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Generación del 37. La oposición política a Rosas

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La oposición política a Rosas

La Generación de 1837 En la realidad argentina de mitad de la década de 1830 confluyen dos elementos especialmente sensibles que tomados en contacto conforman una situación de cambio potencial. El primero es la irresuelta organización nacional. Pasado un cuarto de siglo de la emancipación el país seguía sumido en la indefinición de su estructura estatal con una unidad formal y una Confederación de hecho. El segundo elemento era la aparición de una generación nacida con la revolución cuyas aspiraciones ideológicas ponen su objetivo ya no en la lucha por la independencia sino en el desarrollo de la nación y la búsqueda de constituir un Estado que pudiera insertarse en el concierto de naciones del mundo civilizado. Estos dos factores combinados generan una contradicción evidente entre realidad y aspiraciones (pretender la organización nacional en el escenario de una nación sin organización definitiva) y la existencia de un tercer elemento actuará como catalizador definitivo de la expresión política de esta generación: Juan Manuel de Rosas. Un gobernante con poder consolidado y fuerte apoyatura popular en cuyos planes no entraba ni la inmediata institucionalización del Estado ni la transformación socio-económica hacia un modelo de inserción en el nuevo orden económico internacional. Los dos elementos mencionados, una nación sin organización definitiva y una nueva generación de intelectuales, y el necesario catalizador, Rosas, generaron un estallido ideológico solo comparable al que a principios de siglo habrán protagonizado los hombres que dieron origen a la nación independiente. El último intento opositor serio y efectivo de acabar con Rosas se produjo entre 1839 y 1840, pero la nunca definida articulación de acciones como la conjura de Maza, la Revolución del Sur efectuada por pequeños propietarios de la campaña disconformes con las políticas de tierras y la campaña del ejército comandado por Lavalle, fueron la razón de una clara derrota. Todas estas acciones contra Rosas contaron con apoyos tan disímiles como los de los exiliados unitarios, gobiernos extranjeros, gobernadores federales, hombres del propio gobierno bonaerense y la intelectualidad de la Joven Generación del 37. Terminaron todas en un rotundo fracaso y dieron paso en la ciudad de Buenos Aires al mayor pico de violencia política y en el Interior a un profundo raid represivo comandado por Oribe a instancias del Restaurador. Culminada la campaña de Oribe por el Interior, la Confederación Argentina quedó completamente alineada al poder rosista, dando inicio de tal manera a un período de relativa armonía y estabilidad que se extendió hasta la misma batalla de Caseros, el episodio final del poder de Rosas. Lo que se ha dado en llamar la Generación del „37 se entiende como un conjunto de pensadores que unidos orgánicamente unos y desarrollando aisladamente su labor otros, coinciden en exponer una estructura de pensamiento novedosa, todos ellos liberales, que provenientes en su amplia mayoría de Europa llegan al Plata para adecuarse al marco histórico y social imperante en estas tierras. Intelectuales comprometidos con su tiempo y de un amplio cosmopolitismo logran percibir claramente el sentido de los acelerados cambios en que se encuentra ocupado el mundo civilizado y consideran, en este marco histórico, que es el momento oportuno para insertar a la Argentina en esa corriente económica, política y cultural. De esta Generación del ‟37, de intelectuales opositores a Rosas, se pueden extraer dos nombres paradigmáticos para analizar sus raíces, sus motivaciones, sus búsquedas y objetivos: Sarmiento y Alberdi.

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Dos hombres de diferentes orígenes, de diferentes formaciones, de diferentes temperamentos; pero, paradójicamente, enancados en un mismo rumbo con un claro objetivo político: organizar el país e insertarlo en el nuevo orden económico capitalista global de fines del siglo XIX. Estos liberales se sienten parte de un corte con su pasado, aprendiendo del frustrado intento liberal rivadaviano de la década de 1820 comprendieron que el Estado rosista contaba con un innegable apoyo popular; y que entender esa realidad era condición previa ineludible para encarar cualquier proyecto de organización nacional post-rosista. De los intelectuales mencionados sobresalen sus obras fundamentales las Bases, de Alberdi; y el Facundo, de Sarmiento. Por las líneas de estas obras se pueden explorar las inspiraciones ideológicas de sus autores, sus expectativas, su visión de la sociedad argentina, sus objetivos y sus miedos. En definitiva, la Generación del 37 persiguió la construcción de un cuerpo de pensamiento que no se quedará en el solo análisis intelectual sino que traspasará los límites de la contemplación para adentrarse en los vericuetos mucho más complejos y tortuosos de la creación de una nación a imagen y semejanza de un proyecto, el ejercicio de la política, la persecución de una utopía. El escenario global es el del comienzo de la Segunda Fase de la Revolución Industrial originada en Inglaterra destinada a transformar el mundo mediante la aplicación del capitalismo liberal. En este clima “liberal” surge la idea sustentadora de entender la nación como un marco legal decidido libremente y el poder como su delegación: Nación = Ley. Y la Ley Suprema es la Constitución. En ese camino estos liberales cultivan la idea de que la participación pública debe encontrarse solo reservada a la elite; la idea es que todos los hombres cuentan en la vida civil, pero que en la vida pública solo participan los que tienen cierto peso. Vemos aquí un correlato directo que será abrazado por la Generación del 37 que como aquellos liberales europeos temen a la “tiranía de las mayorías”.1 Esta idea que puede sonar a los oídos modernos con tono antidemocrático fundamenta un proyecto de organización de la nueva sociedad: constitución de una elite burguesa, utilización racional de las capacidades, política de instrucción pública y racionalización del sistema político y administrativo. Las semejanzas con el proyecto argentino post-rosista serán totales. También tenían estos pensadores la certeza de que una nueva estructura social, económica y política había sustituido definitivamente al viejo modelo y será esa certeza la carta de despido del régimen rosista, el convencimiento de que para que el país pudiera insertarse en el mundo debía primero dejar atrás la experiencia histórica del Restaurador para dar paso a una Nación organizada y moderna. Esas ideas alumbradas en Europa resultaban atractivas a la inteligencia de esta elite intelectual que intentaba encontrar una salida a la recurrente dicotomía Unitario-Federal que sumió al país en la violencia, paralizó el impulso vivificador de Mayo y derivó en un sistema hegemónico de carácter despótico que si bien impuso finalmente una pausa a la vorágine de violencia y generó el espacio propicio para el orden, se mostraba incapaz de enfrentar el desafío de construir una nueva sociedad inserta en un nuevo orden económico, político y social. ¿Pero cuál es la nación que este grupo tiene en mente organizar? Alberdi expone su idea cuando menciona en sus Bases la construcción de lo que llamó la República Posible2, ya que la experiencia había demostrado que no dio resultado llevar adelante un proyecto

1André Jardin, El Liberalismo, en Nueva Historia de las Ideas Políticas, pag. 123.

2 La República Posible es la que se construye ante la imposibilidad de construir la República Verdadera.

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ideal, como el rivadaviano, sin correr el riesgo de reproducir los viejos intentos unitarios fracasados a fuerza de sangre. Y esa República posible era para Alberdi una república federal (no confederal) y liberal. Y para dar ese salto se hacía necesario organizar el Estado y constituir la Nación. Por eso estos pensadores no cometerán el error de Rivadavia que construyó castillos constitucionales en el vacío de una realidad que caminaba en sentido contrario. Para la joven intelectualidad del „37 la sociedad y la historia jugarán un papel fundamental en el diseño de las estrategias; estos guionistas del futuro argentino comenzarán por tener en cuenta a los actores y al escenario, no serán dibujantes en el aire sino transformadores concretos de la realidad. Por ello la Generación del 37 no solo luchará contra el rosismo sino que previamente intentará entenderlo y hasta extraerá de esa experiencia un importante aprendizaje. Para Alberdi, por ejemplo, la más importante construcción del rosismo, el mayor logro en pos de la organización de una Nación es el disciplinamiento de las masas, los hábitos de obediencia desarrollados por la política de facciones llevada a cabo por el Gobernador de Buenos Aires. Para Sarmiento en cambio el mayor logro lo constituye la red de intereses económicos consolidados tras el poder, pero que no dudarán en abandonar el rosismo para abrazar cualquier otra opción política que les ofrezca amplificar su prosperidad lanzándose al progreso.3 Treinta años de gobierno rosista habían dejado una estructura económica sólida y en crecimiento, pero consideraban que Rosas carecía de las aptitudes ideológicas necesarias para enfrentar la necesidad de insertar al país en el sistema económico capitalista internacional en busca de la aceleración del proceso económico-financiero y la absorción de capitales de inversión.4 La construcción política del Restaurador era vista por la Generación del 37 como un movimiento antiliberal, atrasado y antiprogresista, arraigado en la tradición colonial española y con fuerte inserción en las masas rurales.5 Ante esta situación solo el ocaso del rosismo podía provocar el nacimiento de la nación organizada ya que organizar constitucionalmente el país no formaba parte del menú de ideas de gobierno de Rosas, ya que de hacerlo pondría en cuestionamiento la fuerte hegemonía de su propia figura, y lo que es más importante, la prevalencia del Estado bonaerense por sobre el conjunto del país. Ya para la década de 1840 la división entre Federales y Unitarios carecerá de significación ya que la palabra unitario era utilizada por entonces ya no como sustantivo identificador de una opción ideológica sino como adjetivo para catalogar a los adversarios políticos del Gobernador, entre ellos los viejos exiliados de Montevideo. La Joven Generación del 37 comienza a comprender que esta dicotomía federal-unitaria carente de sentido debe ser superada, y para reemplazarla se opta otra dicotomía acorde con los tiempos: civilización o barbarie. Civilización o Barbarie será la madre de todas las dicotomías argentinas, cuya historia está plagada de dicotomías. La barbarie es Rosas y su idea de país, la civilización es el progreso de una nación que espera más allá de los tiempos de Rosas. Juan Manuel de Rosas aparece para los pensadores de la Generación del 37 como el principal escollo para llevar adelante el próximo paso del camino que empezara en 1810 con la Revolución, atravesara los caminos de la guerra de la independencia, los

3Tulio Halperin Donghi, Una nación para el desierto argentino, pag. 23.

4Tulio Halperin Donghi, De la revolución de independencia a la Confederación rosista. Buenos Aires,

Paidos, 1993, pag. 296. 5José Luis Romero, Las ideas políticas en Argentina. Buenos Aires, F.C.E., 1996, pag. 131.

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intrincados laberintos de la inestabilidad institucional, el drama de la guerra civil, el reinado de la democracia inorgánica y alcanzara finalmente el rellano de la paz interior y el orden. Este sentido histórico preanuncia ahora la necesidad de una aceleración económica, política y cultural destinada a insertar al país en el nuevo orden económico internacional de la economía exportadora en pleno crecimiento hacia el capitalismo liberal. Los acelerados cambios de la economía mundial ofrecen una oportunidad para la Argentina. Todo parece preparado para el cambio, pero un elemento pone dique a este cambio: Rosas. Por ello la Generación del 37 se prepara para ser uno de los dos interlocutores del inminente proceso post-rosista, el otro interlocutor será la elite económico-social, el verdadero poder económico.6 Pero el grupo intelectual que se ha preparado durante más de una década para poner su proyecto en acto sabe perfectamente que no es el Brigadier General el enemigo contra el que deberá lucharse, eso solo lo piensan los políticos de vistas cortas y revanchas grandes. El enemigo para el proyecto en ciernes de la Generación del 37 es otro. Inmenso y fantasmal, inasible y volátil, omnipresente e irreal, como todos los enemigos. El enemigo es el Desierto. ¿Pero, qué era ese desierto que las cavilaciones de Sarmiento y Alberdi, convirtieron en una frontera para la concreción del proyecto intelectual que intentaban plasmar? ¿Por qué razón la desaparición de ese desierto se vuelve la condición innegociable para llevar adelante la construcción final de la Nación? Desierto: lugar despoblado, reza el diccionario. ¿Pero esa concepción es la que persiguen las mentes de estos hombres? La pregunta fatal es: ¿Puede un desierto, un territorio inerte convertido en nada, ser una barrera tan importante para la puesta en práctica de un proyecto político vital? Alberdi afirmará que “la localización de la civilización en las ciudades y la barbarie en las campañas es un error de historia y de observación”7, conclusión: el enemigo está en todas partes. El enemigo no parece ser por tanto el desierto inerte, sino la existencia de un desierto vivo. El desierto es la ausencia de un espíritu moderno y civilizador, una ausencia insoportable, fácil analogía con un desierto real, el enemigo es la barbarie. No bastará con traer poblaciones desde la civilización para acabar con el desierto, porque el enemigo vive, no es tan solo polvo. Para la Generación del 37 desierto es incultura y pastoreo, garantía de salvajismo, una manera de sostener la ruina económica8; no es la nada, es el algo. Y a ese enemigo habrá que derrotar. Alberdi escribirá “¿Cuál es la Constitución que mejor conviene al desierto? La que sirve para hacerlo desaparecer”. Cuando Sarmiento construye al enemigo en su “Facundo” no se refiere a Rosas, lo vincula con la mítica figura de Quiroga. El Restaurador es simplemente un pasaje de la historia para la Generación del 37 al decir de Sarmiento un hombre que “hace el mal sin pasión”, el verdadero adversario en cambio es una forma de interpretar el momento argentino, un pensamiento y un sentir que hunde sus raíces en el pasado y se niega a aceptar el camino que conduce al progreso, al futuro, a la civilización.

6Tulio Halperin Donghi, Una nación para el desierto argentino, pag. 31.

7José Luis Romero, Las ideas políticas en Argentina. pag. 142-143.

8Noé Jitrik, Muerte y Resurrección de Facundo. Buenos Aires, CEAL, 1983, pag 93.

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Y lo más terrible para estos pensadores es que, como nos dice Sarmiento, fatalmente el desierto no solo está vivo, sino que es inmortal. Quizás por ello Sarmiento, al comienzo de su libro Facundo, crispa las letras hasta el dolor: “No; no ha muerto! Vive aún! El vendrá!"9 Habla de Quiroga y habla de las tradiciones populares, habla de Rosas y la naturaleza bárbara y colonial; y habla de sí mismo, de sus fantasmas, de las pesadillas de sus sueños, habla del enemigo, habla de la barbarie. Alberdi también entiende la inmensidad del enemigo y propondrá su república posible como paso inicial hacia la utopía de una república verdadera. Una república posible que es una aguda concesión que la teoría institucional le realiza a la realidad política. Alberdi aspira a que esa concesión sea transitoria, que sirva para avanzar hacia la república verdadera que espera más adelante en medio del tránsito anhelado para su proyecto. La importancia de la Generación del 37 es tal que mientras Alberdi será el inspirador de la redacción de la Constitución Nacional a partir de su libro Las Bases, Sarmiento será un protagonista central de la vida política del último cuarto de siglo ocupando una de las presidencias fundacionales de la Argentina Liberal.

9Domingo F. Sarmiento, Facundo. Buenos Aires, Ed. Huemul, 1978, pag. 57