sus tatuajes de henna; de alheña, recorriendo salvaje la piel de sus brazos, como la sangre misma; como las buganvillas que trepan por la pared del patio de mi casa, cubriendo su rostro con matices de sombra y tiempo…

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El sonido del tam-tam se escuchaba con fuerza, las herraduras de la caballería golpeaban sin cesar el piso de asfalto; la lucha estaba pronta…

Desde la terraza de una de las teterías que asomaban a la plaza se disfrutaba del espectáculo de la vista y el olor de la plaza envuelta en fuego, en compañía de los últimos supervivientes de la expedición y; por qué no decirlo, de aquel delicioso batido de “avocato” que Emilio descubrió para mí.

Todo por 20 Dh (Dirhams), - unos 2 euros al cambio

-, aunque; en fin, ya se sabe, como dijo Machado… es de necio,

confundir valor y precio

; )

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¿Todavía sigues ahí? ¿Sabes guardar un secreto…? Cuando me pregunten, - si me preguntan-, por qué escribí esto, diré que lo hice para no olvidar; para recordar, que fue una excusa para regresar a aquella Puerta, aunque tú y yo sepamos; sí, - ahora tú también -, que más que una excusa, - que lo es -, es también un motivo… Aunque necesitaré 23 segundos más… Mustapha, Rami, Mati, Abdula, Abdo, Abdalá, Ibrahim,

Abderramán, Aisha, Francés, Moasen, Abder Khader,

Omar, Ahmed, Abu, Alí, Asis…

Con mis mejores deseos de paz / Salam

Hasta pronto, amig@s mí@s / Bislamá

rbn

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