la princesa micomico y el Árbol de la luz

22

Upload: eolas-ediciones

Post on 30-Jul-2016

215 views

Category:

Documents


1 download

DESCRIPTION

Extracto del libro "La princesa Micomico y el árbol de la luz" de Alfredo Álvarez Álvarez con ilustraciones de Joaquín Olmo.

TRANSCRIPT

la princesa micomico

y el árbol de la luz

colección arándanos

a par t i r de 7 años

La PRINCESa MICOMICO

Y EL ÁRBOL DE La LUZ

alfredo Álvarez Álvarez

EOLASi n f a n t i l

Ilustrado por

Joaquín Olmo

A Mercedes y a Marco,porque con vosotros todo tiene sentido.

La PRINCESa MICOMICO

Y EL ÁRBOL DE La LUZ

( 11 )

Escuchar

M icomico fue una princesa muy particular. Sí, ya se sabe que

todas las descendientes reales presu-men de serlo, pero ella no era como las demás. De hecho, reinó en Rebás sin ser reina, lo cual la convirtió en la única de toda su estirpe con seme-jante mérito. además, fue la sucesora del gran Elfrit XIII, uno de los más in-fluyentes de la dinastía —de los El-frit, claro—, que rigieron los destinos de Rebás durante veinte siglos por lo menos.

( 12 )

Ciertamente, el reino de Micomico no es muy conocido, ya que no suele aparecer en las crónicas antiguas o en Internet, pero eso a ella no le hubiera importado demasiado.

Por si esto fuera poco, Micomico fue una princesa cultísima, leía libros gordos, poseía un trono y un cetro de cristal y llevaba unas gafas que pare-cía que tenían las patillas por abajo pero no.

Ya su augusto padre, cuando ella contaba sólo unos meses de edad, se percató de que su sucesora era una persona con dotes extraordinarias. En concreto, el día en que pronunció, con toda nitidez, la primera palabra de su vida:

—¡Gfuá! El pobre rey quedó perplejo al es-

cuchar tal cosa y no poder compren-der ni por asomo lo que su hija quería decir. Pero, como era muy precavido, llamó al castillo a los sabios más no-tables del reino para que escucharan

( 13 )

con sus propios oídos la palabra en cuestión.

Todos acudieron raudos a la llama-da de su soberano, salvo Trascón, que era viejísimo y se disculpó porque le dolían mucho los huesos. Las conclu-siones a las que llegaron, después de haber escuchado a Micomico por lo menos cuarenta veces, fueron muy di-versas, pero ninguna concluyente.

Vamos, que no supieron desen-trañar el significado de tal expresión, a pesar de haber utilizado todos sus conocimientos sobre la materia y de haber consultado concienzudamente unas enciclopedias megagigantes que había en el desván del palacio.

Muy preocupado quedó el monar-ca durante varios días, hasta que la muchacha que se ocupaba de los cui-dados de la princesa se atrevió a decir-le, una mañana:

—Señor, con todo respeto; creo que yo, a pesar de ser solo una humil-de doncella, podría contribuir a desci-

( 14 )

frar esa expresión que tanto repite la princesa.

El soberano, que además de pru-dente sabía escuchar a todos sus súb-ditos, encontró en la sugerencia de la joven una posibilidad de resolver el enigma. Por ello, la instó a que se ex-plicara, algo que ella hizo encantada:

—Verá, majestad, en las últimas semanas he observado que su alteza repite esa palabra únicamente cuando se siente molesta por algo. Yo creo, si me permite la opinión, que se trata de una forma de protesta, una manera de expresar lo que no le gusta.

El soberano, admirado por la vive-za de la joven, ordenó que volvieran de nuevo los sabios y les hizo partíci-pes de su conversación con ella. Éstos, después de tres días de vivísimos de-bates, concluyeron que, efectivamen-te, había una posibilidad de que la doncella estuviera en lo cierto.

El rey tomó entonces tres decisio-nes de gran trascendencia para el rei-

( 15 )

no. La primera fue enviar a los sabios a sus casas. La segunda, nombrar a la doncella intérprete oficial de la prin-cesa, hasta que esta se hiciera enten-der con fluidez por todos los súbditos. Y la tercera —y más importante, sin duda—, firmar un decreto por el que se establecía que la fórmula de pro-testa general en el reino sería gfuá. Naturalmente, ello incluía tanto a ni-ños como a jóvenes, sin olvidar a las personas maduras y, sobre todo, a los abuelos y a las abuelas.

Una vez hubo firmado el rey tal de-creto, ordenó que se diera a conocer en todos los lugares del reino, inclui-dos los más apartados. Y así se hizo. Del castillo salieron emisarios a caba-llo que lo leyeron en plazas, puentes, mercados, ferias y teatros. Igualmente, se enseñó en las escuelas para que to-dos los niños la utilizaran desde su más temprana edad. Su uso se extendió por todas partes y los súbditos compren-dieron con prontitud que la princesa

( 16 )

Micomico no sería una más de la di-nastía de los Elfrit.

apenas aprendió a leer, comenzó a interesarse por las historias y narra-ciones extraordinarias. Por ello, su pa-dre ordenó que, de cada novela que se editase en el reino, debería enviar-se un ejemplar al castillo para que la princesa pudiera deleitarse con ella.

Pronto la morada real se llenó de libros por todas partes.

Los había en las cocinas.Debajo de las sillas.Y de las mesas.En las cacerolas. En los cubos. Detrás de los espejos.Y de las puertas. Encima de los cuadros.Sobre las lámparas de araña.En las macetas…Hasta que, una mañana de verano,

el rey, poniéndose la mano en la frente y muy agobiado, dijo:

—¡Esto no puede ser! Si seguimos

( 18 )

así, los libros nos van a comer. ¡¡¡Ha-brá que hacer algo!!!

aquel mismo día ordenó levantar una torre para poder colocarlos de for-ma ordenada.

La construyeron muy alta, con el fin de que la princesa pudiera ver la mayor parte del reino desde sus ven-tanas y, al mismo tiempo, consagrarse a las dos actividades con las que más disfrutaba: leer y dibujar.

así nació la primera biblioteca de Rebás.

También en esta colección:

VERSOS PaRa NIÑOSNOCTURNOS

de Ángel Fernández

© alfredo Álvarez Álvarez, 2016© de esta edición: EOLaS EDICIONES

facebook.com/EOLAS.EDICIONES

Dirección editorial: Héctor EscobarIlustraciones de cubierta e interior: Joaquín Olmo

Diseño y maquetación: alberto R. Torices

ISBN: 978-84-16613-25-0Depósito Legal: LE-172-2016

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus

titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de

esta obra.

www.conlicencia.com91 702 19 70 / 93 272 04 47

Impreso en España