la guerra sintética-gram 1937

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Novela histórica mexicana. Trata sobre la libertad de los católicos en México.

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  • y*/faCA*4, fiy******?-* &>i7^'

    JORGE GRAM

    LaGuerraSinttica

    NOVELA DEL AMBIENTE MEJICANO

    "Quisiera ser el JulioVerne de la liberacinmejicana."

    Jorfce Gram.

    Editorial "REXMEX" San Antonio Texas., U. S. A.

    1937.

  • PROPIEDAD ASEGURADA

    COPYRIGHT, 1935.

  • JORGE GRAMAMSTERDAMHOLANDA

    ir /

    Amsterdam, 10 de mayo de 1937.

    Editorial "REXMEX"San Antonio, Texas. U. S. A.

    Excelentes y estimados amigos:

    Agradezco en sumo grado el inters que ustedesse toman por mis publicaciones, que, a decir verdad,editorialmente, han sido un verdadero xito, cosa queobedece a la misma grandeza de la causa a la cual es-tn dedicadas: la libertad de los catlicos de Mjico.

    Han tenido el privilegio de suscitar discucionesy controversias, seal inequvoca de la diferencia dematices en las filas catlicas, y de la urgencia de untrabajo mprobo de valiente unificacin.

    Esto ha sucedido principalmente con la publica-cin de LA GUERRA SINTTICA, cuyo efecto enlas mentes he ido observando con especial cuidado, en-contrndolo tal como lo haba yo previsto.

    Por supuesto que los elogios no se han escasea-do, y los dictmenes en contra tienen su cuerda expli-cacin. Coinciden todos en consagrar la importanciade la tesis y la misma ortodoxia de la solucin, y a lavez, en testificar la gravsima situacin que prevaleceen aquel pas.

    Las gentes de ctedra me han mostrado sus pl-cemes. Dos sacerdotes, ambos de Latino-Amrica,

    839033

  • Vmuy caracterizados, y ltimamente residentes en Uni-versidades de este Continente, vinieron a felicitarmepor LA GUERRA SINTTICA. Y me platicaron delExcmo. Nuncio de X. . . . que les contaba con entusias-mo cmo no haba dormido en toda la noche por estarleyendo el dicho libro. Otro sacerdote desde Mjicomismo, me deca que haba que leer ese libro de rodi-llas

    . ..Misioneros, algunos Seores Obispos y mis pro-

    fesores de otras Universidades me han mandado cartasmuy elocuentes.

    Se ha dicho que el Excmo. Sr. Delegado Apost-lico de Mjico haba condenado mi libro de LA GUE-RRA SINTTICA. No es verdad! Estoy en comu-nicacin con el Excmo. Comit Episcopal Mejicano;tengo en mi archivo la copia oficial del acuerdo relati-vo a mi libro, y no se menciona en dicho acuerdo nin-guna condenacin ni ningn Delegado Apostlico. ElExcmo. Comit, honrndome de paso con una estima-cin que le agradezco, se conform con tomar un acuer-do que la prudencia y el peligro del momento le impo-nan; e hizo lo que plenamente deba hacerse: quitarsede encima las responsabilidades que le pudiera traer eldicho libro.

    En esos das recib cartas de varios Excmos. Pre-lados sobre este y otros asuntos: todas me agradaron.Aparte de algunas, claramente laudatorias, debo men-cionar las de la propia Dicesi en donde yo resid,cuando estuve en Mjico. El Canciller del Excmo. Pre-lado, con quien trab ntima amistad, encabeza su car-ta con estas palabras:

    "Seguro ests contentsimo por el revuelo causa-do por tu novela LA GUERRA SINTTICA. La lecon doble satisfaccin de ser tuya y de estar muy bien

  • escrita. Te aseguro que me agrad* ms que la ante-rior "Hctor" Dios Nuestro Seor te permita seguir es-cribiendo para gloria de Dios y para bien de este in-fortunado pas".

    Yo que conozco a estas personas y el ambienteen que viven, estimo lo que vale su apreciacin.

    Me dirn ustedes: "Y qu pas con los dict-menes en contra?" Estos se reducen a las cartas dealgunos catlicos tiernos, que se conforman con decir-me "que no les gust LA GUERRA SINTTICA".Es evidente! Si no pretend hacer un libro de deleite,sino de ruda increpacin. Mi libro nunca ser un ca-ramelo, sino un brebaje amargo y custico para los queno quieren abrir los ojos ante la contundente realidad.

    Soy de ustedes afmo. y agradecido amigo,

    JORGE GRAM.

  • ndice de los captulos

    LIBRO PRIMERO

    CAPTULOS

    .

    PAGINAS

    .

    I.EL ASCUA DEL RESCOLDO 1II.SOMBRAS Y MISTERIO 9III.MUJER 33IV.LA URNA SAGRADA 55V.LA JAULA DE ORO 75VI.LA SEGUR AL TRONCO 81VII.ELLOS! 107

    VIII.PINCELADA VENECIANA 127IX.EL ANSIA DEL LEN 141X.APOTEGMAS Y FILOSOFA 157XLEL "VIAJE QUINTO" 173XII.DALILA 183XIII.HACELDAMA 201

  • LIBRO SEGUNDOcaptulos. paginas.

    XIV.TRENZAS Y HUPILES 221XV.LZARO SELVTICO 237XVI.CAPULLO DE CRISLIDA 249XVII.EL ECO DE LOS SABIOS 261XVIII .FUENTE DE AGUAS VIVAS 269XIX.EL TESORO ESCONDIDO 283XX.EN LAPIRA 303XXLVIVISECCIN 315XXILENTELA DE JUICIO 327XXIII.LOS DOS PULPITOS 347XXIV.EL GRITO A ROMA 365XXV.EXPECTACIN AGNICA 377XXVI.LA LUZ EN LAS TINIEBLAS. . . 387XXVII.UN CEREBRO TRIUNFANTE . 417

    LIBRO TERCEROXXVIII.DIAFANIDAD 427XXIX.LA MANO EN EL TIMN 437XXX.MANE, TECEL, FARES 459XXXI.INSTANTNEAS 475XXXII.SOBRE LA RUTA DE LA VIC-

    TORIA 483

  • LIBRO PRIMERO

    CAPITULO I.

    EL ASCUA DEL RESCOLDO

    El Doctor Magallanes iba a ser el per-

    sonaje ms interesante en la junta clandes-tina de aquella noche.

    Su barba a la francesa, sus espejuelosde carey - aspilleras maliciosas de dos gran-

    des ojos penetrantes- y su entrecejo frunci-do a cualquier momento de discusin intere-

    sante, rasgos magnficos para cualquier psi-

    clogo, seran esa noche el punto convergen-

    te de una docena de inteligentes mirada^.

  • El hombre del silencio compacto iba por

    fin a hablar. El extrao recin venido que

    noche a noche, haca una semana, apareca

    en las diversas criptas y catacumbas de los

    ciudadanos catlicos; el de la atencin y

    puntualidad indefectibles, impenetrable co-

    mo un enigma, adusto como un censor inco-

    rruptible, imponente como un profeta des-

    colgado de los muros de la Capilla Sixtina,

    misterioso como un mago que espera el mo-

    mento de hacer sentir a los humanos su po-

    der ultraterreno, iba a tener por fin la opor-

    tunidad de exponer ante los altos jefes de

    la Liga Nacional Defensora de la Libertad

    de Mjico, su secreto plan de la guerraSINTTICA.

    El Doctor Magallanes perteneca por

    completo a la causa.

    Su filiacin de catlico militante estaba

    perfectamente bien comprobada y acredita-

  • da en las fichas de los altos organismos con-

    fesionales.

    Constaba que era todo un conductor de

    alto coturno.

    Habase educado en Lovaina y borldo-

    se ah en Medicina. Haba vuelto despus

    a cursar la Ciencias Polticas y Sociales, en

    compaa de Barqun y Ruiz y otros cndo-

    res jvenes. Interrumpiendo de pronto sus

    brillantes estudios, haba vuelto de impro-

    viso a Mjico en 1926 con tan extraa ansiay urgencia, que la noche misma de su llega-da a la capital, se present en las oficinas

    centrales de la Liga Nacional Defensora de

    la Libertad saludando a Rene Capistrn

    Garza y a sus lugartenientes, con estas pa-

    labras lapidarias:

    Soy catlico! Quiero trabajar conustedes!

    Se le examin desde entonces, se le

  • identific y se le recibi, por supuesto, con

    los brazos abiertos. Confisele por lo pron-

    to la Secretara de Estadstica.

    Unos cuantos meses despus, cuando la

    defensa religiosa se vio obligada a conver-

    tirse en una defensa armada, el Doctor Ma-

    gallanes pidi a la Liga un puesto en el cam-

    po de batalla. Se le extendi entonces un

    nombramiento para el Estado Mayor de uno

    de los cuerpos que operaban por el Ajusco.Fu herido dos veces; cogido prisionero

    y libertado milagrosamente.

    Consumados los arreglos de 1929, que

    afianzaron el modus vivendi religiosode Mjico sobre la palabra de humo del ma-labarista Portes Gil, el Doctor Magallanes

    reneg del fiasco, como todos los catlicos,

    y, antes que amnistiarse, o sea, entregarse

    como borrego al matadero, el irreductible

    luchador se bot decepcionado a los Estados

  • Unidos. Confirmada ms tarde esta decep-cin durante unos cuantos meses de preten-

    dida reaclimatacin en un Mjico insufrible,volvise al destierro, y, a lo desesperado,

    determin meterse de fraile tomando el h-

    bito de lego capuchino en la vieja Misin de

    Santa Ins, en las montaas de California.

    Nombrado bibliotecario del convento,encontraba ya su ms tranquila delicia enla revisin y estudio de obras sabias anti-

    guas y modernas, cuando hasta ah fu a

    estrujarle el alma viva la nueva epilepsia

    callista de 1934 Y pensado que lo hubodurante algunas semanas, ante Dios y ante

    su conciencia, dej reverentemente su hbi-to de lego en las manos del maestro de no-

    vicios, bes los pies al padre guardin, fu

    a tomar los Ejercicios Espirituales de San

    Ignacio en el colegio de los jesutas de Ysle-

    ta, y volvi a la ciudad de Mjico por el ca-

  • mino ms corto y ms rpido, entrando enella, serio y taciturno, en los primeros das

    de diciembre del mismo ao de 1934.Y como la otra vez, la noche misma del

    da de su llegada, volvi a buscar las oficinas

    de la Liga Nacional Defensora de la Liber-

    tad, para repetir a los jefes supervivientes,

    las secas irretractables palabras de 1926;1

    'Soy catlico. Quiero trabajar con ustedes'

    '

    Pero esta vez, el Doctor Magallanes no

    dio con las oficinas.

    Slo quince das ms tarde, por media-cin de algunos veteranos de la A. c. J. M.

    a la cual el tambin haba pertenecido, lo-

    gr entrevistar a los jefes. Ellos lo reco-

    nocieron al punto, en el ritmo breve y seca-

    mente heroico de sus palabras de granito.

    Invitado inmediatamente a las juntasdel Comit Central de la Liga, en la prime-

    ra oportunidad de coloquio privadsimo con

  • el Presidente de la misma, el recin llegado

    bosqueja a ste los planes que trae pensa-dos sobre una mejor ruta que seguir en lalucha de defensa catlica. El alto dirigen-

    te le oye con el merecido inters y grave-

    dad, emplazndolo para la ponencia minu-

    ciosa de su plan, en la junta de pequeo co-mit del domingo inmediato, el treinta.

    Por eso la noche del treinta de. diciem-

    bre la sesin va a culminar en inters. El

    momento nacional sobrepasa los lmites de

    lo trgico. Es el da mismo en que los lo-beznos garridistas han asesinado a mediaplaza y a pleno sol, a los catlicos que salan

    de misa en Coyoacn. El cadver de la ca-tequista Lucecita Camacho est an san-grante sobre la plancha del hospital. Den-

    tro de ese marco sangriento de la hora, esdonde el extrao repatriado va a revelar alos jefes de la defensa catlica su plan es-calofriante de la GUERRA SINTTICA.

  • CAPITULO II. *

    SOMBRAS Y MISTERIO

    El Dr. Magallanes ha estado puntual

    Segn las instrucciones recibidas, a las diez

    de la noche se ha estacionado silenciosamen-

    te frente a la accesoria de la calle del

    Nadie aparece en los contornos. Espe-

    ra durante una hora, de pi. Nadie se acer-

    ca. Avanza la noche. El doctor mira su

    reloj. Estn para sonar las doce. Los di-

    rectores de la Liga brillan pues por su au-

    sencia. Eso confirma que el momento es

    trgico. Magallanes espera an. Tieso.

    Inmvil, como un guardacantn.

  • 10*

    Las doce de la noche Se oyen pasos.

    Son pasos menudos, iscronos, punteados.

    Son de mujer* Magallanes ve acercarse auna. Le parece demasiado elegante y de-

    masiado hermosa para aquella hora y sole-

    dad. La mujer se detiene ante la mismapuerta, y como l, permanece en silencio.

    El doctor Magallanes, discretamente la

    examina de pies a cabeza. A la tenue luzde la lejana lmpara de la calle, brilla la de-

    licada blancura de un mantn diminuto per-dido entre el pelaje de obscuro abrigo, yasomado bajo el disco inclinado de un som-brerillo de ltima moda. Un pi breve yvivaracho se adivina bajo el ruedo voltildel vestido de seda. El curioso observador

    siente llegar hasta su rostro un hlito de

    perfume concupiscente. Y desde el fondoimpertuarbable de su espritu ve dibujarseen torno de aquella mujer un amplio signointerrogativo.

  • 11

    La silueta femenina acusaba la presen-

    cia de una mujer galante; pero el largo si-lencio que guardaba, derrumbaba la ofensi-

    va hiptesis. Aquella mujer, con su silen-cio, estaba identificndose como miembro

    invitado por el Comit de la Liga, El san-

    to y sea de esa noche era: "Silencio abso-

    luto en el lugar de espera".

    La espera silenciosa al lado de una mis-

    teriosa mujer que bien podra ser una he-rona catlica como podra ser una harpa re-

    volucionaria, revolvi en el cerebro del doc-

    tor Magallanes el panorama de la desgracia

    mejicana. Se estaba en plena hecatombe.El olor de la carnicera trascenda por monta-

    as y pueblos, y le envolva a l ah mismo, a

    pesar del perfume de heno de Pravia que cir-

    cundaba a la silenciosa mujer. Los hombresdel poder proseguan la sangrienta bur-

    la contra el pueblo mejicano. El sarcasmo

  • 12

    se lea en todas las farsantadas polticas.

    Crdenas, el fantoche; Garrido, el canbal;

    Calles, el socarrn, seguan embarrndose

    las barbas con las palabras sacramentales

    de "La redencin del proletariado", mien-

    tras este proletariado burlado e irredento

    despus de veinte aos de redencin, des-

    pus de veinte aos de masticar la mismamiseria, hoy se vea metido en el puo de

    hierro no ya de la ley, sino del capricho ine-

    fable de una manada de lobos carniceros.Los campos se cubran de cadveres. Los

    fusiles del ejrcito de la revolucin, no de-

    fendan ningunas instituciones, sino que

    sencillamente mataban a obreros y campe-

    sinos. Los estudiantes eran burlados en

    sus entusiasmos por la libertad de ctedra.

    Las madres eran heridas en el alma de sus

    hijos. Un diabolismo exquisito lo invada

    todo, lo penetraba todo, destruyendo, careo-

  • 13

    miendo cada nervio y cada viscera de la so-

    ciedad mejicana. Los hombres de nego-

    cios, sin poder negar sus adulaciones a los

    hombres del gobierno, se atrevan ya a pre-

    venirlos contra la crisis fatal que se acerca-

    ba. De la Iglesia no haba ya que hablar.

    El tiro de gracialo haba recibido ya, cuan-

    do los Obispos, despatriados o cautivos, se

    encerraban en un mutismo de derrota, cuan-

    do los sacerdotes se dedicaban a faenas ex-

    traas o se despedan para siempre del pas;

    cuando toda sombra del cristianismo era bo-

    rrada no ya de la vida poltica, que eso ha-

    ba sucedido mucho tiempo antes, sino que

    era borrada de la misma vida popular. Enlas calles y en las plazas, la farndula ga-

    rridista, hija legtima del callismo sacrilego,

    desnudaba imgenes sagradas y las quema-

    ba, como un desafo postumo a las rancias

    creencias de un pueblo entero. Los tem-

  • 14

    pos seguan siendo demolidos. En una se-

    mana sola se firmaban ochenta y un decre-

    tos contra ochenta y una iglesias catlicas.

    Las escuelas oficiales blasfemas sentaban sus

    reales en los sagrados recintos. El demonio

    exterminador cruzaba los cementerios de

    los estados del Golfo, arrancando las cruces

    de los sepulcros para urgir la apostasa de los

    muertos.

    Semana por semana millares de catli-

    eos, desesperados y hambrientos de liber-

    tad, eran arrollados por los camiones de los

    soldados, en las espontneas y conmovedo-

    ras manifestaciones. Los maestros seguan

    firmando el compromiso de "Combatir elfanatismo catlico en los nios y en los ho-

    gares de los nios". Y como signo y con-firmacin del programa nefando, ah esta-

    ban en aquellos momentos, en Coyoacn,los charcos de sangre fresca pidiendo justi-

    cia y venganza.

  • 15

    El doctor Magallanes vea la confusin

    de todo ese panorama, ms negro que la no-che que lo envolva, ms fro que aquelcierzo invernal que le calaba hasta los hue-

    sos

    Pero aquella mujer? Virtud o vicio?ngel o demonio? Catlica o callista?Porque su tipo airoso y elegante no desme-

    reca de la lnea perfecta de otras mujeresque en la contienda mejicana se haban cu-bierto de gloria, Porque solas, como aque-

    lla mujer, cuntas le haban salvado a l lavida, avisndole del peligro. Bellas y pulidas

    eran tambin las mujeres que haban pena-do en las Islas Maras por su altivez catli-

    ca. La mujer fuerte exista, en medio de lospeligros del espionaje, en las grutas de las

    montaas cristeras, en las escuelas clandes-

    tinas de nios cristianos, en las comisiones

    secretas de los lderes catlicos; s, la mujer

  • 16

    fuerte exista, a pesar de la desorientacin

    general

    Sera una de ellas aquella mujer?Pero tambin el feminismo revolucio-

    nario haba estropeado el alma de la hem-

    bra. Pocas eran, pero en ellas el virus ha-

    ba penetrado hasta lo ms hondo. Impor-tada del Estado de Tabasco, y frente a la

    rampante actitud de la madre cristiana que

    defiende a sus hijos contra la escuela socia-

    lista perfilaba su silueta desgarbada la me-

    cangrafa garridista, hecha de pies a cabe-

    za toda una eclampsia revolucionaria.

    Qu cosa ser esta mujer?, volva apreguntarse ya casi con palabras el doctor

    Magallanes.

    Haba sondeado en su vida tantos cora-

    zones femeninos, que estaba dispuesto a

    aceptar as la hiptesis de una herona ma-

    cabea como la de una Dlila recalcitrante.

  • 17

    La hora avanzaba ms y ms. Lamedia noche de diciembre haca tiritar de

    pies a cabeza a las dos estatuas nocturnas.

    El doctor comenzaba a fastidiarse. Cuatro

    das antes ya haba sucedido lo mismo. Des-

    pus de un plantn de tres horas, la sesin

    se celebraba en otro lugar a las dos de la

    maana. Sucedera ahora lo mismo? Ha-

    bra que acudir todava al otro punto de

    reunin previsto ya de antemano?

    Son la una en el reloj del Hospital

    Gral. Inmediatamente el Dr. Magallanesse separ de la puerta hermtica, y con las

    manos bien metidas en los bolsillos del ga-bn, ech a andar hacia la calle del Dr.Olvera. En la esquina no haba guardinninguno. Antes de volverla, mir de sos-layo hacia la puerta abandonada. La mu-jer tambin haba desaparecida

    Quiz es en realidad una de las nues-tras, pens.

  • 18

    Prosigui su camino, investigando en

    su magn la causa de aquel contratiempo.Tema justificadamente alguna desgracia enla persona de los lderes, ltimos vastagos

    de aquellos jefes gloriosamente fracasados

    desde el 1926 a esta parte.

    Todo puede ser, se deca a s mismo.

    Desde la alarma prematura hasta el asesi-

    nato consumado.

    No terminaba de formular su pensa-

    miento, cuando de la oscura oquedad de un

    zagun brotaron cuatro brazos giles y for-

    zudos; cuatro manos, como tenazas, se le cla-

    varon en los suyos, y un personaje, salien-do al frente, le pas ambas manos por todoel cuerpo, buscndole armas.

    El doctor no llevaba ningunas.

    ---Es atraco o es aprehensin?, pre-

    gunt el mdico con la mayor serenidad.Es aprehensin, estilo atraco, contes-

    t el que pareca jefe.

  • 19

    Dispense usted, caballero, agreg;

    pero es orden superior, y tenemos que obe-

    decer. Llvenlo muchachos, a donde diji-

    mos.

    Los aprehensores vestan traje de civil

    Magallanes camin en medio de ellos.

    Un automvil aguardaba en la esquinade la calzada de la Piedad.

    Arriba!

    Las cortinillas estn echadas. Vueltas

    y revueltas por callejas desconocidas.

    Magallanes desprecia, la situacin.Apretujado entre dos genzaros, siente com-pasin por ellos. Pobres mediocres, rue-

    das inconcientes de la maquinaria infernal!

    Uno de ellos al abotonarse el gabn, da

    un codazo al doctor.

    Dispense usted, le dice comedido.

    El doctor sonre ante aquella irona del

    buen trato.

  • 20

    Todo est dispensado ya, amigo; lecontesta con doble sentido.

    El vehculo se detiene ante un portn

    claveteado, semiabierto. El chofer baja,

    entra y desaparece. El victimado y sus

    aretes permanecen en silencio.

    El Doctor Magallanes no tiene miedo.

    La aventura le comienza a despertar un ex-

    trao buen humor, hijo legtimo de una

    profunda rabia que se reconoce impotente.

    Es esta, pregunta, la primera esta-

    cin?

    Aparece el chofer.

    Que lo lleven al cuartel; que no estla vieja.

    El doctor pes en su interior cada pa-

    labra y cada slaba de aquellas. "Que lolleven l cuartel; que no est la vieja".

    Puesto el coche en movimiento, uno de

    los guardias pregunta al chofer:

  • 21

    ^--Pues con quien hablaste?

    Con la gata, responde ste.

    El doctor sigue reflexionando. Una

    noche mal turbada por farolillos lagaosos.

    Un violento traqueteo de automvil desven-cijado, a pesar de los pujos de progresistasque se dan los mandones del Distrito Fede-

    ral La suave caricia de la redencin pro-

    letaria, que lo empaca a l, en aquella hora,

    entre las placas de dos individuos mseros,

    en lo personal, pero respaldados por todo el

    infierno callista, del cual ellos, inconscien-

    tes, son ltimos tizones mal olientes. Pe-

    ligro? No haba razn ninguna para ne-garlo, en la hora en que un cualquiera po-

    da matar a un hombre con la sola condi-cin de ofrendar la vctima ante el altar

    bolchevique de la dinasta callista. Pero

    lo que ms rebulla, como un gusano de es-carnio, en sus entraas, era aquello de ser

  • 22

    conducido en ltimos resultados a un cuar-

    tel, por orden de la "gata" de una "vieja".La "gata" dice que me lleven al

    cuartel porque no est la "vieja". Unavieja y una gata. El casern es grande ysuntuoso. Se trata, pues, de un ministro

    o de un general que tiene una vieja, y de

    una vieja que tiene una gata. De una ga-

    ta con uas, de una vieja con uas, y de un

    ministro con uas, las mismas que yo llevo

    clavadas en mis brazos en estos momen-

    tos Mayores lindezas contemplarn

    los supervivientes! Estamos en un calle-

    jn tal de demencias, que todas las aberra-ciones ms brutales y los crmenes ms ex-quisitos llegarn a ser moneda corriente.

    Cabo de cuarto!

    Qu ocurre?Aqu train a uno!

    Recto, mesurado, entr el doctor Maga-

  • 23

    llanes al decrpito cuartel. El cabo, mo-

    desto y pobre, lo hizo pasar al cuerpo de

    guardia. Algunos soldados dorman ah,

    envueltos en sus capotes. Al lado de cada

    soldado se dibujaba la forma de una mujer,esposa o querida, que comparta con ellos el

    sueo,

    Pobres gentes!, observ mentalmen-

    te el doctor. Soldados de una revolucin

    que no sabe tratar ni a sus mismos solda-

    dos

    l conoca cuarteles extranjeros, ya depases oficialmente catlicos, ya de naciones

    por lo menos altamente respetuosas de la

    dignidad humana. Ah los soldados eran

    ciudadanos tratados con decencia. Cuarte-

    les como colegios, ton largas salas dormito-

    rios, con camitas limpias, sbanas blancas...

    Slo la revolucin mejicana trataba comomarranos a los proletarios armados, que no

  • 24

    tenan otra misin que obedecer oprimiendo

    y matando, sufriendo y muriendo.

    Ya llega un oficial Tiene cara de gen-

    te decente.

    Su nombre de usted?

    Doctor Rodolfo Magallanes.

    Por orden de quin viene usted?

    Eso es lo que no s y lo que yo quie-

    ro saber, responde serio y tranquilo.

    Por lo pronto, espere aqu.

    Pasos lejanos que se pierden. Tardan-

    zas. Aqu, a los pies, un soldado dormido

    que se retuerce. Una cabellera de mujerasoma entre los flecos desiguales de la man-

    ta de ordenanza.

    El Doctor busca dnde sentarse; no

    hay. Dnde reclinarse; nada est limpio.Bajo la luz de los focos que nunca se apa-gan en los cuarteles de la revolucin, (mi-

    llares de kiliowatts que paga "Guerra", a

  • 25

    costa del "Pueblo"), el doctor comenz a

    pasear en el reducido permetro de dos me-

    tros de largo por medio de ancho, pisando

    las orillas de las mantas en donde dorman

    los miserables "Juanes" con sus "madreci-

    tas".

    Por fin vuelve a entrar el cabo de cuar-

    to acompaado de dos soldados soolientos

    y desgalichados,

    Ah vaya con ellos, le dice.

    De nuevo la calle. El relente fro del

    diciembre metropolitano. Los aclitos cam-

    biaban de uniforme, pero el agarrn era el

    mismo. En lo alto de la negra noche, el

    fantasma callista lo llenaba todo. El mi-

    crocosmos estaba encerrado en el alma del

    doctor. La escena era cotidiana, ininte-

    rrumpida. Desde Sonora hasta el Golfo, en

    capitales y en villorrios perduraba la hora

    del poder de las tinieblas: unos fusiles, y en

  • 28

    medio, un ciudadano; un anillo de hidras, y

    en medio un pueblo.

    A dnde camina el macabro trptico?Al misterio. Sus pasos son la noche, sus

    estrellas los fusiles. La consigna es el

    enigma. A dnde caminamos?, se pregun-tan a la misma hora miles y miles de ciu-dadanos que reproducen fielmente la figura

    sombra del Doctor Magallanes.

    La respuesta es varia, multiforme.Desde hace algunos aos, esa respuesta se

    encuentra incesantemente en el inmundo

    paredn -lodo y paja-, o en el secreto ostra-

    cismo -cenizas y olvido-. Al final de esos

    pasos misteriosos ha habido fugas sorpren-

    dentes o asesinatos silenciosos. La revolu-

    cin se complace en deglutir la carne de sus

    vctimas. Calles, el Jefe Mximo, lo com-

    prende todo. l mismo no cree en la re-dencin de ningn proletariado, ni cree en

  • 27

    la ley, ni siquiera en la Constitucin. lslo cree en su fortuna y en la vileza de sus

    achechinques. Sabe que l mismo es una

    perpetua burla, un escarnio, para ese ama-

    sijo de miseria y analfabetismo que se lla-

    ma pueblo, y al que Calles mismo desprecia

    y patea. Sabe que la mofa es sangrienta,

    pero se mofa; porque es el Jefe Mximo,

    porque es el invulnerable, el dios!

    Su nombre cubre la repblica. La cu-

    bre como un sacrilegio. Y en su nombre,en cada calle y en cada plaza, los ciudada-

    nos son sometidos a la mofa de la ciudada-

    na. Los artculos de la Constitucin se en-

    redan en los patas de los que se llamaron

    CONSTITUCIONALISTAS

    :

    Magallanes se descuelga de sus som-

    bras reflexiones para observar los detalles

    de su negra realidad. No lo llevan por en

    medio del arroyo; tienen la miaja de mira-

  • 28

    miento de conducirlo por la banqueta, co-

    dendose con las tinieblas acentuadas que

    se acurrucan en las axilas de la calle, No

    identifica el barrio. Es, eso s, barrio del

    Mjico antiguo, con pulqueras ya cerradas,ligeras ventanas abiertas de las que salen

    girones de msica y borrachera. Rastros

    de vendimias populares; cascaras nausea-

    bundas que chillan, como alimaas, bajo lasplantas. Junto a un zagun un grupo de

    papeleros desnudos, dormidos a la intempe-

    rie. Son los golfos, vctimas desventura-

    das del libertismo y la Revolucin que han

    destruido el hogar y las obras de la caridad

    cristiana. No es raro el espectculo. Ani-

    mo, golfillos de cinco aos! Dentro de quin-

    ce, seris generales, y luego ministros o

    presidentes de la repblica. Para la vida

    regalada es mejor ser un golfo que ser unmdico. Audacia, audacia, audacia, y lie-

  • 29

    garis a ser jefes mximos de un hato deserviles, en la punta de la pirmide de diez

    y seis millones de imbciles!

    Los guardias se paran en seco. 'Estn

    a la puerta de una cochera, a dos cuadras

    del cuartel, en un barrio desconocido. Por

    Tepito? Por San Lzaro? El doctor no lo

    sabe. Pero todo es lo mismo: todo Mjicoes Sonora, todo el pas es la cueva del ta-

    basqueo consentido

    Un soldado abre el pesado candado.Baratija de otras pocas, que suena a cen-cerro en el pescuezo de la poltica del da y

    de la de aquella noche. Un empujn dehombro militar abre el portn. Con traba-

    jo, porque tras l se adivina, como princesa

    encantada, muelle, voluptuosa, oliente a ga-

    solina, una grandiosa mquina automovils-tica, relumbrosa, majestuosa, nuevecita

    Ahilndose por un lado, esquivando un

  • 30

    raspn de las cazoletas bruidas de las rue-

    das, arrastrndose la espalda contra la pa-

    red, pasa el doctor protegido por ambos

    flancos por la invicta tropa.

    El doctor suerbe aquellas tinieblas im-

    pregnadas de aceite, de petrleo, la gran ri-

    queza del pas, que no llega a rebasar del

    estrecho crculo del Partido Nacional Revo-

    lucionario.

    Con una indiferencia pica, al fulgor

    de un cerillo que se enciende en la mano

    costrosa del soldado, da el paso a un nuevo

    aposentillo interior, como quien da el paso

    a una tumba.

    La puerta del aposentillo gira ya sobre

    sus goznes. El doctor siente en su pecho el

    salto de un tigre rabioso:

    Bueno, se conforma con decir: por

    orden de quin se me mete aqu?

    Pos quin sabe, responde el del ceri-

  • 31

    lio. A m me dijo el cabo que lo trajera....Y la puerta se cerr. Sonaron de nue-

    vo los arrastres de los zapatones por el ce-

    mento del garage, se oy el golpazo de la

    puerta grande, y el doctor Magallanes que-

    d envuelto *n su concha perlera sin una

    alteracin en el ritmo de sus arterias, sin

    un temblor en sus pulsos, sin un tomo de

    hielo en su sangre.

    Slo all en el fondo de su cerebro re-

    lampageaba un fulgor meridiano. Los da-

    tos macabros del problema de la patria dan-

    zoneaban en la pantalla de su alma, alinen-

    dose como duendecillos, hasta formar las

    cifras de la solucin

    Su propia condicin le preocupaba me-

    nos que otras cosas. Aquel jonuco no le in-timidaba por s mismo, sino por traerle a la

    mente que l no era el nico victimado aque-

    lla noche que su aprehensin era indicio de

  • 32

    un plan ms vasto, que si los jefes de la Li-ga Nacional Defensora de la Libertad ha-

    ban corrido la misma suerte, la situacindel pueblo catlico mejicano apareca enton-ces s, humanamente desesperada.

    Pero sobre- todos los trastornos de su

    humillante aventura, lo que ms le preocu-paba era esto: que si l haba entrado ya a

    su tumba perpetua, la tierra que se tragara

    sus despojos oscuros iba tambin a tragarseel ascua encendida que arda en su cerebro,

    su inestimable plan de la guerra sinttica,

    Y los pueblos oprimidos seguiran su-

    friendo a oscuras!

  • CAPITULO III.

    MUJER

    Las ojeras de Adelina son abismticas,

    y el carbunco de sus ojos es brasa encendi-

    da.

    Su elasticidad de tigresa se adivina al

    travs de la tenue neglige, enredada a sus

    pechos, y a sus caderas, y a sus piernas,

    como serpiente consentida, medrosa, mimo*

    sa.

    La displicencia y el hasto disean arru-

    gas prematuras en su frente, y rictus ame-

    nazantes en sus labios inquietos..... Un froletargo perezoso la atenaza sobre el buta-

  • 34

    con muelle y profundo, tirantes y descu-

    biertas las piernas, desnudo el busto y a-

    bierta la bocaza en bostezos infinitos

    Qu fastidiosas le parecen esas diezcampanadas de la maana, que en el reloj i-

    11o de Buda acaban de sonar, Buda ciego

    y mudo, que no se percata del desasociego

    que invade el alma de la hembra celosa!

    Tres das! exclama, torciendo la bo-

    ca; y tres noches! termina, suspirando.

    Tres noches retorcindome como culebra,

    mordiendo las sbanas, maldiciendo, pa-

    teando en esta soledad glacial! Hom-

    bres ! Malditos hombres ! Todos son lo

    mismo!.... Siquiera me dejara en libertad...al diablo con l! Pero es glotn, es exclu-

    sivista; lo quiere todo para l, para l solo,

    de pies a cabeza, de da y de noche; pensa-

    miento y amor, fuego y metralla, sangre yalma, carne y espritu Y de qu se

  • 35

    queja? Todo lo tiene. Lo tiene como no loha tenido nadie, como no lo ha tenido nin-

    gn otro, ni el generalito Hache, ni el dipu-tadillo Barrios, ni mi seor gobernador Ga-

    lindo. Lo ha tenido todo, con la perpetui-

    dad de mis seis meses de sumisin, de quie-

    tud, de fidelidad de perro, de solicitud de es-

    clava Y a fe que no pierdo. . . . ! Hastiada,cansada de ruido y de boato, no me sienta

    mal este contrato permanente, contrato a

    cuerpo de reina, y con esplndido pago de

    costas..... A fe que no es malo el estuche,ni es tacao el sultn, y es ms rumboso vi-vir en el Distrito Federal, que en las famo-

    sas selvas tabasqueas. .... Pero este conde-

    nado jefecillo de ministerio me tiene ya

    tres das y tres noches dando vueltas de

    Oriente a Poniente en esa casa maldita, se-

    ca y ardiente como el Desierto de Sahara....

    En donde anda? Con quin me la pega?

  • 36

    Que nuevos filtros le habrn dado? Por-qu no me habla claro para liquidar con l

    mis cuentas y pedir posada en otra parte?

    Sobran rumbos....! El P. N. R. tiene mil

    brazos abiertos.

    Frunciendo el hociquillo voluptuoso de

    mulata en brama, quedse con la mirada

    vaga perdida en el ambiente de la estancia.

    S!.... Y qu bien se la quita, conti-tinu, con eso dQ los "reaccionarios"

    Miraba sin ver, sin ver el Buda negro,

    regalo de un general amigo problemtico de

    su actual "viejo**; las cucheras del peina-

    dor, todas brillantes, relumbrosas, rodeadas

    de espejillos, de perfumadores, tiradas en

    desconcierto a dos pulgadas del estuche de

    raso.

    Como reflector vago que gira en torno

    del panorama, pasaron las miradas de Ade-

    lina por todo el campo visual de la alcoba.

  • 37

    Ah los cortinajes esplndidos, el ropero a

    medio abrir, asomndose a l, en tumulto,

    a todo el pelotn de hechizos que la moda yel dinero podan acumular a su alcance

    Adelina sonri displiscente, se arrella-

    n en el silln, y volvi el cuerpo y el ros-

    tro hacia la otra parte. La luz de la venta-

    na le cay como un chubasco.

    Linda que era la mujer!En los cuantos aos de carrera, desde

    su catolicismo de familia media hasta su

    plena identificacin de "querida" de lujo,

    su belleza y gracia no haban sufrido aja-

    mientos ningunos perceptibles; tampoco ha-

    ban aumentado, por cierto propiamentehablando. Eso s, haban acentuado ese

    aire de provocacin tcnica, que ya en ella,

    desde antes, resultaba algo natural. Los

    ojos aterciopelados, los labios siempre inci-

    tantes, el contoneo mecido en falacia pudo-

  • 38

    rosa, haca a los hombres la sugestin de

    una voluptuosidad nunca soada, escondida

    en una mujer incontaminada, en una virgendesconocedora ella misma de sus propiosencantos, manjar codiciado, reservado a losdioses del Olimpo..... Un ngel con todo el

    veneno del tentador oculto tras la candida

    presencia!

    Los ricitos negros se campanearon so-

    bre la frente morena y suave. Y los ojossiguieron posndose en el espacio. Ah en

    la mesilla, en el fumador, se apachurraba

    un montn de peridicos Los ojos deAdelina se tendieron sobre ellos con indife-

    rencia, con frialdad. Enormes rtulos, esca-

    pados a la censura, gritaban dilacerantes,

    las infamias del momento demoniaco. Ade-

    lina no se preocupaba por aquellas cosas.

    Qu impresin le podan hacer a la mance-ba de un alto revolucionario mejicano, aque-

  • 39

    los grandes rtulos de los peridicos de la

    semana? "Brbaro asesinato cometi ayer

    otro militar". "Protestan ser ateos los

    profesores de Yucatn". "Mat a su hijoa palos otro militar". "Escandalosa alga-

    rada en la Villa de Guadalupe". "Horri-

    ble matanza de catlicos en Coyoacn".

    "Los Camisas Rojas acusados de asesinatocolectivo". "Tumultos en el Zcalo por la

    cuestin religiosa". "Otro motn en la Vi-

    lla de Guadalupe". "Candente Mitin de

    los Universitarios". "El General Calles

    dijo: Nuestro Pueblo es feliz". "Muertos

    y heridos en Guadalajara". "El pueblotapato tiroteado y ametrallado". "Escan-

    daloso motn en Tacubaya anoche". "Arro-

    j el pueblo a los maestros socialistas"."300 mil estudiantes en huelga". "Seo-

    ras amotinadas en Ciudad Jurez".

    Qu era aquel resumen de la alborada

  • 40

    de 1935 en Mxico, para distraer^ de sus

    pensamientos a una mujer caldeada en elfuego de rfaga revolucionario?

    Adelina segua recordando punto por

    punto las escenas de los ltimos das. Casi

    senta vergenza de s misma; no de su ca-

    da, no de su hundimiento; senta vergenza

    de su actual sensibilidad, de su apechuga-

    miento y enfado ante la ausencia del ' 'pa-

    trn", de sus celos de virgen enamorada....

    Ella que ni saba de fidelidad ni esperaba

    merecerla!

    Triple imbcil!, exclamaba contra s

    misma. Y ponerme a seguirlo, y ponermea espiarlo

    Record entonces, paso por paso, sus

    ltimas jornadas. Mambr (as se llamabal -nombre de perro-) andaba a zaga de los

    jefes de la Liga Nacional Defensora de la

    Libertad. Los nuevos brotes de rebelin

  • 41

    armada de parte de los catlicos acusaban

    alguna direccin general oculta, que lgica-

    mente deba suponerse en los lderes catli-

    cos que tenan sus mejores exponentes enel Comit Central de la dicha Liga. Apre-

    henderlos, examinarlos, suprimirlos para

    sangriento escarmiento; ese era el cometido

    de Mambr, para quedar bien con Garrido

    y con Crdenas, y ayudar a stos a quedar

    bien con Calles. Todo al margen de la ley,

    por supuesto, como era el uso de los tiempos.

    Apegarse a la ley, era tanto como respetar

    por lo menos las vidas, y las vidas de esos

    catlicos eran sencillamente un estorbo. Ala revolucin "desfanatizante" le estorbatodo pensador justiciero y cuerdo de base ca-tlica. Por aquellos das Mambr Ochoterenahaba olido el escondite de las juntas de la Li-ga, y haba instrudo a sus sabuesos, comen-zando por los Jefes de Polica para aduearsede aquellos hombres apetecidos y sacrificar-

  • 42

    los por el camino ms corto. La atmsferacaldeada de los ltimos das facilitaba los

    asesinatos extra legales, actos siempre me-

    ritorios ante los sultanes de la revolucin

    omnvora. Pero todas esas fantasmagoras

    de sangre silenciosa no entraban para nada

    en las cuentas de Adelina, que puesta en el

    resbaladillo de los celos y de la hiperestecia,

    y comprobando nicamente la ausencia del

    macho, resolvi seguirle la pista.

    Fisg sus papeles, anot las seas, es-

    per la noche, se envolvi en su chaquetn

    de piel, y a las doce, mordindose los labios

    secos de rabia y de zozobra, se plant fren-

    te a la casa nido de conjuraciones, para cer-

    ciorarse de la clase de actividades a que se

    dedicaba su planchado "viejo". Ah encon-

    tr a otro fantasma quieto y mudo, a quin

    ella hizo par en la mudez para no ser reco-

    nocida por quin poda ser otro agente con-

  • 43

    fidencial del gobierno. Fastidiada de la

    intil espera, alejado del otro testaferro, se

    retir tambin ella, intimidada de su propia

    audacia. En la esquina de la Avenida de

    los Nios Hroes, se top de manos a boca

    con un ayudante de Mambr que la recono-ci perfectamente, y ella para evitar com-

    plicaciones, se sacudi al ayudante con estas

    sencillas palabras:

    Aqu va ahorita uno de los que bus-

    ca Mambr!Oir el otro lo de Mambr, y acordarse

    de la posicin econmica y poltica que eldicho guardaba, y de los mritos que con-traera con el atraco; ech a correr a bofesplenos, tir rpidamente sus lazos, y unoscuantos minutos despus, en la Calle delDr. Olvera, daba con Magallanes, envin-dole sin plan y sin orden ninguna, a dondeprimero se le ocurri: a la mansin mismadel valido.

  • 44

    Adelina encendida en furia contra el

    burlador de sus pesquizas continu la bs-

    queda por otras pistas igualmente estriles.

    Y a la madrugada, volvi a su nido de raso,sin saber ni jota de la ' 'orden' ' dictada por

    la "gata" en ausencia de ella, "la vieja".

    Y entr a la mansin del zaguanzoteclaveteado, diciendo:

    Ah, Mambr Ochoterena! Cmo teestars riendo a estas horas de tu tigresita?

    Todo esto, y lo que haba seguido des-

    pus, repasaba Adelina arrellanada en su

    butaca, frente al tacao sol de los primeros

    das del ao nuevo.

    La sabrosa mestiza dio un respingo de

    clera, luego alz los hombros en seal de

    despecho, y vuelto al campo del ensueo

    vago e indefinido, tendi el brazo torneado,

    cogi y encendi un cigarrillo, y se puso a

    dibujar el panorama de su espritu con vo-

  • 45

    lutas de humo blanquecino. Sus ojillos de

    ardilla, emboscados en las ojeras abismti-

    cas, se prendieron otra vez de los peridicos.

    Los largos dedos de uas rub cogieron una

    de aquellas hojas de escndalo. Y leymaquinalmente, framente, estpidamente.

    Claro! Se trataba de boberas cotidianas!

    "No han sido encontrados. Los fami-

    liares de los seores cuya lista dimos ayer,

    han seguido recurriendo a las Oficinas de

    Polica investigando el paradero de dichos

    seores, que salieron de sus respectivos ho-

    gares el pasado domingo treinta, para asun-

    tos de poca duracin. Como son reconoci-

    dos como catlicos connotados, los familia-

    res temen hayan sido vctimas de algn

    atentado con pretexto de la cuestin reli-

    giosa'

    \

    Adelina dej el peridico lentamente,indolentemente, y sigui dibujando el pa-

  • 46

    norama de su espritu con las volutas de

    liumo del cigarrillo.

    Y pens en Mambr, y sonriQue le pregunten a Mambr Ochote-

    rena; l s conoce el paradero de esos seo-

    res

    Y era verdad. Como que MambrOchoterena era de los bandidos ms celososen cortar los pies y las manos a la reaccin.

    Y todo lo haca rpido. El no se paraba enpintas. Tres das le bastaban para identi-

    ficar, para sentenciar y para suprimir. Los

    cuerpos de aquellos catlicos destacados te-

    nan ya doce horas de achicharrados en el

    horno crematorio. Los fanticos no vene-

    raran sus huesos, como hacan con los de

    Anacleto Gonzlez Flores, en Jalisco, y con

    los del Padre Correa, en Durango! Y losfamiliares de stos y de muchos otros se-

    guiran buscando el paradero de los mrti-

  • 47

    tires silenciosos, no slo en la Capital, sino

    en todo lo ancho y lo largo de la contorsio-

    nada Repblica.

    De pronto Adelina volvi sobre s. Una

    pequea noticia adicional la hizo reaccionar:* Tambin el Dr. Magallanes ha desapare-cido. La Sra. Amelia Furrer que regentea

    una casa de huspedes en la Avenida Insur-

    gentes ha dado parte a la polica de la de-

    saparicin de un su husped, el Doctor Ma-

    gallanes. Dice haberlo visto salir el domin-

    go pasado, anunciando que vendra algo no-

    che, no habiendo vuelto ya en tres das. Unenfermo grave le esperaba en la maana del

    lunes, cita a que el doctor no acudi. El Doc-

    tor Magallanes, dice la regente, es un hom-

    bre serio y piadoso que vino recientemente

    de Estados Unidos, y, por eso, dice ella,

    abriga temores de un atentado relacionado

    con la cuestin religiosa".

  • 48

    Adelina se qued petrificada. Luegoreley la noticia. Tino sus miradas de una

    expresin nueva, seriamente -meditativa.

    Las volutas de humo se esfumaban desaira-das en su presencia

    Las divagaciones de Adelina tomaban

    un rumbo nuevo. Se transladaban a cami-nos lejanos, cuyos bordes estaban sembra-

    dos de recuerdos vivos que le estrujaban elalma, arrancndola compasivamente por un

    momento del ambiente ftido de su actual

    postracin moral.

    I Rodolfo Magallanes ! . . . . Sera posible ?

    Sera posible que aquel nombre volviera aescribirse de nuevo en las pginas de su vi-da mancillada? Adelina no saba, no que-ra disimularlo ni ante s misma. Aquelnombre significaba algo para ella, vena en-vuelto en un torbellino de memorias, que

    dejaban en su alma contemplativa un sedi-mento dulce y amargo, acariciador y brusco.

  • 49

    Cogi el peridico, y ley muchas veces

    aquel nombre.....

    Adelina suspir. Oh sus risueos die-

    ciocho aos! Oh sus limpios amores de

    otros tiempos! Oh su amado... el amado ido;

    el amado que un da, ceremonioso y digno,

    se inclin ante ella, y de ella se despidi,

    cuando ella daba el primer paso en la pen-

    diente resbaladiza de la infidelidad!

    Rodolfo Magallanes....! Aquel nombre

    le sonaba a expiacin, la llamaba a remor-

    dimiento; le sacuda las fibras adormecidas

    con la vibracin de un reproche, reproche

    tardo por sus primeras ligerezas de minu-

    to, reproche por su estado de presente per-

    versin, perversin ruidosa, ostentosa, des-

    vergonzada; arrastrada del brazo de un l-

    dfer revolucionario, perseguidor, entre el to-

    rrente sucio de la poltica bolchevique me-

    jicana!

  • 50

    Rodolfo Magallanes!.... Pero sera l?

    Adelina ley de nuevo la noticia ente-

    ra..... ' 'que vino recientemente de Estados

    Unidos "

    S, no cabe duda! Es l!, dijo, sin-

    tiendo un hormigueo en todo su cuerpo.

    Era, en efecto, el hombre que solo tuvo

    para ella un ' 'adis' ' de hierro, de hierro

    candente, que le dej marcadas las entra-as. Era el desilusionado, el fugitivo, el

    que sacudi las sandalias de su amor y de

    su patria, para vagar perpetuamente por

    extraas tierras

    Una sospecha le vino a la mente. La

    lista confidencial de los ltimos incinerados!

    Vol al "secretaire" de su falso marido.

    Escudri, revis. Qu documentos aque-

    llos para la futura historia de la redencin

    proletaria! "presidencia de la repbli-

    ca. Servicio Confidencial Reservado. 2 de

  • 51

    enero de 1935. Seor Hernn Laborde.Presente. El Seor Arturo H. Villegas en-

    tregar a usted semanariamente la catidad

    de dos mil pesos para ayuda de sus gastos

    de propaganda. Tenga cuidado de atacar a

    nuestro Gobierno para desorientar..." ' 'Or-

    den Nm. 25780, fecha 1 ?. de enero de 1935'

    '

    cargo Banco de Mjico, por dos mil pesos se-

    manales cobrables por Arturo H. Villegas."

    Qu le importaban a Adelina las bus-cas de Laborde, el candidato comunista en

    las pasadas elecciones presidenciales? " In-

    cinerados !" Ley, busc. Respir. Ma-

    gallanes no apareca ah todava.

    Volvi a su butacona, se sacudi ner-

    viosa, y llam:

    Circasiana!

    No hay Dios!, contest zalamera ladoncella, presentando su menuda figurillaentre el cortinaje.

  • 52

    yeme!Diga usted, camarada!

    Hay algn preso en el garage?

    No lo s, seora camarada; se hanido llevando a todos los que han trado.

    Ve a informarte si queda alguno, ycomo se llama.

    Circasiana tard en volver una eterna

    media hora.

    Dice el soldado que es un doctor que

    est desde el domingo.

    Adelina se extremeci.

    Y cmo se llama, pues?, preguntexcitada.

    Pues noms eso me dijo el soldado.

    Pues a que te mand, estpida?,

    barbot encolerizada Adelina. Vete al dia-

    blo!

    Ni Dios ni diablo, seora camarada.

  • 53

    Vete! Ya me fastidian tus saluditos

    de ordenanza ! Vete !

    .

    Y la Circaciana sali dejando a Adelinahundida en un mar de perplejidad, de rabia

    y de incertidumbre

  • CAPITULO IV.

    LA URNA SAGRADA

    Mientras tanto, en la oscuridad del im-

    provisado calabozo, brillaba una vivsima,

    chispa de luz. Era un punto localizado,

    quiz en la piedra filosofal del cerebro ,del

    venerado prisionero.Qu bien se medita a solas en aquel

    profundo retiro! Qu bien reposa el esp-ritu en los brazos de Dios, con el orgullo dela fe perseguida e invicta! Qu claros seven los horizontes entre aquellas cuatro pa-

    redes, como cuatro negruras traspasadaspor los rayos X dla clarividencia de lamuerte!

  • 56

    Qu exactas poses tomaron los pensa-

    mientos del doctor y qu nobles bros resur-

    gieron en su alma, al mirarse escogido para

    aquella urna gloriosa de la celda, al hun-

    dirse en aquel sarcfago de resurreccin,

    en aquel capullo de oruga, de donde nece-

    sariamente tendra que salir triunfante,

    victorioso, ya fuera vivo, ya muerto!

    La muerte! La muerte no es temible

    cuando se lleva en el alma un ideal que so-

    brepasa los senderos de la vida; cuando se

    columbra tras ella la inmortalidad venturosa

    en el regazo de Dios y la estela de gloria en

    el recuerdo de los hombres y de la historia

    de la patria! La muerte! Llegar mspronto a ese cielo por cuya consecucin se

    lucha y se sufre en medio del lodazal pol-

    tico de un gobierno podrido y estpido !

    El Doctor Magallanes se irgui en su

    prisin. La conciencia de su rectitud, la

  • 57

    revisin de su sentir y de su pensar lo agi-

    gant delante de s mismo; y con grande

    deleite, saboreando cada slaba, repeta la

    causa de su aprehensin, como temeroso de

    que se la cambiaran por otra:

    Porque soy catlico, apostlico, ro-

    mano!.

    Y como un aparato hertziano que captalas voces de todas las latitudes y emite en

    chispas imponderables el propio sentir y

    pensar, el alma del Doctor Magallanes se

    sinti en sensible comunicacin con todos

    los que en Mjico padecen persecucin porla justicia, con todos los lderes catlicos

    que estudian, que dirigen, que sostienen,

    que consuelan. Al lago de su alma serena

    y fecunda llegaron las ondulaciones de las

    protestas remotas de los catlicos del mun-

    do, los que an no echan la ltima paletadasobre el catolisismo crepitante de Mjico.

  • 58

    Sinti con asco las prevaricaciones larvadas,

    las mitrales reverencias al sultn de horca

    y cuchillo; la teocracia burocrtica, registra-

    da y autorizada, que dice misa cuando el

    bolchevique quiere, y d los sacramentos

    segn el Ministro de Gobernacin manda.

    A su alma abierta en flor de cliz de lacripta, entr vibrante y gloriosa la chispa

    del incendio armado; los disparos benditos de

    los cristeros, hombres limpios de corazn,

    que ven a Dios sin sombras en el ideal so-

    berbio de su defensa heroica, Y se sintifuerte, y se sinti orgulloso, y ratific su

    ideal; un catlico, apostlico, romano, que

    quire a todo trance para su pueblo la liber-

    tad. Y en un arranque de romanticismo, elDoctor Magallanes se acerc a los muros, ybes fervorosamente aquellas paredes quelo santificaban.

    Su pi tropez con un cajn o con unbote, y sentse sobre l a meditar.

  • 59

    Soy una fuerza en reserva. El hom-

    bre de carcter no est nulificado nunca.

    Nunca! Cuando las ramas exteriores se

    secan, las races interiores se robustecen.

    La batalla mejicana no est perdida mien-tras haya un solo cerebro que piense en la

    reconquista. Hidalgo hizo derrumbarse a

    un gobierno enraizado por tres siglos; Pela-

    yo reemprendi la reconquista contra una

    invasin de sarracenos, y esa reconquista

    hubo de triunfar. Madero, desbarat todo

    un gobierno de Porfirio Daz, sin amedren-

    tarse por las apoteosis del Centenario. Hi-

    tler, Mussolini, imperceptibles hace quince

    aos, hoy se han hecho dueos de pueblos.

    Si la simple ambicin encumbra, por qu

    no ha de encumbrarnos a nosotros el ham-

    bre de justicia? No ceder, no cejar! Po-

    ner barricadas con nuestros cuerpos ensan-

    grentados, cuando no podamos ya poner

  • 60

    trincheras para apoyar nuestros fusiles! No

    ceder, no cejar: esa es la consigna! Atizar,

    atizar siempre nuestra hambre de libertad

    religiosa, y no satisfacerla nunca con las

    bellotas dlos puercos....! Soy una fuer-

    za, s, soy una fuerza! Mi cerebro debe

    pensar, debe planear. La soledad es estra-

    tgica. Revisar, valorizar los pasos dados,

    corregir los errores, enderezar la marcha;

    todo eso se puede hacer en la quietud de la

    prisin, avanzando siempre, siempre ade-

    lantando en la ascencin escabrosa hacia la

    religiosa libertad de todo un pueblo. Todos

    llevamos en nosotros esa tcita consigna.

    Nadie nos la ha dado por escrito: nos viene

    directamente del cielo. Solo as se explica

    nuestra exacta unanimidad. Yo soy una

    personificacin de mi pas. Como estoy yo,

    prisionero, encerrado, privado de mi liber-

    tad, de la luz del sol, del aire de los campos,

  • 61

    impedido en mi profesin con dao de me-

    nesterosos enfermos que me necesitan; sin

    comodidades, sin mis bienes, sin sacerdote

    para morir, sin sacramentos para vivir; como

    estoy yo, sin recurso ni forma legal ningu-

    nas, por un capricho annimo, de alguien

    que ni siquiera d importancia al hecho; as

    estn dieciseis millones de ciudadanos de

    mi pas Algunos, nacidos y aclimata-

    dos ya a la fetidez de la mazmorra, tascan

    las tinieblas con indiferencia estpida; otros

    se retuercen en la desesperacin de la im-

    potencia A todos hay que sacudir; a

    todos hay que libertar!

    -o

    Un ruido de cerrojos cort los solilo-quios del doctor. Sonaron pasos sabr el

    duro pavimento del garage: zapatones y ca-

    denillas de sable. Una dbil migaja de luz

  • 62

    se col por la rendija. A ella se acerc eldoctor, y mir a un militar que acariciaba

    el automvil como quien acaricia la yegua

    favorita

    General!, exclam ai travs de la

    rendija.

    El militar era coronel; pero le agrad

    oirse llamar general, y atendi al llamado,

    preguntando al mismo tiempo al centinela:Quin est ah?

    Pos un detenido.

    A ver, abre!

    Abrise la puerta interior de aquel"sancta sanctorum", y ante los ojos encan-

    dilados del coronel se fu silueteando el

    hombre del gabn con rostro de profeta.

    General, repite Magallanes: qu no

    pudiera yo saber por qu estoy detenido, ypor orden de quin?

    Pues yo no s, contest con algo de

  • 63

    compasin el coronel; ni siquiera saba yo

    que estaba alguien detenido. Qu es us-ted sacerdote?

    Soy mdico, soy el Doctor Rodolfo

    Magallanes.

    Pues no s, doctor; pero voy a infor-

    marme. Por lo pronto, le voy a mandar

    que le barran, porque esto est insoporta-

    ble. Un poco de paciencia. Por aqu hanpasado muchos seores en la misma formaque usted.

    \Quiero saber siquiera en manos de

    quin estoy.Por ahora est usted en mis manos;

    pero yo no puedo hacer con usted ms quelo que me manden. Ya pedir instrucciones.

    La puerta se cerr. La penumbra seespes en torno del doctor. Se oye un gol-pe de motor que arranca. Llaves. Tap,tap! Otro portazo. Alrededor del doctortinieblas perfectas.

  • 64

    La chispa cerebral vuelve a lucir. En

    las lobregueces del calabozo quedan vibran-

    do algunas palabras. "Por aqu han pasa-

    do muchos seores en la misma forma queusted". "Yo no s por qu est usted

    aqu". "Yo no puedo hacer con usted msque lo que me mandan".

    Sonri el prisionero. Sonri con lsti-

    ma hacia la pretenciosa Constitucin de M-xico. Una vez ms le cayeron en chiste losartculos de las famosas garantas indivi-

    duales. "Nadie puede ser molestado en su

    persona, papeles, etc." Palabras, palabras

    y palabras! Perpetua burla al ciudadano!

    Perenne escarnio al pas!.... La Ley?

    El idolo de la Ley? Calles con los suyos,

    ante la nacin entera, con toda la fachenda

    de Jefes Mximos, se sientan sobre laLey!

    Entre los muros olientes a gasolina re-

    son una carcajada

  • 65

    Si Calles hubiera tenido enfrente a a-

    quel hombre, habra temblado ante aquella

    carcajadaLa carcajada significa desprecio. Y

    quien desprecia, no teme; y quien no teme,

    puede hacerse temer.

    Yo soy una figura del pas entero,volvi a repetirse el doctor. Y debe estar

    un pas entero, condenado a perecer? No!,

    No, y no!

    Son de nuevo el cerrojo. Un soldadotrae al doctor algo de comer.

    Tienes razn, muchacho! Me olvi-

    daba que no haba yo comido en dos das!

    Al soldado se le solt la lengua. Y enmedio de uno que otro vistazo a la puerta

    de la calle para no ser sorprendido: se des-

    ahog con el prisionero. Le cont cmo es-taban ellos sufriendo y muriendo, y matan-

    do y aprisionando, slo por un capricho de

  • 66

    Calles Y entre los cuentos del soldado,como cuchillada de bandido, cay sobre el

    alma de Magallanes la tremenda noticia:

    !A1 mismo cuartel haban sido llevados losJefes Centrales de la Liga Nacional Defen-

    sora de la Libertad, y haban sido ya fusi-

    lados la noche anterior!

    Cuando el soldado se retir, dobles ti-

    nieblas envolvieron al prisionero, y doble

    soledad se sent sobre su magullado cora-

    zn

    Ellos obran lgicamente, continu el

    frreo pensar del cautivo. Sin jueces, sin

    leyes, cogen y matan. Y slo dejarn dematar cuando la vctima ya no resuelle,

    cuando su estertor se pierda, cuando caiga

    exnime, besando las plantas del tirano,

    con los labios crdenos, en un rendimiento

    postumo Gran Dios! Es esto posible?

    No hay para los pueblos vctimas un recur-

  • 67*

    so de liberacin? Los has dejado inermesy tullidos ante el tirano? Es el cristianis-

    mo en los pueblos una cadena que los ata de

    pies y manos, para que la ignominia del ti-

    rano se cebe en ellos con plena invulnerabi-

    lidad? Seor, Seor! Has T dispues-to que seamos hatos de ovejas yacientes enun perpetuo matadero de almas y de cuer-

    pos?..... No! Luego cabe el defender-

    nos! Luego cabe el luchar! Y si la defen-

    sa armada decae, hay que resucitarla; y si

    falla, hay que perfeccionarla! Y si se nosquita el nmero de combatientes, hay queaumentar la calidad. Y si ellos se han po-sesionado de la fuerza, nosotros debemos

    posesionarnos de la maa Vamos acuentas. Cuntos hombres tenemos sobre

    las armas? Unos ofeho mil. Contra quin

    luchan? Contra el tirano. A quienes dis-

    paran? A los pobres "Juanes" del ejrcito.

  • 68

    Qu, no valdra ms levantar la punte-ra ? No valdra ms disparar sobrelos que son la causa del aluvin de infa-

    mias, y as economizar la sangre de tanto

    mejicano irresponsable?El Doctor Magallanes no tembl ante

    semejante planteo. Lo haba resuelto mu-chas veces, en su magn, y lo vea muy prc-tico, muy racional, muy estratgico, muymesurado.

    Puestos ya en el terreno de la lucha

    armada, se deca, hay que economizar san-

    gre y parque. Al mismo adversario hayque economizarle sangre. Piedad para los

    soldados, con tal que se tenga justicia con

    los jefes. En el Estado de X, hemos teni-

    do una victoria de armas. Han quedado

    muertos cuarenta soldados, dos capitanes,

    un coronel. Los nuestros eran apenas dos-

    cientos. Si de esos doscientos hubiramos

  • 69

    tomado cinco, y hubiramos asaltado a la

    una de la madrugada el Casino, habramos

    asegurado la Jefatura entera de la Zona de

    Operaciones Militares, encargada de comba-

    tir contra nosotros.

    Aquello era verdad!

    Toda guerra, protegua, admite la em-

    boscada. Las sorpresas son de la esencia

    de las victorias. El sistema del centinela

    alerta, lo comprueba. En todo plan de ba-

    talla, como en toda lucha, el gran recurso

    es la emboscada. La emboscada significa

    sorpresa. Los movimientos rpidos, que no

    dan tiempo al enemigo ni para herir, ni pa-

    ra prepararse, estn consagrados por todos

    los estrategas. Desde los combates de Es-

    cipin el Africano, hasta los de Napolen

    Bonaparte, el buen capitn busca el descui-

    do del enemigo: descuido en la hora, des-

    cuido en el lugar Y no hay descuido

  • 70

    ms fructuoso para el enemigo, que el des-cuido de la cabeza misma. La cabeza del

    soldado, la cabeza del ejrcito entero El

    soldado romano, el soldado alemn, la pro-

    tegen con el casco. En las grandes luchas,

    las grandes cabezas estn siempre protegi-

    das. Hindemburg estaba protegido por cen-tenares de avanzadas, y resguardado por el

    el santo y sea del Estado Mayor. En nues-

    tra lucha actual, los defensores armados te-

    nemos una ventaja que no hemos sabidoaprovechar. Los cabezas de la persecucin

    contra la cual combatimos, estn descubier-

    tos, estn descuidados; la emboscada es f-

    cil contra ellos. El teniente que comanda el

    sector en donde lucha Trinidad Mora, se vi-

    ve parapetado tras un potrero de piedras.

    Pero el General Fulano que comanda al te-

    niente, se parapeta slo tras el cristal de su

    automvil, o tras la botella de cognac de su

  • 71

    cantina. Y jefes ms encumbrados, los je-fes natos de la persecucin, confiados en

    nuestros melindres estratgicos, se conto-

    nean en sus yeguas primorosas en las sole-

    dades de Chapultepec, mientras mueren ba-

    jo su alto mando, los humildes soldados del

    ejrcito Levantar la puntera!: esa de-

    be ser la divisa. Cuando los soldados de

    Cristo Rey estn a mi alcance, ese ser mi

    constante grito. Y si muero, ya se los re-petir desde la eternidad. Y si el jefe deesa persecucin contra la que peleamos a ma-

    no armada es un ministro, por qu hemos

    de dar ms garantas a un alto ministro cuan-do las negamos a un simple oficial? Y sisobre el ministro, est un pesonaje superior,jefe de esa persecucin contra la cual lu-

    chamos, quin puede negar que en buena

    lid pueden nuestros soldados preparar su

    emboscada en el lugar ms propio para

  • 72

    asestar su golpe armado sobre la cabeza su-

    prema misma de la opresin contra la cualluchamos?

    El ngel de la guarda contemplaba im-

    perturbable la marcha rectilnea de aquellas

    reflexiones. Y no haca aspavientos nimelindres. Porque recordaba que otro n-

    gel bueno, para libertar al Pueblo Escogido,

    de los ultrajes asirios, por orden de Dios,

    mat precisamente "a todos los hombresfuertes y belicosos y al mismo general delos ejrcitos Senaquerib", sin andarse en-

    carnizando con la pobre gente de tropa.

    Ah! exclam contundente el sublime

    prisionero. Cuntas cosas quedan por ha-

    cer! Qu formidable adelanto tenernos

    que hacer los catlicos con ocasin de esta

    persecucin mejicana! Qu grande revi-sin y reestudio tenemos que suscitar en el

    campo de la moral tradicional cristiana!

  • 73

    Cmo van a temernos los enemigos del

    nombre cristiano, cuando echen de ver que

    hemos vuelto a normar nuestros actos por la

    doctrina lmpida, justiciera, redentora del

    cristianismo enfocado sobre la moralidad

    social!

    En la boca del lobo de la mazmorra pal-

    pit el aire al comps de un profundo suspi-

    ro. En el cerebro de Magallanes arda la

    nueva tea: la tea de la futura efervescencia

    de los luchadores catlicos

    Con aquella tea Magallanes iluminara

    los nuevos avances, entre escombros detemplos y entre sepulcros de mrtires.

    No!, exclam con resuelta convic-

    cin. No est an perdida la causal Un

    siglo de retroceso no basta an para matarel ltimo rescoldo del catolicismo intrpido!

  • CAPITULO V.

    JAULA DE ORO

    Lo vamos a cajnbiar de aposento. Es-

    tar hospedado como gente decente.

    As habl el coronel aquella noche a la

    puerta de la celda del doctor.

    Vngase!

    El doctor se cal un poco ms el som-brero que no se haba quitado en cuatro

    das, meti las manos en los bolsillos del ga-

    bn, se afianz los intiles espejuelos, y si-

    gui al coronel, acompaado del centinela.

    Otra vez la calle pestfera y sospecho-

    sa. Vuelta de esquina. Un gran portn,

  • 76

    de trazas aristcratas. Magallanes crey

    reconocer aquella puerta. Pareca que ante

    ella se haba detenido el automvil de la

    aprehensin

    Entraron. Amplia escalera. Vestbu-

    lo procer. Un "hall" penumbroso. Lueg'ouna sala, a todo lujo; y despus, una alcoba

    amplia, muelle, perfumada, jactanciosa.Qu le parece el cambio?, pregunt

    el coronel.

    Jaula de oro! No est mal!

    Ahora puede descansar con toda co-

    modidad. T, muchacho, aadi dirigin-

    dose al guardia, haces tu vigilancia desde

    este otro cuarto. Que el seor haga lo quequiera, con tal que no salga.

    Era la noche del jueves 3 de enero de1935.

    Magallanes ya solo, no quebrado por la

    sorpresa, ni ilusionado por el cambio, co-

  • 77

    menz por hacer una breve exploracin de

    su nuevo hospedaje. No sinti agradeci-

    miento, porque no era hacerle a l favor

    ninguno, el privarle, en una u otra forma,

    de su inalienable libertad. Otro que no

    fuera l, se habra deshecho en alabanzas

    para con los bandidos que le tiran un hueso,

    despus de robarle la carne y el alma. El

    doctor, sesudo y discreto, instruido en la

    observacin de los vaivenes de Mjico, no

    perdi con esta palmadita ni el agrio con-

    trol de sus nervios, ni, sobre todo, la lgica

    terrible con que vena tramando los planes

    de la efectiva revancha catlica.

    Hay que confesar que el blando lecho

    le tent. El no saba cunto tiempo haba

    permanecido de pi, o cuntos das haba

    pasado dando breves pasos como fiera en-

    jaulada. Sus piernas flaqueaban. Su re-

    oj haba cesado de marchar. Y en el za-

  • 78

    quizam de fierros de automvil, enseorea-

    do por la oscuridad, no tuvo el consuelo ni

    de contar los das viendo salir el sol como

    un saludo de esperanza. Estaba realmente

    cansado, rendido fsicamente, sooliento y

    dbil por la forzada abstinencia. El calor-

    cito de la alcoba le acarici. Continu la

    breve exploracin: muebles finos, espejos,

    candelabros, cuadros, vertidor, fumador,

    estante. Busc y encontr los botones de

    la electricidad. Oprimi uno, y la dulce pe-

    numbra le envolvi. Rasgando entonces

    como un fantasma, la delicia de aquella me-

    dia luz, se tumb en la cama, con zapatos,con gabn, con sombrero y con todo

    Un rayo de sol, como una lluvia de sae-tas, le ba el rostro cuando despert. Suorganismo estaba confortado. El sueo ha-ba sido saludable. Se levant.

    Quin haba entrado en su alcoba?Qu mano interesada o solcita haba dis-

  • 79

    puesto sobre aquella mesa el bien presenta-

    do desayuno?

    Magallanes tena hambre. De eso se

    dio cuenta hasta entonces. Y de pi, sinsaboreos indignos, apur dos o tres tazas de

    caf dulce y -caliente, tom un sorbo de

    agua, de rica agua helada, se limpi los la-

    bios con su propio pauelo despreciando la

    ayuda de la nivea servilleta que se reclina-

    ba en la fuentecilla de panes intactos

    Magallanes reanud su exploracin. Al

    extremo opuesto de la puerta del centinela,

    otra puerta conduca a un decente gabinetede aseo. La prisin, en esas condiciones,ya podra prolongarse indefinidamente, si l

    buscara tan slo su comodidad personal.De pronto en la antecmara se escucha-

    ron voces extraas.... El timbre femenino,la cadencia insinuante, musical.... Aquella

    voz deba ser de una mujer linda. El doc-tor haba odo alguna vez una voz parecida,

  • 80

    algo como gorgeo, como campanita de cris-

    tal Su macizo y bien forjado corazndio un vuelco, que l reprimi como con

    zarpa, con un gesto de su voluntad prepo-

    tente. La alfombra ahogaba los pasos; pe-

    ro el odo, hipersensible, los meda peque-

    os, menuditos, iscronos, rtmicos, acer-

    cndose confianzuda y decididamente hacia

    l

    Magallanes esper, con el alma abierta

    a la novedad, con el ojo hambriento de be-

    lleza.

    Y cuando aquella mujer, en traje decasa, apareci bajo el cortinaje de la alco-ba; cuando el doctor la mir, al resplandor

    de un chorro de luz que se derrumbaba alos pies de ella, dos corazones se paraliza-

    ron al choque del momento inesperado. El

    sinti que se le helaba la sangre. Ella sin-

    ti que las rodillas le flaqueaban.

    Aquella mujer era Adelina!

  • CAPITULO VI.

    LA SEGUR AL TRONCO

    Rodolfo, Rodolfo.... ! He sufrido mu-

    cho! En medio de mi vida de cicln, tu re-

    cuerdo es lo nico que no he perdido nunca;

    por eso te he hecho traer a mi casa.Yo no estoy en tu casa; estoy en mi

    prisin!

    Rodolfo!.... basta! Me has demos-

    trado plenamente que eres un hombre de

    hierro! Ten compasin de m! Lo nico

    que te pido es que me perdones! Mira: soy

    la misma! Para t, la misma; aunque me

    veas con la frente ajada y el alma hecha

  • 82

    trizas ! Reconoce a tu amada ! Reco-ncela.....!

    No! T no eres la amada!, pronun-

    ci Magallanes con conviccin amarga; t

    slo eres la ' 'querida' ' de Ochoterena!

    Despus, levantando el pesado cortinaje

    del recuerdo, aadi con majestuoso dolor:Adelina ! Tu nombre no me re-

    cuerda nada indigno. Yo te am dulcey bendito amor! Te am con la sencillez deun nio, te am con la nobleza entera de unhombre. Am en t la fidelidad, el candor,la inocencia; am tus ojos negros y tus la-bios trmulos; tus manos castas y tu frente

    cristalina. ... Te am con toda mi alma, contodas mis potencias y sentidos. Fueron tu-

    yos mis das y mis noches, y mi vida entera

    se aneg en la presencia continua de tu

    imagen Un da me engaaste. El lm-pido espejo de mi dicha futura se rompi.

  • 83

    Quisiste libertarte de mis brazos, quisiste

    explorar amores mezquinos, y te abr la

    puerta Y cuando saliste Adelina,cuando saliste pisoteando como un guiapo

    mi corazn, el amor en mi pecho cerr tran-

    quilamente sus celosas Tu nicho est

    vaco. Nadie, yelo bien! nadie lo ha ocu-

    pado. Nadie lo ocupar nadie. Ni t

    misma!

    De modo que me rechazas?

    No te rechazo hoy; te rechaz hace

    cinco aos. Y mi palabra no vuelve nuncaatrs,.... Nunca!

    Aquel "nunca" de hierro destempl en

    Adelina todas las fibras del alma.

    Rodolfo. . . . ! yeme ! Hablemos aho-ra de t! Te quieren matar! Lo sabes?

    Hace doce horas ibas a salir a la muerte.

    Tus amigos han muerto ya. Ochoterena ha

    mandado que los asesinen Yo no quie-

  • 84

    ro que t mueras fporque yo sera la culpa-

    ble de tu muerte. Porque yo te he entre-

    gado

    Serio, imperturbable, Magallanes clav

    sobre Adelina una mirada interrogadora. Pero lo hice sin saber que eras t.

    Estabas en pi, la noche del domingo. Yo

    era la que esperaba a tu lado. No te reco-

    noc, Nunca pens que estuvieras en Mji-co. Si te hubiera reconocido, quiz te hu-

    biera hablado ah, como te hablo aqu aho-

    ra.... Y esto no me lo agradeces?

    Te agradezco que me hayas denun-

    ciado! Y ms te agradecer cuando mehayan matado!

    Hombre cruel! Hombre de piedra!

    Sbete, pues, que he venido a pedirte per-

    dn, y que suceda lo que suceda, ya no pe-

    sar sobre m el remordimiento de mi infi-

    delidad

  • 85

    Dijo, y rompi a llorar, echada de bru-

    ees sobre el mullido sof, mordiendo y rom-

    piendo el bordado pauelito.

    Magallanes la contemplaba mudo, indi-

    ferente, con atencin meramente profesio-

    nal, como quien contempla la crisis de un

    paciente.

    Adelina por una rendija de sus lgri-

    mas y por un agujero del pauelo se perca-t de la quieta serenidad del hombre, de su

    ofensiva indiferencia, y herida de despecho,

    se levant con altanera, dio una patadilla

    en el suelo, aadi una vuelta de remolino,

    y sali de la alcoba

    Rodolfo Magallanes sonri. Era tarde

    para conmoverse. Volvi a sus paseos de fie-

    ra enjaulada, y reflexion sobre la cada deaquella pobre mujer. Una vctima ms dela infamia revolucionaria!

    Pobre Adelina! En tres brincos cay

  • 86

    desde la Juventud Catlica Femenina Meji-cana, hasta la vulgar'manceba de un pro-

    cer garridista.

    Pobrecilla! Linda novia de Rodolfo

    Magallanes! Tambin ella firm las cdulasde ' 'Eucarista, Apostolado, Herosmo' '

    .

    Tambin se revolvi en semanas sociales yen bendiciones de banderas, aunque llevan-

    do a todas partes su femenino espritu mun-

    dano, su inocentona vanidad y la peligrosa

    conciencia de sus encantos y atractivos

    Encendiendo una vela a Dios y otra al dia-

    blo, supo cohonestar bailes casinescos con

    triduos de penitencias; disfraces de Carna-

    bal con mantillas de Cuaresma; recepciones

    en casa del obispo con ' 'picnics" del Parti-

    do Nacional Revolucionario Rodolfo se,

    haba disgustado con ella, y amenazndolacon rompimiento del noviazgo. Ella, con-vencida del amor de Rodolfo, no crey en la

    amenaza y continu la burla

  • 87

    Por aquellos das, la flor y nata del ga-

    rridismo tabasqueo hizo una incursin en

    aquella ciudad. Catlicos bobos y comer-

    ciantes de la conveniencia, organizaron una

    serie de festejos en honor de los pelados

    huspedes. Adelina no falt a ningn bai-

    le. Y naturalmente, a ro revuelto, salihonestamente prendado de ella un ache-

    chinque de Garrido. Se habl con gran es-

    cndalo de las furtivas paseadas de Adelina,

    la novia de Rodolfo Magallanes, en el carro

    flamante del babilonio. Fu cuando Maga-llanes se inclin ceremoniosamente, y se

    despidi para siempre de ella. Adelina

    transbord al nuevo bajel. No pudiendo

    an renegar de su piedad, se atrevi a ma-

    nifestarlo as al tabasqueo. Este le con-

    cedi razn, y hecho todo un perfecto caba-

    llero, fu a pedir la mano de Adelina a sus

    padres, y prometi casarse por la Iglesia, y

  • se caso, y se confes y comulg, arreglado

    todo en dos por tres, con dispensa de baas,

    con gran tremolina, con grande edificacin

    de muchos; y se llev a Adelina para El Su-

    chiate, llena de joyas, y de dinero, y de feli-

    cidad, y de ilusiones.

    Pero en llegando a tierras del Sures-

    te, en plena ciudad de Villa Hermosa, le di-

    jo ms o menos estas palabras:Mira chata: yo me cas contigo, por-

    que de otra manera t no te vendras con-

    migo. Pero has de saber que yo aqu tengo

    a mi mujer y a mis hijos. Y por eso, cha-tita, te quedas en esta mansin, y yo ven-

    dr a verte seguido. Nada te faltar, ycuando te enfades de m, noms me dices,para mandarte a tu tierra.

    A los cinco o seis meses cansado l deella,' la puso de patitas en la calle, lanzada

    de la mansin por otra subintroducta. Y ya

  • 89

    ah, en la calle de la deshonra, no qued a

    Adelina otro recurso que el de echarse en

    los brazos del primer transente revolucio-

    nario. Pasando por 'distintos "altos pues-

    tos", vino a dar a la postre con otro dedo

    chiquito de Garrido, el Licenciado MambrOchoterena, asistente intelectual de los Ca-

    misas Rojas, y hombre de las confianzas del

    califa. As es que cuando a* Garrido le ca-

    y el gordo de la lotera, envuelto en un

    nombramiento de Ministro de Agricultura,

    Ochoterena y Adelina hubieron de aprove-

    char la bonanza, y alzar el vuelo con toda la

    parvada, para con ella asentar asimismo sus

    reales en la ciudad de los palacios.

    Exacerbada la persecucin y atiranta-

    das las circunstancias de los catlicos, Ocho-

    terena, ya por su vocacin de entrometido,

    ya por el afn de hacer mritos ante los s-

    trapas, se dedic todo entero a llenar las de-

  • 90

    ficiencias de la ley, asegurando y dando el

    'Viaje quinto' ' por la va ms rpida, a loslderes catlicos que pudieran ser ms tardeuna amenaza para las ^instituciones". La

    accin de Ochoterena era de un valor incal-

    culable para el gobierno perseguidor, as es

    que fueron puestas en sus manos irrespon-

    sables, todas las fuerzas civiles y militares

    de la ciudad de Mjico, convirtindolo en

    una mano oculta, caprichosa, omnipotente,

    de que poda recibirse el destierro o la li-

    bertad, el degello o el nombramiento de

    ministro. Y como Adelina era an su que-rida, era cosa de tenerse en cuenta el estar

    en buenas relaciones con la privilegiada mu-

    jer.

    De esa influencia participada por la po-

    bre mujer fu casualmente vctima el Doc-tor Magallanes, cuando la noche aquella,

    esta hembra encontrndose a vuelta de es-

  • 91

    quina con un Jefe de las Comisiones de Se-

    guridad, sevidor necesariamente de Ocho-

    terena, para despistar su celosa bsqueda,

    trasmiti al si pega, una denuncia a quema-

    ropa.

    Mire, aqu va uno de los que busca

    Mambr!As cay Magallanes, sin que ella su-

    piera que era el mismo Rodolfo cuya huellale arda en el corazn.

    Y as fu tambin cmo, aparentandoacuerdos de Ochoterena, hizo transladar al

    prisionero a su propia mansin de ella, con

    el exclusivo objeto de ensayar en aquellasmismas trgicas circunstancias, la absurda

    reconciliacin amorosa que le estaba pidien-

    do el alma.

    Magallanes era capaz de sospecharlo to-

    do, y para todo estaba preparado. Ms yaque la idea fija de la cuestin catlica ab~

  • 92

    sorba todo su animismo, quedaba relegado

    a segundo trmino cualquier otro aspecto

    de su vida ya social ya privada. Tal estado

    de espritu bastaba para abroquelarlo con-

    tra Adelina, y para hacer desesperar furio-

    samente a sta.

    Retirada la mujer de la alcoba, despusde la patadilla clsica, el doctor, con mscalma que la noche anterior, comienza a ob-

    servar los pormenores de su confortable ca-

    labozo. Cuadros!.... Pshe! Le impor-

    taban tan poco a esas horas los cuadros!....

    Libros ! Un estante pequeo. . . . ! Frio-

    lera....! Biblioteca Revolucionaria! De

    la ltima horneada! Libros pagados por el

    mismo gobierno revolucionario para corrom-

    per al pas. Ah estaba en todo su esplen-

    dor tipogrfico, el monumental engendro

  • 93

    del extranjero DelPHora, el famoso estudiollamado: "la iglesia catlica ante la

    HISTORIA, LA MORAL Y EL ARTE".

    Magallanes lo hoje, sonri con lsti-

    ma ante las pintarrajeadas caricaturas. Po-bre autor! Acababa de ser encontrado su

    cadver putefracto, tras una trinchera de

    esos mismos librotes que no se pudieron

    vender.

    Libro sofstico, plagio completo de los

    peridicos italianos del siglo pasado, obser-

    v Magallanes. Toda su ciencia consiste en

    comenzar el Credo por el "Poncio Pilato".

    S! "Poncio Pilato fu crucificado, muerto

    y sepultado". Esa es la ciencia de DelP

    Hora.

    Ah estaba tambin el libro veracruzano

    la iglesia y el estado, gracioso trabajohistrico, cuyo nico defecto era presentar

    de las cosas un slo aspecto.

  • 94

    Para este amigo, dijo Magallanes, el

    sol no es ms que una mancha solar que os-curece el mundo

    No podan faltar los cobardes libros

    mentores de la cacareada escuela socialista:

    PRACTICA DE LA EDUCACIN IRRELIGIOSA,por Arzubide; la enseanza antirreli-

    giosa en mejico, por Aguilln Guzmn;SEXUALISMO, RELIGIN, ENSEANZA, porPablo Lonngi, como Benjamn de la com-parsa, ah estaba el famoso catecismoIso-

    CIALISTA, parodia blasfema del valioso Ca-

    tecismo de Ripalda.Miserables!, aadi en soliloquio Ma-

    gallanes; si no nos hubieran quebrado nues-

    tras plumas....! si no nos hubieran robado

    nuestras imprentas....! si pudiramos ha-blar, si pudiramos escribir; que pronto seesfumaran todos esos aparatosos sofismas!..Y eso est leyendo y estudiando nuestra ni-

    ez, amn del frrago de peridicos....! Ese

  • 95

    izquierdas, monumento de corrupcin ma-

    gisterial, y ese burlesco sacrilegio de peri-

    dico publicado por la Secretara de Agricul-

    tura, que lleva el nombre mismo de cristo

    REY.

    Magallanes no saba donde poner los

    ojos..... Buscaba a los Jefes del aprisco,

    pero la Iglesia en Mjico, frente aquella in-

    vasin triturante, estaba ya muda, impoten-

    te, derrotada, mirando entre suspiros que

    una generacin entera estaba siendo arre-

    batada por el lobo carnicero

    ?Cmo cegar este torrente destructordel alma de la patria? se preguntaba irrita-

    do Magallanes. Ah, cristeros gloriosos!

    Slo vosotros sois la esperanza, slo vues-

    tra actitud es la digna! Slo vosotros os pre-

    sentaris erguidos ante el tribunal de Dios

    y de la Historia....! Ech aun lado los pe-ridicos y continu: La famosa educacin

  • 96

    socialista degello herodiano de los ino-

    centes!

    Los padres y las madres de familia es-

    tn agarrotados por el pnico; los sacerdo-

    tes estn aherrojados de pies y manos porsu prudencia desdichada y por la ley

    Nadie debe preocuparse ya por salvar a

    nuestros hermanos? No hay ya quien pue-

    da hacerlo?.... i S!, se respondi con reso-

    lucin: Todava estamos nosotros! Los

    atrabancados de ayer, los chiflados de hoy,

    los irreductibles, los radicales blancos, los

    cristeros de las montaas, los amigos de la

    Liga Nacional Defensora de la Libertad!

    Todava estamos aqu! Y si han muerto

    los jefes, todava estoy yo! Porque tengo

    la conviccin de que el pueblo mejicano se-r feliz mientras guarde su catolicismo, y

    s que la prdida de su fe lo arrastar a la

    ms espantosa de todas las hecatombes

  • 97

    La independencia que conquist Hidalgo,

    fu agradecida; la libertad porque luch

    Madero, era ambicionada. Hoy necesita-

    mos la independencia y libertad, con msms hambre y agona! Media docena deaudaces nos hacen trizas! Quince millones

    de mejicanos esperan un caudillo que les di-ga sin vacilaciones por aqu!

    Todos estos pensamientos, como lava

    de volcn, se agitaban en borbollones he-

    roicos en el cerebro y en el labio de aquel

    hombre. Haba acercado una silla, y apo-

    yaba los codos sobre la mesa, y la frente

    sobre las manos, asomado a la pira de ideas

    inicuas sobre las cuales se tendera y se ten-

    da ya la vctima contempornea

    De su maravillosa gestacin, de su pa-

    rlisis! amenazante, lo sac de pronto, el

    golpe suave de una mano que se pos sobre

    su hombro..,..

  • 98

    Reaccion vibrante, elstico, con la agi-

    lidad de un resorte que se suelta.

    Adelina era ella se asust.

    Qu quieres, mujer?, preguntle irri-tado, violento.

    Nada, contest Adelina. Vena a ver

    si estabas calmado; pero veo que es lo con-

    trario. No quiero ya decirte nada!

    El doctor se haba puesto de pi, y da-

    ba algunos pasos como enajenado.... Ade-

    lina lo contemplaba, como quin contempla

    una enhiesta cumbre inaccesible. ... Y man-samente, humildemente, fu a sentarse co-

    mo una esclava sobre un taburete pequeo,

    reclinndose indolentemente sobre el borde

    del felpudo sof, muelle y perezoso.

    Qu linda, qu atractiva se vea la te-

    rrible mujer! Y cmo haba ideado la a-postura ms cautivadora frente a un hombreinvulnerable.... ! Como palomilla torcaz in-

  • 99

    clinaba su cabecita, contemplando vaga y

    melanclicamente los flecos del cinto que

    jugaba entre sus dedos El valo de surostro, luminosamente dolorido, se desma-

    yaba dulcemente sobre la negra crencha,

    que a su vez acariciaba el hombro esplndi-

    damente desnudo. Porque la sagacidad fe-

    menina haba sido llamada a tomar parte

    principal en aquella jornada de reconquistaamorosa; porque aquella mujer se daba per-fecta cuenta de que la pose era soberbia-

    mente tentadora, y en aquella coyuntura,

    hipcritamente provocativa Por eso sus

    ojillos de carbunco tendan arteramente la

    splica de brillo silencioso.

    El Doctor Magallanes tembl de pies a

    cabeza. No caba duda. La estampa que

    aquella mujer presentaba era sencillamentedeliciosa. Y sin querer, Magallanes recor-d en medio del tumulto de sus ideas de re-

  • 100

    conquista social, los tiempos idos de su ple-

    na posesin amorosa. Y dentro del pecho,pecho de hierro, prisin de volcn, evoc

    secretamente el poema de la mujer amada...

    "Te am....! Fueron tuyos mis das

    y mis noches! Am tus ojos y tus labios,y tu ser suave y flexible, am el ritmo detus pasos y la cadencia de tu voz! Te amdormido y te am despierto....! Ms anque el encanto de tu cuerpo, am tu coraznntegro, inocente.... fiel!"

    Los ojos interiores del alma se humede-

    cieron. El tierno recuerdo estrujaba todoun enhiesto corazn. Puesto luego en la

    cruda realidad de la decepcin, el alma dic-t all en el interior de Magallanes esta fra-

    ce descorazonadora:

    "Hoy eres otra Eres la lgubresemejanza mutilada, el remedo lastimoso:eres el cuerpo muerto de una vida de ino-

    cencia y de amor".

  • 101

    Adelina haba bajado la cabeza. Su si-lencio humilde, su sencillez de esclava, su

    dulcedumbre de imploracin, estaban arte-

    ramente premeditados, dispuestos estrat-

    gicamente frente a aquella fortaleza a la

    cual slo dos dones podan abordar: la ino-

    cencia o la penitencia.

    Al odo interior de Adelina llegaba el

    eco del poema callado de Rodolfo. Adelina

    poda concluir lgicamente que su simple

    presencia renovaba en el pecho del doctor

    toda la explotacin de los recuerdos..... Y

    el alma, bogando en campo de recuerdos,

    siega siempre los ms dulces!La piedad golpeaba a las puertas del co-

    razn de Rodolfo, con aldabonazos de ariete.

    Y le oblig a poner un momento los ojos enaquella deliciosa reliquia de la mujer amaday virtuosa Y al mirarla, sinti de nue-vo la caricia inefable en el espritu

  • 102

    Y pens terrible peligro del pen-sar, cuando se vive en la pendiente del ha-

    cer!

    "Pobrecilla....! Tambin t eres

    una vctima, tambin t eres un smbolo!

    Ellos...., siempre ellos! te engaaron, te

    robaron, te perdieron. Tal es la suerte de

    la mujer en manos de ellos Novia, es-posa, madre! Angeles cados al golpe de

    la revolucin diablica, para plantar con

    ellos el harem de los dspotas y el cemente-

    rio del amor de los desheredados!' '

    Sostenido por aquella compasin inci-

    piente, volvi a recrear sus ojos duros y ar-

    dientes sobre aquel cuerpecillo de felpa, re-

    clinado cual violeta humilde, sobre el opu-

    lento sof de reps Y sus pupilas se en-cantaron una vez ms ante aquella frenteabatida, protegida por el ala negra del ca-

    bello fragante, y ante el asomo de la mejilla

  • 103

    que l reverentemente acariciara en los

    tiempos idos, y ante la nuca, y el cuello, y

    el reverberante marmol de aquel hombro,

    cruzado con el fragillazo del kimono impal-

    pable, liso, modelador de formas, denuncia-

    dor de relieves, cincel de opulencias, lpiz

    de lneas irreprochables en el cielo de la es-

    ttica y de la euritmia, ndi