la pantaloneta

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Pornografía Por: Juancarlos Escobar R. Qué chistoso, debí haber estado pensando en mamá y sus sabios consejos: recibidos en forma de gran torrente de palabras, una a una tejidas a mano comúnmente conocido como “cantaleta”, que tuve ese descuido. En fin, me dije, no pasa nada. Es que cuando uno acaba de salir de la piscina y siente esa agradable sensación de frescura y satisfacción interna, es como si el cuerpo mismo estuviera dándote las gracias, las bendiciones por haberlo dejado estirarse, encogerse, menearse, desplazarse y transpirarse en esa agua cristalina y no sobre la piel misma. El caso es que salí del agua de buen genio directo a mi casillero; los baños estaban cerrados y toda la ropa que una hora antes había guardado en ese rectángulo de metal sin chapa – porque es difícil encontrar casilleros en buen estado y más cuando hablamos de universidad pública – yacía ahora sobre unas bancas de madera mojadas y con rastros de moho en sus resquicios más recónditos. Agarré la mochila, relajado -cómo no estarlo luego de nadar y nadar y…-; agarré la mochila como decía y comencé la búsqueda de un lugar cerrado donde pudiera quitarme la pantaloneta mojada, de lycra, que me llegaba hasta las rodillas y comenzaba a trasmitirme por los poros el frío del agua al contacto con la intemperie. Les digo de nuevo que debió ser por la consagrada y sin falta “cantaleta” mental de mi madre que decidí salir aletargado en busca de un baño y una ducha. Dejé la mochila con mi ropa y todas mis cosas en la banca mohosa donde la había encontrado. No me demoro, me dije, como para cerciorarme de que nada podía pasar. Llevé también ropa interior y mi jabonera con la intención de quitarme el cloro de encima. La facultad era muy grande. Sabía que en el segundo piso habían baños con duchas porque a esos médicos les gusta estar bien limpios y aseados, incluso antes y después de un difícil parcial. Subí por la escalera, de suerte nadie las usaba pero al llegar al

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PornografaPor: Juancarlos Escobar R.Qu chistoso, deb haber estado pensando en mam y sus sabios consejos: recibidos en forma de gran torrente de palabras, una a una tejidas a mano comnmente conocido como cantaleta, que tuve ese descuido. En fin, me dije, no pasa nada.Es que cuando uno acaba de salir de la piscina y siente esa agradable sensacin de frescura y satisfaccin interna, es como si el cuerpo mismo estuviera dndote las gracias, las bendiciones por haberlo dejado estirarse, encogerse, menearse, desplazarse y transpirarse en esa agua cristalina y no sobre la piel misma.El caso es que sal del agua de buen genio directo a mi casillero; los baos estaban cerrados y toda la ropa que una hora antes haba guardado en ese rectngulo de metal sin chapa porque es difcil encontrar casilleros en buen estado y ms cuando hablamos de universidad pblica yaca ahora sobre unas bancas de madera mojadas y con rastros de moho en sus resquicios ms recnditos. Agarr la mochila, relajado -cmo no estarlo luego de nadar y nadar y-; agarr la mochila como deca y comenc la bsqueda de un lugar cerrado donde pudiera quitarme la pantaloneta mojada, de lycra, que me llegaba hasta las rodillas y comenzaba a trasmitirme por los poros el fro del agua al contacto con la intemperie.Les digo de nuevo que debi ser por la consagrada y sin falta cantaleta mental de mi madre que decid salir aletargado en busca de un bao y una ducha. Dej la mochila con mi ropa y todas mis cosas en la banca mohosa donde la haba encontrado. No me demoro, me dije, como para cerciorarme de que nada poda pasar. Llev tambin ropa interior y mi jabonera con la intencin de quitarme el cloro de encima.La facultad era muy grande. Saba que en el segundo piso haban baos con duchas porque a esos mdicos les gusta estar bien limpios y aseados, incluso antes y despus de un difcil parcial. Sub por la escalera, de suerte nadie las usaba pero al llegar al piso mencionado me estrell con las primeras miradas, miradas de futuros cirujanos, de especialistas en ortopedia, de dentro de poco costosas pediatras, de traumatlogos, en fin Yo solo observaba que me observaban, y sonrea dentro de m. Ese bao tambin estaba cerrado.Me devolv por donde vine, ascend de nuevo con mis pantaloncillos en la mano, mi jabonera en la otra, mis chanclas en los pies y mi pantaloneta de bao dejando un fino reguero de gotas transparentosas que se invisibilizaban de inmediato al posarse sobre las baldosas blanco ncar. Estaba tranquilo, ms que nunca.En el tercer piso se repiti de nuevo lo acontecido minutos antes solo que esta vez se le sumaron las risitas y las miradas pecaminosas de las empleadas de servicio. Si tan solo las bellas neurlogas del tercero me vieran as! Si tan solo las profesoras mdicas, tan bien conservadas y operadas por sus colegas cirujanos, comentaran algo medianamente libidinoso de m con su colega de al lado! No s porqu pero senta ms reprobacin en los ojos de mis compaeros hombres. Lo mismo que en el piso de abajo y la piscina. Este tema del bao comenz, al fin, a impacientarme. Por suerte no tena reloj que me apurara de verdad.Baj raudo por el ascensor, por primera vez sent incomodidad: esa caja de lata tan pequea y destartalada, los cuerpos tan cercanos unos a otros. Confieso que tuve que acercar mi hombro, hmedo todava, al brazo encamisado de una linda chica primpara. Vaya susto que le dio, de esos sustos que se te contagian de inmediato y generan vergenza. Los que me vean en el ascensor al abrirse la puerta, esperaban mejor a que bajara para entrar. Comenc a caminar rpido no ms llegu al primer piso, saba que en la facultad de enfrente, ni tan enfrente a decir verdad, haban baos. Una especie de optimismo sin fundamento se apoder de m y no dej asomar ni un rastro incertidumbre, ni siquiera me dej pensar lo conveniente que hubiera sido ir por mi ropa, vestirme en alguna esquina medio oscura, o pedirle al de la tienda de la piscina que dejara cambiarme detrs de su puesto de comidas rpidas y ricas en grasa. No, solo quera seguir caminando impulsado por el vientecito que soplaba tmido a esa hora de la tarde y por los restos de mi alegra acutica que se corroan con los minutos.Sal del bloque y afuera haban unas tres veces ms ojos que dentro, stos ya no tenan la seriedad y rectitud que se le exige a un buen mdico, stos quin saben de dnde eran y sus murmullos, risitas, carcajadas y hasta gritos insolentes contra mi humanidad me enrojecan tal cual como si mi cara fuera un termmetro de vergenza y estuviera a punto de reventar. La lozana de mi piel blanca, jubilosa y remojada por el agua se fue degradando a un rosado, un rojo carmes, un rojo sangre. Me haba convertido en un autmata, o lo que se le pareciera. No razonaba, no me atreva siquiera volver atrs con tal de no darles la cara roja a los risueos que hacan su agosto conmigo. Tampoco saba qu hacer, no me atreva tan solo a pensar que ese otro bao al que iba pudiera estar tambin cerrado. Pero un pensamiento (imaginen una saeta que se clava justo en mitad del pecho, durante el transcurso de una guerra, y te petrifica por completo), detuvo mi andar apurado y vacilante: en el momento en que yo entrara a ese bao, al que iba tan urgido y me cambiara, y me quitara el cloro con esa barra de jabn que sostena en mi mano derecha; en ese momento yo saldra de all en pantaloncillos, esta vez con la pantaloneta mojada de bao en mi mano arrojando al descuido sus ltimas goticas; y los pantaloncillos, s, esos mismos que me compraba mi madre hasta cuando ya era grandecito seran mucho ms pequeos que la pantaloneta que por lo menos me llegaba hasta la rodilla; y esta misma ropa interior me dejara al descubierto la mitad del muslo, mi piel blanca, los vellos que cubran levemente mis piernas pero que esta vez descubriran an ms mi triste existencia. El mundo me daba vueltas, las imgenes, los murmullos, las risitas, las personas que desfilaban estupefactos frente a m, todo giraba. No s cunto estuve en ese estado de estupefaccin, o mejor, estupidizacin dadas las circunstancias. Solo s que una mano rgida me tom del brazo, haba una condena en su cara. El guardia de seguridad me llev a rastras hasta su puesto de control, me hizo entrar para que no diera ms un bochornoso espectculo, y dijo que llamara de inmediato a la polica mientras deca cunto me detestaba en cada una de sus miradas, miradas que no se despegaban de mi cuerpo casi desnudo, y sobre todo de mi pantaloneta. Su voz no se pareca a la de una cantaleta maternal, su presencia, cada vez ms invasiva, creca y creca en esa pequea caseta de seguridad -de vidrios oscuros, afiches de mujeres desnudas pegado en las paredes y puerta asegurada con llave- y no haca ms que poner a los vellos de todo mi cuerpo erizados, puntiaguados, temblorosos, pasajeros expectantes en una noche en la que solo ellos parecan comprender lo que habra de pasar.