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LA GUASA DE LA MEMORIA poesía narrativa ilustración comic . . . . . fotografía opinión fanzine andaluz para el resto del mundo

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LA GUASA DE LA MEMORIA

poesía narrativa ilustración comic. . . . .fotografía opinión

fanzine andaluz para el resto del mundo

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LA GUASA DE LA MEMORIA

idea original

colaboradores

maquetación

#laguasadelamemoriaEdición especial

Javier López Menacho

Javier López Menacho

Alejandro López

Alejandro López

laguasadelamemoria.wordpress.com

Miguel Ángel Blanco

Sonia Marpez Felipe Sérvulo Ana SilvaNuria Rubio

FresúsGabriel Noguera

Rafa Caballero

Ladrón de GuevaraRosario Izquierdo López de Andrada Daniel López

Leticia Guitarte

Tono Cano..

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Ladrón de Guevara

A comienzos de 2014, varios días después del fallecimiento de El Torta, pasé días contando a quien quisiera escucharme que se había muerto uno de los me-jores cantaores de la historia. El de los Moneo escribió algunas de las mejores páginas del flamenco. Me enfurruñaba asegurando que la gente debía escuchar al Torta, vivir al Torta y sentir al Torta. ¿Cómo era posible que no se cono-ciera su arte? Sí, me había dolido su muerte el último día del año 2013. Acaba-ba de volver de mis vacaciones navideñas en Jerez y otra vez estaba en Cata-luña, lejos de todo.

Lo que a nadie confesaba es que yo al Torta no lo había escuchado en la vida y sólo entonces me hallaba agarrado a su Duende como dos amigos íntimos que hubieran estado acompañándose toda la vida.

Lo que sucedió es que quise llevarme de vuelta algo auténtico de mi tierra, algo que me acompañara como un halo místico y protector, que me evitara aban-donar a mi gente de una manera abrupta y permanecía conmigo como un amuleto sonoro. Eso fue el Torta, un símbolo de alguien que se iba sin querer irse y volvía a sus raíces para seguir haciendo camino.

Y es que el arte andaluz está lleno de esas paradojas, de elementos que co-nectan más allá de la memoria y del tiempo. Comprendí entonces que todas sus expresiones podían traducirse al papel. Soñé con crear otro amuleto que se estableciera como una intervención del entorno y reflejara cuánto tenemos es-condido más allá del tópico.

Me puse en contacto con artistas cuya generosidad fue tan infinita como la de El Torta. Ensayistas, escritores, poetas, dibujantes, periodistas, etc. Todos ce-dieron una pizca de sí mismos y el sueño se hizo realidad. En tiempos de zo-zobra cultural, La Guasa de la Memoria pretende ser un manifiesto crítico y constructivo del arte andaluz, comprendido en toda su magnitud. Juzgue por sí mismo, respetado lector, si hemos conseguido hacerlo.

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“FlagGolosina, mi rico helado, del congelador lo saco congelado...”. Sona-ba en el anuncio de la tele esta canción y yo intentaba a toda costa conseguir una peseta para comprarme varios flags en el kiosco del Venancio. Nos daba miedo el Venancio, con su ojo tuerto, sus pocos dientes y sus cien venas rojas en la nariz, que estallarían cuando él se enfadara porque nos estuviéramos riendo sin poder parar, o porque pagásemos con un duro tras haber comprado chuches por mucho menos val-or, y al darnos el cambio gritara con voz de ogro: “¡Otra piruleta os daba yo, brujas chicas, que ya os están saliendo las tetitas, ¡jojojojo! ¡Brujillas! ¡Piruletas a peseta, piruletas a real!”. Merecía la pena vencer ese miedo a pedir, pagar y salir corriendo, mordiendo el plástico, sólo por dejar que la boca se inundase de la sustancia helada con sabor a frutas químicas. Asimilando su acidez pegajosa y tóxica, bajábamos la cuesta de la iglesia las niñas del 64. Habíamos salido de la escuela con los calce-tines caídos, las rodillas sonrosadas y las palmas de las manos enrojecidas por los palmetazos. Olíamos a viruta de lápiz, a cuadernos y a pueblo, a baño semanal. Una mañana del veinte de abril nos dijo la maestra, enfadada como si ya hubiéra-mos hecho aquello que se nos prohibía, que las niñas teníamos que leer cuentos de hadas, pero nunca tebeos de niños o de machotas, como El Jabato o El Capitán Trueno. Yo cumplía ocho años ese día, y quería ser astronauta. Corrí a asegurarme de que mis tebeos del Capitán Trueno seguían guardados en el cajón con llave, único sitio a salvo de mis hermanos menores. Por la noche, tras haberme lavado de cintu-ra para abajo en el bidé, ponerme bragas limpias con pijama heredado y comerme la sopa de fideos viendo junto a la tropa el programa hipnótico de Félix Rodríguez de la Fuente, encendería en la litera de abajo la lámpara de la mesilla y sacaría las aventuras del Capitán Trueno creyéndome Sigrid, su enamorada. Ya me habían pegado mucho por ser zurda, eso era difícil de disimular en una escuela, pero no iban a cogerme por lo mío con el Capitán Trueno. Si no había más remedio, negaría ante la maestra aunque ésta me torturase con su palmeta. Imaginaba un hombre como él cuando yo fuera una mujer como Sigrid, sin edad definida, melena rubia al viento, cintura que él abarcaría con una sola mano grande y peluda para salvarme de los lobos. Sólo confesaría las obras permitidas a cuya relectura comenzaba a entregarme buscando espacios y tiempos a salvo de mis hermanos, Mujercitas, Los Cinco. Quería ser la Jo March andaluza, pobre pero honrada, llena de orgullo e

CINCUENTApor Rosario Izquierdo

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imaginación, tener un chico entregado al que dar calabazas y un baile al que acudir con traje remendado. Que nevara en mi pueblo. Como ella, inventaba historias que contaba a mis hermanos y me negaba al destino que planeaban para mí. Como ella, tenía una hermana mayor con novio que seguía su destino sin rechistar, y abor-recía a ese novio de mi hermana.

Nuestras madres afirmaban sin dudarlo que nos casaríamos y les daríamos nietos, después de haber estudiado lo bastante para ser secretarias y probar algún tiempo las mieles de un trabajo que pronto dejaríamos por las criaturas. Ser astronauta y a la vez criar a los nietos de mi madre no iba a resultar fácil, aunque no podía saber qué sorpresas me depararía la NASA para poder conciliar mi vida laboral con la familiar y poder ir y venir de la Luna a la Tierra sin descuidar a mis niños. Eran mis preocupaciones cuando iba por las tardes a clases particulares de bordado, de mecanografía y taquigrafía. Mientras tanto seguían pasando los veintes de abril, nuestros padres cambiaban los Seat 600 por coches donde por fin cabíamos todos y me daba cuenta de cómo se moría un dictador, llegaba un rey y yo era ciudadana de una comunidad autónoma, marchaba a estudiar a otra y asimilaba con desgana nuevos himnos y banderas, más ocupada en descubrir una comunidad propia de paraísos artificiales a los que ni Sigrid ni su capitán habrían osado asomarse diez años, veinte años antes. Ya no recuerdo bien en qué veinte de abril cada una tiró por su camino y la cuesta empinada de la Iglesia se fue hundiendo en un lodazal de promesas democráticas que abusaban de las canciones de Jarcha para empachar el mito, Libertad sin ira, Habla Pueblo habla, tuyo es el mañana. Canciones que pronto pasaron de moda pero el poder estiraba como un chicle mil veces masticado en la televisión para recordarnos que el país había cambiado del blanco y negro al color, como los televisores que se compraban a plazos en hogares humildes como el mío. Toda España era un espejo de esas teles donde las familias podían ver ya

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en colores el Festival de Eurovisión, que fue perdiendo interés conforme nos acer-cábamos a Europa y pudimos votar. Fuimos todas a la urna con las compresas de marca, los vaqueros ajustados y un cigarrillo encendido, creyéndonos mujeronas.

Pasaban bajo la luz de otras mesitas de noche, en los pisos compartidos de estudi-antes, Baudelaire y Machado, Nietzsche, Laforet, Tolstoi, Delibes, Jack Kerouac, sin orden ni concierto. Las obediencias se iban diluyendo entre exigencias de nov-ios muy celosos y promesas de políticos que no cumplían con nosotras, mientras paladeábamos sustancias que no eran aquellos flags, entregadas al pop-rock en es-pañol o en inglés de los primeros conciertos en directo, a las píldoras anticoncepti-vas y al aquí te pillo aquí te mato. No era eso lo acordado con las abuelas rojas. No era eso lo soñado por las madres sumisas. Pero haber rebasado el nivel educativo planificado por ellas para nosotras, tener una licenciatura flamante bajo nuestras axilas depiladas, siendo conscientes de pertenecer a la primera generación de mu-jeres que pasaba en masa por la Universidad, hacía que nos deslizásemos livianas y poderosas por las calles de nuestras ciudades de adopción, dispuestas a ser infieles mientras lo pidiera el cuerpo, a tener dinero propio y a no regresar al pueblo.

Pronto tuvimos jefes que eran como Venancio el del kiosco, te miraban el culo, te ofrecían sus piruletas a peseta y hacían que te dieran ganas de despeñarte por los precipicios del desempleo, siempre abiertos a nosotras. Después fundamos familias condenadas a la desestructuración, y tuvimos criaturas que crecieron dominando artefactos tecnológicos que serían lo más parecido a la NASA que íbamos a tener cerca. Esas criaturas que ahora nos recuerdan, en sus adolescencias, cuánto nos parecemos a sus abuelas maternas, a pesar de nuestro empeño mil veces declarado de no ser como ellas. Hijas que tampoco quieren ser como nosotras y que un veinte de abril, abandonados en los desvanes de las abuelas sueños que ya pertenecen a otro siglo, mullida en celulitis la cintura de avispa de Sigrid, tocados y hundidos los capitanes de manos peludas, nos felicitarán por internet, informando al mundo virtual de que sus madres acaban de atravesar la barrera analógica de los cincuen-ta años, antes de haber apagado siquiera las velas de la tarta.

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Como todo caminante abandoné mi origen para alcanzar una meta.Y bajo el velo caluroso del agosto gaditano,

aceleré mi paso para evitar cruzar la mirada obrera de mi padre.Resulta macabro pensar, que la misma vida que él me brindó,

ahora caprichosa, nos separa tan extraña, tan arrogante, tan injusta.Sumisa de la ESCLAVITUD moderna.

A mitad de viaje, me siento lejos de mi niñez,del sur, del Atlántico, de la LIBERTAD.

Volar no es fácil, quién lo dijo?

Yo aterricé descalzo en ninguna parte, dejé el corazón a un lado, y aprendí que la NOSTALGIA, no es más que el sufrir y la memoria

compartiendo el mismo vagón de tren.

Cadenas para un hombre bueno que se hace eterno en la distancia,y así sin más, como si de un velero viejo se tratara,

dejé mi JUVENTUD atracada para siempre.

CADENAS PARA UN HOMBRE BUENOpor Rafa Caballero

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La reconocería en cualquier parte, me digo cuando la veo bajar del autobús junto al resto de turistas, pero quizá los ojos me enga-ñan. O la cabeza. Ya no tengo edad para recibir el sol rondeño sin sombrero y quizá por eso ahora veo fantasmas del pasado; aunque Teresa nunca formó parte realmente de mi pasado: fue sólo un breve momento onírico, un instante de posibili-dad en aquel leve aperturismo que apenas notá-bamos y en el que al final muy poco cambió.

Durante unos minutos, vacilo. Se me ocu-rre que sería buena idea acercarme a ella como si no hubieran transcurrido cincuenta años y decir-le: «¿No te acuerdas de mí? Soy Manolo». Pero cuántos Manolos habrán pasado por su vida; y mucho más significativos que yo, seguro. Supon-go que se esforzaría por olvidar aquella etapa, para ella tan idiota, en la que se relacionó con un rufián del Carmelo. No, sería embarazoso para Teresa recordarle que una vez existí en su vida y esa incomodidad me traería un dolor que yo también me he esforzado en olvidar.

El resto de ancianos del autobús se aso-ma al Tajo con emoción contenida, pero ella no parece muy impresionada, está más pendiente del teléfono móvil. Me figuro que habrá viaja-do por el mundo en primera clase. Habrá visto las pirámides y cosas así. Qué puede decirle una hendidura en mitad de una pequeña ciudad ma-lagueña.

Quizá sea viuda, fantaseo. Y me imagi-no en el acto robando una moto y llevándola al campo. Pero para qué. ¿Para tocarla con dedos marchitos? Hace mucho que ese fuego se ha apa-gado. Tan sólo podría hablar con ella, contarle mis sueños y esperanzas de entonces, cuando creía que a mi alcance podría estar ese mundo mejor que representaba ella. Todo lo que podría haber sido. Pero sería una tontería, qué sentido tiene ponerse ahora a reclamar lo que ya nunca podremos tener. Creo que, en el mejor de los ca-sos, nos pondríamos al día y poco más.

Ella me hablaría quizá de su marido, hijos y nietos y de una burguesía barcelonesa que para mí existe en otro mundo. Yo le contaría que me volví a Ronda no mucho después de salir de la cárcel, que me cansé de ser siempre el charnego y que aquí me fue más o menos bien. Trabajé de camarero, me casé con la Lola, puse un bar, nada fuera del guión, aunque eso fue siempre lo que quise yo: salirme del guión que otros habían escrito para mí sin pedirme mi opinión. Ella me miraría con aquellos ojos que se parecían a los de mi Teresa, pero que realmente no eran ya los mismos, ahora que la experiencia había dibuja-do en ellos, y tampoco podría entenderme des-pués de tantos años, más sabia, pues lo mejor que hizo ella con su vida fue volver al guión que unas estructuras de poder inamovibles habían determinado para todos nosotros.

NUEVA TARDE CON TERESApor Michel Noguera

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LOS CIELOS DEL BÁLTICOpor Alejandro López de Andrada

LETONIA

En esta tierra duermen las campanasdebajo del silencioy llora el sol encima del centeno oscurecidocomo una piedra roja y circularque empaña el amor suave de los pájarostrazando laberintos sobre el viento. Del corazón de Riga brotan puentesinmóviles de cera, un resplandorde torres que en la tarde son espigasde oro sublime. ¡Cuánta majestad de azuleslevantándose en mi espíritumientras contemplo absorto la ciudad!¿Qué puentes, qué palomas me visitan sin pedir nadaen esta tarde grisque dentro de mi alma es pura luz?¿A qué tejado de agua van subiendomis labios como ardillas de cristalque esperan la inocencia de un milagro?El río es una cítara que suenay huye en mis brazos hacia la oscuridad,mientras se van durmiendo las campanasdebajo del silencio y Riga se abre encima de mi pecho, muy despacio,como una flor de seda y pedernal.

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VIAJE RIGA-TARTU

Tono va conduciendo, y ellas duermen.A un lado y otro,hileras de abedules, arces y abetosdentro de un vacíoque sobrecoge por su claridadde piedra pómez. Duerme en mi retinaun vasto reinode almas que desfilan llenas de un manso y lento resplandor.Susurra el viento.Cuánta soledad viste ahora mismoel corazón del campo,y, sin embargo, tengo alrededorla paz más luminosa del planeta.Piedras que me hablandesde una lejanía hecha de ocres,ciervos transitando por las cornisas blandas de la luzque traza en el asfalto un hologramade láminas de aceite. Siento el mar yaciendotras la flema de los árboles,mientras Tono conduce y ellas duermenbordadas por la música que el solderrama tras mi nuca, en los cristales del automóvil. Riga queda atrás. La tierra va tragán-dosemis ojos, cansados pero alegresde sentir la vida fermentandoen esa hilera de abetos y abedulesque se posan, como altas voces de oro, en mi interior. .

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VERANO, FUERA INVIERNOpor Daniel López García

La primera noche, te digo. Y te ríes diciendo qué absurdo, y no sé si te refieres a la pregunta que haces, a la respuesta que doy, o es que simplemente todo es ab-surdo. ¿Te acuerdas? Finales de noviembre de 2013. Aun no nevaba en Kiev, y como siempre, hacía frío. Pero no era el único motivo por el que tapábamos nuestras caras hasta la nariz y cubríamos nuestras cabezas a la altura de las cejas. Te había seguido durante días, tú como un faro: con un solo movimiento de ojos sabíamos qué hacer o hacía donde ir. No hizo falta nada más, tan solo una mirada, y ya corría a tu lado. La noche en que los Berkut llegaron, nunca había experimentado esa violencia de forma y concepto. No tuve miedo, pero el frío siempre continuaba afuera. Busqué tus ojos en aquella marabunta pero antes me encontraron ellos, tomaste mi brazo y salimos cor-riendo. En la radio se oyen gritos, disparos y pitos, pero yo solo escucho un gong, las notas desordenadas de una trompeta y el motor de un avión que sobrevuela nuestras cabezas. Miro al cielo, no veo nada. Comenzaba el invierno de nuestro descontento.

La cita es en un bar a cuatro cuadras de la plaza de la Independencia, y llevo veinte minutos esperando tres números más arriba a la derecha. Lo escribe la nota que dejas en mi mano justo antes de soltar mi brazo. Tres horas más tarde, veinte minutos esperando. Las indicaciones son muy claras y las cumplo con exactitud, pero ya son veinte minutos de pie en la calle, y si pasara otra patrulla de los Berkut, sería susceptible de un interrogatorio. El avión sigue volando, aunque sigo sin distinguirlo en el cielo. Enciendo un cigarro y desando el tercer edificio. Desando el segundo en dos caladas. El primero lo sostengo entre los dientes y le doy la más larga. Llegó a las vidrieras del bar mirando el suelo, y lo tiro y lo piso esperando que en la simpleza de esos movimientos se cuele el siglo. Tras esa minúscula pieza en tres actos, miro hacia

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dentro del bar repleto de gente y te veo. Por primera vez te veo, quiero decir descubierto.

Sentados en el bar con una mirada el camarero te rellena la copa de vino blanco, mien-tras me hablas de las figuras geométricas de un tal Pereñíguez: siluetas caucasianas que describes como un tangram. Casi no entiendo tus palabras, y es que el arte ahora me parece una vana manifestación en tu presencia, relacionándote con el camarero y el vino con una naturalidad extrema, abandonándome continuamente al borde de la vergüenza ajena.

Vuelve a sonar la trompeta y es verano en Montreal, año 1976. Nadia Coma-neci de quince años se apoya con las dos manos en la barra de equilibrio, elevando su cuerpo de piernas abiertas hasta que su cintura rebasa la altura de sus muñecas, para terminar boca abajo en una vertical perfecta. Todo lo que hace pertenece a un solo movimiento que finalizará más tarde, tras piruetas y mortales, la prueba de ru-tina, dibujando con su cuerpo la densidad del aire, la tensión del público, los nervios del equipo. Oscilaciones dirigidas por las notas de A Love Supreme: preámbulo de la resolución del ejercicio. Y ya no existe realidad más allá de la que se condensa entre el trazo geométrico del pintor español que sale de tu boca y la escama de labio que dejas al borde de la copa, que con complicidad vuelve a llenar el camarero.

Los coros de Coltrane han comenzado a repetir el mantra, el avión sigue volan-do allá en lo alto. En el cielo tan solo dos líneas blancas, acaso estamos bajo el agua.

Desnudos el uno frente al otro, tal y como a Yanukóvich le gustaría tenernos, desde la ventana de tu habitación parece que nieva, aunque solo importará a sus hi-jos, Víktor y Oleksandr, desde la más profunda de sus nostalgias. Ellos no volverán a saber de la caída libre de los copos sobre sus cabezas en la intemperie de Kiev, como tampoco conocerán jamás del ardor de nuestros cuerpos. Enlazamos nuestros miembros diferentes y unimos por puntos la continuidad de la calle a tu cama, mien-tras nuestras cabezas se enrocan en un baile que busca el lado frío de la almohada.

Es invierno en Kiev, verano en Montreal, y Nadia Comaneci encadena tres mor-tales hacia delante preparando una salida que termina clavando tras un tirabuzón su cuerpo en la loneta. Los marcadores apuntan uno punto cero, insuficientes para expresar la perfección de aquel acto en el mismo momento en que nuestras mira-das se nublan, sin capacidad de diferenciar qué cosa u objeto, y nuestros cuerpos en otro ejercicio se funden amorfos sin sentido, mientras recojo consignas, restos de vino, del borde de tu boca. Los relojes del mundo marcan cero cero sesenta y uno, y vuelvo a escuchar el motor del avión, que ahora sí, veo por la ventana: Hiroshi-ma, verano de 1945. Ya no hay tiempo, no existe ahora, y solo queda su recuerdo, yuxtaposición de imagen y sonido. El avión, fuera a lo lejos el ruido del motor, una luz blanca que por la ventana inunda la habitación, cristales rotos y lascas de vidrio suspendidas, cortinas y persianas en llamas, aire de azufre, muros y suelo papel de arroz, y al final, nosotros dos, coagulados en una última acción, sobre unas sábanas blancas la silueta gris de un beso que calcula en cenizas el peso de nuestros cuerpos.

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por Ana Silva

Es tarde, la noche es un útero naciente y oscuro, y tú, querida María, te me apareces como tantas veces poblando mi intimidad a tan solo un instante de que caiga la aurora. El bosque me ve partir hacia ti, y bajo las ramas encuentro un claro desde el que sentarme en silencio a escribirte. ¿Poblar mi intimidad? Sí, como siempre ha ocurrido: un campo de quietud abierto so-bre el pecho y los pechos, de acción cotidiana, un anda-miaje asistemático de palabras invisibles que retornan siempre al eje de tus manos. Es allí desde la palma de tu mano donde mejor te comprendo.

No he podido, sin embargo, cogerte la mano. Tentar acaso los pliegues de tu piel para comprender tu pensar desde el silencio de la carne. Bien sabes que nunca te he conocido quizás por ello nunca me has abandonado. Te he respirado entre las páginas de tus primeras ediciones y desde allí he dado el salto a tus ojos. Un salto de esos en los que se puede perder la vida y salvar el alma. Me has salvado. Sí, creo que me has salvado del delirio de la vida malbaratada. Gracias a ti he comprendido que Plantón nunca fue un filósofo. A desconfiar de los que expulsan a los poetas e ignoran la carne, el cuerpo. Me has dado el olfato para desdeñar a quienes agotan las horas para engordar su orgullo y redimirse de su im-pertinencia. He amado a tus amigos. Y he reposado, cuando no he encontrado respuestas, desolada, sobre las suaves alas de terciopelo de tu ángel, Valente.

Admiro la sencillez y hondura con la que me has ense-ñado a saber quién soy. Una frase tuya ha sido suficien-te: “prefiero una libertad peligrosa a una servidumbre tranquila”. Y pensarán, María, que no sé en lo que me he convertido. Que nunca debí alzarme hacia los sue-ños, a la utopía de belleza irrenunciable, al peregrinaje errante de la vida, hacia la pura soledad que siempre nos lleva al puro encuentro, a la pura armonía. A la ma-ravilla de poder llamarte por tu nombre, María, otor-gándote el mismo tratamiento que a quienes conocen el color de mis ojeras y de mis sonrisas, a aquellos que me han ayudado a hacer la mudanza y han cargado con mis maletas, a los que, como tú, me han mirado desde la estantería entre libros sin emitir un juicio de valor. Desde adentro sé que puedo llamarte sencillamente por tu nombre.

Permíteme darte las gracias, aunque sé que no te gus-ta. No es necesario que respondas ahora, déjame conti-nuar. A veces he querido hacer un discurso teórico para explicar por qué siempre has pretendido ir a lo que no se ve de las cosas, a su mitad invisible. A enseñar cómo has puesto la atención en esas imágenes y sensaciones evanescentes que parecen destinadas a consumirse en el instante y que -sin embargo- atesoran ternura a nuestra Unidad. Occidente nunca te ha comprendido.

Tu filosofía de los sentidos me ha abierto la puerta a la llama y revelación de lo pequeño. Lamento decirte que la academia se resiste a concebir tu razón poética como razón creadora a través de la cual podemos pensar y estar en el mundo de forma diferente, involucrando a hombres y mu-jeres fieles a lo que ven, a lo que viven, a lo que sienten y a la palabra. Sé que nos iría mejor uniendo el pensamiento, la vida, las emociones y los gestos. Tu pensamiento dará luz a la oscuridad de la vida humana, algunos ya estamos traba-jando en ello, escuchando la parte oculta-invisible ignorada, dando voz a la intuición, sin que sea necesaria clasificarla.

Occidente me cansa. Escindido el corazón de la razón, no me rindo; entonces desaparezco en el bosque, a desposeerme, a dejar de ser, a darlo todo, a detenerme y mirar. Sé que tú –aunque yo no muy bien- me comprendes siempre. Me has visto danzar por el bosque, dar vueltas y perderme hacia los claros. Me dejo, al igual que tú, ser movida por la luz. Y sa-bes que inevitablemente el juego de luz siempre nos lleva a la penumbra, desde donde se puede al fin pensar en calma. Sólo en la penumbra podemos entregarnos. Adoro la penumbra con la fuerza de lo que no puede comprenderse.

A todo esto, María, últimamente este país gira loco hacia el absurdo y la desorientación. El exilio vuelve a ser un péndu-lo angular. Tú que llegaste a sufrirlo y amarlo lo sabes. He-mos vuelto a olvidarnos de lo más importante quizás, el úni-co proyecto por el que valga la pena vivir: ser persona. Nos advertiste del caos al que nos lleva no dirigir lo humano a la moral y a la vida. ¿Qué haremos con esta desorientación?

No sé María, debería hablarte de usted pues de todos los árboles del bosque eres el único por el que he sabido que un árbol es una criatura mediadora entre el cielo y la tierra; que busca la luz y crece; que a fuerza de generosidad, de esa ge-nerosidad que ha creado esa sustancia limpia, fuerte y bue-na, que es la madera, se sobrevive en una suerte de humilde inmortalidad.

Por eso te digo que debería de haberte tratado de usted. Siento que la aurora nos llama y me tengo que despedir de ti, bajo el recuerdo azul del mar, nuestro mar Mediterráneo. Le mer es bleue, entiêrament bleue...

Déjame evocarte, maestra, nombrarte en el silencio, pe-dirte que siempre estés aquí. Déjame también decirte que la intimidad es este modo inventado de quererte, descalza en el bosque, sintiendo como el tiempo penetra el amor en días de Afrodita -como éste- en los que todo comienza de nuevo.Se hace tarde, y aunque es julio, afuera los árboles tiemblan de frío.

Atentamente,Ana Silva

LA INTIMIDAD DEL BOSQUE

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por Sonia Marpez

INSTROSPECCIÓN

Sonia Marpez es una fotógrafa gallega afincada en Andalucía cuyas imágenes son el puro reflejo de la melancolía, la delicadeza y la introspección.

Aunque el costumbrismo y la belleza de lo cotidiano -tanto en su vertiente lumínica como a través de sus sombras- son las características predominantes de su obra, en La Guasa de la Memoria os presentamos una muestra importante de uno de sus proyectos más perso-nales y trascendentes, las fotografías que surgieron de un viaje por Andalucía.

Su prisma es capaz de transformar paisajes que pasan inadvertidos en nuestro día a día en espacios llenos de matices y emociones. Desde la agresividad con la que el hombre in-vade la naturaleza, hasta el abandono, la riqueza de la luz, la metáfora o el encanto del extrarradio.

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CADILLAC SOLITARIOpor Javier López Menacho

Siempre quise ir a L.A., dejar un día esta ciudad, cruzar el mar en tu com-pañía. Pero solo he cumplido lo de dejar la ciudad. Ni siquiera me voy contigo, me voy solo a perderme entre las sombras. Parecía una salida sencilla cuando lo planeábamos sobre el papel, tú y yo usando el botín para buscarnos la vida al otro lado del Atlántico, sin prisas a bordo del Cadillac, pagando un hotel de carretera si el cansancio nos vencía, entregándonos como los niños se entregan al sueño americano. Tú serías actriz de musicales y yo cantaría rancheras de amor con mi guitarra española. Ay, esa vieja e imposible fantasía. Las cosas no han salido como soñábamos niña, y ahora vago en la furgoneta de tu primo dando vueltas sobre mí mismo. Los pasaportes se han quedado contigo, heridos de muerte sobre la calzada. Buscábamos la libertad robándoles a los ricos y nos hemos quedado más pobres que nunca encerrados en esta pesada broma que es la vida. Quizá te escriba una noche desde el fondo de mi vaso y te mienta diciendo que conseguí salir de aquí, que vago por el desierto respirando el polvo de Arizona, que todo es tal y como imaginábamos y mucho más que eso. Te diré que canto en los bares rancheras que llevan tu nombre y que el sueño americano era solo un anzuelo para atraparte, que me da igual estar aquí o en otro lado si no es contigo, que los cactus, la brisa y el sol inclemente no te hacen más libre sino más salvaje, y que de salvaje que soy me voy a volver loco porque no estás a mi lado. Puede que así sonrías y sepas, al fin, perdonarme, pensando que la mitad de nuestro sueño sigue volando, en algún lugar, tan real y tan auténtico como hubiéramos deseado.

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LA GRACIA DE LA RUMBA GITANApor Tono Cano

Hay varias teorías del origen del flamenco. Nuestro Blas Infante planteaba in-dagar en el origen etimológico de la palabra flamenco, que encontró en el árabe.

Cuentan que uno de los moriscos andalusíes expulsados de Granada, huyendo del ge-nocidio que estaban sufriendo por parte de los conquistadores, se subió a una pequeña montaña y empezó a gritar llorando de impotencia. Le habían desterrado y quitado sus tierras. La gente que pasaba por allí, al verlo desolado decían “Mezquin, fallah mankub”.

Pobre campesino sin tierra. Mezquin significa pobre, fallah campesino y mankub cual-quier persona que ha sufrido una gran pérdida

Cuentan que algunos de estos moriscos, desterrados, hicieron piña con los gitanos, pueblo históricamente perseguido para desarrollar lo que sería el caldo del cultivo de nuestro flamenco moderno.

Siete años después de que Carlos III regulara la situación de los gitanos en España tras el fracaso de la Gran Redada; el intento del Marqués de la Ensenada y Fernando VI de exterminar al pueblo gitano, nacía en Cádiz El Planeta, el primer cantaor del que se tiene constancia escrita –El Solitario en Esencias Andaluzas, 1846- y más o menos cuando esmeró en la segunda mitad del s. XIX hubo una de las primeras mi-graciones desde Andalucía hacía Catalunya.

Por entonces Gràcia era villa independiente, hoy es el distrito más pequeño de Barce-lona, y hasta allí fueron a establecerse algunos de los gitanos andaluces que emigraron huyendo del racismo y la persecución a la que era sometida su raza y su forma de vida.

Con ellos llegó el flamenco a Catalunya, que empezó a ser asimilado por los gitanos catalanes como un elemento de su identidad racial haciendo que Catalunya viviera un proceso de transculturización influyendo lo andaluz entre los más destacados pintores y artistas catalanes de la época.

En 1886 se abolió la esclavitud en Cuba y fruto del sincretismo de las influencias afri-canas y andaluzas en la isla se originó el guaguancó, una de las tres variedades de la rumba junto al yambú y la columbia.Mongo Santamaría, rumbero que triunfó a principio de los 60 y que llegó a contar en su banda con Chick Corea creía que el guaguancó surgió cuando los afrocubanos in-

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tentaron cantar flamenco. No andaba falto de razón.

Casi al mismo tiempo que la rumba de Mongo triunfaba llegaba a Catalunya la gran migración andaluza, gitanos y payos se instalaron en varios barrios de Barcelona: Gràcia, Somorrostro, Sants,… Y también en Lleida.

Estos andaluces -que no volvieron a su tierra- son los padres de los que hoy algunos obtusos llaman charnegos (palabra que proviene de nocharniego; los que andan de noche… y que usan para etiquetar a los que no hablan catalán) y que entre otras cosas fueron la mano de obra barata que levantó Catalunya. Es curioso ver al presi-dent de la Generalitat rendir homenaje al granaíno Tío José días después de ofender la forma de hablar de los niños andaluces

Gracias a ellos los gitanos catalanes tuvieron la base para crear un género propio -la rumba catalana- que es la evolución del mestizaje entre la rumba que llegaba de Cuba con el flamenco andaluz.

La rumba catalana tuvo su esplendor en los años setenta llegando a ser conocida internacionalmente como rumba gitana, porque antes que catalana, la rumba es de los gitanos y buena prueba de ello son Peret, que consiguió antes de hacerse llamar el Hermano Pedro que en las discotecas de moda pasaran de pinchar Los Bravos y música anglosajona a poner Una lágrima cayó en la arena, Antonio el Pescaílla con el Sarandonga o Los Amaya. Los dos primeros cogieron rápidamente fama en la ra-dio y televisión de los sesenta, uno, el que se casó con Lola Flores haciendo rumbas sensuales y el otro con canciones más alegres, uno más pendiente de Frank Sinatra y el otro fijándose más en Elvis Presley, eso sí, ambos influenciados por los ritmos que venían del Caribe.

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Poco después, el 4 de diciembre de 1977 llegaron a juntarse solo en Barcelona 250.000 personas exigiendo autonomía para Andalucía… Esto explica la fuerza del andalu-cismo y los andaluces en Cataluña. En los años 80 Barcelona ya contaba con una estructura flamenca potente con Peñas y cafés cantantes gracias a los cuales han po-dido surgir posteriormente artistas de la talla de Mayte Martín, Duquende, Cañizares, Chicuelo, Rafael Martos, Miguel Poveda y tantos otros.

Ya en los tiempos de la diosa Ocaña y su provocación por defender el movimiento LGTB, en Madrid crecía la Movida madrileña, ese “movimiento de libertad” con la misma proporción de artistas y jetas y la rumba fue perdiendo fuelle hasta que cuan-do parecía que iba a quedar relegada apareció el Gato Pérez, que había llegado a Bar-celona a finales de los setenta para descubrir en la rumba autóctona de las populares fiestas del barrio de Gràcia la base perfecta para sus letras poéticas, empezó a conectar a los músicos de la Secta Sónica con los gitanos y como resultado publicó Carabruta, su primer disco en solitario y el resurgir del género.

Cómo sería la influencia andaluza en la novena provincia que el 23 de julio de 1980 se lió en el Parlament por la creación, tras las elecciones, del grupo andalucista. Tras conseguirlo con el sorprendente apoyo de ERC, Convergencia y UCD -socialistas y co-munistas votaron en contra-, los dos diputados andalucistas del PSA, Josep Benet y Pere Portabella, se mantuvieron al margen de la polarización del debate entre derecha e izquierda que acabó con Jordi Puyol poniendo el foco en los “mil años de existencia” de Catalunya.

Y eso que Cádiz, la ciudad que vio nacer a El Planeta tiene más de 3.000 años…

A finales de los 80 y durante gran parte de los 90 los Gipsy Kings, referencia univer-sal, y Los Manolos, que dieron la despedida a las Olimpiadas, dieron nuevos bríos a la rumba aunque sin aportar novedades.

Luego llegaron la tradición de Ai, ai, ai y Sabor de Gràcia y nuevos grupos que dieron lugar a lo que hoy se denomina como rumba fusión, los hermanos Muñoz de Estopa, Ojos de Brujo, Dusminguet y compañía mezclaron el género influenciados por el reg-gae, el ska, el swing o la cumbia. Mucha culpa de ello la tiene el eclecticismo de Manu Chao y Mano Negra, el mismo que tuvieron los cubanos cuando lograron su libertad y se fijaron en el flamenco.

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Te llamas Lucía y estuviste a punto de no nacer. Tu madre y yo estuvimos dándo-le muchas vueltas pero al final prevaleció la ilusión que nos hacía tenerte sobre la inconveniencia de acabar ofreciendo una nueva pieza al engranaje. Espero que nos hayas perdonado. Espero que hayas logrado mantenerte a salvo, alejada de ellos, agazapada, camuflada en la masa. Nosotros intentamos hacer lo posible por conseguirlo, por darte las herramientas y conocimientos necesarios para evitar caer bajo sus garras. Nos jugamos la vida. Y, al final, acabamos perdiendo la apuesta.

Nos negamos a implantarte la célula de identificación. Ese fue el primer paso. De cara al centro de control, no existes. Nun-ca lo reconocen de forma oficial, pero hay miles como tú. Seres anónimos. Hombres y mujeres como lienzos en blanco, sin pro-gramar, ajenos al sistema de seguimiento. Cuando optamos por ello, pensamos que era la mejor opción. No ofrecerte en sacri-

ficio. No caímos, claro, en la cuenta de que si por esa parte te concedíamos un tiempo que a la mayoría se nos había vetado, por otra dejábamos la puerta abierta a múl-tiples peligros. Cualquiera puede matarte sin responder por ello. No existes. No eres nadie. Tu cuerpo serviría para alimentar los sistemas energéticos. Nadie haría pre-guntas, a nadie le interesaría saber quién eras. Cuando, con los años, tu madre fue consciente de ésta y otras amenazas que no habíamos calculado, no pudo sopor-tarlo. No habíamos previsto que las cosas iban a degenerar tanto. Cualquier límite a la decadencia que nos hubiésemos imagi-nado fue superado una y otra vez.

No tendrías más de seis años cuando me quedé solo contigo. Quizá aun lo recuer-des, quién sabe. Era la época en que la masa comenzó a suplicar por unos minu-tos de sol a la semana. No todos podían permitírselo. Ahora no puedo dejar de sonreír al pensar lo ingenuos que éramos,

por Miguel Ángel Blanco

CAMINO DE REDENCIÓN

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creyendo que la cosa solo podría ir a me-jor.

Dicen que cuando estás en el fondo no puedes caer más bajo; el problema llega cuando estás en una pendiente sin fon-do que alcanzar. Visto en perspectiva, la caída es evidente; desde nuestro punto de vista, desde la lucha por la supervivencia diaria, la inclinación no se apreciaba. La Tierra nos parecía plana. Los pocos que aun teníamos fuerzas para luchar fuimos eliminados de forma paulatina pero sis-temática. Hoy, éste; ayer, ella; mañana, cualquiera. Entramos en estado de para-noia permanente. Todos éramos sospecho-sos. Perdimos de vista al enemigo común y éste aprovechó para devorarnos.

Un día, aun no sé con seguridad qué su-cedió, te perdí. Por lo que he podido ave-riguar en estos años, debí de ser detecta-do. Reprogramaron mi chip y estuve unos días perdido, aturdido, mirando todo sin ver nada. Eso, al menos, es lo que me contaron los pocos que quedaban en el núcleo. Creyeron que me habían perdi-do para siempre y te pusieron a salvo. Te llevaron a uno de los refugios, donde ha-bía quien podía hacerse cargo de ti. A las pocas semanas, antes de recuperarme del todo, una incursión de seguridad provocó que se perdiera el contacto con ellos. No volvimos a saber de ti. Para mí fue como si me arrancasen los ojos y el estómago al mismo tiempo. Me dejé perder. Todo por lo que había luchado, de repente dejó de tener sentido.

Comencé a hacerme pequeños cortes en la piel para comprobar que aun sangra-ba. Intenté extirparme el chip, pero todos sabemos que es imposible. Temieron por mi cordura y mi vida. Me encerraron. No

podían permitir que acabase llamando de nuevo la atención de seguridad. Éramos de los pocos núcleos que seguían operan-do de vez en cuando.

Lejos, a pequeña escala, pero aun dába-mos un poco de guerra. Aunque la masa nunca llegase a conocer siquiera nuestra existencia. La red ya se encargaba de ino-cular el falso mensaje de utopía perpetua.Cualquier precaución es poca, decíamos, y vaya si era verdad. Al final, nos cazaron sin piedad. Solo nos salvamos tres. No sin dificultad, conseguimos camuflarnos en la masa, esperando el momento oportuno. En hibernación. Así pasaron unos cin-co años. Para entonces tú ya tendrías 13 años. Me gustaba imaginar qué sería de ti. Contaba con que habías logrado sobre-vivir; con que eras, en cierto modo, feliz. Era un deseo pueril, sí, pero me valía para mantener la esperanza y alimentar la pa-ciencia. Hasta que llegó el día.

Caminaba entre calles residenciales, evi-tando la mirada de los agentes de seguri-dad pero con la suficiente confianza como para no despertar sospechas, hacia mi puesto en el engranaje. Ese día me tocaba el turno semanal de 16 horas. Yo estaba en la escala más baja: pertenecía al equi-po de reciclaje, un eufemismo con el que el centro de control denominaba a la se-lección y procesado de las pertenencias de los miembros de la masa fallecidos. Todo lo de valor pasaba a ser propiedad del sis-tema; lo desechable, incluido el cuerpo, se enviaba a la sección de energía, donde pa-saba a formar parte de los recursos con los que se mantiene en pie el sistema.

De vez en cuando, los operarios creíamos reconocer el rostro de quien estábamos desvalijando, aunque la sensación duraba

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poco: el microchip actuaba y eliminaba cualquier atisbo de recuerdo que surgiese. En un momento del trayecto, escuché un lamento, un pequeño gemido justo detrás de mí. Me giré y vi a una adolescente sa-liendo de uno de los bloques de lujo, que apenas podía aguantar el tirón que daba el labrador clónico, rosa, que sujetaba con una correa. Le miré a los ojos y murmu-ré tu nombre. Al intentar dirigirme hacia ella, fui reducido al instante y llevado a la central de seguridad.

Toda una vida de desastres me cayó en-cima de golpe, devastando la poca fuerza que me quedaba. Por lo que sé, o puedo deducir, aprovecharon mi información para ir eliminando lo que quedaban de núcleos. Algunos todavía paseamos con la mirada perdida, la memoria anclada en la época en que aun había posibilidades de lograr un mundo mejor, entre los pasi-llos del centro de aislamiento. A pesar de todo, sigo soñando con que, aunque sea un poco, logres ser feliz y consigas lo que tu madre y yo no logramos. Incluso aun-que acabes formando parte de la masa, como una pieza más del engranaje diseña-do para perpetuar el poder del centro de control, cuya vida se limite a seguir pa-trones establecidos para que ellos acaben alimentándose de tu piel, tu sangre, tus músculos y tus huesos. Como lleva suce-diendo desde que dejamos de rebelarnos; desde que nos dejamos vencer.

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CRISISpor Felipe Sérvulo

Te hablo de trabajos basura,de cuestiones perentorias,asfixiantes y odiosasque nos impone el Banco Central Europeo.

Te hablo de falsedadesque se incrustan en las entrañas,dejándonos una estela ennegrecida, tan sucia.

De aguaceros y esta crisisque cae sin clemencia y arrasay se lleva nuestra historia.La última: los juguetes, los tebeos, los zapatitos de Javier.Yo desde la ventana,lo vi todo pasar.Después, tanto barro.

* Poema perteneciente al poemario “Ahora que amaneces”, editado por Playa de Ákaba en 2013

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EL CURRELANTE LOCOpor Alejandro L ópez

Son una especie en peligro de extinción. Cada mañana al levantarse, planean como mejorar la tarea en la que están inmersos. Seguramente sea éste su primer pensamiento del día. Y en cuanto tienen la ocasión, se ponen manos a la obra. Sus familiares, dulces sufridores de esta obsesión, entienden la prioridad de su trabajo y respetan sus inquietudes. Probablemente no sean los mejores del gremio, pero co-nocen el oficio al dedillo con sus entresijos y vaivenes. Hace años que cuentan con la admiración y el respeto de sus compañeros. Incluso de los jefes. Saben administrar su tiempo para cumplir con las fechas de entrega sin que el resultado final presente altibajos. Algunos entendidos piden a gritos su retiro y se molestan con su longe-vidad. Nuestros artesanos se excusan: “no sé hacer otra cosa”. Y siguen a lo suyo; dibujando, escribiendo, componiendo, entrenando día a día como si fuera el primero y el último, con una dignidad intachable. Si hablamos de cine podríamos referirnos a Woody Allen o a Elías Querejeta, si lo hacemos de comic a los inagotables hermanos Buscema, en la literatura Cutis Garland o Agatha Christie son excelentes ejemplos, así como Johnny Cash en la música o Luis Aragonés en el deporte. Figuras indis-cutibles y prolíficas que han tenido gran relevancia. Pero los hay que se pasan la vida en el taller y no obtienen gloria, quedando por siempre a la sombra. Les da lo mismo. Ellos siguen al tajo. No les afecta la repercusión porque aman lo que hacen y no aquello que les reporta. En un mundo ácido y cambiante donde prima lo instan-táneo, se premia lo versátil y olvidamos con pasmosa facilidad, echamos de menos referentes que resistan las modas. Deberíamos valorar al duro fajador, al incansable creador que no cesa hasta dar por terminada su obra. Son reivindicaciones vivas de su oficio, currelas que por estar atareados ignoran el enorme mérito de su modo de vida. No tienen tiempo para halagos, mañana les espera otro reto.

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EL CAMARADA DIRECTORpor Manolo Ladrón de Guevara

En julio de 1936 Manuel Chaves Nogales se convirtió en el “camarada director” del diario madrileño Ahora. La tormenta que anegó en sangre la vida de los españoles tras el 18 de julio –revolución y contrarrevolución- cogió al periodista sevillano sin más paraguas –pre-cario refugio- que su condición de pequeño burgués republicano y liberal dedicado al ofi-cio de hacer periódicos. O sea, cualquiera de los dos bandos tenía argumentos sobrados en su cerrada sinrazón, para fusilarlo. Lo cuenta él mismo en el prólogo de “A Sangre y Fuego. Héroes, bestias y mártires de España”, libro aparecido en Chile en 1937 y que no vería la luz en nuestro país hasta cincuenta años más tarde. En las pocas páginas de ese prólogo Chaves imparte una lección magistral de pe-riodismo.

Nacido en la Sevilla finisecular, Manuel Cha-ves Nogales llegó a Madrid en 1922. Entre ese año y su exilio –que será definitivo- en los primeros meses de la Guerra Civil, desarrolló una carrera que hoy nos parece descomunal, por la cantidad y la calidad de su trabajo. Re-dactor jefe del Heraldo de Madrid, colabora-

dor de la revista Estampa, y desde 1930 sub-director de Ahora, el periódico fundado por Luis Montiel, Chaves se convirtió en el mejor ejemplo español del periodismo de entregue-rras. Escribió sobre el campo andaluz, un lú-cido y valiente artículo en el que arremetía por igual contra los “pistoleritos flamencos y los señoritos reaccionarios de rifle y flor de lis”; estuvo en la Revolución de Asturias, que para Chaves no tuvo nada que envidiar en inhumanidad y fiereza a la bolchevique; entrevistó a los principales personales de la época, Alfonso XIII, Azaña, Churchill, Haile Selassie, Belmonte, Chevalier, Goebbels (esta última entrevista, memorable, constaba de tres preguntas pactadas, lo que no libró al ministro nazi de la pluma de Chaves, que hizo de él un feroz retrato: “tipo ridículo, grotesco, con su gabardinita y su pata torcida que lleva diez años siendo el hazmerreir de los periodis-tas liberales…”)- ; viajó a la Alemania nazi, a la Italia fascista, a la Rusia Soviética...

De sus viajes y experiencia profesional na-cieron libros involvidables. Publicados por entregas en los periódicos y revistas para las

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que trabajó, “Lo que ha quedado del imperio de los zares”, “el Maestro Juan Martínez que estuvo allí”, “Juan Belmonte, matador de to-ros”…

Pero toda la biografía profesional de Chaves Nogales, su actitud ante la profesión de pe-riodista, se resume en un periodo mucho más corto: el que va del 17 de julio al 6 de noviem-bre de 1936, en que abandona Madrid definiti-vamente. Estallada la Guerra Civil, un Conse-jo Obrero se incautó de la empresa y del diario Ahora. Tal era el prestigio profesional de Chaves, que a pesar de su confesado anticomunismo le ofrecieron el puesto de director del perió-dico, y fue así como Manuel Chaves Nogales se con-vierte en el “camarada director”: “yo, que no había sido en mi vida un revolucionario, ni tengo ninguna sim-patía por la dictadu-ra del proletariado, me encontré en pleno régimen soviético. Me convertí en el camara-da director…” Y aquel pequeño burgués liberal, republicano y demócrata a carta cabal sirvió con lealtad a los lectores de Ahora, que si-guió siendo el principal periódico en aquel Madrid asediado. Antepuso su condi-ción de periodista a cualquier otra considera-ción. Hizo buena una máxima que deberíamos tener todos los que nos dedicamos a este ofi-cio, y que resume Iñaki Gabilondo en su estu-pendo libro “El fin de una época”: “uno puede ser periodista deizquierdas, pero periodista. Periodista católico, pero periodista. Periodis-ta del Opus, pero periodista. Incluso periodis-ta masón, peroperiodista al cabo…” Y Chaves fue eso, Periodista.

Y siguió ejerciendo en Madrid, según confe-sión propia, “hasta el momento en que el Go-bierno de la República abandonó su puesto

y se marchó a Valencia. Entonces abando-né yo el mío. Ni una hora antes ni una hora después…” Huyó de Madrid horrorizado por festín de sangre que se estaban dando los es-pañoles: “en mi deserción pesaba tanto el te-mor a la barbarie de los moros, a los bandidos del Tercio, a los asesinos de Falange como a los analfabetos anarquistas y comunistas que sembraban el terror rojo en Madrid…”. Llegó después el exilio, la temprana muerte a los 47 años, y el olvido.

Un largo y ancho olvido. Porque siem-pre fue Chaves un persona-

je incómodo para los dos bandos. Los “suyos” –la

Agrupación Profesio-nal de periodistas

de la República- acordaron expul-sarle del gremio en 1937. El go-bierno fran-quista fue aún más ridículo: lo condenó a doce años y un día…

una semana des-pués de su muerte.

Solo ahora, gracias al trabajo inmenso de

la profesora María Isa-bel Cintas, sus obras han

vuelto a ver la luz, e imparte otra vez Chaves lecciones de Periodis-

mo.

La atroz reliquia de lo que fue yace en una tumba sin nombre y sin lápida en el cemente-rio londinense de Kew. Metáfora perfecta de una época y de un país saturnianos. Pero el “periodista de patas”, como lo bautizó Baro-ja, volvió a su tierra por primavera. Sevilla, su ciudad, a la que tanto amó y criticó –como lo hiciera también su paisano Luis Cernuda- ha reeditado todas sus obras y le dedicó una edición de su feria del libro. A Manuel Chaves Nogales. Periodista.

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