la oposición de oriente y de occidente

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La Oposición de Oriente y de Occidente Este es el segundo capítulo de la obra: "La Crisis del Mundo Mordeno" del autor: René Guenón. Uno de los caracteres particulares del mundo moderno, es la escisión que se observa en él entre Oriente y Occidente; y, aunque ya hayamos tratado esta cuestión de una manera más especial, es necesario volver a ella de nuevo aquí para precisar algunos de sus aspectos y disipar algunos malentendidos. La verdad es que hubo siempre civilizaciones diversas y múltiples, cada una de las cuales se ha desarrollado de una manera que le era propia y en un sentido conforme a las aptitudes de tal pueblo o de tal raza; pero distinción no quiere decir oposición, y puede haber una suerte de equivalencia entre civilizaciones de formas muy diferentes, desde que todas reposan sobre los mismos principios fundamentales, de los cuales ellas representan solamente aplicaciones condicionadas por circunstancias variadas. Tal es el caso de todas las civilizaciones que podemos llamar normales, o también tradicionales; no hay entre ellas ninguna oposición esencial, y las divergencias, si existe alguna, no son más que exteriores y superficiales. Por el contrario, una civilización que no reconoce ningún principio superior, que no está fundada en realidad más que sobre una negación de los principios, está, por eso mismo, desprovista de todo medio de entendimiento con las demás, ya que este entendimiento, para ser verdaderamente profundo y eficaz, no puede establecerse más que por arriba, es decir, precisamente por aquello que falta a esta civilización anormal y desviada. Así pues, en el estado presente del mundo, tenemos, por un lado, todas las civilizaciones que han permanecido fieles al espíritu tradicional, y que son las civilizaciones orientales, y, por el otro, una civilización propiamente antitradicional, que es la civilización occidental moderna. No obstante, algunos han llegado hasta contestar que la división misma de la humanidad en Oriente y Occidente corresponde a una realidad; pero, al menos para la época actual, eso no parece poder ponerse seriamente en duda. Primero, que existe una civilización occidental, común a Europa y a América, es ese un hecho sobre el que todo el mundo debe estar de acuerdo,

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La Oposición de Oriente y de Occidente

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La Oposicin de Oriente y de OccidenteEste es el segundo captulo de la obra:"La Crisis del Mundo Mordeno"del autor:Ren Guenn.

Uno de los caracteres particulares del mundo moderno, es la escisin que se observa en l entre Oriente y Occidente; y, aunque ya hayamos tratado esta cuestin de una manera ms especial, es necesario volver a ella de nuevo aqu para precisar algunos de sus aspectos y disipar algunos malentendidos. La verdad es que hubo siempre civilizaciones diversas y mltiples, cada una de las cuales se ha desarrollado de una manera que le era propia y en un sentido conforme a las aptitudes de tal pueblo o de tal raza; pero distincin no quiere decir oposicin, y puede haber una suerte de equivalencia entre civilizaciones de formas muy diferentes, desde que todas reposan sobre los mismos principios fundamentales, de los cuales ellas representan solamente aplicaciones condicionadas por circunstancias variadas. Tal es el caso de todas las civilizaciones que podemos llamar normales, o tambin tradicionales; no hay entre ellas ninguna oposicin esencial, y las divergencias, si existe alguna, no son ms que exteriores y superficiales. Por el contrario, una civilizacin que no reconoce ningn principio superior, que no est fundada en realidad ms que sobre una negacin de los principios, est, por eso mismo, desprovista de todo medio de entendimiento con las dems, ya que este entendimiento, para ser verdaderamente profundo y eficaz, no puede establecerse ms que por arriba, es decir, precisamente por aquello que falta a esta civilizacin anormal y desviada. As pues, en el estado presente del mundo, tenemos, por un lado, todas las civilizaciones que han permanecido fieles al espritu tradicional, y que son las civilizaciones orientales, y, por el otro, una civilizacin propiamente antitradicional, que es la civilizacin occidental moderna.

No obstante, algunos han llegado hasta contestar que la divisin misma de la humanidad en Oriente y Occidente corresponde a una realidad; pero, al menos para la poca actual, eso no parece poder ponerse seriamente en duda. Primero, que existe una civilizacin occidental, comn a Europa y a Amrica, es ese un hecho sobre el que todo el mundo debe estar de acuerdo, cualquiera que sea por lo dems el juicio que se haga sobre el valor de esta civilizacin. Para Oriente, las cosas son menos simples, porque, efectivamente, no existe una, sino varias civilizaciones orientales; pero basta que posean algunos rasgos comunes, rasgos que caracterizan lo que hemos llamado una civilizacin tradicional, y que stos mismos rasgos no se encuentren en la civilizacin occidental, para que la distincin e incluso la oposicin de Oriente y de Occidente est plenamente justificada. Ahora bien, ello es efectivamente as, y el carcter tradicional es en efecto comn a todas las civilizaciones orientales, para las cuales, a fin de fijar mejor las ideas, recordaremos la divisin general que hemos adoptado precedentemente, y que, aunque algo simplificada quizs si se quisiera entrar en el detalle, no obstante es exacta cuando uno se atiene a las grandes lneas: el extremo oriente, representado esencialmente por la civilizacin china; el oriente medio, representado por la civilizacin hind; el oriente prximo, representado por la civilizacin islmica. Conviene agregar que esta ltima, bajo muchas relaciones, debera considerarse ms bien como intermediaria entre Oriente y Occidente, y que incluso muchos de sus caracteres la acercan sobre todo a lo que fue la civilizacin occidental de la edad media; pero, si se considera en relacin al Occidente moderno, debe reconocerse que se opone a l al mismo ttulo que las civilizaciones propiamente orientales, a las cuales conviene asociarla bajo este punto de vista.

Es en esto en lo que es esencial insistir: la oposicin de Oriente y de Occidente no tena ninguna razn de ser cuando en Occidente haba tambin civilizaciones tradicionales; as pues, no tiene sentido ms que cuando se trata especialmente del Occidente moderno, ya que esta oposicin es mucho ms la de dos espritus que la de dos entidades geogrficas ms o menos claramente definidas. En algunas pocas, de las que la ms prxima a nosotros es la edad media, el espritu occidental se pareca mucho, por sus lados ms importantes, a lo que es todava hoy el espritu oriental, mucho ms que a lo que este espritu occidental ha devenido en los tiempos modernos; la civilizacin occidental era entonces comparable a las civilizaciones orientales, al mismo ttulo que stas lo son entre ellas. As pues, en el curso de los ltimos siglos, se ha producido un cambio considerable, mucho ms grave que todas las desviaciones que haban podido manifestarse anteriormente en pocas de decadencia, puesto que llega incluso hasta una verdadera inversin en la direccin dada a la actividad humana; y es en el mundo occidental exclusivamente donde ha tenido nacimiento este cambio. Por consiguiente, cuando decimos espritu occidental, refirindonos a lo que existe en el presente, lo que es menester entender por eso no es otra cosa que el espritu moderno; y, como el otro espritu no se ha mantenido ms que en Oriente, podemos, siempre en relacin a las condiciones actuales, llamarle espritu oriental. Estos dos trminos, en suma, no expresan nada ms que una situacin de hecho; y, si aparece muy claramente que uno de los dos espritus presentes es efectivamente occidental, porque su aparicin pertenece a la historia reciente, nos no entendemos prejuzgar nada en cuanto a la proveniencia del otro, que fue antao comn a Oriente y a Occidente, y cuyo origen, a decir verdad, debe confundirse con el de la humanidad misma, puesto que ese es el espritu que se podra calificar de normal, aunque solo sea porque ha inspirado a todas las civilizaciones que conocemos ms o menos completamente, a excepcin de una sola, que es la civilizacin occidental moderna.

Algunos, que sin duda no se haban tomado el trabajo de leer nuestros libros, han credo deber reprocharnos haber dicho que todas las doctrinas tradicionales tenan un origen oriental, que la antigedad occidental misma, en todas las pocas, haba recibido siempre sus tradiciones de Oriente; nos no hemos escrito nunca nada semejante, ni nada que pueda sugerir incluso una tal opinin, por la simple razn de que sabemos muy bien que eso es falso. En efecto, son precisamente los datos tradicionales los que se oponen claramente a una asercin de este gnero: Se encuentra por todas partes la afirmacin formal de que la tradicin primordial del ciclo actual ha venido de las regiones hiperbreas; hubo despus varias corrientes secundarias, que corresponden a periodos diversos, y de las cuales una de las ms importantes, al menos entre aquellas cuyos vestigios son todava discernibles, fue incontestablemente del Occidente hacia Oriente. Pero todo eso se refiere a pocas muy lejanas, de las que se llaman comnmente prehistricas, y no es eso lo que tenemos en vista; lo que decimos, es primero que, desde hace mucho tiempo ya, el depsito de la tradicin primordial ha sido transferido a Oriente, y que es all donde se encuentran ahora las formas doctrinales que han salido de ella ms directamente; y despus que, en el estado actual de las cosas, el verdadero espritu tradicional, con todo lo que implica, ya no tiene representantes autnticos ms que en Oriente.

Para completar esta puesta a punto, debemos explicarnos tambin, al menos brevemente, sobre algunas ideas de restauracin de una tradicin occidental que han visto la luz en diversos medios contemporneos; el nico inters que presentan, en el fondo, es mostrar que algunos espritus no estn satisfechos de la negacin moderna, que sienten la necesidad de otra cosa que lo que les ofrece nuestra poca, que entrevn la posibilidad de un retorno a la tradicin, bajo una forma o bajo otra, como el nico medio de salir de la crisis actual. Desafortunadamente, el tradicionalismo no es lo mismo que el verdadero espritu tradicional; puede no ser, y frecuentemente no es de hecho, ms que una simple tendencia, una aspiracin ms o menos vaga, que no supone ningn conocimiento real; y, en el desorden mental de nuestro tiempo, esta aspiracin provoca sobre todo, es menester decirlo, concepciones fantasiosas y quimricas, desprovistas de todo fundamento serio. Al no encontrar ninguna tradicin autntica sobre la que uno pueda apoyarse, se llega hasta imaginar pseudotradiciones que no han existido nunca, y que carecen de principio en la misma medida que aquello a lo que se querra substituir; todo el desorden moderno se refleja en esas construcciones, y, cualesquiera que puedan ser las intenciones de sus autores, el nico resultado que obtienen es aportar una contribucin nueva al desequilibrio general. En este gnero de cosas, mencionaremos de memoria la pretendida tradicin occidental fabricada por algunos ocultistas con la ayuda de los elementos ms disparatados, y destinada sobre todo a hacer competencia a una tradicin oriental no menos imaginaria, la de los teosofistas; hemos hablado suficientemente de estas cosas en otra parte, y preferimos dedicarnos a continuacin al examen de algunas otras teoras que pueden parecer ms dignas de atencin, porque en ellas se encuentra al menos el deseo de hacer llamada a tradiciones que han tenido una existencia efectiva.

Hacamos alusin hace un momento a la corriente tradicional venida de las regiones occidentales; los relatos de los antiguos, relativos a la Atlntida, indican su origen; despus de la desaparicin de este continente, que es el ltimo de los grandes cataclismos ocurridos en el pasado, no parece dudoso que restos de su tradicin hayan sido transportados a regiones diversas, donde se han mezclado a otras tradiciones preexistentes, principalmente a ramas de la tradicin hiperbrea; y es muy posible que las doctrinas de los celtas, en particular, hayan sido producto de esta fusin. Estamos muy lejos de contestar estas cosas; pero que se piense bien en esto: la forma propiamente atlantiana ha desaparecido hace ya millares de aos, con la civilizacin a la que perteneca, y cuya destruccin no puede haberse producido ms que a consecuencia de una desviacin que era quizs comparable, bajo algunos aspectos, a la que constatamos hoy da, aunque con una notable diferencia teniendo en cuenta que la humanidad no haba entrado todava entonces en el Kali-Yuga; es as como esta tradicin no corresponda ms que a un periodo secundario de nuestro ciclo, y como sera un gran error pretender identificarla a la tradicin primordial de la que han salido todas las dems, y que es la nica que permanece desde el comienzo hasta el fin. Estara fuera de propsito exponer aqu todos los datos que justifican estas afirmaciones; no retendremos de ellos ms que la conclusin, que es la imposibilidad de hacer revivir al presente una tradicin atlantiana, o incluso de vincularse a ella ms o menos directamente; por lo dems, hay mucha fantasa en las tentativas de esta suerte. Por eso no es menos verdad que puede ser interesante buscar el origen de los elementos que se encuentran en las tradiciones posteriores, provisto que se haga con todas las precauciones necesarias para guardarse de algunas ilusiones; pero estas investigaciones no pueden desembocar en ningn caso en la resurreccin de una tradicin que no estara adaptada a ninguna de las condiciones actuales de nuestro mundo.

Hay otros que quieren vincularse al celtismo, y, porque hacen llamada as a algo que est menos alejado de nosotros, puede parecer que lo que proponen sea menos irrealizable; no obstante, dnde encontraran hoy da el celtismo en el estado puro, y dotado todava de una vitalidad suficiente como para que sea posible tomar ah un punto de apoyo? En efecto, no hablamos de reconstituciones arqueolgicas o simplemente literarias, como se han visto algunas; se trata de algo diferente. Que elementos clticos muy reconocibles y todava utilizables hayan llegado hasta nosotros por diversos intermediarios, eso es verdad; pero estos elementos estn muy lejos de representar la integralidad de una tradicin, y, cosa sorprendente, sta, en los pases mismos donde vivi antao, se ignora ahora ms completamente an que las de muchas civilizaciones que fueron siempre extranjeras a esos mismos pases; no hay algo ah que debera hacer reflexionar, al menos a aquellos que no estn enteramente dominados por una idea preconcebida? Diremos ms: en todos los casos como ese, donde se trata de los vestigios dejados por civilizaciones desaparecidas, no es posible comprenderlos verdaderamente sino por comparacin con lo que hay de similar en las civilizaciones tradicionales que estn todava vivas; y otro tanto se puede decir para la edad media misma, donde se encuentran tantas cosas cuya significacin est perdida para los occidentales modernos. Esta toma de contacto con las tradiciones cuyo espritu subsiste todava es el nico medio de revivificar aquello que todava es susceptible de serlo; y, como ya lo hemos indicado muy frecuentemente, ste es uno de los mayores servicios que Oriente pueda prestar a Occidente. No negamos la supervivencia de un cierto espritu cltico, que todava puede manifestarse bajo formas diversas, como lo ha hecho ya en diferentes pocas; pero cuando se llega a asegurarnos que existen todava centros espirituales que conservan integralmente la tradicin drudica, esperamos que se nos proporcione la prueba de ello, y, hasta nueva orden, eso nos parece muy dudoso, cuando no enteramente inverosmil.

La verdad es que, en la edad media, los elementos clticos subsistentes han sido asimilados por el Cristianismo; la leyenda del Santo Grial, con todo lo que se relaciona con ella, es, a este respecto, un ejemplo particularmente probatorio y significativo. Por lo dems, pensamos que una tradicin occidental, si llegara a reconstituirse, tomara forzosamente una forma exterior religiosa, en el sentido ms estricto de esta palabra, y que esta forma no podra ser ms que cristiana, ya que, por una parte, las dems formas posibles son desde hace mucho tiempo extraas a la mentalidad occidental, y, por otra, es nicamente en el Cristianismo, decimos ms precisamente an en el Catolicismo, donde se encuentran, en Occidente, los restos del espritu tradicional que sobreviven todava. Toda tentativa tradicionalista que no tenga en cuenta este hecho est inevitablemente abocada al fracaso, porque carece de base; es muy evidente que uno no puede apoyarse ms que sobre lo que existe de una manera efectiva, y que, all donde falta la continuidad, no puede haber ms que reconstituciones artificiales y que no podran ser viables; si se objeta que el Cristianismo mismo, en nuestra poca, ya no se comprende apenas verdaderamente y en su sentido profundo, responderemos que al menos ha guardado, en su forma misma, todo lo que es necesario para proporcionar la base de que se trata. La tentativa menos quimrica, la nica incluso que no choca con imposibilidades inmediatas, sera pues aquella que apuntara a restaurar algo comparable a lo que existi en la edad media, con las diferencias requeridas por la modificacin de las circunstancias; y, para todo lo que est enteramente perdido en Occidente, convendra hacer llamada a las tradiciones que se han conservado integralmente, como lo indicbamos hace un momento, y cumplir despus un trabajo de adaptacin que solo podra ser la obra de una lite intelectual fuertemente constituida. Todo eso, lo hemos dicho ya; pero es bueno insistir an en ello, porque actualmente tienen libre curso muchos delirios inconsistentes, y tambin porque es menester comprender bien que, si las tradiciones orientales, en sus formas propias, pueden ciertamente ser asimiladas por una lite que, por definicin, en cierto modo, debe estar ms all de todas las formas, jams podrn serlo sin duda, a menos de transformaciones imprevistas, por la generalidad de los occidentales, para quienes no han sido hechas. Si una lite occidental llega a formarse, el conocimiento verdadero de las doctrinas orientales, por la razn que acabamos de indicar, le ser indispensable para desempear su funcin; pero aquellos que no tendrn ms que recoger el beneficio de su trabajo, y que sern el mayor nmero podrn muy bien no tener ninguna consciencia de estas cosas, y la influencia que recibirn de ellas, por as decir sin sospecharlo y en todo caso por medios que se les escaparn enteramente, no ser por eso menos real ni menos eficaz. Nos no hemos dicho nunca cosa; pero hemos credo deber repetirlo aqu tan claramente como es posible, porque, si debemos esperar no ser siempre enteramente comprendido por todos, aspiramos al menos a que no se nos atribuyan intenciones que no son de ninguna manera las nuestras.

Pero dejemos ahora de lado todas las anticipaciones, puesto que es el presente estado de cosas el que debe ocuparnos sobre todo, y volvamos todava un instante sobre las ideas de restauracin de una tradicin occidental, tales como podemos observarlas alrededor de nosotros. Una sola precisin bastara para mostrar que estas ideas no estn en el orden, si es permisible expresarse as: es que casi siempre se conciben en un espritu de hostilidad ms o menos confesada frente al Oriente. Esos mismos que querran apoyarse sobre el Cristianismo, es menester decirlo, estn a veces animados por este espritu; parecen buscar ante todo descubrir oposiciones que, en realidad, son perfectamente inexistentes; es as como hemos odo emitir esta opinin absurda, de que, si las mismas cosas se encuentran a la vez en el Cristianismo y en las doctrinas orientales, expresadas por una parte y por otra bajo una forma casi idntica, no tienen sin embargo la misma significacin en los dos casos, y que tienen incluso una significacin contraria! Aquellos que emiten semejantes afirmaciones prueban con ello que, cualesquiera que sean sus pretensiones, no han ido muy lejos en la comprehensin de las doctrinas tradicionales, puesto que no han entrevisto la identidad fundamental que se disimula bajo todas las diferencias de formas exteriores, y puesto que, all mismo donde esta identidad deviene completamente patente, an se obstinan en desconocerla. Esos tambin, no consideran el Cristianismo mismo ms que de una manera completamente exterior, que no podra responder a la nocin de una verdadera doctrina tradicional, que ofrece en todos los rdenes una sntesis completa; es que les falta el principio, en lo cual estn afectados, mucho ms de lo que pueden pensar, por ese espritu moderno contra el que no obstante querran reaccionar; y, cuando les ocurre que emplean la palabra tradicin, no la toman ciertamente en el mismo sentido que nos.

En la confusin mental que caracteriza a nuestra poca, se llega a aplicar indistintamente esta misma palabra tradicin a toda suerte de cosas, frecuentemente muy insignificantes, como simples costumbres sin ningn alcance y a veces de origen completamente reciente; hemos sealado en otra parte un abuso del mismo gnero en lo que concierne a la palabra religin. Es menester no fiarse de estas desviaciones del lenguaje, que traducen una suerte de degeneracin de las ideas correspondientes; y no porque alguien se titule de tradicionalista es seguro que sepa, siquiera imperfectamente, lo que es la tradicin en el verdadero sentido de esta palabra. Por nuestra parte, nos negamos absolutamente a dar este nombre a todo lo que es de orden puramente humano; no es inoportuno declararlo expresamente cuando uno se encuentra a cada instante, por ejemplo, una expresin como la de filosofa tradicional. Una filosofa, incluso si es verdaderamente todo lo que puede ser, no tiene ningn derecho a ese ttulo, porque est toda entera en el orden racional, incluso si no niega lo que la rebasa, y porque no es ms que una construccin edificada por individuos humanos, sin revelacin o inspiracin de ningn tipo, o, para resumir todo eso en una sola palabra, porque es algo esencialmente profano. Por lo dems, a pesar de todas las ilusiones en las que algunos parecen complacerse, no es ciertamente una ciencia completamente libresca la que puede bastar para enderezar la mentalidad de una raza y de una poca; y es menester para eso otra cosa que una especulacin filosfica, que, incluso en el caso ms favorable, est condenada, por su naturaleza misma, a permanecer completamente exterior y mucho ms verbal que real. Para restaurar la tradicin perdida, para revivificarla verdaderamente, es menester el contacto del espritu tradicional vivo, y, ya lo hemos dicho, es nicamente en Oriente donde este espritu est todava plenamente vivo; no es menos verdad que eso mismo supone ante todo, en Occidente, una aspiracin hacia un retorno a este espritu tradicional, aunque no puede ser apenas ms que una simple aspiracin. Por lo dems, los pocos movimientos de reaccin antimoderna, muy incompleta en nuestra opinin, que se han producido hasta aqu, no pueden ms que confirmarnos en esta conviccin, ya que todo eso, que es sin duda excelente en su parte negativa y crtica, est muy alejado no obstante de una restauracin de la verdadera intelectualidad y no se desarrolla ms que en los lmites de un horizonte mental bastante restringido. Sin embargo, ya es algo, en el sentido de que es el indicio de un estado de espritu del que se habra tenido mucho trabajo en encontrar el menor rastro hace muy pocos aos; si todos los occidentales ya no son unnimes en su contento con el desarrollo exclusivamente material de la civilizacin moderna, eso es quizs un signo de que, para ellos, toda esperanza de salvacin no est todava enteramente perdida.

Sea como sea, si se supone que Occidente, de una manera cualquiera, vuelve de nuevo a la tradicin, su oposicin con Oriente se encontrara por eso mismo resuelta y dejara de existir, puesto que ella no ha tomado nacimiento sino por el hecho de la desviacin occidental, y puesto que no es en realidad ms que la oposicin del espritu tradicional y del espritu antitradicional. As, contrariamente a lo que suponen aquellos a los que hacamos alusin hace un instante, el retorno a la tradicin tendra, entre sus primeros resultados, hacer inmediatamente posible un entendimiento con Oriente, como ese entendimiento es posible entre todas las civilizaciones que poseen elementos comparables o equivalentes, y entre esas civilizaciones solamente, ya que son estos elementos los que constituyen el nico terreno sobre el que este entendimiento puede operarse vlidamente. El verdadero espritu tradicional, de cualquier forma que se revista, es por todas partes y siempre el mismo en el fondo; las formas diversas, que estn especialmente adaptadas a tales o a cuales condiciones mentales, a tales o a cuales circunstancias de tiempo y de lugar, no son ms que expresiones de una nica y misma verdad; pero es menester poder colocarse en el orden de la intelectualidad pura para descubrir esta unidad bajo su aparente multiplicidad. Por lo dems, es en este orden intelectual donde residen los principios de los que todo el resto depende normalmente a ttulo de consecuencias o de aplicaciones ms o menos alejadas; as pues, es sobre estos principios donde es menester estar de acuerdo ante todo, si debe tratarse de un entendimiento verdaderamente profundo, puesto que eso es todo lo esencial; y, desde que se comprenden realmente, el acuerdo se hace por s mismo. En efecto, es menester destacar que el conocimiento de los principios, que es el conocimiento por excelencia, el conocimiento metafsico en el verdadero sentido de esta palabra, es universal como los principios mismos, y por tanto enteramente libre de todas las contingencias individuales, que intervienen por el contrario necesariamente desde que se desciende a sus aplicaciones; as, este dominio puramente intelectual es el nico donde no hay necesidad de un esfuerzo de adaptacin entre mentalidades diferentes. Adems, cuando se cumple un trabajo de este orden, ya no hay ms que desarrollar los resultados para que el acuerdo en todos los dems dominios se encuentre igualmente realizado, puesto que, como acabamos de decirlo, es de eso de lo que depende todo directa o indirectamente; por el contrario, el acuerdo obtenido en un dominio particular, al margen de los principios, ser siempre eminentemente inestable y precario, y mucho ms semejante a una combinacin diplomtica que a un verdadero entendimiento. Por eso es por lo que este entendimiento, insistimos an en ello, no puede operarse realmente ms que por arriba, y no por abajo, y esto debe entenderse en un doble sentido: es menester partir de lo que hay ms elevado, es decir, de los principios, para descender gradualmente a los diversos rdenes de aplicaciones observando siempre rigurosamente la dependencia jerrquica que existe entre ellos; y esta obra, por su carcter mismo, no puede ser ms que la de una lite, dando a esta palabra su acepcin ms verdadera y ms completa: es de una lite intelectual de lo que queremos hablar exclusivamente, y, a nuestros ojos, no podra haber otras, puesto que todas las distinciones sociales exteriores carecen de importancia desde el punto de vista donde nos colocamos.

stas pocas consideraciones pueden hacer comprender ya todo lo que le falta a la civilizacin occidental moderna, no solo en cuanto a la posibilidad de un acercamiento efectivo a las civilizaciones orientales, sino tambin en s misma, para ser una civilizacin normal y completa; por lo dems, la verdad sea dicha, las dos cuestiones estn tan estrechamente ligadas que no constituyen ms que una, y acabamos de dar precisamente las razones por las que ello es as. Ahora tendremos que mostrar ms completamente en qu consiste el espritu antitradicional, que es propiamente el espritu moderno, y cules son las consecuencias que lleva en s mismo, consecuencias que vemos desarrollarse con una lgica despiadada en los acontecimientos actuales; pero, antes de llegar ah, se impone todava una ltima reflexin. Ser resueltamente antimoderno, no es ser antioccidental, si se puede emplear esta palabra, puesto que, al contrario, es hacer el nico esfuerzo que sea vlido para intentar salvar a Occidente de su propio desorden; y, por otra parte, ningn Oriental fiel a su propia tradicin puede considerar las cosas de diferente modo a cmo lo hacemos nos mismo; ciertamente, hay muchos menos adversarios del Occidente como tal, lo que por lo dems apenas tendra sentido, que del Occidente en tanto se identifica a la civilizacin moderna. Algunos hablan hoy da de la defensa de Occidente, lo que es verdaderamente singular, cuando, como lo veremos ms adelante, es Occidente el que amenaza con sumergirlo todo y con arrastrar a la humanidad entera en el torbellino de su actividad desordenada; singular, decimos, y completamente injustificado, si entienden, como as parece a pesar de algunas restricciones, que esta defensa debe dirigirse contra Oriente, ya que el verdadero Oriente no piensa ni en atacar ni en dominar nada, y no pide ms que su independencia y su tranquilidad, lo que, se convendr en ello, es bastante legtimo. No obstante, la verdad es que Occidente tiene en efecto gran necesidad de ser defendido, pero nicamente contra s mismo, contra sus propias tendencias que, si se llevan al extremo, le conducirn inevitablemente a la ruina y a la destruccin; as pues, es ms bien reforma de Occidente lo que sera menester decir, y esta reforma, si fuera lo que debe ser, es decir, una verdadera restauracin tradicional, tendra como consecuencia completamente natural un acercamiento a Oriente. Por nuestra parte, no pedimos ms que contribuir, en la medida de nuestros medios, a la vez a esta reforma y a este acercamiento, si no obstante hay tiempo todava, y si puede obtenerse un tal resultado antes de la catstrofe final hacia la que la civilizacin marcha a grandes pasos; pero, incluso si fuera ya demasiado tarde para evitar esta catstrofe, el trabajo cumplido en esta intencin no sera intil, ya que, en todo caso, servira para preparar, por lejanamente que esto sea, esa discriminacin de la que hablbamos al comienzo, y para asegurar as la conservacin de los elementos que debern escapar al naufragio del mundo actual para devenir los grmenes del mundo futuro.Extrado del Foro NacionalSocialista Ortodoxo. (Este blog se remite al punto 24 del NSDAP)http://nsargentino.blogspot.com/2010/05/la-oposicion-de-oriente-y-de-occidente.html