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uenta Gerald Martin (A Life, 2008) cómo en cierto momento de ju- nio de 1965 GGM escu- chó a la musa que le or- denaba redactar, en los dieciocho me- ses que vendrían, la saga de los Buen- día. Hasta ese momento, la llamada no- vela colombiana había adolecido de to- dos los pecados narrativos desde el Si- glo de las luces, un fastidioso realismo que hizo de la mayoría de las obras li- terarias sucedáneos de la Historia, per- sonal o colectiva. A partir de Cien años de soledad (Buenos Aires, 1967) no pudo volver a hablarse de la realidad sino de sus representaciones, como lo había inaugurado Jorge Luis Borges en sus inesperadas historias desde los años cuarenta. GGM había recibido ese don luego de haber leído las ver- siones de las novelas de William Faulk- ner que Borges y su madre habían con- feccionado para hacerle legible en es- pañol, todo ello cocinado con Rulfo, la Biblia, Rabelais y las narraciones ora- les de su tía Francisca Simodosea. Un meteorito había caído sobre los rutilantes planetas de la narrativa co- lombiana de entonces: Eduardo Caba- llero Calderón [El buen salvaje, Pre- mio Nadal, Barcelona 1966], Manuel Mejía Vallejo [El día señalado, Premio Nadal, Barcelona, 1963], Próspero Morales Pradilla, Héctor Rojas Herazo [Respirando el verano, Premio Esso, Bogotá, 1961] y Manuel Zapata Olive- lla. La tercera resignación (1947), un cuento donde un niño permanece en su ataúd dieciocho años hasta que se en- tera que está descompuesto y sólo fal- ta que los ratones se lo coman a peda- zos, parece ser el antecedente del ta- lante con que fue redactada Cien años de soledad, una saga familiar y una metáfora de la historia que puede ser leída como novela de aventuras o como poema. Relato mágico de la experien- cia del hombre, desde el Paraíso hasta el Apocalipsis, recuenta los azares de vivos y muertos a través de presagios, 6 CUADERNOS PARA EL DIÁLOGO • julio/agosto 2010 • Nº 51 Sólo cinco ficciones, sostiene el crítico, merecen figurar en el santoral de la gloria del Nobel que ya dura 43 años: Cóndores no entierran todos los días (1972), de Gustavo Álvarez Gardeazabal; Los parientes de Ester (1978), de Luis Fayad; Sin remedio (1983), de Antonio Caballero Holguín; La virgen de los sicarios (1994), de Fernando Vallejo, y El crimen del siglo (2006), de Miguel Torres. Et tout le reste est littérature HAROLD ALVARADO TENORIO C La novela colo m Cien años de soledad

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Page 1: La novela colom Cien años de soledad - Arquitravede soledad, una saga familiar y una metáfora de la historia que puede ser leída como novela de aventuras o como poema. Relato mágico

uenta Gerald Martin (ALife, 2008) cómo encierto momento de ju-nio de 1965 GGM escu-chó a la musa que le or-

denaba redactar, en los dieciocho me-ses que vendrían, la saga de los Buen-día.

Hasta ese momento, la llamada no-vela colombiana había adolecido de to-dos los pecados narrativos desde el Si-glo de las luces, un fastidioso realismoque hizo de la mayoría de las obras li-terarias sucedáneos de la Historia, per-sonal o colectiva. A partir de Cien años

de soledad (Buenos Aires, 1967) nopudo volver a hablarse de la realidadsino de sus representaciones, como lohabía inaugurado Jorge Luis Borges ensus inesperadas historias desde losaños cuarenta. GGM había recibidoese don luego de haber leído las ver-siones de las novelas de William Faulk-ner que Borges y su madre habían con-feccionado para hacerle legible en es-pañol, todo ello cocinado con Rulfo, laBiblia, Rabelais y las narraciones ora-les de su tía Francisca Simodosea.

Un meteorito había caído sobre losrutilantes planetas de la narrativa co-lombiana de entonces: Eduardo Caba-llero Calderón [El buen salvaje, Pre-mio Nadal, Barcelona 1966], ManuelMejía Vallejo [El día señalado, Premio

Nadal, Barcelona, 1963], PrósperoMorales Pradilla, Héctor Rojas Herazo[Respirando el verano, Premio Esso,Bogotá, 1961] y Manuel Zapata Olive-lla.

La tercera resignación (1947), uncuento donde un niño permanece en suataúd dieciocho años hasta que se en-tera que está descompuesto y sólo fal-ta que los ratones se lo coman a peda-zos, parece ser el antecedente del ta-lante con que fue redactada Cien añosde soledad, una saga familiar y unametáfora de la historia que puede serleída como novela de aventuras o comopoema. Relato mágico de la experien-cia del hombre, desde el Paraíso hastael Apocalipsis, recuenta los azares devivos y muertos a través de presagios,

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Sólo cinco ficciones, sostiene el crítico, merecen figurar en el santoral de la gloria del Nobel que yadura 43 años: Cóndores no entierran todos los días (1972), de Gustavo Álvarez Gardeazabal; Losparientes de Ester (1978), de Luis Fayad; Sin remedio (1983), de Antonio Caballero Holguín; Lavirgen de los sicarios (1994), de Fernando Vallejo, y El crimen del siglo (2006), de Miguel Torres.

Et tout le reste est littératureHAROLD ALVARADO

TENORIO

C

La novela colom

Cien años de soledad

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La tercera resignación (1947),

un cuento donde un niño

permanece en su ataúd

dieciocho años, parece ser el

antecedente del talante con que

fue redactada Cien años de soledad, una saga familiar y una

metáfora de la historia

biana posterior a

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hechicerías, sueños, fantasías, erotis-mo, violencia y pestes, símbolos de esa“ciencia de lo concreto” con la cualdescubrimos que la soledad, a que nosha confinado el siglo de la ciencia y lasguerras atómicas, es el mal por exce-lencia.

El asunto central de la novela es lasoledad. En Macondo, tierra de lo po-sible, no existe la solidaridad y la co-municación entre los hombres. Ma-condo es una Arcadia donde sólo triun-fan la muerte y la violencia. Un pueblohabitado por sabios aislados y vidasanacrónicas. Una historia narrada porel coronel Aureliano Buendía, que en-tre los avatares de las guerras componeen versos rimados sus encuentros conla vida y la muerte

“Los escribía en los ásperos per-gaminos que le regalaba Melquiades,en las paredes del baño, en la piel desus brazos, y en todos aparecía Reme-dios en el aire soporífero de las dos dela tarde, Remedios en la callada respi-ración de las rosas, Remedios en laclepsidra secreta de las polillas, Reme-dios en el vapor del pan al amanecer”

y ya cerca del final, quema, con elbaúl de los poemas

“la historia misma de la familia,escrita por Melquiades, hasta en susdetalles más triviales, con cien años deanticipación. La había redactado ensánscrito, que era su lengua materna, yhabía cifrado los versos pares con laclave privada del empe-rador Augusto, y los im-pares con claves milita-res lacedemonias”,

porque gracias almisterio de la poesía

“no había ordenadolos hechos en el tiempoconvencional de los hom-bres sino que concentróun siglo de episodios coti-dianos, de modo que to-dos coexistieran en un ins-tante”.

La poesía, he ahí la materia de queestá hecha esta obra de arte, cuyo úni-co antecedente entre nosotros es María

de Jorge Isaacs.

� II

Si durante la Colombia del FrenteNacional la literatura vivió exiliada einxiliada, el auge del narcotráfico, elsecuestro, el tráfico de armas y elprestigio del escritor de Aracatacahicieron del libro uno de los apeteci-dos utensilios del lavado de activosde nuestro tiempo. Tanto como paraque muchos de esos gigantescos con-glomerados editoriales de hoy sur-gieran en Colombia, según sugiereFélix Marín en Dineros del narcotrá-fico en la prensa española [Madrid,1991], donde rastrea los orígenes dela aparición del grupo Prisa y la for-tuna de los Polanco, o los miles defolios que reposan en los juzgadossobre las aventuras de José Vicente

Kataraín y su OvejaNegra, que llegó a“exportar” más de10.000 millones depesos anuales en pre-tendidos libros co-lombianos, que fue-ron, en realidad, tone-ladas de papel perió-dico que terminabanen las aguas profun-das de los puertos demar de los EstadosUnidos o Buenos Ai-res, cuando no enlos contenedores de

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Caricatura de Pepón para el diario ElTiempo donde Gabriel García Márquezadvierte sobre los peligros de lacreación de un Ministerio de Cultura aErnesto Samper Pizano, presidenteacusado de haber sido elegido pordineros de la mafia del narcotráfico.

Dineros del narcotráfico en la prensaespañola, de Félix Marín, rastrea enlos orígenes del Grupo Prisa y lafortuna de los Polanco.

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basura de los aeropuertos de Frank-furt o Madrid. Sin contar del trapi-cheo con el dinero público de edito-res y libreros desde los años de as-censo al poder cultural de BelisarioBetancur, que ha llegado a la enig-mática extravagancia de construir,con un siglo de retraso, 1.200 biblio-tecas en los municipios más desola-dos de Colombia, ahítas de produc-tos culturales made in Spain en losaños, precisamente, de la apariciónde la Banda Ancha, los ordenadoresy la Internet

1.

Según los estadígrafos de la cul-tura, con doña Luz MeryGiraldo, de la Facultadde Literatura de la Uni-versidad Javeriana a lacabeza, son más de seis-cientas

2“novelas” las

que han aparecido enColombia luego de Cienaños de soledad. Quizáslos más prolíficos auto-res de ellas estén en estelistado

3, donde concu-

rren auténticos expertosde la comercialización,la intriga y la servidum-bre voluntaria.

“Novelistas colom-bianos” que habrían re-presentado el papel delPobre Lázaro, en el ju-goso banquete editorial,donde a Epulón lo inter-pretaron los cientos detítulos de autores latino-americanos del llamadoBoom, controlado por la Dama deHierro las letras, Carmen Balcells, yel canario Juan Cruz, el Petiso de losMandados de Prisa.

Pero lo cierto es que los verdade-ros promotores de los narradores ypoetas hispanoamericanos, a nivelmundial, fueron dos aristokrátos ca-talanes, miembros de una célula sub-versiva conocida como Grupo deBarcelona: Carlos Barral y Jaime Gil

de Biedma, quienes en 1961 dieron aJorge Luis Borges, en Mallorca, elPremio Formentor, que le hizo cono-cer en doce lenguas europeas. En tor-no a ellos se desarrollaría, a medidaque Barral se arruinaba como editor,el prestigio de nuestros escritoresposteriores al Modernismo.

Mientras tanto, en las oficinasculturales de la dictadura de los her-manos Castro, se promovía, con laayuda de un puñado de mercenarios,la perversa teoría de la incultura co-mo fundamento del arte, y se conde-naba al ostracismo a cientos y cientos

de artistas y pensadores4, con el argu-

mento, decretado en revistas comoVerde Olivo, de que era la hora de di-seminar la prosodia y la sintaxis deMario Benedetti, mediante una litera-tura en la revolución y la revoluciónen la literatura, como lustroso y obse-cuente dejó consignado Óscar Colla-zos. Para quien el acto de crear, deconcebir obras de arte, era una misti-ficación del capitalismo que había

que abolir para siempre. Se tratabaahora de escribir como si se estuvierahaciendo herrajes. Hoy son más deveinte las pruebas que exhibe la bi-bliografía de su fracaso.

Doctrina que se hundiría en el al-bañal del olvido, con el medio millarde “novelas” que confunden la poesíacon la suplantación de la historia y elrealismo sucio, como lo demostróSeymour Menton en La nueva novelahistórica de la América Latina[1993], porque mucha tela hay quecortar entre ese monolito de la líricaque es El siglo de las luces [1965] y

un refrito, de otra obramaestra de la literaturabrasileña, ampliada y de-rruida por los negocioseditoriales, titulada Laguerra del fin del mundo[1981]. Ya Borges habíademostrado en varios desus cuentos de los añoscuarenta, y en especialen Historia universal dela infamia, cómo una co-sa es la literatura y otralos artículos para las en-ciclopedias.

El paradigma de estatendencia distorsiva fue,en Colombia, un esper-pento sicoanalítico titu-lado La ceniza del Li-bertador [1987], deldoctor [honoris causa]Fernando Cruz Kronfly,mecenas de prestigiosasfirmas de la Casa Bal-

cells a través de un premio de Proar-tes, que ha controlado desde su crea-ción. Como muchas de sus otras —[La calle 10 [1960], La otra raya deltigre [1977], La tejedora de coronas[1982], Los pecados de Inés de Hi-nojosa [1986], La risa del cuervo[1992], La marca de España [1997],Rosario Tijeras [1999], El olvido queseremos [2005] o Ursúa [2005]—hermanas de aventura, La ceniza del

El periodista y narrador Óscar Collazos, durante una lectura públicade su primera novela en Catambuco, al sur de Colombia.

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Libertador se niega a representar oinventar la realidad y prefiere retra-tarla, aprehenderla, manipularla conun lenguaje ruin:

“Y sin embargo de todas sus glo-rias pasadas debe enfrentar el des-tierro, la impugnación de la baba, lapavorosa nada de un hastío sin espa-cio y sin tiempo que lo empuja haciaun viaje que no es de huida de loconcreto sino simple hijo del desen-gaño. Su Excelencia ha decididopartir para siempre”. (P. 10). “SuExcelencia va camino de la mar. Só-lo desea la mar, el olvido que el has-tío busca, el brillo del vidrio adentro,la casa en orden y el vómito” (La ce-niza del Libertador, 1987, pág. 11)

Así teóricamente su autor sosten-ga que él sí se aleja de la historia ysucumbe a la poesía. Porque precisa-mente lo que no hay en este batibu-rrillo es poesía, como sí la hay en Elgeneral en su laberinto, cuya aparien-cia limita con la verdad y la historia,para “retratar” la soledad del poder,el amor y el absurdo de la gloria.

Se iba sin escolta, —dice GGM alcomienzo de su obra maestra— sinlos dos perros fieles que a veces loacompañaron hasta en los camposde batalla, sin ninguno de sus caba-llos épicos que ya habían sido vendi-dos al batallón de los húsares paraaumentar los dineros del viaje. Seiba hasta el río cercano por sobre lacolcha de hojas podridas de las ala-medas interminables, protegido delos vientos helados de la sabana conel poncho de vicuña, las botas forra-das por dentro de lana viva, y el go-rro de seda verde que antes usabasólo para dormir. Se sentaba largorato a cavilar frente al puentecito detablas sueltas, bajo la sombra de lossauces desconsolados, absorto en losrumbos del agua que alguna vezcomparó con el destino de los hom-bres, en un símil retórico muy propio

de su maestro de la juventud, don Si-món Rodríguez. Uno de sus escoltaslo seguía sin dejarse ver, hasta queregresaba ensopado de rocío, y conun hilo de aliento que apenas si lealcanzaba para la escalinata delportal, macilento y atolondrado, pe-ro con unos ojos de loco feliz. Se sen-tía tan bien en aquellos paseos deevasión, que los guardianes escondi-dos lo oían entre los árboles cantan-do canciones de soldados como enlos años de sus glorias legendarias ysus derrotas homéricas. Quienes loconocían mejor se preguntaban porla razón de su buen ánimo, si hastala propia Manuela dudaba de quefuera confirmado una vez más parala presidencia de la república por uncongreso constituyente que él mismo

había calificado de admirable. El díade la elección, durante el paseo ma-tinal, vio un lebrel sin dueño reto-zando entre los setos con las codor-nices. Le lanzó un silbido de rufián,y el animal se detuvo en seco, lo bus-có con las orejas erguidas, y lo des-cubrió con la ruana casi a rastras yel gorro de pontífice florentino aban-donado de la mano de Dios entre lasnubes raudas y la llanura inmensa.Lo husmeó a fondo, mientras él leacariciaba la pelambre con la yemade los dedos pero luego se apartó degolpe, lo miró a los ojos con sus ojosde oro, emitió un gruñido de recelo yhuyó espantado. Persiguiéndolo porun sendero desconocido, el generalse encontró sin rumbo en un subur-bio de callecitas embarradas y casasde adobe con tejados rojos, en cuyospatios se alzaba el vapor del orde-ño… [El general en su laberinto,1989]

� III

Y fue con este acento que Gustavo Ál-varez Gardeazábal [Tulua, 1945] tejió,a partir de los recuerdos de su infancia,la interminable cadena de crímenes yatrocidades que constituyen la primerade las notables novelas publicadas des-pués de Cien años de soledad.

Cóndores no entierran todos los dí-as (Barcelona, 1972)

5narra la historia

local de un asesino católico, que me-diante un ascenso de vértigo controlavida y bienes, mientras instaura un pa-vor latifundista en varias leguas a la re-donda, ganando autoridad con la fero-cidad de sus actos.

La novedad de la ficción de GAGvenía en su lenguaje, que parte sin du-da de las frases, a veces irrespirables,de GGM y de una exageración chis-mosa, bien aprendida en casa y vecin-darios del autor. El chisme, con su sos-pechosa conjetura de que será posibleidentificar y saber la “verdadera histo-ria” de unos hechos, hizo que tuvieseun éxito inmediato. Además Álvarez

El novelista Fernando Cruz Kronfly,foto de Darío Henao.

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Gardeazábal se atrevía a escarbar enun mito tabú, usando nombres propios,inventando otros, corriendo el riesgode que descendientes del criminal o loshijos de sus víctimas tomaran a su vezretaliaciones violentas o legales, comoeventualmente sucedió.

Cóndores no entierran todos los dí-as

Mañana, cuando el reloj de SanBartolomé dé las diez y el padre Zúñi-ga, que además de reemplazar al pa-dre Ocampo mandó quitar el parlantede la torre y suprimir el disco rayadode las campanas de San Pedro en Ro-ma reciba en la puerta del atrio el ca-dáver de León María Lozano, Agripi-na, que vendrá detrás, acompañada enel negro por sus hijas, recordará losmomentos finales de su marido cuan-do, enloquecido, extrañamente por elasma, llegó a su casa a buscar el fue-lle de cuero que de instrumento nece-sario había quedado convertido enadorno de sala. Le empezó el ataqueen el Soratama, cuando conversabacon Alfredo Rojas, que ahora era unacomodado comerciante de El Cairo.No le empezó como todos los que ha-bía tenido durante los años que vivióen Tuluá sino que fue algo así como lamaluquera del infarto que el médico lehabía pronosticado si no bajaba lostreinta y dos kilos que le sobraban. Al-fredo Rojas lo ayudó a subir a un taxi,pero como él se negó a que lo acom-pañara, cuando llegó a la casa casi nopuede bajar y si no es porque su Ama-pola llegaba en ese momento y le ayu-dó a entrar, León María seguramenteque habría muerto allí, en el sillón deltaxi, y no en la mitad de la calle dondefinalmente cayó. Lo hicieron sentar enuno de los sillones de la sala y le die-ron agua de toronjil. Después empezóel ahogo y él corrió desesperado a larepisa del fuelle. Amapola le ayudó asoplarse, pero el asma fue creciendo yel silbido llenó la casa. Hizo abrirpuertas y ventanas y hasta prendieron

un ventilador que prestaron en la casavecina desde donde llamaron a un mé-dico, azoradas, pero ni el ataque mer-mó ni el ahogo se disipó. Fue en esemomento cuando León María se le-vantó, desesperado, y teniéndose el pe-cho con las manos haciendo creer co-mo si por allí fuera a reventar, salió ala calle. Agripina corrió tras de él, pe-ro la figura de Simeón Torrente, para-

do en todo el frente de la puerta, la hi-zo frenar en seco. No lo veía desde eldía que fue a llevarle los quesos enve-nenados y creyó que lo que había anteella era un espanto porque ni color te-nía el Simeón después de tantos años.León María quizás no lo distinguióporque cuando iba camino de él, Agri-pina oyó los disparos y vio retrocedertrastabillando a su marido hasta quecayó finalmente en la mitad de la calle,cumpliéndose así lo que el lego de Pal-mira le había dicho el día que don Be-nito lo llevó por primera vez para tra-tar de curarle los ataques de asma.Amapola lo recogió, pero ya ni LeónMaría tenía vida, ni Simeón Torrenteestaba por allí, aumentándole a Agri-pina la creencia de que había sido unespanto y no el hijo del Torrente quemataron Barragán en los primeros dí-as de la violencia, el que había dispa-rado sobre su marido. (Cóndores noentierran todos los días, 1972)

Álvarez Gardeazábal evitó, coneste compás y perorata narrativas,

Primera edición de Cóndores noentierran todos los días, de GustavoÁlvarez Gardeazábal.

El político y hombre de letrasGustavo Álvarez Gardeazábal.

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caer en el marasmo de interpretaro recrear la historia de un criminalque de hijo de un contador de losferrocarriles, pasó, de vendedor delibros y quesos, a convertirse enuna leyenda viva por el terror alque sometía una parroquia de des-plazados, a medida que oraba en lamisa de todos los días, repartiendoel alivio de su maldad entre los ce-los maritales y la entrepierna de suconcubina. Una dualidad de planosnarrativos donde el silencio de unpueblo se expresa en los chismesque van y vienen entre sollozos ylos gritos de las viudas y los huér-fanos. El Verfremdung brechtianoque produce en la novela un aleja-miento de la mimesis, prodigandootra realidad, otro estado, que deno-ta una postura ética ante la crueldadde la existencia y la historia.

� IV

Los parientes de Ester [Madrid, 1978]6

de Luis Fayad [Bogotá, 1945], publica-da diez años después de Cien años desoledad, fue la primera de las novelascolombianas que logró evitar ser un re-tintín de los efectos estilísticos deGGM, rescatando las sintaxis y acen-tuaciones prosódicas de las novelas deJ. A. Osorio Lizarazo, el amigo de JorgeEliecer Gaitán, el amanuense de JuanDomingo Perón y Rafael Leónidas Tru-jillo, víctima, sin duda, del fracaso ycaída del partido liberal tras los go-biernos de Lopez Pumarejo.

Como en aquellas primeras novelasurbanas, Fayad retratará el transcurrirde la existencia en el centro de la capi-tal colombiana a través de las tensio-nes, miserias, ignorancia y desolaciónde sus personajes, eludiendo mezclar-les, como sí hace el modelo, con losconflictos económicos y sociales quevive el país, produciendo otro aleja-miento que resulta pura lírica.

El pequeño cosmos donde circulan

los personajes de Fayad es el mismoque vivieron Aurelio Arturo, GGM, Mi-guel Ángel Osorio, Luis Tejada, ArnoldoPalacios, Manuel Zapata Olivella, Car-los Arturo Truque, Bernardo Arias Tru-jillo, Osorio Lizarazo o Carlos H. Pare-ja, un mundo donde la poesía, tan apre-ciada a comienzos de siglo, no servíamas para llegar a la presidencia peroestaba en todas partes, porque se vivíabajo su sombra y se nutría de sus pa-siones. Unos conventillos donde lamás alta nota la daban los rancios bo-gotanos, que no se parecían sino a símismos, con sus rostros encendidospor los licores de malta y el aire frescode la sabana que recibían sobre la gra-ma de sus haciendas y clubes sociales,vestidos con tenues colores que olían apicadura, o exhalaban un castaño, grisperla, vino tinto o amarillo de morriñasdignas de los bucles dorados y los ter-nos sastres de enormes hombreras demujer que ingresaban a los salones debaile del Hotel Granada o La reina,donde las pasiones y las infidelidadesse cocían en las voces de Agustín Laray Elvira de los Ríos. Todo lo que iba adesaparecer entre la mugre y el ascodel infierno social de los primeros go-biernos del Frente Nacional.

Gregorio Camero, el personajecentral de la novela de Fayad, es un en-simismado que deja que la rutina deempleado público se le vaya llevandodía a día lo poco de vida que le queda.Un hombre acosado por la miseria deeste mundo, y las miserias de los otros,que no existirían si no hacen difícil ycruel el destino de nosotros. GregorioCamero sólo tiene en los sueños un pa-ís de alivio. Allí habita su sueño de sa-lir de la pobreza ya sea mediante la ins-talación de un pequeño negocio, o lle-gando a la edad de la jubilación o dán-dose el gusto de una inútil venganza.

La anécdota de Los parientes deEster está estrictamente ceñida a suprosa. La vida en el centro de la viejacapital colombiana toma cuerpo a me-dida que Fayad desarrolla una prosa di-

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Única foto conocida del famosocriminal y político colombiano LeónMaría Lozano, conocido como ElCóndor, personaje de la novelaCóndores no entierran todos los días,de Gustavo Álvarez Gardeazábal.

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Los parientes de Ester, de Luis Fayad.

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recta, vacunada contra los circunlo-quios y los laberintos de estilo, conce-diendo lo mínimo posible al facilismoo la truculencia, ofreciendo al lectorfrases cargadas de sentido y humor, asíéste sea en no pocas ocasiones amargo.Una prosa bien aprendida en el cine delos años en que Gregorio Camero re-corre las calles, las plazas, los cafés,los bares de mala muerte de una ciu-dad que desaparece entre la deslum-brante corrupción de los gobiernos delFrente Nacional, cuando todo, en Co-lombia, empezó a desaparecer.

En Los parientes de Ester7

quiennarra renuncia a ser un cronista omnis-ciente, y descendiendo del Olimpo,acompaña a sus personajes por la vidamisma, siguiéndoles en sus vicisitudesy desgracias, haciendo de los protago-nistas el lector, con sus miserias, ham-bres, imposibles sueños, odios, caren-cias, humillaciones, maquinaciones,mezquindad, maledicencia y arribis-mo.

� V

Y del centro de Bogotá a Chapinero, amedio camino hacia los barrios de laburguesía, Sin remedio [Madrid,

1983]8, de Antonio Caballero Holguín,

narra los últimos días de la vida de Ig-nacio Escobar Urdaneta de Brigard,un poeta, que como José Fernández,en De sobremesa de Silva, no soportala mediocridad del medio y terminasiendo devorado. Escobar sufre del

mal de los intelectuales del siglo de lasrevoluciones: una suerte de spleen odesánimo, inconexo y fantasmal quele impide relacionarse con el mundode los otros, la cargante realidad deldía a día, padeciendo una discontinuay vana lucidez sicotrópica que aban-dona a todos los que pudieron amar ycomprenderle, porque su narcisismosólo concibe la gloria en el arte, en laconstrucción del poema, estatua de laposteridad.

Escobar es el arquetipo de unos in-dividuos que, atrapados en las doctri-nas del Frente Nacional, empujaron avastos sectores de la inteligencia enbrazos de unas sectas donde sólo en-contraron hembras, machos y desola-ción como compensación al rechazode los ritos de sus familias burguesasy la impotencia que agravaba sus neu-rosis. Como sus compañeros de viaje,es un escéptico que no puede compar-tir unos valores que no siente suyos, nipuede, ni quiere, romper con las com-modities que le deparan ser un ricoprotegido por una clase simbiótica yposesiva que sobrevive “en las fechasprecisas de sus muertes, en los preciosexactos de sus tierras”.

Teórico de la poesía, sus interesesson de carácter sedicioso, si aceptamosque confía en el Tao y las postulacio-nes oraculares del I Ching, pues el artesería consecuencia de los avatares de laexistencia, como sugiere Titus Lucre-tios Carus en su epicúreo De rerum na-tura, al invitar, como Buda, a desaten-der los deseos y las pasiones pues sonpozo de las desdichas individuales ycolectivas para librarnos del miedo a lamuerte, sacando en limpio el destino,huyendo para encontrarnos, pues al es-tar vivos, nuestro mal, es sin remedio,como habría dicho Juan de la Cruz aTeresa de Jesús:

Porque se pierde siempre

porque siemprevendrá la muerte, iremos a la

muerte…

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Sin remedio, de Antonio Caballero.

El novelista Luis Fayad en una foto de J.M. Múnera.

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La literatura es así, para Escobar,divertimiento y formalismo, aun cuan-do en el extenso poema que le da glo-ria discuta si la poesía debe servir paraalgo o alguien distinto a sí misma; sidebe ser gratuita o mercenaria; si debehacer prácticas cívicas o militares o sermero adorno, bisutería de la vida coti-diana. Poblándose de tantos aconteci-mientos como para que el poema aca-be siendo “comprendido” de tantasmaneras como actores e intérpretes tie-ne antes y luego de la muerte del hace-dor.

Cuaderno de hacer cuentas resultauno de los grandes textos de la poesíallamada colombiana. Confeccionadoa partir de la tesis de Arthur Schopen-hauer: “No se conoce sino la propiavoluntad, toda vida es esencialmentesufrimiento”, Escobar lo concibe co-mo un poema de compromiso y creehaberlo concluido como un lamentofilosófico; pero es tan polisémico quequienes le escucharon declamarlo enla Avenida 19 lo interpretaron comouna opinión sobre la situación electo-ral de entonces, mientras el coronel

Aureliano Buendía, por la tele-visión, la noche que anuncia laliquidación del terrorista Esco-bar lo presenta como un docu-mento subversivo, en verso,cuyas claves son consignaspara una insurrección armadacontra el gobierno de MisaelPastrana Borrero.

Las cosas son iguales alas cosas.

Aquello que no puede serdicho, debe ser callado.

Novela política9

sobre laexistencia individual y la po-

esía, su lirismo es resultado de la fingi-da vulgaridad del lenguaje del narradory sus personajes.

� VI

En 1984 se publicó en México, en unaedición privada, luego del recha-zo de varias editoriales colom-bianas, Barba Jacob, el mensaje-ro, de Fernando Vallejo, una delas pocas y mayores biografías depoetas que se haya escrito en es-pañol. Su autor, un desconocidonarrador exiliado en aquel paíscentroamericano, divulgaría des-pués varias novelas autobiográfi-cas ignoradas por la crítica. Con lapublicación, una década más tar-de, de La virgen de los sicarios[Bogotá, 1994]

10, alcanzaría la efí-

mera gloria del mundo editorial dehoy y un nicho entre los textos po-éticos más notables de nuestrotiempo.

Barba Jacob, el mensajero es un

monumento literario no sólo por la ex-haustiva investigación que precedió suredacción, sino por ser un idílico acer-camiento a los hechos y sicología deuna de las más despreciables persona-lidades de una nación donde por casiun siglo fue su lírico más admirado yvituperado, en especial por vastos sec-tores de rebeldes que encontraban enLa canción de la vida profunda, su po-ema esencial, el paradigma de su exis-tencia.

Hay días en que somos tan móvi-les, tan móviles,

como las leves briznas al viento yal azar.

Tal vez bajo otro cielo la Glorianos sonría.

La vida es clara, undívaga y abier-ta como un mar.

Y hay días en que somos tan férti-les, tan fértiles,

como en abril el campo, que tiem-bla de pasión:

bajo el influjo próvido de espiritua-les lluvias,

el alma está brotando florestas deilusión.

14 CUADERNOS PARA EL DIÁLOGO • j u l i o / a g o s t o 2 0 1 0 • Nº 51

Portada de la revistaSemana dedicada alperiodista y novelistaAntonio Caballero Holguín.

La virgen de los sicarios, deFernando Vallejo.

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Y hay días en que somos tan sórdi-dos, tan sórdidos,

como la entraña obscura de oscuropedernal:

la noche nos sorprende, con susprofusas lámparas,

en rútilas monedas tasando el Bieny el Mal.

Y hay días en que somos tan pláci-dos, tan plácidos...

(¡Niñez en el crepúsculo! ¡Lagunasde zafir!)

que un verso, un trino, un monte,un pájaro que cruza,

y hasta las propias penas nos ha-cen sonreír.

Y hay días en que somos tan lúbri-cos, tan lúbricos,

que nos depara en vano su carne lamujer:

tras de ceñir un talle y acariciar unseno,

la redondez de un fruto nos vuelvea estremecer.

Y hay días en que somos tan lúgu-bres, tan lúgubres,

como en las noches lúgubres elllanto del pinar.

El alma gime entonces bajo el do-lor del mundo,

y acaso ni Dios mismo nos puedeconsolar.

Mas hay también ¡Oh Tierra! undía... un día... un día...

en que levamos anclas para jamásvolver...

Un día en que discurren vientosineluctables

¡un día en que ya nadie nos puederetener!

Vicios, bohemia, rebeldía, alcoho-lismo, homosexualidad, soberbia, be-llaquerías e ingenio verbal hicieron deMiguel Ángel Osorio, el incomprendidopor excelencia de la lírica nacional. Pe-ro tras la lectura del libro de Vallejo,sabemos que fue un desgraciado que a

costa de su salud y por causa de su po-breza y fealdad hizo del arte la deidadque salvaría su memoria del mismofango y podredumbre donde amanecíacada día. Pederasta, sifilítico, ma-rihuanero, amanuense de dictadores,impotente, poseedor de un inmensofalo inútil, Barba fue, para los libera-les colombianos de mediados de si-glo, el hombre rebelde y fracasado, elcolombiano a quien humilló la ruinade la Republica Liberal y el modelodel bribón que surgiría, durante elFrente Nacional, guerrillero, parami-litar o parlamentario, es decir, el nar-cotraficante que ha sumido a Colom-bia en su barbarie y desgracia.

No se han equivocado los críticosque sostienen cómo en Barba Jacob,el mensajero también están trazadaslas líneas del destino como artista delpropio Vallejo. El paradigma de suenigmática existencia como hijo deuna clase y una historia despreciableque no desea abandonar y le ha depa-rado la gloria y la oportunidad de ven-gar sus vidas pasadas. Pero sustancial-mente, el taller que labró la voz quehabrá de perpetuarle, ese ritmo narra-

tivo aparentemente caótico y anárqui-co, con un tejido de secuencias dondeel ayer rescatado se torna en presenteperdido, como si fuese una secuenciacinematográfica del neorrealismo,evocando mundos disolutos y relega-dos, vivos hoy merced al artilugio dela poesía, la única que da vida parasiempre.

Si en Barba Jacob, el mensajero,Miguel Ángel Osorio regresa veinteaños después, para recorrer la patria[Bogotá de ladrones, Colombia deasesinos] que odia y anhela, le admiray desprecia en compañía de un apues-to joven que sería su último amante,librando la vida en hoteles y burdelesdel bajo mundo, en La virgen de lossicarios, Fernando [Vallejo], vuelve ala ciudad de su juventud y ante losviolentos cambios de que es testigo,para conjurar sus demonios se entregaa un amor sin esperanza en un extra-vagante recorrido por los santos luga-res, mediante un monólogo incandes-cente que erige, crimen tras crimen, elpoema de la venganza del destino,complaciendo a unos asesinos [ÁngelExterminador, Laguna Azul], que ce-

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El novelista Fernando Vallejo, en su casa de México DF dictando una conferenciaa sus dos perras.

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lebran la vida inmolándose jóvenes,muriendo bellos y con ilusiones.

Ensayo, diario, confesión, plagio,libelo, ficción, La virgen de los sica-rios

11ofrece varias de las lecturas y re-

presentaciones de la horrenda realidadque producen unos alegatos contra lasinstituciones religiosas, políticas, cul-turales y sociales de nuestro tiempo, ala manera como ya lo han hecho Var-gas Vila, Genet, Fernando Gonzalez,Bloy o Céline. Vallejo sabe que el hom-bre es la misma mierda en todas par-tes; Dios, un monstruo cobarde; Cris-to, el creador del desorden del mundo;el Papa el diablo, etc., porque en partealguna hay inocentes y como Golemque es, el hombre mata por orden delaltísimo, su modelo, dejando a quie-nes sobreviven entre ese cortejo que

deambula en las penumbras de las nu-merosas iglesias, [católicas, budistas,védicas, musulmanas], fétidas de toxi-cómanos, contrahechos, menestero-sos, retratando la vida auténtica, ladesdicha misma. Voyeur y flâneur, elpoeta [Porfirio Barba Jacob] encarna-do ahora en [Fernando Vallejo], el úl-timo gramático, ejecuta un ajuste decuentas con la historia de su patria [lalengua] increpando una letanía que esla diatriba definitiva y exorcismo deldestino individual. El viejo académicoy los jóvenes asesinos son la mismapersonæ, la vida da lo mismo, sólo labúsqueda del poder y su alivio, elamor, mueve el mundo. La vida, unviaje a la desolación, un mirar y bus-car inútil, único éxodo hacia la muer-te.

� VII

Cuando Miguel Torres nació [Bogotá,1942] era un mundo de guetos seudoingleses: Parque Nacional, La Magda-lena, La Cabrera, Chic-O y la inmensahacienda Pepe Sierra, de casas sitiadaspor jardines con altos árboles que habí-an sustituido las vetustas mansionescoloniales de Santa Bárbara y La Can-delaria.

Todo ello iba a desaparecer parasiempre. Porque la voz de la cólera lohabía anunciado en el Teatro Munici-pal; las sirvientas respondían cada vezmás alto y los chóferes no respetaban anadie. “Mujer, si puedes tú con Dioshablar…” era ahora “soñadora, coque-ta y ardiente”; el hijo del ex presidentese enriquecía a costa de las desgraciasde una guerra lejana, y la palabra delos viernes retumbaba en Las Cruces,la Calle 10, la Carrera Octava, los ca-fés, los tranvías, la Plaza de Bolívar, laCalle Real y en la Avenida Jiménez losseñores sentían el látigo del odio en lasmiradas y las voces de loteros y lim-piabotas.

El 9 de abril de 1948 aquel mundode bataholas y deleite ardió como Lon-dres en La batalla de Inglaterra. Portodas partes cientos de miles de hom-bres, mujeres y niños descendieronhasta el corazón de Colombia paravengar la muerte de su líder rompien-do los inmensos espejos de los grandeshoteles, las rutilantes arañas de laslámparas, las cortinas de raso y las ca-jas de champán y llevar esos despojoshasta sus pobres casas y barrios perifé-ricos. Con las banderas rojas y los ma-chetes en alto todo cayó a su paso, to-do fue saqueado, todo quedó oliendo ahierro y aguardiente, a piedra quemadamientras cientos de cadáveres se en-friaban de la vida bajo la persistentelluvia de la desdicha.

“Uno podía pasar muchas horasfrente a la ventana en espera de que al-go ocurriera pero nada era distinto a

16 CUADERNOS PARA EL DIÁLOGO • j u l i o / a g o s t o 2 0 1 0 • Nº 51

El novelista Fernando Vallejo, foto de J.M. Múnera.

Vallejo sabe que el hombre es la misma mierda en

todas partes; Dios, un monstruo cobarde; Cristo, el

creador del desorden del mundo; el Papa el diablo,

etc., porque en alguna parte hay inocentes

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la lluvia. Pasados diez, veinte años–escribió García Márquez—el espec-táculo podía seguir siendo el mismo.”

Porque ese viernes, un hombre cap-turado en el lugar de los hechos, élmismo que se introdujo en la drogueríaGranada, sacado luego en rastras por lacarrera séptima hasta hacerlo el cadá-ver abandonado por dos días frente alPalacio de la Carrera, cuyo levanta-miento hizo el juez primero central alas dos y cincuenta de la tarde, dueñode la cédula 2.750.300 de Bogotá yque permanece sepulto en la fosa nú-mero 28 del Cementerio Central, JuanRoa Sierra había aparentemente dadomuerte a Jorge Eliecer Gaitán, un de-magogo que no era sólo un hombre si-no un pueblo.

Según todas las conjeturas, JRS na-ció en el barrio Egipto, a media cuadrade la casita donde nació el caudillo. Lafamilia era gaitanista, incluso él mismohabría participado de su lado en laselecciones de 1946. Admiración que sehabría roto luego que el propio Gaitánle negara alguna ayuda en su propiaoficina de la Carrera Séptima. Roa eraun joven albañil de 26 años, desemple-ado, medio holgazán y reservado, elmenor de 14 hijos de Encarnación yRafael, fallecido por causa de una en-fermedad respiratoria. Para entoncesvivía con su madre en una casita delbarrio Ricaurte, ocho de sus hermanoshabían muerto y otro estaba recluidoen Sibaté, loco, como parece estabaRoa Sierra pues solía consultar a un as-trólogo alemán que le había iniciado enel Rosacrucismo, se creía la encarna-ción del general Santander, el acérri-mo enemigo de El Libertador, y otrasveces, el conquistador español Jiménezde Quesada.

Otras versiones indican que JuanRoa Sierra habría sido sobrino de unoficial del ejército de apellido GalarzaOsa, asesinado por el teniente Cortés, aquien Gaitán habría defendido y libra-do de prisión la misma mañana de su

asesinato. A lo cual agregan que Roaera hijo del padre de Gaitán y que eltribuno cortejaba la novia del asesino.En su biografía, Gabriel García Már-quez dice que Encarnación Roa se ha-bía enterado por radio del magnicidioy estaba tiñendo de negro su mejor tra-je para guardar luto, cuando se enteróde que el asesino era su hijo. Cosa quenunca creyó. La historia y algunas

obras de arte se han ocupado de la víc-tima, pero escasamente del victimario.El crimen del siglo [Bogotá, 2006]

12, la

novela de Miguel Torres, reconstruye,desde la imaginación, la representa-ción de un ser inexistente para la reali-dad de sí mismo y para la Historia.Usando de un artilugio caro a la trage-dia griega, mediante el cual el anunciodel drama delata su desarrollo, Torresadvierte al lector que el destino deRoa-Gaitán es un hecho anunciado yconsumado. Él apenas será el ama-nuense que recorra los hechos y colo-que los mojones para que demos fin aesa partida de ajedrez que nos ofrece.El crimen del siglo no será la muertede Jorge Eliecer Gaitán, sino la trage-dia de Juan Roa Sierra

13, la consuma-

ción de su destino como nadie, como elotro que a nadie importa, Juan Lanas oJuan Pueblo. Porque mientras JEGagoniza, JRS “siente —dice Kevin Ale-xis García— una hidra de mil cabezasgolpeando su cuerpo, un crujir de hue-sos entre sus oídos, un sabor de latónen la boca, unos extremidades que losujetan por las manos, la cabeza y laspiernas, mientras los edificios se do-blan y el mundo comienza a dar vuel-tas a su alrededor, entre rostros furio-sos, miradas feroces y encarnizadas,

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El crimen del siglo, de Miguel Torres.

El dramaturgo y novelista bogotano Miguel Torres, foto de Carlos Duque.

en del sig oElElElEl c iirimen dddelll iisi lglglo, ddde MM Miigiguelll TTTorres.El crimen del siglo g, de Miguel TorresMiguel Torres.

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escuchando el grito de asesino entresus tímpanos reventados, condenadopor acabar con las ilusiones de un pue-blo, acostumbrado a cifrar su reden-ción en mártires caídos”, Colombia, unpaís arrastrado por los Idus de Abrildesde 1948.

� VIII

¿Cómo entender que en casi mediosiglo, desde la publicación de Cienaños de soledad, sólo cinco obraspuedan ser consideradas memora-bles, en una región de la lengua don-de parece que se han puesto en circu-lación y venta más de medio centenarde ellas, incluso, acompañadas deéxito de ventas y convertidas unascuantas en series de televisión o lle-vadas al cine?

En Colombia, el siglo XX habríaterminado con la creación del FrenteNacional, el invento político de Alber-to Lleras Camargo para continuarejerciendo un poder, en nombre de lademocracia, que había venido profe-sando desde el primer gobierno de Al-fonso López Pumarejo, cuando sola-padamente abortó todas las posibili-dades de avance y cambio en un paísque seguía viviendo, al final de la IGuerra Mundial, en la Edad Media.“Tíbet de Suramérica” se le llamaríamás tarde.

Terminada la Guerra de los MilDías el país vivió, hasta la caída delpartido liberal de la mano de AlbertoLleras Camargo, una relativa prospe-ridad que vino a resquebrajarse bajolos gobiernos de Mariano Ospina Pé-rez y Laureano Gómez. Y aun cuandolos gobiernos militares, los caudillosy el populismo no hayan prosperadoaquí como en otras naciones y el anal-fabetismo haya decrecido del 58 a co-mienzos del siglo pasado a un 7 porciento de hoy cuando la página mejorleída del principal diario nacional esla de ortografía, nadie influyó máscon su ideología y poder que ese apa-

rente demócrata, que hizo de Colom-bia una nación corrupta y criminal.

En ambos gobiernos —escribiócon implacable clarividencia GabrielGarcía Márquez siete años después desu muerte— cumplió Alberto Lleras sudestino ineludible de componedor deentuertos, y en ambos [a Mariano Os-pina Pérez y A Guillermo León Valen-cia] con el desenlace incómodo de en-tregar el poder al partido contrario. Enambos fue lúcido, sobrio y distante, yconciliador de buenos modos, pero de

mano dura cuando le pareció eficaz.Lo que no se le pudo pasar siquierapor la mente es que la perversión de sufórmula maestra del Frente Nacionalsería el origen de la despolitizacióndel país, la dispersión de los partidos,la disolución moral, la corrupción es-tatal, en medio de la rebatiña de un bo-tín compartido por una clase políticadesaforada. Es decir: el cataclismo éti-co que en este año de espantos de 1997está desbaratando a la nación.

Fue, en la apariencia, un humildeperiodista que llegó por azares del des-tino a controlar la historia de su paíspor más de medio siglo, pero en lo máshondo de su verdad histórica, el ideó-logo y ejecutor de la peor catástrofe vi-vida por nación suramericana algunadesde el aciago día que Simón Bolívarabandonó Santa Fe en las manos deFrancisco de Paula Santander, el dig-no paradigma de Lleras Camargo. Por-que, como a Plutarco Elías Calle y Lá-zaro Cárdenas, importaba más la gloriaque el futuro de sus repúblicas. Y paraello era necesario dar vida eterna a lospartidos que les habían llevado al po-der.

Caí en cuenta, escribió Lucas Ca-ballero Calderón, que la mayor preo-cupación de ALLC fue que no se caye-ra el Partido Liberal y en la defensaobstinada de esa tesis oportunista e in-moral está la clave de todos sus cla-roscuros y claudicaciones. Lo que im-porta no es que la sal se corrompa si-no que el rebaño se acostumbre a ella.Por eso calló en la segunda adminis-tración de López Pumarejo, por esofue alcahueta de los negocios familia-res del segundo, cuando la indignaciónnacional amenazaba dar en tierra conel Mandato Claro de López Michelsen.Pero hubo una excepción. En 1946,cuando para evitar que un liberal de sugeneración llegara al poder antes queél, privó su vanidad y se olvidó delpartido.

Fue entonces, cuando poniendo enpráctica algunas de sus creencias con-tra la literatura y en especial contra lapoesía, cuando los ministros de educa-ción abolieron la lírica y la historia pa-tria de sus exigencias curriculares

14. El

gran intérprete sería su ministro JaimePosada Díaz, promotor del Plan Atcon,actual presidente de la Real AcademiaColombiana de la Lengua, rodeado deliteratos de la talla de Piedad Bonnet,Carlos José Reyes, Darío Jaramillo Agu-

18 CUADERNOS PARA EL DIÁLOGO • j u l i o / a g o s t o 2 0 1 0 • Nº 51

El presidente Alberto Lleras Camargo,creador del Frente Nacional quegobernó Colombia durante más de uncuarto del siglo XX.

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delo, Rogelio Echavarría, Ignacio Cha-ves, Maruja Viera, etc. Durante el pri-mer gobierno del Frente Nacional co-menzaron a desaparecer los textos deenseñanza de la literatura y la lenguadonde la médula era el texto mismo.Como Rafael Uribe Uribe [véase Libe-ralismo y poesía, en Zona, Bogotá,Abril 9, 1986], Lleras Camargo y suministro creían que la poesía era unade las causales de la violencia y la au-sencia de progreso.

Porque en Colombia sí había suce-dido una rebelión juvenil, pero no de lamano de las nuevas fuerzas sociales,los partidos proscritos o los campesi-nos desplazados y sus cientos de milesde muertos. El establecimiento, paramayo de 1968, hacía ya una décadapromovía, mientras bombardeaba loscampos, incrementaba la burocracia,

aceitaba la corrupción de jueces y go-bernantes, ignoraba la tortura y el ase-sinato de los activistas del guerrerismocastrista y maoísta, una secta llamadaEl Nadaísmo, que no sólo había su-plantado el protagonismo de los radi-cales del MRL y Mito, sino que era lamás viva expresión y anuncio de lo que

estaba naciendo: el basilisco del narco-tráfico.

“Solidarios con Fidel Castro en elcaso Padilla —ha escrito JG CoboBorda— los nadaístas vieron cómo supropósito de oxigenar el ámbito cultu-ral contrastaba con el papel cierta-mente anacrónico que el poeta conti-nuaba desempeñando en medio de unpaís que se expandía en forma desor-denada, y crecía desquiciando de pasotodas sus estructuras a una velocidadmucho mayor que aquella con la cualel ingenio del grupo, en tantos casosconvertido en simple bufonería, inten-taba encarnarla. Camilo Torres moríaen la guerrilla, que actualizaba susmétodos de lucha secuestrando elcuerpo diplomático o bombardeandoel palacio presidencial. Ningún nada-ísta, bajo los efectos de las drogas queconvirtieron en parte de su arsenalsubversivo, pudo haber previsto seme-jante delirio. La moral se relajó, libe-ralizándose; cuatro o cinco grandescompañías financieras concentraron elcapital disponible y la marihuana dejóde ser un fruto prohibido para conver-tirse en la mayor fuente de divisas.Después de su caída la cocaína conti-núa manteniendo una economía subte-rránea paralela a la oficial y en mu-chos casos más rica...”

En 1968, cuando todo cambiaba enel mundo y en Colombia el gobiernode Carlos Lleras Restrepo consumabala destrucción de la vieja universidadliberal y la educación laica, como dosastros solitarios en el firmamento de lalengua aparecieron Cien años de sole-dad y Los poemas de la ofensa, la másbella demostración de que ninguno delos enemigos del hombre, en estas tie-rras, había podido vencer el arte de laliteratura y su máxima expresión: lapoesía.

Un regreso por las tradiciones de lalengua, tratando de salvar del naufra-gio el arte viejo de escribir bien, son

19Nº 51 • j u l i o / a g o s t o 2 0 1 0 • CUADERNOS PARA EL DIÁLOGO

El poeta, novelista y gerente cultural del Banco de la República Darío JaramilloAgudelo, uno de los más celebrados escritores colombianos de los últimos tiempos.

En Colombia sí había

sucedido una rebelión

juvenil, pero no de la

mano de las nuevas

fuerzas sociales o los

campesinos desplazados

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sin duda las obras que he comentado,con tonos que parecieran borrar el ci-nismo y las ironías de la banda nadaís-ta. Libros entramados con unos len-guajes nada enfáticos, surgidos de laslecturas de los maestros de la propialengua, o de las aficiones a tonos y vo-ces de otros ámbitos lingüísticos fre-cuentados ya sin las rémoras de la tra-ducción literal, buscando siempre loque ocultan las evidencias del sentido,rompiendo así con los facilismos de las

ideologías y consignas de la moda, sindejar de documentar un mundo que re-trató con su deslumbrante inteligenciaJorge Gaitán Durán en La revolucióninvisible de 1959:

«No podría esperarse otra cosa deun ambiente en donde para hacer ca-rrera hay necesidad de cumplir inexo-rablemente ciertos requisitos de servi-lismo, adulación e hipocresía y dondeingenuamente las gentes confunden es-tos trámites, esta ascensión exacta yprevisible, con la política. Sin duda elfenómeno del arribismo se produce entodas partes y no sólo en el ajetreoelectoral, sino también en la vida eco-

nómica y en la vida cultural, pero aquíha tomado en los últimos tiempos ca-racterísticas exacerbadas y mórbidas,cuyo estudio sería interesante y ten-dría quizás que empezar por la in-fluencia que la aguda crisis de estruc-tura del país y consiguientemente delos partidos políticos ejerce sobre eltrato social, sobre la comunicación enla existencia cotidiana. Resulta signifi-cativa la frase que un político de lasnuevas generaciones usa a menudo:

Voy a cometer mi acto diario de abyec-ción, fórmula que exhibe la decisión enotros casos furtivamente de obtener atodo trance un puesto de ministro, deparlamentario, de orientador de laopinión pública, en fin, de ser alguien,de parecer. Su humor es una coartada;intenta cubrir el desarrollo ético con elconfort ambiguo y efímero del lengua-je. Se trata de un sorelismo ciego y sa-tisfecho, cuyos objetivos dependen dealgún destino ajeno e imperial. Eloportunismo de Julián Sorel es lúcido,torturado, solitario y más eficaz a lalarga. En nuestra América el héroe em-peñoso de Rojo y Negro hubiera llega-do a ser presidente de la república». �

1Según las estadísticas de la industria edito-

rial, en 1975 se publicaron 1.304 títulos, en1980, 4.176 y en 1985, 7.670, de los cuales,unos 1.200 eran de literatura. Según lasLecturas Dominicales de El Tiempo del 21 deabril de 1991, de cien niños colombianos, 16no recibían educación alguna. En el númerosiguiente un afamado crítico literario de latelevisión hoy olvidado, Ciro Roldán Jaramillo,sostenía que sólo el 0,6% del ingreso familiarse invertía en libros y revistas, agregando quede las supuestas 1.300 bibliotecas públicasde entonces, apenas un 20% de ellas merecí-an el nombre. Un año más tarde, el 8 demarzo de 1992, en la misma revista, MaríaMercedes Carranza dijo que de las 207bibliotecas que tenía Bogotá, el 70% de ellastenía menos de 5.000 libros. En 2000, la Cámara Colombiana del Libropublica “El mundo editorial colombiano encifras”, con cifras a 1999 como Consumo delibros en Colombia: $614.271 millones.Empleos generados por el sector del libro:17.579. Títulos editados de primeras edicio-nes y reediciones en Colombia: 8.927.Exportaciones conjuntas del sector U$91,8millones. Importaciones: U$56,7 millones,Pagos por derechos de autor: $14.109 millo-nes.Con relación a la producción registrada en labase de datos del ISBN de la Cámara delLibro, durante el año 2000 la producción edi-torial creció en 21,99% respecto del añoanterior; el número total de nuevos títulos fuede 6.978, de los cuales el 92,70% correspon-de a primeras ediciones, el 4,5% a segundasediciones y el 2,8% restante a edicionessuperiores a la tercera. La producción deejemplares aumentó en 4,4%.Según la revista Cambio de abril 12 de 2004,los ases de la industria editorial colombianaeran a la fecha la Editorial Norma, con 13 ofi-cinas en América Latina y los Estados Unidos;Legis con operaciones en seis países;Voluntad con cincuenta años en el mercadode libros de texto; Planeta, con su filial SeixBarral, pionera en la difusión de novelistascomo Mario Mendoza, Jorge Franco y SantiagoGamboa y Santillana, con su filial Alfaguaracon autores como Fernando Vallejo, WilliamOspina y Héctor Abad Faciolince, cuyo libro

20 CUADERNOS PARA EL DIÁLOGO • j u l i o / a g o s t o 2 0 1 0 • Nº 51

Incendio de un tranvía el 9 de abril de 1948 en la capital colombiana después delasesinato de Jorge Eliecer Gaitán.

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sobre su familia y el asesinato de su padre seregalaba, por parte de la industria de la cons-trucción colombiana, por cada nuevo aparta-mento y casa que se vendía de contado.

2Algunas de ellas son:

¡Que viva la música! (1977) de AndrésCaicedo.Aire de tango (1973) de Manuel Mejía Vallejo Comandante Paraíso (2002) de Gustavo Álva-rez Gardeazábal. Dabeiba (1972) de Gustavo ÁlvarezGardeazábal. Débora Kruel (1990) de Ramón Illán Bacca.Dos veces Alicia (1972) de Albalucía Ángel. El bazar de los idiotas (1974) de GustavoÁlvarez Gardeazábal.El divino (1986) de Gustavo ÁlvarezGardeazábal.El viaje triunfal (2001) de Eduardo GarciaAguilar.Érase una vez el amor pero tuve que matarlo(2003) de Efraín Medina Reyes.Estaba la pájara pinta sentada en el verdelimón (1975) de Albalucía Ángel. Fugas (1990) de Óscar Collazos.Ganzúa (1987) de Luis Fernando Macías. Hijos de la nieve (2000) de José LibardoPorras. Historia del rey de Honka-Monka (1995) deTomás González.Juego de damas (1977) de R. H. MorenoDurán. La ciudad de todos los adioses (2001) deCésar Alzate. La isla de la pasión (1989) de LauraRestrepo. La tara del papa (1971) de Gustavo ÁlvarezGardeazábal. La tejedora de coronas (1982) de GermánEspinosa. La ternura que tengo para vos (1996) deDarío Ruiz Gómez.Las muertes ajenas (1979) de Manuel MejíaVallejo. Los almuerzos (2001) de Evelio Rosero Diago.Los pañamanes (1979) de Fanny Buitrago. Maracas en la Ópera (1996) de Ramón IllánBacca.Perder es cuestión de método (1997) deSantiago Gamboa.

Quítate de la vía Perico (2001) de UmbertoValderde.Rosario Tijeras (1999) de Jorge Franco.Sangre ajena (2000) de Arturo Alape. Satanás (2002) de Mario Mendoza. Una lección de abismo (1991) de RicardoCano Gaviria.

3[Álvaro Miranda, Álvaro Mutis, Andrés Hoyos,

Arturo Alape, Darío Jaramillo, Darío Ruiz,Eduardo García, Enrique Serrano, FannyBuitrago, Fernando Cruz, Fernando Soto,

Germán Castro Caicedo, Germán Espinosa,Héctor Abad Faciolince, Hugo Chaparro, JorgeFranco, José Evelio Rosero, Juan CarlosBotero, Juan Diego Mejía, Mario Mendoza,Laura Restrepo, Octavio Escobar, ÓscarCollazos, Piedad Bonet, R.H. Moreno Durán,Roberto Burgos, Santiago Gamboa o WilliamOspina].

4[Ángel Cuadra, Antonio Benítez Rojo, Antonio

José Ponte, Armando Álvarez Bravo, ArmandoValladares, Belkis Cuza Malé, Carlos AlbertoMontaner, Carlos Franqui, César Leante, DaínaChaviano, Eliseo Alberto, Enrique LabradorRuiz, Eugenio Florit, Gastón Baquero,Guillermo Cabrera Infante, Heberto Padilla,Isel Rivero, Jesús Díaz, Jorge Mañach, José

Lezama Lima, José Prats Sariol, Lino NovasCalvo, Lydia Cabrera, Nivaria Tejera, RafaelBordao, Raúl Rivero, Reynaldo Arenas, SeveroSarduy, Virgilio Piñera o Zoé Valdés]

5Véase: Hans Paschen: Narrative technik in

romanwerk von Gustavo Álvarez Gardeazábal,Frankfurt am Main, 1991. Jonathan Tittler: Elverbo y el mando: vida y milagros de GustavoÁlvarez Gardeazábal, Tuluá, 2004. Lynn BethStein: Gustavo Álvarez Gardeazabal's prosefiction: a study theme and technique, AnnArbor, 1979. Pablo González Rodas: Colombia:Novela y Violencia, Manizales, 2003. RaymondLeslie Williams: Aproximaciones a GustavoÁlvarez Gardeazábal, Bogotá, 1977. RobertoVélez Correa: Gardeazábal, Bogotá, 1986.

6Véase Diana Lloreda: Luis Fayad: de la deses-

peranza a la novela urbana, El siglo, Bogotá,14 de mayo de 1984. Guillermo AlbertoArévalo: Luis Fayad: narrador de lo contempo-ráneo, en La novela colombiana ante la críti-ca. 1975-1990, Cali 1994. Jacques Gilard:Hacia Los parientes de Ester, SemanarioCultural, El Pueblo, Cali, 6 de mayo de 1979.Julio Hernán Contreras y Yuri Ferrer: MarvelMoreno y Luis Fayad en la literatura colombia-na contemporánea. Universidad Nacional deColombia. 1994. Luisa Fernanda Trujillo: Lapresencia de la ausencia en Los parientes deEster, Magazín Dominical de El Espectador,Bogotá, 13 de mayo de 1984. Policarpo Varón:Bogotá en la novela de Luis Fayad, NuevaFrontera. Bogotá, 1984. Ricardo Cano Gaviria,La novela colombiana después de GarcíaMárquez en Manual de literatura colombiana.Vol. 2. Bogotá, 1988.

7LOS PARIENTES DE ESTER

Después de la muerte de su esposa, GregorioCamero continuó viviendo en la misma casacon sus tres hijos, a quienes atendía Doris,una criada que había crecido como una her-mana para Ester, desde cuando fue recogidade la calle e incorporada a la familia, en con-dición de desamparada primero y luego demuchacha del servicio, con un trato especialque con el tiempo la convirtió en la compañe-ra de Ester por encima de la hermana, de lasamigas y de las primas, sin separarse de ella

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Portada de la revista Cambio deColombia dedicada a los nuevosnovelistas de esa república.

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ni aun después de su matrimonio, cambiandode vida en ese momento tanto como Ester,participando del nuevo hogar con su mismaautoridad, así como Ester colaboraba en losquehaceres de la casa con el mismo empeñode Doris, atenta a las obligaciones domésticascomo si fueran suyas, permitiendo más tardeque sus hijos tuvieran el mismo afecto por sucompañera como por ella. Por eso cuandoEster murió Gregorio Camero sintió su ausen-cia por todos los costados, pero no la falta deorden en el hogar. No comprendió entonces lainsistencia de los parientes para que los hijosy él se separaran y fueran a vivir a casas aje-nas. Fue la tía Mercedes la que hizo lapropuesta. Al día siguiente del funeral deEster, en la visita de condolencia que sehabía prolongado desde la noche delvelorio, le dijo a Gregorio Camero que notenía de qué preocuparse ya queHortensia podía trasladarse para su casa,Emilia para donde Enriqueta y León paradonde Rosario. Lo dijo de manera que sesupiera que ya todo estaba arreglado, aun-que Gregorio Camero no conociera almenos el origen de la idea. En todo caso, ya pesar de que por ahora no hubiera nece-sidad de llevarla a cabo, el hombre le agra-deció a la tía Mercedes y a través de ellos alos demás parientes, si es que ellos estabanenterados del asunto. La tía Mercedes son-rió, sin despegar los labios para no desento-nar con el carácter de las circunstancias.—No te preocupes —le dijo—, todo resultarábien.Se encontraban en la sala, junto a lasmujeres que hablaban en voz baja y a loshombres que fumaban sin descanso. Elhumo subía a través de la nube que ya sehabía arremolinado a la altura de las cabe-zas y que las velaba en su vaivén gris. Losmuchachos estaban en un canapé, entretres tías que parecían custodiarlos.Gregorio Camero salió y se dirigió a la coci-na. A su paso los murmullos de los que seencontraban en el patio se apaciguaron yvolvieron a elevarse cuando él desapareció.En la cocina Doris preparaba café. GregorioCamero se sentó en un butaco y la contem-pló vaciar varias cucharadas en el agua queempezaba a hervir y esperó a que le pusie-

ra un poco de azúcar. Luego le pidió unataza. Doris continuó mezclando la bebida.—Ya ha tomado mucho —dijo—, se va a enfer-mar —ella no había soportado con más valorla muerte de Ester pero parecía menos agota-da a pesar de que durante tres días no habíadejado de pasar café a las visitas. Sirvió unpocillo y se lo entregó al hombre.—Se va a enfermar —repitió. Él dio unos sor-bos, pensativo. Pensaba en que quizá nofuera tanta la tragedia si los demás no contri-buyeran a agrandarla, y pensaba también enque quizá no existiera tal tragedia. Por prime-

ra vez había pensado en la muerte, o almenos tenía conciencia de que existía verda-deramente. Alcanzó a pensar en que la vidaes una estafa. (Los parientes de Ester, 1978)

8Véase Álvaro Pineda Botero: Sin remedio,

Revista de Estudios Colombianos, nº 5, 1988.César Valencia Solanilla. Sin remedio: Entrela aventura mítica del héroe y la modernidad

literaria, en Manual de Literatura Colombiana,Bogotá, 1988. Darío Ruiz Gómez: AntonioCaballero y la nueva educación sentimental,Magazín Dominical de El Espectador, Bogotá,febrero 10 de 1985. Jaime Mejía Duque. “Sinremedio”, la novela de Antonio Caballero,Consigna, Bogotá, Agosto 15, 1989. MaríaMercedes Carranza: Los elegidos de los añossetenta, Nueva Frontera, Bogotá, 14 de enerode 1985. Juan Antonio Masoliver Rodenas:“Un paseo dantesco por el infierno deBogotá”, La Vanguardia. Barcelona 17 de octu-bre de 1985. Nicolás Suescun: La novela deAntonio Caballero, Lecturas Dominicales de ElTiempo, Bogotá, 23 de septiembre de 1984.

9SIN REMEDIO

—¡Alto ahí! ¡Dése preso! —le gritó un militarllevándose la mano a la cadera. A esa distan-cia ya lo reconocía, incluso bajo el casco deacero: el coronel Buendía. Pero no lo miró:había visto el sitio exacto en la gargantapapuja del hijueputa de chaleco en dondeiba a clavar los dedos y apretar hasta lamuerte. Lo vio palidecer, abotonarse maqui-nalmente el chaleco, vacilar, dar media vuel-ta y echar a correr cuando ya estaba casiencima. Escobar hizo un regate para esqui-var a un soldado que le cerraba el paso,persiguió al de chaleco a grandes saltos,comiéndole el terreno. Oyó de nuevo elvozarrón del coronel Buendía. —¡Alto ahí o disparo! Siguió corriendo, oyó una detonación seca,como una tos, como si hubieran vuelto a

echar voladores en la plaza, y luego otras dosmás, como dos toses. Cayó rodando en el cas-cajo, alzando polvo en la caída, sorprendido,sin entender por qué se había caído. Tenía lacara enterrada en el cascajo y distinguía conclaridad los detalles de cada piedrecita,hecha de aristas relucientes y puntos negros yblancos. Una hormiga avanzaba por el terrenoabrupto arrastrando una hojita verde. Veía conprecisión las nervaduras de la hojita. Un lentoreguero brillante alcanzó a la hormiga, lamióel borde de su carga, estremeciéndola. La hor-miga corrió hasta lo seco, se detuvo. Se res-tregó enérgicamente las patas unas con otras,limpiándolas perfectamente. La hoja habíaquedado casi por completo atrapada en el

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El millonario Andrés Hoyos,propietario de la revista ElMalpensante, en compañía delpolítico Alejandro Gaviria, uno de loscandidatos a la vicepresidencia delpaís en las pasadas elecciones.

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pequeño charco reluciente que empezaba acuajar, vertical como una pequeña vela, verdebrillante, más clara y más opaca por el ladoáspero del revés. La hormiga se acercó concautela, buscando terreno firme en dondehacer palanca con las patas, tiró nuevamentede la hoja, conmoviéndola, desprendiéndola alfin del súbito pantano, escalando las piedras,descendiendo, arrastrando y empujando lahojita verde que palpitaba a ras de tierracomo una cosa viva, avanzando, alejándose. Un soldado se acuclilló a su lado, le ladeó lacabeza. —A este lo enfriamos, mi coronel. Se amonto-naba gente. El de chaleco pateó el cuerpotendido, que recibió el golpe sin moverse. Elcoronel lo empujó con rudeza: - ¡Usté le, ústele. . .! Respete, caballero, res-pete. [Sin remedio, 1983]

10Fabio Martínez: Fernando Vallejo: El ángel

del apocalipsis, Boletín cultural y bibliográficoBogotá, nº. 14, 1988. Javier H. Murillo: Unhuapití para Fernando Vallejo, Número, nº 16,Bogotá, Diciembre 1997. William Ospina: Lavirgen de los sicarios, Número, nº 26, Bogotá,2000. Rubén Velez: Con sicario, por favor, ElMalpensante, nº 29, Bogotá, 2002.

11La virgen de los sicarios

"Aquí te regalo esta belleza que ya lleva comodiez muertos —me dijo José Antonio cuandome presentó a Alexis—”. Alexis rió y yo tam-bién y por supuesto no le creí, o mejor dichosí... Le quité la camisa, se quitó los zapatos, lequité los pantalones, se quitó las medias y latrusa y quedó desnudo con tres escapularios.Que son los que llevan los sicarios: uno en elcuello, otro en el antebrazo, otro en el tobilloy son: para que les den el negocio, para queno les falle la puntería y para que les paguen.(La virgen de los sicarios, Bogotá, 1994, pág.11). El murmullo de las oraciones subía al cielocomo un zumbar de colmena. La luz de afuerase filtraba por los vitrales para ofrecernos, enimágenes multicolores, el espectáculo perver-so de la pasión: Cristo azotado, Cristo caído,Cristo crucificado. Entre la multitud anodinade viejos y viejas busqué a los muchachos, los

sicarios, y en efecto, pululaban. (pág. 16).Mira Alexis, tú tienes una ventaja sobre mí yes que eres joven y yo ya me voy a morir,pero desgraciadamente para ti nunca vivirásla felicidad que yo he vivido. La felicidad nopuede existir en este mundo tuyo de televi-sores y casetes y punkeros y rockeros y parti-dos de fútbol. Cuando la humanidad se sien-ta en sus culos ante un televisor a ver veinti-dós adultos infantiles dándole patadas a unbalón no hay esperanzas. Dan grima, danganas de darle a la humanidad una patadaen el culo y despeñarla por el rodadero de laeternidad, y que desocupen la tierra y novuelvan más (pág. 15).

Le pregunté si le gustaban las mujeres. "No",contestó con un "no" tan rotundo, tan inespe-rado que me dejó perplejo. Y era un "no" parasiempre: para el presente, para el pasado ypara el futuro y para toda la eternidad deDios: ni se había acostado con ninguna ni sepensaba acostar. Alexis era imprevisible y meestaba resultando más extremoso que yo.Conque eso era pues lo que había detrás deesos ojos verdes, una pureza incontaminadade mujeres. Y la verdad más absoluta, sin ate-nuantes ni importarle un carajo lo que pienseusted que es lo que sostengo yo. De eso era

de lo que me había enamorado. De su verdad(pág. 21).No habla español, habla en argot o jerga. Enla jerga de las comunas o argot comunero queestá formado en esencia de un viejo fondo deidioma local de Antioquia, que fue el quehablé yo cuando vivo (Cristo el arameo), másuna que otra supervivencia del malevo anti-guo barrio de Guayaquil, ya demolido, quehablaron sus cuchilleros, ya muertos; y en fin,de una serie de vocablos y giros nuevos, feos,para designar ciertos conceptos viejos; matar,morir, el muerto, el revólver, la policía… Unejemplo: “¿Entonces qué, parce, vientos omaletas?” ¿Qué dijo? Dijo: “Hola hijo de

puta”. Es un saludo de rufianes. (pág. 31)Le pedí que anotara, en una servilleta depapel, lo que esperaba de esta vida. Con suletra alrevesada y mi bolígrafo escribió: Quequería unos tenis marca Reebok, y unos jeansPaco Rabanne. Camisas Ocean Pacific y ropainterior Calvin Klein. Una moto Honda, un jeepMazda, un equipo de sonido láser y una neve-ra para la mamá: uno de esos refrigeradoresenormes marca Whirlpool que soltaban cho-rros de cubitos de hielo abriéndoles simple-mente una llave (pág. 107) Sacó el Ángel exterminador su espada de

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Guerrilleros de las FARC: Iván Ríos, Felipe Rincón, Simón Trinidad, Olga Marín, RaúlReyes, Joaquín Gómez y Fabián Ramirez, junto a los políticos del Partido Conservadory empresarios colombianos Fabio Valencia Cossio, actual ministro de Gobierno, CarlosMartínez Simahan, Víctor G Ricardo, comisionado de paz del gobierno de AndrésPastrana, Luis Carlos Villegas, Juan Gabriel Uribe, Ciro Ramírez y Guillermo LeónEscobar en el aeropuerto Fiumicino de Roma en los tiempos de la última intentona porlograr la paz entre los narcoterroristas y el estado colombiano.

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fuego, su 'tote', su 'fierro', su juguete, y de unrelámpago para cada uno en la frente los ful-minó. ¿a los tres? No bobito, a los cuatro, algamincito también… (pág. 64).Después se desbarrancó por el derrumbaderoeterno, sin fondo. Jirones de frases y coloressiguieron, rasgados, barridos en el instantefugitivo (...) mi niño se desplomó: dejó elhorror de la vida para entrar en el horror de lamuerte. Fue solo un tiro certero, en el cora-zón. Creemos que existimos, pero no, somosun espejismo de la nada, un sueño de bazuco(pág. 92). ¿Se les hace impropio un viejo matando a unmuchacho? Claro que sí, por supuesto. Todoen la vejez es impropio: matar, reírse, el sexoy sobre todo seguir viviendo. (pág. 103).

12Véase Carolina Sanin: Dos sobre Roa Sierra,

El Espectador, Bogotá, 13 de agosto de 2009.Daniel Ferreira: El crimen del siglo, Unahoguera para que arda Goya, El País, Madrid,febrero 26, 2009.http://lacomunidad.elpais.com/una-hoguera-para-que-arda-goya/2009/2/26/el-crimen-del-siglo-colombia; Darío Henao: El crimendel siglo, Poligramas, Cali, nº 28, Diciembre2007.

13EL CRIMEN DEL SIGLO

A la Clínica Central, a la Clínica Central cla-man las voces, el taxi arranca en contravíahacia el sur a gran velocidad echando pitomientras el cerco se cierra alrededor de RoaSierra, un hombre lo tiene de la solapa, otrolo remece del saco, alguien grita Pascual, nodeje que maten a ese tipo, Pascual delVecchio, el amigo de Gaitán corre hacia RoaSierra y lo agarra por la corbata, ¿Por quéasesinó al doctor Gaitán?, le grita en la cara,Roa Sierra no oye, ni ve, ni entiende, Señor,por favor, entrégueme a la justicia, suplica, sinsaber que precisamente un policía lo tieneapercollado por la espalda, asesino, asesino,le escupen en la cara los hombres que lorodean, Del Vecchio y los dos policías arras-tran a Roa Sierra por entre el tumulto con laidea de ponerlo a salvo dentro de algún esta-blecimiento, A la sombrerería, dice DelVecchio, pero cuando logran arrimarse a laacera los empleados de la sombrerería San

Francisco están bajando la reja, vuelven sobresus pasos, seguidos, rodeados, acosados poruna multitud enardecida, vociferante, queintenta arrebatar a Roa Sierra de la custodiade los agentes para descargar su impotencia,su dolor, su odio contra él, A lincharlo, A lin-charlo, claman las voces pateándolo, golpeán-dolo en la cara o donde caigan los golpes quemanos sedientas de venganza lanzan sobre lahumanidad del presunto asesino, un embola-dor levanta su caja de entre el racimo demanos y la descarga en la cabeza, el sombre-ro, que milagrosamente conserva puesto, leamortigua a medias el golpe, en medio de laconfusión, de los gritos, de las amenazas, RoaSierra reconoce al embolador recién llegado ala cuadra, el de la quijada de ganzúa, DelVecchio y los policías logran arrancarlo de lamultitud y avanzan llevándolo a empelloneshasta alcanzar la acera y empujarlo dentro delprimer establecimiento abierto que encuen-tran a mano, la Droguería Granada, cuyosempleados se apresuran a cerrar las rejas,una de cada lado, con tanto afán que uno delos policías se queda por fuera, Roa Sierra,aterrorizado, sangrando por la nariz y por laboca, trata de brincarse el mostrador con laintención de buscar refugio en el interior dela farmacia, pero Elías Quesada Anchicoque,uno de los empleados, se lo impide, ¿Ustedpor qué asesinó a Gaitán? Silencio. ¿Quién lomandó? Ay, señor, gime Roa Sierra, yo esascosas no las puedo decir, Por qué lo hizo,diga, insiste Quesada Anchicoque, tiene lablusa blanca de trabajo manchada de sangre,Señor, tenga piedad en mí, no deje que mematen, suplica Roa Sierra con la cara y lasmanos untadas de sangre, saca los cinco tirosque guarda en el bolsillo y los arroja al pisoque ha ido dejando regado de sangre a supaso, y al ver a la montonera energúmenaremeciendo las rejas hace un nuevo intentopor escabullirse hacia el interior del negocio,pero un empleado que está detrás del mostra-dor lo rechaza con violencia haciéndolo caerde espaldas al piso, Virgencita del Carmenayúdame, exclama el detenido sollozandocomo un niño, afuera la gritería es feroz, lamultitud golpea las rejas con sillas, con garro-tes, con cajas de embolar intentando echarlasabajo, Déjenlo salir, Asesino, Entréguenlo,

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El novelista Antonio Ungar, nieto deuno de los más prestigiosos libreroscolombianos del siglo XX.

El novelista Azriel Bibliowicz, directordel Programa de Escrituras Creativasde la Universidad Nacional deColombia.

Belisario Betancur Cuartas, poeta ypresidente de Colombia en la portadade la revista Don Juan.

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Córtenle las manos, Si no lo dejan salir losmatamos a todos, sobresale por encima de losotros el grito de un tipo alto, robusto, pecoso,que debe tener sus buenas razones para pro-ferir semejante amenaza, afuera, confundidoentre la gente de todos los pelajes que arre-mete contra las rejas, está el hombre elegantedel periódico y el paraguas, también hay cincoo seis uniformados que debido a la confusióny al desorden no se sabe si están tratando decontener a los agresores o de reforzar sus vio-lentas intenciones, las voces y los gritos sonun solo rugido aterrador, las rejas comienzana ceder amenazando desplomarse de unmomento a otro con la turbamulta encima,mientras tanto, en un rincón de la droguería,el policía le practica una requisa a Roa Sierra,Del Vecchio, a su lado, lo interroga tratandode sacarle nombres y datos, pero el acusado,que a estas alturas ha perdido el sombrero,permanece mudo, mirando con ojos de locurahacia las rejas que la muchedumbre está apunto de echar abajo, los empleados, aterrori-zados, temiendo por sus vidas y conscientesdel peligro que corre el negocio, abren, amedias, una de las rejas, y por ese boqueteentra una avalancha de gente con los puñosen alto, gritando, tropezando unos con otros,entre ellos un pelirrojo bajito, cuajado, concara de perro, que al ver a Roa Sierra mirán-dolo con ojos de cordero degollado y avanzarhacia él extendiendo los brazos levanta unapequeña carretilla de hierro que está recosta-da contra la pared y se la descarga con todassus fuerzas en la cabeza, Roa Sierra siente uncrujir de huesos por dentro de los oídos, unsabor de cobre en la boca, se derrumba, sien-te que lo atenazan por los brazos, por lasmanos, por las piernas, que lo empujan, quelo sacan a rastras a la acera, al frente los edi-ficios se retuercen y el mundo comienza a darvueltas a su alrededor, ve los rostros crispa-dos, acezantes, mostrando los dientes encimade su cara, como mastines rabiosos, los ros-tros girando, alejándose, acercándose, vislum-bra, a través de una llovizna de cenizas, lasmiradas feroces, los gestos adustos, los ros-tros patibularios de Tom, del hombre de lacicatriz, del Mandamás, del ayudante, salpica-do de sangre, su sangre, del chofer delOldsmobile, incluso, quizás por ese destello

de lucidez que nos encima la proximidad dela muerte, confundido entre esos rostros lograreconocer el de ese extranjero que las ruinasde su memoria asocian con el Pote, pero cuyonombre ya no da para recordar, todos ellos legritan Asesino, Asesino, Asesino, pero él ya nooye nada, el silbido estridente de la sangre lerevienta los tímpanos, más allá, a la entradadel Agustín Nieto, hombres y mujeres lloranmojando sus pañuelos en la sangre del mártir,pero Roa Sierra no puede verlos, su cuerporueda como un guiñapo de feria sobre laacera, y cuando cae en la calzada de la sépti-ma su cara es una masa tumefacta, sanguino-

lenta, irreconocible, y es en esos instantescuando siente el sosiego de una mano amiga-ble, una mano enorme, helada, huesuda, quelo agarra la muñeca, y lo último que ve, antesde que en sus ojos se haga de noche parasiempre, es a la horrible vieja desdentada denegro e inclinada a su lado, mirándolo con suscuencas vacías a los ojos, y esa mano comien-za a arrastrarlo por el pavimento, esa ymuchas más lo arrastran de las manosmachacadas, del pelo ensangrentado, de lospies descalzos, despellejados a jirones, de lacorbata, uno, que ya no tiene por dóndeecharle mano, se quita su corbata y se la

enlaza en el cuello y se suma al arrastre, ytodos lo arrastran como se arrastra una ressacrificada, todavía palpitante, sin dejar degolpearlo, en la cara, en las piernas, en elestómago, con palos, con piedras, con zapa-tos, sin dejar de punzar su carne adormecidacon chuzos, con navajas, con varillas, echán-dole su vaho de muerte encima, sus gritos dedolor, sus sollozos, sus lágrimas, su cuerpo esarrastrado y su ropa va quedando en el cami-no desgarrada en hilachas, pero él ya no estáen ese cuerpo reventado, se ve arrastrar casidesnudo, se ve masacrar, se ve maldecir y enla Plaza de Bolívar ya son miles los rostros ira-cundos, pero son otros rostros los que desfi-lan por su mente, el de su madre y el deMagdalena, el de María y el de Vicente, el deRafael, el de Umland, el del flaco, hasta queesos rostros se van desvaneciendo, se vanesfumando, se van diluyendo en una brumaespesa y silenciosa que acaba por tragárselotodo.

14Sandra Rodríguez [El 9 de abril en las políti-

cas de la memoria oficial: el texto como dis-positivo del olvido, Bogotá, 2008] analiza lamanera como el Ministerio de EducaciónNacional asumió e implantó, después de1948, unas políticas que condujeran al olvido,vigilando la planificación y el desarrollo de laenseñanza, mediante el incremento de la his-toria patria en primaria y secundaria; hacien-do de las escuelas lugares permanentes decelebración y veneración de los símbolospatrios, del escudo, el himno nacional, la ban-dera, las imágenes de Santander y Bolívar,etc. Sandra Rodríguez identifica, en los textosescolares publicados entre 1949 y 1967 treselementos básicos en la evocación del 9 deabril que contribuyeron a borrar de la memo-ria colectiva al gaitanismo y una eventualresurrección de su figura e ideología: la afir-mación de que fue un atentado de “izquierdis-tas” y “apóstoles de Moscú” contra el ordeninstitucional del país; segundo, el pueblosaqueador, dedicado al asesinato y a la trai-ción, que se subleva contra el patrimonio cul-tural, la Iglesia y el comercio; y finalmente, laidea de que Mariano Ospina Pérez fue elhéroe del 9 de abril por salvar la instituciona-lidad.

25Nº 51 • j u l i o / a g o s t o 2 0 1 0 • CUADERNOS PARA EL DIÁLOGO

El novelista Evelio Rosero Diago.

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