la otra cara de la luna - eduardo lópez pascual

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  • 8/2/2019 La otra cara de la luna - Eduardo Lpez Pascual

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    1997 Edita: A.C.Juntos

    Imprime: GRAFICAS CIEZA, S.L.

    CUANDO ESTO ACABE, VOLVER A MI VIDA. YA NO S LO QUE DE ELLAQUEDAR: MS NO PODR FALTARME CIELO ARRIBA Y TIERRA PARA ANDAR ...

    (LUYS SANTA MARINA)

    A mis padres que me ensearon la honradez y la fidelidad

    Digitalizado por Triplecruz

    I ...................................................... ............................................................... ................................................................ . 3

    II ............................................................... ............................................................... ..................................................... 13

    III.................................................................................................................................................................................. 20 IV ............................................................... ............................................................... .................................................... 25

    V ............................................................... ................................................................ .................................................... 35

    VI.................................................................................................................................................................................. 43

    VII................................................................................................................................................................................. 48

    VIII ........................................................... ............................................................... ..................................................... 55

    IX ............................................................... ............................................................... .................................................... 65

    X ............................................................... ................................................................ .................................................... 70

    XI.................................................................................................................................................................................. 78

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    I

    Oy dar las ocho de la tarde y llam a la puerta de la casa. A esa hora ya era de noche graciasal sutil invento de retrasar los relojes en los meses de invierno, costumbre que, en realidad, casi todoel mundo confesaba no entender esas razones cientficas que aseguraban, no se saba muy bienporqu, unas cantidades increbles de ahorro energtico y por tanto de gasto en dinero corriente yconstante. As que la calle apareca oscura y vaca; adems estaba situada en la parte antigua de laciudad, muy bonita desde luego, y que apareca llena de un encanto seorial, histrica, pero alejadade las modernas avenidas y paseos en donde se ubicaban los comercios ms elegantes, las grandestiendas y las oficinas de los bancos ms importantes del pas. La calle del Muro no tena nada deesto y sus edificios, aunque grandes y macizos, eran fros y destartalados, formaban parte de eselegado del tiempo que se hunda en la ms lejana historia de la ciudad y de sus habitantes.

    Carlos Sanjun llam otra vez. No haban contestado, aunque en este tipo de viviendas eramuy posible que nadie hubiera escuchado ni timbres, ni voces, ni golpes algunos. Las casas eranmuchas veces autnticas catacumbas en profundidad y en superficie, que podran extendersedurante muchos metros, ocupando enormes salas y largusimas estancias y pasillos que siempre

    daban una enorme sensacin de grandeza. Carlos Sanjun, deca que algunas de estas mansionesse levantaron sobre los cimientos de primitivos palacetes medievales; cualquiera, a la vista de suenormidad, iba a desmentirlo. La verdad era que estaba ante un magnfico portaln de carpinteracentenaria, adornado con unos cerrajes muy antiguos, que daban una impresin de fortaleza ysolidez como ahora no se trabajaban. Cogi de nuevo la aldaba, otro viejo testimonio de pocaspasadas y con gran fuerza, volvi de nuevo a golpear durante varios instantes notando como el ecode su llamada se perda por entre los recovecos de la calle. Pasaban algunas mujeres que sedirigan a una iglesia cercana, algo de lo que se extra Carlos Sanjun ya que los nuevos tiemposhaban trado, entre otras cosas, el cierre vespertino de todos los templos, ganados tal vez por laspremuras de unas prisas mecanicistas. Un vecino, al lado, se asomaba a la ventana de su casa,curioso por saber que ocurra con esos golpes:

    A quin busca?Era un hombre delgadismo que no obstante posea una voz grave y potente que retumbaba a

    lo largo de toda la calle.

    Al seor Pozo.- contest Carlos. Ah, si, ah vive

    Y se retir, al parecer, bastante relajado; como si hubiera salvado una difcil situacin.

    Carlos Sanjun tradujo la informacin, como que estaba en casa, de modo que esperpacientemente. No fue mucho tiempo esta vez; de pronto, sin ningn ruido - imprevisible a juzgar porlos viejos goznes que sostenan la puerta -, esta se abri y una cara arrugada y llena de manchasnegras, asom por la mitad.

    Qu quiere?

    Era una voz opaca, y al momento de orla, uno poda pensar que perteneca a un cuellorobusto, obeso, muy corto y casi pegado a los hombros, motivo por lo cual, pensaba Carlos, el dueode esa voz deba de ser una especie de ogro de cabeza y boca inmensa y unas piernas enanas ytorcidas. Sin embargo, se llev una decepcin que casi le llev a un estado de notable frustracin,porque el individuo que pronunci esa requisitoria era, por el contrario, un hombrecillo de aspectoenfermizo, dbil y plido.

    Est el seor Pozo?

    Para or mejor, la cara de ogro traspas el umbral del portal mostrando su extraa fisonoma alcompleto; los ojos parecan hundidos y la nariz era absolutamente una copia del clsico boxeadorhinchado a guantazos.

    Descansa.

    Lo dijo sin ningn matiz.

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    Por favor, dgale que le quiere ver Sanjun, un periodista. Una mirada astuta en el sirviente.

    Cmo ha dicho? Sanjun.

    El hombrecillo de aspecto dbil, no demostr inters. Bueno.- mascull

    Empez a dar pequeos pisotones en el suelo porque el fro se dejaba notar en esa parte delpueblo. Hmeda, sombra. Como todos los barrios de todas las ciudades, o casi, al menos -crea-, sin

    razonamientos consistentes, aunque una explicacin podra ser los mismos materiales de laconstruccin: la piedra, los sucios adoquines de las calles; ese barrio tambin era hmedo y un helorcasi slido cubra los empedrados y losas de la calle.

    Puedo entrar?- Lo dijo, un peln afectado. Est bien - se oy en la penumbra -, entre

    Hasta el tono era incmodo. El hombre que le abri la puerta podra tener sesenta, setenta omuchos aos ms. Cualquiera de esas edades le cuadraba porque su aspecto era realmente indesci-frable. Slo sus ojos atentos, vigilantes, parecan gozar de una viveza fresca y llena de inters.

    Le llev hasta una pequea estancia en la que destacaban dos amplias puertas de cristalessituadas al frente. Por lo dems, la habitacin haca las veces de un sencillo vestbulo en el que deuna forma muy especial, sobresala dos cortinas de terciopelo de color azul, en donde se incrustabandos lazos rojos y que Carlos Sanjun no lograba encontrarles su significacin. Un sof bastantegastado y una mesita baja era todo el mobiliario que se vea. En una pared, un espejo. En la otra, uncuadro al leo que al punto reconoci como obra de un conocido artista de la regin.

    Espere aqu, por favor. Sintese. El tono era rotundo.

    S, claro. Gracias.

    Avisar al seor Pozo, Descansa.- dijo el hombrecillo. Desde luego, definitivamente no era unogro.

    Desapareci por la zona de las cortinas. Sanjun decidi sentarse y aguardar con paciencia aque el seor Pozo saliera de su anunciado descanso, se espabilara un poco y aceptara reunirse conl. Procurara no impacientarse, aunque lo cierto era que haba estado esperando este encuentrodesde haca mucho tiempo. Sanjun, sola asegurar que, desde que se le ocurri publicar una seriede artculos sobre personajes realmente singulares de la ciudad, el seor Pozo constitua un objetivoprioritario y casi inaccesible, tanto por su discrecin como por la conocida aversin a hablar de temaspersonales. Pero eso, era tambin, un reto a su profesionalidad.

    Se oan pasos tras la puerta acristalada que disimulaban las rojas cortinas. Un ruido de armarioal cerrar lleg hasta donde se encontraba Carlos Sanjun. Durante todo el rato que estuvoesperando, Carlos se preguntaba por qu se haba decidido por el seor Del Pozo para su trabajobiogrfico. " No era ningn hombre importante ". - deca, para justificarse. Y objetivamente, aquel eraun juicio verdadero, y por supuesto, fcilmente comprobable. El seor Pozo en absoluto tena la famade un cientfico, el reconocimiento de un hombre de letras o la popularidad de un artista de cine, porejemplo. En realidad no pareca haber destacado de una manera especial en nada concreto pero, sinembargo, en Segura, la ciudad ms representativa de aquella parte del pas, haba conseguido ser

    un hombre respetado por todos, admirados por muchos, y querido por una gran mayora de susconciudadanos, cualquiera que fuera su origen, su credo o sus ideas polticas, porque el seor Pozoera un caso de vocacin y fidelidad a sus ideas y convicciones. En eso todo el mundo estaba deacuerdo, al margen claro, de que cada uno o cada una, coincidieran ms o menos con l, o estuvieraen franca y radical discrepancia, y eso hasta tal punto, que su caso pas a ser de conocimientogeneral y se comentaba en todos los chascarrillos y reuniones como algo paradigmtico.

    Carlos haba odo hablar de l, un ao atrs, en un seminario sobre participacin poltica que laUniversidad de Segura, en colaboracin con su peridico, haba organizado en la facultad de letras."El seor Pozo es algo extraordinario" - le decan sus compaeros de seminario. All acudieronmuchos periodistas de los medios escritos, y de la radio y la televisin, claro que sta, por cable,pues an no haba concedido una cadena para la autonoma regional, pero que saban de esto ua

    barbaridad; adems muchos eran ya bastante veteranos, con un montn de aos de experiencias asus espaldas y eran verdaderos expertos en eso de valorar a los personajes locales. " Es un casonico "- oa a diestro y siniestro. Se lo haban retratado estupendamente detallando minuciosamentelas venturas y desventuras, casi siempre polticas, del seor Pozo, y al final, poda presumir de haber

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    reunido tal cantidad de informacin que qued altamente impresionado. Como periodista seasombraba ante el testimonio que le daban del seor Pozo.

    Un hombre ya mayor -, le aclar su amigo Llanos, un periodista tan viejo como el peridico que,segn decan las buenas tintas tena ya el centenar de aos; ciertamente Llanos no alcanzaba esaedad pero por su sabidura o experiencia, pareca tenerla bien cumplida y ms an.

    Pareci que la puerta se haba movido.

    Todos en el Seminario haban odo hablar del seor Pozo. Era una institucin o poco faltaba,en los ambientes sociales y polticos de la regin, porque ser en los tiempos que se corran unapersona fiel a sus ideas, coherente con sus convicciones, las que fueran, no dejaba de ser algoverdaderamente excepcional y digno de tomarse como un tema de estudio. Alguien murmur:

    Debe ser el nico que quede.

    Todos saban tambin que sus ideas eran hoy por hoy, meramente testimoniales, algo a lo queel seor Pozo no le dio nunca la menor importancia y que en absoluto modific su comportamiento.

    i Lastima! -lleg a comentar un conocido analista sociolgico- casos como el suyo son muynecesarios para regenerar un poco la vida de por aqu abajo

    Y que lo digas.- le respondieron. Ya hace falta, ya.Las conferencias sobre participacin poltica de la Universidad de Segura, encontraron la

    experiencia del seor Pozo como una realidad digna de figurar en algn libro de rcords, el"Guinnes" o algo parecido, dijo uno de los asistentes; y aunque todos se volvieron creyendo ver ensus palabras algn tinte de sorna, o de burla descarada, lo cierto es que lo dijo con total y absolutasinceridad. " Si, repiti de nuevo, el Guinnes ". Podra ser, porque la verdad, no se conocan muchoscasos como el que representaba el seor Pozo en aquellos aos tan pragmticos.

    Ha perdido el sentido de la realidad.- dijo un mozalbete, al parecer, un estudiante de primero dederecho.

    El pomo de la cerradura, en la puerta acristalada, cruji un poco, imperceptiblemente, pero noapareca nadie.

    Sanjun recordaba el juicio ms cruel con que lo calificaron y que, de todos modos, reflejaba elautntico carcter del seor Pozo: Es un pobre hombre, eso ya no se lleva!. Y a pesar de todo dejun poso de honestidad que difcilmente nadie lo podra olvidar. En el fondo lo que pasaba era que lagente le envidiaba; eso era. Cierto que poda parecer como una cosa increble y hasta que alguien lotomara a risa, precisamente por su incapacidad para obrar con honestidad, pero ms de uno lleg apensar que tenan celos de su entereza, de su sentido responsable, de su fidelidad. Carlos Sanjunpudo verlo antes de ahora un par de veces, pero de lejos, y desde luego sin haber tenido el msmnimo trato personal. La ltima vez ocurri no haca mucho tiempo, quiz solo un par de meses, conocasin de hacer un pequeo reportaje precisamente sobre la coqueta iglesia que se encontrabamuy cerca de la casona donde viva el seor Pozo, en el mismo barrio, un poco ms hacia el murofortificado que cerraba los lmites de Segura. El seor Pozo, alto y huesudo, caminaba con pasos

    rpidos hacia su puerta, como queriendo evitar quien sabe cuantas miradas curiosas o, simplemente,porque no quisiera conversar con nadie; ni siquiera estar sujeto a las aburridas costumbres depreguntarse mtuamente por su salud y por el tiempo. En eso, el seor Pozo era un poco raro; huade las aglomeraciones y tampoco era amigo de las conversaciones insulsas, de los encuentrosobligados o de las estiradas normas sociales, con lo cual, era posible que tuviera alguna que otracrtica ms o menos ajustada; Juana, la mujer que limpiaba regularmente en su casa no le echabamucha sal a esta conducta del seor del Pozo, antes bien, deca que ese seor era muy amable yeducado y que a veces, aunque no era una persona de carcter risueo, se le escapaba a menudoun apreciable sentido del humor. " Lo que pasa - comentaba a las comadres de la calle -, era que secansaba de tanta estpida hipocresa ". Y la Juana se quedaba tan pancha como quien acababa dedecir una sentencia. Despus, en otra ocasin, la misma mujer explic que si el seor Pozo a vecespareca un poco serio e introvertido, a lo mejor hurao, se deba a aquel incidente que tuvo con unvecino muy cercano, que viva solo a dos o tres casas ms abajo de la calle y que se lo cont a ellaen un raro privilegio, a los veinte aos de servir en su casona. " Me pas con ese impresentable dems abajo, Montes, creo que se llamaba - le deca -. Era un imbcil, un perfecto y raro ejemplar de

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    individuo metomentodo, cuyo nico trabajo conocido consista en joder al vecino con sus quejascontinuas y pesadsimas sobre la gran palmera que se alzaba, por una de esas concesiones que aveces, la modernidad concede a las situaciones antiguas, a la misma puerta de su casa, tambinantigua, solariega en lo que cabra, y uno de los ltimos vestigios de una historia de varios siglos,cada vez ms amenazada por la indiferencia. La palmera ahora se hincaba bajo el empedrado de lacalle y llegaba hasta el tejado de la casa del seor Pozo; naturalmente echaba sus frutos y cadaverano, a mediados de julio, unos hombres que contrataba el mismo dueo de la casa, aparecan

    con unas abrazaderas de cuero, semejantes a los que llevaba los trabajadores de telfonos, conunas especies de garfios a los pies, y trepaban hasta los racimos de dtiles para cortarlos. El seorPozo pagaba religiosamente estas podas anuales y luego en un gesto que celebraban todos losnios del barrio, los regalaba en lo que pudiera parecer una fiesta infantil. Hay que ver lo contentosque se ponan los chiquillos i- apuntaba la Juana, mientras lo contaba!. Pues bien, aunqueperidicamente el dichoso vecino cascarrabias, peda con muy malos modales que terminara aquellacostumbre y que la palmera se talase porque, segn l, le estaba ensuciando su parte de acera, nosola pasar a mayores; pero un da, ni corto ni perezoso hizo traer a una cuadrilla de hombres delAyuntamiento(y es que an persista eso del amigusmo) y orden que arrancasen la palmera.Menuda se arm! - prosigui la Juana -, el barrio entero se fue reuniendo junto a la vieja palmera yempez a despotricar a los inocentes operarios que, al fin y al cabo, solamente procuraban cumplir eltrabajo que les haban encomendado, pues la orden les vino directamente del capataz de limpiezadel Ayuntamiento; y es que, como decan por ah, el incmodo vecino tena comunicacin directa conlos concejales que mandaban, el alcalde, o alguien as. De modo que no haba manera de impedir elque la palmera, que era todo un smbolo de diferenciacin y de personalidad para la calle, que habasido considerada signo de identidad en toda la ciudad y a cuyo tronco escarpado y prometedor deinfinitas aventuras estaban unidas varias generaciones de segureos, fuera cortada ante el llanto eimpotencia de jvenes y ancianos. Hubo alguien que quiso plantarse en medio de la cuadrilla y trasun breve y encendido discurso, tratar de que los obreros pararan su tremenda y triste obligacin,pero no sirvi de nada, el cido individuo que se autoresponsabiliz de tamao atentado a la historiay a la ecologa, claro, haca valer la autorizacin del consistorio y se pavoneaba delante de susconvecinos con la seguridad de su impunidad. "Me lo ha autorizado el alcalde". - voceaba, y laverdad es que la gente que haba alrededor no quera indisponerse con las autoridades municipales

    pensando, quien sabe, si en alguna otra ocasin, pudieran sacar algn otro favor, cualquiera quefuera, pues no se trataba de poner trabas a ninguna peticin posible; y es que la vida en el puebloestaba basndose precisamente en eso, en favores, en compromisos mutuos, en influencias siemprecompartidas, en el clsico dame t si quieres que te d, o sea, una completa mierda de moralciudadana. En esto lleg el seor Pozo que en realidad era el primer afectado puesto que la palmeraera suya, la haban plantado justo all mismo, sus bisabuelos o tatarabuelos, ya no se acordaba muybien, pero que formaba parte de su vida, de sus sentimientos, aparte de que el lugar donde se plantperteneca a un jardn delantero que la casa tena por aquellos aos y que luego, los distintosretranqueos y calificaciones que haba sufrido la finca, determinaron que quedara en la calle, luegoempedrada y tal vez, en un futuro prximo, cubierta de una capa asfltica tal como se hacen en lascalles modernas. Pero ahora, se trataba de la Palmera, y el seor Pozo crea tal vez con razn, queun testigo de tanta historia como era, deba y poda salvarse por muchas razones en las que su

    condicin de ornamentacin, de disfrute, y hasta de valor medio ambiental, eran suficientes eimportantes para evitar su destruccin. De manera que se arm de un discurso comprometido y firmey se coloc junto al tronco de la vieja palmera, all desgran su discurso, y como viera que no lograbaconvencer a los autmatas empleados del Ayuntamiento, pas a mayores, enganch una cuerda deesparto que se haba trado a propsito, se sent con la espalda apoyada en el tronco y se at por lacintura en un gesto que todo el mundo entendi como definitivo. " No me ir de aqu hasta quedesistan de talar mi palmera ". Lo dijo una vez nada ms pero se enteraron todos; algunosaplaudieron el gesto y hasta le animaron con un par de frases, pero poco a poco la mayora empeza ceder, a tratar de justificar la accin de quitar la palmera de all, y a criticar entre murmullos, latozudez del seor Pozo.

    Ya se sabe, es que al final la tendrn que quitar! - se oy a un vecino que unos momentos

    antes aplauda al seor Pozo.Otro dijo:

    A lo mejor es bueno que la quiten. Qu va

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    Nos da igual.- fue un comentario.

    Al final, por una de esas situaciones incomprensibles, salvo si las entendemos en funcin deunos intereses concretos, la gente del barrio le dio la espalda al seor pozo y eso fue la puntilla paraque su confianza en los dems se viera altamente disminuida. Desde entonces - contaba la Juana -,el seor Pozo se haba vuelto tal vez un tanto hurao y con pocas ganas de estar en sociedad. Perocomo repeta la Juana, eso fue desde el incidente de la palmera.

    Se abri la puerta de cristales y apareci el seor Pozo. Afable, con luz en sus ojos.Sanjun evocaba las discusiones que el carcter de este anciano provocaba en cuantos le

    escuchaban: la firmeza de sus convicciones, la fidelidad a una manera de ser y de sentir, el valor desu palabra como si fuera la rbrica de un notario, todas esas cosas que a veces ahora noencontraban demasiada buena prensa, por decirlo de una manera actualmente coloquial, pero quesin embargo el seor Pozo las practicaba hasta formar parte de su personalidad, de su vida misma,por muy anacrnico que pudiera parecer. En una ocasin, un compaero periodista, lo dijo con todala crudeza del mundo:

    Pero si ya no queda nadie de sus ideas. Es una tontera que persista, no te parece?

    Hombre !, ninguno me parece excesivo- contest Sanjun, con un poco de irona -. Son

    pocos, pero existen.Son piezas de museo.

    Desde luego, quera ser desagradable.

    El seor Pozo, estaba delante de l. Era muy alto, enjuto y unas facciones sin ngulos.

    Quera verme?

    Sanjun se sinti un poco sorprendido por el tono de voz que haba empleado el seor Pozo;haba esperado un acento mordaz, incisivo, como parte de un plan que le invitara a marcharsedeprisa y vaco. Pero al menos en esa voz, no encontr las estridencias que segn otros, eran parteinseparable de su carcter. Sanjun trag saliva disimuladamente.

    Me gustara hablar con usted.El seor Pozo hizo un gesto y pasaron a la habitacin de la que haba salido el dueo de la

    casa. Era una estancia rectangular, muy amplia y con los techos muy altos que aparecan dbilmenteartesonados; un entrecruces de maderos tallados sostenan un cielo raso descolorido pero todavaen buen estado. Al final se vea un patio interior al que se llegaba desde una puerta de cristales.Pocos muebles. En las paredes un relieve de madera que deba de ser parte de la historia de lacasa, y unos leos oscuros con unas figuras de hombres tambin oscuros; haba unas acuarelas decalidad. En el suelo, una alfombra de esparto, tal vez como seal de identificacin con una antiguaindustria artesanal de Segura, ahora en declive, pero que constituy una particular caracterstica dela ciudad que adems, consigui un importante reconocimiento, y que por otro lado, abrigaba elambiente de una forma agradable. Frente a la puerta que daba al patio, se vea una bonita chimenea

    de lea, encendida, y una mesita baja de estilo castellano.Bien, usted dir. Se sentaron.

    Sanjun estaba abiertamente sorprendido. Casi todo el mundo lo haba prevenido contra laintransigencia del seor Pozo en esto de las entrevistas o declaraciones a la prensa. Nadie apostaba

    a que diera ninguna clase de facilidades, ni siquiera como concesin a la historia ms o menosimportantes de las gentes y de la ciudad de Segura. " No hablar contigo "- insinuaba, displicente, uncolega ya mayor, o al menos as lo pensaba l despus de treinta aos de profesin. A lo queSanjun replicaba: A m, s, ya lo vers. Naturalmente no poda asegurarlo, pero pensaba que tenauna rara habilidad para eso de los reportajes personales. Eso, lo tena bien cocido en su interior,quiz desde los das de colegio, en que chiflado como estaba por ser periodista, reportero - como ldeca -, se empe en hacer una entrevista al profesor de matemticas, un coco i, al que nadiepudo sacar ms de dos palabras seguidas, y menos una conversacin para el pobre boletn de es-cuela que llevaba personalmente. Lo consigui y fue un xito, y claro, desde entonces lleg a creersecon unas condiciones especiales para eso de las entrevistas; de ah que demostrara esa confianza

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    en conseguir un bis a bis con el seor Pozo, uno de esos personajes a los que sin duda, alguien deben de hacerle un homenaje por representar mejor que nadie, el paradigma de la fidelidad a sus msntimas convicciones. Mientras pensaba en todo esto, Sanjun miraba en silencio al seor del Pozo,que por el momento, se dedicaba a encender una pipa de tabaco muy oloroso, tipo ingls, pareca,utilizando los hierros de la chimenea encendida.

    Qu desea saber?

    Definitivamente no pareca ser nada inabordable y por descontado, tampoco era la imagen fra,hosca y antiptica que algunos interesados quisieran propagar como un debe en el aspecto del seorPozo. Algo retrado s que lo pareca, pero Sanjun ya estaba convencido de que se deba ms adecepciones exteriores, que a su propia forma de ser. Por el contrario, su estampa ofreca el aireagradable de una persona bastante comn y corriente.

    No quisiera molestarle, seor Pozo. Descuide, es usted periodista?

    Del diario La maana, s.- Respondi Sanjun haciendo ademn de mostrarle su carnet deprensa.

    Bah, no hace falta. Es de aqu?

    Carlos Sanjun paseaba la vista por la amplia habitacin en la que se haban acomodado. Losventanales que daban al patio, los cuadros, la clida chimenea, todo ayudaba a crear una atms

    fera familiar que le pareca a propsito para un trabajo como el que se propona hacer.

    S, desde luego.- Haba contestado distradamente.

    Entonces se fij en la fotografa situada encima de la chimenea de lea. Era de tamao postal, yade algunos aos, en la que aparecan tres personas en actitud de celebrar algn acto importante ensus vidas.

    Colaborador fijo? - pregunt el seor Pozo evitando dar cualquier tono de impertinencia; erasimplemente curiosidad.

    Trabajo por libre. Me dedico a escribir reportajes y luego los ofrezco a las redacciones, pero hace

    un tiempo que slo las publico en La maana.Ah. uno de esos free lance, que dicen por ah, verdad? Uno que va por libre.

    Algo as. Sanjun no crea que el seor Pozo estuviera tan al corriente de las formas de trabajoen los medios de comunicacin. " Otra vez me haba sorprendido ".- musit entre dientes. Dej pasarunos instantes y volvi a mirar la foto de encima de la chimenea. Le interesaba. De nuevo, el seorPozo se dirigi a l: Muy bien, querido amigo, no s si merezco uno de sus reportajes, pero le ayudaren lo que pueda; est seguro. Y se encamin hacia la chimenea donde atiz el fuego con unosmovimientos de rasera lentos y meticulosos. Est cmodo?- pregunt. Pareca muy corts. Susamigos juraban que tena fama de ser un individuo agrio y desconsiderado pero esto, como tantasotras cosas, no dejaba de ser sino otro rumor ms de esos que se dejan caer sobre una persona poralgn extrao motivo. Carlos Sanjun se levant y se acerc hasta la foto, en ella, aparecan el seor

    Pozo y dos hombres sentados a ambos lados, en la mesa presidencial de una especie de convencinmultitudinaria. La mesa larga, estrecha, estaba adornada por un gran pao con el logotipo de algn tipode asociacin, club, partido, o lo que fuera.

    Hace mucho tiempo de eso, no? - Sanjun sealaba la fotografa con el dedo ndice.

    Si, desde luego, ah tenamos ventipocos aos. Muy pocos,termin Pozo con un deje de ciertanostalgia.

    Muy jvenes.

    Claro, y muy inocentes. Era otra poca. El seor Pozo haba suspirado. Parecen compaeros deun partido. Eso es.

    Haba contestado de un modo casi inaudible.Las personas de la fotografa que acompaaban al seor Pozo eran tambin jvenes. Mostraban

    un gesto risueo, abiertamente alegres. Vestan al estilo informal propio de aquellos aos que, sin

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    haber llegado a la estandarizada ropa vaquera, era bastante cmoda y posiblemente mshiginica; camisas y jerseys deportivos. Sobre el pecho se podan observar unos smbolos o escudos,posiblemente, distintivos de su grupo. Quienes son?

    Oh, dos buenos amigos. Ya.

    Y correligionarios. Miembros de su partido?

    Sanjun lo preguntaba sin ningn inters especial, slo por si sonaba la flauta respecto a sutrabajo.

    S, claro. Eran el presidente y el secretario regional. Eran?

    Pozo al or la pregunta levant una ceja, como ponindose en guardia. No obstante contest:

    Pues s, lo fueron. Aos despus los dos dejaron sus cargos, se dieron de baja ydesaparecieron de nuestro crculo de compaeros y hasta de amistades.

    Carlos Sanjun se separ de la chimenea y de la foto. Regres a su asiento y se encar alseor Pozo:

    Yo los he visto en otros crculos. Lo s.

    Desde luego - sigui Carlos -, muy opuestos al que pertenecieron ustedes, incluso meatrevera a decir que adversarios, no? Eso es. Qu le vamos a hacer?. Las cosas se presentanas y as hay que hacerles frente: Asumirlas.

    No se poda decir que estaba irritado, ni que aquella fotografa le resultara especialmentedolorosa all, esttica en su recuerdo. Sera faltar a la verdad, y Sanjun no haba ido a inventar

    historias, sino a contar un ejemplo de honestidad y fidelidad a un ideal, a una causa, a una fepoltica en este caso, pero que poda ser muy bien a cualquier convencimiento ntimo de cualquierpersona. El era notario de lo que estaba sucediendo y no descendera a la manipulacin grosera nia la burda mentira. Pero por otro lado, pensaba Carlos Sanjun, deba de hurgar y profundizar enesa historia que se le descubra tal vez sin haberlo querido.

    Eso es traicin.- dijo con cierto acento. El seor Pozo le mir.

    Usted sabe que es eso?

    Supongo que s.- respondi Carlos, que haba vuelto sus ojos a la fotografa.

    El otro hizo un ademn de condescendencia echando los brazos hacia adelante hasta juntartodos los dedos de sus manos. Evidentemente pensaba que Sanjun, debido a su juventud, a suprofesin, o quiz porque estaba fuera de ambientes propensos en mayor o menor grado deenvidias, de rencores y de ambiciones, no saba exactamente que era eso de traiciones, conmaysculas, de conspiracin, de abandonos. Porque no se trataba de una juvenil y alocada hudapropia de una rabieta ante situaciones menores. Todo aquello pareca mucho ms grave pero,claro, no era ese el momento ms adecuado para contrselo a un simptico y joven periodista.

    No, no creo que lo sepa.- neg el seor Pozo, agitando fuerte y nerviosamente su cabeza.Pero pareca ms un deseo que una evidencia contrastada.

    Sanjun no haba padecido grandes traiciones, era verdad, a lo mejor simplemente porque nopas por las circunstancia que hacan posible semejante angustia pero, sin embargo, s habavivido lo suficiente como para saber de que iba la cosa. Es ms, Sanjun estaba completamenteseguro de que era uno de los asuntos que con mayor rapidez aprendan las personas, eralamentable, pero era tan cierto como la noche y el da. As que no pudo por menos que responder:

    Bueno - confes con parsimonia -, nadie me ha puesto todava una zancadilla, pero s, lo s,no le quepa duda.

    Apenas haba dicho esto cuando se arrepinti inmediatamente ya que, aunque fuera de otraforma, l tambin tuvo que sufrir ms de un desengao, de una traicin, si bien no se poda decir

    que fuera sobre algo importante ni que influyera de modo decisivo en su vida o en su trabajo. Sinduda las experiencias del seor Pozo eran mucho ms significativas y trascendentes. Lo suyo fuesi acaso, un amago, pues el desplante que le hizo su compaero de instituto, el Rizos, slo se

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    poda considerar eso, aunque en aquellos aos, ya lejanos, l lo pudiera considerar como unautntico e inolvidable golpe a la amistad o a la confianza con las personas; sucedi con ocasin deunos exmenes que iban a realizar en el instituto de Medias, as lo llamaban, de su pueblo, cuandoestudiaban segundo o tercero de bachillerato, porque la verdad era que no lo recordaba muy bien. ElRizos le propuso, en razn de la tirria que le produca el profesor de latn despus de haberles dadouna de sus peores notas, esto es, unos suspensos como catedrales, le propuso - record -, en justareciprocidad, y eran palabras del Rizos, el gastarle una de esas bromas de estudiantes de la que nunca

    jams se pudiera olvidar. Naturalmente que Carlos Sanjun, entonces con pocos aos, disgustado ycon un ansia feroz de vengarse, dijo que le pareca estupendo siempre y cuando no supusiera difi-cultades posteriores, para lo cual deberan de hacerla con cuidado y con astucia. " No hay nada quetemer, djamelo a m ".- le animaba el Rizos, por lo que de una manera implcita, se autoerigi en almay cuerpo de lo que l mismo llam la broma del siglo, y que en realidad no fue sino una de esastrastadas que los estudiantes de su poca gastaban de vez en cuando para demostrar su primacasobre los dems. La broma consisti ni ms ni menos que en poner jaboncillo a la entrada de la clase,para que quien la pisara se pegara el batacazo o cuando menos se trastabillara; desde luego, todos loscompaeros estaban avisados, de forma que el destino del jaboncillo iba dirigido irremisiblemente alprofesor de latn, El Romano, como le conocamos, y el resultado fue el previsible hasta tal punto que,como consecuencia de ello, El Romano sufri un pequeo esguince en un tobillo y estuvo sin ir porclase ms de una semana, con lo que el xito que alcanzamos, as lo decamos entonces, fue de talmagnitud que haba sobrepasado todas nuestras esperanzas. Fuimos contando por todo el institutonuestra evidente victoria, celebrndolo como unos verdaderos desaforados, pero eso dur hasta que allunes siguiente, a la primera hora de clase, apareci El Romano con toda su conocida parafernalia deprofesor terrible y justiciero. Empez a preguntar a uno y a otro quien haba sido el autor de tandesgraciado invento y claro, obtuvo, al principio, una de las negativas ms corporativas que jamshaba odo; sin embargo era un espejismo, al rato, inici una serie de conversaciones muy personalescon todos los alumnos del curso, all, junto a l, en la tarima de su mesa, y por las caras que vea alregresar los compaeros, empec a sentir unos escalofros nada agradables y que barruntabanterribles consecuencias; cuando le lleg el turno al Rizos y lo vi volver al cabo de cinco minutos tanalegre y pizpireto, me tem lo peor. Qu habr contado este, para que venga tan sonriente?- se dijoCarlos. Y no tard en comprobar sus malos augurios; al pasar por su lado, el Rizos le dijo: " Preprate

    que va a por ti ". Carlos Sanjun nunca pudo comprender las razones que hubiera podido tener sucompaero - entre comillas - para acusarle directamente de haber sido el inductor y todava ms, elautor fsico, de aquella broma tan fuera de tiesto, y lo que era peor, tampoco entendi como el"Romano" se trag aquella historia y lo trat como si fuera el nico y malvolo responsable. Como erade esperar, Carlos no encontr apoyo en el resto de sus compaeros, absorbidos como estaban por eldemagogo del Rizos, y l tuvo que aguantar un mes de expulsin y dos convocatorias de exmenespara lograr aprobar la asignatura del ofendido profesor. Despus, al cabo de los tiempos, CarlosSanjun le dio a todo aquello el justo valor que tena, lo relativiz en razn de la edad y lascircunstancias en que pas, y todo entr a formar parte de esa pequea historia de cada uno que sinmarcar de un modo especial, constituye el acopio personal de cuantos estamos por aqu abajo. Volvial seor Pozo.

    Supongo que s.- repiti, casi desde el recuerdo.

    Sanjun se levant y se acerc a la fotografa, La cogi con ademanes pausados, muy despacio,y la estuvo mirando con mucho detenimiento. Los dos hombres que apareca junto al seor

    Pozo eran de una edad parecida y en cierto modo semejantes. Ambos tenan una tez y unoscabellos morenos, ojos fros, agudos, penetrantes, sus rasgos duros y firmes, incluyendo unas barbillasprominentes. Los tres sonrean o daban la sensacin de estar disfrutando del acto que presidan.

    Sanjun ech un vistazo y se volvi hacia el dueo de la foto. Qu pas?

    El seor Pozo se palmote las rodillas. Qu importa

    Para l, aquello ya no tena importancia. Haban pasado los suficientes aos y haba vividodemasiado tiempo para que ahora, al cabo de tantas experiencias, juzgara ciertas actitudes que si en

    un principio crea indignas y despreciables, hoy los consideraba desde posiciones mucho mstolerantes y moderadas. Naturalmente - reconoci el seor Pozo en alguna ocasin -, que aquella de-cepcin que el vivi de una manera muy directa y hasta personal, le produjo una tremenda desilusin y

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    un horrible malestar pero, entonces, crey que slo sera la excepcin que confirmaba la regla entre lagente de aquella reunin y de aquella causa. Todava, por ese tiempo, no haba sentido el duro fragorde la vida misma.

    No tiene importancia.- dijo, mirando a Carlos con amistad -. Se fueron en paz. Vamos a dejarlos.

    Pero, le traicionaron a usted, verdad?

    Tal vez. Entonces yo lo cre as, pero hoy, quin puede jurar que fue eso lo que pas? Yo ya noestoy seguro de que la gente de ah afuera, por ejemplo, lo calificara hoy como una traicin. Es ms -continu, luego de levantarse y empezar un ligero paseo por la estancia -, muchos diran que lo quehicieron fue evolucionar, y que eso de ninguna manera se puede ver como una traicin a nada ni anadie.

    No me diga usted eso.- replic, asombrado Carlos. Eso es as.

    Pero no tiene que ser lo mejor, verdad? .

    Mire, hoy si no se ve evolucin, la gente nos critica, no es eso? La gente critica.

    Siempre? Son hechos.

    Pero usted, la verdad, qu cree que fue? Una traicin? Puede ser.

    El seor Pozo se haba detenido en sus pasos e hizo un gesto de ambivalencia. La verdad eraque no quera verse envuelto en una conversacin que le llevara a revivir algunas de sus horas masdolorosas, pero reconoca que si all estaba el joven periodista, era en razn a una entrevista que l,con su aquiescencia, con su permiso, haba tolerado y eso haca que tuviera que ser sincero, o notendra que haberlo permitido. Mir a Carlos y lo vio con ganas de trabajar, con ilusin por su reportajeo entrevista, como sea, y desechando viejos prejuicios se avino a mantener una conversacin sintrabas de ningn tipo.

    Cuntelo, por favor - oy de nuevo -. Cmo fue?

    Se vio como el seor Pozo se debata entre callar como haba hecho siempre, o contar todo loque pas en aquella triste historia de desercin tica y humana. Lo cierto es que a l le afect ms de

    lo que aparentemente demostrara de alma para afuera, aunque no lo expres nunca por mor de unaforma de entender la discrecin o la sensibilidad; nunca nadie pudo entresacar, por su aspecto, cual-quier indicio de lo que pensaba realmente. El seor Pozo saba guardar muy bien sus ms ntimasemociones. Era un hombre parco en los gestos, adusto en las expresiones, discreto en cualquiermanifestacin en el improbable caso de que alguna vez se decidiera a hacerla, pero los que loconocan bien, saban que estaba muy dolorido. Su compadre Pedro, que tambin perteneca al grupode la fotografa, le haba dicho: " Es igual, aunque disimules, se ve a las claras que lo has sentido ymucho ". Y es que Pedro lo entenda de puta madre y despus de todo, no tena ms remedio quereconocerlo. " Me han hecho dao, estoy tocado ".- confes. Pero procuraba que nadie lo notaraporque se avergonzaba de parecer, a aquellas alturas de su vida, un perfecto ingenuo; de cualquiermodo le cost mucho superarlo. Por eso, ahora, cuando al cabo del tiempo un extrao vena a indagarsobre aquel incidente de su vida - as lo llamaba l: incidente -, una inquieta sensacin de hasto y de

    asco le embargaba todo su cuerpo hasta incrustarse en su alma.Cmo fue? - pareca preguntarse a s mismo -, Bah, es igual. Pas precisamente unos das

    despus de la reunin en donde se tom esa fotografa. Haban habido unas elecciones y tuvimos unmal resultado; yo dira que fue psimo, claro.

    En junio de 1987.- intervino, Carlos Sanjun.

    Me parece que s.- el seor Pozo evocaba el momento -. A pesar de que la asamblea eramultitudinaria y el clima de aceptacin bastante considerable, la derrota planeaba sobre la gente que

    estaba reunida y, desde luego, sobre la mesa presidencial. Uno de mis compaeros en lafotografa, en un momento de la asamblea, puso su boca sobre mi odo y me dijo.

    Ves todo ese entusiasmo? Pues no te fes nada, en realidad es el principio del fin.No digas tonteras

    Haba sido una exclamacin sincera y espontnea.

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    Una tontera?- sigui el compaero de mesa -, que va En absoluto, los vientos que corren vanen otra direccin. No te has dado cuenta?

    De veras?

    Por supuesto -segua aquel-. Hoy existen otras ideas ms nuevas, ms modernas y progresistas,no cabe la menor duda. Cuando el seor Pozo escuch lo que le murmuraba Jacinto Tell, el seorque apareca con l a la izquierda de la fotografa, en aquella reunin, mitin, o lo que fuera, no pudo

    imaginarse ni por un momento, que sus palabras seran premonitorias de lo que pensaba hacer mstarde. En su ingenuidad ms que comprobada, segn todos los amigos de la poca, el seor Pozo eraincapaz de suponer una huda de sus compaeros de partido y, en absoluto pudo pensar que su amigoJacinto Tell se fuera nada menos que a otro partido. Cada vez que recordaba aquella situacin tanindignante, la verdad era que se congojaba.

    Dios santo, que faena nos hizo- exclamaba.

    Y esto, no slo porque fue precisamente el mismo Jacinto Tell quien le convenci para entrar enel Comit Local, sino porque su nivel de compromiso, su dedicacin y su energa para defender a laorganizacin, eran realmente extraordinario. Jacinto era un joven sin mucha cultura, sin mucho estilo,tal como entonces se utilizaba esa etiqueta y que poda traducirse como elegante, fino, con clase; perose haba hecho as mismo, y logr poner en pie una pequea industria de carpintera muy consolidadaque marchaba viento en popa, al menos, hasta entonces. Eso le dio la impresin de que poda aspirara ms, pero como era hijo de un antiguo dirigente poltico, lgicamente acusado de reaccionario, y esoestaba muy mal visto por aquello de que se aprovechaba de la gente, no pudo meter cabeza enninguno de los partidos que mandaban en aquellos aos, y entonces, como venganza, y eso lo decansus propios amigos, busc ser cabeza de un partido con menos aspiraciones pero s con mucha faltade apoyo personal y sobre todo econmico. A todo el mundo le pareca que aquella extraa eleccinera slo una tapadera para iniciar una carrera hacia el pavoneo, la sacabarriga, la pompa, pero bueno,despus de todo, eso era lo que haca mucha gente en los tiempos en que se viva y adems, quinse lo iba a reprochar si una inmensa mayora vena haciendo lo mismo?. Mucho menos la gente delpartido que haba elegido para su desembarco porque, al fin y al cabo, eran muy dbiles en nmero yen dineros, y no lo iban a despreciar as por las buenas. Era una jugada pensada, desde luego, pero

    que le sali bastante bien ya que en poco tiempo logr formar parte de su grupo directivo, y al ao justo, en medio de la sorpresa de todos, alcanz el puesto de Presidente del partido. A raz de sunominacin como mximo responsable local del partido, su dedicacin fue extraordinariamente activa,viajaba, hablaba, haca declaraciones, en fin, un ejemplo de responsabilidad y compromiso difcilmenteimitado por otros dirigentes polticos del momento. Era bien cierto que ms de un afiliado de probadahistoria dentro de la organizacin, quiso hacer notar la incredulidad que le produca la conversinpoltica del

    Jacinto Tell, al que nunca se le haba reconocido inters poltico alguno y que segn pensabal, todo pareca un burdo ejercicio de hipocresa pero, como era de esperar, y visto el dinamismo quedesplegaba y sobre todo, aunque esto no lo decan, su apoyo econmico, no fue escuchado y casi loremovieron al cajn de los olvidos, as que Jacinto Tell pudo fcilmente encaramarse hasta la cima dela presidencia.

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    II

    Fue en este ambiente de activismo de Jacinto Tell, cuando el seor Pozo se sinti atrado porese pequeo partido de historia tan controvertida y llena de atractivas llamadas a valores tanqueridos del l como justicia, sindicalismo, o libertad. Pozo tena entonces el dolor de la juventud portodo lo que pasaba, tena tambin la curiosidad del novel universitario inquieto por hallar unarespuesta a su exigencia de solidaridad, de respeto humano, y se puso en contacto con esaorganizacin que le hablaba sobre todo en funcin de la persona. Era, como se dice ahora, unanueva lectura sobre la persona; o, como otros pregonaban: el triunfo del personalismo; y esocoincida plenamente con su admiracin con las ideas de Emmanuel Mounier, un adelantado sobreesta especie de filosofa humanista. Y con slo veinte aos entr en el partido, y desde all pudoseguir fielmente el enorme trabajo que desarroll Jacinto Tell, del que ms tarde fue su amigo yalgo despus uno de sus colaboradores ms operativos. De modo que no pudo comprender muybien, a que se debi aquella espantada de quien, prcticamente, le llev al partido y a la Juntadirectiva. Era algo todava incomprensible. Todos recordaban el da de la confrontacin. Llamabanas, en la ciudad, a la ltima jornada hbil de campaa electoral, y que la organizacin en la que

    figuraban Jacinto y Pozo, terminaba en una cena multitudinaria en la que normalmente se expona laconfianza en los buenos resultados que se esperaban, y en la que Jacinto Tell defendi de maneramagistral, ante una sucia campaa de calumnias y de mentiras, el honor y la dignidad del partido. Loque no pudo esperar nunca fue que, en un momento de la celebracin, con una sonrisa mefistofelica,as lo describa el seor Pozo, le hizo un aparte en medio de una salva de aplausos no saba muybien por qu, y con una voz muy misteriosa, le dijo: Pobrecillos, son unos ingenuos La verdad esque no hay nada que hacer, los vientos corren en otra direccin; hay otras ideas. Como era lgico,cuando el seor Pozo escuch lo que le murmur Jacinto Tell, el que apareca a la izquierda de lafotografa de encima de la chimenea, en aquella reunin, no poda imaginar ni por un momento quesus palabras seran profticas de lo que pensaba hacer ms tarde. En su inocencia, ms quecontrastada tal como contaban los amigos de entonces, el seor Pozo era incapaz de suponer unahuda de su compaero de partido hacia otra fuerza poltica, ni hacia nada

    Dios santo, que faena.- rememoraba al cabo de tantos aos. All estaban todos los pesospesados de la seccin local con el evidente deseo de agradecer y recompensar los esfuerzos queJacinto Telln en un alarde de cinismo, tal como se vera no mucho tiempo despus, habaenumerado de modo inteligente y persuasivo. Entre los ms forofos se encontraba Rozas, querepresentaba la parte indeseable de la historia del partido, no tanto por sus excesos que fueronmuchos, aunque no graves, sino porque era justamente el ejemplo de lo que se podra considerar elequivocado; en esto, el seor Pozo recordaba la humorstica y tal vez irnica referencia de la cabraen el garaje, como sntoma absoluto de la incompatibilidad lgica de un animal de esa especie en untaller de sofisticados elementos mecnicos: es decir, no se saba que haca all un seor como Rozasque era todo lo que se detestaba, doctnnalmente al menos, en el partido: monrquico, capitalista, yhasta se oa decir que perteneca al Opus. Todas unas referencias. Claro que Rozas rondaba ya por

    los setenta y tantos aos y aparentemente no debera de causar ningn problema de ndole estra-tgico u organizativo. Y en cima, daba dinero. La verdad, pensaba el seor Pozo, era que laaudiencia era muy fiel a su amigo Presidente, la gente estaba feliz de estar junto a su lder y ademshaban ganas de disfrutar entonces ya que, a otra cosa poco se podra aspirar. La reunin fue unxito de asistencia, algo que tambin era extrao en el partido porque se quiera o no, las continuasderrotas electorales haban producido una inevitable baja moral entre los afiliados y, la verdad, noestaba la cosa para bromas y fiestas. No obstante, fue el propio Jacinto Tell quien se preocuppersonalmente de la realizacin de aquella reunin y, a base de tiempo y de dinero, pudo organizarlacon casi todas las probabilidades de xito. Puso en solfa a todos los miembros de la directiva, lmismo se encarg de conseguir un local apropiado puesto que el partido careca de una sedeadecuada, y por ltimo redact la propaganda e incluso el orden del da.

    A las ocho de la maana del da de la reunin, casi recin levantado, ya recibi la visita deJacinto Tell para invitarle, de una manera muy especial, al acto que el partido iba a celebrar en lasprimeras horas de la noche. Como era lgico, el seor Pozo, que ya estaba comprometido con elpartido, le prometi que ira sin falta; al principio, es cierto, se resisti pues no vea la urgencia o la

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    importancia de la convocatoria, pero no hall motivos serios para negarse y al cabo de unosinstantes de indecisin, dijo que s. " Te gustar "- oy que le responda con una sonrisa en su cara.De acuerdo, all estar.

    Y no sali defraudado. Jacinto estuvo impresionante; el seor Pozo ya lo haba odo en otrasocasiones y saba del poder oratorio de su amigo y correligionario. Recordaba su tono pausado, susgestos equilibrados y convincentes, su gran sentido del discurso poltico o, mejor an, su escaso tono

    mitinero que, a lo mejor de una forma paradjica, le confera una personalidad distinta, diferente,atractiva. " Era un artista ".- repeta el seor Pozo. Desde luego fue en aquella reunin cuando perdicualquier sntoma de inseguridad respecto a su escalafn en el partido, tanto por mritos propios,como por haber encontrado una corte de aduladores que lo auparon hasta los puestos de mximaresponsabilidad. Jacinto, en otra ocasin, haba comentado: " Es fcil, aqu no hay nadie ". Jacintolleg a la cima; viajaba por toda la regin y hasta fue a Madrid dos o tres veces requerido por ladireccin nacional, sin duda, debido al nombre que iba adquiriendo y que ya todos reconocan.

    El mismo seor Pozo, a la vuelta de uno de esos viajes, le haba dicho:

    De verdad no sabes cunto me alegra que en Madrid se enteren de lo que haces por el partido.

    Gracias.

    Y es que Madrid, era mucho Madrid.Era un reconocimiento sincero que expresaba el fervor que el seor Pozo haba llegado a tener

    de su amigo, mucho ms, cuando como entonces, empezaba a tomarse muy en serio su presencia enla organizacin y las responsabilidades que iba tomando poco a poco. Jacinto Tell tom aquello comolo que era, como un cumplido afectuoso de un buen compaero. Le ech el brazo por los hombros y lepalmote varias veces la espalda." Gracias - le haba dicho -, espero que sirva para algo ". Ms omenos. Y eso era lo que pareca que estaba ocurriendo. Durante varios das Jacinto Tell recibiparabienes y felicitaciones de conocidos y desconocidos, de amigos y de adversarios. Pero en honor ala verdad, hay que decir que nunca se tom esas distinciones con excesivo orgullo ni malsanaostentacin. " Esto no es para vanagloriarse, sino para trabajar con ms ahnco " - declaraba Jacinto enuna asamblea posterior.

    El triunfo de mi amigo - explicaba el seor Pozo -, signific para todos los afiliados un ejemplo aseguir y una dedicacin a imitar. Jacinto no se sabe si por eso, o porque lo pensaba desde el fondo desu corazn, multiplic por diez sus esfuerzos para el partido. Qu otra cosa haba en la vida queluchar por un ideal?repeta con insistencia. Pero como haba gente para todo, alguien dej caer por ahque empezaba a tener dificultades con sus padres y con su empresa.

    No lo veo - decan que exclamaba su padre cuando preguntaban por l. Pero eso sera, comocasi siempre, una de las muchas calumnias que se montaban en las pequeas ciudades cuando que-ran desembarazarse de alguien. Al paso del tiempo, aquella evidente maledicencia perdi fuerza ypronto se olvid, y con razn, porque pese a todo, aquello era una burda mentira que trajo la envidia oel despecho.

    Jacinto Tell sigui ascendiendo en el organigrama del partido y fue nombrado vicesecretario

    regional que, por aquellos tiempos, estaba considerado como el " segundo de a bordo ". No obstante elesfuerzo de Jacinto Tell por hacer del partido una fuerza poltica con autntica influencia en las gentesde su ciudad, y con mucha ms modestia, en la sociedad del pas, no estaba resultando nadareconfortante. El partido encontraba demasiadas dificultades para impulsar su mensaje poltico porculpas de excesivas rmoras, segn unos, y por su misma incapacidad para lograr presentar unmensaje unificado y coherente entre las varias organizaciones que se disputaban su origen histrico, a juicios de otros. En fin, por lo que sea, no se avanzaba tal y como se haban propuesto todos losdirigentes. " No hay derecho a esto - se quejaba Jacinto Tell -, nos matamos a trabajar por nuestropueblo y no vemos ningn avance prctico ". Algo triste era, pero lo malo es que esto era de todo puntoverdad. Se haba logrado el respeto del pueblo aunque no su favor, se consigui tambin laconsideracin de las dems fuerzas polticas, y haban logrado eliminar muchos de los tpicosfabricados alrededor del nombre, ms por mimetismo que por una verdadera razn, pero a la hora detraducir esa realidades en un voto electoral, nunca se alcanzaba una mnima representacin poltica yel partido se debata constantemente entre la decepcin y el fracaso. " A esto no se le ve la punta ".- seoa con frecuencia.

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    Al principio de todas estas derrotas, Jacinto Tell se mostraba completamente sereno, e inclusoen muchas ocasiones, se poda decir que moderadamente optimista. De cuando en cuando, explicabaa los afiliados: No presentamos nuestras listas de candidaturas para ganar un silln. Queremos quenos conozcan ". Y enseaba sus sanos y limpsimos dientes en una sonrisa increble.

    La gente en general, alababa su alto sentido democrtico; haban tambin, claro, personas quecalificaban de deportivo, el talante con que Jacinto Tell se tomaba los reveses polticos, aunque en

    privado, ms de una vez, se le transformaba la cara cuando algn imprudente le recordaba el fracasocontinuo de sus batallas electorales.

    Calla - gritaba todo indignado -, demasiado lo s y no hace falta que me lo recuerdes.

    Su cara cambiaba con una facilidad pasmosa y se encenda an ms, para repetir:

    En los momentos difciles es cuando hay que demostrar si de verdad somos consecuentes connuestros juramentos de fidelidad y de lealtad.- Y terminaba : Hay que ser consecuentes.

    Algunos sonrieron cuando escucharon eso de ser consecuentes. Bueno, la verdad era quecuando Jacinto se pona as de enrgico para despotricar, o como en este caso, para defender al parti-do, en seguida se le escapaba la palabra " consecuente ", que era como un latiguillo que utilizaba paradarse personalidad, como pensaban los jvenes de la organizacin, o simplemente era una copia

    adems de mal estilo, como decan la gente del comit por supuesto a sus espaldas, del que usabanotros lderes, aunque por desgracia con mayor predicamento en la sociedad. Pero Jacinto pona unosojos muy brillantes cuando deca esas palabras casi escatolgicas. Hubo una vez, no s cuando, enque su actitud fue imprevisiblemente dura a pesar del cuidado exquisito con que procuraba mostrarseen esas cosas de la poltica; claro que el individuo que provoc aquella reaccin, se la mereca a juiciode casi todos los que estbamos all. Era un imprudente, con toda seguridad, inducido por alguien.

    Ya est bien de estorbar - exclamaba el provocador desde la primera fila en un mitin cercano alas elecciones.

    La gente, como una sola persona, mir a un hombre que haba tenido la mala educacin deinterrumpir el discurso, y que rpidamente fue calificado como reventador del acto, para a continuacincon el mismo automatismo volcarse en la figura de Jacinto que, hasta los ms indecisos, definieron

    como " un to que echaba fuego ". Contaron despus quiz para quitar hierro a su actitud que, harto yade tantas inconveniencias, responda con exabruptos de ese tenor a quienes se dedicaban aprovocarle por sistema, pero eso le llev a ms de un altercado con algn que otro malintencionado eineducado sujeto. " No tuve ms remedio que responder a sus impertinencias " - coment luego de unode esos alborotos. Menos mal que todo aquello no pas de ser sino una pequea ancdota y sedesvaneci en el tiempo o, al menos, as lo creyeron todos. Jacinto Tell continu ofreciendo suimagen de hombre tranquilo, respetuoso con las formas y con los mtodos, extendiendo por todaspartes la estampa de un partido absolutamente convergente con los principios de la tolerancia msacadmica.

    Esto pasar, que no os quepa duda.- aseguraba.

    Y continuaba con toda la energa del mundo, dispuesto a entregar hasta la ltima gota de sudor

    por el partido. Los pocos afiliados que contaban, comentaban:Si todos fueran como l

    Pero esto no siempre fue as. Lentamente al principio, pero paulatinamente a mayor velocidad,Jacinto Tell empez a dar muestras de su cansancio y de su frustracin, sobre todo a raz de aquellaselecciones municipales en las que estuvieron a un tris de meter cabeza, como se deca por all, peroque sin una explicacin posible y cuando pareca que todo iba sobre ruedas, result que otra vezhaban quedado fuera de los lugares que permitiran componer la nueva corporacin. Fue, segn dijo elmismo Tell, un fracaso ms; sin embargo se not en seguida que esta vez no lo estaba aceptandocon las misma resignacin e incluso con la alegre deportividad de otras veces. Ya, antes de lasvotaciones ltimas, Jacinto Tell mostraba de vez en cuando, alguna que otra mala cara y ms de unmalhumor se le atravesaba en su boca, que se le pona torcida y de color avinagrado; por eso nadie seextra del pequeo alboroto que mantuvo con el provocador del mitin, como tampoco ninguno de suscolaboradores ms fieles en el partido se rasgaron las vestiduras por las exclamaciones que un da s yotro no, dejaba caer denotando un pesimismo creciente y un pasotismo que engordaba como bola de

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    nieve rodando. La desesperanza se le adivinaba de forma intermitente y sus juicios sobre la situacindel partido no tenan ya la fuerza y el convencimiento de otras ocasiones. Haba das en quecompletamente fuera de s, gritaba: " Esto es una mierda Con este partido no vamos a ningunaparte, es perder el tiempo ". Y esta actitud vino empeorando progresivamente hasta que explotara justo, un mes despus de los comicios municipales. El propio Jacinto haba encargado un informecompleto, acerca de las circunstancias que haban incidido en los resultados ms negros que elpartido tuvo nunca, y que lo haban relegado a cifras ridculas, tanto a nivel regional como, y sobre

    todo, a nivel local, en las que haba puesto todas sus esperanzas y todos sus esfuerzos. Aquello fueun verdadero mazazo. Algo definitivo que dej a Jacinto Tell al borde de la rotura de nervios.

    Esto no puede ser No puede ser- decan que exclamaba, ya absolutamente fuera de si. Losms cercanos a l, gente de su equipo, trataban de consolarlo:

    Bueno, tampoco es tan malo. Otros le comentaban al odo: Peor le han ido a losindependientes, no? Jacinto no se senta ms feliz por eso.

    No podemos continuar as- volva a gemir.

    Nadie era capaz de serenarlo y hasta sus ms ntimos amigos permanecan callados comomudos, incapaces de darle alunas respuestas satisfactorias. Era imposible. Al fin se oyeron laspalabras terribles:

    Me voy de este partido.

    La habitacin en la que estaban hablando el seor Pozo y Carlos Sanjun, haba alcanzado enesos momentos una agradable temperatura. Carlos segua el relato del seor Pozo con un intersque l mismo encontraba inusual y extrao, pero se senta cautivado. Pregunt:

    Lo hizo?

    El seor Pozo, pareca no haberle odo. Segua:

    Se podra decir que a nadie de su entorno, bueno a casi nadie, le cay por sorpresa tanextremada reaccin. El que ms y el que menos, dentro del partido, ya tena ciertas sospechas deque algo as pudiera pasar por la mente de Jacinto Tell. Ahora bien, a lo mejor, no entonces ni de

    esa manera que, a todas luces, pareca la rabieta de un nio maleducado. No obstante, lo cierto eraque todo el mundo empezaba a comprender algunas de los actos y actitudes que parecan tanextraas tiempo atrs, pero que evidentemente era el preludio de una decisin que ya no se podamantener escondida.

    De cualquier manera esa amenaza no se llev a efecto de modo inmediato. Jacinto Tell, sinduda, recordara los terribles anatemas que l mismo dirigi a dos de sus incondicionalescompaeros y miembros importantes de la agrupacin local que, sin motivos aparentes, o quiz s,porque se invocaron motivos de trabajo, de boicot por pertenecer a partidos con historia complicadas,de mala imagen, y cosas as, para justificar un abandono que estaba cantado, cogieron el portante yse fueron casi sin decir adis.

    Sois unos traidores - exclamaba Jacinto, la noche en que los dos afiliados expusieron su

    deseo de abandonar el partido.En la reunin, haba un silencio de iglesia.

    Por qu?- protestaron. Los hombres tienen derecho a evolucionar, o no?

    Abandonis ahora?

    Los acusados era incapaces de articular una sola palabra; se sentan indefensos y aplastadospor aquella voz, que les suma en la inquietud y el desasosiego ms fuerte que jams hubieran senti-do.

    No sois ms que unos malditos traidores - segua hablando Jacinto Tell, cada vez msirritado -. Peor, a mi me parecis unos vividores de la poltica. Unos trepas

    El seor Pozo evocaba aquella palabras llenas de comprensible decepcin, mientras seestiraba la solapa de su chaqueta que era de esas que terminaban en punta, y ancha, es decir,antigua; se levant y se puso a dar unos paseos cortos y premiosos.

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    Estaba realmente indignado.- Le oy murmurar Sanjun, que en completo silencio permanecainmvil y atento.

    Naturalmente - continuaba el seor Pozo -, todos le apoyamos en sus quejas contra cualquieraque por vergenza, por miedo, a los fracasos o por pura decepcin personal, procuraba disimular suafiliacin y, desde luego, mucho ms si llegaban a abandonar el partido.

    Ocurra eso con frecuencia?

    La pregunta la hizo Sanjun sin mover apenas los labios; como dndole mucho reparo.

    Ocurra.- la respuesta fue rpida y concisa. Sigui el seor Pozo su perorata inmediatamente:

    Claro que si sospechbamos que alguien cambiaba de chaqueta, as sin ms, entonces el propioJacinto Tell no paraba hasta verlos poco menos que triturados, polticamente, desde luego, perotriturados. Es que eso no era sino simplemente, una traicin por un plato de lentejas.- aclaraba.

    Tan duro fue eso?

    Era una pregunta con malicia.

    S. Durante algn tiempo no pudimos hablar de otro tema. Y era lgico, despus de elogiarconstantemente la fidelidad y la gran constancia de nuestra gente, aparecan dos cualificados afiliadosy de pronto, desertaban de una manera realmente ruin y casi injuriosa.

    La lumbre de la chimenea necesitaba que la removieran. El seor Pozo, hizo un parntesis en suexposicin y se acerc hasta donde haban unos hierros para el fuego, cogi una badila y atiz lasbrasas con estudiada parsimonia; pareca parte de un rito. Segua hablando:

    Nos daban las tantas de la noche intentando hallar una razn lgica en aquel abandono; tal vezel primer abandono importante en la organizacin. Hasta entonces no conocamos ningn casosemejante, aunque eso s, y tambin era raro, alguna que otra desaparicin activa de algn militanteannimo, pero esto era ms por desidia o desinters que por verdadera perfidia.

    Sanjun le ech una mirada comprensiva y le dijo:

    Tampoco era para enfadarse demasiado. Supongo que no.

    Eso pasaba, y pasa, en las mejores familias. Claro, pero entre nosotros resultaba muy extrao.Recelaban ustedes algo raro?

    El seor Pozo trag saliva. Su voz era casi inaudible cuando, con un gesto que quera significarcualquier cosa, dijo:

    En el partido la huda, y mucho ms la traicin, eran algo absolutamente inusual y prcticamentedesconocido, a lo mejor, simplemente porque quien vena o estaba con nosotros, saba muy bienquienes ramos y cuales eran nuestras posibilidades de tocar poder, de tener silln, o de rozar siquierael gobierno; all se iba, al menos por entonces, por fuerza de un ideal, por defender una ideologa, casiuna utopa.

    Muy romntico todo eso, verdad?Poda ser, sin embargo conocan nuestra realidad. Habamos sido demasiado pisoteados en

    calumnias y mentiras durante mucho tiempo y desde muchos sitios, para no saber exactamente a quelugar nos haban arrojado.

    Entonces, qu pas con aquellos primeros dos abandonos? Ah, eso, - rememoraba el seorPozo -, Jacinto Tell siempre supuso que hubo una explicacin econmica en la actitud de aquellosdos afiliados, y que si no fue as, no hicieron nada para evitar que lo pensramos. Recuerdo que en unmomento, nos dijo: " Les habrn ofrecido algo. No s, un cargo, dinero, algo, quin sabe?

    Pero eso es una acusacin muy grave.- coment Sanjun dando un tono muy serio a suspalabras. Y el seor Pozo, se apresur a decir:

    Claro que no lo asegur nunca; era como dejar correr un rumor y verlo crecer.Lo creyeron?

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    No tuvo mucho xito, la verdad. Pero siempre quedaban algunas personas capaces de aceptarlo,como tambin las haban que crean todas las mentiras que contaban sobre nosotros; la gente es asdesde que el mundo es mundo, y pienso que no va a enmendarse tan fcilmente. Qu le vamos ahacer

    Se pona muy digno el seor Pozo, levantando la barbilla en un gesto de autntica decisin frentea la hostilidad del ambiente o de la mentira. Hasta que empezaba de nuevo a hablar. Sanjun lo miraba

    con atencin, con detenimiento, con inters.Fue una mala faena.- dijo.

    Los pobres protagonistas se convirtieron, quieras que no, en un ejemplo de lo que nunca jamstendran que ser unos compaeros de partido.

    Qu hizo Jacinto Tell? Actu.

    Con firmeza?

    Por supuesto. Es ms, no solo los expuls de forma inmediata y sin abrir expediente alguno, sinoque casi nos orden que rompiramos cualquier contacto con ellos.

    Marginados? Absolutamente. Era definitivo?

    Sanjun era, o quera ser incisivo.Al principio, s. Despus, poco a poco, veamos como esa fortaleza de criterio iba modificndose

    lentamente, pero de forma paulatina. Era como un globo deshinchndose.

    Usted cree?

    El seor Pozo haba puesto ojos de pez. Grandes, estirados, siempre abiertos, y no era sino laseal de una sensacin de impotencia por tanta memoria dolida, aunque al final, siempre daba unaespecie de resurgido y volva a la vida dispuesto a participar en ella, en sentirla, en vivirla.

    Al menos lo veamos as - dijo, al momento -. Recuerdo que una vez, slo unas semanas mstarde, hablando sobre aquellos dos militantes, nos coment:

    Eran unos pobres hombres.De verdad?- se lo pregunt, extraado.

    No respondi nada. Me pareci raro, pero guard silencio.

    Por eso cuando empezaron a aparecer en Jacinto Tell ciertas declaraciones sobre la normalidadde las evoluciones en las personas, de que no todo es inmutable o que a veces es necesario cambiarun poco, ms de uno sospech que algo raro se avecinaba. Desde luego eso era lo que pensaba elseor Pozo quien, con los ojos ms asombrados, iba siendo testigo no de una evolucin en su amigo,mentor, y dirigente, sino una profunda y radical metamorfosis. Ya no era nada extrao orle decir: " Hayque ser positivos, Pozo, positivos. No lo olvides ". Como era natural el seor Pozo quedabaanonadado, as lo explicaba l, por esa enorme transformacin sufrida por Tell que, a creencia de

    todos, se trataba de una persona que tan dura haba sido con los que por una razn u otra, habandecidido dejar el partido. Le dijo: " Me parece imposible orte decir eso ". Pero el otro, sonriendo leresponda con desparpajo: A lo mejor resulta que el partido ya ha cumplido su misin.

    El seor Pozo se detena cuando recordaba esa conversacin con Tell; haca ya tanto tiempoque muchas palabras y gestos se le olvidaban. No obstante, dndome un golpecito en el brazo, con-fes:

    Yo me rebelaba ante esa falta de seriedad y le dije:

    Eso es justo lo contrario de lo que pensabas hasta hace muy poco tiempo. Como puedes seras?

    Era un reproche amargo. Tell, con un gesto teatral, responda:

    Hay que ser realista. Vaya Ahora? Claro.El seor Pozo endureca los msculos de la cara. Hay que tener dignidad.- acus.

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    El previsible cambio ideolgico de Jacinto Tell no era tan desconocido como se podra creer.Como siempre, esas cosas era muy difciles de ocultar, y el que ms y el que menos, algo barruntabasin demasiado esfuerzo. Parece ser que muy pronto fue de dominio general. En esto, el seor Pozo, enuna mirada que quera ser retrospectiva, record un comentario que le hizo Bueno, el tercer hombre dela foto de encima de la chimenea. " Mira - le dijo -, le he odo decir en una reunin del comit local, sicon nuestro empecinamiento no estaremos impidiendo el que exista un relevo normal al poder ".

    Y ese relevo- le haba replicado l-, no ser por casualidad, un puro partido de la derecha?Por qu no? Naturalmente

    Te molestara?- le haba preguntado Bueno, aunque nunca se supo si pretendi una respuesta.

    Yo dije: no me va.

    El tercero de la fotografa. Bueno, manifest despus que, en aquella reunin, nadie le respondini le recrimin lo ms mnimo por aquellas declaraciones que, cuando menos, resultaban demasiadoinconvenientes y muy sospechosas; adems eran evidentemente, muy distintas a las que siemprehaba defendido.

    De modo que con todos estos precedentes, a nadie del partido le sorprendi que una tarde, muycercana a las elecciones celebradas recientemente, Jacinto Tell aprovechara una junta general,

    extraordinaria, para anunciar pblicamente su decisin de abandonar la organizacin paraintegrarse en otra fuerza poltica que en absoluto, podra considerarse como prxima ideolgicamente,pero que estaba bien consolidada y sus expectativas, y sus bagatelas, sobre todo eso, por ms que nose dijera, aumentaban de ao en ao. " Esto est as ".- explic con cierta arrogancia y sin esperarrespuesta alguna.

    Segn contaron ms tarde, y el propio seor Pozo nunca lo desminti, fue entonces cuandoestall el escndalo. En el partido aquello se interpret como una declaracin de guerra y como entodas las batallas, pronto se vieron dos bandos perfectamente definidos; la verdad era que lospartidarios de Tell se vieron reducidos a unos cuantos incondicionales, pero con la fuerza suficiente yel dinero preciso, para causar-una profunda divisin, que se llev por delante a una buena parte de

    afiliados sin mucha conviccin, yseque estaban esperando una situacin parecida para dar el carpetazo . Alguien calific aquellareunin " El principio del fin ", y guramente se podra llamar as por las graves implicaciones quesupuso la determinacin de Jacinto Tell. Mucha gente abandon el partido y claro, se escaparonalgunos insultos y vagas amenazas de denuncias por no se saba muy bien qu, pero queincrementaban de manera innecesaria el nivel de confusin y de caos general que su abandono habaproducido.

    Todas estas confesiones las oa Carlos Sanjun, sentado en esa especie de sof antiguo queadornaba la cmoda habitacin con chimenea, del seor Pozo. No era esa, precisamente, la intencinque le haba llevado a conversar con l, pero tambin resultaba til para el reportaje que tena en lamente. Al fin y al cabo, la historia que estaba escuchando pudo influir, desde su punto de vista, en el

    comportamiento posterior del seor Pozo. Hay quien dice, incluso ahora, que tanto su manera de ser,un poco hosca, un mucho indiferente, un bastante introvertido, no era sino la expresin haca fuera deaquella decepcin, y desde luego, Carlos Sanjun poda estar completamente de acuerdo con esejuicio, al verlo all, inseguro, atizando de nuevo la lumbre de su chimenea. Cuando termin de removerlas brasas, se levant con cuidado y cogi una vez ms la fotografa. Se volvi, y con el dedo ndice enel rostro de Jacinto Tell, le dijo:

    Me llev una enorme decepcin, de la que a decir verdad, aun no me he repuesto. Dios, quegolpe

    Sanjun se permiti consololarle: Es que usted lo vivi muy de cerca. Hubo una media sonrisa,adems triste.

    Lo cierto es que Jacinto Tell no imagin nunca que su decisin respecto al partido tuviera tantasconsecuencias. Pero afect a muchas personas, especialmente a quienes l les haba trasmitido unaobligacin moral, un compromiso poltico, una tica de pertenencia.

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    III

    La noche en que Jacinto Tell se dio de baja en el partido, su amigo el seor Pozo, busc unmomento en donde pudieran hablar con tranquilidad. Sin testigos incmodos. Le pregunt:

    Y a ti, te han ofrecido algo?Jacinto Tell, que esperaba cualquier recriminacin menos aquella, se qued mudo. Luego su

    cara se puso de color violeta por la rabia o por la vergenza, porque como explicaba el seor Pozo,cualquiera de las dos razones eran vlidas en su caso.

    Me ests acusando?- pregunt con un hilo de voz. Joder, amigo, pues claro.

    Pero no era una acusacin, al menos, con la carga vengativa con que otros lo habran hechocasi con toda seguridad. El seor Pozo le hizo la pregunta con toda la ingenuidad con que siemprese haba acercado al mundo de la poltica. A pesar de ello, quera dejar las cosas sin sospechas.

    Digo la verdad, slo eso.

    El otro haba perdido los estribos, grit:

    No quiero or nada ms de esto Lo oyes Nunca

    Eso lo cont el seor Pozo con un tono sumamente encendido. Y tambin dijo, un poco mstarde, mientras ordenaba los papeles de una pequea mesita que se adosaba junto a la pared frentea la chimenea, que se sinti muy dolido por el giro que haba dado su amigo Jacinto Tell. Selamentaba:

    Tanta lealtad pedida, tanto defender al partido contra viento y marea, tanto exigir fidelidad,para ahora abandonar el barco de una forma tan poco elegante

    Y mientras se lamentaba, haca un montn de gestos y de ademanes ilustrativos, algo que enesta ocasin no haba surtido mucho efecto porque, entre otras cosas, la gente ya saba cuales eran

    sus trucos.Pareca muy claro que se sinti muy ofendido aunque entonces, ni nunca, lo hubiera reconocido

    pblicamente. Era su modo de ser y tampoco iba a cambiar al cabo de tantos aos; si acaso, en estaconversacin que sobre su memoria histrica mantena con el joven periodista, le acercaba a liberaralgunos de sus sentimientos y de sus culpas. Ahora, con un ligero temblor en su voz, deca:

    Jacinto Tell no debera de haber hecho eso. Sanjun, coment:

    Por qu no? Acaso, en su partido no poda pasar igual que en otros?

    No.

    Eso, perdneme, es una tontera. Las personas son lo mismo en todas partes, por suerte o pordesgracia.

    En mi partido nunca lo hubiera credo.

    De verdad?- Sanjun era hiriente. Sigui: Mire, usted solo vea la luna por la cara brillante,luminosa, la de los enamorados, pero existe otra ms oscura y ms rida que no se ve, que parece queno existe.

    La otra cara de la luna. Sanjun, repiti:

    La otra cara de la luna.

    Lo dijo varias veces, como un murmullo.

    A raz de aquella decepcin muchas de sus creencias polticas ms firmes se haban roto en sucorazn y en su inteligencia. El seor Pozo, en confesin propia, dej de ser el mismo a partir deentonces.

    Sent una enorme rabia - deca completamente agitado. Y Carlos Sanjun notaba como cuandohablaba, un rojo fuerte le suba por las mejillas y llenaba su cara. Se puso de pie, iba y vena a la

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    chimenea, empuaba la foto, la dejaba, miraba alrededor, me miraba y al final, de modo brusco se pary dijo:

    Me deca que siempre hemos de tener una sola palabra. Eso es, " si hemos dado nuestra palabraal partido, es para siempre ", repeta Jacinto. Y todos lo admirbamos, yo el primero, que por l entren el partido, y por l acept alguna responsabilidad. Joder, que patinazo

    Le afect mucho?- indagaba, Carlos Sanjun. Le habra abofeteado.

    Usted?

    Pareca una pregunta retrica, pero la hizo.

    Bueno, en aquellos das yo hubiera hecho cualquier cosa por demostrarle lo run que se habacomportado con el partido, pero tambin y sobre todo, con unas personas entre las que me cuento,porque l fue quien provoc nuestra idea sublimada de la organizacin y de su imagen.

    Pero no lo hizo.- quiso averiguar Carlos Sanjun. Claro que no, aunque ganas si tena.

    Pareca que no quera hablar ms de aquel incidente. Lo que pas, tal como lo cont el seorPozo, fue que precisamente esa indignacin y ms que nada, ver como abandonaba al partido, habasido lo que le impuls de improviso, de golpe y porrazo, casi sin venir a cuento, el convertirse en un

    decidido defensor de los afiliados y del propio partido, y de su doctrina poltica. Fue como un arrebatoante la injusticia que cometa de manera tan despiadada y sin ningn sentido de la responsabilidad suamigo Tell. El lder, el modelo de dirigente, el presidente ideal, el maestro en la doctrina, el fiel a todaprueba, se iba por la puerta falsa y echaba por tierra, en un instante, esa aureola de hombre de bien,ntegro, leal, y el seor Pozo se sinti incapaz de abandonar su ideal y su compromiso poltico y deciditomar el lugar que Jacinto haba dejado vaco.

    Carlos, le haba dicho: un gesto muy noble de su parte.

    Yo lo consider una obligacin.- contest el seor del Pozo entre un gesto de normalidad.

    Hubieran hecho todos lo mismo? No lo s.

    Alguno se extraara, verdad? Puede que s.

    Dijo a Sanjun, levemente:

    En los pueblos como este, ya se sabe, siempre hay quien critica. A pesar de todo yo le dije aJacinto Tell, es ms, se lo jur, que me dedicara a defender el partido hasta el final.

    Le dijo eso?

    El seor Pozo se jurament, esas fueron sus palabras, a cumplir esa promesa y la gente pensque no era ninguna broma ni mucho menos la bravuconada de un torpe ignorante, sino que res-ponda a la ms estricta verdad. Conocan muy bien el buen nombre del seor Pozo, desde haca yamucho aos, y haba conseguido una autoridad entre sus vecinos que nadie pona en tela de juicio.Era desde luego una autoridad moral, que es la mejor de las que cualquier persona podra revestirsenunca y que, en cierta manera vendra a establecer la diferencia entre quien tena la razn del poder

    y el poder de la razn. El seor Pozo contaba slo con la nica y exclusiva fuerza de la razn. Eso losaban sobradamente la mayora de las personas que formaban parte de su formacin poltica eincluso las que no lo eran, antes y despus de todo el asunto de la desercin de Tell y, por ello, desu nueva posicin en el partido; vena de muy atrs. Y no fue, como cabra esperarse, por causa deun acto extraordinario, sobresaliente, o sea un caso digno de escribirse en los libros de ejemplaridad,al contrario, es que fue sucediendo de modo paulatino, sin grandes alharacas, sin faustos, sinnombradas, pero con la constancia de un hombre de carcter. As pas cuando una tarde, alanochecer, paseando por uno de los hermosos jardines, el Del Hospicio, en la Cuesta del Moro, creentender, se tropez una cuadrilla de gamberros que beban litronas sobre un banco nuevo, casirecin puesto, que el municipio haba instalado embelleciendo an ms si cabe el lugar; ponan susembutadas piernas pisando el asiento, el respaldo, vomitando sobre la hierba, machacandoabsurdamente el banco con botellazos e incisiones de navaja.

    Vamos. Acabar con eso y marcharon a casa.- les dijo.

    Pero qu dices, to?

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    Era una contestacin como de un disco de moda. Estis estropeando el banco. Y el jardn.Venga ya Eres t un guardia?

    No es eso, es que no es de educacin lo que hacis. Quin lo ha dicho?

    Estaba hablando un mozalbete, sucio, vaqueros, ya sin dientes.

    Pues mira - le replic el seor Pozo -: yo mismo.

    El seor Pozo se acerc decidido a terminar con la conversacin y por supuesto, con la suciaestampa de aquella cuadrilla de unos jvenes, al parecer sin destino, que haban tomado como unademostracin de su libertad, el destrozo injustificado y carente de razn alguna, de su propia ciudad.El caso no fue que se tratara de un hecho importante, de un acto magnfico en s mismo, lo que lohaca o hizo relevante fue que hasta entonces nadie o muy pocos se atrevan a plantar cara a esaspandillas de torpes gamberros. Pero lo hizo el seor Pozo y eso corri como la plvora, por esocuando al poco tiempo la gente se enter de su actitud en el accidente de la cuesta del Moro, lagente empez a otorgarle una fama de hombra, de persona de fiar, de alguien de ley como se decaentonces, que fueron convirtindolo casi en un ser de leyenda. No fue tampoco lo del accidente de lacuesta del Moro, algo extraordinario o sobrenatural, pero conforme estaban las cosas por aquellapoca cualquier signo de decencia humana tena que ser considerado como un hecho casiprovidencial; cierto era que se hablaba mucho de solidaridad, pero era por los polticos y casisiempre referidos a unas acciones meramente polticas, esto es, hipcritas, o falsas, porque estabaclaro que en poltica, una cosa era lo que se deca y otra lo que se haca; al menos as lo contaba elseor Pozo, quin adems nunca hablaba por boca de ganso sino que se apoyaba en los mismostestimonios de polticos de muy alta responsabilidad, en casi todos los partidos, claro, pero de unamanera se dira que hasta cnica por parte de destacados representante de uno de los mspoderosos y grandes que incluso tenan la responsabilidad de gobernar en varias comunidades ymunicipios como era conocido de todos, tal como se haban encargado de decir, entre la sorna y larealidad, algunos de sus monstruos sagrados, como muy bien se pudo leer en los diarios de aquellosaos.

    No, no fue algo fuera de lo que una persona de bien hubiera podido hacer en cualquier otroaccidente; el seor Pozo lo tena bien demostrado a lo largo y a lo ancho de su compleja vida, como

    aquella experiencia del coche. Le toc precisamente a l pasar por ese sitio en el da y en la horajusta: un coche a velocidad, una curva, y un vuelco que dej malheridos a dos hombres y a un chico.

    Venamos de ver al equipo local.- le dijo semiinconsciente el conductor del automvil.

    Era casi de noche - cont el seor Pozo -, nadie paraba. Se puso en medio de la carretera, alzlos brazos en demanda de ayuda y gritaba mientras los heridos geman.

    Auxilio- Segua clamando el conductor.

    Espera. Estoy pidiendo ayuda.- responda el seor Pozo. Auxilio

    Los coches pasaban de largo, cada vez ms deprisa; pareca que todos huan ante laincomodidad de tener que detenerse, de evacuar a los heridos, o tal vez muertos. Escapaban de

    tener que declarar en un atestado de la polica de trfico, de retrasar las ltimas copas en un Pub delas afueras, de ensuciar la tapicera de su nuevo ford fiesta, o quien sabe que otra marca de postn, ya lo peor, y eso tampoco era tan descabellado, que todo fuera un simulacro para atracar a unosingenuos y pobres samaritanos. Y es que entonces, todo era posible.

    Auxilio, estoy muy mal Tranquilzate. Voy ahora mismo. Los otros Cmo estn los otros?No te preocupes.

    El seor Pozo empez a moverse con celeridad; recogi al conductor y lo recost al borde dela carretera, dejando la cabeza sobre su chaqueta, vio a los otros heridos con grandes magulladuras,con sangre en la cara, en las piernas, pero parecan que respiraban con normalidad y el pulso loencontraba en buenas condiciones. S, saba algo de primeros cuidados, de atencin en caso detraumatismos, de shocks producidos por choques, por cadas, por accidentes ms menos iguales,

    porque el seor Pozo haba conseguido una titulacin de primeros auxilios desde sus tiempos comojefe de acampadas en organizaciones juveniles de aos atrs.

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    No pasaba nadie. No se detena nadie. De modo que como pudo meti a los heridos en sucoche, y los llev a la primera unidad de urgencias que encontr y cuando los dej en buenasmanos, volvi a su casa con el silencio de la discrecin. Luego, al pasar de los das y una vez fuerade peligro, los heridos del accidente de automvil se encargaron de magnificar los hechos, deensalzar las virtudes reales o figuradas del seor Pozo, y aquello contribuy de forma especial aconsolidar el prestigio y la autoridad moral del seor Pozo. Naturalmente ese prestigio no lo obtuvoslo por aquellas dos acciones en cierto modo sobresalientes, sino que lo fue en base a las

    numerosas y repetidas ocasiones en las que se mostr como una persona desprendida y generosa,dispuesta a la ayuda, a la solidaridad con todos y a todos, y eso a lo largo de muchos aos, enrealidad a travs de toda su vida. Desde luego el seor Pozo poda presumir de tener una autoridadmoral que todos reconocan, de modo que cuando anunci su intencin de responsabilizarse delpartido, nadie salvo unos cuantos forofos del anterior presidente que ahora desertaba, fue capaz depresentar ninguna objecin seria o argumentada a su voluntad de llevar las riendas de laorganizacin, la cual, por otro lado, no estaba pasando ni mucho menos por su mejor momento.Ciertamente la afiliacin, que no militancia, pues ese era ya un concepto erradicado de laterminologa empleada por el partido, haba descendido hasta unos niveles casi ridculos, sin dudaproducidos por los constantes reveses electorales pero mas aun, por la falta poco menos queabsoluta de expectativas para el futuro.

    El seor Pozo reconoca con dolor esta realidad, claro, pero que a l le conduca tal vezincomprensiblemente desde una actitud meramente intelectiva, a acrecentar todava ms si cabe, sudedicacin y su compromiso poltico.

    Y eso, cmo era posible?- le haba preguntado Sanjun. Por qu no?- Le dijo su anfitrin.

    El seor Pozo haba levantado los ojos y dej caer una mirada por toda la habitacin, comobuscando algo; pareca que no lo encontraba y luego termin posndola en la fotografa de encimade la chimenea. Le brotaron las palabras:

    S, por qu no?

    El seor Pozo haba llegado al partido, tal como dijo, al revs de la mayora de sus afiliados omejor dicho, de casi todos, pues siempre podra haber alguien con unas motivaciones ms o menos

    singulares; pero estaba muy claro que su entrada en la poltica, y en este partido precisamente, noera como la costumbre al uso, esto es, al socaire de algn amigo que animaba, de un familiar que tepresionaba, quiz de algn superi