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1 PUBLICADO EN GABRIEL GATTI, IÑAKI MARTÍNEZ, BENJAMÍN TEJERINA (EDS.), Tecnología, cultura experta e identidad en la sociedad del conocimiento, Servicio editorial Universidad del País Vasco, Leioa, 2009 La materialidad del lado oscuro (Apuntes para una sociología de la basura) Gabriel Gatti Centro de Estudios sobre la Identidad Colectiva / Departamento de sociología 2 Universidad del País Vasco - Todo nuestro trabajo consiste en evitar la palabra que nos liberaría de tantas obligaciones (…) - ¿Y qué palabra es esa? - Etcétera Pablo de Santis, 2007 1 LOS MALENTENDIDOS ENTRE LAS PALABRAS Y LAS COSAS Me interesa en este texto reflexionar sobre una de las características a mí parecer más relevantes de la vida social contemporánea: la extraña forma que toma hoy el pacto entre la materialidad (las cosas) y sus representaciones (las palabras). Para hacerlo voy a emplearme en pensar sobre ese pacto no partiendo de la presunción de que existe bajo nuevas tramas 1 , sino suponiendo que hoy, las dos instancias entre las que se constituye se llevan bastante mal y pensando que la de la basura es la textura del territorio que se define a partir de sus actuales y profundos malentendidos. Lo diré de otro modo: quisiera acercarme a algunos aspectos de las sociedades contemporáneas sin proponer un guión que dé cuenta de sus nuevos arreglos y equilibrios sino procediendo al revés; es decir, evacuando la quimera de articular un orden social estable y de construir nuevas metáforas del orden para sumergirme radicalmente en el deceso de las 1 Lo que está hecho, muy hecho, sobre todo por todos aquellos, y son muchos, que piensan en la textura de lo que sigue a la modernidad, sea lo que sea, como textura líquida (Bauman), fluida (Castells). Una textura blanda, sí, pero equilibrada… y al fin al cabo, por íntegra, también textura sólida.

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PUBLICADO EN GABRIEL GATTI, IÑAKI MARTÍNEZ, BENJAMÍN TEJERINA

(EDS.), Tecnología, cultura experta e identidad en la sociedad del conocimiento,

Servicio editorial Universidad del País Vasco, Leioa, 2009

La materialidad del lado oscuro (Apuntes para una sociología de la basura)

Gabriel Gatti Centro de Estudios sobre la Identidad Colectiva / Departamento de sociología 2 Universidad del País Vasco

- Todo nuestro trabajo consiste en evitar la palabra que nos liberaría de tantas obligaciones (…) - ¿Y qué palabra es esa? - Etcétera

Pablo de Santis, 2007

1 LOS MALENTENDIDOS ENTRE LAS PALABRAS Y LAS COSAS

Me interesa en este texto reflexionar sobre una de las características a mí

parecer más relevantes de la vida social contemporánea: la extraña forma que toma hoy

el pacto entre la materialidad (las cosas) y sus representaciones (las palabras). Para

hacerlo voy a emplearme en pensar sobre ese pacto no partiendo de la presunción de

que existe bajo nuevas tramas1, sino suponiendo que hoy, las dos instancias entre las que

se constituye se llevan bastante mal y pensando que la de la basura es la textura del

territorio que se define a partir de sus actuales y profundos malentendidos. Lo diré de

otro modo: quisiera acercarme a algunos aspectos de las sociedades contemporáneas sin

proponer un guión que dé cuenta de sus nuevos arreglos y equilibrios sino procediendo

al revés; es decir, evacuando la quimera de articular un orden social estable y de

construir nuevas metáforas del orden para sumergirme radicalmente en el deceso de las

1 Lo que está hecho, muy hecho, sobre todo por todos aquellos, y son muchos, que piensan en la textura de lo que sigue a la modernidad, sea lo que sea, como textura líquida (Bauman), fluida (Castells). Una textura blanda, sí, pero equilibrada… y al fin al cabo, por íntegra, también textura sólida.

2

viejas y en sus restos y podredumbres, esto es, en la basura de la modernidad, lugar en

el que entiendo puede darse con pistas de las singularidades de nuestro nuevo

(des)orden.

No hay en esto, quede claro, vocación de escándalo: pienso que la basura es

una imagen útil para hablar de la disociación entre las cosas y las palabras o, si se

quiere, para hablar de la paradójica articulación entre unas y otras, entre materialidad y

representación, en la sociedad contemporánea2. Resumo entonces: si la pregunta de este

escrito se aplica al soporte material de las representaciones que ordenan la realidad

social, la respuesta, tan paradójica como esa realidad sobre la que quiere indagar, se

encuentra sondeando en los estercoleros de la modernidad, en la basura, esa materia

disociada de sus sentidos.

El trabajo no parece fácil pues como regla general la sociología ha tendido a

pensar en materialidades limpias, claras, nítidas, óptimas para sostener un imaginario, el

de la modernidad sociológica, también limpio. Pero ¿qué materialidad presumir para las

realidades sociales de hoy, alejadas de esa caracterología? ¿La red inmaterial? ¿Nada?

¿Lo fluido? Apuesto por pensar en una prófuga, la de la basura. El argumento que podrá

llevarme a saber del estatuto sociológico de la basura pasa, primero, por dar cuenta,

siquiera brevemente, de los lados limpios, claros del proyecto moderno, de la parte más

fastuosa de sus imaginarios, de su cara más espectacular, esa que sostiene el viejo pacto

—viejo por moderno— entre el sentido y la materialidad, entre las palabras y las

cosas; en segundo lugar por mostrar qué cosas alcanzaron y alcanzan el estatuto de resto

con respecto de ese pacto y por dar cuenta de cómo las ciencias sociales, al menos

algunas de sus miradas más institucionalizadas (la estructuralista y la funcionalista), lo

pensaron; y en tercer lugar por proponer que cuando los desperdicios estallan, cuando

los contenedores de los recortes sobrantes de la lógica moderna rebosan3, cuando se

2 He trabajado sobre la escisión entre las cosas (sociales) y sus representaciones y palabras (sociológicas) en varios textos previos a éste. Los más directamente conectados con él son Gat-ti, 2005, donde me las tuve con la imagen del vacío social y, sobre todo, Gatti, 2008b, texto en el que por primera vez me introduje en la reflexión sobre el estatuto social de la basura. Este último trabajo se apoyaba en los resultados del taller que sobre las “Identidades (de la) basura” tuvo lugar dentro de los IV Encuentros de la red de investigadores las astucias de lo social, que se celebró en Arteleku, Donostia, en 2005 (cf. Imaz (ed.), 2008). Las aportaciones de los participantes en ese taller están seguramente muy presentes en este trabajo. 3 No hay más remedio que remitir al casi fundacional Nunca hemos sido modernos de Bruno Latour (1993) para desarrollar esta potente imagen, que representa el presente como un contenedor rebosante de desperdicios. El menos sistemático pero más claro, teóricamente menos arriesgado pero más humanista, La modernidad y sus parias, de Zygmunt Bauman (2005), resulta también de enorme utilidad para calibrar la intensidad de este proceso, por el que “el volumen de residuos humanos crece más deprisa que la capacidad de gestionarlos, [y por el que] existen perspectivas plausibles de que la actual modernidad planetaria quede obstruida con sus propios productos residuales” (ibidem: 94).

3

saturan los desagües que permitían drenar y limpiar los excedentes (Bauman, 2005: 94),

la basura adopta un estatuto tan sugerente como paradójico: sigue siendo basura —está

fuera—, pero es parte del mundo que la expulsa —está dentro—. Creo —estoy lejos de

ser el único— que buena parte de la vida social contemporánea comparte con la basura

ese estatuto tan singular (estar fuera pero dentro), y es por eso que sugiero pensar en ella

como el material que casa bien con la parte —y es inmensa— de la vida social

contemporánea más vacua, débil, escurridiza y ambigua.

No es fácil pensarla; para hacerlo más cómodamente acudiré a algunas

situaciones, la mayor parte de ellas muy actuales, que sirven para ilustrarla. Toman

forma de serie de viñetas (11-M; Equipo Argentino de Antropología Forense; Diógenes;

Borrados y fantasmas; Glup; CSI —París y Las Vegas—; Plan Basura Cero; Cartone-

ros) y se cruzan, o van en paralelo, con el texto.

2 EL PACTO MODERNO Y LO QUE LO EXCEDE. GUÍA USADA PERO LIMPIA PARA RECORRER (SOCIOLÓGICAMENTE) LAS PARTES SUCIAS DE LA VIDA (SOCIAL) MODERNA

VIÑETA # 1: 11-M

En marzo de 2004, el desperdicio emerge en forma de restos humanos, los del 11-M. En

EL PAÍS un periodista redacta (…) “la masacre del 11 de marzo en Madrid dejó restos materiales en los trenes destrozados, restos psicológicos que todavía están siendo

tratados y hasta restos políticos de los que será difícil librarse”. Y acierta en el

lugar en el que carga la tensión informativa: los restos. Pues, en efecto, la catástrofe del 11-M es tal porque desequilibra maridajes hasta entonces bien ajusta-

dos. Lo que tiene sentido se descalabró y nos las tuvimos de ver con residuos: desechos humanos, escoria política, realidades sin palabras. En fin, cosas sin nom-bres que les orienten, significantes sin significados con los que coaligarse. Fue un día catastrófico pues no se pudo controlar la enorme cantidad de materia que se divorció de sus sentidos modernos.

Cuando funcionaban los pactos modernos y las palabras de la sociología

encajaban con las cosas de la sociedad, la vida social se articulaba en torno a una

ecuación sencilla, con arreglo a la cual se hacía de dos productos históricos, el Estado-

nación y el individuo-ciudadano, el modelo de la identidad y de la vida en sociedad. No

abundaré ahora en los detalles de esta ecuación4, apenas un poco en las

4 Para lo que puede consultarse Gatti, 2008b.

4

correspondencias entre la vida social colonizada por esas formaciones sociales —no se

olvide, localizadas, históricas y, hasta cierto punto, contingentes— y ciertas formas de

materialidad, las que la modernidad social y sociológica entiende que son

necesariamente solidarias con la idea de sociedad.

LA ECUACIÓ� MODER�A

Identidades modernas son aquéllas con nombre, territorio e historia (fijas, estables, duraderas, contundentes, visibles…)

La realidad social sólo lo es si se parece a los modelos con arreglo a los que se fragua su identidad (Estado-nación; individuo-ciudadano)

La materialidad moderna es sólida, registrable, archivable y acumulable. Se encarna en el patrimonio, soporte material de la identidad estable de la identidad moderna

Así es, formas e identidades sociales ligadas a figuras ordenadas, coherentes y

homogéneas (Albertsen y Diken, 2000), estables —como el Estado—, indivisibles —

como el individuo—, encuentran en cierta sociología su ciencia, y unas y otras hacen de

la materialidad limpia y duradera del patrimonio5 su soporte físico.

VIÑETA # 2: EQUIPO ARGENTINO DE ANTROPOLOGÍA FORENSE

En argentina el EAAF (Equipo Argentino de Antropología Forense) trabaja para reparar

algunas heridas infundidas de manera salvaje al pacto moderno, las que el régimen

militar argentino (1976-1983) supo infringir al reinventar la figura del detenido-desaparecido6. El desaparecido, interpretan los antropólogos forenses, es un residuo de una maquinaria represora que en su operar separa —es su mecánica— cuerpos de nombres, cosas de palabras, el soporte físico de su identidad. Esa maquinaria rompe, dicen los miembros del EAAF, “la relación básica que todos tenemos entre nuestra

identidad y nuestro cuerpo”7, diluye pues el pacto moderno entre las palabras y las

cosas. Lo desquicia. ¿Qué es pues el detenido-desaparecido? Un residuo: “cuando una persona pierde valor como fuente de información era expulsada [de la maquinaria

desaparecedora] como cadáver. El asunto era cómo [gestionar la expulsión] del cuerpo

del centro clandestino, cómo la maquinaria expulsaba el residuo que quedaba, que era

el cuerpo”8. La maquinaria desaparecedora rompía así el pacto moderno; frente a eso,

5 Sobre el patrimonio, cf. el texto de Antonio Ariño en este mismo volumen. 6 Sobre los detalles de esta figura y sobre sus consecuencias en la vida social estaría de más hacer comentarios aquí, tanto como sobraría orientar bibliográficamente sobre ella. En cualquier caso, a efectos de ilustrar lo que escribo en la nota del cuerpo del texto, remito a un trabajo reciente, Gatti, 2008a. 7 Extracto de la entrevista a un responsable del EAAF (EAAF # 1) hecha por el autor en agosto de 2005 en el marco de la investigación “Mecanismos sociales de representación del horror. La gestión de la figura del detenido-desaparecido en el Cono Sur latinoamericano (Argentina y Uruguay)”. 8 Extracto de la entrevista a un responsable del EAAF (EAAF # 2).

5

el EAAF actúa en sentido contrario: devuelve el sentido roto, significa, restituye.

Unifica y encastra cuerpos y nombres (Somigliana, Olmo, 2002): “la necesidad es identificar, devolver la identidad… Yo rompo esta taza y la tengo que pegar de

vuelta, ¿cómo hago con los pedacitos? ¿Qué era esto? Era una taza, entonces tengo que

volver a tener una taza, si tengo todos los pedacitos… nunca tengo todos los

pedacitos, pero tiene que ser lo más parecido a una taza”9. El desperdicio deja de

serlo cuando se restituye la relación quebrada ente una cosa y sus sentidos.

Pero fuera de la ecuación moderna quedaron muchos restos: monstruos

diversos, realidades sin sentido, cosas insignificantes… Fenómenos, en definitiva,

irrepresentables, a los que aparte de este último calificativo cupo aplicar otros cuantos

de una textura parecida: invisibles, imposibles, impensable, irreales… En sociología le

hemos aplicado un adjetivo-síntesis al territorio merecedor de semejantes epítetos:

anómico. Lo cierto es que esos restos no causaron problemas hasta que su expansión

masiva colapsó los mecanismos de contención modernos, y lo que en una primera

lectura parecía no ser más que una realidad espuria empieza a tener que ser tomado en

serio. Si nos fijamos en cómo se ha hecho ese tratamiento del residuo desde la

sociología veremos que —al igual que los antropólogos forenses a los que hago

referencia en la viñeta 2— el trabajo de esta ciencia se ha orientado en una dirección:

dotar de sentido a lo que no lo tenía, hacer de lo espurio algo significativo. U olvidarlo.

Así, si la basura, el residuo, el desperdicio (sociales) eran materia expulsada de las

maquinarias (sociales) modernas, la ciencia (social) se encargaba de pensar cómo situar

ese desperdicio en maquinarias analíticas que lo hiciesen ininteligible (socializarlo).

De querer ser exhaustivo debería, sin duda, atender a más de dos propuestas

para dar cuenta de lo que la sociología ha dicho del residuo. Pero para los objetivos de

este texto basta con fijarse en lo esencial de dos de los paradigmas dominantes en las

ciencias sociales del siglo veinte, estructuralismo y funcionalismo. Ambas miradas son

muy diferentes, pero en ambas hay algo en común: el residuo tiene sentido.

En los bordes del orden de la representación —el de las palabras— se sitúan

las cosas que, aunque imposibles, lo posibilitan: fósiles y monstruos. La mirada

estructuralista, siempre hábil, sabe que ambos extremos permiten que el orden sea

pensado como unidad y que disponga, por lo tanto, de una identidad fuerte: “Toda la

continuidad de la naturaleza se aloja entre un prototipo, absolutamente arcaico,

enterrado más profundamente que cualquier historia, y la complicación extrema de este

modelo (…). Entre esos dos extremos existen todos los grados posibles de complejidad

y de combinación” (Foucault, 1997: 155). Uno, el fósil, es el prototipo en positivo, el

indicador del origen de la especie: vigila desde el tiempo la evolución hacia la

complejidad, que es su futuro. El otro, el monstruo, guarda el orden, la clasificación, la

9 Extracto de la entrevista a un responsable del EAAF (EAAF # 1).

6

jerarquización y el dibujo del espacio de las taxonomías: es lo que se sale del cuadro, lo

que lo transgrede y rompe. Si lo normal, dijo Gabriel Tarde por boca de Georges

Canguilhem, es “el grado cero de monstruosidad” (1962: 32), la monstruosidad, podría

decirse, es el grado cero de las cosas: “A partir del continuo que posee la naturaleza, el

monstruo hace aparecer la diferencia: ésta, que aún carece de ley, no tiene estructura

bien definida; el monstruo es la cepa de la especificación” (Foucault, 1997: 157). En

cualquier caso, a través de lo que ambos no son se compone un discurso que diseña un

campo en el que toda cosa encuentra su tiempo y su espacio: el tiempo desde el primero,

el fósil, que ayuda a construir la narrativa de nuestros balbucientes orígenes; el espacio

desde el segundo, el monstruo, pieza esencial para dar cuenta y contar nuestros terruños,

pues muestra lo que se sale de ellos. Ese campo que no es ni fósil ni monstruo es lo

visible, algo, el sí, traducible en representaciones escritas, algo en donde hacemos

identidad.

¿Fuera de él? Nada: monstruos y fósiles, sólo negación que hace posible lo

existente. Afuera constitutivo dijo alguno: “la existencia de los monstruos cuestiona la

vida por el poder que tiene de enseñarnos el orden” (Canguilhem, 1962: 29). El otro

lado del límite, “allí donde no soy y que me permite ser”, límite del que “se desprende

mi condición de viviente” (Kristeva, 2006: 10). Posibilidad, sólo posibilidad: nunca se

realiza, no puede, pues es lo inasible que genera lo que toco, lo invisible que produce lo

que veo, lo no inscrito que permite la inscripción. Un afuera, no tiene identidad pero es

constitutivo de lo que sí: “la región sombría, móvil, temblorosa —escribe Foucault— en

la que lo que el análisis definirá como identidad no es aún sino analogía muda; y lo que

definirá como diferencia asignable y constante no es aún sino variación libre y azarosa”

(1997: 157). El vacío, vaya.

En la estela de Foucault y de esta mirada sobre el desecho, Luce Giard

(1978), atendiendo más específicamente que el sabio de Poitiers al territorio del resto,

concluye que el trabajo de lo sucio es uno: la producción de lo limpio. El resto es un

depósito donde se concentran las operaciones que hacen posible lo existente,

operaciones secretas, ocultadas, silenciadas. Necesariamente. Es pues una suerte de caja

negra, forzosamente vacía de vida real aunque indispensable para la vida real. Es,

continúa argumentando Giard, un contenedor de “residuos indisociables del

funcionamiento profundo de la institución disimulados en el corazón de sus órganos

nobles. Son el gran resto acerca del que la institución (…) guarda silencio” (ibidem: 62).

Malos objetos, objetos inexistentes. El resto, dice Giard, es silencio.

Así, en esta primera mirada, la basura comparece ocupando un lugar

importante, el de las cosas que merecen términos como los de “imaginario” o “hecho

constitutivo”. Ambas cosas es: ayuda a imaginar y a constituir cualquier sistema de

orden. Y sin embargo, realmente, es un lugar vacío de vida y de materialidad, un puro

7

signo inhabitable e inmaterial. La basura vista, de este modo, como el lugar donde

palabra y cosa se separan y que, por eso, nos hace ver —ésa es su misión— la necesidad

de amasar bien la palabra con la cosa para que el orden sea.

VIÑETA # 3: DIÓGENES

El 9 de junio de 2004 La Verdad de Murcia da cuenta del siguiente suceso: “Desalojan (…) a otra ‘Dama de las basuras’. Con orden judicial, y en presencia de sendos

agentes de la Policía Local, una brigada de limpieza (…) contratada por la Concejalía

de Servicios Sociales, entró en la vivienda [de ‘la Dama de las Basuras’] (…) para

sacar a la calle bolsas con cientos de kilos de basuras, desperdicios (…). A media

mañana llegó un camión de Ingeniería Urbana para recoger los montones de basura y

trastos inservibles”. Era Irene; padecía “Síndrome de Diógenes”, sufría de soledad

voluntaria: se abandonó a la vida en el resto, al “aislamiento (…), [la] ruptura de

las relaciones sociales, [la] negligencia de las necesidades de higiene, alimentación

o salud, [la] reclusión domiciliaria, [el] rechazo de las ayudas y [la] negación de

la situación patológica” (tomado de http://tubotica.net). La basura es el soporte

material de vidas que, aunque sociales, se organizan en los lugares oscuros, sucios,

ajenos a la sociedad.

Otra forma de entender la basura desde la sociología moderna piensa en ella

como la materialidad propia de mundos expulsados y de las identidades que contienen.

Para ella, al lado del universo limpio, donde las palabras y las cosas se entienden sin

necesidad de traducciones, se dibuja otro, sucio, en donde esas buenas maneras han sido

reemplazadas por otras, internamente coherentes pero radicalmente diferentes respecto

de nomos más constituidos. Esta mirada es la propia tanto del más clásico de los

funcionalismos como de esa que a ojos de la sociología contemporánea constituye una

de sus precuelas, la Escuela de Chicago10, como finalmente de algunas de las versiones

más aceradas de eso que Yves Barel (1984) llamó, con muy buen tino, las “sociologías

neorrománticas”, a saber, propuestas neocomunitaristas dispuestas a ver en los “mundos

paralelos” de la pobreza las pistas de un renacimiento de la Gemeinschaft en la era de lo

post-social. Todas esas miradas encuentran unidad en los mundos sociales rudos y

olvidados, tanta que, buscando para ellos una materialidad que los soporte, ven en el

desperdicio una buena solución.

10 Una crítica magníficamente bien argumentada a la Escuela de Chicago, a su posición en la genealogía de las sociologías preocupadas por el orden y sus derivas y a cómo sus luminarias dibujaron el perfil de los habitantes del gueto y de los pobladores de las “barriadas basura” —los “felices habitantes de los reinos del desvío”— puede leerse en Cambiasso, Grieco, 1999, especialmente en las páginas 41-63 y 211-239.

8

Para esta mirada, por lo demás, radicalmente sociológica11, y a diferencia de

lo que sucede en la mirada estructuralista, la basura comparece como cosa y no sólo

como signo vacío de materialidad; se presenta además como cosa habitada. Una mezcla

bien lograda de estos ingredientes —sociología urbana post-Chicago, funcionalismo,

neorromanticismo post-social…— aparece en el magnífico Parias urbanos, de Loïc

Wacquant. El hipergueto de Chicago y las banlieues de París son el objeto. De la vida

social que en ellos se compone dice Wacquant que es el efecto del abandono del Estado

o, lo que es igual, de la retirada de la sociedad —una “nueva formación socioespacial

que conjuga la exclusión racial y la exclusión de clase bajo la presión de la retirada del

mercado y el abandono del Estado, dando lugar a la ‘desurbanización’ de grandes

porciones del espacio de la inner-city” (2001: 109)—, retirada a la que acompaña la de

los dispositivos de regulación del orden y el sentido sociales —desde la Escuela a la

policía—. Pero sin embargo, continúa Wacquant, el resto —que es lo que de esa

desbandada queda— no es desorden sino orden de reglas otras respecto de las que eran

las que constituían sociedad. Es pues este que surge en los restos de la vida social mo-

derna un orden, y en tanto tal tiene sus propias ecuaciones, ecuaciones que por lo demás

no desentonan mucho, apenas nada, si las juntamos con la que sostenía el pacto

moderno (cf. supra) para entonar la melodía de la vida en común con sentido. De

cambiar algo, lo que muda es su materialidad, que ya no es la íntegra y limpia del

patrimonio sino la más mugrienta de la basura… tan íntegra como aquella pero algo más

sucia. Estamos pues ante un mundo social en paralelo, coherente, unitario —“el

gueto no padece una desorganización espacial (…). Más bien, está organizado de

diferente manera” (ibidem: 45. La cursiva es mía)—, en el que existe un “orden social

específico” (ibidem: 139), que no funciona como un “no lugar donde convergen

comportamientos antisociales”, sino como un espacio con formas de vida “racial y/o

culturalmente uniforme, fundado en la relegación forzada de una población

negativamente tipificada” (ibidem: 43). Esa sociedad otra hace del desecho, es el

argumento de Wacquant, tanto su origen —“la guetificación es parte integral del

11 Aunque no sólo: la propia antropología, al acercarse a la ciudad, hace de guetos y márgenes de la vida moderna, de sus desperdicios, lugares de interés no ya como expresiones anómicas de la modernidad sino como manifestaciones rotundas del fulgor de la idea de cultura cuando se la lleva más allá del exotismo propio de sus primeros objetos de atención. “Cultura de la pobreza”, “cultura negra”, “cultura marginal”… son sólo unas pocas expresiones que reflejan la fascinación, casi alegría, que manifiesta cierta antropología —y no sólo la conservadora— al encontrarse con la rotundidad de mundos esféricos, rotundos, estructurados como islas a ojos del seguidor fiel de las enseñanzas del maestro Malinowski. En su ya viejo Cultura de la pobreza, Charles Valentine realiza un repaso interesante de estas propuestas, en las que coinciden la sociología y la antropología norteamericanas y en las que, como es el caso de David Matza, la escoria tiene su lugar, nada menos que “en el núcleo de la pobreza deshonrosa” (tomado por Valentine, 1972: 56 del texto de David Matza de 1966, “The disreputable poor”, recogido en Smelser y Lipset (eds.)., Social structure and mobility in economic development, Advine, Chicago).

9

mecanismo de tratamiento de residuos que se pone en marcha cuando los pobres ya no

son útiles (…) y se han convertido en consumidores fallidos (…). El gueto sirve no

como reserva de mano de obra industrial desechable, sino como un mero vertedero”,

como escribe Bauman interpretando al discípulo de Pierre Bourdieu (2005: 92)—, como

la materia que le dota de textura y consistencia —el barrio “es un ámbito mancillado

que se experimenta como una trampa (…), un vaciadero” (Wacquant, 2001: 130); “el

basurero de París”, “una reserva” (ibídem); “dragnet” (ibidem: 115 y ss.), red tupida y

densa de basura—.

Dos mundos pues: de un lado, el de las identidades modernas y su limpieza;

del otro, el de las identidades-residuo de las anteriores y su trama mugrosa. En uno, las

palabras y las cosas son limpias y lo es también el encaje entre ambas; lo que desencaja

se expulsa al otro, pero allí vuelve a reconectar. Ahora bien, lo hace con otras palabras.

Así, vista como el soporte material de un mundo otro12, la basura es sometida a un

exceso de representación cuyo efecto más directo es anular la tensión que su condición

de materialidad fuera de lugar debería introducir en todo lenguaje que la pretenda

pensar.

3 MATERIALIDADES QUE SE DESGAJAN DE SUS SENTIDOS. DE CUANDO LA BASURA ES PARTE DE LAS COSAS

VIÑETA # 4.a: BORRADOS

En mayo de 2004, en Eslovenia un grupo de ciudadanos de allí que también lo querían

ser de la Europa de los veinticinco, cuando acude a censarse descubren que ni son

parte de la primera ni podrán serlo de la segunda. Descubren, en fin, que se habían

sumergido en el vacío: no tenían identidad, eran fantasmas, borrados. Existían, se leían como comunidad, se constituyeron incluso como asociación, pero su existencia

real, física, material, carecía de traducción en registro alguno, administrativo, estadístico, censal.

12 Cabría decir además que poco importa si este mundo es perverso —el margen, la miseria, la pobreza, el lumpen…— o virtuoso —las nuevas comunidades, la socialidad originaria y sin mediaciones…—, que igual da si es lugar de lo bendito o de lo maldito. En efecto, malo o bueno lo que me interesa es que el mundo del margen sea pensado con tal rotundidad que incluso su indefinida materialidad se interprete como algo contundente y funcional para el universo social que soporta.

10

VIÑETA # 4.b: FANTASMAS

Al otro lado de Europa, en Madrid, el lehendakari del Gobierno Vasco Juan José

Ibarretxe sostiene en agosto de 2004 una definición contundente de identidad13: “las

personas y los pueblos sin memoria no son pueblos ni personas. Se convierten en

auténticos fantasmas que renuncian a lo que son”. Identidades sin tiempo ni

continuidad, identidades imposibles; identidades sin lugar de referencia estable,

identidades inexistentes. Identidades basura: incompletas, existen pero no tienen

soportes materiales firmes.

Sin embargo, las hay.

Ambos, los borrados y las identidades sin memoria, son identidades sin soporte material, ciudadanos que lo son porque no tiene ciudad. Viven en la basura —eso que, aún existiendo, lo hace fuera de los criterios con arreglo a los que se clasifica lo existente— y su vida social se construye en esa peculiar ausencia-presencia.

3.1 La basura está dentro: en las consecuencias no intencionadas del pacto

moderno

Quand je suis vide, je suis triste Campaña para el uso de las papeleras de la ciudad de Montreal, Canadá, 2007

En Basurama comprendemos la reutilización como el arma principal de nuestro trabajo y entendemos que lo que ya no sirve puede tener una segunda vida en otras manos. Por eso proponemos un encuentro multidisciplinar entre visitantes, artistas, músicos y una serie de objetos rechazados que (…) se transforman nuevamente en objetos funcionales

Correo electrónico de la red [email protected] enviado a los asociados el 19 de septiembre de 2007 (http://www.basurama.org)

Los nuestros son los años de la explosión del desperdicio: rebosamos basura.

Los nuestros son también los años de la explosión de la gestión de ese

desperdicio: tenemos miedo de tanto sinsentido, ese que somete a las cosas al suplicio

de lo DES-: DESordena, DESvirtúa, DEScompone, DESorienta… a esas cosas. Tan es así

que a lo que habita en ese territorio, in-significante, el territorio de la basura, lo

doblegamos intimidándolo con la amenaza de someterlo al centrifugado de lo RE-:

REciclaje, REcuperación, REordenación, REgeneración, REintegración, REscate,

13 Lo hace en una conferencia impartida en el curso de verano “Nacionalismos del siglo XXI”, organizado por Alfonso Pérez-Agote en la Universidad Complutense de Madrid.

11

REdención, REparación…14 Buena terapia, útil para recuperar las cosas del desorden,

darles nombres y REorientarlas.

El desbordamiento de los desechos, su gestión, la responsabilidad personal en

su regeneración, la necesidad de asumir que el desecho es no sólo infinito sino

indestructible y que se trata no de expulsarlo sino de reintegrarlo, recuperarlo y

aprovecharlo… es uno de los temas de este tiempo. De la mano de este proceso nace

una cierta cultura de la basura —Barbier y Laredo la llaman “economía de los

desechos” (1997: 13)— en torno a la que se organiza no sólo, que sí, la más refinada de

las ingenierías sociales, sino también todo un imaginario. Éste es el protagonista de un

cambio poderoso en nuestra relación con lo material que nos es ajeno: el cambio que se

dibuja al movernos desde un punto en el que nuestra relación con esa materialidad se

expresa en términos de eliminación a otro en que la misma se gestiona y se conduce más

suavemente, con ayuda de la idea de recuperación. Puedo decirlo de otra manera: ahora,

con el desperdicio se trata de hacer reciclaje, o lo que es lo mismo, de no dejar que nada

salga del circuito de la producción, léase, del circuito del sentido.

Así es, si antaño lo que excedía la taxon —por podrido o por monstruoso— se

expulsaba al exterior, ahora se reintegra para ser digerido íntimamente. Este giro

cultural puede sintetizarse en una máxima de sonoridad paradójica: el fuera está

dentro15. Quizás no sea nueva en otros territorios —el del arte, en alguna medida en la

relación de Occidente con sus otros culturales…— pero sí lo es en el de la reflexión

sobre la textura, sobre el material, que soporta la vida social. Si previamente a este giro

los términos en los que se establecían nuestras relaciones con el desecho y lo que sobra

pasaban por la exclusión, y consecuentemente por una lectura de lo que está de más

como siendo un conjunto uniforme de deformidades (toda basura es igual, todo

excedente es equivalente), y, en fin, por una interpretación de la interfaz usuario-

desecho que no exigía del primero más que un acto de desprendimiento del segundo,

hoy la basura y lo que sobra son materias que se rescatan y se redimen, que son

clasificables y con las que estamos cada vez más obligados a relacionarnos guiados por

14 Para una fundamentación teórica más desarrollada de la dialéctica que se establece hoy por doquier entre términos encabezados por estos dos prefijos, DES– y RE–, cf. Gatti, 2005. 15 Es interesante en ese sentido observar la evolución de las legislaciones que regulan la relación entre el productor y sus desechos. Si en la era moderna esta relación se reglamentaba a través de edictos que organizaban la responsabilidad personal de deshacerse de los propios restos y de expulsarlos lejos de sí y de los otros, desde los años setenta del siglo veinte lo que se regula no es tanto (aunque también) la eliminación, sino sobre todo la recuperación de los materiales que componen los desechos (cf. Barbier, Laredo, 1997, así como algunos pasajes, los finales, de la película Les glaneurs et la glaneuse, de Agnés Varda, 2000).

12

una suerte de compromiso reparador16. Las cosas relacionadas con la basura y su

regeneración son parte del mobiliario de cada hogar; la basura, monstruo informe de

antaño, es ahora cosa racionalizable y en tanto tal, objetivo de una compleja gama de

acciones —“diferenciación”, “valorización del objeto”, “concienciación”, “asunción de

responsabilidades ciudadanas”…—. Nacen con eso personajes varios, nuevos expertos,

expertos en basura: el consumidor-seleccionador, el experto en reciclaje; también brota

un lenguaje compartido sobre los residuos urbanos, y cómo no un decálogo de criterios

con arreglo a los que considerar que algo es (o no) “basura”…

Consecuentemente, de tan vigilada que está, no hay cosa que llegue a ese

estado último, el del monstruo esencial, cuando la cosa deja ya de serlo porque perdió el

sentido. Y en la conclusión de todo este proceso una paradoja, que es tanto práctica

como semántica: la basura, lo que excede lo normal, se normaliza.

VIÑETA # 5: GLUP

En otoño de 2004 las carteleras anunciaron el estreno de una película de dibujos

animados, Glup. Una aventura sin desperdicio. La propaganda de la cinta la publicita así: “’Comprar, usar y tirar’; ésta es la máxima de un mundo en el que los objetos no

duran más de lo que canta un gallo. Las tiendas se vacían y los vertederos se llenan

(…). [En un] inmenso vertedero de las afueras de la ciudad, Alicia (…) despierta en

mitad de una ciudad que se encuentra en el corazón del vertedero. No es una ciudad

cualquiera; los edificios que se agolpan a los lados de las calles son en realidad

montones de basura, y los habitantes, a pesar de comportarse como personas de carne y

hueso, son objetos desechados por sus antiguos dueños (…). En unas calles que le son

16 En Bilbao el colectivo Amasté hace una convocatoria que no tiene desperdicio si se quiere pensar en esta nueva fase del, permítaseme llamarlo así, “proceso civilizatorio”, la que restituye su dignidad (sic) a la basura, y si además se quiere pensar sobre ella ligando las conclusiones que alcancemos a las ya alcanzadas cuando nos pusimos a pensar en las formas de representar el mundo social que veían en los barrios marginales espacios de culturas otras, podridas o alternativas (cf. las notas sobre la mirada funcionalista en el epígrafe “El pacto moderno y lo que lo excede. Guía usada pero limpia para recorrer (sociológicamente) las partes sucias de la vida (social) moderna”, supra). La convocatoria de Amasté llama a regenerar el barrio de San Francisco de Bilbao a través de la reeducación de la relación de sus vecinos con sus residuos; por esa convocatoria se propone un taller con vocaciones que alcanzan, como digo, la intensi-dad propia de las cosas que se saben parte del proceso civilizatorio (BASURA � ELIMINACIÓN: “el estado del barrio no es el ideal. Unas pegatinas (…) ayudarán a evidenciar los lugares que no nos gustan porque están sucios”; “queremos que todos los vecinos del barrio participen de los problemas que tenemos con la basura”), vocación que curiosamente se combina con imaginarios propios de una relación con el exceso y el resto que es bastante menos moderna y mucho más contemporánea (BASURA � RECUPERACIÓN: “¿separas la basura? ¿dónde la de-positas?”). Para los que no conozcan el barrio de San Francisco, cabe decir que se trata de un enclave urbano de esos que con prudencia la sociología llama marginal, es decir, no sólo sucio sino lleno de pobreza (sobre él y algunas de sus características más estructurantes véase Cavia, Gatti, Martínez de Albeniz y G. Seguel, 2006). Agradezco a Gabriel Villota que me haya hecho llegar esta convocatoria de Amasté, que se podía encontrar, en septiembre de 2007, en su sitio Web, http://www.amaste.org.

13

totalmente ajenas, Alicia se topa con una gabardina-detective, de nombre Glup, quien

le alerta sobre el peligroso tirano del vertedero, Don Báter, servidor del aún más

temible Horno incinerador. Don Báter engaña a los objetos inservibles para que entren

en el Horno Incinerador. Sólo Glup y su pandilla basura sobreviven en este reino de

tiranía”.

Como bien vio la mirada funcionalista, la basura produce espacios habitables. Pero

esos espacios no comparecen ahora como espacios de reglas otras sino como lugares susceptibles de ser ordenados de acuerdo a los mismos marcos normativos y a las

mismas pautas de vida con arreglo a las que se reglamenta la vida social que los

produce como sus desechos. Tan iguales son esos marcos normativos que podemos

concluir que Glup y sus amigos son, como nosotros y nuestras cosas, seres con sentido. La basura se civilizó: se ha hecho —¡gran paradoja!— una materia limpia;

sólo tiene como enemigo al incinerador irracional, al clasificador sin criterio.

Déspotas.

Hoy en día, cuando pensemos en la basura, no lo haremos cavilando sobre

algo ajeno, exterior, sino sobre algo internalizado17. El desecho, su producción, se ha

visibilizado, se ha hecho mercado regulado, administrado, con agentes responsables. El

desecho tomó el carácter de discurso (Latouche, 1978). Ese discurso hace brotar y

problematiza varias cuestiones. En primer lugar problematiza la voracidad de una

sociedad en la que todo se regula, en la que todo se coloniza y en la que, por ello, los

desechos, aunque continúen estando protegidos por algunos temores propios de las

cosas que se imaginan ahí afuera, ya no aterran. Ya no hay, en efecto, posibilidad de

excluir al desperdicio recluyéndolo en algún lugar exterior; no se puede “establecer un

limes de los tiempos modernos, una frontera que separe un interior ‘sano’ de un

exterior-depósito” (Barbier, Laredo, 1997: 19). Hoy, “lo que no nos concernía nos

invade y nos concierne” (ibidem: 20)18. Y en segundo lugar hace problemática una

materialidad ambigua. Ciertamente, con el discurso de los desechos, con la

problematización de la basura como lugar pensable, existente y consistente, brota la

materialidad de las consecuencias no intencionadas de la ecuación moderna: la parte

tangible, objetual, cosificada, real, agarrable… del lado oscuro de la modernidad.

Este segundo problema es el que afronto aquí, aquel que comparece cuando la

basura se integra a la vida colectiva sin dejar de ser basura. Pensando sobre estas

paradojas Serge Latouche ha visto bien el estatuto del desecho en nuestras sociedades:

“los desechos no son realidades técnicas, son valores, es decir, relaciones sociales”

(1978: 92). Así es, el reverso del sentido conforma sentido, da sustancia a relaciones

17 El término internalización es parte, en su origen, de la jerigonza propia de la corriente marginalista en economía y refiere a la internalización de las externalidades, esto es, a los procesos por los cuales los productores (los de desechos entre ellos) asumen la responsabilidad de las consecuencias de su producción. Incorporado como parte de la jerga propia del lenguaje del “mundo del desecho”, internalización significa racionalización de aquello que se considera consecuencia no intencionada de los procesos económicos, o, en otras palabras, interiorización de lo que antes se situaba en el exterior del proceso productivo, para el caso, la basura. 18 Citando a Latour et al., 1989, “Crise des environnements”, Futur antérieur, n. 6.

14

sociales. Hoy la basura, que, como he argumentado más arriba19, era o afuera

constitutivo, esto es, condición de posibilidad del orden social, u orden social él mismo

pero conformado con arreglo a reglas del afuera, implosiona dentro del orden social que

la define como tal. De ese modo, de la misma manera que la amenaza del desecho nos

acecha en terrenos no sociológicos —desechos sólidos, líquidos, nucleares,

domésticos…—, también nos agobia la expansión masiva del desecho social. No hay

territorios inexplorados, no hay vacíos de sentido. En efecto, nuestras sociedades, son

infinitas, no hay límites, no hay vacíos; no hay lugares de nadie donde dejar residuos y

excedentes de población, parias. Y “en la infinitud nada puede estar desprovisto de

significado (…). En la infinitud todo se recicla sin fin” (Bauman, 2005: 124-125). A

partir de ahí, el de los residuos de dentro (ibidem: 95) comienza a ser un problema.

La sociología lo ha percibido, creo, y se está desarrollando un sensorio cada

vez más acusado hacia las formas de la identidad y de la agencia que, aún estando en el

mundo, se guían por lógicas otras que las que orientan nuestros modelos para pensar el

mundo. No es nuevo (pensemos en la forma extranjero de Georg Simmel (1986), la

figura poderosa del forastero de Alfred Schütz (1974), aquellos cuya agencia se desa-

rrolla en la fase liminar de los ritos de paso tal cual lo analizó Victor Turner (1980)…)

pero sí que es masivo (…la figura del fugado que describe Sandro Mezzadra (2005), la

imagen del banido que analiza Giorgio Agamben (1998), los habitantes de las banlieues

tal y como los describe Michel Agier (1999)…). Todas estas quimeras son residuos de

las distinciones modernas; residuos a los que debe tomarse en serio, lo que significa

radicalizar las preguntas que se les aplican e ir más allá de las respuestas de las miradas

modernas del estructuralismo y del funcionalismo o de aquellas, a mí parecer menos

interesantes, que hacen de las nuevas texturas líquidas y evanescentes de la vida social

los soportes de nuevos equilibrios.

Si trabajamos así nos interrogaremos sobre cómo es la vida social allí donde y

en los personajes en los que no coinciden las palabras y las cosas. Para poder hacerlo he

dado con dos respuestas: la técnica y resignificadora de los CSI, forenses y sociólogos;

la sensible al desorden de las artes plásticas y de la sociología impresionista.

19 Cf. “El pacto moderno y lo que lo excede. Guía usada pero limpia para recorrer (sociológicamente) las partes sucias de la vida (social) moderna”, supra.

15

3.2 Garbologías, I: los CSI, o de la basura y su relación con la sociedad del

conocimiento

La garbología, ciencia que estudia los hábitos de consumo humano a través de los residuos, es muy utilizada por la sociología y muy útil aplicada al campo de la investigación y la criminología. El escrutinio de la basura (trashing) nos permitirá conocer las costumbres del sospechoso investigado

H. Voyeur, Private Investigation. The art of Knowing the Others, Ed. Happy Endings20

VIÑETA # 6: CSI (PARÍS Y LAS VEGAS)

En un capítulo de la serie de televisión CSI Las Vegas (Crime Scene Investigation) un

cuerpo aparece descuartizado21. Lo que fue una unidad con sentido se reparte ahora,

desmembrada, por diferentes cubos de basura del barrio residencial donde sucedió el

crimen. Una escena es muy significativa: capitaneados por Jim Grissom, los

investigadores de la unidad de CSI rebuscan minuciosamente en los cubos de basura,

todos situados, como debe ser, en la calleja de atrás de las casas, allí por donde

sólo pasan gatos y perros vagabundos, mendigos y recogedores de desperdicios, en las

coulisses de la escena pública. Dan con objetos interesantes: manos, piernas, tronco, cabeza, pelos, sangre… En fin, residuos. Ya en el laboratorio, recomponen la unidad

del cuerpo y alcanzan la verdad: la verdad de las cosas ya reconciliadas con las

palabras. Así el resto gana sentido: pasa de ser algo sucio, putrefacto, in-

significante, cosa sin palabra y sin sentido, a prueba de un hecho con sentido com-

pleto, íntegro. El trashing del CSI, su meticuloso trabajo de garbología, conduce desde la basura al hecho convirtiendo el desecho en prueba, es decir, en una muestra de la verdad. Cuando eso ocurre la basura deja de ser tal.

Es posible una historia social de la basura, una sociología del basurero que

descomponga la basura en sus elementos. Se hace deteniéndose en los desechos y

pensando en ellos como productos. Es un trabajo propio de CSIs: “seguir la trayectoria

de los desechos (…) y encontrar a través de ella al colectivo que construye esa

trayectoria a varios niveles” (Heinich, XXIII): jurídico, administrativo, político, técnico,

educativo, económico, terapéutico… Trabajo de CSI, sí, no me equivoco: propio de lo

que hacen en el Centre de Sociologie de l’Innovation que en la École des Mines de París

inauguró Bruno Latour, cabeza visible de un grupo que hace de la menudencia centro y

de la basura materia con presencia en una cadena de traducciones con significación y

relevancia. Gracias a ese trabajo podemos dar con el lugar que a la basura le

corresponde en la sociedad del conocimiento, es decir, en esa sociedad en la que todo

20 Tomado del número 6 de la revista Eseté, “Pura basura”, Bilbao, 2002, otoño. 21 Capítulo emitido para España en Telecinco el 27 de agosto de 2007.

16

está colonizado, en la que no hay afueras monstruosos, ni mundos paralelos marginales

constituidos con arreglo a otras reglas. Son sociedades en las que hasta la basura es

objeto de racionalización, soporte del sentido. En efecto: en ellas no hay misterio; el

mundo es infinito (Bauman, 2005) y nada no lo integra, ni siquiera lo que sobra. Puede

decirse así: en las sociedades del conocimiento nada es basura y todo tiene sentido.

Deberíamos hacer más caso a Grissom, al menos tanto caso como a Latour; no dejan

ambos de ser expertos en el tema22.

Mundo complicado para la basura: no tiene lugar pues el que fue el suyo, el

afuera, ya no lo es y así, ¿cómo ser desecho si no hay exterior posible, si todo significa?.

9ada está de más, y si algo lo está —y es por eso desecho— se lo reingiere para que sea

algo. De ese trabajo de ingesta perpetua de las cosas por parte de las maquinarias de

dotación de sentido se hace cargo el CSI, el de Grissom investigando, el de Latour

significando, el del Estado —suma de ambos, forenses y sociólogos— recuperando y

reciclando. Lo que sobra no sale nunca de la máquina que sin embargo lo expulsa, que

le quita sentido para dárselo de inmediato, aunque sea el sentido del sinsentido, que, de

nuevo, lo expulsará como resto, para ser de nuevo reabsorbido… Y así por siempre; y

así con todo: residuos domésticos, emigrantes o identidades precarias, residuos

industriales o informáticos, desperdicios sociales…

Nada está afuera: el afuera constitutivo está muerto, ¡viva el afuera

constitutivo!

VIÑETA # 7: PLAN BASURA CERO

En Argentina llevan años intentando implementar en varias ciudades un “Plan Basura

Cero”. En la ciudad de Rosario, al llamado de los “Vecinos Autoconvocados por el NO a

la basura de Rosario”, el emprendimiento anti-basura se hace particularmente activo y

se sostiene sobre argumentos como los que siguen: “A principios de los ’80, un

pequeño grupo de expertos en reciclaje comenzó a hablar acerca de la idea del

‘reciclaje total’. De estas deliberaciones se llegó al concepto de ‘basura cero’ (…).

Canberra, Australia, promovió el objetivo ‘Ningún desecho en el 2010’ (…). Se deben

profundizar los programas basados en la recolección selectiva de los residuos, su

reutilización y el reciclado de los mismos [e implementar] centros de recuperación de

materiales (…) para retornarlos al ciclo productivo”23. Greenpeace Argentina

tecnifica el argumento: “La ‘Ley de Basura Cero’ (…) define criterios de gestión de

los residuos sólidos urbanos (…).‘Basura Cero’ permite compatibilizar virtuosamente

economía, trabajo y limpieza ya que ofrece una solución para la crisis en la que se

encuentran los rellenos sanitarios, que se agotan y son muy resistidos por los

22 Tómese sólo como anécdota adecuada apenas para este libro del que los expertos son uno de los protagonistas, pero es interesante reseñar aquí la que se refiere a que la serie CSI, que en su emisión en castellano mantiene su nombre original, en Francia se renombra como Les experts. 23 Tomado del documento “BasuraCeroRosario.doc”, disponible en el sitio Internet http://www.taller.org.ar/Ciudades_sstentables/index.htm. Acceso en septiembre de 2007. Soy yo quien subraya.

17

vecinos; genera una actividad económica que demanda una importante mano de obra y

crea un circuito de materiales y energía eficiente y ambientalmente sustentable”24.

Cerca de ahí, en Montevideo, Uruguay, los recogedores de basura, se

han organizado y han formado un sindicato, la Unión de Cooperativas de

Residuos Urbanos sólidos (UCRUS). A instancias de ese proceso de

institucionalización, los antaño llamados “recogedores de basura” han

sabido rebautizarse, renombrarse: son ahora clasificadores de

residuos. Se han dignificado, sí, y de paso han limpiado el mal nombre del objeto de su oficio, la basura, que ya no es desecho. En cuanto a

la basura, todo tiene un lugar en Uruguay: “El clasificador es un

trabajador informal que recupera, de los residuos sólidos

domiciliarios o comerciales, material destinado al autoconsumo,

trueque o venta. Estos elementos se reincorporan al mercado a través

del reciclaje o reuso…”25. A izquierda y derecha, la basura se encontró con enemigos implacables, que no la

dejarán nunca ser tal. En 2010, de tanto REciclarla, REclasificarla, REordenarla y

REutilizarla, de tanto devolverle el sentido, no quedará rastro de ella.

Daniel Muriel26 me señaló el amplio abanico de objetos, figuras, conceptos…

que rozan la textura del desperdicio en el universo informático, objetos, figuras y

conceptos que se imaginan de acuerdo a la lógica descrita en los párrafos previos —

ninguna basura carece de sentido, toda basura tienen nombre, lógica y significado; no

hay basura entonces—. Dice Muriel: “virus, spyware, hackers, contenidos no deseados,

spam, enlaces muertos, noticias sin actualizar, documentos inservibles, hardware

obsoleto, enlaces directos en el escritorio no utilizados, entradas en el registro del

sistema operativo olvidadas por los programas de desinstalación o programas que se

saltan la protección; programas de desinstalación, la papelera de reciclaje, limpiadores

de registro, el comando de formatear, movimientos y asociaciones en Internet contra el

contenido basura o el spamming, filtros anti-spam y de contenidos, garbigunes de

hardware, o el ordenamiento de los enlaces en el escritorio no utilizados, el hardware

obsoleto que se utiliza para montar “ordenadores Frankenstein” (construidos por los

desechos de los ordenadores que se mantienen en vanguardia)…”. Estatuto ambiguo el

del desecho en el universo informático: al tiempo que algo impropio y sucio es algo que

es, que tiene entidad y singularidad; porque es impropio y sucio tiene sentido. Eso,

24 Texto tomado del sitio Internet de Greenpeace Argentina: http://www.greenpeace.org/argentina/contaminaci-n/basta-de-basura. Acceso en septiembre de 2007. 25 Tomado de la página 10 del documento, de significativo subtítulo, “Tirando del carro. Clasificadoras y clasificadores: viviendo de la basura o trabajando con residuos” (http://www.presidencia.gub.uy/_Web/noticias/2007/01/PUCTirando_Carro.pdf; acceso el 11 de marzo de 2009), todo un ejemplo, modélico, de la racionalización de la basura, tanto como buen lo es que ese documento esté alojado en la sede en Internet de la presidencia del Gobierno de Uruguay. 26 En comunicación personal vía email, que es lo que cito. Puede leerse del mismo autor la viñeta que con el título “Basura informática” redacta dentro de Gatti, 2008b.

18

antes, no tenía sentido. En ese universo, entonces, la basura ha sido incorporada,

prevista, integrada pero sin perder su estatuto de basura.

Escribía más arriba que la tecnocracia de los residuos tiene un nombre para

este proceso: internalización de la basura. Es un buen nombre; indica que todo está tan

colonizado que hasta lo fuera de lugar tiene su sitio. También ocurre con la vida social y

las identidades, con muchas, que viven instaladas en la paradoja: lo precario es

permanente, la extranjereidad es nuestra normalidad, el monstruo es regla… Así es, lo

que fue afuera es norma, lo que era ajeno y paralelo (marginal) está ahora aquí, en el

mero centro. La basura, que en otro tiempo fue o bien resto o bien textura propia de

otros mundos, se incorpora. Lo de afuera está dentro, sí.

3.3 Garbologías, II: ruinas, vómitos, museos de la nada. Plano para

sobrevivir en la basura cuando, aunque es, no sabemos qué palabras

asignarle

En el arranque del texto quise lanzar la idea de que la basura —eso que

concebimos ahora como estando fuera pero siendo parte del mundo que la expulsa—

puede proponerse como el correlato material de la vida social en una época en la que

buena parte de las manifestaciones de ésta adoptan una estructura paradójica. Pero

miradas sociológicas como las recogidas en el epígrafe anterior, por finas que sean, le

dotan de demasiado sentido, al menos más de lo que mi estómago es capaz de resistir;

por ellas la basura es anulada como lugar de lo fuera de lugar; torna variable de-

pendiente, una parte de una secuencia.

Hay miradas que situadas en los bordes de las ciencias sociales, sin las

ventajas de éstas —a veces, el rigor— pero sin sus inconvenientes —a veces, el

rigorismo— pueden aportar imágenes, quizás no más que eso, para arrancar con el

trabajo de darle forma al boceto de lo que más adelante tal vez vaya a ser un buen mapa,

útil para acercarse a los territorios del desperdicio. Son propuestas que vienen de la

semiótica, de lo que genéricamente llamaría la crítica del arte y alguna otra procedente

de algún clásico de la sociología. Su presencia en este trabajo se justifica porque

aportan ideas en las que resuenan las ambigüedades propias de la basura. Estatutos

como los del excremento, lo inclasificable del museo o la ruina expresan esas cosas que,

según Fernando Castro Flórez, producen disgusto: lo “irrepresentable, [lo] innombrable,

[lo] completamente diferente” (2003: 233).

La semióloga uruguaya Hilia Moreira, en su monografía sobre el excremento

y su lugar en la cultura (1998), da cuenta de distintas expresiones de “belleza que

emerge de la basura” (ibidem: 132 y ss): arte elaborado con lo sucio, hermosuras que

brotan de lo que sobra, de la mugre, bellezas que constituyen “un especial reino del arte

19

—afirma— [que] fermenta en lo que se rompe, lo inservible, lo que infecta” (ibidem).

Interpreta Moreira que ese esfuerzo es tremendamente útil para tematizar la región

fronteriza entre la naturaleza y la cultura, un lugar de difícil reflexión, pues ahí, justo

ahí, chocan tanto como se reconcilian el orden y el desorden.

También Peter Weibel, en el trabajo que compila junto a Bruno Latour y que

sirve de soporte a la exposición Iconoclash (2002), recoge diversas expresiones de arte

(no-arte dice él) que en el residuo encuentran su coartada material: cuerpos

manifestados a través de sus restos, cuerpos que rompen las fronteras entre lo público y

lo privado, situaciones que diluyen y problematizan el quiebre entre naturaleza y

sociedad… Lo interesante es que estas expresiones, por perturbadoras que resulten, no

buscan destruir nuestras viejas iconografías —iconocrash— sino producir otras nuevas

en un espacio también nuevo, donde la lógica misma de la producción iconográfica

implosiona —iconoclash—: artista defecando en público, artista ingiriendo

excrementos, artista orinando en un puente…27 La basura no como el lugar y la materia

de lo que sobre del mundo sino como mundo y materia en sí misma.

Basura dentro, basura fuera… 9o es pero está. Es porque no está. El artista

de Chicago Jason Bitner recupera materiales privados desechados y los pone

nuevamente en circulación: diarios íntimos, fotos, restos domésticos… Les llama

“hallazgos guarros”. En su revista Found muestra detritus personales reunidos en una

especie de collage que ha recopilado luego en un trabajo más amplio, Dirty Found28. En

él el objeto vuelve a ganar el sentido que perdió cuando fue convertido en basura y a

asociarse con palabras que le dicen. Pero esas palabras son otras respecto a las origina-

les y además no olvidan que de lo que hablan es de algo que es refractario a las

palabras. El pacto se renueva, sí, el sentido renace, pero lo hace en un estatuto ambiguo,

en el que ese objeto está aún muy marcado por su aún visible condición de basura: ¿está

dentro o está fuera? ¿es nuevo o es viejo? ¿es?…

En Museos (2003), Josep Maria Montaner habla de proyectos que aunque se

quieren antimuseísticos constituyen patrimonio a partir de un trabajo intenso de puesta

en valor de materiales desechados por los museos ordinarios; con esa operación, hacen

de esa materialidad no registrada la materia de sus exposiciones: museos virtuales,

museos sin sede, museos de copias, museos de nada… En ellos se tematiza un lugar

ciertamente interesante: lo que si es algo es resto o sobra de exposición integra

exposiciones en tanto que tal sobra. En la misma línea que Montaner, Beatriz Moral

(2008), apoyándose en Krzysztof Pomian, reseña el ambiguo estatuto de la obra

27 Menos desarrolladas que en Iconoclash, el número 6 del fanzine ESETÉ recoge algunas propuestas, más o menos interesantes, de arte del desecho (2002). 28 Recogido en el artículo de Pamela LiCalzi O’Connel, 2004.

20

catalogada pero no expuesta: “entre el objeto significado y el desecho” (ibidem), una

cosa que no es ni útil ni tampoco basura, que tiene valor y se cataloga, pero que no se

expone ¿Es resto —objeto sin significado— o es icono —objeto con valor

representativo—? Entre el significado y el sinsentido está, y ahí se hace y se piensa.

Algunos van más allá, como el homeless del que da cuenta Henri-Pierre Jeudy, que

solicitó que su casa, la casa de cartón de un sin techo, una no casa pues, fuese

clasificada dentro del inventario nacional de trabajos de arquitectura (1999: 25).

La ruina es una de las primeras formas del desecho que, a mí conocer,

mereció la atención de las ciencias sociales. En un artículo cuya primera versión en

castellano se publicó ya por 1926, Georg Simmel reflexionó sobre el peculiar, seductor

e inquietante estatuto de la ruina. Ese espacio desechado es un lugar del que la vida

parece haberse retirado pero del que en ocasiones la vida se reapropia, otorgándole un

sentido nuevo sin obligarle a renunciar a su condición de ruina, a espacio, pues,

escindido ya del sentido. Simmel lo explica: “un nuevo sentido se apodera de esos

accidentes (…) [cuando] en las partes desaparecidas o destruidas [de un edificio] se han

desarrollado otras fuerzas y formas” (1986: 110). La cosa separada de la palabra que le

dio sentido se reencuentra con la palabra pero con una palabra que se le acerca en

cuanto materialidad desprovista de sentido; es la ruina, sí, lugar de vida “de donde se ha

retirado la vida y que sin embargo aparece todavía como recinto y marco de una vida”

(ibidem: 111). Situada entre lo conforme y lo informe, emplazada —como la basura—

en un lugar a medio camino entre lo que es y lo que no (“Entre el instante en que no ha

sido formado todavía y el instante en que ha vuelto al polvo, entre el ‘aún no’ y el ‘ya

no’, existe una posición positiva del espíritu” (ibidem: 113)) la ruina es algo de una

materialidad peculiar: ni materia bruta, ni materia con sentido, ni totalmente fuera ni

totalmente dentro del circuito que recoge a las cosas que son. Si Simmel fue sensible a

entidades y fenómenos sociales ciertamente singulares —el extranjero, los puentes y las

puertas, la aventura y el viaje…— podría pensarse que de todas ellas la ruina es el

correlato material. Albert Speer, arquitecto de Hitler, respalda el fino análisis de Simmel y añade

con su trabajo un dato relevante, que lo conecta directamente con el imaginario más

contemporáneo, el de la ciencia y el conocimiento, el de la previsión y el riesgo, el de la

anticipación reflexiva; en definitiva, con el imaginario de la racionalización del mundo

propio de las sociedades del conocimiento. En el texto que titula “Teoría del valor de las

ruinas” (Speer, 1978: 82-8329), relata cómo diseñó edificios pensados para trascender el

presente y durar, no ya como unidades enteras sino como ruinas. Lo interesante es ver

cómo Speer aborda el problema buscando una solución técnica a la paradoja teórica de

29 Texto tomado del magnífico monográfico que dedicó al resto la revista que editaba, años ha, el Centro Georges Pompidou de París, Traverses. Los editores del número 11 lo extrajeron del libro de Albert Speer, Au cœur du Troisième Reich, Arthème Fayard, París, 1971, pp. 80-82.

21

la ruina duradera: “Utilizando ciertos materiales o respetando ciertas reglas de física

estática, se podría construir edificios que, tras cientos de o, como nos gustaba creer,

miles de años, se parecerían a los modelos romanos. Por eso queríamos renunciar al

empleo de los materiales modernos” (ibidem: 84). Prefigura Speer un movimiento

propio de nuestro tiempo, propio del imaginario que rige hoy nuestra lectura de la

basura: primer paso, la basura existe como desecho y resto; segundo paso, debemos

trabajar para que el desecho y el resto formen parte de las cosas limpias, incluidas en la

clasificación.

Estos últimos apuntes sirven, en efecto, para encarar el estatuto de la basura

en la sociedad de conocimiento: objeto incluso como objeto inclasificable, inventariable

como fuera de inventario.

22

4 LA BOLSA REBOSA, LOS MALENTENDIDOS ENTRE LAS PALABRAS Y LAS COSAS TOMAN LA ESCENA

VIÑETA # 8: CARTONEROS

En el Buenos Aires que surgió tras la sonada crisis argentina de 2001 los cartoneros

se han convertido en personajes comunes de la noche. En la figura de estos

“recuperadores informales de residuos” (Dimarco, 2007) se aúnan rasgos de las tres

miradas que sobre la basura ha desarrollado la ciencia social: como pensaba la mirada

estructuralista, el de la basura que los cartoneros manipulan es el lugar de lo

abyecto (“Trabajan sobre lo que sobra: la basura” (Livón, 2007)); como estructuró la

mirada funcionalista, el del residuo, en el que viven,constituye un mundo en

paralelo, de reglas otras, y así los cartoneros, que “son una microsociedad con

reglas que se respetan y nadie viola” (ibidem) y que siguen tradiciones ancladas en la historia urbana de la Argentina (la de los cirujas y el cirujeo (Livón, 2007; Dimarco, 2007)); y, por último, como ha sabido ver la sociología de la ciencia, a lo

CSI, el cartonero hace del sinsentido del desperdicio un lugar profesional, de

experticia, consumando la máxima de acuerdo a la que en la sociedad del conocimiento

todo, hasta lo que no tiene sentido, lo tiene: “Cartoneros somos los que eliminamos

lo que sobra y hacemos [de eso] otra cosa” (Livón, 2007). “¿Vieron cuánto hay detrás

de un cartonero?” (ibidem)30.

Para pensar la quiebra del viejo pacto entre la materialidad y el sentido y dar

con las texturas que soportan la vida social contemporánea he apostado por un concepto

incómodo, cenagoso, oloroso, la basura. La basura fue primero materia sobrante y

ajena, cosa que no está en su lugar (Knaebel), ofensa contra el orden (Douglas), puro

afuera —“aquello de lo que a toda costa hay que deshacerse bajo riesgo de quedar

excluido de la comunidad de los humanos” (Heinich, 1998: XXIV)—, luego fue

materia-problema, materia-peligro, afuera, sí, pero susceptible de ser legislado para

exorcizar los temores que generaba31 —“toda sustancia o todo objeto que corresponde a

las categorías que figuran en el anexo 1 de las que el detentador se deshace o de las que

tiene la obligación o la obligación de deshacerse” (en Barbier, 1998: 29)—, y es hoy,

finalmente, objeto de una política activa de recuperación y ordenación que hace que,

paradójicamente, cuanto más basura hay menos basura es.

30 Una buena y sugerente genealogía de la figura del cartonero, que rastrea en sus tradiciones y momentos fundacionales, puede leerse en el trabajo de Sabina Dimarco (2007). Con parecidas conclusiones y aplicado también al contexto argentino analizado a través de la película Los inundados, del director Fernando Birri, está el texto de Eduardo Cartoccio (2007). Ambos apa-recen recogidos en el volumen 2007/2 de Papeles del CEIC (en http://www.identidadcolectiva.es). 31 Como afirma Serge Latouche en su trabajo sobre la parte de atrás de la producción, “la reglamentación Real en Francia sobre los desechos (…) no existe hasta el siglo XIX y sirve, como el discurso médico, de instrumento de poder (real y burgués) para controlar el espacio de la villa y del reino” (1978: 98). Control de la basura, control del caos, garantía del orden.

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Esta rápida incursión por la historia social de la basura32 ayuda a ver que hoy

la basura, el desecho (el sólido, el líquido, el plástico, el orgánico, el humano, el

social…) es un lugar extraño, que conserva trazas del que fue su origen (cosa que no

coincide con sus palabras), que también tiene marcas que denotan su pasado reciente

(constituye mundos sociales marginales), y que pese a todo eso se ha acomodado en el

centro mismo de la vida social. Lo digo de otro modo, de un modo más conclusivo y

con forma de sentencia: las desavenencias entre las palabras y las cosas se han

instalado en la línea medular de la realidad social contemporánea, una marcada por la

ruptura del pacto moderno. 9ada avisa que sea posible pensar en la llegada de nuevos

pactos. Distancia entre las palabras y las cosas —¡vieja cosa, sí! — o entre la materia y

el sentido o entre las cosas y sus representaciones, distancia en la que se constituyen

mundos de vida que hacen precisamente de ese sin-sentido un lugar. Nadie lo hubiera

dicho: los vertederos de la modernidad están repletos de vida social.

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32 Otras, mejores, son las de dos películas, ambas ya citadas: Les glaneurs et la glaneuse, de Varda (2000) y Cartoneros, de Ernesto Livón (2007).

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