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LA MEMORIA DEL DESASTRE (1921)
LAS PRINCIPALES NARRACIONES DE ÁFRICA
COMO FUENTE HISTÓRICA
Ignacio Vázquez Moliní, licenciado en Derecho
Tesis doctoral dirigida por los profesores
Dr. D. Francisco Abad Nebot y Dr. D. Francisco Gutiérrez Carbajo
Universidad Nacional de Educación a Distancia, Facultad de Filología,
Departamento de Literatura Española y Teoría de la Literatura
Curso 2007-2008
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Departamento de Literatura Española y Teoría de la Literatura
LA MEMORIA DEL DESASTRE (1921)
LAS PRINCIPALES NARRACIONES DE ÁFRICA
COMO FUENTE HISTÓRICA
Ignacio Vázquez Moliní, licenciado en Derecho
Tesis doctoral dirigida por los profesores
Dr. D. Francisco Abad Nebot y Dr. D. Francisco Gutiérrez Carbajo
Lisboa, Septiembre de 2008
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LA MEMORIA DEL DESASTRE (1921):
LAS PRINCIPALES NARRACIONES DE ÁFRICA
COMO FUENTE HISTÓRICA
1- Justificación, límites, extensión y propósito de la presente
tesis: página 11
2- Análisis literario de las novelas escogidas. Apuntes
biográficos de los autores. Resúmenes argumentales.
Estructura. Personajes principales. Temas principales.
Técnica y estilo:
2.1- Notas marruecas de un soldado, de Ernesto Giménez
Caballero, (1923): página 41
2.2– El blocao, de José Díaz-Fernández (1928): página 75
2.3– Imán, de Ramón J. Sender (1930): página 101
2.4– La ruta, de Arturo Barea, (1940): página 175
2.5– Historia del cautivo, de Juan Antonio Gaya Nuño
(1962): página 233
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3- Contexto histórico: del Desastre de Annual y el
establecimiento de la República del Rif (1921) a la dictadura
de Primo de Rivera (1923) y el sometimiento del territorio
(1927): página 269
4- Contexto geográfico:
4.1- El territorio del Alto Comisariado en Marruecos: pg. 309
4.2- La Comandancia de Melilla: página 329
4.3- Las cábilas, los poblados y aldeas: página 335
4.4- Los blocaos: página 341
4.5- Las comunicaciones: el yate “Giralda” página 349
4.6- El problema de la cartografía: página 361
5- Elementos sociales:
5.1- La población civil: españoles, musulmanes y hebreos:
- página 369
5.2- Las minas del Rif: página 377
5.3- Las “moscas”: taberneros, aguadores, prostitutas:
página 383
5.4- El asunto de las responsabilidades: página 393
6- Elementos militares:
6.1- El ejército colonial: página 403
6.2- La oficialidad africanista: página 415
6.3- El Tercio de extranjeros: página 425
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6.4- La tropa: página 437
6.5- Las fuerzas rifeñas: página 449
6.6- Armamento convencional y químico: página 457
7- Elementos lingüísticos:
7.1- Recurso a expresiones en chelja: página 473
7.2- Recurso a arcaísmos: página 485
7.3- Recurso a coloquialismos: página 489
7.4- Expresiones en otros idiomas: página 493
8- Narraciones francesas:
8.1- Narraciones del entorno de Lyautey: página 503
8.2- Narraciones de operaciones sobre el terreno: pg. 511
9- Narraciones marroquíes:
9.1- Abdelkrim mitificado: página 535
9.2- Otras narraciones: página 547
10- Las nuevas narraciones: de Vázquez Montalbán a Lorenzo
Silva: página 559
11- Conclusiones: página 579
12- Bibliografía: página 603
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Las referencias que se indican a lo largo del texto siguen el sistema de
autor y año. Asimismo, en lo que se refiere específicamente a las cinco obras
estudiadas con más profundidad, se ha recurrido a las siguientes
denominaciones seguidas entre paréntesis por el número que indica las
páginas correspondientes de cada uno de los libros:
- Giménez Caballero para Notas marruecas de un soldado, de
Ernesto Giménez Caballero;
- Díaz Fernández para El blocao, de José Díaz-Fernández;
- Sender Garcés para Imán, de Ramón J. Sender;
- Barea Ogazón para La ruta, de Arturo Barea;
- Gaya Nuño para Historia del cautivo, de Juan Antonio Gaya
Nuño.
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1- JUSTIFICACIÓN, LÍMITES, EXTENSIÓN Y PROPÓSITO DE LA
PRESENTE TESIS:
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Aunque la historia militar de España esté cuajada de muchos y variados
episodios desastrosos, desde el naufragio de la airosa armada que desde el
Mar de la Paja zarpó a la conquista de las Islas Británicas, hasta la pérdida de
Cuba y de las Filipinas, sólo uno de ellos alcanza esa rara y suprema categoría
que es el Desastre con mayúscula.
Annual es el Desastre por antonomasia: una perfecta conjunción de
ineficacia castrense, desidia administrativa, corrupción política, latrocinio militar
y dejadez humana que transforma lo que hubiera sido una mera cadena de
reveses militares fácilmente superables en una tragedia de magnitudes
espectaculares.
El Desastre de Annual nos recuerda la trama de una tragedia griega. Al
cabo de los años se nos antoja caracterizada, sobre todo, por el hecho de
anunciar el drama que inexorablemente se aproximaba a la confiada sociedad
española de 1921 que, lejos de apercibirse del peligro que se cernía sobre ella
a grandes zancadas, casi a saltos, se embriagaba torpemente con la alegría y
el desenfado propio del que asiste a una corrida de toros y luego termina la
noche en la verbena1.
Precisamente, las demás potencias europeas nunca sospecharon que la
magnitud de la derrota española pudiera alcanzar una dimensión semejante.
Sin embargo, existen indicios que demuestran la “internacionalización” del
1 Montherlant se refirió muy gráficamente a esa decadencia propia del carácter militar español : « ce peuple se bat mal pour conquérir le Maroc, il se battait bien pour conquérir le monde. Sans nul doute elle fût morte un jour, en tant que « puissance » européenne. » (Montherlant, 1963 : 618).
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conflicto y el apoyo material evidente de ciertas potencias a las fuerzas de
Abdelkrim2.
Resulta dramático, en efecto, comprobar cómo las trapacerías de un
régimen corrupto como el del período de la monarquía liberal alfonsina pasan
aparentemente desapercibidas cuando no admitidas con total desparpajo por la
sociedad que los padece. De la misma manera, la perpetuación de una
presencia militar española en la zona del Protectorado, justificada únicamente
como instrumento de enriquecimiento ilícito y de progresión fulgurante de las
carreras militares, resulta casi natural al compararla con la permisividad de la
corrupción de los estamentos más elevados del Estado, desde el propio
Alfonso XIII hasta muchos de sus ministros, entre los que destaca sin ninguna
duda la figura del Conde de Romanones, o con las maniobras especulativas de
una burguesía incapaz de llevar a cabo otros proyectos industriales que
aquellos que aseguraban su éxito mediante el soborno y la maquinación
fraudulenta del precio de las cosas.
Annual es también una cifra inverosímil de muertos y heridos3, cada uno
de ellos con nombre y apellidos. Cifra que, además de tremendamente
abultada, incluso aceptando los cálculos más optimistas llevados a cabo tras el
Desastre o mucho más recientemente por parte de determinadas corrientes
revisionistas, por desgracia tan de moda en los últimos años, por la forma en la
2 En este sentido, podemos reproducir la elocuente frase de Lyautey : «…le danger n’était encore que potentiel, car on pouvait espérer, et on espérait à Rabat, que les espagnols sauraient limiter leur recul, faire tête et reprendre l’initiative des opérations » (Catroux, 1952 : 162).3 Las cifras oficiales de bajas, heridos y prisioneros, pueden consultarse en los anexos del libro de Federico Villalobos, “El sueño colonial. Las guerras de España en Marruecos”, Ariel, Grandes Batallas, Barcelona, 2004, 336 pp.
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que se alcanza, representa la banalización de la violencia extrema que al cabo
de pocos años se repetirá en muchos episodios de la guerra civil.
Es en este contexto en el que surge una importante corriente literaria,
aunque tal vez no demasiado abundante, que a lo largo de estas páginas
hemos englobado bajo el título de la presente tesis. En efecto, las principales
obras que nos han ocupado, de Díaz-Fernández, de Giménez Caballero, de
Sender, de Barea y de Gaya Nuño, constituyen una auténtica memoria de lo
que fue el Desastre de Annual.
Se ha querido limitar el presente trabajo al análisis de determinadas
novelas y narraciones de África tomadas como fuente histórica desde la
perspectiva de la historia de las mentalidades, siguiendo muy especialmente
las enseñanzas del doctor Francisco Abad Nebot. Asimismo, una vez iniciada
la redacción de la tesis, las certeras indicaciones del doctor Francisco Gutiérrez
Carbajo permitieron completarla.
Conviene recordar que, de hecho, prestigiosos historiadores, como Paul
Preston, recurren al contenido de estas narraciones, aunque sin indicar que se
trata de obras literarias, para fundamentar determinados aspectos concretos de
sus investigaciones.
Así, teniendo en cuenta la naturaleza propia de un trabajo de
investigación como la presente tesis, la extensión del mismo se ha limitado
doblemente: por una parte, únicamente se ha recurrido a cinco narraciones y,
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por otra, se han pospuesto para mejor ocasión muchos elementos de carácter
militar y político, junto con los antecedentes históricos necesarios, cuya mera
evocación somera nos habría ocupado un espacio a todas luces excesivo.
De esta manera, a lo largo de las páginas que siguen, nos ocuparemos
en profundidad sobre todo de las siguientes narraciones4:
i. E. Giménez Caballero: Notas marruecas de un soldado
(1923);
ii. José Díaz-Fernández : El blocao (1928);
iii. Ramón J. Sender: Imán (1930);
iv. Arturo Barea: La ruta (1946);
v. Juan Antonio Gaya Nuño: Historia del cautivo (1962).
Aunque muchas otras obras, ya sea por su escasa calidad literaria, ya
por su falta de rigor histórico, hayan quedado apartadas voluntariamente, se ha
recurrido a otras que completan los distintos capítulos de esta tesis.
Ya reconocía López Barranco en 1999 que tan sólo algunas de las obras
que se refieren a las dramáticas circunstancias históricas de las guerras de
Marruecos, debido a su mucha mayor calidad estética, artística y literaria, han
alcanzado una difusión notable, mientras que las demás han quedado
4 Las ediciones que hemos manejado son las siguientes: « Notas marruecas de un soldado », Ernesto Giménez Caballero, Planeta, Barcelona, 1983, 187 pp.; « El blocao », José Díaz-Fernández, Viamonte, Madrid 1998, 122 pp.; “Imán”, Ramón J. Sender, Cénit, Madrid, 1930; Arturo Barea, “La Ruta”, Barcelona, Debate; « Historia del cautivo », Juan Antonio Gaya Nuño, Obras Completas, Biblioteca Castro, Madrid, 1984, 873 pp.
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relegadas al olvido, o como mucho, al recuerdo erudito que les brinda las
páginas de tesis doctorales como la del propio López Barranco. En esta línea,
este autor cita expresamente los casos de Imán y de El blocao, “dos de los
títulos más celebrados y paradigmáticos de esa corriente. A los que habría que
añadir otros cuantos de factura menos acabada pero con el común sustrato de
una decidida oposición a la guerra. Dualidad de lo artístico que reproduce la
polarización social española ante la campaña.” (López Barranco, 1999: 1059).
Para la elaboración de su tesis, ante la maraña de narraciones que
sobre el tema descubre y clasifica, López Barranco establece una serie de
criterios o de pautas que le servirán de guía para llevar a cabo un esfuerzo
nada desdeñable de catalogación. Se centra, de esta manera, en examinar
cuál es el motivo principal de cada una de las narraciones para adscribirla, de
esta manera, a una y otra categoría.
La primera de ellas sería la que engloba todas aquellas narraciones
cuyo tema central o eje narrativo es la Legión. López Barranco señala que en
un primer momento se vivió entre los autores, sobre todo, una tendencia a la
exaltación y al enaltecimiento de este nuevo cuerpo militar. Se trataba en esa
primera época, de relatos breves, casi de meros cuentos para, paulatinamente,
crear obras de mayor extensión. Entre las obras que cita y analiza López
Barranco, destacan Memoria de un legionario, Bajo el sol enemigo, El camillero
de la Legión, Los del tercio en Tánger, caracterizados todos por un desmedido
elogio de este cuerpo militar.
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Dentro de esta misma categoría destaca únicamente por una mejor
calidad literaria la obra Tras el águila del César, de Luys Santa Marina. Años
más tarde, aparece el relato de Asenjo Alonso Los que fuimos al Tercio, y una
novela muy concreta desde el punto de vista político, con un marcado carácter
de denuncia, como es la de Fermín Galán, La barbarie organizada. Por último,
cita otras dos obras mucho más recientes, una de 1955 y otra de 1981, como
son La legión desnuda, de Antonio Maciá Serrano, y Del breviario de Juan
Morena, de Francisco Canós Fenollosa.
La segunda gran categoría a la que recurre López Barranco es la que
englobaría aquellas obras que tratan principalmente del amor. Entre éstas, qué
duda cabe, sobresalen las historias en las que el amor une a un gallardo oficial
español y a una hermosa y cautivante mora de hechizante belleza. Aquí la lista
de obras que recoge López Barranco es impresionante. Por citar tan sólo
algunas, mencionaremos ¡Kelb rumi!, Luna de Tettauen, Aixa, Neima la sultana
de Alcazarquivir, Amores africanos, Así aman las africanas, ¡Mektub! e incluso,
a juicio de este autor, Una hoguera en la noche, de Sender, de la que en su
momento oportuno nos ocuparemos con cierto detalle.
La tercera gran categoría de narraciones es la constituida por aquellas
obras cuyo eje central son las vivencias de un soldado individualizado. Se trata
de “narraciones que ponen el acento en las vivencias y repercusiones que la
guerra acarrea al hombre. Un tipo de obras cuya urdimbre esencial está
formada por la contienda y el mundo de la milicia.” (López Barranco, 1999:
1062).
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Dentro de esta categoría, los relatos más certeros son aquellos que
apuntan al “corazón de la tragedia”, que no es otro que la degradación sin
límites de la dignidad humana. Cita como más representativas Notas
marruecas de un soldado, que “ejercita una censura de baja intensidad”, hasta
Imán, “alegato antibélico”, pasando por obras de escasa relevancia literaria,
como Pacazos, o ¡Los muertos de Annual ya son vengados!, hasta “el estilista
que cincela prosa y sentimientos con primor, cual José Díaz Fernández en El
blocao.” López Barranco añade también dentro de esta categoría La ruta, de
Barea, “título en absoluto desdeñable aunque no alcance la altura de las
anteriores.”
La siguiente categoría es la que engloba los relatos que se refieren a los
entresijos del mundo militar mediante el retrato del oficial profesional. De entre
este tipo de obras, López Barranco destaca como de mayor altura literaria e
interés histórico aquellas escritas pasados algunos años de las hostilidades. De
esta manera, menciona expresamente Once oficiales en torno a una mesa,
Ceuta en el umbral y Todo por la patria.
A continuación nos encontraríamos con aquellas narraciones que se
ocupan principalmente del rifeño. Frente a las figuras muy secundarias de los
rifeños que aparecen en la mayoría de las obras, existen otras que se detienen
con mucho mayor detalle en los indígenas y su universo particular. López
Barranco menciona La sed y Mohammed, dos relatos breves publicados en los
mismos años del conflicto que “atestiguan la maldad intrínseca de la raza”. En
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época contemporánea, menciona Kábila, publicada en 1980, y de la que nos
ocuparemos más adelante con el detalle necesario, como un relato que pone
de relieve una nueva visión más objetiva de los nativos rifeños. También se
enmarca dentro de este grupo la obra Quebdani, publicada en 1997, para
ilustrar “desde el punto de vista del nativo, la venganza de un pueblo orgulloso,
que aun vencido no admite resignarse ante la prepotente humillación del
poderoso.” (López Barranco, 1999: 1064).
Otra de las categorías que sirven para poner un orden relativo en el
maremagno de las narraciones de África es la que se refiere, siguiendo los
pasos de Pérez-Galdós, a la recreación de nuevos Episodios Nacionales.
Como no podía ser menos, se mencionan aquí las obras de Francisco Camba y
del matrimonio formado por Ricardo Fernández de la Reguera y Susana March.
López Barranco asevera que Annual, de Camba, “constituye una realidad poco
verosímil, desde el punto de vista constructivo, y una falaz, desde el punto de
vista argumental, reconstrucción del suceso, donde el presunto heroísmo del
ejército colonial se antepone a cualquier atisbo de veracidad.” En lo que se
refiere a la segunda obra, El desastre de Annual, a pesar de la minuciosidad de
los datos, no alcanza un nivel notable desde el punto de vista narrativo.
También incluye en este mismo epígrafe La historia del cautivo, de Gaya Nuño,
para asegurar que engarza “con acierto el referente histórico de la derrota con
la tradicional figura literaria del pícaro, el autor ofrece un encuadre satírico
unido a una de las más crudas recreaciones novelescas de aquella desdichada
hora.” (López Barranco, 1999: 1065).
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Una categoría especialmente llamativa es la que engloba las obras de
carácter satírico, humorístico o grotesco. Dentro de este grupo, cuya calidad
literaria deja mucho que desear, se menciona expresamente el ejemplo de El
señor Feliciano en la República del Rif o El alférez Membrillete, o incluso Las
aventuras del caballero Rogelio de Amaral, de Wenceslao Fernández Flórez,
de la que un capítulo se sitúa en la guerra de Marruecos, “en sus páginas lleva
a cabo una desmitificadora ridiculización de la campaña y una descarnada
sátira contra ésta o cualesquiera otras guerras.” (López Barranco, 1999: 1965).
Para López Barranco existe también una categoría específica de obras
dedicadas principalmente a Melilla, “convertida, merced a su situación
geográfica, en escenario urbano por excelencia durante el conflicto, ha sido
lugar de frecuente presencia en esta narrativa, pero incluso en unos cuantos
títulos ha llegado a alcanzar estatus de protagonista” (López Barranco, 1999:
1066).
A modo de ejemplos para ilustrar esta categoría narrativa, cita el caso de
La hija de Marte, y también el de Melilla la codiciada, ambos de 1930. En las
dos obras la extensión y el desarrollo urbano de la ciudad, con su particular
ensanche modernista, es objeto de atención narrativa. De la misma manera,
menciona una novela mucho más reciente, de 1991, El cañón del Gurugú, “una
novela de factura muy tradicional y cierta proclividad al folletinismo pero con
más consistencia fabuladora que las anteriores.” (López Barranco, 1999: 1066).
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Otra categoría específica es la que se refiere de manera principal a las
biografías noveladas de determinados personajes de la época. De esta
manera, podríamos mencionar el caso de al-Raisuni, cuyas peripecias vitales
aparecen en Del Marruecos feudal, publicado en los años inmediatamente
previos al desastre de Annual. López Barranco incluye también dentro de esta
categoría la obra de Vázquez Montalbán Autobiografía del general Franco,
aunque en esta obra voluminosa tan sólo se dediquen una serie de capítulos a
los episodios de África, como tendremos ocasión de detallar más adelante en
su momento oportuno. De la misma manera, se menciona el caso de El sable
del Caudillo, publicada, al igual que la obra de Vázquez Montalbán, en los años
noventa. El caso de la novela Etxezarra, de la que nos ocuparemos
oportunamente más adelante, se caracteriza, además de por su carácter
biográfico, por la descripción de toda clase de aventuras. Por último, López
Barranco incluye en esta categoría la obra de Todo por la patria, “si bien en
este caso la trayectoria personal se amplifica y deviene paradigma de la
amoralidad de todo un grupo social: los antiguos jefes y oficiales fogueados en
Marruecos y más tarde vencedores de la guerra civil.” (López Barranco, 1999:
1067).
Por último, nuestro autor recurre a una especie de cajón de sastre que le
permite incluir todos aquellos relatos que, de una u otra manera, no ha podido
clasificar dentro de ninguna de las distintas categorías mencionadas. De esta
manera, López Barranco habla de una “miscelánea temática”, para agrupar
desde las novelas breves publicadas en la década de los años veinte, “que hoy
ya nadie recuerda, similares por su forma y su planteamiento a la mayoría de
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las ya mencionadas”, como puedan ser las escritas por autores que también
publicaron obras de importancia mayor relativa, como pueden ser Bajo el sol
africano y Águilas de Acero, de Rafael López Rienda, o El milagro, de Fermín
Requena. Otras obras mucho más recientes también encuentran acomodo en
esta categoría, como Prisiones del Rif, Raisuni, Hermanos mayores, o incluso
Días de luz, de la que tendremos ocasión de ocuparnos más adelante.
Para concluir el esfuerzo clasificador llevado a cabo por López Barranco,
podríamos recordar sus propias palabras que resumen de manera certera las
conclusiones a las que él mismo llega, señalando que nos encontramos ante:
Una producción, en suma, tan abundante como variada en
temáticas y formas de entender lo novelesco, si bien es verdad que,
según ha ido revelando los análisis sobre modo del relato y
características del discurso literario elaborados en el cuerpo del presente
estudio, predomina una generalizada mediocridad sobre cualquier otra
valoración. Pero entre esta escasa altura artística, se hace obligado
destacar la presencia de no pocas obras valiosas, algunas hoy
injustamente olvidadas u oscurecidas, e incluso un reducido grupo de
títulos que por derecho propio han entrado a formar parte de la mejor
novela española de su época. (López Barranco, 1999: 1069).
En la tesis de López Barranco se lleva a cabo también un considerable
esfuerzo clasificatorio en lo que se refiere a los autores que dedicaron su
esfuerzo creativo a las narraciones de África:
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La curiosidad induce a preguntarse acerca de otro de los asuntos
sobre el que este trabajo ha ido arrojando luz: quiénes escribieron sobre
la materia, en qué tipo de plumas fructificó esta literatura. Un nutrido
grupo de autores estuvo integrado por gentes vinculadas por una u otra
razón al conflicto: soldados, militares con graduación, periodistas,
testigos directos en cualquier caso de aquellos sucesos (…) plumas
neófitas en no pocas ocasiones, al menos dentro del terreno de la
ficción, que habiendo realizado su servicio militar en aquellas tierras se
estrenaron en el mundo de la creación con relatos evocadores de su
reciente pasado. A algunos de ellos corresponden los mayores logros de
esta novelística, pues lejos de ajustarse a modelos de repertorio cada
uno buscó dejar su impronta personal en su obra.” (López Barranco,
1999: 1069).
De esta manera, como no podía ser de otra forma, reconoce el papel
precursor jugado por Pedro Antonio de Alarcón, en campañas anteriores, pero
ciertamente inspirador común de todos los demás narradores de África,
recurriendo en dosis adecuadas a la reconstrucción literaria y a la estricta
enumeración de hechos relevantes desde el punto de vista histórico. A
continuación, destaca la figura de Ernesto Giménez Caballero, “certero
observador del ambiente que le envolvió durante su servicio militar”; luego
menciona a Antonio Espina, “que comenzó a forcejear con la corriente
deshumanizada imperante en la narrativa culta de los años veinte”; después
menciona a José Díaz-Fernández, de quien afirma que “no se quedó en
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forcejeos, sino que asentó un golpe mortal a esa forma de entender lo literario,
al irrumpir en el panorama novelesco español de la época con un título
innovador en asuntos y temáticas”; después incluye a Ramón J. Sender, “cuya
trayectoria de escritor ha ido desvelándose en parte a través del relato sobre la
guerra marroquí”. También incluye en este primer grupo de autores a Luys
Santa Marina, a Tomás Borrás, y a Arturo Barea.
El segundo grupo de la clasificación es el que incluiría a aquellos
autores de la “denominada narrativa popular.” Menciona en este apartado a
autores de la literatura por entregas, tan habituales en la época de O’Donnell,
como Rafael del Castillo, Cubero o Antonio Redondo. Otros escritores
posteriores dentro de esta misma categoría son Antonio de Hoyos, Emilio
Carrere, Luis Antón, Cristobal de Castro o José María Carretero. De estos
autores, así como de otros posteriores, López Barranco afirma que “cabe
hablar con absoluta propiedad de una narrativa de repertorio sin innovación
alguna (…) algunos, no obstante, gozaron de cierto renombre en su momento.
Efímera fama, pues el tiempo con su certero olvido les ha devuelto al lugar que
les correspondía.” (López Barranco, 1999: 1071).
El tercer grupo de autores es el constituido por aquellos de mucha más
reciente aparición en el panorama literario español. Autores que no vivieron
personalmente ni los hechos mismos ni sus consecuencias sociales y políticas.
Sin embargo, muchos de estos autores tienen algún tipo de vínculo personal
con los escenarios de la guerra de Marruecos. Así, cita expresamente a David
López García, “estudioso y teórico de la cuestión”, a Severiano Gil Ruíz,
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“nacido en el Protectorado y residente después en Melilla”, Eduardo Valero,
que fue profesor en Alhucemas, o Antonio Abad, nacido en Melilla.
López Barranco establece un último grupo de autores con aquellos que
denomina “plumas consagradas y de reconocido prestigio interesadas en el
asunto”. (López Barranco, 1999: 1073). Cita, en lo que se refiere a los tiempos
más remotos, a Fernán Caballero, Galdós o Clarín. Luego, a Francisco Umbral
y a Manuel Vázquez Montalbán, sin olvidar a Ricardo León o a Wescenlao
Fernández Flórez.
Por nuestra parte, hemos tenido también que reducir el recurso a las
fuentes históricas. Así las cosas, se ha decidido acudir únicamente a las
informaciones recogidas en el expediente Picasso5, y en mucha menor medida
a las interesantísimas pistas que pueden descubrirse recurriendo, entre otras, a
las propias conclusiones elaboradas por el Ministerio fiscal. Desde un punto de
vista histórico, se han completado esas informaciones con las aparecidas en la
prensa de la época, especialmente con las de Indalecio Prieto publicadas en el
diario “El Liberal”.6
Otro aspecto que ha quedado forzosamente limitado es el que se refiere
al estudio de los aspectos geográficos que aparecen en las narraciones
escogidas. Si bien es cierto que se ha recurrido a un mínimo de elementos
cartográficos para ofrecer una mejor exposición, no ha podido llevarse a cabo
el estudio que en un trabajo de naturaleza más específica se hubiera
5 La versión del expediente Picasso que se ha manejado es la publicada por Carrasco Díaz.6 Se ha recurrido a la edición de las crónicas de Indalecio Prieto publicadas por la editorial Algazara.
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pretendido llevar a cabo, recurriendo al análisis comparativo de elementos
narrativos y geográficos basados en determinados elementos cartográficos
militares, y sobre todo, mediante una visita in situ al escenario de los
enfrentamientos.
Ya ha quedado de manifiesto que una de las principales intenciones de
la tesis de López Barranco consistía en llevar a cabo una investigación
bibliográfica con la intención de desempolvar los textos que dentro del campo
de la narrativa de ficción han recreado de una u otra manera las guerras de
España en Marruecos. Este esfuerzo enorme realizado por López Barranco nos
ha permitido llegar a un terreno desbrozado previamente, facilitando
enormemente, qué duda cabe, parte de nuestros propios objetivos.
Sin embargo, el esfuerzo que no hemos podido evitar en modo alguno,
es el que se refiere a la adquisición de una base histórica para permitirnos
avanzar sobre el análisis de las obras seleccionadas desde la perspectiva de la
Historia de las Mentalidades.
De igual manera, hemos recurrido a la clasificación de los diferentes
títulos establecida por López Barranco ya que, en efecto, nos ha parecido que
se lleva a cabo mediante criterios intachables y cuyo resultado supone un
avance considerable que facilita enormemente nuestra labor.
Nuestro esfuerzo se ha centrado, por tanto, en aportar nuevos
elementos que aclaren lo que las principales narraciones de África aportan
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entendidas como fuente histórica. Se trata, qué duda cabe, de los grandes
episodios que se sucedieron en Marruecos y en España desde el inicio de la
década de los años veinte del siglo pasado hasta la caída de la monarquía
Alfonsina, pero también de los distintos acontecimientos que cada uno de los
cinco autores seleccionados aporta a través de su propia narración para el
conocimiento completo de la realidad. De esta manera, la tesis se ocupa de los
siguientes capítulos que esperamos puedan contribuir a alcanzar el objetivo
pretendido:
En primer lugar, defendemos el criterio selectivo, justificando las razones
que nos han llevado a optar por estas cinco obras principales que son objeto de
un estudio detallado. Dentro de este mismo capítulo procedemos al análisis
literario de las novelas escogidas, exponiendo los apuntes biográficos de cada
uno de los autores de tal manera que podamos obtener una mejor comprensión
de sus respectivas obras enriquecida con el conocimiento de las experiencias
vitales de nuestros autores. En este mismo epígrafe, no podemos eludir
establecer un resumen argumental de cada una de las cinco obras, subrayando
los aspectos que desde el punto de vista elegido para la elaboración de esta
tesis, permita que el lector de sus tediosas hojas pueda seguir más fácilmente
lo argumentado. De la misma manera, se establece la estructura de cada una
de las narraciones, se perfilan y analizan los principales personajes, se
establece y estudia una lista con la temática compartida por todas ellas y, por
fin, se analiza la técnica y el estilo de cada una de las obras.
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A continuación, se establece, recurriendo a las fuentes históricas y
apoyándonos en lo descubierto y analizado en las páginas de cada una de las
cinco obras principales, el contexto histórico, referido a un período muy
concreto, que es el que se extiende desde el Desastre de Annual, ocurrido en
julio de 1921, y el establecimiento de la República del Rif, hasta la instauración
de la dictadura de Primo de Rivera, en 1923, y el sometimiento completo del
territorio, acaecido tras las operaciones conjuntas franco-españolas en 1927.
Se trata, por tanto, de un período histórico perfectamente delimitado y
relativamente breve. Únicamente tendremos que remontarnos a períodos
anteriores, o extendernos hasta épocas posteriores, cuando así lo justifique la
marcha de nuestras exposiciones, como por ejemplo cuando nos refiramos a
los orígenes de la presencia española en el territorio del Protectorado, o las
consecuencias políticas de las operaciones militares marroquíes, que
culminarán inevitablemente con la caída de la monarquía Alfonsina y la
proclamación de la República y, en último lugar, con la guerra civil y la
dictadura del general Francisco Franco.
El siguiente gran capítulo que nos ha ocupado es el que se refiere a la
presentación y análisis de las circunstancias geográficas que sirven de
escenario a las narraciones. En este sentido, esperamos que el esfuerzo
realizado nos haya permitido establecer un intercambio de informaciones entre
los datos obtenidos del estudio de las propias obras narrativas y del de fuentes
históricas y geográficas, de tal manera que unas y otras se complementen para
ofrecernos una visión doblemente interesante: por una parte, la comparación
de las informaciones geográficas con las descritas en cada una de las obras
29
permite juzgar sobre la verosimilitud de los escenarios de las mismas. Por otra
parte, llegado el caso, el nivel de detalle descriptivo en las obras analizadas
aporta elementos nuevos que sirven para identificar determinados elementos
geográficos someramente indicados, o completamente ausentes, en las fuentes
históricas. Así las cosas, nos hemos centrado en primer lugar en analizar el
territorio del Alto Comisariado en Marruecos. A continuación, hemos estudiado
el territorio de la Comandancia de Melilla. Luego, nos hemos centrado en el
examen de los territorios de las diferentes cábilas, sobre todo en al zona del
Rif, aunque, inevitablemente hemos tenido que adentrarnos también por la
Yebala. Más adelante, hemos estudiado los asentamientos poblacionales,
estudiando las ciudades, así como también los principales poblados y las
aldeas del territorio. En este capítulo hemos dedicado no poco esfuerzo a
describir y analizar los blocaos, esto es, las fortificaciones que a menudo se
erigieron sobre alturas imposibles de mantener, rodeadas de fuerzas enemigas.
Unido a este mismo punto, hemos estudiado el problema de las
comunicaciones, tanto entre las dos zonas del Protectorado, comunicadas
únicamente por mar, como dentro de cada una de ellas, y de toda la zona con
la Península. En este sentido, hemos dedicado algunas páginas de nuestra
exposición al caso del yate Giralda, buque oficial del Alto Comisario en sus
desplazamientos entre las dos zonas y entre éstas y España, cuya aparición en
uno de los relatos, junto con la leyenda que todavía hoy le acompaña, conlleva
un interés evidente. Por último, a modo de colofón, hemos estudiado el
problema fundamental de la ausencia de cartografía antes, durante y después
de las hostilidades, así como sus consecuencias prácticas en el curso de las
operaciones, tal y como se refleja en algunas de las obras escogidas.
30
El siguiente capítulo se ha dedicado fundamentalmente al estudio de los
elementos sociales que aparecen en las obras. Nos hemos ocupado de la
población civil, distinguiendo entre españoles, musulmanes y hebreos. Una
parte importante del capítulo se ha consagrado al estudio y análisis de las
minas del Rif, en cuanto origen causal de las intervenciones españolas en
Marruecos y en cuanto elemento fundamental para el entendimiento completo
del papel de denuncia de explotación y sometimiento a las presiones
económicas puesto de relieve por determinadas narraciones. A continuación
hemos analizado el papel desempeñado en las narraciones, y en el contexto
histórico en general, por toda una masa de personajes secundarios que viven o
sobreviven gracias a la presencia militar en Marruecos. Nos hemos referido, de
esta manera, a los personajes parasitarios que, como aguadores, taberneros o
prostitutas, o incluso a la propia oficialidad africanista, se nutrían de todo
cuanto podían extraer del ejército. Para concluir este apartado, hemos
analizado el asunto de las responsabilidades, tanto desde el punto de vista de
las propias narraciones como a través de la visión que puedan ofrecernos las
fuentes históricas.
El siguiente capítulo se refiere a los elementos militares. Hemos
analizado el papel desempeñado por el ejército colonial en Marruecos y en la
sociedad española. Hemos dedicado nuestros esfuerzos al análisis de la visión
de esa oficialidad africanista, eminentemente parásita, que ofrecen las
narraciones. Como no podía ser de otra manera, hemos estudiado con el
detenimiento necesario, el caso específico del Tercio de extranjeros y de su
31
papel en el marco de las narraciones escogidas. También se han analizado las
fuerzas rifeñas, desde el punto de vista de las obras y desde la perspectiva de
las fuentes históricas de que disponemos. El capítulo concluye con el examen,
siempre desde las dos fuentes citadas, narrativa e histórica, del armamento
convencional disponible por ambas partes contendientes. Se ha llevado a cabo
un análisis pormenorizado del caso particular del armamento químico.
A continuación, se ha dedicado un capítulo específico al análisis de los
elementos lingüísticos de cada una de las narraciones. De esta manera,
además, se ha estudiado el papel que en cada una de ellas corresponde al
recurso a expresiones en los dialectos locales, esto es, en chelja y en rifani. Se
han estudiado, asimismo, los arcaísmos a los que recurren los autores y se ha
analizado el papel que desempeñan dentro de las narraciones. De la misma
manera, se han puesto de relieve los coloquialismos que aparecen, en muy
diversa medida, en cada una de las obras estudiadas. Por último, se han
estudiado también las expresiones en diferentes idiomas a las que recurren
nuestros autores.
El siguiente capítulo se ha dedicado a examinar y analizar las
narraciones francesas surgidas a raíz del mismo conflicto, completando,
creemos que por primera vez, una visión excesivamente unívoca, esto es
meramente española, de las narraciones de África. Cierto es que la
disponibilidad de este tipo de obras referidas a la zona francesa es más bien
escasa. Sin embargo, su aportación puede resultar más que interesante. De
esta manera, hemos analizado en primer lugar las narraciones surgidas en el
32
entorno del mariscal Lyautey, Residente General de Francia. A continuación
hemos estudiado las narraciones de operaciones sobre el terreno. Buscando
un intento de equilibrio entre estas narraciones y las españolas, hemos incluido
también en este capítulo el análisis de una de las narraciones de operaciones
sobre el terreno en la zona española.
El siguiente capítulo se ha centrado, siempre en un intento de completar
la perspectiva ofrecida por las principales narraciones estudiadas, en aportar
nuevas visiones, en este caso desde el lado marroquí. Creemos que también
aquí es la primera vez que se ofrecen estas narraciones como herramienta
complementaria para el análisis de las españolas. Hemos estudiado las
descripciones de la guerra que llevan a cabo las fuentes marroquíes. También
nos hemos centrado en analizar la visión de la figura de Abdelkrim que ofrecen
estos relatos, en comparación con la misma imagen proyectada por las
narraciones españolas. Hemos concluido este capítulo con el examen de otras
narraciones disponibles.
El capítulo que nos ha servido para culminar la tesis antes de presentar
las conclusiones de la misma, es el que se centra en la exposición y análisis de
las obras narrativas posteriores que, ya sea por su calidad literaria, ya por su
importancia documental, merecen una mención específica. En este capítulo,
que hemos titulado de Vázquez Montalbán a Lorenzo Silva, nos hemos
apartado considerablemente de las indicaciones y opiniones de López
Barranco.
33
Por último, el esfuerzo realizado para redactar la presente tesis culmina
con la elaboración de unas conclusiones que esperamos sirvan de apoyo para
ulteriores estudiosos de ésta y otras materias.
_________________________
34
2- ANÁLISIS LITERARIO DE LAS NOVELAS ESCOGIDAS. APUNTES
BIOGRÁFICOS DE LOS AUTORES. RESÚMENES ARGUMENTALES.
ESTRUCTURA. PERSONAJES PRINCIPALES. TEMAS
PRINCIPALES. TÉCNICA Y ESTILO:
35
36
Son numerosísimas las narraciones de los acontecimientos del Desastre de
Julio de 1921 y de los acontecimientos posteriores. En la tesis doctoral de Juan
José López Barranco, dirigida por el profesor Santos Villanueva, se establece
un catálogo completísimo de las diferentes narraciones. Sin embargo, en ese
catálogo falta la definición de un criterio tan sencillo como es el que nos anima
a lo largo de estas páginas, que intenta seleccionar las obras objeto de estudio
basándose única y exclusivamente en un doble criterio que combina la calidad
literaria y el rigor histórico de las narraciones.
Cierto es que, con toda razón, podrá argumentarse muy válidamente
que tal o cuál obra habría podido también incluirse entre las estudiadas. Sin
embargo, lo que nos parece seguro es que, en sentido contrario, ninguna de
las narraciones que nos han ocupado hubiera podido descartarse.
En efecto, las obras de Giménez Caballero, Díaz-Fernández, Sender,
Barea y Gaya Nuño, cada una desde su propia perspectiva, e incluso
adoleciendo cada cuál de las distorsiones inevitables fruto de las experiencias
vitales de sus autores, estudiadas como si de un conjunto narrativo coherente
se tratara, aportan no pocos elementos, tanto literarios como históricos, que
permiten empezar a imaginar, tal vez, la existencia de una cierta corriente
literaria de carácter específico.
Las vivencias personales de los cinco autores seleccionados, al margen
de las de la propia guerra de África, que, lógicamente no son experimentadas
37
directamente por Gaya Nuño, constituyen también un elemento fundamental
que añade todavía más interés, si cabe, a las obras seleccionadas.
De esta manera, para resaltar la importancia de esas vivencias,
compartidas muchas de ellas, al moverse en un principio todos nuestros
autores en círculos intelectuales muy similares, subrayemos ahora muy
brevemente dos o tres apuntes históricos de cada uno de ellos:
- Ernesto Giménez Caballero fue profesor y articulista brillante.
Estuvo condenado a la cárcel. Co-fundador de Falange
Española, jugó un papel social y militar relativamente activo
durante la guerra civil. Posteriormente, comprobada la
imposibilidad de integrarle en el régimen, se le aleja de España,
nombrándole Embajador, casi vitalicio, en Paraguay;
- José Díaz-Fernández fue periodista de mérito y Diputado de la
República. Durante la guerra civil ocupa puestos de importancia
política. Muere, prácticamente de inanición, en el exilio;
- Ramón J. Sender, fue también profesor y activo periodista, muy
comprometido políticamente. Ocupa cargos importantes durante
la República y la guerra civil. El exilio le lleva a Estados Unidos,
donde morirá;
- Arturo Barea fue también periodista y profesor, muy
comprometido con el Partido Socialista. Durante la guerra
también ocupa cargos de responsabilidad política. Se exilia en
el Reino Unido, donde fallecerá prematuramente;
38
- Juan Antonio Gaya Nuño, es hijo de un médico republicano
fusilado por los sublevados en 1936. Fue periodista de mérito y,
sobre todo, profesor y crítico de arte. Combatió, como oficial, en
defensa de la República. Fue condenado a veinte años de
cárcel. Falleció prematuramente.
Se trata, por tanto, de cinco autores cuyas vivencias personales
discurren, en ocasiones, por vías paralelas. Las obras seleccionadas, aun
difiriendo en muchísimos aspectos, comparten toda una serie de características
comunes, entre las que destaca, sin duda, el rigor histórico y la sinceridad
personal. Son estos elementos los que intentaremos poner de relieve a lo largo
de las páginas que siguen.
_________________________
39
40
2.1- “NOTAS MARRUECAS DE UN SOLDADO”, DE ERNESTO GIMÉNEZ
CABALLERO, (1923):
41
42
Ernesto Giménez Caballero (1899-1988) es suficientemente conocido
tanto de los sectores especializados como del público en general. Estudió
letras en la Universidad de Madrid y posteriormente también Filosofía. Su
estrecha relación con Américo Castro le sirvió para relacionarse con las
principales personalidades intelectuales de la época y para acceder a un
puesto académico en la Universidad de Estrasburgo, en 1920. En esta ciudad
conoció a la que sería su mujer, la italiana Edith Sironi, hija del cónsul de Italia,
y figura clave para comprender su temprano acercamiento a Italia y al fascismo
mussoliniano.
Precisamente, hay que recordar que Giménez Caballero se incorpora a
la Universidad de Estrasburgo tras una entrevista con Américo Castro, quien
había pensado en un principio enviarle a la de Washington, descartando esta
opción, -que hubiera cambiado radicalmente la percepción vital y la apuesta
ideológica de Giménez Caballero-, al encontrarle demasiado joven.
Las relaciones con Américo Castro se iniciaron en época temprana,
mientras Giménez Caballero todavía estudiaba Letras y frecuentaba en la calle
Almagro el Centro de Estudios Históricos, “germen del futuro Consejo de
Investigaciones Científicas”. (Giménez Caballero, 1985: 152). De las relaciones
con Castro destaca:
“Fui, gracias a Castro, compañero de Carmen, su hija; de
Gimena, la de don Ramón; de Carmen Laforet; de Zubiri…
Mientras él, por una temporada se hacía Embajador “de los que
43
sabían escribir”, como le dije en mi Robinsón Literario. Y hasta
increpar en correcto alemán a los nacientes nazis de Berlín donde
tenía su puesto (Giménez Caballero, 1985: 152).
Tuvo que incorporarse a filas a raíz del desastre de Annual, siendo
destinado a Marruecos donde permaneció durante dieciocho meses. A su
regreso publicó “Notas marruecas de un soldado”, que le abrieron las puertas
de la fama literaria.
Sobre este episodio, el propio Giménez Caballero relata que se
incorporó nada más regresar de Estrasburgo, en 1921, para hacer el servicio
militar de “cuota” en Infantería de Saboya nº 6, Cuartel de la Montaña, con el
que luego sería Presidente de la Real Academia Española, Dámaso Alonso,
“más pacífico que yo”. La descripción de esos momentos continúa de la
siguiente manera:
… ante el Desastre de Annual partí hacia Marruecos.
Donde un buen día de 1922 me llegaría don Américo, con el que
me trasladé a Xauen para ayudarle a recoger romances
sefardíes. Y de donde hubimos de salir milagrosamente en un
vehículo militar para que no nos machacaran los moros en un
ataque que afrontamos impávidos, él como lingüista y yo como
infante ya veterano y su guardaespaldas y guardapapeletas.
(Giménez Caballero, 1985: 152).
44
Dirigió varias publicaciones periódicas, entre otras “La gaceta literaria”,
fundada en 1927, auténtico órgano de expresión de lo que luego sería la
generación del 27. También fundó el primer cine-club de España, donde se
estrenó la película “Un chien andalou”, de Buñuel y Dalí.
Fue también Catedrático de Literatura del Instituto Cardenal Cisneros de
Madrid, tras ganar unas oposiciones en 1935 cuyo tribunal presidía Miguel de
Unamuno. Ocupó el cargo de Agregado Cultural y posteriormente, durante
muchísimos años, el de Embajador de España en Paraguay.
Es autor de una extensísima bibliografía de carácter y mérito muy
variable, entre la que se podría destacar “Amor a Cataluña”7, “Amor a
Portugal”8, y “Memorias de un dictador9”.
“Notas marruecas de un soldado” es la primera narración de Ernesto
Giménez Caballero, escrita en 1921. Fue publicada en 1923, en la imprenta
que tenía su padre en Madrid, nada más regresar de cumplir el servicio militar
en Marruecos. Por este libro, Giménez Caballero fue procesado y condenado a
dieciocho años de reclusión, durante el Gobierno liberal de Romanones, siendo
absuelto por la dictadura de Primo de Rivera.
_____________________
7 Giménez Caballero, Ernesto, « Amor a Cataluña », Ruta, Madrid, 1942.8 Giménez Caballero, Ernesto, « Amor a Portugal », Cultura Hispánica, Madrid, 1949.9 Giménez Caballero, Ernesto, « Memorias de un dictador », Planeta, Espejo de España, 49, Barcelona, 1979.
45
46
2.1.1- ESTRUCTURA:
Esta narración, en la segunda edición de 1983, tras la única de 1923,
está precedida de un Prólogo, titulado “Hoy” y culmina con una “Nota final en
Madrid”. Se divide en seis unidades narrativas perfectamente diferenciadas,
que llevan los siguientes títulos: “Notas de campamento”, “Notas de hospital”,
“Un viaje en el Giralda”, “Notas de Tetuán”, “La judería” y “Notas de otros
lugares”.
En el Prólogo “Hoy” el autor recapitula sobre la génesis del libro y las
peripecias tanto del propio proceso creativo como del de la auto-publicación de
aquella primera edición en la imprenta propiedad de su padre. Nos dice
Giménez Caballero que se trataba de “un libro escrito en campamentos y
hospitales”, (Giménez Caballero, 1983:5). Relata cómo su maestro Américo
Castro, tras leerlo, le auguró todo tipo de problemas. Asimismo, solicitó un
prólogo a Azorín, quién con palabras un tanto bruscas se excusó de asumir
semejante tarea.
Recuerda también el autor que el primer libro de aquella pequeña tirada
de 500 ejemplares fue para don Miguel de Unamuno, quien a vuelta de correo
le felicitó por su narración y le prometió ocuparse de tan meritorio libro tanto en
la redacción de “El Liberal”, como en el Ateneo: “…me daba un gran
espaldarazo de escritor nacional,… abriéndome las puertas de la fama”
(Giménez Caballero, 1983: 5).
47
También señala que Indalecio Prieto, entusiasmado, publicó entera la
narración en las páginas de su periódico de Bilbao “El liberal”. Luis de Oteyza
hizo lo mismo con varios capítulos en “La Libertad”, diario que dirigía en
Madrid. Ramiro de Maeztu publicó comentarios muy positivos en las páginas de
“El Sol”, al igual que Eugenio d’Ors en “Nuevo Mundo”, Salaverría en “ABC”, o
Castrovido en “La Voz”.
En una de las postales políticas que Ernesto Giménez Caballero
escribiría mucho más adelante, se refiere de nuevo a Prieto y a cómo recibió la
publicación de su libro. Afirma que en “Prieto había blanduras,
sentimentalismos y prejuicios que no se sospechaban. Fundamentalmente,
Prieto resultó un liberal. Un alma del Bilbao unamunesco. De la España
pasada. Un corazón de oro”. Un poco más adelante añade:
Yo le conocí cuando publiqué mi primer libro sobre Marruecos, en
1923. Fue de las primeras personas que me felicitaron y me revelaron al
gran público. Y ello me hace guardarle un afecto instintivo de gratitud.
Escribió sobre mí extensamente. Dio, mi libro, en folletones, en su
Liberal de Bilbao. Me presenté una tarde en el café Regina de Madrid a
darle las gracias, tímidamente. –Yo creí que era usted mucho más viejo-
me dijo con su brusquedad simpática y distraída. Luego me lo encontré,
a los dos o tres años, tras el golpe de Estado, en la Carrera de San
Jerónimo. –Me han dicho que se interesa usted por el fascismo- me dijo
severamente. –Por éste de aquí no, -le contesté-, Por el de Italia, sí
(Giménez Caballero, 1985: 198).
48
El libro se publicó en el mes de febrero. “Bastó un mes para mi fama”,
(Giménez Caballero, 1983: 6) mientras que al mes siguiente, en marzo de
1923, el autor se encontraba ya detenido en las prisiones militares. Nada más
consumarse el golpe de Estado del general Primo de Rivera, en septiembre, el
dictador comunica al abogado defensor de nuestro autor que le permitía
regresar a su puesto de lector en la Universidad de Estrasburgo, ya que “lo que
yo pedía en mi obra para Marruecos lo iba a realizar él” (Giménez Caballero,
1983: 6).
Tras elogiar al dictador y a su hijo José Antonio, escribe Giménez
Caballero:
En el libro había -hay- algunas irreverencias influidas por
un Pío Baroja y un Indalecio Prieto, mis ídolos. Pero lo que
suscitó fundamentalmente mi condena fue el Manifiesto final a las
juventudes ex combatientes de España al tornar de Marruecos,
que por el momento resultó incomprensible y revolucionario al ser
la primera proclama de lo que entonces germinaba en Europa
aunque yo lo desconociera: el nacionalismo social de antiguos
combatientes reunidos en haz. Mi anticipo clarividente de nuestra
guerra civil. (Giménez Caballero, 1983: 7).
Concluye nuestro autor subrayando que “fue como un prólogo todo ese
libro mío a mi Genio de España, el libro que resucitó el alma nacional y ganó
49
una guerra que de otro modo hubiera terminado en un decimonónico
pronunciamiento militar” (Giménez Caballero, 1983: 7).
El primer bloque temático, como ya ha quedado apuntado, lleva el título
de “Notas de Campamento”. Tiene una extensión de veintiocho páginas e
incluye los siguientes subtítulos: “Desembarco”, “Diana”, “Tiritos”, “Cogiendo
higos”, “Kif y cigarrillos”, “La cantina”, “Noche de luna”, “Nuestro soldado
desconocido”, y “Nota funeral”.
El segundo se titula “Notas de hospital”. La extensión es de veintidós
páginas. Los títulos que componen este segundo bloque son: “Tormenta, “El
convoy”, “Un médico militar”, “Legionarios”, y “La monja de la 2ª”.
El tercero se llama “Un viaje en el Giralda”, esto es, en el yate oficial del
Alto Comisario en Marruecos10. La extensión es de nuevo de veintiocho
páginas. Incluye los siguientes títulos: “Río Martín”, “Travesía a Melilla”, “El
teatro Alcántara”, “El encanto de la Melilla vieja”, “Un paseo provinciano”, “Las
ruinas de Nador”, “Otra vez en el barco”, “Málaga”, y “Retorno”.
“Notas de Tetuán” se extiende durante treinta y dos páginas. Los
apartados que conforman este bloque temático son los siguientes: “Los
terrados”, “Lógica de sueño”, “Zoco”, “Perfumes”, “La sala de espera”, “Una
cofradía danza”, “Tamuda”, “Una oficina”, “El santo del Rey”, “Un hotel del
ensanche”, “Un limpiabotas”, “Noche de organillo” y “Los gatos”.
10 Téngase presente que la comunicación por tierra entre la zona de la Comandancia Militar de Ceuta y la de Melilla no fue posible hasta el sometimiento completo del territorio en 1927.
50
El siguiente bloque temático se articula bajo el título de “La judería”.
Ocupa tan sólo dieciocho páginas y los títulos que lo componen son: “La casa
de un banquero”, “Hay un muerto en la calle”, “Una ramera” y “Romances
castellanos”.
El último bloque, titulado “Notas de otros lugares”, se extiende a lo largo
de veintiséis páginas. Los títulos que componen este bloque son: “Ceuta”, “San
Amaro”, “Palmera”, “Un moro loco”, “Xauen”, “Tánger”, y “Una visita a
Gibraltar”.
La narración culmina, como decíamos al principio, con una “Nota final en
Madrid”, que, a pesar de su breve extensión, -tan sólo tres páginas-, según lo
ya apuntado por el propio autor, constituyó el detonante de todas las
persecuciones del Gobierno dirigido por el conde de Romanones.
_______________________
51
52
2.1.2- PERSONAJES PRINCIPALES:
A pesar de la gran variedad de situaciones y lugares en los que se
redactan las Notas, intentaremos a lo largo de las siguientes páginas identificar
someramente aquellos personajes que nos resultan más relevantes tanto
desde el punto de vista de la propia narración como del contexto histórico de la
misma.
En primer lugar, en el propio Prólogo, aparecen los grandes nombres
intelectuales de la España de los años veinte: Américo Castro, Azorín,
Unamuno, Oteyza, Maeztu, Baroja o d’Ors. En segundo lugar, surgen una serie
de figuras políticas especialmente relevantes: el conde de Romanones, el
general Primo de Rivera, y su hijo José Antonio, Indalecio Prieto o Sáinz
Rodríguez. También se menciona, aunque sólo sea para indicar cómo escapa
a sus obligaciones militares, a Dámaso Alonso.
En las “Notas de Campamento”, los principales personajes que se
presentan al lector son los siguientes: el Mohamed: es el campesino rifeño por
antonomasia, celoso vigilante de un mísero huerto, incapaz de impedir que los
soldados hambrientos le roben los higos aprovechando el sopor de la siesta
(Giménez Caballero, 1983: 17); Juanito es el niño moro al que se recuerda con
afecto por haberles servido, al narrador y a sus compañeros de desdichas,
tantos vasos de té azucarado y perfumado con hojitas de menta (Giménez
Caballero, 1983: 25); Fernández: era un soldado alto, quijotesco, con una cara
pálida y sonriente, de dulzura semítica, muy modesto y tímido. En la defensa
53
de Magán le acribillaron un ojo, desfigurándole la cara. Cargado en un mulo,
chorreando sangre, terminó Fernández su vida (Giménez Caballero, 1983: 33);
Santiago: es el señorito de provincias, jaranero, con el que el narrador
comparte todo tipo de juergas. Muere de tifus (Giménez Caballero, 1983: 34);
Pepe Díaz murió en la primavera y por un motivo romántico, dejando una
aureola luminosa de juventud, de simpatía y de ímpetu (Giménez Caballero,
1983: 35);
En el segundo bloque temático, “Notas de hospital”, los personajes
principales que podrían traerse a colación son los siguientes: los
convalecientes lastimosos: uno que ni tan siquiera nombre tiene, tan sólo un
número, el 58; un corneta moro, que gime sin descanso, José María, el
legionario (Giménez Caballero, 1983: 39); Don Eduardo, es un viejecito, médico
militar, que se ocupa con admirable devoción de atender a sus innumerables
pacientes. Ha sufrido la pérdida de una hija en la flor de la vida. Se refugia en
el trabajo para olvidar su propio dolor; se salva todavía gracias a la lectura y a
unos pocos ratos de conversación (Giménez Caballero, 1983: 44); el legionario
alemán que padeciendo una heredo-sífilis fatal, simula que ha sido un mulo el
que le ha dejado en ese estado de invalidez (Giménez Caballero, 1983: 50);
surgen también toda una serie de extranjeros que se han alistado en el Tercio
de la Legión: así, americanos, portugueses, checoslovacos, (Giménez
Caballero, 1983: 51). Millán Astray aparece sin ser nombrado, en una escena
propia de su carácter impulsivo (Giménez Caballero, 1983: 53); la monja de la
2ª, es una monja anciana, de continente claro y positivo que, cuando los
médicos ya habían desahuciado a un pobre herido, se pasa las noches y los
54
días rezando a los pies de la cama del moribundo, quien, a los pocos día se
recupera por completo (Giménez Caballero, 1983: 57).
En “Un viaje en el Giralda”, esto es, a lo largo del bloque temático
basado en las notas tomadas por Giménez Caballero a bordo del yate oficial
del Alto Comisario en Marruecos, en el que, ante la imposibilidad de
desplazarse por tierra entre las dos zonas del protectorado, el general Dámaso
Berenguer navegaba de Ceuta, o el puerto de Tetuán, en Río Martín, a Melilla,
y viceversa, el narrador presenta los siguientes personajes que hemos
considerado dignos de mención: el Alto Comisario, general Berenguer, con “su
cara de tártaro” (Giménez Caballero, 1983: 64); el asistente del general, un
galleguito llamado Pacífico, “nombre paradójico para servidor de un general”
(Giménez Caballero, 1983: 64); una dama de la Cruz Roja, “siempre
compuesta y empolvada, con su traje de primera comunión y pareciendo
esperar siempre el “clas” de una fotografía ante unos enfermos hechos de
encargo”, (Giménez Caballero, 1983: 69); el portero o conserje del pabellón
contiguo a la residencia oficial del Alto Comisario, con el que el narrador
intercambia opiniones y ácidas críticas a la incompetencia militar que provocó
los acontecimientos de julio de 1921 (Giménez Caballero, 1983: 71); un
egipcio, hach, esto es, un musulmán que ha realizado al menos una vez en su
vida la preceptiva peregrinación a La Meca, enfermo y cansado, antiguo oficial
de Regulares, relativamente ilustrado, con el que el narrador, en una travesía
desde Melilla a Málaga, y de allí a Tetuán, intercambia diversas opiniones
sobre Marruecos, España y Europa (Giménez Caballero, 1983: 79).
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En el capítulo “Notas de Tetuán”, podrían destacarse los siguientes
personajes: una muchacha descalza y temblorosa, vestida con una simple
túnica ceñida a su cintura, que entra en trance al ritmo de los tambores:
Se arrimó al muro de la casa sagrada y, sin esperar a más,
comenzó a bailar una danza desencajada, brutal, en la que, sin
separar un hombro de la pared, ni los pies del suelo, sacudía todo
su dorso convulsivamente, su cabeza y sus brazos”, (Giménez
Caballero, 1983: 94);
El encantador de serpientes que “tiene una cara bestial, feroz,
acentuando este aspecto su cabellera larga y enmarañada, que arranca desde
la mitad de la cabeza hacia atrás”, (Giménez Caballero, 1983: 98); un teniente-
coronel de Caballería, ayudante del general Berenguer, risueño y gordinflón,
aficionado a la Historia y a la arqueología, que es el encargado de mostrar las
ruinas de Hamuda cuando hay visitantes ilustres (Giménez Caballero, 1983:
108); un chiquillo lleno de gracia, oriundo de Vilches, limpiabotas que “maneja
el cepillo con esa soltura de los maestros en el arte, que consiste en hacerlo
brincar de mano en mano, con cierto ritmo, y acompañándolo de un golpe seco
en la palma que lo recibe”.( Giménez Caballero, 1983: 121).
En el bloque temático titulado “La judería”, podríamos señalar los
siguientes personajes: una ramera, “moza equívoca… semejante a esas
criadas madrileñas que van dando barquinazos por los burdeles”, (Giménez
Caballero, 1983: 138); una vieja judía, llamada Ister, que es la última que
56
todavía recita los viejos romances castellanos, antigua celestina, “está ya
paralítica, ya no puede trotar por las calles, entrar en las casas, vender sus
randas y brocados con el billete de amor o el filtro mágico entre ellos”,
(Giménez Caballero, 1983: 140).
Por último, los personajes que destacamos del capítulo “Notas de otros
lugares”, son los siguientes: la mora Ramona, propietaria de una cantina
situada extramuros, viuda de un oficial de Regulares (Giménez Caballero,
1983: 155); un moro, llamado Hamido, antiguo sargento también de Regulares,
enloquecido por haber perdido a su mujer y a sus hijos (Giménez Caballero,
1983: 158); y, por fin, un moro espía al servicio de los españoles, que se lanza
en Tánger a una vida alegre y disipada, nacido en Trípoli, “hombre fino, pulcro,
de puro perfil griego, vestido a la europea, tocaba su cabeza con un fez o
chechía”, (Giménez Caballero, 1983: 171).
___________________
57
58
2.1.3- TEMAS PRINCIPALES:
El tema principal de la narración de Giménez Caballero consiste en la
exposición de una serie de experiencias personales, y de sus correspondientes
repercusiones, adquiridas durante la prestación del servicio militar en África.
Para comprender las razones por las que el autor se incorpora al ejército, hay
que tener en cuenta, en primer lugar, que Giménez Caballero, perteneciente a
una familia que gozaba de un cierto desahogo económico, nunca hubiera sido
llamado a filas si no hubiese ocurrido el Desastre de Annual. En efecto, el pago
de una cuota le había eximido de ese servicio, permitiéndole iniciar una carrera
dentro del mundo académico, en la que luego sería la primera cátedra de
español de la Universidad de Estrasburgo. En segundo lugar, como
consecuencia directa de ese descalabro militar, el Gobierno de Romanones, a
iniciativa del Vizconde de Eza, Ministro de la Guerra, anula las exenciones
procediendo al llamamiento masivo de todos los efectivos disponibles.
Como consecuencia directa de esas experiencias adquiridas sobre el
terreno, destaca también el tema de la incompetencia de las autoridades
militares y del desentendimiento de las civiles, responsables conjunta y
solidariamente del origen y de las consecuencias del Desastre de Annual.
En este sentido, son especialmente ilustrativos los comentarios del
narrador cuando charlando con el conserje o portero de la residencia en Melilla
del Alto Comisario, analiza las causas y las responsabilidades de la situación
que vive España en el Protectorado. Describe el narrador:
59
Hablamos de los sucesos de julio. Todos ellos, como es
natural, los padecieron. Con verdadero interés escucho sus
pintorescas y fidedignas descripciones. Cómo fue llegando la ola
del desastre, esa descarga eléctrica que galvanizaba las
guarniciones. Por todas partes aparecían fugitivos. Yo me lo
imagino. Debió ser un fenómeno horrible de pánico, de ansia
irracional de huir, sin saber porqué ni adónde, algo igual a ese
fenómeno contrario en los que las multitudes, los ejércitos, se
sienten invadidos por una embriaguez de empuje, de arrollar al
adversario. Se cuenta del soldado que venía loco, corriendo, a
otra posición ya desmoralizada y presta a escapar, y matando al
oficial que había alcanzado un caballo, se montaba en la bestia
para salir galopando sin dirección y caer al poco rato en manos
de los moros. (Giménez Caballero, 1983: 71).
El tema de las responsabilidades es abordado de manera directa
especialmente en la descripción de una de las siniestras oficinas en las que se
llevan a cabo las tareas de la administración militar. También se expone con
toda la crudeza posible la inutilidad del ejército y de toda su organización.
El narrador nos relata cómo se archivan negligentemente los
expedientes que con un esfuerzo arduo va elaborando el general Picasso:
60
Zaquizamí moruno, largo y estrecho, dando a un patio.
Calor, angostura e irritación… Cuatro mecanógrafos que se
tocan casi con los codos. Tic, tac; tic, tac, desesperante en tan
poco espacio. Dos escribientes de Oficinas militares que
vociferan y se irritan por todo. El uno encarpeta papeles y los va
colocando, un poco a la aventura, en una estantería
desvencijada, la cual ocupa el mayor sitio de la estancia. Un
hombre frailuno, torvo, seminarista fracasado y en el que
germinaron todos los brotes cobardes del hombre condenado a
aguantar malos tratos y prohibiciones. Su rostro parece un tratado
de las pasiones podridas. El otro es un fantoche, alto, esmirriado,
seco, destartalado, todo ira y bigotes, y que sigue en el mundo
por la ilusión de reventar a un inferior. (Giménez Caballero, 1983:
111).
La incompetencia y la corrupción generalizadas, que condujeron al
Desastre de Annual, ocupan un espacio propio de especial relieve. Así, en la
“Nota final en Madrid”, el narrador exhorta a los propios soldados, compañeros
repatriados y por repatriar, a denunciar todos los excesos cometidos por los
mandos y oficiales: “Intervenir en la depuración de las responsabilidades, no
sólo de las antiguas, que motivaron esta campaña, sino de las recientes, de los
mil errores y canalladas que hemos visto.” (Giménez Caballero, 1983: 186).
La incompetencia del estamento militar se pone de relieve una y otra vez
a lo largo del texto. A título de ejemplo, citaremos los siguientes casos:
61
Ya que no hay otro heroísmo en puertas, se dedican al del
juego. Aunque el juego no sea propiamente un heroísmo. Yo le
tengo por una masturbación del heroísmo. Esta inactividad, esta
infecundidad de los jefes –quizás como consecuencia de otras
más profundas- repercute en nosotros. Yo pienso muchas veces
lo que un millar, más de un millar de hombres, sujetos a una
disciplina severa como la militar, podríamos hacer aquí. (Giménez
Caballero, 1983: 28);
Hoy por hoy, Tamuda, como la carretera de Chefchauen,
como la luz eléctrica; que sólo se enciende una vez al año, no
pasan de ser unos laudables “especímenes” para justificar a la
galería el gasto ingente de los millones que llegan a África.
(Giménez Caballero, 1983: 110);
¡Qué negligencia para una cosa tan seria como debía ser
esa suma de responsabilidades! Pero en el fondo tiene que ser
así. Si no hubiera habido negligencia, las defensas de Annual
hubieran funcionado. Al funcionar, no hubiera ocurrido el
desastre, no hubiera habido responsabilidades, no hubiera habido
expediente Picasso. (Giménez Caballero, 1983: 112);
62
La high-life de Tetuán está reputada como muy divertida.
Ya lo creo, tan divertida que es una comedia. (Giménez
Caballero, 1983: 115);
Dicen que la guerra no se termina por culpa de los militares
y sus pluses de campaña, y la pequeña importancia social que
adquieren vistiéndose esos uniformes ingleses que han visto en
las películas y en el Nuevo Mundo hace dos años (uniformes que
son ingleses porque han sido derrotados los alemanes, como dice
Baroja). (Giménez Caballero, 1983: 117-118);
No han sido las balas lo que ha causado nuestras mayores
bajas. Nuestra incuria, en todos los órdenes, sí, muchas.
(Giménez Caballero, 1983: 139);
La guerra actual, ésta que sostenemos hace meses y en la
que se nos consume, poco a poco, el oro allegado durante la gran
contienda europea… (Giménez Caballero, 1983: 173).
La vida cotidiana en el ejército es otro de los asuntos principales. Las
primeras páginas de la narración, nada más ocuparse de la llegada a
Marruecos, se centran en retratar no tanto las condiciones materiales dentro de
los acuartelamientos en el Protectorado como las impresiones que esas
mismas circunstancias provocan en el narrador.
63
Así, en el capítulo titulado “Diana”, Giménez Caballero presenta al lector
la dureza en la que los soldados españoles prestaban el servicio militar,
condiciones añadidas de por sí al peligro constante representado por un
enemigo escurridizo y a veces omnipresente:
La fatiga, el duro lecho, los insectos nocturnos y otras molestias
han impedido conciliar el sueño hasta el amanecer. La imperativa
llamada viene a torturar, pues, a este sueño recién nacido. Únase a esto
la desagradable y áspera perspectiva que nos enseña el día entrante,
con sus listas, formaciones, trabajos y sudores, para que el toque
auroral resulte antipático. (Giménez Caballero, 1983: 13).
Las sensaciones que esas circunstancias penosas provocan en el
narrador adquieren a veces tonos dramáticos aunque sea envueltos en
expresiones ciertamente poéticas: “Hay noches en que las piedras están más
duras que otras veces.” (Giménez Caballero, 1983: 27).
El combate, y por tanto los peligros directos que conlleva, no se refleja
prácticamente a lo largo de la narración. En uno de los capítulos “Tiritos”, el
narrador se refiere a un episodio bélico con un distanciamiento tal que
desprecia en la práctica el peligro real que ha supuesto el enfrentarse a una
emboscada enemiga. “Es la madrugada. Completamente inquietos nos
incorporamos, sin que este movimiento, que sale tan unánime, haya sido
mandado por jefe alguno” (Giménez Caballero, 1983: 15). El lector descubrirá
al fin que el único cuerpo que aparece entre las alambradas defensivas cuando
64
el sol se levanta es el de un pacífico borrico que, “paciendo en la noche cerca
de la alambrada, exaltó la calenturienta y bélica imaginación de los vigilantes”
(Giménez Caballero, 1983: 15), pero desafiando la puntería de los fieros
defensores, no aparece muerto, como sería previsible visto el gran número de
disparos, sino mordisqueando todavía hierbajos.
Otro de los asuntos que juegan un papel preponderante dentro de la
narración es el de la muerte y desaparición física de los compañeros de armas
del narrador. Un capítulo específico, titulado “Nuestro soldado desconocido”, se
centra en esta temática. Toda una serie de frases lapidarias introducen al lector
en el absurdo dramatismo que supone la pérdida de tantas vidas jóvenes: “Ya
que nuestra piedad nacional no le honre nunca, probablemente, dediquémosle
los compañeros un recuerdo, por lo menos”; “Recordemos, recordemos a
nuestro soldado desconocido, a quien todos conocemos.” (Giménez Caballero,
1983: 29). Asimismo, en otro capítulo especialmente dramático, titulado “Nota
funeral”, se prosigue en el mismo tono trágico: “Quiero evocar alguno de los
amigos que no vuelven conmigo a España. Sean estos recuerdos una piadosa
flor que en su sepultura dejo antes de partir de la tierra donde cayeron.”
(Giménez Caballero, 1983: 33). A lo largo de las siguientes páginas el narrador
evoca a los personajes de carne y hueso que han dejado la vida en Marruecos
y de los que ya nos ocupamos cuando mencionamos los principales personajes
de la narración.
El tema de la muerte en algunas ocasiones adquiere tintes fatalistas y
resignados:
65
El mejor bien que se le puede hacer a uno de estos pobrecitos, a
uno de estos soldados infrahumanos, deleznables, que no les queda
más que sufrimiento, enfermedad y miseria toda su vida, es dejarlos,
piadosamente, que se mueran de un modo dulce, bajo el rezo de la
hermana de la Caridad, que les incita a pensar en la madre y a besar un
crucifijo. (Giménez Caballero, 1983: 45).
El exotismo orientalista juega un papel relevante dentro de la narración.
Por una parte, sirve para situar eficazmente la lejanía física de los hechos que
se narran dentro del relato, y por tanto, la falta de interés que para la acción
política y militar de España, en circunstancias normales, hubieran representado
los territorios teóricamente sometidos dentro del Protectorado, por otra parte,
pone de manifiesto el interés del narrador hacia una cultura lejana y diferente
de la propia, comparándola asimismo con otra muy distinta a la suya, como es
la recién descubierta en Estrasburgo.
Ese exotismo se pone de relieve, por ejemplo, al describir las danzas
rituales de una secta a las puertas de una “sauía”, que ya ha sido
oportunamente mencionada. También es el caso de la descripción detallada del
zoco, y sobre todo del encantador de serpientes, al que también ya se ha
aludido. En otra ocasión ese exotismo alcanza proporciones todavía más
descarnadas cuando el narrador describe los ritos de una secta en el capítulo
titulado “Una cofradía danza”. La descripción nos recuerda a los ritos que
todavía hoy en día practican los chiíes en Kerbala:
66
Apenas el muchacho la tuvo (el hacha) en la mano adoróla, un
momento, intensamente, y, en seguida, dio principio a la ceremonia de
abrirse la cabeza lentamente, con golpes rítmicos y sin dejar de bailar la
sagrada danza. (Giménez Caballero, 1983: 106).
Otro de los grandes temas del relato es la preocupación del narrador
hacia cuestiones de índole cultural. Ya se ha mencionado el caso de las
excavaciones de Hamuda, que Giménez Caballero presenta no sin una cierta
ironía.
Mención más detenida merece el caso de los viejos romances
castellanos que a pesar de los siglos han pervivido en la memoria colectiva de
las judías de Xauen y, en mucha menor medida, de Tetuán. El narrador nos
presenta a la anciana tetuaní:
Está vestida como un dibujo bíblico. El pañuelo o merma ceñido
por la frente, rodeando la cabeza, como nuestras porteras se lo ponen;
una saya amplia y un blusón holgado. Su nombre es Macni. Macni ha
corrido mucho. Ha estado en Alejandría, en Turquía, quién sabe dónde
más, ya no se acuerda… Ya se interrumpe, a lo mejor, en la mitad de
una conseja, haciendo esfuerzos por detener el recuerdo que se
desmorona. Ya ignora un verso del cantar que tararea o le cambia la
asonancia absurdamente. Un cuántar, un cuantarsito, de los que recita
67
Macni es nada menos que un romance castellano, alguno, de los viejos.
(Giménez Caballero, 1983: 141).
Estos romances de la anciana Macni fueron recogidos oportunamente
por don Manuel Manrique de Lara11. Sin embargo, los romances orales de las
viejas sefardíes de Xauen no habían sido nunca objeto de una trascripción. Nos
dice el narrador:
Los romances de las viejas de Xauen, de las hebreas xexuaníes,
estaban sin recoger. Las circunstancias han permitido que yo los
trascriba de los labios de la única vieja que aún puede recitarlos, la
anciana Ister. Fueron unos sesenta y tantos. Con mucho gusto copiaré
uno, de los más extraños y típicos. Uno que debe aludir a una escena de
hambre en algún sitio de guerra, a una escena de espeluznante
antropofagia, como las ha debido haber en la Rusia actual. (Giménez
Caballero, 1983: 142).
A continuación el autor trascribe el romance de tremendo contenido que
comienza “Y una madre comía vivo y a su hixo el más querido”.
Para concluir este apartado nos referiremos a otros de los temas que, a
nuestro juicio, adquieren un carácter fundamental en la narración de Giménez
Caballero. Ya hemos mencionado muy de pasada, al referirnos al Prólogo, el
evidente carácter totalitario del autor, que se pone de manifiesto a lo largo de
11 El músico Manuel Manrique de Lara, capitán de la Armada, fue autor de la trascripción de los romances orales de los judíos sefardíes de la zona de Tetuán. Fueron recogidos en 1911. Con anterioridad Menéndez Pidal le había solicitado que transcribiese los romances orales castellanos.
68
las páginas de ésta y de muchas otras de sus obras. Así, señalábamos cómo el
autor renegaba de ciertas influencias de juventud claramente nefastas desde
su propia perspectiva política: Indalecio Prieto y Pío Baroja. Por otra parte, en
la “Nota final en Madrid”, el narrador se interroga sobre lo que se debería hacer
a raíz del Desastre de Annual y del regreso a España de los soldados
destinados en Marruecos: “¿Qué hemos hecho? Y sobre todo, ¿qué debemos
hacer ahora?” (Giménez Caballero, 1983: 185).
Como no podía ser de otra manera, el texto contiene toda una
serie de referencias personales del autor. Así, el lector descubre el desahogo
económico del que disfrutaba Giménez Caballero: “Nosotros, pues, quedamos
libres de servicio, y yo lo aprovecho para alquilar un automóvil y visitar Nador.”
(Giménez Caballero, 1983: 75). La influencia de la cultura francesa sobre el
autor es más que evidente, quedando de relieve, no sin cierta ironía, en el
siguiente pasaje: “Es nada menos que una excavación arqueológica fort
intéressant, que diremos los franceses.” (Giménez Caballero, 1983: 108).
También se emplea, con toda naturalidad, la expresión “savoir vivre” (Giménez
Caballero, 1983: 133). En el capítulo sobre la excursión a Tánger se mantiene
toda una conversación en francés (Giménez Caballero, 1983: 173-174).
Giménez Caballero, en la “Nota final en Madrid”, ofrece algunas claves
de su propia vida personal. Así, el lector descubre el ambiente familiar del autor
(Giménez Caballero, 1983: 185) al mismo tiempo que se reiteran las profundas
convicciones patrióticas del mismo mediante una exhortación final a la acción:
69
Nosotros, que hemos presenciado de cerca la vergüenza de un
ejército numeroso, impotente ante una turba de salvajes,… nosotros,
que estuvimos unidos tantos meses por un acto de honor ante lo de
Annual, no nos desunamos ahora. (Giménez Caballero, 1983: 186).
______________________
70
2.1.4- TÉCNICA Y ESTILO:
En la narración de Giménez Caballero aparece constantemente un
narrador en primera persona que, en no pocas ocasiones, se transforma en la
primera persona del plural. Ya desde las primeras páginas observamos ese
empleo: “Mientras uno a uno descendemos del vapor…”; Por grupos
comenzamos a caminar…; Tenemos hambre y sed…” (Giménez Caballero,
1983: 11).
El autor recurre a un lenguaje directo, cortante, casi seco,
cinematográfico para describir tanto sus impresiones personales como las
circunstancias en las que se desarrolla el relato. La concisión fotográfica queda
de relieve en numerosas ocasiones. Citemos, por ejemplo, el siguiente ejemplo:
El sol ha salido ya, claro y radiante, del mar; Los altos montes se
recortan precisos en el cielo azul, donde todavía queda un resto
traslúcido de luna. Por la ladera desciende un pastor de indumentaria
bíblica, con sus ternerillas a beber en el río (Giménez Caballero, 1983:
14).
La riqueza cromática se repite constantemente, arrastrando eficazmente
al lector a un espacio exótico inundado por la luz:
El campo está hermoso. Se siente inminente la primavera; una
primavera turbulenta y rápida. La tarde cae, inmensa, tarde de Sur,
71
llenando el espacio de sombras violetas, sonrosadas y malvas, que
funden a los ásperos montes entre sí… (Giménez Caballero, 1983: 61).
Otro ejemplo es el siguiente: “Calor, mal olor, estrechez. Frases
envenenadas. Gritos, órdenes. Arbitrariedades. Y por dos ventanas, un trozo
pálido y sereno de cielo, donde los ojos se posan buscando una liberación.”
(Giménez Caballero, 1983: 113).
El lenguaje contribuye poderosamente a incrementar la sensación de
exotismo del relato. En numerosas ocasiones, se recurre a palabras arcaicas o
llenas de connotaciones islámicas. De esta manera, por ejemplo, en una sola
página se reúnen las siguientes palabras: “mozallón”, “bakkales”, “cordobanes”,
“zaragüelles” y “zabulas” (Giménez Caballero, 1983: 99).
El autor emplea metáforas e imágenes, en ciertas ocasiones muy de los
años veinte, que transmiten eficazmente las sensaciones de carácter personal:
“Contemplar así el zoco, es como haber tomado una localidad en un sueño
hermoso.” (Giménez Caballero, 1983: 100).
En otra ocasión se describe una melodía de la siguiente manera: “Los
hombres han roto a cantar una salmodia, ronca y triste, que se eleva por las
altas paredes como un humo melancólico.” En la misma página, la imagen se
hace aún más atrevida: “En todos los agujeros de la calle han aparecido
cabezas, con un efecto de reloj de cuco.” (Giménez Caballero, 1983: 136).
72
Una característica particular del lenguaje de Giménez Caballero consiste
en la repetición de sustantivos y de adjetivos, en series de dos y de tres. Así,
podemos citar toda una serie de ejemplos:
…un espeso gusto en hacinar espejos, molduras, lámparas
complicadas. Se notaba una ausencia de sobriedad, de medida, de
equilibrio… era lujo, asiatismo, lo que había guiado la elección del
mobiliario… el cachivache de relumbrón, barato, grosero. (Giménez
Caballero, 1983: 133).
La estación del año se describe de esta manera: “…sus promesas de un
invierno suave, sedante, casi primaveral.” (Giménez Caballero, 1983: 151). Al
igual que un paisaje: “Breñas, zarzales, nopales.” (Giménez Caballero, 1983:
153). La palmera se retrata en una noche “tan azul y regia”, como “una reina,
una princesa de Saba,… en busca de la sabiduría o del amor.” (Giménez
Caballero, 1983: 154).
En otra ocasión, siempre con las mismas pautas, leemos una
descripción de una persona: “Tenía una figura maciza, poderosa. Su rostro era
ancho, dilatado, inquisitivo; un rostro de hombre de negocios, de hombre de
presa.” (Giménez Caballero, 1983: 134).
De igual manera, se describe la dejadez de la iniciativa privada: “…se
podía esperar de las iniciativas individuales, privadas, de empresas
73
particulares. Una organización amplia, higiénica, numerosa, sería un gran
negocio.” (Giménez Caballero, 1983: 139).
Por último, indicaremos que las reiteraciones se multiplican
excesivamente en algunas ocasiones para acentuar el carácter de marcha
militar del relato: “El triunfo de la bravura y la belleza, de la Verdad y la
Justicia.” (Giménez Caballero, 1983: 144). En otra ocasión se señala: “los
romances son caballerescos, amatorios, burlescos, líricos…” (Giménez
Caballero, 1983: 145). Asimismo, se describe a las mujeres sin velo: “¡caras
tumefactas, verdosas, podridas, descompuestas!”, y a sus hijos: “…estos tíos
tan bestias, tan ágiles y duros.” (Giménez Caballero, 1983: 156). De un moro
se indica: “Era esbelto, arrogante, fuerte.” (Giménez Caballero, 1983: 157).
________________________
74
2.2- “EL BLOCAO”, DE JOSÉ DÍAZ-FERNÁNDEZ (1928):
75
76
José Díaz-Fernández (1898-1941) nació en Aldea del Obispo,
Salamanca. Estudió Derecho en Oviedo, donde comenzó su labor periodística
en el periódico asturiano “El Noroeste”. En 1921, tras el desastre de Annual, es
llamado a filas, permaneciendo en las fortificaciones de la zona de Tetuán y de
Beni Arós hasta agosto de 1922.
Su primera novela data de 1923, “El ídolo roto”. A partir de 1925 trabaja
en la redacción del diario “El Sol”, de Madrid y colabora con la “Revista de
Occidente”, dando inicio a su carrera política. En 1927 fue cofundador de la
editorial “Ediciones Oriente”, dedicada fundamentalmente a la traducción y
publicación de las grandes obras de la literatura europea de aquellos tiempos.
Díaz-Fernández alcanza el éxito literario definitivo con la publicación de “El
blocao”, en 1928.
Durante los últimos días de la monarquía, su activismo republicano le
valió una condena de tres meses de cárcel y otros ocho meses de destierro,
que cumplió en Lisboa, donde escribió su tercera novela “La Venus mecánica”,
publicada en 1929.
Desde 1930 fue codirector de la revista quincenal “Nueva España”, que
luego sería semanal, donde se dieron cita los principales escritores de la
izquierda inmediatamente anterior a la proclamación de la República.
Ese mismo año publica una serie de ensayos sobre la crisis de la
vanguardia artística y el compromiso social necesario para hacer de los
77
escritores un instrumento de cambio social, bajo el título “El nuevo
romanticismo. Polémica de arte, política y literatura”.
Participa en el levantamiento republicano de Jaca y publica en 1931
“Vida de Fermín Galán”. Es elegido diputado por Asturias dentro de las filas del
Partido Radical-Socialista, siendo inmediatamente después nombrado
Secretario Político del Ministro de Instrucción Pública, Francisco Barnés.
En 1936 es reelegido Diputado, esta vez en las filas del partido de
Manuel Azaña, Acción Republicana. Durante la guerra ocupará varios altos
cargos dentro de la sección de prensa del Ministerio de Estado (Asuntos
Exteriores).
Al concluir la Guerra Civil se exilió en Francia junto con su mujer y su
hija. Fue internado en un campo de concentración hasta 1941. Al salir de esa
reclusión intenta emigrar a Cuba, muriendo sin embargo en Toulouse,
prácticamente de inanición.
“El blocao” es una novela que demuestra la apuesta decidida de su autor
hacia las nuevas formas expresivas. Díaz-Fernández reniega de las formas
tradicionales de la novela concentrándose en un esfuerzo narrativo dentro de
unos límites eminentemente vanguardistas.
La novela de Díaz-Fernández fue acogida por la crítica con una enorme
simpatía. En la edición de Turner, Víctor Fuentes ha tenido el acierto de incluir
78
no pocas valoraciones muy positivas sobre esta obra, firmadas desde Luis de
Tapias, en “La Libertad”, hasta Gómez de Baquero, en “El Sol”, Luis Calvo en
“ABC”, pasando por Ramón Pérez de Ayala o Luis de Oteyza. Reproduciremos
los comentarios de éste:
Y a más de todo esto –limpio estilo, amenidad en el relato, interés
siempre reciente y emoción jamás disminuida-, a más de todo esto, que
es sólo literatura, hay algo superior a los méritos literarios en este libro
admirable, tanto por su forma como por su fondo. El autor de El blocao
se inspiró para escribir su obra, en la guerra, en la práctica de la
“grandeza y servidumbres militares”, atendiendo mejor a la servidumbre
que a la grandeza. Y ello ya está bien, pues verdaderamente –y, a la
verdad, ha de honrar primero el fiel narrador- en las empresas guerreras
es tan real la servidumbre cual la grandeza fingida. Pero aún hay algo
mejor entre las páginas de la obra que alabo: ternura. El sentimiento
más noble del hombre hacia la condición humana. Y ese sentimiento
¡qué bien nace en el espíritu de Díaz-Fernández y qué bien brota de su
pensamiento! No canta al soldado que corre feroz contra el enemigo, ni
al que desfila en arrogante formación siquiera, sino al que se arrastra
rendido por el peso del equipo y de las armas. Rasgos así denotan una
sensibilidad refinada, opuesta por completo a las groseras que laten a
compás de los clarines o que se estremecen al estrépito de los cañones
(Díaz-Fernández, 1998: 131).
79
Enmarcadas en similares postulados aparecen muchas otras opiniones
contemporáneas sobre la obra de Díaz-Fernández. Una de las más recientes,
la de Ana Rueda, señala expresamente que “la vertiente que subraya el
compromiso político de la novela social se ha considerado, de modo no
descaminado, una posición ideológica opuesta a la orientalista, que en su
manifestación extrema se desentiende del conflicto bélico para fabular sobre
amoríos africanos y escenarios que parecen sacados de las Mil y Una noches.
De esta manera, Ana Rueda añade lo siguiente:
El Blocao (1928) de José Díaz Fernández se estudia
normalmente como novela vanguardista, por su novedosa estructura
compuesta a base de una secuencia de relatos y como novela social,
por el mensaje anti-bélico que sugiere el escepticismo del soldado ante
una guerra sin sentido. Pero hay más: la novela deja traslucir toques
exoticistas, como por ejemplo, el tratamiento de la joven mora, difíciles
de encajar ideológicamente con la postura anti-colonialista que la novela
parece defender. La presencia de este “orientalismo” (…) revela que la
novela social es una categoría porosa que puede amalgamarse (Rueda:
2005: 177).
En la misma línea, Rueda defiende que nos encontramos ante una serie
de consideraciones de carácter humanístico, esto es, de carácter anti-bélico,
que se centran en la dura condición del soldado y sus extremas condiciones de
vida provocadas por la desidia y la corrupción de la clase política y de las
castas militares, que se juntan con enfoques políticos de muy diversa índole,
80
que en el caso de Díaz-Fernández se enmarcan claramente en la necesidad
imperiosa de provocar una revolución proletaria que ponga fin a los abusos de
la guerra colonialista.
Antes de acabar este apartado, hemos de recordar que otro de los
grandes escritores que nos ocupa, Ramón J. Sender, se refiere, en no pocas
ocasiones, al que fuera compañero de redacción del periódico Díaz-Fernández.
Por ejemplo, recuerda que los dos escritores frecuentaban la misma tertulia
presidida por el gran y célebre Valle-Inclán en la granja El Henar. También
acudía a esta misma tertulia el poeta León Felipe, junto con otros escritores
como Luis Bello, o el escritor de la revolución mexicana Martín Luis Guzmán, y
en ocasiones, el militar Millán Astray, del que luego tendremos ocasión de
ocuparnos como mucho detenimiento, quien, según relata Jesús Vived Mairal,
el futuro fundador de la legión admiraba al autor de los Esperpentos, y además
contaba a los contertulios todo tipo de secretos militares. El caso fue que Díaz-
Fernández fue recordado en la tertulia, a raíz de una aparición del poeta Rafael
Alberti, que había recibido de nuestro autor una sonora bofetada.
Cuenta también que hubo una fiesta de homenaje a Díaz-Fernández en
la redacción del periódico El Sol. Ocurrió el día dieciocho de abril de 1927. Se
celebró, sobre todo, el éxito literario en un concurso de cuentos convocado por
El imparcial. “El día 23 de julio de 1928, el propio Díaz-Fernández, fue
homenajeado en un banquete en la terraza del Hotel Nacional para celebrar su
triunfo con El blocao, (Vived Mairal, 2002: 158). Recuerda Sender que además
de muchos escritores, asistieron también muchos políticos de la izquierda
81
comprometida. En esa ocasión tomó la palabra, entre otros muchos, Ramón
Gómez de la Serna, para alabar la calidad literaria de la obra recién publicada.
Parece ser que aunque no asistieron personalmente al banquete, firmaron la
convocatoria de homenaje, personalidades tan ilustres en esa época como
Ortega y Gasset, Ramón Pérez de Ayala o Francisco Ayala.
_____________________
82
2.2.1- ESTRUCTURA:
La novela se articula en torno de una serie de relatos aparentemente
inconexos cuyo nexo de unión no es otro que la narración de las miserias y
peripecias de los soldados obligados a combatir en un territorio extraño a unos
enemigos con los que comparten más de lo que aparentemente el lector podría
pensar en un primer momento, en defensa de unos intereses que les resultan
completamente ajenos.
La guerra, o mejor, el enfrentamiento con una sociedad que se limita a
defender su propia tierra frente al invasor español, se hace omnipresente a lo
largo de las páginas del relato. El autor plantea, asimismo, los principales
temas humanos y sociales de la época: las desigualdades económicas y
culturales, la explotación de los hombres en pro de un sistema económico que
sólo busca perpetuar en el poder político a una minoría satisfecha, el
enfrentamiento entre los pueblos como elemento de subyugación imperialista
por parte de las clases dirigentes que se apoyan en el ejército y en las
confesiones religiosas.
La narración se articula, por tanto, en torno a siete capítulos
prácticamente independientes, en los que se demuestra cómo esa guerra, al
igual que todas las demás, embrutece a quienes participan en ella, sin
excepción, a todos y cada uno de los implicados en la gran farsa. Se ha dicho
muy acertadamente que sus víctimas no son tanto los muertos como los
supervivientes. De hecho, el propio Díaz-Fernández recurre a una metáfora
83
que resume perfectamente esta idea: somos “cadáveres verticales, movidos
por un oscuro mecanismo”, (Díaz-Fernández, 1998: 36), según también señala
José Esteban; de la misma manera, ya en el primer capítulo el lector descubre
una sentencia premonitoria: “algo así como estar vivo y metido en una caja de
muerto” (Díaz-Fernández, 1998: 33).
Teniendo en cuenta tanto su peculiar estructura como el recurso a
elementos claramente vanguardistas, se ha discutido si la narración puede
definirse como una auténtica novela. De hecho, el propio autor sale al paso de
este espinoso asunto y aclara que su obra, desde una perspectiva
decididamente futurista, lo único que hace es adaptarse al cambio de las
formas vitales. Dice Díaz-Fernández: “Vivimos una vida sintética y veloz,
maquinista y democrática. Rechazo por eso la novela tradicional”.
Añade el autor:
Yo quise hacer una novela sin otra unidad que la atmósfera que
sostiene a los episodios. El argumento clásico está sustituido por la
dramática trayectoria de la guerra, así como el personaje, por su misma
impersonalidad quiere ser el soldado español.
Conviene también subrayar que el autor refuerza el evidente carácter
autobiográfico de lo narrado al indicar que “pretendo interesar al lector de modo
distinto al conocido: es decir, metiéndolo en un mundo opaco y trágico, sin
84
héroes, sin grandes individualidades, tal y como yo sentí el Marruecos de
entonces”.
Por otra parte, José Esteban ha insistido muy acertadamente en poner
de relieve una serie de elementos que refuerzan, más si cabe, el carácter
novelesco del relato que nos ocupa. Así, señala como hilo conductor de toda la
narración “el yo del autor mismo, a veces silencioso pero siempre presente en
todos y cada uno de los episodios y una estructura común entre las diferentes
historias”.
Se ha insistido en que en “El blocao” se dan cita influencias
evidentísimas de determinados escritores defensores de la libertad del
individuo como bien absoluto. Se ha citado expresamente a Gorki y a
Remarque, en opinión que compartimos.
También se ha señalado acertadamente que la importancia de esta
novela radica precisamente en haber sido capaz de acabar de una vez por
todas con la inconsistencia social típica de la novela deshumanizada y
vanguardista para llevar el relato a un terreno mucho más firme resultado de
las tensiones políticas y sociales de su época.
La ideología del autor queda todavía más de relieve en uno de los
capítulos, “Magdalena roja”, en la que se pone de manifiesto la apuesta por la
implicación política como motor que impulse cambios en una sociedad
85
eminentemente corrompida, como lo era la de los últimos años del reinado de
Alfonso XIII.
El primer capítulo se titula “El blocao”. El asunto principal es la ausencia
completa de expectativas dentro del recinto cerrado de la fortificación perdida
en medio de un territorio hostil. El tedio se hace insoportable. La llegada del
relevo es aguardada por parte de todos, soldados y oficiales, como un
momento lejanísimo que alcanza prácticamente dimensiones míticas.
El segundo capítulo, “El reloj”, retrata sobre todo la personalidad de uno
de los soldados, gañán de aldea, propietario de un reloj fabuloso de bolsillo, de
los llamados de cebolla, que dentro de la interminable monotonía de la posición
fortificada, terminará siendo el único objeto de afecto de ese personaje,
salvándole además la vida al parar la bala de un francotirador.
El siguiente capítulo “Cita en la huerta”, se sitúa en la capital del
protectorado, en Tetuán, donde la tragedia diaria del frente se olvida por
completo para lanzarse a una vida disoluta de placeres fáciles. La posibilidad
de una auténtica aventura erótica con una mujer local, favorecida además por
el propio hermano de la apetecida hembra, parece por un momento romper la
monotonía del discurso tedioso de la narración. Sin embargo, el fracaso de la
pretendida aventura devolverá el discurso narrativo a sus angostos cauces
dentro del más insoportable aburrimiento vital.
86
El cuarto episodio “Magdalena roja”, al que ya hemos aludido, pone de
relieve las inquietudes políticas y las reivindicaciones sindicales del narrador,
subrayando el paso decisivo desde la adolescencia a la juventud, mediante el
descubrimiento de la sexualidad. Se trata sin duda del elemento central de la
novela, caracterizado asimismo por una acción y vitalidad incomparablemente
mayores que las del resto de capítulos.
El siguiente episodio lleva el título de “África a sus pies”, se sitúa
también en las calles de Tetuán. El tema principal es de nuevo la dicotomía
entre el drama permanente que sucede en el frente bélico y la perversión de
costumbres de la capital del Protectorado. Se trata de una ciudad “feliz con la
muerte que a diario manchaba de sangre sus flancos.”
El sexto capítulo se titula “Reo de muerte”. Se sitúa la narración de
nuevo otra vez entre los estrechos límites de un blocao, nada mas producirse el
tan ansiado relevo. El protagonista será esta vez un pobre perro abandonado
por los felices soldados que acaban de marcharse y los humanos que le
adoptarán o ejecutarán, según el nivel de miseria moral de unos y otros.
Por último, la narración concluye con un episodio sobrecogedor titulado
“Convoy del amor”. Se mezclan en este capítulo los dos elementos
fundamentales de toda la narración: la sexualidad reprimida y el efecto
devastador desde el punto de vista moral de una guerra absurda sobre unas
masas desfavorecidas. La bestialidad del soldado, la frustración sexual, la
corrupción de los oficiales, el acecho de los enemigos, la dureza del paisaje y
87
el clima insoportablemente tórrido, se mezclan magistralmente hasta crear un
escenario de pesadilla angustiosa. De hecho, Díaz-Fernández inicia su relato
con una declaración suficientemente expresiva:
Lo que voy a contar es mil veces más espantoso que un ataque
rebelde. Al fin y al cabo, la guerra es una furia ciega en la cual no nos
cabe la mayor responsabilidad. Un fusil encuentra siempre su razón en
el fusil enemigo (Díaz-Fernández, 1998: 112).
__________________
88
2.2.2- PERSONAJES PRINCIPALES:
Ya se ha indicado que en la novela, al no encajar en los moldes
tradicionales de la narrativa, los personajes principales son el ambiente de
guerra, el tedio, la corrupción y la dejadez generalizada.
Sin embargo, aparecen a lo largo de los siete capítulos que componen la
narración una serie de personajes específicos que sí conviene recordar aunque
sea brevemente.
De esta manera, en el primer capítulo, el personaje principal
corresponde con el narrador en primera persona. Se trata de un joven de
veintidós años, sargento recién llegado desde Tetuán, “ciudad de amor más
que de guerra” (Díaz-Fernández, 1998: 33) para asegurar la defensa del blocao
perdido en medio de la agreste cordillera del Rif. Se pone de relieve el
contraste entre los soldados todavía civilizados y los que han de ser relevados,
auténticos “robinsones”, desesperados por escapar cuanto antes de la ratonera
en la que han pasado meses interminables.
El personaje sufre progresivamente las consecuencias del aislamiento,
con la añoranza dramática de un cuerpo de mujer. “Mis veintidós años
vociferaban en coro la preciosa ausencia” (Díaz-Fernández, 1998: 38).
El segundo personaje es Aixa, una morita de unos quince años que
vende higos y alguna que otra verdura a los soldados españoles. Será el
89
señuelo que permita a los moros acechantes dar un audaz golpe de mano que
casi acaba con la defensa de la posición fortificada. El ataque es rechazado
pero la morita Aixa queda prisionera en manos de los españoles.
Al final del capítulo el personaje principal, desoyendo la rabia de sus
propios hombres, decide liberar a la morita Aixa.
Aparece por primera vez el personaje de Pedro Núñez, también
sargento, compañero de armas, de aventuras y de desdichas del propio
narrador.
En el segundo capítulo, el personaje principal es un soldado llamado
Villabona, de la localidad asturiana de Arroes. Se trata del feliz e ingenuo
propietario de un reloj mítico de los llamados de cebolla, de proporciones
desmesuradas. Se trata de “un alma tan sencilla que es capaz de comprender
la vida de las cosas” (Díaz-Fernández, 1998: 45).
En el tercer capítulo se muestra al lector el ambiente desesperado en el
que, en el laberinto de las calles de Tetuán, se busca la aventura erótica fuera
de los recintos cerrados de los burdeles. El narrador en primera persona sigue
las indicaciones de un moro amigo, Haddú, que propone a su propia hermana,
Aixa como objeto sexual. Esta mujer se aparece en el jardín familiar “sin velos y
era una chuchería recién comprada a la que acababan de quitar la envoltura de
papel de seda” (Díaz-Fernández, 1998: 57).
90
En el cuarto capítulo, del que ya se ha hablado, aparece el personaje de
Angustias, Magdalena Roja, la activista obrera que se lanza a cometer lo que,
de no haber mediado el azar, hubieran podido acabar como tremendos y
sangrientos atentados de corte anarquista. Se contrapone este personaje al del
propio narrador, intelectual de clase media, de cuya sincera adhesión al
movimiento obrero siempre se desconfía. Angustias reaparecerá en Marruecos
como una nueva Matta-Hari, amante de altos oficiales, al servicio de la causa
independentista de la República del Rif, para terminar detenida al comprobarse
sus manejos de peligrosa espía y agente que desde Tánger compraba armas
para los moros12.
En el quinto episodio aparecen los muertos con nombres y señales. En
primer lugar surge el personaje Riaño. Se trata de “un muchacho rico, alegre y
voluntarioso, recién ascendido a segundo teniente” (Díaz-Fernández, 1998:
95). Es asesinado por su amante, África, que en realidad resulto llamarse
Axuxa o Zulima, a la que había conocido en un cabaret de Tánger, “recién
abandonada por un diplomático de Fez” (Díaz-Fernández, 1998: 97).
Luego el lector descubre a Pereda, “el soldado de las gafas de concha”
(Díaz-Fernández, 1998: 98), abogado que, a pesar de las presiones de sus
superiores, prefiere permanecer como simple soldado raso, pero no para
abandonar cuanto antes Marruecos y olvidar todo lo que estaba viviendo, sino
para lanzarse voluntario hacia una muerte segura en socorro de sus
camaradas sitiados en una posición indefendible.
12 La importancia del papel desempeñado por el servicio de información de Abdelkrim es fundamental para comprender muchos de los éxitos militares y políticos de la República del Rif. Más adelante trataremos este asunto.
91
En el sexto capítulo, los personajes principales son, además del
narrador en primera persona y de su compañero Pedro Núñez, del que ya se
ha hablado, un pobre perro abandonado por el destacamento que deja el
blocao, un soldado de Badajoz, Ojeda, que comparte su rancho con el animal,
y un teniente salvaje, llamado Compañón, que matará a sangre fría al
desgraciado animal. La desesperación del soldado Ojeda al descubrir los
despojos del perro, se describe dramáticamente por el narrador siguiendo el
testimonio directo de Pedro Núñez: “tuvo que despojarle violentamente de la
querida piltrafa y tirar al barranco aquel montón de carne infecta” (Díaz-
Fernández, 1998: 109).
En el último episodio aparece en primer lugar el cabo Manolo Pelayo, a
quien sucedió el dramático acontecimiento que presenta el narrador, quien “a
punto estuvo de terminar en presidio por aquello” (Díaz-Fernández, 1998: 111).
Luego surge Carmela, la mujer del teniente López, arquetipo de la mujer que
hará que enloquezca el destacamento del cabo Pelayo, que terminará “hollada,
pisoteada… muerta de un balazo en la frente” (Díaz-Fernández, 1998: 122).
________________
92
2.2.3- TEMAS PRINCIPALES:
Uno de los temas que se repiten a lo largo de los siete capítulos es el de
la sexualidad, sobre todo en los casos en los que las circunstancias bélicas
reprimen y amordazan los instintos más básicos del hombre.
El tedio, el aburrimiento extremo de la tropa, es también otro de los
asuntos centrales de la narración. La presencia española en Marruecos fue
primero un desastre y luego un largo e inacabable fastidio.
Se trata de ese aplatanamiento progresivo de los soldados que
aguardan, encerrados en el exiguo espacio de una fortificación perdida en
medio de una naturaleza agreste y hostilizados por un enemigo invisible. Su
única esperanza consiste en aguardar lenta y pacientemente, evitando caer en
la locura, la llegada del relevo. Este es el asunto primordial del primer capítulo,
titulado precisamente como toda la narración, “El blocao”.
Sin duda alguna, otro de los temas principales de la narración es el
enloquecimiento que experimentan los jóvenes soldados por la ausencia
completa de mujeres. De esta manera, a lo largo de los siete capítulos que
componen la novela se contrapone Tetuán, la ciudad fácil para el amor, con la
sequedad total de las posiciones en el frente.
Ya se ha dicho, asimismo, que la guerra en cuanto tal es, más que un
tema, uno de los personajes principales de la obra que nos ocupa. Las páginas
93
de “El blocao” denuncian tanto el absurdo de una campaña bélica de carácter
nítidamente imperialista al servicio exclusivo de una casta militar y económica
ajena a las realidades sociales de la España de aquellos años, como la propia
incapacidad militar, desde un punto de vista técnico, de un ejército voraz,
incapaz de enfrentarse adecuadamente a un enemigo muy inferior tanto en lo
que se refiere a los medios estrictamente militares como desde el punto de
vista del número de efectivos.
Otro tema que se repite también a lo largo de los capítulos, en ocasiones
de una manera explícita y en otra de una forma mucho más solapada, es el
argumento del compromiso político del narrador frente a la decadencia de la
monarquía de Alfonso XIII. Este aspecto es de carácter central sobre todo en el
episodio titulado “Magdalena roja”, como ya hemos tenido ocasión de señalar
anteriormente.
_______________
94
2.2.4- TÉCNICA Y ESTILO:
Ha quedado ya apuntado que “El blocao” es una novela en la que se
aúnan dos componentes principales. Por una parte, una apuesta decidida en
favor de los aspectos narrativos más vanguardista, y por otra, la asunción del
carácter comprometido, desde el punto de vista político y sindical, de la
producción literaria.
Esta última característica se ha puesto de relieve sobre todo al tratar del
cuarto capítulo, “Magdalena roja”, y al analizar la trayectoria vital del propio
Díaz-Fernández.
En lo que se refiere a los aspectos y recursos de vanguardia que el
lector va descubriendo a lo largo de la narración, nos limitaremos de momento
a mencionar una serie de aspectos más llamativos. Así, el recurso a imágenes
y metáforas deslumbrantes recuerda en no pocas ocasiones los escritos más
representativos de la generación del 27. Veamos una serie de ejemplos:
En la imagen que ya habíamos mencionado anteriormente, “nuestra
semejanza era una semejanza de cadáveres verticales movidos por un oscuro
mecanismo” (Díaz-Fernández, 1998: 36), se refleja perfectamente la
transformación de los soldados en meros instrumentos de muerte.
95
Poco más adelante Díaz-Fernández emplea una bella imagen para
describir el uso del heliógrafo que transmite un triste mensaje: “escribir con
alfabeto de luz un aviso de sombra” (Díaz-Fernández, 1998: 38). Ese sol, que
tan pronto permite la utilización del heliógrafo como reduce al aislamiento más
profundo las alejadas posiciones, se describe como “la naranja del sol
naciente” (Díaz-Fernández, 1998: 81).
El novelista describe el trazo de la chimenea encendida con la siguiente
imagen: “el columpio del humo sobre la choza gris”. Del mismo modo, se
retrata a sí mismo paseando por las calles de Tetuán con una señorita de
alterne, como “náufrago en el arenal de la acera, con mi alga rubia y escurridiza
en el brazo, cogida en el océano de un comedor de hotel” (Díaz-Fernández,
1998: 39).
El descomunal reloj del soldado Villabona recibe una sucesión de
epítetos atrevidos: “ojo de cíclope, rueda de tren, cebolla de acero”, (Díaz-
Fernández, 1998: 45).
De las callejuelas del barrio moro de Tetuán nos dice que “iban como
sabandijas bajo arcos y túneles hasta sumirse en la boca húmeda de un portal”.
La ciudad en el anochecer se transforma como una mujer coqueta: “acababa
de prenderse los alfileres de sus focos para entrar, brillante y dadivosa, en una
tibia noche de mayo” (Díaz-Fernández, 1998: 68). De las ventanas abiertas
96
nos dice que “eran ojos atónitos por donde manaba el llanto de la ciudad”
(Díaz-Fernández, 1998: 82).
La marcha del rápido vehículo en el que viaja el protagonista se refleja
brillantemente al indicar “nuestro automóvil traga carretera como un
prestidigitador metros de cinta” (Díaz-Fernández, 1998: 53). El fluir de los
coches por las avenidas se refleja indicando que “los guardias, con gesto de
domadores, detuviesen el rebaño de bestias mecánicas” (Díaz-Fernández,
1998: 69).
La mirada embrujadora, no exenta de peligro, de una mujer se perfila
indicando que: “sus ojos me parecen los dos cañones de una pistola que me
apunta” (Díaz-Fernández, 1998: 55). Poco más adelante, el autor recurre a la
imagen antes señalada para describir a una mujer musulmana que aparece
descubierta a los ojos del narrador: “estaba sin velos y era como una chuchería
recién comprada a la que acababan de quitar la envoltura de papel de seda”
(Díaz-Fernández, 1998: 57). En otra ocasión el narrador lleva el recuerdo de
los ojos de la mujer “como dos alhajas en el estuche de la memoria” (Díaz-
Fernández, 1998: 59).
En otra ocasión, la fortificación en la que se encuentra el narrador se
define como “un nido sobre un picacho”, enfrentada a los peligros de las
fuerzas moras “como un mar ondulante” (Díaz-Fernández, 1998: 58). La
vigilancia se extrema en esos casos: “apoyando el oído en el pecho de la
97
noche africana” (Díaz-Fernández, 1998: 83). El disparo del francotirador puede
alcanzar al centinela como “el pájaro de acero de un paco que llegaba silbando
desde la montaña indócil” (Díaz-Fernández, 1998: 90), mientras la noche se
hace especialmente dura: “los hombres en los parapetos sentían el enorme
pulpo del frío agarrado a su carne hasta el alba” (Díaz-Fernández, 1998: 96).
En otras ocasiones la noche se hace insoportable, añorando a la mujer:
“algunas noches la luna venía a tenderse a los pies de los centinelas, y daban
ganas de violarla por lo que tenía de tentación y de recuerdo” (Díaz-Fernández,
1998: 106).
En general, la narración se articula en torno de frases breves y
contundentes que, junto con el recurso a las expresiones que acaban de
señalarse, confieren al texto una enorme vivacidad pictórica. El autor también
emplea con la maestría de su técnica narrativa enriquecida por el conocimiento
personal del medio geográfico, social y militar que describe, una serie de
elementos que transportan al lector eficazmente tanto al teatro de operaciones
como al ambiente, entre colonial y sórdido, del Tetuán de aquellos años.
De esta manera, se emplea, como no podía ser de otra forma, el término
“paco” para definir los disparos aislados realizados por los moros (Díaz-
Fernández, 1998: 36, 52, 98). El origen de este término parece provenir de la
reproducción onomatopéyica de los dos sonidos que producían los máuseres al
disparar aisladamente. El término daría posteriormente incluso lugar a un
verbo, “paquear”, que se popularizó tristemente a lo largo de los años de la
98
guerra civil española, referido sobre todo a los francotiradores agazapados en
azoteas y balcones de las ciudades13.
No son pocas las referencias a los “cuotas”, o en expresión todavía más
coloquial, a los “cotas” (Díaz-Fernández, 1998: 45, 52), esto es, aquellos
mozos de familias lo suficientemente acomodadas como para, mediante el
pago de determinada cantidad, librarse del servicio militar. Sin embargo, a raíz
del Desastre de Annual se procedió a una movilización de tropas y reservistas
sin precedentes que incluyó también a esos mozos exentos previo pago de la
cuota. De ahí que, por ejemplo, Giménez Caballero fuera llamado a filas.
En cierta ocasión, por ejemplo, se recurre al empleo de la expresión
“maula” (Díaz-Fernández, 1998: 99), en el sentido peyorativo de hombre flojo,
sin voluntad, precisamente para definir a Pereda, uno de los muertos conocidos
del narrador y caracterizado por todo lo contrario.
Díaz-Fernández también recurre a términos arcaizantes, tal vez todavía
utilizados en su Aldea del Obispo natal. Tal es el caso, por ejemplo, de
“jamuga”, a la que nos referiremos más adelante, esto es, la silla de montar
especialmente concebida para permitir que Carmela cabalgue una mula a
mujeriegas.
______________________________
13 Unas referencias expresas al « paqueo » en las calles del barrio de Salamanca, o en los combates de la sierra del Guadarrama, pueden descubrirse, por ejemplo, en “Contraataque”, de Ramón J. Sender.
99
100
2.3- “IMÁN”, DE RAMÓN J. SENDER (1930):
101
102
La biografía de Ramón José Sender es de sobra conocida. Nació en
Chalamera el día 3 de febrero de 1901 y falleció en San Diego, la noche del 16
de enero de 1982. Su padre era secretario del Ayuntamiento y su madre,
maestra, del mencionado lugar donde nació. Poco después de un año, la
familia regresa de nuevo a su lugar de origen, Alcolea de Cinca, y
posteriormente, se instalará en Tauste14.
La familia de Sender pertenecía, por tanto, a una clase acomodada en la
que las necesidades básicas estaban cubiertas. Además de los dos sueldos
que los padres recibían por el ejercicio de sus profesiones, disponían del
rendimiento de las tierras familiares.
En cuanto al apellido paterno, con intención de aclarar malentendidos
muy extendidos, el propio escritor habría escrito, en palabras retomadas por
Jesús Vived Mairal:
Como mis lectores saben me llamo Sender –la vocal tónica es la
segunda-. Pero muchos me llaman Sénder. Es más cómodo poner el
acento en la primera. Luego, tras señalar que ese apellido podría ser de
origen judío o sánscrito, añade que él cree que es una palabra catalana
correspondiente al castellano “sendero”; lo que está apoyado por el
hecho de haber vivido mi familia en la frontera catalano-aragonesa. En
varias ocasiones se ha referido a su apellido. En “Libro armilar de poesía
y memorias bisiestas”, apela al verso: “Algunos me dicen Sénder/ y otros
14 La mayoría de los datos biográficos han sido extraídos de la obra de Marcelino C. Peñuelas, « Conversaciones con Ramón J. Sender », así como de la excelente biografía establecida por Jesús Vived Mairal.
103
me dicen Sender, / yo atiendo por los dos nombres/ no hay gran cosa
que atender”. (Vived Mairal, 2002: 20).
El joven Sender no padeció, como veíamos antes, gracias a la situación
económica de sus padres, durante su infancia las estrecheces características
de la España rural de principios de siglo. Pudo estudiar el bachillerato,
lógicamente como alumno libre, ayudado por el capellán del convento de Santa
Clara de Tauste, para posteriormente examinarse en el Instituto de Segunda
Enseñanza de Zaragoza. Más adelante, continuó sus estudios en el colegio de
San Pedro Apóstol, en Reus, hasta que la familia se trasladó a Zaragoza,
donde prosiguió el bachillerato durante dos cursos más.
El propio Ramón J. Sender ha contado no pocas anécdotas y episodios
de su época de Tauste. Como describe Vived Mairal, Sender ha hablado de
sus idas y venidas en tiempo de labor o festivo. Así se ha referido a la
impresión que le produjeron, por ejemplo, los cabezudos de esta localidad, las
fiestas patronales o las fiestas con toros y vaquillas. (Vived Mairal, 2002: 43).
De la misma manera, también Reus se ve reflejado en no pocas páginas
de Sender. De esta manera, por ejemplo, vemos cómo nuestro autor siente una
cierta admiración por el trazado rectilíneo de las calles de Reus, en una de las
cuales se levanta la estatua del general Prim, y se deja deslumbrar por la
variedad y la cantidad de los comercios, equiparables a los de Zaragoza.
(Vived Mairal: 2002: 46).
104
La siguiente etapa en la formación de Sender es la que acontece en
Zaragoza, donde llegará procedente de Reus en 1914 para reunirse con su
familia que ya se había instalado previamente en la ciudad del Ebro. Sender
también se refiere a Zaragoza y a las impresiones que le causa esta ciudad en
muchas de sus páginas. Así, el hecho de ya no estar interno le provoca un
ansia de movilidad callejera, dedicándose casi por completo durante sus
primeras vacaciones en la ciudad a recorrerla de cabo a rabo. Precisamente,
en esa época, Zaragoza era conocida como la ciudad de los cafés, por la
cantidad y la categoría de estos establecimientos públicos. Sender se admiró al
descubrir el Café de Ambos Mundos, considerado durante mucho tiempo el
mayor café de Europa. También le atraía el cine, que por entonces causaba
furor. Existían tres salas a las que Sender acudía regularmente (Vived Mairal,
2002: 54-57).
También sabemos que el adolescente Sender crecía en medio de
contradicciones tal vez insalvables. Por una parte se mantenían dentro de la
familia las tradiciones de carácter rural. Por otra, la ciudad se le ofrecía como
un campo sin límites donde explorar las nuevas sensaciones y experiencias
que iba descubriendo a medida que se hacía hombre. Se trataba, como muy
acertadamente señala Vived Mairal, de dos mundos contrarios y opuestos. Su
padre era un hombre de prácticas devotas diarias y de rigurosa disciplina en la
educación de sus hijos. Era, además, desde un punto de vista político, un
hombre conservador y tradicionalista, casi carlista. (Vived Mairal, 2002: 61).
105
Debido a los enfrentamientos con su padre y a los malos resultados
obtenidos en el colegio de frailes, tuvo que proseguir los estudios en Alcañiz,
combinándolos con el trabajo como mancebo de una farmacia, hasta obtener el
grado de bachiller, a los diecisiete años, y escaparse a Madrid. Según describe
Vived Mairal, Sender quiso hacer realidad su deseo de ir a Madrid con el fin de
huir de su familia y ver de cerca a las grandes figuras: Rey, jefes políticos,
grandes responsables de lo bueno y lo malo. Según Concha Sender, la madre
estaba muy apenada porque el hijo se marchaba lejos. “No te preocupes por
mí, -dijo éste-, con un kilo de cuartillas y un litro de tinta sabré ganarme la vida
en cualquier parte.” (Vived Mairal, 2002: 79).
Durante los primeros años en Madrid, pasó todo tipo de apuros
económicos. Dormía en un banco de El Retiro, aseándose como podía en los
servicios del Ateneo. Consiguió de nuevo un puesto de mancebo de farmacia.
Antes de cumplir los dieciocho años ya era colaborador esporádico de diversos
medios periódicos de aquellos años. Así, publicó en “El Imparcial”, “El País”,
“La Nueva España” y “La Tribuna”.
La referencia al Ateneo merece una pequeña pausa. En efecto,
sabemos que esta institución era un lugar familiar para Ramón J. Sender ya
desde ésta su primera estancia en Madrid. Vived Mairal narra cómo el joven
Sender consumía horas interminables en la biblioteca del Ateneo, apenas
descansando unas pocas horas y sacrificando las indispensables para las
necesidades del cuerpo. Cuenta cómo había solicitado que se comprara la
106
Historia de Roma, de Mommsen, y que, en cuanto llegó, la devoró sin
descanso, “de tal forma que estuvo varios días sin salir del Ateneo”.
Siempre siguiendo los datos de Vived Mairal, descubrimos que Ramón
J. Sender ingresó en el Ateneo en condición de socio el 10 de junio de 1924.
En aquella época vivía en la calle de San Marco, número 30. Conviene
recordar lo que respecto a la relación entre Unamuno y Sender, con el
escenario del Ateneo de fondo, señala este mismo autor:
Continuaban siendo famosas las tertulias de aquella casa. Miguel
de Unamuno era centro de alguna de ellas, donde mostraba su agudeza
en las etimologías y en sus recursos didácticos, nunca aplaudidos por un
joven Sender, siempre reticente con él. Unamuno llegó un día, se acercó
a un grupo de ocho o diez personas. Se levantaron todos menos
Sender. Unamuno le miró de reojo y desde entonces le consideró como
un discrepante pugnaz, actitud que se acentuó al enterarse de que era
amigo de Valle-Inclán. No era fácil el diálogo entre el escritor gallego y
Unamuno. Mientras peroraba éste, Valle-Inclán se mantenía callado con
aire distraído (Vived Mairal, 2002: 154).
En esa misma época, Sender se matriculó en la Universidad, en la
Facultad de Filosofía y Letras, aunque parece que el ambiente académico no le
atrajo demasiado. Ya en aquellos años, el joven Sender prefería los medios
anarquistas y las conspiraciones revolucionarias de corte obrero. Esa
prematura temeridad política hizo que el padre de Sender se presentara en
107
Madrid y, ejerciendo la patria potestad sobre su hijo todavía menor, se lo
llevara de nuevo a Aragón.
Una vez en Huesca, se concentró en lanzar uno de sus primeros
proyectos públicos, mediante la creación de un periódico, que se llamaría “La
Tierra”, órgano de expresión de la Asociación de labradores y ganaderos del
Alto Aragón.
En 1922, una vez cumplidos los veintiún años, fue llamado a filas.
Intervino, hasta 1924, en la campaña de Marruecos inmediatamente posterior
al Desastre de Annual. Ingresó en el ejército como simple soldado,
ascendiendo a cabo, sargento, suboficial y, por último, alférez de complemento.
Veamos con un poco más de detalle cómo fue la incorporación a fila de Ramón
J. Sender.
Sabemos que el padre de Sender estaba dispuesto, y en condiciones
económicas, de satisfacer la cantidad estipulada para ser soldado de cuota,
aunque el escritor se negara a aceptar esta dádiva paterna (Vived Mairal, 2002:
131).
De esta manera, en 1922, Ramón J. Sender fue incorporado a la Caja
de Reclutas de Huesca número 66- La hoja de filiación indica que era
estudiante, soltero, de religión católica, apostólica, romana, de 1’58 de estatura,
perímetro torácico 83 centímetros, de pelo negro, de cejas al pelo, ojos negros,
nariz pronunciada, barba saliente, boca regular, color sano, frente espaciosa,
108
aire marcial, producción buena y sin señas particulares que merecieran ser
señaladas (Vived Mairal, 2002: 131).
Según indica Vived Mairal, también sabemos que en el sorteo celebrado
el día 27 de enero de 1923, Ramón J. Sender figura con el número 74 en el
cuarto grupo, que es el que correspondía a Intendencia, con destino a África,
siendo destinado al Regimiento de Ceriñola número 42. Precisamente será
este mismo Regimiento, en lo que tiene de datos autobiográficos la novela
“Imán”, al que pertenecerán tanto el sargento Sender como el personaje
Viance, llegando el número 42, como cifra obsesiva, a desempeñar un papel
fundamental en el relato, según se verá en su momento oportuno.
Sender lleva a cabo el juramento de la bandera, ya como cabo gracias a
su condición de estudiante, en Melilla el día 26 de marzo de 1923. Fue
destinado a la cuarta Compañía del tercer Batallón del Regimiento de Infantería
de Ceriñola número 42. Según señala Vived Mairal, el día 18 de julio salió de
Melilla para incorporarse a la posición de Kandussi. Veamos cuáles fueron
desde entonces las evoluciones de su carrera militar:
Aquí se quedó como miembro de la 3ª columna de operaciones.
Dos meses después, tras superar el reglamentario examen, fue
promovido al empleo de sargento de complemento con antigüedad de 1
de septiembre en la misma Compañía. Más tarde, tras el obligado
examen, ascendido a suboficial de complemento con antigüedad de 1 de
diciembre, fue destinado a la Plana Mayor. En esta situación fue
109
licenciado y causó baja en la fuerza con haber de la Plana Mayor, y alta
en la de sin haber, de la 1ª del 2º de este Batallón del Regimiento de
Infantería de Ceriñola número 42 hasta fin de enero, cuando en situación
de licencia ilimitada se trasladó a Huesca, donde fijó su residencia. El 27
de enero se le autorizó a cambiar su domicilio a Madrid, para que
pudiera incorporarse a la redacción de El Sol. (Vided Mairal, 2002: 132).
Pero conviene que hagamos un breve inciso antes de avanzar de nuevo
en la trayectoria vital de Ramón J. Sender, para referirnos a las actividades
literarias desarrollados por nuestro autor durante su tiempo de permanencia en
África. Nos referiremos, en primer lugar, a los artículos publicados en El
Telegrama del Rif, y luego, a una de sus narraciones de tema africano, Una
hoguera en la noche.
Como señala Vived Mairal, Sender publicó en El telegrama del Rif un
total de diez artículos. El acceso a las páginas de este periódico fue facilitado
por Francisco de las Cuevas, a quien Sender conocía de Aragón, y que era
Presidente de la Cámara Agrícola de la ciudad de Melilla. De esta manera, los
artículos de Sender se describen de la siguiente manera:
El primero apareció el 28 de Abril de 1923; el último, el 29 de
enero de 1924. Los ocho primeros llevan el título general de “Arabescos”
y los restantes “Impresiones del carnet de un soldado”. Se trata, en
realidad de unas notas frescas y agudas, con pretensiones de ensayo en
algún caso -“unas cosas entre filosóficas y poéticas”, que dirá un alter
110
ego en Crónica del alba- en las que el joven escritor anota sus
impresiones y las incidencias de la vida cuartelera y del campamento
que merecían su consideración. Curiosamente, en uno de esos artículos
escribe una cita del Tratado de Química de Pedro Marcoláin, profesor
suyo en el Instituto de Zaragoza que, como vimos, no sólo le suspendió,
sino que, como director del centro fue el responsable de que el
estudiante Sender tuviera que buscar otro instituto para terminar el
bachillerato. En este artículo también hay un recuerdo para José Ortega
Munilla. (Vived Mairal, 2002: 135).
De la misma manera, también Seco Serrano se detiene en el análisis de
los artículos de Sender publicado en El Telegrama del Rif, refiriéndose al
contraste entre éstos y la novela Imán, según indica el propio Vived Mairal
citando el artículo titulado “Un Sender insólito”, publicado el 2 de agosto de
1990, en el diario madrileño El País. Así, para Seco Serrano, al contrario de lo
que se reflejará posteriormente en las páginas de Imán, en los artículos
publicados en Melilla podemos ver “la visión de un joven con clara vocación
militar, iluminado por el espíritu de aquella reconquista”. Sin embargo, conviene
no olvidar los condicionamientos obvios a los que se enfrentaba Sender a la
hora de publicar en Melilla, en un ambiente de lógicas restricciones en su
facultad de expresión impuestas por las circunstancias castrenses, frente a los
que vivirá posteriormente de regreso a la Península. De esta manera,
pensamos que la afirmación de Seco Serrano puede resultar excesiva. De
hecho, en apoyo de esta afirmación nuestra, también podríamos recordar lo
que Arturo Barea relata sobre los consejos paternales de su Coronel para que
111
no publique determinado relato, al considerarlo incompatible con su condición
de sargento dentro de una estructura militar en tiempos de guerra.
Por su parte, Vived Mairal añade un elemento que nos parece
fundamental para comprender cuál pueda ser el alcance del pretendido
militarismo de un Sender incorporado a filas dentro de un ejército colonial. De
esta manera, señala lo siguiente:
Pienso que al condicionamiento de su situación militar hay que
añadir la línea conservadora del diario en el que Sender publica esos
artículos. En cualquier caso, es conveniente recordar el clima que se
respiraba en Huesca respecto de la guerra de Marruecos antes de que
él la abandonara para incorporarse a filas. Tras la conmoción causada
por el desastre de Annual, el pueblo oscense miraba con inquietud y
solidaridad la suerte de los soldados. Así, cuando en la medianoche del
1 de septiembre de 1921 el Regimiento de Valladolid mandado por el
general Batet partió de la estación de Huesca con dirección a África, un
inmenso gentío salió a despedir a los expedicionarios, que marchaban
colmados de obsequios. Días después se celebró en el Teatro Principal
un festival con el fin de allegar fondos para costear un altar de campaña
y enviarlo al Regimiento de Valladolid. (…) El diario La Tierra organizó
una cuestación para comprar impermeables y recogió con grandes
titulares la destacada actuación del Regimiento de Valladolid en la
recuperación de Dar-Drius. (Vived Mairal, 2002: 136).
112
Como habíamos anunciado, nos ocuparemos ahora del segundo bloque
productivo de nuestro autor durante su permanencia en filas, esto es, del relato
“Una hoguera en la noche”.
Este relato fue publicado por la revista Lecturas, en su número
correspondiente a los meses de julio y agosto de 1923. La narración obtuvo el
premio convocado por esta publicación, dotado con la cantidad de seiscientas
pesetas. Hay que tener en cuenta que, según indica Vived Mairal, visto que el
plazo de presentación de los originales se cerraba el día 30 de octubre de
1922, el joven Sender envió su narración, firmada con el pseudónimo El
tenientillo N., cuando todavía se encontraba en Huesca, aunque fuera
premiado y publicado mientras prestaba el servicio militar.
No obstante este hecho, Sender redacta la obra basándose en un
conocimiento profundo de la realidad vivida por los soldados españoles en
tierras marroquíes. De hecho, como muy acertadamente señala Vived Mairal,
además de las crónicas de agencia publicadas por el diario La Tierra,
aparecieron también en sus páginas otras como las de Ruíz Albéniz, autor de
“El Tebib arrumi”, o las de Lorenzo G. de Nantes, bajo el título de “Cartas de un
legionario”. También el periodista amigo de Sender, Jesús Gascón de Gotor
enviaba unas crónicas tituladas “Estampas marroquíes”.
Todas estas circunstancias explican el origen bien documentado de
“Una hoguera en la noche”, y también las palabras de Pepe Garcés en Crónica
del alba: “Cuando fui a Marruecos había leído tanto sobre aquel sombrío y
113
árido país y sobre las condiciones de la vida militar en las colonias que no me
sorprendió nada en absoluto”, según cita de Vived Mairal, refiriéndose al tomo
segundo de aquella obra.
Siempre siguiendo los pasos de Vived Mairal, sobre la génesis y la
elaboración de esta novela corta, el propio Sender reconocía que se trataba de
una obra escrita a los quince años de edad antes de entrar en el ejército y
mucho antes de ir a Marruecos. Añade, que la obra “se publicó en España y
obtuvo un premio, aunque era una auténtica tontería”.
El día 18 de julio de 1923, el mismo Telegrama del Rif informó sobre la
concesión del premio:
En el concurso de novelas cortas, convocado por la revista
Lecturas de Barcelona, ha obtenido el primer premio (600 pesetas) la
titulada Una hoguera en la noche, original de nuestro compañero en la
prensa de Zaragoza don Ramón J. Sender, que actualmente presta
servicio como soldado en el Regimiento de Ceriñola. Reciba el joven
literato señor Sender nuestra cariñosa felicitación por el honroso triunfo.
(Vived Mairal, 2002: 137).
Por su parte López Barranco se ha detenido con bastante detalle en el
análisis de esta novela breve de Sender. De hecho, subraya que en “Una
hoguera en la noche” tenemos todavía un escritor en el que todavía no se ha
dado la evolución ideológica que luego se pondrá de manifiesto sobre todo con
114
Imán. De hecho, incluso en un momento anterior, observa López Barranco que
Sender comienza a retratar a tipos embrutecidos e insensibilizados por la
guerra. Se olvida de un cierto aire de “blando ternurismo”, característico de su
primera narración, para adentrarse en un tono brusco, de marcado carácter
irónico.
Esta mudanza de criterios y de rasgos estilísticos se debe sobre todo a
la propia experiencia vital del sargento Sender en el teatro de operaciones
militares en África. López Barranco muy acertadamente señala este fenómeno
con las siguientes palabras referidas a dos relatos menores como son “Ben-
Yeb” y “Tcho-Wak”:
La muerte ha perdido su condición de tragedia para convertirse
en algo cotidiano y de escasa relevancia, ya sea la de Ben-Yeb, o la del
vecino en Tcho-Wak; y los sentimientos humanos han dejado de
importar, ahora sólo suscitan mofa (“los áscaris arman zambra a costa
de Tcho-Wak y el oficial considera al soldado un imbécil por haberse
enamorado”). Pruebas todas ellas de que la vivencia directa del conflicto
marroquí modificó en gran medida la visión de Sender sobre la cuestión.
Una muda de convicciones a la que ya me referí en el apartado
dedicado a la novela de amor (…) Sin llegar a ese nivel de desgarro y
brutalidad ambos cuentos empiezan a prefigurar en esbozo parte de la
crueldad y del absurdo que refleja la gran novela senderiana. Sobre el
ya aludido desabrimiento general de ambos cuentos, y por mencionar
solo algunos rasgos de clara evidencia, este anticipo puede verse, por
115
ejemplo, en el oficial español, en quien ya van perfilándose los negativos
rasgos definidores de militares posteriores, y por ende, claros indicios de
un sentimiento antimilitarista. Igual puede decirse del paisaje, donde
comienza a atisbarse algo de esa hostilidad que luego vernos en Imán
(López Barranco, 1999: 852).
Sender, una vez superado el servicio militar, se incorporó a la redacción
de “El Sol”, donde escribía toda clase de artículos. Esta actividad se prolongó
hasta 1930, cuando ya había alcanzado una gran notoriedad como novelista,
sobre todo por el éxito de “Imán”, publicado por la editorial Cenit ese mismo
año. Sin embargo, posteriormente siguió colaborando con otras publicaciones,
sobre todo con las de corte anarquista, como “Solidaridad Obrera”, la famosa
“Soli” y “La Libertad”, participando personalmente en toda clase de revueltas
anarquistas.
De hecho, ya en 1927 había pasado una temporada en la cárcel modelo
de Madrid como resultado de esas actividades en contra del régimen de Primo
de Rivera. El ritmo de la creación literaria de Sender se acelera desde
entonces. En 1931 publica “El verbo se hizo sexo” y “O.P.”. En 1932 publica
varios artículos importantes, como “La cultura y los hechos económicos”, o
“Literatura proletaria”, además de “Siete domingos rojos”. Otros artículos
posteriores, de 1936, son “El realismo en la novela” y “El novelista y las
masas”. En 1933 aparece “Casas viejas”, que posteriormente, en 1934, una
vez que Sender regrese de su viaje a Rusia, aparecerá como libro “Viaje a la
116
aldea del crimen”, cuya repercusión obligó al Gobierno de Azaña a dimitir.
También de 1934 es “La noche de las cien cabezas”.
El año 1935 conlleva la obtención del Premio Nacional de Literatura por
su novela “Mr. Witt en el cantón”. Una vez iniciada la guerra civil, escribe
“Contraataque”15, obra apasionante destinada al público exterior, -se publicó en
inglés y en francés en 1937, y sólo al año siguiente en castellano-, donde
además de relatar con todo lujo de detalles los primeros meses de la guerra
civil, aporta toda una serie de vivencias personales que no aparecen en
ninguna otra obra. Creemos que esta obra, tanto por su carácter histórico como
por el testimonio militar que supone, y que comparte con “Imán”, justifica un
breve paréntesis.
En efecto, “Contraataque” no ha despertado entre los estudiosos de la
obra de Sender, ni con mucho, el interés que hubiera podido esperarse de una
obra tan singular, en la que se aúnan el valor del documento histórico con el
drama de la terrible expresión de la vivencia personal.
Cierto es que, si sólo se atiende al valor documental de lo narrado,
“Contraataque” resulta una obra en cierto modo menor, que no resistiría una
comparación con la mayoría de esa categoría de obras senderianas, como
pueda ser “Viaje a la aldea del crimen”.
15 Las menciones y referencias a « Contraataque » fueron ya objeto de uno de los trabajos de doctorado del autor de esta tesis, con el título “Algunas notas sobre Contraataque de Ramón J. Sender, con especial referencia a la versión francesa de 1937”, presentado en el marco de la disciplina “Historia de las Mentalidades”, dirigido por el profesor Dr. D. Francisco Abad Nebot en 2004.
117
Tampoco saldría bien parada si la comparación se llevara a cabo
ateniéndose a criterios meramente literarios. No hace falta que cansemos al
lector recordándole ahora uno u otro título concreto.
De la misma manera, la expresión de los sentimientos del autor está
relatada con mejor detalle en otras obras, como “Réquiem por un campesino
español” y, por supuesto, “Imán”. Los dramáticos acontecimientos personales
que conforman el último capítulo de “Contraataque”, aunque espeluznantes, no
llegan a desmentir lo anteriormente afirmado16.
Sin embargo, es justamente la confluencia de tres elementos, el
documental, el personal y el literario, la que hace de “Contraataque” una obra
especialmente atractiva para su estudio desde la perspectiva de la disciplina
que nos ocupa.
No son muchos los estudios específicos sobre esta obra. Así,
destacaremos, al margen del excelente texto del propio Sender que precede la
edición de 1978, junto con la bibliografía y cronología de Pérez Bowie, las
certeras, aunque breves, referencias que José María Jover recoge en la
introducción de “Míster Witt en el cantón”.
Jover habla de “Contraataque” como de un “reportaje novelado
aparecido inicialmente en 1937 en ediciones inglesa, norteamericana y
francesa, y al año siguiente en edición española” (Jover: 43).
16 Además de en la “Noticia final”, en la novela aparecen unas breves referencias a la situación de los dos hijos del autor, Ramón y Andrea, y de su mujer, Amparo Barayón (Sender Garcés, 1978: 201-202).
118
Precisamente es también Jover el que subraya la definición de esta obra
por parte de Francisco Carrasquer como “novela”, definiéndola asimismo de la
siguiente manera: “una obra de propaganda hacia el exterior en favor de la
causa de la República Española, con muchos datos autobiográficos y
objetividad ejemplar para un escritor comprometido como Sender en esta
causa”.
En el prólogo de “El rey la reina”, José Carlos Mainer se ocupa con un
cierto detalle del caso de “Contraataque”. Subraya la importantísima buena
acogida internacional que tuvo esta obra de Sender, recogiendo las mismas
citas de artículos y reseñas que los citados por Jover. Indica asimismo:
Cuando en plena contienda, Sender había escrito y publicado
Contraataque había seguido punto por punto la vulgata del Partido
Comunista de España acerca de los motivos y el desarrollo de la guerra
civil: fue, a su entender, la respuesta popular espontánea a una
conspiración fascista que pretendía prolongar las lacras de una sociedad
casi feudal y que se transformó paulatinamente en revolución al
improvisar su propia organización. (Mainer: XVIII).
Señala también que Sender había roto con el comunismo; fue anarquista
de corazón pero le ganó, aunque efímeramente, la alianza de utopía y
disciplina de los comunistas de 1931(Mainer: XII).
119
Sobre la evolución del pensamiento de nuestro autor a propósito de la
guerra civil, remite Mainer a un trabajo de Jean Pierre Ressot, “Les espagnols
face à leur guerre: la solution négativiste de Ramón J. Sender”, publicado en
Imprévue, 2 (1986), pp. 87-98.
Mainer subraya que “El rey la reina” es un relato en la guerra civil,
mucho más que un relato de la guerra civil (Mainer: XVII). La obra que nos
ocupa, tal vez sea, justamente, lo contrario17.
Regresando de nuevo a la edición de Pérez Bowie, se reafirma la
escasez de estudios específicos sobre esta obra. Del propio año de la
publicación inglesa se citan un total de ocho reseñas, publicadas en siete
periódicos y revistas británicas y norteamericanas y una sola en una española,
precisamente en Blanco y Negro18. Asimismo, se indica que existen varios
artículos, tres en lengua inglesa, de 1937, y uno más en castellano, de 193819.
Por último, tres artículos adicionales también en inglés, siempre de 1937, se
publicaron sin firma20.
17 El artículo de Julián Marías, “La literatura de guerra”, Madrid, Blanco y Negro, de 1° de Noviembre de 1938, reflexiona sobre esta cuestión, subrayando, por ejemplo, que “lo que se escribe sobre la guerra suele ser muy vago; casi siempre se trata de generalidades; de tono excesivamente encomiástico, y además, antes político que militar”. 18 Las reseñas recogidas por Pérez Bowie, todas de 1937, salvo la de James Swain en Books Abroad, del invierno de 1939, son las de W.H. Carter en el Manchester Guardian, el 13 de agosto, E.R. Curtis en el Boston Evening Transcript, el 11 de diciembre, Antonio Dorta, en Blanco y Negro, en mayo, David Garnett, en New Statesman, en julio, G.L. Steer, Spectator, el 13 agosto, Leland Stowe, en el New York Herald Tribune, el 21 de noviembre, y T.R. Ybarra en el New York Times Books Review, el 6 de febrero.Ralph Bates, brigadista con la Brigada Lincoln, es definido por Felix Morrow como “notorious stalinist agent” (Morrow: 5). G.L. Steer fue corresponsal de guerra, primero en Abisinia, y luego en España. Tiene algunas crónicas sobre el bombardeo de Guernica.19 Los artículos son los de Mildred Adams “Memoirs of a fighting writer”, publicado en Nation, vol. 145 en noviembre, el de Nicholson B. Adams, “Some recent novels of revolutionary Spain”, en Hispania, vol. 20, el de Ralph Bates, “Counter-attack in Spain”, en Saturday Review of Literature, vol. 17, de noviembre. El artículo de 1938 es el de Alejandro G. Gilabert, “Los escritores al servicio de la verdad. Carta abierta a R.J.Sender”, editado por Solidaridad Obrera, la célebre “Soli”, órgano de expresión de la C.N.T.20 Todos de 1937, están en: Catholic World, de diciembre, en el Christian Science Monitor, el 31 de diciembre, y en el Times Literary Supplements, con el título « Behind the Spanish conflict », el 31 de
120
Las ediciones de “Contraataque” son las ya conocidas en español, de
1938, Ediciones Nuestro pueblo, Madrid-Barcelona, y la de 1978, de Almar,
“Colección Patio de Escuelas”.
La edición de Londres, “The war in Spain” de 1937, corresponde a Faber
& Faber Ld., traducida y prologada por Sir Peter Chalmers Mitchell. Del mismo
año es la edición norteamericana “Counterattack in Spain”, editada en Boston
por Houghton Miffin Co., empleando la misma traducción. Recordemos, por
otra parte, que es también Chalmers Mitchell el traductor al inglés de “Míster
Witt en el cantón”, también en 1937 (Jover: nota 83)
La edición francesa se publicó en 1937 y lleva el título de “Contre-
attaque en Espagne”. Según indica Pérez Bowie, que asegura desconocer la
referencia editorial, tanto Ponce de León como Peñuelas se limitan a
especificar el año y el lugar de la edición: París, 1937 (Bowie: 9)21.
Sin embargo, Jover indica con total precisión la referencia editorial, al
igual que, como no podía ser de otra forma, la autoría de la traducción (Jover:
nota 84). De hecho, sorprende que Pérez Bowie no solventase esa duda, ya
que al menos existen dos ejemplares en el catálogo de la Bibliothèque
Nationale de France (figuran con las siguientes referencias: FRBNF35680654 y
FRBNF31351307).
julio.21 Las dos obras en las que se basa son: Peñuelas, Marcelino: La obra literaria de R.J.S. Madrid, Gredos, 1971 y Ponce de León, José Luis: La novela española de la guerra civil 1936-1939. Madrid, Ínsula, 1971.
121
Podría añadirse que esa casa editorial estaba domiciliada en el 24 de la
Rue Racine. El texto salió de la imprenta Floch, de Mayenne, el 10 de
septiembre de 1937. El precio de cada ejemplar, en rústica, era de 25 francos.
Añadiremos, por último, que las Editions Sociales Internationales ya
habían publicado en esa fecha varios volúmenes relacionados con la guerra
civil española. Así, “Le romancero de la guerre civile”, “Panorama de la culture
espagnole”, “Le partage des terres”, o “Espagne, Espagne”.
Terminado este paréntesis sobre “Contraataque”, señalaremos que
Sender, a finales de 1938, pasó de nuevo a Francia para ya no volver a España
hasta 1976. Tras un breve período en Orsay, cerca de París, consiguió salir,
junto con sus hijos, hacia México, en marzo de 1939. En 1942 se trasladará
definitivamente a los Estados Unidos, donde se casó en segundas nupcias.
Alternó la docencia en varias Universidades con la producción literaria, con el
mismo ritmo desenfrenado que siempre le había caracterizado.
En lo que se refiere a las etapas y ciclos de la trayectoria creativa de
Sender, tal y como se deduce de lo apuntado hasta ahora, suele delimitarse
claramente un primer ciclo caracterizado por un marcado “compromiso
político”22, desde 1928 hasta 1938, incluyendo las obras que también se han
calificado como “pre-exile novels”.
22 Los ciclos de la trayectoria senderiana han sido expuestos con total claridad por Jover Zamora: « Historia, biografía y novela en el primer Sender », pp. 21 y ss.
122
El segundo ciclo, que se inicia a partir del final de la guerra civil, es el
que Jover denomina de “reflexión autobiográfica”, en el que destacan, como no
podía ser menos, “Crónica del alba” y “Los cinco libros de Ariadna”, aunque sin
olvidar otras grandes obras, como son “El rey la reina” o “Réquiem por un
campesino español”.
El tercer y último ciclo es el que Jover engloba dentro de la expresión
“fecundidad narrativa de los años de destierro”, en los que se encuadran todas
las obras senderianas aparecidas hasta la desaparición física del autor en
1982.
Por su parte, Juan Carlos Ara Torralba ha escrito que “la escritura de
Sender alcanzó a recorrer la realidad de su tiempo con idéntica clarividencia
que la de Cervantes y Galdós respecto de los suyos” (Ara Torralba, 2003: 2).
También ha subrayado que “los críticos señalan al autor de “Imán” como el
cuarto gran novelista español, tras Cervantes, Pérez Galdós y Baroja”.
En lo que se refiere más específicamente a “Imán”, Riesgo Pérez-Dueño
ha indicado:
Al releer la áspera, dura, trágica y terrible novela siempre se
descubren ideas y sensaciones nuevas. Tal es la explosión de
sugerencias, hechos y descripciones ambivalentes que allí se
encuentran, muy superior a la exposición de las bombas mismas que
con tanta riqueza de matices se describen hasta el extremo de sentir el
123
lector encontrarse en mitad del combate” (Riesgo Pérez-Dueño, 1992:
1).
También subraya este mismo autor que la obra que nos ocupa tuvo un
tremendo impacto en la sociedad española de su época –y personalmente creo
que hay que añadir que también en épocas incluso muy posteriores-, como lo
demuestra el hecho de que se agotase rápidamente la primera edición,
saliendo casi inmediatamente una segunda edición de treinta mil ejemplares.
Vived Mairal ha señalado que Imán es una obra no ajena a la influencia
pacifista alemana de la que es una espléndida muestra Sin novedad en el
frente, de Remarque, y vino a engrosar una lista de libros sobre la guerra de
Marruecos como son los de Giménez Caballero y de José Díaz Fernández
(Vived Mairal, 2002: 196).
Nada más acabar de imprimirse la primera edición, en marzo de 1930,
Díaz Fernández, Luis Bello y Luis Fernández-Cancela, todos pertenecientes al
diario El Sol, escribieron artículos sobre el libro. Según cita Vived Mairal, Luis
Bello escribía que “pertenece a esa serie, no muy numerosa, de libros que se
escribieron porque debieron ser escritos” (Vived Mairal, 2002: 197).
No podemos concluir esta sección sin referirnos a otro relato senderiano
en el que, al cabo de muchos años, volverán a rememorarse los
acontecimientos marroquíes de aquellos años. Nos referimos, qué duda cabe,
a una breve novela que, como muy adecuadamente señala López Barranco,
124
primero apareció como un relato independiente, con el título de“Cabrerizas
altas”, en México en 1965, para integrarse después en “Crónica del alba”, a
partir de 1971, dentro del séptimo cuaderno de memorias de José Garcés,
titulado “Los términos del presagio”.
Sin embargo, al contrario de lo que ocurre con “Imán”, el relato se centra
ahora no tanto en los episodios bélicos o coloniales como en el desarrollo de
una historia amorosa, entrelazados con la vida cuartelera. Siguiendo las
palabras de López Barranco observamos que:
Encontramos al personaje, en la presente novela, como cabo
veterano y reenganchado del regimiento de infantería número 42, el
conocido como Ceriñola, con acuartelamiento en Melilla, unidad ya
familiar, por cuanto a ella pertenecía también el protagonista de Imán, y
que al decir de Madrigal, ha sufrido los envites de la contienda con
especial crudeza, pues ha sido reconstruida un par de veces tras perder
en otras tantas ocasiones la casi totalidad de sus efectivos. No sabemos
cómo el personaje ha sobrevivido cuatro años en Marruecos; no
obstante, más que sinónimo de fortuna esto hay que entenderlo casi
como una prolongación de sus penurias (López Barranco, 1999: 854).
En opinión de López Barranco, el principal tema de esta novela es, como
ya decíamos al principio, no tanto el ambiente bélico como la redención de un
paria a través del amor. De esta manera, “Cabrerizas altas” aporta una visión
un tanto más optimista que la de “Imán”, conllevando, eso sí, un parecido más
125
remoto con el primer relato marroquí de Sender, esto es, con “Una hoguera en
la noche”. López Barranco resume esos contrastes de esta manera:
Viance representa el paradigma de la derrota absoluta, del
hombre aplastado por el medio. En tanto que ahora, al individuo le
queda una posibilidad, aunque remota, de elevación. Madrigal aún
alberga un ideal: la búsqueda de la mujer, de un amor imposible que se
ha convertido en su motor para seguir adelante, afán que se antoja inútil,
pero no hay otro (López Barranco, 1999: 857).
Siguiendo la excelente exposición de Ana Rueda sobre la obra de
Sender, señalaremos también que su postura creativa se resume en un
expresivo párrafo de “sintaxis taquigráfica y de indudable entronque
vanguardista”:
Civilización de Occidente, trenes mineros, sociología de piedad
cristiana y, detrás del ejército, la vida joven y poderosa con tres palabras
vacilantes en los labios: patria, heroísmo, sacrificio. Según los tres ejes
esbozados, veremos que Imán pone este vanguardismo estético al
servicio de un compromiso social de posible efecto revolucionario, pero
aún anclado en mitos que revelan valores de la burguesía (Rueda: 2005:
179).
Más adelante, Rueda recuerda que, como señalaba Roland Barthes, las
denuncias de vanguardia se fundan en una separación de lo ético y de lo
126
político, poniendo en jaque a la burguesía, “en épatant les bourgeois”, si se nos
permite la expresión, tanto en el ámbito artístico como en el moral, sin
amenazar, de momento, el statu-quo meramente burgués. De esta manera, se
pregunta Ana Rueda si en el caso concreto de Imán estaríamos ya ante una
transgresión o no de esa barrera. Así las cosas, esta autora señala:
El acierto y hondura de Imán como texto que testimonia la
crueldad de la guerra marroquí y que se solidariza con las víctimas es
una verdad sobre la que no cabe objeción alguna. Mas veremos que, sin
restar alcance a este compromiso, Imán participa de un viejo mito
burgués de la antropología filosófica, el mito del Hombre Eterno, o
Eterno Retorno, que organiza el contenido y el discurso de la novela. La
novela propone una conciencia mítica, y no científica, como una manera
de entender e interpretar el mundo. En la conciencia mítica el hombre es
parte del universo. Mientras que en una visión científica del mundo el
hombre se distancia del mundo a su alrededor y lo observa como ser
aparte del mundo que observa y analiza. (…) El recurso del mito nos
permite apreciar algunos de los pasos seguidos por Sender en la
construcción de su alegato antibelicista y también la supuesta trayectoria
del género novelesco español en su tránsito de la novela
deshumanizada de los años veinte a la llamada novela de avanzada. Por
extensión, invita a una reconsideración de las aspiraciones “rebeldes”,
artísticas, sociales y políticas, de la novela de avanzada en torno al tema
marroquí (Rueda, 2005: 180).
127
Concluiremos este apartado indicando que Ana Rueda también
defiende, en una visión que podrá ser todo lo criticable que se quiera, sobre
todo teniendo en cuenta sus fuentes ideológicas, un tanto ancladas en el
tiempo, pero eminentemente lúcidas a las que recurre, que Sender convierte a
su protagonista principal, el soldado Viance, en el arquetipo antropológico del
Hombre Eterno, lo cual deshumaniza al hombre al desligarlo de sus
contingencias históricas (Rueda, 2005: 189).
Concluye Ana Rueda aseverando que los críticos, de esta manera, se
enfrentan a la difícil tarea de aseverar si Imán, y la novela de avanzada en
general, son absolutamente contrarias a la “deshumanización” en el sentido
defendido por Ortega y Gasset.
Concluiremos este apartado refiriéndonos a las interesantísimas
observaciones que Arturo Barea expuso sobre la obra de Sender en general, y
sobre Imán en particular. Se trata de uno de los artículos recogidos en la obra
“Palabras recobradas”, editado por Nigel Townson, con el título “La tercera
dimensión del realismo social”, que fuera publicado por primera vez en inglés
en 1946 con el título “Realism in the Spanish novel” (Barea Ogazón, 2000: 66 y
ss.).
Después de ocuparse con no poco detalle de la obra de Pío Baroja y de
Valle-Inclán, Barea afirma que en la obra de éste último “los movimientos
sociales, que eran las causas subterráneas de la erupción, quedaban ajenos
tanto a su arte como a su entendimiento. Otro escritor, más joven, estaba
128
tratando de captarlos en una forma distinta de fantasía realista: Ramón J.
Sender”.
Cuenta que Sender comenzó a publicar sus obras hacia 1925.
Recuerda, asimismo, que una de las primeras solapas de su novela Siete
domingos rojos califica su técnica de “anti intelectual y anti literaria”. En opinión
de Barea, esta calificación demuestra que Sender surgió como creador al
margen de grupúsculos surgidos alrededor de ningún maestro, sin rendir, por
tanto pleitesías vergonzantes. Señala que Sender “se abrió camino al margen
de las capillas y peñas que dominaban la vida intelectual de España”. En lo que
se refiere a la trayectoria vital de Sender, escribe:
Hijo de hacendados aragoneses, vino a Madrid a estudiar
derecho, abandonó sus estudios, trabajó para ganarse la vida y se
escapó por un pelo de ser encarcelado por sus actividades políticas.
Hizo su servicio militar en Marruecos, en los años peores de la guerra
del Rif. Después de su regreso a la vida civil, permaneció en contacto
con los anarquistas y trabajó por un tiempo como corresponsal de
Solidaridad Obrera de Barcelona, órgano de la CNT. Estuvo en la cárcel
por ofensas contra la dictadura de Primo de Rivera. Su novela Imán trata
de la guerra de Marruecos (Barea Ogazón, 2000: 73).
Recuerda, asimismo, que en los primeros años de la República, Sender
estaba obsesionado con el problema humano y social del obrero español, que
tuvo su más violenta expresión en los movimientos anarquistas y
129
anarcosindicalistas, en la FAI y en la CNT. Añade que Sender “escribía sobre
ellos, ya en forma de crónica, ya en forma de novela”.
Arturo Barea trae a colación el episodio de Casas Viejas. Cuenta al
público británico el caso de aquel anarquista andaluz que “creía que la Guardia
Civil debería entregar sus armas y que todos deberían labrar la tierra, antes
propiedad de los ricos, en una comunidad fraternal”. Narra cómo el Gobierno
de entonces, temeroso de ver cómo se extendía la rebelión, mandó soldados y
guardias de asalto contra el pueblo:
Veinticinco obreros fueron muertos; sus casas fueron quemadas.
El conflicto social sacudió la nación, se convirtió en un lema y en un
símbolo. Sender se fue a Casas Viejas para investigar lo ocurrido y
publicó una relación apasionada bajo el título Viaje a la aldea del crimen.
En dos novelas Siete domingos rojos y La noche de las cien cabezas,
escribió sobre las fuerzas individuales y colectivas, materiales y
anímicas, que arrastran a hombres y mujeres poseídos por el generoso
sueño de la libertad hacia la “acción directa”: la violencia (Barea Ogazón,
2000: 74).
A continuación, Barea describe, siempre sabiendo que se dirige al
público británico, poco familiarizado con este tipo de distinciones ideológicas,
cómo Sender, buscando “la verdad de la humanidad viviente”, se aparta del
anarquismo, al menos desde el punto de vista intelectual. Narra el viaje de
130
Sender a la Unión Soviética y la influencia que éste tuvo sobre su formación
ideológica.
Señala que Sender publicó dos libros sobre la Unión Soviética,
calificándolos de “periodismo social”. También indica que escribió un ensayo
sobre Santa Teresa, que Barea dice desconocer, y una novela histórica Mr.
Witt en el cantón, que le valió el Premio Nacional de Literatura en 1935. A
continuación, Barea señala que estalló la guerra civil:
Mientras Sender estuvo en las trincheras republicanas, su mujer
fue ejecutada por el otro bando. Todavía durante la guerra escribió un
libro de crónica y propaganda, Contrataque, que parece sin vida interior,
como si él hubiera quedado paralizado por el choque. En su exilio de
México ha estado escribiendo novelas de nostalgia sobre su niñez entre
los labriegos del Alto Aragón: El lugar del hombre y Crónica del alba
(Barea Ogazón, 2000: 74).
En una escueta nota a pie de página, Barea reconoce que sólo después
de haber escrito el presente ensayo ha tenido ocasión de leer otra novela
escrita por Sender en el destierro, Epitalamio del prieto Trinidad, que “parece
señalar el retorno al realismo emotivo y simbolista de una etapa anterior de su
obra”.
Arturo Barea emite un juicio de valor decidido sobre la calidad literaria de
la producción de Sender. Así, afirma que sus obras “son las primeras novelas
131
modernas de un realismo imaginativo que han surgido en España. En ellas, la
superficie de las cosas y los seres está observada y transmitida con claridad
fiel, pero no es más real por eso que las emociones de los individuos”.
En lo que se refiere explícitamente a la novela Imán, Arturo Barea se
detiene largamente. Afirma de ella que es muy “conmovedora”, especialmente
para todos aquellos que han compartido las mismas o similares vivencias en el
sinsentido de las campañas africanistas. Para Barea, la sustancia del libro
deriva de las notas que Sender tomó durante el período de servicio en filas. De
hecho, también recuerda, como hará el propio Sender en la solapa de la
primera edición, que la imaginación poco ha tenido que agregar en la
elaboración del libro. No obstante, Barea observa al mismo tiempo que muchas
escenas en que “las cosas son “reales”, las cosas vistas y sentidas por los
personajes, no son sino continuación de su vida interior y símbolos de una
realidad más honda”.
La descripción que lleva a cabo de la trama de Imán no puede ser más
sencilla:
La novela es simple. Es la historia de un herrero de pueblo al que
dan el apodo de Imán porque en su fragua parece atraer
magnéticamente todos los trocitos de hierro al rojo vivo que pudieran
herirlo, y más tarde, porque en el ejército de Marruecos igualmente
parece atraer disgustos, desdichas y penas. El pobre Viance, el Imán,
anda a tropezones entre la mugre, el peligro y el dolor, entre la batalla y
132
la huida. Se escapa vivo y entero de cuerpo, pero magullado y llagado
en lo más profundo de su alma. Cuando vuelve a casa, después de los
tres (sic) largos años de servicio militar, encuentra en lugar de su
pueblecito un lago artificial, la nueva presa. Ha perdido su último refugio,
sus tenues raíces en la única vida que tiene sentido para él. No le queda
más remedio que marcharse a la gran ciudad, como tantos otros obreros
sin hogar, sin saber cómo ni cuándo tendrá trabajo. Impotente y
humillado, se queda escuchando a una cancionista que se menea sobre
el escuálido tablado de la cantina, con la medalla del mismo Viance
prendida a un pecho, y que canta un cuplé patriótico cuyo estribillo
termina con un ¡Viva España! (Barea Ogazón, 2000: 75).
Como no podía ser de otra manera, Barea subraya el dato fundamental
de haber sido Imán la única novela de esas características publicada cuando
todavía se encontraban en el poder tanto los generales como Alfonso XIII.
De cara al público británico, recuerda que la editorial que llevó a cabo la
primera edición era pequeña, casi artesanal, de corte o tendencias anarquistas,
“fundada por tres revolucionarios sin un céntimo, en un momento en que dos
de ellos estaban en la cárcel cumpliendo una sentencia por delitos contra el
régimen”. Señala también que las ediciones posteriores de Imán, siempre
realizadas en ediciones baratas y casi marginales, fueron sin embargo las que
provocaron su auténtico impacto social. De hecho, los principales blancos de la
crítica por las campañas de Marruecos, que ponen en evidencia sus páginas,
habían desaparecido de la actualidad española junto con la Monarquía. En
133
esos momentos, recuerda Barea a su público británico, la sociedad española
creyó que la República aboliría definitivamente el poder de las castas militares.
Varios son los elementos que subraya Barea para sustentar esta aseveración:
“Marruecos estaba pacificado, la guerra colonial era un asunto de tiempos
pasados, un mero factor histórico en la caída de la monarquía”.
Concluye Barea asegurando que Imán se transforma en un símbolo de
los esfuerzos de los hombres para escapar del fondo del pozo social. Sender,
de esta manera, habría puesto de manifiesto el estado de alma de las gentes
que, de alguna forma, se encontraban “predestinadas a hundirse en la apatía si
no buscaban amparo en el sueño de la hermandad de los hombres, escape a
través de la violencia desesperanzada, y calor en la comunidad del movimiento
anarquista.” (Barea Ogazón, 2000: 76).
___________________
134
2.3.1- ESTRUCTURA:
Siguiendo las palabras del propio Sender, publicadas en la solapa de la
primera edición del libro, se trata de “Observaciones desordenadas, a veces
demasiado prolijas, a veces sin forma literaria, recogidas durante mi servicio
militar en Marruecos, a raíz del desastre del 21”. A continuación, añade que se
las ha pedido la editorial “Cenit” y que las da “apenas ordenadas”. De hecho,
Sender es muy claro en lo que se refiere a la génesis del libro:
La imaginación ha tenido bien poco –nada, en verdad- que hacer.
Cualquiera de los doscientos mil soldados que desde 1920 a 1925
desfilaron por allá podía firmarlas. Y, desde luego, su protagonista se
puede “comprobar” en la mayor parte de los obreros y campesinos que
fueron allá sin ideas propias, obedeciendo un impulso ajeno y admirando
a los héroes que salen retratados en los periódicos. El libro no tiene
intenciones estéticas ni prejuicios literarios. Sencillo y veraz, trata de
contar la tragedia de Marruecos como pudo verla un soldado cualquiera
de los que conmigo compartieron la campaña.
La novela divide sus doscientas setenta y dos páginas en dieciséis
capítulos, a lo largo de los cuales, el narrador, esto es, el sargento Sender,
presenta al lector las desdichas vividas por el soldado Viance. En el primer
capítulo se introduce el ritmo de la vida militar, dentro del cuartel, así como las
primeras descripciones de las acciones bélicas y la aparición de las también
primeras víctimas del conflicto.
135
En el segundo capítulo aparece asimismo la explicación del origen del
mote de Viance, que será imán, justamente, de todo tipo de desgracias.
Descubre así el lector, que Viance, ya antes de incorporarse a filas, cuando
trabajaba en su lugar de origen como ayudante de un herrero, atraía sobre él
cualquier tipo de acontecimiento desgraciado:
Pero, chico, ¿estás imantao? Caían unas tenazas y había de ser
cuando él estaba debajo. Saltaba una brizna de hierro y le daba en las
narices. Se enfadaba el amo, el hijo del amo, y le volaba el martillo a las
piernas. Cuando el jefe decía la frase sacramental para que acudieran
todos a sostenerle una viga –“zarpas aquí”- llegaba el último; pero
siempre llegaba a tiempo de recibir un trastazo de alguien. En broma
comenzaron a llamarle “Imán”. No había hierro en el taller que no
hubiera chocado alguna vez contra sus huesos.”(Sender Garcés, 1930:
30).
Se va delimitando ante el lector el carácter del soldado Viance (“Un tal
Viance, un tontaina” (Sender Garcés, 1930: 31), quien sin embargo dispone de
la astucia que le permitirá sobrevivir a lo largo de los terribles acontecimientos
que le esperan.
Sirva el siguiente ejemplo como muestra de esa astucia que caracteriza
su carácter. Viance ha sido arrestado y para no cargar con el peso del fusil,
declara que al no estar de servicio no debe cargar con el arma: “-Como no voy
136
de servicio, sino arrestao… Bien, son unos kilos menos. El cabo mueve la
cabeza condolido…” (Sender Garcés, 1930: 32).
En el tercer capítulo se presentan los rasgos de la vida frente a un
parapeto. Los tiempos muertos, que no hacen desaparecer la angustia de la
espera de un ataque fulminante, propician el intercambio de confidencias. De
esta manera, el lector descubre la familia del soldado Viance, las penurias
pasadas en el perdido lugar en Aragón donde, a pesar del esfuerzo constante
de todos los miembros de la familia, apenas consiguen sobrevivir. “-Entonces,
éramos tres. Una hermanica y un hermano más pequeño que yo. Ella tendría
ahora veinte años. El ha debido cumplir dieciséis; pero tuvo una enfermedad de
pequeño y ha quedao un poco alelao…” (Sender Garcés, 1930: 42). Al poco de
fallecer la madre, la hermana cae también enferma y desaparece: “–Ya ve
usted: era la única satisfacción de mi padre. ¿Querrá usted creer que se murió
también?” (Sender Garcés, 1930: 46).
El padre fallecerá prácticamente de inanición, cuando Viance se
incorpore a filas y deje de enviarles el pobre fruto de su trabajo:
Una tarde encontraron a mi padre muerto en la linde del campo.
Me escribieron que de un mal al corazón; pero fue de hambre. No me lo
decían porque se tiene por vergüenza para un pueblo dejar que un
vecino se muera así. (Sender Garcés, 1930: 51)
137
El cuarto capítulo anuncia la inminente tormenta que se avecina para las
tropas españolas. El lector descubre más pormenores de la vida militar junto
con una serie de casos en los que se pone de relieve el desprecio por la vida
ajena y el sinsentido de las operaciones emprendidas. Así, los oficiales pasan
el tiempo encerrados en las tiendas jugándose los haberes mientras que los
soldados y ellos mismos se embrutecen con el alcohol. En este escenario,
Sender describe la reacción de un grupo de soldados que, a pleno sol y
cargados con el equipo completo, tienen que conducir a un sospechoso para
que comparezca ante los mandos en Ras Faruin:
Había que subir cuatro kilómetros muy accidentados con el sol a
plomo y el equipo completo encima. Todo porque el aquel tío vaina
había sido sorprendido con el fusil cargado y cuatro cartas en árabe. El
cabo y los soldados se entendieron en caló. No habían andado aún un
kilómetro cuando la emprendieron a empujones con el prisionero hasta
sacarlo fuera de la carretera. Más allá, junto a un altozano, alguien le
disparó a quemarropa. (Sender Garcés, 1930: 60).
Las primeras señales del Desastre van apareciendo:
-¿Sabes lo que pasa? Han copao la protección de carretera. ¿Tú
has visto volver a las fuerzas? Se quedaba de emboscada una sección,
treinta hombres. ¿Y el escuadrón? ¿Y las dos compañías del 98? Los
han copao. Pues que toquen diana antes de media hora.” (Sender
Garcés, 1930: 58). En seguida son los propios oficiales los que se
138
alarman: “- Avise a los cabos que pasen revista de municiones a los
refuerzos. El que no tenga los cinco paquetes, que los complete.”… “En
el puesto próximo disparan dos tiros. Me acerco. – ¿Qué hay? - La
misma luz de antes. Algo como una linterna que aparece allí sobre la
colina y se mueve. Le sacudo y se va. Pero al poco rato vuelve. (Sender
Garcés, 1930: 59).
El quinto capítulo se inicia con los recuerdos de Viance que, dos años
después, esto es, en 1923, rememora el desastre de Annual: “La posición
nuestra estaba dos leguas delante de Annual, hace dos años pa esta época”.
(Sender Garcés, 1930: 63). No sin un cierto alarde poético, el soldado Viance
se refiere de esta manera al gran número de bajas entre la oficialidad: “Los
moros hicieron buena cosecha de estrellas.” (Sender Garcés, 1930: 65).
Viance es enviado a una posición avanzada, la posición “R.”23, en la que
se promete llevar mejor vida que en el campamento de Annual. El lector
descubre las características de una de estas posiciones a través de una
detallada descripción:
La posición no era ni pequeña ni grande. El parapeto describía un
rectángulo del cual salían los rincones ochavados de la Artillería y de la
Policía indígena. Bajaba un poco por una vaguada muy pendiente, tanto
que los piquetes de la alambrada estaban casi horizontales. Allí había
dos puestos y una ametralladora. En el centro, a lo largo, siete tiendas,
el chozo del teléfono, el de los víveres de la reserva, mitad cavado en
23 Esto es, la posición de Igueriben.
139
tierra. Un metro encima del suelo habían hecho la techumbre con
piedras y sacos terreros. La posición adquiría cierto aspecto de cubierta
de barco. (Sender Garcés, 1930: 66).
Especial mención merece el episodio de la salida de la posición de las
tropas que acaban de ser relevadas por las que integra Viance:
Los moros se están moviendo en silencio. Saben que van a salir
las fuerzas… Suena dentro el cañonazo consigna. Desde Annual
disparan con gran precisión. Sale una patrulla de vanguardia, dos
secciones desplegadas en flanco. Los soldados trotan y trotan, sacando
fuerzas de flaqueza, con un ruido de estribos y enjalmas que recuerda a
los caballos de las plazas de toros. Las piezas nuestras tiran también
más cerca y a los pocos disparos se ven siluetas que se desplazan y
que las ametralladoras quieren pespuntear. (Sender Garcés, 1930: 73).
El sentimiento de impotencia generalizada se apodera también de
Viance:
Por primera vez desde que está en Marruecos, Viance pierde la fe
en los jefes. Ha visto ya fracasar dos veces al general S.24 Los moros
tienen caballos abundantes, buenas ametralladoras, y bombas de mano
mejores que las nuestras, porque llevan lo menos kilo y medio de clavos
y balas rotas de las que recogen en el campo. Esto ya no es como
antes. Todo flaquea y falla. (Sender Garcés, 1930: 75).
24 Evidentemente, se trata del general Fernández Silvestre.
140
El sexto capítulo está precedido por un subtítulo que figura en una
página independiente: “Annual –La catástrofe”. La narración se inicia
describiendo pormenorizadamente la situación desesperada que se vive dentro
de la posición “R.” La falta de agua es el problema fundamental al que se
enfrentan los defensores. No olvidemos que las posiciones, e incluso algunos
campamentos, carecían de pozos y de aljibes. De esta manera, la provisión de
agua debía efectuarse periódicamente mediante expediciones a los pozos.
Estaban éstas formadas por un reducido número de soldados que conducían
varios mulos sobre los que se cargaban los toneles de madera necesarios.
Estas expediciones, que eran llamadas “aguadas”, al exponer completamente a
los soldados españoles, constituían una auténtica prueba de fuego frente a la
proverbial puntería de los rifeños. La sed ataca a los defensores:
Es el agua, el agua, el agua. Sin ella da lo mismo comer que no,
dormir que velar. Hace tres días que dieron el último cuartillo. A medida
que se bebía se sudaba, de modo que no quedó una gota en el
estómago.”...;”La sed produce un amodorramiento lleno de visiones.
(Sender Garcés, 1930: 87).
Descubre también el lector que las tropas indígenas se han pasado al
enemigo, sin que los españoles puedan fiarse de los que permanecen dentro
de la posición: “Pero, de momento, el gran problema lo constituyen los
indígenas desfallecidos de sed y de desesperanza. La falta de agua, el ataque
que hay que rechazar desde el parapeto día y noche, todo se subordina a esa
141
preocupación de los indígenas.” (Sender Garcés, 1930: 88). Más adelante la
situación se agrava todavía más:
Llegan apresuradamente dos sargentos: “Cargarse a los áscaris”.
Dentro de la choza de los cadáveres se han hecho fuertes tres indígenas
sublevados y disparan sobre nosotros. Los oficiales andan a tiro de
pistola con todo el que lleva chilaba. (Sender Garcés, 1930: 100).
Para paliar la sed, se ordena a los soldados que orinen en cubos. El
líquido obtenido luego será también racionado. Un soldado pregunta a Viance:
-¿Tienes sed?- y febrilmente añade- Yo, no. He bebido orines.
Creo que los sargentos y los oficiales los beben con azúcar, porque ha
quedao bastante en el depósito de víveres. Están muy agrios, pero
quitan la sed. (Sender Garcés, 1930: 97).
El séptimo capítulo se inicia con el alba tras una noche de ataques y la
desesperación de saber que la posición está irremisiblemente perdida. El
pensamiento del propio Viance resulta evidente:
Nosotros somos lo que en la Prensa y en las escuelas llaman
héroes. Llevar sesos de un compañero en la alpargata, criar piojos y
beber orines, eso es ser un héroe. ¡Un héroe! ¡Un hé-ro-e! La palabra, al
repetirla, pierde sentido y llega a sonar como el gruñido de un animal.
(Sender Garcés, 1930: 111).
142
El comandante de la posición manda sacar el heliógrafo y transmitir un
último mensaje al acuartelamiento de Annual:
El comandante arranca una hoja del cuaderno, escribe en ella, y
el telegrafista transmite, con los ojos clavados en el horizonte: “Imposible
resistir. Cuando oigáis el cañonazo número doce, disparad sobre la
posición.” Al poco rato se recibe respuesta de Annual: “…tiembla la
estrella azul de Annual. ¿Qué dicen? Nada. Acusan recibo. Pero
entonces, ¿todo ha terminado? Cuando de Annual no dicen nada es que
no hay salvación. (Sender Garcés, 1930: 112).
Se han terminado las municiones del cañón. El asalto directo a la
posición ha comenzado. Las baterías de Annual, una vez contados los doce
disparos del cañón español, disparan ahora directamente contra la posición
“R.”:
El parapeto ha desaparecido en un largo trecho. Llegan nuevas
avalanchas de moros y se acuchilla, en una horrible confusión, el aire y
cuanto aparece ante los ojos… Viance, herido en una mano, no puede
sacar el fusil con la otra de un extraño revoltijo de arpillera, tierra y
chilaba. Entre el humo, la sangre, el ruido –los estampidos son densos y
corpóreos y echan a uno atrás- Viance salta, retrocede. Huye, no de los
asaltantes, a los cuales no ve, sino del universo que afluye contra la
143
posición y salta en pedazos a ras de las cabezas. (Sender Garcés, 1930:
115).
A partir de entonces, toda la energía vital de Viance se concentra en un
único objetivo: llegar a Annual. Va recorriendo la distancia entre cadáveres de
su propio regimiento, con el número “42” bordado en los cuellos del uniforme.
Se provee de un fusil y de una gran cantidad de cartuchos de los muchos que
aparecen abandonados en el campo. Busca desesperado una última gota de
agua en las cantimploras de los cadáveres esparcidos en posiciones grotescas.
Se oculta como puede, acurrucándose en el fondo de los barrancos, de las
mujeres y de los jinetes moros que recorren entre furiosos alaridos todo el
territorio. Por fin, después de rodear todo el campamento, consigue alcanzar
las tropas españolas:
-Agua, ¿tienes agua? Alguien le da una cantimplora y hasta que
la ha agotado no se da cuenta de que son también orines. Estos
soldados son de San Fernando. - ¡Eh, 42! –Le dice uno- ¿Vienes de R.?
–Sí, y voy a Annual. Ya debe estar cerca. (Sender Garcés, 1930: 123).
Es entonces cuando Viance se da cuenta de la magnitud y del alcance
del desastre: “-¡Ah, rediós! Annual ya no está en ningún sitio. El general S. se
ha levantado la tapa de los sesos y los que quedaban del 42 han salido hace
poco en guerrilla escalonada para proteger la evacuación de los heridos.”
(Sender Garcés, 1930: 124).
144
El octavo capítulo representa, una vez derrumbada la resistencia de
Annual, la huida desesperada hacia cualquier lugar seguro. Viance avanza
como un autómata entre los sobrevivientes que como espectros se aventuran
por inciertos caminos, sin saber si les llevarán directos hacia algún lugar seguro
o hacia las zonas controladas por las tropas enemigas. Viance es consciente
que debe dirigirse hacia Dar Dríus, luego a Tistutín y de allí, a Nador para luego
alcanzar el refugio de Melilla. Sin embargo, y este es uno de los puntos débiles
que luego analizaremos con mayor detalle, las tropas españolas carecían de
los apoyos cartográficos indispensables que les permitieran reconocer el
terreno por el que avanzaban, primero, y luego se replegaron.
La soledad de Viance, completamente perdido en un terreno dominado
por los enemigos se manifiesta con toda su crudeza:
Se asoma, subiendo por una rampa, afuera. Una llanura gris,
desierta, poblada sólo por manchas alargadas que a veces forman
racimos de tres o cuatro. A la espalda, las crestas de Tizza. Esto ayuda
a formar un juicio. Allá está el desfiladero donde cayeron tantos de San
Fernando y del 59. “Sí, está camino de Dar Dríus”. Ha andado unos
treinta kilómetros a la espalda de Annual. (Sender Garcés, 1930: 126).
Viance avanza penosamente entre los cadáveres españoles, que se
aparecen por doquier: “Muertos, muertos por todas partes. La estadística dará
luego cifras: doce mil. No huelen tanto como los del barranco de Annual, pero
hay que tener en cuenta que aquí el aire se expansiona.” (Sender Garcés,
145
1930: 129). A veces se cruza con algún compañero, prácticamente enajenado,
o incluso con un oficial, que ha cambiado su elegante uniforme con la guerrera
piojosa de cualquier cadáver: “Lleva una guerrera de soldado, sucia y
descolorida a trechos; pero el pantalón es de corte irreprochable.” (Sender
Garcés, 1930: 129). La justificada indignación de Viance se hará en seguida
patente: “¿Un oficial? ¿Tú un oficial? ¡Una mierda eres! Te has quitao la
guerrera pa que no te vean las insignias. ¡Confiésalo, hombre!” (Sender
Garcés, 1930: 130).
Es entonces cuando sucede uno de los acontecimientos que mejor
ponen de relieve la miseria moral de esos mismos oficiales. Suena un motor y
aparece un automóvil a toda velocidad. El vehículo se detiene y Viance, subido
al estribo del coche, explica la situación al joven comandante que va
acompañado por dos oficiales y el chofer. Éstos se impacientan y con las
pistolas amartilladas amenazan a Viance para que no les entorpezca la huida:
Viance suplica con los ojos, balbucea: -Hay una plaza junto al
chofer; llevo tres tiros, mi comandante. Pero éste sigue empujándole, y
al ver que Viance continúa en el estribo con la culata de la pistola le
golpea los dedos furiosamente. Viance, con un dedo roto, suelta los
dedos y cae junto al camino. (Sender Garcés, 1930: 131).
Enfebrecido, sacando fuerza de flaqueza, desoyendo las voces del
oficial disfrazado de soldado que, desesperado, le suplica que le pegue un tiro,
Viance prosigue su dramática jornada hasta que por fin consigue llegar a Dar
146
Dríus. Sin embargo, lejos de alcanzar refugio, descubre que el campamento ha
sido abandonado. “Dríus tiene el mismo aspecto inánime, sombrío de Annual”.
(Sender Garcés, 1930: 135).
La distancia desde Dar Dríus a Tistutín es de de unos treinta kilómetros.
Viance se aventura en la oscuridad en la que se ha sumergido la llanura.
Suenan tiros sueltos. Relámpagos fugaces iluminan la escena. Los truenos se
multiplican en la distancia. Una fugaz visión le permite identificar a unos jinetes
de la caballería española. Uno de ellos, cerca de Viance, cae al suelo como un
pesado fardo: “-¡El caballo! ¿Quién eres tú? Anda a buscar el caballo.” (Sender
Garcés, 1930: 137). Se encontrará todavía con muchos más compañeros
desesperados que, muchas veces heridos fatalmente, gastan sus últimas
fuerzas en huir sin rumbo fijo. También se encuentra con el cantinero que,
aterrorizado, intenta salvar sus ganancias disfrazado de moro: “Viance conoce
la voz. Es un viejo cantinero de Dríus. Se ha vestido de moro para poder huir;
pero, acosado, ha venido a este refugio con sus ahorros, que guarda en una
bolsa de trapo contra el pecho.” (Sender Garcés, 1930: 144).
El noveno capítulo se inicia con la constatación de que Viance ha corrido
tanto durante la noche que ha rebasado Tistutín, también en poder de los
moros. Contrastando con Annual y Dar Dríus, en este campamento el drama
adquiere tintes todavía más sobrecogedores. En efecto, no se trata ahora sólo
de un acuartelamiento militar sino que, junto a esas instalaciones, había un
importante establecimiento civil, San Juan de las Minas, desarrollado gracias a
la explotación de la riqueza minera. “Había también polvo rojizo, ferruginoso, en
147
el suelo, en la cara y en las ropas, y merced a él algunos cadáveres de obreros
españoles tenían buen color.” (Sender Garcés, 1930: 148).
La huida de Viance prosigue con su ritmo desesperado. Aparecen
sobrevivientes desperdigados y perdidos en la inmensidad de las llanuras
sembradas de cadáveres de hombres y despojos de animales. Al amanecer,
los jinetes enemigos dan caza despiadada a los aterrorizados soldados
españoles, rematando entre risas y gritos de alegría a los heridos. Viance se
refugia, literalmente, dentro de un caballo medio devorado por los chacales:
Está dentro del vientre del caballo, y una abertura entre dos
costillas hace de atalaya y de respiradero. Huele como en las
carnecerías y los muladares. A medida que avanza el sol, el olor es un
hedor de sentina espeso y fétido. Pero el calor no es excesivo. Los
contactos con el cadáver son más bien fríos. (Sender Garcés, 1930:
152).
Viance consigue que los numerosos moros que pasan cerca del caballo
no se percaten de su escondrijo. Al fin el campo queda desierto y Viance se
adormece en su refugio hasta que le despiertan los movimientos que
experimenta el cuerpo del caballo. Un anciano de venerables barbas blancas
arranca las herraduras de los caballos muertos para revenderlas en el zoco. No
se trata, sin embargo, de un moro, sino de un español renegado, llegado en las
campañas de O’Donnell: “Vine en el año 60 a la otra parte de la morería, a
Tetuán.” (Sender Garcés, 1930: 157). En medio de una serie de reflexiones
148
sobre la inutilidad de la guerra y del absurdo de la obediencia a unos intereses
que no son los suyos, el anciano conduce a Viance hasta su choza donde le
limpia con vinagre las numerosas heridas, manteniendo un diálogo en el que su
insania mental queda de manifiesto. Prosigue al poco la huida: “Quiere hacer
cálculos. Ha andado unos 70 kilómetros y le quedan todavía más de 50, a los
cuales la muerte ha trasladado su aduana infranqueable.” (Sender Garcés,
1930: 162).
El décimo capítulo se inicia con la llegada, tras haber caminado toda la
noche, a Monte Arruit, cercado por los moros. Viance se deja vencer por sus
terrores. Se ve incapaz de recomenzar la lucha de nuevo. Se queda paralizado
cuando ya escucha las voces y los pasos apresurados que se le acercan, hasta
que alguien le sacude el brazo: “- ¿Qué haces, pasmao?" Es Rivero, uno de su
misma compañía, que al oír el estrépito cercano lanza una mirada en torno y
echa a correr. Viance le sigue.” (Sender Garcés, 1930: 166). Al poco,
descubrirán más moros, hombres, mujeres y niños, que roban las pertenencias
de los cadáveres. La brutalidad se pone cada vez más de relieve: Rivero da
una tremenda patada en el vientre a un niño de unos siete años que, al
descubrirles, había comenzado a gritar. Se encuentran a dos viejas que chillan:
Viance dispara sobre una de ellas… Rivero aplasta con el pie las
fauces del indígena para sacar la bayoneta del pecho; pero cuando
Viance va a encañonar a la otra vieja, ésta ha caído sobre Rivero con un
puñal de los de la mejala y después de herirle huye gritando. Viance la
caza de dos tiros. (Sender Garcés, 1930: 168).
149
El agonizante Rivero, a la vez que le pide que le ahorre sufrimientos, da
los últimos consejos a Viance: “- Pégame un tiro en la cabeza y vete hacia allá,
lo más lejos posible de la vía, sin perder de vista Monte Arruit y Zeluán.”
(Sender Garcés, 1930: 168). Viance es incapaz de terminar con la vida de su
compañero, quien, además, dedicará sus últimas fuerzas a cubrir la huida de
Viance ante la llegada de unos jinetes moros. Todavía Viance, sintiendo una
gran gratitud pensará: “- Todos piden lo mismo. ¡Un tiro en la cabeza! Eso no
es pa pedirlo a un hombre.” (Sender Garcés, 1930: 170).
Al cabo del tiempo, encuentra un nuevo refugio en el fondo de un
barranco sembrado de cadáveres españoles. Los cuervos se ceban en ellos,
disputando a los cerdos las sobras del festín. Viance sabe que ni los moros ni
los judíos comen cerdo, pero que los crían para después venderlos al ejército
español: “Los alimentan ahora con carne humana.” “Un cerdo huye gruñendo
con medio antebrazo humano en la boca.” (Sender Garcés, 1930: 171).
Llegados a este punto, conviene recordar que a medida que las tropas
en retirada se alejan de las posiciones abandonadas, la población de los
territorios que atraviesan, hasta entonces relativamente sometida a las fuerzas
españolas, cambia decididamente de bando. Podemos imaginarnos la amplitud
de este fenómeno teniendo en cuenta que incluso los miembros de la policía
indígena y los demás miembros rifeños de las fuerzas españolas se habían
pasado previamente al enemigo con armas y bagajes. De esta manera, los
soldados fugitivos “ya no sólo eran acosados desde la retaguardia sino también
150
desde ambos lados del camino. Se atribuye la mayoría de las bajas sufridas
por los españoles a la hostilidad de los habitantes de la zona hasta entonces
sometida” (Villalobos, 2003: 227).
El capítulo decimoprimero se inicia con Viance llegando a las puertas de
Nador. Descubre la brisa fresca del mar: “Las olas chascan a la espalda de la
casa donde se han refugiado algunos en la desbandada de Nador. Un viejo
paisano, algunos guardias civiles y hasta veinte o treinta soldados.” (Sender
Garcés, 1930: 179). Se van relatando ejemplos concretos de los horrores de la
guerra: un soldado desmenuza el estiércol del patio, separando
cuidadosamente los granos de cebada sin digerir; un guardia civil explica a
Viance que a uno de los heridos los moros le han machacado las mandíbulas
con unas piedras para sacarle el oro que llevaba en la dentadura:
No tiene boca. Todo es un amasijo de carne y huesos rotos.” “Yo
voy a venir voluntario para las operaciones que se hagan después,
porque se la tengo jurada a unos cuantos bandidos de Nador que
pasaban por amigos nuestros y yo los he visto en la iglesia crucificar los
soldados igual que a Cristo, contra la pared.” (Sender Garcés, 1930:
181). “Viance pudo llegar a Nador no sabe cómo. Montó un caballo que
tuvo que dejar a poco porque estaba loco, y cerca ya de la población
pequeña, nueva y simétrica como un balneario americano, vio cadáveres
colgados de los postes, clavados contra las puertas, tendidos por tierra.”
(Sender Garcés, 1930: 186).
151
El proceso de embrutecimiento que Viance experimenta avanza
progresivamente a medida que se prolonga la defensa desesperada de la casa
en la que se han refugiado los sobrevivientes españoles. El hambre se hace
cada vez más insoportable. Aparece entonces la idea de saciar el hambre con
un trozo de alguno de los cadáveres: “Llegará uno a ser peor que las fieras,
porque ellas no comen la carne de sus semejantes… Aunque, en el fondo, bien
pensado, lo primero es salvarse.” (Sender Garcés, 1930: 190).
También es sobrecogedor el relato de la rendición de la casa. Los
soldados se pasan la consigna de no inutilizar los fusiles y de no quitarles el
cerrojo. Los moros van preguntando a los soldados si están enfermos o
heridos. Algunos, aunque no lo estén, buscando alguna ventaja, dicen que sí.
El grupo así formado es conducido a un corral donde son asesinados.
Trasladan a los demás a los calabozos de Nador, donde, al menos, les
entregan unos mendrugos de pan negro.
El duodécimo capítulo va precedido de un nuevo título que aparece en
hoja aparte: “Salvación. – La guerra. – Licenciamiento. – La paz de los
muertos.”
Viance tiene preparada la fuga, antes de que los moros se los lleven de
nuevo hacia Annual. Se encuentra a diez kilómetros de Melilla. Sabe que
seguramente no llegará vivo, pero prefiere la muerte a la incertidumbre de una
lenta agonía: “Viance corre con todas sus fuerzas; no tarda en oír tiros a su
espalda; pero tan inciertos, tan a la ventura, que ni siquiera siente el paso de
152
los proyectiles.” (Sender Garcés, 1930: 202). Consigue llegar, tras dos horas de
carrera desenfrenada, a las puertas de la ciudad. Grita hacia las alambradas
hasta que le indican una manera de penetrar tras las líneas españolas. Una vez
dentro, los defensores le piden novedades del avance de los moros. Le
preguntan si el general S. se ha suicidado y si Monte Arruit se ha entregado.
Luego, enseguida se redescubre la rigidez propia de la organización militar:
Un oficial, en mangas de camisa, sentado de espaldas, lee a la
luz de su lámpara de bolsillo. -¡A la orden, mi teniente! (…) Se levanta
enfurecido. -¡Qué teniente ni ocho cuartos! No me mires con esa cara
estúpida, que te parto el alma. ¿Tú no me conoces? ¿No conoces al
capitán Arnáu? (Sender Garcés, 1930: 205).
Viance consigue llegar al hospital, donde le preguntan por qué no se
hace curar en el botiquín de su batallón. Apenas se ocupan superficialmente de
curar sus heridas, sin molestar al médico de guardia. Luego, cuando interroga
dónde puede dormir, la monja encargada le pregunta si lleva el volante. Sin ese
documento no puede pernoctar allí y tiene que volver a la calle. Pasa la noche
tirado en un polígono. Al amanecer llega por fin al cuartel que corresponde a su
regimiento.
Exhausto, pasa revista médica. El teniente médico certifica que Viance
sigue apto para el combate. Sin embargo, Viance se aventura en una tímida
protesta que enmascara su profunda ira: “-Tendrá que oírme antes, mi teniente.
153
Yo no puedo tenerme en pie, estoy herido.” (Sender Garcés, 1930: 216). Este
conato de rebelión le valdrá un arresto y la apertura de un expediente.
El capítulo decimotercero se inicia con una charla con el narrador, que
aparece de nuevo tras el paréntesis de los dramáticos acontecimientos vividos
por Viance desde su salida de la posición “R.”. Le pregunta el narrador en qué
acabó la historia del expediente: “Me recargaron dos años. Debía licenciarme
aquel invierno, seis meses después de la retirada de Annual.” (Sender Garcés,
1930: 219). Esos dos años han pasado casi por completo. Se narran las
operaciones que se emprenden, con mayor o menor éxito, para recuperar el
terreno perdido desde Annual. La vida militar se caracteriza cada vez más por
las corruptelas y por la desidia generalizada.
El capítulo decimocuarto se inicia con el retrato de un Viance aniquilado
bajo el correaje, con un sombrero demasiado grande, que le oculta la mitad de
las orejas. El narrador describe la mezcla de sentimientos que le produce ver a
Viance:
Me molesta pensar que lo que siento por Viance es un gran
respeto; pero un respeto unido al desprecio que su falta de carácter, su
aspecto físico, aniquilado por cinco años de atonía de espíritu, suscitan.”
(Sender Garcés, 1930: 237).
Parecidas descripciones de un Viance cada vez más acabado irán
sucediéndose a lo largo del capítulo.
154
Las operaciones militares cuentan ahora con grandes medios, incluido el
apoyo de la aviación que bombardea sin descanso no sólo a las tropas
enemigas sino también a los poblados y, muy especialmente, sobre los lugares
en los que se reúnen los zocos semanales. En muchas ocasiones, las bombas
y las ráfagas de ametralladora de los aviones caen sobre las mismas tropas
españolas. También ocurre que, con demasiada frecuencia, las armas
químicas se desvían, o sus gases mortíferos, impulsados por un viento
contrario, afectan de lleno a las posiciones españolas.
En un episodio de confusa retirada, Viance recoge el cadáver de un
comandante y le carga sobre sus espaldas hasta que, agotadas las fuerzas,
tiene que abandonarlo. Al final del capítulo descubrimos que Viance ha
regresado con dos fusiles. Sin embargo, ninguno de ellos es el suyo. Este
hecho, unido al de haber abandonado el cadáver del comandante hará
exclamar a su sargento: “Me parece que la has hecho buena.” (Sender Garcés,
1930: 256).
El capítulo decimoquinto presenta a un Viance todavía más demacrado.
El narrador aparece de nuevo para preguntarle novedades. Viance va a
licenciarse. Lleva una guerrera que, en sus tiempos, debió haber sido de buen
corte: “Su elegancia almibarada desentona y da a Viance un aire afeminado.”
(Sender Garcés, 1930: 259). Lo que efectivamente supone el regreso a España
es descrito con toda su crudeza: “-No se licencia ninguno de los que vienen
155
acá. Ni yo. El que viene se queda aquí, y luego echan pa España un pelele, un
tío ya exprimido, sin jugo.” (Sender Garcés, 1930: 260).
Viance, buscando un botón en el vertedero del cuartel, ha encontrado
una medalla, pisoteada, aplastada. “Es una condecoración sin ningún valor,
que se da a todo el que la pida.” (Sender Garcés, 1930: 260). Se la cose al
uniforme por regresar a España con alguna recompensa.
El último capítulo, narra la llegada de Viance, tras un larguísimo viaje por
mar y en tren, a lo que debiera haber sido su pueblo, Urbiés, desaparecido bajo
las aguas de un pantano recién construido. Llega a una serie de barracones de
madera, que ha acogido a lo que queda de su antiguo pueblo, y entra en una
taberna donde es objeto de todo tipo de burlas por parte de los obreros que
concluyen los trabajos del pantano. Viance se derrumba física y psíquicamente.
No se le ofrece ninguna salida: “Peones no quieren ni uno. Sobra personal en
todas partes, y solo admiten a los que vienen con una mula y un carro, por lo
menos.” (Sender Garcés, 1930: 271). La narración concluye con la aparición de
una cupletista que, con la medalla de Viance prendida sobre el pecho
izquierdo, canta un cuplé patriótico, entonces muy de moda: “El corazón de las
mujeres y las trompetas de la Fama al ver pasar a los soldados, repiten
siempre: ¡Viva España!” (Sender Garcés, 1930: 272).
_________________________
156
2.3.2- PERSONAJES PRINCIPALES:
La obra de Sender se caracteriza, como no podía ser de otra manera, al
igual que todas las demás que nos ocupan, por mezclar personajes históricos y
de ficción. Así, aparecen de nuevo los principales sujetos del Desastre. Éstos
se encuentran tanto a un lado como a otro de la barrera. Esto es, los que
sufren las consecuencias de las decisiones políticas y militares se mezclan con
los personajes responsables de esas mismas decisiones. También aparecen
los que defienden su tierra frente a unos invasores que no respetan su forma
de vida, sus creencias y su acerbo histórico, y los que, por el contrario, en pos
de una quimera histórica, se lanzan a la expansión colonialista.
Cierto es, sin embargo, que, al contrario de lo que ocurre en las demás
novelas que nos ocupan, en la de Sender los personajes marroquíes aparecen
únicamente de una manera marginal. El moro no pasa de ser ahora el enemigo
por antonomasia, mientras que en las demás narraciones el indígena ocupa
posiciones de mucha mayor trascendencia.
Lógicamente, este hecho obedece, en nuestra opinión, al menos a dos
circunstancias principales: así en primer lugar, el carácter del protagonista
Viance, cuya evidente limitación de miras ha ido quedando suficientemente
demostrada a lo largo de la enumeración y análisis de los capítulos que
componen la obra senderiana. En segundo lugar, el tiempo de la narración, en
la que salvo detalles y episodios muy puntuales, como puedan ser el encuentro
con el anciano renegado de las campañas de O’Donnell, el breve interludio del
157
cautiverio del protagonista principal en los calabozos de Nador, o el trueque de
productos básicos que efectúa con los ancianos del zoco ambulante, la relación
con los moros es prácticamente inexistente.
Podríamos incluso afirmar que en “Imán” no existe ningún contacto con
la población indígena. Es más, tampoco se encuentra el más mínimo interés
hacia esos habitantes. Se trata, tan sólo, de matar para no ser matado o, al
menos, de escapar cuanto antes de su fatídico alcance.
El personaje principal es, como ya ha ido viéndose, el soldado Viance. El
propio Sender, como hemos dicho, dejó escrito que Viance hubiera podido ser
cualquiera de los doscientos mil soldados españoles que en aquellos fatídicos
años pasaron por África. Viance es aragonés, como Sender, y procede de una
humilde familia que no pudo sobrevivir al hambre al faltar los escasos recursos
que un Viance aprendiz de herrero enviaba puntualmente a casa hasta el
momento de incorporarse a filas. Así hemos visto cómo primero desaparece la
madre, luego la hermana, y el hermano prácticamente disminuido psíquico, y
por último también el padre, de hambre física mientras espera la promesa de
una cosecha extraordinaria.
Juan M. Riesgo Pérez-Dueño se ha ocupado con bastante detalle de
analizar los principales personajes de “Imán” (Riesgo Pérez-Dueño, 1992). En
las próximas líneas seguiremos sus acertados pasos.
158
De esta manera el propio, Riesgo Pérez-Dueño, citando a Juan
Modesto, nos indica:
Sender construye el personaje de Viance basándose en sus
propias experiencias, por una parte, y en las vivencias de Juan Modesto,
fundador del quinto regimiento de Milicias Populares y jefe de un cuerpo
de Ejército en la batalla del Ebro. Modesto, como Barea y Sender,
también fue mando procedente de soldado de haber en Marruecos.
Como Viance también se enfrenta a un comandante y llega a más, pues
se pelea con él y acaba detenido por las bayonetas del Tercio. Modesto,
de un culatazo descrismó, como él decía, a un sargento achulado que le
derribó intencionadamente y tuvo que ir voluntario a África: allí fue
recargado en el servicio como Viance y se le llegó a prohibir durante
cuatro meses el uso de las armas.
Otro de los personajes que destaca en el estudio mencionado, como no
podía ser de otra forma, es el del propio Sender, que aparece en la obra como
narrador y amigo de Viance. Se trata de un sargento observador, benévolo con
el carácter retraído y con la simpleza del personaje principal, que en ocasiones
interviene para solucionar alguno de los desaguisados que éste provoca. De
hecho, como él mismo nos cuenta:
Yo fui soldado con Viance en la misma compañía. Luego a mí me
ascendieron, y me trataba con cierto recelo, a pesar de que le decía que
159
siguiera tuteándome como antes. La preocupación de los galones desvía
y entorpece su confianza. (Sender Garcés, 1930: 41).
Podríamos destacar, entre los personajes históricos que aparecen en la
obra, a los generales S. y N. Se trata, qué duda cabe, de Fernández Silvestre y
Navarro. Del primero se relata en diversas ocasiones que se ha suicidado en
Annual. Del segundo, se afirma sin reparos que se ha comportando como un
cobarde, incapaz no sólo de defender la posición en la que se refugia, Monte
Arruit, sino llegando incluso a rendirla y a entregarla a las tropas asaltantes,
que cometerán una de las mayores carnicerías con los dos mil soldados
desarmados.
En las páginas de la novela son pocos los oficiales que se libran de un
duro juicio. Así, por ejemplo un teniente coronel que antes de abandonar a un
herido incapaz de caminar, o de pegarle un tiro para que no acabe vivo en
manos de los marroquíes, ofrece su propio caballo. La pregunta que le dirige el
comandante es elocuente: “- Con su permiso, ¿puedo pegarle un tiro a un
soldado de la segunda que no puede seguirnos? Si lo dejamos ahí, lo
martirizarán los moros.” (Sender Garcés, 1930: 75).
Como muy acertadamente señala Riesgo Pérez-Dueño:
Hay un Comandante “X” que parece González Tablos, el jefe de
Regulares, también trágicamente muerto… Personaje curioso es el
Comandante que en un automóvil se niega a reconocer a Viance y a un
160
oficial camuflado con guerrera de soldado (ya que los rifeños mataban
primero a los oficiales).
Este Comandante, como ya se vio en su momento, se comporta como
un auténtico canalla, desentendiéndose de la suerte que espera a Viance y al
oficial y, además, partiendo con la culata de su pistola los dedos que intentan
aferrarse al estribo de su automóvil. De hecho, recordemos que este
Comandante:
Descrito en 1930, y aunque no sea tan famoso como su hermano
Ramón todavía, podría corresponder a Franco, a Mola… pero Franco se
encontraba en ese momento trasladándose con la legión por mar, de
Ceuta a Melilla… De todas formas, la insinuación es suficiente, también
podría ser Yagüe.
Por nuestra parte, nos inclinamos, sin embargo, por suponer que, a
pesar de la imposibilidad física de encontrarse en ese preciso momento allí
presente, la descripción corresponde más a Franco: “Un jefe, joven aún, con
una expresión taciturna casi siniestra.” (Sender Garcés, 1930: 130).
Uno de los oficiales que merecen mención específica es el teniente Díaz
Ureña, que se ensaña con Viance hasta convertirse para éste en una obsesión
que no se superará hasta la muerte del oficial: “Viance sueña, naturalmente,
con lo único que sigue ligándole a la vida: el odio al teniente Díaz Ureña.”
(Sender Garcés, 1930: 53). Más adelante, cuando Viance descubre el cadáver
161
de su enemigo, el narrador refleja los sentimientos del protagonista: “Viance se
tambalea entre los muertos, haciendo equilibrios para no pisarlos. Podía caer y
quedarse ya con ellos. El odio a Díaz Ureña, lo único que lo ligaba a la vida, no
tiene ya objeto.” (Sender Garcés, 1930: 61).
El respeto ridículo a las normas se refleja en la anécdota que relata el
narrador:
También huyo del capitán N., que con cierto retintín mientras fui
soldado y cabo me llamaba “don” Antonio. Parte esto de un incidente
pintoresco. Al hacernos la filiación de llegada, el sargento preguntaba a
cada cual su oficio. -¿Y tú?, - periodista, - ¿De los que venden
periódicos? – No señor. De los que los escriben. – Pero, ¿eso es carrera
u oficio? –Como se quiera, -Vamos a entendernos, ¿tienes algún título
académico? (Sender Garcés, 1930: 57).
Las prostitutas son personajes que aparecen repetidamente, tanto
ejerciendo abiertamente su oficio, como las que se compadecen de Viance
cuando al fin consigue medio muerto llegar a Melilla y deambula por las
oscuras calles en busca del hospital militar, como aquellas otras que en teoría
son cantineras ambulantes, como la Blanca del inicio del relato o la que el
sargento narrador comparte fraternalmente con otros compañeros.
Una de las descripciones del prostíbulo de campaña es bastante
detallada:
162
Más abajo está el prostíbulo con tres chicas, una de ellas mora. Si
en las repúblicas bien organizadas –según el concepto tradicional- estos
establecimientos no deben faltar, más necesarios aún son en los
campamentos. Como las demás barracas, ésta tiene paredes de tablas
claveteadas, unidas a la buena de Dios –o del diablo- con planchas de
latón, trozos de estera y de lona. Dentro tienen varios compartimentos
pequeños como gabinetes de barco, y uno mayor que llaman salón. El
suelo es el del campamento, lleno de altibajos. Los camastros, unidos a
las tablas de los tabiques, transmiten el ritmo del trabajo a toda la casa
con un crujido isócrono, que por la noche se percibe desde muy lejos.
(Sender Garcés, 1930: 59).
También desempeña un importante papel simbólico la que ejerciendo de
cupletista en los barracones que han suplantado la aldea natal de Viance
sumergida por las aguas del nuevo pantano, culmina la obra cantando un cuplé
patriótico:
La cupletista sale ahora entonando “La cruz del mérito”, cuplé
patriótico muy popular, que habla del soldado ciego acogido por los
brazos de su novia. La cupletista lleva sobre la teta izquierda, prendida
en la camisa, la medalla de Viance. (Sender Garcés, 1930: 272).
________________________
163
164
2.3.3- TEMAS PRINCIPALES:
Como ya ha sido apuntado, en las breves y certeras palabras que
Sender escribe para la solapa de la primera edición de “Imán” se describe el
propósito principal de la narración. Así, el libro “trata de contar la tragedia de
Marruecos como pudo verla un soldado cualquiera de los que conmigo
compartieron la campaña.”
La tragedia de los obreros y soldados obligados a convertirse en
soldados es el núcleo principal de la novela. Todas las innumerables penurias
que se viven a lo largo de sus páginas sirven para poner de manifiesto esa
tragedia.
La falta de preparación militar de los soldados, la improvisación y desidia
de los oficiales, las corruptelas de los mandos y de los políticos, la pasividad de
la sociedad española, son elementos que acentúan, todavía más si cabe, los
aspectos dramáticos de la narración.
La ausencia completa de horizontes personales dentro de la opresión de
la vida militar es uno de los muchos temas que aparecen a medida que avanza
el relato. De esta manera, vemos cómo el narrador describe la vida cuartelera:
“Las obsesiones son tenaces en los campamentos. La imposibilidad de
desarrollar cada cual su vida nos encauza por estrechas manías.” (Sender
Garcés, 1930: 15).
165
La vida carece de cualquier sentido. Cuando se pierde de una vez, no
acarrea mayores problemas que el pensar donde enterrarán el cadáver propio:
Nosotros, además, los que no somos oficiales, llevamos la
ventaja de que se nos entierra habitualmente en el campo abierto, al
margen de los campamentos, en esas sepulturas comunales señaladas
por un rectángulo de piedras, cuyo único ornamento son dos viejos
proyectiles de artillería de medio metro de altura, vacíos. En lo hondo
conservan casi siempre un poco de lluvia, muy poca, pero la suficiente
para reflejar una estrella. (Sender Garcés, 1930: 34).
En otra ocasión, el narrador es lacónico: “Efectivamente; los verdaderos
valientes hubieran debido comenzar por no venir. Todos han venido por esa
cobardía difusa a la que el soldado alude y de la cual él y yo debemos
olvidarnos. Le aconsejo prudencia.” (Sender Garcés, 1930: 37).
A veces, el destino de todos, soldados y oficiales resulta igualmente
absurdo: “Se siente en algunos oficiales desengañados –los malos oficiales- la
tristeza de confesarse que mueren por un poco de dinero mensual y la envidia
de la muerte desinteresada y romántica del soldado.” (Sender Garcés, 1930:
72).
La corrupción a todos los niveles está presente en muchas páginas. Por
ejemplo, se menciona explícitamente el caso de las irregularidades en el
suministro del material, muchas veces básico para la supervivencia de los
166
soldados, como puede ser el caso de las municiones, la comida o los
uniformes:
He ido al suboficial porque ya hace tres meses que mis
alpargatas cumplieron… -Con suboficiales así, da gusto. A mí me tienen
que durar las alpargatas mis buenos cinco meses, y me duran, si no
tengo la desgracia de pisar una mierda, porque entonces se quema la
suela. (Sender Garcés, 1930: 20).
Se menciona también, por ejemplo, el truco de reemplazar el aceite de la
tina por agua: “Abrió la tapadera. El aceite llegaba hasta los bordes; sin duda
estaban los cincuenta litros; pero por la llave de abajo no salía aceite, sino
agua. Los sargentos se miraron con seriedad.” (Sender Garcés, 1930: 67).
Sobre la precariedad del material de guerra se indica:
Los moros tienen caballos abundantes, buenas ametralladoras, y
bombas de mano mejores que las nuestras, porque llevan lo menos kilo
y medio de clavos y balas rotas que recogen en el campo. Esto ya no es
como antes. Todo flaquea y falla. Ayer tumbaron a un avión. (Sender
Garcés, 1930: 75).
Lógicamente, la corrupción también afecta a los destinos que esperan a
unos y a otros, marcando la diferencia entre la muerte casi segura y la
167
posibilidad de pasar el servicio militar de una manera más o menos agradable,
sobre todo a partir del Desastre, cuando se llama a filas también a los “cuotas”:
Los hospitales están llenos de emboscaos. No hay plazas. Las
camas hacen falta pa los señoritos. El hijo del duque de mi pueblo está
en el Docker como un príncipe, rasurándose tos los días y dándose agua
de olor. ¡Maricas! (Sender Garcés, 1930: 45).
El comentario que hace uno de los sargentos sobre la corrupción
generalizada es suficientemente elocuente:
Pero aquí lo que, pa entre nosotro, te digo e que esta retirá ha
sarvao a mucho intendente de prisione militare. ¡Borrón y cuenta nueva!
Y yo sé, ya ve; a mí me costa, ya ve, que má de un oficia de Intendencia
ha venío con er culo tapao con er Telegrama del Rif, ya hora tiene tres
casa que le rentan un Perú. (Sender Garcés, 1930: 183).
El problema del agua merece especial mención dentro del doble
apartado de la corrupción y de la pésima organización de las operaciones
militares. El agua escasea dentro de los campamentos, y sobre todo, en las
posiciones avanzadas. Asimismo, el agua es escasísima en las largas marchas
bajo el ardiente sol del mes de julio. La elección de las posiciones en alturas
teóricamente inexpugnables conllevaba la obligatoriedad de organizar turnos
periódicos de aguadas, ya fuera desde los campamentos hacia esas posiciones
alejadas, ya desde éstas hacia los lejanos pozos vigilados en todo momento
168
por avezados y excelentes francotiradores agazapados entre las rocas. Como
ya indicábamos en otro momento, el narrador describe la situación: “Es el agua,
el agua, el agua. Sin ella da lo mismo comer que no, dormir que velar. Hace
tres días que dieron el último cuartillo.” (Sender Garcés, 1930: 88). “Desde hoy
se bebe orina. Viance no la quiere probar.” (Sender Garcés, 1930: 88).
Volveremos a ocuparnos de este asunto en el momento oportuno.
De la misma manera, como un elemento que refuerza todavía más la
incapacidad profesional de los militares españoles, a lo largo del relato, que en
definitiva podría también ser la narración de una huida, se pone de manifiesto
la tremenda dificultad que tanto Viance como sus compañeros experimentan
para orientarse adecuadamente. Ante la carencia de puntos de referencia, y
sobre todo de una cartografía adecuada, como veremos en su momento
oportuno, el protagonista recurre a su propia experiencia de campesino: “A la
espalda las crestas de Tizza. Esto ayuda a formar un juicio. Allá está el
desfiladero donde cayeron tantos de San Fernando y del 59. Sí, está camino de
Dar Dríus.” (Sender Garcés, 1930: 126). Los mismos cálculos aproximados se
repiten en varias ocasiones: “Quiere hacer cálculos. Ha andado unos 70
kilómetros y le quedan todavía más de 50…” (Sender Garcés, 1930: 162). El
soldado Rivero, ya agonizante, le ofrece a Viance, como si de su postrer tesoro
se tratara, consejos de cómo orientarse para llegar vivo a Melilla: “Vete hacia
allá, lo más lejos posible de la vía, sin perder de vista Monte Arruit y el camino
de Zeluán. Por ahí te salvarás.” (Sender Garcés, 1930: 168).
___________________________
169
170
2.3.4 TÉCNICA Y ESTILO:
Sobre la lectura de “Imán”, Riesgo Pérez-Dueño ha escrito que siempre
se descubren ideas y sensaciones nuevas. Muy acertadamente indica:
Tal es la explosión de sugerencias, hechos y descripciones
ambivalentes que allí se encuentran, muy superior a la explosión de las
bombas mismas, que, con tanta riqueza de matices se describen, hasta
el extremo de sentir el lector encontrarse en mitad del combate.
También afirma que “Imán” es un estallido de ideas. Citando a Marcelino
Peñuelas, en el prólogo de la novela en la edición manejada por Riesgo Pérez-
Dueño25, esta obra de Sender se adelanta a la novela “nueva” de nuestros días.
De hecho, queda señalada la ambigüedad plenamente consciente de la
descripción de los hechos, mediante la cual se mezclan y confunden las
secuencias de tiempo, espacio y punto de vista.
Esta aparente confusión provoca que en no pocas ocasiones el lector
desconozca quién es el que habla, si el protagonista principal, Viance, o si el
narrador el Sargento Sender.
Pensamos que “Imán”, sobre todo, es una crítica certera, llena de
aspectos pacifistas. De esta manera, el estilo y la técnica de toda la obra se
dirigen, precisamente, a subrayar una y otra vez este aspecto.
25 Se trata de la edición publicada por Destino en Madrid en 1976.
171
También compartimos las observaciones de Ara Torralba en lo que se
refiere a la descripción del modo compulsivo de la escritura senderiana que
“hunde sus raíces en toda una forma de ser y de entender, y que dio a la luz de
la imprenta decenas de títulos, entre novelas y relatos breves.” (Ara Torralba,
2003).
La creación senderiana surge “al calor del tecleo congestionado de la
máquina de escribir”. Es más, Sender crea la narración articulando recuerdos y
documentos, junto con experiencias compartidas con otros miembros de la
vanguardia literaria y política con los que convive posteriormente en Madrid,
como el ya citado Modesto, para reflejar una “intensidad desnuda” y sin
artificios añadidos.
La que fue su primera gran novela, que, como ya ha sido indicado,
causó un gran revuelo social y una admiración generalizada, “todavía nos deja
perplejos por su perfección y novedad.” Asimismo, según señala asimismo Ara
Torralba, el éxito de “Imán”, no radica tanto en el carácter de documento de
una crudeza asombrosa sobre los abusos y excesos de unos hechos ocurridos
nueve años antes en Marruecos, como en la perfección técnica de la escritura:
Sedujo la capacidad de creación del primer protagonista solitario y
perseguido (el soldado Viance) que Sender eleva del anonimato cronístico (un
soldado más del desastre) a arquetipo humano (el héroe inocente que asiste a
un espectáculo de horror y tragedia). Sin embargo, como ya ha sido descrito en
más de una ocasión, la aseveración del propio Sender asegurando que su obra
172
contribuyó decisivamente a la caída de la monarquía alfonsina, al destapar los
ingentes escándalos que se habían producido en las campañas rifeñas, resulta
sin duda exagerada.
_________________________
173
174
2.4- “LA RUTA”, DE ARTURO BAREA (1940):
175
176
Como muy acertadamente ha señalado Gregorio Torres Nebrera en su
excelente obra, “reconstruir la vida del hombre Arturo Barea equivale a intentar
una glosa de su obra cumbre, escrita totalmente sobre el material de su propia
vida.” (Torres Nebrera, 2001: 17 y ss.)
Arturo Barea nació en Badajoz el 20 de Septiembre de 1897, en un
medio social precario. En efecto, era hijo de viuda y sólo el apoyo de un tío
suyo, José, permitía vislumbrar el futuro con moderado optimismo. Sin
embargo, el fallecimiento de este pariente provoca que Barea tenga que
abandonar el colegio para buscar empleo en una tienda de bisutería cercana a
la Puerta del Sol. Su madre, mientras tanto, contribuirá al sostenimiento de la
familia gracias al fruto de su trabajo como lavandera a orillas del Manzanares.
Barea cambiará de oficio en varias ocasiones hasta incorporarse a filas
en 1921. Trabajará en una oficina de patentes y será también representante de
una casa de diamantes destinados a joyerías de España y Francia.
Posteriormente, junto con su hermano, montará una fábrica de juguetes
que terminará en estrepitoso fracaso. De hecho, esta experiencia patronal, en
un momento en el que Barea ya está afiliado al Partido Socialista, pondrá de
relieve la dualidad dramática del carácter de nuestro escritor que se debate
entre sus propias convicciones sociales y la necesidad de actuar conforme con
su papel de patrono de una fábrica.
177
La génesis de esta primera experiencia patronal de Barea es
recogida con cierto detalle por Nigel Townson quien afirma que la empresa se
puso en marcha con los ahorros del trabajo como agente comercial y el legado
de treinta mil pesetas de su tío José, añadiendo:
Barea montó, a los 18 años, su propia fábrica de juguetes en
colaboración con sus hermanos. Arturo, quien tenía devoción por su
madre Leonor quería hacer dinero para liberarla de sus privaciones
económicas. En este período Arturo se enfrentó con la UGT debido a su
“estrechez de criterio”: él era, de todas formas, un patrón, pero, como
reflexionaría más tarde, su “individualismo rebelde” le impedía aceptar
una “disciplina organizada”. Planteado de una forma idealista, el negocio
de los juguetes fracasó debido al desfalco provocado por un pariente
suyo, un asunto tocado de forma discreta en La forja. En ese momento,
Arturo consideró la posibilidad de ingresar en un circo, aunque
finalmente optó por un trabajo más convencional como secretario del
administrador de Hispano-Suiza, una empresa situada en Guadalajara
que fabricaba aviones y de la cual eran accionistas importantes tanto el
conde de Romanones como el rey Alfonso XIII. Este puesto provocó que
renacieran las aspiraciones de Barea de llegar a ser ingeniero, a la vez
que le descubrió la corrupción que llenaba tanto la industria como el
ejército en la España de entonces (Barea Ogazón, 2000: XV).
En 1918, empieza una nueva experiencia laboral como secretario de
Tomeu, el administrador de la fábrica de automóviles Hispano-Suiza, en
178
Guadalajara. Es aquí donde descubrirá la corrupción que imperaba en los
medios políticos de la España de aquellos años. Como señala Torres Nebrera:
La actitud de denuncia de negocios turbios, de manejos
inmorales, que Barea mantuvo toda su vida, vuelve por sus fueros, y
reconoce que en aquel trabajo en la multinacional automovilística, en
donde había invertidos capitales de grandes prohombres españoles,
incluso del propio Alfonso XIII, tuvo sus primeras evidencias de la falta
de limpieza, moral y material, con la que iba a toparse muchas veces
(Torres Nebrera, 2001: 75).
A partir de su incorporación a filas, en la Comandancia de Ingenieros
de Ceuta, Barea experimentará todos los sinsabores de la campaña militar. Es
nombrado sargento y destinado a las labores de construcción de una carretera
entre Tetuán y Xauen, para luego unirse a los efectivos que luchaban contra las
fuerzas de el-Raisuni. Barea, fue herido de cierta gravedad y, tras ser
nombrado oficial de reserva, es repatriado a la península en 1923, donde
tendrá que convalecer, además, por una terrible infección tifoidea que le afectó
tan seriamente al corazón como para provocarle la muerte al cabo de los años,
recién cumplidos los sesenta.
En sus notas autobiográficas, el propio Barea se refiere con un cierto
detalle a la época marroquí. Cuenta cómo en 1920, al tener que cumplir el
servicio militar, fue destinado por sorteo a Marruecos, para añadir:
179
(…) ingresando en la Comandancia de Ingenieros de Ceuta.
Permanecí en las oficinas de la Comandancia hasta mi ascenso a
sargento; entonces pasé destinado a la construcción de la carretera de
Tetuán a Xauen, donde permanecí hasta la primavera de 1921, en que
me incorporé al ejército de operaciones contra el cabecilla el Raisuni. En
plena campaña, en el mes de julio, se produjo el derrumbamiento de la
Comandancia de Melilla por la acción de Abd-el-Krim y fui destinado con
las primeras fuerzas de socorro que se enviaron desde una zona a la
otra. Tomé parte en las primeras operaciones de reconquista y a los dos
meses regresé a la Oficina Topográfica y de Información de Tetuán. Fui
herido levemente y condecorado con la Cruz del Mérito Militar roja. En
1923 me licenciaba y regresaba a Madrid (Barea Ogazón, 2000: 656).
Precisamente, la situación de Raisuni no era ni mucho menos envidiable
en aquellos días del verano de 1922. Se encontraba huido en las montañas
tras las campañas de Beni Arós, únicamente acompañado por un puñado de
fieles y por su propia familia. Sin embargo, las Autoridades españolas deciden
llevar a cabo unas conversaciones directas con el dirigente de la Yebala,
enviando al coronel Castro Girona y al antiguo cónsul de España en Larache,
amigo personal de Al Raisuni, el señor Zugasti, para llevar a cabo unas
conversaciones de paz (La Porte, 1997: 548). De esta manera, el
prácticamente derrotado Raisuni se convierte, a los ojos de las tribus de la
Yebala, en un importante jefe miliar que trata directamente con las máximas
autoridades españolas. Esta decisión se justifica únicamente por el deseo de
180
alcanzar cuanto antes una rápida pacificación de las zonas de las
Comandancias de Ceuta y de Larache, en las que Barea está destinado.
Más adelante se refiere Barea, siempre en las notas autobiográficas, a la
sensación personal que la situación militar despierta en su conciencia, más allá
de la propia crueldad de la guerra y de las privaciones y sufrimientos que
conlleva:
Durante estos años tuve una ocasión extraordinaria de ver los
diferentes aspectos internos de la guerra de África, tanto en lo que
respecta a la corrupción e ineptitud de la oficialidad como a la vida
interna de la población mora, entre la que logré amistades, y la vida del
soldado español. Conocí personalmente a la mayoría de los que
constituyen hoy el grupo militar que se ha apoderado del Gobierno de
España. La visión de la catástrofe en los campos de Melilla, que tan bien
ha tratado Sender en Imán, me produjo un choque físico que se tradujo
en una repulsión irresistible a la visión de carne muerta y
psicológicamente una rebelión contra toda destrucción (Barea Ogazón,
2000: 656).
Durante la etapa marroquí aparecen los primeros trabajos literarios de
Barea. Se trata de una narración sobre la guerra, elaborada para un concurso
organizado por el diario “La libertad”, de Indalecio Prieto, cuyo título era “El
moro ciego”. Este cuento no llegó a su destino porque fue intervenido por el
general Álvarez del Manzano, quien “paternalmente”, indicó a Barea que no
181
debería colaborar con un periódico “revolucionario”. Posteriormente, ese
mismo cuento fue publicado por la propia Comandancia de Ingenieros, junto
con una poesía, en un folleto editado con motivo de la fiesta de San Fernando,
patrón del Cuerpo.
La segunda creación literaria de la que tenemos noticia es también otro
cuento, ambientada igualmente en la campaña militar, que lleva el título de “La
medalla”. Sin embargo, como muy atinadamente se pregunta Torres Nebrera,
lo importante sería conocer en qué momento Barea se plantea iniciar una
actividad literaria. El propio Barea indica que “en Guadalajara, durante mi
trabajo en la Hispano, bajo el nombre de un compañero, envié un cuento de
Reyes a un concurso de la revista Blanco y Negro, que fue premiado”.
Una vez recuperado de su convalecencia, en 1924, Barea consigue una
posición económica de cierto desahogo, gracias a un nuevo empleo en una
importante agencia de patentes. De esta manera, su madre no tendrá que
seguir lavando ropa a orillas del Manzanares. Se casa con Aurelia Grimaldos,
con la que tendrá cinco hijos y de la que se divorciará en 1938.
Según apunta Barea, los años de la dictadura transcurren dedicados a
su trabajo en la agencia de patentes. En 1931 fallece su madre. Con la
proclamación de la República, renueva su compromiso político dentro del
Partido Socialista y del sindicato UGT, donde lleva a cabo la tarea de
desarrollar la rama del sindicato de empleados de oficinas. La época del bienio
182
negro, junto con la represión de la revolución de Asturias en 1934, acentuaron
todavía más el compromiso social y político de Barea.
En 1936, se inclina desde el primer momento por la defensa de la
República, luchando en la toma del Cuartel de la Montaña. A las tres semanas
del inicio de la guerra civil ingresa en la Oficina de Prensa Extranjera del
Ministerio de Estado, puesto en el que se mantendrá incluso cuando el
Gobierno abandone Madrid, dependiendo entonces directamente del general
Miaja. Ejercerá sus funciones en un despacho del edificio de la Telefónica en la
Gran Vía, junto con la intérprete austriaca Ilsa Kulcsar, con la que mantendrá
una relación decisiva.
Por encargo directo del general Miaja, compagina sus labores en el
Ministerio de Estado con “la organización de las emisiones de radio para el
extranjero y una serie de charlas aleccionadoras para la población madrileña, y
sobre todo, para los oyentes de América Latina, charlas que pronunciaba bajo
el seudónimo de “Una voz de Madrid”. Tras una serie de discrepancias entre
las autoridades de Valencia y las de Madrid, unidas a un delicado estado de
salud, Barea abandonará sus funciones radiofónicas en noviembre de 1937,
marchando junto con Ilsa, para disfrutar de un merecido descanso, primero a
Alicante y luego a Barcelona.
Nuestro autor aprovechará ese breve período de descanso para redactar
y poner orden en sus notas radiofónicas sobre la vida cotidiana en el Madrid
sitiado. Una vez divorciado de su mujer, se casa con Ilsa y obtiene el permiso
183
de las Autoridades para salir a Francia, “en razón de mi incapacidad física”.
Sin embargo, antes de salir de España, entrega a las Publicaciones
Antifascistas de Cataluña el original de “Valor y miedo”, impreso casi cuando
Barcelona cae en manos de las tropas sublevadas.
El nuevo matrimonio se instala en París, donde sobreviven a duras
penas, gracias a unas pocas traducciones y a unos pocos artículos sueltos
pagados a precio de miseria. Barea comienza en esta época la redacción de
“La forja”.
En marzo de 1939 se trasladan a Londres. Se instalarán en un pequeño
pueblo situado en las afueras, al norte de la gran ciudad, llamado Puckeridge.
El matrimonio se adapta paulatinamente a su nueva vida, Barea dedicado a la
literatura e Ilsa trabajando en el servicio de escuchas del Gobierno británico. Al
poco tiempo, los dos se trasladan al condado de Worcestershire, donde Barea
empezará a trabajar, aprovechando la experiencia radiofónica adquirida en el
Madrid en guerra, en el Servicio Mundial de la BBC, encargado de redactar
comentarios destinados al público de América Latina. A pesar de reiteradas
críticas de los Barea sobre la forma manipuladora con la que la estación
radiofónica británica trataba al Gobierno de Franco, seguirán trabajando en ella
hasta el fin de la Guerra Mundial.
Antes, en 1944 había concluido la redacción de “La forja de un rebelde”.
Según la correspondencia mantenida con Ramón J. Sender, sabemos que
184
Barea planeaba ya desplazarse a Estados Unidos “para dictar algún curso en
Universidades o colleges.” Posteriormente, en 1951, Sender escribirá:
Sobre su posible viaje aquí no es posible arreglar nada antes de
1952 (otoño) porque los presupuestos se hacen siempre con un año y
medio de anticipación y las invitaciones también. Claro es que si viniera
a Alburquerque se le podrían encargar unas conferencias y se le
pagarían, pero muy poco, de los fondos imprevistos del departamento,
que no son muchos. Cuando esté en Pennsylvania hablaremos (Barea
Ogazón, 2000: 713).
A comienzos de 1952 Barea se desplaza a Estados Unidos, sin su
mujer, donde dará una serie de conferencias sobre la literatura española de los
siglos XIX y XX. Poco antes, había publicado una novela escrita originalmente
en inglés, “The broken root”, que sería publicada en castellano, ya en 1955, con
el título de “La raíz rota”. También en 1951 aparece en América la versión
española de su trilogía, “retrotraducida al castellano”.
A raíz del éxito alcanzado por esa versión castellana, Arturo Barea
saldrá de nuevo de Inglaterra en 1956, para realizar una gira americana. Visita
Argentina, Chile y Uruguay. Esta gira, financiada por la propia BBC, nos
muestra a un Barea “anglofilizado, nacionalizado inglés y con aires de
gentleman. Andando el tiempo, casi podríamos decir que Blanco White tuvo su
reflejo en el autor de La forja de un rebelde.” Por su parte, el entonces
Embajador de España en Buenos Aires, José María Alfaro, describía así a
185
Barea: “persona ultraizquierdista, de formación completamente liberal y como
clásico representante de la intelectualidad de izquierda acatólica”.
Este comentario se inscribe en la lógica terrible de aquellos años, sin ser
incompatible ni con la propia personalidad de Alfaro Polanco ni con su obra. En
efecto, recordemos que este Embajador, -destinado casi veinte años en
Buenos Aires-, junto a algunos otros ex falangistas formó un núcleo intelectual
de vocación liberal, al que se pueden adscribir personalidades como Ridruejo o
Laín Entralgo. Nacido en Burgos, fue poeta y ensayista desde la más tierna
edad. Ganó el Premio Nacional de Literatura en 1933.
Arturo Barea falleció la Nochebuena de 1957, a consecuencia, como ya
se ha dicho, del mermado estado de salud que arrastraba desde su época de
Marruecos, “cuando su capacidad como escritor, conferenciante, charlista,
crítico literario, etc., estaba en plena madurez y con una buena cantidad de
proyectos por delante”.
En lo que se refiere más específicamente a la obra que nos ocupa,
conviene recordar que la primera edición, en inglés, aparece en 1943, con el
título “The track”. Fue publicada por la editorial Faber and Faber, dirigida por
Eliot, “con una deficiente versión inglesa de Sir Peter Chalmers-Mitchell”.
En 1946 aparece la edición norteamericana publicada por Reynald and
Hitchcok, integrando toda la trilogía, y que dio una gran popularidad a Barea.
Se realizaron pronto traducciones al noruego, danés, holandés checo, polaco,
186
italiano y finlandés. La versión francesa se llevó a cabo por Gallimard. Como
señaló Guillermo de Torre, “he ahí por donde un libro escrito en castellano fue
conocido por los lectores de tan múltiple diversidad lingüística antes que por los
de su propio idioma”.
El prologuista y traductor de la primera versión inglesa, según señala
Torres Nebrera, dice:
El libro había empezado a escribirse en el extremo de una mesa
del Hotel Montparnasse, en París, y que el título elegido para el mismo
implicaba la conformación de las condiciones innatas del individuo por la
incidencia de factores externos que van golpeando y construyendo un
carácter como el mazo moldea el hierro en el yunque, lo va forjando. Por
ello uno de los personajes pintorescos que Barea hace comparecer en
su entorno es un herrero, alguien que se complace en moldear y forjar el
hierro candente en el yunque, y que pasa de personaje complementario
a la concreción de la idea central de la novela: hacerse a sí mismo, con
férrea voluntad, aun cuando el entorno te ayude, o te dificulte –como el
mazo sobre el hierro- a mejorar esa forja26.
La trilogía de Barea pretende realizar “el friso de una época”. Junta,
mediante el hilo conductor de su propia experiencia, las experiencias vividas
por la generalidad de los que formaron su generación, para poner de relieve las
vicisitudes de un período histórico, como fueron las tres primeras décadas del
26 Precisamente, esa misma figura e imagen del herrero es a la que, con fines y resultados muy distintos, recurre también Ramón J. Sender en “Imán” para elaborar a su personaje Viance.
187
siglo XX, determinantes para el futuro de España y de toda Europa. Torres
Nebrera, sobre esta observación, señala que en la propia obra “La ruta”, en el
capítulo VIII, se indica lo siguiente:
Los libros de historia (…) dan lo que se llama los hechos
históricos. No sé nada de ellos, con excepción de lo que leí después en
estos libros. Lo que yo conozco es parte de la historia nunca escrita, que
creó una tradición en las masas del pueblo, infinitamente más poderosa
que la tradición oficial.
Más adelante, siempre en las páginas de la propia novela, Barea
escribe: “La guerra –mi guerra- y el desastre de Melilla –mi desastre- no tenían
semejanza alguna con la guerra y con el desastre que estos periódicos
españoles desarrollaban ante los ojos del lector”.
Es más, siempre tal y como recoge Torres Nebrera, nuestro autor:
Quiso seguir la racha y la huella de los “episodios nacionales”
galdosianos, prologados en cierto modo por la obra de su admirado
Baroja, y abriendo un largo camino a la literatura de la memoria por
donde transitarán en los años sucesivos Alberti, Moreno Villa, Sender,
Corpus Barga, Rosa Chacel, María Teresa León o Francisco Ayala.27
27 Esa preocupación e interés por el precedente galdosiano de los Episodios Nacionales se pone de relieve directa y explícitamente también en la obra de Gaya Nuño, ya desde las mismas páginas del prólogo. La admiración por Baroja fue común a todos nuestros autores. Recordemos que Giménez Caballero renegará más tarde de esa admiración, calificándola, junto a la de Prieto, como nefasta.
188
Además de los comentarios específicos sobre ese galdosianismo al que
recurre también Gaya Nuño, conviene recordar que esa misma sensación de
crónica realista, y por tanto, inevitablemente dura, ya aparece en “Aita
Tettauen”, inspirando, por tanto, a unos y otros autores de los que venimos
ocupándonos.
Sobre la aparición de la vocación literaria de Barea, cabría añadir al
menos unos comentarios sobre uno de los hechos más llamativos de la misma,
como es su aparición tan tardía, al margen de los primeros intentos un tanto
balbucientes que ya hemos señalado. Así, Nigel Townson señala certeramente:
Aunque Barea no publicó ningún libro hasta los cuarenta años, “el
microbio literario” como subraya en las notas autobiográficas recogidas
en este volumen, le había contagiado desde muy joven. De niño era “un
lector furibundo” que se inspiraba en “una mezcolanza terrible” de libros.
Publicó sus primeros cuentos y poemas en la revista del colegio,
teniendo éstos “forzosamente” como tema “el niño bueno y obediente y
la Purísima Concepción”. Los primeros síntomas de su ambición literaria
aparecieron alrededor de los dieciséis años. Junto con un amigo, Alfredo
Cabanillas, asistió a las peñas literarias en el Fornos y en el Lion d’Or.
Barea descubrió con horror que había que dedicar más tiempo “a
halagar y dar coba” al maestro elegido que a escribir (Barea Ogazón,
2000: XVI).
189
Por su parte López Barranco trae a colación toda una serie de artículos y
de críticas elogiosas de la obra de Barea, indicando que la valoración literaria
de este autor, referida sobre todo a “La forja de un rebelde”, ha gozado desde
su presentación de los más fervorosos elogios. Cita, por ejemplo, a Emilio
González López, en un artículo publicado tempranamente, en 1953, en el que
califica a Barea de excelente novelista. También recuerda que Marra López
juzga a esta obra como “maestra”. Rafael Conte la considera “uno de los libros
más conmovedores de la historia de la literatura española de todos los
tiempos.” (López Barranco, 1999: 1127).
_________________________
190
2.4.1- ESTRUCTURA:
“La ruta” comparte con las otras dos obras de la trilogía una misma
estructura simétrica que la divide en dos partes y, cada una de éstas, en diez
capítulos. La división entre esas dos partes está delimitada por la irrupción de
un episodio especialmente significativo para el desarrollo del relato que
supone, de alguna manera, una pausa del ritmo narrativo. Así, en el caso de
“La ruta”, ese receso se consigue con el regreso temporal del protagonista
herido para un período de convalecencia en Madrid.
Desde un punto de vista temporal, la acción de La ruta” se enmarca
entre los años 1920 y 1924. Los primeros diez capítulos que componen la
primera parte se centran en la narración de la campaña de África, la herida de
guerra y el período de convalecencia. La segunda parte, dividida de nuevo en
otros diez capítulos, refleja el regreso a África, la puesta de manifiesto de la
corrupción del Ejército y, por último, el regreso definitivo a Madrid y la
instauración del directorio militar de Primo y de su régimen dictatorial.
El propio Arturo Barea, tal y como señala Torres Nebrera, nos ha dejado
una valiosísima serie de reflexiones sobre la génesis de su obra en el ensayo
literario sobre “Novela y autobiografía”, dentro del prólogo a la primera edición
inglesa de “La ruta”. Cierto es que posteriormente se publicaron también en
castellano, en el libro “Palabras recobradas”, en el artículo “Novela y
autobiografía”, (Barea Ogazón, 2000: 17). De esta manera, podemos destacar
las siguientes palabras:
191
Lo que he registrado en este libro sobre la guerra de Marruecos y
la dictadura de Primo de Rivera, preludio a la caída de la monarquía, es
de estricta verdad histórica dentro de los límites de una experiencia
puramente personal. Con los escasos materiales de que dispongo, he
hecho lo mejor para verificar los datos, intentando comprobar lo que mi
memoria me decía. Me doy cuenta de que lo que había visto era la etapa
embrionaria en el desarrollo del autoritarismo castrense, y en particular
los comienzos de la carrera política del general Franco.
Para reforzar el carácter de documento colectivo, Barea intenta evitar los
episodios y escenas excesivamente personales. De esta manera, agrega:
Hay incidentes que no he incluido en este libro, incidentes
verídicos que me gusta contar a mis amigos (…) Y en una autobiografía
anecdótica, de esas que concentran toda la luz sobre lo sensacional y lo
divertido, tales historietas hubieran estado en su lugar. Pero para mí no
tenían ninguna significación más profunda, ya personal, ya general, y
por lo tanto las dejé fuera.
Se concentra, por tanto, en los elementos que fueron comunes a la
generalidad de los que participaron en aquella campaña:
En cambio, la mugre del hospital, la sangrienta pesadilla de las
máscaras, la técnica del estraperlo en pequeña escala, el aburrimiento
192
de las interminables marchas forzadas, la batahola de las tabernas, la
recia camaradería del ejército, el olor del mar al alba y el brillo cegador
del sol africano, todo eso nos hizo lo que somos, y eso es lo que he
puesto en mi crónica.
Los principales temas que trata la novela pueden agruparse de la
siguiente manera, según la tesis de Kern L. Lundsford, de la Universidad de
Michigan, de 1990, citada por Torres Nebrera:
a) perfil de la guerra de Marruecos;
b) anticlericalismo cada vez más definido;
c) intensificación de las diferencias entre las dos Españas;
d) el despertar de Barea al problema político y social;
e) persistencia de la ambigüedad ideológica en el autor-
personaje.
En la primera parte de “La ruta” aparecen más frecuentemente las
escenas y descripciones de campaña. De esta manera, el lector se familiariza
con los campamentos, las cábilas, los blocaos. Se describen las fuerzas de uno
y otro bando, los combates, en ocasiones cuerpo a cuerpo, y aparecen los
personajes militares que más tarde serán los protagonistas de la sublevación
militar contra el Gobierno legítimo de la República Española.
Un capítulo entero se dedica a la narración pormenorizada del Desastre
de Annual. La narración de Barea se recrea en la descripción detallada de los
193
hechos y de los ambientes. Así también, cuando en otro capítulo describe las
calles de Xauen, como si de una nueva Toledo medieval de las tres culturas se
tratara.
En esta primera parte de la novela, señala que Barea:
Rechaza hacer historia externa, fría, convencional de algo en lo
que fue interviniente de primera mano. Nos enseña el desastre desde
dentro, con las limitaciones de quien sólo sabe de lo que ha
presenciado, pero con la ventaja de quien lo transmite desde las tripas y
la sangre, desde la propia carne doliente y quemada; hay limitación
como crónica, pero hay verdad y proximidad como testimonio.
La confesión de Barea en este sentido es especialmente valiosa:
Yo no puedo contar la historia de Melilla de julio de 1921. Estuve
allí, pero no sé dónde; en alguna parte, en medio de tiros de fusil,
cañonazos, rociadas de ametralladora, sudando, gritando, corriendo,
durmiendo sobre piedra o sobre arena, pero sobre todo vomitando sin
cesar, oliendo a cadáver, encontrando a cada nuevo paso un nuevo
muerto, más horrible que todos los vistos hasta el momento antes28.
28 Como se verá en su momento oportuno, esa sensación de encontrarse perdido, tanto en los combates como sobre todo en la huida, es compartida por varios autores. De hecho, como se verá también en su momento, el desconocimiento del terreno de operaciones, junto con la ausencia de una cartografía mínimamente fiable, fueron factores decisivos que aumentaron la amplitud del Desastre. Otro apunte que en este mismo sentido adelantamos ahora y que se desarrollará oportunamente, es el de la simbología del título de la obra de Barea, “La ruta”, como camino, ya sea real, la carretera que se construye desde Tetuán a Xauen, o figurado, el avanzar hacia un destino de lucha decidida a favor de la libertad de la República Española.
194
La opinión de Barea sobre el despropósito que para España suponía la
aventura de Marruecos queda reflejada desde los primeros capítulos de la
novela. El lector descubre de esta manera: “Durante los primeros veinticinco
años de este siglo Marruecos no fue más que un campo de batalla, un burdel y
una taberna inmensos”. Torres Nebrera también subraya un comentario del
sargento Barea cuando llega a su casa de Madrid para el período de
convalecencia: “Marruecos es la mayor desgracia de España, un negocio
desvergonzado y una estupidez inconmensurable”.
La segunda parte de la novela se centra en descripciones más
detalladas de las acciones militares y del ritmo de vida de los componentes de
las fuerzas españolas en Marruecos. El sargento Barea se encuentra ahora,
recuperado parcialmente, aunque todavía sufriendo las consecuencias que
serán vitalicias de la infección tifoidea, destinado en las oficinas de la
Comandancia de Ceuta. El narrador relata entonces los acontecimientos y el
curso de las operaciones militares a través de lo que otros personajes le van
contando.
En opinión de Torres Nebrera, que no compartimos, “lo cierto es que
esta segunda mitad adquiere a veces un tono mucho más teórico y tedioso”.
Cierto es que aparecen momentos en los que el vacío de la vida cuartelera se
llena de la mejor manera posible ante las limitaciones evidentes de ese tipo de
existencia. Así, la narración se aventura por episodios de carácter
personalísimo, contradiciendo de alguna manera las propias observaciones del
autor expuestas en el prólogo ya mencionado de la primera edición en lengua
195
inglesa, cuando, por ejemplo, evoca la pesca magnífica de un ejemplar
extraordinario de morena. Este episodio es contemplado por Torres Nebrera,
tal vez exagerando un tanto, como “una reacción instintiva en la que Barea ve
un emblema de la rebeldía vital en defensa de la dignidad de la libertad tanta
veces defendida.”
En lo que sí coincidimos por completo es en el análisis comparativo que
Torres Nebrera efectúa de las dos partes de la novela. En efecto, en la primera
parte el autor procura ante todo presentar la incompetencia y la falta de
preparación de un ejército condenado a ser carne de cañón para justificar un
imperialismo de capa caída y satisfacer los apetitos de una oficialidad deseosa
de recuperar un lugar destacado dentro de la sociedad española que le era
cada vez más ajena. En la segunda parte, por el contrario, la narración se
centra en denunciar los turbios asuntos y corruptelas generalizadas en las que
se ha transformado la organización militar. Se relatan cómo funcionan el
estraperlo, el tráfico de influencias y la malversación de fondos públicos.
De hecho, para ilustrar el terrible estado de la situación que todas esas
conductas delictivas habían ido provocando a lo largo de los años, Barea
escribe: “Una de las cosas que me impresionaban profundamente era el
hambre de tantos reclutas; la otra, su ignorancia.” Torres Nebrera selecciona
asimismo otro comentario de Barea, cuando añade: “Sólo con mi experiencia
personal podría escribir un libro con relatos nimios o épicos sobre la
putrefacción interna del ejército español de Marruecos entre 1920 y 1924”.
196
Arturo Barea es meridianamente claro en lo que se refiere al alcance y a
las consecuencias de la corrupción de los militares, cuando afirma que la
derrota de Annual se debió “a la tremenda negligencia, frivolidad e
incompetencia del mando del ejército español”.
El resto del contenido de los capítulos de la segunda parte es objeto de
dura crítica por parte de Torres Nebrera, quien juzga duramente su calidad
narrativa, en comparación con la del resto de la trilogía:
Es indudable que estos diez capítulos de la segunda parte de “La
ruta” tienen escasa fuerza narrativa, y por tanto menor interés en el
conjunto de toda la trilogía; largas tiradas de discusión histórica para
explicar el proceso que lleva a la llegada del dictador Primo de Rivera,
su posición ante el grave problema de Marruecos y el ambiente de
enfado y de protesta en el Ejército y sus jefes, que sería la semilla de la
rebelión del 36. Secuencias bien resueltas, como la del encuentro del
protagonista con el propio Presidente del Directorio en un colmao
madrileño (cap. IX) no compensan multitud de páginas bastante
tediosas.
Diremos únicamente, de momento, que son precisamente todas esas
observaciones tediosas las que incrementan el interés de la obra desde la
perspectiva principal que nos ocupa.
197
Por último, los dos capítulos finales de “La ruta” suponen el abandono
definitivo de Marruecos por Barea, que regresa licenciado del ejército a Madrid
e inicia las actividades que se desarrollarán con mayor profundidad a lo largo
de las páginas de la última novela de la trilogía.
____________________
198
2.4.2- PERSONAJES PRINCIPALES:
Como no podía ser de otra manera debido a su carácter autobiográfico,
en la narración de Barea el personaje principal es el propio autor, quien, desde
la perspectiva personalista definida por su carácter, formación y compromiso
político y social, describe al lector no sólo las peripecias vividas en África sino
sobre todo, como ya ha sido apuntado en varias ocasiones, la situación de
miseria moral, social, profesional y material que provocó la aventura colonialista
en la zona del Rif.
Desde un punto de vista cronológico, los primeros personajes que se
aparecen al lector son los que también descubre el propio Barea al
incorporarse a su nuevo destino tras llegar de Ceuta. Se trata de los otros tres
sargentos que compartirán la tienda de campaña, Córcoles, Julián y Herrero,
además de Manzanares, el machacante que se pone a su servicio, esto es, el
asistente espabilado y eficaz que contribuye a resolver las penurias materiales
de los sargentos, sirviendo una botella de vino frío, una comida o resolviendo el
problema del abrigo.
Aparecen a continuación los primeros oficiales. El capitán Blanco, que
presenta al nuevo sargento a toda la compañía formada especialmente para la
ocasión. Luego, el teniente Arriaga y el alférez Mayorga. Este capitán terminará
siendo expulsado del Ejército por cobardía ante el enemigo (Barea Ogazón,
2004: 456).
199
Sin ninguna interrupción narrativa, una vez completada la descripción de
los personajes militares, aparece el personaje del señor Pepe, un civil
gordinflón, contratista corrupto, que comparte la propia tienda destinada a los
sargentos. Desde este instante narrativo, queda meridianamente claro el
sistema de corruptelas generalizadas que imperaba en todos los niveles del
ejército, en el que participan los oficiales y los sargentos. El asistente es,
cuando menos, cómplice de la situación: “Manzanares entró con la merienda y
otra de sus botellas tapizadas de vapor de agua. Tras la espalda del gordinflón
me guiñó un ojo” (Barea Ogazón, 2004: 270)
El carácter del ordenanza se describe con no poco detalle. Así:
“Manzanares tiene su propia filosofía. Dice que como es el único ladrón
acreditado que existe aquí, le harán responsable de todo lo que falte. Y no sé
cómo se las arregla, pero desde que él está no falta un botón en la compañía”
(Barea Ogazón, 2004: 285).
El contratista gordinflón apenas espera que Manzanares salga de la
tienda para exponer claramente sus condiciones:
En cinco minutos nos ponemos de acuerdo. Como ya le he dicho,
yo soy el contratista de la piedra. Tengo una punta de moros trabajando;
unos hacen barrenos en la cantera y otros machacan la piedra. Usted
tiene que anotar la dinamita que gasto y los metros cúbicos de piedra
que les doy. A fin de mes, liquidamos cuentas. A veces, los moros que
yo tengo les ayudan a ustedes a desmontar el terreno y entonces es lo
200
mismo: tantos metros cúbicos de tierra, tantas pesetas. – Pues, me
parece que la cosa no es muy difícil; no creo que vamos a tener
discusiones. – No, hombre. Hay para los dos. Yo acostumbro a dar una
tercera parte de los beneficios. - ¿A quién? – Se me quedó mirando muy
extrañado: - ¿A quién va a ser? En este caso a usted. - ¡Ah! Vamos.
Usted pretende que las cuentas no sean claras, ¿no? – Las cuentas son
clarísimas. Ni Dios las puede tocar. Claro que para ello hace falta que
usted lo apruebe. El capitán se lleva la otra tercera parte. -¿Así, el
capitán está en la combinación? – Sin él no se podría hacer nada.
Pregúntele. (Barea Ogazón, 2004: 271).
Otros personajes similares, que al igual que el señor Pepe viven
parasitariamente de lo que extraen del Ejército, son los cantineros, algunos de
los cuales llegaban a hacer una gran fortuna. Uno de éstos es el llamado El
Malagueño:
Había comenzado como un cantinero que seguía a las columnas
en marcha con un borriquillo cargado con cuatro damajuanas en
pellejos y el burro en mulo. Después levantó una barraca de tablas en la
posición de Regaia. Ahora tenía un gran almacén en Ben-Karrick, lleno
de jamones, chorizos, latas de sardinas, cerveza alemana, leche
holandesa en lata, licores de todos los orígenes, vinos finos andaluces y
una cocina en la que se podía hacer comida a cualquier hora. (Barea
Ogazón, 2004: 328).
201
Los primeros moros del relato aparecen a renglón seguido. Se trata de
los que, de momento, colaboran con las tropas españolas que están
construyendo la carretera entre Tetuán y Xauen:
Abdella, el capataz de los moros, venía hacia nosotros en aquel
momento. Era un hombre espléndido, de tipo beréber, con una barbita
negra, ojos rasgados, con las facciones correctas desfiguradas por la
viruela. Llevaba no un albornoz o chilaba, sino un uniforme con las
insignias de Ingenieros –una torre de plata- en el cuello. Antes de que
pudiera hablar en su perfecto español, lento, de palabras escogidas, el
corneta le llamó la atención. (Barea Ogazón, 2004: 277).
Otros moros que también colaboran con los españoles surgirán a lo
largo de páginas posteriores. De esta manera, un anciano llamado Sidi Jussef
“venía a veces a buscarme al pie de la higuera y charlaba, durante horas;
frecuentemente me invitaba a tomar té en su casa.” (Barea Ogazón, 2004:
306). No son pocos los moros que comercian con los soldados: “El propietario
era un moro envuelto en una chilaba astrosa color café, que fumaba su pipa de
kiffi y no hacía nada más. Sentado sobre sus ancas tras su exposición
permanecía mudo, mientras todos a su alrededor gritaban a cuello herido sus
ofertas.” (Barea Ogazón, 2004: 310)
Otros moros forman parte de las propias fuerzas españolas. Tal es el
caso de la Mehalla, o policía nativa, que Córcoles, regateador experimentado,
no duda en utilizar como elemento de presión para obtener los productos a
202
precios más rebajados: “Cuando volví, Córcoles tenía al lado suyo a un soldado
de la Mehalla, la policía nativa. Los tres estaban empeñados en una discusión
acalorada.” (Barea Ogazón, 2004: 312).
Lógicamente, muchos de estos indígenas desempeñan un papel de
agentes dobles, pasando información a los futuros rebeldes, o vendiendo datos
falsos a los españoles. Algunos de estos espías recelan sobre todo de que sus
correligionarios puedan verlos en compañía de los españoles. Recurren
entonces a artimañas más o menos astutas. Así, la cita puede tener lugar en el
ambiente disimulado y forzosamente discreto de un prostíbulo:
-Tenemos que tener agentes para toda clase de informaciones.
Pero muchos de ellos no quieren por nada del mundo que les vean
entrar en la comandancia general. Ahora bien, a casa de la Luisa todo el
mundo puede ir y a nadie le llama la atención. ¿A qué se va allí? A
acostarse con una mujer. Así, es el mejor sitio para charlar un rato con
alguien. (Barea Ogazón, 2004: 323)
El comandante Castelo, responsable último de las obras, es “un hombre
bajo, corpulento, con la atrayente agilidad infantil de algunos hombres gordos
que parecen sentarse de culo a cada instante” (Barea Ogazón, 2004: 280). Se
trata, sin embargo, de un ingeniero con la adecuada formación técnica, que
destaca frente a la incompetencia manifiesta del capitán Blanco, incapaz
siquiera de manejar un simple teodolito. De hecho, es el propio José Blanco
quien admite su completa incompetencia técnica: “La verdad es que yo no
203
entiendo una palabra de estas cosas. Se me ha olvidado todo. De todas
manera, para lo que sirve...” (Barea Ogazón, 2004: 282).
Otro ejemplo de la corrupción imperante a todos los niveles es el que
queda de manifiesto cuando el lector descubre el caso de un teniente de
regulares que se dedica profesionalmente a la compraventa de bisutería y
joyería. De hecho, este teniente, al conocer a Barea en un tugurio de Tetuán, le
entrega una tarjeta suya en la que se lee: “Pablo Revuelta. Teniente de
Regulares. Joyería fina de todas clases. Plazos y contado” (Barea Ogazón,
2004: 290). Los negocios de este teniente han alcanzado tal amplitud que le
impiden ejercer función alguna de carácter militar. A pesar de ocupar
teóricamente un cargo en la oficina de Mayoría, debe dedicarse en cuerpo y
alma a sus negocios particulares, sobre todo a la usura disfrazada de
transacción comercial:
Nunca aparece por allí. Su casa es un almacén de joyería y
vende a plazos a toda la guarnición desde sargentos a generales, desde
estilográficas hasta joyas de dos mil duros. Pero éste no es un gran
negocio. Tú vas allí y le compras la joya que te guste más o lo que te dé
la gana. Pero no te lo llevas y él te paga lo que vale, menos un
descuento del veinte por ciento. Es decir, si te hace falta dinero le firmas
un contrato según el cual le has comprado una sortija por valor de mil
pesetas y él te da ochocientas. Lo pagas a plazos y no te puedes
escapar de pagar, porque el regimiento acepta sus recibos y también
porque la sortija la tienes en depósito hasta que terminas, y él tiene el
204
derecho de perseguirte por estafa si pretendes evadir el pago. (Barea
Ogazón, 2004: 291).
Las prostitutas de Tetuán desempeñan un papel importante a lo largo de
la narración. De esta manera, Luisa, el ama de uno de los burdeles juega al
ratón y al gato con un Barea derrotado:
¡El ama era ella! Podía ser el ama de la casa, pero no iba a ser el
ama de mí. No era más que una zorra como las otras, sin más privilegio
que ser su ama. Pero yo no había ido allí a dormir con nadie, menos a
someterme a nadie. Si una mujer me hubiera gustado, lo habría
aceptado y me hubiera ido a la cama con ella. Pero no me daba la gana
de aceptar que si yo le gustaba al ama, me tenía que acostar con ella.
(Barea Ogazón, 2004: 295).
Más adelante descubrirá el lector que la prostituta es hebrea:
- ¿Tú sabes que soy judía? Mi nombre verdadero es Miriam. Mi
padre es platero. Cincela la plata con un martillo pequeñito. Mi abuelo
era platero y el suyo también. Mis dedos son la herencia de
generaciones de hombres que han manejado y tocado el oro y la plata.
(Barea Ogazón, 2004: 295).
Para vengarse de la altivez de Barea, la prostituta le jugará una mala
pasada. Le dice que han llegado unos amigos y que quiere presentarle:
205
Me llevó a la sala reservada para los oficiales. El cuarto estaba
lleno de mujeres riendo y alborotando, la mesa cargada de botellas y
vasos. Luisa, colgada de mi brazo, me arrastró al borde de la mesa.
Oficiales y prostitutas nos dejaron pasar y todo quedó en silencio. Luisa
se detuvo delante del general. – Mi novio, le dijo. Cogido de sorpresa,
tartamudeé ridículamente, bajo su mirada: - A sus órdenes, mi general.
El general, con la cara roja de repente, se enderezó. (Barea Ogazón,
2004: 298).
Otros generales surgen a medida que la narración avanza. El Alto
Comisario en Marruecos, el general Dámaso Berenguer, es:
Macizo y pesado, con una voz untuosa. El general Mazo, también
de la familia de los generales gordos, con un corsé bajo el uniforme,
sanguíneo y apopléjico, con un genio explosivo. El coronel Serrano,
rechoncho y valiente hasta la temeridad, un hombre paternal a quien
adoraban sus soldados por su buen humor y su carencia absoluta de
miedo. El teniente coronel González Tablas, alto enérgico, una autoridad
entre los moros de Regulares, de quien era el jefe, con mucho del
aristócrata entre los demás jefes, que la mayoría parecían campesinos
acomodados y quienes le odiaban cordialmente, o al menos a mí me lo
parecía. Y finalmente el general Castro Girona, amabilísimo pero
extraño, con su piel tostada, su cabeza rapada y su interés genuino por
los moros. (Barea Ogazón, 2004: 324).
206
Uno de los principales jefes, el comandante general de Ceuta, Álvarez
del Manzano, se caracteriza por su carácter paternalista: “Pesado y paterno, le
gustaba hablar a los quintos más asustados y palmearles cariñosamente la
espalda” (Barea Ogazón, 2004: 420). Recordemos también que el general
Álvarez del Manzano es el que aconseja a Barea no tener trato alguno con el
periódico “El Liberal”.
La narración se detiene en la descripción pormenorizada del teniente
coronel Millán Astray cuando arenga sus soldados del Tercio. La aparición de
este personaje provoca un completo silencio en la multitud. Se dirige a los
soldados con una voz fuerte y firme que apaga los ruidos de las otras unidades
hasta convertirlos en meros susurros. La expectación teatral que Millán Astray
sabía provocar tenía en vilo a más de ochocientos soldados.
El discurso que entonces dirige a sus tropas es especialmente
significativo, poniendo de relieve el carácter brutal tanto del jefe como del
auditorio:
- ¡Caballeros legionarios! Sí. ¡Caballeros! Caballeros del Tercio de
España, sucesor de aquellos viejos Tercios de Flandes. ¡Caballeros! ...
hay gentes que dicen que antes que vinierais aquí erais... yo no sé qué,
pero cualquier cosa menos caballeros; unos erais asesinos y otros
ladrones, y todos con vuestras vidas rotas, ¡muertos! (...) Como
caballeros eran aquellos otros legionarios que, conquistando América,
207
os engendraron a vosotros. En vuestras venas hay gotas de la sangre
de aquellos aventureros que conquistaron un mundo y que, como
vosotros, fueron caballeros, fueron novios de la muerte. ¡Viva la muerte!
(Barea Ogazón, 2004: 334)
Tal vez sea éste el momento oportuno para hacer un inciso y reflexionar
sobre el origen del desaforado enaltecimiento de Millán Astray de la muerte.
Muchas veces se ha recordado el lamentable episodio del enfrentamiento de
este siniestro personaje con un Miguel de Unamuno derrotado físicamente pero
intelectualmente triunfante en el claustro de la Universidad de Salamanca en
1936. En efecto, la única réplica que frente a la intervención lapidaria del rector
se le ocurre a Millán Astray es lanzar de nuevo su grito de guerra, ¡Viva la
muerte!, precedido por un rotundo ¡Abajo la inteligencia!
De esta manera, podría pensarse que el origen del ¡Viva la muerte! se
situaría temporalmente justo en 1936, de tal manera que Barea, al redactar su
trilogía una vez iniciados sus largos años de exilio, se habría limitado a
adelantar unos años la aparición de la tan funesta y definitoria exclamación de
Millán Astray.
Sin embargo, conviene recordar ahora una obra de Pío Baroja,
publicada en 1909, como es “Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre
Paradóx”, que obtuvo desde ese mismo año un éxito y repercusión notables.
En efecto, Silvestre, el personaje de Baroja se ha lanzado ya por la pendiente
de la decadencia definitiva, una vez fracasados todos sus intentos por escapar
208
de la mediocridad gracias a su propio ingenio y a la tenacidad de su amigo
Avelino, que les permitiera descubrir por fin algún invento sensacional, cuando
se ven envueltos en una francachela organizada por otro amigo, Labarta, autor
de un tremendo poema en prosa, lleno de frases terribles. El caso es que una
vez concluida la lectura completa de tan singular obra, que culmina con una
exaltación absoluta de la muerte, sin que falten los símbolos más llamativos de
la misma, desde los esqueletos bailando, o incluso montando en bicicleta,
hasta la figura de la Muerte, coronada de hojalata, seguida por una turba de
esqueletos de médicos y farmacéuticos tocados con sombrero de copa,
seguidos por una jauría de perros flacos y sarnosos, con la apertura de las
sepulturas liberando una legión de esqueletos carcomidos, el aquelarre culmina
con la apertura súbita de una fosa descomunal donde desaparecen todos
sepultados mientras el último siniestro personaje exclama: “Mors melior vita”.
De esta manera, Silvestre exclama:
-Es verdad, es verdad. La muerte mejor que la vida –dijo
Silvestre.
-Avelino ¡Viva la muerte! ¡Hip! ¡Hip! ¡Hurra!
-¡Viva la muerte! –gritaron unos cuantos en broma. El pianista
comenzó a tocar la Marsellesa. Pero el relojero alemán, que
había oído hablar de Nietzsche, no estaba por eso y defendió la
Vida, el sentido trágico de la vida, y a Bismarck y a Prusia, como
si alguien atacara todas aquellas cosas. (Baroja, 1909: 282).
209
El cuadro de la descripción de Millán Astray se completa con el
enfrentamiento, primero verbal y luego físico, justo a continuación de tan
memorable discurso, que mantiene con uno de sus legionarios, un mulato
patibulario que tiene una mala contestación cuando es preguntado por su lugar
de origen. El mulato, al preguntar al teniente coronel qué es lo que Millán
Astray tiene más que él mismo, recibe antes de una brutal paliza, la siguiente
respuesta: “Yo soy más que tú. ¡Mucho más hombre que tú!” (Barea Ogazón,
2004: 335).
No podía faltar una descripción pormenorizada del comandante Franco.
A través del relato ofrecido por otro de los amigos de Barea, el legionario
Sanchiz, el lector descubre en pocas pinceladas los principales rasgos del
carácter del “embrión de dictador” (Barea Ogazón, 2004: 432). Se pone de
relieve el odio existente entre Millán Astray y Franco, los dos enfrentados por
hacerse con las riendas del control completo de la Legión.
Sobre el carácter del futuro dictador, el siguiente texto es
suficientemente esclarecedor:
Mira, Franco... No, mira: el tercio es algo así como estar en un
presidio. Los más chulos son los amos de la cárcel. Y algo de esto le ha
pasado a este hombre. Todo el mundo le odia, igual que todos los
penados odian al jaque más criminal del presidio, y todos le obedecen y
le respetan, porque se impone a todos los demás, exactamente como el
matón de presidio se impone al presidio entero. Yo sé cuántos oficiales
210
del tercio se han ganado un tiro en la nuca en un ataque. Hay muchos
que quisieran pegarle un tiro por la espalda a Franco, pero ninguno de
ellos tiene el coraje de hacerlo. Les da miedo de que pueda volver la
cabeza precisamente cuando están tomándole puntería. (Barea Ogazón,
2004: 436).
El general Picasso aparece descrito “como un pobre infeliz que no ve
más allá de sus narices” (Barea Ogazón, 2004: 445).
A raíz de la herida recibida en el frente, junto con la infección tifoidea, de
la que ya hemos hablado al comentar la biografía de Barea, el relato sufre una
cierta interrupción para pasar del escenario bélico, primero, al hospital militar
de Ceuta, y después a Córdoba y a Madrid, donde aparecen de nuevo como
personajes del relato los familiares del autor.
En el paréntesis de Córdoba, el lector descubre al tío Juan, el hermano
mayor de la madre de Barea, dueño de un próspero negocio de paños y padre
de siete hijas y cuatro hijos. Se trata de una familia ultraconservadora, marcada
por las devociones y fanatismos religiosos, que había acogido a José, el
hermano de Barea, cuando éste todavía era un niño de once años. De hecho,
José Barea estaba destinado a ser el sucesor del importante negocio ya que
los hijos varones habían muerto. El relato discurre presentando la doble moral
de aquella familia, incluidos los parientes sacerdotes, que culminará con una
juerga flamenca en un tablao de la peor especie. El encuentro con su hermano
211
termina de mala manera, recordando viejas rencillas y con Barea saliendo
precipitadamente de Córdoba.
En el período de convalecencia que narra el episodio de Madrid
aparecen sobre todo los personajes familiares, su madre, su hermano Rafael,
que el lector ya conoce en detalle por la lectura de “La forja”. Asimismo, a lo
largo de numerosas páginas que, en opinión de Torres Nebrera, no tienen la
misma fuerza narrativa que el resto de las que componen la novela, el autor
describe las consecuencias políticas y sociales de la aventura colonialista.
Aparece “el Narizotas”, esto es, Alfonso XIII, como uno de los principales
implicados en la trama, junto con el conde de Romanones, testaferro alfonsino
en muchos de los negocios turbios relacionados con las operaciones militares,
y don Miguel Mateu, de la Hispano-Suiza. Barea expone una serie de detalles
que demuestran la corrupción de todos estos personajes.
El regreso de Barea a Ceuta supone también la aparición de nuevos
personajes, desde el que será su superior en la oficina que ocupa, un
bondadoso comandante llamado don José Tabasco, miembro activo de las
Juntas de Oficiales de Ceuta, hasta Chuchín, una hermosa joven granadina
con la que Barea mantiene amoríos y llega a transformar en querida oficial,
con piso montado.
El protagonista se hace amigo de uno de los músicos del casino de
suboficiales, apellidado Alcalá-Galiano, “con un apellido heroico y un estómago
vacío”. (Barea Ogazón, 2004: 412) Barea se corre varias juergas en compañía
212
de su nuevo amigo que, a pesar de sus limitados recursos, goza de gran
predicamento en el mundillo de las artistas de cabaret en Ceuta. De hecho,
incluso montan a medias un negocio que consiste en que uno componga la
música y el otro la letra de nuevos y patrióticos pasodobles.
De nuevo Barea en Madrid, una vez obtenida la licencia absoluta, el
lector descubre nuevos personajes, la mayoría civiles. El golpe de estado ha
impuesto la dictadura de Primo de Rivera. Uno de los encuentros que se narran
entonces es el que tiene lugar con el propio dictador, en un reservado de Villa
Rosa, “uno de los colmados andaluces más conocidos de Madrid, en una
esquina de la plaza de Santa Ana.” (Barea Ogazón, 2004: 489), que todavía en
nuestros días sigue abierto al público. Manolo, el camarero intrigante, presenta
al protagonista a don Miguelito: “El general Primo de Rivera estaba repantigado
en un sillón de mimbre y tenía a su lado una mujer de tipo agitanado.” (Barea
Ogazón, 2004: 492). Entonces, don Miguelito, al descubrir que Barea había
sido sargento en Ceuta, le pregunta por su opinión sobre el problema de
Marruecos y qué es lo que haría si estuviera en su puesto de Presidente del
Directorio. La respuesta de Barea es contundente:
Yo he servido en filas y he visto mucha miseria y muchas cosas
peores que miseria. Creo, mi general, que el hombre que quiera
gobernar España debe abandonar Marruecos, que no es más que un
matadero. (Barea Ogazón, 2004: 492).
213
La respuesta del dictador también es transparente, tanto como había
sido la de Barea: “- El general Primo de Rivera opina lo mismo, muchacho. Y si
puede lo hará. Y podrá, aunque el diablo se empeñe.” (Barea Ogazón, 2004:
493).
El último personaje que aparece en la narración es el de un anciano
moro ciego que Barea rememora entre las sombras de los pinares de la
Moncloa. Recuerda el protagonista cómo apareció este anciano un jueves,
camino del zoco, cuando trabajaba a la sombra de la gran encina para construir
la carretera que uniría Tetuán con Xauen. Al escuchar la explicación de Barea
sobre las ventajas de la futura carretera, el anciano exclama:
-¿Un camino llano? Yo siempre he caminado por la vereda.
¡Siempre, siempre! No quiero que mis babuchas se escurran en sangre
y este camino está lleno de sangre todo él. Y se volverá a llenar de
sangre, ¡otra vez y otra y cien veces más! (Barea Ogazón, 2004: 508).
______________________
214
2.4.3- TEMAS PRINCIPALES:
Una vez más, debemos subrayar el hecho evidente del carácter
autobiográfico de “La ruta” como elemento determinante en la elección de los
principales temas narrativos. Precisamente, el principal tema que trata la obra
de Barea no es tanto la guerra colonialista como la corrupción de la sociedad
militarista de la época alfonsina.
El mismo título de la novela predetermina también uno de sus
principales temas narrativos. En efecto, la narración presenta al lector el
sendero que recorre el protagonista, o la trayectoria vital si se prefiere, en su
camino hacia el compromiso político y social como única opción opositora
frente a la decadencia de la sociedad militarista y capitalista del reinado de
Alfonso XIII.
En este sentido, conviene retomar la certera reflexión que Torres
Nebrera lleva a cabo en torno de la simbología de la carretera o la ruta
conjugado con el simbolismo atávico representado por la añosa higuera que se
alza imponente sobre el trazado teórico de la futura carretera que unirá la
capital del Protectorado, Tetuán, con Xauen, la capital mítica de los rifeños y
entonces sede de la corte de el-Raisuni. (Torres Nebrera, 2001: 124 y 125).
La novela se inicia con la llegada del sargento Barea a ese territorio
virgen que deberá ser sometido, mediante el trazado de una carretera, al
dominio de las modernas comunicaciones permitiendo el paso de camiones
215
que trasladarían no sólo tropas españolas sino también mercancías y población
civil, tanto autóctona como colonizadora. Nos encontramos, por tanto a Arturo
Barea:
Estrechamente vinculado a dos símbolos: el de la carretera que
se está construyendo y el de la higuera que es preciso arrancar, porque
crece en medio del trazado de esa carretera, so pena de que se desvíe,
rodeándola, dejándola en medio, arraigada, fértil, sombreando una
fuente que calme la sed del nuevo camino.
La higuera, desde el punto de vista de la experiencia vital de Barea, con
sus profundas raíces y su tronco retorcido, anclado con firmeza en el terreno,
adquiere una importancia simbólica todavía mayor. No olvidemos, en efecto, el
factor desenraizado de la juventud de nuestro autor, con la ausencia de la
figura paterna y el desmembramiento del núcleo familiar, como factor
determinante en la génesis de su propia narrativa de carácter autobiográfico.
De hecho, el título de otra de sus obras, “La raíz rota”, resulta más que
evidente.
Desde este punto de vista, Torres Nebrera ha escrito muy
acertadamente:
No podía por menos que valorar y potenciar en su obra lo que –
de ser cierto en la realidad referenciada- no hubiese pasado de una
anécdota irrelevante: en un espacio en el que planea lo desnortado, lo
216
que carece de fundamento, lo que es como un gran sinsentido
manchado de sangre y sufrimiento, algo –la higuera- tiene razón de ser,
algo tiene la raíz –el sentido- bien seguro y sujeto en medio de la ruta, y
prevalece ante ella.
Por nuestra parte, convendría añadir que la importancia simbólica que el
autor otorga a esta higuera dentro del armazón de todo el relato se acentúa,
todavía más si cabe, al culminar el mismo con una historia como la del anciano
ciego que deambula hacia el zoco tanteando torpemente el camino a los pies
de la misma higuera.
Un análisis del simbolismo de la carretera que se está construyendo nos
conduce, al menos, a tres conclusiones fundamentales, siguiendo la brillante
exposición de Torres Nebrera:
La misma guerra es como un camino incierto, inseguro, como un
laberinto de arena; el camino que sigue el propio sargento protagonista,
sin saber todavía muy bien ni por qué ni para qué; y en tercer lugar, -y
en esta simbolización sí es más explícito el autor- la ruta, el camino
equivocado y sangriento que se ha empeñado en seguir el país hacia
una guerra que pronto será intestina, autodestructora.
El último episodio de la narración, ya mencionado, en el que el
anciano invidente se niega a transitar por esa nueva carretera, también
refuerza esta misma visión pesimista del destino al que conduce la ruta. Según
217
afirma Torres Nebrera, el anciano rechaza la carretera porque “intuye –sabe-
que esa ruta será antes causa de discordia que camino de encuentro”.
Sin embargo, en nuestra opinión, el gran tema de la narración de Barea
es el de la corrupción generalizada del ejército, en particular, y de la clase
política, de toda la sociedad alfonsina, en general. Son numerosísimas las
referencias concretas a la corrupción, tanto a uno como a otro de esos dos
niveles. Sin pretender resultar exhaustivos, nos limitaremos a subrayar una
serie de ejemplos que nos parecen suficientemente ilustrativos.
Ya conocemos a uno de los primeros personajes que aparecen en la
narración, el gordinflón señor Pepe, contratista de piedra en las obras de la
carretera que unirá Tetuán con Xauen. Disgustado por la poca receptividad del
protagonista al favorable acuerdo económico que le propone, y tras una gestión
que el contratista efectúa ante el capitán José Blanco, Barea es llamado a
capítulo, donde se le explica cómo funciona el sistema:
Le voy a explicar cómo están las cosas. Usted sabrá que el
Estado español realiza todas sus obras por uno de dos procedimientos:
por contrata o por gestión directa. En las contratas se saca a subasta la
obra a realizar y se paga lo convenido a un contratista. En la gestión
directa, se calcula el importe y la administración lleva la dirección de las
obras y paga los jornales y los materiales. Claro es que esta carretera no
podría hacerse por contrata, a través de un territorio que es territorio
enemigo. Así que se hace por gestión directa: nosotros pagamos los
218
jornales y compramos los materiales. Trazamos el proyecto y llevamos a
cabo las obras totalmente. Para esto está la Comandancia de Obras de
Tetuán, que se encarga de la parte técnica y administrativa. Cada uno
tiene su jornal: los soldados ganan 2,50 pesetas, usted seis, nosotros los
oficiales, doce. Este es un gran beneficio para todos. A los soldados se
les da 1,50 en dinero y el resto se les mejora en comida. Así, no hace
falta robarles nada ni en el rancho ni en la ropa. Y lo demás, es
sencillo... –Alargó una pausa y sacó de una caja una botella de coñac y
dos copas-. No he querido llamar al ordenanza. Ahora, continuó, le voy a
hablar claro, para que nos entendamos bien: la compañía tiene un fondo
particular, que se nutre de las economías que se realizan sobre lo
presupuestado. Así, tenemos ciento once hombres, pero no todos
trabajan; unos están enfermos, otros con permiso, otros tienen un
destino, etc. Pero como el presupuesto son ciento once, los jornales son,
naturalmente, ciento once. Pero como el que no trabaja no cobra, el
sobrante de jornales pasa a la caja de la compañía. Con los moros es
igual: el presupuesto son cuatrocientos, pero nunca se les puede tener
completos; en realidad son trescientos cincuenta. Pero como tienen que
ser cuatrocientos, se agregan cincuenta nombres árabes y en paz.
¿Quién va a venir a contarlos? Los moros ganan cinco pesetas al día. Y
se les da el pan que quieren a cuenta. Pero ésta es una cuestión de
usted. En cuanto a Pepe, pues, es una cosa parecida; él saca la piedra y
nosotros se la pagamos. Cada kilómetro de carretera necesita tantos
metros de piedra. Pero... si la carretera tiene cinco centímetros menos
de piedra... bueno, calcule usted: cinco centímetros menos son unos
219
doscientos metros cúbicos en kilómetro. En realidad –agregó cínico-
ponemos algo más en la cuenta. (Barea Ogazón, 2004: 271).
La generalización de la corrupción es prácticamente total. En esas
circunstancias, los personajes buscan justificaciones más o menos coherentes,
como pueda ser el intentar diferenciar el hecho de robar, en sentido restringido,
de lo que ellos practican: “Robar es quitar el dinero a alguien. Pero esto no es
robar. ¿Quién es el Estado? Si robamos a alguien, es al Estado, y bastante nos
roba él a nosotros.” (Barea Ogazón, 2004: 273). De la misma manera, se
justifican esos robos por las duras condiciones en las que los militares
desempeñan sus funciones, recibiendo a cambio salarios de miseria: “¿Tú
crees que un sargento, con noventa pesetas al mes puede vivir? Y aun aquí, en
África, con ciento cuarenta por estar en campaña, ¿se puede vivir?” (Barea
Ogazón, 2004: 273).
Lógicamente, dependiendo del cuerpo o la unidad en la que se esté
destinado, la corrupción se dirigirá hacia distintos objetivos. Así, como ya ha
quedado apuntado, el cuerpo de Ingenieros se aprovecha de las contratas para
sacar pingües beneficios. Otros cuerpos del Ejército, se ven obligados a
descubrir triquiñuelas más modestas:
¿Por qué un sargento de cazadores? – Porque es de lo único de
donde pueden robar, de la comida. Pagan cinco o diez pesetas por una
cabra o un carnero que esta medio podrido, lo meten en el rancho de los
soldados y lo ponen en la cuenta en treinta pesetas. Es de lo que
220
chupan. No tienen paga extra como nosotros, ni pueden hincharse de
comer grava de carretera. (Barea Ogazón, 2004: 313).
De la misma manera, el destino en cocinas era especialmente
apetecido:
- Y usted, ¿cómo lo pasa por aquí? – No muy mal. La cocina me
da diez pesetas al día: y siempre se saca algo de la ropa, aunque haya
que dejarle su parte al suboficial. Y la comida me sale gratis; donde
comen dieciséis comen diecisiete. (Barea Ogazón, 2004: 318).
Otro ejemplo que ilustra perfectamente la corrupción generalizada es el
siguiente:
De sargento no sacas nada más que cuando te nombran de cocina o
cuando te mandan a un blocao. Pero de suboficial, eres tú quien te encargas
del vestuario de la compañía. Imagínate, lo menos mil pesetas al mes y me
quedo corto. Y con un poco de suerte en operaciones. -¿Qué suerte? ¿Otro
tiro? – No, hombre, no seas idiota. Si yo soy el suboficial y me toca una de
esas operaciones en que las cosas se ponen serias y me matan la mitad de
la compañía, me pongo las botas. Al día siguiente doy parte de la pérdida del
equipo de la compañía completo. Figúrate: doscientas mantas, doscientos
pares de botas, doscientas camisas, doscientas guerreras... (Barea Ogazón,
2004: 329).
221
Por otra parte, la corrupción de la clase política, empezando por el propio
Alfonso XIII y siguiendo por sus principales ministros, sobre todo Romanones,
ocupa un espacio muy importante dentro de la narración. Ya hemos
mencionado el caso de la fábrica Hispano-Suiza, con los enredos financieros
de Mateu, que Barea, como secretario del Consejo de Administración conoce
perfectamente.
El caso de Motores España S.A. merece una explicación detallada por
parte de Barea. Se trató de la aventura descabellada que, so pretexto de
transformar la aviación española, buscaba la realización de beneficios de
carácter especulativo mediante la subida disparatada del precio de las acciones
cotizadas en la bolsa de Madrid por el prestigio de las personalidades públicas
que formaban parte de su accionariado y por las importantísimas cantidades
teóricamente desembolsadas. Arturo Barea, con tan sólo diecinueve años
desempeñaba las funciones de asistente de don Juan de Zaracondegui. La
fábrica se instaló precisamente en unos terrenos de Guadalajara, el feudo de
Romanones. No sin cierta ironía, el narrador explica cuál era el propósito
perseguido:
Motores España era una empresa patriótica que iba a liberar a
España de su dependencia de otros países y le iba a dar su aviación
propia. El conde (Romanones) y el industrial (Mateu) eran grandes
patriotas. (...) Se emitieron cinco millones de pesetas en acciones
222
liberadas y yo abrí el libro mayor de la sociedad, encabezando las
siguientes cuentas con mi mejor letra gótica: S.M. Don Alfonso XIII,
1.000.000, Don Miguel Mateu, 2.000.000, El Conde de Romanones,
1.000.000, Don Francisco Aritio 500.000. (Barea Ogazón, 2004: 381).
Otro ejemplo de la corrupción de Alfonso XIII queda patente en el
siguiente ejemplo:
Toda la porquería del Narizotas está saliendo a relucir: los
millones que le pagó Marquet para abrir las casas de juego, el Palacio
de Hielo y el casino de San Sebastián, ¿te acuerdas? También en el
Círculo de Bellas Artes dicen que está pringado el Narizotas. Está en las
minas del Rif con Romanones y en el suministro de camiones para el
ejército con Mateu; y para colmo de todo el lío de Marruecos. (...) Una
historia sucia porque resulta que él es el responsable del desastre. Le
escribió a Silvestre, a escondidas de Berenguer, y le dijo que siguiera
adelante. Dicen hasta que, cuando Annual acababa de ser conquistado,
le mandó un telegrama a Silvestre que decía. “¡Vivan tus cojones!”. Y
cuando le habló de la catástrofe y de los miles de muertos que había,
dijo: “la carne de gallina es barata”. (Barea Ogazón, 2004: 376).
Por último, señalaremos un tema al que Barea dedica sin duda una
atención menor, como el de la internacionalización del conflicto, sobre todo en
lo que se refiere a la implicación de las Autoridades francesas en la venta de
223
armas a los sublevados, o la ausencia de controles eficaces en su zona,
primero, así como la implicación directa de las tropas francesas, incluyendo
graves derrotas. Sin embargo, este tema, como se verá con mayor
detenimiento en su momento oportuno, adquiere una importancia capital para
comprender la magnitud del desastre, así como la proyección exterior
alcanzada por Abdelkrim.
De esta manera, por ejemplo, el tráfico de armas, junto con el origen
etimológico del paqueo, posteriormente tan tristemente célebre durante la
guerra civil, se describe de la siguiente manera:
Los viejos fusiles Remington que el Gobierno francés vendía a
comerciantes poco escrupulosos venían a parar aquí. La gruesa bala de
plomo producía un sonido peculiar cuando salía de la boca del fusil, un
ruido que sonaba en los cerros: Pa...co. Y por este nombre, Paco, los
conocíamos todos. (Barea Ogazón, 2004: 280).
La situación complicada en la que a la postre Francia se verá inmersa y
que, tras las sucesivas derrotas del ejército francés, conllevará que un acuerdo
militar entre el Directorio militar y las autoridades francesas sea ineludible,
como única vía para evitar la pérdida completa de las dos zonas de influencia
en el norte de Marruecos, también es objeto de atención por la narración de
Barea:
224
Pero esto me parece serio. Con la retirada les hemos dejado a los
franceses con el culo al aire. Lo primero, se les ha acabado el negocio
de vender fusiles y municiones a los moros; y lo segundo, Abd-el-Krim
les está dando un mal rato con sus propagandas en su zona. Pero lo
peor para ellos es que si nos vamos de Marruecos, se van a meter allí
los ingleses o los italianos o los alemanes, y esto Francia no lo aguanta.
(Barea Ogazón, 2004: 504).
___________________________
225
226
2.4.4.-TECNICA Y ESTILO:
Toda la trilogía de Barea se caracteriza por una redacción rápida,
apresurada, muchas veces incluso coloquial, marcando un estilo que en
ocasiones adolece de una falta evidente de cuidado literario. Las páginas de
“La ruta” no constituyen, ni mucho menos, una excepción. Antes bien, los
numerosos diálogos entre personajes de muy baja extracción social, la
angustia de muchas de las situaciones narradas o la rapidez de las
descripciones, incrementan, tal vez conscientemente, esa misma sensación de
un autor que otorga escaso interés a las cuestiones meramente formales.
En el conciso pero excelente prólogo de Nigel Townson, se indica
claramente este aspecto que acabamos de mencionar:
Se ha criticado La forja de un rebelde por sus errores
gramaticales, por sus le-ismos, la-ismos y por el uso de esto en vez de
eso. Sin embargo, como ha subrayado Michael Eaude, muchos de estos
fallos constituyen coloquialismos intencionados. Los errores que
permanecen se deben a la curiosa historia de la publicación.
La curiosa historia a la que se refiere Townson, ya mencionada, es la de
la publicación del texto primero en una traducción inglesa y retraducida
posteriormente al castellano al haber perdido Barea el original en español. De
hecho, las versiones posteriores a la de Losada ya han sido convenientemente
227
corregidas. Así, se eliminaron hasta diecinueve anglicismos, junto con otros
errores materiales de edición.
Según señala Torres Nebrera, la mayoría de los críticos que se han
ocupado de la obra de Barea, aunque bastante escasos, han coincidido en
atribuir a la escasa formación intelectual de nuestro autor el estilo poco cuidado
de sus narraciones. En palabras de este autor, nos encontraríamos ante “una
prosa de escasa calidad, desmañada, torpe en muchos momentos, a fuerza de
ser excesivamente espontánea.” (Torres Nebrera, 2001: 41). Citando a Alborg,
al que considera uno de los críticos más duros en el mencionado sentido,
señala:
Barea no suele poner mucha diligencia en resolver dificultades
expresivas, y escribe frecuentemente como Dios le da a entender, sin
andarse por las ramas. No trabaja el lenguaje, no ya con arte, sino ni
siquiera con corrección. Tropezamos a cada paso con expresiones
ramplonas, que hubieran podido mejorarse con un pequeño esfuerzo –
con un mínimo de gusto también-; con multitud de incorrecciones
gramaticales que el escritor no se detenía a remediar mediante la
búsqueda de la fórmula justa. (Alborg, 1968: 213).
Sin embargo, el propio Torres Nebrera reconoce explícitamente que
esta serie de críticas negativas no devalúan el valor de la creación de nuestro
autor.
228
No puede generalizarse en la trilogía de Barea, -escribe-, la
creencia de que era un pedestre escritor sin estilo. La calidad estética de
muchas de sus descripciones, sobre todo de los espacios y tipos del
Madrid que tan bien conocía, lo pone muy en duda. (Torres Nebrera,
2001: 43).
El estilo de toda la trilogía se caracteriza por una sencillez y una
economía narrativa muy llamativa. De hecho, el propio Barea, resume el
sentimiento que le embarga una vez concluida la obra:
Cuando estuvo terminada la primera versión cruda de “La forja”,
me descorazoné (...) Había luchado por fundir forma y visión, pero mis
frases eran crudas porque había tenido que salirme de los ritmos
convencionales de nuestra literatura, para poder evocar los sonidos y las
imágenes que me habían formado a mí y a tantos de mi generación. ¿Lo
había conseguido? No estaba seguro. (Torres Nebrera, 2001: 104).
Las dos partes en las que se divide “La Ruta” se diferencian
considerablemente, tanto por la temática tratada como por el estilo. En la
primera parte son muy numerosas las escenas estrictamente militares. La
atención del narrador se centra en la vida militar, ya sea en campaña, en
acciones bélicas, o en las obras de la carretera por parte de la compañía de
ingenieros. En esta primera parte hay muchas escenas excelentes desde un
punto de vista narrativo. Por ejemplo, la ya mencionada, que trata de la
229
aparición de Millán Astray y del magnetismo histérico que provoca entre los
legionarios, o el capítulo dedicado a la narración del Desastre de Annual.
De hecho, el propio Torres Nebrera declara abiertamente:
En medio de tan dramáticas circunstancias renace el buen
descriptor de ambientes exóticos que es Barea, en especial el núcleo
urbano de Xauen (“cuando aún no estaba prostituida, cuando pasear por
sus calles era aún una aventura”), una ciudad que a Barea le recuerda el
Toledo de las tres razas y de las tres religiones del pasado medieval.
(Torres Nebrera, 2001: 120).
La segunda parte de la narración se centra sobre todo en la descripción
de las corruptelas de la vida militar en Marruecos. Barea recurre al artificio de
sacar a colación relatos de terceras personas que son los que narran el
episodio concreto, ya que el protagonista no puede asistir personalmente a los
mismos al ocupar un puesto de carácter administrativo en la Comandancia de
Ceuta. En opinión de Torres Nebrera, esta segunda parte adquiere “a veces un
tono mucho más teórico y tedioso.” (Torres Nebrera, 2001: 121).
En la segunda parte salen a relucir toda clase de abusos y desmanes
dentro de un escenario esperpéntico justificado tan sólo por esas mismas
corruptelas y por el afán de ascender en el escalafón militar por méritos en
campaña. Asimismo, la narración abandona esa espontaneidad de la que
hablábamos respecto de la primera para recurrir cada vez con mayor
230
frecuencia a la inserción de largos párrafos en los que salen a relucir los
negocios de la clase política y las corruptelas del sistema político. De esta
manera, se rompe la linealidad para introducir elementos ajenos al relato
propiamente personal o autobiográfico.
Creemos, sin embargo, que esas pausas narrativas, aunque sean la
causa de que la lectura pierda en cierta medida viveza y frescura, contribuyen
sin embargo poderosamente a incrementar el interés histórico de la novela. De
esta manera, el recurso a la exposición de los negocios del “Narizotas” que
lleva a cabo un tercer personaje, y del que ya hemos hablado en su lugar, o el
deterioro del clima político madrileño, preludio del golpe de Estado que
conducirá a la dictadura de Primo de Rivera, por no hablar del encuentro
personal de Barea con el dictador en un reservado del Villa Rosa, constituyen
herramientas narrativas del todo imprescindibles para que el lector pueda
obtener una composición de lugar amplia tanto de las circunstancias en las que
España se encontraba en los años veinte del pasado siglo como del clima de
confrontación que se va gestando y que será principal tema narrativo de la
tercera parte de la trilogía.
____________________
231
232
2.5- “HISTORIA DEL CAUTIVO”, DE JUAN ANTONIO GAYA NUÑO (1962):
233
234
Juan Antonio Gaya Nuño (1913-1976) fue en su época, sobre todo, uno
de los más importantes historiadores y críticos de Arte. Publicó toda una serie
de estudios monográficos sobre las obras de los pintores españoles más
destacados, tanto del período clásico, Murillo, Velázquez, Zurbarán y Goya,
como de los vanguardistas del siglo pasado, Gris, Picasso y Cossío29.
Asimismo, es autor de una “Historia del Arte Español”30, de “Arte del siglo XIX”31
y de la “Historia de la Crítica de Arte en España”32.
La faceta de narrador de Gaya Nuño, frente a su obra como crítico de
arte, había quedado hasta cierto punto relegada. Además, la ausencia de
reediciones y, sobre todo, de una edición recopilatoria de la globalidad de sus
obras, hasta la llegada en 2000 de las Obras Completas en la Biblioteca de
Castro, ha hecho muy difícil el acceso no especializado a la mayoría de sus
narraciones, salvo en el caso de su obra más conocida por el público lector, “El
santero de San Saturio”33, reeditada varias veces en la colección Austral.
Gaya Nuño nació en Tardelcuende, Soria, en el seno de una familia
prestigiosa, -su padre fue médico-, marcadamente intelectual. El doctor Gaya
Tovar, conocido republicano, fue fusilado nada más iniciarse la Guerra Civil.
29 La vida y obra de Gaya Nuño ha sido detenidamente estudiada por José María Martínez Laseca e Ignacio Río Chicote, (1987) “J.A. Gaya Nuño y su tiempo: literatura y arte”. Valladolid: Consejería de Cultura y Bienestar Social, colección Villamar. 30 Gaya Nuño, J.A. (1957) « Historia del Arte Español ». Madrid: Plus Ultra. 31 Gaya Nuño, J.A. (1958). “Arte del siglo XIX”. Madrid: Colección Ars Hispanie, vol XIX, Plus Ultra.32 Gaya Nuño, J. A. (1975). “Historia de la Crítica de Arte en España”, Madrid: Ibérica Europea de Ediciones.33 Gaya Nuño, J. A. (1965) « El santero de San Saturio ». Madrid: Editorial Espasa-Calpe, Colección Austral.
235
Desde un punto de vista biográfico, conviene recordar que Gaya Nuño
fue profesor, siendo apartado de la docencia por la dictadura del general
Franco, aunque posteriormente continuaría su labor docente como profesor
invitado de la Universidad de Puerto Rico. El profesor Raúl Morodo, que
coincidió con Gaya Nuño en esta Universidad, ha recordado oralmente el
interés y la erudición de esas intervenciones académicas y, sobre todo, la
amenidad de las numerosas charlas mantenidas con nuestro autor.
La imagen de Gaya Nuño, en palabras de Martínez Laseca y del Río
Chicote es una especie de don Quijote, alto, flaco, violento y señorial, lleno de
fe en su verdad y de cólera hacia la mentira ajena, siempre ferviente y a
menudo tonante (Martínez Laseca, 1987: 7).
También lo retratan como una especie de lobo solitario, pero lobo
dispuesto siempre a defender no su pitanza sino su propia independencia. De
hecho, el abandono de la Universidad, al negarse a jurar los Principios
Fundamentales del Movimiento, en 1963, es buena prueba de esta afirmación.
La familia Gaya Nuño se trasladó a la capital, Soria, hacia 1920, donde
el padre ejercerá, además de la medicina, como profesor del Instituto Técnico.
En aquellos años de la posguerra europea, toda España se encuentra inmersa,
tras unos años de bonanza económica, en una profundísima crisis no sólo
material sino también social.
236
Ese clima de intranquilidad se pone especialmente de relieve con el
asesinato del Presidente del Consejo, Eduardo Dato, el 8 de marzo de 1921, en
la línea de los atentados previos contra otros Presidentes, como Canalejas,
Cánovas y Prim, y contra el propio Alfonso XIII.
Las circunstancias políticas encumbrarán a un personaje soriano, bien
conocido de los Gaya, hacia altas funciones dentro del Gobierno. Como ya se
verá en su momento, Luis Marichalar y Monreal, Vizconde de Eza, es
nombrado Ministro de la Guerra por el nuevo Presidente del Consejo, Manuel
Allendesalazar. Esta nueva situación, incluyendo la cada vez más complicada
tesitura africana, es descrita de la siguiente manera:
… la agitación social y la ofensiva de los nacionalismos venía a
repercutir sobre el reducto colonial marroquí en el que tras del
premonitorio desastre del Barranco del Lobo en 1909 se había sostenido
una relativa calma que duró hasta 1919 en que Francia amenazó con
excluir a los españoles del protectorado si no apaciguaban los ánimos
de los revoltosos cabileños. En la accidentada zona del maldito Rif, las
tropas españolas avanzaban con dificultad con el propósito de alcanzar
Alhucemas para neutralizar las resistencias en esta última zona. Pero
las cosas se estaban poniendo feas. La violenta réplica del insurrecto
Abd-el-krim en aquel caliente verano de julio (de 1921) daba en abrir el
“viacrucis” de un dolor inolvidable, mojonado en los desastres de
Igueriben, Annual y Monte Arruit, que computó más de 10.000 bajas en
el censo de las tropas españolas y otros tantos entre heridos y
237
prisioneros (entre ellos varios generales), lo que es igual a un ejército
deshecho. África se había convertido de este modo en la gran
protagonista de la historia de España de 1921. (Martínez Laseca, 1987:
22).
Gaya Nuño vivirá de cerca los acontecimientos posteriores, desde la
instauración de la dictadura del general Primo de Rivera hasta la proclamación
de la República. En 1932 concluirá sus estudios de filosofía y letras, cursados
en la Universidad de Madrid.
Ese mismo año participará en una serie de actos desarrollados con
ocasión de la visita de La Barraca a la provincia de Soria. Poco antes, había
conocido, durante una excursión a Numancia, al Ministro de Instrucción
Pública, don Fernando de los Ríos. Según relata Martínez Laseca, poco
después Gaya Nuño fue nombrado profesor ayudante del Instituto de Soria,
dando también inicio a sus primeras publicaciones, con la aparición de un
estudio sobre la torre árabe de Noviencas, en la revista “Archivo español de
Arte y Arqueología”.
El inicio de la guerra civil sorprende a casi toda la familia de Gaya Nuño
en Soria. En los años previos a la contienda, su padre se había caracterizado
por una defensa pública cada vez más enaltecida de la República y de los
valores civiles que este régimen encarnaba. En esas circunstancias, cuando
Soria es ocupada por la columna navarra del coronel Escámez la represión,
durísima, no tardaría en hacerse notar contra los sectores de izquierda,
238
incluyendo, lógicamente, al doctor Gaya Tovar, quien es detenido el día 22 de
julio y asesinado el 16 de agosto.
Estas terribles noticias llegan a Juan Antonio Gaya Nuño que se
encuentra en Madrid, realizando los cursillos de acceso a cátedra. Podemos
imaginarnos cuál fue la reacción ante esta pérdida.
Gaya Nuño, siguiendo el llamamiento de los socialistas sorianos, se
alista en lo que luego será el Batallón Numancia, llevando a cabo diversas
operaciones militares en la zona de Guadalajara. En plena guerra civil, en
1937, se casa con Concepción Gutiérrez de Marco.
Los años de la posguerra no serán, ni mucho menos, fáciles para la
joven pareja. Un Consejo de Guerra condena a Gaya Nuño a veinte años y un
día de prisión, al considerar que se había alistado voluntariamente en el
Ejército de la república y que había alcanzado el grado de oficial. Nuestro autor
recorrerá varias de las prisiones madrileñas de la época, pasando por las de
Santa Rita, en Carabanchel bajo, San Antón y Yeserías. Luego será trasladado
a otras cárceles alejadas de la capital, como las de Santander o Las Palmas de
Gran Canaria, hasta que, debido a su buena conducta, en 1943, se ve redimido
de su condena.
El matrimonio se establece algún tiempo en Bilbao, acompañando a su
hermano que había ganado una cátedra de griego, luego en Barcelona, donde
regentará una galería de arte con escaso éxito, y por fin, de nuevo en Madrid,
239
donde con grandes penas podrá ir dedicándose a su vocación literaria y de
crítica de arte.
En los años sesenta Gaya Nuño se había convertido en uno de los más
reputados críticos de arte del mundo hispánico, prodigándose también en
numerosas charlas, conferencias y clases magistrales tanto en España como
en el extranjero.
A modo de brevísima reseña de su extensa obra narrativa,
recordaremos que “El santero de San Saturio”, escrito en 1953, es un excelente
libro de estampas de la ciudad y los personajes de la Soria de entonces.
“Tratado de mendicidad”, ya de la década de 1960, es un ensayo sobre la
pobreza y la vida bohemia, desde una perspectiva literaria. “Los gatos
salvajes”, de la misma época, reúne una variada serie de relatos breves sobre
la Guerra Civil y la posguerra. Otra parte muy importante de la obra de Gaya
Nuño se articula en torno de cuentos cortos, entre los que podríamos destacar
“Los monstruos”.
La “Historia del Cautivo” es una novela tradicional que, aunque no
careciendo de determinados recursos estilísticos vanguardistas, supone una
importante labor de investigación y adaptación histórica del autor que lleva a
cabo su labor creativa en un momento histórico muy posterior al de los hechos
narrados. Se trata de una novela de altísima calidad literaria que de existir
ediciones más asequibles gozaría indudablemente de los favores del gran
público lector.
240
Añadiremos que, según lo expuesto por Martínez Lacuesta, resulta harto
complicado englobar a Gaya Nuño dentro de una u otra generación o corriente
literaria. Sin embargo, de un manera que refleja un cierto esfuerzo académico,
teniendo en cuenta razones de edad, retraso en dar a conocer sus
producciones literarias, visión crítica de la sociedad y de su momento histórico,
podría situarse a Juan Antonio Gaya Nuño dentro de lo que pudiera definirse
como “realistas de la primera promoción de posguerra”, que englobaría también
a nombres como puedan ser Ángel María de Lera, José Suárez Carreño, Luis
Romero o Dolores Medio (Martínez Lacuesta, 1987: 72).
Por último, señalaremos una observación de carácter general sobre la
globalidad de la obra literaria de Gaya Nuño expresada certeramente por
Martínez Lacuesta:
… en Juan Antonio Gaya Nuño cobra razón el dicho de que la
literatura es la infancia al fin recuperada ya que vemos se hace nítida la
querencia de la tierra, cuando no físicamente por medio de sus
protagonistas marginales, y por lo que fuera su propia razón de ser: la
palabra, empleando un clásico lenguaje castellano, crisol donde se
funden acertados procedimientos expresivos –fónicos, morfosintácticos y
semánticos –de todo tipo, con voces, giros, refranes y modismos
campesinos debidos todos ellos a su origen soriano, siempre por él
proclamado y afirmado. (Martínez Lacuesta, 1987: 93).
241
Por su parte, mencionaremos que López Barranco traza un cierto
paralelismo entre la novela de Gaya Nuño y el “Annual”, de Francisco Camba,
basándose, qué duda cabe, en el subtítulo de la obra de Gaya, y en los veinte
años que separan las fechas de la publicación de ambas, en México en 1966,
para el caso de “La historia del cautivo”, y en Madrid en 1946, en el caso de
Camba.
Así las cosas, afirma López Barranco que un aire bien distinto recorre el
episodio de Gaya Nuño, donde a pesar de que el autor declare en el prólogo
que haya limitado el recurso a la fantasía, por entender que su exceso
estorbaría en una narración como la suya, se afirma:
Se amalgaman con acierto para ofrecer un resultado final cercano
a la novela de aventuras, por cuanto de amenidad y peripecia personal
tiene, pero sin que esto suponga menoscabo para a la vez dejar cruda y
fidedigna constancia de todo el horror que acompañó a aquel capítulo de
la historia de España (López Barranco, 1999: 669).
También señala López Barranco que los comentarios que ha recibido la
obra de Gaya Nuño son unánimemente elogiosos, aunque, la crítica haya sido
escasa debido, fundamentalmente, a la todavía mucho más escasa difusión de
“La historia del cautivo”. Sin embargo, todos los comentarios han coincidido en
subrayar sus cualidades narrativas y literarias. Recuerda especialmente las
elogiosas palabras de Lawrence Miller, quien afirma que “sobresale por su
calidad literaria, su verosimilitud y su facultad creadora. También Santos Sanz
242
Villanueva considera esta obra una de las que tiene “uno de los argumentos
más duros, desencantados y corrosivos de toda la postguerra”.
Para concluir, señalaremos que muy recientemente tuve la oportunidad
de comentar con el profesor Raúl Morodo algunos aspectos de la obra de Gaya
Nuño. Llama la atención que, al menos en la etapa en la que coincidieron en la
Universidad de Puerto Rico, a mediados de la década de los setenta, y según
señala Morodo, Gaya Nuño otorgaba un valor muy residual a su obra narrativa
frente a la valoración mucho más positiva que hacía del resto de su obra, sobre
todo de la relativa a la crítica de arte.
____________________
243
244
2.5.1- ESTRUCTURA:
La “Historia del cautivo” se divide en diez capítulos que se presentan al
lector precedidos de un “Preliminar” en el que el autor, a la vez que justifica el
subtítulo galdosiano elegido, “Episodios Nacionales”, enmarca someramente el
relato dentro de un contexto histórico bien definido.
Esa breve introducción va a su vez precedida de una cita cervantina,
tomada de la primera parte del Quijote, capítulo XXXVIII, relativa precisamente
al ruego que en la venta de Maritornes dirige don Fernando para que el cautivo
proceda a relatar su propia historia y que efectivamente aparecerá en el
capítulo siguiente:
Don Fernando rogó al cautivo les contase el discurso de su vida,
porque no podría ser sino que fuese peregrino y gustoso... A lo cual
respondió el cautivo que de muy buena gana haría lo que se le
mandaba, y que sólo temía que el cuento no había de ser tal que les
diese el gusto que él deseaba; pero que, con todo eso, por no faltar en
obedecelle, le contaría.
El Quijote está presente a lo largo de todo el relato. El recuerdo
cervantino es evidente desde el propio título de la narración hasta el de
determinados capítulos, como el XL, “Donde se prosigue la historia del cautivo”.
245
La influencia quijotesca se acentúa todavía más cuando el principal
protagonista se encuentra inmerso en una situación paralela a la que el propio
Cervantes vivió cuando su cautiverio en tierras del norte de África. Sin
embargo, no es necesario recordar que el cautivo cervantino, Rui Pérez de
Viedma poco o nada comparte con el carácter mezquino y taimado de
Clemente Garrido, el personaje de Gaya Nuño.
El relato se interrumpirá en diversas ocasiones para reproducir
determinados documentos que varían enormemente en extensión e
importancia. Así, desde el acta de nacimiento del principal personaje hasta
recortes de prensa en los que el lector, por ejemplo, descubre la culminación
de la impostura llevada a cabo por el mismo, pasando por ciertas epístolas que
explican la evolución del destino militar de ese personaje.
El relato se desarrolla, desde un punto de vista cronológico, desde unos
meses antes del nacimiento del protagonista principal, en 1900, hasta 1923,
poco antes del golpe militar del general Primo de Rivera y de la instauración de
la dictadura.
Desde un punto de vista geográfico, el relato se enmarca entre dos
espacios principales: Sauqueñuela, en la provincia de Soria, pueblo natal del
protagonista, Clemente Garrido Mallén, y Marruecos, tanto Melilla como el
teatro de las distintas operaciones, Annual, Monte Arruit, y lógicamente, Axdir,
donde sobreviven a duras penas los prisioneros capturados por Abdelkrim.
246
Otros espacios secundarios son Zaragoza, donde terminará casándose nuestro
protagonista, o los despachos ministeriales y el Palacio Real de Madrid.
El argumento central del relato se articula en torno de una explicación
novelada, pero perfectamente factible, de la desaparición del general
Fernández Silvestre tras la pérdida de la posición de Annual. El hecho de que
nunca apareciera el cadáver de Silvestre ya en su día abonó la leyenda con
múltiples desenlaces. Gaya Nuño parte de la fabulación de que, ante la
sinrazón del general y justo antes de que haga de nuevo fuego sobre ellos, son
los miembros de su propia escolta los que acaban con su vida. De esta
manera, Clemente junto con otros dos personajes, Santos y Delfín, ante la vista
de un cuarto, Contreras, acaban con la vida de Silvestre34. Existen otras
muchas versiones relativas al final del general Fernández Silvestre, que
podemos comparar con la que figura en la narración de Gaya Nuño. Más
adelante volveremos a referirnos con mayor detalle a la que Indalecio Prieto
recoge en una de sus crónicas basándose en la versión que le transmite uno
de los notables rifeños. Además de ésta, Federico Villalobos reproduce la de
Pérez Ortíz, publicada en 1923, según la cual “de pie junto a su tienda, al lado
de la puerta del campamento, Silvestre asistió con el ceño fruncido, pero muy
sereno e impasible, a la salida de las tropas” (Villalobos, 2004: 225).
Sin embargo, existen otros testimonios que perfilan una imagen mucho
menos serena y tranquila del general Fernández Silvestre. Según señala el
mencionado Villalobos, Francisco Bastos Ansart describe al general subido en
34 La viuda de Gaya Nuño habría confirmado el carácter meramente novelesco de este episodio. Bernardino González Pérez, página. 309, nota (3): “pura novelación sin base documental”.
247
el parapeto gritando a sus propias tropas, invitándolas a huir del campamento
diciendo “huid, huid soldaditos, que viene el coco”.
A partir de este asesinato, Clemente centrará principalmente sus
actuaciones en ocultar su responsabilidad y en eliminar, incluso físicamente a
los otros tres testigos del suceso. La narración, a lo largo de las páginas, hará
confluir la historia de los personajes ficticios con la de otros personajes
históricos, con numerosas referencias a la realidad española de los primeros
años veinte, de manera que se incrementa eficazmente la verosimilitud de todo
el relato.
Gaya Nuño recurre a un narrador omnisciente en tercera persona, que
relata los acontecimientos en pasado, aunque en no pocos casos recurra a la
primera persona del plural, sobre todo para poner de relieve el dramatismo de
determinados episodios. En otras ocasiones, el narrador omnisciente deja
paso a la primera persona, como ocurre en varios episodios en los que el
protagonista principal se lanza a una serie de soliloquios en los que analiza su
propia situación y los pasos que mejor le convendría dar para conseguir
escapar con el menor daño posible. También desaparece ese narrador
omnisciente cuando se trata de presentar los documentos, cartas y recortes de
prensa a los que antes hemos aludido.
__________________
248
2.5.2- PERSONAJES PRINCIPALES:
A lo largo de la narración aparecen numerosísimos personajes, tanto
históricos como de ficción. Ya ha quedado apuntado que el principal personaje
es Clemente Garrido Mallén. El lector descubre sus rasgos a través de la
descripción detallada que figura en la propia cartilla militar del personaje. Así,
descubrimos que es de frente ancha, pelo y cejas negros, ojos pardos, nariz
mediana, boca grande, labios regulares barbilla redonda, de 1.74 metros de
altura y de 910 centímetros de perímetro torácico (Gaya Nuño, 1984: 361).
A lo largo de las páginas, el lector irá descubriendo el carácter de
Clemente, cobarde, cínico, orgulloso y, en no pocas ocasiones, astuto y
taimado.
Don Hermógenes Frías Tello es uno de los personajes secundarios. Se
trata del párroco del pueblo natal de Clemente, que caracterizado por la
bondad y mansedumbre, prohíja al bastardo sin recursos, nacido “in praesepe,
sicut Dominus Noster”, pero también “in peccato conceptus est” (Gaya Nuño,
1984: 355), llegando incluso a darle los recursos necesarios para que consiga
ser maestro nacional.
Tres de los personajes secundarios ya han sido mencionados como
coautores y cómplices, respectivamente, del asesinato del general Fernández
Silvestre. El cabo Delfín Fernández Ríos morirá al poco tiempo, en la huida
desde Annual hacia Monte Arruit. Pedro de los Santos Martín fallecerá en esta
249
última posición, justo el día antes de que las tropas españolas la retomen,
cuando ayudaba a unos moros a identificar el lugar donde podría estar
sepultado el teniente coronel Primo de Rivera. Por último, Segundo Contreras
Castro fallecerá estando muy debilitado físicamente, con una tisis que le
consumía, tras recibir en el pecho los certeros puñetazos de Clemente.
Otro personaje secundario que desempeña un papel fundamental en el
relato es el aventurero inglés Gordon Bennet, inspirado por otros personajes
históricos35.
El relato se complementa con toda una serie de personajes secundarios,
como puedan ser el hipócrita don Miguel, substituto de don Hermógenes en la
parroquia de Sauqueñuela, o los numerosos soldados compañeros de
Clemente que aparecen tanto en Melilla como en el teatro de las operaciones
militares. Al final de la narración, el principal personaje secundario es Pilar
Gascón Fernández, viuda de un teniente, que se casará con Clemente en
Zaragoza.
En lo que se refiere a los personajes históricos, numerosísimos como no
podía ser de otro modo, destaca en primer lugar el ya mencionado general
Manuel Fernández Silvestre, Comandante General de Melilla, seguido del
también general Dámaso Berenguer Fusté, Alto Comisario en Marruecos,
aunque éste último desempeñe un papel marginal en el relato.
35 Bernardino González Pérez señala que el correlato histórico de ese personaje sería el también capitán inglés Robert Gordon-Canning, citado por V.D. Woolman, “Abdelkrim y la guerra del Rif” (ed. Oikos-Tau, B. 1971, p. 142), p. 313.
250
El general Navarro, superviviente de Monte Arruit y cautivo de los moros
hasta la liberación de todos los prisioneros, es presentado al lector en términos
poco brillantes.
El general Juan Picasso, autor del informe sobre las responsabilidades
del desastre, se caracteriza por su honradez e independencia frente a las
numerosísimas presiones.
Un militar histórico que desempeña un papel central en la parte del
relato concentrada en el cautiverio en Axdir, es el sargento Basallo, quien junto
con el personaje principal ocupa una especie de portavocía de los prisioneros
junto al entorno más cercano a Abdelkrim.
El rey Alfonso XIII aparece repetidamente a lo largo del relato,
poniéndose de relieve la fatuidad de su carácter y la autosuficiencia de su
persona, alentador de Silvestre y, por tanto, responsable último del Desastre,
movido además por siniestros intereses personales de carácter material.
En el bando rifeño destacan en primer lugar los dos hermanos
Abdelkrim. Mohamed es el caudillo de la revuelta, mientras que su hermano
Mehmed, antiguo estudiante de la escuela de Ingenieros de Minas de Madrid,
asesor de su hermano e incluso Ministro de la República del Rif, se caracteriza
por una cierta visión humanista del conflicto.
251
Ben Chelal es uno de los negociadores de la rendición de Monte Arruit.
Será quien favorezca la salida del general Navarro junto con su pretendida
escolta, entre la que en el último momento consigue infiltrarse Clemente.
Mohamed Azerkan, llamado “El Pajarito”, es uno de los personajes más
próximos a Abdelkrim, y cuñado de éste, llegando a ser Ministro de Asuntos
Exteriores de la República del Rif.
El comandante del campo de prisioneros es Ben Hamú, que en
ocasiones es presentado como un personaje sanguinario y en otras como uno
que no carece de ciertas cualidades humanitarias.
Los rifeños encargados de negociar las condiciones del rescate de
prisioneros son Abd Selam, El Maalem, Bennunera y Azerkam.
La mayoría de los principales políticos de la época aparecen
mencionados, algunos desempeñando un papel relativamente relevante a lo
largo de la narración. Así, el vizconde de Eza, Luis Marichalar y Monreal, ocupa
el Ministerio de la Guerra en el Gobierno presidido por Manuel Allendesalazar.
El propio Marichalar presentará al lector, con términos no demasiado amables,
a sus compañeros de gabinete, Juan de la Cierva, Lizárraga, Aparicio o
Argüelles.
El siguiente Gobierno, formado en 1922, presidido por el liberal García
Prieto, en el que aparecen Santiago Alba como Ministro de Estado y Niceto
252
Alcalá-Zamora, como Ministro de la Guerra, juega un papel de primer orden
como encargado del asunto de la liberación de los prisioneros de Marruecos y
también como personajes que certifican la implicación de Alfonso XIII en el
golpe militar en un intento de dar carpetazo al asunto de las responsabilidades.
Aparecen también dos personajes españoles que llevan a cabo sus
buenos oficios para facilitar el rescate de los prisioneros. Al padre Revilla,
enviado por las damas de la alta sociedad madrileña, se le ve como un hombre
de cierta buena fe pero incapaz de avanzar lo más mínimo en sus gestiones en
pro de los detenidos. Luis de Oteyza es presentado como un elemento clave
para resolver tan delicado asunto36.
__________________
36 Según menciona Bernardino González Pérez, Oteyza publicó un libro con sus experiencias tras visitar a los prisioneros, incrementando el clamor popular para que se encontrara una solución. Se trataba de “Abdelkrim y los prisioneros”, Ed. Mundo Latino, M, s.a, 318 pp.
253
254
2.5.3- TEMAS PRINCIPALES:
El tema principal es sin ninguna duda el Desastre de Annual y la
incapacidad del ejército español para enfrentarse a la rebelión rifeña. El relato
se articula en torno de las opiniones enormemente críticas del narrador frente a
las causas, las consecuencias y las responsabilidades de una acción militar
que conlleva la desaparición de cerca de 25.000 soldados.
De esta manera, el lector descubre paulatinamente la total ausencia de
moral de la tropa y la corrupción generalizada de jefes, oficiales y suboficiales.
De manera expresa, Gaya Nuño ofrece al lector el calendario del Desastre,
enumerando asimismo las principales consecuencias de la cadena de errores
dramáticos cometidos por los responsables militares en Marruecos. Así,
además de la desmesurada cifra de muertos y desaparecidos, ya apuntada, el
narrador incide en la pérdida de un ingente arsenal que servirá para que
Abdelkrim arme a sus seguidores con un material moderno y eficaz, y en la
pérdida de todo el territorio conquistado en la zona del Protectorado desde
1909.
Otros dos temas que derivan directamente del ya apuntado son el de los
prisioneros españoles de Axdir, junto con sus peripecias para sobrevivir frente
a la mezquindad de los responsables políticos que regatean el precio que
España estaría dispuesta a pagar por su liberación, y el de las
responsabilidades políticas, militares y criminales imputables a los jefes y
255
oficiales directamente implicados en la concatenación de tan dramáticos
acontecimientos.
El tema de las responsabilidades será analizado con mayor detalle
cuando nos ocupemos en el lugar oportuno del expediente Picasso.
En lo que se refiere al tema de los prisioneros, Gaya Nuño retoma con la
crudeza necesaria un asunto que tuvo en vilo a la población española desde
que llegaron las primeras noticias de su existencia, al poco de certificarse el
Desastre de Annual, hasta su liberación en el verano de 1922. El narrador
presenta dos perspectivas totalmente distintas. La primera, que sigue el clamor
popular y defiende la absoluta necesidad de liberar a los cautivos, y la
segunda, liderada por Alfonso XIII, que no sólo no mueve un dedo en favor de
los prisioneros sino que incluso se indigna ante el desmesurado precio
pretendido por Abdelkrim, cuatro millones de pesetas, y juzga como cobardes a
los escasos sobrevivientes de un desastre del que él mismo, como inductor de
Silvestre, es responsable (“¡Pues no vale poco cara la carne de gallina”) (Gaya
Nuño, 1984: 483).
Las condiciones exigidas para el rescate de los prisioneros ya eran
conocidas por el Alto Comisario a mediados de agosto de 1921. El general
Berenguer “afirmó que los emisarios enviados por Abd el Krim pedían una
suma cercana a los 3 millones de pesetas, y se mostraba contrario a abonarla
en aquellos momentos” (La Porte, 1997: 298).
256
Sin embargo, a pesar de esa oposición de Berenguer, partidario de
llevar a cabo antes de cualquier negociación una importante operación militar
que cercase a las tropas rebeldes, el entonces Ministro de la Guerra, La Cierva,
comenzó a plantearse la posibilidad de negociar abiertamente una solución que
permitiera el canje de prisioneros. Los motivos que impulsaron a La Cierva,
según señala La Porte, fueron forzados por la multitud de gestiones privadas
que se estaban llevando directamente a cabo, así como “la atención que
despertaba su suerte en la plaza de Melilla y el peligro de que pudieran sufrir
represalias al iniciarse el avance militar español” (La Porte, 1997: 299). De
esta manera, el Ministro de la Guerra autorizó que el pago del rescate se
llevase a cabo “siempre y cuando se hiciera individualmente por cada
prisionero, de modo que el curso de las negociaciones no permitiera al
enemigo reunir prontamente una elevada cantidad de dinero” (La Porte, 1997:
300).
Ante estas opiniones, también el general Berenguer cambia de postura y
considera adecuado efectuar el pago del rescate. En un telegrama dirigido a
Madrid, el general señala lo siguiente:
Este asunto tiene dos aspectos, como V.E. muy bien aprecia: el
sentimental, por las desgracias que puedan ocurrirles y el materialista
por las ventajas que a la harka pueda proporcionar el disponer de los
cuantiosos recursos metálicos que pretende. No cabe duda que
disponiendo Abd-el-Krim de la importante cantidad que pide podrá
proporcionarse elementos de guerra que aumenten la energía de su
257
actuación, pero hay que reconocer que si eso ocurriera nunca podrá ser
en tal extensión que llegue a colocarnos fuera de la potencia de nuestros
medios que después de todo se pueden aumentar proporcionalmente
por lo que creo que nunca la situación que esto pudiera crear nos
colocaría en situación de inferioridad que no pudiéramos vencer. El otro
aspecto de la cuestión, el sentimental, es quizás en estos momentos el
más importante, el que más debe preocuparnos, pues ¿qué efecto
produciría en la Nación la noticia de haber sido muertos o martirizados
esos prisioneros a la vista de nuestra plaza de Alhucemas? Yo creo que
es muy de meditar la exposición de someter a nuestro pueblo a tan dura
prueba. (La Porte, 1997: 300).
Como no podía ser de otra forma, el asunto de los prisioneros ocupa un
espacio destacado en las crónicas de Indalecio Prieto. “En el ánimo del Mando
debe pesar como losa de plomo las situación de los prisioneros” (Prieto Tuero,
2001: 23), señala, a la vez que reconoce que no existe una cifra ni siquiera
aproximada del número de españoles retenidos por Abdelkrim. Indica,
asimismo, que el espectáculo más angustioso que ofrece Melilla es el de los
padres, madres e hijos peregrinando tras noticias de los seres queridos:
Es la misma incertidumbre terriblemente dolorosa que aprisionaba
el espíritu del hijo de Fernández Silvestre. Pero respecto del trágico fin
de Silvestre, a pesar de las noticias de estos días, ya no cabe duda (…)
Los rifeños se resisten al rescate de prisioneros. Saben que,
conservándolos, tiene la mejor prenda, y aunque les corroe la avaricia,
258
no la truecan por dinero. ¡Qué penalidades las de esos hombres,
temerosos de que un éxito de sus compañeros de armas les cueste a
ellos la vida! (Prieto Tuero, 2001: 23).
Sobre el asunto del rescate, Indalecio Prieto asegura, en la crónica de
20 de octubre de 1921, que las negociaciones están rotas y su comunicación
cortada. Es más afirma también que Abdelkrim se ha llevado a los prisioneros
tierra adentro, alejándoles de Axdir. Añade:
Al parecer, el Gobierno últimamente se ha colocado en la actitud
irreductible de no dar por los prisioneros una peseta. Antes las
divergencias eran por la forma de pagar el rescate, ahora no se acepta,
ni la forma ni la cantidad. Nada. ¿Se prefiere el sacrificio? (Prieto Tuero,
2001: 111).
De hecho, como señala La Porte, “las noticias que llegaban de los
prisioneros tras el inicio de la campaña eran enormemente fragmentarias” (La
Porte, 1997: 358). Los familiares y amigos de los prisioneros presionaban al
Gobernador Civil de Melilla para que se llegara a un acuerdo lo antes posible.
En Madrid, la Federación de Empleados y Obreros del Ayuntamiento asumió la
responsabilidad de llevar estas reivindicaciones “hasta los aledaños del
Gobierno” (La Porte, 1997: 358). Esta Federación, un poco más adelante, abrió
una subscripción pública para conseguir el rescate exigido por Abd el Krim por
la liberación de los prisioneros. Al poco, se unieron a esta iniciativa las
Asociaciones de Valencia y Córdoba, la Asociación de Vecinos de Madrid, los
259
empleados del Banco de Vizcaya. El movimiento popular alcanzaba cuotas
inesperadas:
Las esposas, madres e hijos de los jefes, oficiales, clases de
tropa, soldados y paisanos prisioneros de los moros dirigieron un
manifiesto a la Nación en el que pedían ayuda para evitar la muerte
pronta y segura de sus familiares. El Gobierno, sin embargo, desautorizó
cualquier intento de suscripción nacional, que tuviera como fin el rescate
de los prisioneros (La Porte 1997: 359).
Esta prohibición provocaría que los esfuerzos de las diferentes
Asociaciones se dirigiera a la obtención de fondos y recursos destinados a
paliar, al menos, la triste situación material en la que se encontraban los
soldados españoles en campaña. Así las cosas, se organizaron en casi todas
las capitales de provincia unas suscripciones denominadas “El aguinaldo del
soldado”, destinadas a agasajar a los soldados originarios de cada una de esas
provincias. De hecho, “la campaña del aguinaldo del soldado no suponía ya
una adhesión a la campaña militar ni a la actuación del gobierno en el norte de
África, sino más bien “el reconocimiento a la valiente labor de los soldados y el
Ejército en el protectorado español. A finales de 1921, la campaña de
Marruecos dejaba de ser un motivo de entusiasmo para empezar a convertirse
en un problema” (La porte, 1997: 363).
260
Todo el proceso negociador es descrito con mucho detalle en el capítulo
III, mientras que las condiciones de vida en el campo de prisioneros de Axdir se
detallan en los capítulos V y IX.
El narrador relata el rescate final en el capítulo X. Gaya Nuño se ciñe
rigurosamente a lo históricamente acontecido, detallando el regateo del precio,
la cuantía finalmente pagada, la organización del transporte naval desde Axdir
hasta Melilla primero y luego hacia la Península, la elaboración definitiva de las
listas de supervivientes, en la que participan tanto el sargento Basallo, al que
ya nos hemos referido, como Clemente Garrido.
Merece la pena detenerse en un tema al que recurre Gaya Nuño para
desarrollar una idea antigua que, al compartir el pueblo español y el rifeño unos
orígenes comunes, defiende el carácter de guerra civil del enfrentamiento
vivido.
Los rasgos de la geografía rifeña se ponen de relieve para compararlos
con los de muchas provincias españolas y constatar así su similitud. De la
misma manera, los rasgos físicos del rifeño se hacen coincidir con los de
muchos de los campesinos españoles. El narrador también subraya las
similitudes entre la música rifeña y determinadas formas del cante andaluz. De
hecho, uno de los personajes secundarios al que también se ha aludido
anteriormente, Gordon-Bennet, se expresa sobre la coincidencia de los
caracteres nacionales del Rif y España, sobre todo en lo que se refiere al gusto
por la fábula y la admiración ante el cuento y el que lo narra.
261
Todo esto no es óbice para que el narrador presente la crueldad del trato
de los rifeños hacia los vencidos, en ocasiones con una meticulosidad excesiva
que no hace sino redundar en un aspecto tan conocido como es el de la
generalización de la violencia extrema.
En algunos casos, y no sólo en la obra de Gaya Nuño, se ha llegado a
hablar de “tremendismo” de las descripciones, (González Pérez, 1989: 322).
Este calificativo conviene perfectamente no sólo al teatro de operaciones
militares, sobre todo en Monte Arruit, de donde disponemos además de
abundantes testimonios fotográficos, sino también al propio campo de
prisioneros en Axdir (Carrasco García, 2005).
De la misma manera, la crueldad muchas veces gratuita de las tropas
españolas en su avance para reconquistar el territorio perdido queda también
de manifiesto en las páginas de Gaya Nuño, como por ejemplo cuando los
soldados juegan al fútbol con las cabezas de unos rifeños, en una fotografía
que el propio Abdelkrim mostró a un periodista del diario francés Le Matin37.
____________________
37 Bernardino González Pérez recuerda muy acertadamente que tanto Mola como Micó relatan este episodio en su respectivas obras, « Dar Akkoba », y « Los caballeros de la legión », p. 323, nota 14.
262
2.5.4- TÉCNICA Y ESTILO:
La principal característica del relato consiste en la constante visión
múltiple que de los acontecimientos recibe el lector. Así, son distintas las
perspectivas de unos mismos hechos, tanto históricos como novelescos, que el
narrador ofrece.
Uno de los ejemplos más significativos de esta técnica es el que nos
ofrece la lectura de dos de los recortes de prensa que figuran dentro del relato.
Por una parte, como ya hemos tenido ocasión de señalar anteriormente,
Abdelkrim es entrevistado por un periodista del diario francés “Le Matin”. En
esta entrevista, el dirigente rifeño explica su propio punto de vista sobre el
origen, las causas y las consecuencias del conflicto. Abdelkrim llega incluso a
perfilar todo un programa de gobierno para lo que podría haber sido la
República del Rif, insistiendo, además, en el gran interés que la nueva nación
independiente tendría en desarrollar unas relaciones amistosas y de fructífera
cooperación con el pueblo español, quien, a su manera de ver, nunca ha
buscado un enfrentamiento con el Rif, sino que es también, en gran medida,
víctima de las circunstancias históricas y de los intereses corporativos del
ejército español.
El dirigente rifeño también se refiere con términos muy razonables a la
solución que desde su punto de visita tendría el asunto de los cautivos. Alude a
la cifra solicitada, los ya mencionados cuatro millones de pesetas, como una
263
cantidad irrisoria comparada con lo que al Estado español le cuesta cada
semana de contienda en el norte de Marruecos.
Por su parte, el Ministro Sánchez Guerra hace unas declaraciones al
“Times” de Londres. Aunque no sea necesario subrayarlo, de puro evidente, la
dicotomía de opiniones queda todavía más patente por la elección de los
medios de comunicación elegidos, uno francés y liberal, otro británico y
conservador.
Sánchez Guerra ofrece al lector una visión conciliadora en lo que se
refiere a los cautivos, mientras que mantiene una prudencia tal vez excesiva
frente al posible éxito de las operaciones militares en curso. El Ministro
subraya, eso sí, el compromiso de España para mantener sus obligaciones
internacionales en la zona del Protectorado.
Otros muchos ejemplos de estas constantes dicotomías podrían ponerse
de relieve. Sin querer cansar al lector, podríamos recordar únicamente la
disparidad de versiones que el narrador nos ofrece en relación a la asunción de
responsabilidades tras el Desastre, con la elaboración del expediente Picasso y
las maniobras políticas para frenar su llegada a buen puerto, o también el
contraste entre el caos en el que se lleva a cabo la desbandada de la posición
de Annual y las cargas ordenadas en las que la caballería de Alcántara intenta
llevar a cabo un último esfuerzo desesperado por garantizar una retirada
ordenada.
264
El estilo general de Gaya Nuño también se caracteriza por el recurso
habitual, aunque comedido, a una cierta ironía frente a los hechos relatados.
Tal es el caso, por poner un mero ejemplo, de la salida de Annual del hijo del
general Fernández Silvestre, ordenada por éste en cuanto comprende lo
irreversible de su situación desesperada.
De una manera general, podríamos asegurar que en el relato predomina
la narración de los distintos acontecimientos, con largos párrafos dedicados a
la descripción de espacios, personajes y situaciones. El espacio que Gaya
Nuño dedica a los momentos dialogados es incomparablemente menor, pero
adquiriendo, eso sí, una importancia nada desdeñable desde el punto de vista
de la construcción narrativa.
Las descripciones, tanto de personajes como de paisajes y ciudades,
alcanzan un detalle sorprendente. De esta manera, a modo de ejemplo
podríamos citar las descripciones de la ciudad de Melilla (Gaya Nuño, 1984:
365) y también en (Gaya Nuño, 1984: 387) o de los personajes Delfín (Gaya
Nuño, 1984: 404) y Santos (Gaya Nuño, 1984: 461).
Sin embargo, el nivel de detalle que alcanzan las descripciones es
todavía más llamativo en el caso de los personajes históricos. De esta manera,
el lector se familiariza con el Vizconde de Eza, Ministro de la Guerra (Gaya
Nuño, 1984: 371-372), padre de Amalito de Marichalar, “que ha sacado
excelentes notas” (Gaya Nuño, 1984: 374), con el Ministro de la Cierva (Gaya
Nuño, 1984: 375), con los generales Berenguer (Gaya Nuño, 1984: 376-377)
265
Fernández Silvestre (Gaya Nuño, 1984: 379-380) y Navarro (Gaya Nuño, 1984:
407), el teniente Frómesta (Gaya Nuño, 1984: 392), Abdelkrim (Gaya Nuño,
1984: 442), Mohamed el-Jattabi (Gaya Nuño, 1984: 444 y 591), Manolo García
Prieto, el confidente del Rey (Gaya Nuño, 1984: 483), Alfonso XIII (Gaya Nuño,
1984: 483), el padre Revilla (Gaya Nuño, 1984: 488) , don Luis de Oteyza
(Gaya Nuño, 1984: 488), el financiero don Horacio Echevarrieta (Gaya Nuño,
1984: 601), o Luis Silvela, “¿Todavía un Silvela?” (Gaya Nuño, 1984: 629 y
ss.).
Gaya Nuño también describe con no poco detalle las distintas posiciones
que, como piezas de dominó, caen una tras otra, formando el escenario en el
que se desarrollan los dramáticos acontecimientos. A modo de ejemplo, y sin
pretender ser exhaustivos, podríamos mencionar las siguientes: Abarrán (Gaya
Nuño, 1984: 388), Buafit (Gaya Nuño, 1984: 389), Igueriben (Gaya Nuño, 1984:
391), Annual (Gaya Nuño, 1984: 393), Ben Tieb (Gaya Nuño, 1984: 394), Dríus
(Gaya Nuño, 1984: 405), Batel (Gaya Nuño, 1984: 410), Tistutín (Gaya Nuño,
1984: 411), Monte Arruit (Gaya Nuño, 1984: 413), Isen Lasen (Gaya Nuño,
1984: 436) o Bu Sbáa (Gaya Nuño, 1984: 480).
La descripción detallada también incluye una serie de elementos
estrictamente militares que contribuyen poderosamente a incrementar la
sensación de realismo de la narración. De esta manera, Gaya Nuño recurre al
heliógrafo (Gaya Nuño, 1984: 392), al máuser (Gaya Nuño, 1984: 400), al fusil
(Gaya Nuño, 1984: 402), la Caballería de Alcántara (Gaya Nuño, 1984: 405), la
policía indígena (Gaya Nuño, 1984: 412), el número de bajas (Gaya Nuño,
266
1984: 421), el de prisioneros (Gaya Nuño, 1984: 434), la descripción de la
bandera de la República del Rif (Gaya Nuño, 1984: 473)38, o la de uno de los
barcos de la Armada española, el “Juan de Juanes”, hundido frente a las costas
del Rif (Gaya Nuño, 1984: 485).
Dentro de los elementos estrictamente militares del relato también
conviene recordar aquellos que se refieren a la jerarquía dentro del ejército
como reflejo de las clases sociales y a las ventajas que conlleva para unos
pocos. Son muchas las referencias que se reiteran a lo largo de las páginas.
Por mencionar tan sólo unos ejemplos, citaremos el caso de “las duquesas de
la Cruz Roja” (Gaya Nuño, 1984: 386 y 494), los oficiales que huyen (Gaya
Nuño, 1984: 401), o el hijo del general Fernández Silvestre (Gaya Nuño, 1984:
396).
Como no podía ser menos en un relato de estas características, se
menciona el famoso telegrama de Alfonso XIII al general Fernández Silvestre:
Porque un día recibió un telegrama cuyo texto todo el mundo
conoció, pero que nunca se ha encontrado. En él se adulaba su virilidad
y se jaleaban sus bríos. El telegrama venía de una casa muy grande en
Madrid. (Gaya Nuño, 1984: 391).
Por último, indicaremos que junto al género epistolar ya indicado, con el
intercambio de cartas entre Don Hermógenes, el Vizconde de Eza, el general
38 Gaya Nuño indica que la bandera de Abdelkrim es verde. Sabemos, sin embargo, que no era así, como se comentará en su lugar oportuno.
267
Berenguer y el general Silvestre, aparecen los también ya referidos artículos y
recortes periodísticos, completados con una nota final que, publicada en “El
Heraldo de Aragón” bajo el significativo título de “Boda de un héroe”, relata el
enlace matrimonial del principal protagonista con la viuda de un teniente.
La sensación de estar leyendo un relato histórico se incrementa
mediante el recurso de la publicación de determinados documentos que
tendrían ese carácter. Así, el acta de la reunión entre los jefes de las cábilas
designando a Abdelkrim como jefe de la rebelión39, el acta de nacimiento de
Clemente Garrido o su cartilla militar, a la que antes nos hemos referido en el
momento de identificar los rasgos físicos del protagonista principal del relato.
_____________________________
39 Bernardino González Pérez sostiene que se trata de un documento histórico, p. 325. Independientemente de su existencia, lo que es indudable es que el contenido de los acuerdos de la reunión de notables convocada por Abdelkrim son perfectamente conocidos.
268
3- CONTEXTO HISTÓRICO: DEL DESASTRE DE ANNUAL Y EL
ESTABLECIMIENTO DE LA REPÚBLICA DEL RIF (1921) A LA DICTADURA
DE PRIMO DE RIVERA (1923) Y EL SOMETIMIENTO DEL TERRITORIO
(1927):
269
270
La serie de acontecimientos que comúnmente se enmarcan bajo la
denominación genérica de Desastre de Annual se inician con la noticia del
derrumbamiento de la Comandancia General de Melilla el día 21 de Julio de
1921.
Las noticias relativas a la amplitud del desastre comienzan a circular en
la Península a partir del día 23 de Julio, definiendo la mayoría de los periódicos
los acontecimientos como un mero “rumor”. El día 24 ya se confirman los
peores pronósticos. Así:
Triste jornada: el desastre de Igueriben y de Annual y el suicidio
del general Silvestre”; “España en Marruecos: una harka importante de
Beni-Urriagel ha obligado a evacuar nuestras posiciones avanzadas en
la zona de Alhucemas. Muerte del general Fernández Silvestre y su
estado mayor. Serenidad”; “El ministro de la guerra, Vizconde de Eza,
confirma que el combate de Annual fue muy sangriento”, “El general
Silvestre sacrifica su vida”, “Dolorosa operación en Marruecos.
(Francisco, 2005: 3).
Sobre la situación de la posición de Igueriben, La Porte recuerda que el
día 17 de julio los rifeños, que habían comenzado a operar con una disciplina y
precisión desconocidas hasta el momento, efectuaron dos disparos de cañón.
Se trataba de un hecho totalmente novedoso, que fue posible únicamente
gracias a las indicaciones recibidas por parte de algún desertor, seguramente
francés o alemán, de la Legión Extranjera. De hecho, el cañón que los rifeños
271
utilizaron contra la posición de Igueriben era uno de los que tomaron en el
asalto a la posición de Abarrán (La Porte, 1997: 184). Además, con bastante
detalle el mencionado autor relata los acontecimientos ocurridos en Igueriben el
día 17 de julio de 1921. De una manera sucinta, podríamos resumirlos de la
siguiente manera:
La harka ya había rodeado casi completamente la posición de
Igueriben desde las lomas y barrancadas próximas. Mostraba
claramente su determinación de impedir el abastecimiento de la
población. El día 17, el convoy que salió de Annual en dirección de
Igueriben estuvo varias horas detenido por el fuego en las montañas,
aunque finalmente el capitán Cebollino, jefe de escuadrón de Regulares,
logró introducirlo en la posición. Unas cien bajas costó aquella operación
(…) El convoy que entró en Igueriben iba muy mermado de víveres y
con escasa agua (…) Los mulos que llevaba el convoy quedaron en
Igueriben, pues el jefe de Regulares no respondía de su seguridad en el
retorno de Annual y fueron dispuestos entre las alambradas exteriores y
los sacos terreros de protección. Allí fueron pacientemente disparados
por los harqueños a lo largo de toda la noche, llegando a arrancar
algunos de ellos en su caída parte de la alambrada exterior (La Porte,
1997: 184 – 185).
En realidad, la primera derrota de las tropas españolas tiene lugar el día
19 de Julio, perdiéndose la posición de Abarrán40, situada por encima de la de
40 Una cronología detalladísima de los acontecimientos a partir de la ocupación y pérdida de Abarrán figura en Villalobos, Federico (2004). “El sueño colonial. Las guerras de España en Marruecos”, Barcelona: Ariel, Grandes Batallas, páginas 215 y ss.
272
Igueriben. Sin embargo, los militares españoles no prestan una atención
excesiva a este acontecimiento. A continuación, el detonante de la cadena de
acontecimientos que se saldará casi con la caída de Melilla en manos de las
tropas de Abdelkrim tuvo lugar el mismo día 21 de Julio con la toma de la
posición de Igueriben, que había opuesto una resistencia admirable al cerco de
las tropas moras. Gracias a los numerosos mensajes que el Comandante
Benítez transmitía a la posición de Annual se conoce perfectamente cómo
fueron las últimas horas de la defensa numantina de una posición que se sabía
perdida de antemano. El heliógrafo informó de que tan sólo quedaban doce
municiones para el último cañón que todavía no había sido inutilizado por los
propios defensores para evitar que cayesen en manos de los asaltantes. Se
pidió que, una vez disparado el decimosegundo obús, la posición de Igueriben
fuera bombardeada desde la de Annual (Francisco, 2005: 36 y ss.).
Todos los esfuerzos del general Silvestre para socorrer la posición de
Igueriben no sólo resultaron baldíos sino que supusieron, además, tremendas
pérdidas en vidas humanas y en material de guerra, sobre todo por el pánico
que como un reguero de pólvora se extendió entre las tropas auxiliares cuando
los escasísimos supervivientes de Igueriben alcanzaron las líneas españolas.
Este radical cambio de la situación de fuerzas fue percibido rápidamente por
las harkas amigas y por las tropas de la policía indígena, que en muy pocos
instantes se cambiaron de bando, atacando desde un nuevo frente a las tropas
de Silvestre, que se verá obligado a replegarse en el mayor desorden hacia la
posición de Annual.
273
La posición de Annual no ofrece refugio seguro a las
desmoralizadísimas tropas que allí se apelotonan. “Completamente
descubierta, la posición es indefendible, carece de cualquier principio táctico,
está dominada por cotas altas y frecuentemente queda aislada por las lluvias.”
(Francisco, 2005: 38).
El día 21 de julio había llegado el general Fernández Silvestre a la
posición de Annual. Se calcula que junto con el Comandante General de Melilla
llegaron unos tres mil hombres a la posición. Se iniciarían de esta manera, casi
de inmediato, las infructuosas operaciones tendentes a socorrer la posición de
Igueriben. La situación es descrita por La Porte de la siguiente manera:
La operación se había iniciado con cierta facilidad, consiguiendo
las columnas españolas un primer avance sobre el terreno. Sin
embargo, conforme se fueron internando en el mismo con dirección a
Igueriben, el enemigo opuso cada vez mayor resistencia hasta levantar
una barrera de fuego que dejó a las tropas españolas clavadas en el
terreno, sin posibilidad de avanzar ni de retroceder. El general Silvestre
contemplaba desesperado desde Annual los inútiles intentos de las
columnas por progresar entre las lomas y las barricadas que conducían
a Igueriben. Mientras tanto, el heliógrafo de Igueriben, sometida a fuego
continuo, transmitía los cada vez más angustiados llamamientos del
coronel (sic) Benítez (La Porte, 1997: 196).
274
En medio de los continuos ataques de las tropas asaltantes, el general
Silvestre decide ordenar la retirada de Annual y de las posiciones próximas de
Talilit y de Buymeyan. Las posiciones intermedias, denominadas A, B y C, ni
siquiera reciben la orden de evacuación y sólo consiguen unirse a la
desbandada cuando ya ésta es general. El caos se adueña de las tropas, no se
respeta ningún orden de salida. En palabras del Teniente Coronel Pérez Ortiz,
se describe la estampida:
La acumulación de fuerzas es tal que éstas se atascan, se
atropellan por pasar. Mulos, unos montados, otros con carga, en su
precipitada carrera, rompen y separan las filas y formaciones obligando
a los que van a pie a salirse del camino, arrojándose al barranco por
donde, buscando la desenfilada ya van muchos soldados. (Francisco,
2005: 41).
El Alférez Maroto, en su diario inédito irá todavía más lejos cuando
describe la llegada de las avanzadillas de los que escapaban: “los primeros
fugitivos completamente desmoralizados, gritando y llorando, arrojando el
armamento, confundidos en vergonzosa huida Jefes y Oficiales y tropa.”
(Francisco, 2005: 42). De la misma manera, La Porte indica que la decisión de
Fernández Silvestre de abandonar la posición de Annual “se llevó a cabo de
una manera acelerada, sin planificarla exactamente, con el desconocimiento de
muchos mandos y en medio de un estado moral de abatimiento. La penosa
imagen de la columna en retirada provocó en la cabilas más próximas al frente
avanzado un levantamiento general” (La Porte: 1997: 215).
275
Conviene señalar, por otra parte, que la harka de los Beni Urriaguel no
persiguió a la columna que escapaba de Annual, sino que se concentró en el
saqueo de la posición recién abandonada. De esta manera, resulta evidente
que la persecución y durísimo castigo que se inflinge a los soldados españoles
es provocado directamente por las tribus hasta entonces sometidas a España,
según afirma, entre otros muchos, La Porte (La Porte, 1997: 217).
Las posiciones van cayendo arrastrándose una a otra, como las piezas
de un dominó. Ben Tieb, Tafersit, Yebel Uddia, Zayuday, Azur, Halaut, Nadir de
Beni Ulixech, y finalmente Dríus, que el general Navarro ordena abandonar e
incendiar con todo el material de guerra allí acumulado, a pesar de haber sido
la única posibilidad para ofrecer una resistencia en condiciones al enemigo.
El pánico se extiende todavía más. Sólo algunas tropas del regimiento
de Ceriñola y la caballería de Alcántara ofrecen una resistencia organizada a
las tropas de Abdelkrim, que tan sólo servirá para retrasar, al precio de sus
vidas, el desastre que ya era inevitable.
Las piezas del dominó siguen cayendo inexorablemente: Batel, Dar
Quebdani, Zoco de Telatza, Tistutin. Los supervivientes, inmersos en el caos
de una huida desesperada se refugian en Monte Arruit. Es el día 29 de Julio.
Las últimas tropas indígenas que permanecían fieles se pasan al enemigo.
Desde las fortificaciones de Monte Arruit, sin agua y con escasos víveres que
los sacos lanzados desde los aeroplanos apenas incrementa, los sitiados
276
observan las columnas de humo que se elevan indicando que las posiciones de
Zeluán y Nador también han caído el 3 de agosto:
Los oficiales procuraban a todo trance convencerles de que lo
que veían no era la Alcazaba, sino el aeródromo o, a lo más, algunas
casas del poblado. Pero los moros se encargaron de echar por tierra la
labor de los oficiales; a grandes voces decían desde la estación y desde
las trincheras que rodeaban Arruit: -Paisa: ya no tener Zeluán; ya estar
todos, soldados y oficiales por plaza; no pasar nada; ya ser amigos; ya
beber agua, ya comer…(Francisco, 2005: 66).
El 4 de agosto la situación en Monte Arruit es desesperada. El general
Berenguer informa en un telegrama que no es posible enviar ningún socorro a
la posición sitiada, indicando que unos emisarios se aproximarían para hacer
posible una capitulación. El texto del telegrama es el siguiente:
Ante la imposibilidad de enviar a V.E. columna socorro con toda la
premura que desearía, he gestionado del Jattabi envíe allí emisarios con
los que va nuestro amigo Idris Ben Said41, a quien V.E. conoce, para que
se le faciliten evacuación esa columna. Con Idris irá guía con bandera
blanca. Le participo haber ocupado por nosotros la Restinga, a donde
41 Giménez Caballero menciona a Idris ben Said: « Por este hotel han desfilado tipos curiosos y notables. Moros como Dris ben Said, a quien tanto bombo han dado por eso de los prisioneros, sin que haya hecho nada, en el fondo, ni él sea más que un morazo de instintos feos y muy turbios, cubiertos por una capa ligera de urbanidad. » (Giménez Caballero, 1983: 119). Gaya Nuño, también: “Era uno el moro Dris ben Said, con importantes negocios en Melilla y Tetuán.” (Gaya Nuño, 1984: 601). Indalecio Prieto le hace una entrevista en casa del representante del Jalifa en Melilla, publicada en “El liberal” el 15 de septiembre de 1921.
277
podrá dirigirse de acuerdo emisarios, teniendo en cuenta que Zeluán y
Nador están en poder del enemigo. (Francisco, 2005: 68).
La situación degenera rápidamente. La posición es sometida a un duro e
incesante bombardeo, causando numerosas bajas. El hambre y la sed se
engañan con los despojos de los animales reventados por las granadas
enemigas. El día 8, un nuevo telegrama del general Berenguer autoriza la
capitulación:
Si no han llegado emisarios le autorizo para tratar con el enemigo
que le rodea, aún a base de entrega de armamento, pues mi principal
deseo, una vez extremada la defensa al punto que lo han hecho, es
salvar vidas de esos héroes, en los que tiene puesta la vista España,
que los admira.” (Francisco, 2005: 74).
El telegrama de respuesta del general Navarro dice así:
General Navarro a Alto Comisario, 9 de agosto de 1921, dos
quince tarde: En este momento y según instrucciones de V.E., acabo
pactar con enemigo entrega posición, a base entrega de armamento y
ser escoltados hasta plaza. Oficiales conservan pistola. Esta noche
pernoctaré campamento enemigo, situado cerca aguada antigua.”
(Francisco, 2005: 75).
278
Sin embargo, las condiciones de la rendición pactada no sólo no se
cumplieron sino que los asaltantes ni siquiera respetaron una sola vida, aparte
de las de los que acompañaban al propio general Navarro, esto es, el
comandante Gómez Zaragoza, el capitán Aguirre, et teniente Gilabert, el
intérprete Alcalde y el capitán Sainz Gutiérrez, a quienes aguardaría una larga
espera como prisioneros de Abdelkrim en el campamento de Axdir.
Peor suerte corrieron los demás. Dos mil seiscientos cuatro cadáveres
que se enterrarían una vez recuperada la posición, en el mes de Octubre,
según relataría el general Cabanellas. (Francisco, 2005: 77). Por su parte,
Indalecio Prieto no llegaría a entrar en Monte Arruit, ya que regresa a España
justo antes de la recuperación de la posición. No obstante, su última crónica,
fechada el 21 de Octubre de 1921 es elocuente ya en su propio título, “El
osario”, donde describe la situación de la carretera desde Nador a Tauima: “hoy
van por la carretera de Zeluán mujeres y hombres vestidos de luto, entregados
a dolorosas investigaciones, queriendo descubrir en el osario el cadáver del ser
querido.” (Prieto Tuero, 2001: 15).
Por su parte, sobre la llegada de las tropas españolas a Zeluán, el día
14 de octubre, la Porte señala que fue una de “las posiciones en las que se
consumó la traición de los moros tras el acuerdo de desarme de las tropas
españolas” (La Porte, 1997: 345). De hecho, el espectáculo que verían las
tropas españolas sería una especie de anticipo del que les esperaba al llegar a
Monte Arruit:
279
Trescientos cadáveres –afirmaba el periodista Francisco Osuna-,
descuartizados unos, quemados otros, por sus extremidades… el
camino que hemos seguido está jalonado de cadáveres en actitud de
sufrimiento, explicaba el entonces comandante del Tercio, Francisco
Franco, y en el poblado de la casa de La Ina nos ofrece uno de los
espectáculos más horrendos de crueldad… en su recinto hallamos más
de cien cadáveres, describía otro periodista, abiertos en canal, otros
clavados en la pared, muchos con los atributos sexuales carbonizados, y
todos con la mueca de dolor más agudo en la lividez de sus rostros (La
Porte, 1997: 346).
La magnitud del Desastre fue tal que, a pesar de ciertas maniobras
promovidas desde el entorno más próximo de Alfonso XIII42, el Ministro de la
Guerra, el Vizconde de Eza, no tuvo otro remedio que encomendar al general
Aguilera, Presidente del Consejo Supremo de Guerra y Marina, que abriese
una investigación para aclarar las causas de lo acaecido. El general Aguilera
encomendó esta tarea al general Juan Picasso González, dando origen al
famoso expediente conocido popularmente como “Expediente Picasso”.
Como se verá en su momento oportuno, el general Picasso llevó a cabo
la labor que le habían encomendado con una completa dedicación. Se trasladó
a Melilla junto con un escogido grupo de colaboradores y desde allí examinó
42 Como no podía ser de otra manera, Vicente Blasco-Ibáñez acusa directamente a Alfonso XIII de incitar a Silvestre a lanzarse a las aventuras que terminaron en desastre completo : « Comme tous les artistes médiocres, dont la vanité est chatouilleuse, il était convaincu que son plan était magnifique et que, s’il avait échoué, la faute en était aux éxecutants », (Blasco Ibánez, 1924 : 45).
280
toda la documentación disponible e interrogó a cuantos testigos le parecieron
relevantes. (Carrasco García, 2003: prólogo).
Sin pretender de momento entrar siquiera someramente en las múltiples
pistas que ofrecen las voluminosas páginas del “Expediente Picasso”, sí
pasaremos aunque sea rápidamente por las excelentes conclusiones que el
propio general instructor redactara a modo de resumen. Así, de la posición de
Abarrán, aquella primera pieza desencadenante del derrumbamiento de todas
las demás posiciones como si de piezas de dominó se tratara, escribe: “de
manera unánime se juzga en el conjunto de las declaraciones la temeridad y
falta de preparación de la operación llevada a cabo e influencia fatal en el curso
de los sucesos que dio origen” (Carrasco García, 2003: 22).
Sobre las negligencias del sistema defensivo, el general Picasso
escribe:
El mando, ya se ha dicho, y lo corroboran otras declaraciones que
es ocioso aducir, se consideró siempre desentendido de la observancia
de prescripciones reglamentarias en cuanto a la asistencia de informes
técnicos llamados particularmente a asesorarle, en cuanto suponían
trabas; y la confianza, rayana en la ofuscación y el descuido de aquellas
medidas de natural previsión… (Carrasco García, 2003: 51).
Asimismo, las aseveraciones sobre las inmoralidades administrativas
son muy elocuentes. Igualmente, la incongruencia de las órdenes, sobre todo
281
de las relativas al abandono de posiciones que eran perfectamente defendibles
y el desorden y caos provocado en Annual y el desastre provocado en la
retirada por la incapacidad de los Jefes y Oficiales. (Carrasco García, 2003:
96).
De la misma manera, las conclusiones del Fiscal son especialmente
reveladoras, solicitando las penas máximas para un alférez, diez tenientes,
entre los que destacan apellidos de cierto lustre militar, como Vara del Rey, o
Méndez de Vigo, ocho capitanes, siete comandantes, tres tenientes coroneles,
entre los que destaca Núñez de Prado, siete coroneles, incluyendo un
Fernández de Córdoba, y tres generales, Navarro, Fernández Silvestre en caso
de seguir con vida, y Berenguer. (Carrasco García, 2003: 369 y ss.).
No podemos acabar este rápido apartado sin referirnos a unos párrafos
del fiscal especialmente significativos:
No ha de terminar su informe el fiscal sin someter a la
consideración y resolución del Consejo una cuestión que este Ministerio
entiende que no puede más que indicarse, sin proponer siquiera
solución sobre ello, no sólo por la gravedad que puede encerrar, sino
porque acaso no sea atribución de sus funciones tal propuesta. Nos
referimos a las dos Reales órdenes del 24 de Agosto y 1 de Septiembre
de 1921, por las que el Ministro de la Guerra limitaba las funciones y
atribuciones del juez instructor. Desde el punto de vista estrictamente
legal, forzoso es confesar que el Ministerio podía dictar esas Reales
282
órdenes e imponer esas restricciones. No se puede decir lo mismo si se
considera el aspecto moral, social y el del mantenimiento de los buenos
principios militares. (Carrasco García, 2003: 371).
El propio Abdelkrim se refirió a tan sangrientos sucesos en sus
memorias, justificando la crueldad de sus tropas ante la ausencia de una
auténtica organización militar de carácter disciplinado. También es elocuente
en lo que se refiere a su decisión de no tomar Melilla, completamente
desguarnecida:
Después de la batalla de Monte Arruit me encontraba cerca de las
murallas de Melilla. Decidí parar. Mi organización militar seguía muy
embrionaria. Se imponía la prudencia. Sabía que el gobierno español,
después de un patético llamamiento al país, se disponía a enviar a
Marruecos todos los refuerzos de que disponía. Por mi parte, me
preocupaba más incrementar y reagrupar mis fuerzas y así lo hice saber
a todos los habitantes del Rif occidental. Con energía, encomendé a mis
tropas y a los nuevos contingentes incorporados no exterminar ni
maltratar a los prisioneros; lo que no lamento. Pero también les
encomendé no ocupar Melilla para no crear complicaciones
internacionales. De esto sí que siento un amargo arrepentimiento. Fue
mi gran error. (Francisco, 2005: 75-76).
Efectivamente, el gran error estratégico de Abdelkrim fue sin duda no
haber ordenado la toma de Melilla en los días inmediatamente posteriores al
283
Desastre de Annual. Sobre la indefensión de la plaza en esos momentos,
podemos recordar las palabras de Indalecio Prieto:
Todos reconocen que Melilla estuvo, uno, dos o tres días, a
merced de los moros. Éstos no entraron porque no se les ocurrió o no se
les antojó. No había en la plaza fuerzas materiales ni morales con que
oponerles resistencia. Las fuerzas materiales estaban dispersas o en
poder del enemigo, las morales habían sido derruidas por el espectáculo
de los fugitivos que, no considerándose seguros en la ciudad, asaltaban
los buques y pedían a los capitanes que encendieran las calderas y se
hiciesen a la mar. (Prieto Tuero, 2001: 20).
Ya el 18 de septiembre de 1921, Abdelkrim proclama la independencia
del Rif, junto con toda una serie de medidas que fueron adoptadas por
aclamación de la asamblea de notables reunida expresamente. Entre los
puntos aprobados, figuraba también el nombramiento de Abdelkrim como Emir,
otorgándosele la suprema autoridad, tanto política como militar. Se autorizó la
creación de un ejército regular, la constitución de un Consejo de Notables, la
evacuación de la zona rifeña por los españoles y el pago de una indemnización
por los once años de ocupación así como de un rescate por los prisioneros.
También se acordó el establecimiento de relaciones amistosas con todos los
Estados y la solicitud de ingreso en la Sociedad de Naciones. (Salafranca,
2004: 58).
284
El Consejo Nacional Rifeño celebró numerosas reuniones, alcanzando
un acuerdo definitivo y proclamando una Constitución de 40 artículos. La
denominación adoptada para la nueva entidad es ( )
Estado Republicano del Rif. Los principales cargos que se aprueban son los
de Presidente ( ) para Abdelkrim; Vicepresidente para el hermano de
Abdelkrim, Mohamed; Ministro de Asuntos Exteriores, para “Pajarito”, el cuñado
de Abdelkrim; Ministro de Hacienda, para Abdeslam el Jatabi, tío de Abdelkrim;
Ministro de Defensa, para Ahmed Budra, de los Beni Urriaguel; Ministro de
Justicia, para Mhamed ben Amar Tensamani; Ministro de Interior, para El Yazid
ben Abdeslam, de los Beni Urriaguel. (Salafranca, 2004: 60).
La acción de gobierno experimentó un auge importante. Se adoptaron
toda una serie de medidas que demuestran la vocación de permanencia de la
joven república. Así, desde la creación de tribunales especializados en las
diferentes causas hasta la recaudación de impuestos y la obtención de
ingresos para la hacienda pública43. Las autoridades rifeñas crearon también,
además de los símbolos inherentes a todo Estado como es una bandera
específica, roja con un diamante blanco en punta, en cuyo interior figura en
verde una estrella de seis puntas rodeada de una media luna verde, y también
una moneda propia denominada riffani44.
43 La partida más importante de ingresos procedía del producto del canje de prisioneros. Conviene recordar en su versión francesa, tal vez más elegante, la frase que Blasco Ibáñez pone en labios de Alfonso XIII al conocer éste el importe exigido por Abdelkrim para el rescate de los casi mil quinientos prisioneros de Axdir: «-Elles coûtent cher, ces poules mouillées ». (Blasco Ibáñez: 1924: 45). La expresión que utiliza Gaya Nuño es la siguiente: “¡Pues no vale poco cara la carne de gallina!” (Gaya Nuño, 1984: 483).44 Es digno de mencionar que los riffanis sobre papel moneda estaban redactados, además de en árabe, en inglés, ya que la impresión corrió a cargo de un aventurero inglés, el capitán Gardiner. «Los rifeños no los aceptaban y el riffani se convirtió en papel mojado, pero papel mojado en el más estricto sentido de la palabra pues fueron arrojados al mar. Así acabó la aventura del Banco del Estado Rifeño ». (Salafranca, 2004: 79). Lógicamente, este personaje es el que envía sobre el terreno al capitán Gordon Bennett de Gaya Nuño.
285
Otras acciones de gobierno consistieron en el intento de organizar un
sistema sanitario moderno. Abdelkrim solicitó desde un primer momento la
intervención de la Cruz Roja Internacional para paliar la total ausencia de
médicos y hospitales. Las autoridades españolas, sin embargo, opusieron una
feroz resistencia ante esta pretensión rifeña, provocando, de esta manera, por
inatención médica, la muerte de muchos de los prisioneros españoles en Axdir,
así como de los afectados por los bombardeos del gas mostaza. (Salafranca,
2004: 83).
Conviene mencionar, siquiera sea muy de pasada, ya que nos
volveremos a ocupar de este asunto más adelante, el caso de la utilización del
gas mostaza por parte del Ejército español. En un primer momento, se
emplearon tan sólo los gases comprados secretamente a la Alemania
derrotada. A partir de 1923 se puso en funcionamiento, con el asesoramiento
alemán, la fábrica de armas químicas de La Marañosa, cerca de Getafe, en
Madrid. El empleo de este tipo de armas contra los rebeldes fue constante.
Actualmente, una Proposición no de Ley se ha presentado en las Cortes para
que España reconozca sus responsabilidades por esa utilización y repare los
daños provocados. (Bonàs i Pahisa, 2005: 3).
En el campo educativo, el gobierno rifeño estableció diferentes escuelas,
tanto de niños y niñas como de alfabetización de adultos. “La infraestructura del
sistema rifeño fue frágil pero evidenció un afán y un anhelo de superación y de
286
modernidad como nunca se había manifestado en el septentrión africano.”
(Salafranca, 2004: 86).
Un capítulo que merece ser mencionado es el relativo a la protección
que Abdelkrim brindó a los judíos rifeños. Se generó, de esta manera, una
corriente de simpatía y de apoyo hacia las nuevas autoridades que se
materializó en dos vertientes. Por una parte la colaboración en la fabricación de
armamento y municiones, por otra, la ayuda en el propio campo de batalla,
integrando las fuerzas del ejército rifeño.
La imagen de los hebreos es relativamente explícita en algunas de las
narraciones que nos ocupan. Así, por ejemplo, Giménez Caballero dedica un
importante esfuerzo a los judíos sefardíes de Tetuán y, sobre todo, de Xauen,
conservadores de los viejos romances castellanos (Giménez Caballero, 1983:
140 y ss.). Por su parte, Díaz-Fernández se refiere a los judíos en varias
ocasiones, por ejemplo, al relatar las aventuras amorosas con las prostitutas
hebreas: “…sobre todo Raquel, la hebrea, en su callada alcoba de la Sueca,
desde donde oíamos abrazados, las agudas glosas que el Gran Rabino hacía
del Viejo testamento.” (Díaz-Fernández, 1998: 84).
Por último, recordaremos que Abdelkrim desarrolló un más que eficaz
Servicio de Información, incluyendo agentes secretos que operaron no sólo en
la zona rifeña sino también en las ciudades españolas de Melilla y Ceuta, y
seguramente también en Madrid, así como en la ciudad internacional de
Tánger, en Fez, y en varias capitales europeas, sobre todo en Londres y en
287
Berlín, con Lisboa como punto neurálgico de transmisión de las informaciones.
(Salafranca, 2004: 121). La descripción de estos espías, así como de la oferta
para convertirse en agentes dobles, figura en la narración de Giménez
Caballero (Giménez Caballero, 1983: 171 y ss.).
El servicio postal rifeño funcionó con una eficacia admirable, sobre todo
utilizando la vía de Tánger, desde donde se remitían las misivas destinadas a
otras ciudades de Marruecos, o por vía aérea, hacia Londres y París. Sabemos
que Abdelkrim recibía en su cuartel general de Axdir los periódicos franceses
en unas escasas ocho horas. También recibía cada día un periódico español
que le llegaba por vía terrestre. (Salafranca, 2004: 123).
Sobre la cuestión del establecimiento de la República del Rif,
salvaguardando las posiciones ideológicas y las distorsiones que produce la
defensa de los intereses de casta propias, el autor cuya personalidad se oculta
tras el pseudónimo de Juan de España, merece la pena contrastar lo antes
señalado frente a las descripciones detalladas que este militar lleva a cabo. Es
interesante, sobre todo, lo que se refiere a la génesis del pacto a favor de la
independencia rifeña, trama ideada, según Juan de España, en los más
siniestros despachos del Gobierno británico, tal y como escribe en su opúsculo
“La actuación de España en Marruecos”, publicado en 1926 y escrito “en los
comienzos el año1926”. (España, 1926: 291).
De esta manera, el autor relata con no poco detalle el papel
desempeñado por un antiguo militar británico, el capitán Mr. Gordon Canning,
288
fundador del Comité Pro-Rif, “residenciado en Londres y portavoz en infinidad
de ocasiones de las proclamas de Prensa, a las que tan aficionado se mostró
en los últimos tiempos el singular Jatabi.” (España, 1926: 292 y ss.).
Se afirma que el capitán Gordon Canning, “como tantos otros que le
precedieron y que sin duda le seguirán”, pretendió tratar, en calidad de
Embajador, con las autoridades tanto españolas como francesas. Antes de ese
intento, había llevado a cabo una serie de entrevistas de Abdelkrim que publicó
en la prensa francesa y británica. En este sentido, podemos recordar las dos
entrevistas, ya señaladas, que Gaya Nuño incluye en su relato, una de “Le
Matin”, más conservadora, y otra en “The Times”, mucho más radical en su
apuesta por la causa rifeña.
El origen de este emisario de Abdelkrim es descrito con todo lujo de
detalles por parte de Juan de España. Recuerda que desde hacía no poco
tiempo venía funcionando en Londres un grupo de presión, constituido por
industriales y hombres de negocios que, codiciando los supuestos grandes
recursos naturales de la zona rifeña, pretendía constituir un “sindicato minero
para la explotación de esas riquezas”. De esta manera, encargaron a una serie
de aventureros que iniciasen una exploración directa del terreno y se pusieran
en contacto con los principales notables de la región, en especial con el propio
Abdelkrim. El principal cabecilla de estos aventureros sería “un titulado
periodista y ex militar llamado Gardinier junto con el capitán en situación de
excedencia del Ejército inglés, Mister G. Gordon Canning”45.
45 Gaya Nuño les llama respectivamente Gardiner y Gordon Bennet.
289
Estos dos emisarios de los poderosos industriales británicos
consiguieron establecer una Convención, firmada por “el Ministro de Negocios
Extranjeros, y a la par de Comercio, de S.M. Mohamed Abd-el-Krim, y por
Alfredo Gardinier, armador, residente en Londres y capitán del ejército inglés ”.
Mediante el artículo primero de la mencionada Convención, se estipula que las
dos partes se encuentran unidas y determinadas para obrar a favor de la
independencia administrativa y conseguir la plena soberanía del Rif. Una vez
alcanzado este objetivo, se aplicarían las demás cláusulas de la Convención.
Entre éstas, podemos destacar el derecho que se le reconoce a Gardinier para
fundar un Banco del Estado del Rif, con el consiguiente derecho para emitir
papel moneda y contratar empréstitos. Como contrapartida, “Gardinier
depositaría en un banco de París, a favor del Gobierno del Rif, la cantidad de
trescientas mil libras esterlinas”.46
De la misma manera, se estipula que “todas las concesiones son
transferidas al señor Gardinier”. También se le reconoce “el monopolio para la
instauración de establecimientos de todas clases, construcción de vías férreas
y explotación de las mismas con derecho de expropiación de terrenos,
explotación de todas las minas del Rif y líneas de navegación, correos,
teléfonos, telégrafos, control aduanero, tranvías, teatros, cines, instalaciones
eléctricas, etc., etc.”
Según se indica también en el mismo opúsculo, Gardinier se
comprometía a entregar a las autoridades rifeñas, a cambio de toda esa serie
46 Gaya Nuño retoma esta suma: “La petición de Abd el Krim se elevaba a la no pequeña suma de trescientas mil libras esterlinas. Las cuales no se veían juntas todos los días.” (Gaya Nuño, 1984: 539).
290
de ventajas, el cuarenta por ciento de los beneficios obtenidos. Juan de
España, una vez descritos en detalle todos estos acuerdos, escribe que así se
explica que el jefe de la rebelión hay podido disponer de recursos y dinero tan
abundantes como para enfrentarse y resistir a las tropas españolas. Sin
embargo, en un alarde patriótico, también declara que:
La famosa Convención ha caducado ya, en vista de que el
primero (Gardinier), no ha podido cumplir determinadas demandas,
hechas por el Gobierno del Rif con todo el apremio y la angustia natural,
dada la mala marcha que lleva la causa de la rebeldía. (España, 1926:
295).
También añade una explicación detallada de cómo se intentaba dar una
apariencia de solidez a la colaboración entre determinados súbditos británicos,
y los rebeldes rifeños, mediante la creación en Londres, el 4 de Julio de 1925,
“de una entidad titulada Rif Committee”. Los fines declarados por esta
asociación consistían fundamentalmente en difundir entre la opinión pública
británica e internacional la simpatía hacia la causa del Rif, apoyando su afán
independentista, así como “el reconocimiento de los rifeños como beligerantes
y la libre entrada de una asistencia médica y quirúrgica en el Rif para aliviar los
sufrimientos de los combatientes y de las mujeres y niños que son víctimas de
los bombardeos aéreos”. También se indica en los estatutos del Rif Committee
que se llevarían a cabo acciones en la prensa internacional, se plantearían
preguntas en el Parlamento y se desarrollarían gestiones ante la Sociedad de
Naciones.
291
Juan de España describe asimismo cómo las maquinaciones de Gordon
Canning no conocían límite, llegando incluso a imprimir, efectivamente, el papel
moneda al que le daban derecho las disposiciones de la Convención firmada
por Abdelkrim. Con esos billetes se quisieron:
Pagar no menos que las concesiones mineras que el grupo de
agiotistas y negociantes ingleses querían obtener de Abd-el-Krim,
emisión que apareció un buen día en nuestras costas andaluzas, porque
Abd-el-Krim, percatado del bluff, la había mandado arrojar íntegramente
al mar... y si no hizo lo mismo con los proveedores del pintoresco papel-
moneda rifeño, ello se debió, seguramente, a que éstos se apresuraron
a poner a buen recaudo sus personas. (España, 1926: 298).
El tono que utiliza Juan de España va encendiéndose paulatinamente a
medida que expone los verdaderos intereses que animan a los extranjeros que
apoyan la causa de los sublevados rifeños. De una descripción pausada, que
se pretende lo más objetiva posible, se llega pronto a la exclamación airada del
que se sabe ofendido por la perfidia de los intereses ajenos. De esta manera, al
hablar de las minas del Rif, esto es, de las riquezas teóricas que encerraría el
territorio, y que no despertarían apetito ni codicia alguna en las Autoridades
españolas, dedicadas en cuerpo y alma a la labor protectora del territorio
encomendada por los tratados internacionales, el autor se lanza a la diatriba:
292
¿Entiendes, lector...? ¡Ya apareció aquello! ¡Ya surgieron las
célebres minas, cuestión capitalísima para Abd-el-Krim y que,
naturalmente, no podía echar en el olvido su colaborador del Rif
Committee! ¿Se da cuenta exacta el lector de la clase de aventureros
que se mueven en torno de esta cuestión? La constante preocupación
de Abd-el-Krim y de sus mandatarios no es otra que las determinaciones
del Tribunal arbitral de Minas de París; ese Tribunal, que seguramente
echaría abajo las concesiones del grupo inglés que tiene por brazos y
por piernas, y aun puede que por cabeza, a los románticos y
desinteresados Gardinier, Canning y demás abnegados defensores de
los atropellados rifeños... (España, 1926: 300).
Más adelante, siempre desde la lógica del enfado que despiertan las
inadmisibles pretensiones de los sublevados, el autor se detiene en una
detallada exposición de un artículo publicado por el “Times” de Londres:
Evacuación por España de todas las posiciones ocupadas
después de 1912, Tetuán inclusive, Larache, Alcázar y Arcila;
reconocimiento de la independencia del Rif (que España se
comprometería a garantizar ante las demás potencias); una
indemnización por la liberación de los nuevos prisioneros, y
reparaciones por los daños causados por la aviación. (España, 1926:
302).
293
Otras exigencias posteriores de Abd-el-Krim, hechas ante el señor
Sostoa, incluían las siguientes:
Indemnización de guerra de 20 millones; entrega de 12 aviones;
entrega de una batería de 120 y de 10.000 fusiles con sus cartuchos;
evacuación inmediata de todos los territorios que España ocupa,
retirándose las fuerzas detrás de los muros de Ceuta y Melilla.
Juan de España advierte, asimismo, de los peligros que el astuto Abd-el-
Krim representa para todas las demás potencias coloniales, ya que se presenta
como un libertador del Islam sometido a los infieles:
Y respecto a sus planes imperialistas y sus intenciones de
conmover a todo el Islam en una guerra contra los occidentales, ¿cómo
dar al olvido aquellas famosas cartas publicadas por la Neue Frie Press,
de Viena, cartas dirigidas a los estudiantes de Buenos Aires, la víspera
del centenario de Ayacucho, por las que declaraba que tras la derrota de
franceses y españoles en Marruecos y su liberación, habrá sonado la
hora de la redención de los demás pueblos islámicos del África del
Norte? Nuestros hermanos de Egipto han dado ya su primer paso. El
mundo verá bien pronto que no nos quedaremos a la zaga de ellos. La
hora sonará entonces para Argelia, para Túnez y la Tripolitania, donde el
pueblo se arma ya, preparándose para el gran momento que llevará a la
liberación a todos los árabes de los países del Mediterráneo y de Asia.
(España, 1926: 303).
294
Otra de las acusaciones que este autor vierte contra el caudillo rifeño es
el de haberse convertido en una marioneta de los revolucionarios rusos, no
tanto porque apoyaran una independencia del Rif como por sembrar cizaña en
un escenario internacional cada vez más complicado en detrimento de las
grandes potencias capitalistas:
Así, en Rusia alcanzaron eco las demandas del caudillo de la
rebelión rifeña, y en otros países, como Turquía, Egipto y, en fin, en
todos los de origen islámico, especialmente del Norte de África y parte
de Asia, cuajaron las semillas, merced al calor del fanatismo, y cuando
no, merced a la incubación preparada por los elementos comunistas y
bolchevistas, ganosos de no desperdiciar la ocasión que les deparaba la
suerte de aplicar aquella inyección despertante del panislamismo,
representada por las supuestas victorias de los jefes rifeños, claro es
que propaladas con absoluto imperio de la fantasía y divorcio completo
de la verdad. (España, 1926: 311).
Un poco más adelante se añade que: “Prestamente Abd-el-krim recibió
instrucciones para el buen desarrollo de sus planes; todo un programa
bolchevizante le fue impuesto y por él aceptado sin discusión”.
Por último, reproducimos sin otros comentarios una de las
aseveraciones finales de Juan de España, precursora de otras de similar
295
calibre que justificaron, a los ojos de sus propios autores, la comisión de
muchos otros excesos:
No se engañe nadie: Francia y España no están en lucha con
Abd-el-krim, ni menos con las cabilas del Norte marroquí; si así fuera, el
problema, en realidad, sería minúsculo, y no fijaría la atención mundial ni
más ni menos que otras veces de las muchas que los dos países
protectores tuvieron que hacer hablar a los cañones y los fusiles en el
Mogreb para cumplir su mandato de imponerle un régimen de paz y de
prosperidad. No; la lucha está empeñada entre las dos potencias y una
extensa organización revolucionaria de varias raíces y muy diferentes
apoyos, que, de triunfar, a todos daría que sentir: a los países que tienen
extensos dominios coloniales, base de su prosperidad, porque la
hoguera libertadora encendida en el Rif no se detendría a buen seguro
entre los montes del atlas, sino que se correría, envolviendo en su
vorágine quién sabe qué suelo y qué latitudes; y a los países que, quizá
por no poseerlos, abominan de los dominios coloniales, porque hasta
ellos saltarían las chispas de ese incendio, que se incrementó, no
precisamente con la yesca de un ideal de independencia o irredentismo,
sino que tomó proporciones gigantescas con propagandas
revolucionarias e ideales anarquizantes, contra los que todo esfuerzo
será vano si no tiene la cautela de irlos combatiendo y neutralizando
antes de que entre ellos se establezca un pacto de solidaridad y un
frente único. (España, 1926: 314).
296
La dictadura de Primo de Rivera, en 1923, provocó un cambio radical en
el enfoque del problema marroquí seguido por los gobiernos liberales. Así a
pesar de un pretendido interés por acabar cuanto antes con la presencia
española en Marruecos, como Primo de Rivera había declarado en más de una
ocasión, por ejemplo al abogado de Giménez Caballero, o al mismo Arturo
Barea en la conversación del Villa Rosa, el Directorio se concentra en un
primer momento en acallar las protestas internas de la población frente a lo
ocurrido en el Rif.
Se crea, de esta manera, un nuevo clima de forzada “unanimidad” social
que permitirá el despliegue de las energías necesarias para imponerse
militarmente a los rifeños. Así, el desembarco de Alhucemas supuso el principio
del fin de la República del Rif. Sin embargo, no será sino hasta 1927 cuando la
Dictadura conseguirá controlar todo el territorio de la zona española (Martín
Corrales, 1999: 143-158). De esta manera, las responsabilidades quedarán
definitivamente diluidas. Las páginas del “Expediente Picasso” junto con las
conclusiones del fiscal, sin que impongan las penas solicitadas, se archivarán
definitivamente47.
Por su parte López Barranco dedica un análisis certero a la evolución de
las posiciones pretendidamente abandonistas de Primo de Rivera para
lanzarse a la ofensiva que, al cabo de cuatro años de combates durísimos,
permitan la pacificación del territorio. De hecho, también recuerda el famoso
47 Gaya Nuño pone en labios de Alfonso XIII una expresión significativa en cuanto al futuro que aguardaba a la clarificación de responsabilidades: «… ¿Qué hay por los madriles? ¿El cuento de las responsabilidades? ¡No me digas!” (Gaya Nuño, 1984: 483). El asunto de la responsabilidad específica de Alfonso XIII se describe también con todo detalle (Gaya Nuño, 1984: 497-498).
297
almuerzo que los oficiales africanistas ofrecen al dictador, cuyo menú estaba
elaborado en todos y cada uno de sus platos a base de huevos. López
Barranco afirma que, tras este incidente, el general Primo de Rivera
reconsideró en parte sus planes de abandono. Dice así:
Se mantendrían las posiciones españolas hasta donde se
encontraban en la zona de Melilla, mientras que en la zona occidental,
donde el número de pequeñas posiciones y la dispersión era mayor, se
retirarían de la mayor parte de ellas para situarse tras una línea
defensiva sólida, la que recibiría el nombre de “Línea Primo de Rivera” o
“Línea Estella” (López Barranco, 1999: 60).
La puesta en marcha de estos planes despertó la animadversión de lo
oficiales africanistas que pensaron que se estaba ante el inicio de una retirada
completa conforme con los planes previamente anunciados por el dictador. De
hecho, es en estos momentos cuando surgen una serie de conspiraciones
militares cuyo objetivo último consistiría en deponer a Primo de Rivera. El
general estaba al corriente de los planes que se urdían en su contra en los
cuartos de banderas de Marruecos. De esta manera, una de las primeras
decisiones que adopta es precisamente la destitución de Queipo de Llano y su
traslado a la Península.
Otro síntoma que demuestra el nerviosismo del general Primo de Rivera
es la orden dictada en la que decretaba consejo de guerra sumario para todo el
militar que criticara las órdenes recibidas. En este ambiente, la retirada de la
298
primera zona se lleva a cabo dentro de una calma relativa, controlando el
número de bajas y evitando en todo momento que se repitiera la desbandada
que originó el desastre de Annual en julio de 1921. Como señala López
Barranco, dentro del orden impuesto, se consigue desalojar Xauen y los
pequeños puestos que aseguraban su defensa, abandonándose
definitivamente la zona de Beni-Arós.
A medida que aumentan los rumores relativos a un abandono completo
del territorio, Primo de Rivera desconfía cada vez más de la oficialidad
africanista. Destituye, de esta manera, al general Aizpuru y se nombra a sí
mismo Alto Comisario en Marruecos.
La segunda fase de las operaciones de retirada adquirirá tintes mucho
más sombríos. Las tropas mandadas por el general Castro Girona se dirigen
hacia Tetuán bajo unas lluvias torrenciales. López Barranco refleja el
dramatismo de la nueva situación de la siguiente manera:
Ese fue el momento aprovechado por la harca que desde días
antes venía acechando la columna, formada tanto por yebalíes como por
rifeños, para emprender un enérgico ataque contra las fuerzas
españolas. Sólo la vanguardia logró llegar a lugar seguro, el resto
padeció un acoso continuo en mitad del fango, entorpecidos por el gran
número de heridos y por el peso de la impedimenta y del material. Las
posiciones fueron cayendo y gran parte de las tropas corrieron en
desbandada para refugiarse en Zoco el-Arbá, a medio camino de Xauen
299
y de Tetuán, donde permanecieron, sitiadas y hostilizadas
constantemente, durante días esperando una mejoría atmosférica que
les permitiera continuar el repliegue (López Barranco, 1999: 62).
La salida de esta posición se producirá repitiendo exactamente todos y
cada uno de los errores acaecidos en julio de 1921. No se tratará de una
operación militar sino de una enloquecida huida. Una vez más, se abandonarán
por el camino a los heridos y a todo el material. Las pérdidas fueron, al igual
que en Annual, cuantiosísimas. A pesar de que, una vez más no se disponga
de las cifras reales, se estima que el número de bajas alcanzó los 16.000
hombres.
Así las cosas, como señalan tanto López Barranco como la generalidad
de los historiadores, los únicos que podían de momento estar satisfechos de
los resultados de las campañas de Primo de Rivera en Marruecos eran
precisamente todos y cada uno de los responsables del desastre de Annual. El
asunto de las responsabilidades se había resuelto mediante todo tipo de
triquiñuelas. La mayoría de los jefes y oficiales encausados fueron absueltos,
incluido el propio general Navarro. Aquellos que fueron condenados, sólo
recibieron penas leves. De hecho, el general Berenguer fue apartado del
servicio activo, únicamente. Como señala López Barranco, “no fue mucho
castigo, sobre todo teniendo en cuenta, además, que a los pocos días dictó una
amnistía general perdonando las faltas cometidas por militares desde el inicio
de la dictadura.” (López Barranco, 1999: 63).
300
A modo de conclusión podríamos recordar las palabras de Indalecio
Prieto sobre el asunto de las responsabilidades, en un artículo aparecido el día
15 de Septiembre de 1921:
Y ya en su altar la verdad, quizá se apague la sed de sangre de
los revanchistas de ahí, de España. Muerto Silvestre, si él no puede
hablar, podrán hablar sus órdenes escritas, ya que no hablen los
documentos que destruyó él, por sí mismo, en Annual, después de
evacuada la posición, al quedarse allí con una veintena de regulares
indígenas y Kaddur Naamar, el jefe de Beni Said y Beni Ulixek. Cuando
Silvestre creía ser el único europeo que estaba en Annual, se encontró
con su asistente. “¿Qué haces tú aquí?” –le preguntó casi con enojo-
“Esperarle, mi general” –contestó el soldado fiel-. “No quiero que me
esperes, ni tú. Ni nadie. ¡Vete con los demás! ¡Vete!” – Ordenó
Silvestre-. Y cuando el asistente se fue el general echó camino adelante,
a pie, sin más compañía que la de Kaddur Naamar. Una granizada de
balas les separó. Más adelante, ya yendo completamente solo, se
encontró Silvestre con el coronel Manellas y varios oficiales que
aguardaban ocultos. Reanudaron la marcha, y a poco el fuego de
fusilería, hecho desde una casa próxima, los tumbó a todos en pelotón
sobre la tierra. ¿Estaban en aquel pelotón los principales responsables?
(Prieto Tuero, 2001: 54).
Por su parte, Pablo La Porte, en relación a la República del Rif indica
que existe, evidentemente, una multitud de interpretaciones que se deben “a
301
las escasa fuentes directas que sobre ella existen” (La Porte: 1997: 452).
Señala este autor, muy acertadamente, que las fuentes directas sobre el
establecimiento, funcionamiento y desaparición de la República del Rif se
encuentran muy esparcidos. De esta manera, indica que las fuentes
marroquíes son prácticamente inexistentes, mientras que un estudio de las
fuentes existentes en Francia, donde se conservan los papeles de Abdelkrim,
daría frutos más que interesantes. De la misma manera, los estudiosos de las
actividades desarrolladas por la joven república rifeña, deberían también
dirigirse, al menos a “otros archivos europeos, como el Public Record Office o
el Archivo de la Sociedad de Naciones”. Sin embargo, el propio La Porte
advierte que la veracidad de muchos de los documentos custodiados en estos
archivos debería ser analizada con todo tipo de cautelas por parte de los
estudiosos, ya que “la última finalidad era presentar el territorio del Rif como un
lugar pacífico, estable y a Abdelkrim como un hombre moderno”.
En lo que se refiere a las fuentes secundarias, tales como las
memorias y recuerdos dejados por determinados protagonistas del conflicto,
Pablo La Porte se muestra desconfiado en lo que se refiere a su credibilidad
desde el punto de vista de la veracidad de las informaciones que el estudioso
puede extraer de las mismas. Dentro de este grupo de fuentes, se enmarcarían
tanto las memorias del propio Abdelkrim, incluyendo las dos versiones
existentes, esto es, las dictadas en la etapa del exilio de La Reunión y las de El
Cairo, como las de algunos de sus más estrechos colaboradores,
especialmente las de Azergán, uno de los cuñados de Abdelkrim, y las de
Muhamad al Qadi, uno de los cronistas del propio Abdelkrim.
302
Además de estas fuentes, La Porte identifica el interés que podrían
conllevar otras fuentes indirectas, como puedan ser las obras y trabajos
desarrollados por antropólogos y sociólogos “que visitaron el Rif en momentos
cercanos a las campañas de 1921-1923 o que han tenido contacto con
materiales de la época” (La Porte, 1997: 453). En la misma línea, sitúa también
los informes existentes elaborados por las policías indígenas española y
francesa sobre los acontecimientos del Rif.
De esta manera, ante la disparidad de fuentes y de sus interpretaciones,
la conclusión a la que llega La Porte en lo que se refiere al estudio de la
República del Rif y a su acción de Gobierno es que se trata de un debate que
“estará abierto todavía mucho tiempo” (La Porte, 1997: 454). Hecha esta
advertencia, el historiador establece una serie de grupos en los que encuadra a
los estudiosos que se han ocupado del asunto.
En primer lugar incluye a aquellos historiadores que defienden que “la
República del Rif es la primera experiencia del nacionalismo marroquí
moderno”. Según estos historiadores, Abdelkrim buscaba la emancipación
completa de todo Marruecos de la opresión colonial europea, siendo, de alguna
manera, un precursor del Marruecos actual. Esta tesis, lógicamente, es la
defendida por los autores más cercanos a las Autoridades marroquíes actuales.
En segundo lugar aparecen los historiadores que defienden un
Abdelkrim ferviente defensor de una “renovación del Islam para hacer frente al
303
colonialismo europeo, y a la vez, para modernizar su religión de cara a las
nuevas circunstancias que atravesaba Marruecos a comienzos del siglo XX.”
(La Porte, 1997: 456). Esta interpretación, sin embargo, choca frontalmente con
los intentos de Abdelkrim por verse reconocido por las potencias europeas
como uno más dentro del concierto de los Estados civilizados que formaban
parte de la Sociedad de Naciones.
En opinión de La Porte, otro grupo de autores se inclina por defender
que la República del Rif fue “un verdadero modelo de Estado democrático, que
contó con sus propias instituciones, en la que existió una división de poderes y
un gobierno representativo” (La Porte, 1997: 460). Sin embargo, estos autores
parecen exagerar un tanto el alcance de las medidas de Gobierno puestas en
marcha por Abdelkrim. De hecho, como muy bien señala el propio La Porte, y
tal y como hemos podido comprobar en otras páginas de la presente tesis, “la
República del Rif se basó en el predominio de la tribu de los Beni Urriaguel
sobre el resto de las tribus”. Abdelkrim impuso su poder, en no pocas
ocasiones recurriendo a la fuerza, a los demás notables rifeños.
Hay otros autores que pretenden que la República del Rif fue un primer
intento revolucionario de carácter marxista. En apoyo de esta tesis aparecen
las declaraciones de simpatía hacia la causa rifeña expresadas por las
Autoridades soviéticas. Sin embargo, sin que sea necesario traerlas de nuevo a
colación, el ejercicio del poder y las medidas adoptadas por Abdelkrim, ponen
en entredicho esta interpretación de corte marxista.
304
A modo de conclusión el propio Pablo La Porte, ante todas las
consideraciones expuestas que llaman a la prudencia antes de emitir un
veredicto definitivo sobre el auténtico alcance y naturaleza de la República del
Rif afirma:
Podría parecer, a la vista de todas estas apreciaciones que, como
han afirmado diversos historiadores, Abd el Krim fue, sobre todo, un
modernizador que intentó mejorar las estructuras del Rif para adaptarlas
a las nuevas condiciones que exigía el mundo moderno, Siendo
indudablemente cierto esto en algunos aspectos, hay que hacer notar
que Abd el Krim no renunció en absoluto a emplear las antiguas
tradiciones rifeñas cuando ello convenía para sus fines. Abd el Krim
enarboló la bandera de la jihad para intentar ganarse a Abd el Kader al
poco tiempo de producirse el desastre de annual, y lo mismo hizo con
las tribus de Gomara en octubre de 1921. No intentó en absoluto
liberalizar las relaciones entre las tribus, sino que, incluso en aquellos
lugares donde la organización interna de las tribus respondía a una
relación con los españoles, envió sus harkas para establecer su poder.
(…) Considerar las diferencias que surgieron entre Abd el Krim y el resto
de las tribus del Rif como la diferencia entre el afán modernizador del
caudillo rifeño y el carácter aferrado a las costumbres tribales del resto
de las cábilas no refleja la realidad de los hechos históricos de la
República del Rif (La porte, 1997: 463).
__________________________
305
306
4- CONTEXTO GEOGRÁFICO: EL TERRITORIO DEL ALTO COMISARIADO
EN MARRUECOS. LA COMANDANCIA DE MELILLA. LAS CÁBILAS. LOS
POBLADOS Y ALDEAS. LOS BLOCAOS. LAS COMUNICACIONES: EL
YATE “GIRALDA”. EL PROBLEMA DE LA CARTOGRAFÍA:
307
308
4.1- EL TERRITORIO DEL ALTO COMISARIADO EN MARRUECOS:
309
310
La presencia española en la zona del que más tarde sería el
Protectorado se acentúa rápidamente a partir de 1830, con el desarrollo de
unas relaciones comerciales cada vez más importantes junto con el rechazo de
acciones bélicas contra las posesiones españolas en la costa de Marruecos,
Ceuta y Melilla, así como los peñones de Alhucemas y Vélez.
Posteriormente, la guerra de África de 1859 y 1860 constituye el punto
de partida hacia una presencia militar constante. Pocos años antes España
ocupó las islas Chafarinas, en 1848. La sociedad española, impulsada por
determinados intereses económicos, como los del Marqués de Comillas, fue
otorgando un interés creciente hacia los territorios marroquíes. Así, van
apareciendo las primeras Instituciones colonialistas españolas, como la
Sociedad Española de Africanistas y Colonialistas, en 1876 o la Liga Africanista
en 1913.
La Conferencia de Algeciras, en 1906, sirvió de impulso a esas
aspiraciones colonialistas y protectoras españolas, limitadas por los propios
intereses de otras potencias europeas. Determinados acontecimientos bélicos,
como el desastre del Barranco del Lobo, en 1909, pusieron en serio peligro la
viabilidad de todo el proyecto. Sin embargo, el Protectorado español se
instaura definitivamente en 1912.
Llama la atención que en el momento de la instauración del Protectorado
se desconociera casi todo acerca de Marruecos:
311
Ni siquiera se sabía con exactitud la extensión de la zona
sometida a la tutela española (unos 20.000 km²), en los que las zonas
montañosas y las áridas llanuras dejaban poco espacio para las tierras
cultivables. (Martín Corrales, 1999: 7).
El proceso de establecimiento del protectorado fue el resultado del
acuerdo entre Francia y España, mediante el tratado firmado por Poincaré y
Romanones, tras el asesinato de Canalejas:
España adquiría libertad absoluta dentro de su zona –para que
ésta no se convirtiese en un “subprotectorado”- Francia conseguía en
cambio una línea de tránsito, salvando así la interposición de las
aduanas españolas para aquellos productos que no iban a la zona de
España. Tánger era sustraído a ésta al quedar internacionalizado
(realmente en beneficio de Inglaterra). (Seco Serrano, 2002: 296).
Las principales ciudades de la zona del norte de Marruecos eran, junto
con Ceuta y Melilla, Tetuán y Tánger. De esta última ciudad se ha dicho que
era:
El lugar donde se dan cita las clases decadentes, una compleja
sociedad internacional hastiada que busca únicamente sensaciones
nuevas. Es una ciudad abierta, poblada por personajes misteriosos y
aventureros de todo tipo, una especie de Sodoma y Gomorra de andar
312
por casa que atrae a los que buscan huir del hastío, a los catadores de
peligrosas sensaciones. (López García, 1994: 86).
De Tetuán, por el contrario, se afirma que:
Es la ciudad antigua y enigmática de calles intrincadas a las que
dan pequeñas ventanas y puertas por donde se vislumbran un retazo de
patio o una figura femenina. Es, pues, un lugar propicio para la
ensoñación, para llevar a cabo un viaje al pasado o para la aventura
amorosa. (López García, 1994: 87).
Respecto de Tetuán merece la pena que nos detengamos siquiera
brevemente ya que, como capital del Protectorado, representa un papel de
importancia dentro de las narraciones estudiadas. Recordemos que, entre las
muchas particularidades de Tetuán, destaca la de haber sido la única ciudad de
todo Marruecos erigida desde la nada por la población musulmana llegada
desde la Península ibérica tras el avance de las fuerzas cristianas y la toma de
Granada. Tetuán vivió su momento de gloria, en cuanto ciudad prácticamente
independiente, en los siglos XVI y XVII, con el control del paso marítimo y el
auge de las actividades corsarias, que se prolongan hasta bien entrado el siglo
XVIII. A mediados del siglo XIX, en el momento de las guerras de O’Donnell, la
decadencia de la ciudad es evidente. La ocupación de España, provisional en
1862, y definitiva a partir de 1860, perfilará el carácter de la ciudad, que todavía
pervive. De hecho, las reformas urbanas del Protectorado, y en especial de su
ensanche, constituyen una huella permanente de la presencia española en esta
313
ciudad. Sin embargo, se ha afirmado en muchas ocasiones, que el ensanche
de Tetuán, conocido como el barrio español, es un ejemplo de lo que desde el
punto de vista del urbanismo habría que evitar siempre.
Esta afirmación se basa en que las nuevas calles y avenidas, en lugar
de extenderse hacia la zona más plana del valle, se dirigen hacia las montañas.
Las calles del barrio español se asemejan a las de una ciudad andaluza de
principios del siglo XX. Se levantaron los edificios para satisfacer las
necesidades administrativas, militares y sociales de la que estaba destinada a
ser la capital del Protectorado. Se consiguió, de esta manera, dar un impulso
de modernidad a la aglomeración, poniendo de relieve desde un punto de vista
arquitectónico, sobre todo, el equilibrio entre las necesidades residenciales y
meramente administrativas, con una armonía evidente entre el volumen
edificado y los espacios públicos representados por calles y plazas. En los
años del Desastre, el perfil de Tetuán estaba marcado sobre todo por edificios
de tres alturas que se extendían a lo largo de las avenidas delimitadas por tres
ejes centrales, que eran los correspondientes a los cuarteles de infantería,
artillería y caballería.
De los cinco autores cuyas narraciones hemos estudiado con más
detenimiento, es sin duda Giménez Caballero el que más esfuerzo dedica a
describir la capital del Protectorado. De hecho, recordemos que uno de los
grandes capítulos de Notas marruecas de un soldado lleva por título
precisamente Notas de Tetuán. De esta manera, describe la visión de la ciudad
desde las alturas próximas a la medina:
314
Siempre que me es posible subo a los descampados de la
Alcazaba, al pie de esta fortaleza que, atalayando la lejanía con sus
prestos cañones, protege la ciudad a sus pies tendida. Desde allí se
contempla todo el paisaje tetuaní y se puede seguir la carrera solar
completamente, hasta el punto de que los moros transeúntes, sin azotea
propia, eligen este sitio para ver el ocaso, llenos de religiosidad y buen
gusto (Giménez Caballero, 1983: 89).
Nuestro autor describe asimismo con bastante detalle las calles
sinuosas y estrechas de la medina, “pero tan sabiamente iluminadas de la
ciudad moruna” (Giménez Caballero, 1983: 92). Señala también que paseando
por tales calles “va uno con algo de pájaro o mariposa” por lo versátil y
caprichoso de las paradas. En otra ocasión, se lanza a una descripción poética:
“¡Oh calles de ensueño esas estrechas, silenciosas, cubiertas con una larga
parra, por donde el sol se cuela a goterones de oro y en las que el aire es de
color violeta! ¡Calles de los babucheros, calles de las sederías! Y también,
plaza de los tintoreros o de los alfayates con su árbol secular en el centro”
(Giménez Caballero, 1983: 126).
Para Díaz-Fernández, Tetuán es, “ciudad de amor más que de guerra”
(Díaz-Fernández, 1998: 33). Lógicamente, como ya tuvimos ocasión de
señalarlo en su momento oportuno, el espacio de la ciudad moruna que más
llama la atención de Giménez Caballero, por lo colorista y oriental, es el del
zoco. “La sola palabra, nos dice, sugiere ya algo de pintoresco y exótico. Sin
315
embargo para nosotros los españoles, no nos sugiere, en realidad, más que
recuerdos” (Giménez Caballero, 1983: 96). La descripción de las mercancías
del zoco y sus vendedoras es especialmente colorista:
Entre los grupos más característicos se ven aquellos de las
vendedoras de granos. Son moras puestas en hilera como ante una
mesa petitoria. Están arropadas en sus sábanas imponentes, tapadas
hasta los ojos. Y con un sombrero enorme de paja, de anchas alas
sujetas a la copa cónica, con unos cordones azules de borlas. Un
sombrero parecido al mejicano. Delante de ellas, en unos trapos
extendidos, duerme la mercancía, las pequeñas pirámides de mijo, de
trigo, de cebada, de maíz y de avena. La luz inmensa del cielo refulge en
estos ropones blancos, como en paredes de cal. Por la ranura que dejan
en el rostro, centellean los ojos como saetas” (Giménez Caballero, 1983:
97).
Por su parte, también Arturo Barea dedica un espacio importante a la
descripción del zoco de Tetuán. El sargento Córcoles habla con el sargento
Barea y le recuerda cómo es el emplazamiento físico del zoco, “Está en lo alto
de un cerro, y si vas de allí a Tetuán, lo primero que tienes que hacer es bajar
una cuesta empinada con un bosque a la derecha” (Barea Ogazón, 2000: 501).
Díaz-Fernández describe la medina de Tetuán: “el barrio moro, los
soportales de la alcazaba, las callejas que iban como sabandijas bajo arcos y
316
túneles hasta sumirse en la boca de un portal, me aburrían inexorablemente”
(Díaz-Fernández, 1998: 53).
Dentro de la medina, la judería despierta el interés de Giménez
Caballero. Llama la atención que, según señala, se trata de una mezcla
asombrosa de arcaísmo y de modernidad. En lo que se refiere a su arcaísmo,
subraya la suciedad legendaria que se acumula por todos los rincones de la
judería. En este sentido, indica, esta judería de Tetuán no se diferencia en
nada de las demás que existen prácticamente en todas las ciudades
marroquíes:
La arquitectura del barrio es arqueológica. El barrio es una
fortaleza con tres puertas sólo de relación al exterior. Las calles son
estrechas y sin recovecos, como no sean estratégicos. Las casas muy
altas, con enrejados ventanillos abiertos en las alturas. Todo da allí la
sensación de defensa, de encastillamiento contra un ataque, contra
algún pueblo más fuerte e irrespetuoso. En efecto, hasta no hace
mucho, relativamente, en Tetuán se daban escenas de asaltos y
saqueos contra los judíos (Giménez Caballero, 1983: 131).
En lo que se refiere al aspecto de modernidad de la judería, Giménez
Caballero señala, fundamentalmente, la relación que mantienen estos judíos
con otros países. Están suscritos a periódicos ingleses y revistas francesas,
técnicas, de medicina, por ejemplo. “La mayor parte de las familias tienen
317
miembros en Norteamérica, en Alemania, en la Argentina, donde ocupan,
muchos, excelentes puestos” (Giménez Caballero, 1983: 132).
Algunos puntos principales del ensanche tetuaní son descritos con cierto
detalle. Así, por ejemplo, cuando se refiere a las celebraciones con motivo del
santo del Rey, Giménez Caballero describe el ambiente que se vive en la Plaza
de España, que:
(…) estaba pintoresca al anochecer, después que retumbaron los
cañonazos de rigor. Sobre el cielo tibio de Mayo había luminarias
numerosas. La Residencia, vestida de gala con rojas colgaduras y una
guirnalda de bombillas eléctricas. El Círculo Israelita había levantado
unas arcadas de madera, iluminadas profusamente, y con un letrero muy
patriótico, de esos que ponen los judíos a todos los reyes bajo cuya
dominación están, expresando su devoción, amor, etc. (Giménez
Caballero, 1983: 114).
Menciona también que en el centro de la Plaza de España se encuentra
un estanque con pececillos que, a la luz lechosa de las farolas, hace las
delicias de soldados y moros que contemplan cómo se desplazan entre las
aguas limpias. En el fondo de la plaza se encuentra el palacio señorial del
Jalifa. En otra ocasión, la imagen que le produce esta plaza es mucho más
siniestra: “Noche polvorienta de verano, lleno el cielo negro, inmenso y
transparente, de estrellas. Noche de verano aquí en la Plaza de España,
mortecina, con su aire mediocre y triste de provincia, con su jardincillo de
318
palmeras enanas en los macizos de césped seco y de geráneos descoloridos”
(Giménez Caballero, 1983: 123).
Como ya se mencionó en su lugar oportuno, Giménez Caballero se
refiere despectivamente a la high-life de Tetuán, formada por los jefes y
oficiales que, lógicamente no piensan ni remotamente abandonar nunca el
Protectorado. Nos informa que las mujeres e hijas de estos oficiales frecuentan
“el tennis, la hípica y el cotillón” (Giménez Caballero, 1983: 115). También se
refiere nuestro autor a uno de los hoteles de la capital del Protectorado,
moderno y equiparable al de cualquier capital europea, sin que recuerde a los
tristes establecimientos que se encuentran en cualquiera de las capitales de
provincia españolas. Nos indica también quiénes son los clientes de este
establecimiento:
En este hotel tetuaní reside, principalmente, el militar de postín: el
General, el Inspector de Servicios, todos esos jefes que cobran una
atrocidad de pesetas por levantarse tarde, dar un paseo hasta algún
parque e inspeccionar las cosas de modo que ocurran bicocas como la
de Larache. Viven también otros militares de menor categoría que, o son
solteros, o tienen fortuna para sostener la pensión largas temporadas.
En general, los oficiales suelen ser transeúntes que bajan con licencia a
la plaza unos días (Giménez Caballero, 1983: 118).
La lista de personajes que Giménez Caballero menciona como habiendo
sido clientes de este hotel es larga e instructiva. Por citar tan sólo a algunos,
319
señalaremos a Dris ben Said, del que ya hablamos en su momento oportuno, al
fraile Revilla, a Ruíz de Albéniz, del que afirma que dicen “ser muy entendido
en cosas africanas” y que “su aspecto es el de un estudiante juerguista”, el
periodista Manuel Aznar, la baronesa de Alcahalí, “que revolvió todo Tetuán
con sus originalidades algo traducidas del francés”, Américo Castro, Salaverría,
el duque de Alba, personajes, en definitiva, que “reunidos en un salón hispano-
morisco bien puesto, charlando y comentando, daban ene este hotel una nota
de cierta civilidad e importancia, quizá la única nota espiritual que se ha visto
por esta zona” (Giménez Caballero, 1983: 119-120).
En uno de los relatos de El blocao, Magdalena Roja, este hotel tetuaní,
del que sabemos que se llamaba Alfonso XIII, aparece como escenario del
encuentro de Barea con Angustias, su antigua amante, ahora experta espía,
disimulada bajo el papel de querida del coronel Villagomil (Díaz-Fernández,
1998: 84 y ss.).
Por su parte, Arturo Barea, nada más incorporarse a filas en Tetuán
descubre las calles del ensanche de la ciudad, acompañado de su colega el
sargento Córcoles. Se pasea por la calle de la Luneta, donde se mezclan los
diferentes colores y distintivos de los diferentes uniformes con alguna mancha
blanca de los albornoces de los moros. Predomina el color caqui, aunque
surgen de vez en cuando los entorchados de algún general acompañado por
sus ayudantes. Se ven los fajines, rojos y azules, del Estado Mayor. “Tan pocas
mujeres había en la calle de la Luneta que el paso de una de ellas, si no era
320
vieja y gorda, producía un murmullo que la acompañaba a lo largo de toda la
calle” (Barea Ogazón, 2000: 292).
La impresión que el barrio español de Tetuán provoca en Díaz-
Fernández no es, ni mucho menos, buena. “La belleza de Tetuán no me
impresionaba. Me parecía un pueblo sucio, maloliente, tenebroso aún en los
días de sol. Al sol debía sucederle lo que a mí, puesto que se vertía
alborotadamente en todos aquellos lugares que, según los artistas, carecían de
interés y de sugestión: la Plaza de España, la calle de la Luneta, la carretera de
Ceuta” (Díaz-Fernández, 1998: 52).
La segunda gran ciudad que aparece en las narraciones que hemos
analizado con mayor detalle es Ceuta. Se trataba de un “pueblo pequeño,
donde todo el mundo se conoce.” Las distracciones, además del paseo, se
limitan a ir a la playa o al cine. La vida de noche, como indica Barea,
comenzaba en unos cuantos restaurantes, “de los cuales el más famoso era
Los Corrales” (Barea Ogazón, 2000: 411). El Café Cantante estaba en una
placita diminuta que formaba parte de un callejón retorcido llamado La Barría,
“en el cual todas las casas eran burdeles”. Para Gaya Nuño, Ceuta, “con su
Revellín y sus viejas murallas portuguesas, es un escaparate” (Gaya Nuño,
1999: 387).
La ciudad de Ceuta es también objeto de atención por parte de Giménez
Caballero. Narra cómo descubre un rincón cerca de la ermita de San Amaro:
“yo me pude dar unos largos paseos por este delicioso rincón ceutí (…)
321
Jardinillo de los más melancólicos y admirables que he visto” (Giménez
Caballero, 1983: 151).
Siguiendo este pequeño periplo por las ciudades africanas, tenemos que
referirnos ahora a Melilla. En la década de los años veinte del pasado siglo, se
trataba de una ciudad que había experimentado un fuerte crecimiento de la
población, con la consiguiente expansión urbana que, al igual que en el caso
de Tetuán, se había materializado en el diseño de un ensanche modernista,
muy similar, desde el punto de vista conceptual, al de Barcelona.
En la Historia del cautivo se describe la ciudad: “con su barrio Real, con
sus merenderos semejantes a los de la Bombilla, con sus comercios de traza
andaluza, no es más que un falso escaparate” (Gaya Nuño, 1999: 387).
También la describe a través de las primeras impresiones que recibe Clemente
Garrido cuando desembarca tras la travesía desde Málaga:
Y Melilla. Una ciudad bonita, clara, como una prolongación de
Andalucía. Una ciudad que parecía no tener otro destino en su vida que
la de ser base militar, base cuartelera, quintaesencia de las virtudes y
defectos de un regimiento. Se diría que el que mandaba en Melilla no
era un alcalde, sino un general. (…) Por las calles había tantos
generales y coroneles como soldados. Éstos, renegridos y secos, como
si el clima de África convirtiera al español en algo muy uniforme
físicamente, a poquísima distancia del moro. Porque moros se veían
también muchos, y, a no ser por las chilabas y las barbas de los más, su
322
tipo discrepaba poco del de los soldados españoles (Gaya Nuño, 1999:
365).
La ciudad de Melilla desempeña un papel muy relevante en la narración
de Sender. Ya hemos analizado en su momento correspondiente cómo esta
ciudad representa para el fugitivo Viance la única vía de salvación. Todo su
periplo desde Igueriben se justifica para alcanzar las líneas defensivas de la
ciudad de Melilla. La descripción de la ciudad se lleva a cabo desde los
arrabales, nada más cruzar los primeros puestos defensivos, hasta el centro:
Durante media hora cruza la ciudad espeluznada bajo los
disparos de la artillería española cogida por los moros. Es una artillería
eficaz; no hay más que oírla ahora y ver cómo se entierran los
proyectiles en los desmontes, junto al Docker, junto al Alfonso XII. (…)
En la explanada, a mano izquierda, hay una gran fuente monumental de
azulejos árabes hechos con moldes alemanes (Sender Garcés, 1931:
213).
Los bombardeos sobre Melilla son evocados también, por ejemplo, en
los artículos de Indalecio Prieto. Así, el día 18 de Septiembre de 1921 describe
cómo la tertulia en la que participa se ha instalado en la Peña, “un quiosco
circular que se levanta en la plazoleta formada por las dos calles principales de
Melilla, Alfonso XIII y O’Donnell”. Señala que a treinta metros de esa plazoleta
asoman las palmeras de la que califica como magnífica Plaza de España.
Estando la noche anterior en el quiosco mencionado, escuchando las
323
“magníficas paradojas sobre la verdad y la mentira” que exponía Rafael
Sánchez Mazas, asegurando que para él “en las crónicas de guerra siempre la
verdad es la mentira y la mentira la verdad”, y que, de esta manera, “la suma
de mentiras de cronistas e historiadores constituye la verdad”, mientras se
escuchaban los zumbidos de los cañonazos, cuyas explosiones sonaban cada
vez más cercanas cuando:
De pronto se advirtió como el estampido una pequeña
trepidación. Púsose la concurrencia en pie, y enseguida los más
curiosos fuéronse hacia la Plaza de España. En ella acababa de caer un
proyectil de cañón, enterrándose debajo de los raíles del ferrocarril, a
media docena de metros de un depósito de municiones. Poco después
otro en el mismo sitio. Tiraban los moros y tiraban bien. Sus granadas
llovían en un espacio pequeño entre la tierra y el mar, junto a las
gabarras en que se están montando baterías flotantes para meterlas en
Mar Chica (Prieto Tuero, 2001: 59).
La población más peculiar de toda la zona era, sin duda, Tánger. El
carácter internacional de esta ciudad, donde se paseaban libremente tanto los
oficiales españoles como los franceses, así como los agentes de Abdelkrim, se
caracterizaba por un cosmopolitismo que no tenía ninguna de las demás
ciudades de la zona. Para los oficiales españoles, Tánger representaba el lugar
al que, después de largos y duros períodos en campaña, había que llegar para
escapar de los horrores de la guerra, la monotonía de la administración militar,
o el desinterés de los destinos sin pena ni gloria. Tánger era, como afirma
324
Giménez Caballero, el destino “con que sueña todo militar que ha reunido unas
pesetas en el destierro de los campamentos, o de las plazas de guerra”
(Giménez Caballero, 1983: 169). Esta ciudad era el escenario perfecto para la
disipación completa, la “ciudad de placer”, donde se daban cita las mujeres, el
champán, la ruleta, los grandes hoteles, la playa lujosa y los espectáculos
exóticos.
Pero existía también otro Tánger, tal vez más misterioso y atractivo que
el que acabamos de mencionar. En efecto, existía también un Tánger
escenario de las intrigas y las conspiraciones de las grandes potencias. En la
narración de Giménez Caballero, este atractivo se describe de la siguiente
manera:
Creo que me ha interesado más contemplar de cerca otro Tánger,
el Tánger cosmopolita de las luchas europeas, el Tánger político. Ese
Tánger donde coinciden las más fuertes garras del mundo como sobre
una presa preciosa y en el que nosotros, los españoles más o menos,
todavía contamos algo (Giménez Caballero, 1983: 169).
Como en las demás ciudades de la zona, en Tánger coexistían dos
poblaciones claramente diferenciadas, la europea, establecida en la parte
nueva de la ciudad, y la autóctona que ocupaba, junto con la población judía, la
alcazaba o la medina. Giménez Caballero reconoce que para los que vengan
de Europa, el principal atractivo de Tánger se encontrará lógicamente en la
parte árabe, en el zoco grande y en las callejuelas que discurren sinuosas entre
325
los lienzos de las antiguas murallas, donde se encuentra la cárcel, el palacio
del Sultán y la antigua Tesorería. Sin embargo, lo que interesa a nuestro autor
se encuentra en la parte europea:
A mí me interesa más lo europeo; así que gasto mis horas en
sentarme en el Zoco chico, ir a la playa, hacer vida de hotel, concurrir al
Kursaal y al Palmarium, y dar una ojeada a los chalets del Merchan. El
zoco chico es una cosa sí como la Puerta del Sol de Tánger. Una Puerta
del Sol reducida, más íntima, pero que es también el ombligo de la
ciudad. Allí es el rendibú de los negociantes, de los judíos, de los que
quieren ver sólo pasar la gente, de los comentadores de sucesos
políticos. Por allí desfilan las cocotas de postín que van a los Kursaales;
los oficiales franceses o españoles, el agente inglés, el pastor
protestante, el franciscano de Castilla, el hebreo clásico, el moro rico
(Giménez Caballero, 1983. 171).
Para concluir estas notas sobre Tánger, podemos recordar que el papel
que desempeña la ciudad internacionalizada dentro de las distintas
narraciones, al igual que en la acción política española de la época, es el de un
elemento claramente distorsionador de los esfuerzos militares españolas en su
zona marroquí. Esto es, Tánger es el centro en el que se ponen en marcha las
intrigas a favor de los sublevados rifeños, el marco en el que se negocian sus
apoyos y el eje por el que se transmiten sus continuos mensajes al resto de
potencias europeas.
326
Hay que recordar, asimismo, que Tánger a pesar de su peculiar estatuto
internacional, era sobre todo una ciudad marcada por una enorme influencia
española. La lengua más utilizada entre la colonia extranjera era el español, a
pesar de los ingentes esfuerzos llevados a cabo por las autoridades francesas
para desarrollar la presencia cultural de su país en la ciudad y en su territorio
adyacente. Como muy acertadamente indica Mimoun Aziza:
La influencia hispana en la vida económica y social de la ciudad
era mayor que la de los demás países europeos, gracias a la
superioridad numérica de los elementos hispanos que vivían allí (…) Los
franceses eran conscientes de la preponderancia de la colonia hispana
(…) En Tánger la colonia española es sensiblemente más numerosa que
la colonia francesa. En 1930, Tánger tenía 62.000 habitantes, de los que
17.000 eran europeos y, de éstos, 14.000 procedían de España (Aziza,
2003:58).
Por otra parte, en lo que se refiere al ámbito económico, la presencia
europea fue determinante. La vida económica en Tánger dependía
completamente, desde la década de los años veinte del pasado siglo, del
movimiento económico europeo. “Todos los negocios y todas las industrias
están en manos de los europeos y de los judíos y los indígenas musulmanes
no desempeñan más que un papel subalterno” (Aziza, 2003: 59). De la misma
manera, esta situación económica tan particular, hizo que Tánger se
caracterizara durante mucho tiempo por ser la única ciudad marroquí en la que
327
existía un proletariado, formado por campesinos emigrados fundamentalmente
de la zona del Rif, y también por españoles.
__________________
328
4.2- LA COMANDANCIA DE MELILLA:
329
330
El territorio del Protectorado, a cargo del Alto Comisario, se dividía en
tres zonas, la de la Comandancia Militar de Larache, la de Ceuta y la de Melilla.
Ésta última estaba a cargo del general Fernández Silvestre desde 1920. Este
general ocupa su nuevo cargo con un acuerdo previo con el Alto Comisario, el
general Berenguer, para romper el aislamiento de la ciudad mediante una serie
de operaciones en la zona de Alhucemas que contribuyeran al éxito de las
emprendidas en la Yebala conjuntamente por las otras dos Comandancias
Militares (Seco Serrano, 2002: 602). El resultado de las operaciones iniciadas
en Agosto de 1920 por el general Fernández Silvestre no será otro que el
Desastre de Annual.
La zona en la que se llevan a cabo esas operaciones militares se
caracteriza por su difícil acceso. Se encuentra enmarcada por altas montañas y
no ofrece condiciones para el establecimiento progresivo de las distintas
posiciones, sobre todo por la escasez de puntos de agua.
Todas y cada una de las narraciones son bastante detalladas en lo que
se refiere a la descripción física del territorio, ya sea en una zona o en otra del
Protectorado. En el caso del territorio de la Comandancia General de Melilla, el
relato que mayores datos geográficos aporta es el de Sender.
Los ejemplos que se citan a continuación, sin pretender ser ni mucho
menos exhaustivos, nos parecen sin embargo suficientemente ilustrativos como
para permitir que el lector se haga una idea clara del nivel de detalle aportado
por “Imán”:
331
Después de andar toda la noche (...) llega a las llanuras de Monte
Arruit. Sabe que, al final, la primera prominencia es la colina, no muy
alta, de suaves laderas, de Monte Arruit. Encima, la posición, a la
derecha, el río; a la izquierda, la estación del ferrocarril, pequeña,
blanca, con ventanas ajimerezadas, mitad fortín y mezquita. (Sender
Garcés, 1930: 165).
Vete hacia allá, lo más lejos posible de la vía, sin perder de vista
Monte Arruit y el camino de Zeluán. Por ahí te salvarás. (Sender Garcés,
1930: 168).
Zeluán lo han tomado y lo mismo Nador. Yo me voy hacia Cabo
de Agua y allí me paso a las islas. (Sender Garcés, 1930: 174).
Hacia allá, todo es morería salvaje. Si llega la de tomar soleta, ¿tú
por dónde irías?... ¡No, hombre! Te meterías en el degolladero. Hay que
saber siempre por dónde escapar. Por allá, a Dríus. Que el sol te salga
siempre a mano derecha y se ponga a la zurda. Siguiendo esta ley, te
das de morros en el doble tono, en Melilla. (Sender Garcés, 1930: 78).
(...) allá está el desfiladero donde cayeron tantos de San
Fernando y del 59. Sí, está camino de dar Dríus. Ha andado unos treinta
kilómetros a la espalda de Annual (...) (Sender Garcés, 1930: 126).
332
El camino de Dríus está señalado por los cadáveres, por los
postes telefónicos, encaperuzados por el charol de los cuervos. Quedan
detrás las crestas de Tizzi Asa, con sus fumarolas de guerra. (Sender
Garcés, 1930: 131).
Intenta salir y reanudar su camino. Treinta kilómetros más hasta
Tistutín. (Sender Garcés, 1930: 136).
¡Hay tanto que andar aun hasta rebasarlo y cruzar el río, seco
casi en esta época! Pero el río sólo será el primer peldaño para llegar a
Tistutín (...) (Sender Garcés, 1930: 142).
Quiere hacer cálculos. Ha andado unos 70 kilómetros y le quedan
todavía más de 50, a los cuales la muerte ha trasladado su frontera
infranqueable. (Sender Garcés, 1930: 162).
___________________
333
334
4.3- LAS CÁBILAS, LOS POBLADOS Y LAS ALDEAS:
335
336
La zona se encontraba dividida en territorios controlados por las distintas
cábilas, cada una de las cuales gozaba de una total independencia respecto de
las demás y, por supuesto, frente a la autoridad del Majzén.
En la zona oriental de Protectorado, esto es, la más cercana a Melilla, se
encontraban las siguientes cábilas principales: Beni Sicar, justo a las puertas
de la ciudad, y rodeando a ésta, las de Beni Bu Gafar, Beni Sidel y Beni Bu
Ifrur. En la zona de Nador, se encontraban las de Quebdana y Ulad Settut, a
orillas de la Mar Chica. A continuación, se extendían los territorios controlados
por las siguientes cábilas: Beni Bu Yahi, al sur, y Beni Said, Mtalsa, Bel Ulixek,
Tafersit, Beni Tuzin y Temsaman, al oeste.
En la zona del Rif propiamente dicha, situada todavía más hacia el
oeste, se encontraba la cábila más importante, la de Abdelkrim, esto es, la de
Beni Urriaguel, rodeada por las de Beni Ammart, Beni Iteft, Bocoya, Zarkat,
Senhaya, Ketama y Beni Seddat48. Todavía más al oeste se encontraban las
zonas de Gomara, con Xauen como principal punto de población, y las otras
dos zonas del Protectorado, la Yebala, dentro de la cual se encuentra Tetuán, y
la zona occidental, articulada alrededor de Larache y, en menor medida,
Alcazarquivir.
Una mención específica merece el caso de la cábila de Beni Arós, que
sin ser de las principales, sí desempeñó un papel importante en los
acontecimientos militares de 1921. Recordemos, por ejemplo, lo que escribe
48 Estas informaciones han sido extraídas del Mapa 4, anexado en: Villalobos, Federico (2004). “El sueño colonial. Las guerras de España en Marruecos”. Barcelona: Ariel, Grandes Batallas, 336 pp.
337
Díaz-Fernández: “Cuando a nuestro batallón lo distribuyeron por las avanzadas
de Beni Arós, y a mí me destinaron, con veinte hombres, a un blocao, yo me
alegré, porque iba, al fin, a vivir la existencia difícil de la guerra.” (Díaz-
Fernández, 1998: 34).
Por otra parte, aprovecharemos esta oportunidad para señalar que,
etimológicamente Beni Arós equivale a Vinaroz, o Vinaròs, y también a
Benarés, poniendo en duda el pretendido origen latino del topónimo levantino
que se ha querido hacer derivar de Viña de Alòs. Por otra parte, conviene
también señalar que la etimología del topónimo es eminentemente híbrida ya
que al Ibn ( ) arábigo se complementa con la arabización Ar-Rus ( )
derivada del romance Roch, al igual que ocurre en el caso del nombre de
Averroes. Podríamos concluir esta breve digresión etimológica señalando que
no es por casualidad que en la ciudad de Vinaroz existan todavía hoy no pocas
familias apellidadas Roca.
Asimismo, como ya se ha indicado, los núcleos poblacionales de la zona
del Protectorado eran relativamente escasos. Al margen de las ciudades, Ceuta
y Melilla, además de Larache, Alcazarquivir y Xauen, existían pequeños
poblados y aldeas controlados por cada una de las cábilas que antes hemos
mencionado.
El resto de la población sedentaria se articulaba en núcleos limitados a
las propias familias, como en el que Clemente, el personaje principal de Gaya
338
Nuño, cree encontrar refugio tras su huida para ser finalmente entregado de
nuevo a sus captores (Gaya Nuño, 1984: 573).
Una mención especial merece el caso de Axdir, capital de la República
del Rif, situada en la zona controlada por los beniurriagueles y también presidio
de los mil quinientos cautivos españoles en poder de Abdelkrim tras el
Desastre de Annual. La descripción de Gaya Nuño es muy detallada (Gaya
Nuño, 1984: 423-459). Señalemos, por otra parte, que se han conservado
numerosos documentos gráficos de Axdir, así como dibujos y croquis
elaborados por algunos de los prisioneros, y también un plano realizado en
perspectiva desde el Peñón de Alhucemas, reproducido en su integridad en un
desplegable que enriquecía la obra de Juan de España. En este mapa se
aprecia, entre otras muchas, el lugar exacto que ocupaba la casa de Abdelkrim.
__________________
339
340
4.4- LOS BLOCAOS:
341
342
Las defensas establecidas por los españoles consistieron en toda una
serie de posiciones independientes, muchas veces indefendibles, normalmente
situadas en la cima de riscos aislados, conocidas como blocaos. Este término
deriva directamente de la denominación empleada durante la primera guerra
mundial por las tropas alemanas para referirse a un tipo de construcción militar
dentro de la guerra de trincheras, el “blockhaus”, término que en la vida civil
también se emplea para referirse a una simple cabaña de madera.
Según vemos en las fotografías de que disponemos, los blocaos se
construían normalmente erigiendo una edificación rectangular de mediano
tamaño, capaz de albergar a toda la guarnición, que era rodeada por una
muralla de piedras y sacos terreros, a su vez rodeada también por varias filas
de alambradas de alambre de espino, completando la defensa, en algunas
ocasiones, un pequeño foso.
La descripción de un blocao figura perfectamente detallada en el
capítulo homónimo de la narración de Díaz-Fernández (Díaz-Fernández, 1998:
33 y ss.). También Gaya Nuño dedica no pocas páginas a describir este tipo de
fortificaciones, por ejemplo en la descripción de la posición de Ben Tieb:
Era una buena posición, establecida en una altura pasablemente
estratégica. Todavía estaba en nuestras manos la noche del 22. Todavía
quedaba allí un residuo de organización y de disciplina. Se ha colocado
a la entrada del parapeto una fila de cuencos y baldes de agua para que
beban los fugitivos. (Gaya Nuño, 1984: 405-406).
343
Arturo Barea dedica un capítulo completo de su obra, el quinto, a la
descripción de la vida en uno de estos blocaos. Aporta, de esta manera,
numerosos datos que nos servirán para reconstruir fielmente cómo eran este
tipo de construcciones militares. Así, lo primero que descubrimos es que los
blocaos, “como entonces los conocíamos”, eran barracas de madera, de unos
seis metros de largo por cuatro de ancho, protegidas hasta la altura de un
metro y medio por sacos terreros y muy raramente por planchas de blindaje.
Estaban rodeadas por fosos protegidos por alambre de espino (Barea Ogazón,
2004: 314).
En cada uno de estos blocaos se amontonaba una compañía completa,
al mando de un sargento. Se trataba, por tanto, de veintiún hombres que
quedaban durante el período de servicio en el blocao, completamente aislados
del resto del mundo. Barea indica que “tan sólo en casos excepcionales se
destinaba junto con la compañía a un soldado telegrafista, que era el
encargado de comunicarse con el exterior –esto es, con el blocao contiguo-
gracias al heliógrafo y una lámpara Magin.” (Barea Ogazón, 2004: 314).
Cuando los sargentos Barea y Córcoles llegan a uno de estos blocaos,
situado en la zona de Beni-Arós, les recibe un sargento desgreñado y en los
huesos. La descripción que del espacio hace Barea resulta especialmente
interesante:
344
En el rincón de la derecha, detrás de la puerta, el sargento había
puesto un tabique de tablas para hacerse una alcoba. El resto de la
barraca era una simple habitación con la tierra desnuda como piso. Las
camas de los hombres estaban en dos hileras a lo largo de las paredes
laterales, dejando un pasillo estrecho en medio. Encima de cada cama,
en una repisa, estaba el macuto y una caja de madera. La mayoría de
los hombres estaban tumbados fumando. Alrededor de una de las
camas del fondo un pequeño grupo jugaba a las cartas. A la altura de los
ojos, las paredes estaban perforadas por troneras. El sol entraba a
través de ellas en chorros de luz que dibujaban rectángulos
deslumbrantes sobre el piso y sumergían todo lo demás en la oscuridad,
hasta que los ojos se acomodaban a la penumbra. Había un olor que no
sólo le saltaba a uno a las narices, sino que parecía agarrarse a la piel y
a los vestidos y depositarse allí en capas como pintura. Un olor
semejante al olor de ropa sucia dejada por semanas en un rincón
húmedo, sólo que cien veces peor. (Barea Ogazón, 2004: 315).
En un espacio tan reducido, rodeados de enemigos que disparan a todo
el que asoma fuera del parapeto, la eliminación de los excrementos se
convierte en un auténtico problema. Barea describe este asunto de la siguiente
manera:
En un rincón había una lata de petróleo. Más tarde me contaron la
historia: los hombres la usaban para orinar, porque si no tenían que salir
afuera. Cuando los ataques del enemigo eran muy frecuentes, la usaban
345
para todo. Cuando la lata estaba llena, tenía que vaciarla fuera de la
alambrada el que le tocaba el turno. Esto, frecuentemente, provocaba un
tiro, algunas veces una baja, y entonces se perdía la lata. El primero que
tenía necesidad de aliviarse podía elegir entre salir por la lata, que era
seguro que estaba cubierta por un “paco”, o evacuar en alguna parte
fuera de la alambrada, a su propio riesgo. (Barea Ogazón, 2004: 316).
En otro capítulo de “La ruta”, el octavo, titulado “Desastre”, Barea relata
la técnica precisa para construir uno de esos blocaos en medio de fragor de la
batalla. Mientras las fuerzas del Tercio combaten en la misma cima del cerro
donde se levantará la futura posición, la compañía de Barea es la encargada
de las labores necesarias:
En el lado descubierto del cerro, nuestros muchachos cavan a
toda prisa y llenan sacos terreros. Las piezas de madera numeradas que
son el blocao yacen sobre la tierra en haces ordenados para que el
rompecabezas pueda armarse sin dificultad. Los rollos de alambre de
espino se desatan y sus extremos libres restallan como látigos con
zarpas. Lo primero que ha de hacerse es levantar un parapeto frente al
enemigo; de otra manera, no se podría trabajar. Los hombres se
arrastran a la cima del cerro arrastrando los sacos terreros llenos frente
a su cabeza, pero cuando llegan a la cima quedan al descubierto y
ponen los sacos en línea llevándolos como si fueran niños dormidos,
corriendo a gatas después, más rápidos que lagartos asustados,
mientras las balas silban sobre sus cabezas o se estrellan en la tierra o
346
en los sacos repletos con un golpeteo sordo. (Barea Ogazón, 2004:
339).
Señalemos por último que también tiene un cierto interés la descripción
de posiciones más importantes, como la de Monte Arruit, tal y como se
encuentran en la actualidad, que lleva a cabo Lorenzo Silva (Silva, 2001: 77 y
ss.).
____________________________
347
348
4.5- LAS COMUNICACIONES: EL YATE “GIRALDA”:
349
350
Uno de los problemas fundamentales de la defensa del territorio del
Protectorado español en Marruecos consistió en que la Comandancia de Melilla
nunca tuvo comunicación por tierra con las demás zonas españolas. En esas
circunstancias, cualquier asistencia, desde Ceuta, y por supuesto desde la
Península, sólo podía llegar por mar.
En lo que se refiere a las comunicaciones terrestres dentro de los límites
físicos de cada una de las Comandancias, la situación era muy diferente entre
la de Ceuta, la sede del Alto Comisario en Tetuán, la de Larache y la de Melilla.
De hecho, Pablo La Porte señala como uno de los factores que
dificultaron extraordinariamente el avance de la acción política en todo el
Protectorado la situación lamentable de las comunicaciones, que “dejaban
mucho que desear aún a finales del año 1922” (La Porte, 1997: 566).
Menciona, de esta manera, cómo en aquellas fechas se habían recuperado las
tres líneas de ferrocarril existentes antes del Desastre en la zona de la
Comandancia de Melilla. Es más, “en abril se inauguró un tractocarril que unía
Tistutín con Dar Drius, con lo que la columna vertebral de las comunicaciones
en la zona oriental del Protectorado español quedó reconstruida”.
La escasez de las comunicaciones, unida a la inseguridad de las
mismas, condicionaba la actuación de las fuerzas españolas, y por tanto
también de las actividades en el ámbito civil, de manera que obligaba a
“mantener un sistema de posiciones casi invariable y a actuar según un modus
operando muy similar, concentración de columnas, preparación para el avance,
351
avance, ocupación, repliegue, con todos los inconvenientes que llevaba
consigo, aguadas, blocaos…” (La Porte, 1997: 567).
Ya se vio en su momento oportuno, cómo el sargento Arturo Barea, a las
órdenes del incompetente capitán Blanco, participa en la construcción de la
carretera que hubiera tenido que enlazar Tetuán con Xauen, tras la toma de
esta ciudad mítica y que, después del fracaso de las operaciones de 1924,
quedó en mero proyecto.
Teniendo en cuenta unas condiciones orográficas más favorables, las
comunicaciones entre Ceuta y Tetuán fueron más que aceptables. Lo mismo
podría decirse de las vías que unían Larache con el norte.
En el caso de Melilla, sin embargo, tan sólo hubo caminos
medianamente aceptables hasta Nador, por una parte, y hasta Dríus, por otra.
El resto del territorio era accesible únicamente por caminos de herradura. De
esta manera, las operaciones ofensivas del general Silvestre, que conllevan la
extensión en un frente ininterrumpido a lo largo de los más de 130 kilómetros
que separan Annual de Melilla, representan un peligro evidente y
desmesurado. Es por este motivo por el que, en un intento de alcanzar el mar y
abrir así una vía rápida de comunicación entre Annual y Melilla, el general
Silvestre ocupa los altos de Abarrán, dando el pistoletazo de salida al Desastre.
352
Las comunicaciones por ferrocarril se limitaban a los treinta kilómetros
escasos que separan el poblado de San Juan de las Minas del mar, con varias
estaciones intermedias, como en Monte Arruit.
El Alto Comisario en Marruecos se veía, de esta manera, obligado a
desplazarse constantemente entre Ceuta, o el puerto de Tetuán, en Río Martín,
hasta Melilla. Para esas travesías, el general Berenguer disponía de un yate
oficial, el “Giralda”, al que Giménez Caballero presta cierta atención en las
páginas de su obra.
En efecto, en “Notas marruecas de un soldado” figuran dos capítulos
dedicados a este buque. El primero de ellos se titula “Un viaje en el Giralda” y
ocupa desde la página 29 hasta la 63. El segundo se titula “Otra vez en el
barco” y se extiende desde la página 78 hasta la 81.
El relato de la primera travesía a bordo del “Giralda” comienza con la
descripción del trayecto entre Tetuán y su puerto, situado en Río Martín.
Giménez Caballero aprovecha para, muy en su estilo, describir los
innumerables colores del paisaje: “...sombras violetas, sonrosadas y malvas.”
(Giménez Caballero, 1983: 61). Una vez en cubierta, llega el Alto Comisario
con su séquito: “Va saludando a todo, con una sonrisa, de bigotes grandes,
cuidadosamente desparramados por su cara de tártaro.” (Giménez Caballero,
1983: 64).
353
Giménez Caballero comparte la travesía con el asistente del general
Berenguer, “un galleguito simpático que se llama Pacífico, nombre paradójico
para servidor de un general.” (Giménez Caballero, 1983: 64), con el cocinero,
“tarambana y borrachín”, un escribiente “de esos que tienen la psicología del
lacayo” y un asistente de un teniente coronel “muchacho serio e inteligente”.
No está previsto camarote para todo este personal subalterno. Duerme
cada uno donde puede. Al amanecer Giménez Caballero va descubriendo los
principales puntos de referencia de la costa: “el Peñón, Sidi Dris y, al fondo, la
Sierra Nevada.” (Giménez Caballero, 1983: 65). El narrador se percata que
“vamos a una marcha lenta, tan lenta, que estamos aún por la mitad, cuando
debíamos estar llegando.” Es entonces cuando, antes de que suban a cubierta
los oficiales, el marinero de guardia le abre los ojos:
Explica que el yate está hecho una carraca, que necesita lo
menos un año de reparación: ¿qué no necesitará reparación en nuestro
país? Hasta esto, un barco ligero, cómodo, que debía ser, por la
importancia que tiene... (Giménez Caballero, 1983: 65).
La propia figura del general Berenguer tampoco escapa a la observación
crítica del narrador: “la tendencia de este Alto Comisario a rodearse de
pequeñeces para resaltar en tal fondo.” (Giménez Caballero, 1983: 66).
La segunda travesía en el “Giralda” lleva a Giménez Caballero desde
Melilla hasta un pueblecito de la costa malagueña, Pizarra, donde tendrá lugar
354
una entrevista del Alto Comisario con el Gobierno. Una vez más, el autor es
extremadamente crítico sobre la eficacia de estas acciones: “Es muy probable
que para las consecuencias que resulten de ella y la importancia de sus
mutuos discursos podrían haber elegido una mesa de café.” (Giménez
Caballero, 1983: 78). De nuevo, la descripción de la salida del puerto de Melilla
permite a Giménez Caballero dar unas pinceladas coloristas: “El Giralda se
aleja del muelle tranquilo, reposado, humeando tenuemente, como un viejo
burgués que va a dar un paseíto fumando su pipa.” (Giménez Caballero, 1983:
78).
El último viaje de Giménez Caballero a bordo del yate es para regresar
desde la costa malagueña hasta Río Martín: “El Giralda sigue haciéndolo tan
mal como antes, tan cacharro como siempre, y las olas, unas olas
insignificantes, le hacen cabecear lamentablemente.” (Giménez Caballero,
1983: 84).
Al margen de las narraciones de África, sobre el yate “Giralda” conviene
detenernos, siquiera brevemente, para aclarar definitivamente algunas
cuestiones que nos parecen importantes, como se verá a continuación.
Recordemos que, como atestiguan las fotografías de que disponemos,
localizadas gracias a la amabilidad del personal investigador del Museo Naval
de Madrid, y según corroboran los expertos, (Coello Lillo, 2001: 212), y la
maqueta que del mismo se conserva en la Torre del Oro de Sevilla, el
imponente yate fue uno de los buques comprados a toda prisa por el Ministerio
355
de Ultramar de cara al entonces inminente conflicto bélico con los Estados
Unidos de Norteamérica.
El yate, efectivamente, era imponente:
Fue proyectado por los diseñadores Cox y King y construido en
Glasgow en 1894 por la Fairfield Shipbuilding & Engineering Co. Por
encargo del célebre millonario norteamericano Harry McCalmont. Lo
más característico del “Giralda” era su gran chimenea, tres palos y
escaso francobordo. Destacó en el momento de su construcción por su
lujoso acabado interior, elevado tonelaje y gran velocidad, cifrada en
20.5 nudos gracias a dos máquinas de triple expansión con 420 caballos
nominales de potencia. (Coello Lillo, 2001: 253).
En 1898 fue armado en Barcelona para participar, como buque de aviso,
en una serie de operaciones navales en aguas de Cuba. Una vez concluida la
guerra, el “Giralda” fue utilizado como yate real hasta 1918.
Fue el primer buque de la armada española que dispuso de un equipo
de telegrafía sin hilos49, regalado por la Telefunken a Alfonso XIII. Una de las
misiones más relevantes del yate “Giralda”, una vez perdida Cuba, fue la de
trasladar los restos de Colón hasta Sevilla cuando llegaron a Cádiz.
Posteriormente, también sirvió de escenario para numerosos actos
protocolarios del Estado. Entre éstos, conviene recordar la célebre entrevista
49 El tema de la telegrafía es tratado por Barea: “En 1922, la radiotelegrafía estaba aún en sus principios. En un cuarto reducido del pabellón opuesto al cuartel había un transmisor-receptor Marconi, de los más primitivos (...)” (Barea Ogazón, 2004: 423).
356
entre el káiser Guillermo II y Alfonso XIII en aguas de Vigo, tal vez germen
involuntario de todos los sinsabores españoles en Marruecos, cuando el
emperador alemán se dirigía, precisamente, a Tánger y Agadir.
Los autores a los que hemos recurrido señalan que:
En 1918 se sometió el yate a una profunda renovación en Ferrol.
(...) Fue buque escuela durante un corto período, para luego terminar
siendo buque planero50, tarea que desempeñó entre 1920 y 1934. A la
espera de su venta para chatarreo, el Giralda sería testigo inmóvil de la
Guerra Civil desde su fondeadero en los caños de La Carraca, (en
Cádiz) siendo finalmente desguazado en 1940. (Coello Lillo, 2001: 253).
Dicho lo anterior sobre el “Giralda”, respaldado con sus debidas fuentes,
comparemos con lo que, tomando como excusa el caso de este buque, afirma
Pío Moa sin rubor alguno (Pío Moa, 2006). Y no es que nos sorprendan ya los
disparates de Pío Moa, porque tales son, y por tanto así los calificamos, sino
que es importante aclarar conceptos en el ámbito que nos corresponde, que no
es otro que el académico.
En efecto, afirma este autor que el yate “Giralda” fue rebautizado por
Negrín con el nombre de “Vita” y utilizado para poner a salvo los “inmensos
tesoros robados al patrimonio artístico e histórico nacional y a los particulares.”.
Escribe también que:
50 Esto es, un buque destinado a establecer planos y cartas. Estaba adscrito a la Comisión Hidrográfica. Según el catálogo-guía del Museo Naval de Madrid, en su primera campaña oceanográfica llevó a bordo a un ilustre invitado: el entonces Príncipe Alberto de Mónaco.
357
En marzo de 1939, poco antes del fin de la guerra, parte de lo
expoliado fue embarcado en Francia con rumbo a Méjico: El barco había
pertenecido a Alfonso XIII con el nombre de Giralda, y lo mandaba un
capitán relacionado con los separatistas vascos. Su carga debía recibirla
el doctor Puche, ex rector de la Universidad de Valencia y agente de
Negrín en Méjico.
Más adelante afirma que casi llegando a Méjico, Prieto burló a Negrín y
a los separatistas vascos, y de acuerdo con el Presidente Lázaro Cárdenas,
“conocido por su extrema corrupción”, se apropió del barco. Pío Moa concluye
su artículo afirmando “el asunto se presta como pocos a un buen documental o
una buena película.”
Antes de concluir este capítulo, dedicaremos unas palabras a los
esfuerzos llevados a cabo por parte de Abdelkrim para paliar o incluso vencer
los problemas de la falta de comunicaciones adecuadas dentro del territorio
dominado por sus propias fuerzas. En efecto, Abdelkrim se percató muy
rápidamente que uno de los factores que habían contribuido a la derrota de las
fuerzas españolas era la ausencia de comunicaciones rápidas y fiables dentro
del territorio ocupado. En un intento por evitar que, en un futuro no muy lejano
ese mismo problema se volviese en contra de sus propias fuerzas, Abdelkrim
desarrolla varias iniciativas, entre las que podríamos subrayar dos de carácter
más importante. La primera es la que se refiere a la puesta en marcha y
desarrollo de una red telefónica eficaz que pusiera en comunicación su cuartel
358
general con la práctica totalidad del territorio controlado por la República del
Rif. La segunda, todavía más ambiciosa, es la que trata de dotar de un sistema
de comunicaciones terrestres aceptables, mediante la construcción de una red
viaria, primero dentro del Rif y luego, entre este territorio y la Yebala,
comunicando Axdir y Xauen.
De esta manera, la red telefónica de Abdelkrim se articuló en torno de la
estación central de Axdir, de donde salían tres líneas: una en dirección a
Melilla, otra hacia la Yebala y, la última, hacia la zona de Targist. De cada una
de estas líneas, a su vez, partían nuevas líneas secundarias, “con un recorrido
global de doscientos kilómetros, llegando hasta todas las líneas del frente y
sumando un total de setenta y siete estaciones” (Salafranca, 2004: 108).
Merece la pena señalar que todo el material necesario para la puesta en
marcha de esta red de comunicaciones telefónicas procedía del botín de guerra
tomado a las fuerzas españolas. El encargado de llevar a cabo las distintas
fases para el establecimiento de estas líneas fue el propio hermano de
Abdelkrim, M’Hamed, denominado “Pajarito”. Se apoyó, fundamentalmente, en
dos colaboradores principales, “un alemán llamado Klens, y sobre todo en el
mecánico español Antonio, que fue hecho prisionero en 1921, y
voluntariamente se unió a los rifeños, llegando a ser el verdadero jefe técnico
del Servicio de Transmisiones del Rif” (Salafranca, 2004: 109). La novedad de
esta red telefónica, frente a la española e incluso la francesa, consistió
precisamente en levantarla en unas circunstancias de enfrentamiento bélico
directo. Como muy acertadamente señala el autor mencionado:
359
Lo más interesante fue el uso militar y político que hizo Abd-el-
Krim del teléfono. Políticamente, en minutos estaba informado de
cualquier incidente, disidencia, protesta o conato de rebelión. Con la
misma rapidez y por el mismo conducto dictaba sus órdenes. La rapidez
de la acción y el control que ejercía sobre todo el territorio de la
República del Rif, o mejor diríamos sobre todos los habitantes del
territorio, inquietó a algunos elementos que cortaron postes o hilos. En
menos de una hora fue reparada la línea y se ordenó que fueran
fusilados los autores del atentado, lo que sirvió de aviso a futuros
descontentos (Salafranca, 2004: 111).
El segundo gran esfuerzo de Abdelkrim por mejorar las comunicaciones
del territorio es el que se refiere al trazado de nuevas carreteras y pistas. Por
una parte, se trataba de garantizar el traslado rápido de sus tropas y, por otra,
de abrir las vías imprescindibles de comunicación que, a la larga, garantizaran
una mayor cohesión entre las tribus del Rif, primero, y luego entre éstas y las
de la Yebala. Hay que señalar que las pistas abiertas por Abdelkrim,
paradójicamente, sirvieron para facilitar el avance de los camiones y otros
vehículos automóviles de las fuerzas españolas a partir de 1926,
contribuyendo, de esta manera, a la derrota de Abdelkrim en 1927.
__________________
360
4.6- EL PROBLEMA DE LA CARTOGRAFIA:
361
362
El desconocimiento prácticamente total de la orografía de la zona
española en Marruecos no pudo ser superado sino hasta fechas relativamente
recientes. De hecho, incluso la extensión total del Protectorado fue una
incógnita hasta la culminación del enorme esfuerzo financiero y humano que
supuso, ya en la década de los cuarenta, la elaboración del mapa topográfico
del Protectorado de Marruecos.
De hecho, una de las causas de la amplitud del Desastre fue la ausencia
casi completa de mapas adecuados de las zonas conquistadas. La retirada
desordenada de las tropas incrementó el número de bajas debido al
desconocimiento completo del terreno y, por tanto, de las vías de retirada hacia
Melilla.
Podemos señalar algunas menciones específicas a esta situación en las
obras que nos ocupan. Tal es el caso de la huida desesperada del protagonista
de la obra de Sender hacia un lugar a salvo, buscando desesperadamente
puntos de referencia, que le permitan alcanzar las diferentes posiciones en el
camino de Melilla. De esta manera, se orientará, por ejemplo, dejando a la
derecha las crestas de Tizzi-Azza, seguirá las vías del ferrocarril sin perder de
vista las alturas de Dríus, o se dirigirá hacia el este en busca del mar. También
se menciona este problema en la obra de Arturo Barea, cuando el protagonista
está destinado en el regimiento de Ingenieros ocupándose de las obras de la
que hubiera sido la carretera de Tetuán a Xauen.
363
El curso de los acontecimientos provocó que los topógrafos se
concentraran hasta 1927 en “la producción rápida de cartografía operativa para
atender las necesidades de una guerra cruenta y difícil.”(Nadal, 2000: 17). De
esta manera, el encargo para realizar lo que posteriormente sería el mapa
provisional del Protectorado, a escala 1:50.000, quedaría pospuesto hasta la
pacificación del territorio.
El levantamiento de la cartografía fue “expeditivo y de grandes
dificultades materiales por las características del relieve, el mal conocimiento
del territorio y la carencia de comunicaciones.” (Nadal, 2000: 18) Los trabajos
para la elaboración de la carta topográfica incluían tres tipos de operaciones:
“el establecimiento de la red geodésica, el levantamiento de la altimetría y los
trabajos planimétricos necesarios para la confección del mapa y para el
catastro.” (Nadal, 2000: 21)
La dureza y dificultad de este trabajo queda demostrada por el gran
número de bajas que sufrió la plantilla de topógrafos en Marruecos. En las
operaciones militares posteriores al Desastre de Annual “se emplearon por
primera vez métodos fotogramétricos para realizar levantamientos (...) el
Depósito de la Guerra había adquirido moderno instrumental.” (Nadal, 2000:
32). Con estas nuevas condiciones, se pudieron obtener planos con mucha
más rapidez y, además, se conseguían cartas de zonas relativamente alejadas,
incluso de aquellas en las que se producían los combates.
364
Hay que señalar, asimismo, que el desembarco de Alhucemas, en 1926,
“estuvo precedido de un levantamiento del campo de Axdir, sobre una
extensión de unas 18.000 hectáreas, en escala 1:20.000 y equidistancia de 20
metros.” (Nadal, 2000: 33). Este mismo plano es el que, según hemos indicado
anteriormente, se reproduce en la obra de Juan de España. Qué duda cabe
que contribuyó al éxito de las operaciones contra el cuartel general de
Abdelkrim. A partir de esta acción militar, los topógrafos se adentran en el
territorio de los Beni-Urriagel, al mismo tiempo que las tropas españolas.
Mención específica merece el caso de los topónimos y el problema de
su trascripción que, en el caso de los topógrafos, se llevaba a cabo conforme
escuchaban la pronunciación de los nombres por parte de los nativos. Para
complicar todavía más la situación, en no pocas ocasiones se recurría a los
nombres popularizados entre las tropas españolas. De esta manera, la versión
definitiva de la cartografía del Rif, al reconocerse los tremendos errores que
estas prácticas acarreaban, se retrasó considerablemente.
A modo de ejemplo, podríamos citar algunos nombres de accidentes
geográficos que varían según se siga la pronunciación indígena o la acepción
común por parte de la tropa. Así, Monte Arruit es Yebel Arui; Axdir se transcribe
a veces como Achdir o Aidir; Abarrán es Uberán.
_______________________
365
366
5- ELEMENTOS SOCIALES: LA POBLACIÓN CIVIL: ESPAÑOLES,
MUSULMANES Y HEBREOS. LAS MINAS DEL RIF. LAS “MOSCAS”51:
TABERNEROS, AGUADORES, PROSTITUTAS. EL ASUNTO DE LAS
RESPONSABILIDADES:
51 Nos hemos permitido utilizar este término por parecernos perfectamente gráfico, siguiendo el título de la novela de Mariano Azuela en la que describe los individuos que siguen a los ejércitos y viven parasitariamente de éste.
367
368
5.1- La población civil: españoles, musulmanes y hebreos:
369
370
La población civil que se adentra en la zona del Protectorado fuera de
las ciudades es relativamente escasa. Sin embargo, sí existen una serie de
núcleos poblacionales que se establecen mediante la creación de factorías, por
ejemplo, en la zona de la Mar Chica, y, sobre todo, de explotaciones mineras.
También se encuentra población “extra muros”, en torno de las estaciones del
ferrocarril o del aeródromo de Zeluán.
Como muy acertadamente señala La Porte, a pesar de las disposiciones
del Gobierno tendentes al desarrollo de una estructura civil en la zona del
Protectorado, “el desarrollo de la misma se vio retardado por dificultades
nacidas no exclusivamente de los organismos militares” (La Porte, 1997: 647).
De hecho, se creó la figura de un Alto Comisario Civil del Protectorado, cargo
para el que sería designado el diputado liberal Miguel Villanueva, en el año
1922, “profundo conocedor de la realidad marroquí”, sin que, sin embargo,
llegara a tomar posesión del mismo. Los motivos que provocaron que
Villanueva no llegara a asumir las funciones civiles en la zona marroquí, según
La Porte, fueron los recelos que este nombramiento despertó entre el
estamento militar. De hecho, una vez que el Gobierno asumió la imposibilidad
de que un político civil ocupase ese cargo, se vio forzado a recurrir a un militar,
Luis Silvela, entonces Ministro de Marina del Gobierno liberal.
Silvela ocuparía su puesto en Marruecos en Febrero de 1923. Según
señala La Porte, la impresión que recibió al ocupar sus nuevas funciones no
podía haber sido menos alentadora. “En sus comunicaciones con el Ministerio
de Estado, hizo notar que los objetivos establecidos en el nuevo proyecto de
371
protectorado civil no se habían conseguido” (La Porte, 1997: 659). Se refería,
fundamentalmente, a la sustitución progresiva del Protectorado militar por el
civil, a la pacificación indispensable del territorio, al refuerzo de las estructuras
civiles y a la progresiva reducción de tropas, con el consiguiente ahorro de
recursos militares.
De hecho, las opiniones de Luis Silvela al respecto, como reacción a la
cicatería de Madrid frente a la solicitud de fondos, expresadas en un telegrama
al Gobierno resultan esclarecedoras:
Sigo creyendo inaplazable implantación régimen intervenciones
militar y civil, aunque es mi criterio proceder de una manera gradual y
progresiva por regiones con el fin de poder presentar lo llevado a cabo
en unas como modelo a seguir en las demás. Por tal procedimiento
gasto real será bastante inferior al total que se solicitó, pero es
indispensable se me conceda éste para poder iniciar implantación
régimen esperado con ansia por elementos indígenas y españoles. No
pierdo de vista la conveniencia del tesoro por V.E. indicada de reducir el
nuevo personal al estrictamente necesario, pero considerando el
problema en conjunto me propongo prestar en su día preferente
atención a la preparación de un nuevo presupuesto. (La Porte, 1997:
660).
La cuestión presupuestaria adquiere una importancia cada vez mayor.
De hecho, la actuación española en marruecos provoca una escalada sin
372
precedentes en el déficit presupuestario del Estado, Se ha calculado que el
volumen de la deuda en junio de 1923, se acercaba a los 16.000 millones de
pesetas, de las cuales, más de 3.500 millones “se debían a las Obligaciones
del Tesoro directa o indirectamente provocadas por la campaña africana” (La
Porte, 1997: 666).
En estas circunstancias, los esfuerzos llevados a cabo para desarrollar
los recursos de las estructuras de la Hacienda Jalifiana habían dado resultados
muy pobres. El total de los recursos obtenidos por ésta apenas llegaba en el
año 1923 a los 17 millones de pesetas, impidiendo, claro está, como señalaba
Luis Silvela a las autoridades de Madrid, liberar al Tesoro del Estado español
de las gravosísimas contribuciones necesarias para mantener una estructura
civil mínima en el territorio de Marruecos.
Los recursos que podían obtenerse de la explotación del territorio
marroquí eran muy escasos. De esta manera, la tributación minera, aun siendo
sin duda alguna la partida más importante, no permitía albergar optimismo
excesivo. Los permisos de explotación y de investigación de yacimientos
mineros en la zona del Protectorado dieron lugar a cifras ridículas, que desde
las escasas 6.000 pesetas del año 1914, se incrementaron hasta las 170.000
obtenidas en 1923 (La Porte, 1997: 667).
En lo que se refiere a la implantación de sociedades de capital español
en la zona, se observa una reticencia y una ausencia de confianza en las
posibilidades reales de pacificación que provoca la limitación importantísima de
373
empresas civiles en el territorio. Así, en 1923 únicamente se constituyeron 11
nuevas sociedades en el territorio español en Marruecos. Tres eran de carácter
comercial, dos dedicadas a la explotación minera, una a la industria química y
cinco a negocios varios, con un capital total invertido de unos 25 millones de
pesetas (La Porte, 1997: 667).
Esta población civil huirá precipitadamente hacia Melilla en cuanto se
avisten los primeros fugitivos que aparecen tras el Desastre de Annual. Sin
embargo, algunos individuos, e incluso familias enteras, no tendrán otra
posibilidad que refugiarse en las posiciones españolas que serían asaltadas
posteriormente. De hecho, algunos civiles llegarán a sufrir el cautiverio en
Axdir.
Lorenzo Silva se refiere a estos colonos españoles:
Se internaron en el Rif a comienzos de siglo, antes que los
militares, con el fin de explotar las tierras fértiles. Los colonos pudieron
comprarlas sin dificultades a los rifeños, quienes después defendían los
derechos del comprador cristiano si algún representante del Majzén los
ponía en duda. Hay constancia de un par de catalanes de Gerona,
llamados Esgleas y Andreu, que alrededor de 1900 adquirieron tierras y
llegaron a tener prósperas explotaciones con aparceros locales. (Silva,
2001: 82).
374
La población musulmana mantiene un contacto directo con los
españoles tanto en las zonas rurales como en las urbanas. En estas últimas
sobresale, sin ninguna duda, el zoco como espacio de encuentro. Según indica
Francisca María Magraner Frau:
Tal espacio provoca fascinación por su mezcla de aromas y
colores y el bullicio de los más variopintos personajes. El corazón
mercantil de la medina constituye, en efecto, un lugar de intercambio
para todos, pero los musulmanes se sienten especialmente seguros y
orgullosos en sus callejuelas y tiendas hasta el punto que, en ocasiones,
reafirman su hostilidad hacia los visitantes cristianos y les manifiestan
que “españoles irse de Marruecos (Magraner Frau, s.f.: 560).
Por otra parte, Giménez Caballero dedica uno de los capítulos a
describir la sensualidad del zoco (Giménez Caballero, 1983: 96-100).
Por su parte, la población hebrea de la zona del Protectorado era
relativamente importante. Se concentraba en las zonas urbanas, ocupando
barrios específicos adyacentes a las medinas. Ya se ha mencionado el
importante papel que estas poblaciones juegan a favor de Abdelkrim, así como
las inteligentes medidas que éste adopta con el fin de atraerse el favor de los
hebreos. También se ha mencionado el caso de las prostitutas hebreas,
señalado por Díaz-Fernández, y la importancia de las poblaciones judías de
Tetuán, Tánger y sobre todo Xauen, reflejadas por Giménez Caballero.
_______________
375
376
5.2- LAS MINAS DEL RIF:
377
378
Las riquezas mineras de la zona del Protectorado desempeñaron un
papel clave en el interés de los políticos españoles hacia esta región. De
hecho, no sin razón se ha afirmado que, entre otros muchos personajes de la
época, Romanones poseía intereses tanto particulares como en nombre y
representación de Alfonso XIII, en las minas del Rif. También es cierto que,
posteriormente, y teniendo en cuenta los medios técnicos disponibles en la
época, se comprobó que los yacimientos no eran, ni mucho menos, tan ricos
como se esperaba. De hecho, Germain Ayache, opina, tal vez cargando un
poco las tintas, que la sociedad española de la época llegó a pensar que el Rif
sería un nuevo Perú.
Entre los recursos mineros se encontraban numerosos yacimientos de
hierro, plomo, manganeso y antimonio. Para su explotación se constituyó, tras
la Conferencia de Algeciras, la Compañía Española de Minas del Rif, con la
participación, entre otros, de empresarios vascos y del Marqués de Comillas.
Hay que señalar que el mineral extraído se exportaba directamente
hacia otros países europeos, donde era transformado en metal. De esta
manera, apenas se construyeron hornos de desulfuración junto con unos muy
rudimentarios lavaderos de mineral. El ferrocarril, de unos treinta kilómetros, se
construyó específicamente para facilitar la salida del mineral a través del puerto
de Melilla.
379
En “Imán”, se hace una referencia específica al tema de las minas al
describir por primera vez las consecuencias del Desastre fuera del ámbito
estrictamente militar. En efecto, Sender escribe:
Aquí la catástrofe ofrecía más contrastes, no tenía la cruda
monotonía de Annual, de Dríus. Aquí había un poblado, había cierta vida
civil reflejada, aunque débilmente, por la actividad civilizada de San Juan
de las Minas. Había también polvo rojo, ferruginoso, en el suelo, en la
cara y en las ropas, y merced a él, algunos cadáveres de obreros
españoles tenían buen color. (Sender Garcés, 1930: 147-148).
La descripción detallada de las minas que Sender lleva a cabo, a la vez
que en tono de denuncia, no deja de alcanzar niveles incluso coloristas:
Muelles de embarque en la plaza, operarios, cargadores y
mineros casi de balde; dos trenes de mineral diarios hacia el puerto;
todo gracias a nosotros. A ver dónde están ahora esos trenes cargados,
esas vagonetas y esos hormigueros de tíos en cueros (...) Viance llega a
sentir cierta satisfacción maligna y vengativa. (Sender Garcés, 1930:
148).
La narración que con mayor detalle se ocupa del asunto de la
observación de posibles minerales es sin duda “La historia del cautivo”. El
principal protagonista, Clemente Garrido, es puesto a disposición del capitán
Gordon Bennett que se dedica a recorrer los alrededores de Axdir en un
380
flamante automóvil descapotable en busca de indicios de las riquezas
minerales del Rif.:
Cuando el inglés acabó el cigarrillo, se desvió un poco del auto,
se fijó en unas piedras negruzcas, las cogió, las tomó al peso, volvió al
coche y las dejó en el interior del mismo. –Está buscando minerales,
hierro, plomo, o lo que sea, ¡vaya un pájaro! –se dijo Clemente. (Gaya
Nuño, 1984: 552).
En la narración de Arturo Barea se describe cómo se iniciaron las
pesquisas en busca de los yacimientos de mineral:
Dos hermanos alemanes, los Mannesmann, encontraron que en
el Rif había minas de hierro y de algo más, manganeso o no sé qué. Y
cuando Abd-el-Krim el padre del actual, era jefe de Beni-Urriaguel, se
fueron a verle y le sacaron una concesión. (Barea Ogazón, 2004: 448).
También se cuenta explícitamente quién era el principal interesado en
los recursos mineros del protectorado: “el hombre que anda ahora detrás de las
minas es el conde de Romanones. Él es el propietario de todas las minas del
Rif.” (Barea Ogazón, 2004: 449).
_________________________
381
382
5.3- LAS “MOSCAS”: TABERNEROS, AGUADORES, PROSTITUTAS:
383
384
Por último, nos referiremos a los individuos que, como “las moscas” de
la novela de Azuela, siguen a las tropas exprimiendo todo el jugo posible y
haciendo de ellas su medio de vida. Entre estos personajes destacan los
taberneros, los aguadores y las prostitutas.
Las cantinas, que siguen a las tropas en sus desplazamientos, incluso
hasta la línea del frente y a los blocaos más alejados de las zonas
relativamente seguras bajo control del grueso de las tropas españolas, son
descritas con cierto detalle por Giménez Caballero. Así descubre el lector:
¿Cómo se forma una cantina, una cantina militar? Investiguemos
su origen. ¡Ah, su origen! ¿Veis esa cesta vieja por donde asoma el
gollete de una botella de aguardiente y una pequeña bota de vinillo de la
tierra, y en cuyo fondo yacen unas cajetillas y unas pastillas de
chocolate ínfimo? Pues ésa es la célula madre, el germen de los más
suntuosos establecimientos de la prole. Esa semilla de cantina va
conducida por un hombre o una mujer, cuidadosamente, como un
tesoro… En la vida cuartelera de los regimientos, allá en las
guarniciones de España, durante los paseos militares, la instrucción de
los quintos, las prácticas de tiro, siempre existe un paisano o una
paisana que van al lado, cesta al brazo, como la sombra sigue al cuerpo,
al cuerpo militar en este caso… Más he aquí que llega una movilización,
una guerra. El cantinero, la cantinera –que orgullosamente se irrogan el
título de proveedores únicos del batallón tal o cual- se mezclan con los
jóvenes expedicionarios, sale pitando el tren y una buena mañana
385
destapan su cesta detrás del Estrecho. (Giménez Caballero, 1983: 23-
24).
Este comercio se mantiene incluso entre los cautivos de Axdir y la
posición española del Peñón de Alhucemas. “Los cárabos moros y las lanchas
españolas casi se cruzaban en este conversar, traer y llevar cartas, trajinar
paquetes para los cautivos. No se trataba sólo de la Cruz Roja52, sino de algo
más complejo.” (Gaya Nuño, 1984: 466).
Las cantinas, cuando prosperan, se transforman en tabernas. Si el
negocio marcha excelentemente, llegan a convertirse en auténticos almacenes
donde pueden comprarse todo tipo de víveres, bienes de primera necesidad e
incluso objetos más suntuosos. Este el caso del almacén de Currito que
aparece en la obra de Sender. Se trata de un comerciante tan avispado que ha
conseguido formar parte de las propias estructuras del ejército. Provee con sus
productos, vendidos en cómodos plazos, las necesidades de los campamentos,
tanto de servicio como privadas. A cambio, ejerce funciones de mando sobre la
tropa, que se ve obligada a trabajar para él, descargando camiones, o
realizando cualquier otra tarea que se les mande.
La explicación sobre cómo se ha podido llegar a esta situación tan
peculiar es la siguiente:
52 Suponemos que, al haber vetado las autoridades españolas la intervención de la Cruz Roja Internacional, esta mención se refiere a las famosas damas de la Cruz Roja Española, entre las que se encontraba la Reina y las Infantas de España.
386
-¡No sé qué coño pasa aquí con Currito! Es decir, sí que lo sé.
Los asistentes de los jefes que tienen la familia en la plaza y un paisano
mío que está de dependiente en casa de Curro, me lo han contao. To los
jefes hacen la compra en casa de Currito, y a cobrar pa la siega. Tanta
cuenta le trae este fiao que no lo reclama nunca. Luego nos meten a los
soldaos los garbanzos llenos de gusanos, el arroz hecho una pasta, que
no hay quien lo trague. Pero no es sólo eso. En sus almacenes tiene
Currito más de quince dependientes y criaos sacaos del regimiento que
trabajan como negros por la comida... y ¡qué comida! Mi paisano siente
cariños del rancho del cuartel. Un día que se había descargado tres
camiones él solo tuvo unas palabras con la mujer de Currito. Le
amenazó con enviarlo a la compañía, ni más ni menos que si fuera el
coronel, y como era de la tercera y estaba destacada por ahí arriba, se
calló. Cuando la compañía está en la plaza y los echa de su casa por
alguna falta, van al calabozo. Si están en el campo, ¡hale, a aguantar
pacos y a pelar parapetos! Eso es lo que pasa con Currito, y más que
me callo, porque la mili es la mili. (Sender Garcés, 1930: 224).
El problema del agua ya ha sido mencionado en varias ocasiones. Las
fortificaciones carecían de agua propia, de tal manera que ésta debía ser
transportada necesariamente por las aguadas sometidas al certero fuego
enemigo. De la posición de Igueriben dice Gaya Nuño:
No está defendida sino por diez soldados y un cabo. Para obtener
agua hay que hacer cada día una incursión de más de cuatro kilómetros
387
de ida y otros tantos de vuelta. Víveres y municiones, los que puedan
llegar de Annual. Es decir, que Igueriben, como Abarrán puede caer
cuando deseen los rifeños. (Gaya Nuño, 1984: 391-392).
Ante esta escasez de agua, que obliga a que los sitiados beban su
propia orina, se dieron escenas espantosas, como la de aquellos soldados que
se bebieron el combustible de un motor o el de un grupo de oficiales que se
repartió el contenido de una botella de colonia. Algunos de los fugitivos que
consiguieron escapar de Igueriben y luego de Annual, fallecieron al beber
demasiada agua tras la espantosa sed padecida durante días.
La descripción del tormento de la sed es uno de los elementos
fundamentales en el relato de la defensa imposible de los blocaos y de las
posiciones más importantes. Como no podía ser menos, Sender reserva un
espacio fundamental a este elemento. En el caso de la posición “R”, esto es,
Igueriben, narra cómo Viance padece ese tormento:
Es el agua, el agua, el agua. Sin ella da lo mismo comer que no,
dormir que velar. Hace tres días que dieron el último cuartillo. A medida
que se bebía se sudaba, de modo que no quedó una gota en el
estómago. Fue una corta delicia, sin embargo, sentir al mismo tiempo la
humedad en la garganta y en la piel. Desde hoy se bebe orina. (Sender
Garcés, 1930: 87-88).
388
El recurso a la orina permite a los soldados sitiados calmar la sed
espantosa. Para disimular el sabor, se mezcla con azúcar:
Le alarga la cantimplora. Viance bebe hasta que se la arrebata el
cabo. -¿Con azúcar?, pregunta el de al lado. Viance afirma con la
cabeza. El otro dice: - aunque tenga mejor paladar al final la azúcar da
más sed.” (Sender Garcés, 1930: 99).
En otra ocasión, el nivel de exigencia que provoca la pregunta sobre los
orines es todavía más reducido: “-¿Están calientes? – No, se han enfriado y
llevan azúcar. Viance bebe por segunda vez desde hace tres días.” (Sender
Garcés, 1930: 106).
Sender escribe toda una reflexión sobre el drama de la sed:
La angustia del agua pesa en la vida del campamento y la llena
como el sol de agosto, como el cansancio muscular o como el tedio. Los
primerizos sienten la obsesión del agua y pasan la vida imaginando
dónde podrán llenar la cantimplora y, una vez llena, dónde la
esconderán para que nadie se entere. Los veteranos no beben ya.
Como los camellos, tienen bastante con un buen trago en la cantina
cada cinco días, cuando les dan las sobras. A diario, con el café de la
mañana les basta. (Sender Garcés, 1930: 225).
389
En situaciones menos dramáticas, los aguadores vendían agua a los
soldados. Muchas veces, las garrafas se rellenaban en el primer charco
estancado por el que las tropas habían pasado previamente. De esta manera,
fueron muy numerosas las bajas provocadas por envenenamientos de todo tipo
causados por el consumo de aguas residuales.
Por último, indicaremos que las prostitutas reproducen fielmente el
mismo esquema jerárquico que el existente dentro del Ejército español. Así,
existían casas de tolerancia especialmente reservadas a la tropa, otras a los
suboficiales y otras a los jefes y oficiales.
En “Imán” y en “La ruta” se narra cómo se instalan dentro de los
acuartelamientos y posiciones, junto a la taberna, la barraca que servirá de
prostíbulo. De hecho, Sender también relata la pretendida disputa de celos que,
por divertirse, mantiene con otro sargento, Delgrás, por no soportar el hecho de
compartir los servicios de “una amable pupila que hay en la barraca del amor.”
(Sender Garcés, 1930: 233).
Ya se ha indicado que en no pocas ciudades del territorio las prostitutas
eran hebreas. Díaz-Fernández menciona varios ejemplos. También se refiere
este narrador al caso de la querida de uno de sus compañeros, Riaño, que será
finalmente asesinado por ésta (Díaz-Fernández, 1998: 95-98). Por su parte,
Giménez Caballero, aprovechando la enumeración de las diferencias entre el
cigarrillo y el kif53, establece las que separan a la mujer oriental de la
occidental: “el kif recuerda a la mujer oriental en un ambiente entre sucio y
53 Sobre el cannabis en el Protectorado y la sociedad española, véase el artículo de Juan Carlos Usó.
390
lujoso, practicando el amor súbitamente. El cigarrillo trae a la memoria la
coccotte europea, que sabe una técnica metódica del placer.” (Giménez
Caballero, 1983: 20).
___________________
391
392
5.4- EL ASUNTO DE LAS RESPONSABILIDADES:
393
394
Ante la magnitud del Desastre, tanto el vizconde de Eza como el general
Berenguer coincidieron en que era necesario poner en marcha algún
mecanismo que elucidara las responsabilidades militares y transmitiera un
mínimo de tranquilidad a la opinión pública. Ambos personaje coincidieron
también sobre el nombre de la persona que mejor podría desempeñar la
función de instructor del expediente: el general Juan Picasso González, por
entonces consejero togado del Supremo de Guerra y Marina (Seco Serrano,
2002: 618). El general Picasso había obtenido la laureada en Melilla, en la
campaña de 1893.
De esta manera, el general Picasso sería designado presidente de una
comisión encargada de fijar las circunstancias que provocaron el hundimiento
de la Comandancia de Melilla y el alcance de las responsabilidades atribuibles
a los mandos. Seco Serrano recuerda que el general Picasso, perteneciente al
estado Mayor, había sido subsecretario cuando el propio Berenguer ocupó la
cartera de guerra en 1918.
Hay que señalar que, tal vez contrariamente a lo que pensaban Eza y
Berenguer, el general Picasso desempeñó con todo rigor la tarea que le habían
encomendado. Se trasladó a Melilla con su equipo de colaboradores y recabó
toda la información posible entre la documentación de la Comandancia
General. Asimismo, entrevistó a todos los que, a su juicio, se encontraban en
posición de aportar cualquier dato útil para el esclarecimiento de los hechos.
395
La tenacidad del general, en ocasiones enfrentada a las instrucciones
del Ministerio, permitió la elaboración de un muy voluminoso expediente de
varios miles de páginas. Con toda aquella información, el propio general
Picasso elaboró un resumen destinado al Consejo Supremo de Guerra y
Marina, que es el que ha sido publicado por Carrasco García.
El expediente completo sufrió no pocas vicisitudes a lo largo de los años.
Al producirse el golpe de estado, ya en septiembre de 1923, que abocó a la
dictadura de Primo de Rivera, fue retirado de los archivos, ante el temor de que
fuera destruido, y depositado en diversos lugares hasta que se perdió por
completo. Existen diversos rumores que lo sitúan en varias Instituciones del
Estado, pero hasta la fecha no ha podido ser localizado.
Aún así, el resumen que se ha publicado es muy voluminoso, unas
trescientas páginas. No obstante, como muy atinadamente señala Carrasco
García, debido a su propia génesis, “el expediente no está exento de errores e
inexactitudes que obligan a contrastar con otras fuentes la información que en
él se ofrece.” (Carrasco García, 2003: prólogo).
De hecho, Carrasco García señala, a modo de ejemplo, uno de los
casos en los que el general Picasso admite la versión oficial de unos hechos
frente a los acontecimientos reales. Se trata del caso de una posición
defendida por el cabo Arenzana, quien habría mantenido heroicamente una
posición, salvando a sus hombres, hasta llegar a la zona francesa y ponerles a
salvo a todos. Hoy, sin embargo, sabemos gracias al expediente de concesión
396
de la Laureada al mencionado cabo, que los hechos no ocurrieron ni con
mucho de la manera pretendida.
El general Picasso también comete muchos errores materiales, como en
el caso de las fechas que admite para la rendición del general Navarro, con el
posterior asesinato masivo de sus tropas entregadas en Monte Arruit. Sin
embargo, en otras ocasiones se desmontan eficazmente leyendas fabricadas
desde el poder. En su momento tuvimos ocasión de comprobar el caso del
supuesto martirio del teniente Diego Flomesta Moya, que el general Picasso
desmantela al probar que murió en Abarrán y no torturado por los rebeldes
para que les enseñara el manejo de los cañones.
Sobre el expediente Picasso, Arturo Barea aporta no pocas
informaciones. Así, escribe que el general Picasso había terminado sus
investigaciones en el mismo año 1921:
Su informe estaba en manos del Parlamento; de un momento a
otro se esperaba el día del debate en la Cámara. La minoría socialista
había copiado e impreso el informe y unas pocas copias circulaban por
Madrid. Entre los papeles encontrados en el despacho del general
Silvestre, el general Picasso había descubierto un número de
documentos que probaban la interferencia personal de Alfonso XIII en el
curso de las operaciones militares. (Barea Ogazón, 2004: 476).
397
En un momento dado, el comandante José Tabasco, superior del
sargento Barea en la oficina de Ceuta, opina abiertamente sobre el general
Picasso:
-El general Picasso es un pobre infeliz que no ve más allá de sus
narices. Le han echado arena en los ojos y se traga cada historia que le
cuentan. ¡Como si los papeles, que se supone haber encontrado en la
mesa de Silvestre, fuera posible, si hubieran existido, que Silvestre los
dejara a la vista de cualquiera! No importa, todos esos trucos no
conducen a nada, porque para eso estamos nosotros. Y si es necesario
un pronunciamiento, lo habrá. (Barea Ogazón, 2004: 445).
En uno de los capítulos del libro de Giménez Caballero, el titulado “Una
oficina”, se describe la confusión completa y las penurias materiales en las que
trabaja el equipo del general Picasso. El capítulo comienza de la siguiente
manera:
Zaquizamí moruno, largo y estrecho, dando a un patio. Calor,
angostura e irritación. Cuatro mecanógrafos que se tocan casi con los
codos. Tic, tac; tic, tac, desesperante en tan poco espacio. (Giménez
Caballero, 1983: 111).
Giménez Caballero también describe físicamente la elaboración del
expediente:
398
Allí, en ese desvencijado estante, reposan los expedientes del
general Picasso. Van y vienen de unas manos a otras, cada vez más
abultados, con letras distintas, con innumerables decretos. Muchas
noches quedan allí abandonados, a merced de cualquiera o de una
ráfaga de viento. ¡Qué negligencia para una cosa tan seria como debía
ser esa suma de responsabilidades! Pero en el fondo tiene que ser así.
Si no hubiera habido negligencia, las defensas de Annual hubieran
funcionado. Al funcionar, no hubiera ocurrido el desastre. Al no ocurrir el
desastre, no hubiera habido responsabilidades. Al no haber
responsabilidades, no hubiera habido expediente Picasso. Y al no haber
expediente Picasso, no estaría aquí en esas tablas polvorientas y
melancólicas. (Giménez Caballero, 1983: 112).
El resto de la historia es conocido de todos. No se consiguió delimitar
responsabilidad alguna. Efectivamente, el pronunciamiento tuvo lugar, con el
beneplácito de Alfonso XIII. La dictadura de Primo de Rivera, quien en un
principio se inclinaba por abandonar Marruecos, terminó buscando la alianza
con Francia haciendo posible las operaciones iniciadas en la bahía de
Alhucemas que culminarían con la pacificación definitiva del territorio en 1927.
Arturo Barea se refiere a cómo ocurrió el golpe:
El Gobierno había dimitido, algunos de sus miembros habían
huido al extranjero, el Rey había dado su aprobación al hecho
consumado y España tenía un nuevo gobierno llamado Directorio, que
399
suspendió todos los derechos constitucionales. (Barea Ogazón, 2004:
477).
La narración de Gaya Nuño incluye un sabroso diálogo entre Santiago
Alba y Niceto Alcalá-Zamora:
-Pero don Niceto, ¿es que todavía cree usted que se van a
discutir las responsabilidades? ¡Es usted un inocente! -¿Cómo que no?
¿Quién podría impedirlo? ¡Es un acuerdo nacional! –Le voy a responder
con otra pregunta: ¿Quién supone usted, mi querido don Niceto, que nos
agradece la principal labor de nuestra gestión, la liberación y rescate los
prisioneros? (Gaya Nuño, 1984: 636).
_____________________________
400
6- ELEMENTOS MILITARES: EL EJÉRCITO COLONIAL. LA OFICIALIDAD
AFRICANISTA. EL TERCIO DE EXTRANJEROS. LA TROPA. LAS FUERZAS
RIFEÑAS. ARMAMENTO CONVENCIONAL Y QUÍMICO:
401
402
6.1- EL EJÉRCITO COLONIAL:
403
404
Como ya ha sido oportunamente indicado, desde un punto de vista
administrativo-militar la zona del Protectorado español en Marruecos se dividía
en tres Comandancias generales, Larache, Ceuta y Melilla. En Tetuán tenía su
sede el Alto Comisario. El ejército español desplegó durante los años previos al
Desastre unas fuerzas muy considerables en todas estas zonas. Después de la
derrota de Annual, los esfuerzos, tanto humanos como presupuestarios, se
incrementaron de una manera muy considerable. Como respuesta a la derrota
de 1924, esa misma tendencia a aumentar la sangría de los recursos del país
se incrementó todavía más, hasta alcanzar su mayor expresión en los meses
anteriores a las operaciones llevadas a cabo conjuntamente con las fuerzas
francesas en Alhucemas y hasta la pacificación definitiva del territorio en 1927.
Cada una de las Comandancias generales estaba a su vez dividida en
varias circunscripciones. En el caso de la Comandancia de Melilla, existían
cinco circunscripciones, cada una de las cuales se encontraba asignada a una
unidad de Infantería. Las cifras relativas al momento inmediatamente anterior al
Desastre de Annual que aporta el comandante Caballero Poveda en la revista
“Ejército” son las siguientes: 9.099 hombres repartidos en 76 posiciones,
incluyendo las cuatro posiciones de los peñones e islas; 1.671 hombres
integrando las tres columnas móviles de Cheif, Kandusi y Telatza; 2.593
hombres destinados en unidades de reserva, compuestos por el regimiento
número 2 de Regulares, el 10 de Alcántara y los miembros de la Policía
Indígena. Según estas cifras, nos encontraríamos con un total de 13.363
hombres, de los que 10.973 eran españoles y 2.390 rifeños.
405
Disponemos, asimismo, de informaciones muy concretas sobre las
fuerzas específicas y las circunscripciones en las que estaban destinadas cada
una de ellas en el momento de desencadenarse el desastre. De esta manera,
la circunscripción de Annual tenía 18 posiciones asignadas al Regimiento
Ceriñola 4254. La circunscripción de Dar Drius disponía de 17 posiciones que
eran cubiertas por el Regimiento San Fernando 11, además de la columna
móvil de Cheif. La circunscripción de Kandusi estaba defendida por 17
posiciones asignadas al Regimiento Melilla 59 y a la posición móvil de Kandusi.
La circunscripción del Zoco el-Telatza tenía 11 posiciones encomendadas al
regimiento “África” 68 y a la columna móvil de ese mismo zoco. La
circunscripción de Nador disponía de 9 posiciones encargadas a la Brigada
Disciplinaria. Por último, las islas y peñones disponían de 4 posiciones más,
asignadas a los Regimientos de Ceriñola y África.
Estas cifras difieren considerablemente respecto de las que aporta el
estadillo elaborado con ocasión de la Revista de Comisario llevada a cabo el 1º
de julio de 1921. Se señalaba en esta ocasión una cifra de 24.776 hombres en
la Comandancia General de Melilla, de los que 19.756 eran españoles y 5.020
eran indígenas. La enorme disparidad de unas cifras y otras no puede
explicarse sólo por el gran número de efectivos emboscados55 en destinos de
54 En el relato de Sender, cuando se narra la huida desesperada de Viance a través de barrancos y quebradas plagadas de cadáveres españoles, la repetición constante del número 42 cosido en los restos de los uniformes alcanza niveles obsesivos.55 Por ejemplo: “solo pueden ir a la oficina los hijos de canónigo” (Sender Garcés, 1930: 55); También en:“El general Silvestre llegó hace pocos días de Melilla, arrastrando consigo su plana mayor, su escolta y todos los emboscados que pudo barrer, recoger y rapiñar de aquí y de allá”. (Gaya Nuño, 1984: 394)
406
conveniencia, en el caso de las tropas españolas, o de incrementos ficticios y
fraudulentos en el número de soldados y policías indígenas56.
El mando y el cuartel general estaba integrado por el Comandante
General, general de división Manuel Fernández Silvestre, el General Segundo
Jefe, general de brigada de Caballería, Felipe Navarro y Cevallos, barón de
Casa-Davalillos, el Jefe de Estado Mayor, coronel de Infantería Gerardo
Sánchez-Monje Llanos, y el Jefe de la Oficina de Asuntos Indígenas, coronel
de infantería, Gabriel Morales Mendigutía.
Distinguiendo entre las unidades de Infantería, Caballería, Artillería,
Ingenieros, Intendencia, Sanidad, Unidades Aéreas y Guardia Civil y
Carabineros, las cifras específicas con asignación de las respectivas misiones
en la zona de la Comandancia General de Melilla son las siguientes:
- Infantería: Regimiento de San Fernando 11. Estaba compuesto por 3
batallones de 6 compañías de fusiles de 120 hombres cada una, así
como por una compañía de ametralladoras por batallón de 50
hombres. El coronel Salcedo Molinero estaba al mando de este
Regimiento, cuya misión consistía en la defensa de Dar Drius;
56 Ese es el caso, precisamente, de lo narrado por Barea, en lo que se refiere a la forma de incrementar el número de trabajadores indígenas en las obras de la carretera de Tetuán a Xauen, (Barea Ogazón, 2004: 271 y ss.)
407
- Infantería: Regimiento Ceriñola 4257. Tenía la misma composición
que el anterior, y estaba a las órdenes del coronel José Riquelme
López-Bayo. La misión consistía en proteger la zona de Annual;
- Infantería: Regimiento Melilla 59. Igual composición que el anterior.
Estaba al mando del coronel Silverio Araujo Torres. Su misión
consistía en proteger la circunscripción de Kandusi;
- Infantería: Regimiento África 68. Idéntica composición. Estaba
dirigido por el coronel Francisco Giménez Arroyo. Su misión consistía
en proteger la circunscripción de Zoco el-Telatza;
- Infantería: Brigada Disciplinaria. Se componía únicamente de un
batallón formado por 223 hombres al mando del teniente coronel
Pardo Agudín. Estaba encargado de guarnecer la circunscripción de
Nador;
- Infantería: Grupo de Regulares 2. Estaba compuesto por tres tabores
de infantería (tres mías de fusiles de 110 hombres cada una y una
más de ametralladoras de cuatro máquinas y 50 hombres) y un tabor
de caballería (tres escuadrones de unos cien hombres cada uno).
Estaba al mando del teniente coronel Miguel Núñez de Prado
Sasbielas;
- Infantería: Policía Indígena. Estaba compuesta por quince mías de
unos 100 hombres cada una, divididas a su vez en tres rebás de
57 En un momento dado de la narración, alguien identifica con precisión al protagonista de “Imán” en su huida ciega: “-Tendré que decirte yo mismo que eres Viance, de la segunda del tercero y del 42.” ( , 1930: 173), esto es, Viance pertenecía a la segunda compañía del tercer batallón del regimiento 42 de Ceriñola.
408
infantería y una de caballería58. Estaba a las órdenes del coronel
Gabriel Morales Mendigutia;
- Infantería: Compañía de Mar, compuesta por 139 hombres;
- Caballería: Regimiento Alcántara 1059. Estaba compuesto por seis
escuadrones de 150 jinetes cada uno, al mando del coronel
Francisco Manella Corrales;
- Artillería: Comandancia de Artillería, al mando del coronel Masaller,
repartida en posiciones fijas y en el grupo de talleres y
municionamiento;
- Artillería: Regimiento Mixto de Artillería. Estaba compuesto por dos
grupos de montaña a lomo (tres baterías de a cuatro piezas de 7 cm.
Schneider cada uno) y un grupo ligero hipomóvil (tres baterías de
cuatro piezas de 7.5 cm. Schenider. Estaban al mando del coronel
Joaquín Argüelles y de los Ríos;
- Ingenieros: Comandancia de Ingenieros, al mando del coronel José
López Pozas. El Jefe de Tropas y Fortificaciones era el teniente
coronel Luis Ugarte Sáinz. En Zapadores existían unos 800 hombres
encuadrados en seis compañías. En transmisiones se enmarcaban
58 En cuanto la derrota española se hizo evidente, fueron de estas tropas de las que primero recelaron los soldados españoles. Así, vemos como lo describe Gaya Nuño: “En un momento dado, y luego de cambiar con el enemigo señales luminosas, los últimos efectivos de la Policía Indígena montada se pasan al campo rebelde. Eran los moros pretendidamente afectos (...) ya han pasado a sus hermanos.” (Gaya Nuño, 1984: 412). 59 La caballería de Alcántara destacó frente al resto de las unidades del ejército por el cumplimiento de su deber, en algunas ocasiones heroico: “Por la tarde y por la noche, la desbandada es protegida por las cargas de los escuadrones de caballería de Alcántara, las únicas unidades que conservaron conciencia de su deber y contaron con jefes conscientes de su responsabilidad. Gracias a la caballería, pelotones informes de combatientes, deshechos, muertos de sed y de cansancio –el hambre era lo de menos- revueltas unas unidades con otras, los oficiales y sargentos sin la mas mínima voluntad de mando, llegaron a Ben Tieb.” (Gaya Nuño, 1984: 405). La lucha desesperada de los caballeros de Alcántara también es señalada por Sender, cuando describe la huida de Viance en la noche, adivinando sombras que surgen en la llanura mientras se desploman reventados los caballos.
409
300 hombres divididos en dos compañías. En Automóviles,
Ferrocarriles y Parques, se encuadraban unos 300 hombres en total;
- Intendencia: se encontraban al mando del teniente coronel Fernando
Fontán Santamaría. Encuadraban siete compañías;
- Sanidad: Se componían de 410 hombres, a las órdenes del coronel
Triviño. Estaban encuadrados en una Compañía Mixta de Sanidad
que disponía de tres ambulancias automóviles;
- Unidades aéreas: 2ª Escuadrilla de Aviación60, formada por seis
aparatos y con una dotación de 42 hombres. Estaba a las órdenes
del capitán de ingenieros Pío Fernández Mulero;
- Guardia Civil y Carabineros: la Compañía de Melilla disponía de 112
hombres al mando del capitán José García Agulla61.
Conviene aclarar siquiera brevemente cuál era el carácter de varios
elementos fundamentales de las fuerzas españolas coloniales para mejor
comprender el alcance de la deserción masiva, en los primeros momentos del
60 El papel de la aviación, cuya base de operaciones y aeródromo se encontraba en Zeluán, muy cerca de Nador, dejó mucho que desear. Uno de los aparatos fue derribado por las tropas de Abd-el-Krim. Otros, capturados al abandonar a toda prisa el aeródromo. Mención a las fuerzas aéreas se hace, por ejemplo, por parte de Gaya Nuño en el momento del cerco de Monte Arruit: “Una mañana, gritos de alegría: ¡Aeroplanos, aeroplanos! ¡Vienen a salvarnos! En efecto, un aeroplano se acerca a la posición y deja caer unos sacos. La mayor parte de ellos en el exterior, en las líneas moras. ¡Mala puntería! Los oficiales se precipitan a los sacos que han tenido la buena ocurrencia de caer en la Alcazaba. Uno contiene pan. Otro municiones de fusil, casi todas deformadas al caer de golpe y, por tanto inservibles. Otros dos sacos guardan barras de hielo. Eso es todo lo que han podido arbitrar en Melilla para el socorro de Monte Arruit, un arbitrio perfectamente infantil y estúpido, pues serían necesarias muchas toneladas de hielo para que pudiera apagarse la sed de los sitiados.” (Gaya Nuño, 1984: 417). En otras ocasiones, el papel de los aeroplanos causa la risa de los sublevados, que, vista su escasa eficacia, les llaman “pájaros tontos”: “Al fin, las visitas de los aviones se toman a burla.” (Gaya Nuño, 1984: 418). Más tarde serán utilizados para el bombardeo de las poblaciones civiles con armas químicas, como se verá en el momento oportuno. De esta manera, Sender escribe: “El olor de humo de las jaimas recuerda el de la leña en las chimeneas del invierno. En seguida otro olor cáustico, agrio, y el boticario que aparece con sus barbas y sus gafas de concha, tapada la boca con un pañuelo mugriento: -Hiperita, coño, hiperita. Han tirado abajo con gases.” (Sender Garcés , 1930: 252)61 El papel desempeñado por efectivos de la Guardia Civil en la defensa de determinadas posiciones cercanas a Melilla, como la casa fuerte de Nador, se describe con no poco detalle en “Imán” (por ejemplo, en Sender Garcés, 1930: 181 y ss.)
410
Desastre, de una parte considerable de las fuerzas del ejército español en el
Protectorado. Así, el caso de la policía indígena, el de los regulares y el de las
tropas auxiliares indígenas, resulta especialmente llamativo.
La policía indígena fue creada al inicio de la primera década del siglo
XX, a pesar de que hasta ese momento se hubiese descartado la posibilidad de
establecer, siguiendo el modelo de otras potencias europeas, un ejército
colonial. Se trataba de una fuerza mixta, que integraba elementos de caballería
y de infantería, cuyas funciones se limitaban en un primer momento a ejercer el
control policial en los territorios de las cábilas. Según señala Villalobos, los
miembros de la policía indígena “se reclutaban en las mismas cábilas en las
que debían prestar servicio, atendiendo a su conocimiento del terreno y de la
población” (Villalobos, 2003: 130). Muy pronto, la policía indígena asumió
funciones militares, al mando de oficiales españoles auxiliados por marroquíes
asimilados al rango de segundo teniente, modificación que se explica por el
hecho evidente de que el ejercicio de las funciones policiales era posible
únicamente en unas circunstancias relativamente pacíficas, mientras que el
territorio no llegó a pacificarse, como sabemos, hasta 1927.
Desde época muy temprana, la policía indígena era la encargada de
preparar la vanguardia de los avances españoles, manteniendo contactos con
las cábilas rebeldes e insumisas. Estas circunstancias, unidas a la práctica
cada vez más común conforme la cual se asignaba la defensa de posiciones
vitales enteramente a efectivos de policía indígena, en ausencia completa de
cualquier español, favorecieron la deserción masiva de estas fuerzas en los
411
primeros momentos de la derrota de julio de 1921. A la ausencia de elementos
españoles, capaces de ejercer un mínimo control sobre las tropas indígenas, se
añadía el hecho de haber integrado entre sus filas una gran parte de los
hombres de las cábilas que hasta hacía bien poco habían luchado
abiertamente contra España. De esta manera, según afirma Villalobos, “durante
los sucesos de julio de 1921, la práctica totalidad de los efectivos de la zona de
Melilla se dispersó o se pasó al enemigo. En 1923, las compañías de policía
indígena existentes fueron absorbidas por el cuerpo de Intervención y Fuerzas
Jalifianas” (Villalobos, 2003: 131).
Por su parte las Fuerzas Regulares Indígenas fueron creadas por el
entonces comandante Dámaso Berenguer quien conoció de primera mano, a
través de una visita efectuada al Oranesado francés, las virtudes de este tipo
de tropas en el marco de las operaciones coloniales. En un primer momento,
los elementos que integraban estas tropas se caracterizaban por su origen
conflictivo, cuando no directamente delictivo. De hecho, los Regulares
comenzaron su instrucción bajo la atenta mirada de la brigada disciplinaria,
teniendo en cuenta lo poco fiable que parecía su lealtad. Sin embargo, a pesar
del recelo que despertaban, “los Regulares pronto se convirtieron en la primera
fuerza de choque del ejército colonial español. Su empleo como carne de
cañón en la vanguardia de todas las operaciones permitió reducir las bajas
entre las tropas peninsulares y disminuir los efectivos destinados a Marruecos”
(Villalobos, 2003: 132). Las unidades de Regulares estaban compuestas tanto
por tropas indígenas como españolas, siendo el servicio de las primeras
voluntario, y obligatorio el de las españolas. Hay que señalar, por último, que
412
entre los mandos de estas unidades aparecieron casi todos los que más
adelante jugarían un papel fundamental en la guerra civil, como Franco,
Sanjurjo, Mola, Millán Astray, González Tablas, Yagüe o Varela.
Por último, el tercer grupo específicamente peculiar de las tropas
españolas en Marruecos era el compuesto por las Tropas Auxiliares Indígenas.
Estaban formadas por la mehala jalifiana y por los contingentes irregulares. La
mehala se fundó en 1913, con la única intención de prestar labores de escolta
al jalifa, aunque al poco tiempo comenzara también a desempeñar un papel
activo en las operaciones militares. Se ha explicado esta evolución por la
necesidad de las fuerzas españolas de mantener viva la ficción, dentro de la
lógica del Protectorado, de prestar únicamente labores de auxilio a las
autoridades marroquíes en su lucha por mantener el orden del territorio.
En lo que se refiere a las fuerzas irregulares, su origen se establece en
1911, cuando una serie de elementos indígenas, organizados en cuanto jarcas,
se ofrecen voluntariamente a las autoridades españolas para auxiliarlas en
determinadas operaciones de castigo llevadas a cabo contra otras tribus
rebeldes. Estas fuerzas irregulares se formaban según las necesidades, de una
manera más o menos espontánea, según el tipo de operaciones en las que
debían tomar parte. En numerosas ocasiones recibían la denominación de
“jarcas amigas” y, casi siempre, eran autorizadas a practicar el saqueo
sistemático de las jarcas a las que combatían.
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413
414
6.2- LA OFICIALIDAD AFRICANISTA:
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416
La oficialidad africanista es la que encuentra su perfecto caldo de cultivo
en la zona española desde 1909 hasta prácticamente el inicio de la guerra civil.
Podríamos definirla como aquella que hace de la perpetuación de la situación
bélica de la zona del Protectorado su peculiar modus vivendi. Éste supone un
excelente mecanismo de impulso hacia vías de ascensos inalcanzables en
otras circunstancias, fundamentalmente por méritos de guerra en acciones de
combate. La segunda gran ventaja consistía en la obtención de pingües
beneficios en negocios y manejos que iban desde las simples corruptelas hasta
la malversación directa de caudales públicos. Por último, y como muy bien
refleja Giménez Caballero al describir la high-life de Tetuán, finalmente, esa
oficialidad africanista consigue un ascenso social desproporcionado,
impensable por completo en los destinos militares tradicionales.
Desde dentro del propio ejército se alzaron voces muy críticas frente
a los excesos de esa oficialidad africanista. Al propio Fernando Primo de Rivera
se le atribuyen unas declaraciones suficientemente explícitas:
La situación en África, por efecto de la inmoralidad reinante y
sobre todo por haberse entregado al juego muchos oficiales allí
destinados, tiene que producir, y no tardando mucho, una verdadera
catástrofe. (Francisco, 2005: 244).
Esa inmoralidad se acentuaba todavía más al ser práctica habitual de
jefes y oficiales pasar escasos días en las zonas de operaciones, delegando el
mando en oficiales de menor rango.
417
Aunque ya se ha tratado en profundidad el asunto de la corrupción
imperante en las filas del ejército, sí recordaremos, como señala el propio Luis
Miguel Francisco:
Al personal de Intendencia se le llegó a acusar de traficar y
vender al enemigo mejores armas que las que poseía España, de
amasar auténticas fortunas, o de realizar negocios paralelos de ventas
de oro, plata o cualquier tipo de artículo. A algunos de ellos y a otros
mandos de unidades se les culpó públicamente de darse al vicio en los
múltiples cafés-teatros, prostíbulos o los famosos Casinos Militares,
donde derrochaban, según algún escrito de la época, el doble de lo que
ganaban”. (Francisco, 2005: 245).
Por su parte, Sebastián Balfour, al analizar las motivaciones de la
oficialidad africanista, no se detiene tanto en los intereses mezquinos y
materiales, principal motor impulsor de sus acciones, como en la llamada
ineludible de un cierto mesianismo cuyo destino final sería devolver a España
la grandeza perdida. Balfour recalca que si bien es cierto que para algunos de
los africanistas de la generación anterior, sobre todo Mola, el desarrollo de sus
vidas y de sus carreras militares se había llevado a cabo prácticamente fuera
de España, para los más jóvenes, como Francisco Franco:
Los años más formadores fueron los que habían pasado en la
guerra contra Marruecos, que había moldeado su sentido de la
418
identidad. Esta exclusividad colonial quedaba de manifiesto en la
Guardia Mora de Franco, por ejemplo.” (Balfour, 2002: 575).
El caso de las Juntas de Oficiales merece una mención detallada por
parte de Barea. En efecto, cuando nuestro protagonista está destinado en las
oficinas de Ceuta, el comandante José Tabasco le encomienda la tarea de
mecanografiar la lista de miembros que formaban parte de la Junta de Oficiales
de Ceuta, de la que este comandante era una especie de secretario general:
“Aparentemente, se planeaba una asamblea de representantes de todas las
juntas militares de España para la segunda mitad de 1923 en Madrid,
pendiente de acontecimientos imprevistos” (Barea Ogazón, 2004: 443).
Conviene señalar que, como indica La Porte en su tesis doctoral, a
medida que avanzaba la ocupación militar del territorio, esto es, en el período
posterior al Desastre de Annual, y en las mismas fechas en las que Barea
describe las actividades del comandante Tabasco, las divisiones en el seno del
Ejército entre los oficiales denominados “africanistas” y los conocidos como
“junteros” se hicieron cada vez más patentes.
De hecho, según señala La Porte, a las disensiones ya existentes entre
ambos bandos se añadieron, a medida que llegaban fuerzas de refuerzo desde
la Península, sentimientos enfrentados, ya que “la llegada de varios delegados
de las Comisiones Informativas, a mediados de septiembre, a Melilla, causó
cierto malestar en algunos mandos de la zona” (La Porte, 1997: 343). De
419
hecho, este sentimiento respondía a la creencia de que la llegada de
determinados mandos respondía al intento de disminuir o incluso de solventar
las responsabilidades de algunos mandos de la zona. La situación creada por
este sentimiento es descrita por La Porte de la siguiente manera:
El día 29 de septiembre, con motivo del convoy a Tizza, se abrió
expediente a un general y dos coroneles. El parecer del Alto Comisario
sobre el asunto no ofrecía duda. En una comunicación telegráfica con el
general Cavalcanti, el general Berenguer, que había presenciado la
operación, responsabilizaba al general Tuero y a los coroneles Bacanal
y Sirvent de buena parte de los errores cometidos durante la misma:
“mostraron palpable ineptitud el general Tuero y el coronel Bacanal, jefe
el primero de la columna que marchaba a Tizza, y el segundo de la que
operaba por la posición de la Corona, que no se encontraba en su
puesto, no pareciendo estar tampoco a la altura debida en orden a
suficiencia en su cometido director, el coronel Sirvent. (La Porte, 1997:
344).
Sabemos que la decisión de expedientar al general y a los dos coroneles
levantó ampollas tanto en Melilla como, sobre todo, en Madrid. De hecho, el
mencionado coronel Bacanal era Presidente de la Junta Superior de Infantería.
De esta manera, hubo numerosas presiones sobre el Ministro de la Guerra
para que anulase las sanciones impuestas por el general Berenguer. También
indica La Porte que el propio Ministro de la Guerra reconocería más tarde que
resultaba evidente que tanto el Rey Alfonso XIII como el propio Presidente del
420
Consejo de Ministros, Maura, en aras de evitar males mayores, eran partidarios
de disolver cuanto antes las Comisiones Informativas.
Sin embargo, resultaba también muy complicado, frente al tamaño del
Desastre y la magnitud de los horrores que se iban descubriendo, intentar dar
el paso que pretendían el Rey y Maura. Conviene recordar, por ejemplo, que el
propio general Cabanellas, que fue uno de los primeros en entrar en Monte
Arruit y encargado de las primeras labores de saneamiento de la posición,
dirigió una enérgica carta a las Juntas responsabilizándolas de la claudicación
de Zeluán y de Monte Arruit:
Aunque posteriormente negaría haber dado esas manifestaciones
a publicidad, lo cierto es que el general Cabanellas no se retractó
entonces ni de su forma ni de su contenido. La carta fue publicada por
todos los periódicos de Madrid y en los más importantes de las
provincias, adquiriendo una difusión enorme. La reacción de las
Comisiones Informativas no se hizo esperar, especialmente en Madrid,
donde volvieron a ejercer su influencia para que aquellas declaraciones
del general Cabanellas fueran sancionadas. En efecto, a finales de
noviembre, y bajo pretexto de una reorganización de las fuerzas de la
Comandancia de Melilla, se disolvió la Brigada de Caballería del general
Cabanellas, quedando el mismo en situación de disponible y regresando
poco después a Madrid (La Porte, 1997: 347).
421
Recordemos, asimismo, que la hostilidad de las Juntas con La Cierva,
Ministro de la Guerra, resultaba cada vez más evidente a medida que
transcurrían los meses. A finales del año 1921, la hostilidad entre ambas partes
era más que notoria, como lo demuestra el incidente que señala La Porte:
Un nuevo incidente vino a corroborar el grado de hostilidad en las
relaciones entre algunos jefes y oficiales de la Comandancia General de
Melilla. El Ministro de la Guerra había decretado por reales órdenes que
reafirmaban lo expuesto en la de 21 de agosto, la prohibición de realizar
manifestaciones acerca de la campaña a los generales, jefes y oficiales
tanto de la Península como de las Comandancias Generales. El día 15
de diciembre, el general Cavalcanti fue destituido por unas
declaraciones realizadas a la Prensa que hacían referencia a la
organización del Protectorado español en el norte de África y, en
especial, al asunto de los prisioneros. El ministro de la Guerra nombró
como sustituto al general Sanjurjo, hecho que provocó indignación en
algunos sectores de la Comandancia, debido a la circunstancia de ser
Sanjurjo tan sólo general de brigada y existir otros generales de superior
graduación en la Comandancia. El día 28 de diciembre, el órgano
portavoz de las Juntas o comisiones Informativas rompió ya decidida y
claramente en contra del ministro de la Guerra, a quien acusaba de
todos los males militares que padecía el país (La Porte, 1997: 351).
El objetivo de las Juntas se expone concisamente en el mismo relato,
cuando el comandante Tabasco resume tanto su ideología como sus objetivos:
422
Lo que nosotros queremos es evitar que las cosas sigan como
van. Estamos al borde de una revolución. La plebe se las ha manejado
para hacerle al Rey responsable de cada cosa que ha pasado en
Marruecos. Intentan proclamar la República y hacernos abandonar
Marruecos. Los ingleses estarían encantados. Se establecerían ellos
mismos en Ceuta y se saludarían de otra orilla. Pero las cosas no les
van a salir tan fáciles. (Barea Ogazón, 2004: 445).
Precisamente, ese mismo sentimiento de estar enfrentándose al inicio
de una revolución inspirada por los bolcheviques, que desde el Rif alcanzaría al
mundo entero, también era compartido por el propio Rey en cuanto máximo
jefe del ejército español. Sebastian Balfour reproduce los propósitos de Alfonso
XIII, manifestados en una entrevista con el agregado militar francés en Madrid:
(...) Encubriendo este racismo defensor del genocidio, había un
discurso de extrema derecha con el que la camarilla de militaristas
cercana a don Alfonso se mostraba cada vez más de acuerdo. El rey
añadió que la ofensiva de los rifeños no era más que “el borrador
(amorce) de una sublevación general de todo el mundo musulmán a
instigación de Moscú y de la judería internacional. (Balfour, 2002: 263).
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423
424
6.3- EL TERCIO DE EXTRANJEROS:
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Giménez Caballero dedica todo un capítulo de su libro al Tercio de
extranjeros, bajo el título de “Legionarios”, relatando, con bastante simpatía,
desde el primer encuentro con éstos hasta toda una serie de anécdotas.
Comienza el relato indicando que en el hospital ha conocido a no pocos
legionarios, “pasando muy buenos ratos a su costa” (Giménez Caballero, 1983:
48 y ss.). Según descubre el lector, a esos legionarios les han envuelto en una
tal aura romántica que despiertan atracción, “aunque muchos de ellos no sean
más que pobres diablos”. Aún así, para Giménez Caballero, esos simples
golfos que en la vida civil sólo se ocupaban de trabajos subalternos,
vagabundeando por las calles, a salto de mata buscando el sustento del día, ya
merecen un respeto por el hecho de haber tomado la decisión de incorporarse
voluntariamente a filas y hacer de este “modus moriendi” por las montañas
agresivas del Rif su peculiar e irrepetible“modus vivendi”.
Es más, para Giménez Caballero, estos legionarios casticísimos, que
son muy numerosos, representan el eslabón último de la cadena iniciada en el
siglo de oro, con la aparición de los primeros personajes de la picaresca
española. Son, según descubre el lector, “los Estebanillos González de hoy”.
De hecho, este autor afirma que la mayoría de los legionarios son españoles,
castizos de pura cepa, que al no solicitarse documento alguno en el momento
de enrolarse en la Legión, encuentran una vía de escape a unas vidas que ya
parecían definitivamente abocadas a los callejones sin salida de la cárcel y las
condenas a muerte. Giménez Caballero se permite incluso una broma: “En
realidad, más que Tercio de Extranjeros, se debería llamar a este Cuerpo el
tercio de extranjis”.
427
El relato presenta también una serie de ejemplos concretos de
legionarios extranjeros. De esta manera, un alemán fornido que está ingresado
en el hospital, pretendiendo que había sufrido una caída de un mulo que luego
se ensañó con él, pisoteándole hasta dejarle medio muerto, para descubrir
luego que, en realidad, lo que padece es una heredo-sífilis que le condena a la
invalidez completa y busca, por tanto, conseguir los beneficios de ser declarado
inútil como consecuencia de un acto de servicio. Aparece también un
japonesito, ejemplo de entereza y hombría, que, al haber sido herido en un
hombro con una bala explosiva, soporta la terrible cura sin lanzar ni una leve
queja: “Sonreía. Con un aire de no dar la más mínima importancia a la cosa”.
Otro de los extranjeros es un checoslovaco: “Alto, fino, rubio, de facciones
puras”. Llevaba desde los doce años guerreando en todo tipo de luchas, ya en
un sitio ya en otro. “Había estado en Siberia. Y en la gran guerra con la Legión
Francesa. Había tomado parte en la revolución rusa. Y en la formación de su
nacioncita”.
También indica que conoció a una pléyade de portugueses, “gente muy
parlanchina y muy exagerada”. Entre los americanos, escribe que recuerda a
uno en especial: “un periodista de gafas de concha, herido en un pie, que
paseaba con unas muletas, buscando siempre el clas de una fotografía, la
mirada del visitante o de la visitante, la conversación del superior, del jefe” .
Otro americano era un tipo ya viejo, con pinta de presidiario evadido, tal vez de
estafador, que presumía de cultura y que no dejaba de quejarse por la
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explotación y las duras condiciones que padecían “los pobrecitos legionarios al
enrolarse en la tiranía y crueldad de este Tercio”.
Entre los legionarios españoles, Giménez Caballero recuerda
especialmente a un granadino, llamado José María, “hombre simpático, de
corazón, algo fantasioso y muy tarambana”. Había ejercido multitud de oficios,
a cuál más estrambótico, acumulando lo justo para correrse una juerga antes
de volver a empezar. Su oficio preferido era el de pañero:
Con trapos y retales había hecho prodigios de engaños, de
fantasías, de burlas. Era un cínico. Y, sin embargo, tenía un tiro en la
sien, que se disparó a causa de una chalaúra, por una mujer. (...) Ahora
estaba en el hospital, gracias a unas calenturas a voluntad que él se
producía. Su intención era escaparse, fuera como fuera. Algunos de
nosotros le proporcionamos alguna ropa de paisano y algún dinero. Un
día desapareció del hospital y no he vuelto a saber más de él.
Giménez Caballero lleva a cabo una descripción detallada de Millán
Astray, con ocasión de una visita que realiza al hospital para comprobar cómo
evolucionan sus legionarios heridos:
El jefe de los legionarios llegó una buena tarde a visitar sus
panteras africanas, heridas o enfermas. Vino en un Ford pequeñito,
acompañado de un ayudante, cargando con un cuaderno y una
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estilográfica, donde debía apuntar cuantas peticiones le hicieran los
muchachos. Como una tromba entró en la Sala de Cirugía. -¡A ver mis
legionarios! ¿Dónde están mis chacales? ¡Soy vuestro jefe! Legionarios:
¡Viva España! ¡Viva el rey! ¡Viva la legión! Los chacales fueron
apareciendo: uno, en camisa, otro, vendado; otro, se incorporaba en la
cama. -¿Tú qué tienes, hijo mío...? –Un balazo aquí... -¡Un balazo! ¿Y
tú? –Pues aquí, en la cabeza... -¡Otro balazo! ¿Y tú, muchacho? –Yo
tengo dos... -¡Dos balazos! Y así fue voceando toda la sala. Y luego
pasó a otra, donde se repitió el introito. A todos les iba preguntando qué
es lo que deseaban. Todos, invariablemente, le pedían de comer. El
ayudante apuntaba gallinas, jamón, botellas de vino. (...) Aquel hombre
sanguíneo, de cuello corto, de rostro violento y mirada algo
desequilibrada, con sus arreos bélicos, rodeado de multitud, haciendo
gestos plásticos, era todo un espectáculo. Parecía un condottiero
antiguo (Giménez Caballero, 1983: 53).
A pesar de lo minucioso de la descripción de Millán Astray que lleva a
cabo Giménez Caballero, tal vez sea la de Barea, en nuestra opinión, la más
acertada. De hecho, también Barea dedica íntegramente al Tercio un capítulo
de su obra, donde el lector comienza comprobando el trato de favor que esta
unidad especial recibe en comparación con las demás del ejército. Cuando la
unidad de Barea intenta acampar en un lugar especialmente apto para esos
menesteres, la respuesta que recibe es precisamente la de estar ya reservado
para el Tercio. Luego, cuando aparece el Tercio, Barea describe la esencia de
esta unidad en las siguientes líneas:
430
El Tercio llegó por la tarde, una bandera completa que iba a
entrar en fuego por primera vez. Levantaron las tiendas rápidamente. En
el extremo más lejano del campo se alineaban barriles de vino entre dos
tiendas cuadradas: la taberna y el burdel. Los soldados del Tercio
comenzaron a agruparse alrededor de los barriles y de las tiendas para
beber y parodiar el amor. (Barea Ogazón, 2004: 330)
La bandera que acaba de instalarse está formada exclusivamente por
“americanos”, esto es, ciudadanos de las Repúblicas hispanoamericanas que
han firmado su compromiso con la legión por un período de cinco años.
Precisamente, ante las dudas de Barea sobre el hipotético hecho de que estos
legionarios hayan firmado por engaño, el sargento Córcoles es suficientemente
explícito:
Aún quedan idiotas en este mundo. Les han largado unos floridos
discursos sobre la Madre patria y sus hijas de América y los nietos se
han venido para acá. Bueno, me parece que no se van a divertir mucho
en los cinco años y se van a cagar en su puta madre miles de veces.
(Barea Ogazón, 2004: 331)
La descripción de Millán Astray, como decíamos, alcanza desde las
primeras líneas un nivel de realismo extraordinario. El entonces teniente
coronel sale de una de las tiendas acompañado por un par de oficiales. Su
431
aparición provoca el silencio de la multitud, formada por ochocientos hombres.
El jefe de la Legión, con su estructura huesuda, descarga la tensión de la
espera antes de comenzar su alocución retorciendo un guante de piel
“volviéndose hasta mostrar su forro de pelo.” (Barea Ogazón, 2004: 334)
En su momento oportuno, cuando analizábamos “La ruta”, hemos
reproducido el discurso de Millán Astray, que es sin duda resultado de la
mezcla en la obra de Barea de un episodio real junto con los acontecimientos
posteriores que, ya en 1936, provocaría el militar en su célebre enfrentamiento
con Miguel de Unamuno en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca. Lo
que nos interesa ahora es destacar las dotes de exagerada interpretación
dramática que, en opinión de Barea, adornaban a Millán Astray, recordando,
qué duda cabe, a otras figuras del totalitarismo internacional de aquellos años
en sus apariciones públicas, especialmente Hitler en sus apoteosis de
Núremberg, que Barea habría contemplado gracias a los documentales de la
BBC.
De esta manera, escribe Barea:
El cuerpo todo de Millán Astray había sufrido una transformación
histérica. Su voz tronaba, sollozaba, aullaba. Escupía en las caras de
aquellos hombres toda su miseria, toda su vergüenza, su suciedad y sus
crímenes, y después los arrastraba en una furia fanática a un
sentimiento de caballerosidad, a un renunciamiento de toda esperanza
432
fuera de la de morir una muerte que lavara todas las manchas de su
cobardía en el esplendor del heroísmo. (Barea Ogazón, 2004: 334)
A continuación, Barea relata el enfrentamiento brutal que el propio Millán
Astray provoca con uno de los legionarios, “un mulato de labios gruesos, de
ojos inmensos amarillentos de bilis, estriados de sangre.” (Barea Ogazón,
2004: 335), al que ya nos hemos referido en su momento oportuno.
Más adelante, cuando al día siguiente ha dado inicio el combate, surge
de nuevo la figura delirante del jefe de la Legión:
En medio del claro apareció un jinete galopando arriba y abajo; a
su lado, una figurilla corriendo incansable. Millán Astray y su cornetín.
Hubo un alto momentáneo en la fusilada. El caballo se detuvo en seco.
El jinete se enderezó sobre los estribos: -¡A mí la Legión! ¡A la bayoneta!
Levantó un brazo manchado de sangre, Los hombres saltaron el
parapeto de piedra en manojos. (Barea Ogazón, 2004: 337).
El comandante José Tabasco, responsable de la oficina de Ceuta,
describe al sargento Barea quién es en realidad Millán Astray:
Pero Millán Astray no es un militar, es un maníaco. ¿Tú no
conoces su historia? (...) Metieron en la cárcel al viejo Millán Astray. El
433
hijo, que entonces era un chiquillo, se volvió loco. Dijo que su padre era
inocente y que él mismo iba a restaurar el honor de la familia. Entonces
la guerra de Filipinas estaba en su apogeo, y allá se hizo famoso por su
bravura. Le ascendieron y pusieron al padre en libertad, pero esto no
curó al hijo. En 1917 ametralló a los obreros en huelga, nos hubiera
ametrallado a nosotros también. (Barea Ogazón, 2004: 445).
La descripción de la brutalidad de los legionarios se completa con la
narración detallada de un caso de brutalidad especialmente llamativa:
Un legionario había dado un bayonetazo a un moro y le había
atravesado la tabla del pecho, pero con tal furia que el fusil había
penetrado en el hueso hasta el cerrojo. Era imposible arrancarle de allí
salvo que se serrara el cadáver en dos. Pero el fusil aún estaba útil. Así
que habían pensado en meter un explosivo dentro del fusil y destruirlo
(...) Las entrañas del moro se abrieron de par en par. El mulato se reía a
carcajadas. (Barea Ogazón, 2004: 337).
Arturo Barea es también quien define mejor el ascenso de Franco
gracias al Tercio. A la jefatura de Millán Astray al frente de la Legión había
sucedido la del teniente coronel Valenzuela, quien falleció en el ataque a la
posición fortificada de Tizzi-Azza. De esta manera, Franco pudo hacerse con
las riendas de esta potentísima unidad:
434
Entre los “heroicos” estaba el nuevo jefe del Tercio. Y el Tercio
crecía rápidamente como un Estado dentro del Estado, como un cáncer
dentro del ejército. Franco no estaba contento con su ascenso y su
carrera brillante. Necesitaba guerra. Y ahora tenía en sus manos el
Tercio, un instrumento de guerra. Hasta el último soldado del Tercio
compartía esta creencia y se sentía absolutamente independiente del
resto del ejército español, como si fuera una raza aparte. Formaban su
sociedad aparte, voceaban sus hazañas y mostraban su desprecio hacia
los demás. (Barea Ogazón, 2004: 442).
_________________________
435
436
6.4- LA TROPA:
437
438
La primera distinción que podríamos establecer relativamente a los
soldados españoles en África consiste en diferenciar por épocas, esto es, antes
y después de los acontecimientos de julio de 1921. En efecto, en el período
anterior al Desastre, los soldados que cumplían el servicio militar eran aquellos
cuyas familias no podían costear el pago de una cuota en metálico, o presentar
un substituto62, para evitar ser enviados a filas durante un período de tres años,
que se iniciaba en el año en el que cumplían veintiuno de edad.
Hay que señalar, sin embargo, que ese período inicial era, en muchos
casos, objeto de una prórroga de carácter disciplinario. Tal es el caso, por
ejemplo, del soldado Viance, cuyo período de servicio se prolonga con un
castigo de dos años adicionales. El propio Viance, una vez licenciado
definitivamente al cabo de cinco años, se avergüenza de ese castigo y no duda
en ocultarlo a su interlocutor:
-¿Cuánto tiempo lleva en el moro? – ¡Vengo licenciao! -¿Eh? ,
Viance se esfuerza en alzar la voz. -¡Vengo licenciao! -¿Tres años? Dice
que sí. No se atreve a confesar los recargos sufridos, porque son
patente de mala conducta. (Sender Garcés, 1930: 265)
62 En realidad, más que presentar, lo que se decía era “comprar un sustituto”. Así lo escribe Barea, por ejemplo: “Ahora tenemos a nuestro hermano en casa. No ha ido, porque papá compró un sustituto para él, pero como ahora se están llevando a todos” (Barea Ogazón, 2004: 355). El aspecto económico de estas prácticas alcanza consecuencias incluso patéticas. Por ejemplo: “Todos los papás que soltaron los cuartos para que los hijos no fueran a África, se encuentran con que ahora se los están llevando y que encima han tenido que pagar el equipo. Naturalmente, se sienten estafados.” (Barea Ogazón, 2004: 373).
439
El período de instrucción duraba normalmente unos cuatro o cinco
meses. Sin embargo, ante la premura provocada por el Desastre, los reclutas
fueron enviados a toda prisa a Marruecos. Arturo Barea los define afirmando
que “aquella masa de campesinos analfabetos, mandados por oficiales
irresponsables, era el espinazo del Ejército de España en Marruecos” (Barea
Ogazón, 2004: 426).
A raíz del Desastre, el sistema se altera completamente mediante una
decisión del Gobierno anulando la posibilidad de redención en metálico y
llamando a filas a todos los españoles en edad militar, incluidos aquellos cuyas
familias ya habían satisfecho el pago de la cuota. Tal es el caso, por ejemplo,
de Giménez Caballero quien debe abandonar su puesto en la Universidad de
Estrasburgo para incorporarse a filas.
Barea señala que:
Los hijos de buenas familias estaban entre los simples soldados
de cupo, y los hijos de las familias más aristocráticas entre los “oficiales
auxiliares”. Pero estas unidades no fueron más que un estorbo. Las
historias que corrían acerca de ellas eran incontables. (Barea Ogazón,
2004: 426).
Este es también el caso de Díaz-Fernández, quien se refiere
expresamente a la cuestión de la redención en metálico y a la orden del
440
Gobierno llamando a filas a todos los posibles soldados, incluidos los
“cuotas63”:
El desastre de Marruecos me llevó al cuartel otra vez. Yo había
hecho cinco meses de servicio, comprando el resto por la módica
cantidad de dos mil pesetas. Pero al sobrevenir Annual me llevaron a
filas para que contribuyese a restaurar el honor de España en
Marruecos. (Díaz-Fernández, 1998: 80).
Sin embargo, esos jóvenes que habían pagado su cuota para no ser
soldados, como escribe Barea:
Y ahora se les obligaba a serlo, exigían privilegios sobre los
soldados de cupo. Esto llevaba a un descontento general, no sólo entre
los soldados sino también entre los oficiales, porque muchos de estos
expedicionarios llegaban con cartas de recomendación de diputados, de
obispos y hasta de cardenales. En los cuartos de banderas se festejaba
a los hijos de los aristócratas famosos, quienes, en pago de salvarse de
ir a las líneas de fuego, pagaban el vino –a veces las mujeres- y
mandaban a papá una lista de candidatos a futuro ascenso por méritos
de guerra o al menos a una condecoración (Barea Ogazón, 2004: 427).
63 Las menciones concretas a los “cuotas”, o incluso transcrito como “cotas”, son numerosísimas. En el caso de Sender, no dejan de ser blanco de un evidente desprecio, a veces explícito. Así, por ejemplo, se les exprime económicamente: “se va en busca de los cuotas de los batallones expedicionarios y se les lleva los cuartos con barajas floreadas.” (Sender Garcés, 1930: 258)
441
Tenemos, por tanto, un primer período en el que la tropa se compone
casi exclusivamente de miembros pertenecientes a las clases más
desfavorecidas de la sociedad española, mientras que en el segundo asistimos
a una participación junto a éstos de otros jóvenes, eso sí, en número mucho
más reducido, debido a la propia lógica de la composición de la sociedad
española de la época, originarios de las clases económicamente más
favorecidas. Ejemplos de uno y otro tipo de soldados son, dentro del relato
senderiano, el protagonista principal del mismo, Viance, y el sargento narrador
de las desventuras del protagonista.
Tal es el caso también del personaje de Gaya Nuño, Clemente Garrido
que antes del Desastre “entró de soldado, y, como las cosas andaban
apretadillas en Marruecos, su quinta fue movilizada con rapidez nada común en
la historia de la burocracia militar española. La suerte le fue adversa. Su
número correspondía a Melilla.” (Gaya Nuño, 1984: 360)
Los sargentos Barea y Díaz-Fernández pertenecen también al cupo de
aquellos que son llamados a filas después del Desastre de julio de 1921. El
primero, que acaba de abandonar su puesto de trabajo en el Crédit Lyonnais
de Madrid, cuando se incorpora a filas, como ya se ha visto, es destinado a
Ingenieros, más concretamente a los trabajos de construcción de la carretera
que unirá Tetuán y Xauen. Por su parte, Díaz-Fernández, se incorpora a filas
en un regimiento de Infantería en Tarragona, para ser trasladado al poco
tiempo a Marruecos.
442
En ocasiones, la diferencia de extracción social entre un tipo de
soldados y otros es flagrante. Los “cuotas” pertenecen a la aristocracia, a la
burguesía, o simplemente, como Barea, a una clase intermedia entre ésta y el
proletariado que, sin disponer de los recursos materiales que les permitan
escapar de la marginación, sí han conseguido acceder a una educación más
sólida.
La anécdota que relata Sender cuando, en el momento de incorporarse
a su destino en Marruecos, el sargento les pregunta por sus datos personales
es muy ilustrativa. En efecto, lo que interesa al sargento excesivamente
reglamentista es saber si el soldado dispone de un título académico y, por
tanto, si debe anteponer el tratamiento correspondiente al nombre del mismo.
De esta manera, una vez aclarada esta cuestión, el todavía soldado narrador
se convierte en don Antonio (Sender Garcés, 1930: 57).
Lógicamente, los mejores destinos se reservan para los soldados de
“cuota”. Las oficinas, los hospitales, o las excavaciones arqueológicas de
Tamuda están llenas de esos soldados que en el argot cuartelero se
denominaban “emboscados”. De esta manera, escribe Sender:
-Los hospitales están llenos de emboscaos. No hay plazas. Las
camas hacen falta pa los señoritos. El hijo del duque de mi pueblo está
443
en el Docker como un príncipe, rasurándose todos los días y dándose
agua de olor ¡Maricas! (Sender Garcés, 1930: 45).
Precisamente, podemos recordar que también Giménez Caballero
convalece en ese mismo hospital de Ceuta, instalado en los famosos
barracones Docker, en unos antiguos almacenes del puerto: “Estábamos en un
barracón Docker tres o cuatro más enfermos con él. Y él era el que hacía el
gasto de la conversación.” (Giménez Caballero, 1983: 52)
Arturo Barea cuando es herido tiene la suerte de poder convalecer,
primero en un hospital militar, y luego, para superar las fiebres tifoideas, en su
casa en Madrid.
La narración de Díaz-Fernández se ocupa con cierto detalle del asunto
de los emboscados, al relatar su propio caso, aunque sea bajo el nombre de
sargento Arnedo, perteneciente al regimiento 78. Una tarde, en efecto, cuando
está destinado a proteger las pistas de Yebala, desde Beni Ider hasta Tetuán,
guarneciendo el Zoco-el-Arbaá, en el camino de Xauen, es llamado por el
capitán ayudante del batallón, quien le comunica que es reclamado por el jefe
del Estado Mayor y que debe presentarse ante él en Tetuán. Una vez allí, el
coronel Villagomil, amante de una Angustias ya transformada en espía a favor
de los rifeños, le pregunta:
444
-Usted querrá venir destinado a la plaza, ¿no es eso? La
proposición era tentadora. Pero recordé mi escena con Angustias y el
atrevido designio de aquella mujer que todavía mandaba en mí. Hice un
gran esfuerzo: - No, mi coronel. Quiero seguir en mi batallón. (Díaz-
Fernández, 1998: 88).
La narración de Gaya Nuño también se refiere al asunto de los
“emboscados”. Don Hermógenes Frías, el sacerdote protector de Clemente
Garrido, escribe al Vizconde de Eza, Ministro de la Guerra, rogándole que se
interese por su paisano soriano recién incorporado al servicio en Melilla. Como
resultado de una auténtica cascada de gestiones que Eza provoca, en la oficina
del Alto Comisario y en la Comandancia de Melilla, Clemente Garrido Mallén,
soldado de segunda, será destinado a la escolta del general Silvestre, abriendo
de esta manera, sin saberlo, la puerta que le precipitará directamente hasta
Annual. El diálogo con el general Fernández Silvestre resulta significativo:
-A la orden de Usía. Se presenta el soldado de segunda
Clemente Garrido Mallén. El general Silvestre no miró hacia el
presentado sin haber dado un repaso al regularcillo expediente del
muchacho. Entonces, le clavó los ojillos penetrantes, ayudado por los
bigotes en gran curva. –Demasiados arrestos para que pueda nombrarte
ni siquiera soldado de primera. Estás muy recomendado, pero poco
puedo hacer si no te ayudas a ti mismo. ¿Sabes leer y escribir? –Sí, mi
general. Soy maestro. –Maestro. ¡Uff! –Silvestre no disimuló su asco-
Aquí no hay magisterio que valga. Bueno, te quedarás en la plana mayor
445
a las órdenes del brigada Castañón. Te presentas a él. -¿Manda algo
más Usía? –Nada, retírate. (Gaya Nuño, 1984: 382).
La situación material en la que los soldados cumplen el servicio militar
es extremadamente severa. A los peligros inherentes a la situación bélica se
añaden las penurias físicas debidas a la desastrosa organización de la
intendencia, unida a una generalización constante de los latrocinios cometidos
tanto por los sargentos y suboficiales como por los mandos. En su momento
oportuno, al analizar algunos de los temas principales el relato de Arturo Barea,
tuvimos ocasión de analizar con cierto detalle el sistema de corrupción
imperante a todos los niveles dentro del ejército español.
Recordemos ahora tan sólo que esas corruptelas, lógicamente, se llevan
a cabo no sólo en perjuicio del erario público, como en el caso de las obras de
la futura carretera entre Tetuán y Xauen, ya mencionado en no pocas
ocasiones, sino también, en detrimento de las condiciones sanitarias y de
salubridad en la que los soldados prestan el servicio militar. Barea es rotundo
cuando afirma: “Una de las cosas que me impresionaban profundamente era el
hambre de tantos reclutas; la otra, su ignorancia” (Barea Ogazón, 2004: 422).
El caso de la alimentación es especialmente significativo. Los soldados
padecen hambre física. Los ranchos se substituyen por cualquier bazofia. Las
conservas están caducadas. El agua es insalubre. En estas condiciones, los
soldados que pueden permitírselo buscan alternativas en las tabernas
446
ambulantes que siguen al ejército o compran el agua a los aguadores que,
previamente, han llenado sus depósitos en cualquier charca del camino.
También en el caso de los uniformes y demás pertrechos del equipo de
campaña, desde las mantas hasta los correajes y la munición, se aplica el
mismo sistema que permite a cualquiera que tenga una parcela de poder, por
mínima que sea, obtener un beneficio económico.
Por último, recordemos una vez más que las cifras relativas al número
de soldados, como ya hemos visto, varían considerablemente de una fuente a
otra. Sin embargo, una estimación intermedia entre unas y otras arroja unos
veinte mil soldados sólo en la Comandancia de Melilla, divididos en las
diferentes unidades que ya han sido indicadas.
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448
6.5- LAS FUERZAS RIFEÑAS:
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450
La característica principal de las fuerzas rifeñas consistía en que,
reproduciendo su forma tradicional de alianzas, no constituían un ejército
estable, y menos aún permanente, sino más bien un conjunto de fuerzas
independientes que, ante un objetivo común, se aliaban para alcanzar unos
fines de carácter temporal.
En efecto, cada una de las tribus del Rif actúa con plena independencia,
incluso con total soberanía, en el marco de su propio territorio. La articulación
de una fuerza unificada, la harka, se produce como resultado del acuerdo
alcanzado por la asamblea de notables formada por todas y cada una de las
tribus. Una vez constatada la debilidad extrema de las fuerzas españolas y la
imposibilidad para mantener las posiciones alcanzadas, que quedan al
descubierto con las operaciones de la toma de Abarrán, se decide el ataque.
La génesis de la harka da pie a Gaya Nuño para establecer un
paralelismo entre la agonía de un ejército y el nacimiento de otro:
Mientras un ejército enferma, otro nace en las condiciones más
saludables que puede permitir la improvisación. El reclutamiento se hace
en los zocos, de modo verbal, sin documentación, sin papeleo, sin
inútiles alardes de disciplina. La cosecha de este año va a ser excelente
y ya la recogerán las mujeres y los niños. Los hombres a luchar. (...)
¡Vamos todos, de verdad que sí! ¡Sí, por el nombre de mi padre! Hay
fusiles para todos. (Gaya Nuño, 1984: 390).
451
Esos fusiles ya no eran los viejos Remington64 adquiridos en la zona
francesa. La harka dispuso a raíz del Desastre de julio de 1921 del armamento
de por lo menos diez mil soldados españoles, fundamentalmente máuser, y
también de bastantes ametralladoras y baterías de Artillería, con su
correspondiente munición.
La situación alcanza unos niveles tan preocupantes que hasta el
principal personaje de Sender, Viance, en un momento dado se hace esta
reflexión:
He visto fracasar ya dos veces al general S. Los moros tienen
caballos abundantes, buenas ametralladoras, y bombas de mano
mejores que las nuestras, porque llevan lo menos kilo y medio de clavos
y balas rotas de las que recogen en el campo. Esto ya no es como
antes. Todo flaquea y falla. (Sender Garcés, 1930: 75).
La toma del armamento de las tropas españolas es el elemento que
facilita la transformación de las fuerzas dispersas de las distintas tribus en algo
más parecido a un ejército, dotado de un mínimo de unidad y de disciplina, bajo
un mando relativamente unificado a las órdenes de Abdelkrim. Este proceso
provoca un interesante fenómeno que Germain Ayyache ha identificado
64 Barea es muy explícito sobre el origen de los Remington: “Los viejos fusiles Remington que el gobierno francés vendía a comerciantes poco escrupulosos venían a parar aquí. La gruesa bala de plomo producía un sonido peculiar cuando salía de la boca del fusil, un ruido que sonaba en los cerros: Pa... co.” (Barea Ogazón, 2004: 280).
452
perfectamente. Esa ingente cantidad de armas, fruto del pillaje individual, es
puesta a disposición de toda la comunidad (Ayyache, 1996: 97). Por primera
vez, los medios individuales de cada una de las tribus se destinan
conjuntamente a la obtención de un bien común. En otras palabras, se están
sentando las bases de una organización estatal rifeña.
Germain Ayyache opina que es precisamente la obtención de los
cañones el elemento decisivo que provoca ese proceso:
¿Y qué decir de los cañones, cuya aparición era una novedad
extraordinaria? Cada uno representaba el aumento de poder que iban a
alcanzar. Pero su puesta en servicio, necesariamente colectiva, suponía
su cesión a la colectividad. De ahí que surgiera la necesidad,
espontáneamente sentida por todos, y por tanto admitida, de un órgano
de control y de mando que decidiera sobre el conjunto y que fuese
debidamente obedecida. (Ayyache, 1996: 98).
Según detalla La Porte, el artillero que por primera vez ayudó a las
fuerzas rifeñas no era un español, prisionero o desertor, como se ha pretendido
en no pocas ocasiones, sino un desertor de la legión extranjera francesa
llamado Listan, quien habría sido el que inició el ataque artillero contra la
posición de Igueriben. Sin embargo, el propio La Porte afirma que los rifeños
contaban con un instructor alemán llamado Kleums (La Porte, 1997: 184, nota
5).
453
Podemos recordar que, sobre el asunto de los cañones, la leyenda
oficial mantenía que los oficiales artilleros hechos prisioneros en Abarrán y
también en Igueriben, se negaron a enseñar el manejo de estas armas a los
rebeldes rifeños, recibiendo entonces una muerte atroz. Tal fue el caso, sobre
todo, según la prensa oficial, del teniente Diego Flomesta Moya. Sin embargo,
sabemos que ya en el momento de incoar el expediente Picasso, se certificó
que este teniente falleció en la propia posición de Abarrán, sin llegar a ser
hecho prisionero. (Carrasco García, 2003: prólogo).
Es importante recordar que la organización política dentro de cada una
de las tribus, de manera totalmente independiente respecto de las demás
tribus, respondía a una cierta idea de democracia. Los aduares o núcleos de
población reducida y muy dispersos entre sí, formaban una comunidad
autónoma que estaba regida por una asamblea de notables que, a su vez,
designaba a un jefe, o sheik, encargado únicamente de poner en
funcionamiento o de aplicar las decisiones adoptadas por la propia asamblea.
Existía, es cierto, un nivel superior, en el que participaban los jefes de cada
asamblea de aduares para decidir una serie de temas de común interés,
especialmente aquellos que se referían a la celebración de los mercados
semanales, o zocos, la imposición de multas para reducir los delitos, o el
intento, siempre difícil de alcanzar, de evitar la sucesión de venganzas en
cadena.
454
La opinión pública española de la época, y sobre todo las autoridades
militares, siempre pensó que, antes del Desastre, los rifeños recibían una
ayuda ingente que procedía directamente de la zona francesa. De hecho,
existía un sentimiento bastante generalizado entre los militares españoles de
encontrarse en guerra no tanto con las tribus rifeñas como con las fuerzas
francesas.
Susana Suerio Seoane es muy explícita sobre este asunto:
Adl-el-Krim cuenta en su cuartel general de Axdir con toda clase
de técnicos franceses a su servicio: especialistas en radiotelegrafía e
instalación de líneas telefónicas, mecánicos dedicados a la reparación
de cañones y automóviles, instructores que enseñan a los indígenas el
manejo de ametralladoras y otras armas y aparatos, pilotos, etcétera.
(Sueiro Seoane, 1993: 20).
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6.6- ARMAMENTO CONVENCIONAL Y QUÍMICO:
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En los momentos previos al Desastre de Annual el armamento del que
disponían las tropas españolas era claramente insuficiente, además de
anticuado. Como muy bien escribe Luis Miguel Francisco, aunque tal vez desde
otra perspectiva:
En 1921 las tropas españolas no poseían en Marruecos ni un solo
carro de combate, las peticiones, por parte de la milicia, de nuevas
armas y partidas bajo coste, fueron desatendidas por el Gobierno, que
recurriría con frecuencia a la frase hecha: grandes dosis de morfina,
como solución a las vicisitudes planteadas por el ejército. (Francisco,
2005: 241).
Este mismo autor llega a ser incluso más crítico:
Los soldados españoles no podían ser utilizados en primera línea,
el material era desastroso y el abastecimiento y los recursos dejaban
mucho que desear. España no enviaba soldados a África, éstos tan sólo
eran cifras, maniquíes, o lo que es peor, carnaza que con el tiempo se
pudriría en los alrededores de Monte Arruit (Francisco, 2005: 243).
El armamento consistía, fundamentalmente, en el máuser, del que
volveremos a hablar en su momento oportuno. Nos limitaremos ahora tan sólo
a indicar que este tipo de arma era de una eficacia muy considerable,
alcanzando un valor casi mítico entre los sublevados. En efecto, el conseguir
459
una de estas armas era objetivo fundamental de los hombres rifeños para
reemplazar las viejas espingardas o los fusiles Remington.
Cada soldado español recibía su máuser individualizado, del que era
personalmente responsable. En caso de derrota, incluso de huída, el soldado
no debía nunca abandonar su arma. Es más, se le suponía que, llegado el
caso, debía recuperar los máuseres de otros compañeros caídos, o, cuando
menos, inutilizar sus cerrojos. A este respecto, el protagonista de la narración
senderiana se ve envuelto en una situación delicada cuando, en el curso de
unas operaciones, pierde su máuser. Al soldado Viance le entra un ataque de
auténtico pánico, incluso cuando ha recogido ya otras dos armas abandonadas:
Viance ve al sargento Lucas, que está con el capitán. Entrega sus
dos fusiles satisfecho. El sargento apunta los números: 72.340 y 8.211.
Después busca la lista de armamento, la ojea y pregunta: -¿Y el tuyo?
¿Dónde está el tuyo? Se quedó allí con los cadáveres. Ha perdido su
fusil, nada menos que su fusil. Si ha traído dos o doscientos es igual;
eso no tiene nada que ver con el hecho delictivo de haber perdido el fusil
propio. (Sender Garcés, 1930: 256).
La tropa disponía también de muy abundantes cantidades de bombas de
mano. Se trataba de unas granadas de fabricación francesa, marca Lafitte65, de
no excesiva eficacia.65 Sender escribe que algunos soldados se adosaban al cinturón una de estas granadas para hacerla explotar cuando iban a ser capturados. Tal era el pavor a caer vivo en manos de los moros. (Sender Garcés, 1930: 245).
460
Las ametralladoras desempeñan un papel fundamental, sobre todo en la
defensa de los blocaos. Disponen como ya hemos indicado, de una dotación
específica de soldados relativamente especializados. En aquella época, uno de
los problemas fundamentales de este tipo de armas era la gran cantidad de
agua que necesitaban para enfriarse.
Las baterías de Artillería desempeñan un papel importante, equipadas
fundamentalmente, como ya hemos indicado, con las batería Schneider de 7 y
7.5 cm. También las baterías de los buques de guerra anclados frente a las
costas en poder de los rebeldes, causan una gran mortalidad entre los rifeños.
No hay noticias de que las fuerzas de Abd-el-Krim dispusieran de
baterías hasta el momento del Desastre, cuando se apoderan primero de las
abandonadas en la posición de Abarrán y, luego, en Igueriben y Annual. A
pesar de las leyendas existentes a este respeto, lo más probable es que los
rifeños aprendieran a utilizar las baterías de forma meramente experimental,
ayudados con las valiosas observaciones que los desertores de Regulares y de
la Policía Indígena les transmitieron. La pericia que alcanzaron con este
método fue tal que incluso consiguieron hundir uno de los buques de la armada
española, el “Juan de Juanes”.66
66 El episodio del hundimiento lo refleja Gaya Nuño: “El 18 de marzo, las baterías de Axdir hunden un buen barco español, el Juan de Juanes, que se dirigía a Melilla. Todos los prisioneros de Axdir y de la playa han podido ver el estrago. Del Juan de Juanes emergen nada más que los palos y la chimenea. Parece que los artilleros moros le acertaron en la popa, haciéndole un boquete decisivo”. (Gaya Nuño, 1984: 485)
461
El papel marginal desempeñado por la aviación ya ha sido expuesto.
Mencionemos, eso sí, que además del bombardeo con gases tóxicos, la
aviación española jugaba un papel importante de reconocimiento del terreno,
descubriendo las posiciones enemigas a las fuerzas terrestres. Sender se
refiere a este papel de los aviones de la siguiente manera:
Los aviones vuelan sobre nosotros, y luego, al salvar el repecho
de la derecha y afrontar el valle, suben de pronto, casi verticales,
evolucionan a unos tres kilómetros y dejan caer sus granadas u orientan
los tiros de los barcos de guerra. (Sender Garcés, 1930: 242).
Otra mención de Sender al papel de la aviación es la siguiente: “Ayer
tumbaron a un avión, y han paseado al piloto muerto clavado en lo alto de una
estaca.” (Sender Garcés, 1930: 75).
Mención específica merece el caso de las armas químicas,
profusamente utilizadas a lo largo del conflicto. En el caso de la narración de
Sender, se mencionan explícitamente al menos en dos ocasiones:
Interviene un médico militar y les garantiza que el loco dormirá
pronto. –Es un desgraciado –añade-. Además de la locura tiene llagas
de hiperita. El viento llevó los gases del 5 de julio (de 1923) en Tizzi Asa
y resultaron con llagas casi todos los soldados de la línea de blocaos del
tractocarril. Alguien, celoso de los aviadores, dice al teniente coronel: -
462
¡Qué torpeza, tirar gases con viento en contra! (Sender Garcés, 1930:
56)
La segunda vez que en la narración senderiana se mencionan los gases
asfixiantes, que ya hemos señalado oportunamente, es la siguiente:
En seguida otro olor cáustico, agrio, y el boticario que aparece
con sus barbas y sus gafas de concha, tapada la boca con un pañuelo
mugriento: -Hiperita, coño, hiperita67. Han tirado más abajo con gases.
(Sender Garcés, 1930: 252).
Aunque las descripciones de los bombardeos con iperita sean escasas
en las obras que nos ocupan, podemos recurrir a otras narraciones para
hacernos una idea de sus efectos. De esta manera, durante la Primera Guerra
Mundial, en el frente belga, el personaje principal de Erich María Remarque
describe minuciosamente este tipo de ataques y sus consecuencias:
Un ataque con gases llega por sorpresa, llevándose por delante a
una multitud. Ni siquiera se han dado cuenta de lo que les esperaba.
Encontramos un refugio lleno de cabezas azuladas y de labios negros.
Dentro de una zanja, se habían quitado las máscaras demasiado pronto.
No sabían que el gas se queda más tiempo abajo. Cuando han visto que
67 Señalemos, a título meramente anecdótico, la grafía a la que Sender recurre para escribir iperita. En otras ocasiones se escribía “hyperita”. Recordemos que esta palabra deriva del nombre de la ciudad belga de Ypres, o Yper en flamenco, donde en 1917 se utilizó el gas mostaza por primera vez.
463
otros soldados situados por encima de ellos se quitaban las máscaras,
han hecho lo mismo, inhalando suficiente gas como para quemarse los
pulmones. Se encuentran en un estado desesperado; esputan sangre
ahogándose y tiene crisis de asfixia que les conducirán sin remedio a la
muerte. (Remarque, 1929: 141).
Ahora bien, conviene recordar cómo el ejército español consigue
hacerse con un importante arsenal de armas químicas. Las primeras gestiones
para la obtención de gases tóxicos por parte de España se llevaron a cabo
antes del final de la primera guerra mundial, por indicación directa de Alfonso
XIII, ante las autoridades alemanas. Sin embargo, la derrota alemana y el
Tratado de Versalles bloquearon la conclusión del acuerdo. Justamente, a raíz
del Desastre, en agosto de 1921, las negociaciones vuelven a cobrar un nuevo
impulso. Parece ser que un acuerdo secreto68, concluido a espaldas de los
aliados y del Comité Internacional de desarme del ejército alemán, permitió a
España adquirir el armamento químico alemán sobrante de la Gran Guerra y
enviar a Madrid una serie de asesores que pondrían en marcha la producción
española.
De esta manera, los bombardeos con gases tóxicos pudieron comenzar
en el Rif al poco tiempo de los acontecimientos de julio de 1921. Dos años más
tarde, se puso en marcha la fábrica nacional de armas químicas, situada en el
término municipal de San Martín de la Vega, en una finca denominada “La
Marañosa”. Esta fábrica, debido al gran empeño directo que el Rey puso en su
68 Así lo defiende Fernando Hernández Holgado.
464
construcción, desde un principio se denominó coloquialmente “la fábrica de
Alfonso XIII”.
Los asesores alemanes aconsejaron que, teniendo en cuenta la especial
orografía del Rif, la sustancia que mejores resultados daría sería la iperita, esto
es, el gas mostaza. Se esperaba que, además de los efectos directos sobre la
población, se produjeran otros más persistentes al impregnarse el suelo y los
acuíferos. Además de esta sustancia fueron empleadas otras igualmente
tóxicas, como el fosgeno, el difosgeno y la cloropicrina. Las bombas se
lanzaron sobre la población rifeña tanto desde aviones, como hemos visto en el
relato de Sender, como desde baterías de artillería.
Según Hernández Holgado:
La campaña de bombardeos con gases tóxicos, que se
prolongaría hasta 1927, alcanzó su mayor intensidad en el período
1924-1926, durante la dictadura de Miguel Primo de Rivera. La
estrategia consistía en lanzar las bombas de gas en las áreas más
pobladas y a las horas en las que más víctimas podían producir, de
modo que el bombardeo de los zocos de las aldeas se convirtió en
rutina.
Lógicamente, este tipo de actuación suponía una flagrante violación de
las nuevas disposiciones internacionales que prohibían expresamente la
465
fabricación, la importación y el uso de las armas químicas. Fue por ello que
todo el proceso de las armas químicas españolas se envolvió en el mayor de
los secretos. De hecho, no es sino hasta fecha relativamente reciente,
prácticamente acabando el siglo XX, cuando una serie de estudiosos europeos,
se interesan en este asunto. Así, los datos más solventes salen a la luz en
1990, cuando dos historiadores alemanes publican una obra específica sobre
los gases tóxicos y la guerra del Rif69.
Por su parte, Sebastián Balfour dedica una importantísima parte de su
obra al estudio detallado de la guerra química en el Rif. Dentro del capítulo
titulado “La brutalización de la guerra colonial”, consagra un capítulo específico
a lo que denomina la historia secreta de la guerra química. De hecho, Balfour
señala muy acertadamente que en los partes y comunicaciones oficiales de las
autoridades militares españolas, nunca se menciona este tipo de armamento.
Se recurre, sin embargo, a términos codificados que como “las bombas
especiales”, o simplemente “esas bombas” (Balfour, 2002: 253), enmascaran la
utilización de las mismas.
Por último, una reciente iniciativa sobre este asunto ha sido presentada
en el Congreso de los Diputados. Se trata de una proposición no de ley del
Grupo Parlamentario de Esquerra Republicana, a instancia del Diputado Joan
Tardà i Coma y de la Diputada Rosa María Bonás i Pahisa, al amparo de lo
dispuesto en el artículo 193 y siguientes del vigente Reglamento de la Cámara, 69 Esta obra es citada por Hernández Holgado. Se trata de Kunz, Robert y de Müller, Rolf Dieter. El título español de la obra sería “Gas venenoso contra Abdelkrim. Alemania, España y la guerra del gas en el Marruecos español (1922-1927)”, editado en Friburgo con el título “Giftgas gegen Abd el Krim. Deutschland, Spanien und der Gaskrieg in Spanisch-Marokko 1922-1927”.
466
de reconocimiento de responsabilidades del Estado español y reparación de
daños consecuencia del uso de armamento químico en el Rif.
La exposición de motivos se basa precisamente en los recientes
estudios de los dos autores alemanes ya citados, así como en la obra de
Sebastián Balfour. También se apoya en las investigaciones históricas de Juan
Pando, Carlos Lázaro, María Rosa Madariaga y Ángel Viñas.
Los dos Diputados de Esquerra Republicana reproducen fielmente lo
que Balfour ha publicado sobre el asunto. De esta manera, recuerdan que el
primer ataque químico tuvo lugar en noviembre de 1921, utilizando fosgeno.
Los bombardeos fueron masivos a partir de 1923, a raíz de la batalla de Tizi
Azza70, dentro del territorio de los Asht Tuzin. Se cita también al mariscal
Lyautey quien afirmaba que los bombardeos desde los aviones españoles “han
dañado gravemente los pueblos rebeldes, usando con frecuencia bombas de
gas lacrimógeno y asfixiantes que causaban estragos entre la pacífica
población”. Muchos de los heridos se dirigieron hacia Tánger en un
desesperado intento por obtener ayuda médica.
La proposición no de Ley refleja asimismo la intervención directa de
Alfonso XIII en todo este proceso. Así, siguiendo la argumentación de Balfour,
recuerda que en un intercambio de telegramas entre el Rey y el Alto Comisario,
70 Precisamente, es a este mismo episodio bélico al que se refiere Sender en su narración (Sender Garcés, 1930: 252). Por su parte, Barea describe el ataque contra la posición fortificada de Tizzi-Azza, donde muere el teniente coronel Valenzuela, sucesor de Millán Astray al frente de la Legión, dejando el paso expedito a las ambiciones de Francisco Franco (Barea Ogazón, 2004: 439).
467
el primero se lamentaba de lo siguiente: “que no te hayamos podido mandar
una escuadra de bombardeo, para con gases llevar la desolación al campo
rifeño y hacerle sentir nuestra fuerza, rápidamente y en su territorio”. También
señala que en una audiencia al agregado militar francés, el rey afirmaba que “lo
importante es exterminar, como se hace con las malas bestias, a los Bani
Urriagel y a las tribus más próximas a Abd-el-Krim”.
Por su parte, Mustapha Allouh en su excelente bibliografía sobre las
guerras del Rif ha identificado cuatro obras que se refieren específicamente a
la utilización del armamento químico. Se trata, además de la que ya hemos
mencionado de Sebastian Balfour, de la escrita por Mimoun Charqi titulada
“Mohamed Abdelkrim el Khattabi: l’émir guerillero”, publicada en 2003 en Salé,
la también mencionada de Kunz y Rolf-Dieter, publicada en alemán, y la de
María Rosa de Madariaga y Carlos Lázaro Ávila, publicada en 2003, en la
revista Historia 16, bajo el título “Guerra química en el Rif, 1921 – 1927”.
Mustapha Allouh señala que este último artículo fue traducido y publicado al
árabe por Muhammad Daoudi para su publicación, en el mismo año 2003, en la
revista Tifraz.
_______________________
468
469
7- ELEMENTOS LINGUÍSTICOS: RECURSO AL CHELJA. ARCAÍSMOS.
COLOQUIALISMOS. EXPRESIONES EN OTROS IDIOMAS:
470
471
7.1- RECURSO A EXPRESIONES EN CHELJA:
472
473
En las tres novelas que nos ocupan, como no podía ser de otra manera, se
recurre con cierta frecuencia al empleo de términos en chelja, esto es, en el
dialecto propio tanto del Rif como de la Yebala, con objeto, fundamentalmente,
de acentuar el colorido y el exotismo locales de las narraciones.
Sin embargo, como veremos a continuación, la utilización de este tipo de
términos, que en ocasiones llega al de expresiones idiomáticas de cierta
complejidad, varía significativamente de una a otra narración.
Así, sin ningún género de dudas, la que recurre con mayor frecuencia al
empleo de expresiones en chelja es la de Ernesto Giménez Caballero. La de
Gaya Nuño se sitúa en segundo lugar, mientras que la de Fernández Díaz tan
sólo se apoya en este recurso en muy contadas ocasiones. La obra de Sender
recurre muy pocas veces a estas expresiones: únicamente aparecen en siete
ocasiones. Sin embargo, es la única obra en la que aparece una palabra escrita
en árabe, “teléfono”, aunque la grafía resulte ilegible “tlefon” [ ] y
seguramente hubiera resultado más verosímil recurrir a la palabra [ ].
Por último, en el caso de la obra de Arturo Barea, salvo la trascripción de
topónimos y nombres propios, no se hace ninguna mención a palabras en esta
lengua.
En “Notas marruecas de un soldado”, se ha podido contabilizar un total de
treinta y ocho expresiones o referencias tanto al chelja como arábigas en
general. En “La historia del cautivo”, el número se reduce a veintiocho, en
“Imán” figuran siete, mientras que en “El blocao” se limita únicamente a seis
474
expresiones.
Por otra parte, podemos constatar desde un principio que en el libro de
Giménez Caballero, el recurso a palabras y frases dialectales marroquíes se
refuerza en no pocas ocasiones con determinadas expresiones francesas, y en
mucha menor medida, inglesas. Recuérdese, no en balde, la fortísima
influencia francesa tanto en la formación como en los inicios de la trayectoria
profesional de este escritor.
Siempre que ha sido posible identificar en árabe clásico el origen de cada
palabra en chelja, éste se ha indicado entre paréntesis.
Como decíamos un poco más arriba, el recurso al chelja refuerza
eficazmente el exotismo de las narraciones. De esta manera, en un primer
momento, el lector se sumerge en el universo exótico y colonial que le
presentan las páginas de nuestros autores mediante determinadas vestimentas
y accesorios, como puedan ser la “yodha” (Giménez Caballero, 1983: 132;
166), la chilaba de color blanco, y la “chechía” (Giménez Caballero, 1983: 171),
esto es, el tradicional gorro blando de fieltro. Por su parte, el “tabor” [ ]
(Gaya Nuño, 1984: 616) es el gorro cilíndrico de fieltro rojo, muchas veces
denominado con el galicismo “fez”, que lucían precisamente los soldados de
cada Tabor, esto es, la unidad de tropas indígenas que agrupaba a varias
“mías”, [ ] que a su vez indica una centena de soldados.
En otras ocasiones, son los sonidos de determinados instrumentos, como
475
puedan ser las “derbukas”, (Giménez Caballero, 1983: 106), los tambores que
se tañen colocados entre las piernas del músico, los que trasladan al lector al
terreno de operaciones.
También juegan un papel importante las alusiones a los olores penetrantes
de los zocos y barrios musulmanes, en los que destaca el dulzón y
embriagante del [ ] “kif” (Díaz-Fernández, 1998: 95) (Giménez Caballero,
1983: 19) en los lánguidos crepúsculos de las estribaciones del Atlas.
En otras ocasiones se recurre al colorido implícito que supone la mención a
las “yodhas”, (Giménez Caballero, 1983:132) según acabamos de ver, o al
“debag”, (Giménez Caballero, 1983:165), de un rojo anaranjado que se obtiene
con la corteza del alcornoque.
Un dato que deberíamos también tener en cuenta y que explica tal vez por
qué es Giménez Caballero quien con más soltura recurre a expresiones de una
cierta complejidad en árabe dialectal, es el que este mismo autor reconoce
cuando escribe que, estando a bordo del yate Giralda, estudia las páginas de
una gramática argelina adquirida recientemente (Giménez Caballero, 1983: 78).
Asimismo, esta referencia nos dará también las claves del porqué en más de
una ocasión Giménez Caballero opta por las transcripciones del árabe a través
del francés y no del castellano, como podría haber parecido más lógico, incluso
teniendo en cuenta la forzosa influencia de las transcripciones de ciertos
sonidos no existentes en la lengua de Voltaire, adquirida en su estancia previa
476
en Estrasburgo en calidad de lector de español en la Universidad de la ciudad
alsaciana.
El lector avisado se percata también que no pocas expresiones son
resultado del contacto directo de dos de los autores con las poblaciones
locales.
Así, cuando se describe a las “daifas”, (Giménez Caballero, 1983: 76; 138)
(Gaya Nuño, 1984: 521; 522), aunque sea éste ya también término
castellanísimo, se hace referencia al “flux” (Gaya Nuño, 1984: 423; 616)
necesario para cualquier transacción comercial, que, llegado el caso puede
llegar a alcanzar la fabulosa cifra de un “biliun”, [ ] (Giménez Caballero,
1983:93) o al inevitable “jalufo”, (Gaya Nuño, 1984:432) animal denostado, con
toda razón, por todo buen musulmán. El “jaluf” también es mencionado por
Sender (Sender Garcés, 1930: 229).
Un tratamiento que indica respeto es el de “hach” [ ] (Giménez Caballero,
1983:79) que, en principio debería reservarse a aquellos musulmanes que han
cumplido ya con el precepto de peregrinar al menos una vez a lo largo de su
vida a La Meca.
Los soldados españoles que tenían la suerte de contar con un mínimo de
recursos personales, se aprovisionaban en los “bakkales” (Giménez Caballero,
1983: 99; 101). Esta palabra, por cierto, se españolizó rápidamente y todavía
se utiliza en las ciudades españolas del norte de Marruecos, castellanizadas en
477
su forma diminutiva como “bakkalitos”, designando cualquier tienda de
comestibles en la que se encuentran también a menudo los artículos de
primera necesidad.
En ese mismo plano se sitúan otras expresiones que o bien se refieren
directamente o están relacionadas con la organización social de las distintas
tribus rifeñas. Un buen ejemplo es la mención al cargo que el propio Abdelkrim
ocupa en el período en el que todavía coopera con las autoridades militares
españolas, esto es, el de “cadí koda” [ ] (Gaya Nuño, 1984: 440), o
juez de jueces, en el sentido de instancia superior ante la que presentar
recursos contra decisiones judiciales previas.
De esta manera, el lector descubre que las facciones enemigas se
organizan en unidades denominadas “harkas”, (Gaya Nuño, 1984: 387) o
“jarkas”, (Díaz-Fernández, 1998: 58) según quien sea el autor que transcriba el
término. Las referencias territoriales son abundantes, como la “mehala” (Díaz-
Fernández, 1998: 100), esto es, la demarcación territorial asignada a una
compañía de la policía indígena. Qué duda cabe que el término también puede
traducirse como lo hace el diccionario de la RAE, en cuanto que campamento
de esas mismas fuerzas. Las demarcaciones territoriales básicas son los
“aduares” (Díaz-Fernández, 1998: 97).
Un papel preponderante dentro del sabor local que se nos transmite a
través de las locuciones en chelja es el desempeñado por los epítetos
injuriosos.
478
El lector descubre que uno de los peores insultos que uno puede recibir en
tierras en las que conviven musulmanes y hebreos, es precisamente el de
“lihud”, [ ] (Díaz-Fernández, 1998: 98) vocablo que normalmente, cuando
se emplea con ánimo injuriante, se lanza reiteradamente: “lihud, lihud”.
También se emplea este vocablo conservando lo que parece un recuerdo de la
declinación propia del gentilicio como “lihudi” [ ] Esta expresión, utilizada
como insulto, sigue siendo común en todo el norte de África, desde el Atlántico
hasta Túnez, sin que al lector castellano deba sorprenderle en exceso.
Recuerda el autor de estas páginas, sin haber alcanzado todavía edad
venerable, que el mismo insulto se empleaba en no pocas ocasiones en las
abundantes riñas que surgían en el patio de su colegio en Madrid.
Otro insulto recurrente, compartido a ambos lados del Estrecho y tanto por
las lenguas latinas como por las semíticas, es el que se refiere al recuerdo no
siempre amable de la honra de la madre de aquel a quien el insulto se dirige. Al
igual que ocurre en castellano, semejante insulto en no pocas ocasiones se
concentra fonéticamente hasta llegar a mínimos tales en los que únicamente se
dice [ ] “imma” (Giménez Caballero, 1983: 16).
Dentro del mismo proceso de reducción minimalista, aunque esta vez el
autor de estas páginas no cree que exista un paralelismo similar dentro del
universo de las lenguas latinas, en ciertas ocasiones el lector verá que se
recurre al miembro masculino, obviando, por explícita, cualquier referencia a
que se trate del miembro del padre del receptor del insulto. Así, se emplea la
479
expresión “zupo misiano”, [ ] (Gaya Nuño, 1984: 366). Aunque no venga
demasiado a cuento, tal vez valdría la pena investigar si el origen etimológico
de “cipote”, del que el diccionario de la RAE aun mencionándolo no da noticias,
tiene alguna raíz común con este término árabe.
Otras veces el insulto es suficientemente explícito como para que el lector,
aún lego por completo en chelja, pueda deducir con toda exactitud el alcance
del mismo.
Tal es el caso cuando Gaya Nuño pone en labios de un oficial la expresión
dirigida a un nativo indicándole que se vaya a “chapar pol cofa” (Gaya Nuño,
1984: 366).
Otra injuria especialmente vejatoria para los musulmanes es “kaleb” [ ]
(Gaya Nuño, 1984: 389), esto es, perro. Recuérdese que en no pocas
tradiciones islámicas se atribuye a los perros la profanación del cadáver del
Profeta.
El “mellah” (Giménez Caballero, 1983: 114) es el patio de las mezquitas en
los que los buenos musulmanes llevan a cabo las obligatorias abluciones
previas a la oración. La “sauía” [ ] (Giménez Caballero, 1983: 94) es un
lugar apartado en el que se levanta una construcción dedicada al retiro piadoso
de algún fiel especialmente devoto. En no pocas ocasiones este tipo de
construcciones se coronaban con una “kubba” [ ] (Giménez Caballero,
1983:104), esto es, una bóveda, palabra que ha pasado al castellano como
480
alcoba.
Los cristianos, esto es, los españoles, quedan englobados en la categoría
genérica de “rumíes” [ ] (Gaya Nuño, 1984: 616), palabra árabe que
significa cristianos y que deriva, lógicamente, de Roma. Indicaremos, sin
embargo, que en el norte de Marruecos el término habitual para designar a
cualquier cristiano hubiera sido el de “nazarí”.
Los españoles, en no pocas ocasiones, son designados como los “castilia”
[ ] (Gaya Nuño, 1984: 366), término arábigo antiquísimo que remite a la
época en la que desaparece en Alcazarquivir el buen rey don Sebastián,
cuando los caballeros portugueses y castellanos se disputaban el control de las
costas del hoy norte de Marruecos.
El término “fusila” (Gaya Nuño, 1984: 424) merece una mención específica.
Esta palabra, al igual que “mujera” (Gaya Nuño, 1984: 549), o “cofa” (Gaya
Nuño, 1984: 366), parece indicar no tanto el femenino como la castellanización
imperfecta de uno de los artículos indeterminados existentes en árabe clásico,
mediante el añadido de una “ta marbuta” [ ].
La fusila se refiere evidentemente tanto al fusil como a la escopeta y a la
espingarda. En las tres narraciones objeto del presente estudio la “ fusila” por
antonomasia es el máuser del ejército español, eficacísima arma de repetición
inventada por el armero Wilheim Mauser, que sigue utilizándose en nuestros
días. De hecho, prueba de su pervivencia, el máuser recibirá posteriormente
481
una designación tanto dialectal como clásica específica [ ].
Un adjetivo dialectal que se repite con cierta frecuencia es el de “misiana”,
referido a algo de calidad. Así, podemos ver “cofa misiana” (Gaya Nuño, 1984:
366), “gallina misiana” (Gaya Nuño, 1984: 367) o “mujera misiana” (Gaya Nuño,
1984: 549).
En el capítulo de los nombres, llaman la atención el de “Sidi Míster” (Gaya
Nuño, 1984: 549), curioso híbrido de árabe e inglés, el masculino “Hamido”
(Giménez Caballero, 1983: 157), muy habitual en todo Marruecos, el femenino
“Muna” (Gaya Nuño, 1984: 616) o el de “Ben Yemel” (Gaya Nuño, 1984: 390),
que Gaya Nuño traduce literalmente, y por tanto con no demasiado acierto,
como “el hijo del camello”.
Las expresiones árabes que implican un grado mayor de complejidad son
las siguientes: “halua asel” [ ] (Gaya Nuño, 1984: 367), es decir, muy
dulce; “ieh kanaatik el kelma diáli” [ ] (Gaya Nuño, 1984: 468), que podría
traducirse algo así como “te doy mi palabra”; “¿fain maxi?” [ ] (Gaya
Nuño, 1984: 538), en el sentido de “¿lo has comprendido?”; [ ] “ hená,
hená” (Gaya Nuño, 1984: 575), dialectalismo para decir “aquí”; también
utilizado en “Alá hené” (Sender Garcés, 1930: 109), la cuenta desde el número
uno hasta el doce en chelja (Gaya Nuño, 1984: 584), no muy alejada del árabe
clásico; “uálo majanduchi” (Giménez Caballero, 1983: 79), que podría
traducirse como “de acuerdo por completo”; “salamaleks” [ ] (Giménez
Caballero, 1983: 93) “s’alam alicum”( Sender Garcés, 1930: 109), trascripción
482
castellanizada en plural del saludo islámico por antonomasia; “alhamdu lilah”
[ ] (Giménez Caballero, 1983: 93), esto es, bendito sea Dios; “m’sa
el jeir, Hamido, ¿la bas alik?” [ ] (Giménez Caballero, 1983: 157),
que podría traducirse como “buenas tardes Hamid: ¿todo bien?”; “marra,
marra”, que se utiliza en el sentido de exhortar a alguien para que haga algo
rápidamente. (Sender Garcés, 1930:196 y 222).
____________________
483
7.2- RECURSO A ARCAÍSMOS:
484
485
No son poco frecuentes las ocasiones en las que determinados objetos se
citan recurriendo a arcaísmos medievales. Tal es el caso de la jamuga, que
Díaz-Fernández emplea como “jamufa” (Díaz-Fernández, 1998: 117), esto es,
la silla de montar diseñada de tal forma que facilitase lo mejor posible el viaje
de las féminas a lomos de caballerías, cabalgando a mujeriegas. Cabe
recordar, por cierto, que en no pocas provincias españolas sigue utilizándose
este término en la forma recogida por Díaz-Fernández. De esta manera, en la
provincia de Huelva es un vocablo relativamente corriente, como puede
comprobar cualquiera que sea asiduo de las romerías del Rocío o de Santa
Eulalia de Almonaster la Real.
Otro tanto podría indicarse referente a la palabra “alfar”, (Giménez
Caballero, 1983: 98), cuya etimología nos remite a la vajilla arábiga, entendida
como obrador donde el alfarero produce sus piezas. También es el caso del
término “jeique” (Gaya Nuño, 1984: 387), que, aunque no recogido por el
diccionario de la Real Academia Española, es una de las formas arcaicas, y
más próximas del árabe, para el término jeque.
Resulta llamativo el empleo del galicismo, derivado directamente del árabe,
“muslimín” (Giménez Caballero, 1983: 98), en lugar de muslín, resultado
seguramente de la ya mencionada influencia francesa en los años de
Estrasburgo de Giménez Caballero.
Otro galicismo que aparece es el de “muecín” (Giménez Caballero, 1983:
91), que se hace todavía más llamativo tras aparecer a renglón seguido de
486
“alminar”, y no de “minarete”, sobre todo cuando el mismo autor emplea
también “almuédano” en otras ocasiones (Giménez Caballero, 1983: 97).
La “jiga” (Giménez Caballero, 1983: 91) es la omnipresente mano de
Fátima, la hija del Profeta, dibujada sobre cualquier muro, puerta o
contraventana, o fabricada en todo tipo de materiales, a modo de eficacísimo
amuleto capaz de desviar el mal de ojo.
La “meherma” (Giménez Caballero, 1983: 141) es esa especie de pañolón
de medidas respetables que las campesinas rifeñas se colocan en forma de
triángulo en la cabeza antes de tocarse con los sombreros de paja trenzada tan
típicos de todo el norte de Marruecos. Suele estar teñido de franjas paralelas
rojas o azules de diferente anchura.
Las “chambras” (Giménez Caballero, 1983: 166) son las chilabas cortas,
que llegan a media pierna, utilizadas a diario por los campesinos marroquíes.
___________________
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7.3- RECURSO A COLOQUIALISMOS:
488
489
Sin duda alguna, la obra que recurre con mayor frecuencia a este tipo de
expresiones es la de Sender. De hecho, más que de un simple recurso, en no
pocos casos, el lector tiene la impresión de estar ante la trascripción directa de
un lenguaje específico perteneciente a las clases más populares de la sociedad
española de la época.
Una enumeración completa de todos esos coloquialismos resultaría
excesivamente tediosa, sin aportar en cambio mayores beneficios a esta tesis.
De esta manera, nos limitaremos a indicar tan sólo una pequeña muestra de
los mismos.
Así, podemos recordar las siguientes expresiones: “¡Ahí to cristo
chaquetea!” (Sender Garcés, 1930: 14); “semos nosotros” (Sender Garcés,
1930: 14); “pa vigilar a los cadavres” (Sender Garcés, 1930: 17); “no quié saber
nada” (Sender Garcés, 1930: 18); “Tiés una vena” (Sender Garcés, 1930: 24);
“Está chalao” (Sender Garcés, 1930: 25); “¡Eh, paisa!” (Sender Garcés, 1930:
28); “Zí, claro” (Sender Garcés, 1930: 29); “Este año paice que” (Sender
Garcés, 1930: 43); “Salú no falta” (Sender Garcés, 1930: 44); “Los hospitales
son pa los pijaitos” (Sender Garcés, 1930: 5); “la azúcar da más sed” (Sender
Garcés, 1930: 99).
Mención específica merece la utilización de “muñuelos” (Giménez
Caballero, 1983: 26), coloquialismo empleado todavía hoy con no poca
frecuencia, sobre todo en zonas rurales.
490
Vale la pena referirnos, siquiera brevemente, al término “páisa” (Giménez
Caballero, 1983: 24), que carece de raíces árabes. El origen de esta expresión
es castellanísimo, por no decir castizo. Puede tratarse, según piensa quien esto
escribe, de una forma apócope de paisano, término empleado por los quintos
españoles no sólo en África sino en cualquier localidad española donde haya
acuartelamientos y no únicamente en el período de la acción de los relatos que
nos ocupan. El concepto de paisano puede aludir tanto al origen geográfico
común de quienes emplean el término como a la designación habitual del
militar cuando no luce el uniforme reglamentario.
Giménez Caballero apenas recurre a este tipo de expresiones. Así, por
ejemplo, emplea la palabra “extranjis” (Giménez Caballero, 1983: 48) o la
popularísima expresión entre los soldados que en lugar de “cuota” decían
“cota” (Giménez Caballero, 1983: 31). Por su parte, Gaya Nuño lleva a cabo un
esfuerzo digno de mención para reproducir el lenguaje inculto de los soldados.
Siendo innumerables los ejemplos que podríamos traer a colación, nos
limitaremos a indicar, como botón de muestra, los siguientes: “pero mal
comparao”, “igual qu’el bendito” (Gaya Nuño, 1984: 354); “que n’eres hijo’e
cura” (Gaya Nuño, 1984: 359); “desdichao”, “soldaos”, “humanidá” (Gaya Nuño,
1984: 511); “achantar la mui” (Gaya Nuño, 1984: 549).
______________
491
7.4.- RECURSO A EXPRESIONES EN OTROS IDIOMAS:
492
493
El recurso a expresiones en otros idiomas, además del chelja, es
relativamente frecuente en las obras de Giménez Caballero y de Gaya Nuño,
siendo mucho más raro en la de Díaz-Fernández y prácticamente inexistentes
en las de Sender y Barea.
Díaz-Fernández recurre, por ejemplo a la expresión “goal-keeper” (Díaz-
Fernández, 1998: 34), seguramente no tanto por emplear un anglicismo como
por la novedad en 1928 del juego del fútbol, introducido unos años antes por
primera vez en España por los británicos de las minas de Río Tinto. También
emplea los términos “dancing” (Díaz-Fernández, 1998: 39), “diletante” (Díaz-
Fernández, 1998: 62), “nurses” (Díaz-Fernández, 1998: 66), “jazz-band” (Díaz-
Fernández, 1998: 70-71), o “cabarets” (Díaz-Fernández, 1998: 82).
En el caso de Giménez Caballero encontramos muchísimas más
expresiones en otros idiomas, sobre todo en francés, llegándose incluso a
conversaciones enteras en esta lengua (Giménez Caballero, 1983: 172-175).
Se refiere a la “tenue”, en el sentido de traje arreglado (Giménez Caballero,
1983: 117). Utiliza la trascripción “rendibú”, por “rendez-vous”, así como “ville
de plaisir” (Giménez Caballero, 1983: 171). De un moro dice que “tenía una
mirada farouche” (Giménez Caballero, 1983: 172). En inglés emplea varias
expresiones, como por ejemplo “high-life” (Giménez Caballero, 1983: 115).
Gaya Nuño recurre a términos como “Intelligence Service” (Gaya Nuño,
1984: 536), “flock” (Gaya Nuño, 1984: 551), “iron” (Gaya Nuño, 1984: 552), “all
right” (Gaya Nuño, 1984: 583), o a expresiones más complejas, como “-Vous
494
avez des prisonniers… Quelque jeune homme, plutôt lettré…Pas un paysan de
la Galice ou de la Catalogne… » (Gaya Nuño, 1999: 540).
___________________
495
8- NARRACIONES FRANCESAS. NARRACIONES DEL ENTORNO DE
LYAUTEY. NARRACIONES DE OPERACIONES SOBRE EL TERRENO:
496
497
Las narraciones francesas sobre la zona del Protectorado en Marruecos,
al faltarles ese elemento fundamental de dramatismo que en el caso de las
españolas aportan unos desastres de la magnitud de las derrotas de 1921 y
1924, no constituyeron, ni mucho menos, una corriente narrativa
individualizada. Tampoco provocaron las reacciones de entusiasmo general
que sobre todo las obras de Sender y de Giménez Caballero despertaron en la
opinión pública española, que encontró en ellas un medio de manifestar su
rechazo, primero a una intervención militar que se le antojaba absurda y, luego,
al régimen político responsable de tamaño desatino.
No obstante existen una serie de narraciones que, ofreciendo un
evidente paralelismo con las que nos han ocupado hasta ahora, aportan
valiosos elementos que completan adecuadamente el estudio de las mismas.
Las obras francesas, surgidas en el entorno del mariscal Lyautey, hacen
de esta figura y de su ingente obra en Marruecos el eje central de las
narraciones. Como no podía ser menos, el atractivo y la importancia de Hubert
Lyautey eclipsan en gran medida las demás figuras que aparecen en las
narraciones.
La situación provocada por el Desastre de Annual, como no podía ser de
otra manera, hizo saltar todas las alarmas de las autoridades francesas en
Marruecos. No sólo se alteraba de golpe el precario equilibrio más o menos
conseguido entre las dos zonas de influencia en Marruecos, sino que de
498
repente surgía un nuevo actor internacional que nadie habría esperado. Las
autoridades militares francesas vieron el Desastre como:
Un repliegue de las fuerzas españolas a sus bases en el este y en
oeste, dejando al descubierto nuestro frente norte, es decir, el frente sin
profundidad que discurre al norte de Fez y de Taza. (Catroux, 1952:
162).
Cierto es que, hasta 1924, el mariscal Lyautey no creyó que la situación
fuese excesivamente alarmante, ya que pensaba que las tropas españolas
serían capaces de contener a las de Abdelkrim, sirviendo de parapeto antes de
llegar a la zona francesa. Sin embargo, en noviembre de 1924, la derrota de las
fuerzas españolas vuelve a ser completa, con la toma por parte de rebeldes
rifeños de la ciudad de Xauen y, por tanto, dotándose de la posibilidad de
conseguir que las tribus de esa zona, la Yebala, hasta entonces más o menos
independientes y reacias a aceptar la autoridad de Abdelkrim, se uniesen a la
sublevación general.
Como ya sabemos, Primo de Rivera ordena el repliegue completo a las
ciudades fortaleza, Larache, Ceuta, Tetuán y Melilla, abandonando a las
fuerzas sublevadas todo el resto del territorio. Esta decisión provoca que el
mariscal Lyautey informe al Gobierno francés que “en sustitución del
protectorado español, se ha implantado un frente disidente a las órdenes de un
solo jefe, que es obedecido y respetado.” (Catroux, 1952: 164) Unos días más
tarde informará que:
499
Un Estado musulmán procedente del nacionalismo norte africano
tiende a constituirse al norte del Marruecos francés (...) Por efecto de la
derrota española, se ha constituido un Estado rifeño del que Abdelkrim
es el Sultán. Las oraciones en la mezquita se hacen bajo su invocación y
se ha descubierto a sí mismo una genealogía que le legitima. Sus
ambiciones se extienden a todo Marruecos. (Catroux, 1952: 167).
El ataque a la zona francesa se produce en Abril de 1925. Las tribus que
hasta entonces se habían sometido a las autoridades francesas se suman a la
sublevación. A lo largo de los meses siguientes Abdelkrim lleva a cabo
incursiones cada vez más audaces, con el apoyo de numerosas piezas de
artillería tomadas a las fuerzas españolas, con el fin último de tomar Taza y
Fez.
Como es sabido, la imposibilidad de acabar con esta amenaza obliga a
Lyautey a buscar una alianza con las fuerzas españolas para atacar
conjuntamente Axdir, la capital de Abdelkrim, desde el norte, y Kiffane, desde el
sur. Sin embargo, esta alianza con las fuerzas españolas no dará su fruto hasta
mucho más tarde. Entre tanto, las fuerzas de Abdelkrim cercarán Taza. Como
relata el general Catroux, presente en las horas previas al posible abandono de
esta ciudad por las fuerzas francesas, el mariscal Lyautey propuso a sus
colaboradores, en un intento de salvar el resto del Marruecos francés y también
las demás posesiones en África del Norte, “ponerse de acuerdo cuanto antes
con España para reconocer la independencia del Rif.” (Catroux, 1952: 203).
500
A la espera de esa decisión conjunta, Lyautey apostó por defender Taza
a cualquier precio, al considerar que esta ciudad era la llave de Argelia y el
último eslabón que necesitaba Abdelkrim para culminar la sumisión definitiva a
su autoridad de todas las tribus del Norte de Marruecos. El general Catroux
afirma que “esta decisión, de la que luego saldrá la victoria, pertenece
únicamente a Lyautey.” (Catroux, 1952: 208).
El mariscal Lyautey abandonará su cargo en Marruecos en Octubre de
1925, dejando paso al futuro mariscal Pétain, quien, recién llegado de Madrid y
Tetuán, donde había fijado de común acuerdo con las autoridades españolas
las futuras líneas de actuación conjunta contra Abdelkrim, asumirá el mando de
las fuerzas francesas en Marruecos (Benoits-Méchin, 1966: 262).
__________________
501
8.1- NARRACIONES DEL ENTORNO DE LYAUTEY:
502
503
Ya hemos recurrido en las líneas precedentes a la obra del general
Catroux “Lyautey le Marocain”, en la que describe, desde el punto de vista de
uno de los miembros de su Estado Mayor, los principales episodios políticos y
bélicos vividos por Lyautey durante su etapa en Marruecos. El general Catroux
dedica el capítulo VI al análisis de las decisiones de Lyautey frente a las
distintas crisis. El capítulo VII se centra en la figura de Abdelkrim y el capítulo
VIII está dedicado a los resultados de la actividad política y militar del mariscal.
El capítulo IX, aunque no tan directamente relacionado con el tema que nos
interesa, aporta interesantes datos sobre las relaciones entre Lyautey y Pétain,
ocupándose, entre otras, de sus discrepancias sobre las soluciones al
problema del Rif.
Por su parte, Benoist-Méchin publicó su libro, “Lyautey l’Africain ou le
rêve inmolé”, en 1966, presentando al mariscal Lyautey desde una perspectiva
mucho más novelada que la obra precedente. Las descripciones de las
distintas etapas incluyen, además, un marcado tono de relato de aventuras, en
los que el diálogo entre los personajes, recreando situaciones históricas,
desempeña un papel importante.
Por ejemplo, ante un pretendido ultimátum que Abdelkrim habría enviado
en julio de 1921 al general Sylvestre (sic) exigiendo la retirada inmediata de las
tropas españolas, el Comandante General de Melilla dice: “-¡Este hombre está
loco! exclama alzando los hombros. No voy a tomarme en serio las amenazas
de un cadi bereber al que tenía a mi merced hace nada. Su insolencia se
merece una nueva paliza.” (Benoits-Méchin, 1966: 244).
504
La descripción del Desastre de Annual, aunque breve, es
eminentemente plástica:
Agazapado en el nido de águilas que le sirve de cuartel general,
Abdelkrim ha esperado la mejor ocasión para caer sobre sus
adversarios. Quince días más tarde, tras las operaciones desarrolladas a
toda prisa, el general Sylvestre ha llegado a Anoual, a cuarenta
kilómetros de Adjdir. Sin embargo, con una ligereza imperdonable, no ha
tomado ninguna precaución para proteger su retaguardia. Abd el-Krim se
ha percatado inmediatamente. El 20 de Julio, tras efectuar con sus
tropas un amplio movimiento envolvente, cae de repente a espaldas del
ejército español. En menos de veinticuatro horas, éste ha sido
aniquilado. El general Sylvestre se suicida en el campo de batalla,
mientras los despojos de su ejército se repliegan hacia Melilla. (Benoits-
Méchin, 1966: 262).
La situación provocada por el Desastre es descrita de la siguiente
manera:
Para los españoles, el desastre de Anoual no tiene parangón.
Para Abd el-Krim es un triunfo. No sólo se ha vengado de la afrenta que
le había infligido el general Sylvestre sino que la derrota española le ha
permitido obtener una enorme cantidad de armas y de municiones.
Además, ha capturado varios miles de prisioneros cuya liberación ha
505
negociado con el Gobierno de Madrid previo pago de un rescate de más
de cuatro millones de pesetas. (Benoits-Méchin, 1966: 245).
El diálogo que el mariscal Lyautey mantiene con el Gobierno de París es
significativo:
¿Qué representa exactamente Abd el-Krim? ¿Podríamos llegar a
un acuerdo con él? –De momento no, responde el mariscal que conoce
demasiado el orgullo marroquí como para pensar que Abd el-Krim
aceptaría someterse antes de conocer una derrota militar. Los rifeños
son obstinados, megalómanos y completamente xenófobos. Se están
preparando para cambiar el frente y atacarnos. Han establecido frente a
nuestros puestos todo un sistema de puestos simétricos, dirigidos por
jefes bien escogidos, armados con ametralladoras. Están construyendo
carreteras y tendiendo líneas telegráficas (Benoits-Méchin, 1966: 241).
El periodista y escritor Max Leclerc, un amigo íntimo del mariscal
Lyautey, es autor de una de las narraciones que nos parecen más interesantes.
Estuvo invitado por Lyautey, siendo éste Residente General de Marruecos. De
esta manera, tuvo ocasión de describir tanto la personalidad del mariscal como
gran parte del territorio visitado. Las notas que figuran a continuación, referidas
a su libro publicado en 1927, intentan subrayar unos aspectos que nos parecen
más directamente relacionados con nuestro estudio.
506
La narración de Leclerc adopta la forma de un diario de viaje en el que,
antes de cada jornada, se indican cuidadosamente la fecha y el lugar de
partida. Así por ejemplo, el jueves 12 de Mayo de 1921, la comitiva del mariscal
parte de Ouezzan en dirección al frente del Rif:
Hemos salido en siete vehículos de Had-Kourt con el general
Poeymirau, los comandantes Martinet, Blanc, Lefèvre y la casa militar
del mariscal (...) No hay carretera; una simple pista, y aún así. Pasamos
por donde podemos. Alcanzaremos el frente del Rif por el puesto de Aïn-
Defali y desde allí continuaremos a caballo hasta el puesto avanzado de
Teroual, a través de las montañas (Leclerc, 2004: 55).
La situación en la que las tropas francesas plantan cara a los rebeldes
rifeños no es, ni mucho, mejor que la de sus colegas españoles de la otra zona:
“Observo sobre el terreno la durísima vida de estas tropas excelentes cuyos
jefes se enorgullecen de la entrega que llevan a cabo en medio de estas
condiciones tan ingratas.” (Leclerc, 2004: 56).
Las comunicaciones entre Fez y Taza, ya en Mayo de 1921 se veían
cada vez más amenazadas por las fuerzas rebeldes. Max Leclerc relata un
accidentado viaje al que madame Lyautey tiene que enfrentarse en la carretera
entre las dos ciudades: “(...) el conductor ha tenido que detener el auto en
medio de la terrible tormenta. Un rebaño de ovejas ha sido aniquilado en un
instante por el tremendo granizo.” (Leclerc, 2004: 90).
507
El domingo 22 de Mayo Max Leclerc llega a Oujda. Ha hecho el viaje
desde Fez en automóvil; unos cuatrocientos kilómetros, de los que la mitad,
poco antes de llegar a Taza, están protegidos por “blockhaus” (blocaos):
Taza domina la ruta bloqueando el paso que une el Marruecos
oriental y el occidental: se alza en la cumbre de un enorme promontorio
rocoso, recuerda a esas ciudades del Mediterráneo levantadas en
tiempos de las incursiones sarracenas a una cierta distancia del mar.
Desde lejos tiene un aspecto imponente (Leclerc, 2004: 94).
_______________________
508
509
8.2- NARRACIONES DE OPERACIONES SOBRE EL TERRENO:
510
511
Las narraciones de operaciones sobre el terreno no son, en el caso
francés, tan numerosas como en el español. Recordemos, en efecto, las
observaciones de López Barranco sobre este tipo de narraciones en lo que se
refiere la zona española. Señala este autor que entre los años 1921 y 1925,
con un acusado pico en el año 1922, “este tipo de obras se multiplican a ritmo
frenético, en cuanto que a partir de 1926 pueden considerarse casi extinguidas”
(López Barranco, 2006: 340). Es más, en lo que se refiere a los autores de
estas narraciones no noveladas, indica:
Por lo que respecta a los autores, poco hay que decir sobre ellos,
ya que la mayoría no figura en ninguna nómina de literatos. Se trata de
nombres desconocidos: anónimos soldados y militares profesionales sin
más proyección que estas obras, o periodistas con predicamento sólo
dentro de su ámbito. Y aquellos otros que han alcanzado alguna
popularidad se la deben las más de las veces a dedicaciones distintas
de la pluma (López Barranco, 2006: 340).
Dentro de esta categoría, el autor mencionado incluye expresamente la
obra de Eduardo Ortega y Gasset, Annual, publicada en 1922, basada en las
experiencias contadas directamente al periodista por parte de uno de los
supervivientes del Desastre, el soldado Bernabé Nieto. De la misma manera,
López Barranco menciona la obra Igueriben, de Luis Casado y Escudero, único
oficial que logró sobrevivir al ataque a esta posición.
512
Por otra parte, la obra De Annual a Monte Arruit y dieciocho meses de
cautiverio, firmada por el teniente coronel Pérez Ortiz, “ha de contarse entre las
más clarificadoras desde un punto de vista denotativo sobre aquellos sucesos.
En ella se aúnan un lúcido y bastante ecuánime relato de la derrota junto a los
padecimientos del cautiverio” (López Barranco, 2006: 342). En la misma línea
figura la obra del sargento Francisco Basallo Memorias del Cautiverio,
publicada sin fecha, aunque pueda ser probablemente de comienzos de 1924,
cuyas informaciones tan presentes se encuentran en la obra de Gaya Nuño.
En un apartado diferente se incluyen las beligerantes, cuando no
belicistas, obras redactadas por otros militares que más tarde, y por motivos
harto conocidos, alcanzarán una fama siniestra. Así, podemos recordar las
obras de Emilio Mola, Francisco Franco o Millán Astray. De hecho, en relación
a este tipo de obras, López Barranco señala:
Sus opiniones transcriben las de un amplio sector del ejército, los
denominados “africanistas”, aquellos oficiales que, según se ha visto en
páginas anteriores, habían hecho su carrera o buena parte de ella, en
las guerras marroquíes. Su valor no se presuponía, ya había quedado
contrastado en múltiples ocasiones, y los largos años de lucha y peligro
habían moldeado en ellos un carácter especial y diferenciado del de sus
colegas peninsulares o de quienes aun habiendo combatido en
Marruecos no compartían sus mismos puntos de vista. Esas ideas, tal y
como las vierte el entonces teniente coronel Mola en su libro, pueden
sintetizarse en una doctrina que postula un belicismo a ultranza: la
513
guerra es un azote de la Humanidad, que acabará cuando el hombre
deje de habitar la Tierra. Creo por tal razón un soberano disparate
educar las generaciones en una engañosa teoría pacifista. (López
Barranco, 2006: 347).
Frente a esta relativa riqueza en lo que se refiere a las narraciones de
operaciones sobre el terreno en la zona española, en el caso de la zona
francesa nos encontramos tan sólo con un puñado de obras. Una vez más,
para explicar esta ausencia de narraciones disponibles relativas a la zona
francesa, debemos apuntar las mismas razones que señalábamos en el
epígrafe anterior.
De las narraciones existentes, algunas no pasan de meros apuntes
bélicos trazados a vuelapluma por los propios autores y protagonistas de los
hechos relatados. Al igual que en el caso español, la mayoría de estas obras,
tanto de un punto de vista histórico como literario, no conllevan excesivo
interés. No obstante, al igual que ocurría en el caso español, sí existen una
serie de ejemplos que pueden sernos útiles para completar el presente estudio.
Tal es el caso de dos obras localizadas en la Bibliothèque Nationale du
Prytanée National Militaire, de Francia. La primera es de René Pinon, titulada
“Au Maroc, fin des temps héroïques », publicada en 1935. La segunda, de la
que disponemos de un ejemplar con los sellos de la República Española
pertenecientes al Estado Mayor de la Comandancia General de Larache, fue
514
escrita por el capitán Damidaux con el título “Combats au Maroc 1925-1926” y
publicada en 1928.
El relato del capitán Damidaux se inicia señalando que en 1925, entre
los oficiales que iban destinados a Marruecos para luchar contra Abdelkrim, no
había muchos que hubieran combatido fuera de Europa. Es más, muchos de
ellos, demasiado jóvenes, no habían entrado nunca en combate.
En la zona de las montañas del Rif, el armamento poderosísimo del
ejército francés no es efectivo. El enemigo, dice Damidaux, dispone siempre de
un sistema de desfiladeros por los que atacar y escapar a tiempo. La ausencia
de vías de comunicación hace muy difícil el aprovisionamiento de las fuerzas
destacadas.
El relato del capitán Damidaux se completa, además, con una serie de
croquis del terreno de operaciones, elaborados conjuntamente con el teniente
Larbalétrier, jefe de una sección topográfica del ejército (Damidaux, 1928: XV).
Damidaux aporta no pocos detalles del principal tipo de construcción
más habitual en el Rif, sirviendo tanto de abrigo como de defensa. Se trataba
de un simple cubo con espesas paredes de adobe cubierto de una terraza de
tierra batida. Los vanos se limitaban a una puerta y un ventanuco desde el que
hacer fuego hasta agotar las municiones. Los enemigos son muy aguerridos.
Además, en no pocas ocasiones, disponen de granadas y de morteros
(Damidaux, 1928: 3).
515
Al igual que ocurría en el relato de Díaz-Fernández, los soldados
franceses han aprendido a desconfiar de los campesinos que, so pretexto de
vender algún producto, se aproximan de los puestos fortificados para facilitar su
inmediato asalto por parte de fuerzas hasta entonces ocultas. (Damidaux,
1928: 4). También como en el caso español, la peor decisión que las tropas
francesas pueden adoptar es la de batirse en retirada: es entonces cuando los
rifeños caen sobre los soldados para aniquilarlos sin piedad, muchas veces
pasando los prisioneros a cuchillo (Damidaux, 1928: 6).
La guerra es sin cuartel. Las fuerzas francesas no distinguen entre
enemigos. Las baterías del 65 y 75 disparan sin cesar contra todo lo que se
mueve, ya sean aldeas o rebaños. (Damidaux, 1928: 8). En cuanto el horizonte
está despejado, las fuerzas se disponen a avanzar, pero, al igual que en el
caso de las tropas españolas, la decisión sobre qué camino tomar es
complicada, por la ausencia de cartografía o por los errores que los mapas
disponibles contienen. (Damidaux, 1928: 18).
El capitán Damidaux describe varias operaciones en diferentes frentes.
Una de las que más nos interesa es la que inicia el 24 de marzo de 1926 el
recién nombrado general Doce, comandante de la 128º división de Ouezzan,
que se concentra en la región de Taza. Se trata de una de las operaciones
conjuntas acordadas con las autoridades españolas, en este caso, con el grupo
denominado de los Beni-Touzine, a las órdenes del general Carrasco.
(Damidaux, 1928: 68).
516
El plan acordado es descrito con bastante detalle:
Se ha previsto que dos compañías españolas seguirían a las
tropas del coronel Reynies y empujarán más allá del Dromedario, una
montaña cuyo perfil recordaba la silueta de este animal, mientras que
una columna española llegará a su encuentro pasando al este de Bou
Inoud. Un ataque concomitante se llevará a cabo por las fuerzas
españolas de Azib de Midar, en dirección del Djebel Timegart y de Tlta
d’Azlef. Todos los objetivos deberán ser alcanzados antes de las 4 horas
del 8 de Mayo (...) El 8 de mayo por la noche, la columna del general
Carrasco, que había salido de Souk el Tleta d’Azlef, tras duros
combates, se aproxima del objetivo fijado. (Damidaux, 1928: 71).
La derrota que se infringe a los rebeldes rifeños es especialmente
importante ya que, además de dañar considerablemente su moral, hace que
comprendan que el acuerdo franco-español es definitivo, estableciendo las
primeras bases para operaciones de mucho mayor calado que, ya en 1927,
culminarán con la toma de Axdir, la capital del Rif y la derrota definitiva de
Abdelkrim.
Llegados a este punto, según lo que habíamos anunciado en las
palabras introductorias de esta tesis, nos parece oportuno, buscando un afán
de equilibrio, traer a colación un ejemplo de una de las narraciones de
operaciones sobre el terreno redactada por un oficial español, de tal manera
517
que podamos comparar las notas del capitán Damidaux con las de un oficial
español. De esta manera, hemos recurrido al manuscrito del diario del capitán
Luis Vives Brau, cuyo original custodiamos, redactado en el período
comprendido entre el mes de agosto de 1924 y el de noviembre de 1925.
Recordemos, por otra parte, las certeras palabras de López Barranco
cuando al referirse a este tipo de narraciones, aun reconociendo las
limitaciones de que adolece, no duda en reconocer su pertinencia, cuando
afirma:
(…) también dio origen a un buen número de obras ligadas al
directo testimonialismo y sin voluntad fabuladora alguna: un tipo de
narrativa de carácter denotativo compuesta en la mayoría de las
ocasiones por los que combatieron en aquellas tierras o por privilegiados
testigos, corresponsales de prensa las más de las veces, a quienes las
circunstancias profesionales aproximaron a la inmediatez de los sucesos
(López Barranco, 2006: 339).
El manuscrito del capitán Vives se compone de dos cuadernos. El
primero, de puño y letra del capitán Vives, está escrito en un cuaderno de
formato pequeño, un poco a vuela pluma y recoge de manera general las
impresiones, tareas cotidianas y operaciones militares llevadas a cabo. Las
anotaciones se efectúan día a día. En los márgenes, delatando unas lecturas
posteriores, aparecen algunos comentarios de carácter personal, como puedan
ser la desaparición de un compañero, las duras condiciones materiales o la
518
falta de algún pertrecho. Se aprecian, asimismo, algunas indicaciones que
aclaran el alcance de tal o cuál situación, dirigidas seguramente a su
ordenanza encargado de pasar a limpio el cuerpo del diario. En el segundo
cuaderno, de un tamaño algo mayor, se transcriben de puño y letra de ese
asistente de quien ignoramos el nombre, en una cuidada caligrafía y en
lenguaje mucho más administrativo y militar que en el caso del primer
cuaderno, las mismas jornadas clasificadas por meses.
El relato se inicia el día 23 de agosto de 1924, cuando el batallón
mandado por el teniente coronel Félix Molina Parcero parte del puerto de
Castellón, a bordo del vapor Tintoré, rumbo a Málaga. El batallón estaba
compuesto por el mencionado jefe, 4 capitanes, 11 subalternos, un capellán, un
armero, un herrador, 5 suboficiales, 21 sargentos, 30 cabos, 5 cornetas, 2
tambores, un educando, 7 soldados de primera, y 564 soldados de segunda.
El batallón permanece unos días en Málaga, asumiendo el mando un
nuevo teniente coronel, Jesús Velasco Echave, El día 2 de septiembre el
batallón se embarca en el vapor Vicente Puchol, rumbo a Larache. Una vez en
tierras marroquíes, el batallón se desplaza por ferrocarril hasta Alcazarquivir.
Más adelante, tras una serie de jornadas a pie, el batallón llega a la zona
de primera línea de fuego, donde quedará instalado, más concretamente en la
zona de Mexerah. Una vez en esta zona, los ataques de las tropas rifeñas se
suceden. El primer ataque al campamento del capitán Vives Brau provoca la
pérdida de 24 soldados. A lo largo del mes, se suceden las salidas para
519
proteger las pistas de comunicación y el envío de convoyes, apoyados por
varios automóviles con ametralladoras.
En el mes de octubre se lleva a cabo una revisión del batallón por parte
del general jefe de la zona de Larache, José Riquelme López-Vago. El día 10
de octubre, el batallón es destinado a conducir un convoy a la zona de
Tabaganda, “sosteniendo nutridísimo fuego con el enemigo”. Se consigue
regresar al campamento sufriendo algunas bajas.
Días después, el batallón se traslada a T’Zenin, donde pasa unos días
para después proseguir en dirección a Rokba el Goralb, en cuyo campamento
general queda instalado. De esta manera, el batallón se incorpora a la columna
mandada por el Coronel Manuel González Carrasco, encargado de establecer
las posiciones en la zona de Beni-Redel, “sosteniendo nutrido fuego con el
enemigo y regresando al campamento a las 14 horas, logrado el objetivo”.
El día 16 de octubre, el batallón es encargado de levantar “una tienda
fortificada”, esto es un blocao, “que ocupó el sargento Doba, un cabo y 24
soldados del batallón”. Una vez levantado el blocao, la columna se retira,
siendo atacada a unos cinco kilómetros y sufriendo numerosas bajas. La
relación de bajas y heridos es muy completa. De esta manera, sabemos que el
teniente coronel Jesús Velasco Echave fue herido menos grave, el teniente
Antonio Marco tejedor, grave, el alférez Ildefonso Martínez, menos grave,
520
Ante la baja del teniente coronel, asume el mando accidental el
comandante Gabino Otero, consiguiendo llegar al campamento al cabo de unos
días. Las operaciones, fundamentalmente para establecer una línea de
blocaos, prosiguen a lo largo del mes de octubre, en medio de una lluvia
torrencial. El batallón, a lo largo de todo el mes, es hostilizado por el enemigo
durante las horas nocturnas, hasta que el día 31 se decide abandonar las
posiciones, destruyendo “con la artillería propia y las de aviación” las
fortificaciones previamente erigidas con tanto sacrificio.
En el mes de noviembre, a partir del día 6, siempre a las órdenes del
coronel González Carrasco, el batallón mantiene numerosos combates en la
zona de Juma el Tolba, con la intención de levantar el cerco que mantenían los
rifeños sobre la plaza de Maraya. Una vez alcanzado este objetivo, el batallón
regresa a Alcázar. A lo largo de los días siguientes mantienen combates
constantes con el enemigo, sin conseguir establecer las posiciones defensivas
que se habían planificado. A mediados de mes, se consigue por fin establecer
una línea de blocaos. Se señalan ataques feroces durante el proceso de
retirada, hacia el día 24 de noviembre. Durante los últimos días del mismo mes,
la columna se ve forzada a resistir sin avanzar, debido a las grandes lluvias y al
lodazal que se ha formado.
Durante el mes de diciembre, una vez llegada la columna a la posición
de Mexerab, se suspenden las operaciones a la espera de una climatología
menos adversa. Sin embargo, a medida que las posiciones más avanzadas y
las líneas de blocaos van cayendo, el día 8 se hace necesario abandonar
521
también la posición mencionada. El día 12, el batallón salió de protección de
carretera hasta el lugar conocido con el nombre de Bosque Sagrado,
sosteniendo combates con el enemigo y resultando heridos varios miembros
del batallón. En la retirada, el enemigo vuelve a atacar el convoy con toda la
impedimenta del batallón y perdiendo la vida uno de los cabos. Al día siguiente
pierden la vida uno de los capitanes y un alférez llamado José García Morato
Cánovas. También se da por desparecido a uno de los cabos. El día 18
consiguen iniciar de nuevo la marcha hacia Alcázar, donde consiguió llegar al
cabo de dos días.
El día 23 de diciembre se recibe una orden telegráfica “del Excelentísimo
Señor General Jefe y Presidente del Directorio Militar” otorgando el mando al
teniente coronel jefe del batallón Luis Pareja. Hacia el día 30 de diciembre, una
vez concluida la reorganización del batallón ante las mermas sufridas, se inicia
una serie de operaciones nuevas tendentes a establecer posiciones defensivas
en la zona de Gueshula y Bufzar, concluyendo el año 1924 en un lugar llamado
Hayera el Zuik.
El día 5 de enero de 1925, el batallón se reincorpora a la columna
González Carrasco hasta que el día 10 de enero forma columna conjunta con
el Tercio, de manera independiente del resto de la columna principal. Las
tareas asignadas, una vez más, consisten en levantar blocaos, esta vez en la
zona de Jemala.
522
En el mes de febrero el batallón se encuentra en T’Zenin. Se prosiguen
las fortificaciones de las distintas posiciones defensivas junto con las tareas de
protección y apoyo a las unidades de artillería de montaña. El día 8 de febrero
el batallón se incorpora a la columna que estaba al mando del Comandante de
Regulares de Larache, número 4, Francisco Delgado, para incorporarse unos
días más tarde a la columna al mando del teniente coronel Manuel Romerales,
cuyo objetivo consistía en combatir las fuerzas enemigas que se habían
atrincherado en un lugar denominado Bume el Hedi.
El mes de marzo el batallón forma columna con unas fuerzas de
caballería de la Mehala para recuperar las posiciones de Hama el Maá y
relevar a las guarniciones de la línea defensiva de blocaos, construyendo,
además dos nuevos, que denominan “Tetuán” y “Tercio”. Todas estas
operaciones se llevan a cabo en medio de intensos combates con las fuerzas
enemigas. De una manera más señalada, se hace referencia a las operaciones
necesarias para ocupar y fortificar “la altura denominada Blockau del Viento”,
que luego se llamaría de Santa Bárbara.
Los días 22 y 23 de marzo se dedican a tareas que rompen la
monotonía del combate. Además de mantener las operaciones imprescindibles
para contener a las fuerzas enemigas, el batallón se concentra en las “tareas
de limpieza general de su armamento, equipo y campamento y aseo personal,
con motivo de la visita del Excmo. Sr. Presidente del Directorio Militar Alto
Comisario”, anunciada para el día siguiente. De esta manera, el batallón fue
revistado por “dicha superior autoridad, mereciendo su felicitación por el
523
perfecto estado de policía y marcialidad en el desfile, según se hace constar en
la orden de la columna del día 27”.
El mes de abril se inició con las misiones de abastecimiento de
posiciones avanzadas. Al margen de éstas, el batallón se encargó de
acompañar un total de 50 áscaris de la Mehala con el fin de efectuar
emboscadas nocturnas, que se situaron en posiciones estratégicas que
asegurasen el ataque por sorpresa. El batallón se encarga también de erigir
nuevos blocaos en substitución de otros que son desmantelados o destruidos,
y a los que se identifica con el mismo nombre que los desaparecidos:
Navarrete y Handak Hamer. El mes concluye con el encargo de reforzar las
avanzadillas que luego permitirían el establecimiento de los blocaos llamados
del puente número 1 y número 2.
El mes de mayo se inicia para el batallón estando de servicio de
campaña en Alcázar. De nuevo se le encarga la construcción de blocaos, esta
vez sobre el río, que llevarán el nombre de Ulad Alí número 1 y 2. A mediados
de mes, el comandante Otero Gabino se ve obligado a ceder el mando, que es
asumido por uno de los capitanes, Jesús Díaz Miró.
El batallón comienza el mes de junio en Alcazarquivir. El capitán Miró
mantiene el mando de las fuerzas, que se integran en la columna formada por
las tropas del coronel de caballería Leopoldo García que es encargada de
establecer posiciones en Zabaganda y sus inmediaciones. La columna recibe
órdenes de lanzar una ofensiva de reconocimiento así como una “demostración
524
ofensiva en el límite de la zona francesa” permaneciendo en esta zona hasta
mediados de mes.
El mes de julio el batallón está de servicio de campaña en Alcazarquivir.
En los primeros días recibe la orden de abastecer la posición de Gorra y las
que se encontraban en sus inmediaciones. A continuación se le asigna la tarea
de incorporarse a las posiciones de primera línea de fuego hasta los primeros
días de agosto. A partir del día 10 de este mes, el batallón se incorpora a las
fuerzas cuya misión consiste en cooperar con las tropas francesas para que
éstas alcancen sus objetivos. El batallón se establece, de esta manera, en la
posición asignada, defendiendo los pasos con una batería de obuses y
entablando combate con el enemigo. El día 12 se menciona que el batallón se
estableció, en tanto que columna de vigilancia, “en lo alto de las lomas
inmediatas a la posición, sosteniendo fuego con el enemigo y regresando al
campamento de Huati donde permanece hasta el 14 que terminadas las
operaciones el batallón regresó a Alcazarquivir donde continúa de servicio de
campaña”. El mes concluye con el cese del comandante Otero López, que es
substituido por el comandante Ernesto Morazo Monge y la recepción de un
telegrama de felicitación remitido por el General en Jefe en relación a la
actuación de la columna en la operación llevada a cabo el 11 de agosto en
colaboración con las fuerzas francesas.
Durante el mes de septiembre, el batallón participa en diferentes
operaciones integrado en la columna del teniente coronel Manuel Quiroga. El
día 6 sale hacia Demma con el fin de efectuar un reconocimiento ofensivo
525
sobre Teffer, entablando en esa zona duro combate con el enemigo. A las
pocas semanas, el batallón se repliega sobre Alcazarquivir, para luego llegar,
esta vez en ferrocarril, a Larache, con objetivo de embarcarse. Se efectúa una
parada en Arcila. Desde allí, se dirigieron hacia el blocao “Puente el Hasef”,
con la misión de protegerlo y, caso necesario, “apoyar la retirada de fuerzas de
la Mehala que protegían los trabajos de fortificación”.
El mes de octubre discurre prestando todo tipo de servicios de campaña
en el campamento de Arcila. Se encomendó al batallón proteger el Fortín de la
Torreta. Para ello, se destacaron un sargento, 2 cabos, un tambor, 1 soldado
de primera y 2 de segunda. Otras fuerzas similares fueron adscritas a la
protección de los denominados Fortines números 1, 2 y 3. El resto de las
fuerzas del batallón, a las órdenes del entonces teniente Luis Vives Brau recibe
el encargo de proteger los convoyes de municiones que se dirigían
regularmente a la posición de Zoco el Had.
El mes de noviembre transcurre en el campamento de Arcila prestando
toda clase de servicios de campaña. De esta manera concluye el diario del
capitán Luis Vives Brau, según la transcripción de su ordenanza, que, como ya
ha quedado indicado, coincide con las anotaciones manuscritas de puño y letra
en la libreta personal del citado capitán.
Queda, por tanto, confirmar que tanto la narración del capitán francés
Damidaux, como la del español Luis Vives se refieren efectivamente a las
mismas operaciones, llevadas a cabo unas en zona francesa, otras en zona
526
española, y otras más desarrolladas conjuntamente. El estudio, y también
seguramente la casualidad, ha querido juntar al cabo de más de ochenta años
dos textos que de no ser por la presente tesis nunca se habrían puesto en
relación.
____________________
527
9- NARRACIONES MARROQUÍES. ABDELKRIM MITIFICADO. OTRAS
NARRACIONES:
528
529
Las narraciones marroquíes sobre la guerra del Rif, sobre todo en lo que
se refiere a la figura de Abdelkrim, se caracterizan por una evidente tendencia
a una mitificación que incluye también no pocas dosis de melancolía. Esas
narraciones no son, ni mucho menos, abundantes. Las peculiares estructuras
sobre las que se basa el nacionalismo oficial marroquí, junto con las difíciles
relaciones del Trono con la zona rifeña, sobre todo durante los largos años de
los reinados de Mohamed V y de Hassan II, relegaron la guerra del Rif y su
principal héroe, a un ostracismo oficial del que apenas ha conseguido salir en
contadas ocasiones.
El texto de Germain Ayache demuestra esa tendencia a la mitificación:
En las esferas dirigentes de la época, se apercibieron
rápidamente de la naturaleza y la extensión del peligro, y se adoptaron,
en consecuencia, y sin regatear medios, todas las disposiciones de
auxilio que fueron necesarias, así como se acallaron de un país a otro
todas las divergencias y rivalidades tradicionales. A modo de ejemplo,
podemos señalar el miedo que siguió despertando Abdelkrim incluso
después de su derrota. Mientras que Abdelkader71 tras un período de
detención pudo establecerse y vivir libremente en el corazón del mundo
musulmán, el jefe rifeño fue deportado y mantenido durante veintiún
años en una isla alejada del océano índico. Salvo un precedente ilustre,
nunca un adversario, una vez desarmado, fue objeto de tales rigores ni
de tales precauciones. (Ayyache, 1981: 11).
71 Se refiere, naturalmente, al principal dirigente de la resistencia argelina frente a la ocupación francesa.
530
Recordemos una vez más que, en efecto, las victorias de Abdelkrim
sobre las fuerzas españolas, primero, y francesas, después, se vivieron en todo
el mundo árabe, y en general en todas las colonias europeas, con auténtico
entusiasmo. El peligro identificado por las autoridades francesas consistía en
una extensión ilimitada de la rebelión anticolonial. Germain Ayache retrata esta
situación de la siguiente manera:
Era un entusiasmo delirante. De Argelia a Egipto, de la India
hasta China, de Argentina a los Estados Unidos, en cualquier lugar en el
que hubiera un pueblo entero, una minoría nacional o racial, se
reconocía más o menos en la causa de los rifeños, sus victorias militares
increíbles resucitaban las esperanzas decepcionadas de la época
wilsoniana, pero otorgándoles una consistencia completamente nueva.
¿Por qué esperar, suplicando, la dádiva que vendría de arriba, cuando
David, como se creyó hasta el último momento, estaba aterrorizando a
Goliat? (Ayyache, 1981: 11).
La percepción del mundo colonizado del inicio de una nueva era que
permitiera por fin liberarse, gracias únicamente a sus propias fuerzas, del yugo
imperialista, se acentúa no a partir de las primeras derrotas españolas, en
1921, que hubieran podido ser resultado de una serie de azares ajenos a las
fuerzas y a la voluntad de Abdelkrim, sino de 1923.
En efecto, la instauración de la dictadura en Madrid es percibida como
una consecuencia directa de las derrotas sufridas por los españoles en
531
Marruecos y, por tanto, como una repercusión inmediata de las hazañas
bélicas de Abdelkrim en el corazón mismo de una de las potencias europeas,
aunque se tratara de una potencia menor, como era España, caracterizada por
una decadencia evidente de sus fuerzas militares.
A partir de la segunda mitad de 1924, con la sucesión de las victorias
impresionantes de Abdelkrim, esta vez también sobre las fuerzas francesas,
que conllevan la destitución de Lyautey y la llegada de Pétain, la rebelión rifeña
se transforma en una imagen mítica con la que todos los pueblos colonizados
se identifican.
Como decíamos anteriormente, esa admiración frente a las hazañas de
los rebeldes rifeños, personificada sobre todo en la figura de Abdelkrim, no se
generaliza sin embargo en el propio Marruecos. Hemos apuntado ya algunas
razones, entre las que destacan las rivalidades irreconciliables entre el Sultán y
Abdelkrim. Germain Ayache es muy claro a este respecto:
Abdelkrim, en efecto, no ha sido profeta en su tierra, pero ha
creado escuela al otro lado del mundo. En los países de Oriente, en
China o en Indochina, donde ya existían comunistas recién formados y
decididos a desempeñar su papel en la revolución universal, la guerra
del Rif representaba un poco lo que para Marx, medio siglo antes, había
supuesto la Comuna de París. (...) Lo que Abdelkrim había demostrado
con su ejemplo, era la potencia insospechada que las poblaciones,
incluso primitivas y sin ejércitos ni estructuras estatales, eran capaces
532
de sacudirse la tutela colonial incluso cuando había sido previamente
aceptada por sus viejos jefes nacionales (Ayyache, 1981: 15).
____________________
533
9.1- ABDELKRIM MITIFICADO:
534
535
Una de las narraciones marroquíes más interesantes es la escrita en
francés por Abdelhak Serhane. En su novela “Les temps noirs”, publicada por
la prestigiosa editorial Seuil, de París, este profesor de literatura francesa de la
Universidad de Lafayette-Luisiana, nacido en 1950, presenta el aspecto más
mítico de la lucha de los rifeños, y de la figura de Abdelkrim que es rescatada
del olvido a medida que se narran las peripecias de los dos protagonistas
adolescentes en un momento histórico difícil para el Protectorado francés,
como fueron los meses inmediatamente anteriores al inicio de la Segunda
Guerra Mundial.
Las inquietudes de los dos protagonistas se alternan entre el respeto de
las restricciones impuestas por una sociedad eminentemente tradicionalista y
las promesas de apertura hacia una vida nueva representada por los valores
que aportan los colonizadores. En medio del torbellino universal que se
avecina, los protagonistas se diluyen entre la magnitud de los acontecimientos
históricos, rescatando antes, eso sí, para la memoria colectiva marroquí, la
figura de un Abdelkrim mitificado.
Tanto es así que Abdelkrim es equiparado a la figura de al-Mahdi al-
Mountadâr, aquel que vendrá algún día no muy lejano para restablecer el buen
orden entre los creyentes y castigar a los infieles. Se trata, de alguna manera,
de una transformación mesiánica del dirigente rifeño que, en una especie de
sebastianismo, volverá para redimir no ya sólo a las tribus del Rif, sino a la
totalidad de Marruecos. En este sentido, podemos por ejemplo señalar el
siguiente párrafo de la obra de Serhane:
536
Esta tierra ha sido maltratada por los romanos, los portugueses,
los españoles, los franceses... ¡Ya basta! Al Mahdi Al Mountadâr no
tardará en aparecer. Ese día será un día nefasto para los impíos.
Mañana será otro día. (Serhane, 2002: 44).
Las esperanzas de una pronta liberación del yugo colonial se multiplican
a medida que llegan noticias del curso de la guerra mundial hasta la lejana
aldea donde viven los protagonistas: “Una cosa es segura. Francia ha
sucumbido al asalto de sus enemigos alemanes.” (Serhane, 2002: 51).
No se sabe qué pensar del curso de los acontecimientos. Apenas
se conoce la situación en la que se encuentra su propio país: “He oído
decir que el norte y el sur del país están ocupados por los españoles.
Estamos cercados entre dos fuegos.” (Serhane, 2002: 52).
En la pequeña aldea se reciben las noticias a cuentagotas. Sólo uno de
los habitantes principales dispone de un vetusto aparato receptor de radio, uno
de aquellos T.S.F. de los que ya hemos hablado al referirnos al problema,
veinte años antes, de la ausencia de comunicaciones en la zona española:
Desde el inicio de la guerra, nos habíamos acostumbrado a
reunirnos en casa de unos o de otros para informarnos de la situación.
El viejo receptor TSF de Si Hamza captaba Londres en lengua árabe.
(Serhane, 2002: 66).
537
La situación en la aldea se complica cada vez más. La penuria se
extiende a ojos vista. Cada vez es más difícil satisfacer las necesidades más
básicas. Los jóvenes son llamados a filas para luchar en una guerra que no les
concierne. Nadie escapa a la desesperación completa. Las fricciones y peleas
se suceden entre unos y otros. Es entonces cuando surge un nuevo narrador,
un rifeño fuerte y rechoncho, precisamente de la tribu de los Béni Ouriaghel,
(Serhane, 2002: 125)72, que les transmite las primeras informaciones sobre
Abdelkrim:
Voy a deciros a qué se parece un hombre, uno de verdad. Vengo
de las montañas, de la región que llamamos el Rif. Allí nació un
guerrero. Se llama Mohamed ben Abdelkrim Al Khattabi... Escuchad la
historia de la esfinge de Anoual ya que queréis pareceros, cueste lo que
cueste, a hombres de verdad. (Serhane, 2002: 108).
A lo largo de la narración, mientras los protagonistas son enviados a la
metrópoli para servir de carne de cañón, el rifeño les seguirá instruyendo sobre
el mito de Abdelkrim:
Vengo de las montañas del Rif, dijo. Esas montañas áridas que
han dado a luz a los mejores guerreros que ha conocido la historia de
este país. Allí donde el suelo sólo produce piedras y donde el polvo se
eleva en el cielo para formar las nubes en invierno. Veis cómo son de
72 El lector descubrirá posteriormente que se trata, además, de un posible hijo, o tal vez sobrino, del jefe rifeño: “- ¡Gracias, hermano! ¿Cómo te ha llamado Dios? – me llamo Houcine Ben Mohamed Al Khattabi.” (Serhane, 2002:142).
538
duras las condiciones en las que vivimos. Un suelo árido, sí, pero cuyos
hombres son tan sólidos como sus piedras y tan decididos como el
destino. (Serhane, 2002: 124).
El narrador rifeño continúa aleccionando a sus jóvenes oyentes que se
impacientan para que les cuente la historia de Abdelkrim y deje de hablarles de
la dureza física del Rif. Sin embargo, es precisamente esa dureza física del
paisaje rifeño el que hace posible que surjan guerreros tan intrépidos:
¿No comprendéis que los hombres son fruto de la naturaleza
donde han nacido? Abdelkrim es un producto del Rif. El hombre y la
naturaleza son inseparables. No podemos evocar al Emir sin hablar del
medio que ha hecho de él lo que ha representado para la historia...
(Serhane, 2002: 125).
De esta manera, el narrador consigue concentrar la atención de sus
oyentes y describe con todo detalle la figura de Abdelkrim. Señala que la
historia de este jefe rebelde se hace una con la de todo su país, Marruecos.
Describe a los españoles como unos hombres rubios y de ojos azules, ávidos
por adueñarse de las riquezas del Rif, que envenenaron al padre del jefe rifeño.
La determinación de vengarse, lanzándose a la lucha sin cuartel, es definitiva:
Abdelkrim sabía que, para lanzar una batalla contra los infieles,
hacía falta una estrategia precisa y muchas armas. Los guerreros rifeños
no tenían jefe y poseían tan solo unos cuantos fusiles viejos. Libre de la
539
sombra asfixiante de su padre, Abdelkrim se transforma en un experto
jefe militar y afianza rápidamente su autoridad. Consigue movilizar
guerreros, compra armas y municiones, hace excavar trincheras, rodea
sus posiciones con alambre de espino y minas, aprisiona a los notables
pro españoles (Serhane, 2002: 126).
Para proseguir sus ataques, Abdelkrim necesita sin embargo muchos
más recursos materiales. La solución consistirá precisamente en atacar
frontalmente las principales posiciones españolas:
Extiende su mano en dirección de Anoual y dice: las armas están
muy cerca de nosotros. Están donde los españoles. Iremos allí y las
tomaremos. Los hombres se han quedado estupefactos. Nadie había
pensado en esta solución. La clarividencia y la temeridad de Abdelkrim
han seducido a los guerreros (Serhane, 2002: 126).
Más adelante, el narrador rifeño continúa su relato, detallando los
principales pasos que permitieron a Abdelkrim culminar sus victorias frente a
los españoles y franceses. La toma de la posición de Ouberrane se lleva a
cabo en ausencia del propio Abdelkrim, en un ataque audaz de sus guerreros
que constatan que el grueso de las fuerzas de la guarnición se encuentra de
permiso. Queda abierta, de esta manera, la vía para asaltar Annual. Al mismo
tiempo, el proceso de mitificación se acentúa progresivamente:
540
Los guerreros del Rif avanzaban como gigantes, masacrando a
su paso. Dios les protegía con un velo invisible. Y cada hombre ya no
tenía solo dos brazos, sino seis, diez... y al final de cada brazo, un
mosquetón. La batalla de Annoual, la madre de las batallas (Serhane,
2002: 140).
La batalla es descrita como una bella victoria que, sin embargo, se
transforma rápido en una salvaje carnicería. Obnubilados por la magnífica
victoria, los hombres sucumben a una especie de locura asesina: “Uno de los
más grandes generales españoles murió durante esta batalla. España,
humillada una vez más, se encuentra completamente desorientada.” (Serhane,
2002: 140).
La magnitud de la victoria aporta, además, un botín gigantesco a las
fuerzas rifeñas:
Varios centenares de cañones, ametralladoras, miles de fusiles,
un gigantesco stock de obuses y millones de cartuchos, decenas de
automóviles, una red telefónica, camiones, un hospital de campaña,
material de transmisiones y de campamentos, ropas, una cantidad
ingente de víveres (Serhane, 2002: 147).
La toma de Monte Arruit colma la desesperación de las tropas
españolas:
541
Tras la masacre de monte Aroui, España está de luto. Su orgullo
se ha derretido como la nieve al sol, en medio del pánico y de la
vergüenza. La vía a Melilla queda abierta a la Esfinge de Anoual que
rodea la ciudad. Los españoles comienzan su evacuación, destruyen
documentos y archivos, queman los depósitos de municiones... El
pánico es completo (Serhane, 2002: 148).
El narrador explica la decisión de Abdelkrim de no tomar Melilla, quien
temía que las masacres de Annual y de Monte Arruit se reprodujesen
multiplicadas hasta cotas dantescas. Las durísimas reacciones internacionales
que provocaría esa situación imponen la prudencia a Abdelkrim, quien, sin
embargo, a la postre consideraría que esta decisión había sido su más grave
equivocación política:
Nuestros mayores dicen que Abdelkrim cometió su error más
grave cuando decidió no tomar Melilla y que después se arrepintió
amargamente. Todo lo que ocurrió después fue consecuencia de ese
error fatal (Serhane, 2002: 156).
Los oyentes se interrogan sobre cómo es posible que ninguno de ellos
haya oído nunca hablar de las epopeyas de Abdelkrim. Es entonces cuando el
narrador rifeño asegura que esa historia es la de todos y cada uno de ellos,
silenciada por los poderosos del mundo entero:
542
Nadie tenía interés en que la epopeya del Rif sea conocida. Las
fuerzas coloniales, ayudadas por los Sultanes, querían únicamente
súbditos sumisos a su autoridad. La guerra del Rif podía haberse
extendido a todo Marruecos y transformarse hasta alcanzar otros países,
otros continentes. (...) La guerra del Rif ponía en peligro la legitimidad
del Sultán. (...) Abdelkrim había comprendido cuál era el juego de las
grandes potencias, y por eso tenía embajadores que enviaba con
mensajes para la prensa extranjera y para los hombres influyentes
(Serhane, 2002: 141).
El resto de la historia de las luchas de Abdelkrim, condenadas esta vez
al fracaso por los ingentes medios que Francia y España movilizan en el Rif,
sume a los oyentes en la indignación: “Toneladas de bombas son lanzadas
sobre la región así como cantidades ingentes de gases asfixiantes. La
desproporción de fuerzas es tal que el resultado de la guerra está decidido.”
(Serhane, 2002: 156).
La descripción de la epopeya de Abdelkrim culmina afirmando que no
era un dictador. Las decisiones se tomaban en común por los representantes
de todas las tribus. Rechazaba la teocracia porque estaba convencido que un
Estado sólo puede construirse sobre la modernidad y la democracia:
Era un erudito. Leía periódicos y recibía periodistas del mundo
entero. Su casa estaba abierta a todos y hablaba a la gente sobre la
543
situación. Era un jefe que vivía entre los suyos y no aislado de ellos
como los sultanes y los califas. Nuestros mayores nos han enseñado
todo lo que debemos saber de nuestra historia y es por eso que lo
conocemos. Nuestras mujeres siguen entonando el canto de los
guerreros el Rif: de nuestras montañas surge la voz de los hombres
libres. (Serhane, 2002: 157).
_____________________
544
545
9.2- OTRAS NARRACIONES:
546
547
Sebastián Balfour ha llevado a cabo un interesante ejercicio de
reconstrucción de las versiones orales de la guerra de Marruecos en el que, a
través de numerosas entrevistas realizadas, entre 1998 y 2001, a participantes
de la misma, o a sus familiares directos, ofrece un cuadro bastante realista de
la visión del bando rifeño73. El resultado de estas entrevistas se concentra,
sobre todo, en la descripción de los ataques con armas químicas que las
fuerzas españolas realizaban contra poblaciones civiles, en especial, en los
días en los que se celebraba los mercados.
En una línea parecida, el periodista del diario “El País”, Ignacio
Cembrero, en 2002 realizó un reportaje en el que entrevistaba a varios
supervivientes rifeños de la guerra química. En el artículo (Cembrero, 2002), el
periodista entrevista a Mohammed Faraji, de noventa y un años de edad, en su
aldea cercana a Alhucemas. Este testigo asegura que las bombas con el
veneno (haraj) caían por todos lados. Los habitantes intentaron protegerse
construyendo grutas, en las que se refugiaban junto con el ganado. Otro de los
testigos entrevistados, Hadou El Kayid Omar Massoud74, de 102 años, describe
cómo, una vez ocupados de nuevo los poblados por las fuerzas españolas se
concentraban en eliminar las pruebas de la utilización de ese tipo de armas
prohibidas. Los españoles buscaban los restos de las bombas químicas,
pagando un buen precio por cualquier trozo que los habitantes les entregasen.
73 La lista completa de entrevistados se encuentra en: Balfour, 2002: 579.74 Conviene señalar que los testigos entrevistados por Cembrero fueron identificados previamente por Balfour. Lo que varía es la trascripción de sus nombres. Así, Balfour les llama Mohamed Saleh Faraji y Hadou El Kayid Omar Massaud.
548
Por su parte, Zakya Daoud (Daoud, 1999) relata los aspectos más
mediáticos de la figura de Abdelkrim. Aunque su obra se centre sobre todo en
las actividades políticas de Abdelkrim en su etapa cairota, la visión que sobre la
guerra del Rif transmite es elocuente: las victorias rifeñas se dirigían a la
consecución de la liberación completa de todo Marruecos, del que el Rif forma
parte inseparable. España no abandonó su zona única y exclusivamente por
imposición de las Autoridades francesas, que temieron que el ejemplo de
Abdelkrim se extendiese como la pólvora por todas sus colonias africanas y
asiáticas.
El carácter mítico de la lucha del emir Abdelkrim contra la coalición
extranjera se pone de manifiesto cuando Daoud enumera las fuerzas que
fueron precisas para acabar con la revuelta rifeña: cerca de quinientos mil
soldados franceses y españoles, comandados por cuarenta y dos generales,
incluyendo diez escuadrillas aéreas.
La numerosa correspondencia y copias de documentos que el propio
Abdelkrim envía desde su residencia de El Cairo, y que, aunque entran de
manera clandestina en Marruecos, circulan abundantemente por toda la zona
del Rif75, contribuyen al desarrollo del carácter mítico de la lucha rifeña.
Podemos recordar, por ejemplo, la carta abierta de Abdelkrim a las potencias
75 Así lo atestigua, por ejemplo, Mohand Sillam Amezyane, uno de los principales biógrafos de Abdelkrim, quien compartió exilio en El Cairo, según la entrevista que reproduce como anexo de su libro Mustapha Aarab.
549
europeas y a la Sociedad de Naciones en Ginebra, fechada el 6 de Septiembre
de 192276.
De esta manera, Abdelkrim señala lo siguiente:
Hoy hacemos un llamamiento a sus sentimientos humanitarios y
les pido que actúen a favor del bienestar de la Humanidad entera
independientemente de toda religión y de toda creencia. Es hora que
Europa, que ha proclamado en el siglo XX su voluntad de defender la
civilización y de elevar la Humanidad, haga que esos nobles principios
pasen del terreno de la teoría al de la práctica.
El objetivo que persigue la rebelión rifeña, “resultado de la opresión y de
los abusos de poder de jóvenes españoles destinados aquí en puestos de
responsabilidad”, consiste en alcanzar los principios de la propia Sociedad de
Naciones. Además:
El Rif ha llevado una existencia libre y sus hombres se sacrifican
actualmente en defensa de su libertad y de su religión. El Rif no se
opone a la civilización moderna; tampoco a los proyectos de reforma ni a
los intercambios comerciales con Europa. El Rif aspira a instaurar un
Gobierno propio.
76 La carta se reproduce íntegramente en la obra de María Rosa de Madariaga “España y el Rif: crónica de una historia casi olvidada”.
550
Abdelkrim concluye su carta refiriéndose a los propios testigos
españoles de la guerra del Rif:
Si Europa no está dispuesta a escuchar las lamentaciones del Rif
y si considera que éstas se alejan de la realidad, que la descubra de
boca de los mismos españoles, por todos los que han declarado en su
Parlamento que es necesario retirarse por culpa de su derrota y de los
abusos cometidos por los soldados y por otros elementos, que les han
impedido calmar la indignación y la cólera del Rif.
Para concluir este capítulo, debemos referirnos a las narraciones orales
que en los años setenta recogió Germain Ayyache directamente de labios de
determinados protagonistas y personajes de los acontecimientos narrados. Ya
en aquella época, treinta años antes de que Sebastian Balfour reintentara llevar
a cabo un ejercicio similar, Ayyache reconocía que “pasado casi medio siglo
desde los acontecimientos los testimonios orales directos no pueden ser muy
numerosos” (Ayyache, 1981: 347). Subraya, sin embargo, que de todos los
pequeños relatos que pudo obtener, aunque tan sólo consiguiera establecerse
una narración muy parcial de los hechos, el resultado global pone de manifiesto
la visión que todos los actores compartían sobre los acontecimientos que
vivieron. Únicamente señala como excepciones, esto es, como visiones más o
menos completas de los sucesos de la guerra del Rif, los de un puñado de
personalidades con los que mantuvo conversaciones más o menos detalladas.
551
Así, menciona el testimonio de Abdelkrim ben el Haj Ali Loh, con quien
se entrevistó en el mes de Abril de 1970 en Tetuán, donde residía, cuando ya
era octogenario. Se trataba de uno de los emisarios o embajadores rifeños que
durante el conflicto se desplazaron a varias capitales europeas. Más
concretamente, Abdelkrim ben el Haj Ali Loh se desplazó a Londres donde
mantuvo una activa presencia informativa en pro de la causa rifeña. Además,
participó activamente en el frente oeste, jugando un papel militarmente
relevante.
El segundo personaje mencionado es Mohammed Boujibar, cuñado de
Abdelkrim, que en la época de la entrevista con Ayyache, realizada en Mayo de
1972, residía en El-Jadida. Este personaje participó también en la embajada
rifeña en Londres, y, más adelante, en otra específica enviada a París.
Otro de los entrevistados es Mefeddel Benino, de la región de Xauen,
donde se llevó a cabo el encuentro con Ayyache en 1970. Se trataba de un
anciano que inició sus ofensivas contra los españoles como francotirador, esto
es, como “paco”, en el sector occidental. Cuando los rifeños ocuparon ese
sector, especialmente tras la evacuación de Xauen, fue nombrado Pachá de la
ciudad por el propio Abdelkrim.
Una de las entrevistas más interesantes es la realizada a Ahmed Hatimi
cuando tenía ochenta y ocho años, en Mayo de 1972, en su ciudad natal de
552
Alhucemas, donde seguía residiendo. Se trataba de un compañero y amigo de
infancia de Abdelkrim. De hecho, fue asistente directo del padre de Abdelkrim,
hasta que falleció éste en 1922, y posteriormente uno de los principales
mandos militares de las fuerzas rifeñas.
De la misma manera, otro de los principales mandos militares del
ejército rifeño era Chaib Afellah, natural de Axdir, donde seguía viviendo
cuando Ayyache le entrevistó en Mayo de 1972. Parece ser que cuando la
guerra se inició, este joven era un simple aparcero, pero el propio Abdelkrim,
observadas las dotes militares de que daba muestras, le encargó papeles cada
vez más importantes dentro del dispositivo militar rifeño.
Otro de los entrevistados fue Caïd Bouhout, residente cerca de Nador y
mucho más que octogenario cuando se entrevista con Ayyache. Lo interesante
de este personaje reside precisamente en que, hasta el inicio de las
operaciones posteriores a Julio de 1921, fue teniente indígena de Regulares.
Se pasó a las filas rifeñas en los primeros momentos del Desastre donde
alcanzó un prestigio militar considerable.
Por último, el postrer personaje que en su día consiguió localizar el
prestigioso profesor Ayyache, fue Mohammed Boudra. Era mucho más joven
que todos los demás que acabamos de citar. Sin embargo, se trataba de un
personaje doblemente interesante, en primer lugar por sus propias vivencias y
en segundo lugar por haber retenido en su memoria las narraciones de otros
553
actores directos de los acontecimientos. Como colofón de todos estos
personajes, Ayyache menciona también a Mohammed Hatimi, hermano
pequeño del ya señalado Ahmed Hatimi, quien fue asistente del hermano de
Abdelkrim, M’hammed, al que los españoles denominaban “Pajarito”, y quien
desempeña un papel de primer orden tanto en las estructuras de la República
del Rif como en algunas de las narraciones analizadas con mayor profundidad
a lo largo de esta tesis, como pueda ser Historia del cautivo. Es de señalar, sin
embargo, que a pesar de que Ayyache consiguió encontrarse con Mohammed
Hatimi, éste prefirió no pronunciarse sobre las cuestiones planteadas por el
estudioso marroquí, dejando sin respuesta, tal vez, algunos interrogantes que
una vez resueltos podrían haber resultado de grandísimo interés para aportar
luz, por ejemplo, al asunto de los prisioneros retenidos en Axdir.
No podemos concluir este capítulo sin referirnos a la excelente y
prácticamente exhaustiva bibliografía que sobre el conflicto de Marruecos
reunió y preparó Mustapha Allouh y que fue publicada en el año 2004 por la
Fundación Rey Abdelaziz de Casablanca. En efecto, el estudioso marroquí ha
reunido, además de muchísimas fuentes españolas, otras que, bien por su
lejanía geográfica bien por su idioma, no resultan tan fácilmente alcanzables ni
utilizables por los estudiosos españoles. Aunque la lista reunida por Allouh no
sea completa, como puede apreciarse al comparar la bibliografía utilizada para
la elaboración de esta tesis con la facilitada por el estudioso marroquí, sí
representa una contribución de primer orden para el estudio posterior de la
cuestión.
554
En efecto, Mustapha Allouh no se limita sólo a establecer una lista
bibliográfica. Antes bien, establece asimismo una clasificación de la misma
conforme a los diferentes temas tratados. De esta manera, por ejemplo, el
interesado en la literatura no europea sobre la guerra del Rif descubrirá la
existencia de una narración argelina, como es la de Aly el Hammamy, o de
varias marroquíes, como la de Mohamed Bouissef Rekab, publicada en
español bajo el título “El dédalo de Abdelkrim”, la de Ahmed Beroho,
“Abdelkrim, le lion du Rif”, o la que nos ha ocupado de Abdelhak Serhane.
En lo que se refiere a estudios literarios, el esfuerzo de Allouh nos
permite identificar dos aportaciones principales de la órbita marroquí. La
primera es la de Atika el Menzhi, titulada “La bataille d’Annoual: source
d’inspiration littéraire”, publicada por la revista de la facultad de letras de
Tetuán, en 1993, con una extensión de diez páginas, y la segunda es la de
Hassane Yousfi, titulada “La guerre du Rif dans le théâtre Marocain à partir
d’une pièce de Mohamed Meskine”, que fue publicada en 2001, a raíz del
coloquio internacional de la asociación marroquí de literatura general y
comparada, de Meknes, que aunque no haya sido publicada, el lector
interesado puede conseguirla a través de una página de internet.
Aparece, asimismo, un estudio alemán que conviene recordar aunque
sea brevemente. Se trata del de Hubert Lang, publicado en 1997, con el título
traducido al francés de “La représentation de Abd el-Krim dans les Publications,
la littérature et la presse écrite allemande contemporaine”, redactado con
ocasión de un coloquio celebrado en Rabat, en la Facultad de Letras y Ciencias
555
Humanas. El estudioso alemán se centra, entre otros temas, en el análisis de la
representación de Abdelkrim por parte de los alemanes de la Legión Extranjera,
la manera en la que se acogieron las memorias de Abdelkrim publicadas en
Alemania y el análisis de diferentes escritos alemanes específicamente sobre la
figura del caudillo rifeño.
En lo que se refiere a estudios franceses sobre la cuestión, Allouh
menciona especialmente las actas de un coloquio internacional celebrado en
Reims en 1983, cuyas actas fueron publicadas bajo el título “La guerre et la
paix dans les lettres françaises, de la guerre du Rif à la guerre d’Espagne, 1925
– 1939”, con una extensión de 287 páginas. El otro estudio que también
menciona es el de Ahmed el Gamoun, cuyo título es “L’image des berbères
dans la littérature coloniale: Víctor Ruíz de Albéniz et François Berger, 1880 –
1921”, que fue publicado en 1999 por la Facultad de Letras y Ciencias
Humanas de Rabat.
______________________
556
557
10- LAS NUEVAS NARRACIONES: DE VÁZQUEZ MONTALBÁN A
LORENZO SILVA:
558
559
Las narraciones de África se extienden y multiplican a lo largo del tiempo
llegando, en algunos casos, prácticamente hasta nuestros días. Ya se
mencionó en su momento oportuno que muchas de estas narraciones, a
nuestro juicio no disponen ni de la calidad literaria necesaria ni del rigor
histórico mínimo como para detenernos en un análisis pormenorizado. Por otra
parte, el listado completo de las mismas aparece en la ya mencionada tesis
doctoral de López Barranco y en su reciente publicación “El Rif en armas”.
Sin embargo, existe toda una serie de obras, aparecidas a partir de los
últimos años de la década del setenta, que reúnen las dos exigencias que
acabamos de mencionar. Sin pretender ser exhaustivos, las obras principales
que, a nuestro juicio, merecen una mención específica son las siguientes: “El
desastre de Annual”, de Fernández de la Reguera y Susana March, “Kábila”, de
Fernando González; “Etxezarra”, de María Charles. Existen también otras
obras, como “Días de luz”, de Eduardo Valero, que tiene, en palabras de Ana
Rueda, “clara influencia de Imán, pero con poca atención al Desastre”. (Rueda,
2005: 192).
La primera de las obras mencionadas se enmarca dentro del significativo
ejercicio narrativo emprendido por sus dos autores para redactar unos
“episodios nacionales contemporáneos”, cuya calidad y mérito varían
enormemente de uno a otro volumen. De hecho, conviene señalar que la propia
bibliografía en la que estos dos autores se han basado se caracteriza por ser la
más cercana al régimen de la época. Así, las dos primeras obras son
precisamente las de los generales Franco y Mola. Hechas por tanto estas
560
advertencias, podemos también indicar que la narración escrita conjuntamente
por Fernández de la Reguera y March fue acogida por el público con enorme
interés, como lo demuestra el hecho de que 1968 y 1981 se editasen nueve
ediciones.
La narración se recrea en la descripción de la crueldad inaudita de los
rebeldes rifeños que se ceban cruelmente contra las tropas españolas batidas
en retirada. La cobardía de algunos jefes y oficiales, pocos, contrasta con los
muchos ejemplos de heroísmo extremo que se producen tanto entre la tropa
como entre los jefes y oficiales, para poner de relieve los valores oficiales de un
régimen como el de Franco.
Debemos señalar, no obstante, que la descripción de los diferentes
escenarios del Desastre se lleva a cabo con un innegable rigor histórico y
geográfico, respetando escrupulosamente la cronología de los acontecimientos.
De hecho, los distintos capítulos de la obra llevan por título los nombres de las
principales posiciones: Abarrán, Igueriben, Annual y Monte Arruit.
Por su parte, la narración de María Charles tiene la particularidad de
tratarse de un epistolario entre los miembros de la familia Etxezarra. La
correspondencia, supuestamente encontrada por los descendientes del
principal protagonista, Álvaro Etxezarra, se inicia en 1924 y se prolonga hasta
la segunda guerra mundial.
561
La parte del relato que se relaciona más directamente con el presente
estudio es la que se enmarca desde la llegada del protagonista a África, en
1924, hasta el inicio de la guerra civil, cuando este mismo personaje se
encuentra destinado en Melilla.
Tenemos que señalar, una vez más, que el relato se ambienta
adecuadamente respetando tanto las circunstancias geográficas y sociales
como el contexto histórico. A modo de ejemplo, podemos subrayar la
descripción, tal vez demasiado detallada, de un blocao (Charles, 1993: 60). Sin
embargo, en otras ocasiones, el relato parece inspirarse muy de cerca en
relatos precedentes. Así, la anécdota del perro de una de las posiciones
(Charles, 1993: 64 y 73), la definición del “paqueo” (Charles, 1993: 80), o el
papel de las prostitutas, tanto en las posiciones como en la retaguardia
(Charles, 1993: 95 y 101). Tal parece también ser el caso de la descripción de
Millán Astray (Charles, 1993: 64 y 73).
Otras descripciones, como pueda ser el caso de las represalias
violentísimas que los legionarios llevan a cabo contra la población civil, tanto a
título particular como incitados por los mandos, alcanzan un nivel de
originalidad interesante (Charles, 1993: 87).
La novela de Fernando González, “Kábila”, está escrita como si se
tratara del diario de un rifeño. Temporalmente se extiende desde los años
inmediatamente anteriores a las operaciones militares del Desastre hasta la
década de 1960. En la parte de la narración que más nos interesa, el
562
protagonista principal, Ahmed, relata desde su propio punto de vista sus
experiencias desde que era apenas un niño, encargado de ocuparse de un
rebaño, hasta su participación en la rebelión rifeña al mando de Abdelkrim.
La obra de Eduardo Valero, “Días de luz”, se inicia con la huida del
protagonista principal, uno de los soldados españoles del Desastre. Esta huida
recuerda poderosamente lo narrado por Sender. De hecho, coinciden en no
pocos elementos, como pueda ser la búsqueda obsesionante de puntos de
referencia, la descripción de las distancias o el acoso del que el soldado
protagonista es víctima por parte de mujeres y niños.
Nos detendremos con más detalle en el caso singular de Lorenzo Silva,
en dos de sus obras, “El nombre de los nuestros” y “Carta blanca”, y en menor
medida en una tercera, “Del Rif al Yebala”. A lo largo de las páginas siguientes
nos ocuparemos de las obras de este autor que parece haber descubierto en el
tema de la guerra de Marruecos una auténtica mina, ya que no del Rif, al
menos narrativa.
El caso de la obra de Manuel Vázquez Montalbán, “Autobiografía del
general Franco”, merece una mención específica. En efecto, esta importante
narración, con un marcado carácter cronológico, se ocupa de la cuestión de
Marruecos de manera detallada en uno de sus capítulos, el titulado “La llamada
de África”. La calidad de la narración, junto con la importancia literaria de su
autor, justifica desde nuestro punto de vista que nos detengamos en una
exposición más detallada de la misma.
563
Como no podía ser de otra manera, Vázquez Montalbán narra con no
poco detalle la época africana del joven comandante Francisco Franco. Muy
especialmente se ocupa de la creación de la Legión Extranjera por parte del
“inconmensurable histrión que era Millán Astray” (Vázquez Montalbán, 1992:
114), y de la decisión de éste de encargar a Franco el mando de una de las
tres banderas del Tercio, incluyendo también el pelotón de castigo, donde el
joven oficial tuvo oportunidad de imponer una disciplina, no ya severa, sino
sobre todo desmesurada.
En esta primera etapa de la Legión es cuando se narra el episodio de los
supuestos méritos que justifican, en aquellos años, el inicio del expediente para
la concesión de la Cruz Laureada de San Fernando que, sin embargo, sólo fue
incoado una vez terminada la guerra civil, cuando el propio Franco era ya Jefe
del Estado y Generalísimo de los ejércitos. Es decir, a pesar de que la petición
fuera formalmente presentada por la Diputación de Madrid en 1939, y el
decreto de concesión firmado por el general Dávila, en realidad Franco se
otorgó esta distinción a sí mismo.
En aquellos primeros años de África, el comandante Franco recuerda
que su fama había sido ganada en parte gracias a los numerosos
corresponsales de guerra. Vázquez Montalbán cita a algunos, como Corrochán,
o Ruíz Gallardón “Tebib Arrumi” (Vázquez Montalbán, 1992: 115).77, y Manuel
77 Sin duda, el hecho de citar a Ruiz Gallardón en lugar de Ruiz de Albéniz, se debe a un simple lapsus, que podría estar motivado, tal vez, por el parentesco de ambos personajes y que Vázquez Montalbán seguramente conocía.
564
Aznar. También se refiere a Indalecio Prieto, al que encuadra, como no podía
ser menos, dentro de la categoría de los “periodistas antiespañoles”.
Se menciona a Ernesto Jiménez (sic) Caballero de la manera siguiente:
Uno de los corresponsales más de fiar, eminente escritor
vanguardista que descubrió en las guerras de África el sentido de
España y desde un originalísimo gracejo me comentaba que en mi
primera campaña africana hubo dos grandes vencedores: Sanjurjo, que
empezó a estrellarse demasiado y tuvo ascensos fulgurantes, y yo, que
empecé a enseñar mi buena estrella (Vázquez Montalbán, 1992: 116).
Una anécdota de la brutalidad de las campañas africanas queda
reflejada en un recorte de prensa, del diario “El Sol”, que pocas horas antes de
la boda de Francisco Franco, su futuro suegro enseña a Carmen Polo. El texto
dice así:
Esta mañana la duquesa de la Victoria, madrina de las tropas
africanas recibió de los legionarios una corbeille de rosas encarnadas.
En el centro lucían, con su morena palidez de alabastro, dos cabezas
moras, las más hermosas entre las cabezas de ayer (Vázquez
Montalbán, 1992: 132).
Vázquez Montalbán se refiere con todo detalle a la utilización de
armamento químico contra los poblados indígenas. Menciona al ingeniero
565
militar Planell, futuro ministro de industria después de la guerra civil, como
artífice y director de todas estas operaciones, en las que la aviación arroja un
total de cien bombas de cien kilos cada una sobre las poblaciones indefensas.
Menciona asimismo a uno de los aviadores encargados de lanzar estas
bombas químicas, Hidalgo de Cisneros.
La brutalidad de los ataques químicos se justifica en la misma página
cuando el propio Franco relata la ferocidad de los sublevados indígenas,
mientras que, según él, los legionarios no serían más que una fuerza idílica
sabiamente dirigida por el futuro dictador:
A la crueldad implacable y artera del enemigo tuvimos que oponer
decisión y valor, pero la una y el otro serían inútiles sin los dones de la
observación y el análisis, fundamentales en los estrategas militares
completos. Del mismo modo que mi espíritu práctico supo solucionar
problemas de abastecimiento fundamentales para el correcto desarrollo
de la campaña como la organización de una granja entre Camilo y yo,
con el tiempo capaz de autoabastecernos de carne y leche y de cultivar
productos tan sofisticados como el té (Vázquez Montalbán, 1992: 138).
Franco, antes de referirse al Desastre de Annual, define a Abdelkrim
como “el nuevo hombre fuerte de las kábilas, un masón78 izquierdista y
ambicioso que había dado nuevos argumentos ideológicos a las tribus
indígenas en armas.” (Vázquez Montalbán, 1992: 139). La descripción de los
78 El narrador Franco vuelve a definir a Abdelkrim como masón en la página 152: “La masonería estaba en África a uno y otro lado de nuestras trincheras. Abd el-Krim, nuestro más duro y valioso enemigo era masón. Los masones eran apostólicos, pero sabían seleccionar.”
566
sucesos que conducen a las tropas españolas a la mayor de las derrotas es la
siguiente:
Silvestre iba a por todo. Vencer a Abd e-Kkrim y llegar a
Alhucemas, enclave fundamental para nuestros propósitos estratégicos
en el flanco oriental. Avanzó hasta Annual, desoyendo los consejos
incluso del comandante Benítez, un valioso oficial al mando de uno de
sus batallones. Benítez, con gran sensatez, le aconsejaba retroceder y
afianzar la retaguardia, pero Silvestre le vino a decir que si tenía miedo
se fuera a retaguardia. Abd el-Krim rodeó con su harca a las tropas
españolas y empezó una auténtica cacería de nuestras tropas. Benítez
aguantó la posición de Annual, pero en condiciones tan desesperadas
que el propio Silvestre se dio cuenta de la catástrofe que se avecinaba y
le envió la orden de sálvese quién pueda. Benítez utilizó el heliógrafo
para contestarle: “Los jefes y oficiales y soldados, merced a la estulticia
de V.E. mueren, pero no se rinden.” Benítez murió defendiendo su
posición y no se supo nunca más del general Silvestre, ni si se suicidó o
murió a manos de sus enemigos. Su cuerpo no apareció y entre los
comentarios de las tropas circulaba como un sarcasmo la bravata de su
telegrama dirigido al rey: “Para el día de Santiago, estaremos en
Alhucemas.” Se dijo que el rey había contestado: “Olé, los valientes”,
pero esa respuesta de Alfonso XIII desapareció, como el cuerpo del
desdichado Silvestre (Vázquez Montalbán, 1992: 141).
567
Sobre el asunto de la desaparición del cadáver del general Fernández
Silvestre, una de las crónicas de Indalecio Prieto, la fechada el día 7 de
Septiembre de 1921, aporta una serie de datos interesantes que, aunque
tomados con la prudencia que merecen, resultan llamativos:
Un policía indígena vio caer muerto a Fernández Silvestre entre
un pelotón de treinta o cuarenta soldados, jefes y oficiales. Este policía
fue prisionero. Abd-el-Kim le puso en libertad, y al retornar a su cabila,
pasó deliberadamente por el sitio en que vio caer a Silvestre, y, aunque
desfigurado, con el rostro magulladísimo, pudo reconocer el cadáver del
general, ya en franco período de descomposición (Prieto Tuero, 2001:
23).
El papel que Franco atribuye al general Berenguer después de estos
episodios no es, ni mucho menos, airoso. Así, señala que “Berenguer fue
conservado en el puesto para evitar dar carnaza al enemigo interior y a
nosotros, los del tercio, se nos dio carta blanca79 para actuar como vanguardia
de la totalidad del ejército.” (Vázquez Montalbán, 1992: 142).
El narrador Franco no escatima elogios de su audacia, valor y pericia
para enfrentarse a los rebeldes rifeños. Excluye, sin embargo, cualquier
mención al comportamiento valeroso de Fermín Galán, que le valió la
79 Conviene señalar que “carta blanca” es, precisamente, el título de una de las narraciones de Lorenzo Silva que nos ocuparán más adelante.
568
concesión de la Cruz Laureada de San Fernando a propuesta, según afirma
Vázquez Montalbán, del propio comandante Francisco Franco80.
Sobre Fermín Galán, el narrador Vázquez Montalbán afirma que su
experiencia legionaria le sirvió para abrir los ojos ante la barbarie del poder y el
papel que las oligarquías atribuyen a los cuerpos militares de élite:
El futuro mártir de la república describió en “La barbarie
organizada” el salvajismo desplegado en la Legión durante los combates
y esta vez no era literatura épico-imperial como la de Luis Santamarina,
sino simple descripción de lo que usted omite en su “Diario de una
bandera”; el aprovechamiento de los bajos instintos de los soldados
desarraigados para convertirlos en prototipo de comportamiento bélico y
patriótico. Para Galán, sus caballeros legionarios, general, eran simple
carne de cañón utilizada para una empresa imperialista (Vázquez
Montalbán, 1992: 143).
El narrador Vázquez Montalbán culmina la descripción de la barbarie
generalizada de la actuación militar española en Marruecos citando el abismo
que se estaba creando entre una oficialidad que hacía del lema “Ascenso o
muerte” su ideal vital, y la sociedad española, cada vez más extenuada por los
esfuerzos ingentes que esos oficiales le exigían. Cita, de esta manera, el papel
de denuncia pública de obras como “Imán”, de Sender, “Las aventuras del
80 En realidad, la concesión de la laureada de San Fernando tuvo lugar en 1934, a título póstumo. Fue a petición del propio Fermín Galán y no de Franco. De hecho, algunos autores opinan que, teniendo en cuenta la fecha de la apertura del juicio contradictorio, en 1931, la laureada más que premiar el valor demostrado en las acciones de Akkoba en 1924, pretendía premiar el carácter de mártir de la República tras la sublevación de Jaca. (Martínez de Baños, 2005: 90 y ss).
569
caballero don Rogelio de Amaral” o “La familia Gomar”, de Wenceslao
Fernández Flórez. (Vázquez Montalbán, 1992: 157).
Por último, indicaremos que esa barbarie extrema se pone todavía más
de relieve cuando el narrador Vázquez Montalbán, recordando la siniestra
anécdota relatada por el aviador Hidalgo de Cisneros a bordo del “Dédalo”
anclado frente a la bahía de Alhucemas una vez culminadas las operaciones
del desembarco, describe cómo los oficiales contemplan divertidos por medio
de prismáticos cómo son arrojados al mar desde las alturas del Morro Nuevo
los prisioneros rebeldes:
Me dijeron que estaban viendo cómo los legionarios tiraban al
mar, desde lo alto del acantilado, a los moros que habían cogido vivos.
Me prestaron unos gemelos, y, efectivamente, presencié horrorizado la
caída de dos moros dando vueltas, desde una altura de unos cien
metros. (Vázquez Montalbán, 1992: 158).
Para concluir el relato de la brutalidad de la Legión, y del papel del
comandante Franco no sólo en la tolerancia sino también en el desarrollo de la
misma, recordemos que cuando Primo de Rivera visitó Marruecos en 1926 se
horrorizó al descubrir un batallón de la Legión en espera de ser inspeccionado
con cabezas clavadas en las bayonetas. (Preston, 1994: 49).
Cierto es que también Preston coincide con Vázquez Montalbán al
afirmar que Franco, adoptó un tono paternalista en su “Diario de una bandera”,
570
olvidando éste y otros episodios igualmente escabrosos. Sin embargo, el
historiador británico afirma:
Cuando Franco estaba en los Regulares, un oficial algo mayor
que él, Gonzalo Queipo de Llano, que no destacaba precisamente por
su sensibilidad, se quedó impresionado ante la imperturbabilidad y la
satisfacción con que presidía la cruel violencia del castigo a las tropas
por faltas menores. (Preston, 1994: 49).81
Por otra parte, en el caso de las obras de Lorenzo Silva, lo primero que
conviene señalar es que se trata, como el propio autor indica en el prólogo de
“El nombre de los nuestros”, de narraciones que no tienen un carácter
meramente ficticio y cuya secuencia de acción se corresponde a grandes
rasgos con los de los acontecimientos reales, añadiendo, eso sí, una serie de
modificaciones que impiden que el relato pueda seguirse enteramente como un
fiel reflejo de lo acaecido. En algunos casos, añade Lorenzo Silva, sólo ha
abreviado o refundido experiencias, mientras que en otros ha recurrido lisa y
llanamente a la invención. El criterio para escoger una u otra posibilidad es
meramente literario. Gran parte del material en el que se ha basado para
construir el relato procede de los recuerdos personales del abuelo del autor,
sargento de Ceriñola, trasmitidos oralmente y conservados con gran celo por el
padre de Lorenzo Silva.
La acción de esta obra se desenvuelve desde unos pocos días antes de
la toma de Abarrán por las tropas españolas hasta prácticamente la
81 Preston cita fuentes de Franco Salgado-Araújo y de Mariano Aguilar Olivencia.
571
pacificación definitiva del territorio, en 1927, con la visita de Alfonso XIII a la
bahía de Alhucemas.
Los temas principales, como no podía ser de otra manera, coinciden con
los ya analizados al referirnos en su momento oportuno a las principales
narraciones objeto de esta tesis. Así, el papel desempeñado por los oficiales, la
corrupción generalizada y el afán por los juegos de azar, el problema
irresoluble de las aguadas en las posiciones cercadas por el enemigo, los
personajes que, como los cantineros y las prostitutas, siguen y viven del
ejército, la ausencia obsesiva de la mujer y el mito de las amantes moras, la
brutalidad de los combates, el dramático final que esperaba a los prisioneros, o
la anunciada deserción de las tropas indígenas.
Además, aparecen de nuevo, las mismas descripciones geográficas
para delimitar el territorio escenario de las operaciones, las mismas
expresiones lingüísticas para resaltar el exotismo de lo narrado, presentando al
lector los mismos orígenes de expresiones ya conocidas, como pueda ser la de
los “pacos” o la de las famosas “fusilas”.
Algunas anécdotas narrativas parecen inspiradas directamente en las
páginas de las narraciones estudiadas. Así, por ejemplo, el caso del perro
Canuto (Silva, 2001: 98), recuerda poderosamente la historia narrada por Díaz-
Fernández, referida también a la mascota de uno de los blocaos. También el
apellido de uno de los sargentos, compañero del protagonista Molina, es Páez
(Silva, 2001: 214), al igual que en el libro de Díaz-Fernández.
572
En el relato de Lorenzo Silva, algunas licencias históricas no parecen
tener una justificación demasiado clara. Así, por ejemplo, el caso de haber
sustituido el yate “Giralda” por el acorazado “Laya” (Silva, 2001: 40 y ss.) como
buque oficial del Alto Comisario en Marruecos, sobre todo cuando el autor
conoce los relatos de Giménez Caballero y confiesa en los agradecimientos
que ha dedicado varias visitas al Museo Naval de Madrid donde fue
pacientemente atendido, al igual que el autor de esta tesis, por un personal
atento y profundo conocedor de los fondos del museo.
De la misma manera la descripción de la etapa de cautiverio posterior al
Desastre de Annual recuerda poderosamente la narración de Gaya Nuño. Tal
es el caso, por presentar tan sólo un ejemplo llamativo, cuando, al igual que en
“La historia del cautivo”, el sargento Badía recibe el material sanitario de manos
de la Cruz Roja (Silva, 2001: 252), cuando sabemos que la intervención de esta
organización no fue autorizada en ningún momento por las Autoridades
españolas. Otro tanto podríamos señalar respecto de los grilletes (Silva, 2001:
266), con los que los moros de Axdir inmovilizan a este mismo personaje,
también explícitamente mencionados por Gaya Nuño y que, sinceramente, no
creemos que fueran utilizados nunca en la realidad.
El pago del rescate, con las mismas anécdotas de los sacos repletos de
monedas de plata, incluyendo el regateo final sobre el pago suplementario de
los gastos de manutención de los prisioneros, parece un reflejo fiel de lo
narrado por Gaya Nuño. Incluso el destino final de Clemente, el protagonista de
573
“Historia del cautivo”, que termina ingresando en un banco de Zaragoza como
celador, se reproduce en el relato de Silva respecto del sargento Badía (Silva,
2001: 270).
Ana Rueda se ha ocupado con cierto detalle de esta narración de Silva,
en relación fundamentalmente con la de Sender. De esta manera, nos recuerda
que el factor temporal de la tesis mantenida por esta autora, permite ver que
Lorenzo Silva es heredero no sólo de Imán, sino también de novelas sobre la
guerra marroquí escritas posteriormente a la Guerra Civil:
(…) como Historia del cautivo (1969) (sic), de Juan Antonio Gaya
Nuño, quien combina el humanitarismo hacia el Otro (el rifeño) y hacia el
pobre campesino o trabajador español enviando a la guerra a otro
Viance reencarnado en la figura de Clemente Garrido Mallén, con una
fuerte denuncia de la política colonialista española y del papel de
Alfonso XIII; o de la famosa Morirás en Chafarinas (1989), de Fernando
Lalana, que cita Larequi, pues también se enfoca en los soldados de
reemplazo y la psicología individual que imprime la guerra. El que Silva
no hay escrito una sino varias obras sobre el tema de la guerra marroquí
en los albores del siglo XXI invita ciertamente a una revisión doble: de la
historia de España y la de su historia literaria (Rueda, 2005: 191).
La segunda obra de Lorenzo Silva es “Carta blanca”. Se trata de una
novela cuya trama discurre a lo largo de un período mucho más amplio,
iniciándose en los años veinte y llegando hasta el inicio de la guerra civil, con la
574
toma de Badajoz por las fuerzas sublevadas. La novela se divide en tres
partes. En la primera se narran las peripecias de un legionario llamado Faura
durante los acontecimientos de 1921 en la zona de Zeluán, Segangan y Yebel
Harcha. La segunda parte se desarrolla en Alcira en la primavera de 1932. Por
último, la tercera parte narra los acontecimientos de Badajoz en el verano de
1936 y los intentos desesperados por defender la ciudad, cerrándose el ciclo
narrativo con la muerte del protagonista precisamente a manos de sus antiguos
compañeros legionarios.
Lorenzo Silva se recrea en determinados aspectos especialmente
salvajes de la represión legionaria contra las poblaciones civiles tras el
descubrimiento de los actos atroces que los rebeldes rifeños habían cometido
contra los soldados españoles en las zonas ocupadas. Así, por ejemplo, en
venganza por lo que los moros hicieron en Zeluán, los legionarios llevan a
cabo, con la aquiescencia de sus mandos, batidas privadas contra los aduares
cercanos a sus campamentos: “Quiero saber quiénes se vienen de caza esta
noche conmigo.” (Silva, 2004: 45). El grupo de legionarios, al mando del
sargento Bermejo se lanza en la oscuridad en busca de cualquier habitante al
que puedan sorprender. La aventura concluirá de mala manera, después de
violar a las mujeres y asesinar a una familia completa, incluyendo castraciones
previas, con los propios legionarios sorprendidos por los demás habitantes del
aduar y tratando de escapar a la venganza de los indígenas.
El relato prosigue con las peripecias de los legionarios hasta que por fin
sólo un puñado de los que formaban la expedición de castigo consigue ponerse
575
a salvo en el campamento. Esta primera parte concluye con la orden oficial de
arrasar todos los aduares de la zona al considerar los mandos españoles que
sus habitantes eran responsables directos de las matanzas de Zeluán y Monte
Arruit.
El avance de las tropas españolas, sin embargo, no encontrará
obstáculo alguno, ya que las poblaciones han tenido tiempo de huir hacia
zonas más seguras: “ya no encontraron a nadie con quien desquitarse y
hubieron de conformarse con pegar fuego a las casas.” (Silva, 2004: 173).
Precisamente, idéntica situación es descrita por Sender en “Imán”.
Por último, la tercera obra de Silva es la titulada “Del Rif al Yebala; viaje
al sueño y la pesadilla de Marruecos.” En este libro, Lorenzo Silva describe sus
experiencias personales durante un viaje de ocho días por los escenarios
donde se desarrollaron las principales acciones bélicas desde 1921 hasta
1927. El interés de esta obra, aunque más limitado, consiste en la labor de
identificación que el autor lleva a cabo tanto en la zona del Rif como en la de
Yebala, guiándose por los recuerdos personales de su abuelo, las notas en las
que se basó para la redacción de las dos novelas mencionadas, y las lecturas
de varios autores, entre los que destaca Barea, y en menor medida Ruíz de
Albéniz, Indalecio Prieto y Francisco Franco.
Por su parte, López Barranco, en su reciente libro “El Rif en armas”, se
refiere con cierto detalle a las obras de Lorenzo Silva. Cita concretamente, en
tonos laudatorios, las obras “Del Rif al Yebala”, con las siguientes frases.
576
El libro cuenta el periplo que el autor realizó por tierras
marroquíes durante el verano de 1997 con el propósito, entre otros
varios, de visitar los lugares donde combatió su abuelo paterno durante
la última campaña militar. Su enfoque combina las impresiones que las
gentes y los lugares van dejando en el viajero con la evocación histórica
que va surgiendo al encontrarse con los escenarios de aquella guerra.
Un repaso in situ de lo allí sucedido desde los preámbulos del desastre
de Annual hasta la pacificación final del Protectorado. Al socaire de los
sucesos y de los lugares la remembranza alcanza también a los
protagonistas de esos episodios y a algunas anécdotas bélicas
puntuales en las que se vio envuelto el ancestro del autor. Las
abundantes alusiones y citas librescas que trufan el texto dan al libro un
aire de esclarecedor viaje cultural hacia la historia próxima, oportuno
ahora que Marruecos está volviendo a filtrarse en la vida española por
bien distintos motivos. Incluso diríase que Silva, como poco antes había
hecho en su novela El nombre de los nuestros y luego ha vuelto a hacer
en la posterior Carta blanca, viene a refrescar la memoria colectiva de la
nación, revistando esos sucesos para quienes ya los conocían y
desvelándoselos a las nuevas generaciones (López Barranco, 2006:
358).
_____________
577
11- CONCLUSIONES:
578
579
Podríamos aventurar que el Desastre de Annual y sus consecuencias
más inmediatas son el detonante de una corriente narrativa cuyos autores más
representativos, a nuestro juicio, son los de las cinco obras estudiadas,
Giménez Caballero, Díaz-Fernández, Sender, Barea y Gaya Nuño.
Asimismo, esta corriente se enmarca dentro de una tradición literaria
española mucho más amplia que elige Marruecos como uno de los elementos
principales de su narrativa.
Así, podríamos recordar antecedentes lejanos como Cadalso, “Cartas
marruecas”, Alarcón, “Diario de un testigo de la guerra de África”, o Pérez
Galdós, “Aita Tettauen”, pasando por algunas obras de González Ruano,
“Circe”, o de Fermín Galán, “La barbarie organizada”. Mencionaremos también
toda una serie de obras que podrían englobarse dentro de una categoría
común, belicosa y de mérito muy relativo, como son las de Alfredo Carmona,
“Luna de Tettaouen”, Gregorio Corrochano, “Maktub”, Celedonio Negrillo,
“Yamina”, o de Asenjo Alonso, “Los que fuimos al Tercio”. En otro nivel se
sitúan obras relativamente recientes, como la de Vázquez Montalbán,
“Autobiografía del general Franco”, o las de Lorenzo Silva, “El nombre de los
nuestros”, “Carta blanca” o “Del Rif al Yebala”, sin olvidar tampoco las
meritorias obras “Etxezarra”, de María Charles, “Días de luz”, de Eduardo
Valero y “Kábila”, de Fernando González.
Por otra parte, en un ejercicio de literatura comparada, resulta
interesante explorar las posibilidades que para completar nuestro estudio nos
580
ha ofrecido una narrativa de características similares, aunque indudablemente
menor en lo que se refiere tanto a su calidad literaria como a su repercusión
social, surgida a partir de experiencias vitales en la zona del Protectorado
francés. De la misma manera, el estudio de algunas narraciones marroquíes
también ha aportado interesantes datos que completan nuestro trabajo, junto
con el recurso a obras fundamentales de historiadores marroquíes que, a
nuestro juicio, nos permiten incrementar la perspectiva histórica para mejor
enfrentarnos a los episodios de África.
Las obras estudiadas, aun dentro de su evidente disparidad, comparten
toda una serie de elementos narrativos cuyo estudio pormenorizado conlleva
un interés evidente. Así, desde los propios personajes y las complejas
relaciones jerárquicas dentro de la estructura militar hasta el marco de la
sociedad multicultural de la zona del Protectorado.
De la misma manera, se han adelantado una serie de elementos
narrativos cuyo estudio nos ha parecido provechoso. De esta forma, ha
quedado subrayado el papel desempeñado por toda una serie de recursos
como puedan ser los paisajísticos, los colores, olores y sabores, que tan
poderosamente contribuyen a acentuar en el lector la sensación de exotismo
oriental.
Las obras estudiadas también comparten otra serie de recursos
narrativos como son la utilización de coloquialismos, de expresiones en
terceros idiomas y, sobre todo, en chelja. El examen llevado a cabo de estos
581
elementos ha puesto de relieve nuevos e interesantes datos que, a nuestro
juicio, no había sido efectuado hasta ahora.
En menor medida, las obras comparten un marcado gusto por la
utilización de imágenes y metáforas sorprendentes, muchas veces
vanguardistas, cuyo análisis ha descubierto interesantes influencias de unos y
otros autores. De hecho, estas influencias se extienden hasta obras
prácticamente contemporáneas, como puedan ser las de Lorenzo Silva.
Las cinco obras aportan muchísima información cuando son estudiadas
como complemento de las fuentes históricas. Tal es el caso de las noticias que
el lector descubre a medida que avanza en su lectura, relativas a la línea de
fortificaciones, a las técnicas militares, a la vida en las ciudades del territorio, o
incluso respecto de los actores políticos y sociales de la época.
En este sentido, hemos visto cómo el estudio de las cinco obras llevado
a cabo desvela interesantes cuestiones históricas que complementan y
enriquecen lo ya publicado sobre el Desastre de Annual y sus consecuencias
más inmediatas. Lógicamente, también resulta de utilidad comparar la
información cartográfica actualmente disponible con la que se deduce de las
distintas narraciones. Por otra parte, si entre tanto se avanzase en la
catalogación de importantes fondos documentales que hasta ahora no han sido
prácticamente objeto de estudio, especialmente los de la Comandancia Militar
de Melilla y el fondo personal del general Fernández Silvestre, la comparación
podría adquirir todavía más relieve.
582
Desde una perspectiva estrictamente histórica, la sociedad española, a
partir del mes de julio de 1921, se ve inmersa en una sucesión de episodios
bélicos desastrosos que ocuparán el centro de la vida política, social,
económica y, por su puesto militar, hasta la pacificación del territorio del
Protectorado en Marruecos, en 1927. Se trata, por tanto, de un largo período
en el que Marruecos se transforma en una obsesión para muchos españoles, y,
también, naturalmente, para gran parte de la intelectualidad de la época.
La literatura no podía permanecer al margen de los acontecimientos que
vivía el país. La gigantesca pérdida de vidas humanas, la dilapidación sin límite
de cuantiosísimos recursos económicos, o las implicaciones directas de la
clase política, comenzando por la figura del propio monarca Alfonso XIII y la
creación de una casta belicosa y beligerante, omnipresente entre las filas de la
oficialidad, se refleja en las distintas creaciones narrativas de los años
estudiados. Marruecos, y sus tristes consecuencias, se convierte, de esta
manera, en fuente de inspiración de una corriente narrativa que, aunque supere
el centenar largo de títulos, sus obras más sobresalientes se circunscriben a
las cinco analizadas con mayor detenimiento a lo largo de las páginas de esta
tesis.
Es más, atendiendo a las fechas de publicación de las cinco obras
principales, se aprecia que dos de ellas, las de Giménez Caballero y Díaz-
Fernández, salieron a la luz pública a los pocos años de acaecido el Desastre.
La obra de Sender se publicó en las postrimerías de la monarquía Alfonsina. La
583
de Arturo Barea, una vez concluida la guerra civil, en el exilio británico del
autor. La de Gaya Nuño aparece a mediados de la década de los sesenta.
Esta constatación demuestra que la corriente narrativa, representada por
sus mejores obras, se extiende a lo largo de un período de casi cuarenta años.
Es más, otras narraciones igualmente meritorias desde el punto de vista
literario, como las de Vázquez Montalbán o de Lorenzo Silva, aparecen
publicadas en la década de los años noventa del pasado siglo. De esta
manera, podemos afirmar que las narraciones de África posteriores al Desastre
de Annual no son fruto de la novedad reciente de unos acontecimientos
históricos determinados, como bien podría afirmarse respecto de otras
narrativas que reflejan episodios prácticamente contemporáneos, para luego
desaparecer en el olvido más completo, sin haber sido capaces de generar
sucesivas aportaciones que enriquezcan las distintas visiones del episodio
bélico de que se trate. Así, podemos afirmar que las guerras de Marruecos, con
sus éxitos y derrotas anteriores a julio de 1921, como puedan ser las de las
campañas de O’Donnell, o las de 1909, no consiguieron despertar el interés
necesario en los años subsiguientes como para justificar el desarrollo de una
corriente narrativa, limitándose, en el mejor de los casos, a la aparición de unos
pocos títulos posteriores, cuya publicación va espaciándose hasta difuminarse
por completo.
Si, a pesar de sus enormes diferencias, hay algún rasgo que comparten
decididamente las cinco obras principales analizadas a lo largo de la presente
tesis, es su decidida apuesta por un antibelicismo militante. Como hemos
584
tenido oportunidad de señalar a lo largo de los distintos capítulos, los cinco
autores comparten no pocos elementos que explican su temprana vocación
que les impulsará hacia una militancia y un compromiso político activo. Uno de
ellos, Giménez Caballero, evolucionará muy pronto hacia el fascismo militante.
Recordemos que, nada más aparecer su narración en 1922, fue encarcelado
por un Gobierno liberal, y puesto en libertad a los pocos meses por el Directorio
militar impuesto por el general Primo de Rivera tras el golpe de Estado. Los
otros cuatro autores también se caracterizan por un fuerte compromiso político.
Ese compromiso llevará a unos a la cárcel, como a Sender, a otros al exilio, al
ya citado, a Díaz-Fernández y a Barea, y al más joven de todo el grupo, Gaya
Nuño, a verse apartado de la enseñanza, ya en la época de la dictadura del
general Francisco Franco, para refugiarse en una especie de exilio interior
compaginando la crítica de arte con la creación literaria.
Las cinco obras se caracterizan también, al contrario de lo que ocurre
con muchas otras de las que nos hemos limitado a enumerar sucintamente en
las primeras páginas de esta tesis, por un conocimiento profundo de la
situación vivida en Marruecos. De la misma manera, también destacan todas
ellas por la minuciosa observación de los lugares, de los accidentes
geográficos, de las poblaciones e, incluso, de las costumbres ancladas en lo
más profundo de la mentalidad colectiva marroquí.
El contexto histórico en el que se enmarcan las narraciones estudiadas
queda reflejado con todo detalle a lo largo de sus páginas. Todas y cada una
de las cinco narraciones principales se elaboran a partir de la experiencia
585
personal de los propios autores, cuatro de los cuales prestan su servicio militar
en Marruecos, y el quinto, Gaya Nuño, como resultado de las vivencias
personales durante su primera juventud, con el tema de África omnipresente
tanto en su marco familiar como en el proceso de su formación vital. De esta
manera, el Desastre de Annual es, de alguna forma, el desencadenante y
punto de partida de las narraciones escogidas, que pone de manifiesto la
incapacidad militar, la desidia generalizada, la corrupción extendidísima y la
resignación de la población española desanimada e incapaz de reaccionar
frente a una incapaz clase dirigente. En el caso de las narraciones de Giménez
Caballero, Díaz-Fernández y Sender, el Desastre de Annual supone el punto
de partida narrativo. Una vez sucedido el Desastre, estos autores elaboran sus
relatos basándose en sus propias experiencias adquiridas en la zona de
operaciones. En el caso de Arturo Barea, aunque la narración se redacta
posteriormente a las obras de los tres autores mencionados, sus experiencias
personales son anteriores y contemporáneas de aquel fatídico mes de Julio de
1921. De la misma manera, la parte marroquí de la narración de Gaya Nuño se
inicia en los momentos inmediatamente anteriores al Desastre para extenderse
a lo largo de un período posterior al mismo que se extiende a lo largo de varios
años.
Se ha analizado el contexto geográfico en el que se desenvuelven las
narraciones principales objeto de la presente tesis. Así, se ha puesto de relieve
cuál era el territorio del Alto Comisariado en Marruecos, estudiando las
referencias concretas que en las distintas obras pueden apreciarse. Díaz-
Fernández construye su narración en el marco de la zona occidental,
586
intercalando episodios en la zona de operaciones con otros cuyo escenario es
la capital del Protectorado, Tetuán. Otra de las narraciones, la de Arturo Barea,
se refiere fundamentalmente a la zona occidental del Protectorado, en el
espacio geográfico comprendido entre Xauen y Tetuán. Otra de las obras, la de
Giménez Caballero, seguramente la más cosmopolita, se desarrolla en las dos
zonas del Protectorado, la occidental y la oriental, con incursiones a la ciudad
internacional de Tánger y varios viajes a bordo del yate Giralda. Las
narraciones de Sender y de Gaya Nuño, se circunscriben al territorio de la
Comandancia de Melilla.
De la misma manera, se han analizado las referencias geográficas
concretas que aparecen en las obras principales, sobre todo en lo que se
refiere a las distintas cábilas, a los poblados y a las aldeas. En este sentido, se
ha establecido una delimitación geográfica de los territorios aproximados que
cada una de las diferentes tribus ocupaba en la zona oriental del Protectorado.
En este apartado podemos subrayar que Imán, sobre todo en la parte que
narra la huida desesperada de Viance desde la caída de Annual hasta las
calles de Melilla, es la narración que con más detalle expone los accidentes
geográficos y los elementos poblaciones de los territorios que atraviesa el
personaje. También Historia del cautivo es especialmente cuidadosa al
describir con todo detalle los accidentes geográficos, los poblados y, sobre
todo, Axdir, la capital de la República del Rif.
En lo que se refiere a los blocaos y las líneas defensivas españolas,
todas las narraciones exponen una serie de descripciones detalladas. Hemos
587
podido comprobar cómo se llevaba a cabo la construcción de uno de estos
blocaos, que llegaban desmontados en piezas, perfectamente ordenados y
numerados para poder erigirlos en el menor tiempo posible. Díaz-Fernández
expone con todo detalle este tipo de operaciones. De la misma manera, Gaya
Nuño describe las posiciones de Annual, y sobre todo, de Monte Arruit. Por su
parte, Sender se recrea en la descripción de la posición “R”, que, como ya fue
oportunamente señalado, encubre en Imán a la de Igueriben. Además, en la
narración senderiana aparece toda la línea de fortificaciones que desde la
mencionada Igueriben, defendía el territorio que va desde Annual hasta Melilla,
pasando por Monte Arruit y Zeluán.
Se ha analizado el papel que dentro de las narraciones representa el
problema de las deficientes comunicaciones. Hemos puesto de relieve la
imposibilidad de comunicar por tierra las dos zonas del Protectorado y, por
tanto, el aislamiento de la Comandancia de Melilla. En este sentido, en algunas
de las obras estudiadas, las comunicaciones entre el Alto Comisario en
Marruecos, Dámaso Berenguer, y el Comandante General de Melilla,
Fernández Silvestre, ya sea reflejando las entrevistas personales entre ambos,
o a través de los mensajes telegráficos, juegan un papel fundamental. Tal es el
caso, por ejemplo, en la de Gaya Nuño, en lo que se refiere a los telegramas, o
la de Giménez Caballero, en lo relativo a las visitas de Berenguer a la plaza de
Melilla. En este mismo sentido, hemos estudiado el caso particular del yate
Giralda como instrumento indispensable de comunicación entre la zona
occidental y oriental del territorio, y de ambos con la Península, transportando
tanto al general Berenguer como a los principales jefes y oficiales del ejército
588
en Marruecos. Hemos subrayado el papel desempeñado por el yate Giralda en
la narración de Giménez Caballero y hemos llevado a cabo un estudio
detallado del mismo recurriendo tanto a fuentes escritas como documentales.
Íntimamente relacionado con este mismo problema de las deficientes
comunicaciones, aparece el problema de la ausencia de una cartografía
mínimamente fiable. En diversas ocasiones puestas de relieve en diferentes
capítulos de esta tesis, se ha subrayado que la magnitud del Desastre de
Annual se incrementó hasta alcanzar su terrible extensión debido, en no poca
medida, a la ausencia de una cartografía fiable en la que basar primero la
extensión de las líneas defensivas hasta Annual, y una vez acontecido el
Desastre, para organizar la retirada de los efectivos españoles. En este
sentido, la narración de Sender resulta especialmente ilustrativa. Hemos puesto
de relieve cómo para el fugitivo Viance el tesoro más preciado no es ni siquiera,
cuando desfallece de sed un sorbo de agua, sino una indicación geográfica, un
indicio que pueda servir para orientarle en medio de la interminable planicie en
uno de cuyos extremos se encuentra la ciudad de Melilla. También Arturo
Barea hace mención a este mismo problema. De esta manera, hemos
estudiado el proceso de elaboración fatigosa del mapa provisional del
Protectorado, que nos ha servido para comprender el alcance de la
desesperación no sólo de los soldados españoles, sino también, y en esto
creemos que hemos sido los primeros que llevamos a cabo un ejercicio de esta
índole, de los soldados franceses. Así, hemos recurrido a las notas de un oficial
francés, el capitán Damidaux, para comprender la extensión del problema
cartográfico. En este sentido, las notas y croquis sobre el terreno de otros
589
oficiales españoles, como el capitán Vives Brau, cuyo manuscrito custodiamos,
al igual que determinados croquis a mano alzada que sirvieron para la posterior
elaboración del mapa provisional del Protectorado, representan un indiscutible
interés.
En lo que se refiere a los elementos sociales que se reflejan en las
narraciones, nos hemos detenido en el estudio y análisis de la población civil,
con especial mención a la población española, a la musulmana y a la hebrea.
En este sentido, algunas de las obras analizadas presentan detalladamente la
población de las ciudades. Así, en el caso de Melilla, Sender describe con
exactitud el ambiente de la plaza de soberanía en los momentos posteriores al
Desastre. En el caso de Tetuán, tanto Giménez Caballero como Díaz-
Fernández se detienen en descripciones detalladas tanto de los espacios
físicos como del ambiente que se vivía en la capital del Protectorado. Las
descripciones de Arturo Barea de los elementos civiles también ofrecen un
interés evidente. De esta manera, hemos puesto de relieve elementos
importantes en lo que se refiere a determinados personajes que viven
parasitariamente de las tropas españolas, como puedan ser las prostitutas, los
taberneros y los aguadores. En el caso de Barea, aparecen también con toda
su crudeza aquellos civiles que, aprovechándose de la corrupción
generalizada, llevan a cabo sus manejos y enredos para sacar suculenta
tajada. En este sentido, el caso más llamativo de los negocios que fueron
posibles gracias a la corrupción es el de las minas del Rif. Una vez más, es
Arturo Barea el que con más detalle pone de relieve el entramado corrupto que
provocó en la sociedad española la pretendida riqueza inagotable del subsuelo
590
marroquí.
Dentro de la misma lógica, hemos podido comprobar que el asunto de
las responsabilidades a raíz del Desastre de Annual, tanto políticas como
militares, desempeña un papel fundamental en algunas de las narraciones.
Hemos profundizado en el examen del expediente Picasso, analizando los
avatares de su elaboración y las consecuencias políticas de la instrucción del
expediente. En el caso de la narración de Giménez Caballero hemos señalado
incluso la descripción física de los legajos que lo formarían, que se iban
amontonando sin cuidado alguno en unas tristes dependencias. Hemos tenido
también ocasión de poner de relieve que la narración de Arturo Barea describe
ese mismo proceso. Por su parte, el relato de Gaya Nuño llega a ser
sarcástico, poniendo en palabras del propio Alfonso XIII una exclamación
despectiva que resume el futuro que espera al esfuerzo llevado a cabo por el
general Picasso. Igualmente, hemos subrayado el desinterés de la clase
política respecto a las responsabilidades recordando la conversación entre
Alcalá-Zamora y Santiago Alba con la que Gaya Nuño concluye su narración.
Hemos dedicado no poco esfuerzo a analizar las informaciones que
sobre los elementos estrictamente militares aparecen en las cinco obras
principales con la intención de extraer cuanta información útil sobre el ejército
colonial se encontrara en sus páginas. De esta manera, hemos obtenido
numerosos datos sobre la oficialidad africanista, cuyos miembros no salen
excesivamente airosos de ninguna de las narraciones. Recordemos, el caso de
los oficiales, además de incompetentes, cobardes que aparecen reflejados en
591
Imán, o el retrato que de ellos hace Giménez Caballero. También Gaya Nuño
dedica no pocas páginas a esta oficialidad africanista, entre los que destacan,
lógicamente, los generales Fernández Silvestre y Navarro. En el relato de
Arturo Barea, la oficialidad se caracteriza por ciertos tintes paternalistas,
mientras que en el de Díaz-Fernández, el carácter de algunos de los mandos
principales se caracteriza pura y simplemente por la estupidez completa.
Nos hemos detenido largamente analizando el papel que juega el Tercio
de Extranjeros, estudiando las informaciones que aparecen tanto sobre su
fundador, Millán Astray, como sobre el comandante Francisco Franco y sus
efectivos. Giménez Caballero retrata con certeras pinceladas el carácter
histriónico de Millán Astray. También Sender le hace aparecer como un actor
que se mueve a sus anchas en ese escenario que para él es el frente de
batalla. Hemos visto asimismo cómo muchos de los voluntarios de la Legión
son, en realidad, pobres diablos sin raigambre alguna que, atraídos por una
propaganda efectiva se alistan en el Tercio buscando una salida a sus vidas
carentes de horizonte. En este aspecto, son ilustrativas las descripciones de las
numerosas deserciones que se producen en las filas legionarias, como señalan
los relatos de Barea y Giménez Caballero. Destaquemos también el papel de
complicidad, en unos casos, y de encubrimiento de las deserciones, en otros,
que juegan respectivamente las autoridades francesas frente a las españolas,
cuando se trata de desertores del Tercio, y de éstas frente a las primeras,
cuando los desertores son miembros de la legión extranjera francesa.
Las condiciones en las que la tropa prestaba el servicio militar en
592
Marruecos han centrado gran parte de nuestro esfuerzo. De esta manera,
pensamos que ha quedado aclarado que el período de servicio militar era una
auténtica pesadilla. Las narraciones señalan que hasta el Desastre de Annual
la parte más favorecida de la población española escapaba a la obligación de
prestar el servicio militar mediante el pago de la respectiva cuota o tasa. Díaz-
Fernández aclara que él mismo la había pagado. También sabemos que éste
fue el caso de Giménez Caballero y de Sender, no así de Barea.
Las condiciones materiales del servicio, al margen ya de la propia
peligrosidad que representaba el conflicto bélico, hacía que muchos de los
soldados fuesen víctimas de lamentables enfermedades infecciosas. De esta
manera, son numerosas las referencias al rancho infecto, cuando no podrido, al
agua estancada que se veían obligados a beber y a la impericia del personal
sanitario. El patético estado del equipo, incluido el del armamento, es objeto de
referencias continuas en los cinco relatos.
En esas condiciones, el enfrentamiento con unas fuerzas rifeñas
extremadamente ágiles, perfectamente conocedoras del terreno y fuertemente
motivadas, entre otros motivos por la perspectiva de un pillaje suculento, es
muy desigual. No se trata, como bien indican unánimemente los cinco
narradores, del enfrentamiento de un ejército europeo, moderno y eficaz con
unas tribus medievales, sino de la lucha entre miles de desharrapados
españoles y otros tantos miles de rifeños, cada vez más fuertes a medida que
se desmorona el frente defensivo español. Tanto Sender como Barea y Gaya
Nuño hacen menciones explícitas a ese incremento de fuerzas del ejército
593
rifeño, que culminará, en el caso de Historia del cautivo, con el aprendizaje del
manejo de la artillería y el hundimiento del acorazado de la armada española
“Juan de Juanes”.
Ni que decir tiene que las referencias al armamento convencional han
sido objeto de una atención particular. Así, desde el mencionado estado
lamentable en el que se encuentra el armamento de los soldados españoles,
incluyendo las municiones, muchas veces caducadas, hasta las piezas
artilleras. El papel que desempeñan los fusiles Remington y Mauser es de
importancia considerable, sobre todo en Imán, en La ruta y en Historia del
cautivo.
Hemos llevado a cabo un estudio detallado del caso específico del
armamento químico empleado durante el conflicto. Las noticias que aparecen
en algunas narraciones, especialmente en Imán, se han completado
recurriendo a fuentes históricas así como al excelente estudio que sobre el
tema aparece en las obras de Paul Preston y de Sebastian Balfour. De la
misma manera, la descripción de los efectos que estas armas provocan en la
población rifeña, e incluso en los propios soldados españoles, según relata
Sender, se han comparado con los que describe con todo detalle Erich María
Remarque en su gran narración sobre la guerra europea de trincheras entre
1914 y 1918. Igualmente, hemos completado estas noticias con toda una serie
de datos referidos al origen del armamento químico español y del papel
desempeñado personalmente por Alfonso XIII en este tenebroso asunto, así
como sobre sus repercusiones incluso hoy en día en la esfera internacional y
594
de política nacional.
Una parte considerable de la presente tesis se ha dedicado al análisis de
determinados elementos lingüísticos comunes a las cinco narraciones
principales. Así, se han examinado en detalle las expresiones en shelja, el
dialecto propio de la zona del Protectorado, que aparecen en todas ellas. De
esta manera, se ha establecido un auténtico inventario de las mismas, con
indicación, cuando así ha sido posible, de las raíces correspondientes en árabe
clásico. Mencionaremos que tan sólo una de las narraciones, Imán, llega
incluso a reproducir una palabra en grafía árabe, aunque sea con trazos un
tanto temblorosos y en un contexto, como es el del cartel dentro de un
campamento español anunciando que allí hay un teléfono, totalmente fuera de
lugar.
Otra parte importante del análisis lingüístico efectuado es el que se
refiere a la utilización de arcaísmos, bastante común en las narraciones
estudiadas. De la misma manera, cuatro de ellas recurren a coloquialismos
para resaltar el carácter poco instruido, cuando no analfabeto, de la tropa
española. La de Díaz-Fernández, sin embargo no utiliza este recurso. En lo que
se refiere a las expresiones en otros idiomas, sobre todo en francés e inglés,
hemos comprobado que las cinco narraciones las utilizan con cierta frecuencia.
La de Giménez Caballero, que como ya hemos apuntado, es la más
cosmopolita, es la que con mayor frecuencia y extensión recurre a estas
expresiones.
595
En la presente tesis se ha llevado a cabo un esfuerzo considerable para
completar la visión ofrecida por las cinco narraciones principales mediante el
estudio, en un ejercicio de literatura comparada, de algunas narraciones
surgidas en la zona francesa. De una manera muy sintética, podemos resumir
el resultado de este ejercicio asegurando que existen dos clases de
narraciones muy dispares. Unas aparecen en lo que hemos denominado el
entorno de Lyautey, como resultado de la narración llevada a cabo por
personajes más o menos cercanos al célebre mariscal. Otras, sin embargo, son
el resultado de las experiencias militares vividas por los propios autores, como
la narración del capitán Damidaux, que hemos rescatado del olvido. Creemos
que ha sido la primera vez que se ha llevado a cabo este examen comparativo
de las narraciones surgidas en zona española y zona francesa, aportando
valiosos datos comparativos, tanto sobre la visión del conflicto como la del
enemigo común y de las fuerzas de la otra zona.
Es más, en un esfuerzo similar, hemos recurrido también al estudio de
las narraciones de escritores marroquíes sobre el conflicto. Hemos podido
comprobar las discrepancias que sobre el origen y la marcha de los
enfrentamientos existen entre estas narraciones marroquíes, por una parte, y
las españolas y francesas, por otra. De una manera forzosamente sintética
hemos dividido las narraciones marroquíes a las que hemos tenido acceso en
tres grupos, según se refieran a las descripciones de la guerra del Rif, a la
historia del caudillo Abdelkrim, que aparece como una figura mitificada, y otras,
más personales, de carácter incluso oral, que, sin embargo, aportan el
testimonio valiosísimo de individuos que vivieron en sus propias carnes la
596
evolución del conflicto, ya sea directamente como combatientes de las harkas
rifeñas, ya como víctimas civiles de los bombardeos, incluidos los llevados a
cabo con armamento químico sobre los zocos y núcleos de población.
Hemos concluido la tesis estudiando determinadas nuevas narraciones
sobre el conflicto que han ido apareciendo a lo largo de los años. De una
manera muy especial se han examinado los textos de Vázquez Montalbán y de
Lorenzo Silva, llegando a la conclusión de que en éstos, al igual que en
muchos otros aparecidos en los cuarenta años posteriores a la publicación de
Historia del cautivo, se reproducen muchos motivos, situaciones, e incluso
personajes que ya aparecían, sea en una o sea en otra, en las narraciones que
nos han ocupado a lo largo de esta tesis.
Por último, recordaremos que para la elaboración de la presente tesis
nos habíamos marcado unos límites cuyo objetivo principal consistía en
contribuir al estudio de las principales narraciones de África aparecidas
después del Desastre de Annual y entendidas a su vez como fuente histórica.
Ha quedado demostrado que nos encontramos ante una corriente narrativa
extensa y valiosa desde el punto de vista de su calidad literaria. También
creemos que ha quedado demostrado que el contenido de las narraciones
analizadas aporta elementos interesantísimos para completar el estudio
histórico de una serie de actuaciones bélicas, políticas y económicas que
desembocaron en una cadena de acontecimientos que se inicia en las derrotas
españolas de 1921, en el establecimiento de la Dictadura de Primo de Rivera,
en las derrotas de 1924, en las campañas conjuntas franco-españolas de 1927,
597
en la caída de la monarquía Alfonsina y la instauración de la República, en la
guerra civil y, culmina, en la larga dictadura del general Francisco Franco.
En el caso de haber alcanzado los objetivos fijados al inicio de la tesis,
sin pretender no obstante haber agotado las posibilidades que este tipo de
ejercicio ofrece, se habrán entonces sentado las bases para que ulteriores
investigaciones prosigan por los caminos desbrozados, poniendo de relieve
una vez más la importancia de toda una tradición narrativa que debería ocupar
un puesto de importancia dentro del conjunto de la narrativa española del
pasado siglo.
Para concluir las páginas de la presente tesis, nos permitimos señalar de
una manera muy sucinta las metas que creemos haber alcanzado, con la
esperanza, eso sí, que supongan puntos concretos en el avance del estudio de
la materia que nos ha ocupado a lo largo de estas páginas:
1ª- Hemos demostrado que las cinco narraciones estudiadas son
las más significativas, tanto por su calidad literaria como por el aporte de
elementos históricos que conllevan, dentro de una corriente específica
cuyos orígenes se remontan a las primeras campañas militares
españolas en el norte de Marruecos y cuyos frutos postreros llegan
prácticamente hasta nuestros días;
2ª- Hemos confirmado que las principales obras estudiadas,
incluso cada una de ellas dentro de sus evidentes disparidades,
598
comparten toda una serie de elementos narrativos que abarcan desde
los propios personajes y las complejas relaciones jerárquicas de las
estructuras militares hasta el escenario de aquella compleja sociedad
multicultural de la zona del Protectorado. Ha quedado demostrado,
asimismo, cómo los diferentes autores comparten toda una serie de
recursos narrativos como son los paisajísticos o los que se refieren a la
descripción de colores, olores o sabores. De la misma manera,
comparten la utilización de coloquialismos y de expresiones en terceros
idiomas. En menor medida, comparten el gusto por la utilización de
imágenes y de metáforas sorprendentes, muchas veces vanguardistas,
cuya influencia se extiende en el tiempo, llegando hasta obras
prácticamente contemporáneas;
3ª- Hemos demostrado que el principal elemento ideológico que
comparten las obras estudiadas es el que pone de relieve su marcado
carácter antibélico. Las narraciones constituyen una feroz crítica tanto de
los acontecimientos como de sus responsables, ya sean directos o
mediatos. De la misma manera, hemos puesto de relieve el hecho de
que sus autores se caractericen también, aunque sea en bandos
antagónicos, por una decidida militancia política;
4ª- Hemos demostrado que el estudio de las principales obras
analizadas como complemento de las fuentes históricas permite poner
de relieve toda una serie de elementos poco conocidos, como pueden
ser los relativos a las líneas de fortificaciones, a las técnicas militares, a
599
la vida en los núcleos urbanos del territorio o, incluso a datos relativos a
los actores políticos y sociales de la época. Hemos señalado cómo las
cinco obras principales se caracterizan por un exhaustivo conocimiento y
una detallada descripción del territorio del Protectorado así como de las
costumbres de sus habitantes. También hemos subrayado el interés de
los elementos e informaciones estrictamente militares que aportan todas
y cada una de las narraciones estudiadas;
5ª- Por último, hemos desbrozado las vías que permiten
completar el estudio de esta corriente narrativa, en un ejercicio de
literatura comparada, recurriendo a la identificación y al estudio de
narraciones relativas a los mismos acontecimientos expuestos desde
perspectivas radicalmente diferentes. En efecto, hemos completado el
estudio de las narraciones españolas recurriendo a narraciones tanto
francesas como marroquíes. Este ejercicio, en el que creemos haber
sido pioneros, nos ha permitido completar la visión de los
acontecimientos y de sus narraciones desde una óptica todavía mucho
más interesante, completando asimismo la identificación de las fuentes
secundarias trayendo a colación las riquísimas contribuciones de
estudiosos franceses y marroquíes.
_____________________________________
600
601
12- BIBLIOGRAFIA:
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Otros artículos:
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- Sin firma (2001). “Historia de la fábrica de armas químicas de la
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- Sin firma (2005). “La guerre du Rif aux Cortes”. Rabat:
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www.geocities.com/annual-1921;
- “Nuevo Mundo”, año XXVIII, julio y agosto de 1921;
- Varios autores (1981) “Historia de las campañas de Marruecos”,
Tomo III. Madrid: Servicio Histórico Militar;
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621
Elementos Cartográficos:
- "Yebala 3. Mapa provisional en E. 1:50.000";
- "Croquis manual E. 1:50.000, Caminos de herradura entre Dar-
Chani y la pista de Rgaia";
- Mapas a mano alzada de las operaciones francesas;
- Mapas de Gil Ayache;
- Planos de las operaciones del capitán Damidaux;
- Croquis de situación del Capitán Vives Brau.
________________________
622