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La palabra de Dios como cuchillo Dorita Nouhaud Université de Bourgogne Los hemos de combatir peleando contra ellos con los testimonios de la Escritura y de la verdad y berilios con el cuchillo que es la palabra de Dios. B. de Las Casas, Controversia. Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas y las ha escrito; y sabemos que su testimonio es verdadero. Juan: 21, 24. Cuando Bartolomé de Las Casas regresa a España el 6 de octubre de 1515, tras una primera estadía de trece años en las Indias occidenta- les como clérigo encomendero, inicia concretamente su militancia de “apóstol de los nuevos gentiles”, militancia que llevará adelante por espacio de medio siglo, alternativamente ubicado en América y en España. Según recientes investigaciones biográficas, la muerte, suce- dida en 1566, lo recogió a los 82 años de edad y no a los 92 como se había venido creyendo hasta entonces. Con todo, el texto de La Brevísima que contemplaremos a continuación, escrito en 1542, pu- blicado en Sevilla en 1552, corresponde a la edad madura, revestido así mismo del peso de la experiencia misionera y administrativa, y de la autoridad del rango eclesiástico. Pues bien, desde el año 1523 no es el clérigo Las Casas el que protesta y acusa, sino Fray Bartolomé, religioso dominico, posteriormente obispo de Chiapas. Primera pa- radoja: que a un misionero se le pueda reputar con toda justicia

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La palabra de Dios como cuchillo

D orita N ouhaud Université de Bourgogne

Los hemos de combatir peleando contra ellos con los testimonios de la Escritura y de la verdad y berilios con el cuchillo que es la palabra de Dios.

B. de Las Casas, Controversia.

Este es el discípulo que da testimonio de estas cosas y las ha escrito; y sabemos que su testimonio es verdadero.

Juan: 21, 24.

Cuando Bartolomé de Las Casas regresa a España el 6 de octubre de 1515, tras una primera estadía de trece años en las Indias occidenta­les como clérigo encomendero, inicia concretamente su militancia de “apóstol de los nuevos gentiles”, militancia que llevará adelante por espacio de medio siglo, alternativamente ubicado en América y en España. Según recientes investigaciones biográficas, la muerte, suce­dida en 1566, lo recogió a los 82 años de edad y no a los 92 como se había venido creyendo hasta entonces. Con todo, el texto de La Brevísima que contemplaremos a continuación, escrito en 1542, pu­blicado en Sevilla en 1552, corresponde a la edad madura, revestido así mismo del peso de la experiencia misionera y administrativa, y de la autoridad del rango eclesiástico. Pues bien, desde el año 1523 no es el clérigo Las Casas el que protesta y acusa, sino Fray Bartolomé, religioso dominico, posteriormente obispo de Chiapas. Primera pa­radoja: que a un misionero se le pueda reputar con toda justicia

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“infatigable autor de apologías y requisitorios”,1 disminuyéndose implícitamente a contrario su prístina vocación evangélica. Sin em­bargo, consideración merece la ideología lascasiana de “conquista pacífica”,2 y el resultado positivo de la misma pese a las causas, no religiosas sino históricas, de su desde luego muy relativo fracaso, según dejan constancia los trabajos de André Saint-Lu. Aunque quizá no lo parezca, sigue abogando honda y patéticamente la Breví­sima por la conquista pacífica y aquí damos con la segunda paradoja, a saber que la palabra de aquel que eligiera servir a Dios mediante la prédica, o sea la palabra oral, se impone a la posteridad con la palabra escrita, y que la lectura de un autor cuyo nombre merece no se separe del de Vera Paz, pasma por cuanta inaudita violencia deja transparentar, violencia inscrita en una escritura que apela, y es otra paradoja, a la dulzura evangélica del discurso edificativo convincente como único método lícito de acción misionera: “los hemos de com- batir peleando contra ellos con los testimonios de la Escriptura”.

Sí, paradójico Las Casas: disuelta —¡y con qué rapidez!— en los confines del Chiapas su “predicación benigna, dulce, con mansedum­bre y con humildad”,4 lo que de él pregona la Historia es tan sólo el perdurable rugir de los textos de protesta y polémica. Y es que, generada por la Escritura, se invierte la escritura para herir a quienes nunca debieran usar más armas que la “palabra de Dios”. Honda y constantemente evangélica, la ira lascasiana dictaminaba que salie­sen los mercaderes del templo, o sea buscaba “echar el infierno de las Indias”,5 infierno encarnado en colonos y soldados españoles... Y hénos aquí que por ser Las Casas español, España lo acusó de pérfido, y por ser violento según la Escritura (“por cuanto eres tibio estoy para vomitarte de mi boca [...] arde pues de celo”, Apocalipsis,3, 16 y 19) parece que se le quiera negar acceso a las Bellas Artes a causa de “la polémica agresividad de sus diatribas y panfletos, y del sistematismo terrorífico en sus relatos de atrocidades”.6 “Sin embar­go”, prosigue el autor del citado juicio, André Saint-Lu, apóstol de Las Casas... Claro que “sin embargo”. Habiendo tenido la fortuna de acercarme por primera vez a la figura y al texto lascasianos en las clases que en la Universidad de Poitiers impartiera el profesor Saint- Lu, son estas páginas una respuesta, no a la enseñanza otorgada —no llega a tal extremo mi engreimiento, y quién soy yo para platicar de

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Las Casas con el maestro— pero sí a la enseñanza modestamente recibida: entonces, permítame Saint-Lu afirmar, ya que él lleva la responsabilidad docente de mi decir, que el haber sido Las Casas un torrencial polígrafo no le resta entidad como fabuloso escritor. Para comprobarlo descartaré, por demasiado teórico, el discurso de los tratados doctrinales y jurídicos; también descartaré, por su difundi­da, si bien merecida, fama literaria, el discurso histórico de Historia de Indias o de Apologética historia, limitando mi examen a la Brevísi­m a relación de la destruición de las Indias1 por prestarse su brevedad a la demostración didáctica y también por haber sido este texto ocasión de memorables y muy injustos ataques contra su autor. Propongo la Brevísima como “modelo” de un tipo (otros hay) de discurso lascasiano, regido por la ideología de la prédica “profètica” y cuya finalidad, valiéndose de inaudita inversión de las estructuras histórica y religiosa, apunta a convertir no a paganos indios sino a los mismos cristianos, convertirlos no a la religión cristiana, pues no carecían de doctrina los españoles, sino convertirlos al verdadero espíritu apostólico resumido en la prescripción: “cuida mis ovejas, apacienta mis ovejas” (Juan, 21-16,17): Pues sí, a eso vengo: a asentar que se amamanta la borrascosa Brevísima en la enseñanza joánica, en su espíritu y su letra, empezando por el mismo título al que justifica el texto por preterición:

son tantas las particularidades que en estas matanzas e perdiciones de aquellas gentes ha habido que en mucha escriptura no podría caber (p. 140 b)

tantas maldades, tantos estragos, tantas muertes, tantas despobla­ciones, tantas y tan fieras injusticias que espantasen los siglos presentes y venideros e hinchese dellas un gran libro (p. 150 b)

y es verdad que si hobiese de decir en particular sus crueldades, hiciese un gran libro que al mundo espantase (p. 153 b)

texto que se presenta como antífrasis del último versículo del evan­gelio de San Juan: “muchas cosas hizo Jesús que si se escribieran una por una, creo que no cabrían en este mundo los libros que se escribi­rían (21-27)”. En acertada inversión sustitutiva, a los incontables milagros de Jesús, que de tantos ni se anima a relatarlos todos en su

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evangelio el discípulo predilecto, se superponen, en el texto lascasia- no, las incontables atrocidades de los cristianos. Más adelante estu­diaré la escritura antinómica lascasiana, en la que es dable reconocer la característica dualidad joánica de constante expresión antinómica. Joánica también es la función edeítica, estructurada en torno a la parábola del Buen Pastor: “Todos los que hasta ahora han venido son ladrones y salteadores (10-8) El ladrón no viene sino para robar y matar, y hacer estrago. Mas yo he venido para que mis ovejas tengan vida y la tengan abundante” (10-10).

Ahí está el generador de las dos áreas semánticas de cuyo empa­rejamiento retórico consta el funcionamiento textual de la Brevísima: “robos”, “estragos”, “matar”, “destruir”, “despoblar” vs. “ovejas”. En cuanto a las razones que pueden explicar la preeminencia concedida al cuarto evangelio, diré que hay que buscarlas en la historia, la doctrina y la idiosincrasia. En lo que a razones históricas atañe, cabe mencionar el sermón que en 1511 pronunciara fray Antón Montesi­nos frente a los colonos de la Isla Española (Haití) precisamente sobre el joánico tema de “la voz que clama en el desierto” (1-23), sermón del que estamos enterados por el propio Las Casas, en versión inserta en Historia de las Indias, o sea muy posteriormente al año 1511. Esa posterioridad es la que le confiere, me parece, su plena significación, dejando constancia tan inaudita fidelidad memoriosa de la extrema importancia que para Las Casas revistiera el suceso. La altisonancia de aquel sermón debiera conmover y admirar a cuales­quiera que no fueran los colonos de endurecidos corazones. Impre­sionado quedó Las Casas por la fuerza inspirada en la tradición profètica. Pues sí, la clamante voz atribuida por Juan al otro Juan, el Bautista, profeta “y más que profeta”8 enlaza con la de Isaías cuyo mensaje profètico anunciaba la ruina de Israel a causa de la infideli­dad del pueblo judío: “Una voz ordena: ‘Clama’. Yo respondí: ‘¿qué es lo que he de clamar?’ ”(Is. 40- 6).

Reconocible, si bien fugaz, cruza la Brevísima un eco isaíaco, como contestando:

claman, protestan, una y muchas veces (p. 161 b)llorando y clamando (p. 168 a)clamando y diciendo: “venimos a serviros de paz y matáisnos” (p. 168b)

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Pero con más evidencia todavía se manifiesta la afición lascasia- na a los textos proféticos en la citación directa de Zacarías:

tiranos ladrones de quien dice el Profeta Zacarías, capítulo 21: “Apa­cienta estas ovejas del matadero cuyos compradores matan sin incurrir en sanción, cuyos vendedores dicen: Bendito sea el Señor, nosotros nos hemos hecho ricos”.9

Además del motivo de “los dos pastores” desarrollado en una serie de versículos que inspiraran a Juan la parábola del Buen Pastor, llama la atención el que el citado Libro Segundo de Zacarías figure en la tradición apocalíptica del Antiguo Testamento, tradición cuyo representante en el Nuevo Testamento es Juan. La práctica impreca­toria de la enseñanza escatológica conviene, de hecho, al arrebato lascasiano que halla proyección en la certidumbre de un castigo final. Así se entiende la segunda razón que aduje para explicar la predilec­ción por el modelo joánico: el que Juan, además de evangelista, sea el autor de un Apocalipsis. “El día del Juicio será más claro, cuando Dios tomare venganza de tan horribles e abominables insultos” (p. 162 a).

De los aspectos en que difiere de los sinópticos la obra de Juan, dos están netamente declarados en la Brevísima: valoración del amor fraternal, papel testimonial de la Palabra: “Véase aquí en qué esti­man los españoles a los indios o si cumplen el precepto divino del amor del prójimo, donde pende la Ley y los Profetas” (p. 163 a).

Ya notamos, con los versículos citados de la parábola del Buen Pastor, que el léxico lascasiano menos busca impresionar con el valor informativo de un significado “profano” que con la ejemplaridad de la Escritura referente... “Saltear e matar e robar”, “ladrones saltea­dores” más que invectivas idiolectales insaciablemente repetidas, representan, stricto sensu, citaciones evangélicas. De la misma mane­ra, el vocablo “prójimo” adquiere la gravedad del significado teoló­gico de la Redención por haber situado Juan el mandato crístico de la ley del amor durante la plática de despedida, recién antes de la Pasión. Para convencerse del todo, bastan los siguientes enunciados en los que el significado de la palabra “sangre” se dialectiza en “redención/perdición” según sea la sangre derramada sangre divina

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(de Jesuscristo) o humana (de los Indios); provisional:10 “las ánimas que el hijo de Dios redimió con su sangre (p. 164 a) con la sangre e perdición de aquellos sus prójimos” (p. 166 b).

Los hechos de los españoles en las Indias son “execrables” por­que inutilizan la Redención, tanto para aquellos que por sus críme­nes merecen castigo eterno como para los inocentes a quienes los mismos condenan también al infierno dándoles muerte sin bautis­mo.11 De ello resulta un como ganapierde divino (al que correspon­de, ya lo veremos, un ganapierde para la Corona, situación hábilmen­te recalcada por Las Casas). La reiterada aproximación de ambos vocablos Dios/prójimo, a la inversa de lo que pasa en la lengua coloquial con la expresión “a Dios y al prójimo” de uso corriente y banal, mantiene al lector a altura escatológica recordándole, de paso, la enseñanza joánica de la “vida eterna” que para el hombre cristiano traspasa la humana vida: “señaladas crueldades e iniquidades contra Dios y sus prójimos (p. 167 a) tantas maldades y pecados [...] contra Dios y los prójimos” (p. 176 b).

Basta evocar los acentos proféticos del final de la Brevísima con su latente vaticinio de destrucción para convencerse del papel conce­dido al concepto de “prójimo” como instrumento de salvación.

que aquellas infinitas muchedumbres de ánimas redimidas por la san­gre de Jesuscristo no perezcan sin remedio para siempre sino que conozcan a su criador y se salven, y por compasión que he de mi patria, que es Castilla, no la destruya Dios por tan grandes pecados contra su fe y honra cometidos en los prójimos (p. 175 b, 176 a)

Ya tendremos oportunidad de contemplar otros elementos del léxico lascasiano que sobrepasan las meras normas lingüísticas; note­mos, de momento, llevados a ello por la anterior citación, otra emer­gencia joánica en la escritura de la Brevísima: la valoración del conocimiento, bien como camino de salvación (“que conozcan a su criador y se salven”) bien como modo de acción (persuadir/disuadir). Este segundo significado moviliza, en copiosas ocurrencias, los ver­bos “ver”, “mirar”, “oír”, “conocer”, “saber”, “enterarse”, que valen por entender (comprender) / hacer que entiendan.12 La importancia del carácter testimonial de la palabra menos pende, insisto, de apor­

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tar ella un testimonio directo, o una verdad averiguada13 (sin descar­tar, sin embargo, el peso de la experiencia directa, claro está), que de la autoridad espiritual que le confiere el ser epifanía de la Palabra. Cuando Las Casas escribe “vide” asienta, más allá de la verdad vivida, un decir la verdad porque, cual el Apóstol, sabe la verdad: “Y quien lo vio es el que lo asegura, y su testimonio es verdadero. Y él sabe que dice la verdad, para que vosotros también creáis” (Juan, 19-35).

De ahí que ciertas expresiones o vocablos sin particular trascen­dencia en la lengua coloquial, “verdaderamente”, “es verdad”,14 “y en verdad”,15 “yo verdaderamente afirmo”,16 “supimos muy con ver­dad”17 funcionan literal y dogmáticamente como ‘Verdades”, revela­das porque vienen “escritas”. En el mismo contexto eficaz de testi­monio se superponen ‘Ver” y “saber”: ‘Vide”, “sé cómo se llamaba” impiden se les ponga en tela de juicio pues las dudas resultarían irreverentes e irreligiosas. Y es que más allá del altisonante “yo”, se transparentan la autoridad de la Iglesia y el prestigio de la Orden de Santo Domingo, exponentes ambos de la preparación teológica, la dignidad del hábito y el mando episcopal. Una muy humana auto- satisfacción, con fuertes vahos de profana vanidad, le inspiran a Las Casas reflexiones por lo menos ingenuas: por ejemplo, que los caci­ques de la Habana ponían en él todas sus esperanzas “porque tenían por oídas de (su) crédito”,18 ingenuidad que le lleva a presenciar matanzas de Indios por falta de suficiente “crédito” para oponerse a ellas: “los prendió el capitán, quebrantando el seguro que yo les había dado (p. 143 a) meten a cuchillo en mi presencia” (p. 142 b).

Cabe decir que cuando se produjeron los sucesos, o sea muy anteriormente a la redacción de la Brevísima, tenía el “clérigo Las Casas” más ilusiones que experiencia, pues obviamente carecía del peso científico y espiritual que “un tardío y dilatado noviciado”19 con los dominicos le dará a “Fray Bartolomé”. Sea lo que fuere, éste sólo quiere recordar, en la Brevísima, el sacrilego cinismo de los españoles en las Indias, capaces de cometer delitos en presencia de una persona sacerdotal, o sea en presencia del representante de Dios. El encare­cimiento del carácter sacerdotal lo mueve a elegir preferentemente, cuando acude a testimonios ajenos al suyo, la garantía de otra pala­bra religiosa (el testimonio de un religioso) que así mismo opera con

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virtud teologal, aunque no fuera más que por venir citada, bien en forma indirecta (“un fraile de Sant Francisco a los principio vido”,20 bien en forma directa (“yo, fray Marcos de Niza”, “digo dando testi­monio verdadero de algunas cosas que yo con mis ojos vi”, “soy testigo de vista y por experiencia cierta conosci”, “soy testigo y doy testimonio”, “yo afirmo que yo mesmo vi ante mis ojos”,21 citada a prestar testimonio ante Dios et por Dios (según la enseñanza doctri­nal, Dios y el prójimo son mutuos representantes)22 en la escritura, por la Escritura...

A continuación daré un breve ejemplo comparativo que ilumina las diferencias funcionales de una misma palabra (‘Ver”, “saber”) según la manera como el sujeto se compromete en su escritura. En el contexto de la famosa controversia con Ginés de Sepúlveda, contexto más espectacular y con todo menos incitativo para el ego lascasiano,23 Fray Bartolomé apela a la importancia del testimonio directo en muy distinto tono: nada de acentos proféticos; en situación de controver­sia, la sabiduría pende de la información. No ha cambiado la apuesta, pero el arma es ahora el derecho canónico. Irónico a veces, y otras veces tajante, explica Fray Bartolomé a su opositor, quien nunca pisara la tierra americana, por qué razón, no habiendo visto nada, no puede saber nada, “en ayunas” como está de la más mínima vivencia colonial.

y pues Dios privó al doctor Sepúlveda de la noticia de todo esto que quizá no será chico daño para su conciencia, fuera de hombre tan docto en otras cosas [...] cosa muy digna que antes que comenzara a tratar de materia que no sabía, se informara de los siervos de Dios (...) porque por la predicación y doctrina de la fe, predicada por la forma que Cristo estableció, se quitan y destierran la idolatría y todos estos vicios cada día, de lo cual el doctor Sepúlveda está bien ayuno.24

Tan sutiles matices en el uso ideológico de la palabra comprue­ban de la cualidad de la escritura lascasiana. Por ese mismo compro­miso del ego en el discurso aduje anteriormente razones idiosincráti- cas en la preferente elección del modelo joánico, pues en el insistente mandato del cuarto evangelio para que se obedezca el nuevo precep­to “que os améis unos a otros” (Juan, 15-12) cebaba Las Casas su

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propia vocación y su intransigencia misionera, al mismo tiempo que encontraba en la virulencia apocalíptica plena conformidad con su pasión de convencer, que al fin y al cabo no es sino pura voluntad de imperio.

Queda por examinar el aspecto didáctico de la influencia de Juan, vale decir la aplicación de la enseñanza. Ya asenté la antinomia como elemento constante de la escritura lascasiana, por lo menos en la Brevísima. Quizás bastara la dualidad, rasgo dominante en la obra de Juan (luz vs. tinieblas, amor vs. odio, salida vs. regreso, etc.) para explicar su papel de “modelo” de un discurso que inclina a estructu­rar la figura más bien pantocratórica de un Fray Bartolomé reparti­dor de buenos-indios a su diestra y, a siniestra, malaventurados-es- pañoles-de-las-Indias. Tan escueto esquema se presta a surtir efectos inauditos, inauditos pero cuyo empleo rechaza fáciles recursos retó­ricos. Por ejemplo, la defensa de los Indios supone la condena de los cristianos: dialécticamente no conseguirán éstos la salvación si no consiguen la salvación de aquéllos, en conformidad con el concepto de “prójimo”. De ahí una sutilísima combinación en la que el requi­sitorio sirve fines apologéticos, ganando lo apologético dimensión requisitorial. Brevemente comprobaremos la existencia de una fun­ción dual en la estructura de la obra, pasando luego a estudiar la economía de la figura antinómica lascasiana, en ciertos momentos textuales o elementos paradigmáticos.

Impera lo antinómico desde el título, el título en sí y en relación al texto que con él se inicia. La yuxtaposición de los vocablos “des- trucción”/“Indias”, había de pasmar al español de 1552,25 para quien la expresión “nuevo mundo” no era el nombre retórico del continen­te americano, como sucede hoy día, sino que había de entenderse literalmente con cuantas connotaciones les prestaba el contexto reli­gioso, social y económico del siglo xvi: apetecible Eldorado, posible nuevo Edén. Enterarse entonces de su destrucción cuando no había terminado uno de conocer su existencia (“más de diez mil leguas descubiertas e cada día se descubren más”)26 era, sin duda, sorpren­dente información. Tanto más sorprendente cuanto que la primera palabra, “brevísima”, es irónico exponente de la superlativa brevedad de un discurso que pretende contraponerse, en tanto que signifi­cante, a la importancia de su significado y más todavía a la magnitud

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de la destrucción en la realidad referente. Las frases inaugurales enlazan con la brevedad enunciada en el título, manifestando un como encogimiento del tiempo con respecto al espacio, el tiempo cada vez más breve de una destrucción cada vez más dilatada.

Descubriéronse las Indias en el año de mil y cuatrocientos y noventa y dos. Fuéronse a poblar el año siguiente de cristianos españoles, por manera que ha cuarenta y nueve años que fueron a ellas cantidad de españoles [...] este día y año de mil quinientos cuarenta y dos, e hoy, en este día del mes de septiembre, se hacen e cometen las más graves e abominables (matanzas). Porque sea verdad la regla que arriba pusi­mos, que siempre desde el principio han ido creciendo en mayores desafueros y obras infernales (pp. 135 b y 147 a)

Entre los aspectos notables de la Brevísima es de señalar su composición que se ajusta estricta y clásicamente a la estructura retórica del sermón con exordio, partes y peroración. Las primeras frases se presentan a manera de exordio ex abrupto desarrollado en partes de denuncia y protesta, exordio cuyo tema recoge últimamen­te la peroración. Véase también el “Amén” final y en más de una ocasión los acentos dramáticos conseguidos con recursos retóricos más propios del discurso oral (predicación, abogacía, etc.) que del discurso escrito. Insisto en el carácter teológico de la palabra lascasiana, aquí proferida ex cátedra. El exordio, que corresponde a la primera parte de la anterior citación, cifra el texto en tres elementos:

• cuarenta y nueve años: breve tiempo/dilatada destrucción• “poblar”: se reitera la palabra en la parte no citada de la frase

(“para hecho de poblar”) en forma que determina los fines (“para”) de una acción (“hecho”) cuyo modelo, por analogía verbal, lo hallamos en la Escritura con aquellos Hechos de los Apóstoles que cuentan de qué manera se difundió el evangelio. “Poblar” genera antinómicamente “despoblar”27 y los joáni- cos vocablos “robar” y “saltear” que sustituyen “despoblar” en la peroración, si cabe así decir:

aquellas tierras de ellos despobladas [...] todos, chicos e grandes, anda-

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ban a robar [...] y con color de que sirven al Rey, deshonran a Dios yroban y destruyen al Rey (p. 177 a)

• “cristianos”, por fin, señalando a los tristes autores de aque­llos “hechos”, sitúa ideológicamente el debate en el área espi­ritual y religiosa.

Para denunciar la doble traición de España a su incomparable destino evangélico y conquistador (“las Indias fuéronse a poblar el año siguiente de cristianos españoles”) estructura la Brevísima el proceso destructivo acatando la cronología del descubrimiento y colonización de las Indias:

• las islas (1492) y especialmente “la Española, la primera tierra donde entraron para hecho de poblar”, San Juan, Jamaica (1509), Cuba (1511), Tierra Firme, a partir de 1514.

El inmediato, si bien quizás no siempre consciente, efecto surti­do por la lectura de dichos sucesos es una impresión de simultanei­dad entre hechos contrarios narrados por idénticos vocablos con exponentes inversos, “poblar”/ “despoblar”. De la simultaneidad sur­ge otra impresión, la de un proceso acelerado cuya emergencia es el verbo “asolar”: si en 1542, fecha de composición de la Brevísima, ya no queda nada en ninguna parte de las Indias, es que verdaderamen­te cuanto más mundo descubren los españoles más rápido consiguen destruirlo los mismos. Las intenciones intuidas en la estructura ha­llan confirmación en la escritura: por ejemplo, para pasar de “millo­nes” de individuos (“sobre tres cuentos de ánimas que vimos”28 al adjetivo “desierta” que recalca con dramatismo la última fase del desastre, o sea para pasar de la población de una sola isla, la Espa­ñola, a la desolación de un continente entero (“la gran tierra firme”29 se abre paso el texto

• entre dos indicaciones cuantitativamente menguantes (“no hay hoy de los naturales dellas doscientas personas”;30 “no se hallaron sino once personas”31 que por contraste con la ante­rior indicación numeral de “tres cuentos” sugiere una amino­ración que apunta hacia la nada —se abre paso el texto con acumulaciones y repeticiones de vocablos y formas sintácticas de idéntica o próxima vocación semántica:

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están ambas asoladas (p. 136 b)no hay una sola criatura (p. 136 b)están despobladas e perdidas (p. 137 a)están despobladas e desiertas de gente (p. 137 a)han asolado y despoblado (p. 137 a)están hoy desiertas (p. 137 a)

Otro ejemplo de la confirmación que recibe en la escritura la estructura inversa “poblar” / “despoblar” es la situación próxima o incluso contigua, en una frase, del verbo “entrar” (o su sinónimo “pasar a”) específico del hecho de descubrir, y del verbo “comenzar” o sus variantes “hacer”, “cometer”, que declaran, con sus significati­vos complementos, la ideología colonialista de los españoles:

entraron los cristianos y comenzaron los grandes estragos y perdiciones (p. 137 b) pasaron a la isla de San Juan y a la de Jamaica (...) hicieron y cometieron los grandes insultos y pecados susodichos (p. 141 b) pasaron a la isla de Cuba [...] comenzaron y acabaron de la manera susodicha (p. 142 a)

Esta fórmula “comenzaron y acabaron” es la más acertada ilus­tración del superlativo “brevísima”, si bien, en lo que a esa clase de ejemplaridad atañe, puede competir con ella el último apartado relativo a las islas, pues recoge en un solo enunciado todas las etapas del triste proceso de aniquilación: “y así asolaron y despoblaron toda aquella isla, la cual vimos agora poco ha, y es una gran lástima y compasión verla yermada e hecha toda una soledad” (p. 143 a).

Relación intencionadamente brevísima para que surta pleno efecto el pasar del exordio ex abrupto “descubriéronse las Indias en el año de mil e cuatro cientos e noventa y dos” a la peroración “echar el infierno de las Indias”.32

Y es que los contemporáneos de la Brevísima habían de entender la aproximación “mil cuatrocientos noventa y dos” / “echar el infier­no” de distinta manera que la entendemos nosotros, por haber sido ellos los protagonistas finales de una Reconquista cuyo objeto había sido, durante siglos, un “echar el infierno” fuera de España: inespe­rado coincidir de aquella conclusión de la gesta nacional con la inauguración de una nueva y descomunal empresa, y más inesperada

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aún la inversión de papeles, volviéndose los defensores de la patria enemigos de los intereses de la misma. Ha insinuado Marcel Batai- llon que posiblemente hubiera compartido Las Casas “la espera escatológica de un traslado general de la Iglesia hacia Nuevo Mundo cuando a la del Mundo Viejo la hubiera echado abajo la invasión turca”.33 Algo así se trasluce en el texto de la Brevísima: “(el empera­dor y Rey de España) ha de remediar aquel nuevo mundo que Dios le ha dado [...] para remedio de toda su universal Iglesia e final salvación propia de su real ánimo” (p. 176 a).

Dos veces se da en el texto la comparación de las Indias con el paraíso:

(aquellas provincias) verdaderamente parescían un paraíso de deleites (p. 151 a)(los españoles) viveran como en un paraíso terrenal (p. 155 b)

Pero además, todo manifiesta la predilección de que fueron objeto aquellos lugares en el momento de la divina creación, lo mismo en lo que a la amenidad del medio ambiente atañe que en lo relativo al número y cualidad de los naturales. Desde las primeras páginas, la geografía americana, su fauna, su flora que tan prolija­mente comentan otras obras lascasianas (v. gr. Apologética historia) se restituyen a la precisión de una breve porción de adjetivos, pocos pero singularmente hábiles para evocar un marco paradigmática­mente paradisiaco más que realistamente terrenal:

la felicísima isla Española (p. 135 b) islas muy grandes e muy felices e graciosas (p. 136 b) aquellas tierras tan felices e tan ricas (p. 137 b) la mejor e más felice e poblada tierra (p. 143 b) la felicísima provincia (p. 145 a)

A todas luces el símil de las Indias/paraíso encarna en el adjetivo “felice” reiteradamente superlativo. Que tal felicidad entrañe valo­res más espirituales que humanos le insinúa el darse casi sistemática­mente el adjetivo acompañado de “gracioso”. Así que el nuevo mun­do, en la Brevísima, se aparece de gracias colmado por su estado de

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gracia, encareciendo esta sugerencia otros cuantos adjetivos (“rica”, “sana”, “fértil”), por resultar inquebrantablemente vinculadas salu­bridad moral, integridad material y feracidad:

más fértil e graciosa que la huerta del Rey de Sevilla, e la más sana tierra del mundo (p. 136 b)tierra también admirable, sanísima e fértilísima (p. 139 b)¿Desta provincia, quién podrá encarecer la felicidad, sanidad, ameni­dad y prosperidad e frecuencia e población de gente suya (p. 145 b)?

y por si todavía quedaran dudas, ahí está el granado “bienaventura­do” de inequívoca connotación evangélica:

estas gentes eran las más bienaventuradas del mundo si solamente conocieran a Dios (p. 136 b)los bienaventurados padres padescieron injustamente, por la cual injus­ticia [...] reinan hoy con Dios en los cielos, bienaventurados (p. 162 a)

Si asienta sus alcances el lascasiano “graciosa” en el Prólogo del evangelio de Juan (“de la plenitud de éste hemos recibido todos nosotros gracia sobre gracia [...] la gracia, y la verdad fue traída por Jesucristo”, 1-16, 17) evangélico es el asiento de “bienaventurados”. La bienaventuranza prometida a quienes, amén de sufrir persecución por causa de la justicia (vale decir que los omnipresentes vocablos “injusto”, “injustamente”, “injusticia”34 no apuntan a conmover hu­manamente al lector sino que claman a lo divino contra quienes quebrantan injustamente el mandato evangélico) reúnen las demás condiciones enumeradas en la Escritura, la bienaventuranza les co­rresponde a los Indios. Ejemplares, según quedó visto, por su número significativamente copioso3 que se ajusta a la amonestación evangé­lica de multiplicarse los buenos con la divina bendición, no menos ejemplares son los indios en sus hábitos y costumbres, empezando por su despreocupación en cuanto a la indumentaria (“sus vestidos, comunmente, son en cueros”)36 en conformidad con la tradición edénica que perdieron Adán y Eva al perder la inocencia pero que supieron conservar los indios, “las criaturas más inocentes del mun­do”, “inocentes corderos”, “infelices inocentes”.37 Es de admirar, no

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obstante, su natural recato y pudor, o sea la pureza que espontánea­mente los lleva a ocultar lo que precisamente prohibe la Iglesia se exhiba (“cubiertas sus vergüenzas”38. Añádase su inclinación a per­donar las ofensas (“sin rencores, ni odios, sin desear venganzas”) su conformidad con la pobreza (“gentes paupérrimas e que menos po­seen e quieren poseer”) y la obediencia (“obedientísimas y fidelísi­mas”) y entonces quedará visto que tan señaladas virtudes más se ajustan a la vida religiosa que a la de legos,39 razón por la cual Las Casas compara a los indios con los anacoretas de los primeros siglos de la cristiandad: “su comida es tal que la de los sanctos padres en el desierto no paresce haber sido mas estrecha ni menos deleitosa ni pobre” (p. 136 a).

Su empeño en recibir cristianos nombres denota ingenua pero muy honda disposición a beneficiarse de la vida nueva que confiere el bautismo, pues ellos la ambicionan sin tener conocimiento de él, aún antes de recibir doctrina al respecto (p. 161 b), y si comenta Las Casas que “esas gentes eran las más bienaventuradas del mundo si solamente conoscieran a Dios” es para respetar, con salvedad, la ortodoxia católica. La escritura hace hincapié en el contraste que forman los indios con aquellos que “se llaman cristianos”40 sin serlo pues sus obras “ni son de cristianos ni de hombres que tienen uso de razón, sino de demonios”.41 Antónimos de los hechos apostólicos, “los hechos espantables”42 de los españoles son “inexpiables cul- pas”43 “inexpiables pecados”44 porque contribuyen a infernar “las ánimas que el Hijo de Dios redimió con su sangre”.45 Desplazar la cuestión de lo humano a lo divino era para Las Casas como tomar plenos poderes en el debate. Con el enfrentamiento de buenos y malos, orienta el problema de modo que se sintetice en forma de lucha entre una religión (la de los cristianos) y una raza (los indios) o sea un problema paradójico e injusto en su esencia, razón por la cual es justo que inviertan los indios la situación en beneficio suyo: “de aquí comenzaron los indios a buscar maneras para echar a los cristianos de sus tierras” (p. 138 a).

Pero con todo resulta desigual la lucha porque el buen salvaje a la fuerza bestial no contesta sino con una práctica lúdica de la guerra:

los cristianos con sus caballos e lanzas y espadas comienzan a hacer

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matanzas e crueldades extrañas en ellos (p. 138 a. “en ellos” remite obviamente a los indios) (los indios) pusiéronse en armas, que son harto flacas e de poca ofensión e resistencia e menos defensa, por lo cual todas sus guerras son poco más que acá juego de cañas y aún de niños (p. 138 a)

La dualidad buenos/malos, paradójicamente equivalente a la de infieles/cristianos, es el tema de la breve parábola de las ovejas y los lobos. No busca Las Casas, con el símil animal, oponer una vez más dulzura y violencia sino recordar que la oveja, vale decir el cordero,46 remite al Cordero de Dios que quita los pecados del mundo, situado su papel de víctima expiatoria entre la Redención y la Eucaristía. Llamar “oveja” a un ser humano es integrarlo en el rebaño del Buen Pastor, aumentándose así el escándalo, tomada esta palabra en su pleno sentido evangélico, de los pastores transformados en devora- doras fieras, “lobos e tigres e leones cruelísimos de muchos días hambrientos”.47 El simbolismo que concedía el humanismo medieval a esas fieras (lujuria, avaricia y orgullo) es aquí suplemento caricatu­ral de la sátira. 8

Explica Las Casas, en la Décima Réplica de su controversia con Sepúlveda, que hay dos maneras de leer los textos: ab exemplisy ab autoritate negative. Aplicando la fórmula a su propio texto, podemos entonces advertir que, para excusar la responsabilidad de los indios en las acciones bélicas, la escritura se toma neutral, desapareciendo de ella los habituales efectos redundantes y la copiosa adjetivación: “Entonces inventaron (los indios) unos hoyos en medio de los cami­nos donde cayesen los caballos y se hincasen por las tripas unas estacas agudas” (p. 152a).

Ausencia cualitativa que consigue aminorar el tamaño e impor­tancia estrátegica de los hoyos, luego el papel mortífero de los mismos; ausencia sustantiva puesto que el texto convoca, como vícti­mas exclusivas, caballos que ningún jinete parece acompañar en su caída. A la inversa, sustantivos, verbos y adjetivos multiplican el número de indios arrojados a los mismos hoyos por los españoles: “Y así las mujeres preñadas e paridas e niños e viejos e cuantos podían tomar echaban a los hoyos hasta que los henchían” (p. 152 a).

La acumulación, característica mayúscula de la escritura lasca-

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siana, funciona como proceso de ocultación si es apologético el propósito, como proceso de exacerbación cuando los fines buscados son polémicos. Notable ejemplo de tal operación es la citada descrip­ción de las armas indias: “harto flacas” “poca ofensión e resistencia”, “juegos de caña”, “de niños”. El efecto de acumulación paradójica­mente minorativo, apunta a quitarle al lector la más mínima sospe­cha sobre el carácter bélico de los indios, auténtico, sin embargo, hasta rayar en heroísmo, razón por la cual Las Casas los llama “leones” en otro lugar del texto, porque aquí sólo trata de proporcio­narles amparo táctico en su imagen de corderos de Dios. Generado por el adjetivo “mansas”, acude entonces a surtir efecto el apretado tropel de calificativos: “gentes tan humildes, tan pacientes, tan fáci­les de sujetar” (p. 137 b).

La misma proliferación, tratándose de españoles, se concentra en la denuncia de la acción bélica, específica de los cristianos: “injus­tas, crueles, sangrientas, tiránicas guerras” (p. 137 b) o sus conse­cuencias en los indios: “la más dura, horrible y áspera servidumbre” (p. 137 b).

A veces, configuran los adjetivos un como ramillete satírico ofrendado irónicamente a los vicios de los conquistadores, una ma­nera de restituirse al significado simbólico de lobos, tigres y leones: “siendo comúnmente todos ellos idiotas y hombres crueles, avarísi­mos y viciosos” (p. 138 a).

Pero en cuanto a adjetivos, cuando a españoles atañe, la acumu­lación aúna verbos de significado único, o sea descriptivos todos de algún método de tortura:

atando e quemando e asando y echando a perros bravos, e después oprimiendo e atormentando o vejando (p. 141 b) yo vide quemar vivas, atormentar e despedazar (p. 140 b) despedazarlas, matarlas, angustiarlas, afligirlas, atormentarlas e des­truirlas (p. 140 b)

Actúan en la misma forma los sustantivos, como sumas horrorí- ficas:

tantas maldades, tantos estragos, tantas muertes, tantas despoblacio-

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nes, tantas e tan fieras injusticias (p. 150 b)49las violencias, las opresiones, tiranías, matanzas, robos e destruiciones, estragos, despoblaciones, angustias e calamidades susodichas (p. 176 a) las perdiciones, daños, destruiciones, despoblaciones, estragos, e muy grandes crueldades horribles, y especies feísimas dellas, violencias, injusticias, robos e matanzas (p. 175 a)

Es espectacular el efecto acumulativo pero cabe decir que en regla general los vocablos operan de manera dual:50 grande iniqui­dad e injusticia, asolaron y despoblaron, injusticias y maldades, dia­bólicas e injustísimas (guerras), asolaron y despoblaron, saltear e robar etc., sin alterarse por ello la propensión al énfasis cuantitativo, tan característico de la Brevísima, y que se presta a sorprendentes efectos antitéticos cualitativos (aumentación/minoración), al servi­cio de las intenciones apologéticas, que también obran, desde luego, en lo cuantitativo. Por ejemplo: tienen los indios muchos aspectos buenos, pocos aspectos malos. Escritura afectiva, a la vez arrebatada y calculadora: “algunas veces raras y pocas mataban los indios algu­nos cristianos con justa razón y sancta justicia” (p. 138 b).

Presenta esta frase máxima redundancia en lo que a las informa­ciones cuantitativas atañe (número de veces, número de víctimas) pero una redundancia minorativa (algunas veces raras y pocas; algu­nos cristianos) puesto que los autores del caso bélico son los indios. Además, la estructura sintagmática dual, adjetivo-sustantivo, valora el significado, o sea justifica el suceso:

justa razón/santa justicia justa santa/razón justicia

La frase prosigue con detalles antitéticos: “por un cristiano que los indios matasen, habían los cristianos de matar cien indios.”

He aquí otra valoración cuantitativa, uno/ciento, cuyo contraste subraya la desigual contienda indios vs. cristianos. Esta estructura opositiva se reitera tres veces en la misma frase, frase con todo brevísima; iteración, pese a la brevedad, que recalca lo mil veces dicho, a saber que los buenos son los indios y los malos los cristianos. A veces, minoración y aumentación recurren a la preterición para

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valorar sus propios alcances con la restrictiva expresividad de aque­lla: “todas las injusticias e maldades dichas e las otras que dejo e podría decir” (p. 140 b).

Otras veces, despreciando retóricas, apela el discurso, dogmática luego incuestionablemente, a la ciencia infusa de un juicio infalible: “sé por cierta e infalible ciencia que los indios tuvieron siempre justísima guerra contra los cristianos y los cristianos una ni ninguna tuvieron justa contra los indios” (p. 141 a).

Aquí también busca y halla la escritura eficacia en la redundan­cia: sabiduría y conocimiento (“sé”-“ciencia”) controlan, enmarcán­dolo, un dictamen tanto más firme cuanto que es pleonàstico (“cierta e infalible”).

Las razones por las cuales condena Las Casas los hechos de los cristianos en las Indias representan, según Saint-Lu, “una retórica del horror”. A partir de la acertada fórmula, he venido examinando la economía de unas cuantas figuras, muy pocas, que iluminaban singularmente el funcionamiento del discurso apologético. Con idén­tico enfoque entresacaré a continuación dos elementos determinan­tes del razonamiento lascasiano: “naturaleza y gravedad de los deli­tos / legitimidad de la venganza”.

Obviamente, según Las Casas, los delitos de los españoles rele­van del divino tribunal antes de representar transgresiones a las leyes humanas. Así excusa Las Casas la cuestión sobre derechos y justicia de la guerra contra los indios polémica muy de su tiempo a la que dedicará otros textos. Aquí, la sentencia es inapelable: “No hay servidores de Dios ni de Rey, sino traidores a su ley y a su Rey” (p. 159 b)

Hombre de paz, denuncia Fray Bartolomé el aspecto irrisorio de “victorias” que no son sino “grandes e inexpiables pecados”, como pecados son todos los hechos en las Indias puesto que la conquista arraiga en la codicia y eterno culto al becerro de oro.51 No hay cristiano verdadero que pueda sentirse satisfecho de haber “muerto e destruido [...] infinita cantidad de ánimas”.52

Así el vocablo “ánimas”, si bien responde en parte a un hábito lingüístico meramente coloquial, funciona en el texto lascasiano con alcance dogmático; vale decir más teológico que lingüístico. En el hecho “infinitamente” grave y por tanto no humanamente justifica­

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ble de haber dado muerte al prójimo estriba la explicación del cons­tante uso de la palabra “cristianos” para hablar de los españoles, si bien, en este caso también conviene no desconocer el uso coloquial de la época. En la Brevísima, el adjetivo “infernal”, específico de los “cristianos”, ha de tomarse así mismo en sentido más teológico que retórico.53 Sus avatares sustantivos, “demonio” o “diablo” celebran satíricamente los tristes héroes de una gesta en la que ni Dios mismo diría cuáles son sus huestes:

súbitamente se les revistió el diablo a los cristianos (p. 442 b)quien eran los españoles que si los demonios tuvieran oro los acome­tieran para se lo robar (p. 169 a)

Con más de un siglo de anticipación anuncia Las Casas el arre­bato hiperbólico de la imaginación quevedesca, lo mismo en la fuerza satírica que en el edéitico dinamismo verbal (“revestir”, “acometer”) y el sentido de la escenificación adverbial (“súbitamente se les revis­tió el diablo”). Pero en no dejarse gobernar el texto por el vestigio del puro ludismo verbal y en saber aplicar el efecto hiperbólico no al significado del discurso sino a la realidad denunciada, estriba el que en las letras hispanas le corresponda a la Brevísima un lugar de elección. Con “infernal” nos acercamos a otro adjetivo de muy pecu­liar tono lascasiano también, “infelice”, de cuyo antónimo, “felice” dijimos que connotaba celestial felicidad. Por las mismas razones, que más atañen a la precisión edificante de un discurso predicativo que a pautas meramente coloquiales, son reputados “infelices” los españoles en cuanto criaturas “infernales”. Despojado el alcance retórico, apunta el vocablo si no a la Hora por lo menos al Lugar de la Verdad: “dejados de Dios” (p. 155 a), “traídos por Dios in reprobas sensus” (p. 156 b), “¿quién duda que no esté (n) en los infiernos sepultado(s)?” (p. 157 b) son imprecaciones apenas encubiertas por la salvedad de una siempre posible “divina misericordia” como lo exige la prudencia doctrinal. La eterna condenación vaticinada por “infelices” alcanza, según la ya comentada dialéctica de la salvación, lo mismo a los españoles (“un infelice gobernador”, “infelices cristia­nos”, “infelices armadores”, “al más infelice capitán”, etc.) que a sus inocentes víctimas que pierden el beneficio de la gloria por falta de

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bautismo.54 Indudablemente, la misma Escritura le facilitaba al obis­po Las Casas el modelo crístico de la palabra imprecativa contra el escándalo. “¡Ay de aquel hombre que causa el escándalo!” (Mt, 18, 7) pronostica el evangelista: “robos y escándalo”,55 “pecado que más escándalo causase”,' “la tierra escandalizada”57 son, en la Brevísi­ma, ecos del amenazante vaticinio respecto de los “infelices” españo­les cuya conducta es tanto más escandalosa cuanto que les quita a los indios hasta las ganas de ir a los cielos si ahí han de reunirse con los tiranos. Así lo declara un cacique atormentado a fuego, confesándo­se gustoso de ir al infierno con tal de que no estén allá los cristianos (p. 142 b). Más escándalo todavía: la codicia de los españoles induce a los indios a creer que es el oro imagen de Dios: “Tenía cabe sí una cestecilla llena de oro en joyas y dijo: veis aquí el Dios de los cristianos; hagámosle si os parece areites, que son bailes y danzas” (p. 142 a).

El colmo del escándalo lo alcanzan los cristianos quemando vivos a los indios, “de trece en trece, a honor y reverencia de Nuestro

co

Redentor y de los doce Apóstoles”,' según la más siniestra de las parodias.

Queda por decir que si la postura ideológica de Fray Bartolomé coincide plenamente con el espíritu evangélico, no por ello carece de realismo. Harto atractivo ejercieron en Las Casas los bienes terrena­les para desestimar éste la importancia de los mismos como elemento económico en la historia de las naciones, como elemento sicológico en el corazón de los reyes que las gobiernan. Lejos, pues, de amones­tar al monarca español por la posesión de un imperio colonial, busca Las Casas “interesarlo” en todos los sentidos de la palabra. La carta al príncipe heredero Felipe inaugura el texto aclarando el papel que, según Las Casas, le corresponde al Rey católico en tanto que delega­do de Dios en las gestión de las Indias, “temporal y espiritual­mente”.59 Por razones obvias, la Brevísima, carente de matices en cuanto a los hechos de los españoles, insinúa, en lo tocante a la responsabilidad del Rey de España, argumentos no siempre tomados de la más relevante ejemplaridad —si bien indirectamente halagüe­ños—, y se muestra hábil ante la imperial idiosincrasia, nada indife­rente a bienes materiales y vanidades dinásticas. Habilísima, por ejemplo, la manera de evocar la figura histórica de la reina Isabel, su

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prestigio y autoridad aun en las Indias: [los españoles] sólo se echa­ron a destruir

desde que allí se supo de la muerte de la reina Isabel [...] porque hasta entonces sólo en estas islas se habían destruido algunas provincias por guerras injustas pero no del todo [...] porque la Reina, que haya santa gloria, tenía grandísimo cuidado e admirable celo a la salvación y prosperidad de aquellas gentes.60

Obviamente, por contraste se aumenta el desprestigio y falta de consideración que por culpa de los colonos sufre la persona real, “diciéndoles los colonos (a los indios) que se sujetasen a ellos, hom­bres tan inhumanos, injustos y crueles, en nombre del Rey de España [...] el cual estimaban ser muy más injusto y cruel que ellos”,61 amén de otras razones espiritualmente menos relevantes, o sea como que­da dicho, las que atañen a “la renta que le han estorbado y echado a perder, que tuvieran los reyes de España de aquel reino”. 2 Pero con todo sería un error de lectura olvidar que clama la Brevísima para contrarrestar el silencio cómplice o indiferente de España, recor­dando al futuro monarca, el príncipe Felipe, que la voluntad divina era que “convirtiese y prosperase” las Indias en beneficio de Dios y del prójimo (los indios) como condición de la salvación propia, bella definición de lo que hubiera podido ser la política colonial de una nación cristiana, conquista pacífica para todos provechosa.63

N otas

1. M. Bataillon y A. Saint-Lu, Las Casas et la défense des Indiens, Julliard, col. Archives, 1971, p 39.

2. Saint-Lu, La Vera Paz, esprit évangélique et colonisation, Institut d’Étu- des Hispaniques, París, 1968.

3. B. Las Casas, B.A.E., Tome ex, Madrid, 1958, p. 321 a.4. Idem.5. Idem., p. 175 b.6. M. Bataillon y A. Saint-Lu, Las Casas et la défense des Indiens, loe. cit.,

p. 55.

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7. B. Las Casas, Brevísima relación de la destruición de la Indias, B.A.E., loe. cit., pp. 134-177.

8. Mat., 11, 9;Luc., 7,26.9. Brev., p. 155 b. Las Casas cita a Zacarías en latín, vers 11, 4 y 5.10. Idem., pp. 153 b y 167 a.11. Idem., p. 155 b: “hacer oro de los cuerpos y de las ánimas de aquellos

por quien Jesuscristo murió”; p. 156 b: “véase cuánta es la insensibilidad de los españoles en aquellas tierras e como los ha traído Dios in reprobus sensus y en qué estima tienen a aquellas gentes criadas a la imagen de Dios e redimidas por su sangre”; p. 163 b: “poniendo en peligro de muerte temporal e también del ánima porque mueren sin fe e sin sacramentos”; p. 164 a: “matando e infernando las ánimas que el Hijo de Dios redimió con su sangre”.

12. Idem., p. 138 b: “una vez vide”, “sé cómo se llamaba”, “conoscí en Sevilla”, “yo vide”; p. 139 a: “yo conoscí”, “sé yo”; p. 139. b: “esto sé”; p. 150 a: “la ceguedad de los que regían las Indias no alcanzaba ni enten­día aquello que en sus leyes está expreso e más claro que otro de sus primeros principios”; p. 162. b: “vide el dicho tirano y supe allí lo que había hecho”; p. 168 a: “supimos muy con verdad”; p. 168 b: “veamos y conozcamos claro”; p. 169 b: “por experiencia cierta conoscí”; p. 174 a: “he visto por mis mesmos ojos”.

13. Idem., p. 162 b.14. Idem., p. 153 b.15. Idem., p. 163 a.16. Idem., p. 159 a.17. Idem., p. 168 a.18. Idem., p. 142 b.19. M. Bataillon y A. Saint-Lu, loe. cit., p. 22.20. Brev., p. 169 b.21. Idem., p. 170 b, a.22. Idem., p. 167 a: “crueldades e iniquidades contra Dios y sus prójimos”;

p. 176 b: “tantas e maldades y pecados contra Dios y los prójimos”.23. Aunque la modernidad conoce a Las Casas, según dicho, como polemis­

ta, no me parece de poca importancia el haber sido su vocación la de un dominico, y luego un misionero, si bien le impusieron las circunstancias históricas asumir el conocido papel requisitorial.

24. B. Las Casas, B.A.E., loe. cit., p. 329 a. Siir ser la ironía su arma predilecta, la utiliza Las Casas con talento. Contra Sepúlveda se matiza

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en forma de humor pero en la Brevísima alcanza el dramatismo del vaticinio de la condenación porque el adjetivo “piadoso capitán”, “buen capitán”, ha de entenderse por el horrorífico contexto en que viene, como sinónimo de “malo”, o sea diabólico, infernal.

25. Recordemos que 1542 es la fecha de redacción de la Brevísima, 1552 su impresión en Sevilla.

26. Brev., p. 136 a.27. Idem., p. 140 a: “asolaron y despoblaron la mitad de todo aquel reino”.28. Idem., p. 136 b.29. Idem., p. 137 a.30. Idem., p. 136 b.31. Idem., p. 137 a.32. Idem., p. 175 b.33. M. Bataillon y A. Saint Lu, loe. c i t p. 37.34. Brev., p. 137 a: “injustas guerras”; p. 139 b: “por hacer Dios venganza de

tan grandes injusticias”; p. 140 a: “grande iniquidad e injusticia”; p. 140 b: “todas las injusticias e maldades dichas”, “diabólicas e injustísimas (guerras)”; p. 155 a: “injusticias e agravios”, “injustísima” causa etc.

35. Idem., p. 136 a: “paresce que puso Dios en aquellas tierras todo el golpe o la mayor cantidad de todo el linaje humano”.

36. Idem.37. Idem., p. 142 a y 152 b.38. Idem., p. 136 a.39. Por haber demostrado Las Casas no poseer natural inclinación al espí­

ritu de obediencia y pobreza es su juicio tanto más apreciativo.40. Brev., p. 156 b: “infinitas e inauditas crueldades que hicieron los que se

llaman cristianos”; p. 162 a: “tan horribles e abominables insultos como hacen en las Indias los que tienen nombre de cristiano”; p. 169 b: “infinitas hazañas señaladas en maldad e crueldad (...) cometidas por los que se llaman cristianos”; “malo” y “bueno” han de entenderse en el sentido etimológico de la Sagrada Escritura para apreciar la fuerza del oxímoron lascasiano “mal cristiano” (p. 139 a: “un capitán mal cristia­no” p. 154 b: “un mal cristiano”) literalmente contrapuesto a la tauto­lógica expresión “gentes buenas e inocentes” (p. 155 b).

41. Idem., p. 159 b.42. Idem., p. 147 b.43. Idem., p. 158 b.44. Idem., p. 155 a.

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45. Idem., p. 164 a y 155 b: “las ánimas de aquellos por quien Jesucristo murió”; p. 156 b: “aquellas gentes criadas a la imagen de Dios e redimi­das por su sangre”.

46. Idem., p. 136 b, 148 a, 152 b, 166 b (“aquellos corderos y ovejas de su casa”.

47. Idem., p. 136. Se da la misma imagen en 173 b: “dan los tigres y leones en aquellas ovejas mansas”.

48. Idem., p. 166 b: “insaciable cudicia de dineros de aquellos avarísimos tiranos”. Así como declara el adjetivo “mansa” la natural bondad (san­tidad) de los indios/ovejas, denuncia el adjetivo “crueles” inclinaciones de los cristianos que no son de humanos sino propiamente de bestias: “feroces bestias” (p. 138 b), “corazones inhumanos e bestiales” (p. 152 a), “ferocidad de fieras bestias” (p. 175 a) son unas cuantas de las muchas ocurrencias de la misma imagen denotativa de la inhumanidad de los cristianos.

49. Idem., p. 150 b. Véase además p. 153 b “tan grandes insultos, gravísimos pecados e abominaciones tan execrables” y “tan grandes males, tantos pecados, tantas crueldades, robos e abominaciones”; p. 145 b: “tantos daños, tantas matanzas, tantas crueldades, tantos cautinaciones”; p. 145 b: “tantos daños, tantas matanzas, tantas crueldades, tantos cautiverios e injusticias” en oposición a “la felicidad, sanidad, amenidad y prospe­ridad e fragancia y población” (p. 145 b) y “los grandes y florentísimos e felicísimos reinos” de las Indias (p. 150 b).

50. Llega a ser idiolectal la acumulación, doble o triple por lo general, de ciertos sustantivos como “estragos”, “matanzas”, “crueldades”, “perdi­ciones”, “maldades”:“estragos e matanzas”, pp. 140 a, 152 b, 153 a, 149 b.“estragos y muertes y crueldades”, pp.149 b.“estragos e perdiciones”, p. 137 b.“maldades e traiciones”, p. 176 c, a, etc.“matanzas e perdiciones”, p. 145 a.

51. Ibidem., p. 154 b: “por conseguir el fin que tienen por dios, que es el oro”, p. 154 a: “diabólica cudicia”, p. 155 b: “gran cudicia”, p. 166 b: “insaciable cudicia de dineros”.

52. Idem., p. 137, a y b. El énfasis requisitorial que se expresa adverbial o superlativamente (tan, tantos, ísimo) también se vale del adjetivo “infi­nito” (“infinitas gentes”, “infinitas guerras”, “infinitas hazañas”, etc.) o del equivalente “inmenso” (“inmensas ánimas”), ambos de connotación obviamente espiritual, que además se prestan a juegos opositivos vincu­

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lados con el mismo título: “de infinitas (obras) que en estos tres años han perpetrado y que agora en este día no cesan de hacer (los cristia­nos), diré algunas muy brevemente de muchas”, (p. 171 b).

53. Idem., p. 137 a: “infernales obras de los cristianos”, “tiranía infernal”; p. 141 a: “guerras diabólicas”; p. 146 b: “guerras infernales”; p. 147 a: “obras infernales”; p. 150 a: “diabólica cudicia”; p. 152 a: “infernales enemigos”; p. 155 a: “ guerras inicuas e infernales”; p. 157 b: “ladrones impíos, infernales”; p. 174 a: “tiranía diabólica”, “infernales obras”; p. 176 a: “infernales tributos”.

54. Idem., p. 142 a: “todas perescidas sin fe e sin sacramentos”; p. 163 b: “poniendo en peligro de muerte temporal y también del ánima porque mueren sin fe e sin sacramentos, a sus prójimos”.

55. Idem., p. 150 b.56. Idem., p. 157 b.57. Idem., p. 166 b... Véase además p. 143 a: “robado, matado e ezsanda

mucha gente” p. 147 a: “hicieron grandes escándalos”.58. Brev., p. 138 a.59. Idem.,p. 135 a.60. Idem., p. 141 b.61. Idem., p. 151 a y b.62. Idem., p. 166 a.63. Véase por ejemplo, p. 171: “ha sido su Majestad muy deservido e

defraudado en perder tal tierra que podía dar buenamente de comer a toda Castilla”, el adverbio “buenamente” se ajusta a todos los comenta­rios hechos con respecto a “bueno” en el texto de Las Casas. Remite así mismo a la expresión coloquial “por las buenas” o sea al lema lascasiano de “conquista pacífica”.