la licnomancia

4
La licnomancia Erika Mergruen Desde niña me gustaba perderme en los laberintos dorados de los retablos y sentir inquietud ante la mirada de esos falsos títeres que algunos llaman querubines. Busco y siempre encuentro: vides, flores, carrizos, llagas, ojos de vidrio, terciopelos, parafina y telas de araña. Pero que el lector no se engañe, no profeso ninguna religión, ni siquiera fui educada en una, cuestión que agradezco pues acaso esta neutralidad es la que me permite disfrutar las expresiones plásticas de la fe dentro de las iglesias. Hace unas semanas conocí una edificación nueva, de las más hermosas que he visto. Era una iglesia con olor a bosque, seguramente porque toda ella está acabada en madera: paredes, cielo raso, duelas, bancos, cristos y santoral. Reconfortaba con su temperatura perfecta, con su acústica adecuada, y bendecía las pupilas con su claridad justa para contemplar las formas. Podría uno quedarse ahí 1

Upload: erika-mergruen

Post on 12-Jan-2016

21 views

Category:

Documents


0 download

DESCRIPTION

Serie métodos de adivinación

TRANSCRIPT

Page 1: La licnomancia

La licnomancia

Erika Mergruen

Desde niña me gustaba perderme en los laberintos dorados de los retablos y

sentir inquietud ante la mirada de esos falsos títeres que algunos llaman querubines.

Busco y siempre encuentro: vides, flores, carrizos, llagas, ojos de vidrio, terciopelos,

parafina y telas de araña. Pero que el lector no se engañe, no profeso ninguna religión,

ni siquiera fui educada en una, cuestión que agradezco pues acaso esta neutralidad es la

que me permite disfrutar las expresiones plásticas de la fe dentro de las iglesias.

Hace unas semanas conocí una edificación nueva, de las más hermosas que he

visto. Era una iglesia con olor a bosque, seguramente porque toda ella está acabada en

madera: paredes, cielo raso, duelas, bancos, cristos y santoral. Reconfortaba con su

temperatura perfecta, con su acústica adecuada, y bendecía las pupilas con su claridad

justa para contemplar las formas. Podría uno quedarse ahí para siempre, buscar un nicho

vacío y sentarse por toda la eternidad para leer, para observar o simplemente para estar.

Debo aclarar que no siento lo mismo en todas las iglesias; no todas poseen la misma

“vibra”, pues las hay desasosegadas, grises, frías y, digámoslo, desangeladas. Pero la

iglesia de madera es angélica; dentro de ella, el más ateo podría afirmar que ahí se

escondió Dios, de todo y de todos.

Tal era el silencio dentro de aquella iglesia que fue inevitable escuchar los rezos

en lengua de uno de sus visitantes. Observé como él colocaba cierto número de velas

frente al santo de su devoción, hincado, y enseguida comenzó a rezar. Su rezo parecía

más una conversación con un viejo conocido. No entendí el significado de aquellas

1

Page 2: La licnomancia

palabras, pero traté de entender dónde se guarda esa fe, de dónde surge y cómo es que

no se deteriora aunque su depositario pertenezca a uno de los estratos más olvidados de

esta sociedad. No tengo dudas, la fe verdadera, esa cosa inasible, es tan íntima que no se

obtener con un simple ritual. Era tanta la belleza del gesto que, por un momento, deseé

rescatar al cristo muerto de su ataud de vidrio y resanar sus llagas y peinar sus cabellos

enredados en la corona de espinas. Deseé librarlo de esa imagen de sufrimiento que ha

atemorizado y provocado culpas por siglos.

Mas luego sentí tristeza al recordar todo aquello que fue sepultado bajo esos

símbolos hechos de madera y láminas de oro y óleos vermellón. Imaginé a aquel

hombre que rezaba en lengua con sus mismas velas pero en otro templo, o tal vez a

campo abierto, leyendo las llamas, maestro de la lictomancia, encontrando respuesta a

todas sus preguntas en el movimiento del fuego.

Entonces sentí que las llamas de las veladoras se agitaban en los vasos y las de

las velas se retorcían como deseando desprenderse del pabilo para quemar toda esa

madera pía. Y tuve la certeza de que en esa iglesia barroca sólo yo escuchaba el grito

del fuego, pues ya nadie desea escuchar sus respuestas.

Aun más, pensé que todas las respuestas habían sido canceladas, lo supe al

descubrir dos tallas primorosas de las ánimas del purgatorio. Los torsos, uno de hombre

y otro de mujer, me observaban atrapados en las llamas estáticas de madera, rojísimas.

Ambos estaban custodiados por capelos de acrílico, para protegerlos del paso del

tiempo; como si alguien se empeñara en perpetuar esa respuesta lapidante, la “verdad

absoluta” sobre el destino de los pecadores, de esos seres alejados de esta gran iglesia,

de aquellos que piensan en lavar los cabellos de una estatua de madera y en curar el

dolor de sus falsas heridas.

2

Page 3: La licnomancia

Vi a una mujer, se dirigió a uno de los altares desde donde una virgen vestida de

rosa nos observaba. La mujer se hincó y comenzó a cantar, también en lengua. Su voz

era de una dulzura inaudita. Por un momento las llamas todas guardaron silencio. Quise

creer que era un ángel enviado para distraerme, para que dejara de pensar que toda

creencia se deteriora, como esos lienzos sacros que las polillas devoran en secreto antes

de arrojarse al fuego en busca de la respuesta última.

3