la nÉmesis de nicaragua - 123userdocs.s3...
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Copyright J. Pérez, 2011
Publicaciones y Distribuciones ORBIS
PO Box 720216
Miami, FL 33172
Diseño de portada: Fiona Hellen Pérez
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Este libro está dedicado a mi hija mayor: Karla Ivonne. Ella nació lejos de la patria
y creció en el ocaso de nuestro sistema político para eventualmente conocer y
analizar el nuevo sistema cuyo fracaso y malos recuerdos, aún perduran en su
memoria y constituyen la base de este esfuerzo por ilustrar a las generaciones de
su tiempo.
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Me decían que eran necesarios unos muertos
para llegar a un mundo donde no se mataría
Albert Camus
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ÍNDICE
INTRODUCCIÓN
1 EL JUSTADOR Y SUS HEREDEROS
2 UN SIGLO ENTERO DE VIOLENCIA
3 DINASTÍA DE MEDIO SIGLO
4 UNA DÉCADA ROJINEGRA
5 TRES LUSTROS DE VERDE Y ROJO
6 DEL ROSADO CHICHA A LO MISMO
7 EPÍLOGO
BIBLIOGRAFÍA
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INTRODUCCIÓN
“La tiranía totalitaria no se edifica sobre las virtudes de los totalitarios sino sobre las faltas
de los demócratas.” Esta frase del desaparecido y consagrado escritor francés Albert
Camus puede servir para ilustrar la realidad política actual de Nicaragua. Para los
nicaragüenses, entusiastas por cambios y ávidos de progreso material, hay como
un permanente “mea culpa” por todo lo que fue y por lo que lamentablemente no
ha podido ser. Llevamos en las venas la incómoda frustración de permanecer
prolongadamente como el país más empobrecido de América Latina, apenas
superado por Haití. La administración política ha sido usada y abusada casi sin
piedad por los diferentes y múltiples administradores a través de sus cuestionados
períodos de gobierno. Un pueblo trabajador, ingenioso y aventurero, ha
comenzado a sobrevivir peligrosamente de las remesas que los familiares envían
cotidianamente desde Estados Unidos y Costa Rica. Las interrogantes se acumulan
día a día, mes a mes, año tras año y la respuesta parece ser siempre la misma,
parece contestarse con otra interrogante: ¿A quién le echamos la culpa?
En ese sentido, Camus tenía razón, la culpabilidad está en ambas partes, entre
gobernantes y gobernados. Los que imponen y los que aceptan. Los que gritan y
los que callan. Los que ultrajan y los que bajan la cabeza. Los que sobornan y los
que pierden la dignidad. Puede ser que la sabia paciencia guíe a muchos, la
inculcada educación refrene a otros y la tradicional resignación gobierne a la gran
mayoría. El popular refrán “no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista” no
funciona en la política nicaragüense. Los cambios que se dan por los votos, por las
balas o por el fraude, se convierten por lo general en continuidad de lo que se
pretendía eliminar. Como decía Pablo Antonio Cuadra, “a menudo el libertador que
combate contra el dictador acaba instalando una nueva dictadura.”
En los estratos humildes de la población abusada se habla de un castigo heredado,
la némesis de los dioses, la imposibilidad de levantar cabeza, la desgracia de haber
tenido y estar hoy pidiendo limosna, la mala suerte de no ser como los ticos, los
catrachos, los guanacos o los chapines; de sufrir las humillaciones, los terremotos,
los despales, las sequías, la extinción de los ríos, las inundaciones y la corrupción
de los gobiernos. Después de todo, la clave siempre está en una simple palabra:
PODER. Ese poder en manos de unos cuantos que lo han ejercido para bien o mal
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y han perdido en múltiples ocasiones, el verdadero propósito del servicio público.
Y ahí mismo se complementa con la otra palabra clave: ABUSO. Ese abuso de
poder que es el denominador común de todo mandato, pasado y presente; sólo la
intensidad de su aplicación nos ha dado la sensación de haber tenido alguno que
otro buen gobierno; pero por lo general, han sido y seguirán siendo receptáculos
de las culpas y orígenes de nuestras tragedias.
Para muchos, este análisis puede ser una pérdida de tiempo porque lo pasado ya
no tiene remedio y es la tragedia actual la que nos quita el sueño. Pero “el camino
se hace al andar” como dice la canción y ese abuso de poder que viene de ayer, está
de paso, lo sufrirán nuestros hijos y nietos, mañana y después de mañana. Un
reconocido dirigente sandinista acaba de pregonar en tono patriarcal: “No podemos
perder el poder. Habrá sandinismo hoy, mañana y siempre.” Si eso es producto de la
decrepitud, la arrogancia o la ignorancia, es debatible. Lo que no es debatible es
seguir aceptando como hecho consumado, que la nación entera sea propiedad de
un individuo, un grupo fanático o un simple partido político.
Somos animales políticos y aspiramos llegar al poder, según se dice, para cambiar
las cosas por el bien común, para trabajar por los que nada tienen. Prometemos
ejercerlo y entregarlo y el resultado casi siempre es acorde con las verdaderas
intenciones, con lo que nunca se dijo: perpetuarse y abusar. La trágica ironía de
luchar contra la dictadura para instaurar una nueva, y la tradicional demagogia
de aliviar las penurias y llenar los bolsillos. Proletarios convertidos en pordioseros
y “revolucionarios” en nuevos burgueses.
El rastro, el ímpetu de ese abuso de poder viene de lejos y sigue siendo la némesis
del destino que nos sacude la fibra del ser humano. En nuestro caso particular, la
prolongada e interminable desgracia del nicaragüense común que se despierta
cada día preguntando si el próximo cambio por fin será mejor o si le respetarán su
voto para así descartar las balas en la búsqueda de ese mundo soñado.
He tenido la oportunidad de vivir y crecer en esta convulsionada época y también
de haber sido parte de un gobierno que abusó del poder. He tratado de exponer
las realidades e interioridades de la extinta Guardia Nacional de Nicaragua en su
apropiada dimensión a través de varias publicaciones anteriores con afán de
autocrítica, advertencia y análisis para la actual institución armada con énfasis
preventivo y al final, he observado de lejos, el giro tradicional y siempre peligroso
de las recientes administraciones que continúan insistiendo en más de lo mismo.
De eso se trata este volumen, un intento de recopilar y recontar los hechos y
acontecimientos autoritarios, los abusos sistemáticos de poder que han sido y
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continúan siendo el pan nuestro de cada día. A pesar del progreso mundial, los
descubrimientos científicos, los avances tecnológicos y las globales redes de
intercomunicación masiva, el ego se atrincheró en Nicaragua para exaltar los
beneficios propios de cada gobernante y relegar los de sus gobernados.
Este libro no es para los entendidos en historia de Nicaragua, mucho menos para
los académicos y profesionales del ramo. Tampoco es para los políticos y
funcionarios públicos que omiten las permanentes e implícitas lecciones del
pasado, que, de interesarles, podrían despertar sus conciencias mantenidas a
propósito en conveniente letargo. Este libro es más bien para los hijos que han
nacido en el exilio, para las generaciones jóvenes que han buscado futuro
económico y profesional lejos de la patria con afán de realizarse y apoyar
materialmente a los familiares que dejan atrás. También es para los que por obvias
razones no emigran a Cuba, Venezuela, Ecuador o Bolivia, sino que invaden la
vecina Costa Rica o el lejano Tío Sam. Para los que ya no tienen tiempo para la
lectura de extensos temas históricos por la azorada vida que exigen las nuevas
responsabilidades. Para los que han aprendido a “textear” en vez de las familiares
misivas, para los que prefieren el sumario en vez de los voluminosos tomos. Para
los que escucharon de sus padres las versiones de sus tiempos y quieren escuchar
otras para balancear el criterio, y, por último, para los que han vivido y leído la
historia nuestra y quieren, en resumen, repasar la cronología de los desmanes, la
razón de nuestra némesis y la tradicional respuesta que parece resonar siempre en
el eco de la historia nuestra a base de “plata, palo y plomo.”
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EL JUSTADOR Y SUS HEREDEROS
EL ALFA DE LAS TRAGEDIAS
Los vestigios del abuso de poder en Nicaragua se remontan al tristemente célebre
y cruel gobernador de la nueva Provincia de Nicaragua, Pedro Arias que había
nacido en Ávila en 1440. Por haberse distinguido en los torneos y justas que a
menudo se efectuaban según costumbres de la época, se le llegó a conocer como el
Gran Justador. Gobernador de la Provincia del Darién desde 1514, fue nombrado
Gobernador de la Provincia de Nicaragua en 1527. Durante su gobierno en El
Darién, había mandado a decapitar al Adelantado del Mar del Sur, Vasco Núñez
de Balboa por el simple hecho de haber declinado casarse con su hija María. A su
primera llegada a Nicaragua, ordenó una nueva ejecución, esta vez contra
Francisco Hernández de Córdoba, el fundador de las primeras ciudades
nicaragüenses. Dos hidalgos honrados hoy en día en Panamá y Nicaragua con los
nombres de sus monedas respectivas, decapitados en plazas públicas por el
verdugo designado para satisfacer los instintos autoritarios del Justador. Las
crueldades de Pedro Arias son incontables según cronistas de la época. Hay relatos
sobre miles de esclavos exportados por él de las Provincias del Darién y Nicaragua,
herrados como ganado hacia El Perú. Frustrado por la escasez de oro en los
territorios explorados, quiso compensar sus ansias de riqueza con la venta
desmedida y cruel de los indios panameños y nicaragüenses. Radicado en León,
pudo ejercer su mando con autoridad única y abuso desmedido a pesar de su
avanzada edad.
Muchas de las acciones autoritarias de Pedro Arias resultan difíciles de
comprender todavía en estos tiempos, acciones crueles e inhumanas como la
registrada aquel día martes 16 de junio de 1528 cuando mandó a capturar a 18
indios de los alrededores que habían demostrado rebeldía, no para ser decapitados
esta vez sino para ser echados a los perros que el Justador ya había amaestrado
para devorar a seres humanos.
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Esas 18 víctimas fueron llevadas a la plaza central de León, rodeada ya de curiosos
para presenciar tan macabro acontecimiento. Desgarrados inicialmente por los
cachorros y luego despedazados por los sabuesos más viejos, el macabro
espectáculo no parecía terminar y con frialdad única, Pedrarias todavía ordenó
que los restos de las víctimas permanecieran insepultos en la misma plaza para
escarmiento de los demás indios hasta que el hedor insoportable obligó retirar los
huesos y vísceras descompuestos tras el embiste de buitres y quejas de los vecinos.
Esta simple acción de Pedro Arias sirve para ilustrar lo tenebroso de su mandato.
Tenía 90 años cuando lo sorprendió la muerte en 1531. Cuatro años había durado
su terrible gobierno, pero su recuerdo perduró por mucho tiempo en la memoria
de testigos de las atrocidades registradas y el testimonio escrito de los cronistas
españoles de la época. Autoridad y abuso de poder sin límites que bien ilustran y
alertan de los peligros y consecuencias latentes cuando se desvía el verdadero
propósito de todo gobierno y el ego ofusca la temporalidad irreversible de todo
ser humano.
LA SOMBRA DE PEDRARIAS
El sucesor temporal de Pedrarias fue Francisco Castañeda, éste quiso emularlo en
todos los aspectos de gobierno con todo tipo injusticias, actos desmedidos de
rapiña y personales ambiciones, hasta que temeroso de sus brutales acciones, se
fue voluntariamente de la Provincia tras depositar el gobierno en el Obispo de
turno en 1535. La sombra de Pedrarias siguió vigente y nuevamente cobró vida a
través de su yerno Rodrigo de Contreras que gobernó de 1535 a 1543. Pedrarias
había casado a su hija Doña María de Peñaloza, la misma que había despreciado
Núñez de Balboa y causa de su decapitación, con Rodrigo de Contreras y de este
matrimonio nacieron los hijos mayores Hernando y Pedro. El abuso de poder no
declinó con Rodrigo, despojó sistemáticamente a los vecinos de sus rentas y
encomiendas en beneficio propio y de sus hijos.
Esta vez, sin embargo, las quejas llegaron hasta la Audiencia de Guatemala y las
Leyes Nuevas que se habían promulgado para proteger a los encomenderos y a
los indios en general en el año 1542, le fueron aplicadas a Rodrigo Contreras al ser
despojado definitivamente del mando. No contento con esta decisión viajó a
España para buscar la anulación ante el Consejo de Indias, pero sin resultados
positivos. Esto dio origen a que sus hijos Hernando y Pedro comenzaran a
conspirar contra el Obispo Fray Antonio de Valdivieso hasta que, en compañía de
Juan Bermejo, reconocido maleante en esa época, terminaron perpetrando el
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despiadado asesinato del Obispo. Después de ésta y otras atrocidades, los
hermanos Contreras huyeran hacia Panamá y allí encontraron la muerte. Con ellos
se extinguió la sombra permanente de Pedro Arias de Ávila y la forma única e
incivilizada de ejercer la autoridad. Pero nada se borró por completo porque en
múltiples ocasiones aparecieron reflejos del Justador y sus herederos y siempre
aparecieron nuevos Juanes Bermejos asesorando e instando a las mentes débiles
para que el poder se ejerciera a la antigua usanza, olvidando que toda causa tiene
un efecto y que el castigo tarda, pero con seguridad llega.
DESPUÉS DE DIOS, SU MAJESTAD
Tres cientos años duró el período colonial en Nicaragua, la Provincia entera
siempre fue gobernada por españoles peninsulares y pocos fueron los ejemplares.
Doce monarcas españoles proclamaron su majestad imperial en Nicaragua, desde
Carlos I en 1516 hasta Fernando VII en 1821 al llegar la Independencia. Setenta y
ocho Capitanes y Gobernadores habían ejercido el mando en la Provincia cuando
se comenzó a definir la Independencia de las Provincias Unidas de Centroamérica.
El Capitán Gil González Dávila había llegado en 1522 para explorar lo que sería la
Provincia de Nicaragua y Miguel González Saravia fue el último Gobernador con
lazos directos a la monarquía en 1821.
Los relatos históricos de los cronistas españoles de la época, están saturados de los
permanentes abusos cometidos. El mismo Fray Bartolomé de las Casas que ayudó
a redactar Las leyes Nuevas en defensa de los ultrajados y despojados, siguió
constatando descomunales abusos. La hazaña entera del descubrimiento,
conquista y colonización, fue paulatinamente opacada por el continuo despojo,
saqueo, ultraje y criminalidad de una raza que se creía superior para disponer de
vidas y haciendas.
El 80% de la población indígena de la Provincia sucumbió a la esclavitud, al mal
trato, a los trabajos forzados y a las enfermedades contagiosas que trajeron los
españoles. Así comienza nuestra gran tragedia en el período cuando las
autoridades y gobernantes tenían que ser de la Madre Patria y los bienes y vidas
le pertenecían por entero a su Majestad el Rey. El escritor uruguayo Eduardo
Galeano ha relatado mejor que nadie esta tragedia de todo el Continente
Americano en su obra Las Venas Abiertas de América Latina y es por eso que
Hugo Chávez le obsequió un volumen de esta obra a Barack Obama durante la
pasada Cumbre de Presidentes del Hemisferio y quizá por obvias razones, omitió
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otro para el Rey Juan Carlos cuando tuvo la oportunidad de reunirse con él, tiempo
después en España
Nicaragua fue herida por los desmanes de poder desde un comienzo como
Provincia, luego como Estado y por último como República. Ya sabemos de los
orígenes, del recorrido y dada la magnitud y prolongación de semejante tragedia,
es preciso preguntar cuándo y quién dará marcha atrás a esta tradición nefasta que
priva a un pueblo entero de sus aspiraciones y necesidades básicas. La herencia de
Pedrarias y sus sucesores fue imborrable a través de 300 años de dominio colonial,
la monarquía española jamás pudo efectivamente controlar el abuso y
autoritarismo desmedido de los Capitanes Generales y Gobernadores que
ejercieron el mando en la Provincia de 1525 a 1821. Las encomiables gestiones de
religiosos como Fray Bartolomé de las Casas, fueron intentos desesperados por
aliviar el sufrimiento y rescatar la dignidad del ser humano. El oro y resto los
metales preciosos estaban por encima de los permanentes reclamos encaminados
a detener los interminables abusos y ultrajes de por sí indescriptibles a lo largo y
ancho del continente descubierto. En la Provincia de Nicaragua, la nefasta herencia
española se atrincheró tempranamente; las subsiguientes experiencias de la vida
independiente, sólo han corroborado la herencia inicial y la inevitable némesis que
nos mantiene permanentemente caminando sin sentido al borde del abismo.
Es evidente entonces que el origen de nuestras tragedias como nación viene de
Pedrarias Dávila. Uno de los cronistas españoles más relevantes de ese período,
fue Gonzalo Fernández de Oviedo, y en muchas ocasiones fue también adversario
y ferviente crítico de Pedrarias. Oviedo había llegado a Nicaragua en 1527 y
presenció el aperreamiento de los 18 indios de Olocotón ordenado por Pedrarias
y anotó los pormenores de semejante acto barbárico.
El consagrado historiador Eduardo Pérez Valle, describiendo la relación entre
Oviedo y Pedrarias, escribió lo siguiente: “Durante el año y medio que Oviedo
permaneció en Nicaragua se desempeñó ampliamente como comerciante, político,
escribano, contador, consejero; y sobre todo como insoslayable inquisidor acerca de la flora,
la fauna y la naturaleza toda del país, así como de las gentes que lo habitaban, indios y
españoles, cristianos y gentiles; observó con ojo omnipresente y agudo, y escuchó con oído
siempre atento, hechos y dichos. De ahí la gran calidad de su testimonio. Por su fidelidad
para con su deudo López de Salcedo sufrió en la fortaleza de León la prisión decretada por
Estete. Pero quizá su ejecutoria más notable sea su actuación, altanera y desafiante, vis a
vis del poder omnímodo y artero de Pedrarias, escudado sin dudas en su condición de
persona de mucha confianza y criado de Su Majestad, que el mismo Arias Dávila
reconocía.”
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Oficializada por Pedrarias como la cuna de su gobierno, la ciudad de León fue
también el asiento de la barbarie de donde la mano del Gobernador se extendía al
resto de la Provincia con autoridad desmedida y desprecio único a la condición
humana de sus habitantes. Cuando la naturaleza reclamó justicia en 1610 con la
erupción del volcán Momotombo, todo quedo en cenizas como para forzar un
nuevo comienzo y una permanente retrospección de los olvidados y legítimos
propósitos del Poder y la Autoridad. La némesis había comenzado muy temprano
con Pedrarias y sus sucesores y como veremos en el curso de este libro, las
desgracias y tragedias del pueblo nicaragüense parecen perpetuarse a través del
abuso de poder de los gobernantes y la inmadurez política de los gobernados.
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2
UN SIGLO ENTERO DE VIOLENCIA
AVENTURA DEMÓCRATA A EMPELLONES
Después de tres siglos de Autoridad Real, criollos y mestizos decidieron en 1821
cortar el cordón umbilical con la Monarquía y aventurarse en un vacío lleno de
problemas y aún, como dice Pablo Antonio Cuadra, “sin resolver el gran problema
no resuelto: el problema de la autoridad.” La autoridad que el Rey había delegado, y
que sus Capitanes Generales y Gobernadores habían ejercido a juicio propio,
decapitando, esclavizando, usurpando y diezmando desproporcionadamente a la
población de la Provincia entera.
Ahora todo debía ser diferente. Sin haber tenido que derramar sangre para ser
libres como ocurriera en las Colonias inglesas del Norte y los Virreinatos españoles
del Sur con sus prolongadas guerras de independencia, los nuevos gobiernos
provincianos tuvieron la oportunidad de olvidar el pasado y encauzar su futuro.
Libres de las imposiciones de la Corona, las encomiendas y el saqueo de los
recursos, el horizonte aún lejano, lucía al menos despejado. Pero muy pronto se
comprobó que la democracia es un proceso que requiere cordura, auténtico
diálogo y visión impersonal.
La Independencia fue para separarse del Imperio español y unir a las Provincias,
y al poco rato se optó por la desunión. La Independencia fue para humanizar la
autoridad imperial conocida y hacerla provinciana, sencilla y soportable sin
embargo se volvió implacable. La Independencia fue para olvidar a Pedrarias y a
los hermanos Contreras, a Juan Bermejo y las conspiraciones, no obstante,
conocimos a nuevos déspotas y a modernos tiranos.
A menudo, el Poder se confunde con la Autoridad y esa dualidad mal
interpretada, se transforma en abuso de poder. Los siguientes cien años después
de 1821, ya como Estado y luego como República, todavía llevan el sello
imborrable del autoritarismo colonial y el debate interno de cada gobernante por
actualizarlo según el parámetro del momento, y en muchos casos, justificar su
prolongación. Los que creyeron que “el gobierno es del pueblo, por el pueblo y para el
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pueblo,” según Lincoln, han sido vistos como excéntricos, como tontos, dado que,
para la mayoría de esos gobernantes, el gobierno era para mandar en beneficio
propio, para sojuzgar, porque según ellos, el pueblo sólo necesita guía, pan y circo
y todo eso requiere de tiempo… bastante tiempo.
En el proceso, aprendimos apresuradamente a mandar y no tan apuradamente a
obedecer; y esa desarmonía socavó la unidad de mando y apareció el dualismo
localista y con ello un nuevo mal, el origen más que de los partidos políticos
rivales, de las guerras y revoluciones cotidianas que “tiñeron con sangre de hermanos
el glorioso pendón bicolor.” Quizá fue más conveniente para los gobernantes,
desempolvar lo viejo conocido y aplicarlo extemporáneamente para asegurar a
toda costa la cuota de poder… imponer en vez de ejercer; viejos términos para
asegurar nuevas pretensiones.
JEFES DE ESTADO
Los Gobernadores de la Provincia, tenían que supeditarse al Rey de España; los
Jefes de Estado, Directores Supremos y Presidentes, no tenían más compromiso
que con su pueblo y para muchos de ellos, el compromiso fue consigo mismo, con
sus protegidos y allegados. Las herramientas para imponer la autoridad ya eran
diferentes; sin lanzas ni arcabuces, ahora eran fusiles para la guerra y para el
orden. Ya no era necesario decapitar, ahora se podía fusilar. Las guerras que no se
hicieron contra España, fueron entre nosotros mismos y las revoluciones
bipartidistas eran sólo para imponer el verde o el rojo, aprovechar el triunfo y
esperar la próxima lucha que siempre venía con un nuevo pretexto. ¡Histórica es mi
muerte en dos versiones! dice Pablo Antonio Cuadra para enfatizar la tragedia de la
intolerancia bipartidista.
Para los vecinos del Guanacaste fue más prudente cambiar de nacionalidad que
esperar por un futuro incierto y desordenado, carente de diálogo y saturado de
pasiones políticas desenfrenadas. Por su parte, la Guerra Nacional fue la resultante
de la más descabellada de esas pasiones. Ahí se comenzó a ver y comprobar la
oculta intención que guía a buena parte de nuestros políticos: el partido por
encima de la patria, la ambición personal antepuesta a los intereses nacionales y el
pabellón nacional por debajo de los estandartes de partidos.
La violencia fue la tónica adoptada que marcó el proceder de los gobiernos en el
centenario posterior a la Independencia y cuando la desintegración federal se
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consumó poco tiempo después en 1838, comenzamos a sentir las agonías de
nuestras propias faltas. La misma Independencia no fue vista con simpatía por
muchos, para quienes Su Majestad, era todo después de Dios; luego la decisión de
anexarse a México, fue el detonante para nuevas y profundas diferencias y el
temprano origen de las corrientes bipartidistas atrincheradas en León y Granada.
A partir de entonces, Nicaragua fue un caudaloso cauce arrastrando todo tipo de
violencia, guerras, expulsiones, asesinatos políticos, conspiraciones, golpes de
estado y dictaduras hasta acumular un impresionante record de gobiernos
ilegítimos, autoritarios y despóticos.
Miguel González Saravia, último Gobernador Intendente fue el primero en ser
expulsado de Nicaragua en 1822. Un año después le tocó el turno al Obispo Fray
Nicolás García Jerez, defensor abierto de la Monarquía. En 1824 comenzaron las
guerras civiles después de que Cleto Ordóñez perpetrara el primer cuartelazo en
Granada para después autodenominarse Comandante General de Armas, por
encima del Jefe Político de la ciudad, Juan Argüello. Apenas en 1825 ya el país
estaba en ruinas, con Juntas de Gobierno en Granada y León, y también en
Managua como alternativa a la rivalidad inicial. La única opción para el resto de
la población era dirigir sus simpatías hacia uno u otro bando. Para apaciguar los
ánimos y terminar con la guerra entre Las Juntas, llegó de Guatemala el General
Manuel José Arce.
Poco tiempo después se realizaron las primeras elecciones para Jefe y Vicejefe de
Estado. Manuel Antonio De la Cerda fue proclamado Jefe y Juan Argüello,
Vicejefe. Otro conflicto se había originado al momento porque la rivalidad entre
ellos comenzó de inmediato, hasta que De la Cerda entregó el mando a Argüello,
acto que provocó una cruenta guerra entre sus respectivos simpatizantes. La
guerra entre De la Cerda y Argüello volvió a desangrar al país. Finalmente, en
1828, De la Cerda fue fusilado por sus rivales y se convirtió de hecho en el primer
Jefe de Estado mártir para la historia de Nicaragua.
Al asesinato de De la Cerda siguió la masacre de La Pelona en 1829. La Pelona es
una pequeña isla en el Gran Lago donde fueron asesinados todo un grupo de
prisioneros políticos al momento de ser trasladados por barco hacia San Carlos.
Ese tipo de acciones criminales auspició actos de venganza porque la violencia
imperaba en el gobierno de Argüello. Un nuevo pacificador fue necesario y
nuevamente de Guatemala llegó esta vez Don Dionisio Herrera que terminó luego,
ejerciendo las funciones de Jefe de Estado.
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Dionisio Herrera depositó la jefatura en José Núñez y nuevamente sus adversarios
iniciaron una nueva lucha. Esta vez, la naturaleza estaba de su parte porque con
la erupción del volcán Cosigüina en 1835, se desviaron temporalmente las
pasiones políticas y la lucha por el poder. A José Núñez le sucedió José Zepeda y
de inmediato comenzó otra vez la violencia. Un año después en 1837, se convirtió
en el segundo jefe de Estado mártir al ser asesinado por sus rivales. A
continuación, plagados de actos barbáricos y carentes de cultura política, los
diputados nicaragüenses reunidos en asamblea en la ciudad de León, apuñalaron
la incipiente Federación al declarar en abril de 1838, que Nicaragua se separaba de
la República Federal. Entonces comenzaron las invasiones interestatales y todos
los esfuerzos por restaurar la Federación terminaron quizá con su último paladín,
Francisco Morazán, cuando éste fue fusilado en Costa Rica en el año 1842.
DIRECTORES SUPREMOS
El período de los Jefes de Estado terminó en caos, producto de las rivalidades
políticas desmedidas, las exaltaciones localistas de León y Granada y la falta de
madurez política y cordura civilista de esos gobernantes y pueblo en general. La
Asamblea Constituyente que decretó la separación de la República Federal,
también borró el denominativo de Jefe de Estado por el de Director Supremo.
Rimbombante nombre que no cambió absolutamente nada. Con períodos de
mando reducidos a dos años, estos gobernantes efímeros: Pablo Buitrago, Manuel
Pérez, José León Sandoval, José Guerrero, Norberto Ramírez y Laureano Pineda,
gobernaron de 1841 a 1853. Para sentirse al menos protegidos por alguna
autoridad, cedieron la suya y la entregaron en bandeja de plata a los militares. Fue
el período de nuestra historia en que El Comandante de Armas, imponía las reglas
del juego. Militares reconocidos como Casto Fonseca, Trinidad Muñoz y Fruto
Chamorro, fueron el verdadero poder detrás del trono, y en este sentido fue un
legado triste de los Directores Supremos para el subsecuente destino de
Nicaragua. A partir de entonces, los futuros gobernantes quisieron ser también
Generales y se pusieron las charreteras para no compartir el poder y ser dos cosas
en una.
PRESIDENTES
El año 1853 fue un punto de pivote para la historia de Nicaragua. Todo empezó
con la llegada al poder del General Fruto Chamorro. Asumió como Director
Supremo y murió de hecho como Presidente. Había sido Comandante de Armas
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en la administración de Laureano Pineda, autoritario y oligarca de pensamiento,
confrontó a la otra oligarquía desde un comienzo. Se instaló en Granada y no
contento con ser Director Supremo, convocó a la Asamblea Constituyente para
cambiar la constitución, proclamar la República, imponer leyes drásticas,
aumentar su período de mando a cuatro años y ser llamado Presidente. La guerra
entre las oligarquías granadina y leonesa, no se hizo esperar. Legitimistas y
Democráticos levantaron sus banderas, blancas unas y coloradas otras. La nación
entera fue arrastrada en una nueva guerra fraticida. La guerra civil del 54 se
convirtió en la Guerra Nacional del 56 cuando sus protagonistas comprendieron
la magnitud de los crasos errores y el peligro de un nuevo orden impuesto por
extranjeros.
En 1523, con cien hombres y cuatro caballos había llegado a lo que sería
Nicaragua, el Capitán Gil González Dávila para iniciar el proceso de conquista y
colonización de la Provincia. Tres cientos treinta y tres años después, un 13 de
junio de 1855 William Walker, reconocido filibustero sureño de Estados Unidos,
desembarcó en El Realejo a petición de los Democráticos de León con cincuenta y
cinco hombres para luego dirigirse a Rivas, la misma zona donde Nicarao y Gil
González, habían dialogado siglos atrás; esta vez la guerra era contra los
Legitimistas de Granada.
A pesar de su tragedia, la guerra contra Walker y sus filibusteros en Nicaragua
trajo sus beneficios: demostró lo necesario de una unión centroamericana,
imprimió en el subconsciente de las oligarquías antagónicas, un permanente “mea
culpa” que despejaría el sendero político hasta entonces reservado exclusivamente
para ellas, a nuevos políticos en un espectro más amplio y abierto; también debilitó
la trascendencia de los gobiernos ilegítimos durante la guerra, y finalmente
propició el inicio un poco más civilizado de gobernar por un período prolongado
de treinta años, tan necesario para curar las heridas y comenzar el progreso que
las continuas guerras habían impedido.
Tres meses antes del arribo de Walker a Nicaragua, aquejado por la disentería y
en pleno ejercicio del poder, la muerte se llevó a Fruto Chamorro y su sucesor fue
José María Estrada en carácter temporal. Todos los gobiernos posteriores durante
y al final de la guerra fueron ilegítimos y en esa lista se mencionan a sus titulares
como Francisco Castellón, Nazario Escoto, Patricio Rivas, Fermín Meneses, el
mismo William Walker y Máximo Jerez con Tomás Martínez formando el único
gobierno binario que registra la historia nuestra y que el ingenio nicaragüense de
la época, denominó como “gobierno chachagua”.
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El gobierno chachagua fue el último gobierno ilegítimo de ese período convulso
de Nicaragua, pero fue un gobierno necesario para restablecer el orden y la
confianza en los futuros gobiernos. Fue más que todo un acuerdo caballeroso entre
los líderes militares de los Legitimistas y Democráticos al momento de concluir la
Guerra Nacional para normalizar el país. Fue también un gobierno temporal de
sólo 5 meses en el que los generales Tomás Martínez y Máximo Jerez, tuvieron que
imponerse con disciplina y determinación, hasta con los miembros de sus propios
partidos que habían acordado este pacto. De esta manera, Máximo Jerez limpió un
poco su imagen desprestigiada por su complicidad en la contratación de los
filibusteros y Tomás Martínez despejó el camino para perfilarse como favorito y
ser el primer presidente de ese período de treinta años que siguió a la Guerra
Nacional.
LA OLIGARQUÍA GRANADINA
En el Gobierno de los Treinta Años (1859-1893) todos los presidentes, ocho en total,
fueron conservadores alineados a la cepa granadina. Con el desprestigio de los
liberales, vivo en la subconciencia de la nación herida, la oligarquía granadina
tenía aire para rato. Eventualmente fue como un paréntesis a la violencia porque
la paz reinó en Nicaragua por primera vez desde que Cleto Ordóñez se proclamara
Comandante de Armas de Granada en abril de 1824, iniciando así esa larga cadena
de caos, destrucción y muerte. En el Gobierno de los Treinta Años, al General
Tomás Martínez le sucedió el General Fernando Guzmán, gran amigo suyo y tío
de su esposa. Siguió Don Vicente Cuadra, luego Pedro Joaquín Chamorro Alfaro,
éste le entregó a su socio comercial, el General Joaquín Zabala. En el orden siguió
el Dr. Adán Cárdenas quién le entregó a su cuñado Evaristo Carazo. La muerte
sorprendió a Carazo en el poder y Roberto Sacasa completó su período, luego
continuó en su propio período constitucional de 1889 a 1893. Ya la decadencia
conservadora se había palpado en el gobierno de Sacasa y era inevitable una nueva
avalancha liberal con ideas y filosofía transformadoras muy necesarias a las
puertas de un nuevo siglo.
Por lo general, los historiadores dan buenas notas al gobierno oligárquico
conservador de treinta años. Pocos incidentes violentos se registraron en las
diferentes administraciones. Además de todo lo ya expuesto, fue un período de
adelanto sustancial, administración austera, cordura política y reordenamiento de
poder y control. Todo enmarcado en la nueva Constitución de 1858, diseñada para
21
un sistema político esencialmente oligárquico en el que los gobernantes estaban
relacionados entre sí por vínculos familiares, comerciales y sociales.
LA REVOLUCIÓN LIBERAL
La Revolución Liberal triunfante de 1893 al mando del General José Santos Zelaya,
debió haber sido como pasar del Medievo al Renacimiento. A partir de entonces
las cosas de la vida nacional se midieron como en un nuevo paradigma. Fue en
realidad la única revolución impulsada a cambiarlo todo para siempre que este
país ha experimentado, a diferencia de otras seudo revoluciones que se han
reclamado con el tiempo y a las cuales nos referiremos oportunamente.
Adormecidos y opacados durante el período conservador de tres décadas
seguidas, los liberales leoneses decidieron al menos, soñar en grande. El mundo
había cambiado, un nuevo siglo se avecinaba y el país entero se merecía optar por
lo nuevo y actualizado. La Constitución de 1858 fue sustituida por la nueva
Constitución de 1894, la “Libérrima” como se le comenzó a llamar. Como nunca
antes y para mucho tiempo después, en la Libérrima estaban comprendidos todos
los derechos individuales del ser humano y la separación entre iglesia y estado. Se
estableció la enseñanza laica, el matrimonio civil y el divorcio. También la libertad
de culto, enseñanza, expresión, actividad y asociación. La modernización del país
en todos sus aspectos, fue de inmediato; con vías de comunicación terrestre y
lacustre, caminos, carreteras, ferrocarril, telégrafos, teléfonos, alumbrado público,
policía, ejército y algo que nadie había hecho y nadie quiso continuar porque
quedó inconcluso: el ferrocarril que conectaba al Atlántico con el Pacífico. Hablar
de la revolución de Zelaya es hablar de auténtico nacionalismo, anti
intervencionismo y verdadero modernismo cultural, social y económico; en ese
sentido específico, hay un tiempo antes y después de Zelaya. Personajes como
Benjamín Zeledón y Augusto C. Sandino fueron portadores naturales del
nacionalismo zelayista.
Con 16 años continuos de gobierno, Zelaya se convirtió en dictador. Su filosofía
política nacionalista chocaba con la política expansionista del Coloso del Norte y
en el campo internacional y diplomático, Zelaya siempre estuvo en terreno
minado. Un pequeño incidente, la muerte de dos ciudadanos estadounidenses que
militaban en las filas conservadoras, fue convertido en buen pretexto y originó la
famosa Nota Knox que marcó el fin de la revolución del 93 y el desmoronamiento
del zelayismo con la partida del General al exilio en 1909.
22
LA RESTAURACIÓN CONSERVADORA
A la revolución liberal siguió una nueva ola de gobiernos conservadores que los
historiadores han denominado como la Restauración Conservadora; en realidad
fue un alineamiento con la política norteamericana de la época y una natural
dependencia que traería las intervenciones militares, las reacciones a las mismas y
el sello indeleble que ha marcado el ambiente contemporáneo en que las últimas
generaciones de nicaragüenses, hemos crecido y madurado.
Con un breve mandato de José Madriz tratando de completar el período
inconcluso del Gral. Zelaya, los liberales abrumados por ese vacío de poder, no
pudieron contener la avalancha conservadora que entró triunfante a Managua el
22 de agosto de 1910. El sucesor del Dr. Madriz fue Juan José Estrada, liberal
jugando a conservador. La revolución conservadora fortalecida en la Costa
Atlántica y apadrinada por Estados Unidos ya tenía por estandarte, los
cuestionados Pactos Dawson que habían sido redactados por el Encargado de
Negocios de los Estados Unidos para el área centroamericana, Mr. Thomas C.
Dawson. En cierto sentido, el mandato de Estrada fue la punta del témpano de la
Restauración Conservadora y el último intento por conservar algunos conceptos
trascendentales de la Libérrima del Zelayismo que el contenido de los Pactos
Dawson pretendía borrar para siempre. Con la renuncia de Estrada, el
Vicepresidente Adolfo Díaz Recinos, que había nacido en Costa Rica, tomó el
mando y entonces la historia de Nicaragua giró en otro rumbo hasta entonces no
experimentado, el de las intervenciones militares y la ingerencia directa de los
Estados Unidos en la política nacional.
Don Adolfo Díaz solicitó la primera intervención militar norteamericana para
sofocar la llamada Guerra de Mena en 1912. Los marines llegaron, aplacaron la
resistencia y se fueron en 1913 pero dejaron un contingente permanente de 150
hombres por 13 años, hasta 1925 que fue retirado por solicitud del Presidente
Solórzano. Díaz fue el más fiel aliado de Washington y ferviente admirador y
defensor de los principios y políticas norteamericanas. Al terminar su mandato
constitucional en 1916 le entregó la presidencia al General Emiliano Chamorro que
había sido su Ministro Plenipotenciario en Washington para firmar el famoso
Tratado Chamorro-Bryan. Emiliano, nacido en Acoyapa, Chontales, pertenecía
por descendencia a la cepa granadina; era sobrino de Diego Manuel Chamorro y
nieto sobrino de Fruto Chamorro. Se convirtió eventualmente en auténtico
caudillo conservador a la manera tradicional. En 1921, Diego Manuel Chamorro
23
recibió el mando de manos de su sobrino, se dice que impuesto por éste. Diego
Manuel era hijo de Pedro Joaquín Chamorro Alfaro y descendiente también de
Fruto Chamorro. La muerte lo sorprendió a mitad de su mandato en 1923 y
Bartolomé Martínez terminó su período en diciembre de 1924. Martínez se opuso
constantemente a las aspiraciones continuistas de Emiliano Chamorro para
sucederle y en tal situación fue el artífice de un Pacto de Transacción entre liberales
y conservadores cuyo objetivo era frenar la avidez ilegítima del poder partidario
mediante una fórmula en conjunto para los cargos de Presidente y Vicepresidente.
El resultado fue unas elecciones aceptables y transparentes donde el conservador
Carlos José Solórzano fue elegido como Presidente y el liberal Juan Bautista Sacasa
como Vicepresidente.
La presidencia de Carlos José Solórzano es otro punto de pivote para la historia
política de Nicaragua. En su administración, se dio por terminada la intervención
militar norteamericana con la retirada del contingente de 150 marines que habían
permanecido en Nicaragua desde la intervención de 1912. Pero su período de
gobierno fue de sólo 10 meses porque el consagrado caudillo conservador
Emiliano Chamorro, no pudo contener sus ansias de poder, el famoso Lomazo del
25 de octubre de 1925, decapitó su presidencia de una forma inesperada para los
nicaragüenses y los intereses norteamericanos anteriormente estipulados en los
Pactos Dawson.
Un siglo después del cuartelazo de Cleto Ordóñez en Granada y la imposición por
la fuerza de las armas de un gobierno civil supeditado al poder militar, se dio el
Lomazo de Emiliano Chamorro. Cien prolongados y violentos años no habían
hecho mella alguna. Las ambiciones eran las mismas, las intenciones eran las
mismas y los métodos seguían siendo los mismos. Los avatares de la vida política
nicaragüense habían sido en vano. La cultura política de servicio y entrega a los
intereses nacionales y generales no había calado la fibra trascendente de los
llamados caudillos y para desgracia nacional, sólo unos pocos se salieron del
camino tradicional. Seguiremos buscando respuestas adecuadas a esta realidad
nicaragüense que limita nuestro porvenir como nación y nos mantiene sumidos en
los abismos de donde otros pueblos con orígenes y características similares, hace
rato que salieron. Por eso Cicerón decía que “la fuerza es el derecho de las bestias” y
con toda razón, Isaac Asimov enfatizaba que “la violencia es el último recurso del
incompetente.”
24
3
DINASTÍA DE MEDIO SIGLO
EMILIANO COMO ORIGEN DEL NUEVO ORDEN
El Lomazo del 25 de octubre de 1925 perpetrado por el General Emiliano Chamorro Vargas
contra el Presidente Carlos José Solórzano, fue el comienzo del fin del tradicional Partido
Conservador de Nicaragua. Nunca más los conservadores, por ésta y otras razones,
entrarían de nuevo al palacio presidencial. La iniciativa magistral del Presidente Bartolomé
Martínez de promover una fórmula conjunta para elegir presidente y vicepresidente, fue
también una apertura saludable para los liberales ampliamente restringidos por los ya
mencionados Pactos Dawson impuestos por Estados Unidos después de la renuncia del
General Zelaya. Se ha dicho con acierto, que una alternabilidad bipartidista en el poder,
hubiera sido beneficiosa para Nicaragua para aplacar las ambiciones en ambos bandos y
propiciar la cordura cívica que conduce a la madurez política.
Un proyecto similar funcionó en Colombia décadas después y convirtió el desorden
político de ese país en sólida democracia. La visión de Bartolomé Martínez que más que
una concesión era un pacto salvador, fue borrada por la voracidad de Emiliano; y por ironía
del destino, en un futuro cercano, pondría su firma en otro pacto para ponerle el q.e.p.d. a
su partido que ya sin opciones políticas convincentes, siguió usando el pacto como medio
de sobrevivencia real y efectiva, tan efectiva que sigue vigente hoy en día como para
disfrutar de la política bajo una actualizada concepción mediocre y mercantil.
Con Emiliano en la Loma, el Presidente Solórzano renunció y el Vicepresidente Sacasa
salió al exilio. Washington no aprobó la actitud del Caudillo y fue obligado a entregar el
mando usurpado, al Presidente del Congreso, el Senador Sebastián Uriza para que éste lo
lavara y se lo entregara más limpio al emergente de turno, el favorito Adolfo Díaz el 11 de
noviembre de 1926. El Dr. Juan Bautista Sacasa a quien le correspondía suceder
constitucionalmente a Solórzano como Vicepresidente que era, nunca fue llamado a su
cargo, entonces con la ayuda del gobierno mexicano, emprendió el regreso a casa a la
manera tradicional, fusil en mano. Así nació un nuevo conflicto bélico… la Guerra
Constitucionalista del 26. Adolfo Díaz, incapaz de controlar la ofensiva liberal en varios
puntos del país, recurrió a una vieja alternativa que le había resultado favorable en 1912,
25
una nueva intervención militar norteamericana. Los marines desembarcaron y la lucha se
intensificó, ahora con simpatía local e internacional. El Coronel Stimson, legendario y
hábil político norteamericano, fue enviado desde Washington por el Presidente Coolidge
con poderes especiales para imponer el orden. Dada la situación caótica de Díaz y el ímpetu
ofensivo de los liberales, Stimson propuso un alto al fuego y convocó al diálogo. José
María Moncada, el General estratega de los liberales, bajó a Tipitapa y a la sombra de un
frondoso árbol de espino negro, aseguró la misión de Stimson.
Lo demás es historia reciente, leída y releída; llena de aventuras, heroísmos, desgracias y
tragedias. Verdadero corolario del inicial y prolongado calvario. El pacto fue rápido,
sencillo y concreto: Organizar una fuerza armada nacional para enterrar a los ejércitos
partidarios; permitirle a Don Adolfo Díaz completar el período inconcluso de Carlos José
Solórzano; premiar con un período presidencial al firmante del pacto, el General José
María Moncada; supervisar un proceso electoral para que el Vicepresidente Constitucional,
Juan Bautista Sacasa, tuviera sus cuatro años de mando; y finalmente, cinco años más de
intervención norteamericana para hacer todo esto, posible.
El Coronel Stimson se fue satisfecho a medias porque la paz que quiso imponer, originó
una nueva y publicitada guerra. Para Augusto C. Sandino, comandante de la Columna
Segoviana del Ejército Constitucional, el pacto fue una traición y los cinco años restantes
de ocupación gringa, la oportunidad dorada para darle validez a todo lo antiimperial; su
columna fue rebautizada entonces como Ejército Defensor de la Soberanía Nacional. La
Guardia Nacional se fundó y al poco rato participó en la nueva lucha. Don Adolfo Díaz se
retiró para siempre de la política nacional, murió 36 años después en Alajuela, Costa Rica,
su pueblo natal. José María Moncada gobernó de 1929 a 1932 según lo acordado con
Stimson. Las elecciones de 1932 fueron avaladas por los Estados Unidos como correctas y
transparentes y así por fin, el Dr. Juan Bautista Sacasa, estaba listo para su esperada
investidura, el mismo día que los últimos marines se embarcaban en Corinto de regreso a
sus bases, aquel lejano y cercano primero de enero de 1933.
DE ANASTASIO A ANASTASIO
Hemos llegado a otro punto de pivote, el verdadero punto de partida para la recta
final contemporánea con la que cada uno de nosotros, nuestros progenitores y
descendientes, de una u otra manera, nos sentimos identificados ya sea como
observadores, protagonistas o estudiosos interesados. La historia de este lapso de
26
tiempo que comienza con un General Somoza y termina con otro General del
mismo nombre y apellido, es un período único y diferente en el que el término y
concepto de oligarquía fue sustituido o actualizado como dinastía. También fue
un período largo, demasiado largo, un desgaste desmedido, medio siglo de poder
en manos de una sola familia. También fue un período contradictorio en ideología
política y valores auténticos, porque el rescate anunciado del liberalismo zelayista
se mezcló con la dependencia constante de los Estados Unidos en todos los
aspectos. En tal sentido, la Revolución Liberal del 93 fue un faro lejano al reclamo
ideológico liberal porque la luz no venía de Zelaya, tenía proyección propia en el
mismo Somoza García.
Personaje autoritario y persuasivo al mismo tiempo, Somoza García supo
aprovechar al máximo, sus cualidades y características personales, así como sus
conexiones y sus dotes indiscutibles de liderazgo. Sin preparación militar
ortodoxa, como la mayoría de los personajes que ostentaron rangos superiores en
el proceso político-militar de Nicaragua, fue nombrado General por un compañero
suyo al concluir un ataque exitoso a la pequeña guarnición conservadora de San
Marcos, Carazo, su pueblo natal. También ya había estudiado contaduría
mercantil en Filadelfia, Pensilvania y aprendido el idioma inglés con acento
aceptable. La intervención norteamericana le cayó como anillo al dedo. Se
necesitaban intérpretes en la Jefatura y fue intérprete oficial del General Feland,
comandante de las fuerzas interventoras; cayó parado porque ya era General y
hablaba inglés. Algunos historiadores dicen que sirvió de intérprete durante el
Pacto del Espino Negro en Tipitapa, pero Stimson no lo menciona en sus memorias
y refiriéndose al encuentro con Moncada, el propio Stimson, escribe: “Él y yo nos
sentamos bajo un gran árbol de Espino Negro junto al lecho seco del río. Habló en inglés
con inusual sencillez y corrección, no necesitándose intérprete. En menos de treinta
minutos nos entendimos mutuamente y arreglamos el asunto.” De seguro, Somoza
García fue intérprete de Stimson en otras actividades, pero sus servicios fueron
declinados en ese específico acontecimiento porque Moncada hablaba suficiente
inglés y Stimson quiso confrontarlo de tú a tú. También fue intérprete del quinto
y último Jefe Director norteamericano de la Guardia Nacional, el General Calvin
B. Mattews quien sabiendo que él sería su sucesor, lo entrenó en los pormenores
del cargo. Pero también Somoza García ya estaba conectado política y socialmente.
En Filadelfia había conocido a la señorita Salvadora Debayle Sacasa y su
matrimonio con ella al regresar a Nicaragua, le abrió las puertas de la aristocracia
leonesa.
Su parentesco lejano con José María Moncada le valió el nombramiento en varias
posiciones administrativas como Jefe Político de León, Secretario de la
27
Comandancia General y Viceministro de Relaciones Exteriores; a través de este
cargo hizo excelente relación con el Embajador estadounidense Matthew E. Hanna
y su esposa Loretta con quien escenificó calurosos actos danzantes con el
beneplácito del Embajador en todas las tertulias a que solía asistir. También,
emparentado con el futuro Presidente, el Dr. Sacasa, fue siempre visto por los
americanos como el perfecto candidato para la jefatura de la Guardia Nacional en
su nueva etapa a partir del primero de enero de 1933.
A pesar de su parentesco político con Somoza García, el Dr. Sacasa no esperaba su
nombramiento para la jefatura de la Guardia Nacional; sin ser consultado por las
autoridades norteamericanas, siempre pensó en su paisano y amigo, el Gral.
Carlos Castro Wassmer como su favorito para tal cargo. José María Moncada se
encargó de llevarle la lista de tres candidatos aprobados por Mr. Hanna: Gral.
Gustavo Abaunza Torrealva, Gral. José María Tercero y Gral. Anastasio Somoza
García. Al constatar que su favorito ni siquiera figuraba en la lista presentada, optó
por su sobrino político, casado con su sobrina Salvadorita y con esta decisión,
decapitó su propia presidencia y encauzó un nuevo sistema de gobierno para el
país. De todas maneras, sólo fue una curiosa coincidencia porque la bandeja de
plata para Somoza García, ya estaba lista semanas antes de su aprobación oficial.
El General mexicano Obregón, había dicho en una oportunidad: “No temas a los
enemigos que te atacan. Teme a los amigos que te adulan.” El General Somoza García
tenía reservado en mente, un método propio un tanto parecido, pero con nuevos
ingredientes de control, contención y si fuera necesario, eliminación. Al estilo de
Cleto Ordóñez, Casto Fonseca y Trinidad Muñoz, precursores del militarismo en
detrimento de la autoridad civil; su primera víctima fue su tío político, su
herramienta formidable fue la Guardia Nacional y la secuela, todo este medio siglo
de control familiar. Su buen amigo Mr. Hanna y quizá con un empujoncito de su
esposa Loretta, le había entregado con seguridad, el instrumento adecuado, la
Guardia Nacional, para poner en práctica el nuevo estilo: PLATA PARA LOS
AMIGOS, PALO PARA LOS INDIFERENTES Y PLOMO PARA LOS ENEMIGOS.
El primero en recibir palo fue el nuevo presidente, que sin poder gobernar se había
convertido en molesto indiferente, una paja en el ojo del sobrino. El primero en
recibir plomo verdadero, fue Sandino que, negociando la paz con el tío del Jefe
Director, se perfiló como su verdadero enemigo. Y la plata primera se reservó para
los conspiradores como amigos y futuros fieles. El cuadro se rayó temprano y los
dos poderes se unificaron, Presidencia y Jefatura, para hacer las cosas más simples
y más perdurables, más completas y más personales. El prolongado gobierno del
General Zelaya pudo haber inspirado al General Somoza, pero analizando su
28
caída, optó por lo opuesto, cero confrontaciones con el Norte y conveniente
alineamiento con las administraciones de su tiempo. Cuando estalló la Segunda
Guerra Mundial, no dudó en declararle la guerra a Hitler y los alemanes e italianos
ingeniosos, ganaderos, agricultores e industriales del país, perdieron sus
propiedades. Eventualmente, el mismo Franklin Delano Roosevelt lo elogió en
términos groseros pero cariñosos. Se hizo amigo de todos los dictadores del
Hemisferio y su aureola prevaleció por buen rato. El segundo en recibir palo fue
su protegido Leonardo Argüello que había aceptado presidir un gobierno con
votos usurpados a su legítimo ganador, el Dr. Enoc Aguado.
Leonardo Argüello, arrepentido desde un comienzo, no pudo voltear la tortilla y
antes de un mes de mandato, estaba solo y sin cargo. Su actuación en ese momento
ha dejado grandes interrogantes para un caballero que se consideraba apóstol del
liberalismo. Por lo menos hizo el último intento porque la confrontación a esas
alturas ya era suicidio. Ejército y partido eran ya la misma cosa…fichas en el
tablero del General. Gobernar desde arriba o desde abajo, según un decir reciente,
es parte del mismo proceso, lo que importaba era el control de la fuerza armada.
Por presiones internas y externas interrumpió sus períodos constitucionales de
mando presidencial, pero, de hecho, jamás cedió el mando de la GN. Cuando
Rigoberto López Pérez, jaló el gatillo de su revólver contra él, ya tenía 23 años
continuos de ser Jefe Director de la Guardia Nacional de Nicaragua. Dialogó con
Roosevelt, con Perón, Trujillo y Pérez Jiménez; engatusó a los conservadores y con
el Pacto de los Generales en 1950, despojó de todo legado al Caudillo Emiliano.
También hubo descontento entre los liberales por su voracidad de mando y control
exclusivo, con el tiempo levantaron otra bandera roja y se llamaron
independientes…PLI, desafiando los designios del General y tratando de rescatar
el legado de Jerez y Zelaya.
Con el asesinato de Sandino y sus acompañantes, había comenzado el rosario de
acciones violentas que dejaron huellas indelebles de procedimientos autoritarios
autorizados y que paulatinamente se fueron adoptando como un PON
(Procedimiento Operativo Normal). También hubo incipiente desacuerdo entre los
primeros militares que venían de la vida civil. Fue incipiente porque el General
Somoza ya se había adelantado a posibles insubordinaciones, al dar de baja de las
filas GN a todos los conservadores que habían sido llamados para balancear la
nueva fuerza, de acuerdo a lo estipulado en Tipitapa. El Ingeniero José Andrés
Urtecho, antiguo graduado de West Point, fue la primera víctima de esa purga, las
razones fueron más que obvias. Abelardo Cuadra que había participado en la
conspiración para asesinar a Sandino, según sus propias palabras, fue de los
primeros guardias insubordinados y vivió en el exilio el resto de sus días.
29
Entre expulsiones, manifestaciones, intentos armados desde el exterior, huelgas y
disturbios, por fin llegaron las elecciones de 1947, cuando Leonardo Argüello fue
impuesto por la fuerza del fraude sólo para ser removido 26 días después de haber
manifestado su firme propósito de ser independiente del Jefe Director. Con él
también se fueron del servicio todos los oficiales GN que ingenuamente aún creían
que el Presidente era el Jefe Supremo del Ejército como se había estipulado en el
Convenio Creador de la Guardia Nacional firmado por Carlos Cuadra Pasos y
Dana G. Munro el 22 de diciembre de 1927.
Para justificar el golpe de estado contra Leonardo Arguello, el Congreso Nacional
ya controlado por Somoza García, lo declaró demente, incapaz de gobernar según
instrucciones del General y el sustituto fue Benjamín Lacayo Sacasa. Investido éste
como Presidente, fue enviado a su casa por Somoza García y ahí estuvo por 80
días, sin mando alguno mientras se preparaban las nuevas elecciones. El siguiente
títere fue Víctor Manuel Román y Reyes y en su período de sumisión se
comenzaron los diálogos políticos con los dirigentes conservadores que
culminaron con el ya mencionado Pacto de los Generales. Con ese pacto, el General
se aseguró su nuevo período (1950-1956); el año 1954 trajo sangre y represión con
los sucesos del 4 de abril. Dos años más tarde, en el mes de la patria, celebrando
una nueva nominación de su partido para un nuevo período presidencial, un 21
de septiembre se encontró sin remedio, con las balas del joven poeta Rigoberto
López Pérez que había sido entrenado por un ex oficial de la Guardia Nacional
quien fuera el cadete # 122 en la Academia Militar de Nicaragua, institución que
Somoza consideraba una de sus hijas junto a la Universidad Central de Granada,
por haberla fundado en 1939.
Después del magnicidio le tocó el turno a Luis en la Presidencia y Anastasio en la
Jefatura. Luis el mayor, había heredado en moderación, los dotes políticos del
padre y Anastasio la rigidez y el pragmatismo directo. Sus tempranas
inclinaciones sirvieron de referencia para ser enviados a Estados Unidos por
rumbos diversos; materias civiles para Luis que regresó como Ingeniero
Agrónomo; materias militares para Anastasio que regresó graduado de West
Point. El 21 de septiembre de 1956, ya los dos, eran coroneles de la GN. Además,
Luis era Presidente de Congreso y Anastasio, de hecho, Jefe Director. Hubo una
rivalidad inmediata entre ellos por la sucesión, pero Luis estaba perfectamente
ubicado en el Congreso que no tardó en ratificarlo como legítimo sucesor; además,
recibió el apoyo exclusivo de su cuñado Guillermo Sevilla Sacasa, que, desde
antaño, manejaba la diplomacia y palpaba el pulso de Washington. Durante los
días posteriores al magnicidio, llegaron a perder el aplomo porque no era para
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ellos involucrarse en sesiones de tortura contra los detenidos en la Loma de
Tiscapa, acusados de participación en el atentado. Oficiales antiguos de esa época,
solían comentar sobre los arranques de perturbación mental que aquejaron a
Tachito por un tiempo.
El Gobierno de Luis Somoza Debayle fue un paréntesis moderado en la dinastía
que precisamente había comenzado con él. También fue un período agitado por
los continuos combates, escaramuzas, asaltos y situaciones imprevistas que se
desarrollaron apenas recibió la banda presidencial. El primer incidente fue el
conflicto de Mokorón con los hondureños. Al final todo fue un invento porque
nunca hubo la reclamada masacre de soldados nicaragüenses en la frontera; los
mismos soldados que se creían muertos al comienzo, aparecieron vivos porque en
la huida habían perdido el rumbo. Fue el recién graduado Subteniente Franklin
Montenegro, quien salió del anonimato cuando fue capturado por las autoridades
hondureñas. A fines de noviembre de 1957 se detectó una conspiración en la GN,
entre los acusados estaban, Víctor Manuel Rivas Gómez, Jorge Arellano, Napoleón
Ubilla Baca, Alí Salomon y otros oficiales de Infantería y de la Fuerza Aérea.
Las ya famosas turbas de la Nicolasa Sevilla, tomaron participación activa en
agosto de 1958, en el asalto a varias radioemisoras de oposición en Managua como
Radio Mundial y Radio Reloj. En septiembre de ese mismo año, se detectó la
columna guerrillera de Ramón Raudales, antiguo combatiente de las Segovias en
la época de Sandino. Luego al año siguiente, llegó la Invasión de Olama y
Mollejones seguida en 1960 por los sucesos del 23 de julio en León y en noviembre
de ese mismo año, el asalto a los Cuarteles GN de Jinotepe y Diriamba. En 1961
salió de Puerto Cabezas, la Brigada 2506 de los exiliados cubanos que rápidamente
se convirtió en el fiasco de Bahía de Cochinos y puso a los Somoza, de ahí en
adelante, en la mira de Fidel Castro.
Para calmar las inquietudes, El Ingeniero Somoza había asegurado repetidamente
que se retiraría al final de su período y cumpliendo su promesa, le traspasó el
mando al Dr. René Schick en 1963, después de ser designado por la Convención
Liberal y sin oponente serio en las elecciones porque el Dr. Fernando Agüero, la
nueva estrella de los conservadores, se retiró de la contienda al no obtener
aprobación de los liberales para que las elecciones fueran supervisadas por la
OEA. Un sector de los conservadores se prestó al juego político de los Somoza con
otro candidato, el Dr. Diego Manuel Chamorro, y así nació el Partido Conservador
“Zancudo;” desenlace tan común en la política nacional. De todas maneras, el
gobierno del Dr. Schick fue como otro paréntesis en la dinastía. Se dice que ejerció
con criterio propio hasta donde las circunstancias le permitieron porque siempre
31
estaba la sombra del Jefe Director a sus espaldas. El 3 de agosto de 1966 sufrió un
ataque cardíaco y no pudo terminar su período. Para muchos, dejó el mejor
recuerdo de esa época convulsa porque fue un período tranquilo y de mucha
cordura. En similares circunstancias también falleció en abril del siguiente año, El
Ingeniero Luis Somoza a quien algunos historiadores se han referido como el
bueno de los Somoza. El período restante del Dr. Schick fue completado por el Dr.
Lorenzo Guerrero, consumado liberal somocista de Granada. Ya al final de su
corto mandato se efectuó la masiva manifestación del 22 de enero de 1967
encabezada por el popular Fernando Agüero en una especie de acción
desesperada para detener o cambiar el destino programado de Nicaragua ante la
próxima e inevitable investidura del tercer Somoza en la lista, programada para el
primer día de mayo de 1967.
El primer período del General Somoza Debayle se desarrolló paralelo a los
primeros intentos del FSLN por darse a conocer como vanguardia armada de un
descontento latente en la oposición nicaragüense. Nadie daba un peso por las
pequeñas células clandestinas que comenzaron asaltando sucursales bancarias en
la Capital. Una de las primeras medidas del General fue ascender a su hermano
natural, José R. Somoza, llevarlo al rango de General y darle el mando del complejo
de la explanada y la loma de Tiscapa, por tradición, asiento del poder real en
nuestro país. Todo se podía ver desde la loma. Por eso el Lomazo de Emiliano y
por eso el Presidente Moncada construyó ahí el Palacio Presidencial. Pero la otra
tradición también se respetó, conservar para sí, la Jefatura, un cargo extra que no
molestaba sino más bien confirmaba el Convenio Creador de la GN desde sus
comienzos: “La Guardia Nacional estará bajo el control del Presidente de la República,
quien dará todas las órdenes relativas a la Guardia Nacional al Jefe de ella, por sí o por el
órgano correspondiente.”
Mientras los Anastasios fueron Presidentes, también fueron Jefes Directores, cargo
negado a los Presidentes Juan Bautista Sacasa, Carlos Brenes Jarquín, Leonardo
Argüello, Benjamín Lacayo Sacasa, Víctor Manuel Román y Reyes, Luis Somoza
Debayle, René Schick y Lorenzo Guerrero.
El poder constitucional podía ejercerse por períodos para los Anastasios, pero el
poder real no estaba en juego, era el regalo de Mr. Hanna y tenía que conservarse
“for ever.” Mientras en 5 años de Jefatura norteamericana, la GN, conoció a 5 Jefes,
en los siguientes 46, solo pudo conocer a 2, los dos Anastasios por 23 consecutivos
años cada uno. Era la enseñanza transmitida desde los tiempos de Cleto Ordóñez:
“El que tiene las cañas huecas, tiene el poder.” Ese fue el empeño de los Anastasios, el
destino de la Guardia Nacional y la tragedia de todo un pueblo.
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El primer regalo que la GN le dio a su nuevo Jefe Presidente fue la derrota del
FSLN en Pancasán a mediados de año en 1967. Pero en 1969 le regaló fama adversa
cuando uno de sus protegidos, el Mayor Oscar Morales, protagonizó el escándalo
de los hermanos Tejada. Las acciones del FSLN comenzaron a generalizarse en
1970 después de la acción en la que murió Julio Buitrago que de paso generó
propaganda adversa al régimen. Al acercarse el fin de su mandato, en 1971
comenzó siguiendo los pasos de su extinto padre, a poner en juego los mecanismos
para asegurar un nuevo período, lavado por una corta transición. Un nuevo pacto
fue necesario con los Zancudos de siempre. Esta vez el nuevo Emiliano o Diego
Manuel, fue Fernando Agüero, la estrella opacada después del 22 de enero de 1967.
Tampoco fue pacto de Generales, ahora fue el Kupia Kumi, el “un solo corazón de
los miskitos.” Agüero conservador y dos liberales, Alfonso Lovo y Roberto
Martínez, formaron la “pata de gallina” o Triunviro y juntos gobernaron a la
sombra del General a partir de mayo de 1972 hasta que el terremoto en diciembre
de ese mismo año, los puso en su lugar.
Relegados a planos ínfimos por el Jefe del Comité Nacional de Emergencia y Jefe
Director de la Guardia Nacional de Nicaragua, los primeros Triunviros dieron
paso a un nuevo Triunviro, diseñado para entregarle el “tostador” al General en
1974. El gran ausente en el nuevo trío era Fernando Agüero, sustituido por
Edmundo Paguaga Irías. Los triunviros desaparecieron sin pena ni gloria. Habían
lavado el pedacito de poder para hacer constitucional el verdadero poder que
aguardaba ya en el recién construido Bunker, al pie de la Loma de Tiscapa porque
la cima, después del terremoto, era zona de peligro. Somoza Debayle había nacido
en León un 5 de diciembre de 1925, días después del Lomazo de Emiliano
Chamorro contra el Presidente Carlos José Solórzano. En 1974 estaba cumpliendo
49 años y su celebración de cumpleaños fue muy especial, dada su recién
investidura para un nuevo período presidencial. La fiesta fue en los altos de
Ticomo y la anfitriona, su amiga, Dinorah Sampson. Mariachis, comida, licores,
música, bailes, abrazos y a media noche, “estas son las mañanitas del Rey David,”
entonada en coro por oficiales, miembros del Gabinete y Directores de Entes
Autónomos reunidos para la ocasión. Los oficiales del Primer Btn. Blindado,
presidido por su hermano José, presentamos en el momento oportuno al Jefe, el
regalo del Batallón; me parece que ese año, el regalo seleccionado fue una albarda
para montar. Nunca llegó a usarla porque ya no tenía tiempo para los caballos.
También fue uno de los últimos regalos porque la Señora Sampson fue
descartando las pomposas celebraciones por la situación cambiante de los últimos
años.
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Tres semanas después, el Jefe recibió otro regalo, esta vez no era de sus oficiales,
correligionarios o amigos sino de sus enemigos que necesitaban de su figura para
sobrevivir. El asalto a la casa de Chema Castillo el 27 de diciembre, fue su
verdadera primera prueba como presidente y Jefe Supremo del Ejército. Y ahí dejó
entrever que no las tenía todas consigo. Ya hemos tratado este episodio en otras
publicaciones y lo único que resta enfatizar es que, sin lugar a dudas, fue el
comienzo del fin de la dinastía. Derrota política y derrota militar implícita por la
inacción. En términos tácticos, una oportunidad perdida para cortar el ímpetu y
nivelar el terreno. Nunca nadie ha reclamado por el asesinato del anfitrión y nunca
nadie ha aceptado responsabilidad por el asesinato como siempre sucede en
nuestro país, son cosas que el viento se lleva.
La larga tradición de alianza entre el gobierno de los Estados Unidos y el régimen
de los Somoza se cortó en 1977 con la llegada de Jimmy Carter al poder. Una nueva
política al rescate de los derechos humanos, según se dijo, pusieron al General en
la lista de desechables del Departamento de Estado. El FSLN que Carlos Fonseca
Amador había visualizado en ortodoxia y práctica, había desaparecido con su
muerte en noviembre de 1976, dando paso a una inyección de jóvenes burgueses
e hijos de los tradicionales oligarcas decididos a aprovechar la nueva coyuntura
hemisférica. Había que acelerar la insurrección, “que fuera popular pero no
prolongada.” Somoza se aferró a su ego y el Frente se acercó al Imperio Yanqui. El
primer mensaje llegó desde San Carlos en octubre del 77 y muy temprano en enero
del 78, el asesinato de Pedro Joaquín aceleró el proceso que siguió con la
insurrección de Monimbó y luego la ofensiva de septiembre en las ciudades.
Agosto fue de celebración para el Frente por la acción de Edén en el Palacio
Nacional y la flojera del General. La humillación se repitió y ahora sólo era
cuestión de presión y tiempo. Para respiro del General, la presión insurreccional
falló en Nueva Guinea, en el Naranjo y todo el frente sur por la inclusión de nuevos
y entrenados soldados, pero no así en los puestos tradicionales donde la GN se
había petrificado, cobrando multas como policías y jugando a los soldados.
La nueva Nota Knox no se hizo esperar, eran demasiados los años y bastantes los
muertos. Cyrus Vance fue el redactor y Lawrence Pezzullo el ejecutor. En sus
memorias, Anastasio Somoza Debayle, escribe: Cuando el embajador Pezzullo dijo que
todos los arreglos estaban terminados, el Coronel Rafael Porras mecanografió mi carta
renuncia. La firmé, y fue remitida al Congreso. El Congreso la aceptó y nombró al Dr.
Francisco Urcuyo Maliaños como nuevo presidente. Todo había concluido. Francisco
Urcuyo Maliaños no se fue al Bunker la noche del 16 de julio de 1979, después de
ser nombrado en el Hotel Intercontinental porque el General Somoza estaba ahí,
despidiéndose de comandantes y miembros del gobierno. El 17 de julio, durmió
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en la Curva, el edificio reservado para el Jefe Director y de ahí salió al día siguiente
para el aeropuerto Las Mercedes rumbo a Guatemala. Fue la presidencia más corta
que el país ha tenido en su historia, un mandato relámpago de menos de 48 horas.
En el exilio, se instaló en la Zona 10 de Ciudad Guatemala, un suburbio exclusivo
en un edificio de apartamentos con balcón a la calle. Los vecinos se familiarizaron
con la figura sonriente del Dr. Urcuyo que solía salir todas las mañanas al balcón,
en piyamas y con la banda presidencial al hombro. Siempre saludaba con cortesía
desmedida y se mostraba muy orgulloso y contento de haber sido el último
Presidente de la era somociana.
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LA DÉCADA ROJINEGRA
LAS JUNTAS, LOS NUEVE Y DANIEL
“Todo mal viene con alas y huye cojeando.” Es la expresión de Voltaire que bien define
el acontecer de la siguiente década saturada de rojo sangre y negro luto. Los gritos
comenzaron temprano aquel 20 de julio de 1979. El eco impregnó las ruinas de la
vieja catedral y aún se escuchan en las gradas del antiguo Palacio Nacional. No se
sabe de dónde llegó tanta gente para llenar cada pulgada de espacio aledaño. El
griterío nunca paró; gritaron los de la Junta, luego los Nueve y después hasta los
invitados. Cuando el entusiasmo cesó, la plaza, ya no era de la República sino de
la Revolución. Con el tiempo, muchos de los que ahí gritaron, le dieron la razón a
Tagore: “La verdad no está de parte de quien grita más.”
La década rojinegra es otro de esos períodos artificiales de mando y autoridad
cuando el globo inflado del gobierno, de tanto aire, se eleva sin rumbo para chocar
a merced del viento, contra árboles llenos de espinas. La caída esperada de la
dictadura, enferma desde sus orígenes por las faltas y vicios ya analizados, pudo
haber sido la solución adecuada para un armonizado comienzo y resultó siendo el
comienzo de una solución descabellada. El júbilo transmitido llegó a distantes
lugares y exaltó a las izquierdas del mundo para seguir soñando. Comenzaron a
llegar los internacionalistas para reclamar y vociferar como nacionales y luego
aparecieron los intelectuales… García Márquez, Salman Rushdie, Kalin Donkobi,
Julio Cortázar y muchos más. Todos escribieron maravillas sobre la revolución y
con el tiempo callaron y no volvieron más. Y los nuestros… Sergio Ramírez,
Gioconda Belli, Ernesto Cardenal, soportaron la vergüenza inicial para luego decir
“adiós muchacho” de la “revolución perdida.” Y con el tiempo preguntarse “si aquí
hubo alguna vez una revolución.” Al poco tiempo, los dirigentes sandinistas viajaron
a Washington donde Jimmy Carter esperaba y en la foto oficial aparecen todos
alzando entrelazados, el brazo izquierdo todavía con barbas y fatigas verde olivo,
quizá emulando la famosa visita de Somoza García a Franklin Delano Roosevelt,
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pero esta vez con la vestimenta del “hombre nuevo.” Luego en su primer viaje a
Nueva York, Daniel Ortega quiso demostrar que por sus venas corría sangre
burguesa al comprarse los lentes más lujosos con la plata del proletariado.
Los desmanes y locuras de los primeros días de desenfrenado mando y control son
para llenar volúmenes enteros y morirse de risa si lo tomamos con humor porque
cuando comenzó la incivilizada venganza y la feroz represión, los Somoza se
quedaron muy por detrás. Las epopeyas de la insurrección que Humberto Ortega
relata, son en sí una cronología del proceso de lucha contra la dictadura, pero en
la revolución sandinista como gobierno y autoridad, no hubo ninguna epopeya.
Encarcelar, reprimir, confiscar, expropiar, juzgar sumariamente, incendiar
comunidades, adoctrinar por alfabetizar y asesinar, nunca serán epopeyas, sino las
mismas medicinas de antaño que terminan matando al enfermo.
Tres Juntas de Gobierno se dijo que mandaron en los primeros cinco años de
administración a la sombra de los Nueve, un nuevo record difícil de superar. Pero
el disparate mayor es el de nueve individuos pretendiendo mandar como unidad.
Si la Junta estaba supeditada a los Nueve o los Nueve a la Junta, es irrelevante
porque en cualquiera de los casos, no hay registro de algo trascendente. La primera
Junta (1979-1980) fue integrada por el Comandante Daniel Ortega, Sergio Ramírez,
Alfonso Robelo, Moisés Hassan y Violeta Chamorro. La segunda Junta (1980-1981)
por el Comandante Daniel Ortega, Arturo Cruz Porras, Rafael Córdoba Rivas,
Sergio Ramírez y Moisés Hassan. La tercera Junta (1981-1985) por el Comandante
Daniel Ortega, Rafael Córdoba Rivas y Sergio Ramírez. Como se puede ver, el
denominador común en las tres juntas fue Daniel Ortega, Comandante. El
segundón siempre fue Sergio Ramírez. Los otros cinco años del período rojinegro
(1985-1990) se los recetó Daniel Ortega, esta vez de Presidente y como parte de los
Nueve. Todo es posible en Nicaragua, como decía Harry Bodán: el país de lo
absurdo.
Dado el volumen extraordinario de abusos y crímenes cometidos en ese período
oscuro de Nicaragua, es difícil establecer responsabilidad por cada uno de ellos.
Puede resultar que el uno le eche la culpa al otro y viceversa. ¿Quién de este
universo de dirigentes acepta responsabilidad por los asesinatos de Franklin
Montenegro, Lester Hooker, ¿Pablo Emilio Salazar, Mauricio Romero, Coronado
Urbina, Bandon Byers, Julio Fonseca y centenares de militares más que nunca
aparecieron? ¿Quién de estos gobernantes acepta responsabilidad por la matanza
de Sébaco, la masacre de Tisma y los crímenes de La Pólvora? ¿Quién alguna vez
pedirá disculpas a los hijos de los que fueron sentenciados en juicios sumarios por
crímenes nunca probados? ¿Quién devolverá las propiedades robadas y las
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cuentas bancarias individuales usurpadas? ¿Quién alguna vez devolverá los
fondos de Pensiones y Retiros que era el futuro de los humildes soldados que no
eran parte del Seguro Social? ¿Quién pagará por los vehículos y casas ocupadas?
¿Quién es responsable por el asesinato de Jorge Salazar y todos los masacrados
durante la Noche Oscura? Los procedimientos autoritarios y los desmanes
barbáricos registrados en todo ese período inicial del sandinismo, sobrepasan a
todos los registrados en cualquier otro período violento de la historia nuestra. Es
un record único donde las chusmas descontroladas se convirtieron en animales y
sus dirigentes en meros espectadores. Celebrando el triunfo, los desmanes se
multiplicaron, las propiedades se usurparon y el abuso de poder llegó a su máxima
expresión en un círculo de mando endiosado y aprisionado por el ego como nunca
visto en otras revoluciones nacionales.
Antiguos dirigentes sandinistas, con justa razón, se han dado a la tarea de publicar
sus hazañas en la lucha antisomocista, pero ninguno se ha tomado la molestia de
reconocer en actitud de autocrítica, el fracaso de la consolidación de la revolución.
Reconocer los errores requiere de valentía, mucho más de la que se necesita para
empuñar un fusil. Se requiere de mucha valentía, pedir disculpas por los ultrajes
perpetrados, los abusos cometidos, los crímenes encubiertos. Se requiere de sano
juicio reconocer con humildad que somos mortales, que nada es para siempre, que
el fanatismo termina siendo el refugio de los mediocres y que los caídos por una
causa, merecen respeto y eterno descanso.
En julio de 1893, la revolución liberal de José Santos Zelaya trajo orden, cambios,
progreso y sentido patriótico nacionalista como nunca antes la nación entera los
había conocido. En julio de 1979, la revolución sandinista trajo desorden, abusos,
atraso y giro ideológico jamás experimentados por el pueblo en general. ¿Cuál de
las dos fue una auténtica revolución en el contexto acertado de la palabra? La
respuesta convincente la dio veinticinco años después, Sergio Ramírez, segundo
en mando durante la presidencia inicial de Daniel Ortega y miembro continuo de
las tres Juntas de Gobierno que le precedieron: “Un viajero que tras estos veinticinco
años regresara a Nicaragua, o viniera por primera vez, habría de preguntarse si aquí hubo
alguna vez una revolución.”
Es el único período en Nicaragua cuando realmente el estado se ha confundido
con el partido y la ideología con los intereses nacionales de una manera
descabellada. Se organizó otro ejército politizado, otra policía partidista, fuerzas
de choque del Ministerio del Interior al estilo de las SA de Hitler, organizaciones
de masa y comités de vigilancia en cada rincón de la República para humillar y
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ultrajar al ciudadano. Nunca antes en la historia de Nicaragua, había habido tantos
presos políticos, tantos desterrados, tantos reclutados, tantos desaparecidos y
tantos individuos tratando de ejercer el mando y la autoridad. Junta de Gobierno
de cinco miembros, Directorio Nacional de nueve miembros, rimbombantes
ministerios, sindicatos sandinistas, cooperativas sandinistas, consejos de defensa
sandinistas.
El estandarte rojo y negro sustituyó casi siempre al emblema azul y blanco, el
himno partidista se entonó en vez del himno nacional. Se suprimió la libertad de
prensa radial y escrita y la Iglesia recibió los primeros embistes porque Cristo ya
no era de Belén sino de Palacagüina y la Teología de la Liberación, la nueva
liturgia. La educación pública se convirtió en adoctrinamiento partidista. Las
nuevas cartillas de alfabetización enseñaban a deletrear fusiles y a contar granadas
de fragmentación y balas. La idea fundamental según se dijo, era crear “un hombre
nuevo” al estilo quizá de la Juventud Hitleriana para levantar con disciplina el
brazo izquierdo y gritar con desafío: ¡Dirección Nacional: Ordene!
Otro eslogan gastado y abusado en términos indescriptibles fue el de “poder
popular.” Para la dirigencia sandinista, en nombre del pueblo, todo era posible y
apenas en el primer año de mando, la chusma y las turbas organizadas, habían
robado, asesinado y ocupado propiedades en cada rincón posible. Ya todos los
dirigentes también eran nuevos burgueses y habitaban las mansiones de antiguos
militares, empresarios y oligarcas. La piñata ya era hecho consumado y se
comenzó a conocer de los crímenes cometidos en los primeros meses contra
prisioneros y antiguos adversarios. Asesinatos masivos en La Pólvora, Zona
Franca, Tisma y cárceles en general. Había comenzado también la represión en las
comunidades indígenas del Río Coco, la quema de comunidades enteras y la
forzada reubicación de sus habitantes en áreas desconocidas para los indios
miskitos.
La represión en áreas rurales del norte también originó rebeliones y nacieron
grupos armados de resistencia. La Junta de Gobierno inicial dio paso a la segunda
cuando la Sra. Chamorro y Alfonso Robelo renunciaron. En 1981 se conformó la
tercera Junta con sólo tres miembros: Daniel Ortega, Sergio Ramírez y Rafael
Córdoba Rivas hasta que, en 1985, Ortega se instaló como Presidente para conducir
al país por el sendero del caos y la miseria. Una década entera de retroceso material
y moral es la herencia y el legado de la “revolución perdida.” En 1983 cuando Juan
Pablo II llegó a Nicaragua, ya habían asesinado a centenares de prisioneros y
opositores indefensos, ya los tribunales sandinistas habían sentenciado a treinta
años de prisión a todo individuo que se identificó como miembro de la Guardia
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Nacional por asociación ilícita para delinquir como mínimo. Ya habían asesinado
a Jorge Salazar y al Dr. Ramiro Sacasa, ya habían provocado el éxodo masivo de
3000 miskitos hacia Honduras y luego miles más guiados por el Obispo Salvador
Schaeffer hacia el área de Mokorón, Ya habían provocado la rebelión campesina
en el norte, ya habían dado origen a la resistencia externa, ya habían instaurado
las “turbas divinas” para atacar instalaciones, iglesias y manifestaciones de
ciudadanos descontentos.
También habían apaleado al Obispo Auxiliar de Managua, Monseñor Bosco María
Robelo y desnudado en público al Padre Bismark Carballo. Ya Tomás Borge era
emperador implacable en el Ministerio del Interior, Lenín Cerna era rey en la
tenebrosa Seguridad del Estado. Un kilómetro de carretera no se había
pavimentado, un simple edificio público no se había construido; una simple
escuela, un hospital, un centro de salud eran simplemente sueños para el pueblo
en general. La costumbre fue siempre cambiar de nombre y cómodamente los
mismos edificios, estructuras y adelantos de gobiernos pasados, fueron
rebautizados en actos ingenuos con retorica delirante para ocultar el fracaso.
Entonces el Papa viajero llegó a Nicaragua y en al aeropuerto no perdió tiempo
para reprender a los curas equivocados pero el régimen no puso la otra mejía, sino
que respondió con insultos y programados irrespetos. La respuesta papal fue
mesurada y contundente y desde entonces el mundo entero entendió que la
llamada revolución sandinista, no era más que una inmensa “noche oscura.”
DANIEL, SIEMPRE DANIEL
En 1985 Daniel Ortega abandonó la Junta y se recetó un período presidencial para
armarse hasta los dientes y lidiar con la Contra. Nunca antes los nicaragüenses
habían conocido la monstruosidad del empeño bélico de esos años. Noventa mil
hombres sobre las armas, servicio militar obligatorio, tanques y aviones soviéticos
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por doquier, aeropuertos monstruosos para aviones que nunca llegaron, ingenios
azucareros que nunca funcionaron, “pájaros negros” que nunca bombardearon,
invasiones imperialistas que nunca llegaron, ataúdes llenos de piedras para
engañar a los deudos, moneda sin valor adquisitivo, miseria por todos lados,
supermercados llenos sólo de mecates y familias enteras divididas por ideologías
extrañas.
En realidad, todo había sido y seguía siendo como una prolongada noche oscura.
Los que se creyeron sabios y se proclamaron como vanguardia, no habían resuelto
nada. Octavio Paz dijo una vez: “La mucha luz es como la mucha sombra: no deja ver.”
¿Qué había pasado con el “hombre nuevo”? ¿Dónde estaba la pureza
revolucionaria que predicara Fonseca Amador, el nacionalismo de Sandino? ¿Para
qué tantos muertos? ¿Por qué tantos crímenes, tanta piñata, tantos despojos,
abusos y ultrajes? La respuesta a todas estas interrogantes vino tiempo después;
exhaustos por la guerra provocada, llegaron a sentarse en Sapoá para negociar,
respirar un poco y darle por fin al sufrido pueblo, la oportunidad que todo pueblo
se merece: escoger su destino, su propio destino. En palabras de Francisco de
Quevedo: “La soberbia nunca baja de donde sube, pero siempre cae de donde subió.”
Como la herencia autoritaria de Pedrarias que fue imborrable por generaciones,
así quedó impregnado el subconsciente del nicaragüense común tras experimentar
el abuso, los ultrajes, la impunidad e inmunidad del aparato sandinista de esa
década.
Nunca se sabrá con exactitud el precio final en vidas y hacienda que se pagó en la
década rojinegra y no se puede negar que el calificativo de NOCHE OSCURA, es
y seguirá siendo el más acertado. Con esas dos palabras sencillas se describe una
década de horror y abuso de poder, de prepotencia desmedida, de ignorancia e
ingenuidad, de éxodo y rapiña, de retroceso y vanidad. Los historiadores
imparciales han ubicado este período, a la cabeza de los gobiernos fallidos y
representa uno de esos ciclos que confirman la némesis continua del pueblo
nicaragüense donde gobernantes y gobernados resultan culpables en
proporciones adecuadas.
Analizando el desarrollo de nuestra conciencia de nacionalidad, Pablo Antonio
Cuadra escribe: “En Nicaragua los Generales son los buitres que se reúnen cada vez que
el sentimiento patrio muere. Las guerras civiles, como ha sucedido siempre,
inevitablemente en nuestra historia, trajeron la intervención extranjera y en la segunda de
estas intervenciones (1927) brotó como reacción de un campesino una visión digna, limpia,
ancha y fraternal de la nacionalidad. Es una semilla – una bandera que no entendieron
41
entonces los partidos en lucha ni la entienden hoy los que la manipulan y aprovechan en
beneficio de otro partidarismo – un germen nuevo, brotado de la tierra y de la cultura
nicaragüense. La revolución pareció engendrar – ¡al fin! – una conciencia plena de la
nacionalidad, iluminada por la gesta de Sandino. Sin embargo, antes del primer aniversario
del triunfo de la Revolución, otra vez el partido (la parte) suplantaba al todo (a la Nación)
y volvía a identificarse Partido y Patria y otra vez el Ejército se convertía en partido
armado. Parecía y parece una herencia maldita que aún las más favorables y hermosas
coyunturas – por una u otra influencia ideológica – impide al nicaragüense superar el
estrecho horizonte del clan, la tribu o el bando. Además y por desgracia, esa manipulación
política del sentimiento del “nos” produce, de inmediato, un mal funcionamiento de la
democracia y una opresión o represión contra el disidente o el opositor que no tarda en
convertirse en guerra civil. Es el dramático circuito que re repite una y otra vez en el
acontecer político nicaragüense.”
En 1990 cuando el telón bajó para iniciar un nuevo período de esperanza y
oportunidad para el pueblo nicaragüense, en el escenario habían quedado los
bufones que personificaron una prolongada comedia y tragedia al mismo tiempo.
Charles Dickens que ha sido parafraseado por Sergio Ramírez para aludir lo bueno
y malo de la revolución, hubiera simplificado el primer párrafo de su obra:
Historia de Dos Ciudades, quizá omitiendo la parte buena que no existió nunca,
entonces lo más sensato sería interpretarlo de esta forma: “ Fue el peor de los tiempos,
fue tiempo de locura; fue una época de incredulidad, fue una temporada de tinieblas, fue el
invierno de la desesperación; no tuvimos nada, íbamos todos directo al infierno.”
Ahora les tocaba el turno a los conservadores y luego a los liberales y mezclados
unos con los otros, perpetuaron el nepotismo y la corrupción en términos
indescriptibles, extemporáneos, y en vez de borrar el período rojinegro, les dieron
alas a los fanáticos para subvertir el orden nuevamente y preparar métodos más
sofisticados de competencia política con simbiosis diabólica y angelical. Violeta
Chamorro, Arnoldo Alemán y Enrique Bolaños, desperdiciaron la oportunidad
dorada de aniquilar al frentismo mediante gobiernos ejemplares, transparentes y
austeros; auspiciaron en cambio, “el gobierno desde abajo” que siempre pregonó
Daniel Ortega y prolongaron indefinidamente la némesis del pueblo nicaragüense.
El novelista inglés de origen polaco, Joseph Conrad había escrito setenta años atrás
sobre las revoluciones violentas lo siguiente: “Una revolución violenta cae al principio
en manos de fanáticos de mentalidad estrecha y de hipócritas despóticos.
Después les toca el turno a todos los intelectuales presuntuosos y fracasados, que se
convierten en jefes y caudillos. Los hombres escrupulosos y justos, de carácter noble,
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humanitario y abnegado, los altruistas y los inteligentes pueden empezar un movimiento,
pero éste se les va de las manos. No son los caudillos de una revolución: son sus víctimas.”
Me parece que la descripción de Mr. Conrad enmarca en tiempo y espacio, el
periodo rojinegro con asombroso realismo porque las víctimas están por todos
lados y los fanáticos jamás dejaron de serlo. En realidad, el poder es adictivo y sólo
los hombres de sano juicio lo toman como pasajero, como medio temporal para
servir a sus semejantes, para apegarse a las leyes y auspiciar la justicia, para
administrar con transparencia, para optar por la transición en vez de la
perpetuidad. La parte no puede suplantar al todo y no hay nada que realmente sea
“for ever.”
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TRES LUSTROS DE VERDE Y ROJO
VIOLETA
El triunfo de Doña Violeta Chamorro fue en 1990, una especie de regalo del
Destino para un pueblo desesperado, decepcionado y esperanzado en salir de una
u otra manera, de aquella inolvidable noche oscura. La Sra. Chamorro, cobijada
bajo el manto de su esposo mártir, formó parte de la primera Junta de Gobierno en
1979. Renunció luego a su cargo nueve meses después, antes de empañar su
imagen y la de su extinto esposo. Diez años más tarde, levantando la bandera de
la Unión Nacional Opositora, el pueblo desesperado le dio los votos para derrotar
al frentismo con amplio margen y despejar cualquier duda del sentir ciudadano
en ese momento. Los historiadores le han dado buenas notas por su desempeño
como gobernante, pero el pueblo en general, no comparte por entero con las
demasiadas alabanzas. Su limitada educación académica no le dio las
herramientas básicas de estadista para afrontar los retos desmedidos que le
esperaban y a menudo, los dotes de buena ama de casa no son herramientas útiles
en la primera magistratura para lidiar con problemas nacionales de gran
envergadura, políticos voraces de alto vuelo y antiguos guerrilleros endiosados de
poder absoluto.
El frentismo tradicional que había sido humillado militarmente por la Contra, tuvo
que negociar en Sapoá, prepararse con tiempo para nuevos desenlaces y
amortiguar a regañadientes, su vertiginosa caída. Doña Violeta, acostumbrada a
mediar en su hogar entre sus hijos e hijas que andaban por rumbos diferentes, no
tuvo tiempo para prepararse y lidiar con individuos renuentes a dejar el poder y
como acto de sobrevivencia política, tuvo que delegar en otro miembro de la
familia, su tristemente célebre yerno, Toño Lacayo, verdadero” poder detrás del
trono” mucho antes de que su suegra recibiera la banda presidencial.
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Con el Protocolo de Transición acordado entre Humberto Ortega y Toño Lacayo,
se creó un gobierno de contubernio para defender y prolongar los intereses del
frentismo y bofetear a los que habían ofrecido tremendos sacrificios para impulsar
el regreso a la democracia. Fue una especie de acuerdo para un moderno “gobierno
chachagua” donde el frentismo se apoderaba del ejército, la policía, la Asamblea e
institucionalizaba a quemarropa, “la piñata.” Ya el mundo había conocido mujeres
excepcionales como Golda Maier, Indira Ghandi y Margaret Thacher que
condujeron a sus respectivos pueblos con auténtico liderazgo cuando más lo
necesitaban; pero la Sra. Chamorro no se parecía a ninguna de ellas. Encubriendo
sus debilidades, optó por manifestarse siempre en un mesurado tono maternal y
en tal situación, Toño Lacayo se convirtió tempranamente en un superministro,
sirviendo por simpatía o presión a los intereses particulares de la dirigencia
sandinista. Relegadas quedaron las buenas intenciones de la Presidenta de
terminar con la represión, los abusos, la corrupción y los crímenes frentistas
perpetrados durante la década precedente. El ingenio humorístico del
nicaragüense, pronto salió a flote y a menudo se rumoraba abiertamente que en la
nueva Casa Presidencial asustaban porque “salía una mujer sin cabeza.”
Pero también el pueblo en general entendía que su tarea no era fácil, fue uno de
los períodos más difíciles para auténticamente gobernar porque el frentismo
controlaba los poderes reales del Estado y cuando se cometían abusos y ultrajes,
Doña Violeta quedaba exonerada porque los desmanes ya tenían nombre y
apellido. Quizá a eso se debe la simpatía de muchos nicaragüenses hacia ella. Sin
embargo, los reproches superan los elogios, y uno de los primeros reproches del
pueblo en general fue su exagerado nepotismo. Decenas de parientes suyos y del
Sr. Lacayo, fueron tempranamente nombrados para ejercer cargos
gubernamentales.
En la lista de parientes aparecen entre otros:
Carlos José Barrios, hermano de la Presidenta, Embajador en Francia
Alberto Barrios, sobrino, Presidente de la Corporación Industrial del Pueblo
Ricardo Barrios, sobrino, Vicepresidente del Banco Central
Ricardo Elizondo, suegro de su hijo, Embajador en Guatemala
Pedro Joaquín Chamorro, hijo, Embajador en Taiwán
Luis Cardenal, primo, Embajador en El Salvador
Manuel José Torres Barrios, primo, Embajador en Venezuela
Manuel José Torres Jr., sobrino, Jefe de la Misión de Nicaragua en Taiwán
Noel Vidaurre, sobrino, Viceministro de Economía
Filadelfo Chamorro, primo, Embajador en España
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Álvaro Chamorro, primo, Ministro de Turismo
Mariano Fiallos Oyanguren, primo de Toño Lacayo, Presidente del CSE
Ernesto Fonseca, suegro del hermano de Toño, Embajador en México
Eduardo Holman, sobrino, Gerente de compañía comercial del Estado
Clarisa Barrios, sobrina, Secretaria Privada de la Presidencia
Gabriel Urcuyo, sobrino, Director de Expo, Sevilla en 1992
Maribel Urcuyo, cuñada de su hijo, Consejera del Ministerio de Turismo
Owaldo Lacayo, primo de Toño, Vicejefe del EPS
Alfonso Ortega, tío de Humberto Ortega, Embajador en Brasil
La lista continúa con cargos de menor importancia y es una auténtica
demostración del abuso de poder de nuestros dirigentes en detrimento de la
transparencia y el respeto hacia sus gobernados. A los desmanes de nepotismo, le
siguió el abuso de las propiedades mejor conocido como “la piñata” legalizada
para premiar la rapiña de los dirigentes sandinistas con la propiedad privada. Más
de un millón de manzanas de tierra en propiedades rurales y diez mil casas
particulares fueron adjudicadas “legalmente” a nuevos dueños en un descarado
robo sin precedentes en la historia de Nicaragua.
Luego continuaron los asesinatos con impunidad absoluta. Enrique Bermúdez
Varela, antiguo dirigente de la Contra fue asesinado en pleno día en el corazón de
la Capital. Jean Paul Genie, un mozalbete de apenas 16 años, ultimado por los
escoltas de Humberto Ortega, fue otro de esos crímenes sonados que le dieron la
vuelta al mundo empañando el mandato de la Sra. Chamorro y la triste realidad
de que el frentismo imponía el orden a la manera tradicional. Según informes del
Congreso norteamericano, 217 ex combatientes de la Contra fueron asesinados en
los primeros dos años de gobierno de la Sra. Chamorro y con nombre y apellido,
se reportaron decenas de desaparecidos.
Después el pueblo nicaragüense comenzó a enterarse de la corrupción
incontrolable cuando salieron a la luz los nombres de Antonio Ibarra, Iván
Salvador Madriz, Alfredo Mendieta, Ernesto Salmerón y otros que saquearon los
bienes del estado y que coordinaron sus actividades con Toño Lacayo en
particular. Las actividades ilícitas y secretas fueron el pan nuestro de cada día en
el gobierno de Doña Violeta y buena parte de esas actividades con el
consentimiento del Secretario de la Presidencia y el Jefe del EPS como la venta de
armas al Perú y el desmantelamiento del Ferrocarril del Pacífico de Nicaragua,
cuando los rieles terminaron en otro país y los durmientes en fincas de
funcionarios para ser usados como postes de alambradas.
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Dos acuerdos previos habían cimentado la agenda del gobierno de la Sra.
Chamorro: El Acuerdo de Toncontín con la Contra para concretar la reubicación y
el desarme de los combatientes y el Protocolo de Transición para asegurar el
“gobierno desde abajo” que le siguió proporcionando al frentismo, su buena cuota
de poder y sus prebendas. Incumpliendo las promesas con la Contra, preservó los
intereses del frentismo hasta que un día de noviembre de 1993 decidió no arriesgar
más el futuro económico y político de su administración y le pidió a Humberto
Ortega abandonar el cargo para dar paso a la alternabilidad de mando en un
reformado ejército nacional.
Así salvo su legado y pudo terminar su período difícil para dar paso a otro capítulo
en la frágil democracia nicaragüense donde cada político tiene un precio y cada
acción conlleva un marcado sentido de interés personal en detrimento del
bienestar general. Convertida ella misma en política por las circunstancias
coyunturales del momento, ha demostrado mejor que nadie, la validez de la cita
de R. L. Stevenson: “La política es quizá la única profesión para la que no se considera
necesaria ninguna preparación.”
ARNOLDO
A pesar de todo, la frágil democracia sobrevivió al período verde de la Sra.
Chamorro, el eterno candidato frentista se postuló para la nueva contienda
electoral y nuevamente fue humillado por el pueblo nicaragüense, esta vez con la
bandera roja de los liberales. Había aparecido un nuevo tipo de caudillo a la
manera tradicional, campechano y extrovertido, retador y amigable. Sus ardientes
seguidores lo consideraban “un fenómeno” y no lo llamaban por su profesión o
apellido, simplemente: Arnoldo.
En el mismo Estadio Nacional que Somoza García había construido décadas atrás,
se efectuó la ceremonia de traspaso de mando el 10 de enero de 1997. La euforia
era desbordante porque habíamos crecido bajo gobiernos liberales y estábamos
familiarizados con la herencia de Zelaya, el progreso material y el desarrollo
económico del somocismo liberal, los desenlaces antidemocráticos que
desembocaron en dictadura y dinastía, la nostalgia y la resignación por las
experiencias pasadas y la actual convicción de que todo no había sido en vano, que
por fin la democracia se afianzaba en Nicaragua para esperar el progreso que las
nuevas generaciones aún no habían experimentado.
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Los “Miami boys” y los “yanquis caitudos” como Arnoldo solía llamar a los
exiliados nicaragüenses que vivían en Estados Unidos, comenzaron a llegar. Se
vieron cambios, progreso material y apertura comercial pero las cosas buenas no
duran mucho tiempo y las buenas obras, las buenas intenciones, fueron
tempranamente opacadas por el eterno enemigo de todo gobernante: el propio
ego. Si la tarea política de la Sra. Chamorro fue extremadamente difícil porque
tuvo que asegurar una transición aceptable del autoritarismo salvaje a la cordura
civilista, la tarea de Arnoldo era más difícil todavía. Era una especie de parteaguas
político: antes y después. Borrar los resabios del frentismo con hechos
transparentes y trascendentes, establecer de una vez por todas, la opción civilista
que conduce a la esperada alternabilidad de mando y aprovechar su propio
carisma para devolverle al pueblo una renovada confianza en sus dirigentes.
“El político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas
generaciones y no en las próximas elecciones.” Estas sabias palabras de Winston
Churchill describen el desencanto provocado en la figura del Dr. Alemán y la
realidad oculta de que no era tal “fenómeno.” Los desmanes de corrupción
comenzaron más pronto de lo esperado y el tradicional y gastado recurso del
pacto, sellaron su dorada oportunidad. Muy pronto también el campechano
Arnoldo se convirtió en el “gordomán” que todos conocemos, una especie de ídolo
de barro, una frustración encarnada como lo fuera el popular Fernando Agüero de
tiempos pasados.
La antorcha de Zelaya sigue al garete, cuando no son las tempestades que la
extinguen, son los portadores de la misma que pierden el rumbo y por mucho
tiempo generacional, la culpa única será de este fallido caudillo que validó el
“gobierno desde abajo” y prolongó indefinidamente la némesis del pueblo
nicaragüense. En tal sentido, Ronald Reagan fue más expresivo cundo dijo: “Se ha
dicho que la política es la segunda profesión más antigua de la historia. La experiencia me
ha enseñado que tiene un gran parecido con la primera.”
El gobierno de alemán fue probablemente el más corrupto de los últimos tiempos
según los investigadores que manejaron los expedientes. La propia voracidad de
Arnoldo pudo haber despertado la avaricia de sus ministros y funcionarios
cercanos. El primer escándalo que salió a flote fue el del Canal Seis. Luego se supo
de “los camionetazos” y después se destapó “la guaca” con todas sus
ramificaciones de lavado de dinero y cuentas secretas. En la lista de implicados en
diferentes casos de corrupción, figuran entre otros: Roberto Duarte, Sydney Pratt,
Dagoberto Rodríguez, Ricardo Galán, Alejandro López, Mayra Medina, Armando
48
José Bermúdez, Mario Alberto Aragón Johansen, Emelda Dominga Orozco
Sándigo, Jenny Emilia Mena López, Auxiliadora López, Ligia Segovia, León Jirón,
José Benito Ramírez, Alejandro Flores López, Martha McCoy, Byron Rodolfo Jerez
Solís, Harvey Tomás Mayorga Salinas, Ethel del Socorro González de Jerez, Valeria
Jerez González, Jorge Solís Farías, Esteban Benito Duquestrada, David Castillo
Sánchez, Alfredo Fernández, Amelia Alemán Lacayo, Álvaro Alemán Lacayo,
Mayra Estrada de Alemán, Arnoldo Antonio Alemán Estrada, María Dolores
Alemán Cardenal, Arnoldo Alemán Lacayo.
Ya en el período presidencial del Ing. Bolaños, Byron Jerez fue condenado a 8 años
de cárcel por el caso de Los Checazos, Arnoldo Alemán recibió una sentencia de
20 años por La Guaca. Unos cuantos de los acusados se ampararon a la inmunidad
y la gran mayoría salió del país para evadir la justicia. Casos escandalosos como el
del Canal Seis y Los Camionetazos, quedaron en el aire. La realidad es que, con
pocas excepciones, todos los funcionarios del gobierno de alemán perdieron el
camino de la decencia administrativa y pecaron de una u otra forma. Nunca se
sabrá el proceder oculto en las actividades de René Herrera, Gilberto Wong,
Roberto Vasalli, María Lourdes Chamorro, Jerónimo Gadea, Leonardo Somarriba,
Jorge Castillo Quant, Oscar Moreira, Noel Ramírez, Salvador Nolasco Quitanilla,
Mario Medrano Medrano, Ausberto Narváez Arguello, David Robleto, Edmundo
Teffel Cuadra, María Haydé Osuna, Armando Bermúdez, Alejandro Flores,
Francisco Cifuentes, Eddy Gómez, Donald Spencer, Eduardo Mena, Winston
Salinas, Alejandro Fiallos, Jaime Morales Carazo, Arturo Harding, Norman
Caldera, José Adán Guerra, Jaime Cuadra, José Rizo, Eduardo Montealegre y otros
que eran noticia cotidiana en los periódicos y emisoras de radio del país. Unos
fueron actores medulares en los casos publicitados del Canal Seis, Los
Camionetazos, Los Checazos y La Guaca; otros fueron recipientes de jugosos
salarios o asalariados dobles; otros fueron testaferros encubiertos que facilitaron
las transacciones ilícitas y socavaron el erario nacional con impunidad e
inmunidad.
Los indicios eran perturbadores desde un comienzo en todos los niveles de
gobierno. Ministros y Viceministros despidiendo apresuradamente al personal en
sus respectivas dependencias menospreciando antigüedad y experiencia,
banquetes en lujosos restaurantes por doquier con dinero del Estado,
camionetonas de 8 cilindros para cada funcionario que se consideraba importante
y sueldos exagerados para todos los elegidos. El mismo día inaugural, Arnoldo
había llegado al Estadio en un automóvil Mercedes Benz convertible en arrogante
contraste con la muchedumbre de las graderías. Los desmanes de derroche nunca
cesaron. Los viajes continuos al exterior con abultadas delegaciones familiares, la
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construcción de carreteras con fines personales y la boda de lujo cuando llegó el
pellizco de Cupido, fueron ostentaciones egoístas y derroche desmedido de los
recursos nacionales en un país lleno de miseria donde las necesidades estaban por
todos lados.
Aniquilado moralmente por el peso de la corrupción, el gobierno de alemán se
volvió vulnerable a las pretensiones estratégicas del frentismo y cedió a todas las
demandas en diálogos secretos con Daniel Ortega y sus asesores. Así nació el
famoso pacto que le ha dado al orteguismo, el control paulatino de todos los
poderes del estado y el desenlace potencial extremadamente peligroso de una
dictadura legalizada por la aplanadora partidista y estatal.
ENRIQUE
En el 2001, a las puertas de un nuevo periodo electoral y con el pacto en el bolsillo,
Arnoldo se abrió a los conservadores y Enrique Bolaños sin abandonar su tradición
verde, se vistió de rojo. El contrincante en la nueva contienda electoral fue el
mismo de antes, era la tercera vez y el pueblo ya sabía de memoria como
humillarlo. Así Daniel Ortega tiene el record de más derrotas consecutivas en la
historia de Nicaragua. El 10 de enero del 2002, Arnoldo Alemán regresó al Estadio
Nacional para entregarle la banda presidencial a su escogido. Enrique Bolaños que
maneja la comunicación en términos beisboleros, tenía rayado ya su propio cuadro
y entre rectas y curvas terminó tiempo después ponchando a Gordomán, su
benefactor.
La transición fue un avance más para la consolidación de la democracia aún frágil
en nuestro país. Bolaños no tenía el carisma de alemán ni experiencia política
relevante pero su imagen de buen empresario podía traerle al país, nuevos y
mayores lazos comerciales con otras naciones para inyectar inversión y aliviar la
prolongada pobreza de los nicaragüenses. Las buenas intenciones nunca se
concretaron efectivamente. Fue un gobierno de impasse donde todo se postergaba
sin solución aparente. Los apagones eléctricos se hicieron rutina y cuando no hay
energía en un país, no hay avance.
Los encausamientos contra los corruptos del gobierno anterior, impidieron el
desarrollo armónico de su gobierno. Muy pronto se quedó sin respaldo partidista
en la calle y en la Asamblea. Gobernar se le hizo difícil: queriendo pegar un
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imparable, abanicaba la pelota casi siempre. Luego sus escogidos para cargos
ministeriales tampoco le ayudaron mucho y encausando a los corruptos del
gobierno anterior, aparecieron nuevos corruptos en el suyo. Las irregularidades
de Leandro Marín Abaunza, Pedro Solórzano, Francisco Carcabelos, Roberto
Zelaya Blanco, titulares de la Secretaria de la Presidencia, Transporte, Aduanas y
la Autoridad Portuaria respectivamente, se sumaron a la crisis política generadora
del impasse.
Más que otra cosa, también el nepotismo en el gobierno de bolaños fue de lo más
exagerado; hay una extensa lista confirmada de parientes del presidente, su esposa
y familiares que recibieron sueldos en diferentes cargos estatales. Entre los
beneficiados figuraban: Alcalá Bolaños Ortega, Ana María Bolaños Vega, Javier
Bolaños Ortega, Patrick Bolaños Davis, Martha Belli de Bolaños, Carlos Bolaños
Jonnet, Domingo Bolaños Vega, Janneth Mendieta de Bolaños, José Domingo
Bolaños Mendieta, Henry Miranda Cruz, Cecilia Bolaños Vega de Miranda,
Fernando Abaunza Noguera, Fernando Abaunza Vega, Carlos Abaunza Vega,
Lino Oquel Tiker, Juan Carlos Izaga Khun, Mariano Vega Noguera, Carolina Vega
Noguera, Noel Sánchez Cuadra, Guillermina Sánchez, José Manuel Sánchez,
Eduardo Soto Macís, Eduardo Soto Bolaños, Erick soto Bolaños, Ramón Vindel
Bolaños, Paola Sosa Vindel, Leonardo Marín Abaunza, Michael Bolaños Jr,
Mercedes Jeanneth Bolaños Vega, Elizabeth Bolaños Vega, Manuel Salvador
Abaunza, Lila María Bolaños Chamorro, Edgard Delgadillo Peña, Allan Bermúdez
Carballo, Ricardo José Alvarado, Carlos Correa Jiménez, Roberto Reyes Fajardo,
José Velásquez Gayer, Fausto Carcabelos y otros recomendados de los familiares
de los familiares.
Con un gobierno blandengue acosado por los apagones eléctricos, los cortes de
agua en todos los sectores de la capital, el exagerado nepotismo, los juicios de
corrupción del gobierno anterior en el que el mismo Bolaños fue Vicepresidente y
encargado de la transparencia gubernamental, el “gobierno desde abajo” de
Daniel Ortega incrementó sus acciones con las turbas frentistas. Con la excusa del
siempre reclamado 6% para las universidades, implantaron el caos a punta de
morterazos en Managua, León y Estelí a finales del mes de octubre del 2003. Tres
meses después en enero del 2004, el conocido periodista sandinista Carlos
Guadamuz fue silenciado para siempre por sus antiguos camaradas.
Huelgas y manifestaciones callejeras fueron constantes retos del frentismo para
Bolaños en los meses finales del 2004 y principios del 2005 para forzar un diálogo
nacional a tres bandas entre el gobierno, los liberales y el FSLN. El diálogo fue para
reafirmar el Pacto entre alemán y Ortega. Los días de Bolaños estaban contados y
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el orteguismo jugaría el siguiente partido en su propia cancha, con sus propios
jueces y su propia barra. El Ingeniero Bolaños fue otro de ese tipo de mandatarios
que no dejan huellas en su recorrido. Las generaciones futuras lo recordaran
únicamente como el presidente que le puso la banda presidencial al eterno
aspirante, Daniel Ortega. En el argot beisbolero de Bolaños: un hombre que había
sido ponchado con tres rectas fulminantes, se embasó de nuevo para intentar
robarse la segunda, la tercera y por qué no, el plato. En nuestra querida patria todo
es posible.
Alemán salió de la cárcel mucho antes de lo esperado y vive tranquilamente en su
hacienda El Chile, Byron Jerez regresó a sus mansiones, todos los implicados en
casos de corrupción en los tres gobiernos verdes-rojos, quedaron en expedientes
empolvados. Personajes como Francisco Ibarra murieron escondidos, Personajes
como José Esteban Duquestrada y Roberto Zelaya Blanco siguen escondidos, y el
resto, son sólo anécdotas y comentarios en las mesas de tragos. ¿Quién va a
rescatar a los liberales? ¿Quién va a rescatar a los conservadores? ¿Quién va a
rescatar al todo, a la nación? Es difícil predecir, la política en Nicaragua no está
diseñada para servir sino para sobrevivir. En cada período electoral se manifiesta
el interés para ser presidente, alcalde o diputado. Pero los contendientes a la
Presidencia ya tienen el cuadro rayado. Los candidatos a diputados y alcaldes, no
tienen que preocuparse ni prometer nada porque el pueblo no los elige. Es el dedo
magnánimo del caudillo el que usurpa al ciudadano ese derecho propio. Así nacen
los compromisos entre el que escoge y el favorecido y el pueblo al margen, recibirá
circo algunas veces y casi nunca pan.
Cuando Enrique Bolaños visitó Miami después de ser nominado por Arnoldo
Alemán como su sucesor, el exilio cubano y los liberales nicaragüenses de la
ciudad, lo recibieron con una cena recepción en un lujoso hotel cercano al
aeropuerto. Al final en su discurso de agradecimiento, trató de explicar a la
audiencia, los pormenores de su decisión para aceptar la candidatura liberal como
conservador que era. – Fueron noches de reflexión, expresó. - Un día de tantos, mi esposa
Lila me dijo: - “Enrique, no la estés pensando mucho. Si vos no lo agarrás, alguien más lo
va agarrar.” De esa forma Doña Lila T. de Bolaños puso su granito de arena en el
turbulento mar de la política nicaragüense. Cuatro años después fue su adorado
esposo el encargado de ponerle por primera vez en forma legal, la banda
presidencial a Daniel, el hombre que había gobernado desde arriba y desde abajo
por 27 años consecutivos.
52
6
DEL ROSADO CHICHA A LO MISMO
DANIEL FOR EVER
El Primer Ministro británico Winston Churchill, una vez dijo: “El éxito es aprender
a ir de fracaso en fracaso sin desesperarse.” Nadie más en la cúpula tradicional del
Frente Sandinista, ha hecho tanto honor a esta frase como Daniel Ortega Saavedra.
Desde 1979 que conoció el poder como integrante de la Dirección Nacional FSLN
y miembro consecutivo de las tres Juntas de Gobierno que gobernaron hasta 1985,
se ha empecinado insistentemente en gobernar ya sea desde arriba o desde abajo,
como efectivamente lo hizo hasta lograr su pacto con Arnoldo Alemán. Cuando
Ortega se recetó 5 años de presidencia (1985-1990), ya tenía 6 años de gobierno en
las tres mencionadas Juntas (1979-1985). Después se fue en blanco, de derrota en
derrota, por 15 años hasta lograr su pírrica hazaña de recapturar el poder con el
38% de votos y la “genial ayuda” de alemán y Montealegre que le obsequiaron 4
años más de presidencia para seguir alimentando su incontrolable obsesión.
Entonces si cuidadosamente sumamos sus años de gobierno desde arriba y desde
abajo, llegamos a la mágica cifra de 32 años. Tomando en cuenta el extraordinario
mecanismo que trabaja las 24 horas del día solar en el Poder Judicial, Legislativo
y Electoral para hacer nuevamente realidad su obsesión desmedida, el cómputo
total de tiempo real en el poder, llegaría a 37años. Tres décadas y un poco más de
un lustro. Record único, jamás superado por gobernante o dictador alguno en la
historia de Nicaragua.
Esta trayectoria nos recuerda la famosa frase de Luis Somoza cuando, refiriéndose
a Anastasio su hermano menor, dijo en tono de advertencia: “Lo difícil no es subir a
Tacho, lo difícil va a ser bajarlo.” No sabemos en el caso de los hermanos Ortega, si
Humberto su hermano menor, alguna vez ha hecho un comentario similar o si lo
piensa hacer a manera de advertencia a los nicaragüenses por conocer a su
hermano, igual o mejor que Luis conocía a Tacho. El precedente es algo parecido.
El Ingeniero Luis Somoza que había nacido en el poder, había prometido
entregarlo al final de su mandato y el presidente siguiente fue el Dr. René Schick,
creando una transición saludable y un período de cordura y beneficio para el país.
53
El General Humberto Ortega entregó el mando de la Jefatura del Ejército al
General Cuadra, iniciando una tradición de relevo de mando en el Ejército actual
que consolida día a día la siempre ignorada institucionalidad de las fuerzas
armadas en nuestro país, causa y origen de todas las guerras y dictaduras que nos
han impedido un desarrollo armonioso como nación.
“Me decían que eran necesarios unos muertos para llegar a un mundo donde no se
mataría.” Esta frase de Albert Camus ilustra el nuevo capítulo del frentismo que
muchos analistas prefieren llamarlo más acertadamente como orteguismo o
danielismo. En realidad, durante la pasada campaña electoral, se planteó un nuevo
paradigma político. El Comandante Ortega se disfrazó de ángel y prometió a los
votantes un paraíso terrenal. Los colores rojo y negro se omitieron
deliberadamente y se mostró por doquier un apacible rosado chicha. Tampoco
había que preocuparse por la competencia liberal dividida, el camino había sido
pavimentado por el propio Arnoldo Alemán: 38% era la nueva marca pactada, el
regalo de regalos de un caudillo en desgracia para un caudillo insistente.
Se han hecho mil interrogantes sobre la bondad encubierta de Arnoldo Alemán y
las respuestas no lo ubican como ingenuo, ni como estúpido sino como vividor y
mercantilista. ” Gordomán es un bisnesmán” me decía hace poco un chofer de taxi
en Managua. Fue premiado con una invitación a la toma de posesión de Daniel y
asistió gustoso para aplaudir a su socio amigo. Ahí mismo en la ceremonia
volvieron a ondear los estandartes rojinegros que deliberadamente se habían
enfundado durante la campaña previa; hubo un renacer de la retórica de antaño:
Ejército Sandinista, Policía Sandinista, Revolución Sandinista, Pueblo Sandinista,
fueron vocablos que se repitieron una y otra vez mientras Hugo Chávez sonreía y
preparaba la chequera para financiar al compañero amigo, propagar su ALBA y
amarrar la nueva Albanisa.
Muy pronto se comenzó a ver más de lo mismo: plata, palo y plomo por doquier.
Ya no se queman llantas y nadie reclama el 6% para las universidades. Hay una
nueva “magnífica” para los empleados públicos y la obligación implícita de no
perderse ninguna manifestación del partido. Al llamado de Lenín Cerna y bajo la
coordinación del Coronel Rodolfo Castillo (Payín), Vicente Chávez y Edgardo
Cuarezma, oficiales retirados del Ejército, los dos primeros y ex Capitán de la
Seguridad del Estado, el último, las turbas se reportan para ultrajar a los opositores
como en los viejos tiempos de la Nicolasa Sevilla y Eugenio Solórzano. La plata en
abundancia, compra voluntades débiles en la Asamblea y los alcaldes opositores
que no aceptan ofertas, son sacados a la fuerza. El plomo se reparte cuando suenan
los morteros contra edificios y muchedumbres en protesta y muchos esperan que
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Alexis no haya sido la primera baja encubierta. Los cartelones de Daniel adornan
todo espacio disponible en los pueblos, ciudades y campos, casi como una
continua y bien orquestada campaña política que ya huele a “for ever.” La
demagogia es evidente en cada discurso oficial y no se oculta a nadie que el partido
manda, que hay plata suficiente para el” Pueblo Presidente y el Hambre Cero:”
mil millones de dólares, según el Miami Herald, era el residuo de Daniel por el
trato petrolero con Chávez hasta agosto del 2010.
Es difícil dejar el poder con tanta abundancia, los diputados tienen precio y poca
vergüenza, los magistrados liberales ya no estorban; con frecuencia son
humillados e ignorados en sus cargos, dicen renunciar y al rato regresan sin
autoridad alguna sólo para seguir cobrando salario y prebenda; Manuel Martínez,
ex Presidente de la Corte Suprema de Justicia es el ejemplo clásico del funcionario
que entiende la justicia en términos de sobrevivencia y afán mercantilista. Por su
parte, el Poder Electoral ya está comprado, el Sr. Roberto Rivas no oculta su
descarada simpatía hacia su amigo y protector, el Sr. Ortega. La aplanadora
orteguista es una réplica exagerada de la somocista. Los años de mandato de
Daniel sobrepasan a los de Somoza Debayle y casi empatan a los de Somoza
García. Un período más de Ortega rompería todos los records y sería irrisorio
hablar de dictadura sino más bien de tiranía. Apenas iniciado su mandato,
comenzó a borrar los vestigios del neoliberalismo. La Plaza de la República,
despojada de su fuente, volvió a ser de la Revolución. El aeropuerto fue
rebautizado e ignorando a los taiwaneses, se instaló en la sede de la Secretaría del
partido para atender los oficios del Estado. Calles aledañas bloqueadas y
centinelas por todos lados, son testimonio de un nuevo Bunker en los alrededores
del barrio El Carmen. Ya no se ven tantas siluetas de Sandino sino centenares de
posters del insistente caudillo.
Se dice que alguien de la familia Ortega es el más fuerte empresario de publicidad,
entonces es fácil deducir que, a mayor cantidad de rótulos, cartelones, posters y
propaganda, mayor ingreso para el negocio familiar. Los ingresos de Albanisa son
negocios privados y se mezclan con los fondos del partido. La disciplina del
partido se observa por todos lados: en los actualizados comités de barrios, en los
empleados públicos con sus nuevos carnets de afiliación, en la indumentaria
partidista, en la excesiva pintura rojinegra aplicada a las cunetas, postes de líneas
telefónicas y alumbrado público. En las alabanzas personales y los permanentes
desafíos y represiones contra los que reclaman la otra realidad.
En cada espacio de terreno dominante hay un gigantesco poster con foto y
mensaje, el caudillo sonriente parece siempre recordarle a la gente, la famosa frese
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de Luis XIV: El Estado soy yo (L’Etat c’est moi). También se comenta de la oficina
discreta de Lenín Cerna donde se planifica la estrategia y la táctica operacional que
sustenta la política orteguista de largo alcance. La otra oficina discreta es la de
Chico López, tesorero del partido y Albanisa al mismo tiempo, por donde pasa el
caudal de millones que viene de Venezuela. También en oficinas aledañas están
los adversarios de antes y cómplices actuales: Morales Carazo y Obando y Bravo
que extienden la mano y parecen suavizar la imagen pasada del Caudillo que tanto
atacaron.
Pero el país sigue siendo tierra de contrastes y de políticos voraces con mentalidad
de pordioseros. La miseria esta por todos lados y los que viven de la política,
luchan y debaten por conservar sus curules. Individuos como Wilfredo Navarro,
Enrique Quiñones y cincuenta más en la Asamblea, nunca han trabajado en
Nicaragua, el permanente objetivo es asegurar la prebenda, cambiar de partido y
calcular las ofertas. El gran Confucio dijo una vez: “En un país bien gobernado debe
inspirar vergüenza la pobreza. En un país mal gobernado debe inspirar vergüenza la
riqueza.” Nicaragua a través de su historia, pocas veces ha sido bien gobernada; los
dirigentes y los políticos en general, han buscado en el servicio público, dinero y
poder, y al final de cuentas el poder se ha transformado en dinero.
La fórmula de gobierno del General Somoza García de plata, palo y plomo se sigue
usando en el gobierno de Daniel; quizá más refinada, más frecuente y más
abundante. En la llanura mientras tanto, la masa espera y el fulgor lejano aún no
cala. El rumor persiste de un castigo heredado que quizá sólo está de paso como
el fuerte aguacero o el calcinante sol que nos recuerdan siempre que con el agua
se lavan las penas y con el fuego se purifican. No es fácil la vida del nicaragüense
promedio, cargado de hijos y sin trabajo seguro, la sobrevivencia cotidiana es su
permanente tragedia. Los hijos no tienen futuro y los viejos mueren añorando el
mundo soñado.
En tiempos pasados, miles de trabajadores de otras naciones invadían nuestro
territorio donde el trabajo agrícola abundaba. Hoy es al revés, somos los nicas por
miles, los que a diario cruzamos las fronteras para arriesgarnos hacia el Norte o
estar más cercanos hacia el Sur. Para los familiares, vale la pena el sacrificio de la
separación porque los dólares alivian las penas y los colones ticos resuelven las
angustias. Ocho cientos veinte millones de dólares llegaron en remesas familiares
del exterior en el 2010 y los nicaragüenses que alivian las penurias de sus
familiares ni si quiera pueden votar en los consulados nicas en tiempo de
elecciones, pero son explotados en cambio, con cobros excesivos por pasaportes y
servicios consulares. Los nicaragüenses somos cosmopolitas por naturaleza, pero
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nunca emigramos en masa. Los ostracismos políticos han sido selectivos en
tiempos pasados pero el éxodo masivo de hoy en día obedece al estómago. Es el
estómago vacío el que produce descontento y peligrosa delincuencia. Se supone
que el país es rico en sus tierras cultivables y recursos no explotados y lo sensato
siempre será estimular la producción proveyendo la vara de pescar y no el
pescado.
Pero algo no encaja en nuestros gobiernos que no se abren a las catastróficas
necesidades de la población en general. Si hay intenciones para alterar el rumbo y
evitar el suicidio de la nación entera, o son superficiales o nunca fueron verdaderas
sino demagogia pura. Al respecto me gusta una observación de Jonathan Swift que
ilustra mejor nuestro perfil político de los tiempos actuales: “Podemos observar en la
república de los perros que todo el Estado disfruta de la paz más absoluta después de una
comida abundante, y que surgen entre ellos contiendas civiles tan pronto como un hueso
grande viene a caer en poder de algún perro principal, el cual lo reparte con unos pocos,
estableciendo una oligarquía, o lo conserva para sí, estableciendo una tiranía.”
La inexplicable política nicaragüense sigue al vaivén de las olas y es muy temprano
aún para visualizar el desenlace del siguiente período presidencial, pero con toda
seguridad podemos ya predecir el verdadero sentimiento y el esperado proceder
del próximo mandatario. La respuesta a la némesis está en el ingenio del
nicaragüense común que ha aprendido a desconfiar de todo el mundo, y con
humor resignado expresa siempre el deseo de cambio para bien o para mal porque
ha aprendido a leer el lenguaje corporal de sus líderes que siempre se meten la
mano izquierda en el bolsillo para acariciarse los huevos o hacerle a la población
entera, la misma guatusa de siempre.
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7
EPÍLOGO
Si el origen de nuestras tragedias políticas estuvo en Pedrarias Dávila, el fin de
ellas podría estar en Daniel. Desde 1527, cuando Pedrarias se instaló en León,
hasta 1979 cuando Daniel comenzó a manosear el poder político, habían pasado
452 años. Cuando Pedrarias fue nombrado Gobernador de la Provincia de
Nicaragua, tenía ya 86 años de edad; cuando Daniel formó parte de la primera
Junta de Gobierno, tenía apenas 36 años. Pedrarias sólo pudo gobernar durante 4
años y murió a los 90 años de edad. Daniel habiendo conocido el poder a temprana
edad, ha podido gobernar “desde arriba y abajo” por 32 años y quizá prolongue
su período por 5 años más, probablemente enfermizo y decrépito pero
convirtiéndose contra viento y marea, en el hombre que más tiempo habrá
manejado o manoseado el poder en la historia política de Nicaragua.
A pesar de su corto período, el gobierno de Pedrarias sentó las bases para un
modelo de gobierno autoritario y despótico, totalitario e incivilizado que fue como
un faro permanente por 300 años de dominio colonial. Es de esperarse que después
de 37 años de manoseo de poder, la figura de Daniel provoque un despertar
patriótico hacia una auténtica rectificación ciudadana para abandonar el eje
tradicional Pedrarias-Daniel y retomar con ojo penetrante y oído atento, un nuevo
y definitivo derrotero, un impulso obligado por el destino para reclamar lo justo
y detener la prolongada némesis.
Entre estos dos extremos, Pedrarias-Daniel, hemos tenido centenares de
gobernantes como ya expusimos, llenando todos los períodos históricos
registrados y comentados oportunamente por nuestros historiadores durante
nuestra vida colonial e independiente. Gobernadores, Jefes de Estado, Directores
Supremos y Presidentes entrelazados en un rosario de angustias, avances y
retrocesos tratando de moldear nuestro destino como nación. A partir de
Pedrarias, los siguientes 300 años no fueron más que el desgaste colonial de la
Provincia aportando bienes y vidas para satisfacer las necesidades peninsulares de
la Corona española. La Independencia con toda su grandeza, fue insípida e
58
incolora, carente de los ingredientes necesarios que a menudo forjan el destino y
la nacionalidad desde un comienzo.
Nadie pudo apreciar su verdadera y oculta grandeza y al poco rato volvimos al
estilo provinciano cuando decretamos la separación de la Unión Centroamericana
en 1838. A partir de entonces se generalizó la violencia que había imperado con
los primeros Jefes de Estado y luego practicada por los Directores Supremos hasta
que en 1854 el General Fruto Chamorro decidió enmendar el curso histórico
conocido al proclamar la República en una nueva constitución cargada de leyes
drásticas, períodos presidenciales de cuatro años y desmedidas concesiones a su
oligarquía granadina. La reacción contraria fue una guerra civil y las oligarquías
tradicionales descartando supremacía partidista decisiva, la convirtieron en la
primera Guerra Nacional conocida para librar al país de un nuevo dominio
extranjero.
El siguiente personaje en encauzar nuestro destino fue el General Zelaya con su
Revolución Liberal de 1893 y una nueva constitución para sustituir a la que Fruto
Chamorro había oficializado cuarenta años atrás y que había sido enmendada en
1858. Se experimentó una nueva sensación de ir por un camino diferente y de
haber abandonado lo tradicional hasta entonces conocido. 366 años separan a
Zelaya de Pedrarias, ya habían pasado 72 años de vida independiente y su legado
como verdadero estadista, a pesar de sus fallas democráticas, no ha sido superado
por gobernante alguno.
El siguiente personaje clave en el sendero histórico es otro General, Emiliano
Chamorro; ya había sido Presidente de 1917 a 1920, pero la acción clave que
cambió el destino de la nación para siempre fue su golpe de estado conocido como
El Lomazo de 1925 contra el Presidente Carlos José Solórzano. Nada de lo que hoy
en día experimentamos en la arena política actual existiera si Emiliano no hubiera
perpetrado el llamado Lomazo. No se habría registrado la Guerra
Constitucionalista de 1926, Sandino quizá habría vivido en México por mucho
tiempo, no habría habido necesidad para una Segunda Intervención
norteamericana, la democracia habría crecido con gobiernos de fórmula conjunta
en procesos alternativos, la Guardia Nacional no habría sido fundada y Somoza
García habría sido irrelevante o un ciudadano más. 398 años separan a Emiliano
de Pedrarias y no hay comparación entre Emiliano y su ancestro Fruto Chamorro
y mucho menos entre él y José Satos Zelaya. Si Futo Chamorro y Zelaya habían
encauzado considerablemente la corriente histórica, limpiando el pasado con
visión de futuro, Emiliano en cambio, encauzó con un simple golpe de estado, un
futuro incierto de política deprimente y voraz que determina aún nuestro
presente.
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Un nuevo General es el que se introduce en el cauce de aguas turbias que
provocara Emiliano. Somoza García es a partir de 1933 el nuevo capitán de un
barco cargado de provisiones y repleto de centinelas que incitan a la perpetuidad.
Una oportunidad con sabor a maná caído del cielo para disfrute familiar y entre él
y Pedrarias ya hay 406 años de separación; el mundo ya es moderno y el amigo
del Norte es ya poderoso; y no le interesa la democracia que él tanto valora sino
nuevos aliados en tiempos de guerra. El poder está ahí, está protegido, armado y
respaldado. El proceso y la intención se prolongaron por 46 años, tiempo suficiente
para auspiciar descontento y nuevas ambiciones encubiertas de patriotismo.
Cuatrocientos cincuenta y dos años después de Pedrarias llegaron los
Comandantes, querían ser diferentes y demostrarle al mundo entero de una vez
por todas, que era el cambio final para terminar con centurias de sufrimiento,
explotación y miseria. 1979 es el hito de hitos en este prolongado despertar de un
pueblo que en sus tempranos gobiernos conoció la esclavitud, la impotencia
propia y la humana miseria de ser permanentemente mal gobernado. Un nuevo
hombre clave con rango no de General sino de Comandante, se sintió favorecido
por el destino para de ahí en más, tomar las riendas y soñar con el Poder igual o
mayor que los otros personajes claves ya aludidos. De por sí, el sueño de Daniel
ya es en extremo prolongado, como ignorando a propósito las lecciones de la
historia y la temporalidad del ser humano. La única esperanza con toda certeza
sea que entre más prolongado su sueño, mayor será para el pueblo en general, la
necesidad de despertar para siempre hacia un nuevo y permanente amanecer. No
hay manera que la antorcha de Pedrarias irradie luz a 500 años de su despiadado
mandato.
Pedrarias, Fruto Chamorro, Zelaya, Emiliano, Somoza García y Daniel son los seis
personajes que entrelazan las hebras gruesas de nuestra realidad política en su
entero devenir. El resto de gobernantes en sus respectivos períodos, no son más
que eslabones secundarios en esta larga cadena. En tal sentido, si la tragedia se
originó en 1527 con Pedrarias, el segundo punto crucial estuvo en 1853 con la
llegada al poder de Fruto Chamorro, el tercero en 1893 con Zelaya, el cuarto en
1925 con el Lomazo de Emiliano, el quinto en 1933 con el arribo de Somoza García
y el sexto en 1979 con el inicio de Daniel Ortega. Es predecible entonces que el
más importante de los puntos cruciales en términos de tiempo y espacio sea el
séptimo, y que sea un completo giro de 180 grados en ruta paralela y pausada para
observar de largo el camino gastado y disfrutar del paisaje de la nueva ruta
escogida, que por ser hija del sacrificio, la paciencia y la sabiduría, estará libre,
Dios mediante, de grandes obstáculos y personajes sombríos. Una ruta limpia y
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con sentido, libre al fin de cartelones y propaganda vacía, con suficiente espacio
para caminar de prisa con afán de recuperar el tiempo perdido y poder escuchar
con el viento del Este, aquel esperado exabrupto del nicaragüense promedio: ¡Por
fin salimos de toda esa mierda!
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BIBLIOGRAFÍA
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NICARAGUA Ardisa, 2007 Managua
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Díaz, Aldo GOBERNANTES DE NICARAGUA Aldilá Editor, 1996
Managua
Oviedo, Gonzalo HISTORIA GENERAL Y NATURAL DE LAS INDIAS
Edición Banco de América, 1972 Managua
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Este libro no es para los que saben historia de Nicaragua,
mucho menos para los académicos y profesionales del
ramo. Tampoco es para los políticos y funcionarios
públicos que omiten deliberadamente las permanentes e
implícitas lecciones del pasado, que, de interesarles,
podrían despertar sus conciencias mantenidas a propósito
en conveniente letargo.
Este libro es para los hijos que han nacido en el exilio, para
las generaciones jóvenes que han buscado futuro
económico y profesional lejos de la patria para
autorrealizarse y apoyar materialmente a los familiares que
dejaron atrás. También es para los que por obvias razones
no emigran a Cuba, Venezuela, Ecuador o Bolivia, sino que
invaden la vecina Costa Rica o el lejano Tío Sam.
Es para los que ya no tienen tiempo para la lectura de temas
históricos por la azorada vida que exigen las nuevas
responsabilidades o han perdido el interés al observar la
recarga demagógica y el conveniente afán mercantil de la
política tan bien encarnado en los funcionarios públicos.
Es para los que han aprendido a “textear” y “chatear” en
vez de las tradicionales misivas y pláticas familiares. Para
los que prefieren el sumario en vez de los voluminosos
tomos. Para los que escucharon de sus padres las versiones
de sus tiempos y quieren leer otras para balancear el
criterio. Por último, es para los que han vivido y leído la
historia nuestra y quieren, en resumen, repasar la