la organizaciÓn de la demagogia francesaÁ u caÍda del imperio napoleÓnico. iii. * segundo...

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N.° 66 A. LANGLOIS. LA DEMAGOGIA FRANCESA. 505 siglo de la división del reino, octavo antes de Cristo. La comparación entre ambos códigos mues- tran por una parte el espíritu benigno del profe- tismo, y de otra el fanatismo y la codicia de los levi- tas («Nadie se presentará en e) templo con las manos vacias»)-—Naturalmente el Decálogo del Dcul. v, no es si no una refundición más moderna del ante- rior y acaso del mismo autor (tal vez del sacerdote Hiikias, comp. n, Rey. xxn, 10, y mi «Gcscbichtc der als-obraeisehen Literatur», pág. 119). Cufstrin, Mayo de 1874. DR. MARTIN SCHULTZE. Trad. del alemán por D. E. FIERA. Das Ausland. LA ORGANIZACIÓN DE LA DEMAGOGIA FRANCESA Á u CAÍDA DEL IMPERIO NAPOLEÓNICO. III. * SEGUNDO PERÍODO DEL IMPERIO: 4860 A 1869. CAUSAS POLÍTICAS DE LOS PROGRESOS DE LA DEMAGOGIA. Viendo al cabo de algunos años cuáles eran los perjuicios resultados de su política, el Emperador tenia, al parecer, la obligación de aprovecharse de la experiencia adquirida, y de salir pronto del camino peligroso en que había entrado. Si se hubiera de- dicado en lo sucesivo á prohibir dentro de la esfera de acción del poder, y por todas partes adonde ésta se extiende, la propaganda materialista, el culto de los goces terrenales, los ataques contra la moral y la religión; si antes de que tantas faltas acumuladas arruinaran su autoridad hubiese renunciado al go- bierno personal y se hubiera asegurado el concurso de los hombres más honrados y esclarecidos, acaso habría podido detener, al menos dentro de cierta medida, la decadencia de las costumbres políticas, y fundar sobre bases sólidas un gobierno á la vez fuerte, honrado y liberal. Este camino parecía trazado de antemano al Em- perador. ¿Por qué no lo siguió? Mucho contribuyeron á que no lo hiciese sus opi- niones á la vez autoritarias y democráticas, que las publicaciones de su juventud nos han revelado y que no llegaron á modificar en él sensiblemente, ni la edad ni la experiencia. Pronto, además, sobrevi- nieron motivos políticos que, alejando al jefe del Estado de una fracción notable de los conservado- res, le impulsaron más vivamente aún hacia la falsa democracia y hacia la política revolucionaria. El odioso atentado do Orsini le recordó los com- promisos que de antiguo le ligaban á las sociedades Véase el uúmero anterior, pág. 452. TOMO IV. secretas de Italia, y le advirtió de los peligros que corría persistiendo en desconocerlos. Nadie duda hoy que la guerra de Italia, causa primera de todos nuestros desastres, no haya tenido por objeto dar una satisfacción á esas temibles asociaciones. La invasión de los Estados de la Santa Sede, hecha per Italia y tolerada, si no estimulada, por el gobierno francés, trasl'ormó en adversarios del Imperio, no sólo á todos los católicos, sino, fuera del campo de éstos, á gran número de conservadores que ya comprendían los peligros que la unidad italiana ocasionaría á la Francia. Privado de su concurso Napoleón III, debió volverse hacia las masas demo- cráticas que, menos perspicaces é imbuidas de pre- ocupaciones anticlericales, veían con júbilo en la unidad italiana la ruina del poder temporal de los Papas. Pero para obtener más seguramente su apo- yo, era necesario hacer concesiones á la democra- cia. ¿No era este, por otra parte, el medio de debili- tar y de traer á la obediencia las clases distinguidas, de dia en dia más alejadas del poder absoluto?— Tales fueron los motivos que dictaron al Emperador la mayor parte de las medidas que vamos á estudiar. Por último, al mencionar las causas que empuja- ron al Emperador por la pendiente revolucionaria, no debe olvidarse la influencia del príncipe Napo- león. Es exacto que Napoleón III tenía en el fondo muy pocas simpatías por este antiguo republicano de 48-48, adherido al Imperio á fuerza de dotaciones, pero que, poco contento de su situación política, y aspirando á una dictadura, intentaba, al ocupar el puesto de un semi-oposicionista democrático, reha- cer su popularidad bastante comprometida. La corte de Napoleón II!, y sobre todo la emperatriz, com- partían la desconfianza de aquél hacia el inquilino del Palais-Royal. No se quería, sin embargo, romper abierUmente con él, y de este modo, y á pesar de lodo, el principe obtenía cierta autoridad cerca del Emperador, preocupado sin cesar por la idea de no mostrarse menos buen demócrata que él. Si el prínci- pe dispensaba su protección á algún periodista libre- pensador amenazado de persecuciones judiciales por insultos á la religión, el gobierno no se atrevía á castigarle y el escritor escapaba á los rigores de la justicia. Un hecho, entre otros, la fundación de L'Opinión Natiouale, muestra hasta qué punto sabía el príncipe Napoleón vencer la repugnancia ó disipar los temores del gobierno imperial. Un redactor de la Presse que estaba en comunidad de ideas con el príncipe, M. Guéroult, quiso después de la guerra de Italia fundar un diario destinado, según él decía, á servir de lazo de unión entre el Imperio y la demo- cracia. Con arreglo á su programa, que M. Guéroult ha defendido fielmente hasta 1870, Napoleón III de- bía en el inlerior seguir una política cada vez más democrática, y en el exterior sustituir, con la teoría. 89

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N.° 66 A. LANGLOIS. LA DEMAGOGIA FRANCESA. 505

siglo de la división del reino, octavo antes deCristo. La comparación entre ambos códigos mues-tran por una parte el espíritu benigno del profe-tismo, y de otra el fanatismo y la codicia de los levi-tas («Nadie se presentará en e) templo con las manosvacias»)-—Naturalmente el Decálogo del Dcul. v,no es si no una refundición más moderna del ante-rior y acaso del mismo autor (tal vez del sacerdoteHiikias, comp. n, Rey. xxn, 10, y mi «Gcscbichtcder als-obraeisehen Literatur», pág. 119).

Cufstrin, Mayo de 1874.

D R . MARTIN SCHULTZE.

Trad. del alemán por D. E. FIERA.

Das Ausland.

LA ORGANIZACIÓN DE LA DEMAGOGIA FRANCESAÁ u CAÍDA DEL IMPERIO NAPOLEÓNICO.

III . *

SEGUNDO PERÍODO DEL IMPERIO: 4 8 6 0 A 1 8 6 9 .

CAUSAS POLÍTICAS DE LOS PROGRESOS DE LA DEMAGOGIA.

Viendo al cabo de algunos años cuáles eran losperjuicios resultados de su política, el Emperadortenia, al parecer, la obligación de aprovecharse de laexperiencia adquirida, y de salir pronto del caminopeligroso en que había entrado. Si se hubiera de-dicado en lo sucesivo á prohibir dentro de la esferade acción del poder, y por todas partes adonde éstase extiende, la propaganda materialista, el culto delos goces terrenales, los ataques contra la moral yla religión; si antes de que tantas faltas acumuladasarruinaran su autoridad hubiese renunciado al go-bierno personal y se hubiera asegurado el concursode los hombres más honrados y esclarecidos, acasohabría podido detener, al menos dentro de ciertamedida, la decadencia de las costumbres políticas,y fundar sobre bases sólidas un gobierno á la vezfuerte, honrado y liberal.

Este camino parecía trazado de antemano al Em-perador. ¿Por qué no lo siguió?

Mucho contribuyeron á que no lo hiciese sus opi-niones á la vez autoritarias y democráticas, que laspublicaciones de su juventud nos han revelado yque no llegaron á modificar en él sensiblemente, nila edad ni la experiencia. Pronto, además, sobrevi-nieron motivos políticos que, alejando al jefe delEstado de una fracción notable de los conservado-res, le impulsaron más vivamente aún hacia la falsademocracia y hacia la política revolucionaria.

El odioso atentado do Orsini le recordó los com-promisos que de antiguo le ligaban á las sociedades

Véase el uúmero anterior, pág. 452.

TOMO IV.

secretas de Italia, y le advirtió de los peligros quecorría persistiendo en desconocerlos. Nadie dudahoy que la guerra de Italia, causa primera de todosnuestros desastres, no haya tenido por objeto daruna satisfacción á esas temibles asociaciones. Lainvasión de los Estados de la Santa Sede, hecha perItalia y tolerada, si no estimulada, por el gobiernofrancés, trasl'ormó en adversarios del Imperio, nosólo á todos los católicos, sino, fuera del campo deéstos, á gran número de conservadores que yacomprendían los peligros que la unidad italianaocasionaría á la Francia. Privado de su concursoNapoleón III, debió volverse hacia las masas demo-cráticas que, menos perspicaces é imbuidas de pre-ocupaciones anticlericales, veían con júbilo en launidad italiana la ruina del poder temporal de losPapas. Pero para obtener más seguramente su apo-yo, era necesario hacer concesiones á la democra-cia. ¿No era este, por otra parte, el medio de debili-tar y de traer á la obediencia las clases distinguidas,de dia en dia más alejadas del poder absoluto?—Tales fueron los motivos que dictaron al Emperadorla mayor parte de las medidas que vamos á estudiar.

Por último, al mencionar las causas que empuja-ron al Emperador por la pendiente revolucionaria,no debe olvidarse la influencia del príncipe Napo-león. Es exacto que Napoleón III tenía en el fondomuy pocas simpatías por este antiguo republicanode 48-48, adherido al Imperio á fuerza de dotaciones,pero que, poco contento de su situación política, yaspirando á una dictadura, intentaba, al ocupar elpuesto de un semi-oposicionista democrático, reha-cer su popularidad bastante comprometida. La cortede Napoleón II!, y sobre todo la emperatriz, com-partían la desconfianza de aquél hacia el inquilinodel Palais-Royal. No se quería, sin embargo, romperabierUmente con él, y de este modo, y á pesar delodo, el principe obtenía cierta autoridad cerca delEmperador, preocupado sin cesar por la idea de nomostrarse menos buen demócrata que él. Si el prínci-pe dispensaba su protección á algún periodista libre-pensador amenazado de persecuciones judicialespor insultos á la religión, el gobierno no se atrevíaá castigarle y el escritor escapaba á los rigores dela justicia. Un hecho, entre otros, la fundación deL'Opinión Natiouale, muestra hasta qué punto sabíael príncipe Napoleón vencer la repugnancia ó disiparlos temores del gobierno imperial. Un redactor dela Presse que estaba en comunidad de ideas con elpríncipe, M. Guéroult, quiso después de la guerra deItalia fundar un diario destinado, según él decía, áservir de lazo de unión entre el Imperio y la demo-cracia. Con arreglo á su programa, que M. Guéroultha defendido fielmente hasta 1870, Napoleón III de-bía en el inlerior seguir una política cada vez másdemocrática, y en el exterior sustituir, con la teoría.

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de las nacionalidades, el viejo sistema del equilibrioeuropeo; bajo el punto de vista religioso, debíadebilitar el catolicismo y arruinar desde luego elpoder temporal de los Papas. A pesar de sus simpa-tías por muchos puntos de esa política, Napoleón IIItomió, autorizando el nuevo diario, «enfurecer»a los conservadores. Recibió á M. Guéroult, re-conoció que, durante la guerra de Italia, habíahecho seguir á la Presse una buena política, peroañadió: «que había ya descubierto excesivamente lasbaterías.» La autorización estaba, pues, aplazada,cuando el príncipe Napoleón intervino en favor de>1. Guéroult, cuya causa apoyó calorosamente. Enseguida, todos los obstáculos desaparecieron yV Opinión Nationale pudo aparecer (1).

Sería, pues, contrario á la verdad de los hechosnegar la influencia del príncipe Napoleón en la polí-tica imperial; á partir, sobre todo, de la guerra deItalia, esta influencia se acentuó y no hay necesidadde decir en qué sentido fuó ejercida. Si desde 1852el príncipe había cesado de proclamar sus simpatíasrepublicanas, continuó publicando con más ardorque nunca sus opiniones democráticas y antí-reli-giosas. Pueden recordarse, en prueba de esto, lasextrañas declaraciones que en distintas veces hizoo ir desde la tribuna, El fue quien en 4862, expli-cando de qué forma Napoleón I no llegó á ocupar eltrono, sino para coronar la obra de la Revolución,añadía: «¿Sabéis en medio de qué gritos era traidoel Emperador desde el golfo Juan á las Tullerías?Pues era á los gritos de «¡Abajo los nobles! ¡Abajo losemigrados! ¡Abajo los traidores/ (¡A bas les tratlres!)Al escuchar esta última exclamación, los que esta-ban á su lado entendieron que decía: ¡Abajo loscuras! (¡A bas lespletres/)» Los hombres más hos-tiles á la religión, M. Renán, M. Guéroult, M. Sain-te-Beuve y tantos otros, eran los visitantes asiduosdel Palais-Royal, y el príncipe les prodigaba sincesar las muestras de su atención y de su deferen-cia. El mismo Proudhon había recibido sus favo-res. De acuerdo con el historiador de este so-cialista famoso, M. Sainte-Beuve, el príncipe Napo-león encontraba que «el blanco dominaba demasiadoen los consejo;? del Imperio, y que allí no habíavías rojo que el de los cardenales (2).» Partiendo

(1) Véase M. E. Tenot, Histoire du seco'id Empir¿, t. Ií, pág. £{Í7.(2) En 1865, M. Sainte-Beuve escribía al principe Napoleón, que le

había dado cuenta de algunas cartas en las que Proudhon reclamaba unImperio socialista y revolucionario, en estos términos: «üs cierto queNapoleón I le'iía en sus cons :jos regicidas y realistas, que tenia enjaque á los unos con los otros, se servía de todos y daba garantías á to-llos. Deaqui una gran fuerza, un verdadero equilibrio. Bajo el Imperio»ctual, este equilibrio no existe. El lado revolucionario, socialista quedesearía atraerse, no encuentra un punto de apoyo suficiente, una ga-rantía; el blanco domina; aquí no hay más rojo que el de los cardena-les... Aquí no hay igualdad; el retroceto ei sorprendente.» (V. Prou-d/ion, por Sainte-Beuve, pág. 335 . )

de este convencimiento, no descuidó realizar es-fuerzo alguno á fin de que otro rojo tomara plaza enaquellos altos lugares y dominase muy ¡pronto losmedios colores. Durante la segunda mitad del Impe-rio, sobre todo, impulsó sin descanso al gobierno ábuscar dentro y fuera el apoyo de los revolucio-narios.

Tales fueron las influencias y las causas que, ápartir de la guerra de Italia, determinaron á Napo-león III á hacer tantas concesiones á la demagogiay á engrandecerla sin cesar, para asustar y dominarcon su auxilio á los conservadores, cada dia másalarmados y descontentos; política desastrosa queun escritor, que no ha figurado sin embargo jamásentre los enemigos del Imperio, M. Leroy-Beaulieu,ha caracterizado en algunas líneas severas, peroexactas:

«El principal vicio del último reinado, dice, hasido el de seguir en el interior una política maquia-vélica, esencialmente desorganizadora y anárquica.La máxima, dividir para reinar, fue aplicada porun espacio de más de diez y ocho años con ló-gica inexorable. Los hombres de Estado, de es-caso criterio y sin principios, que dirigían entoncesnuestros destinos, exageraron todavía sobre estepunto la tendencia de su jefe. Esta fue, respectode las poblaciones obreras,. una conducta llena deadulaciones y de zalamerías interesadas. No sepensaba sino en oponer los trabajadores á la clasemedia, que suponía liberal y descontenta (1).»

¿Cómo se tradujo esta «política de adulaciones yde zalamerías interesadas?» Por concesiones de dosclases; pedidas unas al Cuerpo legislativo por elGobierno, acordadas las otras directamente por ésteá los obreros. Las primeras consisten, sobre todo,en reformas de la legislación anterior; las otras enla concesión de diferentes privilegios. Estudiemossucesivamente estas diversas concesiones, y veamosde qué manera se ha apresurado con ellas la orga-nización de las fuerzas revolucionarias y preparadoel triunfo de la demagogia.

§ I. Leyes favorables á los obreros.—Hasta 1861,la mayor parte de las leyes que regulaban las rela-ciones de los fabricantes y de los obreros eran lasque había dejado en vigor el primer Imperio, estoes, leyes favorables á los fabricantes; porque esnecesario hacer notar que, de todos nuestros so-beranos de este siglo, Napoleón I es el que menosse ha preocupado de los obreros y quien les hadado menos pruebas de simpatía. Como dice congran acierto M. Taxile Delord: «el pueblo le dabamiedo cuando no llevaba uniforme.»—Debemos re-cordar la violencia con que Luis Napoleón había

(1) Véase La quettion ouvriereau dix-neuvi¿me siécle, por M. P .Leroy-Beaulieu, pág. 142.

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criticado en otro tiempo la legislación obrera deprincipios del siglo; pues bien, á pesar de esto, du-rante los diez primeros años de su reinado, no in-trodujo reforma alguna en aquella legislación, antespuede decirse que agravó la severidad de la ley so-bre las cartillas de los obreros (1), haciendo exten-siva á los obreros de todos los oficios, y de ambossexos, la obligación de proveerse del referido do-cumento. Pero después de la Exposición de Lon-dres (1862) emprendió la tarea de reformar en elsentido de las reclamaciones de los obreros la le-gislación vigente.

Al verificarse la Exposición de Londres, los traba-jadores pariesienses obtuvieron, mediante el influjodel príncipe Napoleón, presidente de la comisiónfrancesa de la Exposición, permiso para formar unacomisión obrera que enviara á Inglaterra delegadoselegidos entre los trabajadores de las diferentes in-dustrias. La comisión obrera recibió, para atender álos gastos del viaje de estos delegados, 20.000 fran-cos de la Comisión Imperial y una cantidad igual deAyuntamiento de Paris, autorizándosela para el libreempleo y reparto de estos fondos. Doscientos dele-gados nombrados por elección entre más de dos-cientos mil trabajadores de Paris, fueron marchandosucesivamente á Londres, y á su vuelta, los de cadaindustria redactaron un informe relativo, no sólo alvalor de los productos expuestos y á los perfeccio-namientos de que su industria parecía susceptible,sino también á las medidas necesarias para mejoraren un breve plazo la condición intelectual y mate-rial de las clases jornaleras. Por primera vez, y so-bre el terreno, habían podido estudiar estos delega-dos la condición de los obreros ingleses. Llamaronprincipalmente su atención las libertades concedidasá éstos para reunirse, formar colosales asociaciones,preparar y sostener las huelgas, y persuadidos deque estas mismas libertados les llevarían en pocotiempo á trasformar su estado y á «emanciparlos»,reclamaron casi por unanimidad en sus informes lassiguientes medidas: derogación de las disposicionesdel Código penal relativas al delito de coalición; li-bertad completa de asociación y de reunión, y supre-sión de todas las disposiciones legislativas que pare-cían favorables á los fabricantes, tales como el ar-tículo 1781 del Código Napoleón (2), y las leyes sobrelas cartillas de los obreros.—El Emperador, admi-rado de estas reclamaciones y decidido á apoyarsecada dia con más empeño para gobernar sobre lasmasas democráticas, hizo sucesivamente votar porel Cuerpo legislativo todo lo que los obreros recla-

(1) Ley de 1854 Robre las cartillas de los obreros.(2) Este articulo, hoy abolido, decía así:El dueño será crtido en lo que afirme respecto á la cuota de préstamos

al pago del salario del año vencido y a lo dado á cuenta del año cor-riente.

maban, con una sola excepción, la de la libertadde asociación, y aun en este punto, como se verápronto, la tolerancia de la administración para conlos obreros fuá tal, que sería en vano buscar losnuevos peligros que hubiera podido ofrecer la con-cesión de esta libertad por medio de una ley.

Nadie ha olvidado las consecuencias desastrosasde estas leyes, especialmente las relativas á lascoaliciones y á las reuniones públicas. Cada nuevaconcesión convertíase, en manos de la demagogh,en nueva arma contra el poder y contra la sociedad,acreciendo la audacia de los revolucionarios y ace-lerando la catástrofe final, ¿üuión no recuerda lassangrientas huelgas de Aubin y de la Ricamarie, losgraves desórdenes del Creusot y de Fourchanbault,y sobre todo, la explosión de pasiones revoluciona-rias y socialistas que estalló cuando las primerasreuniones públicas en 1868? Creíase que el socialis-mo estaba muerto porque en 1852 se le había «su-primido oficialmente,» pero las reuniones públicascausaron dolorosa sorpresa á los conservadoresque vivían en esta creencia. Nunca habían sido lossocialistas más apasionados, nunca habían estadomás llenos de odios ni sido más temibles. Cuantosdeclararon en la información acerca del 18 deMarzo están de acuerdo para proclamar que estasreuniones imprimieron nuevo impulso á las fuerzasrevolucionarias.

Limitémonos á citar el testimonio de M. Mettetal;las importantes funciones que ejerció durante lar-gos años en la prefectura de policía el respetablediputado de Doubs, dan á su palabra excepcionalautoridad. M. Mettetal recuerda primero las excep-cionales circunstancias en que fue votada la ley decoaliciones, la alarma de numerosos conservadoresá quienes el Gobierno y el ponente respondían: «Naautorizamos las coaliciones sino como accidente, esdecir*, de un modo temporal y pasajero; no conce-dimos ni el derecho de asociación ni el derecho dereunión.» Añadía después:

«Apenas votada la ley (de coaliciones) advirtióssque la citada reserva era un verdadero sarcasmo:autorizar las coaliciones y prohibir el derecho dereunión y de asociación es incurrir pura y sencilla-mente en una contradicción. «¿Qué queréis, decíanlos trabajadores, que hagamos de ese derecho decoalición?» Y, en efecto, su objeción era completa-mente lógica. Concedióse entonces administrativa-mente, primero el derecho de reunión y una seriede otras diferentes facilidades análogas. Las cosasno caminaban mejor por ello, y el objeto, constante-mente perseguido, de satisfacer á los trabajadores,no se alcanzaba; lejos de calmar á la clase obrera,el único resultado de las concesiones que se le ha-bían hecho era agitarla, y cuanto más se la daba,más se exigía. Entonces se dijo: pues bien, en lugav

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de limitarse á estas semi-medidas ó concesiones dejurisprudencia, siempre precarias á los ojos de lostrabajadores, preciso es renunciar por completo átodas estas leyes antiguas, á todas estas precaucio-nes ilusorias que, con la pretensión de prevenir difi-cultades, sólo sirven para crearlas. Establecióse,pues, legislativamente el derecho de reunión y lalibertad de la prensa.

«La experiencia fue espantosa... Aquello fue unIrenes!, un verdadero incendio; predicábase abier-tamente el ateísmo, el odio á la religión, la destruc-ción do nuestras instituciones sociales: familia, pro-piedad, matrimonio, hasta derecho de sucesión...Se plantearon las cuestiones más irritantes, precisa-mente por sus lados más peligrosos; con tal de queno se hablase del Emperador, de la dinastía y de losMinistros (y se acabó por hablar de ellos), todo po-día decirse, gracias á la confusión admitida por lamisma ley; lícito era enunciar las utopias más au-daces y atacar las instituciones morales y socialesq%e los Gobiernos han procurado proteger en todaslas épocas.

»A1 llegar á tal extremo en el terreno social,tropezábase en el político con las dificultades que,queriendo evitarlas, se habían agravado. Hubo ora-dores más lógicos, más audaces, que resueltamenteabordaron las cuestiones políticas. Entonces encon-tróse el Gobierno en la alternativa: ó de dejar decirtodo, o de limitar la libertad, después de haberanunciado que sería ilimitada. Pues bien, se dejódecir todo y todo se dijo: Emperador, dinastía,Constitución, todo fuó'atacado en los términos másdirectos, y bien se conoce el estado de ánimo quecreó en la población obrera semejante licencia...Se hablan formado apetitos é instintos tales, que es-taba de manifiesto lo inevitable de una espantosa cri-as social, que aparecería en el momento oportuno.^

Las consecuencias de las leyes de 1864 y de 1867fueron, pues, terribles. Pero acaso se diga que noson los conservadores liberales quienes deben cri-ticar las concesiones hechas por el Emperador á lademocracia. Mientras duró el Imperio, los miembrosde este partido estuvieron pidiendo la libertad, lasupresión de la arbitrariedad administrativa y delpoder personal; ¿acaso las libertades que concedíanlas leyes de 1864 y de 1867 no formaban necesaria-mente parte de su programa, como la libertad de laprensa y la descentralización administrativa? Siestas libertades produjeron grandes abusos, la res-ponsabilidad, hasta cierto punto, debe corresponderíi los que las reclamaban. Tal es la acusación que,desde hace algunos años, se dirige constantemente;'i los conservadores liberales, y á la cual fácil escontestar.

Entre las concesiones hechas á los trabajadores,las había, sin duda alguna, muy justas y legítimas...

Examinemos, pues, por qué dieron en la prácticaresultados tan deplorables. Cuando se estableceuna nueva libertad en un país, es raro que, en elprincipio, no so abuse del ejercicio de esta libertad,ejercicio que llega hasta ser objeto de las más sen-sibles violencias. Pero en las naciones bien orga-nizadas y sensatamente regidas, como Inglaterra,Holanda ó Bélgica, estos abusos no comprometen nila seguridad del país ni la misma libertad; el reme-dio del mal se encuentra en lo poderosas que sonlas instituciones, "y en la fuerza y resistencia de lasdiversas clases do la nación. Supongamos que en elmomento en que nuestras leyes concedían las li-bertades de coalición ó de reuniones públicas,Francia hubiese estado gobernada y constituidacomo cualquiera de los pueblos que acabamos decitar; supongamos que los trabajadores, al tener li-bertad de formar huelgas y de reunirse para discu-tir con los fabricantes los precios y las condicionesde su trabajo, hubiesen encontrado ante sí á lasclases instruidas, poderosamente organizadas, dis-puestas á todas las concesiones reconocidas justas yposibles, pero prontas también á rechazar enérgica-mente todas las pretensiones ilegítimas ó irrealiza-bles; supongamos que las influencias locales, res-petadas por el poder, hubiesen subsistido en todaspartes; que los ciudadanos considerados más capaceshubiesen conservado el ascendiente debido á sus lu-ces y á su virtud teniendo así el medio de apaciguarmuchas crisis, gracias á sus esfuerzos ó á sus sensa-tos consejos; supongamos, por fin, que la libertaddejada á la Iglesia y á las instituciones que ella sos-tiene hubiese permitido á los miembros del cleroejercer con eficacia su ministerio de paz y de conci-liación é intervenir, en condiciones de ser escucha-dos, entre trabajadores y fabricantes para apartar álos unos de la violencia y de las pretensiones excesi-vas, y para recordar á los otros, cuando lo olvidasen,las reglas de la justicia y de la moral cristianas. Sitodas estas condicioneshubiesen estado reunidas, nodiríamos, sin duda, que las nuevas libertades no hu-bieran producido desórdenes ni que carecieran de in-convenientes (¿qué institución humana no los tiene?),pero tenemos la convicción de que podían ejercersecon mucho menos peligro para la sociedad (1).

¡Pero cuánto faltaba para que se llenaran todasestas condiciones en 1865 y en 1867! Sabido eshasta qué punto las influencias locales, sospechosasal Imperio, habían sido combatidas y anuladas; y lasque subsistían aún, el Gobierno las había hecho ca-

(1) Estas verdades han sido muchas veces repelidas por los hombresmás experimentados. Basta, por ejemplo, leer los excelentes trabajos deM. le Play sobre la Constitución inglesa {Reforme sociule, tomo III), ysobre el Gobierno del Canadá (De l'orguníaution du Irabail, para com-prender todos los servicios que prestan las clases directoras donde suinfluencia es aún respetada.

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luminar y atacar, más que nunca, cuando las eleccio-nes de 1863, á fin de asegurar mejor el triunfo dosus candidatos oficiales. Respecto á la Iglesia, yahemos dicho cuánto había contribuido á debilitar suautoridad en las masas los ataques cuotidianos de laadministración, disimulados con la apariencia deuna protección oficial. La verdad es que el dia enque la demagogia, gracias á las concesiones y á lasfaltas del poder, llegó á ser poderosa, no quedabaen pié cerca de ella ninguna influencia social parailustrarla y dirigirla, ninguna fuerza para contener-la, exceptuando la material que tenía el Estado ensus manos. Esto podía bastar durante algún tiempopara dominar la revolución, pero cuando el Estadocomprometió y perdió la fuerza material que consti-tuía su último recurso, el Gobierno tenía que verseinevitablemente derribado por sus adversarios.

A pesar de sus deplorables resultados, las leyesque acabamos de mencionar han contribuido menosal desarrollo de la demagogia que los privilegios detodas clases, concedidos por Napoleón III á las aso-ciaciones democráticas, con quienes estuvo perpe-tuamente coqueteando. Estudiemos, pues, ahora lahistoria de estas relaciones entre el Imperio y lademagogia, recordemos los favores que el Empera-dor hizo á las masas populares con objeto de atraér-selas y que sólo sirvieron, en realidad, para redo-blar las fuerzas de los hombres del 18 de Marzo.

§ II. Concesiones hechas por el gobierno imperialá las asociaciones democráticas.—Para justificar al-gunas de las leyes de que acabamos de hablar, po-día alegar el Gobierno que concedían los mismosderechos;» todos los ciudadanos, y que, si obligabaná los conservadores á nuevas luchas contra sus ad-versarios, estos combates los librarían, al menos,con armas iguales. Este argumento, inexacto en elfondo—según hemos demostrado ya,—era en laapariencia irrefutable. Pero en sus cuotidianas re-laciones con los partidos políticos, ó mejor dicho,sociales, el Imperio no podía invocar esta supuestaimparcialidad. Los actos de desconfianza, los inme-recidos rigores, eran el lote de los conservadores,y las atenciones y los favores correspondían á losrevolucionarios. Lo probaremos con algunos ejem-plos tomados al azar.

Cuando entró el Imperio de un modo pronun-ciado en la vía revolucionaria, había, con antigüe-dad de veinticinco años en Paris y en muchasciudades de las provincias, una asociación dema-siado bien conocida para que recordemos aquí susgloriosos servicios. Creada para asistir al indigenteen sus miserias morales y materiales, la sociedadde San Vicente de Paul no había salido jamás desu terreno para entrar en el de la política. .Cadauno de sus miembros podía tener sus preferenciasy sus opiniones personales, pero la asociación sólo

tenia una bandera, la de la caridad cristiana; siloun objeto, hacer á los pobres mejores y más felices.Habia.llevado su escrupulosidad hasta el punto deno hacer en su seno ninguna colecta, ni para lasvíctimas de Siria, ni para el dinero de San Pedro.Gracias á esta prudencia, atravesó felizmente todasnuestras perturbaciones civiles, siendo respetadapor todos los gobiernos, á pesar de las reiteradascalumnias de sus adversarios. El Imperio no pudosoportar que se ejerciese la caridad sin él sellooficial: pretendió mezclarse en los asuntos de la so-ciedad de San Vicente de Paul, reformar sus es-tatutos y nombrar el presidente del consejo gene-ral. Trasformar esta asociación en una especie desucursal de la lieneficencia pública, era destruir sucarácter. Los miembros del consejo general lo com-prendieron así, y su decidida resistencia produjo ladisolución de la sociedad.

Mientras á la sociedad de San Vicente de Paul,ó más bien, á los pobres cuyas familias socorría, yá cuyos hijos instruía y educaba, se aplicaba estetratamiento tan riguroso como inmerecido, ¿qué ha-cía el gobierno respecto á otra sociedad, la de losFranc-Masones, cuyas tendencias revolucionarias yantisociales, puestas tan en claro cuando los acon-tecimientos de la Commune, no podía desconocerel poder? (1) M. de Persigny, ministro entonces delInterior, pensó reclamar, como respecto á la socie-dad de San Vicente de Paul, el derecho de nombrarel gran maestre de la orden, ofreciendo, á cambiode esta condición, reconocer la frane-masoneríacomo establecimiento de utilidad pública y confi-riéndole todas las ventajas inherentes á este recono-cimiento. Envióse al Consejo de Estado un proyectoen este sentido, grandemente apoyado por el Go-bierno, y sólo pudo impedir que se adoptase la opo-sición enérgica del ponente y de algunos conseje-ros^ Además, era casi seguro que la asamblea de losfrac-masones no hubiese aceptado la intervencióny la vigilancia del poder. ¿Qué se hizo entonces? Elgobierno, tan desconfiado y severo con una socie-dad caritativa, mostróse fácil y acomodaticio res-pecto á esta asociación secreta, cuyos verdaderosestatutos ni siquiera conocía. Contentóse con unaconcesión casi burlesca: los venerables dejaron alEmperador nombrar directamente jefe de la franc-masonería francesa al mariscal Magnan; pero todaslas funciones del nuevo dignatario se redujeron,según parece, á cobrar un crecido sueldo, sin pene-trar para nada en los secretos de las logias, demodo que la frane-masonería, sin ser molestada por

(1) Después de haberse asociado en Abril de 1871 á las tentativas deconciliación eatre Paris insurrecto y Versallos, los franc-masones toma-ron abiert&mento partido por la Commune y no omitieron ningún es-fuerzo para impedir ó retardar tu derrota (véase la Información acercadel 18 de Marzo, especialmente el dictamen de M. Deipil).

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el Gobierno, pudo conservar su organización prece-dente y continuar sus misteriosos trabajos.

l.aa complacencias del gobierno fueron mayoresaún, según vamos á ver, con las sociedades obreras.

Se han tenido hasta ahora pocos detalles respecto:i las numerosas sociedades obreras que existíanen tiempo del Imperio. Los datos que sobre estepunto han dado á la Comisión de información acercael 18 de Marzo los testigos más serios y competen-tes, son por demás instructivos. Según ellos, habíaen París antes de 1866 más de quinientas sociedadesde trabajadores (1). Unas estaban organizadas en so-ciedades secretas, otras se disfrazaban con el nom-)>"t; de sociedades de estudio, sociedades de socorrosmutuos, etc. y casi siempre tenían relaciones entrosí ó con sociedades análogas de las ciudades de pro-vincia. Así se formó una verdadera red de socieda-des obreras que cubría toda la Francia. ¿Cuál era elobjeto de estas asociaciones? Afectaban casi todasun carácter puramente económico, y sólo trabaja-ban, al parecer, en el mejoramiento de la condicióndel obrero; pero los que han podido estudiarlas decerca, nos afirman que eran ante todo asociacionespolíticas que aspiraban á una trasformacion violentay revolucionaria de la sociedad. Un testimonio espe-cialmente importante es el de M. Mouton, empleadoen la prefectura de policía, que, durante el últimoperiodo del Imperio, observó de cerca todas lasmaniobras de las sociedades obreras. Su opinión,por severa que sea, debe ser conocida.

«Para mi, dice, estas sociedades siempre han sidopolíticas. Al principio tomaron una máscara, afec-tando ser simples sociedades de cooperación ó desocorros mutuos; pero en realidad jamás tuvieronotro objeto que el de reunirse y agruparse para lle-gar á una revolución. Yo he visto de cerca á lostrabajadores de Paris y á los muñidores ó jefes áquienes obedecían; no buscan en manera algunamejorar su suerte por medio del trabajo y de laeconomía; sueñan con la expropiación en su prove-cho de los talleres y máquinas pertenecientes á fa-bricantes ricos, á quienes detestan. Cuando venían ámi casa, procuraba hacerles hablar... y debo decirque siempre les he encontrado envidiosos, llenos deodio; enemigos de toda superioridad y de toda au-toridad. Siempre he asegurado á las personas áquienes debía de.r cuenta de mis informes, que elobjeto que se proponían era político, porque elnivel social que deseaban no podía conseguirsesino por medio de un trastorno completo de la so-ciedad.

«Creyeron por un momento que la cooperacióniba á proporcionarles mayor jornal, trabajando me-nos... pero conocieron pronto que una sociedad

(1) Information parlamentaria, pág. 275.

cooperativa no tendría éxito sino poniéndose á sucabeza un obrero inteligente que la dirigiera y quedesempeñara el cargo de fabricante. Cuando advir-tieron que era preciso obedecer á uno de ellos, tra-bajar asiduamente, y esto para alcanzar, no benefi-cios considerables, sino una ganancia que no erasensiblemente superior al tipo medio de los jornales,se disgustaron, y desde entonces pensaron sólo enla expropiación de los propietarios y en la supre-sión del capital que siempre han considerado comosu enemigo.

«...Hace largo tiempo que existe este estado decosas. Es muy anterior á las reuniones públicas;para mí, lo repito, el objeto definitivo de todas estasasociaciones ha sido siempre político. Los jefes hanpodido durante algún tiempo disimular sus tenden-cias reales; pero estas tendencias han sido siemprelas mismas, acentuándose y mostrándose más aldescubierto, cuando los acontecimientos han llegadoá ser más graves; esta es la verdad (1).»

Según hemos dicho, estas diversas sociedadesestaban con frecuencia relacionadas entre sí. Cita-remos sólo un ejemplo: los diferentes colegios sin-dicales, compuestos de trabajadores de la mismaprofesión, y destinados en la apariencia é formarsociedades cooperativas, pero encargados en reali-dad de tener las cajas de fondos para socorrer á loshuelguistas, tenían un lazo común, la federaciónobrera, formada de delegados de cada colegio sin-dical, y cuya habitación estaba en la calle de laCorderie, en el mismo local que la Internacional (2).Entre las numerosas sociedades que se habían for-mado en Paris y en las provincias, había muchasque estaban dirigidas por «burgueses jacobinos,»como las sociedades de libres pensadores y desolidarios para los entierros civiles. Estas socie-dades se disfrazaban también con el nombre desociedades obreras, para poder influir con mayorseguridad y más eficazmente sobre los trabaja-dores (3).

¿Vio el Imperio sin desagrado y aun favoreció eldesarrollo de una parte de estas sociedades? Nodebe dudarse en vista de la importante declaraciónde M. Nusse, ,/<?/% de la policía municipal durante elImperio. Tomemos, por ejemplo, la parte de estadeclaración relativa á los colegios sindicales obre-ros, que posteriormente formaron secciones de laInternacional.

«Se había procurado alentar las sociedades deproducción, dice M. Nusso; algunas de ellas lo logra-ron en efecto; pero como el mayor número notenían fondos para empezar, formaron durante al-

(1) Información 'pr<r!amc.vt<iria del 18 de Marzo, p. 275.—Decla-ración de M. Mouton.

(2) Véase la Declaración de M. Nusse, p, 273.(3¡ Ídem.

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gun tiempo sociedades de ahorros, esperando elmomento en que podrían convertirse en sociedadesdo producción.

«Hubo abusos en este punto, por ejemplo, se re-unieron en sociedades de ahorros todos los obrerosde la misma industria, antes de aprobarse la leysobre las coaliciones...; eran verdaderas sociedadesde resistencia, destinadas á alentar y á sostener lascoaliciones, las huelgas. Promulgada la ley sobrecoaliciones, formáronse sociedades semejantes entodas las industrias; eligieron presidentes, delegadosque se reunieron en federación y formaron verdade-ras sociedades secretas. Estas federaciones son lasque se adhirieron á la Internacional (1).»

Así, pues, un testigo elegido, no entre los adver-sarios del Imperio, sino entre sus empleados que te-nían mejores informes, declara que la administra-ción «haprocurado alentar las sociedades obreras;»que ha tolerado, <táun antes de que se votara la leysobre coaliciones,» las sociedades ilegales fundadaspara sostener las huelgas. Difícil sería poner en dudatan grave aserto. ¡Cuántos hechos, por lo demás,confirman su exactitud! No contento con protegerlas asociaciones existentes, el Emperador fundó mu-chas otras y las doló con generosidad, esperandoque acapararían y dominarían las sociedades hosti-les. Uno de los testigos en la información, M. Mar-seille, empleado, como M. Nusse, en la prefecturade policía, ha referido en forma curiosa los resulta-dos de uno de esos favores concedidos por el Empe-rador á las asociaciones de trabajadores.

i-El Emperador, dice, ha hecho por las clases tra-bajadoras una cosa que no hubiese hecho por lasotras. Había entonces privilegios de imprentas, cosaque podía llamarse sagrada, porque constituía lapropiedad de los impresores. En 1860 se había com-prado una patente por la suma de... para adquirirotras muchas patentes que inundaban la plaza.Ahora bien: en 1865 ó -1866 e) Emperador dio la pri-mera patente á una corporación obrera, que, sinembargo, no encontró los fondos necesarios parafundar una imprenta. Algunos años después dionueva patente á otra corporación, que esta vezpudo establecerse. Esta asociación, que, segúncreo, tenía su domicilio en la calle de San Dionisio,número 51, es la que imprimió los periódicos máshostiles al Imperio.

Pero con quien tuvo el Emperador más numero-sas y funestas complacencias fue con la Interna-cional naciente. Conocida es la historia de la Inter-nacional, y no tenemos necesidad de referirla ahora,limitándonos á estudiar sus relaciones con el go-bierno.

Sabido es que el origen de la Asociación inlerna-

[í] Información pctiiuvieiilaria, pág, 275.

cional de trabajadores asciende á 1861, al viaje quehicieron á Inglaterra los trabajadores franceses, en-cargados por sus camaradas de visitar la Exposiciónde Londres y de comparar la situación respectivade los obreros en ambas naciones. Sabido es tam-bién que el Gobierno alentó este viaje de los dele-gados franceses á Londres. En su larga declaraciónante la comisión informadora, uno de los fundadoresde la Internacional, M. Tolain, ha dado sobre estepunto noticias curiosísimas, y, por regla general,poco conocidas.

«Un grupo de trabajadores, refiere, presentó alprincipe Napoleón una petición, diciéndole: A laúltima Exposición de Londres fueron trabajadoresnombrados por los fabricantes para estudiar losprogresos de la industria; pedimos designarlos nos-otros mismos por sufragio universal.»

»E1 príncipe llamó inmediatamente á los firman-tes de la petición; yo era uno de ellos. Preguntócómo comprendíamos que pudiera*realizarse nues-tra solicitud; se lo explicamos, y nos dijo: «Cons-tituios para hacer las elecciones; voy á dirigir-me al ministerio de Agricultura y al Ayuntamientode Paris para saber qué sumas podrán entre-garos.»

«Algún tiempo después nos dijo que el ministeriode Agricultura daba 20.000 francos, y el Ayunta-miento de Paris otros 20.000. Yo cobró los 40.000francos destinados á pagar el viaje de los delegadosy los deposité en la Caja de Descuento.

«Convocamos á los trabajadores para formar elcomité electoral, y este comité envió la lista de loscandidatos; la elección so hizo por escrutinio, comopara el nombramiento de diputados. Hízose tambiénuna suscricion en los talleres, que produjo 13.000francos. Los elegidos recibieron un billete de ida yvuelta; se les pagó su permanencia en Londres, laentrada en la Exposición y una indemnización á lavuelta, para que no faltase nada á sus familias du-rante su ausencia. Debían entregar una Memoria; laentregaron, y se publicó.»

M. Tolain cuenta en seguida que, á causa de unconflicto do administración surgido entre los miem-bros de la comisión obrera, la mayoría d^ellos acu-dieron á i¡» comisión imperial, presidida por pl prífccipe Napoleón. Él y algunos amigos suyos dimitieron!*.,por no aceptar !a ingerencia de la comisión Ümpe-'*rial en sus asuntos. Añade después: * >

«El presidente (de la comisión obrera) y los que"con él quedaron recogieron las informaciones delos trabajadores y las hicieron publicar. La delega-ción entró en esta vía, y el Imperio procuró llevar álos obreros del lado de la avenida Daumesnil; elantiguo presidente de la delegación obrera fue'nombrado presidente de la sociedad; pero yo, per-sonalmente , mientras duraron las delegaciones,

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sólo vi dos veces al príncipe Napoleón, como pre-sidente del Comité (1).»

Admitimos de buen grado que M. Tolain y susamigos no tenían deseo alguno de hacer «socialis-mo imperialista» de lo cual les han acusado algu-nos, y que de ningún modo pensaban en afiliarse ála bandera del imperio; pero también es innegable,sobre todo después de las declaraciones de los se-ñores lleligon y Fribourg, antiguos miembros de laInternacional que, gracias á las subvenciones del(Hibierno y á las gestiones del príncipe Napoleón,Iludieron hacer los delegados obreros este viaje,cuyos deplorables resultados conoce hoy todo elmundo. Viendo los trabajadores franceses el inmen-so desarrollo que habían tomado en Inglaterra lasTrade's Unions y las asociaciones obreras de todasclases, pidieron consejo á sus «hermanos de la GranBrutaña» acerca de los medios de organizar en Fran-cia la «resistencia contra el capital.» Con este moti-vo hubo entre los trabajadores ingleses y francesesentrevistas y deliberaciones que produjeron unprincipio de inteligencia. Pusiéronse de acuerdopara reconocer «que las trasformaciones industria-les habían creado nuevas necesidades y cambiadopor completo la economía social.» «El Gobiernofrancés, añadía M. Tolain, siguió este movimiento,y ayudó poderosamente esta trasformacion (2).» Con-vínose, pues, en que los trabajadores do todas lasnaciones deberían unirse para dar á conocer sus ne-cesidades y hacer triunfar sus reclamaciones. Laejecución de este proyecto de unión marchó rápi-damente. En un meeting celebrado en Londres en1X63, formóse el primer Consejo general de la so-ciedad; al siguiente año, el 28 de Setiembre de 1864,nacía definitivamente la Asociación Internacionalde trabajadores en el meeting de Saint-Martin'sHall, donde los señores Tolain, Limousin y Perra-chon, representaban á los trabajadores franceses.

Apenas constituida la Internacional en Inglaterra,pensóse en importarla en Francia, pero se necesi-taba el consentimiento del Gobierno francés, noexistiendo en nuestro país la libertad de asociación.¿Cuál fue la actitud del gobierno francés respecto áesla nueva sociedad? Fiel á su política habitual,quiso el Gobierno echarla de hábil con la Internacio-nal; pero también esta vez todo su maquiavelismole fue contraproducente. Al volver del meeting de1863, quisieron formar los trabajadores francesesuna primera sección de la Internacional de Paris, yescribieron al prefecto de policía anunciándole supropósito. Limitáronse á esta formalidad no que-riendo, según decían, someterse á la «humillación

(1) Información parlamentaria. —-Declaración de M. Tolaiii,|>»g. 426.

(2) Véase 1» defensa presentada por M. Tolain cuando la primeracausa formada á la Internacional (20 de Mario de 1868).

de pedir una autorización.» El prefecto de policía,evidentemente por orden superior, no contestónada. Temía el Gobierno cometer una imprudencia,y sobre todo suscitar el descontento de todos losconservadores, aprobando expresamente una socie-dad cuyos principales fundadores habían dado á co-nocer ya sus opiniones radicales (1). Por otra parte,veía sin desagrado la formación de una asociaciónque, pareciendo (como lo estaba entonces) más pre-ocupada de cuestiones sociales y económicas quede cuestiones políticas, podían arrastrar las masasde su lado y quitar así á los diputados de la izquier-da, absorbidos por la política, una parte de su cré-dito y de su popularidad. Además, la Internacionalpor sus reivindicaciones y sus quejas contra la bur-guesía, podía inspirar á las clases medias un temorsaludable y distraerlas de sus aspiraciones libera-les. Por todos estos motivos el Gobierno, sin auto-rizar formalmente la nueva sociedad, la dejó for-marse y desarrollarse en Francia: creía que siem-pre sería tiempo de detener sus progresos, cuandollegara á ser una amenaza al poder.

La conducta adoptada por el Gobierno era la másfavorable para la Internacional. Aprobada explícita-mente por la administración, se hubiera visto com-prometida á los ojos de la demagogia, y expuesta áque ésta la acusara de tener lazos con el Imperio;los rigores y las persecuciones del poder hubiesenmuerto esta asociación, apenas naciente y todavíadébil. El silencio del poder le permitió ensancharsey fortificarse sin comprometerse. Bien conocidasson hoy la rapidez con que aumentó el número desus afiliados, y la violencia de sus doctrinas. Du-rante todo el año de 1865 se hizo una propagandaactiva en su favor, en todos los centros industria-les. En 1866, según dice M. Pessarden sus trabajossobre la Internacional, tenía ya ciento cincuenta milmiembros (2). ¡Y el Gobierno persistía en su políti-ca tan favorable á esla asociación! También en 1866se celebró un Congreso en Ginebra, el primero deosos Congresos que permitieron apreciar año poraño los progresos de la Internacional en la vía anár-quica y revolucionaria. Para este Congreso de Gine-bra habían redactado los delegados franceses unaMemoria sobre las cuestiones sometidas á su estu-dio; y no encontrando quien quisiera imprimirla enParis, la imprimieron en Bruselas. Cuando quisie-ron que entrara en Francia, se prohibió su introduc-ción. Los delegados escribieron inmediatamente al

(1) Hacia esta época presentaba M. Tolain en una de las circunscrip-ciones del departamento del Sena, su «candidatura obrera.» Su profesiónde fe en forma moderada aceptaba en materia económica y en materiapolítica, las soluciones más extremas.

(2) Estos estudios, publicados en La Liberté, han sido citadoscuando la primera causa de la Internacional en 1868, en la requisitoriadel abogado imperial Lepeilelier.

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ministro del Interior para quejarse de esta determi-nación, y al dia siguiente envió M. Rouhor unacarta á uno do los firmantes, dirigida al domiciliosocial, calle de Gravilliers, 44, invitándole á ir á sudespacho para conocer tos motivos de la prohibi-ción. Presentóse el delegado, y vio sobre el pupi-tre la Memoria con algunas anotaciones. El ministrodijo que debían suprimirse ó modificarse algunospárrafos; entablóse discusión, y sin negar M. Rou-lier «el derecho á proclamar tales ó cuales doctri-nas,» limitó sus observaciones «á la forma en quese redactasen,» pidiendo que so suavizasen ciertasfrases. Persistiendo en su negativa el delegado, ma-nifestó el ministro que se veria obligado á mantenerla prohibición; pero, dijo: si añadís algunas fra-ses de agradecimiento al Emperador que tanto hahecho por las clases trabajadoras, veremos lo quepuede hacerse. El delegado contestó que la asocia-ción no se mezclaba on política, y se mantuvo laprohibición; pero la Memoria entró en Francia in-serta en las columnas de un periódico extranjero (i).

Se ve, pues, que, durante tres años, el ánimo delGobierno estuvo constantemente preocupado con laidea de no molestar á la Internacional, atraérsela yservirse de ella: No atacó el fondo de sus teorías, ysólo hizo observaciones sobre la ferma en que es-taban redactadas, tolerándolas, con tal de que fue-sen acompañadas de algunos elogios para el Empera-dor. Pero mientras coqueteaba de tal modo con laInternacional sin seducirla, esta asociación crecíasin cesar, absorbiendo todas las demás sociedadesobreras anteriormente formadas, y convirtiéndoseen una fuerza tan imponente como temible. Celebróel Congreso de Losana on 1867, comenzó á aliarsecon la demagogia burguesa, reunida en Congreso dela paz y de la libertad en Ginebra, y á interveniren política. El 2 de Noviembre de 1867 tomaba par-te en la manifestación que se verificó sobre la tumbado Manin, y al dia siguiente recorría los bulevaresen son de protesta contra la segunda expedición áRoma.

El Imperio toleraba de buen grado todas las vio-lencias socialistas; pero cuando la Internacionalpenetró en el terreno político propiamente dicho,fue menos tolerante. Al fin rompió con ella y for-móte sucesivamente fres causas en 1868 y en 1870.

El primer inconveniente de estas persecucionestardías fue poner de relieve la poco leal conductadel Gobierno. El ministro del Interior había recibidola declaración de que la Internacional iba á formar-se en Francia sin oponerse á ello; había escritoá sus miembros, enviando la carta al domiciliosocial; los había recido en el Ministerio; no ha-

(1) Véase sobre este asunto el libro do M. Testu y ía declaración de

M. Tolain en la Información ucerui del 18 de Marzo.

bía tachado ante ellos de ilegal la asociación;había leido las Memorias y los discursos de losdelegados franceses en los diversos congresos,había tenido conocimiento de todos tos actos delcentro parisién, y al cabo de cuatro años de very tolerar lodo esto, perseguía la asociación comosociedad no autorizada y (.•orno sociedad secreta.Podía, pues, con apariencia de razón, exclamarM. Tolain, en su defensa ante el Tribunal: «La po-licía, ei gobierno, la magistratura, el público loha sabido todo, lo ha visto lodo, lo ha toleradotodo, y si no nos hemos creído autorizados legal-mente, hemos podido creernos muy oficiosa y públi-camente autorizados (1). También tenía algún de-recho á añadir Mural, durante la causa y recordandola entrevista de un delegado de la Sociedad conM. liouher: (2) «Hé aquí un ministro, el primer mi-nistro, que llama á su despacho á un delegado dela asociación, que discute con él sus teorías, quenada dice de la autorización, que detiene en la fron-tera un impreso, que no prohibe el curso de la aso-ciación ¡y hoy sin .MIVKRTE.NCIA, podría condenársenos!Sufriremos en tal caso la pena material de ia conde-nación, poro la mancha moral caerá en pleno rostrode una administración tan desleal.»

Se ha dicho, sin embargo, que la principal falta deestas persecuciones contra la Internacional consistíaen que eran demasiado tardías. En 1868 no era yatiempo de tratar con rigor á la Internacional. Lapersecución mata á los débiles y aumenta el po-der de los fuertes. La tolerancia del gobierno habíapermitido nacer á la Internacional y constituirse,y esta asociación tenía ya una fuerza inmensa cuan-do so la perseguía; los ataques sólo servían paraengrandecerla y para aumentar hasta el infinito elnúmero de sus afiliados. Esto fue, en efecto, lo que .sucedió. Así, pues, en su Memoria al congreso delirtiscsjas, el consejo general se felicitaba de estaspersecuciones diciendo: «los estorbos mal intencio-nados que el Gobierno opone, lejos de malar la In-ternacional, le han dado nuevo impulso, poniendotérmino á las perjudiciales coqueterías del Imperiocon la clase obrera.-» Algo más tarde, en una re-unión tenida á propósito del plebiscito de 1870, unmiembro de la Internacional, Combault, resumíacon iidelidad en los siguientes términos: «¿a Inter-nacional ha sufrido las duras leyes de la necesidad.Ha estado muerta hasta el dia que ha podido decir:no queremos el Imperio, y desde hace muchos añoséste es su grito más fuerte. Debemos pues, ocupar-nos de política, puesto que el trabajo está sometidoá la política, y conviene decirlo muy alto y para

(1) Véanse las causas formadas a la Asociación y pubicadas por

el consejo federal parisién, pag. 5 1 .(2) Idem.pag. 75 .

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siempre, que queremos la república social con todas•sus consecuencias.» Resulta, pues, que cuando se lallevó ante los tribunales, la Internacional tenia fuer-za para soportar la persecución, y aun para aprove-charse de ella: puede decirse que el imperio con-tribuyó tanto con sus tardías persecuciones comocon sus primeras complacencias, al desarrollo y alpoder funesto de esta asociación.

Hemos llegado al fin de 1868. Dos años nos sepa-ran aún del 4 de Setiembre y del 18 de Marzo, y japuede verse cuan temibles eran, gracias á la políticaimprudente del Emperador con la demagogia, lasfuerzas revolucionarias que poco tiempo despuésdebían derribarle y aclamar la Conimune de París..Narraremos ahora los nuevos progresos hechos du-rante los dos últimos años del Imperio, por el ejér-cito de los jacobinos y de los socialistas, y demos-traremos de una manera exacta, cuáles eran, en lavíspera del 4 de Setiembre,la organización y el po-der temible de la demagogia. Al llegar aquí encon-I ramos en la Información del 18 de Marzo los datosmás tristemente curiosos y menos conocidos hastaahora.

IV.

LA DEMAGOGIA BURGUESA.-

NAC1ONAL.-

—SU ALIANZA CON LA IiNTER-

-1868-1869.

Mientras que la Internacional crecía, absorbiendor;ida vez más todas las sociedades obreras, nacía, ómás bien se reconstituía al lado de ella otra fuerzarevolucionaria: refiéroine á la demagogia burguesa,empleando una calificación usada, es decir, de esepartido que, comprendiendo á los desechados detodas las profesiones, los reprobados en todas lasescuelas, los que por los desórdenes y los escánda-los de su vida son despreciados por las personashonradas; todos aquellos, en fin, que por cualquiermotivo están descontentos del orden de cosas exis-ftintes, y que, inspirándose en las tradiciones jaco-binas de 1792, procuran derribarlo por la violenciay los medios revolucionarios. Durante la primeramitad del Imperio, este partido, cuyos principalesmiembros se habían refugiado en el extranjero, or-ganizó conspiraciones contra el jefe del Estado yarmó los brazos de algunos asesinos; prescindiendode estos atentados, su influencia fue poco sensible.A principios de 1865 y de 1866, comenzó á reapare-cer y á desarrollarse: muchos de sus jefes volvie-ron á Francia después de la amnistía: las faltas quehabían debilitado el poder, aumentaron las esperan-zas de estos fanáticos anarquistas. Poco tiempo des-pués, en 1868, las reuniones públicas les dieron unatribuna y les permitieron reclutar prosélitos. Enton-ces la demagogia burguesa se dividía en muchosgrupos que obedecían á distintos jefes, aunque el íin

fuese idéntico. Es interesante conocer algunos deta-lles de estos diversos grujios: los tomaremos de ladeclaración del director de policía política duranteel Imperio, M. Lagrange, personaje que sus colegashan juzgado con bastante severidad, pero que, porrazón de su empleo, podía conocer bien á los agi-tadores políticos (1).

Uno de los grupos más famosos y más ardientes,era el que dirigía Blanqui refugiado entonces enBruselas; sus principales agentes eran Miot, quetambién habitaba en Bruselas; Tridon, que iba eonfrecuencia á buscar allí instrucciones; Eudes, ge-rente del Pensée noweelle, y los hermanos Villeneu-ve, uno de los cuales era médico en los Batignolles.los blanquistas tenían frecuentes reuniones, poconumerosas, con objeto de no llamar la atención dela policía. Además, nos dice M. Lagrange, «una vezal menos por semana, cuatro ó cinco de entre ellosiban á un pasaje de los bulevares, y sobre todo,cerca del canal, y de cincuenta en cincuenta metrosde distancia pasaban revista á sus afiliados.» Eramuy difícil conocer las fuerzas exactas del partidoblanquista, pero se supone que contaba unos tresmil afiliados en Paris.

Otro grupo formado por Jaclard comprendía, ade-más de hombres de diversas profesiones, ciertonúmero de trabajadores que Jaclard había recluladoen los talleres, especialmente en Cliehy y en SanOuen. Las reuniones verificábanse semanalmente encasa de Jaclard «á pretexto de oir música», y porsupuesto, sólo se trataba de política. Posterior-mente, habiendo pasado Jaclard al campo de losblanquistas, la sociedad tomó por jefe á Fontaine,antiguo discípulo de la escuela politécnica y profe-sor de matemáticas, Dupont y sus cuñados los dosGirardin, Razoua, Cournel, redactor del Reveil. Losdirectores de este periódico tenían, al parecer,grande influencia en la sociedad. Cada vez que ne-cesitaban tomar una resolución importante , citá-banse los jefes en el café de Madrid, donde seencontraban Deleseluze y Cournel. Las reunionesordinarias se verificaban los domingos en casa doFontaine. Los nuevos afiliados eslaban sometidos áuna especie de prueba: haciaseles jurar sobre unpuñal que estarían siempre dispuestos á matar alEmperador y á sacrificar sus padres, hermanos yhermanas por la salvación de la república demo-crática y social. Este grupo que se proponía echarseá la calle lo más pronto posible, hizo susericionespara comprar armas, y sobre todo revólver»: cadaafiliado llegó á tener el suyo. El mismo M. Lagrangerefiere en este punto, que uno de sus agentes (ha-bía, entre los miembros de todas las sociedades,

( i ) Véase la declaración de M. Lagrange, Información acerca del 18

de Mano, pag. 266 y siguientes.

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agentes secretos), estuvo á punto de ser muertopor un torpe que, manejando uno de estos revól-vers, se le escapó un tiro.

Félix Pyat no era, según parece, miembro de estareunión, sino que estaba en correspondencia conCromier, que organizaba por su parte otros grupos.

Estas distintas sociedades trabajaban en un prin-cipio separadamente, pero en 4869 tuvo el grujióJaelard la idea de organizar un banquete en Saint-Mandé para celebrar el aniversario del 24 de Febre-ro, y convidó á los representantes de todos losmatices de la demagogia, asistiendo miembros delgrupo Manqui, de la sociedad del Reveil, etc., etc.Félix Pyat lüé también invitado, y, no pudiendoacudir, envió un brindis, que ha quedado célebrecon el nombre de brindis de la bala.

El resultado de este banquete lüé la unión de to-das las sociedades revolucionarias. Los jefes de losdiferentes grupos so pusieron de acuerdo para nom-brar un comité de cinco personas, que tendría ásu cargo la dirección general del movimiento de-magógico.

Este comité que se componía de Fontaine, Dupont,del médico Tony-Moilin, Petiau, pintor de Mont-niartre, y un empleado del ministerio de obras pú-blicas, llamado Godineau, estaba, por medio del ita-liano Sapia, en relaciones frecuentes, según parece,con Mazzini.

Poco tiempo después organizóse en la redaccióndel periódico La Marseillaise, dirigido por Rochefort,otra agrupación, de la cual recibían órdenes numero-sos trabajadores. Enviábaseles en masa á tal ó cualpunto de los barrios bajos, se les mandaba hacer taló cual demostración; hasta el momento do la pri-sión de Rockefort, en un club de la Villette hubo,dice M. Lagrange, continuas idas y venidas á la re-dacción de La Marseillaise, sin que so haya podidosaber de un modo exacto lo que en ella pasaba.Veráse después, en el momento del entierro de Víc-tor Noir, la influencia de este grupo, cuyos princi-les consejeros eran Rochefort y Flourens.

La Internacional mostró al principio alguna anti-patía á estas diversas agrupaciones políticas, por-que sabía que se preocupaban más de acaparar el po-der, que de mejorar la condición del trabajador. Sinembargo, cuando, cediendo a la presión de susmiembros más ardientes, entró en las vías de laviolencia y aspiró á hacer una revolución social,comprendió el excelente auxilio que podía encon-trar en los grupos revolucionarios: éstos á su vezno podían desdeñar las imponentes fuerzas que suunión con la Internacional pondría on sus manos.La primera ocasión propicia debía producir estaalianza.

La ocasión llegó pronto. Mientras la Internacio-nal celebraba en -1867 el congreso de I osana, la

Liga de la paz y de la libertad se organizaba y ce-lebraba también un congreso en Ginebra. Ya hemosdicho que esta liga, compuesta además de algunosmiembros de la oposición parlamentaria, como JulioFavrc, de las notabilidades de la demagogia radi-cal, pidió y obtuvo la adhesión de la Internacional.Esta se mostró dispuesta á ayudar en sus reivindi-caciones políticas á los demagogos burgueses, quie-nes, en cambio, se comprometieron á estudiar me-jor en adelante las cuestiones sociales. El desgracia-do Chaudey fue quien dio y recibió estas promesas.Resultado do dicho acuerdo fue, que la Internacio-nal se asociara á las manifestaciones del mes de No-viembre do 1867 sobre la tumba de Manin y á la pro-testa contra la expedición á Roma. Algunos mesesdespués formáronse dos causas criminales á la In-ternacional (Marzo y Mayo de 1868); los acusados,que fueron condenados, pudieron en la prisión rela-cionarse con algunos jefes do la demagogia revolu-cionaria, encarcelados á consecuencia de los suce-sos del café de la Renaissance ó por diversos otrosdelitos políticos: ambos partidos eran perseguidos ycondenados; había, pues, nuevo motivo para que seunieran y trabajaran juntos por la emancipación. Deesta suerte la alianza que empezó á formarse enGinebra y en Losaría, se estrechó cada vez más, yen Enero de 1869 era completa (1). En el fondo estaalianza era un matrimonio de conveniencia. «¿Quéme importa á mí la Internacional? decía con fre-cuencia Delosoluze; el dia en que seamos amos,nosotros la mataremos (2).» Estas palabras explicanlas rivalidades que estallaron después en el seno dela Commune, entre los representantes de la Inter-nacional y los de la demagogia burguesa. Los quedisputaban en 1874 al dia siguiente de la victoria, sealiaban en 1869 por necesidad y se unían para com-batir al^Imperio, á quien, á posar de lo mucho quehabía líecho en favor de los revolucionarios, llama-ban el enemigo común.

¿Cuáles eran las fuerzas que cada uno de estospartidos proporcionaba á su aliado? Los jacobinos ytodas las demás agrupaciones revolucionarias, da-ban jefes emprendedores, hábiles, con antigua in-lluencia sobre el trabajador do Paris, amaestradosen el arte de tramar conspiraciones, de dirigir sushilos, de organizar las asonadas y de burlar las pes-quisas de la policía. En cambio de estos jefes querecibía, la Internacional aportaba, como dote paraesta unión, un ejército inmenso de soldados de mo-tín, ejército que, según el testimonio de un antiguomiembro de la sociedad, M. Fribourg, contaba en-tonces doscientos mil trabajadores franceses, yera cada dia más fuerte v más resuelto.

(1) Véase la declaración de M. Fribourg.—Información acercalos sucesos del 18 de Marzo, póg. 427 y siguientes,

(2) Ídem, pág. 431 ,

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En efecto, fu6 en vano que á consecuencia de lascausas formadas en 1868 los tribunales declararan• I¡suelta la Internacional. La célebre asociación li-mitóse á ponerse una máscara durante algún tiem-po; los trabajadores de las diversas profesionescomenzaron á reconstituir en esta época sus anti-guos colegios sindicales, unidos entre sí por unacámara federal; la cámara federal tuvo el misinodomicilio social y casi los mismos miembros que laInternacional, cuyos intereses sirvió concienzuda-mente. Hasta Setiembre de 1869 celebró sus re-uniones periódicas; y cuando fue prohibida se vioaparecer la federación de la Internacional, pruebanueva de que en esta fecha ambas sociedades seconfundían, pudiendo apenas distinguirse una deotra (1).

En las provincias, como en París, la Internacionalse desarrollaba y se fortificaba cada vez más: en-cuénti'anse notitias sobre este asunto en los nu-merosos informes que los empleados de distintasregiones de la nación enviaron á la comisión infor-mativa acerca de los sucesos del 18 de Marzo.

Lyon es una de las ciudades de Francia dondela Internacional debía prosperar con mayor rapi-dez; su numerosa población obrera, tan inflama-ble, tan fácil de extraviar por los agitadores, nopodía dejar de adherirse con entusiasmo á las nue-vas doctrinas. Sin embargo, á principios de 1869 lafederación lyonesa apenas contaba corlo número deafiliados; á partir de esta fecha, su desarrollo fuetan potente como rápido; al cabo de seis meses, porla influencia de los jacobidos, y, como lo hace cons-tar M. Testu (2), á causa de la tolerancia de la ad-ministración, la Internacional había recibido la ad-hesión de más de treinta corporaciones de oficioslyoneses. Los mineros y los cordoneros de Saint-Etierme, los trabajadores en cristal de Gisors se ha-bían organizado también en secciones. En Norman-día, gracias á la actividad infatigable del trabajadorruenés Aubry, la Internacional había llegado á seromnipotente en Rúan y en los numerosos centrosindustriales de sus inmediaciones, mostrando sufuerza en las huelgas de Elbuef, de Darnétal y deSotteville-lés-Huen. En Marsella eran igualmentegrandes los progresos de la asociación; al frente dela federación marsellesa estaba un empleado decomercio, llamado Bastelica, cuyo nombre figura enlos acontecimientos de Abril de 1870, en el complotGuerin, Roussel y otros. En una palabra, para citarlos focos activos de la Internacional, á principiosde 1870, sería preciso numerar casi todas nuestrasciudades y casi todos los centros de industria. No

es posible creer lo sobrexcitadas que estaban casitodas las pasiones antisociales. Citemos al acaso al-gunos testimonios.

«Desde antes del 4 do Setiembre, nos dice M. De-lille en su informe sobre los movimientos insurrec-cionales en la Alta-Viena, Limoges era un foco depropaganda revolucionaria ó internacionalista. Dosdelegados de la Internacional, los señores Benoist-Gillol y Minet, habían agrupado á principios de 1870los trabajadores de las diversas profesiones en so-ciedades administradas por sindicatos que recibíandirectam'ente las órdenes de la Internacional. Todaslas huelgas que hubo en esta época en el centro deFrancia fueron mantenidas por los tribunales sindi-cales de Limoges (1).»

En el informe del primer presidente del tribunaldo Amiens leemos que, antes de 1870, la Interna-cional, poderosamente organizada ya en esta ciu-dad y en San Quintín, producía y mantenía todaslas huelgas (2). En Normandía, después de haberafiliado Aubry á casi todos los trabajadores en laInternacional, les predicaba abiertamente la guerrasocial (3).

En las provincias se había verificado tan fácil-mente como en Paris la alianza entre los jacobinosy la Internacional. El primer presidente de Rúanescribió sobre este punto: «Cuando sobrevino la re-volución del 4 de Setiembre, existía la fusión com-pleta entre los hombres de la Internacional y losjefes de la democracia radical. Cord'homme, miem-bro del Consejo general, que estaba al frente de loque se ha llamado partido jacobino, marchaba deacuerdo con Aubry (4). En el Cher, donde la Inter-nacional era tan poderosa, sobre todo desde princi-pios de 1870 y después de la huelga de Torteron,que ella había producido, Félix Pyat, natural deVierzon, fue nombrado varias veces presidentehonorario de las reuniones de la Internacional, y encambio, su sobrino Armando Bazile hizo en favorde la asociación la propaganda más activa (8). Lamisma alianza existía en el Nievre: «Desde antesdel 4 de Setiembre la Internacional se unía ya á lademagogia para promover la revolución (6).« Enel Isere, según nos dice el prefecto de este depar-tamento, los trabajadores se habían reunido en aso-ciación , autorizada por el Imperio, con el nombrede Sociedad de lectura. Esta sociedad, que era unasección disfrazada de la Internacional, tuvo al pocotiempo por jefe político al director del Be'veil du

(1) Véase en la Información acerca de los sucesos de 18 de Mtirzo,las declaraciones de M. Nusse, pág. 273,y deM. Dunoyer, pég. 438.

(2) La Internacional, por M. Osear Testut, pag. 173.

(1) Véase la información parlamentaria, páginas 66 y 67.(S) ídem, pág. 101.(3) ídem, pág. 128.{i) ídem, pág. 125.(5) ídem. Informes del primer presidente del tribunal de Bourges,

>áginas 110 y 111.(6) ídem, pág. 112.

N.° 66 A. LANGL01S. LA DEMAGOGIA FKANCKSA. 517

Dauphiné, que era amigo de Delescluze, y preparótodas las perturbaciones de Grenoble. Los Trac-masones , numerosísimos en este departamento,unieron sus esfuerzos á los del periodista jaco-bino (1).

Estas citas, que seria inútil multiplicar, pruebanhasta la evidencia, que en los últimos días del Im-perio, y sobre todo, después de su alianza con losjacobinos, la Internacional tenía por todas partesramificaciones y propagaba, hasta en los últimosrincones de Francia, la agitación revolucionaria.¿Es preciso decir lo disciplinada que estaba estainmensa legión, la rapidez con que las órdenes setrasmitían de taller en taller, de barrio en barrio,de pueblo en pueblo á todos los soldados del ejér-cito revolucionario? Puedo juzgarse sólo por elejemplo citado en la declaración de M. Mettetal, yadviértase que el hecho á que se refiere correspon-de al año de 1867, es decir, á una época en que laorganización demagógica no estaba aún completa-mente perfeccionada.

«Puedo, dice M. Mettetal, daros una idea de larapidez con la cual circula una orden en esta for-midable masa (la de los trabajadores parisienses).

«Con motivo de la Exposición industrial, se habíaformado una especie de sociedad de emulación,compuesta de negociantes, á cuyo frente estabaM. Devinck.

»Se abrió una suscricion entre los comerciantesde París y de otras ciudades para favorecer á lostrabajadores y que les fuera posible visitar gratui-tamente la Exposición y hacer determinados estu-dios que habían de sor objeto de Memorias: coneste motivo procedieron á la elección de una dele-gación especial...

»Un dia se entregaron á los delegados 30.000tarjetas de entrada en la Exposición para ol do-mingo inmediato. Creíase que estas tarjetas orangratuitas, y á última hora se supo que no lo eran.M. Devinck apenas tuvo tiempo más que para lla-mar á los delegados. Eran las ocho de la noche,llamóles, y les dijo: Los billetes no son gratuitos;nos vemos obligados á pagarlos, y á tomar 30.000francos del importe de la suscricion hecha en vues-tro provecho. ¿Podéis devolvernos los billetes? ¿Lostenéis aún?—No, contestaron: están ya distribuidos.—Entonces tendremos que pagarlos del importe dela suscricion.—Si nos dais tiempo, dijeron, hastamañana por la mañana, acaso se puedan arreglar lascosas.—¿Qué vais á hacer?—A recoger los bille-tes.—Pero son 30.000, y en ocho horas no se pue-den recoger.—Sí; perfectamente.» Enefeclo, al diasiguiente le llevaron los 30.000 billetes.

»Mucho llamó la atención á M. Devinck este su-

(1) ídem, pininas 138-150.

ceso, y había motivo para ello, pues apenas podríahacerse otro tanto en un ejército.»

Se ve, pues, que desde 1867 los trabajadores pa-rienses estaban organizados, de modo que pudieranrecibir y ejecutar con rapidez desconocida todaslas ordénesele sus jefes. Algo más tarde, esta sabiaorganización, digna del ejército prusiano, era apli-cada en casi todos los puntos de Francia al inmensoejército trabajador inscrito en los cuadros de la In-ternacional. Así so explica la simultaneidad conqueestalló en las ciudades más apartadas la revolucióndel 4 de Setiembre, y los disturbios de Octubre de1870, do Enero y de Marzo de 1871. «En Setiembrede 1870, nos dice M. Dclillc, supieron los trabaja-dores de Limnoges, antes que la noticia oficial lle-gara á podsr de las autoridades, la caida del Impe-rio. En Marzo de 187-1 fueron también prevenidosde antemano de los acontecimientos que iban á rea-lizarse en Paris (1).» Antes de la revelación del in-forme sobre el 18 de Marzo, estos hechos parecíaninverosímiles. ¿A quién admirarían hoy?

Conocidas son ya las fuerzas, los proyectos, ladisciplina y las alianzas de la demagogia en 1869.En esta fecha, según hemos visto, la Internacionalno era, ni aun en la apariencia, una asociación dehombres dedicados al estudio tranquilo de las cues-tiones sociales: unida, casi confundida con todoslos grupos demagógicos, constituía una formidableasociación política que tenía en sus manos la ban-dera do la revolución é iba á trabajar con rabia, nosólo para destruir el Imperio, sino también el ordensocial, instalando sobre sus ruinas la república de-mocrática, con el gobierno de las «nuevas capassociales.» Los únicos medios que debía emplearpara hacer triunfar este programa, eran los de laviolencia, el motin y el crimen.

Refiramos rápidamente los grandes hechos delejércitoiiiemagógjco durante los dos últimos añosdel Imperio, y veamos cuál será la actitud del Go-bierno en presencia de esta marea, siempre ascen-dente, amenazando cada vez más al poder y á lasociedad.

{Se concluirá.)

ANATOLIO LANGLOIS.

(Le Correspondant.)

(I) Véase la información acerca de lus sucesos íft?' 18 de Mart-o.