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La muerte

CRÓNICAS ARCANAS II

KRESLEY COLE

Traducción del inglés:Yuliss M. Priego y Tamara Arteaga

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Título original: Endless knight© de la obra: Kresley Cole

Edición en español © 2020, Red Apple Ediciones

Derechos de autor de la edición en inglés original: Simon & Shuster Children’s Publishing Division

(1230 Avenue of the Americans, New York, New York 10020) y RDC Agencia literaria S.L.

Todos los derechos reservados

© de la traducción: Yuliss M. Priego y Tamara Arteaga, 2019© ilustración de la cubierta e interior: Gabriela Bujdosó, 2019

© de la presente edición: Red Apple Ediciones, C.B. c/ De sa Cimentera, 63 2.º B. 07630 Campos (Mallorca)

[email protected]

Primera edición: Abril 2020

Preimpresión y maquetación: Isla Books StudiosImpreso en España/ Printed in Spain

Código IBIC: YFBISBN: 978-84-17500-09-2

Depósito legal:

Publicado por acuerdo con Simon & Schuster Books For Young Readers, sello de la di-visión de publicaciones infantiles de Simon & Schuster. Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitido en cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopias, grabaciones o cualquier almacenamiento de información y sistema de recuperación, sin permiso por escrito del Editor.

Spanish language edition © 2019 by Red Apple EdicionesOriginal English language edition copyright © 2012 by Kresley Cole

Published by arrangement with Simon & Schuster Books For Young Readers, an Imprint of Simon & Schuster Children's Publishing Division.

All rights reserved. No part of this book may be reproduced or transmitted in any form or by any means, electronic or mechanical, including photocopying, recording or by any in-formation storage and retrieval system, without permission in writing from the Publisher.

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Dedicado con mucho amora mi familia. Tengo muchísima suerte

de teneros a todos.

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Agradecimientos

Gracias a mis familiares y amigos de Luisiana que me han ayudado a darle sabor a este libro (y especialmente a Jonah T., por tu ayuda con todo lo relacionado a la lengua y la cultura cajún). ¡No podría haberlo hecho sin vosotros!Muchas gracias a Lauren McKenna por tus fantásticos comentarios para esta historia.Muchísimas gracias a las magníficas hermanas médicas, Bridget y Beth, por toda vuestra pericia técnica. Gracias a mi maravillosa agente, Robin Rue, por tu entusiasmo con este proyecto y por encontrarle la casa perfecta. ¡Y gracias a vosotros, lectores, por adentraros conmigo en el mun-do de las Crónicas arcanas!

AGRADECIMIENTOSMuchas gracias a Ralph Miller por toda su ayuda con la investi-gación y por ser tan buen amigo. Gracias también a Jonah T. por

volver a salvarme con su gran experiencia en todo lo referente a la cultura cajún.

Y tusen tack a Swede, por animarme a arriesgarlo todo con este libro…

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EL CAMPO DE BATALLADurante el Destello, un fulgor catastrófico que afectó a todo el pla-neta, la superficie de la tierra se redujo a cenizas y todas las masas de agua se evaporaron. Toda vida vegetal murió, al igual que gran parte de los animales. La gran mayoría de los humanos perecieron, aunque las que más se vieron afectadas fueron las mujeres. Lleva sin llover ocho meses.

OBSTÁCULOSGrupos de paramilitares y esclavistas se unen con el afán de cap-turar mujeres, consolidando así su poder. La peste se extiende; los caníbales se fortalecen. Los hombres del saco, zombis contagiosos creados en el Destello, surcan las noches sedientos de cualquier lí-quido, incluso la sangre.

ENEMIGOSLos arcanos. En cada era oscura, veintidós jóvenes nacen con pode-res sobrenaturales y están destinados a luchar por sobrevivir en un juego mortal. Nuestras historias están representadas en las cartas de los arcanos mayores del tarot. Yo soy la Emperatriz y ahora volve-mos a jugar. La Muerte, el actual campeón, no cesará hasta que mi sangre bañe su espada.

ARSENALPara vencerlos a él y a los demás, tendré que recurrir a los poderes de la Emperatriz: curación acelerada, habilidad para controlar todo lo que eche raíces o florezca, tornados de espinas… y veneno. Por-que yo soy su princesa…

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DÍA 246 d. D.REQUIEM, TENNESSEELADERA DE LAS GRANDES MONTAÑAS HUMEANTES

Esto es lo que soy de verdad…Jackson se tropezó hacia atrás y se persignó. Tal y como yo ya había predicho.

Con ese gesto me rompió el corazón por completo. —Y, sin embargo, no podría estar más orgulloso de ti, Emperatriz —

susurró la Muerte en mi mente. Lo oí claramente; debía de estar cerca. Ya no me quedaba nada que

perder, ninguna razón para tenerle miedo. Vigila tus seis, Parca, me voy de caza.

Oí una risa ronca. —Tu Muerte te espera. Empecé a reír y fui incapaz de parar. Jackson palideció más aún. Esperaba que ahora me abandonase y se

llevase a los otros tres lejos de mí. Porque, de lo contrario, puede que la Emperatriz los matase a to-

dos…Algo húmedo me resbaló por la cara. ¿Una lágrima?

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Lluvia.Mientras Jackson y yo nos mirábamos, las gotas empezaron a caer.Dejé de reírme cuando lo vi sujetar mi cinta del pelo con tanta fuer-

za que se le pusieron los nudillos blancos; como si al apretarla pudiese aferrarse a la chica dulce que creyó haber conocido.

Esa chica ya no estaba, la había reemplazado la Emperatriz, que se-guía preparada para luchar entre los restos del Alquimista. A la vez que el pelo teñido de rojo me caía por las mejillas, sentí que contraía el rostro en una expresión que jamás había puesto. Una de amenaza.

Me medio sorprendió que Jackson no me hubiese disparado; seguía teniendo la peligrosa ballesta colgada del hombro.

Además de la agorera llovizna, la niebla comenzó a cubrir el pueblo fantasma, oscureciéndolo todo; pero, de reojo, pude divisar movimiento. Aparté la mirada de Jackson y la centré en el resto de nuestro grupo dispar y desharrapado: otros tres arcanos como yo.

Selena, Matthew y Finn.Pero fue Selena en quien me centré. Se había descolgado el arco de

la espalda y estaba sacando una flecha del carcaj que llevaba en el muslo. Arqueé las cejas, sorprendida. Supuse que la Arquera por fin se ha-

bía cansado de esperar para matarnos. Cuando colocó la flecha, el tornado de espinas que giraba sobre mí

se intensificó. La pequeña enredadera junto a mi rostro se estiró hacia ella cual víbora preparada para atacar.

—¿Así va a ser, Arquera? —Mi voz sonaba ronca de haber estado gritando de dolor. Sonaba como las villanas de las películas. También me sentía como una. La batalla me llama… justo como me había dicho Ma-tthew—. ¿Lo zanjamos ya? —Conforme se me regeneraba el cuerpo, el agotamiento me embargaba. Aunque las granadas ácidas del Alquimista se habían comido parte de mi ropa —y de mi piel—, seguía teniendo ga-rras para luchar.

Pero ¿durante cuánto tiempo?—Guau, chicas, ¿qué está pasando aquí? —preguntó Finn con aquel

acento surfero propio del sur de California—. Selena, ¿por qué diablos estás apuntando a Evie?

—La Luna sale. La Luna se pone —murmuró Matthew. Selena los ignoró a ambos.—No quiero hacerte daño, Evie —dijo, aunque seguía apuntándo-

me. Su piel perfecta brillaba con un matiz rojo, como la luna del cazador. Su pelo largo le ondeaba junto al rostro, tan rubio que parecía plateado, el color de la luna llena—. Pero me protegeré hasta que vuelvas a recuperar

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el control. —He recordado lo que estamos destinadas a hacer, Selena. —Matar-

nos—. Dame una razón para no matarte ahora mismo. —Señalé los dos robles enormes que había revivido antes. Detrás de ella, el suelo retumba-ba a la vez que las raíces se acercaban, preparadas para llevársela consigo bajo tierra.

Mis soldados esperaban órdenes. Sería una forma horrible de morir. —Me necesitas —dijo—. Tú y yo, junto con algunas otras cartas, nos

aliaremos para matar a la Muerte. Es demasiado fuerte como para que ninguno de nosotros pueda eliminarlo solo. Trabajemos juntos hasta de-rrotarlo. Después, que sea lo que tenga que ser.

—¿Y si digo que no?Selena tensó el arco.Los glifos que envolvían mi piel brillaron con mucha más agresivi-

dad. —Dispárame, Selena. Quiero que lo hagas. Simplemente me rege-

neraré y te enterraré viva. —Mucho ruido… teniendo en cuenta que me debilitaba a cada segundo que pasaba. Y mis soldados también.

Selena se arriesgó a mirar por encima del hombro. —¡Ahora mismo no tenemos tiempo para esto! Vienen los hombres

del saco, más de los que haya visto nunca juntos. —Las noches desde el apocalipsis no estaban completas sin esos zombis sedientos de sangre—. Pero a J.D. —señaló a Jackson con el mentón— y a mí solo nos quedan unas pocas flechas entre los dos. Tuvimos que robar uno de los todoterre-nos de los paramilitares para llegar hasta aquí. Y digamos que no nos lo pusieron muy fácil.

Podía oír los aterradores gemidos de los hombres del saco en algún lugar de la noche. Al igual que contaba los segundos entre los relámpagos y los truenos, me imaginé que estaban aún a cierta distancia.

Pero también parecía oírse a un montón de ellos. —Para más inri, otras cartas llevan siguiéndonos el rastro desde

hace un día —prosiguió Selena—. A estas alturas saben que has elimina-do a un arcano. La muerte del Alquimista los atraerá hasta aquí. Pronto.

Jackson nos miraba a Selena y a mí de forma intermitente. Hacía quince minutos creía que las dos éramos chicas medio normales; o al me-nos todo lo normales que podíamos ser d. D., después del Destello.

Ahora hablábamos de matarnos los unos a los otros, de matar a una carta llamada la Muerte. Mientras un tornado de espinas giraba sobre nosotros. Eso sin mencionar que Jackson había visto los restos del Alqui-mista y sabía que había hecho trizas a un adolescente.

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Selena aflojó ligeramente el arco.—Tenemos que firmar una tregua por esta noche y alejarnos todo lo

que podamos. —Una tregua… ¡eso es, buena idea! —dijo Finn—. Pongámonos en

camino y hablémoslo. Evie, dime que tienes la camioneta.—Sin gasolina.—Mierda. Nuestro coche también. Parece que vamos a tener que ir

a pie.Jackson no reaccionó. Se le veía tanto estupefacto como agotado.

Tenía los ojos inyectados en sangre y una barba de varios días cubría su mentón marcado.

El fragor de la batalla estaba remitiendo; ya no tenía que contener las arrolladoras ganas de aniquilar a los otros arcanos. Quizás me había afec-tado más porque había reprimido los poderes de la Emperatriz durante mucho tiempo.

Selena sería una idiota si me eliminase mientras la Muerte seguía vivo. ¿Era posible una alianza? Necesitaba tiempo para pensar en todo, para sopesar mis opciones.

—Tregua —accedí—. Por esta noche. Desencajó la flecha del arco y volvió a guardársela en el carcaj con

un movimiento fluido. No pude evitar poner los ojos en blanco. Era una engreída.

Sin aquella amenaza, comencé a refrenar mis poderes. A la vez que mis garras se transformaban en unas uñas rosas y normales, ordené al tornado de espinas que se deshiciera en el suelo. Los pinchos cayeron cual colmena de abejas al morir al unísono. En el antebrazo izquierdo un glifo con la forma de tres espinas pasó de tener un brillo dorado a otro verde antes de desaparecer por completo.

Le di un beso de despedida a la enredadera junto a mi rostro. Cuan-do esta se hundió bajo la piel de mi brazo derecho como si se sumergiera en el agua, un glifo con forma de enredadera brilló y luego desapareció. Mi pelo rojo y lleno de hojas se aclaró hasta volver a su tono rubio origi-nal. Sabía que los ojos verdes de la Emperatriz estaban dando paso a los míos azules de siempre.

Jackson, tan observador como siempre, estudió mis movimientos, mis reacciones. Cauto, como lo haría con un animal salvaje. No lo culpa-ba. Yo me volvería loca si viera todo esto por primera vez.

En realidad, sí que me había vuelto loca la primera vez que vi estas cosas a través de las visiones de Matthew.

Esta noche Jackson se había dado cuenta de que el mundo no era

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como él creía que era. Ahora mismo parecía querer estar en cualquier otro lugar lejos de aquí.

Pero si me tenía miedo —o a nosotros—, entonces, ¿por qué no se había marchado?

Estaba a punto de preguntárselo cuando un mareo y un escalofrío me invadieron; la regeneración me había agotado los últimos resquicios de fuerza. Las gotas de lluvia eran escasas, pero suficiente para empapar-me el pelo y la piel al descubierto. Al tiempo que cojeaba para encontrar la chaqueta, me pregunté si tendría tiempo para succionar la vida de los robles.

Podía clavar las uñas en la corteza y dejarlos secos, como si me in-yectase energía. Pero me llevaba tiempo. Una de las desventajas de usar árboles como armas tras el Destello era que tenía que cargarlos primero con mi propia fuerza vital, mi sangre.

¿Otra desventaja? No me los podía llevar.Los otros me siguieron al interior sorteando los restos del Alquimis-

ta. No realmente al «interior», pensé, contemplando la imagen tan surrea-lista.

Aunque la casa estaba partida en dos, las paredes exteriores y el te-jado se habían derrumbado; no obstante, algunas partes del salón habían permanecido intactas. Las mesas seguían cubiertas de manteles. El fuego continuaba crepitando en la chimenea.

Esta casa era como yo. Habíamos empezado el día de una manera, y ahora las dos nos habíamos vuelto irreparables. Pero una parte de mí sigue igual. Espero.

La mirada de Jackson aterrizó en las marcas de quemaduras sobre el suelo. El ácido había disuelto algunas partes al azar, al igual que había su-cedido con mis piernas cubiertas de ampollas. La madera estaba astillada alrededor de dos huellas perfectas de zapatos, como si se tratasen de dos islas gemelas.

Cuando atisbó mi piel en proceso de curación, supe que comprendía lo que me había pasado aquí. Seguro que entendía por qué había tenido que hacer lo que había hecho.

Posé la mirada sobre la grabadora de Arthur, que todavía seguía so-bre la mesilla, ahora moteada de gotas de lluvia. La cinta con la historia de mi vida se hallaba dentro. Se había apagado justo antes de que me hubiese amenazado con destrozarme la cara con un bisturí…

Matthew, tan alto como era, se acercó a mí sonriéndome y con los ojos castaños llenos de confianza.

—He echado de menos a Evie. La Emperatriz es mi amiga.

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La ola de agresividad que había sentido cuando me había puesto en modo Emperatriz había desaparecido casi por completo. ¿De verdad había creído poder hacerles daño a los otros? Me avergonzaba de mis pro-pios pensamientos.

Por supuesto que nunca le haría daño a Matthew. Lo cual implicaba que nunca participaría en este juego.

Alzó su rostro rubicundo hacia el cielo para sentir la llovizna. Ha-bían pasado ocho meses sin que lloviese; Matthew había predicho que la lluvia traería todo tipo de cosas malas.

Cada amenaza a su tiempo. —Tenemos que encontrar refugio, cielo. Preferiblemente uno que

aún tenga techo y donde no haya restos de cuerpo desperdigados. —Me encogí ante el dolor de las piernas y pregunté—: ¿Tengo tiempo suficiente para drenar la energía de los robles?

Justo cuando Matthew respondió «no», Finn gritó: —¡Hombres del saco!

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