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PUBLICADO EN GABRIEL GATTI, IÑAKI MARTÍNEZ, BENJAMÍN TEJERINA
(EDS.), Tecnología, cultura experta e identidad en la sociedad del conocimiento,
Servicio editorial Universidad del País Vasco, Leioa, 2009
La materialidad del lado oscuro (Apuntes para una sociología de la basura)
Gabriel Gatti Centro de Estudios sobre la Identidad Colectiva / Departamento de sociología 2 Universidad del País Vasco
- Todo nuestro trabajo consiste en evitar la palabra que nos liberaría de tantas obligaciones (…) - ¿Y qué palabra es esa? - Etcétera
Pablo de Santis, 2007
1 LOS MALENTENDIDOS ENTRE LAS PALABRAS Y LAS COSAS
Me interesa en este texto reflexionar sobre una de las características a mí
parecer más relevantes de la vida social contemporánea: la extraña forma que toma hoy
el pacto entre la materialidad (las cosas) y sus representaciones (las palabras). Para
hacerlo voy a emplearme en pensar sobre ese pacto no partiendo de la presunción de
que existe bajo nuevas tramas1, sino suponiendo que hoy, las dos instancias entre las que
se constituye se llevan bastante mal y pensando que la de la basura es la textura del
territorio que se define a partir de sus actuales y profundos malentendidos. Lo diré de
otro modo: quisiera acercarme a algunos aspectos de las sociedades contemporáneas sin
proponer un guión que dé cuenta de sus nuevos arreglos y equilibrios sino procediendo
al revés; es decir, evacuando la quimera de articular un orden social estable y de
construir nuevas metáforas del orden para sumergirme radicalmente en el deceso de las
1 Lo que está hecho, muy hecho, sobre todo por todos aquellos, y son muchos, que piensan en la textura de lo que sigue a la modernidad, sea lo que sea, como textura líquida (Bauman), fluida (Castells). Una textura blanda, sí, pero equilibrada… y al fin al cabo, por íntegra, también textura sólida.
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viejas y en sus restos y podredumbres, esto es, en la basura de la modernidad, lugar en
el que entiendo puede darse con pistas de las singularidades de nuestro nuevo
(des)orden.
No hay en esto, quede claro, vocación de escándalo: pienso que la basura es
una imagen útil para hablar de la disociación entre las cosas y las palabras o, si se
quiere, para hablar de la paradójica articulación entre unas y otras, entre materialidad y
representación, en la sociedad contemporánea2. Resumo entonces: si la pregunta de este
escrito se aplica al soporte material de las representaciones que ordenan la realidad
social, la respuesta, tan paradójica como esa realidad sobre la que quiere indagar, se
encuentra sondeando en los estercoleros de la modernidad, en la basura, esa materia
disociada de sus sentidos.
El trabajo no parece fácil pues como regla general la sociología ha tendido a
pensar en materialidades limpias, claras, nítidas, óptimas para sostener un imaginario, el
de la modernidad sociológica, también limpio. Pero ¿qué materialidad presumir para las
realidades sociales de hoy, alejadas de esa caracterología? ¿La red inmaterial? ¿Nada?
¿Lo fluido? Apuesto por pensar en una prófuga, la de la basura. El argumento que podrá
llevarme a saber del estatuto sociológico de la basura pasa, primero, por dar cuenta,
siquiera brevemente, de los lados limpios, claros del proyecto moderno, de la parte más
fastuosa de sus imaginarios, de su cara más espectacular, esa que sostiene el viejo pacto
—viejo por moderno— entre el sentido y la materialidad, entre las palabras y las
cosas; en segundo lugar por mostrar qué cosas alcanzaron y alcanzan el estatuto de resto
con respecto de ese pacto y por dar cuenta de cómo las ciencias sociales, al menos
algunas de sus miradas más institucionalizadas (la estructuralista y la funcionalista), lo
pensaron; y en tercer lugar por proponer que cuando los desperdicios estallan, cuando
los contenedores de los recortes sobrantes de la lógica moderna rebosan3, cuando se
2 He trabajado sobre la escisión entre las cosas (sociales) y sus representaciones y palabras (sociológicas) en varios textos previos a éste. Los más directamente conectados con él son Gat-ti, 2005, donde me las tuve con la imagen del vacío social y, sobre todo, Gatti, 2008b, texto en el que por primera vez me introduje en la reflexión sobre el estatuto social de la basura. Este último trabajo se apoyaba en los resultados del taller que sobre las “Identidades (de la) basura” tuvo lugar dentro de los IV Encuentros de la red de investigadores las astucias de lo social, que se celebró en Arteleku, Donostia, en 2005 (cf. Imaz (ed.), 2008). Las aportaciones de los participantes en ese taller están seguramente muy presentes en este trabajo. 3 No hay más remedio que remitir al casi fundacional Nunca hemos sido modernos de Bruno Latour (1993) para desarrollar esta potente imagen, que representa el presente como un contenedor rebosante de desperdicios. El menos sistemático pero más claro, teóricamente menos arriesgado pero más humanista, La modernidad y sus parias, de Zygmunt Bauman (2005), resulta también de enorme utilidad para calibrar la intensidad de este proceso, por el que “el volumen de residuos humanos crece más deprisa que la capacidad de gestionarlos, [y por el que] existen perspectivas plausibles de que la actual modernidad planetaria quede obstruida con sus propios productos residuales” (ibidem: 94).
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saturan los desagües que permitían drenar y limpiar los excedentes (Bauman, 2005: 94),
la basura adopta un estatuto tan sugerente como paradójico: sigue siendo basura —está
fuera—, pero es parte del mundo que la expulsa —está dentro—. Creo —estoy lejos de
ser el único— que buena parte de la vida social contemporánea comparte con la basura
ese estatuto tan singular (estar fuera pero dentro), y es por eso que sugiero pensar en ella
como el material que casa bien con la parte —y es inmensa— de la vida social
contemporánea más vacua, débil, escurridiza y ambigua.
No es fácil pensarla; para hacerlo más cómodamente acudiré a algunas
situaciones, la mayor parte de ellas muy actuales, que sirven para ilustrarla. Toman
forma de serie de viñetas (11-M; Equipo Argentino de Antropología Forense; Diógenes;
Borrados y fantasmas; Glup; CSI —París y Las Vegas—; Plan Basura Cero; Cartone-
ros) y se cruzan, o van en paralelo, con el texto.
2 EL PACTO MODERNO Y LO QUE LO EXCEDE. GUÍA USADA PERO LIMPIA PARA RECORRER (SOCIOLÓGICAMENTE) LAS PARTES SUCIAS DE LA VIDA (SOCIAL) MODERNA
VIÑETA # 1: 11-M
En marzo de 2004, el desperdicio emerge en forma de restos humanos, los del 11-M. En
EL PAÍS un periodista redacta (…) “la masacre del 11 de marzo en Madrid dejó restos materiales en los trenes destrozados, restos psicológicos que todavía están siendo
tratados y hasta restos políticos de los que será difícil librarse”. Y acierta en el
lugar en el que carga la tensión informativa: los restos. Pues, en efecto, la catástrofe del 11-M es tal porque desequilibra maridajes hasta entonces bien ajusta-
dos. Lo que tiene sentido se descalabró y nos las tuvimos de ver con residuos: desechos humanos, escoria política, realidades sin palabras. En fin, cosas sin nom-bres que les orienten, significantes sin significados con los que coaligarse. Fue un día catastrófico pues no se pudo controlar la enorme cantidad de materia que se divorció de sus sentidos modernos.
Cuando funcionaban los pactos modernos y las palabras de la sociología
encajaban con las cosas de la sociedad, la vida social se articulaba en torno a una
ecuación sencilla, con arreglo a la cual se hacía de dos productos históricos, el Estado-
nación y el individuo-ciudadano, el modelo de la identidad y de la vida en sociedad. No
abundaré ahora en los detalles de esta ecuación4, apenas un poco en las
4 Para lo que puede consultarse Gatti, 2008b.
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correspondencias entre la vida social colonizada por esas formaciones sociales —no se
olvide, localizadas, históricas y, hasta cierto punto, contingentes— y ciertas formas de
materialidad, las que la modernidad social y sociológica entiende que son
necesariamente solidarias con la idea de sociedad.
LA ECUACIÓ� MODER�A
Identidades modernas son aquéllas con nombre, territorio e historia (fijas, estables, duraderas, contundentes, visibles…)
La realidad social sólo lo es si se parece a los modelos con arreglo a los que se fragua su identidad (Estado-nación; individuo-ciudadano)
La materialidad moderna es sólida, registrable, archivable y acumulable. Se encarna en el patrimonio, soporte material de la identidad estable de la identidad moderna
Así es, formas e identidades sociales ligadas a figuras ordenadas, coherentes y
homogéneas (Albertsen y Diken, 2000), estables —como el Estado—, indivisibles —
como el individuo—, encuentran en cierta sociología su ciencia, y unas y otras hacen de
la materialidad limpia y duradera del patrimonio5 su soporte físico.
VIÑETA # 2: EQUIPO ARGENTINO DE ANTROPOLOGÍA FORENSE
En argentina el EAAF (Equipo Argentino de Antropología Forense) trabaja para reparar
algunas heridas infundidas de manera salvaje al pacto moderno, las que el régimen
militar argentino (1976-1983) supo infringir al reinventar la figura del detenido-desaparecido6. El desaparecido, interpretan los antropólogos forenses, es un residuo de una maquinaria represora que en su operar separa —es su mecánica— cuerpos de nombres, cosas de palabras, el soporte físico de su identidad. Esa maquinaria rompe, dicen los miembros del EAAF, “la relación básica que todos tenemos entre nuestra
identidad y nuestro cuerpo”7, diluye pues el pacto moderno entre las palabras y las
cosas. Lo desquicia. ¿Qué es pues el detenido-desaparecido? Un residuo: “cuando una persona pierde valor como fuente de información era expulsada [de la maquinaria
desaparecedora] como cadáver. El asunto era cómo [gestionar la expulsión] del cuerpo
del centro clandestino, cómo la maquinaria expulsaba el residuo que quedaba, que era
el cuerpo”8. La maquinaria desaparecedora rompía así el pacto moderno; frente a eso,
5 Sobre el patrimonio, cf. el texto de Antonio Ariño en este mismo volumen. 6 Sobre los detalles de esta figura y sobre sus consecuencias en la vida social estaría de más hacer comentarios aquí, tanto como sobraría orientar bibliográficamente sobre ella. En cualquier caso, a efectos de ilustrar lo que escribo en la nota del cuerpo del texto, remito a un trabajo reciente, Gatti, 2008a. 7 Extracto de la entrevista a un responsable del EAAF (EAAF # 1) hecha por el autor en agosto de 2005 en el marco de la investigación “Mecanismos sociales de representación del horror. La gestión de la figura del detenido-desaparecido en el Cono Sur latinoamericano (Argentina y Uruguay)”. 8 Extracto de la entrevista a un responsable del EAAF (EAAF # 2).
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el EAAF actúa en sentido contrario: devuelve el sentido roto, significa, restituye.
Unifica y encastra cuerpos y nombres (Somigliana, Olmo, 2002): “la necesidad es identificar, devolver la identidad… Yo rompo esta taza y la tengo que pegar de
vuelta, ¿cómo hago con los pedacitos? ¿Qué era esto? Era una taza, entonces tengo que
volver a tener una taza, si tengo todos los pedacitos… nunca tengo todos los
pedacitos, pero tiene que ser lo más parecido a una taza”9. El desperdicio deja de
serlo cuando se restituye la relación quebrada ente una cosa y sus sentidos.
Pero fuera de la ecuación moderna quedaron muchos restos: monstruos
diversos, realidades sin sentido, cosas insignificantes… Fenómenos, en definitiva,
irrepresentables, a los que aparte de este último calificativo cupo aplicar otros cuantos
de una textura parecida: invisibles, imposibles, impensable, irreales… En sociología le
hemos aplicado un adjetivo-síntesis al territorio merecedor de semejantes epítetos:
anómico. Lo cierto es que esos restos no causaron problemas hasta que su expansión
masiva colapsó los mecanismos de contención modernos, y lo que en una primera
lectura parecía no ser más que una realidad espuria empieza a tener que ser tomado en
serio. Si nos fijamos en cómo se ha hecho ese tratamiento del residuo desde la
sociología veremos que —al igual que los antropólogos forenses a los que hago
referencia en la viñeta 2— el trabajo de esta ciencia se ha orientado en una dirección:
dotar de sentido a lo que no lo tenía, hacer de lo espurio algo significativo. U olvidarlo.
Así, si la basura, el residuo, el desperdicio (sociales) eran materia expulsada de las
maquinarias (sociales) modernas, la ciencia (social) se encargaba de pensar cómo situar
ese desperdicio en maquinarias analíticas que lo hiciesen ininteligible (socializarlo).
De querer ser exhaustivo debería, sin duda, atender a más de dos propuestas
para dar cuenta de lo que la sociología ha dicho del residuo. Pero para los objetivos de
este texto basta con fijarse en lo esencial de dos de los paradigmas dominantes en las
ciencias sociales del siglo veinte, estructuralismo y funcionalismo. Ambas miradas son
muy diferentes, pero en ambas hay algo en común: el residuo tiene sentido.
En los bordes del orden de la representación —el de las palabras— se sitúan
las cosas que, aunque imposibles, lo posibilitan: fósiles y monstruos. La mirada
estructuralista, siempre hábil, sabe que ambos extremos permiten que el orden sea
pensado como unidad y que disponga, por lo tanto, de una identidad fuerte: “Toda la
continuidad de la naturaleza se aloja entre un prototipo, absolutamente arcaico,
enterrado más profundamente que cualquier historia, y la complicación extrema de este
modelo (…). Entre esos dos extremos existen todos los grados posibles de complejidad
y de combinación” (Foucault, 1997: 155). Uno, el fósil, es el prototipo en positivo, el
indicador del origen de la especie: vigila desde el tiempo la evolución hacia la
complejidad, que es su futuro. El otro, el monstruo, guarda el orden, la clasificación, la
9 Extracto de la entrevista a un responsable del EAAF (EAAF # 1).
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jerarquización y el dibujo del espacio de las taxonomías: es lo que se sale del cuadro, lo
que lo transgrede y rompe. Si lo normal, dijo Gabriel Tarde por boca de Georges
Canguilhem, es “el grado cero de monstruosidad” (1962: 32), la monstruosidad, podría
decirse, es el grado cero de las cosas: “A partir del continuo que posee la naturaleza, el
monstruo hace aparecer la diferencia: ésta, que aún carece de ley, no tiene estructura
bien definida; el monstruo es la cepa de la especificación” (Foucault, 1997: 157). En
cualquier caso, a través de lo que ambos no son se compone un discurso que diseña un
campo en el que toda cosa encuentra su tiempo y su espacio: el tiempo desde el primero,
el fósil, que ayuda a construir la narrativa de nuestros balbucientes orígenes; el espacio
desde el segundo, el monstruo, pieza esencial para dar cuenta y contar nuestros terruños,
pues muestra lo que se sale de ellos. Ese campo que no es ni fósil ni monstruo es lo
visible, algo, el sí, traducible en representaciones escritas, algo en donde hacemos
identidad.
¿Fuera de él? Nada: monstruos y fósiles, sólo negación que hace posible lo
existente. Afuera constitutivo dijo alguno: “la existencia de los monstruos cuestiona la
vida por el poder que tiene de enseñarnos el orden” (Canguilhem, 1962: 29). El otro
lado del límite, “allí donde no soy y que me permite ser”, límite del que “se desprende
mi condición de viviente” (Kristeva, 2006: 10). Posibilidad, sólo posibilidad: nunca se
realiza, no puede, pues es lo inasible que genera lo que toco, lo invisible que produce lo
que veo, lo no inscrito que permite la inscripción. Un afuera, no tiene identidad pero es
constitutivo de lo que sí: “la región sombría, móvil, temblorosa —escribe Foucault— en
la que lo que el análisis definirá como identidad no es aún sino analogía muda; y lo que
definirá como diferencia asignable y constante no es aún sino variación libre y azarosa”
(1997: 157). El vacío, vaya.
En la estela de Foucault y de esta mirada sobre el desecho, Luce Giard
(1978), atendiendo más específicamente que el sabio de Poitiers al territorio del resto,
concluye que el trabajo de lo sucio es uno: la producción de lo limpio. El resto es un
depósito donde se concentran las operaciones que hacen posible lo existente,
operaciones secretas, ocultadas, silenciadas. Necesariamente. Es pues una suerte de caja
negra, forzosamente vacía de vida real aunque indispensable para la vida real. Es,
continúa argumentando Giard, un contenedor de “residuos indisociables del
funcionamiento profundo de la institución disimulados en el corazón de sus órganos
nobles. Son el gran resto acerca del que la institución (…) guarda silencio” (ibidem: 62).
Malos objetos, objetos inexistentes. El resto, dice Giard, es silencio.
Así, en esta primera mirada, la basura comparece ocupando un lugar
importante, el de las cosas que merecen términos como los de “imaginario” o “hecho
constitutivo”. Ambas cosas es: ayuda a imaginar y a constituir cualquier sistema de
orden. Y sin embargo, realmente, es un lugar vacío de vida y de materialidad, un puro
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signo inhabitable e inmaterial. La basura vista, de este modo, como el lugar donde
palabra y cosa se separan y que, por eso, nos hace ver —ésa es su misión— la necesidad
de amasar bien la palabra con la cosa para que el orden sea.
VIÑETA # 3: DIÓGENES
El 9 de junio de 2004 La Verdad de Murcia da cuenta del siguiente suceso: “Desalojan (…) a otra ‘Dama de las basuras’. Con orden judicial, y en presencia de sendos
agentes de la Policía Local, una brigada de limpieza (…) contratada por la Concejalía
de Servicios Sociales, entró en la vivienda [de ‘la Dama de las Basuras’] (…) para
sacar a la calle bolsas con cientos de kilos de basuras, desperdicios (…). A media
mañana llegó un camión de Ingeniería Urbana para recoger los montones de basura y
trastos inservibles”. Era Irene; padecía “Síndrome de Diógenes”, sufría de soledad
voluntaria: se abandonó a la vida en el resto, al “aislamiento (…), [la] ruptura de
las relaciones sociales, [la] negligencia de las necesidades de higiene, alimentación
o salud, [la] reclusión domiciliaria, [el] rechazo de las ayudas y [la] negación de
la situación patológica” (tomado de http://tubotica.net). La basura es el soporte
material de vidas que, aunque sociales, se organizan en los lugares oscuros, sucios,
ajenos a la sociedad.
Otra forma de entender la basura desde la sociología moderna piensa en ella
como la materialidad propia de mundos expulsados y de las identidades que contienen.
Para ella, al lado del universo limpio, donde las palabras y las cosas se entienden sin
necesidad de traducciones, se dibuja otro, sucio, en donde esas buenas maneras han sido
reemplazadas por otras, internamente coherentes pero radicalmente diferentes respecto
de nomos más constituidos. Esta mirada es la propia tanto del más clásico de los
funcionalismos como de esa que a ojos de la sociología contemporánea constituye una
de sus precuelas, la Escuela de Chicago10, como finalmente de algunas de las versiones
más aceradas de eso que Yves Barel (1984) llamó, con muy buen tino, las “sociologías
neorrománticas”, a saber, propuestas neocomunitaristas dispuestas a ver en los “mundos
paralelos” de la pobreza las pistas de un renacimiento de la Gemeinschaft en la era de lo
post-social. Todas esas miradas encuentran unidad en los mundos sociales rudos y
olvidados, tanta que, buscando para ellos una materialidad que los soporte, ven en el
desperdicio una buena solución.
10 Una crítica magníficamente bien argumentada a la Escuela de Chicago, a su posición en la genealogía de las sociologías preocupadas por el orden y sus derivas y a cómo sus luminarias dibujaron el perfil de los habitantes del gueto y de los pobladores de las “barriadas basura” —los “felices habitantes de los reinos del desvío”— puede leerse en Cambiasso, Grieco, 1999, especialmente en las páginas 41-63 y 211-239.
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Para esta mirada, por lo demás, radicalmente sociológica11, y a diferencia de
lo que sucede en la mirada estructuralista, la basura comparece como cosa y no sólo
como signo vacío de materialidad; se presenta además como cosa habitada. Una mezcla
bien lograda de estos ingredientes —sociología urbana post-Chicago, funcionalismo,
neorromanticismo post-social…— aparece en el magnífico Parias urbanos, de Loïc
Wacquant. El hipergueto de Chicago y las banlieues de París son el objeto. De la vida
social que en ellos se compone dice Wacquant que es el efecto del abandono del Estado
o, lo que es igual, de la retirada de la sociedad —una “nueva formación socioespacial
que conjuga la exclusión racial y la exclusión de clase bajo la presión de la retirada del
mercado y el abandono del Estado, dando lugar a la ‘desurbanización’ de grandes
porciones del espacio de la inner-city” (2001: 109)—, retirada a la que acompaña la de
los dispositivos de regulación del orden y el sentido sociales —desde la Escuela a la
policía—. Pero sin embargo, continúa Wacquant, el resto —que es lo que de esa
desbandada queda— no es desorden sino orden de reglas otras respecto de las que eran
las que constituían sociedad. Es pues este que surge en los restos de la vida social mo-
derna un orden, y en tanto tal tiene sus propias ecuaciones, ecuaciones que por lo demás
no desentonan mucho, apenas nada, si las juntamos con la que sostenía el pacto
moderno (cf. supra) para entonar la melodía de la vida en común con sentido. De
cambiar algo, lo que muda es su materialidad, que ya no es la íntegra y limpia del
patrimonio sino la más mugrienta de la basura… tan íntegra como aquella pero algo más
sucia. Estamos pues ante un mundo social en paralelo, coherente, unitario —“el
gueto no padece una desorganización espacial (…). Más bien, está organizado de
diferente manera” (ibidem: 45. La cursiva es mía)—, en el que existe un “orden social
específico” (ibidem: 139), que no funciona como un “no lugar donde convergen
comportamientos antisociales”, sino como un espacio con formas de vida “racial y/o
culturalmente uniforme, fundado en la relegación forzada de una población
negativamente tipificada” (ibidem: 43). Esa sociedad otra hace del desecho, es el
argumento de Wacquant, tanto su origen —“la guetificación es parte integral del
11 Aunque no sólo: la propia antropología, al acercarse a la ciudad, hace de guetos y márgenes de la vida moderna, de sus desperdicios, lugares de interés no ya como expresiones anómicas de la modernidad sino como manifestaciones rotundas del fulgor de la idea de cultura cuando se la lleva más allá del exotismo propio de sus primeros objetos de atención. “Cultura de la pobreza”, “cultura negra”, “cultura marginal”… son sólo unas pocas expresiones que reflejan la fascinación, casi alegría, que manifiesta cierta antropología —y no sólo la conservadora— al encontrarse con la rotundidad de mundos esféricos, rotundos, estructurados como islas a ojos del seguidor fiel de las enseñanzas del maestro Malinowski. En su ya viejo Cultura de la pobreza, Charles Valentine realiza un repaso interesante de estas propuestas, en las que coinciden la sociología y la antropología norteamericanas y en las que, como es el caso de David Matza, la escoria tiene su lugar, nada menos que “en el núcleo de la pobreza deshonrosa” (tomado por Valentine, 1972: 56 del texto de David Matza de 1966, “The disreputable poor”, recogido en Smelser y Lipset (eds.)., Social structure and mobility in economic development, Advine, Chicago).
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mecanismo de tratamiento de residuos que se pone en marcha cuando los pobres ya no
son útiles (…) y se han convertido en consumidores fallidos (…). El gueto sirve no
como reserva de mano de obra industrial desechable, sino como un mero vertedero”,
como escribe Bauman interpretando al discípulo de Pierre Bourdieu (2005: 92)—, como
la materia que le dota de textura y consistencia —el barrio “es un ámbito mancillado
que se experimenta como una trampa (…), un vaciadero” (Wacquant, 2001: 130); “el
basurero de París”, “una reserva” (ibídem); “dragnet” (ibidem: 115 y ss.), red tupida y
densa de basura—.
Dos mundos pues: de un lado, el de las identidades modernas y su limpieza;
del otro, el de las identidades-residuo de las anteriores y su trama mugrosa. En uno, las
palabras y las cosas son limpias y lo es también el encaje entre ambas; lo que desencaja
se expulsa al otro, pero allí vuelve a reconectar. Ahora bien, lo hace con otras palabras.
Así, vista como el soporte material de un mundo otro12, la basura es sometida a un
exceso de representación cuyo efecto más directo es anular la tensión que su condición
de materialidad fuera de lugar debería introducir en todo lenguaje que la pretenda
pensar.
3 MATERIALIDADES QUE SE DESGAJAN DE SUS SENTIDOS. DE CUANDO LA BASURA ES PARTE DE LAS COSAS
VIÑETA # 4.a: BORRADOS
En mayo de 2004, en Eslovenia un grupo de ciudadanos de allí que también lo querían
ser de la Europa de los veinticinco, cuando acude a censarse descubren que ni son
parte de la primera ni podrán serlo de la segunda. Descubren, en fin, que se habían
sumergido en el vacío: no tenían identidad, eran fantasmas, borrados. Existían, se leían como comunidad, se constituyeron incluso como asociación, pero su existencia
real, física, material, carecía de traducción en registro alguno, administrativo, estadístico, censal.
12 Cabría decir además que poco importa si este mundo es perverso —el margen, la miseria, la pobreza, el lumpen…— o virtuoso —las nuevas comunidades, la socialidad originaria y sin mediaciones…—, que igual da si es lugar de lo bendito o de lo maldito. En efecto, malo o bueno lo que me interesa es que el mundo del margen sea pensado con tal rotundidad que incluso su indefinida materialidad se interprete como algo contundente y funcional para el universo social que soporta.
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VIÑETA # 4.b: FANTASMAS
Al otro lado de Europa, en Madrid, el lehendakari del Gobierno Vasco Juan José
Ibarretxe sostiene en agosto de 2004 una definición contundente de identidad13: “las
personas y los pueblos sin memoria no son pueblos ni personas. Se convierten en
auténticos fantasmas que renuncian a lo que son”. Identidades sin tiempo ni
continuidad, identidades imposibles; identidades sin lugar de referencia estable,
identidades inexistentes. Identidades basura: incompletas, existen pero no tienen
soportes materiales firmes.
Sin embargo, las hay.
Ambos, los borrados y las identidades sin memoria, son identidades sin soporte material, ciudadanos que lo son porque no tiene ciudad. Viven en la basura —eso que, aún existiendo, lo hace fuera de los criterios con arreglo a los que se clasifica lo existente— y su vida social se construye en esa peculiar ausencia-presencia.
3.1 La basura está dentro: en las consecuencias no intencionadas del pacto
moderno
Quand je suis vide, je suis triste Campaña para el uso de las papeleras de la ciudad de Montreal, Canadá, 2007
En Basurama comprendemos la reutilización como el arma principal de nuestro trabajo y entendemos que lo que ya no sirve puede tener una segunda vida en otras manos. Por eso proponemos un encuentro multidisciplinar entre visitantes, artistas, músicos y una serie de objetos rechazados que (…) se transforman nuevamente en objetos funcionales
Correo electrónico de la red [email protected] enviado a los asociados el 19 de septiembre de 2007 (http://www.basurama.org)
Los nuestros son los años de la explosión del desperdicio: rebosamos basura.
Los nuestros son también los años de la explosión de la gestión de ese
desperdicio: tenemos miedo de tanto sinsentido, ese que somete a las cosas al suplicio
de lo DES-: DESordena, DESvirtúa, DEScompone, DESorienta… a esas cosas. Tan es así
que a lo que habita en ese territorio, in-significante, el territorio de la basura, lo
doblegamos intimidándolo con la amenaza de someterlo al centrifugado de lo RE-:
REciclaje, REcuperación, REordenación, REgeneración, REintegración, REscate,
13 Lo hace en una conferencia impartida en el curso de verano “Nacionalismos del siglo XXI”, organizado por Alfonso Pérez-Agote en la Universidad Complutense de Madrid.
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REdención, REparación…14 Buena terapia, útil para recuperar las cosas del desorden,
darles nombres y REorientarlas.
El desbordamiento de los desechos, su gestión, la responsabilidad personal en
su regeneración, la necesidad de asumir que el desecho es no sólo infinito sino
indestructible y que se trata no de expulsarlo sino de reintegrarlo, recuperarlo y
aprovecharlo… es uno de los temas de este tiempo. De la mano de este proceso nace
una cierta cultura de la basura —Barbier y Laredo la llaman “economía de los
desechos” (1997: 13)— en torno a la que se organiza no sólo, que sí, la más refinada de
las ingenierías sociales, sino también todo un imaginario. Éste es el protagonista de un
cambio poderoso en nuestra relación con lo material que nos es ajeno: el cambio que se
dibuja al movernos desde un punto en el que nuestra relación con esa materialidad se
expresa en términos de eliminación a otro en que la misma se gestiona y se conduce más
suavemente, con ayuda de la idea de recuperación. Puedo decirlo de otra manera: ahora,
con el desperdicio se trata de hacer reciclaje, o lo que es lo mismo, de no dejar que nada
salga del circuito de la producción, léase, del circuito del sentido.
Así es, si antaño lo que excedía la taxon —por podrido o por monstruoso— se
expulsaba al exterior, ahora se reintegra para ser digerido íntimamente. Este giro
cultural puede sintetizarse en una máxima de sonoridad paradójica: el fuera está
dentro15. Quizás no sea nueva en otros territorios —el del arte, en alguna medida en la
relación de Occidente con sus otros culturales…— pero sí lo es en el de la reflexión
sobre la textura, sobre el material, que soporta la vida social. Si previamente a este giro
los términos en los que se establecían nuestras relaciones con el desecho y lo que sobra
pasaban por la exclusión, y consecuentemente por una lectura de lo que está de más
como siendo un conjunto uniforme de deformidades (toda basura es igual, todo
excedente es equivalente), y, en fin, por una interpretación de la interfaz usuario-
desecho que no exigía del primero más que un acto de desprendimiento del segundo,
hoy la basura y lo que sobra son materias que se rescatan y se redimen, que son
clasificables y con las que estamos cada vez más obligados a relacionarnos guiados por
14 Para una fundamentación teórica más desarrollada de la dialéctica que se establece hoy por doquier entre términos encabezados por estos dos prefijos, DES– y RE–, cf. Gatti, 2005. 15 Es interesante en ese sentido observar la evolución de las legislaciones que regulan la relación entre el productor y sus desechos. Si en la era moderna esta relación se reglamentaba a través de edictos que organizaban la responsabilidad personal de deshacerse de los propios restos y de expulsarlos lejos de sí y de los otros, desde los años setenta del siglo veinte lo que se regula no es tanto (aunque también) la eliminación, sino sobre todo la recuperación de los materiales que componen los desechos (cf. Barbier, Laredo, 1997, así como algunos pasajes, los finales, de la película Les glaneurs et la glaneuse, de Agnés Varda, 2000).
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una suerte de compromiso reparador16. Las cosas relacionadas con la basura y su
regeneración son parte del mobiliario de cada hogar; la basura, monstruo informe de
antaño, es ahora cosa racionalizable y en tanto tal, objetivo de una compleja gama de
acciones —“diferenciación”, “valorización del objeto”, “concienciación”, “asunción de
responsabilidades ciudadanas”…—. Nacen con eso personajes varios, nuevos expertos,
expertos en basura: el consumidor-seleccionador, el experto en reciclaje; también brota
un lenguaje compartido sobre los residuos urbanos, y cómo no un decálogo de criterios
con arreglo a los que considerar que algo es (o no) “basura”…
Consecuentemente, de tan vigilada que está, no hay cosa que llegue a ese
estado último, el del monstruo esencial, cuando la cosa deja ya de serlo porque perdió el
sentido. Y en la conclusión de todo este proceso una paradoja, que es tanto práctica
como semántica: la basura, lo que excede lo normal, se normaliza.
VIÑETA # 5: GLUP
En otoño de 2004 las carteleras anunciaron el estreno de una película de dibujos
animados, Glup. Una aventura sin desperdicio. La propaganda de la cinta la publicita así: “’Comprar, usar y tirar’; ésta es la máxima de un mundo en el que los objetos no
duran más de lo que canta un gallo. Las tiendas se vacían y los vertederos se llenan
(…). [En un] inmenso vertedero de las afueras de la ciudad, Alicia (…) despierta en
mitad de una ciudad que se encuentra en el corazón del vertedero. No es una ciudad
cualquiera; los edificios que se agolpan a los lados de las calles son en realidad
montones de basura, y los habitantes, a pesar de comportarse como personas de carne y
hueso, son objetos desechados por sus antiguos dueños (…). En unas calles que le son
16 En Bilbao el colectivo Amasté hace una convocatoria que no tiene desperdicio si se quiere pensar en esta nueva fase del, permítaseme llamarlo así, “proceso civilizatorio”, la que restituye su dignidad (sic) a la basura, y si además se quiere pensar sobre ella ligando las conclusiones que alcancemos a las ya alcanzadas cuando nos pusimos a pensar en las formas de representar el mundo social que veían en los barrios marginales espacios de culturas otras, podridas o alternativas (cf. las notas sobre la mirada funcionalista en el epígrafe “El pacto moderno y lo que lo excede. Guía usada pero limpia para recorrer (sociológicamente) las partes sucias de la vida (social) moderna”, supra). La convocatoria de Amasté llama a regenerar el barrio de San Francisco de Bilbao a través de la reeducación de la relación de sus vecinos con sus residuos; por esa convocatoria se propone un taller con vocaciones que alcanzan, como digo, la intensi-dad propia de las cosas que se saben parte del proceso civilizatorio (BASURA � ELIMINACIÓN: “el estado del barrio no es el ideal. Unas pegatinas (…) ayudarán a evidenciar los lugares que no nos gustan porque están sucios”; “queremos que todos los vecinos del barrio participen de los problemas que tenemos con la basura”), vocación que curiosamente se combina con imaginarios propios de una relación con el exceso y el resto que es bastante menos moderna y mucho más contemporánea (BASURA � RECUPERACIÓN: “¿separas la basura? ¿dónde la de-positas?”). Para los que no conozcan el barrio de San Francisco, cabe decir que se trata de un enclave urbano de esos que con prudencia la sociología llama marginal, es decir, no sólo sucio sino lleno de pobreza (sobre él y algunas de sus características más estructurantes véase Cavia, Gatti, Martínez de Albeniz y G. Seguel, 2006). Agradezco a Gabriel Villota que me haya hecho llegar esta convocatoria de Amasté, que se podía encontrar, en septiembre de 2007, en su sitio Web, http://www.amaste.org.
13
totalmente ajenas, Alicia se topa con una gabardina-detective, de nombre Glup, quien
le alerta sobre el peligroso tirano del vertedero, Don Báter, servidor del aún más
temible Horno incinerador. Don Báter engaña a los objetos inservibles para que entren
en el Horno Incinerador. Sólo Glup y su pandilla basura sobreviven en este reino de
tiranía”.
Como bien vio la mirada funcionalista, la basura produce espacios habitables. Pero
esos espacios no comparecen ahora como espacios de reglas otras sino como lugares susceptibles de ser ordenados de acuerdo a los mismos marcos normativos y a las
mismas pautas de vida con arreglo a las que se reglamenta la vida social que los
produce como sus desechos. Tan iguales son esos marcos normativos que podemos
concluir que Glup y sus amigos son, como nosotros y nuestras cosas, seres con sentido. La basura se civilizó: se ha hecho —¡gran paradoja!— una materia limpia;
sólo tiene como enemigo al incinerador irracional, al clasificador sin criterio.
Déspotas.
Hoy en día, cuando pensemos en la basura, no lo haremos cavilando sobre
algo ajeno, exterior, sino sobre algo internalizado17. El desecho, su producción, se ha
visibilizado, se ha hecho mercado regulado, administrado, con agentes responsables. El
desecho tomó el carácter de discurso (Latouche, 1978). Ese discurso hace brotar y
problematiza varias cuestiones. En primer lugar problematiza la voracidad de una
sociedad en la que todo se regula, en la que todo se coloniza y en la que, por ello, los
desechos, aunque continúen estando protegidos por algunos temores propios de las
cosas que se imaginan ahí afuera, ya no aterran. Ya no hay, en efecto, posibilidad de
excluir al desperdicio recluyéndolo en algún lugar exterior; no se puede “establecer un
limes de los tiempos modernos, una frontera que separe un interior ‘sano’ de un
exterior-depósito” (Barbier, Laredo, 1997: 19). Hoy, “lo que no nos concernía nos
invade y nos concierne” (ibidem: 20)18. Y en segundo lugar hace problemática una
materialidad ambigua. Ciertamente, con el discurso de los desechos, con la
problematización de la basura como lugar pensable, existente y consistente, brota la
materialidad de las consecuencias no intencionadas de la ecuación moderna: la parte
tangible, objetual, cosificada, real, agarrable… del lado oscuro de la modernidad.
Este segundo problema es el que afronto aquí, aquel que comparece cuando la
basura se integra a la vida colectiva sin dejar de ser basura. Pensando sobre estas
paradojas Serge Latouche ha visto bien el estatuto del desecho en nuestras sociedades:
“los desechos no son realidades técnicas, son valores, es decir, relaciones sociales”
(1978: 92). Así es, el reverso del sentido conforma sentido, da sustancia a relaciones
17 El término internalización es parte, en su origen, de la jerigonza propia de la corriente marginalista en economía y refiere a la internalización de las externalidades, esto es, a los procesos por los cuales los productores (los de desechos entre ellos) asumen la responsabilidad de las consecuencias de su producción. Incorporado como parte de la jerga propia del lenguaje del “mundo del desecho”, internalización significa racionalización de aquello que se considera consecuencia no intencionada de los procesos económicos, o, en otras palabras, interiorización de lo que antes se situaba en el exterior del proceso productivo, para el caso, la basura. 18 Citando a Latour et al., 1989, “Crise des environnements”, Futur antérieur, n. 6.
14
sociales. Hoy la basura, que, como he argumentado más arriba19, era o afuera
constitutivo, esto es, condición de posibilidad del orden social, u orden social él mismo
pero conformado con arreglo a reglas del afuera, implosiona dentro del orden social que
la define como tal. De ese modo, de la misma manera que la amenaza del desecho nos
acecha en terrenos no sociológicos —desechos sólidos, líquidos, nucleares,
domésticos…—, también nos agobia la expansión masiva del desecho social. No hay
territorios inexplorados, no hay vacíos de sentido. En efecto, nuestras sociedades, son
infinitas, no hay límites, no hay vacíos; no hay lugares de nadie donde dejar residuos y
excedentes de población, parias. Y “en la infinitud nada puede estar desprovisto de
significado (…). En la infinitud todo se recicla sin fin” (Bauman, 2005: 124-125). A
partir de ahí, el de los residuos de dentro (ibidem: 95) comienza a ser un problema.
La sociología lo ha percibido, creo, y se está desarrollando un sensorio cada
vez más acusado hacia las formas de la identidad y de la agencia que, aún estando en el
mundo, se guían por lógicas otras que las que orientan nuestros modelos para pensar el
mundo. No es nuevo (pensemos en la forma extranjero de Georg Simmel (1986), la
figura poderosa del forastero de Alfred Schütz (1974), aquellos cuya agencia se desa-
rrolla en la fase liminar de los ritos de paso tal cual lo analizó Victor Turner (1980)…)
pero sí que es masivo (…la figura del fugado que describe Sandro Mezzadra (2005), la
imagen del banido que analiza Giorgio Agamben (1998), los habitantes de las banlieues
tal y como los describe Michel Agier (1999)…). Todas estas quimeras son residuos de
las distinciones modernas; residuos a los que debe tomarse en serio, lo que significa
radicalizar las preguntas que se les aplican e ir más allá de las respuestas de las miradas
modernas del estructuralismo y del funcionalismo o de aquellas, a mí parecer menos
interesantes, que hacen de las nuevas texturas líquidas y evanescentes de la vida social
los soportes de nuevos equilibrios.
Si trabajamos así nos interrogaremos sobre cómo es la vida social allí donde y
en los personajes en los que no coinciden las palabras y las cosas. Para poder hacerlo he
dado con dos respuestas: la técnica y resignificadora de los CSI, forenses y sociólogos;
la sensible al desorden de las artes plásticas y de la sociología impresionista.
19 Cf. “El pacto moderno y lo que lo excede. Guía usada pero limpia para recorrer (sociológicamente) las partes sucias de la vida (social) moderna”, supra.
15
3.2 Garbologías, I: los CSI, o de la basura y su relación con la sociedad del
conocimiento
La garbología, ciencia que estudia los hábitos de consumo humano a través de los residuos, es muy utilizada por la sociología y muy útil aplicada al campo de la investigación y la criminología. El escrutinio de la basura (trashing) nos permitirá conocer las costumbres del sospechoso investigado
H. Voyeur, Private Investigation. The art of Knowing the Others, Ed. Happy Endings20
VIÑETA # 6: CSI (PARÍS Y LAS VEGAS)
En un capítulo de la serie de televisión CSI Las Vegas (Crime Scene Investigation) un
cuerpo aparece descuartizado21. Lo que fue una unidad con sentido se reparte ahora,
desmembrada, por diferentes cubos de basura del barrio residencial donde sucedió el
crimen. Una escena es muy significativa: capitaneados por Jim Grissom, los
investigadores de la unidad de CSI rebuscan minuciosamente en los cubos de basura,
todos situados, como debe ser, en la calleja de atrás de las casas, allí por donde
sólo pasan gatos y perros vagabundos, mendigos y recogedores de desperdicios, en las
coulisses de la escena pública. Dan con objetos interesantes: manos, piernas, tronco, cabeza, pelos, sangre… En fin, residuos. Ya en el laboratorio, recomponen la unidad
del cuerpo y alcanzan la verdad: la verdad de las cosas ya reconciliadas con las
palabras. Así el resto gana sentido: pasa de ser algo sucio, putrefacto, in-
significante, cosa sin palabra y sin sentido, a prueba de un hecho con sentido com-
pleto, íntegro. El trashing del CSI, su meticuloso trabajo de garbología, conduce desde la basura al hecho convirtiendo el desecho en prueba, es decir, en una muestra de la verdad. Cuando eso ocurre la basura deja de ser tal.
Es posible una historia social de la basura, una sociología del basurero que
descomponga la basura en sus elementos. Se hace deteniéndose en los desechos y
pensando en ellos como productos. Es un trabajo propio de CSIs: “seguir la trayectoria
de los desechos (…) y encontrar a través de ella al colectivo que construye esa
trayectoria a varios niveles” (Heinich, XXIII): jurídico, administrativo, político, técnico,
educativo, económico, terapéutico… Trabajo de CSI, sí, no me equivoco: propio de lo
que hacen en el Centre de Sociologie de l’Innovation que en la École des Mines de París
inauguró Bruno Latour, cabeza visible de un grupo que hace de la menudencia centro y
de la basura materia con presencia en una cadena de traducciones con significación y
relevancia. Gracias a ese trabajo podemos dar con el lugar que a la basura le
corresponde en la sociedad del conocimiento, es decir, en esa sociedad en la que todo
20 Tomado del número 6 de la revista Eseté, “Pura basura”, Bilbao, 2002, otoño. 21 Capítulo emitido para España en Telecinco el 27 de agosto de 2007.
16
está colonizado, en la que no hay afueras monstruosos, ni mundos paralelos marginales
constituidos con arreglo a otras reglas. Son sociedades en las que hasta la basura es
objeto de racionalización, soporte del sentido. En efecto: en ellas no hay misterio; el
mundo es infinito (Bauman, 2005) y nada no lo integra, ni siquiera lo que sobra. Puede
decirse así: en las sociedades del conocimiento nada es basura y todo tiene sentido.
Deberíamos hacer más caso a Grissom, al menos tanto caso como a Latour; no dejan
ambos de ser expertos en el tema22.
Mundo complicado para la basura: no tiene lugar pues el que fue el suyo, el
afuera, ya no lo es y así, ¿cómo ser desecho si no hay exterior posible, si todo significa?.
9ada está de más, y si algo lo está —y es por eso desecho— se lo reingiere para que sea
algo. De ese trabajo de ingesta perpetua de las cosas por parte de las maquinarias de
dotación de sentido se hace cargo el CSI, el de Grissom investigando, el de Latour
significando, el del Estado —suma de ambos, forenses y sociólogos— recuperando y
reciclando. Lo que sobra no sale nunca de la máquina que sin embargo lo expulsa, que
le quita sentido para dárselo de inmediato, aunque sea el sentido del sinsentido, que, de
nuevo, lo expulsará como resto, para ser de nuevo reabsorbido… Y así por siempre; y
así con todo: residuos domésticos, emigrantes o identidades precarias, residuos
industriales o informáticos, desperdicios sociales…
Nada está afuera: el afuera constitutivo está muerto, ¡viva el afuera
constitutivo!
VIÑETA # 7: PLAN BASURA CERO
En Argentina llevan años intentando implementar en varias ciudades un “Plan Basura
Cero”. En la ciudad de Rosario, al llamado de los “Vecinos Autoconvocados por el NO a
la basura de Rosario”, el emprendimiento anti-basura se hace particularmente activo y
se sostiene sobre argumentos como los que siguen: “A principios de los ’80, un
pequeño grupo de expertos en reciclaje comenzó a hablar acerca de la idea del
‘reciclaje total’. De estas deliberaciones se llegó al concepto de ‘basura cero’ (…).
Canberra, Australia, promovió el objetivo ‘Ningún desecho en el 2010’ (…). Se deben
profundizar los programas basados en la recolección selectiva de los residuos, su
reutilización y el reciclado de los mismos [e implementar] centros de recuperación de
materiales (…) para retornarlos al ciclo productivo”23. Greenpeace Argentina
tecnifica el argumento: “La ‘Ley de Basura Cero’ (…) define criterios de gestión de
los residuos sólidos urbanos (…).‘Basura Cero’ permite compatibilizar virtuosamente
economía, trabajo y limpieza ya que ofrece una solución para la crisis en la que se
encuentran los rellenos sanitarios, que se agotan y son muy resistidos por los
22 Tómese sólo como anécdota adecuada apenas para este libro del que los expertos son uno de los protagonistas, pero es interesante reseñar aquí la que se refiere a que la serie CSI, que en su emisión en castellano mantiene su nombre original, en Francia se renombra como Les experts. 23 Tomado del documento “BasuraCeroRosario.doc”, disponible en el sitio Internet http://www.taller.org.ar/Ciudades_sstentables/index.htm. Acceso en septiembre de 2007. Soy yo quien subraya.
17
vecinos; genera una actividad económica que demanda una importante mano de obra y
crea un circuito de materiales y energía eficiente y ambientalmente sustentable”24.
Cerca de ahí, en Montevideo, Uruguay, los recogedores de basura, se
han organizado y han formado un sindicato, la Unión de Cooperativas de
Residuos Urbanos sólidos (UCRUS). A instancias de ese proceso de
institucionalización, los antaño llamados “recogedores de basura” han
sabido rebautizarse, renombrarse: son ahora clasificadores de
residuos. Se han dignificado, sí, y de paso han limpiado el mal nombre del objeto de su oficio, la basura, que ya no es desecho. En cuanto a
la basura, todo tiene un lugar en Uruguay: “El clasificador es un
trabajador informal que recupera, de los residuos sólidos
domiciliarios o comerciales, material destinado al autoconsumo,
trueque o venta. Estos elementos se reincorporan al mercado a través
del reciclaje o reuso…”25. A izquierda y derecha, la basura se encontró con enemigos implacables, que no la
dejarán nunca ser tal. En 2010, de tanto REciclarla, REclasificarla, REordenarla y
REutilizarla, de tanto devolverle el sentido, no quedará rastro de ella.
Daniel Muriel26 me señaló el amplio abanico de objetos, figuras, conceptos…
que rozan la textura del desperdicio en el universo informático, objetos, figuras y
conceptos que se imaginan de acuerdo a la lógica descrita en los párrafos previos —
ninguna basura carece de sentido, toda basura tienen nombre, lógica y significado; no
hay basura entonces—. Dice Muriel: “virus, spyware, hackers, contenidos no deseados,
spam, enlaces muertos, noticias sin actualizar, documentos inservibles, hardware
obsoleto, enlaces directos en el escritorio no utilizados, entradas en el registro del
sistema operativo olvidadas por los programas de desinstalación o programas que se
saltan la protección; programas de desinstalación, la papelera de reciclaje, limpiadores
de registro, el comando de formatear, movimientos y asociaciones en Internet contra el
contenido basura o el spamming, filtros anti-spam y de contenidos, garbigunes de
hardware, o el ordenamiento de los enlaces en el escritorio no utilizados, el hardware
obsoleto que se utiliza para montar “ordenadores Frankenstein” (construidos por los
desechos de los ordenadores que se mantienen en vanguardia)…”. Estatuto ambiguo el
del desecho en el universo informático: al tiempo que algo impropio y sucio es algo que
es, que tiene entidad y singularidad; porque es impropio y sucio tiene sentido. Eso,
24 Texto tomado del sitio Internet de Greenpeace Argentina: http://www.greenpeace.org/argentina/contaminaci-n/basta-de-basura. Acceso en septiembre de 2007. 25 Tomado de la página 10 del documento, de significativo subtítulo, “Tirando del carro. Clasificadoras y clasificadores: viviendo de la basura o trabajando con residuos” (http://www.presidencia.gub.uy/_Web/noticias/2007/01/PUCTirando_Carro.pdf; acceso el 11 de marzo de 2009), todo un ejemplo, modélico, de la racionalización de la basura, tanto como buen lo es que ese documento esté alojado en la sede en Internet de la presidencia del Gobierno de Uruguay. 26 En comunicación personal vía email, que es lo que cito. Puede leerse del mismo autor la viñeta que con el título “Basura informática” redacta dentro de Gatti, 2008b.
18
antes, no tenía sentido. En ese universo, entonces, la basura ha sido incorporada,
prevista, integrada pero sin perder su estatuto de basura.
Escribía más arriba que la tecnocracia de los residuos tiene un nombre para
este proceso: internalización de la basura. Es un buen nombre; indica que todo está tan
colonizado que hasta lo fuera de lugar tiene su sitio. También ocurre con la vida social y
las identidades, con muchas, que viven instaladas en la paradoja: lo precario es
permanente, la extranjereidad es nuestra normalidad, el monstruo es regla… Así es, lo
que fue afuera es norma, lo que era ajeno y paralelo (marginal) está ahora aquí, en el
mero centro. La basura, que en otro tiempo fue o bien resto o bien textura propia de
otros mundos, se incorpora. Lo de afuera está dentro, sí.
3.3 Garbologías, II: ruinas, vómitos, museos de la nada. Plano para
sobrevivir en la basura cuando, aunque es, no sabemos qué palabras
asignarle
En el arranque del texto quise lanzar la idea de que la basura —eso que
concebimos ahora como estando fuera pero siendo parte del mundo que la expulsa—
puede proponerse como el correlato material de la vida social en una época en la que
buena parte de las manifestaciones de ésta adoptan una estructura paradójica. Pero
miradas sociológicas como las recogidas en el epígrafe anterior, por finas que sean, le
dotan de demasiado sentido, al menos más de lo que mi estómago es capaz de resistir;
por ellas la basura es anulada como lugar de lo fuera de lugar; torna variable de-
pendiente, una parte de una secuencia.
Hay miradas que situadas en los bordes de las ciencias sociales, sin las
ventajas de éstas —a veces, el rigor— pero sin sus inconvenientes —a veces, el
rigorismo— pueden aportar imágenes, quizás no más que eso, para arrancar con el
trabajo de darle forma al boceto de lo que más adelante tal vez vaya a ser un buen mapa,
útil para acercarse a los territorios del desperdicio. Son propuestas que vienen de la
semiótica, de lo que genéricamente llamaría la crítica del arte y alguna otra procedente
de algún clásico de la sociología. Su presencia en este trabajo se justifica porque
aportan ideas en las que resuenan las ambigüedades propias de la basura. Estatutos
como los del excremento, lo inclasificable del museo o la ruina expresan esas cosas que,
según Fernando Castro Flórez, producen disgusto: lo “irrepresentable, [lo] innombrable,
[lo] completamente diferente” (2003: 233).
La semióloga uruguaya Hilia Moreira, en su monografía sobre el excremento
y su lugar en la cultura (1998), da cuenta de distintas expresiones de “belleza que
emerge de la basura” (ibidem: 132 y ss): arte elaborado con lo sucio, hermosuras que
brotan de lo que sobra, de la mugre, bellezas que constituyen “un especial reino del arte
19
—afirma— [que] fermenta en lo que se rompe, lo inservible, lo que infecta” (ibidem).
Interpreta Moreira que ese esfuerzo es tremendamente útil para tematizar la región
fronteriza entre la naturaleza y la cultura, un lugar de difícil reflexión, pues ahí, justo
ahí, chocan tanto como se reconcilian el orden y el desorden.
También Peter Weibel, en el trabajo que compila junto a Bruno Latour y que
sirve de soporte a la exposición Iconoclash (2002), recoge diversas expresiones de arte
(no-arte dice él) que en el residuo encuentran su coartada material: cuerpos
manifestados a través de sus restos, cuerpos que rompen las fronteras entre lo público y
lo privado, situaciones que diluyen y problematizan el quiebre entre naturaleza y
sociedad… Lo interesante es que estas expresiones, por perturbadoras que resulten, no
buscan destruir nuestras viejas iconografías —iconocrash— sino producir otras nuevas
en un espacio también nuevo, donde la lógica misma de la producción iconográfica
implosiona —iconoclash—: artista defecando en público, artista ingiriendo
excrementos, artista orinando en un puente…27 La basura no como el lugar y la materia
de lo que sobre del mundo sino como mundo y materia en sí misma.
Basura dentro, basura fuera… 9o es pero está. Es porque no está. El artista
de Chicago Jason Bitner recupera materiales privados desechados y los pone
nuevamente en circulación: diarios íntimos, fotos, restos domésticos… Les llama
“hallazgos guarros”. En su revista Found muestra detritus personales reunidos en una
especie de collage que ha recopilado luego en un trabajo más amplio, Dirty Found28. En
él el objeto vuelve a ganar el sentido que perdió cuando fue convertido en basura y a
asociarse con palabras que le dicen. Pero esas palabras son otras respecto a las origina-
les y además no olvidan que de lo que hablan es de algo que es refractario a las
palabras. El pacto se renueva, sí, el sentido renace, pero lo hace en un estatuto ambiguo,
en el que ese objeto está aún muy marcado por su aún visible condición de basura: ¿está
dentro o está fuera? ¿es nuevo o es viejo? ¿es?…
En Museos (2003), Josep Maria Montaner habla de proyectos que aunque se
quieren antimuseísticos constituyen patrimonio a partir de un trabajo intenso de puesta
en valor de materiales desechados por los museos ordinarios; con esa operación, hacen
de esa materialidad no registrada la materia de sus exposiciones: museos virtuales,
museos sin sede, museos de copias, museos de nada… En ellos se tematiza un lugar
ciertamente interesante: lo que si es algo es resto o sobra de exposición integra
exposiciones en tanto que tal sobra. En la misma línea que Montaner, Beatriz Moral
(2008), apoyándose en Krzysztof Pomian, reseña el ambiguo estatuto de la obra
27 Menos desarrolladas que en Iconoclash, el número 6 del fanzine ESETÉ recoge algunas propuestas, más o menos interesantes, de arte del desecho (2002). 28 Recogido en el artículo de Pamela LiCalzi O’Connel, 2004.
20
catalogada pero no expuesta: “entre el objeto significado y el desecho” (ibidem), una
cosa que no es ni útil ni tampoco basura, que tiene valor y se cataloga, pero que no se
expone ¿Es resto —objeto sin significado— o es icono —objeto con valor
representativo—? Entre el significado y el sinsentido está, y ahí se hace y se piensa.
Algunos van más allá, como el homeless del que da cuenta Henri-Pierre Jeudy, que
solicitó que su casa, la casa de cartón de un sin techo, una no casa pues, fuese
clasificada dentro del inventario nacional de trabajos de arquitectura (1999: 25).
La ruina es una de las primeras formas del desecho que, a mí conocer,
mereció la atención de las ciencias sociales. En un artículo cuya primera versión en
castellano se publicó ya por 1926, Georg Simmel reflexionó sobre el peculiar, seductor
e inquietante estatuto de la ruina. Ese espacio desechado es un lugar del que la vida
parece haberse retirado pero del que en ocasiones la vida se reapropia, otorgándole un
sentido nuevo sin obligarle a renunciar a su condición de ruina, a espacio, pues,
escindido ya del sentido. Simmel lo explica: “un nuevo sentido se apodera de esos
accidentes (…) [cuando] en las partes desaparecidas o destruidas [de un edificio] se han
desarrollado otras fuerzas y formas” (1986: 110). La cosa separada de la palabra que le
dio sentido se reencuentra con la palabra pero con una palabra que se le acerca en
cuanto materialidad desprovista de sentido; es la ruina, sí, lugar de vida “de donde se ha
retirado la vida y que sin embargo aparece todavía como recinto y marco de una vida”
(ibidem: 111). Situada entre lo conforme y lo informe, emplazada —como la basura—
en un lugar a medio camino entre lo que es y lo que no (“Entre el instante en que no ha
sido formado todavía y el instante en que ha vuelto al polvo, entre el ‘aún no’ y el ‘ya
no’, existe una posición positiva del espíritu” (ibidem: 113)) la ruina es algo de una
materialidad peculiar: ni materia bruta, ni materia con sentido, ni totalmente fuera ni
totalmente dentro del circuito que recoge a las cosas que son. Si Simmel fue sensible a
entidades y fenómenos sociales ciertamente singulares —el extranjero, los puentes y las
puertas, la aventura y el viaje…— podría pensarse que de todas ellas la ruina es el
correlato material. Albert Speer, arquitecto de Hitler, respalda el fino análisis de Simmel y añade
con su trabajo un dato relevante, que lo conecta directamente con el imaginario más
contemporáneo, el de la ciencia y el conocimiento, el de la previsión y el riesgo, el de la
anticipación reflexiva; en definitiva, con el imaginario de la racionalización del mundo
propio de las sociedades del conocimiento. En el texto que titula “Teoría del valor de las
ruinas” (Speer, 1978: 82-8329), relata cómo diseñó edificios pensados para trascender el
presente y durar, no ya como unidades enteras sino como ruinas. Lo interesante es ver
cómo Speer aborda el problema buscando una solución técnica a la paradoja teórica de
29 Texto tomado del magnífico monográfico que dedicó al resto la revista que editaba, años ha, el Centro Georges Pompidou de París, Traverses. Los editores del número 11 lo extrajeron del libro de Albert Speer, Au cœur du Troisième Reich, Arthème Fayard, París, 1971, pp. 80-82.
21
la ruina duradera: “Utilizando ciertos materiales o respetando ciertas reglas de física
estática, se podría construir edificios que, tras cientos de o, como nos gustaba creer,
miles de años, se parecerían a los modelos romanos. Por eso queríamos renunciar al
empleo de los materiales modernos” (ibidem: 84). Prefigura Speer un movimiento
propio de nuestro tiempo, propio del imaginario que rige hoy nuestra lectura de la
basura: primer paso, la basura existe como desecho y resto; segundo paso, debemos
trabajar para que el desecho y el resto formen parte de las cosas limpias, incluidas en la
clasificación.
Estos últimos apuntes sirven, en efecto, para encarar el estatuto de la basura
en la sociedad de conocimiento: objeto incluso como objeto inclasificable, inventariable
como fuera de inventario.
22
4 LA BOLSA REBOSA, LOS MALENTENDIDOS ENTRE LAS PALABRAS Y LAS COSAS TOMAN LA ESCENA
VIÑETA # 8: CARTONEROS
En el Buenos Aires que surgió tras la sonada crisis argentina de 2001 los cartoneros
se han convertido en personajes comunes de la noche. En la figura de estos
“recuperadores informales de residuos” (Dimarco, 2007) se aúnan rasgos de las tres
miradas que sobre la basura ha desarrollado la ciencia social: como pensaba la mirada
estructuralista, el de la basura que los cartoneros manipulan es el lugar de lo
abyecto (“Trabajan sobre lo que sobra: la basura” (Livón, 2007)); como estructuró la
mirada funcionalista, el del residuo, en el que viven,constituye un mundo en
paralelo, de reglas otras, y así los cartoneros, que “son una microsociedad con
reglas que se respetan y nadie viola” (ibidem) y que siguen tradiciones ancladas en la historia urbana de la Argentina (la de los cirujas y el cirujeo (Livón, 2007; Dimarco, 2007)); y, por último, como ha sabido ver la sociología de la ciencia, a lo
CSI, el cartonero hace del sinsentido del desperdicio un lugar profesional, de
experticia, consumando la máxima de acuerdo a la que en la sociedad del conocimiento
todo, hasta lo que no tiene sentido, lo tiene: “Cartoneros somos los que eliminamos
lo que sobra y hacemos [de eso] otra cosa” (Livón, 2007). “¿Vieron cuánto hay detrás
de un cartonero?” (ibidem)30.
Para pensar la quiebra del viejo pacto entre la materialidad y el sentido y dar
con las texturas que soportan la vida social contemporánea he apostado por un concepto
incómodo, cenagoso, oloroso, la basura. La basura fue primero materia sobrante y
ajena, cosa que no está en su lugar (Knaebel), ofensa contra el orden (Douglas), puro
afuera —“aquello de lo que a toda costa hay que deshacerse bajo riesgo de quedar
excluido de la comunidad de los humanos” (Heinich, 1998: XXIV)—, luego fue
materia-problema, materia-peligro, afuera, sí, pero susceptible de ser legislado para
exorcizar los temores que generaba31 —“toda sustancia o todo objeto que corresponde a
las categorías que figuran en el anexo 1 de las que el detentador se deshace o de las que
tiene la obligación o la obligación de deshacerse” (en Barbier, 1998: 29)—, y es hoy,
finalmente, objeto de una política activa de recuperación y ordenación que hace que,
paradójicamente, cuanto más basura hay menos basura es.
30 Una buena y sugerente genealogía de la figura del cartonero, que rastrea en sus tradiciones y momentos fundacionales, puede leerse en el trabajo de Sabina Dimarco (2007). Con parecidas conclusiones y aplicado también al contexto argentino analizado a través de la película Los inundados, del director Fernando Birri, está el texto de Eduardo Cartoccio (2007). Ambos apa-recen recogidos en el volumen 2007/2 de Papeles del CEIC (en http://www.identidadcolectiva.es). 31 Como afirma Serge Latouche en su trabajo sobre la parte de atrás de la producción, “la reglamentación Real en Francia sobre los desechos (…) no existe hasta el siglo XIX y sirve, como el discurso médico, de instrumento de poder (real y burgués) para controlar el espacio de la villa y del reino” (1978: 98). Control de la basura, control del caos, garantía del orden.
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Esta rápida incursión por la historia social de la basura32 ayuda a ver que hoy
la basura, el desecho (el sólido, el líquido, el plástico, el orgánico, el humano, el
social…) es un lugar extraño, que conserva trazas del que fue su origen (cosa que no
coincide con sus palabras), que también tiene marcas que denotan su pasado reciente
(constituye mundos sociales marginales), y que pese a todo eso se ha acomodado en el
centro mismo de la vida social. Lo digo de otro modo, de un modo más conclusivo y
con forma de sentencia: las desavenencias entre las palabras y las cosas se han
instalado en la línea medular de la realidad social contemporánea, una marcada por la
ruptura del pacto moderno. 9ada avisa que sea posible pensar en la llegada de nuevos
pactos. Distancia entre las palabras y las cosas —¡vieja cosa, sí! — o entre la materia y
el sentido o entre las cosas y sus representaciones, distancia en la que se constituyen
mundos de vida que hacen precisamente de ese sin-sentido un lugar. Nadie lo hubiera
dicho: los vertederos de la modernidad están repletos de vida social.
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32 Otras, mejores, son las de dos películas, ambas ya citadas: Les glaneurs et la glaneuse, de Varda (2000) y Cartoneros, de Ernesto Livón (2007).
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