la honestidad

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La honestidad Es aquella cualidad humana por la que la persona se determina a elegir actuar siempre con base en la verdad y en la auténtica justicia (dando a cada quien lo que le corresponde, incluida ella misma). Ser honesto es ser real, acorde con la evidencia que presenta el mundo y sus diversos fenómenos y elementos; es ser genuino, auténtico, objetivo . La honestidad expresa respeto por uno mismo y por los demás, que, como nosotros, "son como son" y no existe razón alguna para esconderlo. Esta actitud siembra confianza en uno mismo y en aquellos quienes están en contacto con la persona honesta. La honestidad no consiste sólo en franqueza (capacidad de decir la verdad) sino en asumir que la verdad es sólo una y que no depende de personas o consensos sino de lo que el mundo real nos presenta como innegable e imprescindible de reconocer. Lo que no es la honestidad: - No es la simple honradez que lleva a la persona a respetar la distribución de los bienes materiales . La honradez es sólo una consecuencia particular de ser honestos y justos. - No es el mero reconocimiento de las emociones "así me siento" o "es lo que verdaderamente siento". Ser honesto, además implica el análisis de qué tan reales (verdaderos) son nuestros sentimientos y decidirnos a ordenarlos buscando el bien de los demás y el propio. - No es la desordenada apertura de la propia intimidad en aras de "no esconder quien realmente somos", implicará la verdadera sinceridad, con las personas adecuadas y en los momentos correctos.

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La honestidad

Es aquella cualidad humana por la que la persona se determina a elegir actuar siempre con base en la verdad y en la auténtica justicia (dando a cada quien lo que le corresponde, incluida ella misma).

Ser honesto es ser real, acorde con la evidencia que presenta el mundo y sus diversos fenómenos y elementos; es ser genuino, auténtico, objetivo. La honestidad expresa respeto por uno mismo y por los demás, que, como nosotros, "son como son" y no existe razón alguna para esconderlo. Esta actitud siembra confianza en uno mismo y en aquellos quienes están en contacto con la persona honesta.

La honestidad no consiste sólo en franqueza (capacidad de decir la verdad) sino en asumir que la verdad es sólo una y que no depende de personas o consensos sino de lo que el mundo real nos presenta como innegable e imprescindible de reconocer.

Lo que no es la honestidad:

- No es la simple honradez que lleva a la persona a respetar la distribución de los bienes materiales. La honradez es sólo una consecuencia particular de ser honestos y justos.

- No es el mero reconocimiento de las emociones "así me siento" o "es lo que verdaderamente siento". Ser honesto, además implica el análisis de qué tan reales (verdaderos) son nuestros sentimientos y decidirnos a ordenarlos buscando el bien de los demás y el propio.

- No es la desordenada apertura de la propia intimidad en aras de "no esconder quien realmente somos", implicará la verdadera sinceridad, con las personas adecuadas y en los momentos correctos.

- No es la actitud cínica e impúdica por la que se habla de cualquier cosa con cualquiera… la franqueza tiene como prioridad el reconocimiento de la verdad y no el desorden.

Hay que tomar la honestidad en serio, estar conscientes de cómo nos afecta cualquier falta de honestidad por pequeña que sea… Hay que reconocer que es una condición fundamental para las relaciones humanas, para la amistad y la auténtica vida comunitaria. Ser deshonesto es ser falso, injusto, impostado, ficticio. La deshonestidad no respeta a la persona en sí misma y busca la sombra, el encubrimiento: es una disposición a vivir en la oscuridad. La honestidad, en cambio, tiñe la vida de confianza, sinceridad y apertura, y expresa la disposición de vivir a la luz, la luz de la verdad.

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La honestidad es una cualidad humana consistente en comportarse y expresarse con coherencia y sinceridad, y de acuerdo con los valores de verdad y justicia. En su sentido más evidente, la honestidad puede entenderse como el simple respeto a la verdad en relación con el mundo, los hechos y las personas; en otros sentidos, la honestidad también implica la relación entre el sujeto y los demás, y del sujeto consigo mismo.

El concepto occidental de "Honestidad"

La cualidad de la honestidad es aplicable a todos los comportamientos humanos. No se puede, por ejemplo, decidir obviar información útil respecto a determinada decisión, y sin embargo defender que dicha decisión ha sido tomada con honestidad. Basar las propias decisiones en los deseos y no en la información reunida con respecto al mundo puede ser considerado deshonesto, incluso cuando se realiza con buenas intenciones. La honestidad requiere por lo tanto un acercamiento a la verdad no mediatizado por los propios deseos.

Dado que las intenciones se relacionan estrechamente con la justicia y se relacionan con los conceptos de "honestidad" y "deshonestidad", existe una confusión muy extendida acerca del verdadero sentido del término. Así, no siempre somos conscientes del grado de honestidad o deshonestidad de nuestros actos: el auto-engaño hace que perdamos la perspectiva con respecto a la honestidad de los propios actos, obviando todas aquellas visiones que pudieran alterar nuestra decisión.

En la filosofía occidental, Sócrates fue quien dedicó mayor esfuerzo al análisis del significado de la honestidad. Posteriormente, dicho concepto quedó incluido en la búsqueda de principios éticos generales que justificasen el comportamiento moral, como el Imperativo categórico de Kant o la teoría del consenso de Jürgen Habermas.

La honestidad según Confucio

Confucio distinguía diversos niveles de honestidad, un concepto fundamental en su ética:

En su nivel más superficial, la honestidad está implícita en su concepto de Li: todas aquellas acciones realizadas por una persona con objeto de construir la sociedad ideal, y destinadas a cumplir sus deseos, ya sea a corto plazo (mal) o a largo plazo (bien). Admitir que se busca la gratificación inmediata, con todo, puede contribuir a transformar un acto malo en uno bueno, del mismo modo que ocultar las intenciones a largo plazo puede empeorar una buena acción. Un principio fundamental en esta teoría es la de que una buena persona debe mostrar sus sentimientos sinceramente en su rostro, de forma que facilite la coordinación de todos en la consecución de mejoras a largo plazo. Esta sinceridad, que abarca incluso a la propia expresión facial, ayuda a lograr la honestidad con uno mismo, y a que las actividades humanas resulten más

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predecibles, amigables y placenteras. En esta primera versión, la honestidad se logra buscando únicamente el propio beneficio.

En un nivel mas profundo que el Li se encuentra el Yi, o la bondad. En este nivel no se persigue ya el propio interés, sino el principio moral de la justicia, basado en la reciprocidad. También aquí es importante el aspecto temporal de las acciones, pero en este caso como lapso de tiempo. Así, por ejemplo, dado que los padres dedican los tres primeros años de vida de sus hijos sólo a cuidarlos, los hijos deben guardar luto los tres primeros años tras la muerte de los padres. En este nivel uno es honesto acerca de sus propias obligaciones y deberes, incluso cuando no hay nadie que los juzgue o que se vea inmediatamente afectado. Esta parte del código moral se relaciona con el culto a los antepasados, que Confucio hizo normativo.

El nivel más profundo de honestidad es el Ren, desde el cual surgen el Yi y por tanto también el Li. La moral de Confucio se basa en la empatía y la comprensión de los demás, lo que requiere una autocomprensión previa, de la que nacen las normas morales, más que de un código ético previo, otorgado por alguna divinidad. La versión confucionista del Imperativo categórico consistía en tratar a los inferiores como te gustaría que tus superiores te tratasen a ti. La virtud se basa en la armonía con los demás, y en la aceptación de que en algún momento de nuestras vidas todos estamos a merced de otras personas. La honestidad consiste por lo tanto en ponerse en el lugar hipotético de la propia vida futura, y la de las generaciones pasadas y venideras, y elegir no hacer o decir nada que pueda mancillar el honor o la reputación de la familia.

En parte debido a una comprensión incompleta de estas nociones más profundas de honestidad en Occidente, es común en determinadas culturas de Asia denominar "bárbaros" a aquellos que no las conocen y las cumplen. Pese a que en ocasiones ciertas culturas asiáticas implican unos niveles de ambigüedad y paciencia casi intolerables para un occidental, esto se debe a un intento de salvaguardar la honestidad por encima de todo: desde su punto de vista, dar una respuesta positiva o negativa a una pregunta sobre la cual no se dispone de suficiente información sería tan deshonesto como mentir. Así pues, forzar al interlocutor a comprometerse con una respuesta sobre la que honestamente tiene dudas, es un comportamiento considerado poco cortés en la tradición asiática.

Honestidad es la conciencia clara “ante mí y ante los demás”. Honestidad es el reconocimiento de lo que está bien y es apropiado para nuestro propio papel, conducta y relaciones. Con honestidad, no hay hipocresía ni artificialidad que

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creen confusión y desconfianza en las mentes y en las vidas de los demás. La honestidad conduce a una vida de integridad, porque nuestro interior y exterior son reflejo el uno del otro.

Honestidad es hablar de lo que se piensa y hacer lo que se ha dicho. No hay contradicciones ni discrepancias entre los pensamientos, palabras o acciones. Esta integración proporciona claridad y ejemplo a los demás. Ser interiormente de una forma y exteriormente de otra, crea barreras y puede causar daño, porque nunca podremos estar cerca de los demás ni los demás querrán estar cerca nuestro. Algunos piensan: “Soy honesto, pero nadie me comprende”. Esto no es ser honesto. La honestidad es tan claramente perceptible como un diamante sin defectos que nunca puede permanecer escondido. Su valor es visible en cada acción que realizamos.

Ensombrecer asuntos.

Se necesita examinar la honestidad interna para fortalecerse y desarrollar sabiduría y estabilidad. La firmeza interna positiva crea un oasis de recursos espirituales para asegurarse y proporciona la confianza para permanecer estable en la propia autoestima. Eso es asertividad. Si internamente hay apego hacia una persona, objeto o idea, este apego crea obstáculos a la realidad y a la objetividad y las acciones no se realizan en base al interés global. El estado interno no debería estar influenciado por la negatividad de la propia naturaleza, sentimientos o peculiaridades personales. Las motivaciones egocéntricas, los propósitos ocultos y los sentimientos y hábitos negativos son manchas en el espejo de la vida. La honestidad actúa como un quitamanchas.

Para el crecimiento del propio ser debe haber limpieza y claridad en el esfuerzo y verdad en el corazón. Limpieza significa explorar y cambiar la conciencia y la actividad que manchan al propio ser y suscitan dudas en los demás. Debería haber honestidad en el corazón y también honestidad en la cabeza. De lo contrario habrá autoengaño o la tendencia de engañar a los demás, oscureciendo los asuntos con excusas interminables y explicaciones confusas. Cuando el espejo del propio ser está limpio, los sentimientos, la naturaleza, las motivaciones y los propósitos son claramente visibles, y la persona se hace digna de confianza. Se dice que “el barco de la verdad puede tambalearse, pero nunca se hundirá”. Aun con honestidad, el barco a veces se sacude, pero el ser digno de confianza garantiza que el barco nunca se hundirá. El valor de la verdad le hace a uno digno de confianza.

Ser digno de confianza y confiar en los demás proporcionan la base y la conexión necesarias para que las relaciones sean nítidas. También es necesario compartir con honestidad los sentimientos y las motivaciones de cada uno. Cuando hay honestidad y limpieza, también hay cercanía. Sin estos principios, ni los individuos ni la sociedad pueden funcionar

Aplicación y experimentación

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La aplicación personal de esta ética y de estos principios implica experimentar, ver qué es lo que funciona mejor, qué es lo que es útil y significativo. Se trata de un proceso continuo de experimentación y aprendizaje. El progreso se produce siendo honesto en la práctica de manera tan completa y sincera como sea posible en todo momento. Cuando se obtiene la experiencia del éxito, el compromiso con la honestidad e integridad se refuerza. Una tarea realizada a la fuerza o por obligación, o con una actitud descuidada o egoísta, no refleja motivaciones puras. Ser honesto con el propio ser, verdadero y fiel con el propósito de una tarea gana la confianza de los demás e inspira fe en ellos. Para mantener el progreso se requiere pureza en las motivaciones y consistencia en el esfuerzo.

Una persona honesta es aquella que aspira a observar los códigos de conducta más elevados, que es leal a los principios benevolentes y universales de la vida y cuyas decisiones se basan en discernir claramente entre lo que es correcto y lo que es erróneo. Tales personas se rigen por normas que dan guía y valor para comprender y respetar las conexiones sutiles del mundo en relación con su propia vida. Una persona honesta aprecia la interconexión del mundo natural y no malgasta, abusa ni desperdicia las riquezas de los recursos destinados al bienestar de la humanidad. Una persona honesta no da por supuesto el derecho a disponer de los propios recursos, como la mente, cuerpo, riqueza, tiempo, talento o conocimientos. Honestidad significa no hacer nunca un mal uso de lo que se nos confía. Siempre debe haber interés en usar los recursos de manera adecuada para las necesidades básicas humanas, morales y espirituales. Los recursos bien utilizados crean bienestar y se multiplican. La persona que está seriamente comprometida con el desarrollo y con el progreso mantiene la honestidad como un principio constante en la construcción de un mundo de paz, de abundancia, un mundo con menos desperdicios y mayor esplendor.

HONESTIDAD

Definición

Es armonizar las palabras con los hechos, es tener identidad y coherencia para estar orgulloso de sí mismo.

“La persona honesta es grata y estimada, es hermosa en su carácter y quien es honesto es bondadoso, amable, correcto, admite que está equivocado, cuando lo está; sus sentimientos son transparentes, su buena autoestima la motiva a ser mejor, no aparenta lo que no es, lo que proyecta a los demás es real”. La honestidad es una forma de vivir congruente entre lo que se piensa y lo que se hace, conducta que se observa hacia los demás y se exige a cada quien lo que es debido.

Para ser honesto es importante ser sincero con uno mismo, fiel a la promesa hecha con las personas con quienes convivimos o tratamos. Ser honesto es tener un comportamiento adecuado, correcto, justo y desinteresado.

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Si podemos hacer un listado de las cualidades que nos gustaría ver o mejor aún poseer, seguramente diremos que la honestidad garantiza confianza, seguridad, responsabilidad, confidencia, lealtad y en una palabra, integridad.

Si eres honesto tendrás el reconocimiento de los demás, porque el interior y el exterior son el reflejo el uno del otro. No existen contradicciones entre los pensamientos, palabras o acciones. Ésta integración te proporciona claridad y ejemplo a los demás; ser interiormente de una forma y exteriormente de otra, ocasiona daño conflictos, porque no se puede estar cerca de los demás ni los demás querrán estar cerca de una persona que no es confiable o digna de confianza. El valor de la honestidad es visible en cada acción que se realiza. Cuando existe honestidad y limpieza en lo que se hace, hay cercanía y cariño; sin estos principios la sociedad no puede funcionar, esto significa nunca hacer un mal uso de lo que se nos confía, por ejemplo, usar los recursos de manera adecuada para las necesidades básicas, pues los recursos bien utilizados crean bienestar y se multiplican.

La persona comprometida con el desarrollo y el progreso mantiene una actitud honesta como un principio para construir un mundo de paz, sin desperdicios y con más esplendor.

Un cuento sobre la honestidad

Hubo una vez un emperador que convoco a todos los solteros del reino pues era tiempo de buscar pareja a su hija.

Todos los jóvenes asistieron y el rey les dijo:

"Os voy a dar una semilla diferente a cada uno de vosotros. Al cabo de 6 meses deberán traerme en una maceta la planta que haya crecido, y la planta más bella ganará la mano de mi hija, y por ende el reino". Así se hizo, Había un joven que plantó su semilla, la cual no germinaba. Mientras tanto, todos los demás jóvenes no dejaban de hablar y mostrar las hermosas plantas y flores que habían sembrado en sus macetas.

Llegaron los seis meses y todos los jóvenes desfilaban hacia el castillo con hermosísimas y exóticas plantas; Con la cabeza baja y muy avergonzado, desfiló el último hacia el palacio con su maceta vacía. Todos los jóvenes presumían de sus plantas y al ver a nuestro amigo saltaron en risa y burla. En ese momento el alboroto fue interrumpido por la llegada del rey.

Hicieron sus respectivas reverencias mientras se paseaba entre todas las macetas admirando las plantas, Finalizada la inspección hizo llamar a su hija, y llamó de entre todos al joven que llevó su maceta vacía, atónitos.

Todos esperaban la explicación de aquella acción.

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El rey dijo entonces:

"Éste es el nuevo heredero. A todos ustedes se les dio una semilla infértil, y todos trataron de engañarme plantando otras plantas. Este joven tuvo el valor de presentarse y mostrar su maceta vacía, siendo sincero, leal y valiente, cualidades que un futuro rey debe tener y que mi hija merece".

 

HONESTIDAD. (Del latín honestitas, -atis.  Honor, dignidad, consideración de que uno goza.)  n.f. Cualidad de honesto.

HONESTO, A. (Del latín honestus. Honroso, decoroso, honrado, honorable, digno de estima.)  adj. Conforme a lo que exige el pudor y la decencia o que no se opone a las buenas costumbres.  2. Honrado, incapaz de robar, estafar o defraudar.  3. Razonable, moderado.

 

Tomado de Diccionario de la Lengua Española.

Real Academia Española

La Honestidad

Cuando un ser humano es honesto se comporta de manera transparente con sus semejantes, es decir, no oculta nada, y esto le da tranquilidad. Quien es honesto no toma nada ajeno, ni espiritual, ni material: es una persona honrada. Cuando se está entre personas honestas cualquier proyecto humano se puede realizar y la confianza colectiva se transforma en una fuerza de gran valor. Ser honesto exige coraje para decir siempre la verdad y obrar en forma recta y clara.

Para ser honestos...

- Conozcámonos a nosotros mismos.- Expresemos sin temor lo que sentimos o pensamos. .- No perdamos nunca de vista la verdad.- Cumplamos nuestras promesas.- Luchemos por lo que queremos jugando limpio.

La deshonestidad

Cuando alguien miente, roba, engaña o hace trampa, su espíritu entra en conflicto, la paz interior desaparece y esto es algo que los demás perciben porque no es fácil de ocultar. Las personas deshonestas se pueden reconocer fácilmente porque engañan a los otros para conseguir de manera abusiva un

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beneficio. Es muy probable que alguien logre engañar la primera vez, pero al ser descubierto será evitado por sus semejantes o tratado con precaución y desconfianza.

Obstáculos para la honestidad...

- La impunidad, que demuestra que se pueden violar las leyes y traicionar los compromisos sin que ocurra nada.

- El éxito de los "vivos" y los mentirosos, que hacen parecer ingenuas a las personas honradas y responsables, pues trabajan más y consiguen menos que aquéllas que viven de la trampa.

- La falta de estímulos y reconocimiento a quienes cumplen con su deber y defienden sus principios y convicciones a pesar de las dificultades que esto les puede acarrear.

Los honestos son honrados, honorables, auténticos, íntegros, transparentes, sinceros, francos, valientes.

Los deshonestos son groseros, descorteces, indecorosos.

Proverbios…

Palabras de honestidad "...Por encima de todo cuidado, guarda tu corazón porque de él brotan las fuentes de la vida. Aparta de ti la falsía de la boca y el enredo de los labios arrójalo de ti. Miren de frente tus ojos, tus párpados derechos a lo que está ante ti. Tantea bien el sendero de tus pies y sean firmes todos tus caminos. No te tuerzas ni a derecha ni a izquierda, aparta tu pie de la maldad. Los labios sinceros permanecen por siempre, la lengua mentirosa dura un instante. El Señor aborrece el labio embustero, el hombre sincero obtiene su favor..." -Proverbios (4,18-28; 12, 19-22)

“Espero tener suficiente firmesa para conservar lo que considero el más envidiable de todos los títulos: ‘el carácter del hombre honesto’” (George Washington)

“Ser honesto es decir la verdad y asumir la responsabilidad de todo lo que hacemos”.

De la sabiduría popular: “Más rápido cae un mentiroso que un cojo”, “Hay quienes son víctimas de su propio invento”, “En boca del mentiroso lo cierto se hace dudoso”, “La honestidad es lamedor presentación”.

“La mentira es como una bola de nieve: cuantas más vueltas da, mayor se hace”. (Martín Lutero)

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“Los mentirosos sólo ganan una cosa: no tener crédito aun cuando digan la verdad”. (Esopo)

“Si no quieres que nadie se entere, no lo hagas”. (Proverbio chino)

“El ladrón, sin ocasión para robar, se cree un hombre honrado”. (Proverbio chino)

“Los que creen que el dinero lo hace todo, suelen hacer cualquier cosa por dinero”. (Voltaire)

Personaje…Galileo Galilei

Un científico recto

El gran astrónomo y físico italiano Galileo Galilei (1564 – 1642) es célebre por haber defendido valientemente su teoría de que la Tierra no estaba en el centro del universo y además se movía. Los sabios de su época, convencidos de que nuestro planeta era estático y todos los demás astros (incluido el Sol) giraban a su alrededor, no dieron crédito a las pruebas aportadas por Galileo, y se opusieron tercamente a aceptar sus ideas.

Fue tan grande el desafío planteado por este genial astrónomo a las creencias de su tiempo, que las autoridades políticas y eclesiásticas lo llevaron ante un tribunal de la Inquisición que lo condenó a cadena perpetua y a retractarse públicamente y por escrito de sus afirmaciones. Cuentan los cronistas que luego de firmar contra su voluntad, el documento que certificaba que la Tierra no se movía, Galileo dijo en voz alta: “Pero se mueve”.

Su honestidad como científico no se doblegó ante las circunstancias que debió sortear como hombre.

Fuente: Casa Editorial El Tiempo, S.A.

La honestidad es noticia

En unos baños públicos en Japón se han hallado pequeños paquetes con dinero, no mucho, entre cien y ciento cincuenta dólares, con una nota anónima que insta a quien los encuentre a que los utilice en una obra de bien. Esto se volvió noticia cuando algunos de los ciudadanos que se dieron con la sorpresa fueron raudos a la estación de policía más cercana para devolver el dinero, lo más probable es que quienes no devolvieron la plata la hayan usado para una obra de bien.

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En Argentina, un reciclador, uno de esos personajes sumidos entre la pobreza y la locura que recorre a media noche las estaciones de los trenes levantando botellas de plástico, cajas de cartón y cualquier cosa que al día siguiente pueda cambiar por unos centavos que a su vez se convertirán en su comida, encontró una billetera con mil dólares y otro tanto de pesos argentinos. Cogió la cartera y fue a dejarla a la estación de policía. “Esto no es mío”, dijo. Y esta semana, una limpiadora en Europa, encontró en un tacho de basura un paquete de papel con nada menos que seis mil euros adentro. ¿Qué hizo? Claro, lo devolvió. Y también su nombre apareció en los periódicos y en la televisión y en Internet, entre las notas insólitas.

Aquí, en nuestra ciudad, hemos sabido también de algunas acciones como estas, dignas de resaltar, como policías o taxistas que devuelven billeteras, mochilas o paquetes de dinero y, por supuesto, saltan a la prensa. ¿Debería ser noticia la honestidad? Al parecer estamos tan acostumbrados a que suceda lo contrario que las excepciones nos llaman la atención, nos golpeamos la frente con la palma de la mano y nos lamentamos no haber estado en ese lugar porque “si fuera yo…”

Y también está la otra cara de la moneda, o de la noticia, los jueces, policías, cobradores y supervisores atrapados por las cámaras de televisión con la coima fresca en la mano, pero eso no nos sorprende, lo que nos sorprende es que se hayan hecho atrapar, engatusar, embaucar, por la víctima que, en mala hora, lo denunció.Nuestras calles están llenas de esos pequeños resquicios donde alumbra el milagro, de taxis donde descansa una alegría inesperada, de cabinas de teléfono donde aguardan unos centavos sin dueño, y que están a un segundo de ser nuestros…., o de no serlos.Vale la pena repasar sobre nuestro comportamiento frente a las cosas ajenas, aquellas que, incluso, han estado en nuestros sueños más íntimos para satisfacer algunas necesidades postergadas. Habrá que preguntarnos si lo que hemos aprendido en estas mismas calles y lo que nos han dicho nuestros padres, se habrán de traducir finalmente en una decisión libre y honesta. Habrá que repasar, y repensar, en esos momentos en que nos daban unas monedas de más de vuelto o se olvidaban de cobrarnos algunas cosas, y en lo que hicimos en esos breves segundos que tenemos en el cerebro y el corazón para hacer lo correcto.

Bastaría salir a la calle y preguntar a los peatones como nosotros qué haría él, o ella, en los casos que recogimos en las noticias, porque “yo…”

LA HONESTIDADCon toda seguridad, una de las cualidades que más buscamos y exigimos de

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las personas es la honestidad. Este valor es indispensable para que las relaciones humanas se desenvuelvan en un ambiente de confianza y armonía, pues garantiza respaldo, seguridad y credibilidad en las personas.

No debemos olvidar que, los valores deben primero vivirse personalmente, antes de exigir que los demás cumplan con nuestras expectativas.

Recordemos que el valor de la honestidad:Es una forma de vivir congruente entre lo que se piensa y la conducta que se observa hacia el prójimo, que junto a la justicia, exige en dar a cada quién lo que le es debido.

La persona que es honesta puede reconocerse por:- Ser siempre sincero, en su comportamiento, palabras y afectos.- Cumplir con sus compromisos y obligaciones al pie de la letra, sin trampas, engaños o retrasos

voluntarios.

- Evitar la murmuración y la crítica que afectan negativamente a las personalidad de los demás.- Guardar discreción y seriedad ante las confidencias personales y secretos profesionales.- Tener especial cuidado en el manejo de los bienes económicos y materiales.

Parte importante de nuestro esfuerzo personal para mejorar este valor, es reflexionar en nuestra actitud habitual hacia la honestidad:- ¿Aprovecho el tiempo trabajando con intensidad? y profesionalmente evito aparentar ocupación para no recibir llamadas de atención?

- ¿Cumplo con la promesa de no revelar confidencias recibidas, sean personales o profesionales?- ¿Evito aprovecharme de la ignorancia, el descuido, las debilidades o el exceso de confianza de los

demás?

- ¿Devuelvo con oportunidad y en buen estado, todo lo que he recibido en préstamo?- ¿Reparo el daño causado a los bienes ajenos por mi descuido o pereza?- ¿Rechazo toda murmuración o comentarios que afecten a la reputación de los demás?- ¿Procuro hablar siempre bien de las personas?- ¿Es mi comportamiento igual con todas las personas y en todo lugar?

Para vivir con más cuidado y esmero el valor de la honestidad, es de gran utilidad poner en práctica las siguientes acciones:

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- Debes ser fiel a tus promesas y compromisos por pequeños que puedan parecer.

- Lleva con claridad el manejo que haces del dinero, sin buscar quedarte con una parte alterando las

cuentas, inventando gastos o argumentando extravíos.

 

- Si adquieres una deuda págala con oportunidad. No te escondas ni te molestes por el cobro, pues en

justicia debes cumplir con ese compromiso.

 

- Aléjate de la pereza y cumple con tus deberes, así no tendrás necesidad de dar pretextos o mentir

para encubrir tu falta de responsabilidad.

 

- Habla siempre con la verdad. No inventes ni exageres cosas sobre tu persona o sobre los demás. Lo

mismo ocurre ante los problemas, situaciones laborales o de la vida cotidiana.

 

- No reveles aspectos negativos de la personalidad de los demás, aunque no te hayan pedido guardar

el secreto, pues podrías caer en la murmuración, calumnia o difamación.

 

- Acepta serenamente los errores y fallas que has cometido, así como sus consecuencias; rectifica, y

si es necesario, pide disculpas.

 

- Evita criticar negativamente las normas que existen en tu trabajo, la escuela o cualquier lugar, con

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personas ajenas y con poco conocimiento de las circunstancias. Dirígete al encargado, directivo o autoridad correspondiente.

 

- No tomes ni utilices los bienes ajenos sin la aprobación del legítimo propietario, aunque exista mucha

confianza.

 

- Utiliza con propiedad los instrumentos de trabajo que están bajo tu responsabilidad.

- Demuestra respeto y fidelidad a tu cónyuge, evitando cualquier forma de coquetería o excesiva

confianza con personas del sexo opuesto. El engaño también es incorrecto en el noviazgo.

 

La persona honesta, por sí misma, es garantía de fidelidad, discreción, trabajo profesional y seguridad en el uso y manejo de los bienes materiales.

Por el comportamiento serio, correcto, justo, desinteresado y con espíritu de servicio que adquirimos mediante la honestidad, esta se convierte en uno de los valores más importantes para el perfeccionamiento de nuestra personalidad.

Cuando un ser humano es honesto se comporta de manera transparente con sus semejantes, es decir no oculta nada, y esto le da tranquilidad.

Quien es honesto no toma nada ajeno, ni espiritual ni material: es una persona honrada.

Cuando se está entre personas honestas cualquier proyecto humano se puede realizar, y la confianza colectiva se transforma en una fuerza de gran valor.

Ser honesto exige coraje para decir siempre la verdad, y obrar en forma recta y clara.

«PARA SER HONESTOS»

a.- Conozcámonos a nosotros mismos.

b.- Expresemos sin temor alguno lo que sentimos ó pensamos.

Page 14: La honestidad

c.- No perdamos nunca de vista la verdad.

d.- Cumplamos nuestras promesas.

e.- Luchemos por lo que queremos jugando limpio.

«LA DESHONESTIDAD»

Cuando alguien miente, roba, engaña ó hace trampa, su espíritu entra en conflicto, la paz interior desaparece y esto es algo que los demás perciben porque no es fácil de ocultar.

Las personas deshonestas se pueden reconocer fácilmente porque engañan a los otros para conseguir de manera abusiva un beneficio.

Es muy probable que alguien logre engañar la primera vez, pero al ser descubierto será evitado por sus semejantes ó tratado con precaución y desconfianza.

«OBSTÁCULOS PARA LA HONESTIDAD»

a.- La impunidad que demuestra que se pueden violar las leyes y traicionar los compromisos sin que ocurra nada.

b.- El éxito de los "vivos" y los mentirosos, que hacen parecer ingenuas a las personas honradas y responsables, pues trabajan más y consiguen menos que aquellas que viven de la trampa.

c.- La falta de estímulos y reconocimientos a quienes cumplen con su deber y defienden sus principios y convicciones a pesar de las dificultades que esto les pueda acarrear.

¿Qué es un principio?

En sentido ético o moral llamamos principio a aquel juicio práctico que deriva inmediatamente de la aceptación de un valor. Del valor más básico (el valor de toda vida humana, de todo ser humano, es decir, su dignidad humana), se deriva el principio primero y fundamental en el que se basan todos los demás: la actitud de respeto que merece por el mero hecho de pertenecer a la especie humana, es decir, por su dignidad humana.

Vamos a examinar a continuación este valor fundamental (la dignidad humana), el principio ético primordial que de él deriva (el respeto a todo ser humano), y algunos otros principios básicos.

 

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La dignidad humana, un valor fundamental

En la filosofía moderna y en la ética actual se propaga una subjetivización de los valores y del bien.

Desde David Hume, existe una corriente de pensamiento que se expresa en la idea de que no es posible derivar ningún tipo de deber a partir del ser de las cosas. El paso siguiente nos lleva a concluir que por valores entendemos nuestras impresiones, reacciones y juicios, con lo cual convertimos el deber en un fruto de nuestra voluntad o de nuestras decisiones.

En el positivismo jurídico tipo Kelsen el derecho es el resultado de la voluntad de las autoridades del estado, que son las que determinan aquello que es legalmente correcto - y legítimo - y lo que no lo es.

En ética, el positivismo y el empirismo afirman que bueno y malo son decisiones meramente irracionales o puro objeto de impresiones o reacciones, o sea, del campo emocional. Tanto en el positivismo como en el empirismo existe aún, es verdad, la idea de valores, pero sólo como una idea subjetiva o como objeto de consenso. El acuerdo por ejemplo de un grupo o de un pueblo crea los valores.

En realidad esto conduce a un relativismo total. Así por ejemplo, el grupo podría acordar que los judíos no son seres humanos o que no poseen dignidad, y que por tanto se los puede asesinar sin miedo a castigo alguno. Para esta teoría no existe ningún fundamento que se base en la naturaleza de las cosas y cualquier punto de vista puede además variar de una a otra época. No existe ninguna barrera segura de valores frente a la arbitrariedad del estado y el ejercicio de la violencia.

Sin embargo, el propio conocimiento y la apertura natural a los demás nos permite reconocer en ellos y en nosotros el poder de la inteligencia y la grandeza de la libertad. Con su inteligencia, el hombre es capaz de trascenderse y de trascender el mundo en que vive y del que forma parte, es capaz de contemplarse a sí mismo y de contemplar el mundo como objetos. Por otro lado, el corazón humano posee deseos insaciables de amor y de felicidad que le llevan a volcarse - con mayor o menor acierto- en personas y empresas. Todo ello es algo innato que forma parte de su mismo ser y siempre le acompaña, aunque a veces se halle escondido por la enfermedad o la inconsciencia.

En resumen: ala vez que forma parte del mundo, el hombre lo trasciende y muestra una singular capacidad - por su inteligencia y por su libertad - de dominarlo. Y se siente impulsado a la acción con esta finalidad. Podemos aceptar por tanto que el valor del ser humano es de un orden superior con respecto al de los demás seres del cosmos. Y a ese valor lo denominamos "dignidad humana".

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La dignidad propia del hombre es un valor singular que fácilmente puede reconocerse. Lo podemos descubrir en nosotros o podemos verlo en los demás. Pero ni podemos otorgarlo ni está en nuestra mano retirarselo a alguien. Es algo que nos viene dado. Es anterior a nuestra voluntad y reclama de nosotros una actitud proporcionada, adecuada: reconocerlo y aceptarlo como un valor supremo (actitud de respeto) o bien ignorarlo o rechazarlo.

Este valor singular que es la dignidad humana se nos presenta como una llamada al respeto incondicionado y absoluto. Un respeto que, como se ha dicho, debe extenderse a todos los que lo poseen: a todos los seres humanos. Por eso mismo, aún en el caso de que toda la sociedad decidiera por consenso dejar de respetar la dignidad humana, ésta seguiría siendo una realidad presente en cada ciudadano. Aún cuando algunos fueran relegados a un trato indigno, perseguidos, encerrados en campos de concentración o eliminados, este desprecio no cambiaria en nada su valor inconmensurable en tanto que seres humanos.

Por su misma naturaleza, por la misma fuerza de pertenecer a la especie humana, por su particular potencial genético - que la enfermedad sólo es capaz de esconder pero que resurgirá de nuevo si el individuo recibe la terapéutica oportuna -, todo ser humano es en sí mismo digno y merecedor de respeto.

 

Principios derivados de la dignidad humana

La primera actitud que sugiere la consideración de la dignidad de todo ser humano es la de respeto y rechazo de toda manipulación: frente a él no podemos comportarnos como nos conducimos ante un un objeto, como si se tratara de una "cosa", como un medio para lograr nuestros fines personales.

Principio de Respeto

«En toda acción e intención, en todo fin y en todo medio, trata siempre a cada uno - a ti mismo y a los demás- con el respeto que le corresponde por su dignidad y valor como persona»

Todo ser humano tiene dignidad y valor inherentes, solo por su condición básica de ser humano. El valor de los seres humanos difiere del que poseen los objetos que usamos. Las cosas tienen un valor de intercambio. Son reemplazables. Los seres humanos, en cambio, tienen valor ilimitado puesto que, como sujetos dotados de identidad y capaces de elegir, son únicos e irreemplazables.

El respeto al que se refiere este principio no es la misma cosa que se significa cuando uno dice “Ciertamente yo respeto a esta persona”, o “Tienes que hacerte merecedor de mi respeto”. Estas son formas especiales de respeto, similares a la admiración. El principio de respeto supone un respeto general que se debe a todas las personas.

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Dado que los seres humanos son libres, en el sentido de que son capaces de efectuar elecciones, deben ser tratados como fines, y no únicamente como meros medios. En otras palabras: los hombre no deben ser utilizados y tratados como objetos. Las cosas pueden manipularse y usarse, pero la capacidad de elegir propia de un ser humano debe ser respetada.

Un criterio fácil que puede usarse para determinar si uno está tratando a alguien con respeto consiste en considerar si la acción que va a realizar es reversible. Es decir: ¿querrías que alguien te hiciera a ti la misma cosa que tu vas a hacer a otro? Esta es la idea fundamental contenida en la Regla de Oro: «trata a los otros tal como querrías que ellos te trataran a ti». Pero no es ésta una idea exclusiva de los cristianos. Más de un siglo antes del nacimiento de Cristo, un pagano pidió al Rabí Hillel que explicara la ley de Moisés entera mientras se sostenía sobre un solo pié. Hillel resumió todo el cuerpo de la ley judía levantando un pié y diciendo: «No hagas a los demás lo que odiarías que ellos hicieran contigo».

Otros principios

El respeto es un concepto rico en contenido. Contiene la esencia de lo que se refiere a la vida moral. Sin embargo, la idea es tan amplia que en ocasiones es difícil saber cómo puede aplicarse a un caso particular. Por eso, resulta de ayuda derivar del principio de respeto otros principios menos básicos.

Vale la pena hacer notar que, en ética aplicada, cuanto más concreto es el caso, más puntos muestra en los que puede originarse controversia. En esta área, la mayor dificultad reside en aplicar un principio abstracto a las particularidades de un caso dado. En consecuencia, convendrá disponer de formulaciones más específicas del principio general de respeto. Entre estos principios están los de no malevolencia y de benevolencia, y el principio de doble efecto.

Principios de No-malevolencia y de Benevolencia

«En todas y en cada una de tus acciones, evita dañar a los otros y procura siempre el bienestar de los demás».

Principio de doble efecto

«Busca primero el efecto beneficioso. Dando por supuesto que tanto en tu actuación como en tu intención tratas a la gente con respeto, asegúrate de que no son previsibles efectos secundarios malos desproporcionados respecto al bien que se sigue del efecto principal»

El principio de respeto no se aplica sólo a los otros, sino también a uno mismo. Así, para un profesional, por ejemplo, respetarse a uno mismo significa obrar con integridad.

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Principio de Integridad

«Compórtate en todo momento con la honestidad de un auténtico profesional, tomando todas tus decisiones con el respeto que te debes a ti mismo, de tal modo que te hagas así merecedor de vivir con plenitud tu profesión».

Ser profesional no es únicamente ejercer una profesión sino que implica realizarlo con profesionalidad, es decir: con conocimiento profundo del arte, con absoluta lealtad a las normas deontológicas y buscando el servicio a las personas y a la sociedad por encima de los intereses egoístas.

Otros principios básicos a tener presentes son los de justicia y utilidad.

Principio de Justicia

«Trata a los otros tal como les corresponde como seres humanos; sé justo, tratando a la gente de forma igual. Es decir: tratando a cada uno de forma similar en circunstancias similares».

La idea principal del principio de justicia es la de tratar a la gente de forma apropiada. Esto puede expresarse de diversas maneras ya que la justicia tiene diversos aspectos. Estos aspectos incluyen la justicia substantiva, distributiva, conmutativa, procesal y retributiva.

Principio de Utilidad

«Dando por supuesto que tanto en tu actuación como en tu intención tratas a la gente con respeto, elige siempre aquella actuación que produzca el mayor beneficio para el mayor número de personas».

El principio de utilidad pone énfasis en las consecuencias de la acción. Sin embargo, supone que has actuado con respeto a las personas. Si tienes que elegir entre dos acciones moralmente permisibles, elige aquella que tiene mejor resultado para más gente.

Introducción

La palabra "ética" significa algo muy parecido a "moral". Sin embargo, podemos señalar la siguiente diferencia: "moral" se refiere al conjunto de los principios de conducta que hemos adquirido por asimilación de las costumbres y valores de nuestro ambiente; es decir, la familia, la escuela, la iglesia, el vecindario en que se desarrolla nuestra infancia. También se refiere a las normas que se nos imponen en esos ambientes, con base en la autoridad; no desde luego la autoridad legal, sino precisamente moral: los imperativos de nuestros padres, sacerdotes o maestros, que recibimos pasivamente y sin cuestionamiento antes de adquirir el "uso de razón". "Ética" se refiere a algo diferente: el intento de llevar esas normas de conducta y esos principios de comportamiento a una aceptación consciente, basada en el ejercicio de nuestra razón.

En ese sentido, la ética es la mayoría de edad de la moral. No la excluye ni se le opone; simplemente cambia su naturaleza, haciéndola pasar de lo recibido en

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forma pasiva o inconsciente, a lo asumido de manera activa con pleno discernimiento. La moral se basa sobre todo en el sentimiento, en el amor y temor que sentimos por nuestros padres y otras personas que contribuyen a nuestro desarrollo físico y espiritual. La ética, por su parte, descansa en el libre ejercicio de la crítica racional sobre los valores recibidos, que los convierte en algo que uno puede justificar ante sí mismo y ante los otros.

En el uso corriente del lenguaje, "moral" se asocia con un fundamento religioso, en tanto que la ética se asocia con una reflexión intelectual. En nuestra sociedad pluralista, coexisten varias religiones, el agnosticismo religioso y el humanismo no teísta. El carácter de la moral asociada con las creencias religiosas, basada en argumentos de autoridad y en revelaciones particulares, hace difícil discutir el tema de los valores entre personas de distintas confesiones. La ética, en cambio, por fundarse en la razón –común a todos los hombres–, ofrece un terreno neutral donde todos nos sentimos capaces de ofrecer y rebatir argumentos.

Todas las confesiones religiosas afirman, hasta donde yo sé, que no hay contradicción entre ellas y una ética basada en la razón. En otras palabras, las personas religiosas mismas consideran que su doctrina moral es compatible con la razón y se sienten capaces de ofrecer argumentos racionales para defenderla. En mi práctica personal como creyente encontré que esta compatibilidad entre la moral religiosa, basada en una autoridad revelada, y los dictados de la razón, no siempre se da –por ejemplo, en la espinosa cuestión del control de los nacimientos–. Pero en todo caso, esto es un asunto que cada creyente debe evaluar de acuerdo con su conciencia.

Como resultado de este análisis, podemos afirmar que la diferencia entre "moral" y "ética" se refiere a la forma en que nuestras convicciones están enraizadas en nosotros; no afecta necesariamente el contenido de esas convicciones. En relación al contenido, ética y moral son más bien coincidentes: ambas se refieren a cuestiones de valor, es decir, a lo que consideramos bueno y lo que consideramos malo, lo que debemos aprobar, alabar o estimular, y lo que debemos más bien reprobar, condenar o tratar de evitar. La ética y la moral se refieren a lo que debe ser, discriminan entre acciones aceptables e inaceptables. En esto se diferencian de los credos religiosos, de las ciencias, de las opiniones o de las noticias de los periódicos, todo lo cual se refiere más bien a lo que simplemente es (o uno cree que es). Esta distinción entre "deber ser" y "ser" se revela como más honda e importante que la diferencia entre moral y ética. Examinémosla con más cuidado.

Ser y deber ser

Tomemos como ejemplo una descripción detallada y correcta de un crimen abominable del que uno pueda haber sido testigo. Esa descripción se refiere a algo que es. Pero al mismo tiempo nos produce una fuerte inclinación a

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condenar el hecho, gracias a nuestras convicciones morales, como algo que no debe ser.

Los relatos de lo que uno ha vivido, los testimonios judiciales, las enseñanzas de la ciencia, las noticias de los periódicos, describen lo que es; podemos decir de ellos que son verdaderos o que son falsos. Los relatos de una novela corresponden también a lo que es, aunque el ser aquí sea solamente literario; por ejemplo, es verdad que don Quijote arremetió contra molinos de viento creyendo que eran gigantes, dentro del mundo ficticio de la novela de Cervantes.

Pero por otra parte, yo puedo tomar posición con respecto a los hechos –reales o imaginados–, y decir que tienen un valor moral positivo, negativo o neutro; puedo pronunciarme en favor o en contra de ellos, y esto incluso con independencia de que los hechos sean verdaderos o falsos. Podemos, por ejemplo, decirle a alguien: "No sé si don Quijote alguna vez estafó a Sancho, pero si lo hubiera hecho, habría sido un acto abominable, dada la fidelidad del famoso escudero". Es decir, podemos pronunciarnos sobre el deber ser sin pronunciarnos sobre el ser, ya que se trata de dos cosas separadas y distintas. También podemos hacer lo contrario, a saber, pronunciarnos sobre el "ser" sin tomar posición sobre el "deber ser", como en el caso de una comisión investigadora que solo busque establecer los hechos, no juzgarlos.

Tomemos otra ilustración de la diferencia entre "ser" y "deber ser". Un célebre filósofo escribió lo siguiente:

El hombre nació libre, pero en todas partes lo veo encadenado.

Esto, que se expresa como una comprobación de lo que "es", puede como tal ser calificado de verdadero o falso. Pero no tiene directamente un contenido moral; a menos que se interprete como una manera poética de abogar por el respeto a la libertad humana.

El filósofo inglés Karl Popper se ha referido a esa cita como una manera de ilustrar una verdad filosófica importante, a saber, que del "ser" no se puede pasar al "deber ser", que el orden de los valores es independiente –tiene un origen y una justificación diferentes– del orden de la realidad. Del hecho de que el hombre haya nacido libre y en todas partes lo veamos encadenado no se sigue que debamos tratar de romper esas cadenas. Un visitante extraterrestre podría tal vez considerar moralmente obligatorio ponerle cadenas a todo ser humano que no las tuviera, para evitar que continuáramos dañando la ecología del planeta.

El deber ser de la libertad tiene que basarse en algo distinto, no en un hecho como los detalles del nacimiento del hombre. Tiene que tener un origen y una justificación independiente del ser. No puede desprenderse lógicamente en forma directa de cómo sean las cosas. Ese origen y esa justificación debemos

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buscarlos en otra parte; por ejemplo, en la fuerte inclinación a respetar a las otras personas que los seres humanos llevamos inscrita en lo más hondo de nuestra constitución biológica. Cómo y por qué tenemos ese respeto grabado en el fondo de nuestra conciencia, pueda que sea el problema filosófico más importante relacionado con la ética.

La teoría de los valores absolutos

Algunos filósofos se han inclinado, como manera de resolver este problema, a suponer un mundo inmaterial, completamente distinto del mundo en que vivimos, donde subsistirían los valores y las ideas en una forma purísima y con un carácter absoluto. En ese lugar excelso, las ideas serían claras y distintas –no podrían confundirse ni equivocarse– y los valores serían tan macizos y evidentes que no podrían desobedecerse.

Por supuesto, nadie ha experimentado nunca ese mundo, pues por hipótesis estaría totalmente fuera del mundo en que vivimos. Para los filósofos que creyeron eso, como el francés Descartes o el griego Platón, solo es posible percibir una imagen lejana de las ideas y valores perfectos, en el tanto en que interpretemos las cosas del mundo real como sombras o huellas de ese mundo absoluto o ideal.

El problema con esta posición es que no tenemos ningún medio independiente de comprobar la existencia de ese mundo ideal o perfecto. De ahí se sigue que toda afirmación sobre su realidad o sobre su parecido o diferencia con el mundo que experimentamos es totalmente gratuita y queda suspendida en el firmamento por falta de razón suficiente.

La explicación naturalista

Otros filósofos consideramos que esta manera de fundamentar la ética mediante la introducción de absolutos es innecesaria y además perjudicial. Comenzando por lo último –que es perjudicial–, innumerables ejemplos de la historia muestran que la creencia en ideas o valores absolutos ha conducido al exterminio de grupos humanos enteros que tenía dificultad de aceptar lo que sus verdugos consideraban como evidente. Podríamos citar, entre muchos otros, el exterminio de los cátaros o de los hugonotes en Francia, hace varios siglos; el de seis millones de judíos por los nazis hace apenas unos decenios; y todas las persecuciones ideológicas contemporáneas de que están llenos los periódicos, en que un grupo social convencido de sus ideas y valores absolutos no encuentra otra manera para asegurar su aceptación universal que el exterminio físico de los disidentes.

Pero además de perjudicial, la creencia en valores absolutos es innecesaria para la ética. Los pensadores han argumentado en su favor lo han hecho porque desconfían de la ética racional y pluralista, elaborada a partir de la tradición de cada comunidad. Han pensado que puede conducirnos a un

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relativismo destructivo que impida elevarnos más allá de los caprichos individuales. Pero nada se opone a que distintas "morales", surgidas de distintas tradiciones, puedan conversar productivamente entre sí –depurando de paso sus respectivos valores– sin usar como referencia una lista de axiomas escrita en el firmamento. De hecho podemos mostrar que nunca nos vemos en necesidad de mirar al firmamento para saber si algo es moral o inmoral. Desde nuestra más tierna infancia actuamos dentro de un mundo de "deber ser", de valores, en el que aprendemos a desenvolvernos con la misma soltura con que aprendemos a movernos en el mundo del "ser", de las cosas. Esa moralidad original está basada en lo que podemos considerar como la naturaleza humana, es parte de nuestra historia natural, la hemos heredado de nuestro linaje evolutivo.

Los investigadores en las ciencias del cerebro encuentran grandes parecidos entre la propensión para la moral y la propensión para el habla en el ser humano. En ambos casos se trata de cosas que solo desarrollamos en contacto con los otros miembros de nuestra familia y de nuestra comunidad, pero para cuyo fácil aprendizaje tenemos facilidades extraordinarias durante un período determinado de nuestra infancia. De ahí que un biólogo amigo mío a quien le conté que estaba preparando un curso de ética para políticos me comentara: "–Te cogió muy tarde; debiste haber empezado cuando tenían seis años–". ¡La peor diligencia es la que no se hace!

No es difícil ver que en la evolución de nuestra especie a partir de especies que no tenían ni la capacidad de hablar ni la de respetar conscientemente a sus semejantes, el desarrollo de estas dos capacidades representó una inmensa ventaja en la lucha por la supervivencia. Posibilidad de comunicar por símbolos y posibilidad de respetar los contratos o la fidelidad rendida a un jefe: he aquí los dos fabulosos pilares de la cultura que nos ha convertido en señores del planeta. Pese a inmensas transgresiones contra la libre comunicación y la solidaridad entre los hombres, es evidente que en nuestra historia natural de largo plazo los adelantos culturales de todo tipo han ido aparejados, mal que bien, de una purificación y una generalización crecientes de los valores morales. Esos adelantos no podrían haberse dado sin la colección de actitudes éticas –la llamada "vida civilizada"– que los acompañan.

El problema del desarrollo cognoscitivo y moral

No hay vuelta de hoja: nuestra especie es fundamentalmente una especie parlanchina y moralizadora. El problema, entonces, no es cómo hacer para que los seres humanos hablen o se hagan morales: el habla y la moral los acompañan desde el comienzo. El problema es construir sobre estos cimientos originales un edificio cada vez más firme, más elaborado, más eficaz y de mejores rendimientos para la persona y la sociedad. En una palabra, cómo hacer para que nuestros balbuceos originales se transformen en mente educada y que nuestros prejuicios originales (las convicciones heredadas de la familia y el medio) se transformen en convicciones racionales NOTA 1.

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¿Cómo lograr esto? Por supuesto que no lo lograremos con cursos de unos días, antes o después de unas elecciones. La edificación moral del hombre, como su edificación cultural, es obra de tiempo completo durante toda la vida humana. Pero en ocasiones especiales, como esta que hoy vivimos en que ustedes van a someter sus nombres a los compatriotas, es justo y necesario que nos reunamos a reflexionar sobre la naturaleza y contenido de los principios éticos que nos hacen seres humanos dignos de ese nombre.

El método de la concertación

Uno de los mejores medios para desarrollar y purificar nuestra ética es precisamente exponerla a la interacción con otros sistemas morales. No debemos temer la conversación moral con personas que piensan distinto de nosotros, considerarla como un riesgo para nuestras convicciones; antes bien, debemos declararla bienvenida como al crisol que las convertirá en oro. El método para realizar esa conversación es de gran simplicidad y lo practican desde siempre muchas personas sabias que no han seguido estudios formales de ética ni de lógica. Consiste en el viejo método recomendado por nuestras abuelas para resolver querellas infantiles: ponerse en el lugar del otro.

Con buena voluntad y un poco de paciencia, de la aplicación de este método pueden muy bien surgir normas morales reconocidas como obligatorias por todas las partes. Lo primero que debemos hacer es tener la mente abierta y tratar de conocer en detalle la posición de las otras personas. Descubriremos muy pronto que normas que al principio parecían extrañas cobran todo su sentido al considerarlas a la luz del sistema global de creencias de quienes las sustentan. Una vez obtenido suficiente conocimiento del sistema moral ajeno, y poniéndonos "en su lugar", debemos examinar si las normas son realizables de manera satisfactoria en un conglomerado social que quisiera vivir conforme a ellas. Para esto debemos en algún sentido "simular" la vida dentro del sistema en situaciones concretas, reales o imaginadas. Si el sistema de creencias y normas morales, no es viable, más tarde o más temprano "la jarana saldrá a la cara" en la forma de incongruencias, anomalías o contradicciones que pidan a gritos que el sistema sea corregido, si es corregible, o abandonado, si no lo es.

Puede muy bien suceder que este análisis mutuo de las distintas posiciones llegue a iluminar coincidencias de fondo, ocultas solamente por el ropaje del lenguaje. Aunque no llegaren a ponerse de acuerdo, un ejercicio de este tipo solo puede resultar en un enriquecimiento y profundización del pensamiento ético de las partes, con indudables beneficios para su calidad humana. Supone, desde luego, que tengan éxito en superar las resistencias de orden afectivo que nuestro organismo suele oponer a la ecuanimidad y al razonamiento. Ello solo puede conseguirse con mucha voluntad, pero sobre todo con una clara visión de los beneficios comunes que la superación del antagonismo puede reportar a todos los afectados