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La máquina de discos José Manuel López Blay

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Relato que he presentado al concurso internacional de cuentos Max Aub y que pretendió ser un homenaje a mis amigos de infancia.

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  • La mquina de discos

    Jos Manuel Lpez Blay

  • P g i n a | 1

    H7

    Ocho de abril. Hora del ngelus. La campana de la muerte llora. Llueve. Acabamos de

    enterrar a Rafael y llueve. Una lluvia finsima nos acompaa en el camino de vuelta del

    cementerio. Lluvia y lgrimas. Silencio. No ha habido palabras grandilocuentes. Nunca fuimos

    gente de palabras arrogantes ni de frases lapidarias, de las que se escriben o se piensan para ser

    dichas en estas ocasiones solemnes. Al llegar al parque, Paco ha roto el silencio. Paco siempre

    rompi los grvidos silencios que hubo en nuestras vidas.

    Nos tomamos una copa o lo dejamos para el prximo entierro?

    Socarrn. Mordaz. Sabe que el cido es lo nico que disuelve el dolor. Nos vemos poco.

    Algunos se renen una vez al ao, al principio del otoo. Ahora ya es una cena frugal en la que se

    habla de la prstata y de la mierda de mundo que hemos dejado a nuestros hijos. Pero los dems

    solo nos vemos cuando hemos de enterrar a uno de los nuestros. Primero fueron al padre o a la

    madre. Ahora, ya vamos cayendo nosotros. Rafael es el tercero que hemos enterrado. Lo

    esperbamos hace tiempo; pero eso no hace menos doloroso el desgarro. Fui a verlo hace un

    mes. Me resista. No me gusta ver la cara de la muerte. Supongo que a nadie. A m no me gusta.

    Nada. Y ahora que est muerto, creo que no me hubiera perdonado no haberlo hecho. Ni l. Ni

    yo. Puedo vivir con mis reproches, pero no con los de un muerto.

    El parque apenas ha cambiado en estos ltimos cuarenta aos. Los pinos combados, los

    rosales, las madreselvas. El monolito que recuerda a un rey que no rein. Y el bar. Recuerdo una

    vieja fotografa en la que se ve el kiosco que hubo antes. Es verano. Hay mucha gente sentada en

    sillas de anea bajo los caizos que matan el sol del medioda, mientras los ms atrevidos se quitan

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    el calor nadando en las glidas aguas de la inmensa balsa que se construy al acabar la guerra.

    Pero yo apenas lo recuerdo. Y lo que recuerdo ya no s si es material de derribo que regurgita mi

    memoria o lo he hilvanado a partir de las imgenes que he visto despus. Lo que s recuerdo es la

    noche que inauguraron el nuevo Bar Restaurante Parque Municipal. Con su letrero de nen y sus

    inmensas cristaleras que se abran a la terraza donde colocaron la mquina de discos. La vieja

    mquina de discos.

    De pronto, diluvia. Apuramos el paso. Corremos lo que nos permite el viejo cascarn. Y

    aun as llegamos mojados. Divertidos. Como si la lluvia se hubiera llevado por un momento la

    congoja por el amigo muerto. Nos acomodamos en una mesa desde la que vemos la piscina de

    aguas verdosas. Hasta la noche de San Juan estar cerrada. Sbitamente, me veo sumergido en

    sus aguas, a punto de ahogarme, agarrado al cuello de Carlos al que no dejo bracear. Voy a morir

    de una forma estpida y nadie me salvar porque todo parece una broma de adolescentes sin

    desbravar. Pero al final el ngel de la guarda, mi dulce compaa, despierta bruscamente, se

    sacude la modorra y zarandea a un baista que se tuesta al sol para que se lance al agua y nos

    saque y nos libre de una muerte ridcula. Y ahora ese recuerdo enhebra otro. Es la alcoba de mis

    padres. Con su armario de luna y un cuadro sobre la cama. Es un jardn o un bosque. No; es un

    jardn con grandes maceteros y surtidores de agua, lleno de violetas y otras flores que no s

    distinguir. Y palomas que zurean y vuelan en el azul lmpido de la maana. Cuatro nios juegan.

    Bueno, dos nias y dos nios. Alegres, divertidos, ajenos al peligro que corren. Uno de los nios

    lleva los ojos vendados y est acercndose peligrosamente a una zanja, un hoyo o una poza. No

    recuerdo bien. Caer si nadie lo remedia y su sonrisa se borrar inesperadamente con el

    sobresalto, mientras sus amigos se burlarn sin malicia. Pero alguien lo evitar. Su ngel custodio,

    de cabellera rubia y dulce sonrisa, lo proteger de toda perturbacin. Es demasiado nio para que

    su vida se trunque.

    Trato de concentrarme en el dilogo, bullicioso, atropellado. En eso apenas hemos

    cambiado. Jorge intenta sacarnos de la cabeza la imagen cadavrica, irreconocible, del amigo

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    muerto, y tira de archivo. Otra cosa no, pero memoria tiene. De tsico, que le gusta decir a l. Yo

    nunca entend muy bien por qu deca eso; pero ahora ya es demasiado tarde para preguntrselo

    o me da lo mismo saberlo.

    Os acordis cul era la H7? ha preguntado a bocajarro, sealando la vieja

    mquina de discos que sobrevive, de manera misteriosa y en silencio, en la terraza, a pesar de las

    mudanzas que ha sufrido el local.

    No vengas con mandangas. Es imposible que te acuerdes Vctor se burla sin

    demasiada conviccin, porque Jorge siempre fue capaz de recordar cosas inverosmiles.

    Misericordiosos. Son sus ojos misericordiosos. Los ojos de la Virgen son misericordiosos. Estas cosas se las

    saba Jorge con apenas seis aos. As que, cuando don Ramn, el ecnomo de la parroquia, se

    acerc a la escuela para tantear cuntos nios estaban maduros para recibir el Pan de ngeles, no

    hubo ninguna duda. Jorge la tomara a finales de mayo, aunque fuera un poco tierno. Y, adems,

    leera en pblico la ofrenda colectiva. Llegar a ser un buen obispo, dijo don Ramn, muy serio,

    cuando fue a hablar con su madre. Gestas y Dimas fueron los dos delincuentes galileos que crucificaron en el

    Glgota junto a Jess, Rey de los Judos. Esas cosas y otras se las saba Jorge. Y las soltaba de sopetn,

    pero sin vanidad. Que supiera cul era el disco que caa sobre el plato cuando echabas una

    moneda y pulsabas H7 no era un despropsito. Por eso Vctor se burla con la boca pequea,

    porque no sabe si quiere que se nos oree la cabeza o es que el hijoputa lo recuerda de verdad.

    I can't live if living is without you, i can't live, i can't give any more y gesticula cmicamente,

    imitando a Nilsson, con quien conocimos los dulces abismos de la carne trmula, en aquellas

    eternas tardes de agosto.

    Los pocos clientes del bar nos miran divertidos.

    A m me gustaba ms la cancin de Cowboy de medianoche. Cmo era...? al final, han

    conseguido que me meta en la conversacin. Lo cierto es que fue una cancin que me acompa

    muchos aos y que, despus, haba desparecido de mi vida hasta aquel medioda.

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    Everybody's Talkin' apenas me deja terminar la pregunta. Jorge me mira divertido

    Voight y Hoffman se salen. Tomamos otra? da carpetazo. No le interesa que nadie se quede

    atrapado en la melancola.

    Funciona todava? el camarero que trae la bandeja llena de copas de cerveza no

    entiende mi pregunta La mquina de discos, funciona ?

    La verdad es que desde que trabajo aqu nunca he visto que funcionara. La gente se

    acerca, curiosea; pero dudo que funcione. S que es la original que instalaron cuando inauguraron

    el local; pero no s nada ms. Puedo preguntarlo, si desea.

    No importa. Era pura curiosidad. Supongo que, despus de tantos aos, ser una

    reliquia. Casi como nosotros y, sin quererlo, se me escapa un dejo de nostalgia.

    Venga, Miguel, no nos toques las pelotas; que a ti siempre se te ha dado bien eso de

    tocarnos las pelotas el camarero se retira discretamente. Para quien no lo conoce, el tono de

    Paco es poco amigable. Para nosotros, es el tono de Paco.

    Qu ao era aqul? tampoco yo estoy dispuesto a que la conversacin se cebe en

    mis rarezas. As que le lanzo el anzuelo.

    1972. Como si fuera hoy mismo lo recuerdo, podra decirte lo que pas aquellas Pascuas

    contesta sin apenas tregua. Est claro que Jorge disfruta en ese territorio mitad cinaga, mitad

    paraso . Fueron las Pascuas de Merche y Vicky Qu buenas estaban, dios!

    Y como alguno pone cara de haber olvidado, saca toda la artillera.

    Cmo puedes decirme que no te acuerdas de Merche y de Vicky? le reprocha a

    Vctor .

    Y entonces ella cobra carta de naturaleza en alguna regin devastada de mi memoria.

    Pascua. Alegra de vivir. Y junto al de ella llega hasta m el recuerdo emocionado de mis padres,

    ya muertos. Los veo en el obrador de la panadera, bregando la tarde del Jueves Santo con las

    delicadas masas de los panquemados y las ensaimadas, mientras el aroma de las tortas cristinas

    recin hechas se aduea del aire de la Plaza del rbol. En los aos setenta, la Semana Santa

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    todava conservaba el rigor de una recordacin seria de la muerte de Cristo, crucificado en un

    madero como un vulgar delincuente judo. Adustos, graves, herederos de un silencio antiguo, los

    denarios procesionaban con sus hachones de cera por las calles abarrotadas de rostros igualmente

    adustos. Y en este punto exacto de la evocacin, aparece tambin la imagen poderosa de mi

    abuelo en su atad, vestido de cofrade. Muerto dicen que es igual que su madre, Carmen la

    Rezadora. Es la cantilena que escucho durante el velatorio.

    La vida y la muerte extraamente abrazadas en esta evocacin emotiva, inesperada. Vivir

    tan cerca de la muerte, convivir con ella cada da desde hace tantos aos me ha hecho mirar con

    otra mirada la vida. Solo pido que yo no acabe desmadejado. Que nadie tenga que cambiarme los

    paales y limpiarme el olor a orines y a mierda. No es justo. Ya he pagado mis culpas teniendo

    que hacerlo con mi padre cinco aos. No es justo. Pero mi cabeza se est alejando de la

    conversacin. He de esforzarme por apartar estos sombros barruntos. Y aferrarme al centro de

    gravedad. Merche y Vicky. Verano del 72.

    Miguel seguro que s recuerda a Merche y a Vicky; sobre todo, a Merche.

    Verdad, Miguel? y me mira como si adivinara que en ese mismo momento yo puedo evocar

    misteriosamente aquella mirada tan conmovedora que me turb la sangre de los quince aos.

    He de confesarlo: has conseguido remover recuerdos casi olvidados digo

    teatralmente Pero, s, claro que me acuerdo de Merche. No s si podra reconocerla si maana

    nos cruzramos en la calle; pero su imagen de aquellos das es ntida en estos momentos.

    Cunto hace de aquello? Cuarenta aos? Han ocurrido tantas cosas desde entonces! Y casi

    todas tan impensables en aquellas pascuas en las que nos magrebamos os acordis?

    mientras sonaba Pedro Ruy Blas!

    A los que hiri el amor: B4! Jorge est exultante. O casi borracho.

    Sigue lloviendo. Paco ha propuesto quedarnos a comer en aquel bar en el que tantas veces

    lo habamos hecho.

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    El da est perdido ha dicho con ese tono entre cmico y solemne que lo hace

    reconocible a pesar del deterioro fsico.

    Ha habido algunos intentos de excusarse, de buscar pretextos; pero no ha dado opcin. Lo

    ha convertido en una cuestin de honor y nadie se ha atrevido a desdecirle o, simplemente, todos

    tenamos ganas de pasar unas horas juntos, porque nos daba miedo quedarnos a solas frente a

    frente con la muerte del amigo.

    Oculto un detalle en la conversacin. No quiero airear una confusa emocin que todava

    no acabo de digerir. Cuando vine a ver a Rafael apenas hace un mes , le pidi a Pilar que

    nos dejara a solas, despus de hacerle traer una caja metlica decorada con paisajes orientales.

    Una vez que estuvo seguro de que no nos oa, la abri y extrajo un sobre amarillento con un

    sello morado de los de Franco. De dos pesetas. Era una carta de Merche que haba guardado

    estos cuarenta aos. Era una carta de amor para m. De un amor tozudo e imposible, de un amor

    que solo puede sentirse a los trece o a los quince aos. Rafael me pidi perdn por no habrmela

    entregado hasta entonces.

    No quiero morirme con esta losa sobre mi conciencia dijo entre mis protestas.

    No s qu habra sido de mi vida si me la hubiera dado a tiempo. Tampoco eso ahora tiene

    demasiada importancia. Pero cuando la le, no pude dejar de evocar aquellos meses en que me

    enamor perdidamente de aquella muchacha. Y hoy, es Jorge quien la ha vuelto a invocar.

    Existe el azar? No s. Lo cierto es que llevo un mes en el que mi memoria zigzaguea por aquellos

    das en los que ella estuvo en mi vida. Y no encuentro el sentimiento que ponga nombre a esta

    desazn.

    Como en la guerra cruel perdieron el amor, juraron que jams tendrn otra pasin! Jorge tararea

    con la evidencia de que el alcohol comienza su alquimia turbadora en el estmago. Apenas me da

    tregua. Y dudo ya si es pura fanfarronera o es que recuerda todas las canciones de aquella vieja

    mquina de discos.

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    A los que hiri el amor

    El local sigue regentndolo la misma familia que lo haca en nuestra adolescencia. Cuando

    uno de los hijos que ahora parece dirigir el negocio nos ha reconocido, se ha acercado, ha

    fingido alegrarse de vernos, o lo ha hecho de veras, ha compartido algunos recuerdos de nuestras

    francachelas y nos ha acomodado en un comedor privado en el que suelen reunirse alcaldes y

    constructores de la zona.

    Vosotros, no sois menos que ellos ha dicho con retintn, antes de llamar al camarero

    para que nos tomara nota.

    Y, por un momento, hemos cerrado los ojos y nos hemos dejado conducir a la gloria.

    Nosotros, que entonces fuimos o cremos ser unos jvenes tan brbaros, hemos cedido a la

    seduccin de sentirnos importantes. De hecho, alguno de nosotros ha disfrutado durante algn

    tiempo de prebendas y de sobres ciegos y de pequeos sobornos, si es que hay sobornos

    pequeos.

    Todo ha sido excesivo. La bebida. La comida. Pero, sobre todo, la bebida. Ha estado

    lloviendo durante toda la tarde. Y la lluvia invita a beber, a que la lengua se le y se desle, se afile,

    se enrosque, se ensucie de veneno y envenene, a que afloren las bestias que nos habitan, a que la

    mala leche se cuaje y acabe por agriarlo todo.

    Ha sido ngel quien ha prendido la mecha. Tiene una pequea tienda de informtica.

    Sobrevive a la crisis gracias a la crisis. Hay muchas empresas efmeras que duran apenas meses o

    semanas; pero todas arrancan dejndose parte del dinero que no tienen en ordenadores,

    impresoras y cartuchos de tinta; de manera que, sin apuros econmicos graves, ngel mantiene

    intacta esa gracia natural que le dio el Seor para despertar a los lestrigones y cclopes que

    nuestras almas suelen ocultar higinicamente. Ha nombrado a la Bestia.

    Vicente, os lo estn poniendo muy crudo estos chicos de Podemos.

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    Vicente lleg a tener un cargo de cierta responsabilidad en el Partido Socialista. Pero fue

    acuchillado en un ajuste de cuentas entre familias y lleva varios aos desnortado, hablando de los

    tiempos heroicos cuando toma dos copas de ms. Y suele tomarlas con cierta frecuencia.

    Crudos, dices? Qu va! Estos se deshinchan antes de llegar a mayo. Adems, estos

    estn financiados por la FAES. No te has dado cuenta que desde que est podemos las calles se

    han vaciado?

    La perplejidad nos ha dejado mudos. l se ha venido arriba.

    Esto es un operacin de ingeniera poltica de... cmo se llama?, Pedro Arriola, el

    marido de la Villalobos.

    Venga ya! A vosotros lo que os pasa es que os ha entrado un clico miserere y estis

    inventando teoras conspiratorias para poder dormir sin barbitricos ngel ha encontrado

    vena y no est dispuesto a desperdiciar la ocasin

    Pero, qu propuestas hacen para salir del atolladero? Quieres que te lo diga?

    Ninguna! Y sabes por qu? Porque no tienen ninguna. Pura palabrera.

    Ms o menos como la vuestra en los setenta la picadura de mil alacranes no es capaz

    de reunir tanto veneno como esas palabras.

    Vete a la mierda! Vicente est herido. Sale a fumar a la terraza, bajo los toldos.

    Sabemos que todo forma parte de una puesta en escena muy teatral que se repite cada vez

    que nos juntamos. Incluso, a veces, nos divierte; pero hay algo en el aire que anuncia una

    tormenta inesperada. Bastar una palabra inoportuna para provocarla.

    Seguro que Miguel sabe mucho de lo que se cuece en Podemos. l siempre ha estado

    muy prximo a las fronteras del sistema.

    Y Bruno la ha provocado. Bruno me ha provocado. S, aquel Bruno que ley antes que

    nadie a Marcuse y a Foucault, que nos ofreca hierbas y licores sofisticados y que luego dio un

    sonado braguetazo con la hija de un afamado falangista y acab olvidndose de Marcuse y de

    Foucault. O peor, comenz a citarlos solemnemente en esas cenas que nos convocaban

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    anualmente para comprobar el lento deterioro de nuestras vidas. Bruno se ha atrevido a poner el

    dedo en alguna herida de las que cauterizan mal o, simplemente, nunca se cierran. Y he estallado.

    Sabes lo que nos pasa, Bruno ? Que como un da nos levantamos y nos miramos al

    espejo y comprendimos que no habamos sido capaces de cambiar el mundo, hemos comenzado

    poco a poco a cambiar nuestra manera de hablar de l, para que la cabeza no se nos reviente en

    mil pedazos; pero, reconcelo: tu mxima audacia fue la de descorchar una botella de champn

    barato cuando los de ETA hicieron volar por los aires el Dodge de Carrero. Y me adelanto a

    decirlo, yo tampoco hice mucho ms. No tuve huevos para dejar a mi padre con su floreciente

    negocio y echarme al monte a hacer la revolucin. S, es cierto, tena carn, como t; pero no

    hicimos nada memorable. El general se nos muri de viejo, entubado, cuando le sali de los

    cojones al equipo mdico habitual. As que no podemos ponernos medallas. Reconcelo, Bruno.

    Nosotros hemos llegado tarde a casi todo. Lo digo sin amargura. Cada uno vive el tiempo que le

    toca vivir. Conviene que no lo olvidemos para poder envejecer con dignidad...

    Y apuro de un trago el orujo que queda en la copa.

    Hay un silencio incmodo cuando acabo de hablar. Y me doy cuenta de que estoy

    borracho, de que todos estamos borrachos y de que ha sido una torpeza esta comida sin las

    mujeres. Siempre que en nuestras vidas hemos decidido hacer cosas sin ellas hemos acabado

    borrachos o embroncados estpidamente.

    Pues a m, si quieres que os sea franco, Julia Ann me sigue poniendo potroso de

    nuevo, Paco ha quitado hierro, nos ha hecho rer un instante por encima del rictus agrio; pero la

    herida abierta tiene mala encarnadura. Reconozco que no ha sido elegante por mi parte esta

    soflama; pero Bruno me desquicia, no soporto a ese fantoche que en algn momento de mi vida

    fue mi amigo y que hoy apenas reconozco. Un obeso fofo y satisfecho que gana dinero a

    espuertas explotando a inmigrantes, que se codea con la flor y nata de esta maldita ciudad

    episcopal y que los fines de semana se destroza el tabique nasal mientras evoca batallas en las que

    nunca combati Y si dejis de poneros solemnes y os dedicis a pasar un rato con un poco de

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    sosiego? Que a vosotros siempre os han gustado mucho las palabras maysculas, joder! Por

    favor, nos puedes traer otra ronda ? Paco ha buscado con la vista a uno de los camareros

    que, al fondo del saln, seguan, divertidos y desorientados, aquella bronca inesperada.

    Bruno ha aprovechado una visita al lavabo para abandonar el restaurante sin despedirse.

    Est herido. Lo s. Yo tambin lo estoy. l me ha buscado. Yo no deb mostrarme tan desabrido,

    tal vez; pero vino a buscarme. Y me encontr. S, ya s, lo mismo ha sido un acto rabioso,

    desmedido. Incluso reconozco que ha habido mucha envidia emponzoada en mis palabras.

    Envidia de que mi vida no haya pasado de ser mediocre, gris, sin otros triunfos que los que nada

    valen en estos tiempos, mientras l ha sido reconocido previo soborno como empresario

    del ao. Envidia de no haber encontrado mi camino despus de tantos aos mientras l sabe

    decir en cada momento de su vida dnde est y hacia adnde se dirigir dentro de una hora,

    pasado maana o el mes que viene. Envidia de no haber encontrado el artificio, la prestidigitacin

    capaz de calmar mi cabeza y de hacerme encontrar el sosiego, mientras l vive en guerra con los

    hombres a los que maltrata cada da, pero en una dulce paz con sus entraas. Envidia de que

    acabara casndose con Carmen, la novia a la que tanto quise y a la que no deb permitir que

    saliera de mi vida. Envidia. Maldita envidia.

    Cuando nos hemos dado cuenta de su ausencia, hemos sido piadosos y discretamente

    hemos hablado de otros temas ms mundanos. Pelculas, viajes, aficiones recobradas o

    descubiertas. Ebanistera. Cocina de vanguardia. Agricultura teraputica. Injertos, poda, abonado,

    variedades resistentes. Muchos han vuelto a sus orgenes. Otros seguimos errticos. Somos chicos

    de pueblo que un da salimos al mundo, capaces, con ganas, si no de cambiarlo, s al menos de

    meterle un buen meneo. Y ahora, cuando ya estamos ajustando cuentas con nuestras vidas y

    hemos visto que nuestra empresa era de mucha envergadura demasiada , hemos buscado en

    los rincones de nuestro almario esas hebras elementales que nos explican. Y estamos de regreso.

    A la tierra anegada, al campo abierto, a las noches a la intemperie contando las estrellas o

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    descubriendo los temblores de la anatoma emocionada. Hemos vuelto a enterrar a nuestros

    muertos.

    A boca de noche ha dejado de llover y la conversacin se ha ido atemperando. Ha

    recobrado la justa calentura de las palabras ebrias y se ha enroscado en empresas ms ntimas.

    Los pequeos achaques que comienzan a lastrar los mecanismos de la maquinaria. Colesterol.

    Diabetes. Arritmias. Bronquitis crnica Dios, cunto hemos fumado ! . Hiperplasia de

    prstata. Insomnio. Barrunto de la vejez. Pero tambin y, sobre todo, los hijos. El mundo traidor

    que les aguarda. La falta de sueos.

    Yo me he ido abandonando al fluir de las palabras. No tuvimos hijos. Ahora lo agradezco.

    Entonces fue un desgarro, una ms de las heridas que se abri en mi matrimonio. Isabel acab

    dejndome, harta de una casa silenciosa que se le caa encima esperando ao tras ao quedarse

    embarazada.

    Estoy cansado. de pronto, me siento extrao en esta reunin de viejos amigos. Solo. Me

    despido apresuradamente sin que les d tiempo a que sus protestas me hagan cambiar de opinin.

    Una lluvia menuda me recibe mientras me alejo del restaurante. Miro hacia la terraza donde est

    la mquina de discos. T5. Alone Again (Naturally). Sonro. Gilbert O'Sullivan me acompaa

    mientras abandono el parque al que no volver hasta que regrese para enterrar al prximo amigo.