la identidad y el cuerpo poético de la mujer en la novela en babi (el manuscrito de un...

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Juan J. Berríos Concepción 17 de abril de 2013© La novela vanguardista de los años 30 del siglo XX en Puerto Rico y Cuba: En Babia (el manuscrito de un braquicéfalo) (1930, 1940) José I. de Diego Padró: La identidad y el cuerpo poético de la mujer”. El estudio de la literatura antillana es uno que se gesta continuamente. Las fuentes sobre la trayectoria histórica de esta literatura, como un todo, no son tantas al igual que las fuentes de las literaturas nacionales de los respectivos países de habla hispana. A pesar de los grandes esfuerzos que se han llevado a cabo en las construidas sumas históricas literarias totales y parciales, hay dentro de ellas espacios que les falta más atención en algunos casos, la debida atención en otros y sencillamente atención en los restantes. La narrativa de las Antillas hispanas, de la manifestación vanguardista de los años 30 del siglo XX, es una que reside a la sombra de la espera de más divulgación de las obras producidas y más estudios literarios. El término vanguardia surge en Francia durante los años de la Primera Guerra [1914-1917]. Su origen proviene del vocablo francés avant-garde, término de origen militar y político, que alude al espíritu de lucha, de combate y de confrontación que el nuevo arte del siglo XX oponía frente al llamado arte decimonónico o académico. Desde el principio, el arte vanguardista adquiere una impronta provocadora contra lo antiguo, lo naturalista o lo que se relacionara con el arte burgués. No será causalidad que todas las primeras manifestaciones de estos vanguardismos estén repletas de actos y gestos de impacto social, como expresión de un profundo rechazo a la llamada cultura burguesa. Entre las manifestaciones cabe mencionar varios movimientos, los cuales tienen su origen en Europa, tales como el futurismo, el expresionismo, el dadaísmo, el surrealismo, el ultraísmo, el fovismo, etc. A estos hay que añadir los diferentes movimientos que surgen en Latinoamérica

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Análisis de la expresión identitaria en los actantes de la novela En Babia (1930, 1940) de José I. de Diego Padró.

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Juan J. Berríos Concepción

17 de abril de 2013©

La novela vanguardista de los años 30 del siglo XX en Puerto Rico y Cuba: En Babia (el

manuscrito de un braquicéfalo) (1930, 1940) José I. de Diego Padró: La identidad y el cuerpo

poético de la mujer”.

El estudio de la literatura antillana es uno que se gesta continuamente. Las fuentes sobre

la trayectoria histórica de esta literatura, como un todo, no son tantas al igual que las fuentes de

las literaturas nacionales de los respectivos países de habla hispana. A pesar de los grandes

esfuerzos que se han llevado a cabo en las construidas sumas históricas literarias totales y

parciales, hay dentro de ellas espacios que les falta más atención en algunos casos, la debida

atención en otros y sencillamente atención en los restantes. La narrativa de las Antillas hispanas,

de la manifestación vanguardista de los años 30 del siglo XX, es una que reside a la sombra de la

espera de más divulgación de las obras producidas y más estudios literarios. El término

vanguardia surge en Francia durante los años de la Primera Guerra [1914-1917]. Su origen

proviene del vocablo francés avant-garde, término de origen militar y político, que alude al

espíritu de lucha, de combate y de confrontación que el nuevo arte del siglo XX oponía frente al

llamado arte decimonónico o académico. Desde el principio, el arte vanguardista adquiere una

impronta provocadora contra lo antiguo, lo naturalista o lo que se relacionara con el arte

burgués. No será causalidad que todas las primeras manifestaciones de estos vanguardismos

estén repletas de actos y gestos de impacto social, como expresión de un profundo rechazo a la

llamada cultura burguesa.

Entre las manifestaciones cabe mencionar varios movimientos, los cuales tienen su origen

en Europa, tales como el futurismo, el expresionismo, el dadaísmo, el surrealismo, el ultraísmo,

el fovismo, etc. A estos hay que añadir los diferentes movimientos que surgen en Latinoamérica

que algunos teóricos incluyen y otros excluyen dentro de la novelística del mismo momento en

que se revelan las vanguardias como lo son la novela proletaria, la novela indigenista y la novela

de la Revolución Mexicana.

La poca atención que se le ha prestado a la producción literaria de ese movimiento, en

especial su manifestación en la narrativa, obliga a replantearse la necesidad de estudios que

expongan la importancia de aquellas obras que la comunidad de lectores las ha relegado al plano

inferior del canon establecido. La década del 30 del siglo XX, es una caracterizada por el

intervencionismo estadounidense como potencia imperial en las Antillas Mayores. La presencia

de los Estados Unidos en las islas de Puerto Rico y Cuba fue una constante como resultado de la

Guerra Hispanoamericana en 1898. Esto trajo consecuencias políticas y económicas

desfavorables para ambos países. Aunque se manifestaron de maneras distintas hubo efectos y

síntomas similares en las poblaciones de las dos naciones, ambas estuvieron bajo un régimen de

sujeción colonial. Aun cuando Cuba logró la independencia en 1902, su relación con los Estados

Unidos fue una de vasallo neocolonial durante varias décadas subsiguientes. Puerto Rico al día

de hoy, siglo XXI, continúa como una colonia de los Estados Unidos. El deterioro social,

económico y político a las que estuvieron sujetas estas islas durante esa época se agravó debido a

los efectos de la Primera Guerra Mundial y a la catástrofe del mercado internacional de la

llamada Gran Depresión de 1929.

El desarrollo de la literatura de esa década en estos dos países se vio afectada por estos

acontecimientos políticos y económicos. Es extensivo a las literaturas de estos dos países

antillanos, la observación que Octavio Paz, en su obra Los hijos del limo, hace sobre el rumbo de

la vanguardias en España: “Sin embargo, en 1927, aniversario del tercer centenario de la muerte

de Góngora, hay un cambio de rumbo” (126). Las vanguardias de la década del 20 van cediendo

su furor para transformarse en un movimiento con una manifestación y un arraigo menguado,

principalmente en la poesía. Las obras poéticas que emanaron de los movimientos vanguardistas,

junto con sus manifiestos, fueron mermando en términos cuantitativos. Es a partir de la década

del 30, que cobra fuerza la manifestación vanguardista dentro de la novela hispanoamericana.

Sobre esto Katharina Niemeyer nos dice:

Sin embargo, durante toda la década de los 30 persistió el proyecto de una novela

vanguardista. Por cierto, la mayor parte se escribió, si bien no siempre se publicó, entre

1929 y 1931… Y además hay novelas que se empezaron y/o terminaron más tarde, a

veces bastante más tarde, entre éstas se hallan textos tan importantes como El laberinto

de sí mismo (1933)…de Enrique Labrador Ruiz…, En Babia (1930/1940) de José Isaac

de Diego Padró”. (244)

En Puerto Rico se fue concretizando en esos momentos una generación literaria, la

Generación del 30, que tomó como uno de sus derroteros la problemática de la identidad del

puertorriqueño. Algunos de sus miembros fueron Enrique S. Pedreira, Tomás Blanco, Palés

Matos, Julia de Burgos, Enrique Laguerre, Concha Meléndez y Margot Arce de Vázquez. Esta

generación se caracterizó por gravitar principalmente hacia la Universidad de Puerto Rico, en el

Departamento de Estudios Hispánicos, concentrándose en torno a la preocupación del

redescubrimiento del ser nacional (Cabrera 288; Rivera de Álvarez 322-323). El choque con la

presencia de los Estados Unidos en Puerto Rico es uno de los componentes para la búsqueda del

ser puertorriqueño y la puertorriqueñidad. José I. de Diego Padró es considerado parte de esta

generación literaria, dentro de la narrativa. Ya había hecho sus inicios dentro de la poesía en las

postrimerías del Modernismo puertorriqueño, con la publicación de su poemario La última

lámpara de los dioses (1921). También había incursionada dentro de la vanguardia

puertorriqueña a fines de 1921. Junto con Luis Palés Matos inicia el movimiento vanguardista

del diepalismo, combinación de los apellidos paternos de estos dos poetas, con la publicación del

poema “Orquestación diepálica” en el periódico El imparcial del mes de noviembre. Después De

Diego Padró publicó en el mismo periódico las “Fugas deipálicas”. En dichos poemas la

onomatopeya tiene preeminencia en la construcción poética. En diciembre de ese mismo año

Emilio R. Delgado publicó en dicho periódico, el soneto diepálico “Amanecer capitalino”. Con

esta publicación concluyó este movimiento vanguardista. En esa misma década, De Diego Padró

publica su primera novela corta y vanguardista, Sebastián Guenard (1924), a través del periódico

La correspondencia. La misma le servirá de hipertexto a la novela En Babia (el manuscrito de

un braquicéfalo) (1930), redactada durante su estadía en la ciudad de Nueva York, de 1927 a

1929. Empezará a publicarla a través de entregas en el periódico La correspondencia, pero

solamente las primeras 150 páginas. No será hasta 1940 que la publica íntegramente, con algunas

revisiones de estilo.

La estructura de la novela En Babia (1930, 1940) de José de Diego Padró, se ajusta al

carácter del colonizado (subalterno) que vive en el país del colonizador (hegemonía). Las

anisocronías (Toda alteración del RITMO narrativo, tanto por remansamiento -en virtud del uso

de las PAUSAS, el RALENTI o la ESCENA-como por la aceleración producida mediante

RESÚMENES o ELIPSIS ) por remansamiento (desaceleración del tiempo) que emergen a

través de las divagaciones oníricas y las disertaciones, junto al cronotopo de la ciudad de Nueva

York, la búsqueda de la identidad enlazada a la problemática del escritor como oficio, caído en

menos dentro de la modernidad, la representación del “doble”, el doppelgänger, como el ser

contrastante de lo que se quiere ser y no se llega a realizar y la sexualidad problematizada,

propician la caracterización del protagonista como colonizado fuera de su país.

I. Encuentro con una loca: el eros nacional dejado atrás

En la Sexta Parte, el Capítulo II, “EN LA CUAL SE DA NOTICIA DEL SINGULAR

ENCUENTRO CON UNA LOCA QUE NO LO PARECÍA” (Diego,”Babia” 621). Consta de

una cronotopía de varios años antes del momento en que se ecuentra Jerónimo y se ubica en un

manicomio de su país, Caoyara/Puerto Rico. Es notorio que esta anacronía es el único suceso

que le ocurre a Jerónimo en su país de dentro de la novela y no en la ciudad de Nueva York.

También es notorio que sucede en un manicomio de carácter privado y que el actante principal

de esta breve narración es una mujer. Jerónimo narra su experiencia en el mencionado

manicomio en el cual él se encontraba en su carácter de reportero de un diario que adquirió fama

por lo fiscalizador en los asuntos del gobierno colonial del país, lo cual induce a considerar en

ese momento a Jerónimo como un fiscalizador de lo que ocurre en el manicomio. La ocasión

estaba ambientada en un baile. Una festividad de locos, lo lúdico combinado con la demencia.

Dentro del lugar se encontró con una paciente, la loca, la actante mujer, cuya identidad se reserva

Jerónimo. Ella era una ex novia de Jerónimo de la juventud. Por medio del desciframiento de la

simbología que se hace en la aproximación a este fragmento de la diégesis de la novela, podemos

observar varios temas recurrentes en al literatura puertorriqueña, en especial en la narración de la

nacionalidad, que se iniciaron desde el siglo XIX y que a principios del siglo XX, con la llegada

de la modernidad, todavía estaban vigentes, debido a la condición colonial del país. Dichos

símbolos se mantuvieron con el cambio de siglo y el advenimiento de la nueva hegemonía

estadounidense, o el cambio de soberanía. Luis Felipe Díaz analiza cómo la representación

femenina, en la literatura puertorriqueña decimonónica, mantiene una constante simbólica dentro

de algunas obras canónicas, las cuales son referentes de la condición colonial del país. Entre

estas actantes se encuentran Julia de La cuarterona (1867) de Alejandro Tapia y Rivera, y

Silvina de La charca (1894) de Manuel Zeno Gandía (“Na(rra)ción” 54-80). En esta semiosis, el

personaje de la ex novia de Jerónimo, la loca, se nos presenta con el velo de la enfermedad tanto

física como psicológica. Más adelante, un médico la diagnostica con sífilis hereditaria (625).

Esto permite aproximarse a la actante como el cuerpo enfermo y la mente enferma del eros

nacional. El uso de la enfermedad como símbolo de la condición colonial del puertorriqueño

dentro su literatura lo indica Juan G. Gelpí, al respecto de la asepsia que la crítica lleva acabo en

ella, pues esta literatura: “insiste en privilegiar la enfermedad como una de sus metáforas

recurrentes… la crítica ha consolidado una serie de obras que insisten en leer la enfermedad

como metáfora del colonialismo” (17). A lo cual se está de acuerdo en el uso de esa

interpretación en este actante femenino.

El deterioro sufrido por la sociedad puertorriqueña, por el cambio de soberanía, es

amplificado, exponencialmente, por tener un efecto multiplicador dentro de los habitantes de

Puerto Rico durante el cambio de siglo. De una parte el choque cultural de los puertorriqueños,

de entronque hispano, con una nación anglosajona fue visto como un peligro que erosionaba con

el tiempo la puetorriqueñidad construida a través de cuatrocientos años de dominio español. De

otra parte el sistema colonial español fue reemplazado por el sistema colonial estadounidense,

con lo cual se palpa el pesimismo romántico puertorriqueño que proviene de la imposición del

sistema capitalista estadounidense en contraposición con la anterior economía precapitalista de

hegemonía española. Se puede inferir, al leer a Rafael Bernabe, que en ese momento en Puerto

Rico el valor de uso fue sustituido por el valor de cambio como parte de la dialéctica del

capitalismo en su oposición a los dominados/subalternos/colonizados con miras a regular toda

relación humana a su favor (47). Esta imposición de la manera de aproximarse a la actividad

económica y sus repercusiones en la visión de mundo e ideología del puertorriqueño, de aquel

entonces, causó un malestar emocional en la psiquis colectiva y en especial a la clase intelectual

del país, de la cual era parte fundamental la llamada Generación del 30 de la literatura. Este

malestar y patología psicológica se aprecia en la novela En Babia al desarrollar parte de la acción

de manera alegórica en un manicomio, de carácter privado, una institución hospitalaria que como

tal: “es una institución disciplinaria de la ciudad y la modernidad” (Díaz, “Na(rra)ción” 110)1. La

privatización del cuidado de las desviaciones de índole psicológica en la sociedad puertorriqueña

plantea el dominio y encargo de la “salud” psíquica de la población civil a una institución

dedicada a la acumulación de capital. En otras palabras, la población está sujeta a una institución

privada, a la privatización de la exigencia mental de aceptación del nuevo orden económico, a la

nueva mirada económica, para ser disciplinada, normalizada y adoctrinada en el consentimiento

de la imposición de dicho orden dentro de la población. Sobre la imposición del colonizador

sobre su visión de mundo al colonizado Fanon observó: “Comprender algo nuevo nos exige

disponernos para, prepararnos para, exige una nueva conformación. Es pura utopía esperar del

negro o del árabe la realización del menor esfuerzo para integrar determinados valores abstractos

en su Weltanschauung cuando todavía apenas si pueden colmar su hambre” (78). La cuestión

salubrista mental, la asepsia psicológica del puertorriqueño se transforma en un punto importante

de parte del aparto mercantil colonizador para poder lograr la explotación en común acuerdo

entre él y el colonizado, y con el mínimo de protesta. En realidad de lo que se trata es de un

cambio en visión de mundo, de un cambio en la ideología.

Pero la complejidad del asunto se amplía durante el relato de la loca. La relación entre

Jerónimo y la loca se percibe como una simbiosis interrumpida entre la virilidad del sujeto y la

representación del eros nacional, esta última como el cuerpo poético de la mujer. El no reconocer

a la loca de inmediato, como su ex novia, de parte de Jerónimo obliga a razonar que la ausencia

1 Para un tratamiento más amplio del tema, ver Foucault, Vigilar y castigar.

de la relación entre ambos es producto de la visión inconclusa de la construcción de la identidad

nacional autónoma como resultado de la intervención estadounidense con el cambio de

soberanía: “Pero señora, espérese, ¿quién es usted?... Recordé que ella y yo habíamos sido

novios” (Diego, “Babia” 623). La crisis se agudiza con el distanciamiento de Jerónimo y la

sustitución de éste por otro sujeto que será su nuevo novio: “su novio, en quién ella cifraba todas

sus esperanzas de casamiento, había muerto gaseado en las trincheras cuando la Guerra Mundial,

hacía ya varios años” (Diego, “Babia” 624). En ambos casos la ex novia verá la interrupción de

su noviazgo efímero y sin madurar. El eros nacional, al no poder culminar su consecución

matrimonial y generar los hijos de la patria se despeña hacia la inestabilidad psicológica: “pero

de buenas a primeras cayó sin saber ella misma a qué causa atribuirla, en una profunda y

constante depresión del estado emocional” (Diego, “Babia” 625). La loca busca solucionar su

estado crítico hasta recurrir, como las hijas de Lot cuando creyeron que se acabaron los hombre

para procrear, a acostarse con el padre, la figura patriarcal símbolo de la hegemonía precedente,

de la soberanía española vencida: “me le metí en la cama a mi padre… Advertí que estaba medio

beodo” (Diego, “Babia” 628). La reacción del padre fue la del “padre justo” al rechazar cometer

el acto sexual en el momento requerido por la hija. De esta manera el eros nacional no se

satisface sexualmente ni cumple con engendrar la identidad del sujeto patrio, del puertorriqueño

como identidad propia y autónoma aun a expensas de recurrir al viejo orden patriarcal.

La loca, símbolo del eros nacional, del objeto del deseo otreico, como lo simboliza Julia

en La cuarterona de Alejandro Tapia y Rivera (Díaz, “Na(rra)ción” 70), fue reclamada por su

madre al demostrar su ansiedad, necesidad y desahogo cuando salió desnuda a la calle en busca

de la virilidad ausente. La reacción contra la madre, que en ese instante adopta la posición de

“madre fálica”, la cual desde el siglo XIX se observa en La cuarterona de Tapia. En ese drama

Carlos tratará de rebelarse contra la Condesa, la madre, será la rebeldía contra la hegemonía

patriarcal que hasta ese momento le ha impedido construir la identidad nacional puertorriqueña

por la falta de poderes políticos y por el venir a menos de los terratenientes y el venir a más de

los comerciantes. La Condesa, la terrateniente, admite que el matrimonio de Carlos con la hija

del comerciante Don Críspulo, Emilia, es con el fin de salir de la ruina económica. Por eso le

exige a Carlos que se case con Emilia. Sin embargo Carlos, lo que busca es consolidarse con

Julia, la mulatez como símbolo de la identidad, pero fuera del país. Esta actitud de Carlos lo que

demuestra es búsqueda de la modernidad como salvación, el cambio del sistema económico de

uno esclavista a uno capitalista, por eso le propone a Julia: “Deja que triunfe un destino tan grato

para mí: el ser tu esposo, en otros países á donde no alcanzan las ruines preocupaciones del color

y de razas que aquí nos mortifican” (Tapia, “Cuarterona” 99). La referencia es sin duda a los

países de economía industrial, a los de suelo europeo principalmente, en los cuales el autor

empírico había estado2 y cuya modernidad le causó un gran impacto el cual añoraba para su

país3. Esto, a su vez, evita que el eros nacional, la mujer, el cuerpo poético, la generadora de los

hijos e hijas de la patria, pueda llevar a cabo su papel histórico (dentro de la visión patriarcal y

burguesa).

A través de la novela La charca de Zeno Gandía, por medio de Silvina, el cuerpo poético

de la mujer, se puede observar como la relación con su madre, Leandra, es una de sometimiento

dentro de la imposición patriarcal de Galante, hombre de Leandra, a través del consentimiento de

la madre, por sobrevivir económicamente dentro del orden capitalista impuesto en Puerto Rico a

fines del siglo XIX. Por eso Leandra, una noche, le pide a Silvina que acceda a entregarse a

2 Fue desterrado de Puerto Rico a España en 1850, en donde permaneció hasta 1857 cuando se trasladó a Cuba

(Rivera 143). 3 Esto queda demostrado en el ensayo de Tapia “Puerto Rico visto sin espejuelos por un cegato” (1876). En el cual

se busca el bienestar económico y social de Puerto Rico por medio de la educación y la industria.

Galante: “—Hija, no seas tonta…, no seas tú causa de que nos muramos de hambre” (Zeno 42).

Por lo tanto, la relación de ellos tres es vista como una relación jerárquica de dominación

económica en la cual el poder mayor subyuga a los más vulnerables a través de intermediarios

como una cadena comercial. La relación de dependencia del círculo familiar de madre, hija y

Pequeñín, hijo de Leandra y Galante, con éste último y Gaspar, esposo impuesto de Silvina por

Galante, coacciona la libertad de disposición personal de las vidas de Silvina y Leandra,

principalmente dentro del régimen agrícola. Galante era: “el rico propietario, que en cada

estribación del monte ocultaba una hembra” (Zeno 42). Galante era dueño de la finca y la mujer.

El acecho del comercio estaba representado por el comerciante Andújar. En su negocio era que

los vecinos, en especial los hombres luego de cobrar. Sin embargo es Ciro el verdadero amor de

Silvina, que luego de lograr unirse con él, cae muerto en un acto fratricida a manos de su

hermano Marcelo. El cuerpo poético de la mujer, Silvina, está comprometido con el

entendimiento económico entre las partes de un círculo de relaciones interpersonales que no

varía en su dinámica, pero sí en sus actantes. Una vez ausente Galante, Gaspar y Ciro, serán

reemplazados por otros que ocuparan sus lugares y señorearan a la mujer, el ser otreico, dentro

de un orden patriarcal cada vez más cambiante. Andújar y Galante, el comercio, abandonan el

cafetal para ubicarse en la costa, en la ciudad. Juan del Salto, el hacendado, termina yéndose a

reunirse con su hijo, Jacobo, recién graduado en Europa, en la modernidad. Simbólicamente, la

economía se desplaza del campo a la ciudad, tanto por los comerciantes como por el hacendado.

Desde la ciudad se administrará el campo, la hacienda, pasando a un segundo plano de

importancia económica la agricultura. Silvina, dentro del cambio de orientación económica, pero

no político, pues, la colonia se mantuvo, como el cuerpo poético de la mujer, dentro de la

dialéctica de su simbolismo muere como imagen del destino de la colonia dentro de un régimen

carente de libertad y de la identidad nacional. Pero también moría el régimen económico agrícola

y le dará paso al comercio, de forma prefigurada.

En el pasaje de la loca, se le trastoca la construcción de la identidad nacional al eros

nacional al ésta no poder germinar la simiente futura. El héroe, Jerónimo, en el rencuentro con la

loca, van juntos a buscar un lugar para la intimidad, nos declara que en seguida: “el sátiro salaz

de los griegos, la fuerza genésica primitiva habíase despertado en mi sangre… no fue porque me

faltaran deseos de hacerlo, sino por esas resistencias convencionales que tiene todo hombre

civilizado y consciente” (Diego, “Babia” 623-624). El héroe estaba atrapado en la indecisión del

decoro y la satisfacción erótica o las fuerzas genésicas. Prefirió las primeras y abdicó a las

segundas, abdicando al eros nacional con ello y haciéndose partícipe del fracaso debido a la

enfermedad del cuerpo poético, la patria colonizada, lo patológico como impedimento u

obstáculo hacia el objetivo de la identidad nacional. Esto se traduce en la falta de poderes de los

puertorriqueños para concretar una identidad soberana.

II. Clarita y el demonio de la sensualidad: el eros nacional en la nueva metrópoli

La complejidad del símbolo del eros nacional en esta novela es una de carácter binario. A

aparte de la loca, la actante Clarita Aviñó de Quesada4 también simboliza ese eros nacional:

“emigrada de Puerto Rico a Nueva York” (Diego, “Babia” 140). Desde su descripción por el

héroe, Jerónimo, Clarita pasa a ser, para éste, la perturbadora de su paz libidinal, el símil de la

sensualidad, el placer y la belleza criolla, su objetivo erótico:

tenía la tez acanelada, de criolla; una naricilla perspicaz, con suave respingo, que

llaman de griseta; el pelo castaño, undoso, … los senos, henchidos y firmes; las

caderas bien modeladas, rítmicas, bailadoras… la hembra ágil, sensual, elástica y

flexible en su desnudez como una puma… lo más que me enloquecía e inquietaba

4 Quesada alude al Quijote como se puede desprender de la descripción del marido más adelante.

de la patrona, eran sus ojos…grandes, gatunos, de un verde grisáceo indefinible,

que recordaba el de las aguas quietas y pútridas. (Diego, “Babia” 138)

Clarita está casada, pero separada de su marido: “Rafael Quesada… flaco desculado y

achacoso, que la llevaba alrededor de tres lustros… Habíase casado con él por mejorar de

situación y por creerlo un hombre capaz de satisfacer sus aspiraciones y hacerla feliz” (Diego,

“Babia” 140). Es la mulata criolla que encierra la doble otredad de las hijas e hijos de la patria,

la colonizada/subalterna y la patria en su carácter de mezcla racial, vuelve la evocación de Julia

de La cuarterona de Tapia y Rivera, pero dentro de la modernidad y reubicada en la ciudad de

Nueva York.

Al describir la sala de la casa de huéspedes el narrador omnisciente se focaliza en la

alfombra, como uno de los objetos a distinguir en ese habitáculo: “una alfombra delgada y

vistosa, de estas que se adquieren a plazos, cuyo motivo artístico principal quería consistir en el

Eros griego empulgando su arco versátil.” (Diego, “Babia” 142). La clave erógena de la

alfombra, la cual servirá de podio, de sostén a la relación que desarrollarán Jerónimo y Clarita,

ambos seres reubicados fuera de su lar patrio y en la metrópoli, atará la sinergia entre ambos al

símbolo del eros nacional que se encuentra en la problemática de su construcción y que no se ha

cuajado con un corpus identitario que logre agrupar, bajo una sola enseña representativa, la

puertorriqueñidad. De una parte el marido de Clarita, representa el viejo orden hegemónico

trasladado a la metrópoli, con el cual no había podido soliviantar el eros nacional, el cuerpo

poético de la mujer, la satisfacción erógena que necesita de su amado para llevar a cabo la

deseada concreción de la identidad nacional. Las fuerzas generativas del orden patriarcal,

simbolizado por el achacoso marido, que la trasladó a Nueva York, símbolo de la metrópoli,

estaban debilitadas por las exigencias, por la urgencia del cuerpo poético de la mujer: “toda su

debilidad orgánica provenía de un desgaste sexual abusivo” (Diego, “Babia” 140). Este marido

achacoso, representaba también la seguridad económica, a la cual Clarita renuncia

temporalmente, por la falta de ímpetu genital de su marido, la casi impotencia sexual se volvió

un estorbo para darle continuidad a la concreción de la identidad nacional. Esta cayó en crisis,

como se ha discutido, por los efectos de la invasión estadounidense a Puerto Rico en el

crepúsculo del siglo XIX y la aurora del siglo XX.

Si se contempla la aproximación del narrador omnisciente, Jerónimo, sobre la relación de

él con Clarita, se puede considerar que Nueva York es la instancia del viaje del héroe en la cual

se tienta a concretizar la identidad puertorriqueña. Jerónimo en este momento representa a los

puertorriqueños el cambio de siglo y todas las consecuencias políticas, económicas y fortuitas

que trajo la nueva época. En este suelo se localiza el cuerpo de la amada con el cual el héroe trata

de lograr la concretización de la identidad puertorriqueña y que al momento estaba en duda en su

suelo nativo, como se manifiesta en el ensayo de Pedreira, Insularismo, y que lo intenta en la

nueva metrópoli imperial. En esta ocasión se transita por la nueva ruta de la acuapista entre

Puerto Rico y Nueva York. Observamos que esto ocurre en La cuarterona de Tapia, en la cual el

autor empírico se manifiesta a través de los personajes cubanos en suelo de Cuba, por extensión

y amplificación en el Caribe, el arraigo para el desarrollo de la identidad, la cual resultó en la

muerte de Julia, símbolo del eros nacional, en esa obra. La búsqueda en el exterior del desarrollo

de la identidad por parte del héroe implica la carencia y ausencia de los elementos

imprescindibles para que converjan las condiciones idóneas en Puerto Rico y que emerja la tan

esperada personalidad puertorriqueña. No bastaban las circunstancias dinámicas que movilizaban

el quehacer borincano para el logro concreto de la identidad puertorriqueña. Fanon, en su estudio

desentraña el impacto de la colonización y el discrimen que ella conlleva sobre los colonizados:

“O dicho de otra manera, yo comienzo a sufrir el no ser un blanco en la medida en que el hombre

blanco me impone una discriminación, hace de mí un colonizado, me usurpa todo valor, toda

originalidad, me dice que parasito el mundo, que tengo que ponerme lo más rápidamente posible

al paso del mundo blanco” (80). La mentalidad devaluada del colonizado no le permite descubrir

en sí mismo el papel de protagonista autónomo en la historia ante el embate imperial de la

metrópoli que se obstina en empequeñecerlo, como un hijo ante la tutela de su padre cruel, y en

el caso de la relación de Puerto Rico con Estados Unidos, la tutela del padrastro de raro proceder

económico-cultural y de ajeno anglo hablar con el hijastro recién adquirido, pero no adoptado.

Pero este héroe dentro de la modernidad tiene varios gravámenes para culminar su

relación amorosa con Clarita. El eros nacional está amenazado a la insatisfacción por un héroe

que además tiene como alternativa sexual del placer la bisexualidad con una inclinación

preferencial latente en la diégesis hacia la orientación homoerótica, la sexualidad no

convencional como categoría social5, se presenta como un impedimento para la consecución de

la identidad nacional como se verá. Sebastián Guenard era un homosexual y a la vez es el

doppelgänger de Jerónimo, según se explicó anteriormente bajo el análisis de la aplicación de la

“teoría del doble” de Rank. Jerónimo y Guenard son dos caras de la misma moneda. Jerónimo, a

través de la diégesis y al respecto de Guenard, se constituyó: “abiertamente en su admirador

entusiasta, en su amigo y devoto incondicional” (Diego, “Babia” 397). Guenard era el “otro”

lado de Jerónimo, el lado que Jerónimo no deja ver, pero que aflora por medio de Guenard. Es

muy sugerente el que Jerónimo, luego de sostener su primera relación sexual con Clarita, la cual

fue a la fuerza, una violación, se sienta atribulado y temeroso a que ella pueda reclamarle por su

comportamiento. Ante la incertidumbre de la reacción de Clarita hacia él contemplará como

alternativa volver a hospedarse con Guenard. Pero tenía remordimiento por haber reñido con éste

5 Ver Foucault, Historia de la sexualidad vol. 1.

y preferir estar sexualmente con Clarita en vez de irse a compartir con su amigo: “Pero soy un

desgraciado. Me comporté la otra noche como un perfecto miserable con Guenard. Y todo por

Clarita, por la obsesión de su sexo” (Diego, “Babia” 327). Este conflicto interno muestra la

inestabilidad de su relación principalmente con Clarita. Guenard era su otro yo, lo consideraba su

amigo, hacía mucho tiempo que lo conocía, era la fase libertina de Jerónimo, su fuero interno, lo

que en realidad él quería ser, pero no se atrevía a manifestar públicamente. Clarita era el cuerpo

poético de la mujer, parte de la dialéctica de la identidad nacional. La pluriorientación sexual del

héroe es en sí un elemento que contribuye a diferenciarse de la visión de la puertorriqueñidad de

la Generación del 30, principalmente de la propuesta de Pedreira en su ensayo Insularismo.

Esta percepción de Clarita, como el cuerpo poético de la mujer, como parte de la

problemática de la identidad, se agranda y se complica al presentarse ella en la doble función de

carácter sentimental y de carácter económico, ya que ella primero y sobre todo era la casera de

Jerónimo, “la patrona”. El viso de relación económica existente entre Jerónimo y Clarita permite

que entre ellos se matice y se mimetice su trato por las consecuencias que acarrea la mezcla de

estos dos componentes disímiles en apariencia. Mientras él es su inquilino, ella le cobra por

ocupar un cuarto en su casa de huéspedes. Ella lo cuantifica y lo cosifica al mediar un contrato

de uso por el espacio alquilado para vivir él en el territorio o el inmueble de ella. Por lo tanto,

existe una relación comercial entre ambos previa a la relación sentimental que aflorará luego

entre las partes. Pero esta relación es transgredida por ambos al él buscar la manera de tener trato

carnal con ella y lograrlo al ella acceder. Esta “conquista” de parte de Jerónimo debe ser

cuidadosamente observada con el microscopio de la suspicacia. Su proceder ante ella es el del

asaltante sexual, del violador:

la agarroté por el cuello con un brazo y le estampé un beso mayúsculo”, luego, al

momento de mayor violencia, Clarita: “Trató de escapar; pero yo le cerré la huída.

Al mismo tiempo la di un brusco empellón contra el diván, perdió el equilibrio y

cayó, me le eché encima, y cuando exploraba con mano trémula sus dulces

intimidades, gruñí como un animal… (Diego, “Babia” 316, 319)

Después ella terminó aceptando su acercamiento, al principio no deseado: “aunque sin

hablar, hermética, indescifrable, terrible, Clarita se dejaba hacer, yacía sin resistencia, entregada

totalmente” (Diego, “Babia” 319). Él la cosifica como objeto del deseo al igual que ella lo

cosifica a él como objeto de la adquisición de capital por medio del pago de la renta. Ambos

asumen su papel de consumidores y mercancía simultáneamente, pero no se puede olvidar que

ambos son colonizados/subalternos. Esta violencia que emerge del trato de ambos, determinada

por la condición política/económica, repercute en la inestabilidad identitaria que ellos dos

prefiguran como seres sometidos por la metrópoli a las circunstancias de sumisión. Mientras, la

relación comercial le concede el medio de sustento económico para ella y un techo para él, sin

liberarles del carácter opresivo que implica toda relación económica inescapablemente. Esta

situación se agrava en la novela ya para las postrimerías de la relación consensual entre Jerónimo

y Clarita, cerca del momento de la ruptura de ésta con él. Al ella no acceder a que Jerónimo la

vuelva a visitar su apartamento, por haber vuelto ella con su esposo, como se indica más

adelante, el héroe recurre a la violencia física y verbal degradándola a ella: “—y le afloje,

frenético, un sopapo en el rostro—. ¡Puta!... ¡Puta indecente!... ¡eso eres tú!” (Diego, “Babia”

463). La agravia y veja designándola con el nombre vulgar de la prostituta. La acusa de

engañarlo con otro, pero al usar hacia ella el epíteto de la ramera la cosifica atribuyéndole

mercantilizar su cuerpo y volverse un objeto comercial. Según Enda Duffy, en el Ulysses (1922)

de James Joyce, clásico de la literatura modernista, que en Iberoamérica llamamos vanguardista,

la mercantilización del trato carnal de los seres humanos, se asocia como seña de identidad tanto

en los hombres como en las mujeres, muy en especial ellas son vistas: “first as consumers and

then as bodies—as commodities themselves” (150), al igual que en esta novela6. En ese sentido

Peter Bürger dice: “Si la obra dice la verdad sobre la sociedad se encuentra con la oposición de

ésta, que vive sometida a la cosificación. Y en una sociedad en la cual todas las relaciones entre

los hombres están radicalmente cosificadas, este principio también vale para la relación con las

obras de arte” (44). Esta cosificación del ser humano es un indicador muy importante para el

principio del siglo XX de la manifestación hegemónica de las naciones imperialistas, como

Estado Unidos y la Gran Bretaña, en las cuales el capitalismo amplió su desarrollo y su radio de

acción como perfil de su política económica interna y allende los mares. En la literatura, muy en

especial la novela de ese momento, una de las maneras que se dejará sentir este malestar, de

manera inclusiva aunque no exclusiva, será por medio de la representación simbólica en la

cosificación de los actantes dentro de diferentes obras.

No se puede pasar por alto que desde un comienzo la relación entre Jerónimo y Clarita se

prefiguraba con un decir de fracaso. Al atender el perfil descriptivo que hace Jerónimo de

Clarita, lo más que le atrae de ella son sus ojos, el espejo del alma, la lámpara del cuerpo, los

encuentra hermosos y los describe de color verde, del de las aguas pútridas. Clarita tiene en sus

ojos la descomposición, la muerte, aunque bella, Eros y Thanatos. Desde el comienzo de esta

relación, el eros nacional está signado a perderse en el rechazo, el héroe comienza sumándole un

defecto y este es reforzado por sus actitudes, su preferencia a estar con Guenard en vez de estar

con Clarita, los impedimentos que él mismo se edifica y los incidentes en los que se involucra en

6 De Diego Padró admite incluir en sus lecturas las obras de James Joyce, ver Soto 97. Fernández Droz y La Torre

Lagares señalan el diálogo que mantiene En Babia con el Ulysses de Joyce.

la metrópoli dentro de la modernidad. Por eso es significativo que al consumarse por primera vez

el acto sexual entre Jerónimo y Clarita, él declare que: “y de pronto, corrió abundantemente la

polución, pero para una siembra infecunda…” (Diego, “Babia” 320). El móvil generativo no

produjo ni iba a producir la identidad esperada, al contrario se prefigura un cambio que la

modernidad, como se puede perfilar en la relación Jerónimo/Clarita y Jerónimo/Guenard,

presentaba como una posible alternativa de construcción de nuevo paradigma identitario y una

opción diferente a la propuesta de identidad de la Generación del 30.

Jerónimo se había quedado sin trabajo y Clarita lo ayudaba y lo privilegiaba en la casa

de huéspedes: “¿Qué más podía yo desear, después de quedar cesante y sin un céntimo en los

bolsillos? Clarita… me daba casa y comida gratis; a más de esto, me hacía valiosos regalos; me

facilitaba dinero… Yo había pasado a ser, en suma, con todas las atribuciones pertinentes, el amo

y señor de la casa” (Diego, “Babia” 430). Todo iba bien en su relación consensual cuando le

ocurre a Jerónimo un accidente. Guenard le proporciona a Jerónimo un bastonazo que en la

cabeza: “De improviso (¡todavía me causa horror el contarlo!), más que ver, sentí que el

compañero se echó un poco hacía atrás, enarboló el bastón en la forma que lo tenía agarrado, y

me descargó con él un tremendo golpe en el cráneo” (Diego, “Babia” 442). De ahí en adelante su

relación con Clarita se transforma y se empieza a deteriorar. La metáfora de la enfermedad, el

trauma provocado por el bastonazo recurre como el agente catalítico que provoca que el cuerpo

poético de la mujer se aleje del héroe. Por eso Jerónimo, al notar que Clarita empieza a alejarse

de él confiesa: “Me afectó mucho la defección suya, que consideré como una hábil treta para

desembarazarse de mí, precisamente en los momentos en que más necesitaba yo de su ayuda”

(Diego, “Babia” 446).

Según avanza la diégesis la situación se torna muy adversa, se complica, tanto ella como

él se desarrollan como seres enfermos. Clarita, en el último encuentro con Jerónimo, el cual está

lleno de violencia, confiesa que está enferma psico-sexualmente: “—Sí; una enferma, es verdad

–exhaló ella entre sollozos–. El médico me lo ha dicho…” (Diego, “Babia” 464). El cuerpo

poético de la mujer cae una vez más en la enfermedad. Esto es indicio de la imposibilidad de

concreción de la identidad nacional. De su parte, el héroe, Jerónimo sufre, carga con un trauma

físico en la cabeza que lo envió al hospital (Diego, “Babia” 442). De ese momento en adelante el

proyecto cae en un detente y en una metamorfosis. Este trauma físico coincide con el estado

laboral y económico de Jerónimo, hacía poco que estaba desempleado y Clarita había empezado

a mantenerlo. Esto se revierte, por la visión patriarcal de la relación entre los adultos de sexos

opuestos, el hombre es el proveedor y no la mujer. Es el héroe el llamado a desarrollar la

economía de la casa, el símbolo de la identidad construyéndose y se encuentra impedido de

hacerlo por su indiferencia y renuencia hacia el trabajo. En varias ocasiones en la diégesis

Jerónimo, al igual que Guenard, se pronuncian en contra de la rutina laboral impuesta dentro del

orden económico de Nueva York, símbolo de la metrópoli: “A cada paso repetía las palabras que

le oí una vez a Guenard: “¡Qué triste es tener que trabajar!” ¿Triste? ¡Tristísimo!...” (Diego,

“Babia” 329). Aquí el trabajo se observa como una aversión, de corte romántico, al orden

burgués: “la celebración de lo inútil, del “arte por el arte”, el culto decadente de la actividad

improductiva” (Bernabe 93). El orden laboral es visto contrario a la felicidad desde la

perspectiva de Jerónimo, pero de parte de Clarita, el eros nacional, el sustento económico de la

amada es indicio de compromiso y entrega. Luego de él llamarla “puta”, denunciando la

cosificación y mercantilización de su relación con ella y viceversa, como anteriormente se

explicó, ella le reclama a él que no ha asumido su papel dentro del orden social/sentimental que

opera e impera en las relaciones hombre/mujer dentro del patriarcado y en especial en la

metrópoli. En esa escena dialogada (Genette, “Figuras” 151), Clarita, el eros nacional, le reclama

a Jerónimo:

¿qué he conseguido yo de ti? Algunas caricias babosas…y después insultos,

puntapiés, bofetadas. Yo, en cambio, he hecho sacrificios por ti; he arriesgado mi

reputación; te he dado de comer por bastante tiempo; he sostenido tus vicios, te he

proporcionado toda clase de atenciones en mi casa; te he dado y te sigo dando mi

cuerpo… ¡y todo sin tener que rascarte el bolsillo para nada!... ¿Puedes

mantenerme acaso… !tú! que no tienes en qué caerte muerto?... esa era mi

esperanza cuando empezó ¡je, je! nuestro idilio. Soñaba encontrar en ti a un

hombre distinto, que velara por mí, que me comprendiera, que me alivianara la

carga de vivir. (Diego, “Babia” 463)

La relación “idílica” se desplomaba ante la actitud del héroe, Jerónimo. El carácter

económico y de mercancía de la misma, y extensible a los cuerpos, denota la huella del modus

operandi del sistema de la metrópoli y la imposición patriarcal del mismo, en los seres humanos,

los subalternos, y en este caso específico, colonizados, que sobreviven dentro de él. Todo esto

repercute erosionando la concreción de la identidad nacional.

Luego de un último encuentro sexual, Clarita decide no volver a ver a Jerónimo, acepta

regresar con su marido. Sobre esta situación, en la diégesis se inserta el relato metadiegético con

función explicativa (Genette, “Figuras” 284, 287; López Figueroa 410-411) de una carta que ella

le escribe a Jerónimo. Es una carta de rompimiento entre ellos dos en la cual ella le indica a

Jerónimo: “Debiste pensar que nuestra situación era muy indeterminada (y subrayó la

palabra)… te pido de favor que dés por terminado nuestro asunto para siempre…” (Diego,

“Babia” 467). El que Clarita subrayara que la situación de ellos dos fuera “indeterminada”

acusa que la identidad de la pareja como una unidad, de la amada poética y el héroe, no se

concretara y se mantuviera en la incertidumbre.

El resultado sería el colonizado que no ve la concreción de la identidad patria de

población criolla desplazada y se suma a la muchedumbre hispana, caribeña y puertorriqueña que

se trasladará a la metrópoli, a las filas de la población dentro del orden económico-político

establecido a partir del emergente siglo XX. La sobrevivencia por medio de ese orden será el

norte de su quehacer, a la vez que un proceso de metamorfosis identitario lo transformará en un

ser con identidad híbrida promovida por esas mismas fuerzas económico-políticas del imperio y

respaldado por las estructuras que obran desde y por la ideología. Jerónimo y Clarita

personifican las células madres de este nuevo rumbo no sólo de la puertorriqueñidad, sino de los

caribeños, de los hispanos. Jerónimo pasó de un “hispano nada” a un “subalterno algo”. El

conflicto la identidad nacional, como colonizado, que se arrastraba en la literatura puertorriqueña

desde el siglo XIX y que ha penetrado en el siglo XX se transformó, los puertorriqueños que

emigraron buscaban sobrevivir, igual que los integrantes de la Generación del 30 pero en la

metrópoli. La diferencia entre lo que se proyectaba en Puerto Rico y el encontronazo con lo que

había en la metrópoli es manifestado por Matías Laureano, hispano residente en Nueva York, en

la escena (Genette, “Figuras” 151), cuando le declara a Jerónimo, al este último informarle que

vuelve a su país: “—¿Y qué diablos vas a hacer allá en medio de aquella piara de imbéciles?”

(Diego, “Babia” 509). El clasificar de “imbéciles”7 a los residentes de Caoyara/Puerto Rico, se

vale de un término médico que popularmente servía y sirve de insulto, que también estaba en uso

en esa época para describir cierto grado de retardación mental. Los compatriotas residentes en el

país de Jerónimo no son clasificados como normales, son enfermos cuya condición se manifiesta

7 Ver Taber definición de “imbecile”.

en la indefinición identitaria que se simboliza con la enfermedad, la enfermedad de ser un

colonizado como previamente se señaló citando a Juan Gelpí. Ser colonizado simboliza el estar

enfermo, no es algo normal y se le asocia con la incapacidad mental para razonar

adecuadamente. Hay una situación política en Puerto Rico que provoca parte del carácter

dialéctico de ser subalterno/colonizado bajo la hegemonía imperial estadounidense.

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