la otredad de los feminismos latinoamericanos y la transicion a la democracia

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LOS FEMINISMOS Y LA OTRA TRANSICION A LA DEMOCRACIA EN AMERICA LATINA 1 Por Breny Mendoza, Ph.D. Quiero empezar este ensayo haciendo una referencia a la otra Transición que nos dice García de León Álvarez acompañó los procesos de democratización en España tras la muerte de Franco. 2 La muerte de Franco como bien sabemos constituye en la conciencia histórica española el ansiado retorno a sus orígenes europeos y el paso a la democracia que los demás países europeos venían gozando desde la posguerra. La ausencia de un régimen democrático de corte liberal se había convertido en una de las tantas líneas divisorias que los países al norte de España se imaginaban les separaba del país ibérico desde el siglo XVII. El trauma histórico que constituyó la expulsión de España del imaginario europeo 3 pareció desvanecerse con la desaparición de Franco y el retorno de la democracia electoral a mediados de los años setenta. España no sólo debía celebrar el fin de la dictadura franquista sino el reencuentro con sus “autenticas” raíces. De ahí que la transición a la democracia de España debería entenderse a la vez como un proceso de re-europeización que luego se oficializa con su inclusión a la Unión Europea. Pero ello significó cortar de lleno el cordón umbilical que había unido a la España franquista con los regimenes autoritarios y dictatoriales de América Latina. La otra Transición de la que nos habla María Antonia García de León Álvarez alude, por supuesto, a la contribución que las mujeres españolas, ilustradas y esclarecidas, hicieron a este importantísimo momento histórico de ese país; mujeres éstas, miembros de una elite dueña del pensamiento crítico occidental, particularmente, anglosajón que logra construir los cimientos del feminismo español, profundizar la democracia y estrechar los lazos de España con el mundo occidental, el cual recordemos, suele excluir América Latina. Esta exclusión de América Latina del imaginario occidental nos permite hablar, sin embargo, de otra transición, de otra transición más urdida en la otredad, es decir, la transición de América Latina a la democracia que se da casi una década después que España en condiciones muy diferentes, pero en la cual las mujeres también juegan un papel protagónico. América Latina, la que ante el occidente hegemónico compartía con España la exterioridad a la modernidad, una disputada pertenencia al mundo occidental y una incompatibilidad con la democracia liberal quedaba en esta trama interrumpida conminada a un nuevo centenario de soledad; más lejos de los designios de la modernidad que dicta la entrada a la civilización europea, más comprometida a una dizque insalvable no-occidentalidad cultural/racial y por tanto menos apta para la senda 1 Publicado en Mendoza, Breny (2008). “Los feminismos y la otra transición a la democracia en América Latina”, En María Antonia García de León (comp). Rebeldes ilustradas (La Otra Transición). Barcelona: Anthropos. 2 María Antonieta García de León Álvarez habla de la otra transición en “Memoria de la Beca Alvaro del Amo.” Inédito. 3 La expulsión se remonta a la Leyenda Negra finamente construida por los poderes rivales de España, Inglaterra, Francia, Italia y Alemania, desde el siglo XVII y en gran apogeo en el siglo XVII y XIX.

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Page 1: La Otredad de Los Feminismos Latinoamericanos y La Transicion a La Democracia

LOS FEMINISMOS Y LA OTRA TRANSICION A LA DEMOCRACIA EN

AMERICA LATINA1

Por Breny Mendoza, Ph.D.

Quiero empezar este ensayo haciendo una referencia a la otra Transición que nos dice

García de León Álvarez acompañó los procesos de democratización en España tras la

muerte de Franco.2 La muerte de Franco como bien sabemos constituye en la conciencia

histórica española el ansiado retorno a sus orígenes europeos y el paso a la democracia

que los demás países europeos venían gozando desde la posguerra. La ausencia de un

régimen democrático de corte liberal se había convertido en una de las tantas líneas

divisorias que los países al norte de España se imaginaban les separaba del país ibérico

desde el siglo XVII. El trauma histórico que constituyó la expulsión de España del

imaginario europeo3 pareció desvanecerse con la desaparición de Franco y el retorno de

la democracia electoral a mediados de los años setenta. España no sólo debía celebrar el

fin de la dictadura franquista sino el reencuentro con sus “autenticas” raíces. De ahí que

la transición a la democracia de España debería entenderse a la vez como un proceso de

re-europeización que luego se oficializa con su inclusión a la Unión Europea. Pero ello

significó cortar de lleno el cordón umbilical que había unido a la España franquista con

los regimenes autoritarios y dictatoriales de América Latina. La otra Transición de la que

nos habla María Antonia García de León Álvarez alude, por supuesto, a la contribución

que las mujeres españolas, ilustradas y esclarecidas, hicieron a este importantísimo

momento histórico de ese país; mujeres éstas, miembros de una elite dueña del

pensamiento crítico occidental, particularmente, anglosajón que logra construir los

cimientos del feminismo español, profundizar la democracia y estrechar los lazos de

España con el mundo occidental, el cual recordemos, suele excluir América Latina. Esta

exclusión de América Latina del imaginario occidental nos permite hablar, sin embargo,

de otra transición, de otra transición más urdida en la otredad, es decir, la transición de

América Latina a la democracia que se da casi una década después que España en

condiciones muy diferentes, pero en la cual las mujeres también juegan un papel

protagónico.

América Latina, la que ante el occidente hegemónico compartía con España la

exterioridad a la modernidad, una disputada pertenencia al mundo occidental y una

incompatibilidad con la democracia liberal quedaba en esta trama interrumpida

conminada a un nuevo centenario de soledad; más lejos de los designios de la

modernidad que dicta la entrada a la civilización europea, más comprometida a una

dizque insalvable no-occidentalidad cultural/racial y por tanto menos apta para la senda

1 Publicado en Mendoza, Breny (2008). “Los feminismos y la otra transición a la democracia en América

Latina”, En María Antonia García de León (comp). Rebeldes ilustradas (La Otra Transición). Barcelona: Anthropos. 2 María Antonieta García de León Álvarez habla de la otra transición en “Memoria de la Beca Alvaro del

Amo.” Inédito. 3 La expulsión se remonta a la Leyenda Negra finamente construida por los poderes rivales de España,

Inglaterra, Francia, Italia y Alemania, desde el siglo XVII y en gran apogeo en el siglo XVII y XIX.

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democrática trazada por Europa Occidental y la América anglosajona como única vía a la

grandeza humana. América Latina debía en este imaginario occidental continuar

debatiéndose en el mundo en su condición de poscolonizada, Calibanizada, en efecto,

expulsada del paraíso que Europa, y Norte América después, se imaginan sólo para sí

mismas desde la conquista de América. Mientras España reconquistaba su posición en el

sistema moderno/capitalista/imperial occidental, América Latina entraba de nuevo en los

designios imperiales de Occidente por la puerta de atrás, esta vez como zona por

reconquistar, recolonizar, e incluso por re-evangelizar.

Desde la llegada de los europeos al continente americano, no obstante, América Latina

busca incesantemente un lugar en el cual poder habitar humanamente el mundo.4 A la

muerte de Franco, América Latina libraba sus últimas batallas guevaristas, empeñada aún

en construir sueños de revolución. Pero lastimosamente estos sueños de revolución

continuaban comprometidos con la razón imperial que les dio origen y que le selló a la

región su destino como repúblicas tropicales (léase bananeras); los sueños de revolución

permanecían capturados por las doctrinas de la Ilustración de la primera y segunda

modernidad5 que codifican los estatutos de la civilización, progreso, evolución y cambio

dentro del pensamiento único que se origina en la experiencia imperial europea y el

capitalismo colonial que se deriva de esta experiencia.6 Además por si fuera poco, la

utopía revolucionaria de la izquierda latinoamericana seguía dependiendo de conceptos

de género y raza ligados a la colonialidad del poder y el eurocentrismo que

necesariamente ponían en entredicho la ansiada descolonización y la libertad de las

mujeres.

En lo que concierne a la raza, los revolucionarios, hombres y mujeres, no lograron

trascender la idea de raza que los españoles nos legaron: se trabajaba aún con la idea que

había que eliminar el etnos premoderno representado en la población indígena, campesina

y descendientes de Africa para construir el “hombre nuevo.” La izquierda, clasemediera,

mestiza o descendiente de Europa en su mayoría, se rehusó a reconocer la particularidad

de lo indígena y lo africano al interior de la sociedad latinoamericana; seguía viéndola

más como problema u obstáculo que como agente de cambio. Se les negaba a los

indígenas y afro-descendientes su propia representatividad, subjetividad y la oportunidad

de negociar y ofrecer visiones alternativas a la razón imperial y a la misma razón

revolucionaria que decía querer emanciparles del poder que les oprimía.

El tropo del héroe revolucionario que entregaba su vida para construir una nueva

sociedad, tan central para el discurso de la revolución, llevaba consigo también la marca

indeleble del masculinismo de la izquierda. La impresionante participación de mujeres

combatientes y comandantes, sobre todo en las guerrillas centroamericanas que lucharon

contra las dictaduras militares en los años setentas y ochentas poco pudieron hacer para

4 Ver Eduardo Subirats, Una última visión del paraíso, Mexico: Fondo de Cultura Económica, 2004. 5 Los postoccidentalistas como Enrique Dussel se refieren a la colonización española como la primera fase

de la modernidad y a la segunda modernidad la impulsada por los regimenes coloniales británicos, y la

revolución francesa. 6 Ver María Josefina Saldaña-Portillo, The Revolutionary Imagination in the Americas and the Age of

Development, Durham: Duke University Press, 2003 p. 7.

Page 3: La Otredad de Los Feminismos Latinoamericanos y La Transicion a La Democracia

atenuar el furibundo masculinismo revolucionario.7 Las mujeres persistieron en el

imaginario revolucionario masculinista como madres de soldados héroes, madre/soldado

o compañeras del “compa”, y en el mejor de los casos, como carnada para la captación de

fondos del exterior para financiar la causa revolucionaria, pero en el peor de los casos

como una especie de “comfort woman” del guerrillero.

Dentro de las luchas izquierdistas que se llevaron contra las dictaduras, en particular en el

Cono Sur, en la clandestinidad en los partidos, sindicatos, iglesias, movimientos sociales,

las mujeres jugaron igualmente un papel fundamental. Las mujeres no sólo fueron un

importante contingente de la resistencia y decisivas para la caída de las dictaduras y la

transición a la democracia de estos países, sino además fueron víctimas de un martirio

específico y una violencia programática por su ‘condición de hembras’. Las dictaduras

militares aplicaron toda la saña imaginable e inimaginable contra los cuerpos femeninos

en sus cámaras de tortura para enviar un mensaje claro de lo que acaece cuando las

mujeres se atreven a entrar en el terreno de lo político-masculino, en especial, en países

como Chile, Argentina y Uruguay. Los jerarcas militares de las dictaduras

sudamericanas de los setenta no sólo dieron rienda suelta a su misoginia sadista para

reinscribir los cuerpos femeninos dentro de sus códigos fascista-patriarcales, sino que

también aniquilaron la esfera pública utilizando tropos de género para “desciudadanizar”

a toda la población y así hacer imposible cualquier deliberación de lo público tanto a

hombres como a mujeres.

La sociedad entera puede decirse fue feminizada al eliminarse la esfera pública con el

artificio de la privatización de la vida pública, que dejaba lo público subsumido en la

familia y reducido al consumo privado de bienes o sea al mercado capitalista. En un

momento del régimen dictatorial, la única alternativa que quedó tal como en la España de

Franco fue la actividad política en la clandestinidad o en el exilio. Pero, alas, dada la

oportunidad, la misma privatización de la vida pública se convirtió en el espacio de la

resistencia contra las dictaduras. Como nos dice Sapriza en su análisis de la relación de

los feminismos con la izquierda en “épocas crueles” en el Uruguay, el avasallamiento de

las instituciones, la ilegalización de los partidos, y el desmantelamiento de las

organizaciones sindicales llevaron la política al ámbito del hogar y el vecindario y con

ello se privilegiaron los espacios de interacción tradicionalmente femeninos.8 La política

ni más ni menos cayó en manos de las mujeres y en manos de las mujeres habrían de

sucumbir las dictaduras militares años después.

La crueldad de las dictaduras y la muerte de lo político-público en el Cono Sur

consiguieron politizar lo privado y activar a las mujeres políticamente de una manera

singular. Podría afirmarse que las mujeres del Sur le dieron un nuevo significado al lema

feminista occidental de “lo personal es político” que en esos días se consideraba una

forma revolucionaria de pensar lo político dentro de la sociedad norteamericana y

europea. Con sus luchas desde los espacios de la vida cotidiana, de la familia, la

7 Ver Karen Kampirth, Feminism and the legacy of revolution: Nicaragua, El Salvador, Chiapas . Athens :

Ohio University Press, 2004. 8 Ver Graciela Sapriza, “Sobre el difícil matrimonio”. Una indagatoria sobre feminismos e izquierdas en

épocas crueles”. En http://www.fazendogenero7.ufsc.br/artigos/G/Graciela_Sapriza_40.pdf

Page 4: La Otredad de Los Feminismos Latinoamericanos y La Transicion a La Democracia

comunidad, centros deportivos, y parroquias y en particular, en la politicización de la

maternidad de las Madres de la Plaza de Mayo de la Argentina, las mujeres del Sur

reconfiguraron la esfera pública a través de la esfera privada. El pensamiento maternal de

Sara Ruddick con tan poca concreción en el ámbito feminista norteamericano de esos

tiempos, se vio cristalizado en la acción política de las madres de los desaparecidos de

Argentina y Uruguay que desde su maternidad exigían a las dictaduras militares una

política basada en una ética de no-violencia. En ningún otro lado habría el modelo del

pensamiento maternal feminista podido denunciar de manera tan coherente el

trastornamiento del vínculo existente entre lo político, la vida, el cuerpo, el género y la

sexualidad y la no-violencia y su opuesto: la violencia, la cultura de la muerte

masculinista (tanto de derechas como de izquierdas) y la mortalidad de los humanos

como se hizo al reclamarle a las dictaduras los cuerpos de sus hijos e hijas desaparecidas,

vivas o muertas. Algo de esto hicieron las mujeres nicaragüenses cuando les negaron el

voto a los Sandinistas en las elecciones forzadas por los Estados Unidos en 1990. Los

Sandinistas de Daniel Ortega, que al final de sus días se mostraron cada vez menos

dispuestos a escuchar las voces de las madres de los combatientes jóvenes que morían en

la guerra9, y a las feministas que militaban en sus filas que veían como los espacios de

participación se endurecían perdieron el poder en manos del voto femenino. Con ello las

mujeres lograron revertir la lógica militar que determinaba la vida y la muerte en

Nicaragua en esos días. Entonces la política tanto de derechas como de izquierdas, la

lógica militar tanto de las dictaduras como las guerrillas y la agresión externa continuaba

siendo una cuestión masculina, pese a una cierta presencia de mujeres en los mandos

militares y en las tropas tanto revolucionarias como de la Contrarrevolución. Como nos

dice Susan Sontag, la guerra seguía siendo un juego de hombres---la máquina asesina

tenía un género y ese era masculino.10

Ante ese panorama la democracia liberal prometía

a todas las mujeres latinoamericanas el paraíso terrenal. La fe que las feministas

latinoamericanas depositarían en el retorno del régimen democrático electoral para

transformar las relaciones de género y civilizar el orden político masculino sería, sin

duda, fenomenal como habría de verse en las siguientes décadas.

La transición a la democracia en la otredad

Hay quienes colocan la derrota de Argentina en la guerra de las Malvinas en 1982 como

el momento decisivo para el desmantelamiento de las dictaduras militares de Sudamérica.

Si bien la resistencia popular, de los partidos proscriptos, y en particular de las mujeres

contra las dictaduras fue crucial, lo cierto es que el conflicto de las Malvinas visto como

una estrategia para desviar la crisis interna hacia fuera y un pésimo cálculo de los

militares que creyeron afrontar a Inglaterra con el apoyo de Estados Unidos y otros

regimenes militares de la región, aparece como un factor que aceleró el descenso de las

dictaduras militares en el Cono Sur. La rápida deslegitimación de los regimenes militares

a partir de las Malvinas sucedió de forma inesperada para muchos, incluso para la

izquierda que se encontraba no sólo clandestina y en la defensiva sino que además sin un

9 Daniel Ortega recuperó el poder en las elecciones del 2007 en una campaña intensamente anti-feminista.

Los Sandinistas se unieron a la Iglesia Católica y los sectores más conservadores para abolir la ley del

aborto terapéutico en Nicaragua. 10

Ver Susan Sontag, Regarding the Pain of Others, New York: Picador, 2003, p. 6.

Page 5: La Otredad de Los Feminismos Latinoamericanos y La Transicion a La Democracia

plan político para tiempos de paz. Es obvio que en América Latina las ‘transiciones a la

democracia’ no se dieron por la repentina muerte del caudillo como en España, tal vez ni

siquiera por la altísima peligrosidad de las masas que claramente mostraban su malestar

con las dictaduras sino que factores externos a la región también jugaron un papel. Por un

lado, estaba ese desparpajo de los militares argentinos descreídos del lugar que ocupaban

en el mundo occidental capitalista al enfrentarse militarmente contra Inglaterra y la

pronta respuesta de la inquebrantable díada de Inglaterra y Estados Unidos que les hizo

perder legitimidad hasta entre sus adeptos. Por otro lado, el trasfondo de la caída de las

dictaduras retrospectivamente parece radicar también en el hecho que los regimenes

militares se habían vuelto insostenibles para la reestructuración económica y la

configuración política de la globalización neoliberal que se avecinaba. En realidad, el año

1982 fue significativo en más de un sentido. En 1982 la economía de los Estados Unidos

entró en una grave recesión la cual se resolvió aumentando unilateralmente las tasas de

interés bancarios que desataron la gran crisis de la deuda externa en América Latina; la

crisis de la deuda externa hace que México sea el primer país que se declare insolvente en

ese mismo año y que la banca internacional entre en pánico; el modelo neoliberal

implementado primero en Chile por la dictadura de Pinochet entra en su primera crisis,

pero en vez de servir de escarmiento es convertido por las instituciones financieras

internacionales en el modelo único para toda la región latinoamericana para recuperar los

préstamos. Es precisamente, en este punto que los Estados Unidos transforman a la

“democracia electoral” en su política privilegiada hacia la región y en su nuevo

instrumento de dominación del mundo capitalista. La democracia electoral pasa a ser

complemento del catecismo neoliberal de globalización, modernización del estado,

privatización, desregulación, descentralización, tratados de libre comercio, y

transversalización de género etc. Es decir, se empieza a propugnar agresivamente

políticas que inducen menos Estado, menos programas sociales, menos derechos

laborales, menos empleos formales, menos soberanía, menos industria nacional, menos

esfera pública, menos educación pública, menos cultura pública y que producirían una

verdadera hecatombe social, peor que la de la época de las dictaduras militares. Por eso,

la década de los 80 considerada la década perdida para América Latina en términos

económicos y sociales se caracterizó paradójicamente por un sucesivo retorno de las

democracias electorales. La democracia retorna en Argentina en 1983, en Uruguay y

Brasil en 1985, en Chile 1988, y hasta en Paraguay 1989. En países como Perú y

Honduras la democracia electoral había retornado unos años antes (1980) dando ya

algunas luces de como la democracia electoral podía conservar las mismas funciones que

los regimenes militares autoritarios y al mismo tiempo imponer el proyecto neoliberal.

Hacia fines de la década de los 80 y comienzos de los 90 en Centroamérica, las guerras

sin victorias de El Salvador y Guatemala y el desgaste militar y civil ocasionado por la

Contrarrevolución financiada por Estados Unidos en Nicaragua, aunado a la

disponibilidad de las izquierdas centroamericanas a parlamentarizarse en procesos de

redemocratización y pactos de paz impulsados por Estados Unidos, Europa y las

Naciones Unidas pusieron fin a las contiendas militares. Es notorio en este caso, que el

colapso de la Unión Soviética y el bloque socialista y la constitución de un mundo

unipolar con Estados Unidos como única superpotencia en los 90 fueron la verdadera

contraparte de esta restauración de la democracia. La liquidación del poder militar a nivel

Page 6: La Otredad de Los Feminismos Latinoamericanos y La Transicion a La Democracia

interno de toda América Latina a través de la manufacturación alucinatoria de procesos

democráticos y la apología de la ideología de la globalización y el neoliberalismo como

condición inescapable y el cinismo político con que se caracterizaron la postdictadura y

el postsocialismo se revelaría una década más tarde como la última palabra de la

banalización de la democracia en esta parte del mundo poscolonizado. Es decir, que lo

que para España era un redescubrimiento de su identidad europea y un retorno al paraíso

de las democracias imperiales del occidente, para América Latina la transición a la

democracia significó más bien una regresión económica, política y cultural que sólo hoy

se comienza tímidamente a desandar.

No creo que pueda mal comprenderse que la transición a la democracia de América

Latina estuviera ligada a los nuevos designios globales de los imperios occidentales de

Estados Unidos y Europa. A través de su historia, la región ha sido sujeta como nos dice

Mabel Moraña a sucesivas “conquistas, colonizaciones, emancipaciones, empresas de

civilización, modernización, europeización, desarrollismo, se le ha otorgado conciencia,

se le ha des-democratizado y ahora con toda impunidad se le vuelve a democratizar”.11

Este retorno al orden democrático no puede ser desentendido de esta realidad histórica de

la región, por eso no nos es difícil encontrar los vínculos que atan al neoliberalismo y el

discurso de la democracia que retorna a América Latina en los ochentas y noventas con

los discursos del pasado colonial y con los principios de la colonialidad del poder que nos

habla Aníbal Quijano. Hacia comienzos de los 80, los hechos políticos de América Latina

con todos sus trazos de genocidio, fascismo, racismo y sexismo seguían siendo

consecuencia de su posición dentro la configuración del sistema mundo/colonial y la idea

de raza y de género que se implantó con el “descubrimiento de América” y el desarrollo

del capitalismo, la modernidad y el colonialismo/imperialismo que surgió de ese evento

histórico. Existe una contigüidad entre los discursos de evangelización, liberación,

modernización etc. con el discurso de la democratización que hace que la democracia no

desemboque en un proyecto emancipatorio y civilizatorio. La implantación del ideario de

la democracia en las realidades postcoloniales latinoamericanas desde una lógica

imperial/colonial se vislumbra más bien como un simulacro de democracia. En ningún

momento se reestablece el poder popular o se da una emancipación total de la lógica de

dominación militar a nivel interno ni la dominación imperial externa sino que tan sólo es

revestida con un nuevo lenguaje e incluso de institucionalidad que reproduce las

estructuras de poder de la colonia. La democracia en estas latitudes por eso tiene otro

sentido y otros objetivos que son ajenos a los sentidos y objetivos de la democracia en las

sociedades del Occidente. Las sociedades de Occidente que han dominado históricamente

al subcontinente han podido precisamente por su relación histórica con América Latina y

sus colonias en otras partes del mundo establecer ciertos parámetros de democracia

dentro de sus sociedades, aunque éstos se encuentren hoy en crisis. Pero la nuestra es una

democracia que se hace compatible con proyectos de colonización desde afuera y con los

sistemas locales de colonización interna que siguen y dependen de los mismos dictados

del poder imperial occidental. De ahí que la transición a la democracia en el

subcontinente difícilmente puede verse como emancipatoria ni “civilizatoria” como se

pretende en el discurso de la democracia (neo)liberal. En la experiencia reciente de

11 Ver Mabel Moraña, “The Boom of the Subaltern” en The Latin American Cultural Studies Reader,

Durham: Duke University Press, 2004, p. 651.

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América Latina podríamos hablar incluso de la colonialidad de la democracia o de cómo

la democracia neoliberal utilizando el artefacto del libre mercado ha sido instrumental

para reestablecer normas coloniales al interior de nuestras sociedades y a la vez

reconstruir el vínculo colonial de la región en su conjunto con los nuevos poderes

imperiales de occidente.12

Esto que nos parece más claro ahora con la invasión de

Afganistán y la guerra contra Irak en nombre de la democracia por los Estados Unidos y

con la devastación económica y social de la región luego de más de dos decenios de

democracia representativa y neoliberalismo no estaba para nada claro a finales de los 80s

y 90s para las feministas ni la izquierda que descendían de los ideales de la revolución y

el anti-imperialismo. Las feministas latinoamericanas e izquierdas ambas clasemedieras,

urbanas, mayoritariamente blancas y mestizas hasta hace poco, se entregaron con poco

sentido crítico al proyecto de la democratización que el occidente ofrecía como salida del

militarismo autoritario. Si bien las feministas que provenían de las organizaciones de

izquierda se desprendieron en su mayoría del tutelaje de la izquierda masculinista al caer

las dictaduras, el movimiento que se forjó al momento de la ruptura, igual que la

izquierda, se sintió seducida por el nuevo discurso de la democracia liberal que

impulsaban los Estados Unidos y era apoyado por Europa Occidental. Ya en 1983,

Virginia Vargas, feminista peruana del Centro Flora Tristán se lanzó como candidata de

la izquierda en Lima en las elecciones nacionales, aunque con poco éxito. Tanto

feministas como izquierdas buscaron reconstruir su identidad política perdida en los

sueños frustrados de revolución en la democracia electoral y sin saberlo, colaborarían en

la reinstitución de las normas coloniales del proyecto democrático neoliberal.

De las Trampas de la Democracia Neoliberal

En su análisis del transito feminista de la dictadura a la transición a la democracia en

Chile, Nelly Richard nos recuerda cómo el consenso político que gestionó la transición

dependió de una ocultación y olvido de lo acontecido durante la dictadura.13

La transición

a la democracia, efectivamente, se basó en una serie de pactos entre las partes contrarias

que conjuntamente extendían un velo sobre la violencia y la crueldad de los militares. El

discurso político de la transición se caracterizó por un monitoreo sistemático y cuidadoso

de cualquier alusión al pasado dictatorial. Se medían las palabras, se controlaban los

tonos, se suprimía del vocabulario institucional toda mención a los hechos violentos de la

dictadura e incluso se reprimían las inflexiones que podrían denotar demasiada

indignación ante el pasado. Esta “nueva pragmática del orden democrático” que se dio

en Chile y que sirvió como modelo para los demás países del Cono Sur se valió de

acuerdos y una burocratización de lo político, que redujo lo que normalmente se

resolvería mediante la deliberación política entre partes ideológicamente contrarias en la

esfera pública, en ejercicios técnico-administrativos de tecnócratas y expertos dentro de

los aparatos del estado que a su vez dependían del exterior tanto para sus recursos

discursivos como materiales. Por su parte, el mercado ahora desnacionalizado y

12 Ver mi artículo, “Introduction: Unthinking State-Centric Feminisms” en Debra Castillo, Mary Jo Dudley

y Breny Mendoza (eds.) Rethinking Feminisms in the Americas, Ithaca, Cornell University, LASP, 2000, p.

9. 13 Ver Nelly Richard, “La problemática del feminismo en los años de la transición en Chile” en

http://www.globalcult.org.ve/pub/Clacso2/richard.pdf.

Page 8: La Otredad de Los Feminismos Latinoamericanos y La Transicion a La Democracia

transnacionalizado desmemoriaba a los “nuevos ciudadanos” saturándoles sus sentidos

con un consumismo desmesurado que ocasionaba no sólo un deslumbramiento social y

excitación ante lo perennemente novedoso y efímero de las mercancías y las nuevas

tecnologías sino que además tenía el efecto de des-realizar los crímenes cometidos

durante la dictadura haciendo desaparecer los cuerpos de los torturados y mutilados una

vez más de la conciencia colectiva.14

Las leyes de amnistía que Chile decretó antes del retorno a la democracia (1978), se

fueron convirtiendo en parte co-sustancial de la transición a la democracia de los otros

países del Cono Sur y sellaron la unidad de las políticas de consenso y el mercado que

ocultaba la muerte, la desesperación y el ansia de justicia de las sociedades civiles

latinoamericanas. Vemos como las nuevas democracias una tras otra emitieron leyes de

amnistía, que prohibían la prosecución de las fuerzas de seguridad involucrados en casos

de torturas y desapariciones: Uruguay, Argentina y Brasil en en1986; ¡Perú lo hizo

tardíamente en 1995 pero la hizo retroactiva hasta 1980! Sólo recientemente es que

algunas de estas leyes han podido ser derogadas y algunos militares involucrados en los

crímenes de la dictadura han sido arrestados. En Centroamérica sucedería algo similar

con los tratados de paz y las comisiones de la verdad, particularmente en el caso de

Guatemala. Las comisiones de la verdad que decían buscar la verdad de las atrocidades

cometidas durante la guerra no tenían el objetivo de castigar a los genocidas, y por ende

eran tácitas leyes de amnistía. En el caso de Guatemala, la comisión incluso prohibía

nombrar con nombre y apellido a los violadores de los derechos humanos. Aquí se elegía

hacer memoria en aras de una reconciliación, pero su resultado ha sido el mismo: la

impunidad y la continuación de la violencia hasta el día de hoy.

El neoliberalismo de mercado y la democracia del consenso y de la de reconciliación han

pretendido borrar del tiempo y el espacio la memoria de violencia en América Latina

neutralizando el horror a través de procesos técnico-burocráticos que obnubilan el

pasado, pero la violencia como sabemos no llegó a su fin con la transición a la

democracia de los 80s. El mercado neoliberal y la política del consenso ha querido

expropiar de su memoria a los “nuevos ciudadanos” para llevarlos a un éxodo fuera de su

tiempo histórico y confundirles con sus promesas de justicia, igualdad, y prosperidad en

un futuro lejano como en el pasado lo hicieron sus evangelizadores.

Ante esta disyuntiva, las preguntas que toca plantearse hoy son: ¿qué impidió a la

izquierda y a las feministas quitarle el velo al plan democrático neoliberal desde sus

inicios? ¿Cómo es que llegan a transformarse en un suplemento e incluso hasta

cómplices del plan neocolonial que lleva como nombre la democracia neoliberal? ¿Cómo

es que América Latina continúa en el seno de la democracia cultivando una estructura

socio-económica, política-cultural e ideas de género y raza que en muchos aspectos

conserva los legados de la colonia, los mismos valores del poder patriarcal y la crueldad y

corrupción de los militares y gobernantes del pasado?

14 Ver el trabajo de Ana Forcinito, “Políticas culturales del cuerpo: hacia un feminismo cultural” en en

Debra Castillo, Mary Jo Dudley y Breny Mendoza (eds.) Rethinking Feminisms in the Americas, Ithaca,

Cornell University, LASP, 2000, p. 126-136.

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Del anti-estado al estadocentrismo de las feministas y la izquierda

Es evidente que la transición a la democracia neoliberal no representó una ruptura que

destruía el vínculo con el pasado sino más bien una continuidad. En este sentido, no se

entró a la modernidad que se supone todo lo cambia y que niega todo lazo del hoy con el

ayer. No sólo porque se terminaba el militarismo se hacía escarnio sobre los errores

relacionados con el sexismo y el racismo de la izquierda durante los procesos

revolucionarios y de resistencia contra las dictaduras. No obstante, no fue exactamente

esto lo que caracterizó a las feministas latinoamericanas, al menos en el período

inmediato a la caída de las dictaduras y gobiernos socialistas. Las mujeres que

participaron tanto en las guerrillas, como gobiernos socialistas y la resistencia

antidictatorial emergieron de esta experiencia con una conciencia política más elevada

que la izquierda masculinista tradicional. Su experiencia de discriminación de género

dentro de las organizaciones de izquierda y en manos de los gobiernos militares les

otorgó a las mujeres una doble visión de los límites del cambio que podía darse desde la

izquierda y la derecha. Si bien, una vez establecida las primeras organizaciones

feministas con autonomía de la izquierda se dio, el fenómeno de la doble militancia entre

aquellas que no lograban realizar una ruptura total con la izquierda masculinista,

campeaba una pasión crítica entre muchas de ellas hacia el nuevo estado que surgía de la

postdictadura. Igual que las feministas españolas unos años antes, las feministas

latinoamericanas se acogían del feminismo anglosajón (tanto el liberal, radical como el

marxista) para construir sus organizaciones y planteamientos alternativos de cambio

social y cultural. En parte, por el espíritu crítico que les caracterizaba y su devenir de las

tradiciones marxistas en ese momento como por necesidad puesto que los nuevos

espacios políticos que se abrían mostraban ya claramente su inconformidad con el

feminismo y la participación ciudadana de las mujeres. Al mismo tiempo, el discurso de

los derechos humanos que con la apertura democrática se hacía más viable y seguía

levantándose desde la protesta de las madres de los desaparecidos fue aprovechado

inteligentemente para elaborar una agenda feminista que buscaba además legalizar el

divorcio allí donde era prohibido, alcanzar la patria potestad compartida, emitir leyes

relativas a la violencia doméstica y politizar asuntos vinculados con los derechos sexuales

y reproductivos. La lucha por estos derechos articulando el discurso de los derechos

humanos erigió la demanda por el derecho a tener derechos que era por donde se debía

comenzar en el contexto tanto nacional como internacional para las mujeres

latinoamericanas, en particular, para las más pobres. Pero el discurso de los derechos

humanos prontamente mostró sus propios límites al ser absorbido por el discurso de la

democracia neoliberal. Esta etapa política de las feministas tuvo efectos contradictorios

en la conformación de su perfil como transgresoras de las políticas tradicionales de la

izquierda. A medida que interiorizaban los códigos feministas anglosajones y lograban

avances sustantivos en materia de leyes y transformación de códigos culturales

patriarcales, sus agendas se despolitizaban tal como sucedía en el Norte. Se politizaba

intensamente alrededor de lo personal es político pero se iba perdiendo de vista el vínculo

de lo personal con el marco político e histórico más amplio. Esto fue más obvio en el

Page 10: La Otredad de Los Feminismos Latinoamericanos y La Transicion a La Democracia

Cono Sur, pero también lo fue siendo en el caso de Centroamérica. Lo político de lo

personal servía para delimitar la agenda a los temas típicos del feminismo anglosajón

pero escamoteaban el análisis específico de la intersección de género, clase, raza y

sexualidad así como la particularidad geopolítica, cultural e histórica de la región dentro

del sistema mundo/colonial. Igual que muchas feministas norteamericanas que se

muestran incapaces de una autorreflexión del rol histórico de sus gobiernos en la

expoliación de los recursos vitales de las negras, hispanas, e indígenas al interior de su

país, así como la función depredadora de su gobierno hacia el Tercer Mundo, en especial

hacia América Latina, las feministas latinoamericanas fueron perdiendo su capacidad

analítica con respecto a los efectos de las políticas que se formulaban desde los nuevos

gobiernos. Es así como encontramos desaciertos tan grandes como el apoyo que algunas

feministas peruanas le brindaron al gobierno autoritario, corrupto y violento de Fujimori

en los años noventa a cambio de cuotas de poder en las estructuras de partidos y en el

aparato del estado, además de su apoyo a programas de control de natalidad que luego se

supo incluían esterilizaciones forzadas. El caso del Perú es muy particular en este sentido,

porque es el activismo feminista que pujaba cada vez más hacia una participación pública

lo que le permite al fujimorismo utilizar a mujeres ultraconservadoras para realizar su

programa de gobierno no sólo intensamente anti-democrático y neoliberal sino que

además claramente destructivo para las mujeres pobres. 15

Los años noventa marcan en sí un nuevo hito en la historia política de las feministas de

toda la región. Como he dicho en otro lado, en los noventa se produce un desplazamiento

del activismo local que las había caracterizado en los ochenta hacia un activismo

concentrado en la arena internacional.16

Sus actividades comienzan a girar alrededor de

las megaconferencias que las Naciones Unidas organizaron con la intención de

reconstituir la agenda internacional luego del colapso del bloque socialista. El proceso de

movilización para asistir a la conferencia mundial de mujeres en Beijing en 1995 es

característico de esta nueva etapa política. Aquel feminismo originario en la resistencia

antidictatorial que operaba desde la comunidad y construía solidaridades con las

organizaciones de las mujeres pobres se agotaba con su creciente militancia dentro de las

actividades de los organismos internacionales. Al mismo tiempo que las feministas

latinoamericanas se involucraban en el naciente movimiento feminista transnacional, su

agenda anti-estatal decaía para más bien formar parte de aquel estado y aparato político

que las excluía o las incluía a su antojo. En este proceso, el feminismo pasa de ser

colectivos de mujeres cuestionadoras de la cultura patriarcal tanto de la izquierda como

de la derecha a transformarse en organizaciones no-gubernamentales que suplían al

estado de estructuras organizativas y vínculos con las mujeres de los sectores populares

para implementar sus menoscabadas políticas sociales neoliberales. En esta

metamorfosis, que ha sido llamada la ongización del feminismo de América Latina por

15 Ver Maruja Barrig, “Latin American Feminism: gains. Losses and hard times” NACLA Report on the Americas;

New York: Mar/Apr 2001 y Stephanie Rousseau "Women's Citizenship and Neopopulism: Peru Under the Fujimori

Regime" Latin American Politics & Society - Volume 48, Number 1, Spring 2006, pp. 117-141 University of Miami.

16 Ver Breny Mendoza, “Transnacional Feminisms in Question” in Feminist Theory Vol. 3, Nr. 3,

Diciembre, 2002, pp. 295-314.

Page 11: La Otredad de Los Feminismos Latinoamericanos y La Transicion a La Democracia

Sonia Alvárez, el feminismo latinoamericano se hizo altamente dependiente del

financiamiento externo y de las agendas políticas de las agencias internacionales que

impulsaban el neoliberalismo o buscaban paliar sus efectos destructivos. Ello se

conjugaba perfectamente bien con las nuevas estrategias de las instituciones del

desarrollo lideradas por el consenso de Washington (Banco Mundial, Fondo Monetario

Internacional, Banco Interamericano de Desarrollo y el US-AID) que hacían todo lo

posible por propinarle un aire democrático a sus políticas profundamente anti-sociales.

Pero las feministas no estaban solas en este cambio de época, la izquierda entonces

autodenominada postmarxista también se afilió a este proceso de ongización y

acercamiento al estado postdictatorial. Según datos de la OECD extraídos por D’Atri, en

1970 las ong’s recibieron 914 millones de dólares; en 1980 se incrementó a 2.368

millones de dólares y en 1992 había logrado ascender a 5,200 millones. Es decir, un

aumento de un 500% de fondos destinados a las ong’s.17

En este proceso, no era nada

sorprendente encontrar al tupamaro, montonero o sandinista de antaño a la cabeza de los

equipos consultores de los organismos internacionales del desarrollo, no digamos

encontrarlos accionando dentro de los parlamentos promoviendo políticas que en nada

contravenían el programa neoliberal.

Es verdad que esta confabulación de las feministas y la izquierda con el estado neoliberal

tuvo sus réditos en alguna medida no desdeñables tanto para las mujeres como para la

izquierda. Las mujeres en toda la región han aumentado su participación política pública

mediante el paso de leyes de cuotas, su ubicación en las estructuras de poder local

municipal, su incorporación a altos puestos de mando incluso la presidencia de la

república y la instalación de estructuras institucionales como los ministerios de la mujer

y últimamente con las políticas de transversalización de género en las políticas públicas.

Las feministas ecuatorianas incluso lograron en 1998 hacer anti-constitucional la

violencia contra las mujeres y la discriminación en base a la orientación sexual. Pero todo

ello se ha alcanzado en la mayoría de los casos pagando un enorme precio político y hasta

moral y a costas del movimiento feminista y del movimiento de las mujeres pobres. El

movimiento feminista latinoamericano de hecho se dividió prontamente entre las

institucionalizadas y las autónomas que acusan a las precursoras del cambio de estrategia

política de traicionar los principios en los que habría definirse el feminismo hegemónico,

pero sin aportar una alternativa clara y viable. Sin duda, el cambio de estrategia de los

feminismos anti-estatales hacia otros más estadocéntricos como he dicho en otra ocasión

se desenvolvió en el contexto de varias paradojas. Por ejemplo, la constitución del

feminismo estadocéntrico se produjo precisamente cuando los estados-naciones de

América Latina atravesaban una crisis profunda de legitimación luego de los primeros

años de su restauración democrática y de una pérdida sustancial de su soberanía; las

feministas abandonaban sus políticas contraculturales en el momento que las nuevas

tecnologías de comunicación e información del occidente (léase Estados Unidos)

penetraban el mundo cotidiano de las mujeres recolonizando sus sentidos y

contrasentidos culturales; las feministas se entrampaban en el discurso y práctica del

desarrollismo cuando en realidad el desarrollo como concepto y modelo de organización

social y económica se cuestionaba no sólo desde la academia sino hasta dentro mismo del

17 Ver Andrea D’Atri, “Feminismo latinoamericano: Entre la insolencia de las luchas populares y la mes”

En http://www.clasecontraclase.cl/generoTmarxista2.php?id=10

Page 12: La Otredad de Los Feminismos Latinoamericanos y La Transicion a La Democracia

aparato de desarrollo; asimismo las feministas se estatizaban a la par que las instituciones

del estado se desfinanciaban, los partidos políticos se desprestigiaban y perdían la

confianza entre las multitudes; peor aún las feministas se atrincheraban en ong’s mientras

las mujeres pobres se reorganizaban bajo nuevas banderas que obedecían más a su

pertenencia de clase, raza, etnia o sexualidad que al feminismo propiamente dicho; por

último, las feministas estadocéntricas abocaban todas sus energías a las iniciativas de las

Naciones Unidas y a la arena transnacional cuando a nivel local las mujeres pobres no

sólo perdían fuerza dentro de sus organizaciones, sino que eran sometidas a enormes

presiones económicas y sociales por una creciente maquilización de la economía que

descansa en la mano de obra femenina barata y eran víctimas de una ola de femicidios sin

precedentes en tiempos de paz.

Los encuentros feministas latinoamericanos que se celebran cada tres años han sido los

lugares en donde las institucionalizadas han encontrado el mayor cuestionamiento desde

sus bases, pero al mismo tiempo en donde las contradicciones del movimiento feminista

latinoamericano han sido más visibles. Organizado frecuentemente en centros recreativos

destinados para el turismo extranjero y las clases altas latinoamericanas y pertenecientes

al gran capital transnacional, estos encuentros han hecho evidente los límites no sólo de

los orígenes de clase, raza y sexualidad de sus liderazgos, sino también la ausencia de un

pensamiento propio y capacidad analítica del momento histórico que les ha tocado vivir.

Casi todos los encuentros se han caracterizado por la exclusión de algún grupo específico

de mujeres, sea por razones políticas, de clase, raza o sexualidad o todas ellas juntas. Con

toda la fuerza que las mujeres lograron acumular en la época de las dictaduras y los

procesos revolucionarios y luego en su acompañamiento en la construcción de la

democracia neoliberal, las feministas latinoamericanas no pudieron desarrollar un aparato

conceptual y una estrategia política que les ayudara a entender y negociar mejor las

relaciones neocoloniales que estructuran la vida en sociedad en el subcontinente. En

ningún lado, se pudo sacar provecho de los puntos de quiebre que podrían haber roto la

colonialidad del poder de las sociedades latinoamericanas y la repetición compulsiva de

las normas coloniales basadas en clase, raza, etnia y sexualidad. La repetición de la

norma colonial fue más bien la norma. No se desarrolló una crítica de la democracia

neoliberal que partiera de la posición geopolítica e histórica de la región sino que se

partió del canon de la modernidad y fijación normativa de la democracia venida del

occidente como un bien incuestionablemente bueno en todos los tiempos en todos los

lugares en todo el mundo y a toda costa. En este sentido, el saber feminista

latinoamericano se ha construido, como dentro de la izquierda y la derecha tradicional de

América Latina a partir de una dislocación del conocimiento de su localidad geocultural,

con teoremas venidos de realidades ajenas, que no han permitido la mediación entre el

sujeto y la mediación de códigos, el contexto local y el discurso con que se supone

debería enunciar “lo propio,” ya sea para bien o para mal. Paradójicamente esta

disfunción del aparato conceptual de las feministas (y demás) conduce al final a un

desconocimiento de lo que le es verdaderamente particular a América Latina y a una

práctica política de mayor impacto. Por ello, las feministas latinoamericanas no supieron

descodificar la enrevesada retórica de los imperios de occidente ni la de sus lacayos en

América Latina que venía camuflada con promesas de democracia, justicia e igualdad.

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No fueron por ello las feministas las que al final pudieron radicalizar o revitalizar la

democracia que creíamos nos correspondía.

Quiérase o no, a pesar de los errores del feminismo de los noventas, las mujeres

latinoamericanas de todo tinte sí lograron gracias a él significativos avances en materia

de derechos, concienciación, y educación que hay que reconocer y alabar, pero como no

era de hacerse esperar éstos están siendo objeto de un duro contragolpe por parte de las

iglesias, la ultraderecha y izquierda tradicional y las ha obligado a colocarse a la

defensiva una vez más. Desde el intento de prohibir la utilización del mismo concepto de

género para denunciar la miseria de las relaciones entre mujeres y hombres en América

Latina de la Iglesia Católica en el seno de las Naciones Unidas18

hasta la reversión de

leyes de aborto terapéutico que tenían más de cien años de estar vigentes con el apoyo de

los parlamentarios de izquierda como en Nicaragua recientemente, las feministas hoy se

encuentran en una crisis no sólo política, sino que de identidad profunda. El feminismo

latinoamericano está hoy asediado internamente por los grupos autónomos e incluso por

nuevos movimientos de mujeres de indígenas y lesbianas que no se identifican del todo

con sus propuestas de integración a un sistema político y cultural que ha probado ser

irremediablemente misógino, racista, homofóbico y elitista. Las mujeres

latinoamericanas hoy con más derechos y educación sobre el papel viven en peores

condiciones sociales y económicas que en los setenta. Supuestos avances como la

proletarización de las mujeres pobres en la industria de la maquila, se traducen en poco

tiempo en migración hacia el Norte, prostitución y en el peor de los casos en femicidios

perpetrados por una cultura masculina que no ha podido metabolizar los cambios

culturales que la seudo democracia y economía neoliberal necesariamente traían consigo.

Muchas de las mujeres que han llegado usufructuar de la labor de las feministas

alcanzando posiciones de poder no quieren saber nada con el feminismo. Luego está el

propio desencanto con el modelo de democracia en el que se creyó revertir los roles de

género y la idiosincrasia de la izquierda. Las feministas históricas o hegemónicas

creyeron estar al borde del “paraíso” con el retorno de la democracia electoral, pero ahora

que se conoce demasiado de cerca, su otro lado se revela, su realidad causa horror. No es

para menos, el panorama de fracaso y agotamiento con que concluimos la primera década

del nuevo milenio no es para nada alentadora. Pero el escenario político de América se ha

tornado bastante complejo y abre nuevas esperanzas. La América Latina que sirvió todos

estos años como laboratorio del neoliberalismo se prepara para un nuevo cambio de

época. Ya no está para transiciones. El postneoliberalismo ha comenzado y el proceso de

redefinición de la democracia tiene más posibilidades en esta ronda. Son nuevos los

actores los que nos darán la pauta. Tal parece que éstos vienen precisamente de los

sectores más excluidos de América Latina, la América indígena y afro-descendiente. Los

demás, que incluye a los europeos que hoy se erigen en la alternativa para el mundo que

el post 9/11 nos ha legado, haríamos bien en saber escuchar aquellas voces que le

devuelven la ética a la política y la moral al mundo y acallar aquellas que sólo conocen la

seducción del poder financiero y militar, si es que hemos de “salvarnos de un mundo que

nos está devorando las almas.”19

Las feministas latinoamericanas estamos a la escucha.

18 Ver Jean Franco, “The Vatican and the Gender Wars” en NACLA’S Report on the Americas”

Enero/Febrero 1996 19

Eduardo Subirats, , Una última visión del paraíso, Mexico: Fondo de Cultura Económica, 2004, p. 81.

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