la hora de la dependencia mutua

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Noticias de ADN Cultura: anterior | siguiente FOTO Pintada en Sevilla (2002). Según Bauman, oponerse a la globalización es inútil y estéril Foto: Reuters Pensamiento / Adelanto La hora de la dependencia mutua Mundo-consumo , que Paidós distribuirá en abril, ofrece una reflexión sobre el lugar de la ética en las sociedades actuales Sábado 13 de marzo de 2010 | Publicado en edición impresa Por Zygmunt Bauman Con independencia de cualquier otro significado que pueda tener el término, "globalización" significa aquí que todos somos mutuamente dependientes. [...]. Ésta es la situación en la que, lo sepamos o no, construimos nuestra historia compartida en la actualidad. Aunque gran parte de ese hilo histórico que vamos desenmarañando [...] depende de las elecciones humanas, las que no están sujetas a elección son las condiciones en las que se efectúan tales elecciones. Tras haber desmantelado la mayoría de los límites espacio-temporales que confinaban el potencial de nuestras acciones al territorio que podíamos inspeccionar, vigilar y controlar, ni nosotros ni quienes sufren las consecuencias de nuestras acciones podemos ya resguardarnos de la red global de dependencia mutua actualmente existente. No se puede hacer nada para detener la globalización (y menos aún para invertir su sentido). Se puede estar "a favor" o "en contra" de la nueva interdependencia a escala planetaria, pero el efecto de ese posicionamiento será parecido al de apoyar o deplorar el próximo eclipse de sol o de luna previsto. Sin embargo, es mucho lo que depende de que consintamos o nos resistamos frente a la desigual forma que ha adoptado hasta el momento la globalización del sufrimiento humano. Hace medio siglo, Karl Jaspers podía aún separar nítidamente la "culpa moral" (el remordimiento que sentimos cuando ocasionamos un daño a otros seres humanos, ya sea por algo que hemos hecho o por algo que hemos dejado de hacer) de la "culpa metafísica" (la culpabilidad que sentimos cuando un ser humano sufre un daño, aunque no haya sido debido en absoluto a una acción nuestra). Con el avance de la globalización, esta distinción ha sido despojada de su anterior sentido. Las palabras de John Donne ("Nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti") representan la auténtica solidaridad de nuestro destino ; lo que sucede, sin embargo, es que la solidaridad de nuestros sentimientos (por no hablar de nuestras acciones) dista aún mucho de estar a la altura de esa nueva solidaridad de nuestro destino. Dentro de la densa red mundial de interdependencia global, no podemos estar seguros de nuestra inocencia moral cuando otros seres humanos sufren humillación, sufrimiento o dolor. No podemos afirmar, sin más, que no lo sabemos, ni podemos estar convencidos de que cambiando algo en nuestra conducta no pudiéramos evitar o, cuando menos, aliviar la suerte de quienes sufren. T al vez seamos impotentes a nivel La hora de la dependencia mutua - lanacion.com http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota id=1241365 13/03/10 11:24 1 of 4

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Pensamiento / Adelanto

La hora de la dependencia mutua

Mundo-consumo , que Paidós distribuirá en abril, ofrece una reflexión sobre el lugar de la ética en

las sociedades actuales

Sábado 13 de marzo de 2010 | Publicado en edición impresa

Por Zygmunt Bauman

Con independencia de cualquier otro significado que

pueda tener el término, "globalización" significa aquí

que todos somos mutuamente dependientes. [...].

Ésta es la situación en la que, lo sepamos o no,construimos nuestra historia compartida en la

actualidad. Aunque gran parte de ese hilo histórico

que vamos desenmarañando [...] depende de las

elecciones humanas las que no están sujetas a

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individual, pero capaces de hacer algo si actuamos juntos: a fin de cuentas, la "unión" la hacen (y está

hecha de) los propios individuos. El problema estriba en que -como bien se quejaba otro gran filósofo del

siglo XX, Hans Jonas-, aunque el espacio y el tiempo ya no limitan los efectos de nuestras acciones,

nuestra imaginación moral no ha progresado mucho más allá del nivel que alcanzara en tiempos de Adán yEva. Las responsabilidades que estamos dispuestos a asumir no van tan lejos como la influencia que

nuestro comportamiento cotidiano ejerce sobre las vidas de personas cada vez más distantes de nosotros.

El proceso de globalización ha producido hasta el momento una red de interdependencia que penetra hasta

en el último rincón del globo, pero poco más. Sería exageradamente prematuro hablar siquiera de una

sociedad o de una cultura globales, por no mencionar un sistema político o jurídico global. ¿Puede preverse

el surgimiento de un sistema social global al final (aún lejano) del proceso de globalización? Si existe, ese

sistema no se asemeja aún a los sistemas sociales que hemos aprendido a considerar como normales.

Nosotros concebíamos los sistemas sociales como unas totalidades que coordinaban y ajustaban (o

adaptaban) todos los aspectos de la existencia humana (en especial, los mecanismos económicos, el poder 

político y las pautas culturales). En la actualidad, sin embargo, elementos que antes estaban coordinados

en un mismo nivel y dentro de una misma totalidad han sido separados y situados en niveles radicalmente

dispares. El alcance planetario del capital, las finanzas y el comercio -las fuerzas que deciden la amplitud de

opciones y la efectividad de las que dispone la acción humana, o lo que es lo mismo, el modo en que viven

las personas y los límites de sus sueños y de sus esperanzas- no se ha visto correspondido a similar escalapor los recursos que la humanidad ha desarrollado para controlar esas fuerzas que controlan las vidas

humanas.

Lo más importante de todo es que tampoco hay un control a una escala global que sea equiparable a la

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vuelto a rehuir su confinamiento hogareño, sólo que esta vez, el hogar abandonado es el "hogar imaginado"

moderno, circunscrito a (y protegido por) los poderes económicos, militares y culturales de los Estados-

nación, coronados por la soberanía política. Una vez más, los negocios han adquirido un "territorio

extraterritorial", un espacio propio donde pueden deambular a sus anchas, barriendo de un plumazo losobstáculos menores erigidos por unos débiles poderes locales y esquivando aquellos construidos por los

poderes fuertes. Pueden perseguir sus propios fines e ignorar o soslayar todos los demás, tachándolos de

irrelevantes desde el punto de vista económico y, por consiguiente, de ilegítimos. Y, de nuevo, observamos

hoy unos efectos sociales similares a los que tanta indignación moral causaron en la época de la primera

secesión, sólo que ahora (como la propia segunda secesión) son de una escala inmensamente mayor, de

alcance global.

Hace más de un siglo y medio, en pleno auge de la primera secesión, Karl Marx acusó de "utopismo" (un

error, a su juicio) a los defensores de una sociedad más equitativa y justa que esperaban conseguir su

propósito frenando en seco el avance del capitalismo y regresando al punto de partida, al mundo

premoderno de los clanes y los talleres familiares. Marx insistía en que no había vuelta atrás y, al menos en

este punto, la historia le dio la razón. Para tener alguna posibilidad de arraigar en la realidad social, toda

forma de justicia y equidad debe hoy (como entonces) partir de allí hasta donde las transformaciones

irreversibles han llevado ya a la condición humana. Eso es algo que deberíamos recordar cuando

contemplemos las opciones endémicas a la segunda secesión.

Retirarse de la globalización de la dependencia humana, del alcance global de la tecnología y las

actividades económicas humanas, ha dejado de ser, con toda seguridad, una opción viable. De nada

servirán las "defensas numantinas" ni el "repliegue hacia los poblados tribales (o nacionales o comunitarios

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ensayo y error político. A fin de cuentas, muy pocos pensadores (por no decir ninguno) pudieron pr

pleno desarrollo de la primera secesión, la forma que acabaría adoptando el mecanismo de repara

daños. De lo que sí estaban seguros era de que el imperativo fundamental de su época consistía e

algún mecanismo de esa clase. Todos estamos en deuda con ellos por haberlo entendido así.

Faltos de los recursos y las instituciones que se necesitan para ese esfuerzo colectivo, nos sentimo

frustrados ante la pregunta: "¿quién será capaz de hacerlo?" (aunque acertemos a suponer qué es

hay que hacer). Pero aquí estamos y no hay ningún otro lugar disponible en este momento. Hic Rh

como decían los antiguos: hic salta ["Aquí está Rodas, baila aquí"].

Nadie podría reclamar para sí el honor de haber constatado mejor los dilemas a los que nos enfren

la hora de subir esos escalones, que el gran Italo Calvino en su Las ciudades invisibles , cuando p

boca de Marco Polo las palabras siguientes: "El infierno de los vivos no es algo que será: si tal coses lo que ya está aquí, es el infierno en el que vivimos a diario y que formamos estando juntos. Ha

modos de escapar a ese sufrimiento. El primero es fácil para muchos: aceptar el infierno y converti

tal punto en parte del mismo que ya no se sea capaz de verlo. El segundo es arriesgado y exige vi

aprensión constantes: buscar y aprender a reconocer, en pleno infierno, quiénes y qué no son tal in

para luego hacer que perduren, para darles espacio".

Supongo que ni Levinas ni Løgstrup rehusarían añadir sus firmas a tal consejo.

[Traducción: Albino Santos Mosquera]