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1987 LA ISABELA Y SU PAPEL EN EL PARADIGMA INTER-ATLÁNTICO: LA COLONIA ESPAÑOLA DE LA ISLA ESPAÑOLA (1493-1550) DESDE LA PERSPECTIVA ARQUEOLÓGICA Kathleen Deagan Las conexiones entre la colonización española de las Islas Canarias y la realizada en las islas del Caribe han sido bien establecidas y exploradas por distinguidos expertos, como Felipe Fernández Armesto (1982, 1987), Francisco Morales Padrón, Antonio Tejera Gaspar (1992, 1998), Eduardo Aznar Vallejo (1982, 1990) Juan Pérez Tudela de Bueso (1954a-b,1983), y Antonio Stevens Arroyo (1989; 1993; 1997). Uno de los temas más importantes que se deriva de estas investigaciones es el del Paradigma Inter-Atlántico, propuesto por Stevens Arroyo (1993), para caracterizar la transición en la estrategia colonizadora de España de la táctica de conquista medieval (basada en la reconquista de la península ibérica) a la de conquista imperial, perfeccionada durante la subyugación de Centro y Sudamérica, posterior al año 1520. La transición entre estos estilos se desarrolló en las Islas Canarias y también en el Caribe. En esta presentación consideraré un episodio corto y aberrante –pero de gran importancia– en la evolución del Paradigma Inter-Atlántico, específicamente la colonización de La Isabela. La Isabela fue establecida por Cristóbal Colón en 1492 en su segundo viaje a América, y fue el primer experimento español de colonización americana. Sólo sobrevivió cuatro años. La evidencia arqueológica de La Isabela nos ofrece una de las pocas fuentes de información sobre las configuraciones originales del experimento, y nos ofrece un vistazo sin comparación de la organización y las configuraciones materiales del breve intento de colonización realizado por Colón. Ofrezco los siguientes comentarios, pues, desde la perspectiva arqueológica. Me apoyaré en los resultados de las excavaciones arqueológicas en el yacimiento de La Isabela, realizadas entre 1987 y 1996 por José Cruxent y por quien les habla, como parte de las actividades del Quinto Centenario realizadas por la Dirección Nacional de Parques de la Republica Dominicana (Deagan y Cruxent, 2002a-b). Colabordores en el proyecto incluían el Museo del Hombre Dominicano, la Agencia Española de Cooperacion, la Universidad de Firenze, y otros (ver Deagan and Cruxent, 2002a). El modelo del Paradigma Inter-Atlántico de Stevens Arroyo caracteriza la primera etapa de reconquista en la península ibérica de expansión medieval como algo basado en la conquista empresarial privada, y en la repoblación. Los conquistadores exitosos gozaban de derechos hereditarios a las tierras conquistadas y del derecho al trabajo de sus habitantes. La justificación religiosa de la conquista estaba implícita, y la evangelización y la subyugación se practicaban de forma simultánea.

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1987

LA ISABELA Y SU PAPEL EN EL PARADIGMA INTER-ATLÁNTICO: LA COLONIA ESPAÑOLA DE

LA ISLA ESPAÑOLA (1493-1550) DESDE LA PERSPECTIVA ARQUEOLÓGICA

Kathleen Deagan

Las conexiones entre la colonización española de las Islas Canarias y la realizada en

las islas del Caribe han sido bien establecidas y exploradas por distinguidos expertos, como Felipe Fernández Armesto (1982, 1987), Francisco Morales Padrón, Antonio Tejera Gaspar (1992, 1998), Eduardo Aznar Vallejo (1982, 1990) Juan Pérez Tudela de Bueso (1954a-b,1983), y Antonio Stevens Arroyo (1989; 1993; 1997).

Uno de los temas más importantes que se deriva de estas investigaciones es el del

Paradigma Inter-Atlántico, propuesto por Stevens Arroyo (1993), para caracterizar la transición en la estrategia colonizadora de España de la táctica de conquista medieval (basada en la reconquista de la península ibérica) a la de conquista imperial, perfeccionada durante la subyugación de Centro y Sudamérica, posterior al año 1520. La transición entre estos estilos se desarrolló en las Islas Canarias y también en el Caribe. En esta presentación consideraré un episodio corto y aberrante –pero de gran importancia– en la evolución del Paradigma Inter-Atlántico, específicamente la colonización de La Isabela. La Isabela fue establecida por Cristóbal Colón en 1492 en su segundo viaje a América, y fue el primer experimento español de colonización americana. Sólo sobrevivió cuatro años.

La evidencia arqueológica de La Isabela nos ofrece una de las pocas fuentes de

información sobre las configuraciones originales del experimento, y nos ofrece un vistazo sin comparación de la organización y las configuraciones materiales del breve intento de colonización realizado por Colón. Ofrezco los siguientes comentarios, pues, desde la perspectiva arqueológica. Me apoyaré en los resultados de las excavaciones arqueológicas en el yacimiento de La Isabela, realizadas entre 1987 y 1996 por José Cruxent y por quien les habla, como parte de las actividades del Quinto Centenario realizadas por la Dirección Nacional de Parques de la Republica Dominicana (Deagan y Cruxent, 2002a-b). Colabordores en el proyecto incluían el Museo del Hombre Dominicano, la Agencia Española de Cooperacion, la Universidad de Firenze, y otros (ver Deagan and Cruxent, 2002a).

El modelo del Paradigma Inter-Atlántico de Stevens Arroyo caracteriza la primera

etapa de reconquista en la península ibérica de expansión medieval como algo basado en la conquista empresarial privada, y en la repoblación. Los conquistadores exitosos gozaban de derechos hereditarios a las tierras conquistadas y del derecho al trabajo de sus habitantes. La justificación religiosa de la conquista estaba implícita, y la evangelización y la subyugación se practicaban de forma simultánea.

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1988

Este modelo de expansión se extendió por las islas Canarias durante los esfuerzos iniciales de España de colonización y control de las “Islas Afortunadas.” Los problemas con este modelo feudal medieval se hicieron evidentes en Canarias para el 1478, y sus causas se presentan en otras fuentes (Tejera y Aznar, 1992, p. 121; Stevens Arroyo, 1989). Esta táctica medieval fue gradualmente suplantada en las islas por la estrategia de confrontación imperial. Ésta enfatizaba la propiedad y control de las nuevas tierras por el Estado. Los conquistadores exitosos acumulaban recompensas que les eran conferidas por la Corona.

Esta estrategia redujo la amenaza de conflictos entre las elites coloniales y el Estado

mediante la supresión de los derechos de propiedad de tierra hereditarios, pero al mismo tiempo requería que los conquistadores acumularan ganancias inmediatas (en vez de esperar aquellas que recibirían a largo plazo). La aseveración de la Corona de que los nativos eran vasallos del Estado, y no candidatos para la propiedad privada, también sirvió en la mitigación del poder feudal de las elites coloniales, mediante la restricción de su acceso a los trabajadores. La evangelización religiosa continuó siendo parte central del proyecto colonizador. Esto proceso se realizó durante la incorporación por España de las islas grandes de Gran Canaria, La Palma y Tenerife después del 1478 (Tejera y Aznar Vallejo, 1992, p. 121).

Aunque este modelo imperial ya había sido desarrollado y establecido en las Islas

Canarias en 1490, éste no fue transferido a las Américas con Colón en 1493. Como nos describe el historiador Juan Pérez de Tudela Bueso (Pérez de Tudela, 1954a-b; 1955), la primera empresa española en las Américas, en La Isabela, tenía como propósito establecer una empresa comercial controlada por la Corona, siguiendo los parámetros del modelo de factoría portugués, bajo el control y administración presente de Colón. La Isabela difería de las factorías previamente establecidas en la parte oeste de África, principalmente, en que era una empresa económica, financiada por la Corona, y en la cual Colón recibiría una pequeña parte de las ganancias. Esta curiosa combinación entre los derechos e intereses privados, y los monárquicos, sin duda se inspiró en las experiencias de las islas Canarias, pero terminó siendo un experimento en modernismo económico que fracasó.

Las razones que están detrás del fracaso del modelo económico de La Isabela han

sido examinadas en una gran cantidad de publicaciones eruditas. Los temas tratados han incluido: la resistencia de los habitantes taínos de la isla; la deficiencia en planeamiento y administración de Colón; y la ausencia de recursos naturales lucrativos, tales como el oro o las especias; entre otros factores (muchos de los cuales han sido resumidos en Deagan y Cruxent, 2002a). Mi colega, José Cruxent, y yo, hemos argumentado que el fracaso de la factoría colombina también estuvo anclado en las suposiciones erróneas sobre la naturaleza de las Américas. Como han observado muchos expertos, la idea de Colón sobre las Américas en la víspera de su segundo viaje se basó en su breve estancia, a bordo de su barco, en el Caribe en 1492. Sus percepciones sobre los habitantes de América estaban basadas en encuentros y experiencias en las islas Canarias, Asia y África Occidental. Colón comparó frecuentemente a los habitantes taínos de las Antillas Mayores con los nativos de las islas Canarias (Varela, 1984, p. 31). También describió a los taínos como dóciles y pasivos, que serían socios ideales en el comercio y sujetos ideales para la conversión. La conquista no era parte central de la empresa en 1493, y el comercio rentable de oro y especias todavía era parte importante de la imaginación de

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1989

todos los involucrados. Estas ilusiones determinaron la organización de la factoría de La Isabela, la cual solo duró cuatro años.

Su desaparición se produjo principalmente por la resistencia de dos grupos locales:

los habitantes taínos de La Española que objetaban la presencia española; y los mismos colonos españoles, la mayoría de los cuales recibían salarios de la Corona, pero preferían recompensas de tierra, trabajadores y botín. Antes de que finalizara el siglo XV, la factoría controlada por la Corona volvió a las tácticas de confrontación imperial que habían sido utilizadas en las etapas finales de la colonización de las islas Canarias.

Este breve episodio de colonización económica realizado por España se centró en La

Isabela, ubicada en la costa norte de la isla Española, en lo que hoy es la República Dominicana. Fue establecida por Colón en 1493, y fue abandonada por Santo Domingo en 1498. En lo que resta de esta presentación, trataré de resumir algunos de los puntos arqueológicos más destacados relacionados con la vida y muerte de la colonia colombina de La Isabela. Enfatizaré la nueva información obtenida por el proyecto, específicamente la que no se encuentra en fuentes documentales. A partir de estos datos espero ofrecer algunas sugerencias sobre el porqué del fracaso del modelo isabelino, y las fuerzas que influyeron en el cambio de dirección de la política de la Corona (y en el Paradigma Inter-Atlántico) para que regresara al modelo utilizado en las islas Canarias.

Uno de los primeros puntos que presenta la arqueología sobre la estrategia colombina

es, la muy repetida idea, que expresa que La Isabela no progresó porque Colón no supo escoger una buena ubicación para su establecimiento. El Sitio oficial de La Isabela se encuentra hoy cerca del pequeño pueblo pesquero de El Castillo, y es un parque nacional de la República Dominicana, conocido como “El Solar de las Américas”. Aunque este Sitio tiene excelentes defensas naturales, y acceso directo al rico Valle de Cibao con su oro (localizado en la parte central de la isla); el lugar no tenía fácil acceso al agua potable, ni puerto protegido, o tierra cultivable. No fue hasta que José Cruxent descubrió el segundo foco de ocupación de La Isabela, que las verdaderas dimensiones de las tácticas de Colón se aclararon. Su concepto de colonia abarcaba no sólo el pueblo principal fortificado (en el área de El Castillo), sino también un establecimiento satélite al otro lado de la bahía de esta villa principal (conocida hoy como Las Coles). Mientras que el poblado principal se ubicó en ese lugar por sus defensas naturales, el segundo y más pequeño establecimiento de Las Coles tenía agua abundante, combustible, barro y tierra cultivable. Estaba ubicado en una posición protegida a poca distancia de la desembocadura de un río, y aparentemente funcionaba como un centro de producción de artesanías, alfarería, agricultura, ranchería y otras actividades industriales. Si se toman juntas, las dos áreas de colonización suministraban todos los recursos necesarios para la colonia.

Los restos arqueológicos de La Isabela indican que la expedición de 1493 estuvo

bien equipada, con una gran variedad y cantidad de materiales, con el propósito de colonización. Los casi 1.500 miembros de la expedición incluían artesanos de todo tipo (los cuales trajeron sus herramientas de trabajo), al igual que granjeros, sacerdotes y campesinos. Una mezcla diversa de plantas y animales fue llevada en los barcos desde las islas Canarias. Antonio Tejera Gaspar (1998) ha presentado un estudio detallado de estas provisiones, las cuales incluían caña de azúcar, caballos, mulas, ganado porcino, ganado vacuno, pollos, carneros, perros y gatos. Otros pasajeros no tan deseables, tales

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1990

como las ratas, los ratones, y los gérmenes, microbios y virus europeos, llegaron de polizontes.

Sin embargo, gran parte de los colonos eran aventureros o hidalgos, los cuales

llegaron a tropel en 1493 para ser parte de la segunda expedición de Colón. Los soldados de las Cruzadas, que habían ayudado en los 700 años de Reconquista de la península ibérica contra los moros, ahora esperaban recibir riquezas, nuevas tierras y aventuras en las Indias. Este no fue el contingente ideal para establecer una nueva colonia, basada en el comercio controlado centralmente. Pocos de ellos conocían las técnicas de la agricultura o de la cría de ganado, y estaban aún menos acostumbrados a los trabajos físicos, como el de labrar los campos, cavar zanjas o construir casas. Las quejas y frustraciones por el hecho de que Colón los forzó a trabajar empezaron casi inmediatamente, y las fuentes documentales de La Isabela contienen una letanía de miserias, hambrunas, y enfermedades. Estas quejas han hecho de La Isabela sinónimo de fracaso y miseria, y se le considera un lugar de pobreza, escasez y necesidad material en la imaginación histórica.

Sin embargo, el registro arqueológico del yacimiento no refleja esto, y sospechamos

que la miseria pudo haber sido experimentada de manera más aguda por la elite que sabía leer y escribir. Sus vidas les debieron parecer llenas de necesidades cuando se comparaba a su situación en España. Para el colono de clase baja, sin embargo, parece que la vida doméstica, por lo menos en el sentido material, no era demasiado diferente a la que tendría en la España de la misma época.

Uno de los aspectos más inmediatamente llamativos del mundo material de La

Isabela es la gran cantidad de material. Se recobraron más de 180.000 objetos del siglo XV, a pesar de que el yacimiento sólo estuvo habitado por cuatro años. Es aún más extraordinario cuando consideramos los daños severos causados por la nivelación de la superficie y el traslado de tierra ocurrido en este lugar durante los últimos cinco siglos. Los restos arqueológicos de La Isabela son, en otras palabras, excepcionalmente abundantes en comparación a los demás yacimientos arqueológicos de la primera etapa de la América española, y es comparable, en cantidad de material encontrado, a yacimientos de la misma época en Andalucía (ver por ejemplo, Amores y Chisvert, 1993; Coll Conesa y Más Belén, 1998; McEwan, 1992; 1989).

Otra característica impresionante sobre los materiales de La Isabela es su carácter

morisco y medieval. Esto se evidencia en la organización del espacio dentro del poblado, sus edificios, y en los objetos materiales fabricados y utilizados por los habitantes de la villa. Esta posición está en gran oposición con virtualmente todos los demás pueblos del periodo de contacto en América, los cuales experimentaron una transformación material (la cual presentaremos más adelante) que se desarrolló de manera paralela a la transformación política de la factoría comercial a colonia imperial.

Otro dato importante descubierto por los arqueólogos es el hecho de que La Isabela

no fue configurada, como han sugerido muchos investigadores, siguiendo un plano de cuadrícula rectilínea. No hay ninguna indicación arqueológica de tal plan en la configuración del poblado, ni en la alineación de las estructuras, ni en la distribución de los restos encontrados. Al contrario, las orientaciones de los edificios principales sugieren que muy pocos, si acaso hubo alguno, de los elementos urbanos de la ciudad, compartían la misma orientación cardinal. Aparentemente, el elemento unificador en la

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1991

configuración de La Isabela parece haber sido una adaptación a los rasgos geográficos del Sitio, tales como los barrancos y el mar.

Los edificios públicos y los edificios principales se construyeron en el estilo “Gótico

Masivo”, con fachadas de piedra cortada. Las paredes más largas se construyeron de tapia real, de una manera muy parecida a la utilizada en muchas de las estructuras medievales de Sevilla y Carmona. Finalmente, se techaron con tejas elaboradas en Las Coles. Entre estos edificios se destacan la Casa de Colón –con una pared estilo ciudadela a su alrededor–, la iglesia, y la enorme alhóndiga, donde se almacenaban las preciadas provisiones de la colonia.

Las estructuras domésticas fueron descritas por uno de los miembros de la

expedición, Michel de Cuneo, de la siguiente manera: “pequeñas, como las cabañas utilizadas para cazar, y están cubiertas de hierba…” (en Gil y Varela, 1984, p. 243). La evidencia arqueológica sugiere que estos “bohíos” eran cabañas más o menos rectangulares, de una habitación, midiendo unos ocho metros por cinco metros (o sea cuarenta o más pies cuadrados de planta). Estas medidas no difieren tanto en tamaño y materias primas de las casas vernáculas de la época en la península ibérica.

El poblado tenía un carácter marcadamente militar, evidente en su ubicación en un

baluarte defensivo natural, rodeado de agua por tres lados, y rodeado por una pared defensiva de tapia con, al menos, seis atalayas. Varias de estas atalayas todavía existían en 1892, como muestra un mapa de ese año. Los residentes estaban bien equipados con las armas modernas y sofisticadas de la Europa del siglo XV. Se encontró más evidencia de presencia de armas de fuego que aquélla que indicase presencia de ballestas. Estas armas incluían falconetes, habuches, y cañones de bombardeta. La mayoría de las armas estaban concentradas dentro y en las inmediaciones, de la alhóndiga, implicando un control centralizado de las armas. Las excepciones a este control parecen haber sido las dagas y las lanzas, las cuales fueron encontradas en todas las partes del Sitio. La mayoría de los hombres vestían armadura de brigandina y cota de malla por lo menos parte del tiempo, aunque la presencia de otros tipos de vestimentas, joyas y artículos ornamentales sugiere que la presencia de una diversa variedad de trajes y adornos personales pudo existir en el poblado.

A pesar de las quejas constantes de pobreza, una amplia serie de actividades de

producción artesanal e industrial fueron realizadas con éxito en La Isabela, incluyendo la agricultura, la metalurgia, la herrería, la construcción de barcos, la albañilería, la molienda con rueda hidráulica, la preparación de cal viva, la carpintería, la tala de árboles (y posiblemente la manufactura de carbón), la elaboración de tejas y ladrillos, y la alfarería. Los productos de estas industrias se encontraron en todas partes del poblado, insinuando que eran accesibles a todos los colonos. Una distribución particularmente interesante es la de los objetos relacionados con la metalurgia. El metal procesado, el mercurio, la escoria y la escoria del plomo, se concentraron en la alhóndiga, implicando un control centralizado de este importante recurso. La única excepción ocurre con los crisoles de tasación, los cuales fueron encontrados en todas las áreas de ocupación doméstica, con frecuencia asociados a hogares profundos. Obviamente, los residentes de los bohíos ignoraban, con éxito, la estricta prohibición impuesta sobre la propiedad individual del oro y los metales preciosos, explicada en las instrucciones de la Corona a Colón.

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1992

Ciertas monedas –principalmente blancas de Castilla y ceutíes portugueses– fueron comunes en La Isabela, a pesar de su dudosa utilidad en la América del siglo XV. Estas monedas, junto con las fichas para contar y las pesas de monedas, insinúan que algún tipo de sistema de intercambio basado en el dinero se desarrolló en el poblado, incluyendo un sector comercial identificable en la parte sureste de la colonia.

Las casas de La Isabela también presumían de una dotación de equipos de cerámica

para cocinar, lavar, almacenar e iluminar, equivalentes en variedad y número, a aquellos encontrados en los hogares andaluces del mismo periodo. Más de 2.870 recipientes de cerámica han sido catalogados en el yacimiento, y la mayoría de éstos fueron producidos en los hornos de Las Coles siguiendo las típicas formas moriscas del siglo XV. Los análisis de isótopo y de oligoelementos realizados a estos recipientes han demostrado que éstos fueron elaborados con barro americano, no con barro europeo (Myers, 2002). Más de la mitad de las cerámicas fueron fabricadas con formas utilizadas para servir y comer alimentos. Esto parece indicar que los colonos de La Isabela consideraban que la mayor necesidad para la producción local de alfarería era la de cerámica en la cual servir y comer alimentos.

Todo esto hace que uno de los aspectos más desconcertantes sobre La Isabela sea aún

más misterioso. Los restos alimenticios –huesos de animales y semillas de plantas– están dramáticamente ausentes del yacimiento. Ni siquiera se encuentran en el basurero del poblado, un barranco de dos metros de profundidad donde se encuentran los desperdicios del siglo XV. Esto no es simplemente un problema de preservación, puesto que los restos alimenticios de un basurero taíno, de época previa a la llegada de Colón, fueron encontrados en la parte sur del poblado español. Por otro lado, los huesos humanos sí están presentes y bien preservados. Es posible que los colonizadores fueran meticulosos en su desecho de los desperdicios alimenticios al mar (a pesar de que no fueron meticulosos con otros tipos de basura, incluyendo las conchas de ostra). Otra posibilidad es que la notoria ausencia de restos alimenticios en La Isabela, cuando se considera junto a las vociferantes quejas escritas registradas por los cronistas, sugiere que los españoles de La Isabela en realidad tenían poca comida (o por lo menos lo que ellos consideraban poca comida). En ese caso, su abundante abastecimiento de platos vacíos debió de ser especialmente desalentador.

También están ausentes en el registro arqueológico de La Isabela, otros aspectos

típicos de la vida comunitaria de un poblado español del siglo XV, en la frontera americana. El Catolicismo y la religiosidad, por ejemplo, sólo se reflejan en el edificio de la iglesia, el cual era el más pequeño y simple de todos los edificios públicos. El cementerio adjunto contenía menos de 100 enterramientos, y el único artefacto propiamente identificado como religioso excavado en el yacimiento fue un crucifijo personal perdido cerca de una casa. Dada la falta de evidencia documental abundante de la religiosidad que dominaba la vida pueblerina española del periodo medieval tardío, podríamos concluir que el Catolicismo jugó un papel insignificante en La Isabela.

Tampoco hay mucha evidencia de interacción directa con los indios taínos. La

mayoría del material indígena recobrado se piensa que proviene de un basurero, procedente de una época de ocupación taina pre-colombina, ubicado en la vecindad de la iglesia, y hay poca evidencia decisiva que indique que la cerámica taina fuera adoptada por las familias españolas de La Isabela. Dado el papel de La Isabela como centro y puerto comercial, hay, extraordinariamente, pocos artículos que se pueden

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1993

identificar como mercancías comerciales entre lo encontrado en el yacimiento. Solo recobramos dos campanas de halcón, y no se encontraron cuentas de vidrio, los dos artículos más comunes en el comercio con indígenas en el resto de América. Otros artículos encontrados que pudieron haber servido como mercancías de comercio incluyen anillos, pedazos de cobre, y manillas (pulseras islámicas de vidrio). Las mercancías comerciales pudieron haber sido intercambiadas lejos de La Isabela, como en el caso de las campanas de halcón y los anillos encontrados en un enterramiento taíno del periodo de contacto temprano por el arqueólogo dominicano Bernardo Vega (1979). De acuerdo a cronistas como el Dr. Chanca, (en Gil y Varela, 1984, p. 173), la interacción con los taínos fue intensa en La Isabela durante las primeras semanas de la colonización, pero esto, en apariencia, disminuyó rápidamente debido al deterioro de las relaciones con los indígenas, las peleas a mano armada en el campo, y por último, por el tributo impuesto por Colón.

Lo más probable es que la mayor parte de las actividades que asociamos con La

Isabela en realidad se llevaron a cabo lejos del poblado. Los informes de cientos de personas muriendo de enfermedades y de hambruna no concuerdan con la pequeña cantidad de enterramientos, de entre 85 a 100 individuos, localizados y estudiados por equipos de la Universidad de Florencia y el Museo del Hombre Dominicano (Chiarelli y Luna Calderón, 1987; Luna Calderón, 1986). El yacimiento está, para todos los propósitos, completamente excavado, y no hay evidencia de otras áreas de enterramiento. Sabemos que una gran cantidad de colonos (incluyendo clérigos) abandonó el poblado a principios del 1494. Otros fueron enviados a las fortalezas del interior de la isla, y otros tantos dejaron el poblado para vagar por el campo, viviendo de la hospitalidad de los tainos. Muchos de ellos están, sin duda, enterrados en el campo. Por la mayor parte de su existencia, la población de La Isabela no incluyó a más de unos pocos cientos de personas, lo cual hace que su abundancia material sea aun más extraordinaria.

En resumen, el registro arqueológico deslumbra una ciudad pequeña, medieval de

estilo español-mudéjar, con arquitectura pública formal sólida, arquitectura doméstica efímera, un abundante equipo de productos artesanales, industrias y mobiliario doméstico, típicos de las casas de familia de la Andalucía del siglo XV, con todo y su influencia islámica. Hay poca evidencia que indique confrontaciones directas, ni acomodaciones, con el paisaje social o físico de América. Tampoco se refleja en la materialidad del yacimiento la desolación, pobreza, falta de permanencia, y miseria que tanto domina los informes escritos.

Estas dos observaciones, aunque no lo parezca, están relacionadas. Es probable que

la renuencia a acomodarse a los paisajes americanos y la insistencia de mantener un estilo de vida español sea lo que, de hecho, condujo a la hambruna y a la enfermedad en medio de una abundancia material de estilo europeo. Un escenario bien equipado al estilo español no ayudaría a aliviar el poco rendimiento de los cultivos europeos si los colonos no estaban dispuestos a cultivar las plantas nativas. La hambruna y las enfermedades no se podían evitar si los colonos insistían en comer comidas familiares. El apego al ideal del negocio de oro y especias fue una estrategia económica que tuvo pocas recompensas, y fue contraproducente después del primer año de vida en América. Los taínos, en gran parte excluidos del poblado de La Isabela, no eran tan dóciles como Colón había anticipado, y declararon la guerra antes de que la colonia cumpliera los dos años. Inevitablemente, estas decepciones y contradicciones provocaron descontento

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1994

entre los colonos en busca de riquezas. Fueron estos mismos colonos los que finalmente provocaron un profundo cambio de dirección en la estrategia colonial.

El descontento de los colonos españoles, y su papel en la caída de la factoría, fue

definido de forma dramática a través de la rebelión de Francisco Roldán (un criado de Colón) en 1498. Roldán y sus seguidores (los roldanistas) fueron predominantemente soldados corrientes, granjeros y artesanos que rechazaron las demandas de obediencia de los líderes de la colonia, y vivieron en un gobierno separado dentro de las comunidades indígenas con sus aliados indígenas. La rebelión de Roldán marcó un nuevo tipo de sensibilidad social para los colonos españoles, una que trató de negar los privilegios de las clases mediante la promoción de que hasta el español de más bajo nivel social podía reclamar tierra y labor indígena de la misma manera que los hidalgos. Hay pocas dudas de que los roldanistas, colectivamente e individualmente, muchas veces explotaron y abusaron de los taínos (especialmente de las mujeres) de muchas maneras. Pero, al mismo tiempo, éstos acogieron abiertamente una serie de elementos indígenas como los apropiados para la vida en la colonia, incluyendo esposas indígenas y familias mestizas, siendo los precursores, como han expresado los historiadores Juan Pérez de Tudela Bueso (1955, p. 204) y Anthony Stevens Arroyo (1993, p. 530), de la tradición cultural criolla en América. Podriamos decir que, por lo menos, los roldanistas establecieron un estilo de vida que enfatizaba la acomodación e incorporación de los nuevos elementos y circunstancias americanas, un patrón que persistiría de alguna u otra forma a través del periodo colonial.

La decisión de abandonar La Isabela y construir un nuevo poblado en la costa sur,

más cerca de los depósitos de oro, ya estaba tomada cuando Colón regresó a España en 1496 para defenderse en la corte en contra de la denuncia de sus críticos. Aunque el descubrimiento de las minas de oro fue la provocación inmediata para el abandono del poblado, fue el cambio de dirección en actitud representado por Roldán el que trajo el fin de la sociedad económica y monárquica que marcó el gobierno de Colón en la isla Española. Cuando Colón llegó a La Española en su tercer viaje en 1498, la capital era Santo Domingo, y él era gobernador no de una factoría comercial, sino de una colonia extractiva en la cual él podía conceder tierras y labor a los colonos bajo la jurisdicción legal e impositiva de la Corona.

En 1499, el descontento local en la Española obligó a Fernando y a Isabel a

reemplazar a Colón con gobernadores leales a sus intereses, primero con Fernando Bobadilla, y en 1502 con Nicolás de Ovando, quien tuvo la tarea de restituir a las Indias, con sus ingresos, a la Corona. La administración de Ovando marcó un retorno efectivo al modo de colonización de confrontación imperial que fue desarrollado en las islas Canarias después del 1478.

Este nuevo capítulo en la colonización de la América española es una historia

completamente diferente, vista desde las perspectivas históricas y arqueológicas, y el cual no podremos considerar con mucha profundidad en este momento. Es importante señalar, sin embargo, que las transformaciones políticas y económicas de la vida colonial americana entre los gobiernos de Colón y de Ovando fueron igualadas, en la misma magnitud dramática, por las transformaciones materiales y sociales de los hogares de los colonizadores de la Española del siglo XVI. Éstos fueron los mismos que tuvieron éxito en el establecimiento de una sociedad criolla permanente en la América española.

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1995

Ovando estableció trece poblados con administración centralizada para pacificar y controlar La Española, y dos de éstos –Concepción de la Vega y Puerto Real (en lo que hoy es Haití)– han sido estudiados extensamente por los arqueólogos. Concepción de la Vega y Puerto Real revelan contrastes notorios a La Isabela cuando se les compara arqueológicamente.

La arqueología en Puerto Real y en Concepción de la Vega revela, por ejemplo, que

ciertas sensibilidades renacentistas fueron introducidas abruptamente a las colonias del principio del siglo XVI, remplazando los patrones esencialmente medievales que predominaban en La Isabela. Después de La Isabela, el plano de cuadrícula rectilínea simétrica se convirtió en la norma, y la arquitectura pública de tapial fue abandonada en favor de la de ladrillo y piedra. Mientras que los objetos y tecnologías en La Isabela venían esencialmente de la España mudéjar y del mundo islámico, los bienes importados utilizados por los colonos de los poblados del siglo XVI provenían de Italia, España y el norte de Europa. Los estilos islámicos que eran tan evidentes en La Isabela se convirtieron en estilos poco utilizados. Esto se destaca particularmente por el hecho de que la mayoría de las formas medievales encontradas en La Isabela se siguieron utilizando en España, mientras que al mismo tiempo eran abandonadas en América (ver Deagan y Cruxent, 2002b, pp. 291-92).

La perspectiva diferente que gobernaba la vida de estos poblados del siglo XVI es

más evidente, sin embargo, en el nuevo régimen cultural derivado de la integración de las tradiciones europeas, americanas y africanas. Esta posición se encuentra en abrupto contraste con el mundo material de La Isabela, el cual refleja una práctica cultural en su inmensa mayoría español. Aunque los residentes de los poblados de la época de Ovando tenían acceso a una más amplia variedad de artículos europeos que lo que tenían los colonos de La Isabela, pero estos supieron incorporar elementos indígenas y africanos a sus hogares en una manera que no estuvo presente en La Isabela.

A mediados de siglo XVI, los elementos no-europeos eran tan comunes en el

inventario de las casas como lo eran los artículos europeos. Estos materiales no-europeos, sin embargo, están restringidos primordialmente a los dominios femeninos de la cocina y la casa. La comida y su preparación en las casas de familias “españolas” era una mezcla confusa de elementos ibéricos y americanos, y los residentes de los poblados del siglo XVI comían con entusiasmo las plantas y animales locales. Las arqueólogas medio-ambientalistas, Elizabeth Reitz y Bonnie McEwan (1995), han sugerido que la cocina de los colonos españoles en las Américas era flexible y creativa en la manera en que mantuvo las preferencias alimenticias ibérias ideales (por ejemplo, la carne de mamíferos), mientras que al mismo tiempo ajustaba las comidas y las tradiciones al medio ambiente local (yuca, maíz, tortugas, pescado y manatí). Otros elementos domésticos de origen americano y africano que habían sido adoptados por los europeos del siglo XVI en el Caribe incluían las hamacas, los cigarros, y los implementos y recipientes de calabaza, los cuales han persistido en la región hasta nuestros días.

La integración en masa de estos elementos no-españoles a las áreas de los hogares

controladas por las mujeres está, sin lugar a dudas, relacionado con la ocurrencia extendida de patrones de matrimonio mixto (español-indígena), los cuales se venían realizando desde los primeros días de la colonia. Las mujeres indígenas y africanas que trabajaban en las casas de familias españolas como sirvientas también tuvieron

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influencia en la administración de los hogares, aun cuando las señoras de las casas fuesen mujeres españolas.

Hemos argumentado en otras ocasiones (Deagan, 1996; Deagan y Cruxent, 2002a-b)

que las diferencias entre la vida cotidiana en La Isabela y la de los poblados del siglo XVI no sólo reflejan alteraciones económicas y demográficas generalizadas, sino que también revelan una transformación en las identidades sociales americanas. A pesar de la reversión al modo imperial de conquista después del 1500, y del papel más directo que tomó la autoridad de la Corona en la vida colonial, el régimen diario de los colonos españoles en América se alejó rápidamente de la práctica cultural “española” idealizada. A pesar de la identidad social y cultural profesada por los colonos de la Española, éstos vivían sus vidas cotidianas de una forma exclusivamente americana antes de pasar diez años del abandono de La Isabela. Estos iberoamericanos incorporaron, recombinaron y transformaron los rasgos materiales y sociales de España, y de América, a través de los intercambios inter-étnicos, las acomodaciones, la resistencia y las asociaciones.

Obviamente, esta nueva realidad social no fue la que se trajo a América en 1493 con

la factoría de La Isabela. Ni tampoco se pensó imponer el sistema imperial, como ocurrió después del 1500. Fue más bien una evolución local en respuesta a un reconocimiento (tal vez tardío) de las realidades locales. Sin embargo, si no tuviéramos el recurso del registro arqueológico esta transformación sería casi invisible.

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La Isabela y su papel en el paradigma inter-atlántico: …

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