la legion de los inmortales - massimiliano colombo

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  • Ao 55 a. C. Una flota de guerra avista una tierra desconocida que resulta estar poblada porferoces guerreros capaces de infundir temor incluso a los soldados de Julio Csar. Ante elpnico que se apodera de las tropas, un hombre se arroja a las glidas aguas. Es LucioPetrosidio, aquilfero de la Dcima Legin. Como un solo hombre, detrs de su guila, lalegin de los Inmortales acomete el asalto. Por Csar y por Roma, Lucio y sus compaeros,Mximo, Quinto y Valerio, se batirn sin tregua por conquistar Britania y para proteger aGwynith, la esclava pelirroja que ha conquistado el corazn del aquilfero. Hasta un lugarllamado Atuatuca, donde acecha un destino de sangre

    Ao 35 a. C. Desde el puente de una nave, un hombre observa las costas de la gran isla yaprxima. A su lado, la espada corta de los legionarios; en la mente, los recuerdos de unaepopeya de guerra y muerte en la que aletean los fantasmas de los compaeros cados. Espara dar paz a esos fantasmas, y a su conciencia, que el viejo soldado regresa a Britania.Porque desde entonces hay una mujer a la espera de su hombre y hay una batalla iniciadaveinte aos antes que lo aguarda para concluir definitivamente.

  • Massimiliano Colombo

    La legin de los inmortalesePub r1.0

    macjaj 08.05.14

  • Ttulo original: La legione degli immortaliMassimiliano Colombo, 2010Traduccin: Juan Carlos Gentile Vitale

    Editor digital: macjajePub base r1.1

  • A Susanna, Federico y Alessandro.Sin vosotros mi vida habra sido

    un libro escrito a medias.

  • Introduccin

    Finales de agosto del 55 a. C., sudeste de Inglaterra; la flota romana que ha de invadir Britania se hallaa merced de la mar gruesa. Doce mil hombres, a bordo de noventa naves, estn bloqueados frente a lascostas de Kent. Las olas rompen con vehemencia en la playa, donde miles de guerreros britanos hanacudido para defender su tierra. Las condiciones del mar y el escaso conocimiento de los fondosobligan a los pilotos a mantenerse a distancia de la orilla. No obstante, los centuriones ordenan a loslegionarios que se echen al agua y avancen. Es preciso desembarcar, combatir y tomar posiciones entierra firme antes del anochecer: no solo hay que luchar contra los enemigos, tambin contra eltiempo. El agotamiento de una noche insomne en las aguas de la Mancha, la violencia del mar y lavista de tantos aguerridos combatientes provocan una especie de pnico colectivo que se propaga denave en nave. Los mejores soldados del ejrcito ms poderoso del mundo vacilan, tiemblan.Contravienen las rdenes de sus superiores, negndose a echarse entre los remolinos con el peso de lascorazas. La invasin de Britania planificada por el gran Csar est naufragando aun antes deempezar

    Luego ocurre algo que cambia el curso de los acontecimientos y que ni siquiera las fuerzas de lanaturaleza consiguen detener.

    Un hombre se arroja al mar y avanza, solo, hacia el enemigo, elevando el smbolo ms precioso desu civilizacin, el ms poderoso: el guila de plata de la Dcima Legin. En cuestin de instantes,miles de legionarios se lanzan al mar, dispuestos a combatir y morir con tal de no perder ese smbolo:la conquista de Britania ha empezado.

    Este episodio no es fruto de la fantasa del autor de una superproduccin histrica, sino un hechorealmente ocurrido, documentado en el Libro Cuarto de De Bello Gallico. El gesto de ese soldado ysus consecuencias permanecen indeleblemente impresos en uno de los documentos ms importantesde todos los tiempos. Quiz para Csar era superfluo citarlo. Era simplemente el aquilfero de laDcima Legin, y basta. Era el ms valiente entre los valientes.

    En el Libro Quinto de De Bello Gallico, casi un ao despus del episodio del desembarco enBritania, Csar relata brevemente el heroico fin de otro portaestandarte de su ejrcito, que llevaba elguila de una legin recin constituida. Esta vez detalla su nombre y llega hasta nosotros a travs delos siglos. La fama de Lucio Petrosidio se acua en apenas un par de lneas, pero permanece impresapara siempre en la Historia.

    Esta novela se inspira, precisamente, en Lucio Petrosidio y en los hombres que lo acompaaron.Hombres de una raza extinta, cados uno tras otro, un da tras otro, en nombre de Roma. Hombresunidos por el sentido del deber y la fraternidad, a la vez vctimas y verdugos.

    Si bien las pginas de De Bello Gallico sirven de teln de fondo para las vicisitudes, aqu losprotagonistas no son los grandes nombres que han hecho la Historia, sino aquellos desconocidos yextraordinarios milites perdidos. Sus nombres han cado para siempre en el olvido, pero sus gestas

  • forman parte de la leyenda que les otorga la inmortalidad.

  • Personajes

    (en cursiva los que realmente han existido)

    Cayo Julio Csar: General, estadista, excelente orador y gran escritor, como testimonian susCommentarii. Excepcional estratega, con la conquista de la Galia extendi el dominio de Romahasta el ocano Atlntico y el Rin. Antes de conducir los ejrcitos romanos en Britania y Germania,fue tambin un poltico genial capaz de conseguir que los romanos aceptaran su dictadura.

    Tito Labieno: General de la Repblica romana y lugarteniente de Julio Csar en la Galia, donde supomostrar sus dotes de hbil comandante militar. Durante la guerra civil tom partido por PompeyoMagno, convirtindose en uno de los ms acrrimos enemigos de Csar. Muri en la batalla deMunda, asesinado por los mismos legionarios a los que haba guiado en la campaa de la Galia.

    Lucio Petrosidio: Aquilfero mencionado en De Bello Gallico en referencia a la batalla de Atuatuca.

    Gwynith: Esclava britana de noble ascendencia, hija de Imanuencio, rey de los trinovantes y hermanade Mandubracio.

    Cayo Emilio Rufo: Primpilo de la Dcima Legin.

    Mximo Voreno: Optio y brazo derecho de Cayo Emilio Rufo.

    Valerio: Veterano de la Dcima Legin, compaero de armas de Lucio Petrosidio.

    Quinto Planco: Legionario de la Dcima Legin, compaero de armas de Lucio Petrosidio.

    Tiberio Luiolo: Ayudante de Lucio Petrosidio.

    Cayo Voluseno Cuadrado : Tribuno que sirvi a Csar durante la conquista de la Galia. En el 55 a. C.fue enviado de reconocimiento a Britania con una nave de guerra, para recabar informaciones sobreesa isla.

    Marco Alfeno Avitano: Vstago de buena familia, mandado a la Galia para servir a Csar con elgrado de tribuno.

    Arminio: Anciano esclavo de Marco Alfeno Avitano.

    Bithus: Guardia de corps de Marco Alfeno Avitano.

    Quinto Lucanio: Comandante mencionado en De Bello Gallico, cado en combate en Atuatucamientras socorra a su hijo herido.

    Lucio Aurunculeio Cota: Legado que sirvi bajo Csar en la Galia. Muri en la batalla de Atuatuca.

    Quinto Titurio Sabino: Legado que sirvi bajo Csar en la Galia. Muri en la batalla de Atuatuca.

    Tito Balvencio: Comandante mencionado en De Bello Gallico, cado en la batalla de Atuatuca.

    Cayo Arpineo: Caballero romano pariente de Quinto Titurio Sabino, enviado como intrprete ante el

  • rey Ambirix.

    Quinto Junio: Mercader hispano enviado como intrprete ante el rey Ambirix.

    Mandubracio: Hijo del rey Imanuencio, soberano de los trinovantes, que fue asesinado porCasivelauno, seor de la guerra que capitaneaba la coalicin antirromana britnica. Segn De BelloGallico, Mandubracio se dirigi a la Galia para pedir la proteccin de Csar. Fue devuelto al tronopaterno por Csar al final de la segunda expedicin en Britania.

    Comio: Rey puesto en el trono de los atrebates por Csar, durante la conquista de la Galia, en el 57 a.C. Antes de invadir Britania, en 55 a. C., el general romano, creyendo que Comio tena ciertainfluencia en Britania, lo envi all para convencer a las tribus locales de que no opusieranresistencia. Pero, a su llegada, el galo fue apresado. Al no haber conseguido impedir el desembarcoromano, los britanos devolvieron a Comio a Csar, como acto de buena voluntad para favorecer lasnegociaciones.

    Grannus: Guerrero atrebate, primo de Comio.

    Ambirix: Rey de la tribu de los eburones, capitane la revuelta de Atuatuca y desapareci durante laposterior represalia romana contra su pueblo.

    Catuvolco: Rey de los eburones, capitane la revuelta de Atuatuca con Ambirix. Segn De BelloGallico, Catuvolco, demasiado viejo para huir, se quit la vida con veneno durante la represaliaromana.

    Epagatus: Mercader de esclavos griego.

    Tara: Prostituta al servicio de Epagatus.

    Chelif y Hedjar: Guardias de corps de Epagatus.

    Casivelauno: Primer britano que se menciona en la escena histrica. En De Bello Gallico, Csar hablade l como jefe de la resistencia armada de los britanos, aunque sin especificar la tribu depertenencia. No obstante, afirma que su reino se extenda en el territorio al norte del ro Tmesis,por tanto, las tierras de los catuvelaunos. Antes de la invasin romana, Casivelauno habacombatido contra las dems tribus y se haba convertido en el soberano ms poderoso de la isla.

    Breno: Mercader vneto, poblacin de grandes navegantes establecidos en la actual Britania.

    Nasua: Esclavo de Breno.

    Aviln: Esclava y mujer de Mximo.

  • I718 Ab Urbe Condita

    35 a. C.

    Tengo el don, a menudo doloroso, de una memoria que el tiempo no consigue ofuscar. Los recuerdosde mi larga existencia, y de todos aquellos que han formado parte de ella, estn siempre presentes yvivos en m, a pesar del transcurso de los aos. Solo puedo estar agradecido al destino, que me hapermitido conocer a grandes hombres y tomar parte en acontecimientos que sern transmitidos a lossiglos futuros, pero el precio ha sido alto. Si es verdad que el hado me ha dado tanto que recordar y eltiempo para hacerlo, no es menos cierto que cnicamente me ha arrancado, uno tras otro, a todosaquellos que ha ido poniendo en mi camino, dejndome sumido en la tristeza ms profunda, aunquellena de grandeza.

    Crea que, con la edad, conseguira resignarme, podra encerrar melanclicamente en mi coraznrostros y sensaciones, para custodiarlos como tesoros preciosos. Pero la coraza slida y compacta quelos protega ha quedado severamente marcada por los sacrificios y las luchas que he afrontado y queahora, pasado el tiempo, me parecen an ms nobles y magnficas. No podra ser de otro modo, porquepertenezco a la generacin que ha convertido Roma en duea del mundo conocido, para luegoarrastrarla a una sangrienta guerra civil detrs de un hombre extraordinario, en lo bueno y en lo malo,que la Historia recordar como Cayo Julio Csar.

    La sabidura adquirida en aos de batallas libradas y peligros evitados me aconsejara volver allugar de donde he venido y disfrutar finalmente de un merecido reposo. Pero hay una batallacomenzada hace veinte aos, cuyo eco ensordecedor an atruena en mis odos, que me espera solo am para concluir de una vez por todas. As, como buen y viejo soldado, me dispongo a emprender estelargo viaje, para alcanzar el punto donde se entrelazaron los destinos de las personas ms queridas ycumplir con mi deber.

    La ondulacin de las velas al viento y el chirrido del mstil me evocan el pasado. Cerrando losojos casi me parece volver a or, con el chapoteo de las olas, los gritos de mis compaeros, pero no esas. El tiempo ha transcurrido, el mar es el mismo, tambin su olor, pero yo he cambiado. Cuando abrolos ojos me doy cuenta de que estoy solo y viejo, el nico testigo de un mundo que ya no existe, elltimo de una raza de gigantes que se ha extinguido para siempre, un hombre tras otro.

    Esta tarde desembarcaremos. El tiempo no es el ms propicio, pero al menos el viento es favorable.La voz del propietario de la embarcacin me devolvi al presente. Al mirarlo vi que escrutaba el

    cielo mientras morda una manzana. Era el consabido comerciante usurero y mezquino, una figura quehaba visto muchas veces en la vida; bajo, regordete, pelo largo y ralo, y dos ojitos astutos y oscuros,encajados en un rostro abotargado por una vida de vicios. En el dorso de las manos rosadas y carnosas,muy bien cuidadas, se entrevean a duras penas los nudillos de los dedos rechonchos, listos paraaferrar cualquier cosa que pudiera aportarle dinero. Yo las haba observado detenidamente en elmomento del embarque, mientras contaban las monedas con las que pagaba el viaje. Una suma que no

  • era exagerado definir como un robo, casi todo lo que haba obtenido de la venta de mi magnficosemental en el mercado del puerto, el da anterior. Una concesin obligada, visto que el armador sehaba negado a transportar el caballo. Haba intentado negociar con l, pero al ver que no ceda,finalmente decid aceptar, ms que nada por falta de otras embarcaciones dispuestas a zarpar enaquellos das de Puerto Icio[1].

    Sus ojos me haban escrutado durante toda la travesa y, a juzgar por su comportamiento, dedujeque ya haba contenido su curiosidad durante demasiadas horas a lo largo del trayecto. El tipo soloestaba esperando la ocasin adecuada para husmear, quiz con la intencin de conseguir ms dinero.Por lo dems, yo era el nico en aquel barco con el que poda intercambiar algunas palabras,excluyendo evidentemente a los sirvientes que se ocupaban de las velas y el timn, y a su hijo, unjoven de rostro arrogante que viajaba con nosotros.

    Eres un hombre muy extrao y reservado. Puedo saber adnde te llevan tus asuntos?Y qu tengo de extrao?Oh, muchas cosas dijo el hombre, masticando ruidosamente. Tu acento, tu vestimenta Un

    poco todo, en resumen.Y qu tienen de extrao mi acento y mi indumentaria?El hombre rio con la boca an llena y arroj el corazn de la manzana al mar, limpindose los

    labios con la manga.Bien, para empezar eres romano, o tal vez de la Narbonesa[2]. Ests de viaje desde hace bastante

    tiempo y, considerando el estado de tu ropa, se ve que vas deprisa.Me observ con una media sonrisa y, al ver que yo no lo rebata, continu con sus deducciones:Quiz seas un mercader, de seguro no un hombre de mar, se ve por cmo te mueves, pero lo que

    me causa mayor perplejidad es ese anillo.Me mir la mano.Amigo mo prosigui, llevas un anillo que por s solo vale una fortuna, si esa esmeralda es

    realmente lo que parece. Y por si ello no bastase tienes tambin un torques[3] de oro macizo. Son joyasde excelente factura, es ms, si me permites

    Me cogi la mano, para examinar de cerca el anillo que haba atrado su vida atencin.Vaya! Se dira que eres muy rico, peroPero?Pero estas joyas son propias de gente de cierto rango, exactamente lo contrario de lo que

    sugiere tu ropa sucia. No puedes ser un mercader, porque no tienes mercancas ni sirvientes y viajassin escolta. Lo nico que llevas contigo es ese saco que cargas al hombro. Parece pesado, pero desdeluego no puede estar lleno de joyas. O me equivoco?

    Antes de responder mir hacia el horizonte, donde haba aparecido una franja oscura. La costa deBritania, eternamente custodiada por sus nieblas. Por fin la etapa martima estaba llegando a su fin.

    En este saco hay buena parte de mi vida.El mercader se me acerc bajando el tono de voz, con aire confidencial:Precisamente aqu, en el Cancio, conozco a una persona muy importante, alguien que podra

    darte un buen pellizco por esas joyas. Si lo deseas te conducir donde l yTe lo agradezco, pero no estn en venta.Acepta mis excusas, entonces. Quiz sea un anillo de familia, o tenga un valor afectivo que no

  • conozcoTena razn. No poda saber la larga historia de aquel anillo, que pareca quemarme entre los

    dedos.S, tiene un enorme valor afectivo.Comprendo. Imagino, por tanto, que no tiene precio.Asent y me acerqu de nuevo a la borda para escrutar la costa. Despus de tantos aos, se me

    aparecieron de nuevo las grandes escolleras, surgiendo como entonces de la bruma. El mercaderadvirti mi comportamiento evasivo y permaneci en silencio durante un momento, antes de reanudarsu interrogatorio.

    Puedo saber al menos adnde te diriges?Supe que haba entrado en el torbellino de la conversacin y que la nica manera de salir de l era

    darle el mnimo de respuestas necesarias para satisfacer su indiscrecin.Al norte, a las tierras de los trinovantes[4].Su rostro se ilumin.Si quieres saberlo, despus de haber descargado parte de la mercanca me dirigir a septentrin

    y remontar la desembocadura del Tamesim[5]. All ya es territorio de los trinovantes; si quierespuedo llevarte.

    Respond sin apartar los ojos de la costa:Te lo agradezco, pero no me agrada demasiado viajar por mar. Adems, no creo tener suficiente

    dinero para pagar un nuevo pasaje. Tu precio es caro.En eso podemos ponernos de acuerdo. No querrs hacer solo todo ese camino Te llevar

    mucho tiempo, y con esa carga tendrs que comprar un caballo.Lo mir de reojo.Si no me hubieras obligado a vender el mo, ahora no sera preciso. De todos modos, an me

    queda lo suficiente para comprarme un rocn.Enseguida me recrimin mi estupidez. Acababa de revelarle que tena ms dinero.Como quieras dijo. Mi hijo desembarcar maana y se detendr en el Cancio para comprar

    las pieles que luego revenderemos en Novalo[6].Aquel nombre me recordaba algo. Me vino a la mente una baha, y poco a poco regresaron tambin

    los hechos. Volv a ver nuestra flota enfrentndose a la de los vnetos. Naves cuya enormeenvergadura haca minsculos nuestros trirremes. Lo repet para mis adentros, mientras las imgenescorran por mi memoria.

    S, Novalo, la conoces?Asent.Estuve all hace bastante tiempo, cuando mi cabello era de otro color.El mercader se detuvo un instante y me examin de arriba abajo, antes de continuar.Yo debera proseguir solo y volver en unos veinte das. Bordearemos el litoral, nada peligroso.Nada peligroso?Esta vez fui yo quien estall en una carcajada.En estas aguas he visto olas tan altas como para aplastar contra los escollos los navos ms

    grandes, como si los hubiera arrojado Neptuno en persona.

  • El mercante estall a rer y bati la mano sobre el borde de la embarcacin, para mostrar susolidez.

    Mira aqu: madera de encina capaz de resistir los embates ms violentos, clavijas de hierro deuna pulgada y velas de cuero. Recuerda que nosotros, los venecianos, navegamos por este mar desde lanoche de los tiempos, con las mejores naves jams construidas.

    Inspir profundamente el aire salobre y mir al norte, hacia la costa ya cercana.S, conozco vuestras naves. Se maniobran solo con el viento.Su rostro se ensombreci de golpe y dio un paso hacia m.Qu quieres decir?Lo que he dicho, que se maniobran solo con el viento: no tienen remos.Su voz se volvi nerviosa.Conoces Novalo, nuestras naves y mencionas a Neptuno. Acaso combatiste en la batalla de la

    baha, hace veinte aos, quizs en la flota romana?No, presenci la batalla desde la costa, con el resto del ejrcito.El hombre se volvi hacia mar abierto antes de observarme nuevamente. Llev de nuevo la mirada

    ms all de la proa y baj la cabeza.Mi padre estaba en una de esas naves y fue golpeado por esas largas hoces que usabais para

    cortar las cuerdas de las velas. No he vuelto a verlo.Esta vez fui yo quien se acerc a l. Le puse la mano en el hombro.He combatido durante ms de treinta aos en las legiones de Roma y an no he terminado. Lo

    lamento, s qu se siente. Tambin yo tengo una larga serie de amigos que llorar.Me apart la mano con un gesto de rabia.Si os hubierais quedado en Italia, no estaramos aqu llorando a nuestros muertos.Me alej de l y me sent sobre un montn de sacos bastos, que contenan las finas pieles de vela

    por las cuales los vnetos eran famosos.Eso no es verdad y t lo sabes. Os degollabais entre vosotros mucho antes de nuestra llegada, y

    segus hacindolo incluso ahora. Habis estado siempre divididos y en guerra entre vosotros. Y quizsel nico momento en que hallasteis la forma de colaborar en paz fue precisamente para combatirnos anosotros.

    No replic, farfullando algo en su incomprensible dialecto. Sin duda estaba despotricando contram, o contra los romanos en general. Luego, mientras acomodaba un cabo, me examin.

    Qu es lo que llevas encima? El botn de una vida? Acaso ese anillo se lo has quitado a unmuerto, eh? De buen seguro que alguien debe de ir pisndote los talones. Tus ropas de mendigo y esabarba desaliada no cuadran con el caballo que tenas en el puerto, ni con el oro que llevas encima.

    Le sonre instintivamente.No, an no estaba muerto cuando se lo quit.Bien, de modo que he embarcado a un asesino, un asesino romano. Probablemente, considerando

    tus aos, formabas parte de la legin que extermin a la gente de mi ciudad.Estaba visiblemente turbado, pero debo admitir que comenzaba a resultarme simptico, ahora que

    lo vea en dificultades. De pronto, me sent a gusto. Haba tomado la iniciativa, hecho muy importantepara un militar. Aquella figura desgraciada casi me inspiraba ternura.

  • Amigo, has embarcado a un viejo, a un soldado viejo y cansado que ya no tiene intencin deempuar la espada, sino solo un bastn para sostenerse. Y adems en Novalo no me sala lapalabra prendimos, eso, prendimos solo al Senado y a algunos otros polticos.

    Su rostro se puso morado y empez a gritar:Los crucificasteis a lo largo de toda la costa de la baha!Habais retenido a nuestros embajadores a traicin, no te acuerdas?No respondi. Continuaba caminando arriba y abajo, alternando las miradas al amarre, ya

    prximo, con ojeadas hostiles dirigidas a m. Farfullaba sin cesar, para hacerse or:Un viejo, s, un viejo ladrn y asesino y romano, por aadidura.Oye dije, acomodndome sobre los sacos, con las manos detrs de la nuca, he pagado

    generosamente por la travesa, no pienso permitir que un mercader grun me sermonee. Veamos,dnde estabas en aquellos das?

    Estaba en los muros de mi oppido[7], rompiendo la cabeza de los romanos que se atrevan atrepar por ellos.

    Estall a rer, batiendo palmas, sin poder detenerme.Qu te parece tan divertido? Tus camaradas no son en absoluto divertidos yMentiroso! lo interrump. Me levant y me situ frente a l. Eres un mentiroso, no hubo

    batallas en los oppida, en aquellos das declar, golpendole el ndice sobre el pecho. Huaiscomo conejos; por eso tuvimos que usar la flota, para reteneros en vuestros escollos.

    Padre, este viejo te est importunando? dijo el hijo del mercader, viendo que nuestradiscusin se iba acalorando. Ya me ocupo yo de ensearle buenos modales continu, con todo elmpetu y la estupidez propias de la juventud, apartando la capa de piel para dejar a la vista el pualque llevaba en el cinto.

    El padre, de inmediato preocupado, se interpuso entre el hijo y yo, tratando de calmarlo yasegurndole que era una discusin sin importancia, que solo tenamos puntos de vista diferentes.

    Cuntos como t he visto caer, muchacho. Le di la espalda y me dirig hacia mi saco, lo abr yextraje una enorme espada con vaina, de la cual sobresala la empuadura finamente elaborada. Losdos retrocedieron, con los ojos desorbitados.

    El hombre que blanda esta espada pesaba al menos el doble que t afirm, dirigindome almuchacho. Montaba un enorme caballo negro que lo haca an ms gigantesco. Sigue los pasos detu padre, muchacho, y hazte mercader. Extraje el pual de su funda, dejndolo de piedra, y lo mir alos ojos: Mejor acostmbrate al oro. El hierro no es para ti. Y arroj el arma a las olas, ante sumirada atnita. Nunca te fes de quien se pare delante de ti, hijo; incluso un pobre viejo como yopuede reservarte sorpresas. Apart a su vez la capa y mostr el cingulum[8] con la marca de laDcima Legin, del cual colgaban una daga y un gladio[9].

    Solo entonces me di cuenta de que el pobre hombre estaba plido como la luna y tena los ojosaureolados de rojo. Le sonre al tiempo que le pona la mano en el hombro.

    Venga, no riamos por historias de hace veinte aos.Regres junto a mi saco, envolv en un pao de lino la espada con la vaina y despus de haberlo

    guardado todo me acerqu a l, tendindole la mano. Pero el padre no la estrech.Somos dos viejos combatientes, eso debera aproximarnos ms que alejarnos. Sera mejor que

  • nos contramos cmo hemos logrado sobrevivir, y no obstinarnos en recordar contra quin luchamos,no crees?

    Al ver que no responda comprend que nunca haba sido un combatiente.

  • II

    Cantium

    Cuando han transcurrido muchos aos desde el desarrollo de los hechos y estos se analizan confrialdad, los peligros pasados parecen ms grandes. Solo entonces se experimenta el peso de laangustia, algo en lo que no se pens durante la accin.

    Con esta impresin me encamin hacia la playa despus de desembarcar. Senta an en el cuerpoel balanceo del mar, aunque los pies estaban finalmente bien plantados en la tierra. Desde el muelleme volv y alc la mano en una seal de saludo al mercader, que me observaba apoyado en el mstil.No respondi, pero continu mirndome largamente.

    En la playa estaban varadas algunas embarcaciones de pesca, cuyos propietarios se afanaban endesplegar unas gruesas redes. Evidentemente el intercambio de mercancas con el continente deba dehaber crecido en los ltimos tiempos, porque haba bastante movimiento de personas que iban de losmuelles al interior. Mir entonces hacia la pea donde antao habamos situado nuestro campamento yvislumbr una torre de vigilancia que se elevaba sobre los tejados de paja de algunas viviendas.

    Me dirig al promontorio y, en cuanto me adentr por la vegetacin y el terreno comenz a subir,me percat con una pizca de orgullo que los britanos continuaban usando el sendero que habamosconstruido durante la primera expedicin y que an resista, impvido, a aos de desgaste y desidia.Llegado a la cima del collado vi que precisamente donde se haba montado el campamento surga unapequea aldea rodeada por una rudimentaria empalizada, junto a la torre de vigilancia. Me dirig haciaella con la cabeza gacha, oponindome al viento, detenindome de vez en cuando para mirar la radadesde lo alto. Nunca la haba visto tan despejada de naves. La subida comenzaba a hacerse sentir y a lolargo del camino que conduca a la aldea divis a lo lejos, a la izquierda, una roca clara que asomabadel terreno. Me pareci reconocerla, as que me desvi del sendero para alcanzarla. Caminaba contrael viento por la hierba alta, entre el olor del mar y el chillido de las grandes gaviotas que planeabansobre la escollera. Llegado al sitio me inclin, dejando caer el saco al suelo.

    La inscripcin esculpida en la roca permaneca clara y legible como si hubiera sido grabada pocosdas antes. Pas la mano sobre ella y me sent para coger aliento. Tuve una punzada en el estmago ymientras observaba aquella roca batida por el viento volv a ver los rostros de mis muchachos. Baj lacabeza; en aquella soledad habra podido permitirme llorar. En el fondo, haba contenido las lgrimasdurante toda una vida.

    Escap.Me volv de pronto, casi espantado. El mercader me haba alcanzado sobre el promontorio. Me

    observaba, ceudo, jadeando, como a la espera de una pregunta que no lleg. Me limit a palmear laroca para invitarlo a sentarse. As lo hizo, y mir hacia el sol que despuntaba entre las nubes antes deponerse en el mar.

    Escap de Novalo cuando vi que vuestras legiones construan los diques para detener las mareasy as llegar a nuestras ciudades. Baj la mirada y sacudi la cabeza, mientras su respiracin se

  • normalizaba. Me pregunt qu podamos hacer contra hombres que tenan fuerza suficiente paradetener el mar. Inspir hondo, luego resopl. No tuve el valor de volver hasta aos despus,cuando la edad ya me haba hecho irreconocible y poda hacer algunos buenos negocios.

    Cog del saco una horma de pan y de queso que cort con la daga, ofrecindole un buen trozo almercader. Despus del primer bocado, tragu y lo mir. Se haba quitado un peso, confindome untormento que lo roa desde haca aos y que probablemente nunca se haba atrevido a revelar a nadie.

    El hecho de que lo admitas te honra.Quiz, pero mi comportamiento no fue en absoluto honorable.Mastiqu otro bocado antes de dirigirle de nuevo la palabra.Veo que tienes una nave, una tripulacin, un hijo, mercancas. Quiz tu decisin de entonces te

    ha llevado a conseguir cosas que de otro modo nunca habras alcanzado.El mercader asinti.S, es verdad, he rehecho mi vida.Sabes? dije con un suspiro, quiz todos formamos parte de un libro ya escrito y nuestras

    acciones siguen el recorrido que dictan los dioses. Yo mismo no debera estar aqu. Es ms,continuamente me pregunto qu hago con estos harapos, lejos de mis seres queridos.

    Ests huyendo de algo?Apret los labios sacudiendo la cabeza y cort otro trozo de pan para l.Estoy aqu para hacer honor a un hombre, el ltimo de un grupo de los mejores hombres que

    jams haya conocido. Un hombre que sacrific su existencia al honor y que fue al encuentro de lamuerte, despreocupado por su propia vida, para preservar su dignidad.

    Permanec un instante en silencio mirando la lpida con la inscripcin.El destino ha querido que yo fuera quien los enterrara a todos, uno tras otro. Me volv hacia el

    interior, sealando las colinas. En alguna parte ms all de esas tierras el hado tiene una respuestaque darme, una explicacin para mi decisin de seguir combatiendo e ir a la cita con el destino.

    El hombre baj la mirada.Ests seguro de que encontrars una respuesta? Tan importante es para ti saber eso? Porque a

    veces las cosas siguen su curso, simplemente, sin una explicacin.Me levant y envain la daga, mientras mi capa se agitaba al viento.S, sin duda. Lo mir. Muy importante.Entonces prosigui l, despus de un instante de silencio, quizs el destino haya querido

    ponerte aposta sobre mi nave, para que hagamos juntos la ltima etapa de tu viaje.Es posible, pero en tal caso el destino se ha olvidado de darme dinero suficiente para pagarte.El mercader rompi a rer y se levant.Esta vez sers mi husped, servido y reverenciado. Lo prometo.Si es lo que quieres Cundo zarpamos?En cuanto el viento sea favorable. El que se ha levantado ahora es contrario a nuestra ruta.

    Estaremos cmodos en la nave, esperando el momento propicio.Volvimos hacia el sendero. El cielo se estaba encapotando y el aire resultaba cada vez ms fro.

    Mir hacia la aldea.Te parece que estos brbaros tendrn algo parecido a una posada? Esta tarde quisiera comer un

    bocado en tierra firme.

  • Brbaros? Los habitantes del Cancio son los ms civilizados de toda Britania, amigo mo.Perfecto, entonces.Esta vez nuestras carcajadas se elevaron al unsono.No me has dicho tu nombre, romano.Permanec un instante en silencio. Haca poco que haba enterrado a la ltima persona que me

    haba llamado por mi nombre, y me haba jurado a m mismo que solo volvera a ser el que eradespus de haberle hecho honor.

    Si quieres, puedes llamarme Romano. No es mi nombre, pero me complace ser llamado as. Almenos me recordar quin soy durante el viaje por estas tierras en los confines del mundo.

    As sea, Romano dijo el mercader, dndome una palmada en el hombro. Mi nombre esBreno aadi, dndome la mano. Olvdate de la posada, uno de mis sirvientes cocina muy bien elpescado, es ms, a esta hora las brasas ya estarn listas. Se acerc a mi odo y baj la voz. Ytengo un buen vino.

    Vosotros, los mercaderes, os regalis mucho.Algn vicio de vez en cuando no est mal.Alcanzamos la embarcacin al oscurecer, justo cuando el aire comenzaba a hacerse punzante.

    Afortunadamente la nave se encontraba en una ensenada protegida del viento, y as, despus dehabernos acomodado en la tienda de Breno, comenzamos a cenar. El hijo del mercader se sentaba connosotros, pero estaba claramente molesto por la confianza entre su padre y yo. Comimos un excelentepescado, acompaado con una salsa a base de cebollas y abundantemente regado con un magnficoFalerno, que no tard en traer un poco de buen humor a aquel rincn del mundo.

    Venga, Romano dijo Breno, hundido entre sus mullidos cojines provenientes del lejanoOriente. Por qu no me dices qu vas a hacer en las tierras de los trinovantes?

    Es una larga historia que habra de contar desde el principio, de lo contrario no entenderas elporqu de semejante viaje. Y si te dijera que estoy buscando a una persona que ni siquiera s siexiste?

    El mercader alz la copa.Amigo mo, tenemos comida, vino y tiempo a voluntad, podras hablar durante diez das sin ser

    interrumpido y, adems Se levant lo necesario para hacerse servir ms vino. Tengo unaenorme curiosidad y he vivido toda una vida en el mar preguntndome qu estara sucediendo en tierrafirme.

    Mis ojos, en aquel punto de la velada, deban de ser dos rendijas aureoladas de rojo. Estaba saciadoy el vino comenzaba a producir sus efectos, as que me recost cmodamente, con la mirada perdida.

    Mira, Breno, nosotros, los romanos, decimos que en el vino se esconde la verdad. Tend, a mivez, la copa al sirviente, me la apoy sobre el vientre y observ la superficie del vino, que brillabacomo sangre negra al resplandor de la lmpara de aceite. Es preciso volver atrs en los aos, Breno,muchos aos. Inspir a fondo, oliendo el contenido del vaso. No s si en este momento mimemoria est en condiciones de asistirme lo suficiente.

    El mercader rio:Entonces ests en buena compaa replic el mercader, riendo, porque no s si la ma estar

    tan lcida como para captar algn error.

  • Sonre y mir de nuevo el vino en el vaso. Luego mis labios comenzaron a moverse, como sifueran independientes del resto del cuerpo.

    Es la historia de un grupo de hombres valientes. Hombres capaces de sacrificarse en nombre delsentido del deber, Breno. Totalmente, hasta la muerte.

    Frunci el ceo, mirndome con atencin. Ahora estaba pendiente de mis palabras. Beb un ltimosorbo, paladeando aquel sabor embriagador.

    Eran otros tiempos. En Roma el ambiente bulla por un hombre que haba conquistado una granpopularidad en la Galia. En el Senado haba quien apoyaba el genio militar de aquel hombre, a quienconsideraban un defensor de las instituciones romanas, mientras que otros lo acusaban de moversesolo por ambicin personal. Para nosotros eso careca de importancia: ambamos a aquel hombre y lohabramos seguido a cualquier parte. ramos sus soldados, los legionarios de Csar. Cuandollegbamos, nuestro paso haca temblar el mundo. Levant la copa con los ojos brillantes, quiz nosolo por el vino. Ave Caesar.

    Los instantes de silencio que siguieron fueron interrumpidos por la dbil voz de Breno.Para ser un gran hombre, no dur mucho en Roma.Irritado por sus palabras, levant la voz.Aquellos malditos cobardes lo asesinaron a traicin, en un lugar sagrado. Unos miserables que

    juntos no valan ni un da de su vida. Intent contener la rabia y controlar la respiracin, que entretanto se haba agitado. Por suerte, la muerte no es igual para todos aad, mirndoloprofundamente a los ojos, porque si para algunos significa el fin de la existencia, para otros es soloel camino a la inmortalidad. Queran librarse de l y, en cambio, Bruto, Casio y los dems fueronpasados a espada por su fantasma, que vivir eternamente. Beb otro sorbo. La vida es ingrata,amigo Breno. Dime, qu quedar de todos estos aos en que he pagado con sangre el pan que coma?Le sonre, mientras l me miraba con atencin. La muerte, querido Breno. Nuestros afanes serncorrespondidos con la muerte.

    Su mirada se ensombreci, como si reflexionara sobre aquellas palabras mientras yo me recostabasobre los cojines y abandonaba la copa. Retroced con la memoria, hasta que las imgenes aparecieronntidas. Y comenc a recordar aquel ao memorable, el seiscientos noventa y ocho de la fundacin dela Urbe.

  • III

    Oceanus

    698 Ab Urbe Condita (55 a. C.)

    Acabbamos de levar el ancla y ya los fuegos de Puerto Icio desaparecan lentamente a nuestrasespaldas, entre las voces de los legionarios y las rdenes de maniobra de los pilotos. Gritos que seperdan en el ruido de la resaca y la lobreguez de la noche, transportados por una leve brisa que enaquella poca del ao comenzaba a ser punzante. El verano llegaba a su fin y en aquellas tierrasorientadas a septentrin el fro no tardara en hacerse sentir.

    En la gran nave de transporte, botn de la guerra contra los vnetos del ao anterior, estaba micenturia al completo y una parte de la Segunda. Esta vez no tendramos que caminar para alcanzarnuestro destino, pero los hombres habran preferido andar durante millas a marchas forzadas antes quedejarse mecer sobre aquel madero que ola a pescado, algo que se deduca por el silencio que habacado sobre todos nosotros en cuanto salimos a alta mar. Recuerdo que seguamos mirando ms all dela proa, convencidos de que ya veamos algo. En realidad, ni siquiera se vislumbraba el horizonte:todo era negro como la pez, y solo por momentos se consegua distinguir la silueta de la nave que nospreceda. Tras un verano muy intenso habamos llegado a las tierras de los morinos[10] directamentedesde el Rin, despus de quince das de marchas y una odiosa masacre que ms vala olvidar.Estbamos convencidos de que podramos disfrutar de los ltimos das de sol y de calor antes deencerrarnos en los alojamientos invernales. Nadie sospechaba que habra que embarcarse haciaBritania ni imaginbamos que una flota se hubiera reunido en Puerto Icio.

    Britania: sabamos que era una isla y que sin duda haba de tratarse de un lugar olvidado por losdioses, pero apenas tenamos una idea concreta de dnde quedaba. Algunos sostenan que haba ricosyacimientos de oro, pero solo unos pocos mercaderes haban llegado tan lejos como para confirmarlo,y aquellos pocos informes carecan de utilidad alguna desde un punto de vista militar. Soloconocamos las zonas de la costa que daban a la Galia, pero lo ignorbamos todo de puertos o deciudades. Nadie tena conocimiento acerca del tamao de la isla y qu encerraba. Incluso se estimabaque los mercaderes nos escamoteaban la informacin deliberadamente, para mantener alejado deRoma algn lucrativo comercio. En aquella poca pens que el objetivo de la expedicin era ponerfinalmente el pie sobre aquella isla para descubrir qu se esconda en ella y, de paso, visto que el finde la estacin clida nos dejaba a disposicin poqusimos das de tiempo favorable, proporcionar unasencilla pero eficaz prueba de fuerza, como haba ocurrido ms all del Rin el mes anterior. Estohabra servido para desalentar a los britanos y para evitar que en el futuro mandaran contingentes derefuerzo a los galos. Por un lado, sin embargo, dos legiones no eran suficientes para una invasin yuna ocupacin permanente; por el otro, llevar ms hombres a un terreno desconocido habra podidocausar enormes problemas desde el punto de vista del suministro de vveres. No obstante, y al margende todo ello, en aquel momento nos encontrbamos balancendonos entre los brazos de Neptuno, conlas miradas fijas en el vaco.

    Entre nosotros y la costa, Csar nos esperaba con una decena de naves de guerra repletas de

  • arqueros y escorpiones[11], dispuestas a sostener el primer choque contra eventuales defensoresbrbaros. A nuestras espaldas, ochenta naves de transporte estaban siguiendo nuestra misma ruta,cargadas de infantera pesada, mientras que apenas a septentrin quinientos jinetes auxiliares,embarcados en dieciocho onerarias[12] como la nuestra, se dirigan al punto de encuentro de toda laflota, fijado para el alba cerca de la costa.

    No creo que aquel mar, ni menos los britanos, hubieran visto nunca semejante despliegue defuerzas, pero a pesar de ello no estbamos en absoluto tranquilos y la tensin era palpable. Habaquien continuaba comprobando el equipo, quien an no se haba quitado el yelmo y quien, embobado,escrutaba el cielo en busca de estrellas, consciente de que en aquellos lugares las tempestades eranrepentinas y desastrosas para los navegantes. La luna asomaba fugazmente por entre las nubes,rasgando las tinieblas con sus colores blanco azulados que centelleaban como surtidores luminiscentessobre los yelmos. De vez en cuando un legionario se levantaba y, a la carrera, se acercaba a la bordapara vaciar el estmago.

    El balanceo lo mova todo, ni siquiera las estrellas parecan sustraerse a aquel vaivn, y solo unafigura se ergua entre todos, caminando como si estuviera slidamente plantada sobre tierra firme,recorriendo la nave con paso decidido. Su coraza musculada era tan reluciente que pareca no reflejarla claridad lunar, sino resplandecer con luz propia, mientras que su manto de color prpura, azotadopor el viento, proyectaba una sombra inquieta sobre la vela. Era el centurio prior de la legin, elprimus pilus de la Dcima, cargo que Csar abreviaba afectuosamente en primpilo. En otras palabras,el mejor de todos. No era alto de estatura, y sus movimientos y ademanes resultaban decididamentepoco agraciados. En el rostro anguloso cubierto por una barba leonada brillaban, bajo las severascejas, dos pupilas incandescentes como tizones, que hacan su mirada cortante como una cuchilla. Suvoz era como el chasquido de un ltigo. Se trataba de un hombre duro pero justo, cuya fuerza naca delnimo y desde all se transmita a quien estaba a su mando. Era el ms viejo, haba sudado sangre parallegar a aquel grado y lo haba obtenido sin intrigar ni implorar recomendaciones de tribunos olegados. Se llamaba Cayo Emilio Rufo, y siempre me he preguntado si haba sido la naturaleza la quehaba forjado a aquel soberbio combatiente, o si ese hombre era lo mejor que haba producido elejrcito ms poderoso de todos los tiempos. Probablemente se deba a una combinacin de ambascosas.

    Los reclutas le teman ms que los mismos enemigos, sus maniobras eran devastadoras y laespaldas de todos los hombres a su mando conocan sobradamente su bastn. Los mismos oficiales letenan el mximo respeto. Sobra decir que pretenda una disciplina frrea y una obediencia ciega:todos aquellos que pasaban bajo su fusta lo odiaban hasta el primer enfrentamiento con el enemigo,luego lo amaban para siempre.

    El centurin se detuvo un instante para contemplar la centelleante estela de la luna en el mar antesde volverse hacia los hombres como si quisiera escrutarlos uno por uno. Por ltimo, sus ojos seposaron en una siniestra silueta envuelta en una piel de oso, cuyas fauces abiertas se apoyaban sobre elyelmo del hombre que la llevaba. En la marcha, en el combate o en la contienda, los legionarios nuncaperdan de vista el estandarte que l portaba, un guila de plata, smbolo de la legin misma. Dondeestaba l, estaban tambin los mejores hombres de la Dcima Legin, los inmortales. Donde estaba elaquilfero, estaba Roma.

  • T no sufres el mar, Lucio Petrosidio? pregunt el primpilo, acercndose.Por suerte no, Cayo Emilio, pero debo admitir que no veo el momento de descender de este

    madero.Bajo la barba apareci una sonrisa apenas esbozada, luego el oficial continu su vagabundeo,

    distribuyendo miradas de complicidad a quien limpiaba las armas, y sonrisas y palmadas en loshombros a los desventurados que asomaban la cabeza fuera de borda, vctimas de las nuseas. Sucontinuo movimiento no era fruto de la tensin, sino de la impaciencia por entrar en accin. Elaquilfero lo saba perfectamente, porque su puesto en la centuria era justo al lado de Cayo EmilioRufo.

    El primpilo volvi junto a Lucio Petrosidio y observ la reverberacin de la luna entre las olas. Elaquilfero se acomod la piel de oso y contempl a su vez el oceanus al lado de su comandante.

    Estuve presente en el consejo de guerra que se celebr ayer en el campamento dijo elprimpilo en un tono de voz tan bajo que apenas superaba el rumor del mar. Escuch con muchaatencin el informe del tribuno Cayo Voluseno, mandado en misin de reconocimiento a las costas deBritania la semana pasada.

    La inflexin del centurin no presagiaba nada bueno, as que Lucio sonri, interrumpiendo el largosilencio que sigui a las palabras del primpilo.

    Qu quieres decir? Que hago mal en querer descender de esta nave?Ellos no han descendido. Se han cuidado mucho de hacerlo.Y cul es el motivo que ha impedido al tribuno adentrarse ms all de la playa?Segn parece, donde el mar est ms en calma no hay playa, sino una altsima pared de roca. En

    cambio, donde el litoral es bajo, las corrientes son violentas y pueden arrastrarnos sobre escolloscapaces de destrozar la quilla de las naves. Adems, da la impresin de que nos estn esperando.

    S, eso es sabido; los pueblos de la costa ya han enviado mensajeros, prometiendo entregarrehenes y

    El centurin sacudi la cabeza con un movimiento nervioso.No tenemos rehenes, solo nos han sido garantizados, y los mensajeros de que hablas han vuelto

    a Britania.Junto a Comio puntualiz Lucio.Comio es solo un rey fantoche que Csar ha puesto en el trono despus de haber subyugado a su

    pueblo dijo el centurin en tono cortante.Pues en mi opinin Comio es la persona adecuada en el lugar adecuado, es muy estimado por

    Csar y, segn parece, disfruta de prestigio incluso en ultramar. Adems, tiene demasiado que perder,si se enfrenta con quien lo ha hecho rey.

    Los labios de Emilio se torcieron en una mueca sarcstica mientras el viento agitaba las correas decuero rgido sobre sus hombros.

    En ese caso, quin sabe qu compromiso le habr impedido recibir con los honores debidos auna autoridad romana como Voluseno, visto que para dar la bienvenida al tribuno con los rehenes en laplaya, en vez de Comio, estaban algunos centenares de celtas enajenados.

    S que en la nave de Voluseno haba pilotos reclutados en Puerto Icio, es probable que tomaranuna ruta equivocada que los llevara

  • Eso queda descartado lo interrumpi Emilio, tajante. Voluseno ha estado en el mar durantecinco das. Al no haber encontrado amarres tiles a occidente ha invertido la ruta, siguiendo la costahasta encontrar una lengua de tierra practicable a septentrin. Pero no ha conseguido sondear losfondos e intentar el desembarco debido a los britanos que seguan su nave desde la orilla. En aquelpunto, zarp nuevamente hacia Puerto Icio.

    La expresin de Lucio cambi, su rostro se ensombreci. Estaba observando, pensativo, una grannube ya prxima a oscurecer la luna, cuando una ola ms violenta que las otras lo cubri desalpicaduras saladas. El aquilfero se sec el rostro, sostenindose con una mano en la barandilla. Elmar se estaba embraveciendo y comenzaba a ser difcil permanecer de pie sin agarrarse.

    Si este viento no amaina dijo el centurin, cuanto ms nos acerquemos a la costa, peor ser.Maana por la maana las olas nos sacudirn a su antojo. Los hombres llegarn cansados aldesembarco.

    Despus de aquella consideracin la voz del centurin cambi, recuperando el vigor como sidespertara.

    Esta vez las naves son un centenar y los hombres ms de diez mil, y no es un espectculo bonitode ver aunque ests con los pies secos en tierra firme. Adems, como t mismo has subrayado, nuestrafama nos precede. Csar ha barrido a cualquiera que se le haya puesto delante en estos tres aos, y enla ltima temporada hemos aniquilado a los usipetos y a los tncteros[13], luego en poqusimos dashemos construido el puente de madera sobre el Rin y hemos entrado en territorio de los germanos. Alos pueblos de toda la regin les ha bastado con ver el puente para que el terror les haya impedidocombatir.

    El centurin se interrumpi, estir los brazos, apretando con fuerza la barandilla, e irgui laespalda.

    Si fuera un brbaro me cuidara mucho de enfrentarme a semejantes hombres.El tono del primpilo volvi a ser el de siempre.Aquilfero, mi deber es llevar a estos hombres a la playa y pienso cumplirlo, aunque tenga que

    llevarlos a hombros de uno en uno. Maana estas botas pisarn el suelo de esa isla y t plantars enella el estandarte de Roma. Solo debes preocuparte de ser el primero. No querrs que el guila sea laltima en llegar, verdad?

    Tal como se haba presentado, Cayo Emilio Rufo desapareci entre los hombres de la tropa,volviendo a ser el gran soldado de siempre. Lucio sigui contemplando la luna, ahora oculta tras lasnubes, que, empujadas por los vientos fros del norte, proyectaban siniestras sombras sobre las aguas.Lo mejor que poda hacer era dormir, aunque no le resultara fcil hacerlo. La jornada haba sidolargusima y el da siguiente sera an peor. Encontr un espacio vaco junto a su equipaje, al lado deTiberio, su asistente, que ya estaba durmiendo como un nio con la cabeza apoyada en su saco de linolleno de semillas. Afloj el cinturn y se acurruc en un rincn, cubrindose con la capa. Se oblig acerrar los ojos dejando de lado las nubes, la luna y las estrellas, y todo lo que sucedera al dasiguiente. Una fragorosa carcajada le hizo levantar la cabeza. Era Emilio en medio de un grupo deincansables veteranos, que estaban disfrutando del viaje con alegra. Quin saba si lograra conciliarel sueo.

  • No fue exactamente un sueo, sino una especie de inquieto duermevela y cuando le pareci que habaencontrado la posicin adecuada y la calma necesaria para dejarse ir percibi en torno a l algunosmovimientos, acompaados de un vocero que le hizo abrir los ojos. Estaba amaneciendo y el marsegua agitado. Se dio cuenta de que el sopor lo haba alejado de su triste situacin solo por pocotiempo y la realidad, el hecho de encontrarse en una nave a merced del Atlntico, volva a presentarsecruda y despiadada con el despertar. Vio que algunos soldados se ponan de pie y se asomaban por laborda, tratando de divisar algo en la luz mortecina. El centurin, envuelto en su capa con los brazoscruzados, estaba de pie en la proa con una pierna apoyada en un montn de cabos, mirando ms alldel casco. Ahora Lucio se haba despertado y decidi acercarse a Emilio, saltando como poda sobrelos soldados que an dorman.

    Dame buenas noticias.El centurin de volvi y le sonri, fresco como una rosa. Tena en la mano el bastn de vara de

    vid, smbolo de mando de su grado, y lo apunt derecho delante de ellos.Cita al alba con las naves de guerra, cerca de la costa. Aquellas son las naves, aqu est el alba.

    Perfecto!Lucio asinti, complacido y aliviado por aquella visin. Estaban alcanzando a Csar, no se haban

    perdido en la noche y su nave pareca resistir bien el mar agitado. La oscuridad y las preocupacionesse desvanecan y el aquilfero se sinti de repente hambriento como un lobo. Bati con fuerza lasmanos y luego las refreg para quitarse definitivamente de encima la modorra, se volvi a loshombres y comenz a exhortarlos:

    Entonces, en esta centuria ya es costumbre desayunar al despertarse?Fue como dar un azote de energa a los soldados, que retomaron sus hbitos y sus tareas de

    siempre. Quien an no lo haba hecho se despert y se uni a aquellos que preparaban de comer uordenaban el equipo para hacer espacio. Mientras Emilio daba la orden al tubicen[14] de que tocaradiana, Lucio se acerc a Tiberio, que finalmente estaba abriendo los ojos.

    nimo! Despirtate! Se avanza con la fatiga y se retrocede con el ocio.El muchacho parpade y mir a su alrededor guiando los ojos. Lucio se inclin sobre l.S dijo en un susurro, tambin hoy ests rodeado por un centenar de fornidos y vulgares

    legionarios, pero si la suerte te sonre y no mueres antes del atardecer, podrs encontrar a tus vidasjvenes esta noche, entre los brazos de Morfeo.

    El muchacho lo mir, con los ojos an hinchados de sueo, y con un hilo de voz pronunci lasprimeras palabras de la jornada, que eran las mismas de cada despertar:

    Quisiera morir!Luego sonri y seal a Emilio, que estaba golpeando su bastn en la cabeza de un piloto ocupado

    en desplegar una vela. Lucio encontr un sitio entre los soldados y se sent, llevndose finalmente elpan negro a la boca. Tiberio era un joven de diecisiete aos que un da habra de convertirse enaquilfero, pero de momento el aquilifer era su predecesor y la tarea se estaba revelando bastanteardua, porque en realidad se haba convertido en su hermano mayor, con todo lo que ello implicaba.Era un muchacho diligente, pero segua siendo un muchacho, como tantos en el ejrcito. Por elmomento, de su juvenil inconsciencia an no haba emergido el ademn de un verdadero soldado. En

  • otras palabras, tena ms fuerza que cerebro, lo cual no cuadraba con la principal enseanza delejrcito: Matar sin que te maten. En ese momento, su misin era ms que nada la vigilancia deltemplete que custodiaba las enseas y el guila en el interior del campamento. No era una tarea sinimportancia, porque en el mismo lugar estaba depositado el dinero de los soldados, sus pagas futuras,adems de su pensin, que se guardaba en las arcas del tesoro bajo la responsabilidad del aquilfero yde Quinto Planco, el otro ayudante, fiable y ms maduro, adems de excelente cocinero. Su tarea en lalegin era ms que nada administrativa: era un buen matemtico que se ocupaba de la contabilidad, lavigilancia y la superintendencia de los mercados donde se abastecan los militares. Provena del Sanioy su latn tena ese desagradable acento del que tanto se mofaban los romanos puros, a los queafirmaba odiar an por el asunto del rapto de las Sabinas. A pesar de provenir de tan despreciadaregin, el destino que lo haba llevado hasta all lo haba unido al resto de la tropa y los hombres lorespetaban y admiraban. Precisamente mientras Quinto hablaba de la belleza de las mujeres de sutierra al incrdulo y siempre enardecido Tiberio, el grito de un marino sobresalt a toda la centuria.

    Britania! Britania!Todos se levantaron para acudir a la borda. Otros alcanzaron la proa, tratando de distinguir la

    costa. Detrs de las naves de guerra, en la lejana, se extenda una tenebrosa y largusima franja detierra que se confunda con la calgine del alba. Britania exista de verdad.

    Instintivamente, Lucio recorri el horizonte con la mirada y en aquel momento repar en que elmar no bulla de naves como habra debido. Vea tres a sus espaldas, una a proa y otra ms muy lejos ala derecha. Encerrados en aquella nave, sumidos en la oscuridad y atentos solo a la mar gruesa, habanperdido la visin de conjunto, pensando que todo estara en orden una vez alcanzadas las naves deguerra de Csar, que en efecto estaban cada vez ms cerca de su embarcacin. Delante de ellas,tambin la costa se revelaba como lo que era realmente, no una franja de tierra llana, sino unacantilado, una pared de roca vertical que se prolongaba durante millas y millas hasta donde alcanzabala vista en un espectculo imponente e impresionante. La roca pareca tallada con precisin por Jpiteren persona y su conformacin haca muy difcil un amarre en aquella estrechsima franja de arena quediscurra bajo el faralln, incluso con el mar en calma.

    El timonel grit que echaran el ancla: ya estaban cerca de las naves de guerra, pero debanmantener una distancia de seguridad debido a las olas. Eran unas embarcaciones maravillosas, que consu tonelaje y las hileras de remos infundan temor. Tenan el fondo ms plano que las onerarias y elmascarn de proa, no resistan bien la mar gruesa, pero eran muy maniobrables, porque adems de lavela, tenan a los remeros. En el puente se vean bien los poderosos escorpiones, en condiciones delanzar grandes flechas a larga distancia. Junto a las mquinas de guerra estaban alineados tambinarqueros y honderos, que habran hecho llover encima de cualquiera que se atreviera a acercarsediversos tipos de dardos y de proyectiles. Ya estaban en orden de guerra, con los yelmos y las mallasde hierro brillando a pesar de que el sol estaba oculto por las nubes. Un legado situado a proa gritalgo a los soldados, quienes como un solo hombre elevaron al aire un brusco alarido. El legado hizouna seal de saludo desde su nave y Emilio le respondi. Inmediatamente despus, la poderosa voz delcenturin atron:

    Primera Centuria, quitad las protecciones de los escudos! Preparaos!Mientras los hombres sacaban los escudos del envoltorio de proteccin de piel de ternera

    engrasada, Lucio alcanz su equipaje, se ajust el cinturn, sujet el yelmo y lo cubri con la cabeza

  • de oso. Comprob el gladio y acomod el pual antes de embrazar el escudo mientras Tiberio letenda el guila de plata. Sujet con fuerza el estandarte, bajando los ojos en seal de reconocimiento,e intercambi una mirada de complicidad con Tiberio.

    Estoy bien?El muchacho asinti, colocndole las patas de la piel de oso. Delante de l ya no estaba Lucio, sino

    el aquilfero. El portaestandarte levant el asta, mantenindola firmemente con las manos, y seencamin hacia el centurin entre el balanceo de las olas. Al llegar a su lado, se volvi hacia lossoldados, que lo observaban inmviles y en silencio.

    La voz del primpilo rasg el aire con potencia:Dcima Legin, Primera Cohorte, Primera Centuria!Los hombres se pusieron firmes de inmediato, con el mentn intrpidamente hacia delante,

    sosteniendo el escudo con el brazo izquierdo y empuando el gladio que llevaban colgado en esemismo lado con la otra mano.

    Honor al guila!Como un solo hombre, ciento veinte soldados desenvainaron el gladio con el brazo derecho, lo

    hicieron girar en la palma de la mano y aferrndolo firmemente lo apuntaron hacia el guila,ofreciendo al unsono, en un alarido, su honor por Roma. Permanecieron inmviles en aquel gesto, conel brazo extendido y el gladio apuntando hacia la ensea, que algunos observaban con orgullo mientrasotros rezaban con los ojos cerrados. Desde su posicin, mirando ms all de la punta aguzada de susarmas el smbolo de Roma, vean finalmente las blancas escolleras de Britania. Cayo Emilio hizo uncuarto de giro hacia el guila y ofreci los honores del comandante de la centuria, llevndose la manoderecha al yelmo. Rindi honores al guila, a Marte, a Venus y a la Victoria. Luego volvi a ponerseen posicin, mirando a sus hombres, y aull con todo su aliento, hinchando las venas del cuello.

    Legin!Los hombres le respondieron, aullando a pleno pulmn:Dcima! Dcima! Dcima!Luego comenzaron a batir rtmicamente los gladios sobre los escudos, de plano, cada vez ms

    fuerte, hasta que el centurin aull de nuevo.Quines somos?La Dcima.A quin tememos?A nadie!Al enemigo?La muerte!Y a la muerte, le gritamos?Dcima! Dcima! Dcima!El rito continu, y cuanto ms aullaba el centurin, ms los hombres se concentraban y

    respondan. Todo esto formaba parte de la legin, una a los hombres, expulsaba sus miedos, reforzabael valor y el orgullo, al tiempo que atemorizaba al enemigo. Una horda que avanzara vociferando nohaca el mismo efecto que cien hombres que gritaran unas pocas y secas palabras al unsono. El suyoya no era un alarido, sino un rugido que atravesaba escudos y cuerpos, y haca temblar el espritu. La

  • sensacin de poder e invulnerabilidad que les proporcionaba el hecho de or su propia voz, su propiopaso, el ruido de las propias armas multiplicado por cien, mil, diez mil era inigualable. Se sentanparte de la energa que liberaban y que se elevaba hacia el cielo.

    Estis listos?Estamos listos! Estamos listos! Estamos listos! respondieron a voz en cuello los

    legionarios.En ese mismo instante, idnticas arengas se propagaban de nave en nave, as que los lemas de las

    diversas centurias empezaron a multiplicarse en una especie de eco llevado por el viento, que los hacasentir an ms unidos y ms fuertes. Los hombres haban perdido la palidez debida al mareo y a lanoche insomne, y estaban listos para hacer todo aquello que se les ordenara.

    Cuando concluy el rito y los soldados fueron dejados en libertad, un centelleo proveniente de lacosta, a lo lejos, reclam la atencin de Lucio. Se acerc a la barandilla y empez a observaratentamente el acantilado. Conoca bien aquel brillo metlico que se articulaba, como una serpiente, alo largo de todo el litoral. Los esperaban hombres armados, y deban de ser muchos. De pronto sintila boca seca, la lengua presionada contra el paladar y el rostro contrado por una mueca, como unamscara. La visin del enemigo siempre le produca una increble tensin, que conduca a los hombresa la guerra, le tena un secreto horror.

    Es bueno para los hombres! sentenci una voz cavernosa a sus espaldas.Lucio reconoci de inmediato el tono y sonri antes aun de volverse para mirar al recin llegado:Qu es bueno para los hombres?La visin del enemigo! respondi Valerio, inseparable amigo del aquilfero y experto

    veterano de la Dcima Legin; quintaesencia del soldado, columna de la centuria, tanto porenvergadura como por experiencia. Los haba combatido a todos, de los helvecios a los germanos, yllevaba en su rostro rudo curtido por la intemperie, como recuerdo de una espada belga, una cicatrizque iba de la comisura de la boca hasta debajo de la oreja derecha.

    En aquel tiempo la Dcima an no haba sostenido todos los enfrentamientos que haban dehacerla eterna, por eso la mayor parte de los rostros de sus efectivos mantena an un aspecto humano,con todos los dientes, las orejas y la nariz. Valerio, pues, era un precursor del devenir, un hombreimpresionante, valiente y arrojado, y Lucio tena el presentimiento de que mientras Valerio estuvieracerca de l, nunca le ocurrira nada grave.

    Dentro de unas horas los nuestros se habrn habituado a la visin de esos bastardos en la orilla yya no tendrn tanto temor concluy con toda tranquilidad el coloso.

    Espero que tengas razn, viejo len, porque aqu falta ms de la mitad de la flota y no veo cmopodremos acercarnos a la costa, con este mar.

    Dices que no desembarcaremos?No aqu intervino el primpilo, que estaba a pocos pasos de ellos y haba seguido el breve

    coloquio. Creo que continuaremos anclados hasta la llegada de la mayor parte de las otras onerarias,luego iremos a buscar un lugar ms adecuado para el amarre.

    Valerio se volvi hacia l y esboz un saludo con la cabeza, apretando los ojos sin mover loslabios. Era su modo de sonrer.

    Lo principal es que no me hayan metido en esta baera para nada farfull antes de volverse denuevo hacia el acantilado, donde las siluetas de los enemigos comenzaban a recortarse a lo lejos

  • contra el cielo gris azulado.Qudate tranquilo, Valerio, que no daremos media vuelta. Retroceder equivaldra a una derrota

    y no creo que Csar haya venido hasta aqu para hacer el ridculo delante de los britanos.Los tres se volvieron a la vez y saludaron al recin llegado, Mximo Voreno, optio de la Primera

    Cohorte; en otras palabras, la sombra de Emilio, su brazo derecho, en muchos casos la prolongacinde su espada y de su bastn de vid. No era viejo, pero llevaba tantos aos de servicio que poda serconsiderado un veterano. Se ocupaba especialmente del adiestramiento de los hombres del primpilo yEmilio haba hecho de todo para que ascendiera al grado de centurin. A diferencia de sus camaradas,era muy discreto y silencioso, y tena unos modales muy educados.

    Al pequeo grupo no tardaron en sumarse otros soldados, cada uno de los cuales comentaba lasituacin a su manera, haciendo entender a Emilio que haba llegado el momento de poner orden enlas cabezas de sus combatientes, ya agotadas por la mar gruesa y por cuanto vean en la orilla. Sedirigi, por tanto, hacia el puente y con un par de rugidos dio orden de sentarse, restableciendoinmediatamente jerarquas y posiciones. El comandante permaneca en pie con sus ayudantes, lo cualcontribua a aclarar la cadena de mando, distinguiendo las cabezas que deban pensar de los brazos quedeban ejecutar. El centurin dio algunos pasos entre sus hombres, lentamente, con las manos a laespalda y la cabeza gacha. Por la serenidad que transmita resultaba fcil deducir el valor que otorgabahasta al ms mnimo gesto, con el que pretenda conquistar a sus hombres aun antes de hablar. Cuandopronunci las primeras palabras, su voz lleg con claridad incluso a los soldados situados al fondo dela nave.

    Creo que deberemos esperar un poco antes de poner los pies en tierra. El mar y las nubes no noshan sido favorables y, como veis, no todos han llegado a la cita. Hizo una pausa y dirigi la miradahacia las naves de guerra donde estaban embarcados los altos oficiales y el jefe supremo. Luegocontinu: Seguro que en este momento, en aquellos maderos, algn envidioso de la Sptima estarsuplicando a Csar que no nos deje conquistar Britania solos.

    Todos estallaron en una carcajada liberadora y una sonrisa apareci tambin en el rostro deEmilio, aunque el primpilo enseguida la transform en una mueca sarcstica y amenazante, haciendocallar a la multitud:

    Veremos si res tanto cuando os encontris frente a esos brbaros en la playa, o si tengo queempujaros a patadas para haceros combatir!

    El discurso haba comenzado y era preciso dirigirse correctamente a la ruda audiencia.Los habis visto? continu, levantando el tono y sealando a los britanos a sus espaldas.Cmo podramos no verlos, si son miles? aventur a media voz uno de las primeras filas.La voz del centurin restall como un latigazo:Marte, Marte, dnde ests? Por qu me has dado unas temblorosas cabras en vez de hombres?Con una mueca de disgusto escrut al legionario que haba hablado y abri los ojos:El nmero de bestias que estn all le interesa a Csar prosigui, mostrando los dientes como

    una fiera, no a ti, porque tu misin no es contar. Tu misin es matar, y no importa cuntos tetoquen, porque acabars con todos ellos. Pero eres un hombre afortunado, sabes por qu? Hizo unapausa, consciente de la atencin que concitaba. Porque aquellos hombres de all ya estnprcticamente muertos. El primpilo exhort a los soldados a aguzar la vista. Observad bien al

  • enemigo, legionarios. Veis lo mismo que yo? Con un alarido, se volvi a su vez hacia la orilla,sealando las siluetas de los enemigos que de vez en cuando se vislumbraban. Yo veo espadasenormes y escudos pequeos. Nuestro nico problema, mientras estemos lejos, es desviar sus armas detiro, sus jabalinas y sus flechas, y con nuestros escudos no es tan difcil. Una vez que los hayamosalcanzado no tendrn salvacin, porque no sern capaces de sostener un cuerpo a cuerpo con nosotros.Avanz un paso hacia la tropa. La longitud de sus espadas les impide golpearnos de punta. Otros dos pasos y continu: Nuestros grandes escudos protegen la mayor parte del cuerpo. Paraarremeter con el filo deben levantar el brazo, dejando el costado indefenso. Cuando eso ocurra, notenis ms que elegir dnde meter la punta de vuestro gladio, como ya habis hecho miles de veces, enlos entrenamientos y en las batallas. Empuando firmemente su bastn de vid, repiti elmovimiento que tan familiar era para los soldados. Recordad que somos afortunados: un golpe defilo rara vez mata, estamos protegidos por el yelmo, por el escudo y, mal que nos pese, por los huesos.Pero un golpe de punta que penetra cinco centmetros en el cuerpo, no deja salvacin posible.

    Gracias a esas palabras los hombres adquirieron seguridad hasta el punto de que algunos,olvidando el trecho de mar y el acantilado que los separaban del enemigo, comenzaron a levantarse y adesenvainar las armas, aullando injurias contra los britanos. Bast una simple mirada de Emilio paraque se sentaran de nuevo en silencio.

    Mientras no estemos en la playa no podremos marchar en formacin contra el enemigo. Nuestropunto dbil es el mar, tratad de permanecer unidos y alcanzar la orilla deprisa. Se volvi haciaLucio y seal con el dedo el guila que sostena este. Seguid al guila, nunca la perdis de vista.No os dejis distraer por el enemigo, levantad la mirada, cualquier cosa que suceda en torno avosotros, y buscad el guila. Los escrut con la mirada casi uno por uno. Buscad el guila yalcanzadla lo ms deprisa que podis. Bajo la ensea de Roma encontraris a vuestros compaeros.

    Desde la centuria se elev un estruendo, una mezcla de burla por los enemigos y aclamaciones aEmilio. El centurin sonri satisfecho de sus muchachos, luego se volvi nuevamente al enemigo ysigui observndolo con los brazos cruzados. Saba que tena una clara desventaja. Si nodesembarcaban directamente junto al acantilado se producira una masacre. Pero esto se lo guardpara s, preguntndose entre tanto cul sera el calado de aquella nave pestilente.

    Pasaron la maana anclados a la espera de rdenes, en la nave zarandeada por las olas. Lucio comi unbocado con los dems y luego, casi sin darse cuenta, cabece exhausto hasta sumirse en un profundosueo.

    Cuando volvi a abrir los ojos ya anocheca y muchas naves haban alcanzado a la flota. Losbritanos seguan en el acantilado, pero, como haba dicho Valerio por la maana, ya no producan elmismo efecto. La voz de Emilio lleg en pleno bostezo.

    Entonces, se ha despertado nuestro portaestandarte?He dormido bien. Saba que un despiadado centurin velaba mi sueo.Estamos a punto de partir, Lucio, una chalupa acaba de traernos a Cayo Voluseno, que nos ha

    comunicado la intencin de Csar de desembarcar antes de que anochezca.El aquilfero mir el cielo e interrumpi al centurin.Faltan pocas horas para que oscurezca y parece que el tiempo anuncia tormenta.

  • En efecto; por eso mismo no podemos permanecer otra noche en el mar y es impensableregresar a la Galia. Es mejor que te prepares, dentro de poco nos tocar a nosotros, porque seremos losque abran el camino a los dems. Nuestra nave debe ocupar la primera posicin en la formacin,inmediatamente despus de las de guerra.

    Tales palabras bastaron para despertarlo del todo. Lucio fue hacia su equipaje, preguntndose enqu poda consistir el prestigio de formar parte de la Primera Centuria de la Dcima, si luego sumisin se reduca indefectiblemente a ser la cabeza de ariete. Se acomod el cinturn con los tachonesy la hebilla de plata. Csar incitaba a los hombres de la Dcima a adornar el equipo con metalespreciosos. Se deca que resplandecan en la batalla atemorizando al enemigo, pero en realidad Luciopensaba que era un modo de impulsar a los hombres a vender cara la piel, en el terror de perder suequipo.

    Oy que el timonel daba la orden de levar anclas mientras todos los dems en torno a l sepreparaban en silencio; llam a Tiberio y Quinto. El muchacho, radiante, lo alcanz a la carreramientras se ajustaba el yelmo, pero Lucio no tard en apagar sus ardores:

    T permanecers de guardia en el tesoro junto con Quinto dijo, ponindole fraternalmente unamano sobre el hombro. Solo descenderis cuando yo lo diga. Es una tarea importante, Tiberio,confo en ti!

    El muchacho asinti de mala gana. Lucio le quit la mano del hombro y la bati un par de vecessobre la piel de oso que lo cubra.

    Quin manda aqu?T, aquilfero.Te abrirs camino, Tiberio. Un da podrs contar que viste el desembarco de la Dcima en

    Britania.Sin tomar parte en l respondi el joven, irritado.Y qu? Dira que tampoco Csar se arrojar al agua empuando la espada contra los brbaros.

    Los hombres ms importantes deben preservarse, por el bien de todos.Tiberio acogi aquellas palabras con una sonrisa de circunstancias. Luego Lucio se dirigi a

    Quinto, en un tono mucho menos confidencial:En cuanto la situacin en tierra firme se haya estabilizado, mandar a alguien a avisarte.El material?S, claro, os reuniris conmigo solo cuando el prefecto de campo haya dado las disposiciones

    para la construccin del campamento. Mandar a algunos hombres para que te ayuden a traer todo lonecesario para montar el templete.

    Quinto asinti y Lucio estrech la mano de ambos.Que la Victoria acompae tu camino aadi Quinto en tono inspirado, tras un instante de

    silencio. Nos vemos en el campamento!Nos vemos en el campamento asinti el aquilfero.

    Llegado a la proa se apoy en el flanco de la nave. El espectculo era imponente. Un centenar deembarcaciones cabalgaban las olas a toda vela manteniendo la costa a la izquierda en direccin aseptentrin, en busca de un amarre ms seguro. Comprob una vez ms el equipo, desenfund y

  • envain varias veces el gladio, para asegurarse de que el agua y el salitre no lo haban daado, ycontempl la escollera, contento de dejar atrs semejante lugar. Tambin all arriba habamovimiento: los brbaros se estaban desplazando como si quisieran seguir las naves por tierra. El mary el cielo no presagiaban nada bueno y los pilotos tenan dificultades para mantener la ruta. Alcanz aEmilio y se vio obligado a levantar la voz para hacerse or por encima del rumor del viento y el mar.

    Cules son las disposiciones?El centurin, que se hallaba en un lugar ms elevado, se agach hacia el aquilfero gritndole al

    odo.Debemos seguir la ruta de las naves de guerra. Ellas nos conducirn hacia la costa.A causa del mar y del viento irregular las naves no podan mantener una disposicin ordenada y el

    control del navo quedaba en manos de los pilotos. Finalmente, avanzada la tarde, despus de otras doshoras de navegacin y cuando la luz comenzaba a declinar verdaderamente, la costa se hizo ms baja,extendindose en un promontorio que menguaba hasta disolverse en una larga y llana playa. Peropareca que el enemigo haba sido ms veloz que las naves, porque a lo lejos se distinguan algunosjinetes que ya haban ocupado la rompiente. Lucio reclam una vez ms al centurin y le seal a losbritanos en la orilla. El primpilo mir atentamente hacia la costa, luego se agach de nuevo,gritndole al odo.

    Sern los primeros que han llegado al lugar. No es posible que estn todos aqu, el viento hasoplado a nuestro favor durante todo el trayecto.

    Se levant, volviendo la mirada en direccin a la playa. Ahora las naves de guerra estaban a puntode virar hacia la costa.

    Primera Centuria! aull Emilio a voz en cuello. Listos continu, desenvainando elgladio para sealar la playa con la punta del arma. Preparaos!

    Los hombres ya estaban dispuestos y observaban, concentrados, al centurin y la costa, mientrascompensaban con la fuerza de las piernas las sacudidas que el mar transmita al puente. En ese puntola playa era claramente visible y estaba fuertemente vigilada por guerreros a caballo, milicias a pie ypequeos carros de dos ruedas, arrastrados por parejas de caballos. Tambin la oneraria vir de golpey, con la fuerza del viento y de las olas que la empujaban hacia el objetivo, enfil derecho hacia lacosta, seguida no sin dificultades por el resto de las naves. Lucio se mantena a proa, a pocos pasos delcenturin, embrazando el escudo y la ensea con la izquierda, al tiempo que se sujetaba firmemente alcostado de la nave con la derecha. De vez en cuando se asomaba para mirar bien la costa. El mar ruga,cada vez ms furioso. Valerio se encontraba justo detrs de l, imprecando contra el mar, los dioses ylos brbaros en general con su inconfundible voz gutural. Mximo, la sombra de Emilio, tena elrostro contrado y las mandbulas apretadas debajo de la babera del yelmo. No miraba en direccin ala playa, sino que estaba vuelto hacia los legionarios, como si los controlase uno a uno, distribuyendomiradas de atencin o aliento. Los alaridos de Emilio por encima del fragor de las olas incitaron a loshombres a batir la madera de los pila[15] contra los escudos y los pies sobre las tablas del puente, parainfundirse valor y descargar la tensin antes de la batalla. Apenas la nave empez a vibrar bajo lassandalias claveteadas de los hombres y el rtmico latido de las armas, el centurin los exhort areanudar el rito aullando a voz en cuello, porque por encima del rugido del mar ya empezaban aescucharse los gritos de guerra de los britanos en la playa. Desde aquella distancia parecan comomanchados por un extrao color azulado que los haca an ms inquietantes. Algunos de ellos se

  • lanzaron al mar oponindose a las olas, aullando y mostrando su pecho con insolencia, acercndosetanto que ya era posible distinguir los rasgos de aquellos que ms se acercaban a las naves. Su aspectono difera mucho del de los galos. Altos e imponentes, llevaban largos bigotes y espesas cabelleras, ysin duda parecan muy valerosos. Algunos empezaron a lanzas sus jabalinas hacia las naves, sinalcanzarlas.

    Seguid la ensea! aull el centurin a los hombres. Alcanzad la playa y buscad vuestraensea!

    Apenas hubo pronunciado estas palabras, el navo se detuvo de pronto como detenido por unainvisible fuerza sobrenatural. El primpilo se agarr a la barandilla y a punto estuvo de acabar entre laespuma de las olas, mientras los hombres chocaban unos con otros. Emilio se levant rpidamente,buscando con ojos desorbitados al timonel, y vio que la tripulacin amainaba velozmente las velas.Los hombres intentaron desenredarse y recuperar el equilibrio, mientras el piloto les avisaba a voz encuello que ya no era posible continuar debido al fondo y que haba hecho bajar el ancla. La nave de laderecha se haba encallado y, ahora ingobernable, sufra la fuerza del mar, mientras la tripulacinprocuraba agarrarse donde fuera. El primpilo volvi la mirada a diestra y siniestra. A pesar de que elancla haba hecho presa, tambin su embarcacin estaba a merced de las altas olas, como las demsonerarias. Se gir hacia la playa an lejana, luego ech una mirada al salto que los hombres deberandar y precisamente en ese momento la nave qued a merced de la resaca, que pareca querer arrastrarlahacia el fondo. Los que se haban levantado cayeron otra vez; inmediatamente despus la popa seempin, impulsada por la acometida de una ola. Un marinero acab en el mar y el cielo desaparecinuevamente de la vista de todos cuando la nave volvi a caer en la resaca. Algunos se aferraron a laborda, pero los que estaban en medio del grupo trataron de apoyarse en el compaero de al lado,causando cadas en cadena. Algunos se hirieron con sus propias espadas. El centurin se aferr a uncable observando horrorizado a sus hombres tirados aqu y all como muecos por la brutalidad delmar antes de volverse una vez ms para mirar hacia la playa y hacia las otras naves con incredulidad.La flota estaba paralizada, las embarcaciones no conseguan avanzar. A Emilio le pareci or de nuevola voz del tribuno, con la orden de desembarcar primero en cuanto la flota lograra acercarse a la playa.Ahora las naves estaban quietas y nadie se mova. Quizs era el momento, quizs estaban esperando ala Primera Centuria, quizs haba que desembarcar desde esa distancia.

    Miradme! aull a voz en cuello. Miradme! Listos, adelante, adelante, a tierra!Los hombres, que a duras penas conseguan mantener el equilibrio, lo observaron petrificados.

    Nadie se movi. El grito de guerra de Cayo Emilio Rufo, que tantas veces haba exhortado a loshombres en la batalla, se alz alto en el cielo, sin suscitar ningn efecto. Aquellos soldados,paralizados por el terror, haban sido adiestrados en la natacin, pero nunca con las armas, conyelmos, escudos y corazas, nunca en aquel mar tan hosco de fondo desconocido. Y adems no se lesestaba pidiendo que nadaran, sino que se echaran entre olas y afilados escollos para combatir. Por sieso no bastara, los brbaros se estaban percatando de la situacin y se lanzaban al mar arrojando susdardos, que comenzaban a hacer los primeros blancos en las naves.

    Abajo! atron an Emilio, apuntando el gladio hacia las olas.Una vez ms todos permanecieron petrificados por la absurdidad de la situacin. El centurin se

    acerc, amenazante, al rostro de los hombres, pero un momento antes de que levantara las manos para

  • tirar a un par al agua fue reclamado por Mximo Voreno, el optio, quien le seal las naves de guerramientras estas emprendan una extraa maniobra a golpes de remos. Comenzaron a retroceder,hacindose seales la una a la otra, y se fueron apartando de las onerarias, como si quisieran retomarel mar. Los hombres las miraron, perplejos: casi pareca que Csar quisiera volver a alta mar lo antesposible, dejando a su suerte las naves de transporte. A fuerza de remos los grandes navos de guerra sesepararon del resto de la flota, dejaron a sus espaldas las onerarias y luego, situndose uno detrs delotro, comenzaron a rodearlas para interponerse entre la playa y los barcos de transporte, gracias a subajo calado. Inmediatamente despus los britanos comenzaron a convertirse en blanco de una densalluvia de flechas y piedras. Los brbaros retrocedieron al instante, quizs asombrados y espantados porla silueta de aquellas enormes naves, por su coordinacin y por el tiro potente y directo de losescorpiones, de los arqueros y de los honderos. El centurin vio que una nave romana le haca deescudo e intuy enseguida que era el momento propicio para descender. Retom su posicin y empezde nuevo a incitar a los soldados, antes de que la corriente les sustrajera aquel precioso abrigo.

    Valor! Solo son un montn de brbaros: gritan mucho, pero huyen con la misma fogosidad.Valor, soldados, abajo!

    El estruendo del mar y los alaridos de Emilio retumbaban en la cabeza de Lucio. Saba que loshombres estaban esperando que alguien se arrojara y saliera vivo, luego haran lo mismo.

    Abajo, legionarios de la Dcima, abajo!El aquilfero observ la espuma de las olas.Saldra vivo?Abajo!Una flecha pas silbando a su lado. La ensima ola sacudi la nave como una rama, las rodillas le

    fallaron y su estmago se contrajo como un puo cerrado. Aferr la barandilla y se volvi hacia losdems aullando con toda la fuerza que pudo, con todo el aliento que tena en la garganta.

    Saltad! Saltad, si no queris abandonar vuestra guila a los enemigos!Y se arroj entre las olas.

  • IV

    Britania

    El estruendo del mar se eclips al contacto con el agua. Al instante todo se volvi silencioso, negro yglido, tanto que tuvo la sensacin de estar hundindose en un torbellino de puntas de hielo. Su nicopensamiento desde las silenciosas y oscuras profundidades del oceanus fue subir a la superficie yrespirar. Lo consigui e inspir cuanto pudo durante un breve instante, en el que volvi a or losgritos, la confusin y el fragor ensordecedor del mar agitado; luego, de nuevo, nada: el silencio. Lapiel de oso, la malla de hierro y el peso de las armas lo arrastraron otra vez al fro abismo. Dejdeslizarse el escudo en la negrura que se extenda debajo de l y, forcejeando con la mano que noapretaba su inseparable guila, cogi otra bocanada de aire antes de hundirse de nuevo. Luego,milagrosamente, advirti bajo los pies el fondo guijoso. Las piernas lo impulsaron con toda la energaque le quedaba y alcanz nuevamente la superficie, respirando a grandes bocanadas. Dio pocasbrazadas antes de aventurarse a apoyar los pies, pero la resaca de una ola lo arrastr de nuevo haciaatrs. Las articulaciones entumecidas por el fro y la fatiga se hicieron pesadas y una ola lo derribcomo un peso muerto, revolcndolo. Sinti rozar los tobillos y las rodillas sobre el pedrisco del fondoy procur encontrar un apoyo para levantarse sobre las piernas doloridas. Senta el terreno debajo del, ya no deba forcejear para mantenerse a flote, pero la necesidad de aire era espasmdica. Trat derespirar vidamente antes de que otra ola lo echara hacia delante, hacindole tragar una gran bocanadade agua salada. Exhausto, se apoy sobre los pies y se dio cuenta de que tena medio busto fuera delagua. No desfalleci en sus intentos de sustraerse de las olas, sostenindose en el asta del guila.

    Un alarido horripilante le hizo levantar la mirada entre los embates de la marea. Un brbaro con eltorso desnudo, largas trenzas rojas y el rostro pintado a medias de azul, estaba enfrentndose condificultad a las olas para alcanzarlo. Lucio, jadeando, palp el cinturn inmerso en el agua en buscadel gladio. Intent controlar la respiracin, pero el estmago segua producindole dolorososespasmos, y en un momento el adversario aullante estuvo cerca de l, con el brazo armado ya alzado.Pocos pasos ms y habra hundido su hoja. El aquilfero reuni fuerzas para alejarse de l, pero unaola volvi a echarlo hacia delante, encima del guerrero, que fall el golpe. Instintivamente, Lucio sehaba escudado levantando el asta del estandarte y la fuerza de la ola que lo haba catapultado haciadelante le haba hecho golpear en pleno rostro al britano, que haba cado a su vez en el agua. Ellegionario intent afirmarse bien sobre las piernas doloridas, abri los ojos llenos de agua y sal, y seencontr otra vez delante de aquel brbaro de rostro ensangrentado, que quera su vida a toda costa.No fallara el blanco una segunda vez. El brbaro alz an el brazo con toda su furia, pero un instantedespus un pilum le atraves el costado. Primero desorbit los ojos al tiempo que dejaba la espada enel agua y luego se dobl hacia delante con un estertor, apretando con ambas manos el mango delpilum, cuya punta ensangrentada le sala por la espalda.

    Lucio sinti que una mano fuerte lo levantaba por la axila, se volvi y vio a Valerio, que lo estabaempujando a viva fuerza hacia la orilla: desplazaba hacia delante el gran escudo y apoyaba los pies en

  • la grava para contrarrestar el impulso del agua, mientras con la mano libre lo sujetaba con fuerza.Puedes sostenerte?El aquilfero asinti. Valerio lo desplaz enrgicamente detrs de l y lo solt antes de

    desenfundar el gladio. Se oy un silbido, seguido por el ruido sordo de un dardo que se clavaba en elescudo.

    Venga, fuera de aqu! Adelante, adelante!Emilio los haba alcanzado, jadeando, seguido por un grupo de legionarios que pasaron

    afanosamente delante de Lucio y le hicieron de escudo, junto con el veterano. El centurin se acerc al:

    Ests herido?El aquilfero neg en silencio, porque an no consegua respirar normalmente, pero levant bien

    alto el smbolo de la legin. Saba que de esta forma reclamara a un gran nmero de soldados. El aguales llegaba hasta el cinturn, pero la fuerza de las olas era tal que segua resultando difcil mantener elequilibrio. Un jinete brbaro se lanz al galope hacia el pequeo manpulo y arroj su lanza,atravesando el muslo izquierdo de un soldado que acababa de alcanzarlos. Lucio se detuvo a ayudarloy perdi el gladio en el agua ya roja, mientras el legionario intentaba desesperadamente cogerle elbrazo. Mximo lleg hasta el grupo y agarr al herido por el otro brazo, ayudando al portaestandarte aarrastrarlo hacia la orilla, cuando un violento golpe venido de la nada, quizs una piedra abatida sobreel yelmo, le ech la cabeza hacia atrs, arrojndolo al agua. Se levant an aturdido, con la vistadesenfocada durante unos instantes. Luego oy un relincho y, al volverse, vio un caballo que seencabritaba delante de Emilio, quien lanz una acometida hacia la derecha y atraves al animal enpleno vientre, mientras sobre la izquierda Valerio, protegindose la cabeza con el escudo, golpeabadesde abajo al jinete, que cay de espaldas junto con el corcel.

    Mximo, an con el pilum en la mano, lanz el arma contra un segundo britano que acudagritando y luego ayud nuevamente a Lucio con el herido, mientras la bestia golpeada poco antes porel primpilo daba coces enloquecida por el dolor entre salpicaduras de agua, con los ojos desencajados.Un casco destroz el escudo del legionario, arrancndoselo del brazo. Valerio, evitando al animal, searroj sobre el jinete brbaro que forcejeaba entre las olas, le paraliz el brazo armado con el bordedel escudo y le hundi el gladio en plena garganta.

    Otros hombres alcanzaron la vanguardia, que prosigui su avance entre la espuma de las olas ybajo una lluvia de flechas proveniente de un denso grupo de enemigos. El centurin se volvi y aull alos hombres que se agruparan con los escudos. Una piedra golpe en pleno rostro a un legionario, queacab en el agua y no volvi a salir. Los soldados se detuvieron para apretar las filas y esperar enformacin el choque de los britanos, que llegaban, entre alaridos, levantando altas salpicaduras deagua. Valerio se enfrent al primero, que le asest un mandoble en el escudo. Cuando el brbarolevant el brazo para la segunda acometida, el coloso le dio bajo el mentn con el borde del escudoantes de atravesarlo en pleno pecho.

    El avance de los otros enemigos fue detenido por una precisa descarga de flechas llovidas de lanada. Emilio y Mximo se volvieron y descubrieron que desde las naves de guerra se haban echado ala mar algunas chalupas cargadas de arqueros. Una de ellas haba ido en ayuda de la ensea,rechazando la carga de los brbaros. A bordo de la embarcacin haba un tribuno que hizo una seal alprimpilo para que alcanzase deprisa la orilla bajo la cobertura de sus arqueros, situados ya cerca del

  • grupo. Los legionarios congregados junto a la ensea, cada vez ms numerosos, recorran el ltimotramo de mar que los separaba de la playa. La madera y el cuero de los escudos se haban hinchadocon el agua, haciendo pesadsima la carga, aunque a medida que los soldados ganaban la orilla laspiernas se hacan ms ligeras y el paso ms veloz. Los arqueros fueron los primeros en alcanzar larompiente y, de inmediato despus de haber tomado tierra, comenzaron a lanzar flechas sobre losblancos ms cercanos, creando un espacio de seguridad delante de los exhaustos infantes que ibanarribando. Para cuando el tribuno devolvi la chalupa vaca hacia las naves para traer a otros tiradores,ya se haban lanzado al mar miles de legionarios, varios de los cuales buscaban refugio aferrados a lasembarcaciones.

    En cuanto lleg a la playa, Lucio cay de rodillas junto al herido que haba arrastrado hasta all. Lomir retorcerse de dolor en el suelo mientras la sangre sala a chorros del muslo. Sus estertores seunan a los de los dems heridos de ambas formaciones, dispersos por doquier. Mximo hizo un lazo,lo apret con fuerza alrededor de la pierna del muchacho y se quit el yelmo, procurando calmar alcado con una delicadeza que pareca completamente fuera de lugar en aquel sitio. Los dosreconocieron de inmediato el rostro plido de Venio Bculo, un joven de la Primera Cohorteembarcado en su misma nave.

    En aquel mismo instante, a pocos pasos de distancia, Emilio miraba en todas direcciones,respirando afanosamente, para repasar la situacin junto con el tribuno de la Segunda Cohorte, que sehaba unido al grupo, m