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Algunos aspectos de la participación de México en la Sociedad de las NacionesAuthor(s): Manuel TelloSource: Foro Internacional, Vol. 6, No. 2/3 (22-23), La Política Exterior de México (Oct./Dec.,1965 - Jan./Mar., 1966), pp. 358-383Published by: El Colegio De MexicoStable URL: http://www.jstor.org/stable/27737241 .
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ALGUNOS ASPECTOS DE LA PARTICIPACI?N DE M?XICO EN LA SOCIEDAD DE LAS
NACIONES
Manuel Tello,
del Senado Mexicano
I
Por una de esas paradojas tan corrientes en la vida humana
?y la vida de los Estados no es sino una transplantaci?n de
aqu?lla a planos superiores? uno de los miembros m?s fieles
de la extinta Sociedad de las Naciones: M?xico, no fue invitado
originalmente a compartir los azares de su vida.
No se nos invit? debido a las supuestas condiciones de nues
tra situaci?n interna, viol?ndose as? su pacto constitutivo que
claramente excluye de la competencia de la Liga las cuestiones
que son del dominio interno de los Estados miembros. Sin embargo, justo es reconocer que no bien se hab?a come
tido ese error cuando ya se lamentaba. Fueron muchas, en efec
to, las gestiones que se hicieron para que M?xico ingresara a la
Sociedad, pero nuestro Gobierno las rechaz? cortesmente en es
pera de que se nos diera la satisfacci?n que nuestra dignidad reclamaba.
Esta satisfacci?n lleg? al fin, despu?s de una serie de nego ciaciones, el 7 de septiembre de 1931, cuando los representantes de Alemania, el Reino Unido de la Gran Breta?a e Irlanda del
Norte, Espa?a, Francia, Italia y el Jap?n presentaron a la Asam
blea un proyecto de resoluci?n que parece necesario citar in
extenso, no s?lo porque marca el principio de nuestra partici
paci?n en la pol?tica ginebrina, sino porque rompi? con las nor mas establecidas, dio amplia satisfacci?n a M?xico y constituye
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una p?gina de la historia de la Liga que no lleg? a repetirse. Este proyecto ?un?nimemente adoptado por la Asamblea
en su sesi?n de 8 de septiembre de 1931, despu?s de calurosos discursos? dice textualmente:
Las delegaciones alemana, brit?nica, espa?ola, francesa
italiana y japonesa: Considerando que M?xico no figura en el Anexo del Pac*
to, donde est?n enumerados los pa?ses que fueron invitados a suscribirlo;
Considerando que es de toda justicia que la Sociedad de las Naciones repare esta omisi?n tan contraria al esp?ritu
mismo de la Sociedad; Propone a la Asamblea que M?xico sea invitado a adhe
rirse al Pacto y a aportar a la Sociedad su preciosa colabo
raci?n, como si hubiese sido invitado desde su origen.1
A las elocuentes palabras de bienvenida de Nicolas Titu
lesco, en aquel tiempo Presidente de la Asamblea y Secretario de Relaciones Exteriores de Rumania, contest? nuestro primer representante, el licenciado don Emilio Portes Gil, asegurando que "M?xico ingresaba con ?nimo levantado y sereno, persua
dido de que su leal esfuerzo puede contribuir a facilitar la enoi me tarea que la Sociedad de las Naciones se ha impuesto5'.2
Iniciada en esta forma tan satisfactoria para M?xico su par
ticipaci?n en Ta obra de la Liga, cabe preguntar si fue un
acierto o un error haber aceptado la invitaci?n que se nos hizo. Contestar esta pregunta con un criterio actual, ser?a anti
cient?fico e injusto. En la ?poca de nuestro ingreso, la Sociedad de las Naciones distaba mucho de ser el organismo atacado de
par?lisis que fue impotente para evitar la segunda guerra mun
dial. Por el contrario, ninguna instituci?n internacional presen
taba la pujanza y daba tales se?ales de vida como la Sociedad de las Naciones. No me refiero, claro est?, al aspecto puramente
formal y decorativo de las sesiones del Consejo o la Asamblea, con la imponente teor?a de jefes y secretarios de Estado, emba
jadores, expertos de fama mundial, pol?ticos sagaces y elocuentes
oradores. Todo esto, con ser sintom?tico, era lo de menos.
Lo principal, lo que realmente daba fuerza y prestigio al
organismo ginebrino, era su intenci?n, hasta entonces no malo
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grada, de servir como instrumento moderador de la vida inter
nacional.
En unos cuantos a?os, a pesar de lo desesperadamente lento
que es avanzar en el terreno internacional, se hab?an empren
dido laudables iniciativas y obtenido positivos ?xitos, como la
integraci?n de la Corte Permanente de Justicia Internacional, la creaci?n del Instituto Internacional de Cooperaci?n Intelec
tual, la celebraci?n de diversas conferencias, la conclusi?n de los
protocolos relativos a la reconstrucci?n financiera de Austria
y de Hungr?a, y la aprobaci?n de m?ltiples instrumentos inter
nacionales, entre los que se destacan los arreglos de l?mites entre
diversos Estados europeos.
Cierto que la soluci?n de algunos de estos conflictos no fue en todos los casos obra directa de la Sociedad de las Naciones, ni dio siempre satisfacci?n completa a todas las Partes interesadas,
pero de cualquier modo, y aun considerando el arreglo pac?fico de esas diferencias como una liquidaci?n de los problemas de la
postguerra, lo cierto es que la Liga no hab?a registrado ning?n fracaso serio, y que, por el contrario, aparec?a como la ?nica
esperanza de que la convivencia internacional se desenvolviera
arm?nicamente por el sendero dif?cil, estrecho y casi inexplo rado de una
amplia colaboraci?n internacional.
Cuando M?xico ingres? a la Sociedad de las Naciones, el Pacto de Locarno era una viviente realidad y todav?a se recor
daban, en las calles de Ginebra y en los restaurantes de la Alta
Savoya y del Jura franc?s, la fruct?fera amistad de los princi pales estadistas europeos. Todav?a resonaban los proyectos idea
listas de Briand ?ut?picos y ciegos los han llamado los profetas a posteriori? proclamando la necesidad de crear los Estados
Unidos de Europa. La Comisi?n Preparatoria de la Conferencia de Desarme, venciendo miles de obst?culos, era como una pro
mesa de que la paz armada ?simple tregua pre?ada de incon
fesos proyectos de revancha? ser?a substituida por un r?gimen de confiante seguridad y de franca colaboraci?n. El art?culo 19 del Pacto ?v?lvula de escape que nunca fue utilizada? ofrec?a
la posibilidad de liquidar pac?ficamente las asperezas de ciertas situaciones.
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Ante este panorama, no era ni l?gico ni conveniente que
sigui?ramos ejerciendo el ego?sta derecho de permanecer aisla dos. La interdependencia de los Estados nos empujaba forzosa mente hacia la Sociedad y las gestiones que desde 1920 iniciaron los Estados latinoamericanos para que ingres?ramos a la Liga, eran cada vez m?s efusivas y apremiantes, al grado que plan teaban casi un problema de solidaridad latinoamericana.
Reparado el error, que con eufemismo se calificara de omi
si?n, nuestro sitio estaba en la Sociedad de las Naciones, y a?n
ahora, a pesar de sus repetidos fracasos, creo que hicimos bien
en ingresar a ella. El prestigio internacional de M?xico se ro
busteci? con nuestra actuaci?n.
II
Como confirmaci?n de la leyenda de que los hermanos nece
sitan recurrir, de vez en cuando, a fraternas disputas que estimu
len su cari?o, a principios de 1933 estall? un conflicto, a pro
p?sito del territorio conocido con el nombre de "Trapecio de Leticia" que formaba parte de Colombia, en virtud del Tratado
Salom?n-Lozano, y sobre el cual el Gobierno del Per? conside raba tener justificados derechos.
Requerido por el Gobierno de Colombia, el Consejo de la Sociedad de las Naciones, del que form?bamos ya parte,3 se avo
c? el estudio y soluci?n del problema, creando, para el caso, un
Comit? compuesto de trece miembros, entre los que se destac?, no solamente como su Presidente sino como un h?bil y convin
cente negociador, nuestro representante el doctor Francisco Cas
tillo N?jera. Gracias a los esfuerzos de este Comit? y a la buena voluntad
y madurez pol?tica que demostraron los Gobiernos de Colombia y el Per?, se lleg? a un acuerdo que, junto con los representantes
de las Partes, firm? el doctor Castillo N?jera en nombre del
Consejo de la Sociedad de las Naciones.4
Como consecuencia de ello, no s?lo cesaron las hostilidades,
sino que se confi? a una Comisi?n de la Liga la administraci?n
temporal, en nombre de Colombia, del territorio en disputa.
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quedando as? demostrada la posibilidad de que el organismo ginebrino interpusiera su influencia pacificadora sin otras miras
que las de liquidar un conflicto y permitir que las relaciones entre dos pa?ses hermanos pudiesen continuar, ya sin obst?culos ni resquemores, sobre las bases del buen entendimiento, del res
peto mutuo y de una franca amistad.
Esta Comisi?n de la Sociedad de las Naciones (que no ten?a
precedentes en la vida internacional) termin? su mandato el 19 de julio de 1934, como resultado del Acuerdo de R?o de Ja neiro, y el territorio de Leticia fue devuelto a Colombia.
El que relate en t?rminos sencillos y esquem?ticos la solu ci?n de este conflicto, no quiere decir ?lejos de eso? que las
negociaciones no fueran dif?ciles ni delicadas. Por el contrario, hubo momentos en que la conciliaci?n parec?a punto menos que
imposible, y en que se llegaron a abrigar justificados temores de que el conflicto asumiera proporciones insospechadas.
Afortunadamente el doctor Castillo N?jera ?de cuyas pre
ocupaciones fui testigo? no se desanim? ante los obst?culos ni se dej? influenciar por el pesimismo de los unos ni por la impa ciencia de los otros. Con prudencia nunca desmentida y con
tenacidad infatigable dirigi? las negociaciones, y tanto en el seno
del Consejo, como en las reuniones menos aparatosas pero sin
gularmente m?s eficaces del Comit?, y hasta en las conversa
ciones privadas, fue inculcando el convencimiento de que era
indispensable, para el prestigio de Am?rica y como l?gica conse
cuencia de la hermandad de los dos pueblos, que el conflicto fuese solucionado pac?ficamente, seg?n los dictados de la justicia.
III
Trata de resumir en unas cuantas palabras no solamente la
historia del sangriento conflicto del Chaco, latente en aquella parte de Am?rica desde principios del siglo pasado, sino tambi?n las m?ltiples gestiones que emprendi? la Sociedad para lograr que cesaran las hostilidades y Bolivia y Paraguay llegasen a un
acuerdo equitativo y justo, ser?a materialmente imposible dentro
de los l?mites forzosamente restringidos de un art?culo.
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No solamente, como lo dec?a el doctor Castillo N?jera, era
dif?cil decir cu?l de los dos Estados ten?a la raz?n, puesto que los dos ten?an razones, sino que, para usar los conceptos de otro
de nuestros representantes, el ingeniero Marte R. G?mez, "pre cisar en algunas sesiones... de qu? lado se encuentra la respon
sabilidad de la guerra del Chaco ser?a una empresa digna de Salom?n ... "6
B?steme decir, como prueba de los incansables esfuerzos de la Sociedad de las Naciones, que el Consejo se ocup? del pro blema en diecisiete de sus sesiones; que la Asamblea tambi?n lo estudi? en dos sesiones ordinarias y en una extraordinaria, y que los Comit?s y Comisiones, que con todo empe?o trataron de solucionarlo, forman una lista tan impresionante como im
posible de justificar sin un claro conocimiento del mecanismo
ginebrino.
Lo que importa en este caso, es explicar con cu?nto empe?o,
con cu?nta devoci?n para la causa de la paz y cu?nta sincera
amistad para bolivianos y paraguayos, nuestros diversos repre
sentantes unieron sus esfuerzos al esfuerzo com?n a fin de que
?para usar las palabras del doctor Castillo N?jera? se detu
viera esa carnicer?a cuyas consecuencias inmediatas y lejanas
alcanzan las proporciones de un desastre incalculable, pues "la triste y dolorosa llaga abierta en las carnes de Bolivia y del
Paraguay lastima e inquieta a toda la humanidad que siente como si una ?lcera local envenenara el conjunto de la familia de los hombres .. ."6
La soluci?n del conflicto del Chaco interesaba a M?xico en
su doble t?tulo de miembro de la Sociedad de las Naciones y de miembro de la comunidad americana, y de ah? que nuestros
delegados, principalmente el doctor Castillo N?jera, no escati maran ning?n esfuerzo.
Primero colaboraron tesoneramente en encontrar una f?rmu
la conciliatoria; luego contribuyeron no s?lo a fijar las bases
de la Comisi?n del Chaco sino que se empe?aron en que las recomendaciones de ?sta fuesen aceptadas y sirviesen de base
a un arreglo definitivo entre las Partes7 y, por ?ltimo, se mostra ron siempre dispuestos a estudiar todas las iniciativas y a presentar
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todos los proyectos que fuesen susceptibles de poner fin a la
guerra. Sinceramente convencidos de que poniendo fin a la efusi?n
de sangre se serenar?an las pasiones, colaboraron para que el
embargo sobre armas y material de guerra destinados a los beli
gerantes fuese tan efectivo como las circunstancias lo permitie
sen; pero a fin de que Bolivia o Paraguay no pudiesen consi derar que se trataba de una sanci?n o de una advertencia, el
doctor J. M. Puig Casauranc, entonces Secretario de Relaciones
Exteriores, se dirigi? a los dos Gobiernos inst?ndoles para que hicieran un supremo esfuerzo con objeto de tener un arreglo
directo e inmediato.8
Desgraciadamente, ni este ofrecimiento ni las tentativas an
teriores dieron resultados tangibles, por lo que nuestros delega dos, convencidos de que las gestiones simult?neas o
paralelas retardar?an la liquidaci?n del conflicto ?y nadie podr?a funda damente asegurar que no estaban en lo justo? pugnamos porque la Sociedad de las Naciones fuese la ?ltima y definitiva instancia.9
No hab?a en esta actitud ?claro est?? ni un apego acad?
mico a la Sociedad de las Naciones ni parcialidad para uno u
otro de los dos pa?ses, pues, por el contrario, "ambos cuentan
?como indic? en una ocasi?n el doctor Castillo N?jera? con
la simpat?a sincera, real y desinteresada de M?xico y puedo asegurar que ... cuando en nuestro pa?s leemos en los peri?di cos que uno u otro han obtenido una victoria, la consideramos
como una denota de la gran familia iberoamericana. De all?
que en nombre de esa familia ?continuaba nuestro delegado? en nombre de la simpat?a particular que M?xico siente por us
tedes, les roguemos que hagan toda clase de esfuerzos para acep
tar el informe que les ha sido sometido."10
Otro de nuestros representantes, el doctor Pedro de Alba,
aclaraba en cierta ocasi?n que "el persistente inter?s que la de
legaci?n mexicana ha demostrado porque se llegue a un arreglo
pac?fico del conflicto del Chaco, no representa una simple acti
tud personal de sus delegados en Ginebra, sino que se inspira en el sentimiento nacional de nuestro propio pa?s".11
Que nuestra aspiraci?n suprema en este caso era la recon
ciliaci?n de las dos rep?blicas hermanas, queda claramente ex
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puesto en las palabras con que el doctor Castillo N?jera dio
por terminados los trabajos de la asamblea extraordinaria que
presidi? por elecci?n un?nime ??nico caso en la historia de la
Liga? de todos los Estados all? representados: "Hago votos
?dijo? porque al reunimos nuevamente lo hagamos para fes
tejar la victoria de la paz contra la guerra".12
Esta actitud fue ratificada, posteriormente, por el ingeniero Marte R. G?mez, quien adem?s de indicar que "la posici?n de M?xico en este conflicto no puede ser ni m?s clara ni m?s sincera: se traduce por un sentimiento de cordialidad para los dos pa?ses",13 resumi? en estas palabras lo que consideraba la
principal misi?n de la Liga en aquel tiempo: "Hac?rselo comprender ?dec?a refiri?ndose al Paraguay que
hab?a dado el aviso de retiro? invitarlo a que tome nuevamente
el sitio que le corresponde en la Sociedad de las Naciones . . .
me parece una empresa particularmente digna de ser intentada
por las naciones hispanoamericanas aqu? reunidas".14
Pero todas estas laudables intenciones no dieron resultados,
y cuando el asunto parec?a estar en peligro de ser examinado a
la luz del art?culo 16, los representantes de la Argentina y de Chile anunciaron la constituci?n de una conferencia mediadora.
Ante esta perspectiva inesperada y a pesar de que M?xico no fue incluido en el n?mero de los mediadores, nuestros dele
gados hicieron votos sinceros por su ?xito final. Lo ?nico que nos interesaba ?para emplear las propias palabras que en aque
lla ocasi?n us? Salvador de Madariaga, Delegado Permanente de Espa?a?
es que se realizara el milagro aunque fuese el dia
blo el que lo hiciera. Afortunadamente no fue el diablo, sino la alta autoridad
moral de diversos pa?ses de nuestro Continente la que, despu?s de una serie de conversaciones, logr? que se firmaran, el 12 de
junio de 1935, los dos Protocolos de Buenos Aires que poniendo fin a las hostilidades permitieron la convocaci?n de una Confe rencia de Paz cuyo resultado final fue la conclusi?n, el 21 de
julio de 1938, de un tratado de paz, amistad y l?mites entre
los dos pa?ses.
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IV
De todos los problemas que ocuparon la atenci?n de la So ciedad de las Naciones durante su corta y azarosa vida, ninguno tuvo tal trascendencia internacional ni perfiles tan dram?ticos como el conflicto ?talo-etiope.
No s?lo lo tuvieron el fondo mismo del injustificable aten tado y el examen del mismo dentro del Consejo, en la Asamblea
y en el Comit? de Coordinaci?n, sino que hubo incidentes como el pat?tico discurso que pronunci? un emperador destronado y el suicidio de uno de los espectadores, en la Asamblea de julio de 1936, que arrojaron un velo de tragedia sobre las delibera ciones de los Delegados.
Iniciado este conflicto con el incidente de Ual-Ual, en di ciembre de 1934, el Consejo se ocup? de encontrar una soluci?n
aceptable para las dos Partes. Todos los recursos pac?ficos fue
ron intentados: negociaciones diplom?ticas directas, Comisi?n de Conciliaci?n y Arbitraje, Comisiones y Comit?s especiales del
Consejo, reuniones de este alto organismo en las primeras horas
de la madrugada, gestiones amistosas de los Gobiernos euro
peos, todo se hizo pero todo fue in?til, hasta que lleg? el mo mento ?7 de octubre de 1935? en que los miembros del Con
sejo y no el Consejo como tal ?distinci?n sutil que no viene al caso examinar? reconocieron que se hab?a producido una
guerra emprendida en contra de las estipulaciones del art?culo
12, y "que las obligaciones que incumben a los miembros, en
virtud del art?culo 16, se desprenden directamente del Pacto y su aplicaci?n resulta de la fe que se debe a los tratados".
Mientras se desenvolvi? el procedimiento conciliatorio, nues
tro representante, el ingeniero Marte R. G?mez, uni? su es
fuerzo al de los dem?s miembros del Consejo, pero como el resultado negativo parec?a cada vez m?s evidente, hizo notar
que nuestro Gobierno "... no piensa que la seguridad colectiva
pueda mantenerse mediante disposiciones aplicables a un solo
Continente o a una sola raza, pues todo lo que pudiera ser inter
pretado por los d?biles como una distinci?n en favor de la vo
luntad de los fuertes, resulta en contradicci?n notoria con el
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principio de la igualdad internacional invocado por los pueblos cuando se constituy? la Sociedad de las Naciones".15
Estas palabras, pronunciadas el 6 de septiembre de 1935, cuando nos encontr?bamos en v?speras de cumplir nuestro
mandato como miembros del Consejo, tuvieron ?desgraciada mente? que ser completadas por otras en octubre del mismo
a?o, cuando nuestro representante, al hacer suya, en nombre
de nuestro gobierno, la declaraci?n de los miembros del Con
sejo, en la que se reconoc?a la agresi?n de Italia en contra de
Etiop?a, indic? que "... M?xico, consecuente con el esp?ritu de justicia y de colaboraci?n internacionales en que se inspir? al ingresar a la Sociedad de las Naciones, no se sustraer? a las
responsabilidades que se desprenden de las obligaciones se?a ladas por el Pacto...", pero hizo votos porque la acci?n colec
tiva pusiese fin al conflicto "si posible por la v?a de la conci
liaci?n, que deseamos por encima de todo desde lo m?s profundo de nuestros corazones".16
Constituido el Comit? de Coordinaci?n, cuyo objeto era es tudiar cu?les sanciones, de las previstas por el art?culo 16, debe r?an ser aplicadas, M?xico fue invitado a formar parte de ?l.
Desde su primera reuni?n se vio claramente que unos Estados
no aplicar?an las sanciones y otros har?an todo lo posible porque fuesen lo suficientemente inocuas para ser ineficaces.
Esta pol?tica, que forzosamente ten?a que crear un profundo resentimiento en Italia sin salvar a Etiop?a, aun cuando algunos dudaran lo primero y creyeran lo segundo, estaba destinada a
minar irreparablemente el prestigio de la Sociedad de las Na ciones.
Tal no fue la pol?tica de M?xico. No solamente aprob? to das las medidas dictadas, y las aplic? lealmente sin la menor
hostilidad para Italia, sino que, tanto en el Comit? de Coordi naci?n como en el Comit? de los Dieciocho y en los numerosos
Subcomit?s que se crearon, colabor? abierta y sinceramente por
que se adoptasen medidas capaces de detener el conflicto.17
Si dentro de la Sociedad de las Naciones hab?a elementos interesados en el fracaso del mecanismo de la seguridad colec
tiva, tambi?n fuera de ella se hac?an gestiones porque el con
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flicto ?talo-et?ope saliese de la ?rbita ginebrina y fuese resuelto a base de consideraciones pol?ticas.
Cuando se habl? de uno de esos proyectos, nuestro delegado, el ingeniero Marte R. G?mez, indic? que: "Para conseguir una
paz duradera, tal como M?xico la concibe y tal como la concibe el Pacto, hay que prever una soluci?n equitativa, equitativa aun
para el Estado que ha roto el Pacto, pero equitativa sobre todo
para la v?ctima de la agresi?n, pues una soluci?n que no fuese libremente aceptada por Etiop?a le parece a mi Gobierno in
compatible con el esp?ritu del Pacto".18 Fracasado este proyecto, y ante la seguridad de que s?lo
determinadas sanciones podr?an salvar a Etiop?a y con ella a
la Sociedad de las Naciones, se cre? un Comit? especial para que estudiase la posibilidad de imponer un embargo sobre las
exportaciones de petr?leo destinadas a Italia. Nuestro delegado, el ingeniero G?mez, fue nombrado Presidente del Comit?19 cuyos trabajos y deliberaciones fueron arduos y delicados. Si, por un
lado, los estudios t?cnicos demostraban la posibilidad de impo ner dicha sanci?n y la eficacia que tendr?a, por el otro la posi ci?n adoptada por ciertos gobiernos no permit?a concebir gran
des ilusiones respecto al resultado final de esta tentativa. En efecto, la pol?tica de apaciguamiento, cuyos resultados
eran evidentes y con cuya responsabilidad M?xico se neg? a
solidarizarse ?en este caso concreto mediante una nota20 que
nuestro delegado, el licenciado Narciso Bassols, envi? al Presi dente del Comit? de Coordinaci?n? segu?a su camino arrolla dura y ciegamente, cobrando nuevos br?os debido a la situaci?n
europea, que por aquellos primeros d?as de marzo de 1936, revisti? caracteres de suma gravedad.
La labor subterr?nea contra las sanciones se hizo cada vez
m?s fuerte. A los Estados que desde un principio se negaron
a aplicarlas y a los que las hab?an adoptado de mala gana se
fueron uniendo muchos otros, hasta que lleg? un momento en
que toda la estructura de la seguridad colectiva no era sino
un armaz?n desvencijado que amenazaba derrumbarse estrepi
tosamente.
En esta situaci?n, se reuni? la Asamblea el 15 de julio de
1936 con el ostensible objeto de levantar las sanciones.
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Nuestro primer delegado ?el licenciado Bassols? analiz?
claramente en su discurso la evoluci?n del conflicto ?talo-et?ope y la situaci?n que, dentro de ?l, hab?a guardado el Gobierno de M?xico, e hizo notar "las preocupaciones que nos asaltan
sobre el porvenir de la rudimentaria m?quina de la paz que
trabaja en Ginebra".21
Examinando las intervenciones de los otros delegados, en
las que se achacaba el fracaso de las sanciones a la inexperien
cia, por un lado, y a la gravedad de la situaci?n mundial, por el otro, y en las que se hac?an honorables prop?sitos de enmien
da, dijo que "frente a esa soluci?n se levantan dos voces : la muy
concreta y dram?tica de los et?opes, que presentes en la Asam
blea o no, all? estar?n como espectro llamado a perturbar la
conciencia ginebrina, y que sufrir?n, con el estoicismo de las razas explotadas secularmente, una afrenta m?s en el curso
de su historia; pero adem?s hay la voz respetable tambi?n y
digna de atenci?n de quienes no solamente consideran el caso
particular que ha motivado esta reuni?n de la Asamblea, sino
que ven con incertidumbre y desconfianza la tentativa bien in
tencionada de reconstruir un sistema de principios jur?dicos internacionales, precisamente sobre las ruinas humeantes de un
fracaso, pues creen que el inmediato antecedente por fuerza
ha de influir como germen destructor de los empe?os futuros
y como ?ntima contradicci?n ineludible, que m?s o menos pronto
arruinar? la vida toda del sistema".22
Al d?a siguiente, si mi memoria no me es infiel, se reuni? la Mesa Directiva de la Asamblea con la precisa y ?nica fina lidad de proponer el levantamiento de las sanciones. Nuestro
delegado, el licenciado Bassols, envi? una nota al Presidente
de la Mesa Directiva ?de la que ?ramos miembros? y de la Asamblea inform?ndole que la Delegaci?n de M?xico "inspi r?ndose en la actitud general de su pa?s en el conflicto ?talo
et?ope y d?ndose cuenta de las decisiones y prop?sitos de la gran
mayor?a de los pa?ses reunidos en la presente sesi?n de la Asam
blea ... no participar?a en los trabajos y votaciones de la So
ciedad, en cuanto al conflicto ?talo-et?ope se refiere y durante
el tiempo que as? lo estime conveniente".-3
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370 Manuel Tello FI VI-2, 3;
El 4 de julio, como si la historia se empe?ase en deslucir un
glorioso aniversario, la Asamblea recomend? la abrogaci?n de las sanciones. Nuestro Gobierno, a su vez, las levant? por decreto
del 20 de julio de 1936, ya que, como lo dec?a el Presidente de la Rep?blica, general L?zaro C?rdenas, en su mensaje al Con
greso de la Uni?n, "s?lo ten?an sentido y justificaci?n en tanto
que conservaran su car?cter de medidas aplicadas universal
mente por los pa?ses agrupados en la Sociedad de las Nacio nes .. :>2*
En realidad, el conflicto ?talo-et?ope segu?a jur?dicamente en pie. Durante la Asamblea ordinaria de 1936 los delegados et?opes fueron recibidos gozando del beneficio de la duda, pero
m?s tarde, al reunirse una Asamblea extraordinaria para admi
tir a Egipto en la Sociedad de las Naciones (26 de mayo de
1937), hubo un intento de liquidar ?ste, para algunos, estorboso
problema. Nuestro representante, el licenciado Isidro Fabela, ante esta acometida inesperada en contra de los ausentes dele
gados de Abisinia, declar? que se opondr?a a cualquier maniobra que tuviese por objeto preparar la exclusi?n de los represen tantes de un Estado Miembro.25
Nadie insisti? y la situaci?n de Etiop?a dentro de la Liga, nunca volvi? a tratarse ni en un sentido ni en otro.
?Por qu? ?preguntar?n algunos? M?xico no sigui? en este caso la c?moda pol?tica de secundar a las mayor?as, de
jando que Etiop?a se defendiera sola en la tribuna de la Liga, como sola lo hab?a hecho en los campos de batalla?
A esta pregunta contest? el licenciado Ram?n Beteta, en tonces Subsecretario de Relaciones Exteriores, en discurso que pronunci? el 17 de julio de 1940:
Frente a las agresiones de los poderosos, la pol?tica de nuestro Gobierno ha sido clara: se ha colocado del lado de las v?ctimas. Todav?a recuerdo las censuras que se hicie ron a nuestro Gobierno cuando en el caso de Etiop?a pro test? en?rgicamente contra la conquista de ese pueblo, lle
gando hasta sostener la necesidad de imponer sanciones m?s
en?rgicas al invasor. Se nos censur? entonces porque tom? bamos el lado de un pueblo con el que no ten?amos relacio nes diplom?ticas y critic?bamos a nuestro amigo por cosas
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Oct 65-Mar 66 M?xico en la Liga de Naciones 371
que, se dec?a, a nosotros no nos afectaban. ? Qu? miopes resultan ahora tales cr?ticas a la luz de los ?ltimos aconteci
mientos: qu? f?cil le fue a M?xico, desde entonces, ver con claridad en esta contienda, a pesar de sus
complicaciones. Fue desde entonces posible vaticinar que la destrucci?n de los principios jur?dicos y su sustituci?n por la fuerza, hab?a de acabar uno por uno con los pueblos militarmente d?bi
les de Europa!26
V
La ?ltima iniciativa de reformar al Pacto fue lanzada en el
Consejo de la Sociedad de las Naciones, el 23 de junio de 1936, y recogida unos cuantos d?as despu?s, por la Asamblea, como un expediente para liquidar las sanciones que se hab?an im
puesto a Italia.
Urg?a explicar a la opini?n p?blica el fracaso de la Liga (fracaso que se debi?, m?s que a los principios mismos en que
reposaba, a la forma en que fueron aplicados: simples piquetes de alfiler sin otro resultado que el de exasperar a una gran
potencia), y como ya se hab?a venido hablando de la necesidad de reformar el Pacto, se recurri? a tal expediente con la espe ranza de contentar a tirios y troyanos. A unos con la promesa
de que se evitar?an en lo sucesivo nuevos fracasos; y a otros
ofreci?ndoles la posibilidad, m?s te?rica que real, de destruir la Liga o de limitar su campo de acci?n al .estudio de proble
mas de tan apremiante urgencia para el bienestar de la huma
nidad como la reforma del calendario. (Durante los siete a?os
y medio que estuve en Ginebra este tema figuraba inexorable
mente en la agenda de cada Asamblea, la que naturalmente
no hac?a nada al respecto).
En realidad, la reforma del Pacto no era, ni mucho menos,
un problema acad?mico que pudiera resolverse de acuerdo con
los principios m?s o menos precisos y universales del derecho
internacional. La Sociedad de las Naciones era, como actual
mente lo es su sucesora la ONU, un organismo esencialmente
pol?tico y todas las medidas que all? se adoptaban, por inocuas
que parezcan, se inspiran casi totalmente en consideraciones de
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372 Manuel Tello FI VI-2, 3
esta naturaleza. Recuerdo que Litvinoff o un miembro de la De
legaci?n sovi?tica sostuvo en una ocasi?n que inclusive en los
asuntos llamados t?cnicos no pod?a prescindirse de las conside raciones pol?ticas por ser ?stas las que regulan la vida de rela
ci?n de los Estados. (En mi concepto ten?a fundamentalmente
raz?n).
Ahora bien, si la reforma del Pacto en ?pocas normales, como se vio en 1921, era una cuesti?n sumamente intrincada, en aquellos d?as, es decir en 1936, y con tendencias tan encon
tradas resultaba punto menos que imposible de resolver. A este
respecto, y refiri?ndome al mismo asunto dec?a yo, el 22 de
agosto de 1937 en mi car?cter de Encargado de Negocios ad ?nterim de nuestra Delegaci?n Permanente, lo que sigue:
?Acaso la situaci?n mundial permite que se emprenda esta tarea? Plantear el problema es resolverlo. La vida inter nacional nunca hab?a estado, despu?s de la gran guerra,
pre?ada de tantos elementos de conflicto como ahora. El
panorama mundial es desconsolador, angustioso. La guerra,
que el Pacto quiso limitar y el Tratado de Par?s suprimir, existe en Europa y en el Extremo Oriente: guerra interna cional disfrazada de civil en el Viejo Mundo y agresiva en los confines de Asia. Los armamentos se amontonan; la ra
dio sirve para que los pa?ses se insulten los unos a los otros; el lenguaje diplom?tico ha descendido a un nivel inadmisi ble en las simples relaciones personales; el terreno econ?mico es un campo de Agramante; el Pacto no se cumple, no se
ha cumplido integralmente nunca ni ha habido la inten ci?n de hacerlo, y hasta la propia tribuna de la Asamblea
?colmo de los colmos? se aprovecha para denunciar uni
lateralmente los tratados internacionales .. .27
Aunque nos percat?bamos de que la reforma del Pacto de la Sociedad de las Naciones era imposible, no quisimos obs truir tal prop?sito, pero a fin de no pasar a la historia como carentes de visi?n pol?tica, claramente se?alamos las maniobras
que exist?an y paralizaban las mejores intenciones.
Conviene, sobre el particular, reproducir parte del discurso
del licenciado Narciso Bassols en la Asamblea de 1936:
En mi pa?s nos damos cuenta de las pugnas de intereses nacionales que paralizan, en la Sociedad de las Naciones, las
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Oct 65-Mar 66 M?xico en la Liga de Naciones 373
tendencias encaminadas a una reestructuraci?n eficaz de
este organismo. Nos percatamos que no solamente hay diver
gencias fundamentales en cuanto a las f?rmulas concretas
que habr?an de adoptarse como resultado de un estudio co
m?n, sino que han llegado a tal punto los antagonismos,
que ni siquiera parece probable que se llegue a iniciar un examen fruct?fero de los problemas esenciales, pues se em
plean los m?s sutiles y abundantes recursos dial?cticos para
conseguir que en medio de largas discusiones los verdaderos
problemas de la paz, duro es decirlo, no se discutan al fi
nal.28
M?s adelante se?alaba que,
El problema est? listo para ser estudiado en toda su am
plitud y complejidad y no obstante que lo ?nico que no
puede hacerse es no hacer nada, la Delegaci?n mexicana ve con preocupaci?n, deseando equivocarse, s?ntomas pe
ligrosos de un aplazamiento indefinido de la cuesti?n.
A pesar de esto, nuestro delegado asegur? que el Gobierno de M?xico siempre estar?a dispuesto a colaborar en la obra de
vigorizaci?n de la Sociedad para el futuro. Las pugnas que paralizaban todo intento serio en este sen
tido, se tradujeron, desde luego, en una controversia, sobre si era
conveniente o no invitar a los Estados no miembros a que parti
ciparan al estudio de la reforma del Pacto. Nuestra tesis a este
respecto, fue expuesta por nuestro delegado permanente, el li
cenciado Isidro Fabela, en los siguientes t?rminos:
Por lo que respecta a la universalidad,... M?xico la desea
vivamente, pero a condici?n de conseguirla sin sacrificar
los principios fundamentales del Pacto. Entre las dos tenden cias opuestas, es decir, la de una Sociedad coercitiva pero no universal, y la de una Sociedad no coercitiva pero uni
versal, mi Gobierno acepta desde luego la primera, porque, de hecho, la segunda no ser?a sino un aere?pago impotente por su propia naturaleza para garantizar la seguridad y per
petuar la paz...29
En realidad, el tan discutido problema de la universalidad no era sino un s?ntoma del descorazonamiento, de la indiferencia,
de la inercia y de los antagonismos que exist?an en Europa y
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374 Manuel Tello FI VI-2, 3
que, l?gicamente, se reflejaban en la Sociedad de las Nacio nes.
M?s que reformas de procedimiento lo que se requer?a era la firme voluntad de defender los principios de la seguridad co
lectiva, y as? lo expuso el licenciado Isidro Fabela, al indicar
que "... si al producirse las tres crisis fundamentales de la So
ciedad de las Naciones el Pacto se hubiera respetado y aplicado estrictamente, las violaciones de que ha sido objeto se habr?an evitado y la paz ser?a un hecho. Sin embargo, a?n es tiempo de prevenir mayores males agrup?ndonos alrededor de nuestra
ley constitucional, no con la idea de reformarla sino con el ?ni mo de cumplirla".30
A pesar de que la idea de convertir a la Sociedad de las Na ciones en un organismo no coercitivo o condicionalmente coer
citivo no ten?a ninguna posibilidad de traducirse en una reali
dad jur?dica, todav?a en la Asamblea de 1938 se present? un
proyecto en cuya virtud la aplicaci?n del art?culo 16 resultaba condicional. M?xico no acept? tan arbitraria interpretaci?n del
Pacto y nuestro delegado, el licenciado Primo Villa Michel, ex
puso la posici?n de nuestro Gobierno en los t?rminos siguientes:
M?xico no pugna por conservar f?rmulas que se acomoden
a sus intereses o a sus problemas propios, actuales o futu ros ... M?s que reclamar el mantenimiento de un derecho
reconocemos nuestras obligaciones solidarias en el concierto
de la vida internacional... Tampoco somos insensibles a la
presente gravedad de los problemas europeos, ni desestima
mos la ansiedad justificada que su evoluci?n suscita en todos
los Gobiernos. La comprendemos. La compartimos, pero no
estamos convencidos de que el solo hecho de mantener el
Pacto agrave esos problemas ni que el debilitamiento org?nico de la Liga llegue a resolverlos.81
No s?lo los acontecimientos inmediatos posteriores nos die
ron la raz?n, sino que tambi?n, en cierta forma, nos la da la
actual estructura jur?dica en que se basan las Naciones Unidas,
en lo relacionado al sistema de la seguridad colectiva, que aun
cuando no es igual al que figuraba en el Pacto s? tiene muchos
puntos de contacto.
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Oct 65-Mar 66 M?xico en la Liga dje Naciones 375
VI
Paso ahora a rese?ar sucintamente nuestra actuaci?n en el
caso de Espa?a, en el que nos encontramos casi solos (no solos
como exageradamente se ha dicho), en defensa de los leg?ti mos intereses del Gobierno Republicano.
Fue tan grande la hostilidad para los que despectivamente eran llamados "los rojos", que muchos se negaron a admitir
que la sublevaci?n militar espa?ola ten?a implicaciones, y no solamente ideol?gicas, que la hac?an caer claramente dentro del dominio de la pol?tica internacional y, por lo tanto, dentro de la jurisdicci?n de la Sociedad de las Naciones.
Fue in?til que nuestro primer delegado a la Asamblea or dinaria de 1936, el licenciado Narciso Bassols, hiciera notar
que respecto al caso de Espa?a "como trat?ndose de los con
flictos directos de dos Estados entre s?, las normas internacio nales deben ser observadas escrupulosamente bajo la vigilancia activa y certera de este organismo regulador de la convivencia
mundial, pues de otra suerte, o se cae en la soluci?n injusta
de privar de medios de defensa leg?timos a un gobierno que s?bitamente se ve combatido en su propio suelo por fuerzas
que se oponen con las armas al desenvolvimiento normal de
las aspiraciones populares, y esto solamente para evitar posi bles complicaciones de orden internacional; o ante la falta de
principios y l?mites comunes a todos los pa?ses, se deja la puer ta abierta una perniciosa desnaturalizaci?n de la lucha civil. . ."32
Fue in?til que el ingeniero Eduardo Hay, entonces titular de nuestra Canciller?a enviara una nota al Secretario General de
la Sociedad de las Naciones se?alando:
M?xico estima, asimismo, que la neutralidad invocada con
motivo del conflicto espa?ol debe interpretarse conforme a
los nobles principios establecidos por la Liga en su Pacto constitutivo y que procede hacer extensiva a casos de rebe
li?n, como el de Espa?a, la clara separaci?n que existe entre
los Gobiernos agredidos... y los grupos agresores... pues es a todas luces inconveniente que un gobierno constituido,
cualesquiera que sean sus caracter?sticas ?si por sus or?genes
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376 Manuel Tello FI VI-2, 3
representa leg?timamente la voluntad nacional? quede a
merced de una facci?n apoyada por elementos extra?os a la
vida nacional y las tradiciones pol?ticas del pa?s.
Respecto a la pol?tica llamada de no intervenci?n, la misma nota indicaba
.., que la forma y el tiempo en que se ha intentado po nerla en pr?ctica.
. . no han tenido otra consecuencia que la de restar a Espa?a una ayuda que, conforme al Derecho
Internacional, el Gobierno leg?timo de dicho pa?s l?gica mente podr?a esperar de aquellos que cultivan con ?l rela
ciones diplom?ticas normales.33
Fue in?til tambi?n, que nuestro representante en la Asamblea
de 1937, el licenciado Fabela, subrayara la improcedencia de considerar el conflicto de Espa?a como un incidente de pol?tica interna y de substraerlo por lo tanto, a la jurisdicci?n de la
Liga. A los que pretend?an que la Sociedad de las Naciones de ber?a abstenerse para no convertirlo en una hecatombe de pro
porciones mundiales, les contestaba lo siguiente: "En primer
lugar, creemos que si, al iniciarse la intervenci?n extranjera en
Espa?a, en vez de ignorarse la realidad se acepta con la conse
cuencia l?gica e inmediata de la aplicaci?n rigurosa del Pacto, la intervenci?n extranjera habr?a cesado y la Sociedad de las
Naciones, al defender los principios del derecho de gentes, ha br?a alcanzado un resonado triunfo. En segundo lugar, en vez de
decir que se ha evitado la guerra ?no ser?a m?s justo afirmar
que se prolong? en Espa?a y se aplaz? en Europa?34 En el discurso que pronunci? en la Sexta Comisi?n de esa
misma Asamblea se refiri? con evidencia apod?ctica a la inter
venci?n de esos "elementos extra?os a la vida nacional y a las
tradiciones poli ticas del pa?s" mencionados en la nota de la
Secretar?a de Relaciones Exteriores. Hizo un cerrado an?lisis ju r?dico del caso e indic? que "sin que pueda contradec?rsenos
seriamente, podemos asegurar que existe en Espa?a un ej?rcito
extranjero perfectamente organizado, con sus jefes respectivos,
tambi?n extranjeros. . .""'"' ; y a los que tratando de cubrir la
realidad con ficciones, afirmaban que eran voluntarios, les re
cordaba la norma consagrada en el Tratado de Londres seg?n la
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Oct 65-Mar 66 M?xico en la Liga de Naciones 377
cual es un hecho constitutivo de la agresi?n "el apoyo dado a bandas armadas, que formadas en territorio extranjero, inva
den el territorio de otro Estado". Citando exclusivamente a tratadistas italianos demostr? la
responsabilidad en que hab?a incurrido el gobierno de Mussolini al intervenir en la lucha civil espa?ola, y con un claro apoyo en el Pacto de la Sociedad de las Naciones, en el tratado Bryand Kellog y en otros instrumentos internacionales, sin omitir la Convenci?n sobre Deberes y Derechos de los Estados en Casos de Luchas Civiles, suscrita en La Habana el 20 de febrero de
1928, subray? la injusticia que se comet?a con el Gobierno Re
publicano espa?ol al privarlo de los medios de leg?tima de fensa.
Fue in?til tambi?n que, posteriormente, en la asamblea de
1938, el licenciado Primo Villa Michel, al referirse a la solici tud espa?ola que se limitaba a que la llamada pol?tica de no intervenci?n fuese aplicada conforme a los principios del De recho Internacional, hiciera notar que "una reivindicaci?n tan
justa, que se impone por s? sola y que sorprende por modesta,
ha sido invariablemente postergada para confiar a los azares de
una pol?tica ineficaz, colocada fuera de la Liga, la suerte de un Estado miembro y los destinos de la seguridad colectiva..."
De nada sirvi? que todos nuestros delegados ?inclusive el autor de estas l?neas? se?alasen el peligro que para la paz del mundo significaba el caso de Espa?a. Como si los dioses se hu bieran propuesto perder a las democracias europeas, no se quiso reconocer que el conflicto era el pr?logo de la Segunda Guerra
Mundial, o mejor dicho el primer incidente de ella. En los debates de la Asamblea y de la Sexta Comisi?n estu
vimos acompa?ados por un peque??simo n?mero de delegacio nes que sustentaban el mismo criterio que el nuestro; pero no
puede decirse que hayamos sido derrotados, pues nunca se des
truyeron los argumentos de todos aquellos que defend?amos la causa de la Rep?blica Espa?ola, no tanto por sus incuestionables
or?genes democr?ticos, sino porque atentaban en contra de ella
fuerzas extranjeras. En otras palabras conden?bamos la inter
venci?n y en esto no hac?amos sino seguir la tradicional pol? tica de M?xico. Desgraciadamente el caso de Espa?a, dentro
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378 Manuel Tello FI VI-2, 3
de la Liga, estaba perdido desde el primer momento. Lo adver timos claramente, pero estim?bamos que la lucha por el triunfo del derecho y la justicia ten?a un valor intr?nseco, independien te del resultado que impon?an contingencias pol?ticas que a na die escapaban.
VII
Con la misma l?gica con que un cuerpo de bomberos se abs
tendr?a de acudir r?pidamente a extinguir un incendio ante el temor de las llamas, la Asamblea ordinaria de 1939 que deber?a haberse celebrado durante el mes de septiembre, se aplaz? inde finidamente debido a la guerra, y s?lo se reuni?, el 11 de di
ciembre, como consecuencia de la agresi?n de la Uni?n Sovi? tica en contra de Finlandia, pero sin que de sus deliberaciones se desprendiese que el mundo era v?ctima de otra conflagraci?n
m?s vasta.
Solamente la muda presencia de Paderewski era como una
vigorosa acusaci?n en contra de la Liga por no haber salvado a su patria de la agresi?n hitleriana.
La clamorosa protesta que suscit? el ataque de la URSS en contra de Finlandia se reflej? claramente en la actitud de las
delegaciones. Por lo que ata?e a la de M?xico ?que tuve la
honra de presidir? resultaba congruente no solamente con los
elementos de juicio que ten?amos a nuestra disposici?n, sino
tambi?n con la postura que hab?amos asumido en casos ante
riores y, m?s concretamente, con las palabras del se?or Presi
dente don L?zaro C?rdenas de las cuales me parece indispen sable citar las siguientes: "Es il?gico y contrario a la dignidad humana que pa?ses de esta calidad superior no puedan disfru tar pac?ficamente de los beneficios de su adelanto y de su amor a la libertad".
Reunida a solicitud del Gobierno finland?s, que invocaba los art?culos 11 y 15 del Pacto, la Asamblea de la Sociedad de las Naciones, que en conflictos anteriores hab?a tardado meses
en pasar de un p?rrafo a otro de un mismo art?culo de su ley
constitutiva, en esta ocasi?n procedi? con una rapidez que no
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Oct 65-Mar 66 M?xico en la Liga de Naciones 379
puede decirse, sobre todo en vista de acontecimientos posterio
res, que haya sido de lo m?s afortunada. En el caso de Finlandia ?tan di?fano y puro de por s?
mismo? se movieron intereses y pasiones ajenos por completo al fondo mismo del problema y ajenos tambi?n a la verda dera causa de Finlandia, que invocaba la conciliaci?n como el mejor expediente para resolver un conflicto que aislada no
pod?a afrontar, pese a la heroicidad de sus hijos y la justicia de su causa. No tan solo antes y durante los debates de la Asamblea
los delegados finlandeses pugnaban porque se encontrase una
f?rmula conciliatoria, sino que, adem?s de abstenerse de votar
la exclusi?n de la Uni?n Sovi?tica, despu?s de que ?sta se con
sum?, el Ministro de Relaciones Exteriores de Finlandia se di
rigi? por radio al se?or Molotov pregunt?ndole: "?Est? usted
dispuesto a reanudar las negociaciones? Le suplico me conteste
por el mismo medio de que yo me sirvo..."
Las negociaciones que deseaban los finlandeses, y que se hu biesen podido emprender dentro del marco de la Sociedad de las Naciones, eran ya imposibles pues la Uni?n Sovi?tica hab?a sido excluida de la Liga, a pesar de las abstenciones de Bulgaria, China, Dinamarca, Estonia, Finlandia, Grecia, Letonia, Litu?
nia, Noruega, Suecia, Suiza y Yugoslavia. Por lo que ata?e a M?xico indiqu? textualmente :
"Consideramos que la convivencia internacional, mientras la
humanidad no llegue a eliminar las causas profundas que hacen
posibles las guerras, s?lo se lograr? mediante la observaci?n es
tricta de las normas del Derecho Internacional depuradas a tra v?s de los siglos. En el presente caso ?continuaba m?s adelan
te? M?xico ha pesado serenamente todos los elementos del conflicto sin m?s pasi?n que la que le inspira el principio b?si co intangible del respeto a la soberan?a y a la integridad terri torial de los Estados." Y luego, despu?s de citar los instrumen tos internacionales que hab?an sido violados, indicaba que "m?s
que un caso jur?dico es para nosotros un caso de conciencia",
pues "si los pa?ses d?biles, que lejos de ser una amenaza para la tranquilidad internacional son, por sus instituciones interiores,
fuente de estabilidad y de progreso, se ven constantemente ame
nazados en su independencia pol?tica y en su integridad terri
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380 Manuel Tello FI VI-2, 3
torial, no solamente la Sociedad de las Naciones perder? su pri mordial raz?n de ser, sino que las bases mismas de la civilizaci?n
moderna quedar?n irremediablemente comprometidas".50 En nombre del Gobierno de M?xico reiter? nuestra com
pleta simpat?a por la causa de Finlandia; hice votos porque se le diese toda la ayuda a que ten?a derecho; y asegur? que
"siempre que M?xico, como miembro de la comunidad inter
nacional, se vea en el penoso deber de juzgar los desborda
mientos abusivos de la fuerza, tendr? la misma actitud y ser? tanto m?s categ?rico cuanto mayor sea la desproporci?n de los Estados en conflicto."
Respecto al problema de la exclusi?n, indiqu? que era un
atributo exclusivo del Consejo, pero a?ad? que "no habiendo ni
siquiera considerado la exclusi?n en ocasiones anteriores, no
podr?a, por su parte, aprobar esta sanci?n extrema que supri
me, adem?s, toda posibilidad de encontrar, dentro de la Socie dad de las Naciones, una soluci?n pac?fica favorable a Fin landia".
Resumiendo la actitud de M?xico en este conflicto, puedo asegurar que se inspir? exclusivamente en un deseo de ser ?til a la causa de Finlandia, por estar plenamente convencidos de
que la Sociedad de las Naciones se cre?, m?s que para castigar al agresor para ayudar a su v?ctima.
Las numeros?simas abstenciones registradas en la Asamblea
y los acontecimientos posteriores demuestran que, en esta vez
como en las anteriores, la raz?n estaba de parte nuestra.
Al se?alar como acabo de hacerlo los principales aspectos de nuestra pol?tica dentro de la Sociedad de las Naciones, m?s
que un an?lisis de aqu?lla he preferido deliberadamente extrac tar constantemente los discursos de nuestros delegados, ya que en esta forma queda demostrado, en mi concepto, c?mo a pe sar de las diferencias de sus temperamentos respectivos, se pro
sigui? siempre la misma l?nea de conducta: la pol?tica de M?
xico, invariable en las directivas que le inspiran los principios permanentes de nuestra conducta internacional.
Consciente de su responsabilidad hist?rica, el Gobierno de M?xico se neg? sistem?ticamente, como miembro de la So ciedad de las Naciones, a considerar como casos de especie, y
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Oct 65-Mar 66 M?xico en la Liga de Naciones 381
a aplicarles distinto criterio, a los problemas cuyo estudio y soluci?n fueron del dominio del Consejo o la Asamblea, sin
que se debiera esta actitud a un desconocimiento de los vicios, debilidades y limitaciones del organismo ginebrino, sino al con vencimiento profundo de que la pol?tica de compromisos, de
equilibrio de fuerzas, de h?biles componendas y de punibles abstenciones desencadenar?a fatalmente la grav?sima tormenta
que se incubaba en Europa. Sin ning?n inter?s particular que defender, sin ambiciones
pol?ticas o territoriales que le restasen valor a su actuaci?n,
el Gobierno de M?xico, mirando siempre por el bien com?n, se inspir? en una interpretaci?n honrada de las obligaciones que voluntariamente hab?a adquirido.
Aun cuando se daba cuenta de que la actitud de la Socie dad de las Naciones iba lenta pero irremediablemente forjando su propio debilitamiento, el Gobierno de M?xico no quiso adop tar una actitud de indiferencia y concretarse a la soluci?n de sus problemas directos, sino que, por el contrario, ni rehuy? res
ponsabilidades ni se uni? a las voces ego?stas que aconsejaban una pol?tica de silencio ante las constantes violaciones del de recho.
No fue, claro est?, un optimismo irreflexivo ni un apego acad?mico a f?rmulas jur?dicas los que dictaron nuestra conduc
ta. Fue nuestro amor a la paz, a la soluci?n pac?fica de los con
flictos entre los Estados, a la necesidad de establecer la convi vencia internacional sobre bases de respeto mutuo y de franca
y leal colaboraci?n las que tuvimos siempre en cuenta.
Es reconfortante pensar que esta pol?tica ?la pol?tica de
M?xico? sigue siendo la norma de nuestra actitud en el orga
nismo cuya Carta concertamos en San Francisco: las Naciones
Unidas.
NOTAS
1 Soci?t? des Nations, Journal Officiel. Suppl?ment Sp?cial, num? ro 93. Gen?ve, 1931.
2 Soci?t? des Nations, Journal Officiel. Suppl?ment Sp?cial, num?
ro 93. Gen?ve, 1931. 3 Soci?t? des Nations, Journal Officiel. Suppl?ment Sp?cial, num?
ro 104.
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382 Manuel Tello FI VI-2, 3
4 Con este motivo nuestro representante, el se?or doctor Francisco Cas
tillo N?jera, pronunci? un discurso cuyo texto figura en el Diario Oficial
de Sociedad de las Naciones correspondiente al mes de julio de 1932. 5 Soci?t? des Nations, Journal Officiel. Suppl?ment Sp?cial, num?
ro 134. s Una voz de M?xico en el Extranjero. Discursos y alocuciones del
doctor Francisco Castillo N?jera. 7 Soci?t? des Nations, Journal Officiel, Juillet 1934. s Soci?t? des Nations, Journal Officiel, Juillet 1934. ?
Op. cit. io Soci?t? des Nations, Journal Officiel, Juin 1933. 11 Soci?t? des Nations, Journal Officiel. Suppl?ment Sp?cial, num?
ro 132. i2 Soci?t? des Nations. Op. cit. 13 Soci?t? des Nations, Journal Officiel. Suppl?ment Sp?cial, num?
ro 140. 14 Soci?t? des Nations, Journal Officiel. Suppl?ment Sp?cial, num?
ro 134. is Soci?t? des Nations, Journal Officiel, Noviembre 1935. 16 Soci?t? des Nations, Journal Officiel. Suppl?ment Sp?cial, num?
ro. 161. 17 Ver los suplementos especiales n?meros 145, 146, 147 y 150 del
Diario Oficial de la Sociedad de las Naciones. 18 Soci?t? des Nations, Journal Officiel. Suppl?ment Sp?cial, num?
ro 147. i? Memoria de la Secretaria de Relaciones Exteriores, 1934-1935 y
1935-1936. 20
Suplemento Especial n?mero 148 del Diario Oficial de la Sociedad
de las Naciones. 21 Soci?t? des Nations, Journal Officiel. Suppl?ment Sp?cial, num?
ro 154. 22 Soci?t? des Nations, Journal Officiel. Suppl?ment Sp?cial, num?
ro 154. 23
Op. cit. 24 Memoria de la Secretaria de Relaciones Exteriores, 1936-1937. 25 Soci?t? des Nations, Journal Officiel. Suppl?ment Sp?cial, num?
ro 166. 26 Versi?n taquigr?fica de El Nacional, M?xico, D. F. 27 Manuel Tello, Apuntes sobre la Reforma del Pacto de la Socie
dad de las Naciones. 28 Soci?t? des Nations, Journal Officiel. Suppl?ment Sp?cial, num?
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