la medicina en michoacán: fuentes para su historia · estoy convencida de que los estudios...

28
La medicina en Michoacán: fuentes para su historia Ma. Teresa Martínez Peñaloza Instituto Nacional de Antropología e Historia Las investigaciones sobre la historia de la Medicina en Mé- xico casi siempre se han dirigido hacia dos polos. Uno es el de la nominada medicina científica , generada por la civili- zación occidental, enriquecida por los avances de la ciencia del mismo paño, aprendida en medios académicos universi- tarios, practicada por profesionales cada vez más especiali- zados y cuyo ejercicio está legitimado y sancionado por or- denamientos legales y bajo la vigilancia de organismos es- tatales apropiados. El otro es el de la llamada medicina po- pular por unos o tradicional por otros, que engloba las prác- ticas curativas de los grupos étnicos o mestizos rurales de rai- gambre indígena y las de los grupos urbanos y suburbanos calificados como “marginales”, prácticas que se distinguen por el empirismo, la trasmisión oral de los acontecimientos a través de generaciones, las concepciones mágico-religiosas sobre la etiología y curación de las enfermedades, acordes con la cosmovisión y las tradiciones a quienes se atribuyen poderes extraordinarios y que aúnan el empleo de elementos naturales curativos (productos vegetales, minerales y ani- males) a la asistencia o intermediación de fuerzas sobrena- turales.

Upload: others

Post on 03-Mar-2020

6 views

Category:

Documents


0 download

TRANSCRIPT

La medicina en Michoacán: fuentes para su historia

Ma. Teresa Martínez Peñaloza Instituto Nacional de Antropología e Historia

Las investigaciones sobre la historia de la Medicina en Mé­xico casi siempre se han dirigido hacia dos polos. Uno es el de la nom inada medicina científica , generada por la civili­zación occidental, enriquecida por los avances de la ciencia del mismo paño, aprendida en medios académicos universi­tarios, practicada por profesionales cada vez m ás especiali­zados y cuyo ejercicio está legitimado y sancionado por or­denamientos legales y bajo la vigilancia de organismos es­tatales apropiados. El otro es el de la llam ada medicina po­pular por unos o tradicional por otros, que engloba las prác­ticas curativas de los grupos étnicos o mestizos rurales de rai­gambre indígena y las de los grupos urbanos y suburbanos calificados como “m arginales” , prácticas que se distinguen por el empirismo, la trasm isión oral de los acontecimientos a través de generaciones, las concepciones mágico-religiosas sobre la etiología y curación de las enfermedades, acordes con la cosmovisión y las tradiciones a quienes se atribuyen poderes extraordinarios y que aúnan el empleo de elementos naturales curativos (productos vegetales, minerales y ani­males) a la asistencia o intermediación de fuerzas sobrena­turales.

Ya algunos autores han señalado que no podemos cerrar los ojos a la coexistencia de esa medicina que a simple vista parece darse en universos diferenciados y opuestos, pero que a pesar de esa aparente separación se producen frecuentes imbricaciones o yuxtaposiciones que pueden ser origen de serios conflictos o en el menor caso, de ineficacia en los tra ­tamientos terapéuticos individuales o en program as de sa ­lud pública.1

Esta conciencia ha empujado a médicos y científicos so­ciales a emprender estudios interdisciplinarios en los que la aportación de sus respectivas ciencias se combine para enfocar el problema de la salud desde una perspectiva más amplia y se abandonen actitudes etnocéntricas, rígidas, li­m itadas y de rechazo hacia aquellos conceptos y prácticas que no concuerden con los de la medicina de la cultura do­m inante. De esta m anera, por una parte se ha desarrollado la antropología médica y por otra, la historia de la Medici­na, que tiene en México eminentes precursores, se h a revita- lizado pues se considera im portante estudiar no sólo las di­versas manifestaciones actuales sobre los conceptos y usos terapéuticos, sino que se tiene por necesario hurgar en el pa ­sado para conocer los caminos que han recorrido los distin­tos grupos sociales para resolver sus problemas de salud.

Ahora bien, la práctica médica occidental generó espe­cialistas entre ellos, al farmacéutico y su disciplina la F ar­macia, que alcanzó rango de carrera universitaria. En la ac­tualidad esta profesión y su ejercicio están reducidos a su mí­nim a expresión, sustituidos por químicos, biólogos y por la producción m asiva de fármacos; pero por siglos, el farmacéu­tico representó el enlace cultural entre las dos medicinas, ya que por un lado le era indispensable adquirir los conocimien­tos de la ciencia médica esencialmente europea, para elabo­ra r con estricta integridad las fórmulas oficinales y las m a­gistrales ordenadas por los médicos y por otro, su contacto directo con un público excedente en número al habitual de los consultorios, el lenguaje llano y coloquial, despojado de tecnicismos, que había de utilizar la dem anda constante de “remedios” de bajo costo, el aprendizaje forzoso de los nom­bres populares de algunas sustancias y medicamentos y, co­mo ellos mismos —los farmacéuticos— lo dijeron ya desde el

siglo xix, el “sustituir [con] las sustancias indígenas a las ec- sóticas (sic) y señalar con sus legítimos nombres las que hace mucho tiempo se despachan en las oficinas sin perjuicio al­guno de la práctica, como sucedáneos de otras que debían ve­nir del esterior {sic)”2 fueron los elementos que los colocaron en una posición intercultural.

Sin embargo, un predio casi olvidado por los historiado­res de la Medicina es el de la Farm acia cuyo desarrollo cien­tífico, económico, social y cultural ha corrido paralelo con el de los demás aspectos médicos y no como un agregado e- ventual sino como complemento sustancial en el quehacer curativo.

Esto me llevó a indagar sobre el tema que, considero, es parte incuestionable de la historia médica. Además, pienso que la historia de cualquier ciencia debe servir no sólo para entender su estado y problemática actuales y sus proyeccio­nes a futuro. Tampoco como mero rescate del pasado históri­co y cultural y menos para in tentar un retorno al pasado, sino tam bién p ara proponer alternativas recuperando con sentido crítico aquellos elementos que puedan ser refuncio- nalizados y que, previa actualización ofrezcan una utilidad real en un país como el nuestro, con pluralidad étnica y cul­tural. En el caso de la medicina esto me parece válido y apli­cable. En el campo de la Farm acia esto es bien claro; por ejem­plo: la fórmula m agistral permite la individualización de la medicina, pues componentes, dosis, vehículos y forma de ad­m inistración pueden variar a discreción del médico de acuer­do con las necesidades del paciente, por sus condiciones fí­sicas o por el grado de avance de su mal. Esto sin contar con las ventajas de un medicamento fresco, recién preparado, con un mínimo de conservadores o sin ellos y con un costo muy inferior al de los productos industriales.

Por todo lo expuesto, mi interés se centra en el tema de la Farm acia sin perjuicio de otros tópicos médicos que le son inseparables.

La etapa heurística de mi investigación me condujo a fuentes diferentes de las generales y tradicionales que son exclusivas de las oficinas de farm acia y que denomino^fuen- tes de rebotica”. Estas y aquellas se complementan: las gene­rales proporcionan datos específicos sobre la m ateria y las

particulares, como recogen una parte significativa de la prác­tica médica, enriquecen la información sobre la temática global.

En tal virtud, voy a dar una visión superficial y fragmen­taria, a m anera de bibliografía selecta, de las fuentes biblio- hemerográficas y orales, destacando las que tienen mayor significación por su valor testimonial o reconocido aprecio; posteriormente describiré las m encionadas arriba.

Quiero aclarar que me voy a restringir a las fuentes rela­cionadas con el proceso histórico de la Medicina con énfasis en la Farm acia como ciencia y en lo académico. O tras que son básicas para los aspectos económico y social que deben contemplarse necesariam ente desde el punto de vista de las ciencias sociales, no caben en esta ocasión, pero se tienen registradas.

En cuanto a universo espacial, el trabajo presente apun­ta a Michoacán, y dentro de este Estado a Morelia, que como sede de los poderes civiles y eclesiásticos desde la colonia tu­vo y m antiene una cierta preponderancia acrecentada por­que la vida académica colegial antaño, universitaria hoy, tiene también su centro en esta ciudad. Esto no quiere decir que no haya de tom ar en cuenta otras poblaciones pero hasta ahora, la búsqueda de m ateriales la he efectuado sólo en di­cha ciudad y es de tal m agnitud lo encontrado que me parece suficiente para presentar un bosquejo de las fuentes michoa- canas. Tampoco significa que no esté consciente de que otros Estados del país como Veracruz, Puebla, Jalisco, G uanajua­to, San Luis Potosí, Nuevo León y Yucatán por citar algunos, tuvieron un fuerte movimiento de médicos y farmacéuticos sobre todo a partir del siglo xixpero no se puede abarcar todo. Estoy convencida de que los estudios regionales pueden ser de gran utilidad y habría que comenzar por la región donde tuviera acceso a fuentes que generalmente son difíciles de consultar.

Al igual que para otras regiones de México y de América, encontramos en M ichoacán testimonios diversos y de valía que nos dejan conocer las prácticas médicas desde la época prehispánica h as ta nuestros días. Desde el siglo xvi, la Re­lación de Michoacán, la obra de Francisco Hernández, los diccionarios, los confesionarios, las Relaciones Geográficas,

las crónicas de religiosos y civiles y los documentos adm inis­trativos, eclesiásticos y del gobierno civil nos ofrecen datos sobre morbilidad, epidemias, herbolaria, prácticas curativas e instituciones hospitalarias.

Empero, en esta vez me voy a referir a las fuentes a partir del siglo xvm en v ista de que es en ese siglo cuando comienza a darse un m aterial más específico sobre medicina y farm a­cia y a partir de ese entonces hay información casi continua­da hasta el momento presente.

La agrupación que he hecho de las fuentes es un tanto heterodoxa, mas espero que el trabajo lo justifique y es la si­guiente:

1. Libros y folletos2. Publicaciones periódicas3. Archivos4. Fuentes de rebotica5. Fuentes orales

1. Libros y folletos.1.1. Bibliografías. Destaca por ser un intento muy temprano en nuestro medio, la Biblioteca Botánico-Mexicana escrita por el doctor michoacano Nicolás León a cuya obra histérico- antropológica he de referirme en su oportunidad. Fue publi­cada por el Instituto Médico Nacional como suplemento a la Materia Médica y es, como su propio autor explica, un “ca­tálogo bibliográfico, biográfico y crítico de autores y escri­tos referentes a vegetales de México y sus aplicaciones desde la conquista h as ta el presente”. Su edición data de 1895 y en ella encontramos mencionados varios autores michoacanos entre ellos, M artínez de Lejarza, Miguel Tena y M ariano de Jesús Torres que como León, dedicaron buena parte de sus afanes a los estudios botánicos.3

Otra bibliografía de carácter histórico general, es la de Jesús Romero Flores titulada Apuntes para una bibliografía geográfica e histórica de Michoacán que contiene datos so­bre archivos, obras impresas, memorias gubernamentales, publicaciones periódicas y cartas geográficas; entre sus pá­g inas hallam os múltiples referencias para la historia médi­ca del Estado. Se editó en México en 1932.

Un inventario bibliográfico que proporciona inform a­ción para Michoacán es la Bibliografía de la Materia Médi­ca Mexicana de Francisco Guerra en que da cuenta de “libros, monografías, folletos, tesis y artículos en revistas periódi­cas que se refieren a las propiedades medicinales de las dro­gas mexicanas” .5 Esta obra com plem éntalas anteriores por­que sus referencias llegan h as ta los años cuarenta del siglo presente. En las fichas sobre las tesis presentadas por médi­cos y farmacéuticos en la Universidad M ichoacana el sólo enunciado nos habla de las tendencias de sus autores y des­cubre un filón para los investigadores.

1.2 Obras históricas

Existen desde luego, obras generales de contenido amplio que tangencialmente tocan lo relacionado con la medicina.Un caso notable es el de José Guadalupe Romero que en su estudio histórico y estadístico sobre Michoacán, escrito en la mitad del siglo xix y publicado en 1860, proporciona'datos sobre cuestiones de salud pública como la existencia de hos­pitales en algunas ciudades y pueblos y la de calidades de agua de que se surten las poblaciones; cita las que tienen a- guas potables y hace un recuento de las fuentes termales de las que es rico Michoacán. M uestra su preocupación por las costumbres alim entarias y la producción anim al y vegetal; en veces se detiene a enum erar las enfermedades dom inan­tes en una región y otras ofrece noticias sobre vegetales me­dicinales y los nombres con que se conocen en la región. Al describir la llam ada “tierra caliente” que comprende una gran porción del sureste michoacano linde con Guerrero y h as ta la costa del Pacífico, no sólo menciona endemias y el alto grado de m ortalidad que se da en la zona sino aventura 1 reflexiones sobre sus causas, y además, describe la “multi­tud de palos, resinas y p lan tas medicinales sumam ente ex­quisitas” que allí se producen y “los usos comunes que el pue­blo hace de ellas para curar ciertas enferm edades”.7

De diferente tono pero abundante en noticias sobre el de­sarrollo de las ciencias médicas en el medio académico es el trabajo del doctor Ju lián Bonavit, Fragmentos de la Historia

del Colegio Primitivo y Nacional de San Nicolás de Hidalgo. Titulado de farmacéutico en 1891 y como médico cuatro años más tarde en el propio Colegio de San Nicolás, dedicó mucho de su tiempo a la investigación histórica y botánica, campos en los que destacó. La docencia fue también una de sus acti­vidades ya que durante varios años, desde los inicios de este siglo impartió clases a médicos y farmacéuticos; entre otras materias, tuvo a su cargo la enseñanza de la Química.8 La obra mencionada se publicó por entregas tanto en el Boletín de la Escuela de Jurisprudencia9 como en el de la Sociedad Michoacana de Geografía y E stadística10 y se imprimió por primera vez en un solo volumen en el año de 1910.11

Es pertinente ahora mencionar, siquiera con brevedad en obvio de tiempo y espacio, la obra histórico-médica de Ni­colás León, médico, botánico, antropólogo en la m ás amplia acepción del término, historiador, museógrafo, editor, biblió­filo y polígrafo. Su bibliografía consta de 745 títulos de los que 210 se relacionan con las ciencias antropológicas12 y de entre ellos, 58 pertenecen a la historiografía médica.13 De los que tra tan sobre Michoacán sobresalen: su tesis recepcional de Medicina que tituló Apuntes para la historia de la Medici­na en Michoacán, desde los tiempos precolombinos hasta 1875. Editada en Morelia en 1886 es continuada con sendos estudios sobre cirugía y obstetricia que abarcan el mismo pe­ríodo histórico y espacio geográfico. Dados a la luz ambos en 1887 son folletos cortos que en realidad complementan la pri­mera, por eso los citó aquí. De otras actividades de León re­lacionadas con la medicina hablaremos adelante.14

Cabe señalar que la producción histórico-médica de don Nicolás rebasó las fronteras de su estado na ta l y es de tal en­vergadura que se h a dicho que con ella, que parece tan corta en relación con el número tan copioso de sus trabajos “tuvo suficiente para convertirse en el iniciador indiscutible de la especialidad histórico médica de México y nadie podrá inter­narse en estudios de ese tema sin partir de él o tropezar con él”.15

Sin embargo, en algunas de sus obras que tra tan de cu­brir el ámbito nacional, aunque da preponderancia a los acon­tece res de la ciudad de México no olvida m encionar—provin­ciano al fin— los rasgos sobresalientes en los estados del in ­

terior y en lo que atañe a los grupos étincos que toca, menu­dean las referencias históricas de las épocas precortesiana y colonial así como las etnográficas sacadas de sus observa­ciones personales.16

Como editor alentó y buscó financiam ientos para publi­car fuentes de primer orden por ejemplo, la que sobre herbo­laria recopilara Fr. Francisco Ximénez. De lo que interesa concretamente en este trabajo hablaré m ás tarde.

No se puede pasar por alto la Historia de la Medicina en México publicada en 1886 por el profesor en Farm acia F ran ­cisco de Asís Flores y Troncoso. E sta historia cuya validez h a sido puesta en tela de juicio, h a merecido una edición fac- similar reciente que lo sitúa dentro de la historiografía mé­dica m exicana como un clásico mediante una serie de análi­sis críticos pero serios y objetivos.17 Me interesa señalar dos rasgos de Flores que son escasos o inexistentes en otros his­toriadores de la Medicina. Uno, compartido con León, es su interés por incluir todos los datos que puede sobre la provin­cia mexicana y que le parecen señalados para su tema y el otro es la importancia, el peso específico según su propia ex­presión.18

Ya en nuestros días se h an publicado algunos estudios de carácter histórico médico; de entre ellos elegí un corto pero sustancioso trabajo de Rafael A lcántar Nieto, moreliano, médico y maestro en la Universidad M ichoacana, denomi­nado La Medicina en Morelia. Como es natural, abreva en las fuentes pretéritas algunas ya citadas, pero agrega noti­cias recientes extraídas de sus propias vivencias. H ay que decir que A lcántar otorga tam bién atención a la Farm acia y al hacer la nóm ina de profesionistas, incluye algunos far­macéuticos. Uno de los temas centrales del trabajo es el avan ­ce académico de las ciencias médicas.19

1.3. Diccionarios

En este apartado voy a considerar aquellas pequeñas enci­clopedias que son catálogos de noticias, biografías y mono­grafías sobre una entidad geográfica. Los diccionarios de las lenguas indígenas que se hablaron y hab lan en M ichoacán (purépecha, m atlatzinca, nahuatl, otomí y m azahua) no los tomo en cuenta ahora porque en el lapso que abarca mi inves­

tigación no se produjo ninguno de relieve salvo el de Pablo Velázquez, antropólogo purépecha que presenta algunos pro­blemas.20

A partir del siglo xix, tan to en la capital de la República como en a lgunas ciudades provinciales se comenzaron a ela­borar estos catálogos que hoy son fuentes inestimables. De cobertura nacional, está por ejemplo la obra colectiva enca­bezada por Lucas A lamán: Diccionario Universal de Histo­ria y Geografía que en sus diez volúmenes incluye variados tópicos entre otros, epidemias y producción vegetal. Su pu­blicación se hizo entre los años de 1853 y 1856.

A principios de este siglo se publica en M ichoacán una obra escrita, im presa y encuadernada por su propio autor, M ariano de Jesús Torres; se titu la Diccionario Histórico, Biográfico, Geográfico, Estadístico, Zoológico, Botánico y Mineralógico de Michoacán . Los tres volúmenes que lo com­ponen salieron de su im prenta particular en 1905, 1912 y 1915 uno a uno. Pronto se convirtió en una rareza bibliográ­fica pues sólo se term inaron 25 ejemplares de la obra com­pleta.21 B asta el título para darse cuenta del contenido. Por otra parte, es la primera de su género en M ichoacán y a pesar de los años m antiene su vigencia. A mediados de este siglo, Romero Flores, con base en el Diccionario de Torres, escri­bió uno, actualizando la información. Allí encontramos bio­grafías breves de profesionistas connotados y entre ellos, médicos y farmacéuticos.22

1.4. Memorias gubernamentales

Desde el siglo xix, una de las fuentes, sin duda indispensa­bles para el historiador, son los informes y memorias que los ejecutivos federales y estatales así como los titulares de mi­nisterios de cada ramo, presentan cada año. P ara este mo­mento son de especial estimación las que surgen en Michoa­cán. Como sería imposible in ten tar una descripción de estas memorias en lo particular, haré un comentario general sobre las que he revisado. Los ramos que competen a nuestro tema son en especial el de Instrucción Pública y el de Salubridad. En sus páginas se hallan recogidas las acciones que el go­bierno esta tal (a veces se comenta la actividad municipal) llevó a efecto en el tiempo que motiva tales informes, sobre

la creación y modificación de los planteles educativos del Es­tado y por ende, de aquellos en los que se hacen los estudios de medicina, farm acia y obstetricia. Ofrecen datos sobre las cátedras, los titulares de las mismas, los libros de texto, los elementos didácticos y h as ta de los requerimientos p ara ob­tener el grado profesional.

En lo que toca a Salubridad pública allí se describen los organismos que han existido a lo largo del tiempo para nor­m ar y vigilar lo relativo a la salud pública, las atribuciones que tienen y la m anera como h an de cumplir su cometido. Es­tán también los códigos sanitarios que expiden. Asimismo, hay informes sobre las epidemias y epizootias que se presen­tan y de las medidas preventivas y curativas que se toman.

En ocasiones, se encuentran informes estadísticos que infortunadam ente no tienen continuidad pero que son valio­sos de por sí. Por ejemplo, para 1850, la Memoria respectiva incluye un cuadro, aunque parcial, muy ilustrativo de las “enfermedades de que murieron las cinco mil cuatrocientas trein ta y cuatro personas que menciona esta noticia”. Cu­riosamente, entre las “enfermedades” cuenta asesinados, heridos, fusilados, ahogados, muertos por caídas y de vejez o hambre. Proporciona una lista de m ás de cincuenta pade­cimientos en 14 municipalidades24 de las setenta y pico que deben haber existido para esas fechas.25 No sorprende que los males que causan m ás m ortalidad son las gastrointesti­nales, las fiebres, la hidropesía, las afecciones bronquiales y aunque no especifica de que* se tra ta , se entiende que hay problemas perinatales.26

Otro caso ejemplar en el estudio de Francisco Pérez Gil, abogado moreliano y secretario de gobierno, que aparece en la Memoria de 1885. En ella, inserta un cuadro de “Datos es­tadísticos sobre la Geografía Médica de las poblaciones que tienen el carácter de cabeceras de M unicipalidad en el E sta ­do”. Esta recopilación es tan abundante y variada en datos que en mi concepto, entra en la categoría de las llam adas “Re­laciones Geográficas” o “Relaciones económicas” . Con un enfoque orientado hacia lo médico, lo sobrepasa y tra ta cues­tiones económicas, de recursos naturales, étnicos, lingüísti­cos, climáticos y edafológicos, adem ás de los de medicina. En lo relativo a esto, se pueden señalar los siguientes: Fuen­

tes de agua y su calidad, alimentación habitual, enfermeda­des más frecuentes en verano y en invierno, males que cau­san mayor mortalidad, aquellas que son causadas por ani­males y cuáles son éstos, plagas que aquejan a p lantas y animales y epidemias de que se tiene noticia.27 Llama la a- tención una nota final que aclara la posible existencia de errores por la forma de obtención de los datos pero que “más tarde se pefeccionará”.

1.5. Disposiciones legales

En este rubro entran para la etapa colonial, como es obvio, todas aquellas disposiciones que dictaron la corona y sus oficiales en torno al Protomedicato en virtud del control que sobre la enseñanza y práctica de la medicina (incluida la far­macia) tuvo este organismo en todo nuestro territorio. La re­visión de cedularios y recopilaciones es obligada. Lo propio ocurre con cédulas y ordenanzas que no se h an incluido en aquellas colecciones. Un ejemplo representativo es el de la cédula y ordenanzas “form adas para el régimen y gobierno de la Facultad de F arm acia,, de 1800 y las que le siguieron en 1804.28 En la portada de las primeras se “declara la autori­dad de la Ju n ta Superior Gubernativa en todos los dominios de S.M., el método de estudios que han de seguir los que se de­diquen a esta Ciencia y prerrogativas que se conceden.” La Cédula inicial explica la resolución real de extinguir el Tri­bunal del Protomedicato en 1799 y que siendo la Farm acia tan im portante como la Medicina y la Cirugía, debía recibir “un nuevo orden m ás sólido que el que había tenido h as ta en­tonces”.29

No hay muchos datos para afirm ar su aplicación en Mé­xico, máxime que m ientras no haya afirmación en contrario, se sabe que aquí se extinguió el Protomedicato has ta por los años 1830-31 si bien tuvo algunas suspensiones temporales.30 De cualquier modo, el hallarse insertos entre papeles del tri­bunal médico novo hispano permite presumir que quizá “se acataron pero no se cumplieron” y ahora sirven como testi­monio histórico de lo que en aquel momento se dispuso y # \ pensamiento que animó la formación de tales preceptos.

Después de la independencia, M ichoacán creó sus pro­

pios organismos de gobierno, legislación, justicia y adm inis­tración y consecuentemente, ha expedido todo tipo de dispo­siciones norm ativas incluyendo las que regulan las institu ­ciones que tienen que ver con la medicina.

Como en muchos otros estados, aquí se cuenta con co­lecciones de leyes, decretos, reglamentos y circulares. Hay una im presa que llega casi al medio centenar de tomos y que recoge documentos desde que Michoacán se constituyó en Estado.31 Tan vasto m aterial no permite en este momento un análisis por somero que fuera y además, este material es­tá m ás bien conectado con el aspecto jurídico que no deja de ser útil porque dentro de algunos reglamentos particulares hay elementos valiosos para nosotros. Por ejemplo, los peti­torios o listas que acom pañan a los reglamentos de boticas, droguerías y botiquines. En estas listas se describen todos los géneros y utensilios de que deben constar dichos estable­cimientos. Se sabe que estos petitorios datan de siglos32 pero los que he manejado son de los inicios del presente.33 Por ex­periencia sé que a medida que avanzó la usanza de las medi­cinas de patente, el cumplimiento de tales petitorios pasó a ser un mero requisito formal pero para principios del siglo seguramente funcionaban.

1.6. Folletos

De este tipo de fuentes, como es bien conocido por los histo­riadores, hay un gran número. Por tanto, citaré unos cuantos que merecen especial atención.

En 1868 el profesor farmacéutico Atanasio Mier fundó su farm acia en Morelia. Hombre inquieto, ilustrado y em­prendedor publicó, con la colaboración de Nicolás León, va­rios Almanaques que hoy tienen un gran valor histórico.

Algunos autores indican que estos A lm anaques se edi­taron de 1882 a 1886, uno por año.34 Sin embargo, he podido examinar un ejemplar correspondiente a 1873 por consiguien­te son m ás tempranos; tampoco es posible saber el número exacto ni las fechas correspondientes a todos estos folletos.

De cualquier modo, son dignos de atención porque amén de anuncios comerciales, en sus páginas se encuentran ca­lendarios con santoral, noticias astronómicas, efemérides,

notas humorísticas, artículos de botánica, etc. Son muy apre- ciables las menciones a las fórmulas que el propio Mier pre­paraba y popularizó como el Elixir de Coca, el de Coca y Qui­na , el de Citro-lactato de fierro, el Vinagre Aromático para el tocador, la crema blanqueadora Toalla de Venus, las pas­tillas de Pepsina y Carbón medicinal de Belloc, las de Santo- nina, las del Serrallo (aromatizantes), el jarabe de Hipofosfi- to de Cal, etc., etc. De algunos productos daba una explica­ción extensa sobre sus propiedades y forma de adm inistra­ción.35 Estos artículos sobre sus especialidades farmacéuti­cas recuerdan mucho los que sobre tales asuntos publicó Bar- tolache en su Mercurio Volante.

No puedo dejar en el tintero una mención a las reflexio­nes que hace Mier sobre esas especialidades y las razones que lo im pulsaron a prepararlas. “Con tal nombre —dice— se conocen hoy multitud de medicamentos que afectan todas las formas conocidas en farmacia, y todas las cuales tienen por base sustancias que la ciencia ha introducido reciente­mente en el arte de curar o que han sido empleadas de mucho tiempo atrás... [y] tienen la ventaja incontestable de presen­ta r al paciente la medicina bajo un aspecto agradable... con lo cual se ayuda a vencer la repugnancia. El comercio extran ­jero saca gran partido de tales artículos y nos absorbe en cambio de ellos grandes sumas, pues su precio es siempre elevado”. Enseguida argum enta que no se tra ta de prepara­ciones exclusivas y que basta conocer las sustancias básicas, su uso y dosis para prepararlas por lo que se decide a entrar en la competencia pese a que, afirma, “grande es el número de personas que están dispuestas a aceptar solamente... todo lo que lleva un nombre extranjero” mas confia en encontrar el apoyo de algunos y ser motivo de estímulo para sus “com­profesores de todo el país, entre los cuales hay muchos colo­cados a la altura de los adelantos de las ciencias médicas” a fin de que hagan lo mismo y así “eviten en lo posible la expor­tación de la riqueza nacional”.36

De tono diferente pero no menos interesante es el Calen­dario Botánico que el doctor michoacano Miguel Tena escri­be en 1882 y publica al año siguiente.37 En su trabajo, el au ­tor da cuenta de su experiencia tan positiva en el uso de las

plantas medicinales en su ejercicio profesional en diversos hospitales de la ciudad de México allá por la m itad del siglo pasado, incluso, durante la epidemia de tifo para la que no da fecha pero que debió ser la de 1861.a8 Más tarde, reitera lo dicho, cuando en plena guerra de intervención francesa, sirvió en los hospitales establecidos para curar a los heridos de la batalla del 5 de mayo y a los atacados de tifo y tifoidea en varias localidades del Estado poblano.39 Al pasar a las fi­las del Ejército del Centro, observa que “la mayor parte de las p lantas medicinales se encuentran en los feraces distri­tos del Sur de M ichoacán”.40 En esas tierras, establece con­tacto con otros estudiosos de la botánica: F. López Páram o y Crescencio García (a quien me referiré después) y elabora un primer trabajo que se publica en el Boletín del Ministerio de Fomento del cual no da mayor información. Inconforme, lo modifica y el resultado final es su Calendario Botánico de Michoacán en el que, con base en la clasificación de Richard, hace un recuento, mes tras mes, de “algunas de las p lantas cuya floración comienza, de las que llegan a su máximum, de otras en que persiste y aquellas en que decrece, conteniendo la sinonimia alfabética vulgar y nombre científico, lugar de observación ó procedencia y propiedades ó usos más conoci­dos” .41 Su investigación sobrepasa el centenar y medio de p lan tas estudiadas.

Ya arriba mencionamos a Cresencio García, médico, ja- liciense de origen y michoacano por adopción. Sirvió tam ­bién en las fuerzas republicanas durante la intervención francesa e hizo investigaciones sobre temas muy diversos: de historia, geografía, mineralogía, nutrición y botánica. En este apartado cito uno de ellos que nos concierne directamen­te: Fragmentos para la materia médica mexicana. Escrito en 1859 permaneció inédito h as ta hace dos años y aunque fue publicado en una revista periódica, lo incluí en este apar­tado porque se le da la categoría de fuente documental y cons­tituye en sí un folleto.42 En estos Fragmentos que segura­mente eran los prolegómenos de un trabajo mayor, estudia p lan tas medicinales de las que da su clasificación científica y en algunos casos, su nombre en náhuatl y én purépecha. En el prólogo expresa su acendrado nacionalismo pues está con­vencido de que México tiene una riqueza tal de productos me­

dicinales que “n inguna droga exótica necesitamos” pero en­seguida se duele de que no se hagan investigaciones al respecto sobre todo por el cuerpo médico. Concibe a la natu ­raleza como a “la mejor m aestra que se conoce” y habla de las prácticas de la “medicina popular” anotando que quizá por el “uso desarreglado y esencialmente empírico de que se valen los que ocurren a semejantes remedios”, son mal vis­tos por algunos médicos quienes, reitera, han descuidado es­te ramo y por lo mismo “no conocen multitud de venenos y contravenenos que a primera vista distinguen las gentes del campo” de lo que concluye que “siempre deben exam inarse las sustancias que sirven en la medicina popular, principal­mente de las que usan los campesinos e indígenas que cono­cen m uchísimas de eficaz virtud y energía”; en consecuen­cia, se decide a “inaugurar el estudio de nuestra materia mé­dica aunque sea mediante este pequeño y mal bosquejado trabajo” esperando que otros continúen esta labor.13

El Protomedicato de Michoacán, de vida un tanto efíme­ra ya que sólo funcionó de febrero de 1827 a mayo de 1834, produjo en el año de 30 un folleto sumamente curioso sobre un método “vulgar y fácil” para curar las viruelas, con oca­sión de una epidemia que en ese entonces asoló a la pobla­ción. Apenas diez años después, fue reimpreso probablemen­te por la Facultad Médica que había sustituido aquel orga­nismo.41 En él se pretende ilustrar a los habitantes carentes de información, sobre los tipos de viruela: “discretas o benig­n a s” y “confluentes o m alignas”; los pronósticos individua­les y generales en el caso de las malignas; los medios preven­tivos: higiene personal y habitacional así como los métodos curativos entre los que se incluyen dietas, medicamentos, aplicación de cataplasm as, sanguijuelas y enemas.45

2. Publicaciones periódicas

Michoacán tiene una larga tradición periodística y las pági­nas de sus publicaciones contienen anuncios, avisos, noti­cias y artículos que nos ponen al tanto de los avances de la medicina. Ante la imposibilidad de hacer una relación de los periódicos sin caer en graves omisiones, remito a la biblio­grafía de Romero Flores arriba citada que recoge la produc­

ción estatal y a la nómina que, restringida a Morelia, publica Arreóla Cortés en su monografía de la capital m ichoacana.46

En cuanto a revistas de interés médico concreto, sobre­salen algunas como el Monitor Médico-Farmacéutico e In ­dustrial que estuvo “destinado a promover los intereses mo­rales, científicos y materiales del Cuerpo Médico Farm acéu­tico e Industrial y los particulares de la casa A tanasio Mier que lo publica”. Sólo se hicieron doce números, uno cada mes, de enero a diciembre de 1887 y por folletín del mismo se anexó la Historia de la Medicina, Cirugía y Obstetricia de Michoa­cán... de Nicolás León quien escribió para El Monitor varios artículos de botánica y farmacología.47 No conozco todavía ningún ejemplar pero me parece que la mención de él es nece­saria en este trabajo.

O tras revistas son: la Revista Médica, publicada a partir de 1921 como órgano de profesores y alumnos de la Facultad de Medicina de la Universidad de M ichoacán;48 Facultad de Medicina de 1958, revista conmemorativa de aniversa­rio49 y la Revista de Ciencias Naturales editada por la misma Facultad.50

Entre las publicaciones periódicas de carácter general, se significan los Anales del Museo Michoacano y los Bole­tines de la Sociedad Michoacana de Geografía y Estadística.

Los primeros h an tenido dos épocas. Es Nicolás León quien los inicia en su papel de director del Museo y ésta épo­ca llena los años 1888 a 1891. Por supuesto, él escribió buena parte de sus artículos. En la actualidad son estimados como una rareza bibliográfica pues aunque hay una edición facsi- m ilar reciente*» ésta excluye los artículos sobre ciencias n a ­turales.51 La segunda época, iniciada en 1939 y cuyo último número vio la luz en 1975, tuvo varias interrupciones ya que los volúmenes son ocho nada m ás.51 Estos aportan menos datos para nuestro tem a que los primeros.

Los Boletines de la Sociedad M ichoacana de Geografía y Estadística tienen una vida tan corta como su organismo creador: de 1905 a 1912. Desde que se fundó la Sociedad se inició la publicación de estos boletines que conformaron ocho volúmenes. Sería interm inable hab lar de la riqueza que en términos de historia y geografía m ichoacanas tienen sus pá­ginas. Me conformaré con algunas muestras.

Es notable por ejemplo, la mónografía de Ramón Sán­chez sobre el Distrito de Jiquilpan en la que incluye las p lan ­tas medicinales de aquella región, de las cuales da su nomen­clatura científica y sus aplicaciones.53

Otro es un artículo en dos partes de Cresencio García —ya citado—, reproducido de otra publicación y que tra ta de las producciones naturales de la región limítrofe entre J a ­lisco y Michoacán. En él hace un inventario de vegetales y los agrupa como: “p lan tas sacarinas”, “p lan tas textiles o fi­lam entosas”, “plan tas aniláceas o feculáceas” , “plantas sa- pánicas que sirven para lavar”, “p lantas oleosas” y “plantas curtientes”. Hace tam bién una serie de consideraciones so­bre el aprovechamiento de dichas p lan tas.54

A lo largo de varios volúmenes y a m anera de notas bre­ves, anónimas, se encuentr£uun estudio sobre la producción vegetal denominado “Carpología M ichoacana”.

Uno más, excelente por su amplitud e integridad, es el del médico moreliano Manuel Martínez Solórzano. Sucesor de León en la dirección del Museo Michoacano y maestro en San Nicolás, se nos revela como un conocedor de la vulcano- logía y mineralogía del Estado pero m ás que nada como un acucioso botánico. Con esas arm as científicas se dedicó a clasificar y acrecentar las colecciones de Historia N atural que resguardaba el Museo. Así formula, entre otros, este tra ­bajo a que me refiero que es un inventario de las p lan tas in ­dígenas más comunes en el Municipio de Morelia y en otras porciones del Estado que se conservaban en el Herbario del multicitado Museo. Allí encontramos los nombres vulgares, los científicos, el clima y la altitud en que se producen, su abundancia o escasez, su taxonom ía por familias y en oca­siones su uso.55

3. Archivos

Todo investigador que haya penetrado en los archivos sabe de sobra que son repositorios de una m agnitud imponderable por su cuantía y valor histórico.

En beneficio de la cortedad de este trabajo es necesario hacer restricciones. Por ello, voy a referirme nada m ás a los archivos michoacanos m ás im portantes y entre ellos a uno en especial.

De los archivos de Michoacán nos tienen cuenta aquellos que aunque generales, tienen información específica para nuestro interés. Los principales son: el del Poder Legislati­vo, el de Notarías, el del Poder Judicial y los que controlan los Municipios como el de Morelia, Pátzcuaro, T lalpujahua, Zamora, etc., en el ámbito civil. En el académico, la Universi­dad M ichoacana cuenta con un archivo que nos interesa di­rectamente, pues allí están los «mejores informes sobre las carreras profesionales de medicina y farm acia y quienes las estudiaron.

Ahora bien, entre los archivos eclesiásticos hay uno que tiene la documentación del antiguo Obispado de Michoa­cán y que se halla resguardado en la C asa de Morelos de Mo­relia. Sus papeles más añejos da tan del siglo xviy los m ás re­cientes son del siglo xix. Entre sus legajos, que son cientos, hay múltiples referencias a la medicina pero hay uno en es­pecial, pródigo en datos que nos descubre un siglo de la his­toria del Hospital Real de San José, mejor conocido como el de San Ju an de Dios y de su botica que sin duda era, si no la única que pudiera concebirse como tal (con todos aperos y sustancias), sí la mejor y m ás grande, pues surtía no sólo al Hospital sino a las instituciones educativas y conventuales de la otrora Valladolid. Tengo además, ciertas sospechas de que estaba abierta al público en general pero no puedo afir­marlo.

El Hospital fue anterior al siglo xviii y en los inicios de éste se trasladó, de un edificio inadecuado e insuficiente, a la casa que iba a ser palacio episcopal de Ju an Ortega y Mon- tañez quien lo cedió para el efecto.56 Quedó bajo la autori­dad del obispo y cabildo eclesiástico y al cuidado inmediato de los padres juaninos, según se desprende de varios docu­mentos.57

Carezco de información por el momento sobre la existen­cia de una botica o siquiera un botiquín para cubrir las ne­cesidades del Hospital antes de 1720 porque para esa fecha, hay un documento que es una “Memoria de las Medicinas y demás géneros que tengo remitidos al R.P. Fr. Ju an de Dios Arévalo, Prior en su Convento de el Sr. San Ju a n de Dios de la ciudad de Valladolid, para componer y surtir la botica que en dicho Convento y Hospital se pone...” (subrayado mío).

En él se detallan prolijamente los enseres, instrumentos, bo- támenes, libros de consulta y productos medicamentosos de todo tipo con la cantidad surtida y el costo de cada cosa. Des­pués de esta Memoria, la documentación se continúa con piezas similares que hoy llam aríam os facturas o notas de re­mesa que no en hilo regular sino con algunas interrupciones va llenando el siglo h as ta llegar a otro documento m ás fecun­do en datos que es el correspondiente a una visita practicada a la botica en 1802 por orden virreynal.58

Como es fácil colegir, la información es de primera. A lo largo de estos documentos podemos reconstruir: a) qué tipo de instrum ental y enseres se usaban: alambiques, cazos y “cazetas” de cobre, embudos, almireces de cobre, prensas de palanca, medidas, espátulas de bronces y de latón, chocola­teras, balanzas grandes con marcos de cuatro, ocho y doce libras, balanzas con marcos de Avila, granuarios de plata, tamices de todas trituraciones, etc.; b) recipientes como va­lencianas, cuarterones, xarosperas, dadillos de vidrio para aceites, botes de lata, botes cordialeros, cajitas, botellas, bo­tas, botijas y bolsas; c) libros de consulta entre los que se men­cionan la Farmacopea de Palazios (s¿c), la Valentina, la de Pierola, la Clásica (sic), el libro farmacéutico de Puente, el Dioscórides, un formulario del que no se menciona autor y un Curso Químico y d) las sustancias y los preparados. En este punto es ta l la cantidad, que resulta imposible in ten tar si­quiera una selección. Sólo quiero apuntar algunas cuestio­nes sobresalientes. En primer lugar que se percibe claram en­te la influencia de las Farmacopeas españolas en la m anera de agrupar los productos para su orden y uso: gomas, raíces, flores, frutos, simientes, polvos, minerales, partes de an im a­les, piedras preciosas, harinas, etc., b) que muchos de los nom­bres de las sustancias que aparecen en los documentos, son recogidos por las farmacopeas mexicanas del xix y forman parte ahora del patrimonio popular, por ejemplo: los polvos Juanes,60 el aceite de alacranes llamado tam bién de escor­piones, Matiolo y de San Aparicio61 la piedra infernal,62 el álcali,63 el agua fuerte,64 el ungüento del soldado65 y otros más; y c) que desde el documento m ás tem prano podemos en­contrar los precursores directos de las especialidades farm a­

céuticas que hoy conocemos, tales como: píldoras, ungüentos, trociscos, jarabes, infusiones, bálsamos y vinos.

Cabe hacer hincapié en que estas notas de remesa y el in ­ventario de la visita, tienen un alto grado de confiabilidad pues no hay n inguna razón para distorsionar la información como en otros casos en que la subjetividad del que escribe cuenta mucho. En este caso, si una sustancia aparece remi­tida una y otra vez no hay duda de su uso constante.

4. Fuentes de rebotica

Las llamo así porque tomo en cuenta tanto los instrumentos, enseres y libros propios de las oficinas de farm acia que reci­ben el nombre de rebotica, como de los documentos que en ellas se generan: los libros copiadores.

Se dirá que los documentos citados arriba form an parte de este rubro pero quiero distinguir unos y otros porque aque­llos pertenecen a otro repositorio y tienen otro contexto. Aquí quiero contemplar todo lo que ha llegado has ta nuestros días; los objetos y escritos impresos y manuscritos, algunos en completo desuso, otros de utilidad y consulta esporádica y los que prestan todavía un servicio cotidiano, que están “vi­vos”.

Se cuenta con m aterial que proviene de las dos farm a­cias más antiguas de Morelia que perviven aún. Estas son la Farm acia Mier (a la que ya mencioné arriba) y la F arm a­cia y Droguería La Popular. La Farm acia Mier66 mantuvo su rebotica desde el año de su fundación (1868) h as ta 1981, sin cambios notables ni siquiera en el mobiliario y la decoración. Su acervo fue en aumento a medida que hubo avances en la ciencia y la tecnología, de tal m anera que a los instrum en­tos que hallam os para el siglo XVIII, se agregaron otros co­mo guillotinas para m aterias duras vegetales o animales, li- xiviadores, tamices elaborados con materiales modernos, es­feras pildoreras de metal y carey, prensas selladoras de obleas de diferentes medidas, etc. De algunos objetos es posible co­nocer su m arca y país de origen. Los botámenes de porcelana y cristal, más ligados hoy al mercado de an tiguallas artísti­cas, aportan lo suyo pues tienen los nombres de las sustan ­cias que guardaron durante largo tiempo. Algunos frascos y

botes tienen productos por demás raros en nuestros días co­mo cantáridas y polvos de cuerno de ciervo.

Por desgracia, un infortunado incidente obligó a sus ac­tuales dueñas, las profesoras en Farm acia Ma. de la Paz y Socorro Chávez a m udarse de local y hacer cambios sustan ­ciales en las instalaciones.67 Con ello se perdió un testimo­nio histórico invaluable pues todos los objetos mencionados se embodegaron. En cuanto a la práctica profesional, ésta continúa pues las citadas farmacéuticas siguen haciendo preparaciones magistrales.

E n cuanto a la Droguería y Farm acia La Popular, fue fundada por el profesor en Farm acia y maestro universita­rio Porfirio M artínez Morales en 1911. Su tradición profe­sional la sostiene hoy día la Q.F.B. Ma. Luisa Martínez Pe- ñaloza.

El m aterial bibliográfico exam inado pertenece a las li­brerías de am bas boticas. El acervo de la Mier es m ás num e­roso en razón de su antigüedad.

Ante la imposibilidad de presentar siquiera una lista de títulos y autores me limitaré a describir en líneas generales estas fuentes bibliográficas.

Mencionaré primero las obras mexicanas y posterior­mente hablaré de las extranjeras.

Entre las m exicanas se hallan, desde luego, las farm a­copeas desde la primera, editada en 1846 por la Academia Farmacéutica. A esta edición le siguieron cuatro, la últim a de 1925. Más tarde, en 1930, surge la Farm acopea Nacional cuya cuarta y últim a edición es de 1971. Un análisis de las farmacopeas basta ría para hacer toda una investigación de años quizá. No obstante, quiero señalar algunos puntos de especial interés. Desde la primera, se expresan muchos nombres populares de medicamentos y la nom enclatura n á ­huatl de las p lan tas nativas de México. A partir de la segun­da, este tipo de información se enriquece, pues adem ás del náhuatl, se recogen nombres en m aya, otomí, tarasco, toto- naco y unos cuantos en zapoteco. Las fórmulas que contie­nen estas prim eras farmacopeas son tam bién un gran apo­yo para estudios comparativos, por ejemplo, con las que lle­nan los libros copiadores que tra taré adelante.

Otros libros mexicanos muy ilustrativos son: la Farma­

cia Galénica de J. Manuel Noriega, autor tam bién de aque­lla extraordinaria Historia de Drogas, fam osa a principios de este siglo, el “Noriega” como se conocía en el medio estu­diantil, sirvió como texto a varias generaciones de médicos y farmacéuticos y todavía presta utilidad en las boticas; el Diccionario de sinónimos químicos, farmacéuticos y botá­nicos elaborado por el profesor farmacéutico poblano Ma­nuel Ibáñez en 1925 y uno que todavía “saca del atolladero” a quienes practican la Farm acia, es el M anual del Farma­céutico o breve formulario de lo más indispensable para el servicio de una botica escrito por Agustín Guerrero y que lleva 112 años de vigencia.

Los libros extranjeros están representados por obras es­pañolas, traducciones hechas tam bién jpor españoles, y fran ­cesas. Entre las prim eras existe un ejemplar de la Farmaco­pea Matritense de 1823 que adem ás de su valía como fuente, es una joya bibliográfica; o tra muy reciente, es la del farm a­céutico J.F. de Casadevante, Nuevas Prácticas de Farmacia que es un m anual de farmacotecnia editada en Madrid en 1934. De las traducciones, destacan la de la Medicamenta, ita liana en su versión original que fue traducida y adiciona­da por varios profesores españoles, la prim era edición hispa­n a se hizo en 1917 y en M ichoacán fue oficial en 1925;68 una m ás es la traducción del libro de Francois Dorvault cuyo tí­tulo original en francés es L ’ Officine ou Repertoire de Phar- macie Practique.

Los Textos en francés son incontables y hay muchos tra ­ducidos al español. Se tra ta de formularios anuarios y cursos de química.

Los libros copiadores pertenecen exclusivamente a la Farm acia Popular. Como se sabe, son los volúmenes en b lan ­co que se van llenando día tras día con las copias de las rece­ta s m agistrales preparadas en una oficina de farm acia. Los que están a mi acceso, llenan 71 años de esa tarea, desde la fecha de apertura del establecimiento h a s ta hoy día porque también allí se mantiene ese trabajo profesional. El número de recetas copiadas es im presionante pero no quiero mencio­narlo en virtud de que, como es natural, hay muchas repeti­das y es necesario hacer una estimación de las que no están duplicadas. De momento sólo puedo señalar algunos datos

que ofrecen para la historia de la medicina, a saber: sustan ­cias usadas, diversas fórmulas en las que entran en composi­ción, su origen (natural o químico), diferentes formas farm a­céuticas y las que h an desaparecido, se h an modificado o han surgido, introducción de algunos productos de patente en la composición de fórmulas, conservadores y excipientes, dosificación, y en otro orden de ideas, se pueden hacer nó­m inas de médicos y estudios económicos ya que cada receta copiada lleva anexo su precio. Es posible, quizá, inferir usos terapéuticos, endemias y epidemias.

Considero que el valor de esta fuente radica tanto en su confiabilidad —sim ilar a la señalada para los documentos del hospital de juaninos— como en su continuidad de tantos años y que día a día se va enriqueciendo.

5. Fuentes orales

Desde hace varios años, las técnicas antroplógicas p a ra re­cabar la tradición oral h a n sido tom adas por otras discipli­nas sociales, entre ellas la historia, como una técnica eficaz para recuperar información que no está escrita y que de no registrarse se pierde irremisiblemente.

En el caso que hoy nos ocupa hay una tradición que ha pasado a través de generaciones: las expresiones populares para designar algunas enfermedades y muchos medicamen­tos. En mi opinión, los farmacéuticos, por las razones expre­sadas en los primeros párrafos de este trabajo, fueron los de­positarios durante mucho tiempo de esa fracción de la cultu ra popular. Ellos, además, la h a n transm itido de padres a h i­jos y de maestros a ayudantes en sus boticas. Cierto es que algunas aparecen en documentos y en farmacopeas, como ya dije. Sin embargo, es parte de la cultura viva y como tal, evo­luciona, cam bia y desaparece. H asta donde he podido inves­tigar, no existe un trabajo sistemático de esta fuente oral, por lo menos para Michoacán, pero estoy convencida que debe incluirse en la historia de la Medicina.

NOTAS

1. Vid., por ejemplo; Aguirre Beltrán, Gonzalo, Medicina y magia, MéxicoI.N .1 .1980; del mismo autor, Programas de salud en la situación inter­cultural, México, IMSS, y Anzures y Bolaños, Ma. del Carmen, La me­

dicina tradicional en México: proceso histórico, sincretismos y conflic­tos. Tesis de la Escuela Nacional de Antropología e Historia, México, 1976; de la misma autora, La medicina tradicional mexicana, México, D.F. E. I., 1981.

2. En el Prólogo a la Farmacopea Mexicana , formada y publicada por la academia farmacéutica de la capital de la República, México, Imp. a cargo de Manuel N. de la Vega, 1846.

3. León, Nicolás, Biblioteca Botánica-Mexicana, México, Oficina tip. de la Secretaría de Fomento, 1895.

4. Romero Flores, Jesús, Apuntes para una bibliografía geográfica e his­tórica de Michoacán, México, Secretaría de Relaciones Exteriores, 1932, Serie monografías Bibliográficas Mexicanas, núm. 25.

5. Guerra, Francisco, Bibliografía de la materia Médico Mexicana, Méxi­co, La Prensa Médica Mexicana, 1950.

6. Romero, José Guadalupe, Noticias para form arla historia y estadística del Obispado de Michoacán, Morelia, Fimax, 1972 (ed. facsimilar de la de 1862).

7. Romero, op. cit., p. 129-131.8. Martínez, Morales, Porfirio, Evocación nicolaita. Algunos maestros

eminentes y alumnos distinguidos del Primitivo y Nacional Colegio de San Nicolás de Hidalgo (década 1900-1910) mecanuscrito, Morelia, 1976, p. 6 y 8.

9. Ibidem.10. Boletín de la Sociedad Michoacana de Geografía y Estadística, vols.

III, IV y V, correspondientes a los años de 1907, 1908 y 1909, Morelia, Imp. Esc. Ind. Mil.

11. Martínez Morales, Porfirio, op. cit., p. 8. Existen otras ediciones una de ellas de 1958 editada y prologada por Raúl Arreóla Cortés historiador que está a punto de publicar a su vez una historia completa del Colegio de San Nicolás, hoy Universidad Michoacana, que complementará la de Bonavit.

12. Pompa y Pompa, Antonio, (comp.) Bibliografía del Dr. Nicolás León (6- XII-1859-24-I-1929) en Anales de l lN A H , vol. XII, México. 1959, p. 59-72.

13. Somolinos D ’Ardois, Germán, “El Doctor Nicolás León, historiador médico de México” en Anales d e l lN A H , vol. XII, México, 1959. p. 48.

14. Pompa y Pompa, Antonio, op. cit., p. 74 y 76.15. Somolinos D’Ardois, Germán, loe. cit.16. Vid., por ejemplo León Nicolás, La Obstetricia en México, México, Tip.

de la viuda de Díaz de León, Sucrs., 1910.17. Cfr. Flores y Troncoso, Francisco de Asís, Historia de la Medicina en

México, México, IMSS, 1978, edición facsimilar con una introducción general de Víctor Manuel Ruiz Naufal, Arturo Gálvez Medrano, con una advertencia al Tomo I de Carlos Viesca advertencia al Tomo III de Juan Somolinos Palencia. La introducción general y las advertencias a cada tomo son de especial interés.

18. Cfr. Flores y Troncoso, Francisco de Asís, op. cit., principalmente capí­tulos V, XXVII, XLIV y XLIV. Por error se repite la numeración dice los dos últimos capítulos pero el primero comienza en la página 203 y el se­gundo en la página 453 del tomo III.

19. Alcántar Nieto, Rafael, La medicina en Morelia, ediciones Casa de San Nicolás, Morelia, Fimax, 1980.

20. Pablo Velázquez publicó un Diccionario de la lengua phorhepecha, Mé­xico F.C.E., 1978. Muy rico en términos (12,940) de los cuales un buen número se refiere a partes del cuerpo, a plantas medicinales, a concep­tos y acciones relacionadas con la medicina, tiene el problema de estar formado con palabras extraídas de vocabularios del siglo XVI y térmi­nos actuales; éstos, además, provenientes de cinco comunidades de la sierra y del lago, olvidando la “Cañada de los once pueblos”, que es otra región y localidades como Tarecuato que por ser un enclave en una zo­na totalmente mestiza, tiene sus peculiaridades. No se distinguen, pues, diferencias temporales ni espaciales que pueden ser importantes.

21. Romero Flores, Jesús, op. cit., p. 133. Mariano de Jesús Torres fue un sabio michoacano del siglo XIX que no ha sido colocado en el lugar que merece. Fue historiador botánico, poeta, autor de obras de teatro y geó­grafo. De su imprenta salieron varios periódicos en los que él escribía y aún le quedó tiempo para hacer unas pinturas de algunos edificios y rincones de Morelia; el valor de éstas más que artístico es histórico y et­nográfico.

22. Homero Flores, Jesús, Diccionario Michoacano de Historia y Geogra­fía, Morelia, talleres tipográficos de la Escuela Técnica Industrial “Al­varo Obregón”, 1960.

23. Vid., por ejemplo, Memoria sobre la Administración Pública del Estado de Michoacán de Ocampo, Gobierno del C. Aristeo Mercado, Cuatrienio de 16 de septiembre de 1896 a 15 de septiembre de 1900, Morelia, lit. déla Escuela Industrial Militar Porfirio Díaz, 1900, p. 30-44.

24. Memoria que sobre el estado que guarda en Michoacán la A dm in istra ­ción Pública en sus diversos ramos, leyó alH. Congreso del mismo el se­cretario del despacho Lic. Francisco G. Anaya. En los días 2 y 3 de ene­ro de 1850, Morelia, imp. de Ignacio Arango, 1850, cuadro. 14.

25. Romero, J. Guadalupe, en sus Noticias..., p. 147, da el número de 75 mu­nicipalidades para 1860 por lo que supongo que en 1850 no había gran diferencia.

26. Memoria... de 1850, loe. cit.27. Memoria sobre los distintos ramos de la Administración Pública, leída

ante el H. Congreso del Estado de Michoacán de Ocampo, en las sesio­nes de los días 21 y 23 de m ayo de 1885, por el Secretario del Despacho, Lic. Francisco Pérez Gil, Morelia, Imp. del Gobierno a cargo de José R. Bravo, 1885, cuadro s /n . Esta memoria contiene también un catastro de bosques y montes con expresión de las maderas que se producen y sus usos.

28. Concordia y Reales Ordenanzas para el régimen y gobierno de la Fa­cultad de Farmacia, formadas con conocimiento de la Real Junta Gene­ral de Gobierno..., Madrid, Imp. de la viuda de Ibarra 1800; Real CédulaS.M. y Señores del Consejo por la cual se aprueban y mandan a obser­var las nuevas ordenanzas formadas para el régimen y gobierno de la Facultad de Farmacia, Madrid, imp. Real 1804. Ambos documentos im­presos están en el Archivo General de la Nación, ramo Protomedicato, vol 3, insertos en los expedientes 12 y ' 1 respectivamente.

29. Concordia y Reales... p. 1.30. Fernández del Castillo, F. y Alicia Hernández Torres, E l Tribunal del

Protomedicato de la Nueva España, Facultad de Medicina, Archivaba Médica, núm. 2, México, UNAM, 1965, p. 17-21.

31. Cfr., Recopilación de Leyes, Decretos, Reglamentos y Circulares expe­didos por el Estado de Michoacán, continuación de la iniciada por Don A m ador Coromina, formada y anotada por Xavier Tavera Alfaro, tomo XLIV, Morelia, Congreso del Estado de Michoacán de Ocampo, 1978, p. V-VII.

32. Comentario verbal del Dr. J. Luis Velarde del Departamento de Histo­ria de la Farmacia de la Facultad de Farmacia de Granada, España.

33. Reglamento de Droguerías, Boticas y Establecimientos análogos, Mo­relia, Tipografía de la Escuela I.M. Porfirio Díaz, 1901, p. 15-30; Regla­mento de Droguerías, Boticas y Establecimientos análogos, Morelia, Tip. de la Escuela de Artes, 1925, p. 8-14.

34. Romero Flores, Jesús, op. cit., p. 75; Mier y Torcida, Joaquín, Los Mier, 200 años en Morelia, Morelia, Imprenta Fimax, 1978, (ed. del autor); Se­reno Ayala, Yolanda, “Los Almanaques Michoacanos de hace cien años” en Suplemento Dominical La Voz, Año XXII, Núm. 1 233,4 de ju­lio de 1982, p. 2 y 3.

35. Atanacio Mier (ed.) Almanaque para el año de 1873, Morelia, 1873, pa- ssim.

36. Ibidem , p. 49-50.37. Tena, Miguel, Calendario Botánico de Michoacán , presentado a la

Unión “Médica” por..., Morelia, Imprenta Católica, 1893, ed. facsimilar de Ediciones Casa de San Nicolás, Morelia, Fimax, 1971, con una nota de Rafael Alcántar Nieto.

38. Tena, Miguel, op. cit., p. 10 y Florescano Enrique y Elsa Malvido (com­pilaciones), Ensayos sobre la historia de las epidemias en México, Mé­xico, IMSS, 1982, 2 vols. T. I, p. 421.

39. Tena, Miguel, loe cit.40. Ibidem.41. Tena, Miguel, op. cit., p. 15.42. García, Crescencio, “Fragmento para la materia médica mexicana

(1859)” precedido de una nota de Alvaro Ochoa “Las Investigaciones de Crescencio García sobre Medicina Popular” en Relaciones, Zamora, El Colegio de Michoacán, Núm. 4, 1980, p. 76-99.

43. García, Crescendo, op. cit., p. 80-82.44. Método vulgar y fácil que para la curación de las viruelas en los casos

comunes, dicta el Protomedicato del Estado de Michoacán , a ecsitación del Exmo. Sr. Vice Gobernador en ejercicio, para alivio de los pobres que sean invadidos por la presente epidemia. Morelia, reimpreso en la Oficina del Gobierno 1840.

45. Método vulgar... passim.46. Romero Flores, Jesús, Apuntes... p. 205-303; Arreóla Cortés, Raúl, Mo­

relia, Monografías Municipales del Estado de Michoacán, 1978, Apén­dice Núm. 4, p. 364-393.

47. Romero Flores, Apuntes... p. 76-77.48. Arreóla Cortés, Raúl, op. cit., p. 377.49. Ibidem , p. 391.50. Ibidem.51. León, Nicolás (editor), Anales del Museo Michoacano, Morelia, 1888-

1881, edicisón facsimilar de Edmundo Aviña Levy, Guadalajara, 1968, advertencia.

52. Arreóla Cortés, Raúl, op. cit., p. 384 y Anales del Museo Michoacano, 2a época, Morelia, s.p.i., 1975, p. 7.

53. Sánchez Ramón, “Bosquejo estadístico e histórico del Distrito de Jiquil- pan de Juárez” en Boletín de la Sociedad Michoacana de Geografía y E stadística (en adelante BSMGE) Morelia, Talleres de la Escuela Mili­tar Porfirio Díaz, 1910, Tomo VI, p. 125 y 156-159.

54. García, Crescencio, “Producciones útilísimas en los confines de los Es­tados de Michoacán y Jalisco que pueden ser explotados” en BSMGE, Tomo II, Morelia, 1906, p. 18-21.

55. Martínez Solórzano, Manuel “Lista de las plantas indígenas más co­munes de la Municipalidad de Morelia y de algunos otros lugares del Estado de Michoacán, que se conservan en el Herbario del Museo Mi­choacano” en BSMGE, tomos VI y VII, Morelia, Talleres de la Escuela Industrial Militar Porfirio Díaz, 1910-1911.

56. Alcántar Nieto, Rafael, op. cit., p. 23.57. Archivo del Antiguo Obispado de Michoacán (en adelante AAOM), le­

gajo 753 (1704-1812) Expediente de la visita ejecutada en 1802, por el In­tendente Felipe Díaz de Ortega, por comisión del Virrey Félix Beren- guer de Marquina en cumplimiento de la Real Cédula de 21 de diciem­bre de 1800, fol. 10 r.

58. AAOM, legajo 753, documentos diversos sin foliación y expediente de la visita citada en la nota anterior.

59. AAOM, legajo 753, documentos diversos s/f .60. Oxido rojo de mercurio. Llamado así por Juan de Vigo, cirujano italia­

no que inventó el mercurio precipitado; vivió de 1450 a 1525. Debo la in­formación sobre Vigo a Porfirio Martínez Peñaloza.

61. Aceite de Hipericón compuesto (con otras 5 sustancias) se usa como esti­mulante al exterior.

62. Nitrato de plata fundido.63. Amoniaco líquido.64. Acido nítrico oficinal.65. Una variedad de ungüento mercurial.66. Debo un voto de reconocimiento a las profesoras en farmacia Ma. de la

Paz y Dolores Chávez, actuales dueñas de esta farmacia, que me otor­garon toda clase de facilidades para tomar notas y referencias de su li­brería y enseres.

67. Martínez Peñaloza, Ma. Teresa, “Destruyen la centenaria Farmacia Mier” en La Voz de Michoacán , Morelia, 20 de octubre de 1981, p. 5.