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La Junta de Gobierno que se instala el 18 de septiembre de 1810, representa la primera experiencia de un gobierno autónomo en Chile, y no, como a veces se supone, la primera experiencia de un gobierno independiente, experiencia que sí se inicia en el gobierno de O’Higgins SANTIAGO LORENZO S., Profesor de Historia, Geografía y Ciencias Sociales de la Universidad Católica de Valparaíso. Ph.D. en Historia, Univ. de Sevilla, España. Miembro de Número de la Academia Chilena de la Historia. Director de la Carrera de Historia de la UGM. Miembro del Consejo de la Red Cultural UGM.

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La Junta de Gobierno que se instala el 18 de septiembre

de 1810, representa la primera experiencia de un

gobierno autónomo en Chile, y no, como a veces

se supone, la primera experiencia de un gobierno

independiente, experiencia que sí se inicia en el

gobierno de O’HigginsSANTIAGO LORENZO S., Profesor de Historia, Geografía y Ciencias Sociales de la Universidad Católica de Valparaíso. Ph.D. en Historia, Univ. de Sevilla, España. Miembro de Número de la Academia Chilena de la Historia. Director de la Carrera de Historia de la UGM. Miembro del Consejo de la Red Cultural UGM.

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LA INDEPENDENCIA DE CHILE.

UN HECHO INESPERADO

El “Abrazo de Maipú” entre José de San Martín y Bernardo O’Higgins tras la victoria en la Batalla de Maipú, el 5 de abril de 1818 de Pedro Subercaseaux.

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Refiriéndose Alberto Edwards a la obra de Miguel Luis Amunátegui, “Los precursores de la Independencia de Chile”, comenta: “El título del libro no es tan feliz como su contenido: sus páginas prueban, en efecto, que la Independencia de Chile no tuvo precursores”. Compar-to absolutamente la opinión de este gran historiador, en conside-ración a que cuando observamos lo que fue el desenvolvimiento de nuestra historia durante el período indiano, o colonial, como se le conoce erróneamente, advertimos que los hispano-chilenos solida-rizaban con el rey. Algunos pensaban que las cosas se podían hacer mejor, cuando no, pero, en general, Chile era un Reino donde se vivía plácidamente al ritmo de las siembras y de las cosechas. Como prue-ba de esta solidaridad con la Corona es bueno recordar que cuando se conoce en Chile la invasión inglesa en el Río de la Plata, hacia 1806-1807 y la consiguiente derrota de los hijos de Albión, se celebra el triunfo de los criollos de allende los Andes y los jóvenes chilenos acuden al campo de Marte a prepararse para defender estos dominios ultramarinos de España en caso de una nueva invasión de enemigos de España. Francisco Antonio Pinto, de quien no se puede dudar solida-rizó con nuestra Independencia, recuerda en sus Apuntes Autobiográficos…que ante dichos acontecimientos “el entusiasmo militar era tal que los que aquí ejercitaban el manejo de las armas pensaban que habrían oído con júbilo el desembarco de cualquier expedición enemiga en las costas del territorio del reino, para tener ocasión de merecer las glorias que habían alcan-zado los habitantes de Buenos Aires en 1806 y 1807”. Es decir, en vísperas de 1810 lo único que deseaba un joven de la elite, que después estuvo con la causa de la Inde-pendencia, era defender los dominios de la Corona, y no aprovechar la ayuda de los ingleses que en el Río de la Plata se habían presentado como libertadores. ¿Qué es lo que sucede dentro de la monar-quía española para que inesperadamente se revierta esta situación y se inicie un pro-ceso de Independencia? Algo muy simple, en mayo de 1808, Napo-león, luego de reunirse con la familia real, logra mediante presiones que Fernando VII abdique la Corona en su beneficio, la que luego entrega a su hermano José. Al conocer este acontecimiento, los es-pañoles se levantan contra Napoleón y los franceses iniciándose la revolución española. Como consecuencia de estos hechos España se divide en una serie de comunidades independientes presididas por juntas de gobierno. Cada una de estas juntas se declara suprema y soberana y gobierna con independencia en nombre de Fernando VII, al que se considera habría sido despojado del trono. Cuando en las distintas regiones de la península se reacciona del modo que descri-bimos, lo que los españoles tuvieron presente es que España era un conjunto de naciones distintas, con lenguas diferentes, unidas por la persona del rey. Para los españoles la monarquía había quedado acéfala, sin cabeza, porque consideraban que en Napoleón, y por consiguiente en su hermano José, existía una ilegitimidad de origen

que invalidaba su ascenso al trono de España.El movimiento que entonces se inicia en contra de Napoleón y los fran-ceses se lleva a cabo bajo el lema: Dios, Patria, Rey , pues se estima que los franceses eran enemigos de la fe, en consideración a que en Francia estaba extendido el deismo que negaba la condición sobre-natural a Cristo; que habían entrado a la península con engaño, ya que sus ejércitos sólo habían sido autorizados a ir de paso por España en dirección a Portugal, quedándose de manera fraudulenta, y, por último, que habrían engañado a Fernando en Bayona, despojándolo del trono. En suma, a pesar de que se aprecia que entre los españoles existía una común ideología, que queda en evidencia en las proclamas emitidas por cada una de las juntas, lo que importa destacar es que los españoles conciben la estructura política de España no como una monarquía unida, sino como una plurimonarquía, con naciones des-tintas unidas por la persona del rey, de ahí el surgimiento de gobiernos

independientes encabezados por juntas de gobierno. En cuanto a por qué juntas, el modelo parece haberse tomado de la junta de gobierno que deja Fernando VII en España al marchar a Bayona, para las conversaciones con Napoleón.A poco andar, algunas juntas, como la de Murcia y Valencia, se dan cuenta que dadas las circunstancias que se viven, el que cada junta se declare suprema implica la división, la anarquía y la pérdida de los dominios ultramarinos de España. De ahí que la junta de Valencia, en una carta cir-cular a las otras juntas, se pronuncia por la formación de un gobierno único para evitar que América se separe de España, porque, al no depender América “directamente de autoridad alguna, cada colonia establece-rá su Gobierno independiente, como se ha hecho en España, su distancia, su situa-ción, sus riquezas y la natural inclinación a la independencia las podría conducir a ella”. A renglón seguido, concluye: “esta sola consideración bastaría para hacer ver, que el establecimiento de una Autoridad

suprema y una representación nacional es no sólo indispensable sino urgentísimo”. En consideración a estas recomendaciones, se forma la Junta Central, con representantes de las diferentes juntas de España así como de las provincias americanas. La Junta Central, que se constituye el 25 de septiembre de 1808 llena el vacío de poder dejado por el rey, evitando, por el momento, la disgregación de América que teme la junta de Valencia. Sin embargo, como consecuencia de la contraofensiva francesa, la Junta Central se disuelve a comienzos de 1810 y sus miembros, refugiados en la Isla de León, subdelegan el poder en un Consejo de Regencia constituido por cinco miembros. Como los delegados no pueden subdelegar, la Regencia, en la prácti-ca, sólo fue reconocida formalmente en España y en América. En Chile se tenía conciencia de que se formaba parte de una monar-quía plural; que dependíamos del rey y que a través de él estábamos unidos a otras provincias de España, pero independientes de ellas y con los mismos derechos que aquellas para formar una junta de go-

Cuando Napoleón logra, en 1808, que Fernando VII abdique a su favor, España

se divide en una serie de comunidades independientes

presididas por juntas de gobierno. Cada una de estas

juntas se declara suprema y soberana y gobierna con independencia en nombre

de Fernando VII, al que se considera habría sido

despojado del trono

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Acta del Cabildo Abierto de 1810.

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bierno. Esta idea se refuerza en una proclama del mismo Consejo de Regencia, que en uno de sus párrafos, destinado a ganarse el favor de los americanos, dice (14 febrero de 1810): “Vuestros destinos ya no dependen ni de los ministros, ni de los virreyes, ni de los gober-nadores, están en vuestras manos”. La ilegitimidad de la Regencia y su demagógica proclama, ya que en España no existía voluntad para que los americanos actuaran con autonomía, sirven de pretexto para que los hispano-chilenos hagan valer sus derechos para ejercer la soberanía con independencia del resto de otras provincias de España y América. El proceso que entonces se inicia no es una respuesta a un supuesto monopolio comercial, o a un presunto despotismo de los reyes de España; por el contrario, ante el vacío de poder que entonces se vive, semejante al que vivieron los españoles europeos en 1808, se desea la organización de un gobierno que permita, en nuestro caso, la defensa de Chile de Napoleón y los franceses.Si nos atenemos a lo que plantea Manuel Antonio Talavera, ad-vertimos que al igual que lo acontecido en España en 1808 hubo diversos pareceres respecto del tipo de gobierno a establecer. Señala Talavera::”Unos decían que, en la hipótesis de perderse España por la impía conquista de Napoleón, debía seguirse en la misma especie de gobierno, prestando juramento de obedecer a quien por línea de sucesión legítima debía ser nuestro Rey, pues que a ése corres-pondían estos dominios en fuerza de las leyes fundamentales de nuestra monarquía. Otros decían que, en la referida hipótesis, debía

Francisco de Goya, Fernando VII con Manto Real

prestarse obedecimiento a Carlota, hoy princesa de Portugal, por ser infanta de España y de la sangre real de los Borbones…Otros, final-mente, discurrían que, en ese caso debía tratarse de un gobierno de independencia para todo este reino, instalando, a este fin, una Junta con su respectivo presidente y vocales, a elección del pueblo y de los diputados de las ciudades y villas”.Como se aprecia a través de la cita antecedente, no hubo una solu-ción política única para llenar el vacío de poder por la ausencia del rey y la falta de un organismo legítimo que lo subrogara. A la forma-ción de la Primera Junta de Gobierno, el 18 de septiembre de 1810, se llega luego de un amplio debate en el que se estudian alternativas, que crean posiciones irreconciliables entre quienes las sustentan.Ante la falta de normas claras para resolver el problema que oca-siona la ausencia del rey, y la disparidad de criterios para resolver-lo, se publican catecismos, bandos y proclamas que intentan orien-tar la opinión pública. En toda esa discusión las preguntas que están en el tapete son las mismas que se plantearon los españoles europeos en 1808 ante la ausencia del rey: qué comunidad asume la soberanía, tipo de gobierno a establecer, y si el nuevo gobierno será soberano o delegado de algún gobierno peninsular. Esos años fueron pródigos en gestos que denotan tanto altruismo como ambición política, a la que tampoco estuvieron ajenos los próceres de la Independencia. La familias aristocráticas lucharon por la Independencia y por el poder, testimonios al respecto sobran. José Miguel Carrera, por ejemplo, en su Diario presenta a los Larraín como soberbios y ambiciosos; Bernardo de Vera y Pintado, refi-riéndose a Don José Miguel, en particular, critica el “egoísmo y la ambición” de los chilenos; mientras que Juan Mackenna aludiendo al comportamiento de los diputados en nuestro primer congreso, decía: “todos quieren mandar, nadie quiere obedecer”.La lucha por el poder entre las familias aristocráticas de Chile toma vuelo durante el gobierno de Antonio García Carrasco, particularmente desde el momento en que el gobernador, en forma imprudente y autoritaria, ordena apresar a tres patricios: Juan A. Ovalle, José A. Rojas y Bernardo de Vera y Pintado, porque durante las polémicas que entonces tienen lugar habrían manifestado con-ductas supuestamente contrarias a la monarquía. Carrasco, que no gozaba del apoyo de los conservadores ni de los autonomistas, que eran los bandos que dividían a las familias aristocráticas, debe renunciar presionado por éstas, asumiendo el poder don Mateo de Toro y Zambrano, anciano sujeto a todo tipo de influencias. Desde entonces las familias aristocráticas autonomistas, organizadas en torno al cabildo de Santiago y partidarias de formar una junta de gobierno, tratan de ganar a don Mateo a su causa. Por su parte, los conservadores, liderados por la Audiencia, abogan porque no haya cambio de gobierno, rechazando el principio de la soberanía popu-lar que pregonan los autonomistas. Estos últimos, que se reúnen en las casas del Conde de Quinta Alegre, de Vicente Larraín y en la de Agustín Eyzaguirre, son estimulados por naturales de las pro-vincias de allende los Andes a seguir el ejemplo de la Junta de Bue-nos Aires creada en mayo de 1810. Le sirve a sus propósitos algunos escritos, como el Catecismo Político Cristiano, y rumores difundi-dos para convencer a don Mateo y a la sociedad de la necesidad de la junta. Finalmente, logran que se convoque a un cabildo abierto, al que se invita mediante esquelas a aproximadamente 400 perso-nas pertenecientes a la aristocracia de Santiago. En la invitación

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“Carlos IV y su Familia”, Goya, Pintor de Corte, critica la situación social de la monarquía española de la época.

no sólo se discrimina respecto de la aristocracia de provincia, que no asiste, sino que entre la de Santiago dan prioridad a que asistan aquellos partidarios de una junta de gobierno. Como si esto no fuera suficiente, para inhibir la participación de los conservadores en el cabildo abierto, los juntistas amedrentan a los conservadores acusándoles de urdir complots contra el gobierno. Manuel Antonio Talavera, por ejemplo, asegura haber sido víctima “de cuantos chismes y susurros se levantaban contra los buenos vecinos”. Las vejaciones a los contrarrevolucionarios continuarán durante el de-sarrollo de la asamblea, ocasión en que fueron abucheados por la mayoría cada vez que intentaron hablar, como le sucedió a Manuel Manso, que debió abandonar la sala, o Santos Izquierdo, que luego de sus primeras palabras se ve obligado a callar. Según Talavera, la conducta a seguir contra los que se oponían a la junta fue planeada con antelación en casa de un hijo de don Mateo de Toro, donde se acordó “no dejar hablar a ninguno que se opusiera, sorprendiéndo-los con vocinglería y ruidosa oposición mancomunadamente”.Aunque los procedimientos usados no parecen haber sido los más adecuados, la idea de una junta finalmente prospera, tanto porque es un modelo que se conoce de la península, cuanto porque se ve la necesidad de un gobierno autónomo que logre preservar estos dominios a Fernando VII en momentos que la suerte de la monarquía resuelta incierta.

Luego, en su justo sentido, la Junta de Gobierno que se instala el 18 de septiembre de 1810, representa la primera experiencia de un gobierno autónomo en Chile, y no, como a veces se supone, la primera experiencia de un gobierno independiente, experiencia que sí se inicia en el gobierno de O’Higgins. Sin embargo, las me-didas que después de su constitución lleva a cabo la Junta –como organizar nuevos ejércitos y milicias, comprar armas, decretar la libertad de comercio con naciones aliadas de España y neutrales, establecer contactos con la Junta de Buenos Aires y convocar a un Congreso Nacional- no suponen una ruptura con la metrópoli, sino actos que responden a justo ejercicio de derecho por parte de un gobierno autónomo que hace uso legítimo de la soberanía, que ha revertido al pueblo.Sin embargo, como consecuencia inevitable de esta nueva experien-cia de gobierno, algunos actos de la Junta tienen más bien el carácter de un organismo independiente que simplemente autónomo dentro de la monarquía. Así, por ejemplo, la supresión de la Real Audiencia y su reemplazo por un Tribunal de Apelación, como consecuencia del frustrado motín de Tomás de Figueroa, dan a los acontecimientos un tono rupturista que no tuvieron en su origen y encauzan los hechos por la senda de la ilegitimidad. En suma, a partir de esta primera experiencia de gobierno autónomo se inicia en Chile un camino que se abre hacia la Independencia. •

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