la gaceta septiembre

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DEL FONDO DE CULTURA ECONÓMICASEPTIEMBRE 2011 489 Además LAS PORTADAS y LOS ROSTROS DEL FONDO No se puede conquistar al público para la causa de la ciencia con los modos del matón del patio de recreo SERGIO DE RÉGULES Todos para la ciencia

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Ciencia para todos

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Page 1: La Gaceta septiembre

D E L F O N D O D E C U L T U R A E C O N Ó M I C A � S E P T I E M B R E 2 0 1 1

489

Además LAS PORTADAS y LOS ROSTROS

DEL FONDO

No se puede conquistar al público para la causa de la ciencia con los modos del matón del patio de recreo

—SERGIO DE RÉGULES Todospara laciencia

Page 2: La Gaceta septiembre

PROBLEMAS Juan Gelman 0 3ESPEJO Y GUÍA Juan Nepote 0 6ALEJANDRA JÁIDAR, PIONERA MÚLTIPLE Jorge Flores Valdés  0 8PEQUEÑO APUNTE PARA LA HISTORIA DE UNA GRAN COLECCIÓN Rafael Vargas 0 9ALAS DE PAPEL PARA LA CIENCIA Julieta Fierro 1 1¿PARA QUIÉN TRABAJA SU PERIODISTA FAVORITA? Javier Crúz 1 310 POR CIENTO Enrique Gánem 1 5NO QUIERO LATINES Sergio de Régules 1 7¿POR QUÉ ES DIFÍCIL DIVULGAR MATEMÁTICAS? Carlos Prieto de Castro 1 9CAPITEL Tomás Granados Salinas 2 0NOVEDADES DE SEPTIEMBRE DE 2011 2 0EL ROSTRO Y LA ENTRAÑA Víctor Díaz Arciniega 2 2

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D E L F O N D O D E C U LT U R A E C O N Ó M I C A

Joaquín Díez-Canedo FloresDIRECTOR GENERAL DEL FCE

Tomás Granados SalinasDIRECTOR DE LA GACETA

Moramay Herrera KuriJEFA DE REDACCIÓN

Ricardo Nudelman, Martí Soler, Gerardo Jaramillo, Alejandro Valles Santo Tomás, Nina Álvarez-Icaza, Juan Carlos Rodríguez, Alejandra VázquezCONSEJO EDITORIAL

Impresora y EncuadernadoraProgreso, sa de cvIMPRESIÓN

León Muñoz SantiniDISEÑO

Rogelio VázquezFORMACIÓN

Juana Laura Condado Rosas, María AntoniaSegura Chávez, Ernesto Ramírez MoralesVERSIÓN PARA INTERNET

Suscríbase enwww.fondodeculturaeconomica.com/editorial/laGaceta/

[email protected]

La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilioen Carretera Picacho-Ajusco 227, C. P. 14738,Colonia Bosques del Pedregal, DelegaciónTlalpan, Distrito Federal, México.

Editor responsable: Tomás Granados Salinas. Certifi cado de Licitud de Título 8635 y de Licitud de Contenido 6080, expedidos por la Comisión Califi cadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas el 15 de junio de 1995.La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es un nombre registrado en el Instituto Nacional del Derecho de Autor, con el número 04-2001-112210102100, el 22 de noviembre de 2001. Registro Postal, Publicación Periódica: pp09-0206.

Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica.ISSN: 0185-3716

PORTADA

Collage de León Muñoz Santini

489S U M A R I O

D esde México primero, para todos después: nuestra principal colección de libros de divulgación científi ca cumpleeste mes 25 años de actividad. Entre Un Universo en expansión, de Luis Felipe Rodríguez, y Venenos: armas químicasde la naturaleza, de Juan Luis Cifuentes y Fabio Germán Cupul, hay otras 227 obras que exploran diversas caras del conocimiento científi co: mucha física

y biología —incluidas la ecología y las ciencias del mar—, abundante astronomía y medicina, un poco de química y matemáticas, más algunas pinceladas de ciencias aplicadas, fi losofía de la ciencia y aun manuales para usar estos volúmenes en el salón de clases. Para festejar este cuarto de siglo hemos reunido en esta entrega textos que reviven el momento y la gente que participó en el alumbramiento de la serie, pero sobre todo un conjunto de ensayos sobre la importancia de que la ciencia esté presente en la sociedad. Festejamos, pues, con la vista en el pasado —ahí cuando la insustituible Alejandra Jáidar encendió la chispa original de la colección— y en el futuro, para lo cual invitamos a un grupo de notables comunicadores de la ciencia —divulgadores profesionales, periodistas, científi cos en activo— a refl exionar sobre los retos y las responsabilidades que enfrentan al llevar el saber de la ciencia al público no especializado. Ellos dan el nombre a esta edición de La Gaceta, pues trabajan, cavilan, escriben todos para la ciencia. Todos también compartimos la certeza de que las ciencias no deben permanecer en el aislamiento de cubículos y laboratorios, sino que deben nutrir a la sociedad, contribuir a la formación de sus ciudadanos, aportar soluciones a sus problemas: deben hacerse públicas, es decir publicarse. Este mismo mes lanzaremos la convocatoria a la duodécima edición del concurso Leamos La Ciencia para Todos, gracias al cual un mundo de jóvenes de todo el país leen y comentan los libros de la serie. Para obtener mayor información, invitamos al lector interesado a visitarwww.lacienciaparatodos.mx.�W

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P O E S Í A

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Se desplaza el estado territoriala un gorrión que lo mira,masa esparcida en ojos negros.Come y no se repite, migajas, el alcolquema el labio para que nada sufra.El rayo rompió la nube dondenavegaba un sopor escondido.Torbellinos muy altosdan y toman palabrasausentes de sus antes.Todo lo que hacen el cielo, el agua,la tierra, el fuego, abrazalo que seremos como fuimos,los racimos que curanasmas de la memoria.Las alas de la almohada blancason materia sin nombre,ignoran el plumaje del malsuyo en jardines.�W

En dos anchos volúmenes, circula ya con nuestro sello la Poesía reunida de Juan Gelman. En sus versos de factura simple, habitados por las cosas y los seres de todos los días, hay siempre

una exploración de algo superior, un paseo por las alturas. Sirva de ejemplo este poema, tomado del último trozo del segundo tomo, intitulado El emperrado corazón amora

ProblemasJ U A N G E L M A N

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TO D O S PA R A L A C I E N C I A

TODOSPARA LACIENCIA

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Recordamos aquí el nacimiento de La Ciencia para Todos, hace 25 años: el momento en que surgió, parte de su trayectoria y a dos de sus promotores:

la física Alejandra Jáidar y el editor Jaime García Terrés.

Y procuramos ver qué es y cómo debe ser la comunicación entre científi cos y el público en general; de ese sutil nexo

depende que la sociedad se apropie de los saberes de la ciencia

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Un cuarto de siglo cumple La Ciencia para Todos, la colección con que el Fondo busca poner en contacto a los hacedores del conocimiento científi co con sus lectores no especializados. En esos 25 años el mundo —incluidos desde luego los submundos de la

ciencia y de los libros— se ha transformado de manera radical, por lo que no es inoportuno acompañar el festejo con refl exiones acerca del porvenir de esta serie

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Espejo y guía J U A N N E P O T E

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ta en nuestro país son extranjeros. Ello es refl ejo de la juventud de nuestra comunidad científi ca. Pero ésta, al acercarse ahora a su madurez, hace posible la publi-cación de una serie de libros de divulgación científi ca, escritos por autores de México, con el objeto de que el público de habla española se entere, en su propio idio-ma, de lo que se sabe, se investiga y se conjetura en el dominio de la ciencia”, se leía en la entusiasta presen-tación de los primeros libros.

La misión era, pues, tornar visible el quehacer de la comunidad científi ca nacional. Y la meta consistía en hacer libros baratos con grandes tirajes; publicar un título cada mes, difundir la ciencia hecha en México. Y el proyecto no pecaba de autismo: ese mismo año nació la Sociedad Mexicana para la Divulgación de la Ciencia y la Técnica; en 1984 se había fundado el Sistema Na-cional de Investigadores y en 1971, el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología; por esa época la Academia de la Investigación Científi ca, nacida en 1959, estaba por transformarse en la Academia Mexicana de Ciencias, institución de valiosa pertinencia social. Además, a los buenos ofi cios del fce y su experiencia probada en proyectos editoriales, se sumaba otra ventaja: las co-lecciones de libros de ciencia en castellano por aque-llos tiempos eran prácticamente inexistentes. Así que había condiciones sufi cientes para que La Ciencia des-de México entregara buenas cuentas. Y la respuesta de los lectores fue inesperada, por generosa: ahora, luego de 25 largos años, se contabilizan cerca de 5 millones de ejemplares vendidos de los casi 230 títulos que con-forman la colección. Nadie más en el mundo ha hecho algo así.

Porque el entusiasmo rápidamente se desbordó, hasta apurar un replanteamiento en el proyecto edito-rial: en un principio se invitaba sólo a investigadores mexicanos a escribir los libros, pero en 1996 se amplió

la convocatoria a científi cos de toda Hispanoamérica: “Del Río Bravo al Cabo de Hornos y, a través de la mar Océano, a la Península Ibérica, está en marcha un ejér-cito integrado por un vasto número de investigadores, científi cos y técnicos, que extienden sus actividades por todos los campos de la ciencia moderna, la cual se encuentra en plena revolución y continuamente va cambiando nuestra forma de pensar y observar cuanto nos rodea”, anuncia todavía la presentación que ante-cede a cada uno de los textos. Diego Golombek, biólogo argentino de signifi cativa relevancia internacional y uno de los líderes más respetados en comunicación de la ciencia, recuerda que “durante un tiempo La Ciencia para Todos era nuestro reducto secreto —o no tan se-creto— para tener acceso a literatura científi ca apasio-nante, escrita por vecinos de idioma (o casi…) y de in-tereses. Con títulos prometedores conocimos a nues-tros colegas mexicanos y alguna que otra traducción que se volvía accesible al lado de los imposibles precios en pesetas o euros o dólares. Así, los stands del fce o de México en la feria del libro de Buenos Aires eran de los primeros en ser depredados en busca de la ciencia de los cielos, de los amores o de los tiempos.”

Y es que La Ciencia para Todos ha servido de re-ferencia —de espejo, que lo mismo refl eja atinadas virtudes que defectos imperdonables— a otros pro-yectos más o menos semejantes: desde Viajeros del Conocimiento, la colección que en la década de los noventa dirigió Victoria Schussheim en Pangea Edi-tores —una serie de biografías de científi cos de todas las épocas, escritas por divulgadores e investigadores mexicanos, acompañadas con traducciones de textos originales del personaje en cuestión—, hasta los libros que sigue publicando adn Editores bajo el nombre de Viaje al Centro de la Ciencia, original combinación de recursos literarios y divulgación científi ca a cargo de autores mexicanos, o la sorprendente qed, colección de sustanciales libros de matemáticas y astronomía —hasta ese momento inéditos o agotados en nuestra

lengua— que Libraria entregó con exquisito cuida-do editorial en los primeros años del siglo xxi.

Y si en México, fuera de estos ejemplos, las edi-toriales han mostrado cierta miopía para estimu-lar la perpetuación de la especie, en otras latitu-des han sabido aprovechar el interés masivo que genera la lectura de divulgación científi ca: ahí está Metatemas, de Tusquets Editores; Drakontos, de Editorial Crítica, o Ciencia que Ladra…, de Siglo xxi Editores de Argentina, cada una dirigida por un personaje bastante peculiar, que se encarga de imprimir su sello de editor y perfi lar el diálogo entre los lectores y los libros: Jorge Wagensberg, José Manuel Sánchez Ron y Diego Golombek, res-pectivamente, quienes contemplan su obra edito-rial como una totalidad codependiente y continua, compatible al anhelo de Roberto Calasso: “cada tí-tulo es como el capítulo de una novela completa”.

La Ciencia para Todos, en cambio, cuenta con todo un comité de selección compuesto por una veintena de investigadores de primer nivel, más el cuidado de uno o varios responsables por par-te de la editorial. Esto tiene como resultado que la colección sea irregular en estilo, extensión y cali-dad, con obras absolutamente deliciosas, clásicas (en la acepción de Italo Calvino: “un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir”) y que se reimprimen con pasmosa constan-cia, junto con otros libros ilegibles, más próximos a un reporte de trabajo pobremente escrito que a un verdadero texto de divulgación científi ca; mientras Metatemas y Drakontos hacen apuestas seguras, pagando los derechos de traducción de autores de rimbombante fama mundial, La Ciencia para To-dos representa un escenario valiosísimo para que los investigadores establezcan una conversación

directa con los lectores y relaten sus historias. Esto tiene como resultado un universo bibliográfi co rico y novedoso, rabiosamente único, una inspira-dora ventana hacia la realidad, como acota Golom-bek: “tal vez La Ciencia para Todos haya tenido la virtud máxima de servirnos de espejo y de guía, de demostrarnos que la aventura científi ca también puede tener cara y territorio, lenguaje propio y en-tusiasmo. De ese camino seguramente surgieron honestos admiradores e imitadores en Latinoamé-rica —unos verdaderos Salieris de la ciencia—… y en eso estamos.”

El impacto de estos 25 años de existencia de La Ciencia para Todos es inconmensurable. Ha tenido una infl uencia determinante en la formalización de la investigación científi ca en México, y quizás haya llegado el momento de que haga algo seme-jante por la divulgación científi ca de nuestro país, para que deje de ser una actividad marginada de la ciencia ofi cial. Celebrar el venerable pasado y el sa-ludable presente de uno de los proyectos más im-portantes en nuestro idioma para popularizar la ciencia debe ser una invitación a refl exionar sobre cómo queremos que sea su futuro. Porque los re-tos de hoy son muy distintos de los de 1986. Ya en el prólogo a Un universo en expansión, el primero de los libros de la colección, el enormísimo Guillermo Haro señalaba que “la ciencia sólo puede sobrevi-vir si se concibe como un proceso infi nito, que día con día se supera y que nunca termina”; así tam-bién es interminable el sendero de la creación de libros para la ensoñación y la comprensión del uni-verso que habitamos.�W

Juan Nepote escribe sobre ciencia y sociedad para La Jornada Jalisco y para Ciencia y Desarrollo. Su libro más reciente, Científi cos en el ring. Luchas, pleitos y peleas en la ciencia, será publicado en Argentina por Siglo XXI Editores.

H ay dos batallas que en México todavía no he-mos sabido ganar: me-jorar la imagen pública de la ciencia, hasta que se la reconozca como parte fundamental de aquello que nombra-mos cultura, es decir, que incorporemos una

actitud científi ca a nuestro conjunto de costumbres, pasiones y creencias; la otra tiene que ver con el des-dén —dentro de la comunidad de investigadores— ha-cia la divulgación científi ca, porque parece ignorarse que cuando el físico británico John Ziman defendía que “el científi co es un hombre de pluma; escribir li-bros es su vocación” de lo que hablaba era del compro-miso que los científi cos deben honrar para construir canales de comunicación entre la ciencia y el resto de la sociedad. No se han ganado esas dos batallas, pero tampoco han faltado intentos. ¿Un ejemplo? La Ciencia para Todos, que, sin interrupción, viene pu-blicando el Fondo de Cultura Económica desde hace exactamente un cuarto de siglo. Es el esfuerzo más extenso y perdurable de libros de divulgación cientí-fi ca en lengua castellana. Para bien o para mal, es un auténtico homenaje a la bibliodiversidad.

Ni el país ni el mundo que vio nacer esos libros existen más: en 1986 no había ni el más mínimo aso-mo de Hotmail, Facebook, Twitter o Google (Tim Berners-Lee habría de desarrollar la web tres años después) y la mayor parte de los televisores mexica-nos sintonizaban únicamente programas naciona-les, 24 Horas con Jacobo Zabludovsky o Siempre en Domingo con Raúl Velasco. Para recibir una llamada telefónica había que esperar hasta llegar a la ofi cina

o a la casa, la mayoría de las compras se pagaban en efectivo y para realizar un trámite bancario había que acudir al banco, entre lunes y viernes. En ese mismo año, y en el Estadio Azteca, Diego Armando Maradona dio la cátedra de futbol más sublime, el transbordador Challenger se desintegró repentina, inexplicablemente, apenas un minuto después de haber dejado el suelo del Kennedy Space Center en Florida, el cometa Halley se dejó ver en la Tierra por segunda vez durante el siglo xx y la central nuclear de Chernóbil dejó escapar a la atmósfera una canti-dad letal de material radiactivo. En 1986 nos entera-mos de las muertes de Juan Rulfo, Simone de Beau-voir y Jorge Luis Borges, y como precaria consola-ción habríamos de enterarnos de los nacimientos de Robert Pattinson, Lady Gaga y Megan Fox. Se trata del mismo año de lanzamiento de la campaña Rock en tu Idioma que trajo a nuestro país a Soda Stereo, Enanitos Verdes, Radio Futura, Alaska y Dinara-ma, Hombres G, efervescencia que estimuló a músi-cos mexicanos como Caifanes, Fobia, Café Tacuba o Kenny y los Eléctricos.

Fue allí y entonces que —en medio de una gran crisis fi nanciera (la enésima, la de siempre)— el poe-ta Jaime García Terrés, director general del Fondo; Alejandra Jáidar, imparable científi ca y la primera mujer que se licenció como física en la Facultad de Ciencias de la unam; y María del Carmen Farías, re-cién incorporada al fce para hacerse cargo del Área de Ciencia y Tecnología, labor que desempeñó por veinte años de manera impecable, pariendo y cui-dando para la editorial un acervo envidiable, ima-ginaron unos libros donde “los jóvenes conocieran algo de ciencia de manera amable”. Con la complici-dad de varios investigadores mexicanos destacados, y gracias al patrocinio de la Secretaría de Educación Pública y del Consejo Nacional de Ciencia y Tecno-logía, en septiembre de 1986 nació La Ciencia desde México. “La mayoría de los libros científi cos a la ven-

TO D O S PA R A L A C I E N C I A

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“LA MISIÓN ERA, TORNAR VISIBLE EL QUEHACER DE LA COMUNIDAD CIENTÍFICA NACIONAL

Y LA META CONSISTÍA EN HACER LIBROS BARATOS CON GRANDES TIRAJES

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en enero de 1985, veinte meses antes de que aparecie-ran los primeros ejemplares de nuestra colección. A la muerte del secretario Jesús Reyes Heroles, fui forzado a abandonar la sep; afortunadamente, Salvador Malo, físico y amigo también de Alejandra, continuó apoyán-dola. Se consiguió que la empresa fuera conjunta entre el Conacyt, la sep y el Fondo, y también se echó a an-dar el comité de selección.

Alejandra nos reunía, al menos una vez al mes, en una salita de juntas cerca de su ofi cina del Instituto de Física, en un edifi cio que se conocía como Colisur. Así se llamaba, porque el departamento en que traba-jaba Ale era el Departamento de Colisiones y el edifi -cio se hallaba al sur del edifi cio principal del Institu-to. Recuerdo esas reuniones con gran gusto, pues el entusiasmo que irradiaba nuestra coordinadora era contagioso. Esto nos llevaba a proponer algunas locu-ras: tirajes de 30 mil ejemplares, publicación de un li-bro cada mes, conseguir que los investigadores —que siempre decían estar muy ocupados y no tener tiempo para actividades inferiores, como divulgar la ciencia— se comprometieran a escribir un texto. Ahí entraba también la física Jáidar.

En las reuniones del comité de selección se pensa-ba en cuáles autores y qué temas deberían proponerse. Una vez decididos los dejábamos a merced de Alejan-dra. Ella los visitaba, les proponía ser autores, y casi to-dos sucumbían. Se les pedía un índice del libro y un pri-mer capítulo. Si el comité lo aceptaba, el autor fi rmaba un compromiso con el Fondo y recibía un adelanto de regalías. Este último ayudaba pero en última instancia lo decisivo era la pasión que Ale ponía para lograr su objetivo: echar a andar La Ciencia desde México.

Nuestra coordinadora logró en pocos meses lo que parecía imposible. Convenció a decenas de científi cos de que escribieran un libro dirigido a un público gene-ral. Como muestra se publicó uno con tema astronó-mico, cuyo autor fue Luis Felipe Rodríguez. A la pos-tre es el más vendido de toda la colección. Finalmente, en ocasión del aniversario de la fundación del Fondo de Cultura Económica, con la presencia del presiden-te Miguel de la Madrid, se lanzaron en septiembre de 1986 los tres primeros títulos de La Ciencia desde Mé-

xico: el número uno fue el ya mencionado de Luis Felipe; el número dos de la serie, escrito por Juan Luis Cifuentes y dos colaboradoras, y que sería el primero de una larga serie de libros sobre el mar y sus recursos; y tuve la suerte de que el libro núme-ro tres me contara entre sus coautores.

Por parte del Fondo, el primer encargado de la serie fue el escritor Felipe Garrido. Pronto tomó esta posición María del Carmen Farías, egresada de la Facultad de Filosofía y Letras pero actriz de vo-cación. Con ello se conjuntaba un temible equipo: Alejandra y Maricarmen, juntas, resultaban irre-sistibles y los autores no podían dejar de cumplir su compromiso. Así, estas dos mujeres consiguie-ron hacer realidad la serie de libros sobre ciencia más larga en la historia no se diga de México sino, me parece, de toda la historia de la humanidad.

Alejandra fue importante, también, para la So-ciedad Mexicana para la Divulgación de la Cien-cia y la Técnica. Ella fue la secretaria de la prime-ra mesa directiva. Por ello la Somedicyt estableció después el Premio Nacional de Divulgación de la Ciencia Alejandra Jáidar. También su labor resultó crucial para conseguir fondos de la iniciativa pri-vada para la construcción de la biblioteca del Insti-tuto de Física, el cual fue siempre su casa. Por ello y todo lo que hizo por nuestro Instituto, al auditorio principal se le impuso el nombre de Alejandra Jái-dar. Estos dos hechos, el premio y el auditorio que llevan su nombre, muestran el gran aprecio que muchos colegas físicos y divulgadores tenían por la encantadora Ale. Por ello, con gran pena, recibi-mos la noticia de su muerte, ocurrida en 1988. Sur-gió un hueco difícil de llenar.�W

Jorge Flores Valdés, investigador emérito del Instituto de Física de la UNAM, es un tenaz divulgador del conocimiento científi co: impulsólos Domingos en la Ciencia, dirigió el Universumy el Museo de la Luz, ha escrito decenas de artículos para lectores no especializados y libros comoLa gran ilusión.

Si ha habido una mujer promo-tora de la ciencia mexicana, ella fue la indomable Alejandra Jáidar. Fue pionera en más de un sentido. A fi nales de 1961 se recibió como física en la Facul-tad de Ciencias de la Univer-sidad Nacional Autónoma de México. Fue la primera mujer que obtuvo la licenciatura en

esta disciplina en México. Siempre se interesó por di-vulgar la ciencia. Fue pionera también en la organi-zación de las ferias de ciencia, donde estudiantes de secundaria y preparatoria concursaban presentando equipos y experimentos inventados por ellos. Pero cuando el entusiasmo de Alejandra dejó una huella más profunda, fue al convertirse en la pionera de La Ciencia desde México, hoy La Ciencia para Todos, colección de libros del Fondo de Cultura Económica que este septiembre cumple un cuarto de siglo.

En 1985 la producción de libros dedicados a la di-vulgación de la ciencia era magra, casi inexistente. Se habían dado ya los sepSetentas, colección exitosa para difundir la cultura. Resultaba evidente, sin em-bargo, que para los editores de esos libritos la ciencia no formaba parte de la cultura. Quedaba un hueco en la producción editorial mexicana. Se requería de la pasión de Alejandra para llenar este hueco.

La historia empezó cuando Alejandra y su amigo Jorge Farías, a la sazón gerente general del Fondo, me propusieron crear una serie de libros sobre cien-cia, producidos por investigadores que trabajaran en nuestro país. Me solicitaban el apoyo de la Subsecre-taría de Educación Superior e Investigación Científi -ca, que entonces estaba a mi cargo. De esa discusión, una más de las muchas en las que sucumbí al encan-to de Alejandra, surgió la que luego sería La Ciencia desde México. Poco después, Alejandra logró que un grupo de científi cos nos reuniéramos con don Jaime García Terrés, director del fce, para plantear la idea de la colección. Ahí se decidió crear un comité de selección de los títulos y de los autores, coordinado —por quién más— ¡por la pionera! Todo eso ocurrió

Alejandra Jáidar, pionera múltiple

J O R G E F L O R E S V A L D É S

P E R F I L

TO D O S PA R A L A C I E N C I A

La dinamo que proveyó la fuerza para el surgimiento de La Ciencia desde México ya no está con nosotros. Fallecida en 1988, Alejandra Jáidar ocupa un lugar central en la

historia, y aun en la mitología, de esta colección, por lo que deseábamos rendirle un homenaje en estas páginas memoriosas. Quién mejor para hacerlo que uno de su mayores

cómplices en esta ardua y fecunda labor

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dada en Birmingham cinco años antes para brindar educación científi ca a quienes se dedicarían a la manu-facturación industrial, Huxley abogó por conceder a la educación científi ca el mismo nivel de prestigio social que disfrutaba la educación clásica tradicional, basada principalmente en el estudio de las letras y la fi losofía.

Dos años después, en el marco de una de las famosas conferencias anuales Rede,2 en la Senate House de la Universidad de Cambridge, Matthew Arnold habló so-bre “Literatura y ciencia”, y en el curso de sus refl exiones respondió a Huxley que el estudio de la literatura incluía también el examen de clásicos científi cos como los Prin-cipia, de Newton, y El origen de las especies, de Darwin, del cual T. H. Huxley era un apasionado defensor. Pero si no tuvo inconveniente en aceptar que la enseñanza de las ciencias naturales podía producir especialistas de valía, Arnold mantuvo que las letras (en especial las griegas y latinas) eran condición indispensable para la existencia de un hombre verdaderamente educado.

Huxley y Arnold eran amigos, pero sus orígenes eran muy distintos: mientras que el primero era un au-todidacta proveniente de una familia modesta, el se-gundo era hijo de un distinguido profesor universita-rio que le había proporcionado una educación refi na-da. La diferencia era grande en aquel tiempo. Muchas familias privilegiadas creían que las ciencias no eran carreras adecuadas para un caballero, de la misma manera en que hoy se tiende a desdeñar los estudios técnicos. Ésa era la posición de Arnold. El intercambio entre él y Huxley anticipa la polémica que sostendrían ochenta años después Charles Percy Snow (1905-1980) y Frank Raymond Leavis (1895-1978).

El 7 de mayo de 1959 correspondió al físico y nove-lista C. P. Snow, como era comúnmente conocido, pro-nunciar la conferencia Rede de ese año, en el mismo lugar en el que lo había hecho Arnold. Snow, quien ya era una celebridad pública, habló sobre un asunto en el que, según señaló, venía pensando desde hacía un

2�Las conferencias Rede, llamadas así en memoria de sir Robert Rede, se iniciaron a fi nales del siglo xvii y se mantienen hasta el día de hoy. Se considera un gran honor ser invitado a impartirlas.

buen tiempo: la existencia de dos culturas, clara-mente diferenciadas, y cada vez más apartadas una de otra, al punto de volverse excluyentes. Era algo que había descubierto, dijo, dada su propia condi-ción de científi co y autor literario, que le permitía moverse “entre dos grupos, comparables en inte-ligencia, de idéntica raza, no muy distinto origen social e ingresos parecidos, pero que habían dejado de comunicarse casi por completo, cuyos ambien-tes intelectuales, morales y psicológicos tenían tan poco en común que en vez de ir de Burlington Hou-se o de South Kensignton a Chelsea uno bien po-dría haber cruzado un océano.”3

Resumida de manera muy gruesa, la conferencia de Snow planteaba que los hombres de letras abusi-vamente se habían autodenominado intelectuales, negándoles esa misma calidad a los científi cos. Si a los escritores les parecía patético que un científi co ignorase la obra de Shakespeare, para los científi -cos era grotesco que un humanista no supiera nada de física en pleno siglo xx. El sistema educativo in-glés había fomentado esa división, que no era pri-vativa del Reino Unido, pues se había extendido a toda la cultura occidental. Peor era que, al haber privilegiado la enseñanza de las humanidades a costa de la educación científi ca, el sistema educati-vo había propiciado que las élites gobernantes ca-recieran de información científi ca, esencial para tomar decisiones que afectaban profundamente a sus sociedades. Una nueva política educativa no bastaba por sí sola para remediar esa enorme bre-cha, concluía Snow, pero sin ella ni siquiera se po-día empezar a enfrentarla.

En un principio su tesis suscitó una serie de reacciones muy favorables por parte de persona-jes tan distinguidos como Bertrand Russell y John Cockroft (premio Nobel de Física en 1951), pero a comienzos de 1962 F. R. Leavis, uno de los más dis-

3�Cito la versión al español hecha por Mónica Utrilla: C. P. Snow y F. R. Leavis, Las dos culturas, México, unam, 2006, Pequeños Grandes Ensayos, 133 pp., presentación de Hernán Lara Zavala.

H ans Magnus Enzens-berger ha señalado cuán frecuente es oír a gente bien instrui-da e inteligente con-fesar su ignorancia respecto de las ma-temáticas con una singular mezcla de despecho y desdén:

“¿Las fórmulas matemáticas?, eso para mí es veneno, yo ahí desconecto sin más.” Y le asombra, con razón, que si bien su exclusión de la esfera de la cultura “equi-vale a una especie de castración intelectual, no parece molestar a nadie. “A quien encuentra lamentable este estado de cosas […] se le mira como un ser extraño.”1

Esta especie de analfabetismo que padecemos quienes no sabemos casi nada en relación con los nú-meros, más allá de sencillas operaciones aritméti-cas, se extiende al resto de las vulgarmente llamadas “ciencias duras” (física, química, biología, astrono-mía, geología), de las cuales acaso conocemos datos históricos, algunas anécdotas y una parte mínima de su vocabulario, pero nada más.

La división de los estudios superiores entre hu-manidades y ciencias, generada a raíz de las ideas científi cas que produjo la Ilustración y profundizada por la revolución industrial a fi nales del siglo xviii, dio pie a una escisión cultural que desde hace tiempo ha puesto en entredicho el sistema educativo occi-dental. Los primeros en referirse a ella fueron Tho-mas Henry Huxley (1825-1895), médico especializa-do en fi siología y anatomía comparativa —abuelo de Aldous y Julian Huxley—, y el poeta Matthew Arnold (1822-1888), que durante 35 años fue inspector esco-lar de enseñanza primaria.

En 1880, invitado a pronunciar el discurso inau-gural de cursos en Mason College, institución fun-

1�“Puente levadizo fuera de servicio o las matemáticas en el más allá de la cultura”, en Los elixires de la ciencia. Miradas de soslayo en poesía y en prosa, traducción de Ángel Repáraz, Anagrama, Barcelona, 2002.

TO D O S PA R A L A C I E N C I A

Pequeño apunte para la historia de una gran colección

R A F A E L V A R G A S

P E R F I L

La visionaria iniciativa de Alejandra Jáidar encontró en Jaime García Terrés la sensibilidad necesaria para convertir en ejemplares —cientos de miles de ejemplares—

lo que era sólo una idea. Y es que el poeta era un frecuentador de la cultura científi ca, esa que C. P. Snow vio, con pesar, separada de la literaria: en su biblioteca personal,

varios centenares de libros atestiguan su afi ción por el saber científi co

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gran mérito el editor que supo acoger la propuesta de la entusiasta científi ca. En 1985, cuando la doctora Jáidar —ya convertida en titular del Departamento de Física Experimental del Instituto de Física de la unam— se acercó al Fondo de Cultura Económica para plantear la idea de una colección dedicada exclusivamente a la difusión de la ciencia que se producía en México, se en-contró con un poeta receptivo al tema desde hacía mu-chos años atrás. Por herencia y por convivencia fami-liar, Jaime García Terrés —nieto del doctor José Terrés, impulsor de la educación científi ca durante el Porfi ria-to, y pariente político de dos eminentes cardiólogos, Ig-nacio Chávez Sánchez e Ignacio Chávez Rivera—, había desarrollado un interés por la ciencia que se acrecenta-ría a través de su larga y estrecha amistad con el doctor Ramón de la Fuente, fundador del Instituto Nacional de Psiquiatría.

Una de las manifestaciones de ese interés (no la más temprana, conste) es un artículo publicado en el diario Novedades el 3 de febrero de 1965 bajo el título de “Hoy las ciencias adelantan”. 6 Cito un par de fragmentos:

“Muchos escritores, fi lósofos, humanistas, siguen dándose, hoy por hoy, el lujo de una virtual indiferencia frente a la siempre fl amante, siempre incesantemente renovada problemática que la ciencia ofrece.

”Hace ya varios años C. P. Snow, novelista y científi co inglés, planteaba esta paradójica situación en Europa. Sus libros continúan discutiéndose con calor.

”Pero entre nosotros, que yo sepa, ni siquiera se ha planteado la cuestión. ¿No es extraño?

”De ningún modo sería yo partidario de una supers-tición cientifi cista. De un práctico imperialismo de un tipo de saber en perjuicio de otros.

”Lo que me parece apremiante es el empeño por aproximarse, cada vez más, a una relativa unidad del sa-ber, a un contacto sistemático entre los diferentes cana-les de la cultura.

”A medida que pasa el tiempo, se evidencia la fragili-dad de las fronteras que separan a las llamadas ciencias del espíritu de las denominadas ciencias de la naturale-za. […] en la época presente resulta ya muy difícil, si no imposible, encogerse de hombros ante las aportaciones y orientaciones de la ciencia contemporánea.”

En la época en que Jáidar y García Terrés se cono-cieron éste ya era un decidido, si bien discreto, lector de obras sobre ciencia 7 y se había convertido en un fervo-roso partidario de la divulgación científi ca. Durante los años en que éste se desempeñó como subdirector gene-ral, al lado de José Luis Martínez (1976-1982), y como director general (1982-1988), el Fondo publicó muchos y muy notables libros de divulgación, de autores como Jeremy Bernstein, Freeman Dyson, Lewis Thomas, Peter Brian Medawar, Thomas S. Kuhn, Jean Dorst, George Gamow, Edward Wilson, Brian Stableford —para mencionar sólo unos cuantos— propuestos por el propio García Terrés, quien solía leer con curiosidad personal, y de editor, las reseñas de ese tipo de obras en publicaciones como el Times Literary Supplement o Le Monde. Al mismo tiempo, se afanaba obteniendo re-cursos para apoyar la realización de los cinco tomos de la magna Historia de la ciencia en México, obra de Elías Trabulse publicada entre 1983 y 1989. De manera que la disposición de García Terrés hacia el proyecto de Ale-jandra Jáidar no podría haber sido más propicia.

No debe perderse de vista en esta pequeña historia otro dato esencial: el apoyo que el químico Héctor Ma-yagoitia Domínguez —director general del Consejo Na-cional de Ciencia y Tecnología entre 1983 y 1988— brin-dó, tanto al Fondo en general como a La Ciencia desde México en particular.

Para acompañar el lanzamiento de la colección, en septiembre de 1986 apareció un número especial de La Gaceta, con más de sesenta páginas, dedicado de mane-ra integral a cuestiones científi cas. Se tituló “Revolucio-nes de la ciencia”, y en él se incluyeron anticipos de ocho de los primeros veinticinco títulos de la colección. En la segunda parte de la nota de presentación de ese número —escrita por García Terrés, aunque sin su fi rma— se lee:

“Desde sus inicios el Fondo de Cultura Económica intentó contribuir en la tarea de difusión de la ciencia. Los primeros títulos publicados datan de hace ya varias décadas: Meteorología, de Pedro Carrasco, y la Historia de la ciencia, de Charles Singer, ambos de 1945.

6�Ese artículo se encuentra en La feria de los días, tercer volumen de las Obras de Jaime García Terrés, coeditado por El Colegio Nacional y el fce en el año 2000.7�Entre los más de 26 mil títulos que Jaime García Terrés reunió en su biblioteca, recientemente adquirida por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes para formar parte de los acervos de la Biblioteca de México, setecientos pertenecen al rubro de divulgación científi ca.

”El fce, sin dejar de prestar atención editorial a las obras escritas en nuestro idioma, ha propicia-do la traducción de un número considerable de tí-tulos de divulgación escritos en otras lenguas, que abarcan el conocimiento científi co en su extensa variedad.

”A medida que este trabajo daba sus frutos —un mercado editorial, una comunidad de lectores que según maduraba experimentaba la necesidad de ar-ticular por sí misma ese conocimiento— el Fondo constataba la urgencia de abrir una colección inte-grada por títulos expresamente escritos para situar La Ciencia desde México.”

La colección se presentó al público en un acto muy concurrido el 4 de septiembre de 1986, día del quincuagésimo segundo aniversario del Fondo, en la terraza de la sede de esa casa editorial, ubicada entonces en Avenida Universidad y Parroquia. Esa noche Alejandra Jáidar leyó unas palabras que des-afortunadamente parecen haberse perdido, y Gar-cía Terrés hizo lo propio en su calidad de anfi trión. Creo que citarlas es la mejor manera de concluir este apunte:

“Desatina quien hoy día pretende hallar cuales-quiera diferencias hostiles entre la ciencia y las hu-manidades; o en términos más concretos, entre la ciencia y la literatura. Aun antes de que aparecieran en el horizonte editorial títulos como Física para poetas y otros similares, todo escritor atento y sen-sible había ya comenzado a interesarse en los fasci-nantes laberintos abiertos por el genio científi co en una tierra hasta entonces considerada fi rme.

”Pero en nuestros días la ciencia no es sólo objeto de fascinación literaria. Ni sólo perfectible instru-mento para mejor comprender el mundo. Es tam-bién, querámoslo o no, tema cotidiano de la políti-ca, de la estrategia militar y de cuantos se empeñan todavía por la supervivencia del hombre sobre este planeta.

”Todo ello hace del repertorio científi co actual un fi lón, tan espléndido como propicio, que los medios de comunicación (¿y qué otra cosa es, por excelen-cia, el libro?) no pueden ignorar.

”La presente situación, por otra parte, obliga a la industria editorial mexicana a la renovación cons-tante de cauces vivos y ofertas efi caces al gran públi-co, destinatario natural, aunque no siempre posible, de nuestros esfuerzos. Así surgió la serie de Lectu-ras Mexicanas, que el Fondo inició, con la ayuda de la Secretaría de Educación Pública, hace casi exac-tamente tres años. Y así nace ahora la colección que hemos denominado La Ciencia desde México, que lleva idénticos propósitos de divulgación a gran es-cala, y que cuenta con el apoyo adicional del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, además de la coo-peración reiterada de la sep.

”Se calumnia al pueblo cuando se le ofrecen ha-lagos fáciles a supuestos prejuicios o supersticiones. Éste que hoy presentamos a ustedes constituye, a nuestros ojos de viejo editor, el producto ejemplar que los lectores mexicanos reclaman y merecen. Al aportarlo una vez más, el Fondo de Cultura Econó-mica cumple de modo cabal con los principios que lo fundaron…”�W

Rafael Vargas, mientras García Terrés era director del Fondo, fue asistente de Relaciones Públicas bajo las órdenes de Alba Rojo.

tinguidos e infl exibles críticos literarios del Reino Unido, pronunció una conferencia en la que atacó a Snow con ferocidad. De entrada le negó calidad como científi co y como novelista (“ni siquiera existe como tal”). Demolió su autoridad moral y califi có los argu-mentos de Snow como la cháchara de un tecnócrata que no comprende que las letras siempre han defen-dido lo mejor del espíritu humano.

Se ha dicho muchas veces que los argumentos de Leavis fueron ataques ad hominem, motivados por la animadversión pero, aunque en buena medida ello es cierto, Leavis aportó en su refutación considera-ciones de gran inteligencia. La muy informada histo-ria de la polémica escrita por el inglés Stefan Collini, historiador de las ideas, para acompañar la edición de 1993 del libro de Snow 4 desmenuza y matiza las ideas y razones que había detrás de cada uno de los debatientes y ayuda a comprenderlas en su contexto.

Es probable que, sin la ácida intervención de Leavis, los planteamientos de Snow hoy no serían tan recordados. Su trascendencia se potenció cuan-do se convirtieron en parte de una controversia ilus-trativa de esa brecha entre las humanidades y las ciencias que al paso del tiempo más bien parece ha-berse acrecentado.

Contra ese trasfondo histórico hay que situar el na-cimiento de una colección de divulgación científi ca como La Ciencia desde México, que andando el tiem-po habría de convertirse en La Ciencia para Todos. Es indudable, y hay diversos testimonios de ello, que la iniciativa para crearla se debe a la admirable Alejan-dra Jáidar, quien hace precisamente cincuenta años se convirtió en la primera mujer en obtener su títu-lo como licenciada en Física por la unam —salvando, como recuerda Claudia Trujillo Villa, “un sinnúmero de obstáculos familiares y sociales que impedían que las mujeres fueran a la universidad y que estudiaran una carrera científi ca”. 5

Los trabajos de Alejandra Jáidar como divulgadora de la ciencia merecen un espacio mucho mayor que el de estos apresurados apuntes. Pero para nuestro pro-pósito hay que mencionar que otro de los frutos de sus constantes esfuerzos fue la fundación de la Sociedad Mexicana para la Divulgación de la Ciencia y la Téc-nica (Somedicyt), que este septiembre festeja también 25 años en funciones. La primera actividad de esa so-ciedad fue la publicación, en el número 70 de la revista Ciencia y Desarrollo (septiembre-octubre de 1986), de un manifi esto que deja ver, entre otras cosas, la madu-rez de la circunstancia que permitió el surgimiento de La Ciencia desde México. Cito aquí sólo sus párrafos iniciales:

“La ciencia y la técnica han transformado las es-tructuras fundamentales de la sociedad y han deter-minado en gran medida las relaciones económicas en-tre los países, así como sus posibilidades de desarrollo.

”México como cualquier país, requiere mantener, fortalecer y ampliar su capacidad científi ca y técnica para mejorar los niveles de vida de sus habitantes, de acuerdo con sus propias necesidades y no con las que se le impongan desde el exterior.

”Nuestra cultura debe incorporar en mayor medi-da el conocimiento científi co y técnico, porque éste brinda seguridad y favorece la independencia econó-mica y política.

”La divulgación del conocimiento científi co y téc-nico permite establecer los vínculos entre la investi-gación, la docencia, la tecnología y la industria; entre el científi co, el maestro, el técnico y el industrial.

”La divulgación del conocimiento científi co permi-te entender, analizar y prever el efecto de la ciencia y la técnica sobre la sociedad.

”La divulgación del conocimiento científi co y téc-nico constituye otra forma de enseñanza de las cien-cias y de orientación vocacional a los estudiantes.

”Una comunidad científi ca responsable entiende y acepta la obligación de compartir el conocimien-to y comunicarlo no sólo en los salones de clase, las publicaciones científi cas, los congresos de especia-listas, sino en espacios abiertos a todos los sectores de la población, a través de los distintos medios de comunicación.”

Pero en la realización de la colección también tiene

4�C. P. Snow, The Two Cultures, Cambridge University Press, lxxiii + 108 pp., introducción de Stefan Collini.5�Claudia Trujillo Villa, “Alejandra Jáidar Matalobos, pionera de la física en México”, Hypatia. Revista de Divulgación Científi co-Tecnológica del Gobierno del Estado de Morelos, número 20, enero de 2006.

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Por eso decidí hacer el boletín Orión, preparado con máquina eléctrica —comprada a plazos, lo que en esa época era todo un lujo—, en el que incluía dibujos que yo misma preparaba con tinta negra (lo de dibujar es un decir; a lo más garabateaba); lo fotocopiaba luego para mandarlo a los medios. Hasta donde tengo noti-cia, los periódicos nunca publicaron nada. Lo que sí sucedió es que comencé a tener más y más solicitudes de suscripción gratuita a Orión, entre personas comu-nes y corrientes. Incluso la revista Ciencias, de la Fa-cultad de Ciencias de la unam, incluyó el contenido de Orión en sus páginas centrales y más tarde en separa-tas. Una de las características del boletín era presentar una reseña mensual de alguno de los libros de La Cien-cia desde México, como se llamaba en ese entonces la colección cumpleañera. Así comencé a leer los libros y muchos me gustaron, otros me resultaron aburridos o incomprensibles. Aprendí mucho gracias a ellos. Uno de los miembros del comité de selección de manus-critos, el doctor Jorge Flores Valdés, me comentó que uno aprende más mientras más sabe. Y así fue: leía con

gran interés sobre temas que aún recuerdo, en los que no me hubiese aventurado si no fuera por la premura de generar una reseña mensual (¡leo con difi cultad!).

Comprendo que los jóvenes no se animen a leer un volumen completo. El problema con la lectu-ra es que toma tiempo dominarla. Necesita uno ejercitarse en el alfabeto, de tal suerte que sea una aventura retadora y no un arduo trabajo memorís-tico (esto lo descubrí cuando me entusiasmé con los silabarios del japonés y los jeroglífi cos egip-cios). Se debe uno adentrar en las palabras y cono-cer su sentido. Al principio es una lata, porque si no se entiende algún vocablo y después de muchos esfuerzos uno lo encuentra en el diccionario, no necesariamente se disipan nuestras dudas; es algo horrible. Parte de mi difi cultad fue tener una edu-cación trilingüe, que ahora agradezco. Así que al leer hay que tener paciencia. Poco a poco, uno se da cuenta de que en gratas ocasiones, aunque no se co-nozca el signifi cado de cierta palabra, el contexto

M e enteré de la exis-tencia de la serie de libros de divulga-ción científi ca edi-tados por el Fondo de Cultura Econó-mica desde su ini-cio. En esa época, me quejaba con una amiga por la au-

sencia de sufi cientes noticias de ciencia en la prensa. (Por cierto la amiga es Estrella Burgos, una de las creadoras y actual editora de la revista ¿Cómo Ves?, dirigida a los jóvenes bachilleres.) Me contestó que había que generar un boletín de prensa y enviarlo a los responsables de cultura de los periódicos, con la advertencia de que podían publicar cualquiera de sus contenidos. En los años ochenta la entrega era por correo postal, pues no había correo electró-nico, ni procesadores de palabras como los que te-nemos hoy.

TO D O S PA R A L A C I E N C I A

Alas de papel para la cienciaJ U L I E T A F I E R R O

E N S AYO

¿Qué busca un científi co al dirigirse al público no especializado? Despertar una inquietud, más que transmitir un conocimiento concreto: ésa es la tesis de una de nuestras

más singulares astrónomas, practicante de un estilo personalísimo, vital, jolgorioso, de divulgación científi ca. Aquí describe, en un agradecible tono confesional, su nexo con la

colección que este mes cumple 25 años

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des mentes de nuestra época; versa sobre la evolución química del universo. Ambos somos miembros del co-mité editorial de ciencias del Fondo; nunca pensé ser distinguida con semejante honor.

No puedo dejar de mencionar que he sido jurado del concurso Leamos La Ciencia para Todos. Ha sido una experiencia muy interesante, pues me ha dado una idea directa del rezago en lectoescritura que exis-te en el país (algo que no es ningún secreto); pero, más importante aún, he podido comprobar que en toda la república hay excelentes maestros que impulsan a sus alumnos a entender lo que leen y a apropiarse del co-nocimiento. Además he corroborado lo que también me ocurre al impartir conferencias: que en todo el país hay talento; lo que se requiere ahora son oportunida-des. Por fortuna varios de los libros de la colección es-tán disponibles en línea —completos o al menos algu-nos fragmentos—, gracias a lo cual los jóvenes pueden consultarlos con calma, leer algunas páginas y decidir cuál desean analizar.

En 1989 se iniciaron los concursos para lectores de la colección entonces llamada La Ciencia desde Méxi-co. He visto cómo ha crecido la cantidad de jóvenes y docentes que no sólo en México sino en varios sitios de Iberoamérica participan en el concurso: ¡están le-yendo libros completos! Debo confesar que lo que me sorprende es que los premios consisten en venir a la Ciudad de México y conocer sitios donde se hace inves-tigación, pero lo que más les gusta a los ganadores es conocer a los autores. Yo nunca me imaginé que a un joven le pudiera hacer más ilusión conocerme, aunque sea durante el instante que le toma sacarse una foto conmigo, que visitar un laboratorio de biofísica o un observatorio astronómico.

¿Qué es lo que más me gusta hacer con los libros de la colección La Ciencia para Todos? Regalarlos. Resul-ta que me dedico a la divulgación de la ciencia y lo que considero que hago mejor es impartir conferencias, lo cual es una lástima porque puedo llegar a un públi-co muy reducido. (En comparación, salir en la tele en términos de masas es mucho más efi ciente.) Una de las razones por las que me gusta tanto dar charlas es que siempre llevo libros y con cualquier excusa atribuible a la fuerza de gravedad, que es tema fundamental para comprender al universo y sus maravillas, le lanzo libros al público. Tengo una buena técnica: el libro debe estar en posición horizontal, con el lomo hacia el auditorio, y debo aventarlo con giro incluido. Como soy el peor pit-cher que he conocido, los libros vuelan al azar: se ven preciosos. Los ejemplares parecen platillos voladores con alas de papel.

El motivo de haber desarrollado mi musculatu-ra con la especialidad de lanzamiento de libros de La Ciencia para Todos se debe a que pienso que una con-ferencia de divulgación sólo logra emocionar a los asis-tentes. Es imposible pensar que la mayoría aprenderá y entenderá gran cosa. (Sé que hay quienes no com-parten mi idea y piensan que recorrer una sala so-bre mecánica cuántica en un museo basta para que la

comprendan. Con todo respeto, si esto fuera así no necesitarían estudiar treinta años de manera for-mal hasta obtener un posgrado.) Al concluir la con-ferencia me voy con la ilusión de que quien me es-cuchó se emocionó y más tarde hojeará uno de los libros que le cayó del cielo, y lo leerá, y le gustará, y se lo prestará a un amigo que a su vez lo hojeará, y le parecerá sufi cientemente interesante para leer-lo, y ambos competirán en el concurso, y ganarán, y se encontrarán conmigo en la cena de gala con los autores, y les tocará en mi mesa, y yo rifaré más li-bros entre mis acompañantes, y se emocionarán, y de nuevo los leerán, y colaborarán a que la ciencia sea grata, útil e interesante para todos.

No vaya el lector a pensar que mi afán divulga-tivo se reduce a las charlas. En mi cajuela llevo una caja de libros. Vamos a suponer que alguien en el súper me pregunta si soy Julieta Fierro; antes de que continúe y de que confi ese que es mi fan nú-mero uno, salgo corriendo por un ejemplar y se lo

dedico: el recipiendario se queda mudo de la emo-ción, mientras yo sigo comprando. De vez en cuan-do, un cerillo —el chico que nos ayuda a embolsar las compras en el supermercado— mira intrigado un libro de mi cajuela; eso basta para que un se-gundo después sea suyo. Es más, cuando en la fi la de las cajas de alguna librería del Fondo un padre de familia tiene cara de mortifi cado porque fi nal-mente encontró, después del duro peregrinar entre tiendas de libros, el ejemplar que le encargaron en la escuela a su hijo y se da cuenta de que no podrá pagar, miro al cajero, que me pasa dentro de una bolsa nuevita el volumen al que pensaba renun-ciar el pater familias, introduzco uno de los libros de La Ciencia para Todos y se la entrego al hombre. ¡Es un evento maravilloso!; confi rmo entonces que erré mi profesión de hada.

Sería injusto de mi parte no señalar que La Cien-cia para Todos no habría sido posible sin los cientos de personas enamoradas de cada uno de los volú-menes que conforman la colección de divulgación de la ciencia más vasta en idioma español. Utilizo la palabra enamoradas porque sólo así se explica que durante 25 años se haya incrementado el acer-vo hasta llegar a 230 obras, en una gran variedad de temas. Asimismo, debo mencionar que cientos de miles de concursantes los han hecho suyos y mi-les de personas como yo no sólo se ponen contentas al leerlos, sino que también se sienten orgullosas de regalarlos.�W

Julieta Fierro, bailarina afi cionada, es investigadora del Instituto de Astronomía de la UNAM y miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. Estamos por publicar en La Ciencia para Todos Evolución química del Universo, que escribió con Manuel Peimbert.

nos ayuda a entenderla. Después hay que aprender a leer oraciones y saber qué diablos quiso decir el autor y al fi nal hay que enfrentarse a los párrafos y libros completos.

Como habrá notado el lector, yo soy de las perso-nas para las que leer ha sido un reto sin tregua de toda la vida, y La Ciencia para Todos me ayudó, pues había temas que conocía y adquirí velocidad ininte-rrumpida en su compañía. Me cuesta tanto trabajo leer, que la primera página de cada libro la leo dos ve-ces, para habituarme a la tipografía y no quedarme petrifi cada con una Q o una J escritas en estilos no-vedosos. Cabe notar que además de libros de ciencia me gustan las novelas: las tengo formadas por gra-dos de urgencia y deseo, además de que las numero: cuando no logro decidir cuál abordar, organizo una rifa (aunque a veces hago trampa).

Cuando se inventó la imprenta, pocas personas sabían leer y se leía en voz alta, aunque uno estuviera solo. Se acostumbraba que los escuchas se arrimaran

al lector y comentaran y preguntaran lo no entendi-do. Ahora es difícil que alguien esté leyendo el mis-mo libro que uno y por tanto no llega la clarifi cación. No es que mis amigos no sean cultos sino que en toda la vida sólo leeremos unos cuatro mil libros de los millones de títulos existentes. Así que en el siglo xx el diálogo que era público debe ser interior; uno se debe preguntar si entendió, si le agradó lo leído, si está interesante. Este último paso les cuesta tra-bajo a muchos estudiantes de educación básica. Por eso es recomendable que lean en voz alta en casa, en compañía, por turnos, para retomar la manera tra-dicional, que lleva muchos más siglos que la lectura silente. Participar en el concurso Leamos La Ciencia para Todos, con amigos que lean el mismo libro, les ayudará a triunfar.

Llegó el día en que María del Carmen Farías, en esa época directora de la colección, me invitó a es-cribir un libro. Para tomar valor le pedí a un gran divulgador, simpático, listo, buen escritor, que lo es-cribiéramos juntos (se trata de Miguel Ángel Herre-ra). Él se ocuparía de la parte histórica, ya que am-bos sabíamos que lo haría bien, y yo de la parte más bien densa. Mike ya no está con nosotros: murió en un accidente automovilístico; lo extraño, hicimos maravillosos proyectos juntos, como trabajar de di-rectores en Universum. Nuestra criaturita editorial se llamó La familia del sol, que dedicamos a nuestros respectivos hijos. Escribí mi parte a mano, sobre vo-lantes tamaño carta que por un lado anunciaban una conferencia que impartí en Puerto Vallarta. Una se-cretaria lo transcribió a máquina. Las ilustraciones eran en blanco y negro. Nada que ver con mi libro más reciente de la colección, que escribí con Silvia Torres: Nebulosas planetarias. La hermosa muerte de las estrellas, con hojas centrales de papel grueso y suavecito, e impecables fi guras a color. Ahora está por publicarse mi tercer volumen en esa colección, escrito junto con Manuel Peimbert, una de las gran-

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“EL MOTIVO DE HABER DESARROLLADO MI MUSCULATURA CON LA ESPECIALIDAD DE LANZAMIENTO DE LIBROS DE LA CIENCIA PARA TODOS SE DEBE A QUE PIENSO QUE UNA CONFERENCIA DE DIVULGACIÓN SÓLO LOGRA

EMOCIONAR A LOS ASISTENTES

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muchos de los medios —y lo digo con la conciencia de no estar libre de pecado— descubrirá que en muchas ocasiones más que estar al servicio del ciudadano, y con la mira puesta en sus necesidades, la atención está colocada en el poder…”

Si bien esto no responde su pregunta inicial (¿para quién trabajan los medios?), sí deja claro, al menos, que no son ni los ciudadanos ni nuestras necesidades de información lo que ocupa la atención de los edito-res en México. Si lo fuera, lo notaríamos en la agenda temática, en la jerarquización y, sobre todo, en el trata-miento de la información: la asignación de reporteros, la elección de fuentes, la agudeza de las entrevistas, la profundidad y el rigor de la investigación periodística, la extensión de los productos.

En pocas palabras, si los periodistas trabajasen para los ciudadanos, la calidad de sus productos sería otra.

Un ejemplo hace aterrizar las generalidades. Con los ojos del mundo puestos en Cancún en noviem-bre de 2010, a propósito de la cumbre mundial sobre cambio climático, el presidente Calderón eligió “dar la nota” anunciando el compromiso de su gobier-no para cambiar los focos tradicionales por nuevas versiones ahorradoras, en nombre de la modernidad ambiental.

Fue nota: los medios de mayor alcance colocaron el programa Luz Sustentable (su engañoso nombre ofi -cial) en posiciones relativamente prominentes de sus respectivos espacios. Le fue bien, a esta nota, en la ba-talla de la jerarquización. La Jornada le dio la portada de su sección Sociedad y Justicia; Reforma la colocó en la página 2 de su primera sección; El Universal desple-gó la nota en primera plana, arriba del doblez, con un pequeño gráfi co y un llamado a la sección Nación. En otros medios, incluidos los electrónicos, la situación fue similar.

La información era relevante en la medida en que anunciaba la prohibición, para 2014, de vender focos incandescentes en todo el país y prometía ahorros en energía y en emisiones de gases de efecto invernadero. Siendo que el tema no sólo conserva su importancia por 15 días sino que la mantendrá, con seguridad, has-ta diciembre de 2011, ¿no contradice este ejemplo las insinuaciones del principio de este texto? ¿No es una buena prueba de que los editores de esos diarios tienen a los ciudadanos precisamente en la mira de su trabajo periodístico?

Reparemos en un detalle: dos de esos tres dia-rios encajaron esa información en secciones consa-gradas a la política. Y aunque La Jornada sí la co-locó en la sección donde suelen aparecer las notas de ciencia, no había ni rastro de ciencia en ninguna de las notas con que estos diarios (o cualquier otro, para el caso) informaron sobre Luz Sustentable.

¿Debía haber ciencia en los productos perio-dísticos sobre ese alarde presidencial en una reu-nión internacional llena de políticos? Alegaré que sí, pero examinemos primero las consecuencias de que la ciencia haya quedado fuera. Los lectores de esas notas se habrán enterado de que se cambiarán 47 millones de lámparas y focos, de que Calderón “ofreció dar 4 lámparas ahorradoras a cada casa” (El Universal) —pero en realidad sólo las ofreció a casas de familias con escasos recursos, y no las dará él sino nosotros, los ciudadanos—; de que el gobierno calcula poder evitar, así, la emisión de un millón de toneladas de CO2 por año y la combus-tión de 2.5 millones de barriles de petróleo, con el consecuente “ahorro de 12 por ciento del consumo energético en las próximas dos décadas” (Refor-ma); y de que “ya está en curso la licitación inter-nacional para el cambio, en una primera etapa, de más de 22 millones de focos” (La Jornada).

¿Queremos más ciencia? Los tres medios repro-dujeron, diligentemente, la siguiente información (citando a Calderón como fuente): “la energía des-tinada a la iluminación representa la quinta parte del consumo total a nivel internacional y genera seis por ciento de las emisiones globales de efecto invernadero”. Dejemos de lado el hecho de que eso es comparar la velocidad con el tocino y reparemos, más bien, en que la falta de ciencia en la cobertura periodística dejó huecos en la información: i] cómo es que los focos ahorradores ahorran tanta energía y cómo, para lograrlo, contienen mercurio, cuya disposición al fi nal de la vida útil de cada foco su-pondrá un maltrato ambiental multiplicado por 47 millones si no se traza una estrategia preventiva; ii] que está bien documentada la llamada “paradoja de Jevons”, que en la coyuntura actual toma la for-ma del “efecto rebote”: si se aumenta la efi ciencia en el uso de un recurso no renovable y en conse-cuencia el precio disminuye, entonces aumentará el consumo y pronto se desvanecerá el ahorro (esta

¿ Tiene usted una periodista fa-vorita en México? Y, si la tiene, ¿puede identifi car rápidamente la característica que la hizo su favorita? ¿Es su valentía, su inte-ligencia, su profesionalismo? De ser así, ¿no son estos rasgos lo menos que deberíamos esperar de todos los periodistas?

Compliquemos la cuestión: ¿trabaja para usted su periodista? El medio que us-ted consulta, ¿orienta su actividad periodística a los intereses de los ciudadanos que lo favorecen?

Haga una prueba simple. Si suele leer un diario, deje de hacerlo por dos semanas; guárdelo, pero no lo lea. Terminado el periodo de prueba, recupere la sección principal de las ediciones que dejó de leer y señale las notas que, dos semanas después, aún son relevantes. Eso debe haber dejado fuera un volumen algo vergonzoso de notas que sí fueron publicadas, a pesar de su famélica vida de anaquel. Pero, para la prueba de fuego, recupere (internet lo permite, hasta cierto punto) los titulares de su medio favori-to de hace un año y examine qué de lo que entonces le ofrecieron para “estar bien informado” vale ahora más que un comino.

El punto no es si el periodismo es un termómetro preciso de la historia en cierne; lo interesante es si en los procesos de jerarquización de la información los editores de su medio favorito están pensando remo-tamente en lo que necesita saber usted hoy, mañana, en quince días y dentro de un año.

La cuestión ha sido examinada, si bien desde otro ángulo y con otras conclusiones, por el periodista Mario Campos en la revista Etcétera.1 Entre su papel de analista de medios y protagonista en ellos, Cam-pos, que conduce el noticiario matutino del Instituto Mexicano de la Radio, se incluye explícitamente en el mea culpa, gesto en el cual lo acompañamos varios más. Tras preguntarse para quién trabajan los me-dios y ofrecer la respuesta de repertorio (“para los ciudadanos, naturalmente”), Campos hunde el dedo más allá de la superfi cie: “si uno mira el contenido de

1 www.etcetera.com.mx/articulo.php?articulo=2646

TO D O S PA R A L A C I E N C I A

¿Para quién trabaja su periodista favorita?

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E N S AYO

Detrás de muchas noticias hay un trasfondo científi co que no suele ser explicado —y a menudo ni siquiera es percibido—. Los periodistas que se especializan en

las ciencias buscan describirlo, cuestionarlo, comunicarlo al público, pues así los ciudadanos pueden exigir decisiones políticas de altura. ¿Podemos esperar tanto de

quienes presentan el saber científi co en los medios?

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“¿PARA QUIÉN TRABAJA, ENTONCES, EL PERIODISTA DE CIENCIA?

PUES, SI SE SABE COMPROMETIDO CON SU FUNCIÓN SOCIAL, TRABAJA PARA LOS CIUDADANOS, PROPORCIONÁNDOLES

LA INFORMACIÓN CIENTÍFICA QUE ENTIENDE QUE ES INDISPENSABLE PARA LA TOMA DE DECISIONES

miento social” entre ciudadanos en espacios públicos, como se hizo durante la epidemia de A-H1N1. La lista podría seguir.

El punto, por si no quedó claro, es que los llamados “tomadores de decisiones” hacen exactamente lo que diría Perogrullo: toman decisiones. Algunos (los fun-cionarios) en nuestro nombre, otros (los empresarios) en el de su interés propio, pero con impactos públicos a veces mayúsculos. Tienen, por tanto, responsabilida-des sociales.

Veamos con esa misma luz al periodismo profesio-nal: ¿cuál es su responsabilidad social? Las respues-tas son múltiples y este espacio es limitado. En con-secuencia, ofrezco aquí la interpretación en que se ha basado el trabajo periodístico, didáctico y de investi-gación científi ca en la Unidad de Periodismo de Cien-cia, de la unam. Partiendo del reconocimiento de la importancia social de los tomadores de decisiones, particularmente los que reciben salarios pagados con dinero ciudadano, hemos agregado un doblez a la fun-ción de vigilancia que Mario Campos reconoce en los medios. Además de estar atentos a los actos de corrup-ción, nosotros esperamos de los periodistas el análisis crítico de los procesos de toma de decisiones de gran impacto en la vida de los ciudadanos, particularmen-te en los casos en que las decisiones deben ser tomadas con base en información científi ca.

¿Para quién trabaja, entonces, el periodista de cien-cia? Pues, si se sabe comprometido con su función so-cial, trabaja para los ciudadanos, proporcionándoles la información científi ca que entiende que es indispensa-ble para la toma de decisiones.

¿Puede, entonces, considerarse adecuada la cober-tura del programa Luz Sustentable sólo con la infor-mación que nos fue proporcionada? No, evidentemen-te, porque nada se nos dijo a los ciudadanos del proceso mediante el cual el poder ejecutivo decidió dar priori-dad al tercer sector en orden de consumo energético (según el propio poder ejecutivo), ignorando, por lo que sabemos, los dos primeros. ¿Con base en qué informa-ción científi ca decidieron, en nombre nuestro, invertir nuestro dinero en licitaciones públicas internaciona-les para regalar bombillas? ¿Con base en qué informa-ción científi ca decidieron que la estrategia óptima para el país era abandonar casi todo intento de explotar los recursos renovables de energía e importar, mejor, la tecnología que se supone adecuada para perforar más pozos petroleros a 3 mil metros bajo el agua del Golfo? ¿Con qué criterios de agronomía mesoamericana se decidió aprobar siembras de maíz transgénico en Mé-xico, aun a la vista de la información científi ca que lo desaconseja y que parece haber sido puntualmente en-tregada a los tomadores de decisiones?

Nada de esto apareció en la prensa mexicana con la densidad y profundidad que necesitamos los ciudada-nos. Al menos en este frente, los periodistas de ciencia fallamos en nuestra función social de vigilancia. Pero

el asunto va más allá, porque la de vigilancia no es, no debe ser, la única función del periodismo, cier-tamente no del periodismo de ciencia. Pensemos, por ejemplo, en el curioso caso de las investigacio-nes sobre el estrés extra que parecen sufrir los ma-chos alfa de cierta especie de primates, asunto pro-fusamente reportado en la prensa internacional. O en la hipótesis de que el lado oscuro de la Luna presenta (es un decir) una topografía insospecha-damente accidentada porque puede haber sufrido el impacto de una segunda luna, mucho menor, for-mada durante el mismo fenómeno inicial pero fi -nalmente untada en la cara que nunca le vemos a la Luna triunfante. O en la hipótesis, casi teoría, aún en construcción por dos astrofísicos mexicanos, que permitiría explicar una serie notable de obser-vaciones de dinámica de galaxias prescindiendo de la incómoda hipótesis de la materia oscura.

Todos estos casos caben mal en la categoría de “información que los ciudadanos necesitamos para decidir algo urgente, amenazante, potencialmen-te dañino/benéfi co en gran escala”. Pero lucirían muy bien en cualquier lienzo colgado bajo el rubro “información que necesitamos los ciudadanos para entender algo que nos permitirá ensanchar los ho-rizontes culturales”, y esto es, también, parte de la función social del periodista de ciencia: satisfa-cer siempre la pregunta más elemental: ¿cuál es la ciencia de esta historia?

Es absolutamente cierto que para responder esa pregunta los reporteros deben haber sido dotados con la formación profesional, y equipados con los recursos necesarios, para poder acceder a las fuen-tes primarias del periodismo de ciencia: los artí-culos científi cos y los científi cos que los escriben. Eso, admitámoslo, es un problema. Pero admita-mos igualmente que es un problema con solución.

El verdadero problema, el auténtico factor li-mitante, es que para siquiera aspirar a tener una prensa como la descrita aquí, una prensa construc-tora de ciudadanía, la primera condición es tener periodistas genuinamente dispuestos a imponerse criterios de calidad bien sustentados, porque com-prenden que trabajan para los ciudadanos.

No para sí mismos.¿Para quién estima usted que trabaja su perio-

dista favorita?�W

Javier Crúz, físico y periodista, trabaja en laUnidad de Periodismo de Ciencia de la UNAM y en el IMER; colabora mensualmente con Letras Libres.

versión un tanto simplista es disputada por econo-mistas ambientales con buenas razones, pero ello abona en favor del punto que estoy argumentando), y iii] que, de acuerdo con cifras de la propia Secreta-ría de Energía, el sector en el que tendría impacto la sustitución de focos (consumo doméstico de energía) supone menos de la mitad del consumo energético del sector transporte.

Si el tema se ve desde una perspectiva científi ca, y no exclusivamente política, el enfoque debe estar en la reducción de emisiones de gases de efecto in-vernadero. En el caso de la iluminación doméstica, las emisiones ocurren en las plantas generadoras de electricidad, si es que éstas usan combustibles fó-siles. Se entiende que disminuir el consumo en los focos ayuda; pero el balance energético calculado con principios científi cos permite establecer que la prioridad no debería estar en el consumo domésti-co de luz eléctrica sino en la combustión del sector transporte.

¿Por qué estaría justifi cado invertir millones de pesos de los ciudadanos en una licitación interna-cional para regalar focos ahorradores, mientras no se hace nada para mitigar las emisiones del sector transporte?

OTRO PERIODISMO ES POSIBLELa pregunta nos regresa al tema original. Según Ma-rio Campos, “la atención [de los medios] está coloca-da en el poder, cualquiera que sea su presentación, público o privado”, pues, en su papel de vigilante, el periodismo “requiere estar atento a cada paso de los poderosos para documentar cualquier abuso”. Si por “poder” se entiende el poder político o el empresa-rial, se tiene la receta para hacer periodismo orto-doxo en México. En este contexto, la función de vi-gilancia se ejercería monitoreando el proceso de lici-tación, y por “abuso” se entendería corrupción, en su acepción más vulgar.

Hay, empero, otra interpretación válida. A na-die sorprende en México que los funcionarios, y no pocos empresarios con ellos, se agencien el dinero ciudadano con actos de corrupción. Bien cuando la prensa los pesca y nos informa. Pero ocurre que esto no es lo único que hacen los “poderosos”. Conceda-mos la presunción de inocencia al programa Luz Sustentable y volemos con la hipótesis de que ahí no hay nada ilegal.

Para reforzar el punto, cobijemos con la misma hi-pótesis a la decisión (fallida) de tirarse un clavado al fondo del Golfo de México a perseguir el “tesoro es-condido” del petróleo en aguas profundas. Y a la de-cisión de aprobar sembradíos “experimentales” de maíz transgénico trasnochado en el norte del país. Y a la decisión de subsidiar el consumo de gasolina y diesel pero no a las otras formas de energía renova-ble. Y a la decisión de imponer tres metros de “aisla-

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¿PA R A Q U I É N T R A B A JA S U P E R I O D I STA FAVO R I TO?

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Para que una idea, cierta o falsa, útil o banal, alcance amplia difusión basta que la asimile un pequeño sector de la sociedad. Aquí, El Explicador —cuyo mote es preciso, pues sabe cómo presentar toda la complejidad de los hechos científi cos a quienes viven inmersos

en los medios masivos de comunicación— encomia al libro como medio para transmitir conocimientos, en particular los de la ciencia

acelerado en el último siglo (en parte por eso resulta tan difícil comunicarse con un joven de 15 años si us-ted tiene 50: entre uno y otro han ocurrido no una sino varias revoluciones culturales fulminantes).

Si usted nació en la segunda mitad del siglo xx, sabe perfectamente de lo que hablo: el despertar de la cul-tura de los derechos humanos, la revolución sexual, las frecuentes (y no siempre trascendentes) sacudidas en el mundo de la música… Los valores, las virtudes y los defectos del México de 2011 serían maravillosos y pro-fundamente amenazantes para un viajero del tiempo que viniera de la década de 1960; para una persona del siglo pasado resultarían incomprensibles y en no po-cos casos aterradores (imagínese a su bisabuelo vien-do un video de Lady Gaga).

Este proceso ha sido estudiado por las mismas fuer-zas que en el pasado se opusieron a ellos. Muchos go-biernos y grupos de poder buscan frecuentemente de-sarrollar mecanismos que sirvan para infectar con una idea particular a un grupo signifi cativo de personas; saben que si la cantidad es sufi ciente (aunque sea baja) conseguirán los resultados que buscan. Para muestra basta un botón: el extraño y sorpresivo cambio de opi-nión del público mexicano poco antes de las elecciones presidenciales pasadas es un buen ejemplo (conste que no estoy ofreciendo un juicio de valor sobre el asunto… sólo señalo un hecho conocido por todos).

En el pasado este proceso fue mucho más lento. Las extrañas perspectivas de Demócrito, por ejemplo, tardaron casi dos mil años en convertirse en un hecho aceptable (las primeras evidencias indirectas de la existencia de los átomos aparecieron casi al fi nal del siglo xviii). El movimiento de los planetas alrededor del Sol fue propuesto con claridad por Heráclides de Ponto, en el siglo iv antes de nuestra era, y no se con-virtió en un hecho aceptado sino hasta el siglo xvii. La idea de amar al prójimo por encima de intereses personales tardó 18 siglos en convertirse en la Decla-ración de los Derechos Humanos (y quién sabe cuánto tiempo tendremos que esperar para que se convier-

ta en una realidad cotidiana en todo el mundo). Otras ideas, relacionadas tanto con el mundo físi-co como con el humano y el espiritual, sufrieron la misma suerte.

La inercia cultural es entendible: una de las no-ciones más fundamentales para el ser humano es la seguridad, y por eso a tanta gente le parecía prefe-rible vivir en las terribles (pero predecibles) condi-ciones de la Edad Media; sólo cuando las ideas del Renacimiento lograron infi ltrarse en sufi cientes mentes aventureras ocurrió el cambio social y cul-tural que ahora admiramos, pero que en su época fue visto no sólo con sospecha, sino con verdadero pánico por la mayoría (cuando menos al principio).

Por esto se han desarrollado mecanismos cada vez más fi nos para evitar otros “desastres” simila-res. La enseñanza obligada de ciertos valores so-ciales (a veces acompañada de violencia de algún tipo), la cuidadosa repetición constante de ciertas ideas en los medios de comunicación masiva y la re-presión directa de los siempre escasos individuos capaces de generar y comunicar ideas nuevas con efectividad son buenos ejemplos. Sólo la comuni-cación masiva efectiva de nuevas ideas puede con-trarrestar ese freno cultural. Para los que temen el cambio, cualquier idea nueva es peligrosa: así, la idea misma de que la tierra gira alrededor del sol o de que las damas pueden vestirse como les dé la gana (incluyendo la posibilidad de trabajar en ofi ci-nas con sueldos equivalentes a los masculinos, la de deshacerse de los sostenes o la bendita idea de usar minifalda) han sido atacadas con la misma saña.

Para que llueva, es necesario que el aire esté sa-turado con humedad, pero falta algo más; es nece-saria la presencia de pequeñas impurezas en el aire. Una parcela atmosférica puede estar sobrecargada de humedad y aun así no tener una sola nube. Pero si aparecen pequeños objetos (como moscas, dimi-nutos granos de sal expulsados del mar por la ac-ción de las olas y hasta bacterias), la humedad se

F undado en 1824, el Institu-to Politécnico Rensselaer es una institución dedica-da por su fundador a “la aplicación de la ciencia para los propósitos comu-nes de la vida humana”. Desde entonces ha ofre-cido una gran variedad y cantidad de trabajos cien-

tífi cos y técnicos muy valiosos. Hace algunos días, uno de los muchos trabajos publicados por esta insti-tución me llamó la atención en forma especial. El au-tor principal —Boleslaw Szymanski— y su equipo son miembros del Centro de Investigación Académica en Redes Sociales Cognitivas. En su trabajo emplearon técnicas computacionales y métodos analíticos para analizar los frecuentes y normalmente sorprenden-tes cambios de opinión que experimenta una socie-dad moderna.

Las conclusiones son presentadas en el denso len-guaje técnico necesario (paradójicamente) para ofre-cer ideas claras, sin ambigüedades. Según el equipo de Szymanski, cuando una idea se logra infi ltrar en aproximadamente el 10 por ciento de los miembros de una sociedad, en poco tiempo se dispersa rápidamen-te. Así, por ejemplo, si se logra convencer a una peque-ña fracción de la comunidad de las virtudes o defectos de un candidato, puede producirse un cambio espec-tacular en los resultados de una elección.

En el pasado, algunas ideas que permanecieron dormidas por siglos de pronto parecieron tomar el control de la mente colectiva con una rapidez mayor que con la que se dispersaban las terribles epidemias de peste (y para algunas personas, sobre todo las que tenían más que perder con el cambio en el statu quo, estas ideas eran aún más temibles… después de todo es más fácil escapar a la peste que a una revolución). Este fenómeno fulminante se ha presentado con fre-cuencia en la historia de la sociedad humana, y se ha

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condensa alrededor de ellos. En poco tiempo aparece una gota. La sola presencia de esa gota (por su acción electrostática) estimula la formación de otras a partir de la humedad del aire cercano. En poco tiempo, apa-recen muchas gotas cerca del núcleo de condensación. Poco tiempo después nace una nube y luego viene la tormenta.

Con las ideas pasa lo mismo: basta con que se dis-persen las ideas básicas de los derechos humanos para que alguien más comience a pensar que los hombres y las mujeres tienen la misma capacidad intelectual y profesional, o que la gente del campo merece los mis-mos servicios médicos que los que reciben los blan-quitos citadinos. En poco tiempo, aparecen miles de nuevas ideas, tanto o más inquietantes y deliciosas. Cualquier idea nueva puede tener un efecto igualmen-te rápido e inesperado.

Desde el Renacimiento, la tecnología ha creado téc-nicas que permiten comunicar ideas en forma precisa y a gran escala, y estas técnicas han crecido en efecti-vidad, alcance y rapidez en forma espectacular. Justo cuando el Renacimiento (como movimiento cultural) comenzaba a afi anzarse en las mentes europeas, Jo-hannes Gensfl eich zum Laden zum Gutenberg inventó el primer sistema de comunicación masiva de la histo-ria moderna. Después de una desastrosa aventura en el negocio de los espejos, Gutenberg consiguió una se-rie de préstamos que le permitieron entrar al negocio de la impresión. Las imprentas de la época eran abundantes, pero las técnicas de impresión eran espantosamente lentas (en mucho casos, los im-presores grababan en madera cada una de las páginas de un libro, para luego embarrarlas con tinta y ponerlas en contacto con papel en sus grandes pren-sas). Gutenberg decidió usar los tipos mó-viles prefabri-cados (que ya se usaban en otros ambientes) para componer rápida-mente las páginas de un libro. En pocos días podía imprimir centenares de copias de un libro que, con las técnicas an-tiguas, tomaban varios años.

Pasó el tiempo y mejoró la tecnolo-gía. El telégrafo permitió el envío de textos completos a través de océanos enteros y la radio elimi-nó la necesidad de cables. Luego llegaron la televisión y el internet. Los medios actuales son muy poderosos: por ejemplo, la guerra de Vietnam fue detenida prin-cipalmente por la acción del público estadunidense, asqueado por las terribles imágenes enviadas por la televisión. Sin embargo, estos medios también son es-pecialmente vulnerables al control mental.

En el caso de la televisión, los requerimientos técni-cos para montar y hacer funcionar una televisora son tan formidables que sólo unos cuantos tienen los me-dios para hacerlo con las condiciones necesarias para hacer llegar una señal a nivel nacional. La escasez de frecuencias utilizables, dictada en parte por la natura-leza, permite que los gobiernos del mundo mantengan un estrecho control sobre su uso. Además, los grandes costos (a veces artifi ciales) de ese medio obligan a los empresarios a depender de grandes patrocinadores, que con frecuencia imponen su criterio sobre los con-tenidos de la programación. Quizás es por eso que el enorme valor potencial educativo y creativo de la tele-visión no se ha materializado en un solo país. En casi todo el mundo, la televisión es una pasta cultural gris, con un sabor excesivamente dulce y con un conteni-do alimenticio casi nulo (con algunas raras y aisladas excepciones).

La radio es un poco más libre, pues existen muchas más frecuencias asignables y el costo de operación es mucho menor, pero aun así el control gubernamental de las frecuencias y el control de contenidos por par-te de los patrocinadores frecuentemente convierte a la radio de muchos países en manjares culturales in-sípidos e intrascendentes. De todos los medios mo-

dernos, el más libre y poderoso es la internet. Por su estructura tecnológica es casi imposible de au-ditar (y mucho menos de controlar). Es por esto que de todos es el que más ataques sistemáticos ha recibido.

Y, sin embargo, de todos los medios de comuni-cación masiva, el que más trascendencia ha teni-do con el paso del tiempo ha sido el libro. Tome el caso de La revolución de los orbes celestes: la obra de Copérnico trataba sobre astronomía… un tema aparentemente intrascendente en la vorágine in-telectual y social del siglo xvi, pero las ideas que planteó sirvieron de inspiración a los intelectua-les franceses un par de siglos más tarde. Las suaves y aparentemente inocuas palabras de Copérnico destronaron a Luis XVI; es por este libro que, des-de entonces, usamos la palabra revolución (que sig-nifi ca literalmente “girar alrededor de algo” con el sentido con el que aparece en términos como Revo-lución francesa).

A pesar de lo que mucha gente piensa, creo que el libro sigue siendo el medio de comunicación más importante del mundo moderno. Por una parte, el libro ofrece la mayor densidad intelectual de todos los medios de comunicación masiva: en un libro se pueden presentar muchas ideas en un paquete pe-queño que se puede leer y releer las veces que uno

quiera y en donde uno quiera (la radio, la televisión e incluso la internet nor-

malmente presentan informa-ción mucho más somera,

pero de manera más espectacular). Por

otro lado, y al igual que la radio y la

televisión, el li-bro se puede

adaptar fácil-mente a las tecnologías ele c t r ón i-cas moder-nas y quizá con mayor éxito: tengo en las ma-

nos un apa-rato que me

permite llevar más de tres mil

libros en forma-to electrónico; su

batería dura varias semanas y puedo al-

macenar los libros y las revistas de mi colección en la

computadora, y puedo cargarlos y descargarlos de este aparato con gran fa-

cilidad. Cada vez que salgo de casa llevo esta cosa conmigo; si tengo que hacer cola en algún sitio, pue-do ser acompañado por lo mejor de Cervantes, Sta-nislaw Lem o incluso Ray Bradbury (por no men-cionar las revistas científi cas que leo cada semana).

La palabra impresa (en papel o en una pantalla electrónica) no solo ofrece ideas más detalladas, precisas y profundas que cualquier otro medio de comunicación masiva, sino que también puede enamorar con mayor facilidad que otros medios porque estimula mejor la imaginación; sigo prefi -riendo leer las obras de Verne que ver una película o visitar un sitio web sobre ellas.

El libro, sea tangible o intangible, tiene otra vir-tud. Cuando los contenidos son de valor, tarde o temprano los hace llegar a ese 10 por ciento crítico, necesario para producir cambios sociales. El libro es el medio que puede escapar mejor a la censura (por eso los “bomberos” de Fahrenheit 451 nun-ca terminaban su trabajo). Creo que, en los años por venir, la palabra impresa, el primer medio de comunicación intelectual de la historia, segui-rá siendo el impulsor del progreso de la sociedad humana.�W

Enrique Gánem, mejor conocido por las ondas hertizanas como El Explicador, estudió biología y se ha dedicado a la informática. Desde hace varias décadas se ha valido de la radio para hacer llegar el conocimiento científi co al gran público.

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tín las cosas de la fi losofía, que hasta entonces sólo se habían tratado en griego”, se lamenta Fontenelle en el prefacio. Quizá se imagina al político y fi lósofo roma-no, su antecesor en la divulgación del conocimiento, en la arena del circo, entre las fi eras y el público, tra-tando de convencer por un lado a los conocedores de la fi losofía, que sabían griego y no necesitaban que se la contaran en latín, y a los legos, que no digerían la fi lo-sofía ni en griego, ni en latín, ni en almíbar, porque no les interesaba. Fontenelle fue a meterse en el mismo dilema: ofrecer en lenguaje natural un conocimiento especializado que se expresa en otra lengua. Así resu-me su situación: “quizá por buscar un medio en que [la astronomía] conviniese a todo el mundo haya yo dado con uno en que no conviene a nadie”. En concreto, las Conversaciones podrían resultarles poco rigurosas a los expertos y áridas a los legos: un trabajo inútil.

CON MELÓN O CON SANDÍAEl dilema del divulgador sigue vigente. Cerca de tres-cientos años después, el biólogo, poeta y divulgador Carlos López Beltrán escribía en la revista Naturaleza: “Muy a menudo incomprendida, [la divulgación de la ciencia] debe realizarse entre dos fuegos. Por un lado, debe extraer su sustancia, sus materiales, del cerrado ámbito científi co, y debe, por otro lado alcanzar, inte-resar y, si es posible, hasta entusiasmar al lector co-mún con sus resultados. La crítica es dura por ambos lados.” La divulgación “sirve a dos amos; el rigor y la amenidad”.

En principio, nada debería impedir ser riguroso y al mismo tiempo ameno, pero, en el ánimo de muchos críticos (y hasta enemigos) de la divulgación, rigor y amenidad son polos opuestos, lo que obliga al sufrido divulgador a tomar partido.

Así, cuando me siento a escribir sobre ciencia, la necesidad de rigor se me manifi esta como una presen-cia que me vigila por encima del hombro: un ceñudo investigador científi co dispuesto a destriparme si me

permito la más tímida metáfora, un rapto de liris-mo, o bien —¡horror!— una anécdota personal. La necesidad de ser ameno se me aparece, en cambio, como un lector indiferente con el que ansío con-graciarme y que bosteza y mira el reloj si suelto términos técnicos, palabrejas domingueras o re-sultados científi cos sin contexto, historia ni gracia. “El científi co exige no ser traicionado”, dice López Beltrán. Ese celoso científi co no se conforma con nada que no contenga todas las ecuaciones y el len-guaje técnico. En cambio “el lector exige claridad y calidad”, lo que es cierto, pero sólo del lector que ya está interesado en la ciencia y que lee textos de di-vulgación por gusto; pero al lector común, como en tiempos de Fontenelle, la ciencia le es desconocida y por lo mismo indiferente. Ese lector no me exige nada. Mi trabajo es atraerlo y sugerirle, sutilmente, que la ciencia merece, por lo menos, atención.

Mi experiencia —¿o será mi gusto?— me dice que la buena divulgación no es la que reproduce verbatim el libro de texto, el artículo especializa-do, las palabras del investigador —la que se inmola en el altar del Rigor Científi co—, sino la que existe para los que no son científi cos, la que reconoce que la mayoría de la gente ni sabe ciencia, ni tiene por qué saberla; una divulgación que aspira a compar-tir más que a instruir. López Beltrán la caracteri-za muy bien en su artículo de 1983. La divulgación “es un discurso autónomo y creativo […] que no es ni un apéndice del mundo científi co ni un periodis-mo especializado. Por su fi n y por su exigencia está más cerca de los textos literarios.”

TÉCNICOS CONTRA LITERARIOS“No quiero latines en lo que pretendo vulgar”, es-cribía en el siglo xviii Carlos de Sigüenza y Góngo-ra, matemático, astrónomo y divulgador novohis-pano avant la lettre, en una discusión sobre los co-metas en la que alegaba que éstos no son presagios

Tratar de convencer a otra persona es indecoroso, es atentar contra su libertad de pensar o de creer o de hacer lo que le dé la gana. Yo quiero sólo enseñar, dar

a conocer, mostrar, no demostrarjaime sabines

En 1686 el poeta y drama-turgo manqué Bernard de Fontenelle se retorcía las manos de angustia por el futuro incierto de su creación más reciente, un libro titulado Conversa-ciones sobre la pluralidad de los mundos. A Fonte-nelle no le había ido bien

con la crítica. De su teatro se decía que había enseña-do al público a bostezar y su poesía no la conocía na-die; pero el nuevo libro no era ni poesía ni teatro, sino una aleación en la que el autor había combinado sus aspiraciones literarias y su amor por el conocimiento científi co.

Conversaciones sobre la pluralidad de los mundos es un diálogo imaginario repartido en seis veladas, durante las cuales el narrador y la marquesa de G***, amiga suya, discurren sobre astronomía y se imagi-nan a los seres que podrían poblar la Luna y los pla-netas, ahora que sabemos que éstos son otros mun-dos y no efl uvios etéreos impulsados por ángeles. Es una obra inspirada por el afán generoso de compar-tir las maravillas que los astrónomos estaban encon-trando en el cielo, maravillas que, sin un mediador como Fontenelle, le estarían vedadas al lego que no habla la lengua técnica del astrónomo.

Hoy el libro de Fontenelle es un clásico de la divul-gación de la ciencia, pero su autor no podía saber lo que el destino le deparaba a la obra. “Estoy en la mis-ma posición que Cicerón cuando quiso poner en la-

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En el binomio que conforma la frase “divulgación de la ciencia” hay no poca tensión. Quienes se dedican a poner el conocimiento científi co en términos llanos, accesibles para la mayoría, aspiran a sintetizar amenidad y rigor. De larga tradición, este esfuerzo equipara al divulgador con el traductor, pues ambos se dedican a construir puentes entre apartadas

regiones idiomáticas —y aun epistemológicas

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esto es posible si trato de evitar las afi rmaciones, si dejo siempre al lector la posibilidad de escoger entre diversas interpretaciones posibles de un suceso o de un sentimiento.” Conclusión: se puede infl uir y con-vencer dejando al lector en libertad, que siempre será mejor que confundirlo y mangonearlo.

BULLYING INTELECTUALEn un texto de divulgación, la holgura que ofrece Pe-rec a sus lectores tiene su equivalente en la libertad de disentir de la ciencia, sus métodos, sus resultados (libertad que también puede apropiarse el divulgador, por cierto). El público no es tonto, como suponen al-gunos divulgadores poco avezados. Tampoco hay que “enseñarle a pensar”, frasecita intolerable que les he oído a otros divulgadores domingueros. El público es ciudadano y tiene derecho a sus propias opiniones (in-cluso cuando el público es niño). “Yo llego a odiar las cosas verosímiles si me las presentan como infalibles”,

escribe Montaigne en un ensayo sobre la educación, “y prefi ero expresiones que moderen la audacia de lo pro-puesto. Tales son: ‘quizá, acaso, un tanto, algo, se dice, yo pienso’…”

Cae mal quien nos muestra los resultados de la ciencia como verdades absolutas. Me consta. Hace poco, en un acto público en Guadalajara, una conoci-da investigadora pronunció una invectiva contra las creencias populares en la que esgrimió la ciencia y su impepinable verdad como fi losa espada que dejó mal-heridos a muchos asistentes. “Esto está demostrado científi camente, ¿sí?”, decía, con esa pregunta fi nal que suena más a amenaza. Me causó pésima impre-sión (y eso que yo estaba de acuerdo con ella). Creo que esta táctica, más que alegar en favor de los resulta-dos de la ciencia, es puro mangoneo intelectual. No se puede conquistar al público para la causa de la ciencia con los modos del matón del patio de recreo.

Yo prefi ero hacerle caso a Jaime Sabines, que algo sabía de comunicación, y “dar a conocer” la ciencia más que recetarla como remedio para la ignorancia. El historiador de la ciencia Jonathan Hodge, en una visita a Universum, opinaba que al público no hay que

convertirlo. “Lo importante es que se entere de las ideas, mostrarle lo que creen los creyentes, pero no tratar de convencerlo.”

DIVULGATORE TRADITORE?El divulgador interpreta el sentido de la investi-gación científi ca y lo expresa en un lenguaje com-prensible para el público; dicho de otro modo, la di-vulgación se parece mucho a la traducción.

Hay quien piensa que traducir es fácil: sólo hay que recorrer el texto original con diccionario en mano y sustituir cada palabra por su equivalente en el idioma de destino: pollito-chicken, gallina-hen… Por supuesto, quien tenga esta idea tontísi-ma de la traducción no apreciará que traducir es crear y no entenderá cómo puede Javier Marías decir que, de sus novelas, la que más le satisface es su traducción de Tristram Shandy. Este traduc-tor ingenuo se fi gura que una buena traducción es equivalente a un original porque dice lo mismo, y

por lo tanto que el traductor que no consigue de-cir lo mismo es un traidor. Pero no. “Traducir

signifi ca siempre ‘limar’ algunas de las con-secuencias que el término original impli-

caba”, escribe Umberto Eco en Decir casi lo mismo. “En este sentido, al tra-

ducir no se dice nunca lo mismo. La interpretación que precede a la tra-

ducción debe establecer cuántas y cuáles de las posibles consecuen-cias ilativas que el término sugie-re pueden limarse.”

En esto del limar y el nego-ciar, la traducción y la divulga-ción de la ciencia se parecen a la cartografía, la ciencia de ver-ter en un plano lo que original-mente es esférico. Representar la superfi cie esférica de la tierra en un plano exige renuncias: es imposible —y siempre lo será— dar cuenta de todos los detalles. Hay que elegir qué representar fi elmente en cada caso. Si quiero representar bien las posiciones relativas de los países, tendré que deformar las distancias; si quiero conservar los tamaños relativos de los continentes, de-formaré sus contornos. No es un defecto de la cartografía; es una consecuencia matemática ineludible de la traducción de la esfera al plano.

Pero un mapa es valioso por sí mismo, aunque traicione a la

esfera.

LA REDENCIÓN DEL MAPA

La divulgación, la traducción y el mapa son discursos autónomos y crea-

tivos; aportan puntos de vista distintos de los que manifi estan sus originales, tie-

nen otra utilidad y, por si fuera poco, pueden ser bellos independientemente de su original.“Una buena traducción resulta siempre un apor-

te crítico a la comprensión de la obra traducida”, dice Umberto Eco. “Una traducción orienta siem-pre hacia una determinada lectura de la obra […] porque, si el traductor ha negociado eligiendo pres-tar atención a determinados niveles del texto, de esa forma ha focalizado automáticamente hacia ellos la atención del lector.”

Como mínimo, la traducción, la divulgación y el mapa sirven para orientar, que no es poca cosa, y podrían tener otros efectos. Según Fontenelle, Ci-cerón decía que sus obras, lejos de ser infructuo-sas, podían impulsar a muchos legos a convertirse en fi lósofos por la facilidad de leer los libros de fi lo-sofía en su propia lengua y deleitar a los doctos con la versión latina de lo que conocen en griego. En el fondo, Fontenelle sabe que su propia obra tendrá el mismo efecto. Su inquietud de que sus esfuerzos divulgativos resulten inútiles es pura retórica.�W

Sergio de Régules, físico, ejerce de divulgador científi co en la UNAM y es el coordinador científi co de la revista ¿Cómo Ves? Su libro más reciente es Galileo Galilei, observador del universo (SM Editores, 2009).

funestos. Sigüenza usó esta frase para excusarse de omitir las opiniones de multitud de expertos (las co-sas habían cambiado desde tiempos de Cicerón, en que la lengua docta era el griego y la común el latín; para Sigüenza es el latín la lengua de los doctos que se ha de traducir). Los divulgadores de hoy podría-mos enarbolar esta frase como lema para anunciar que en nuestro trabajo no podemos dar cabida a la jerga técnica ni las formas de decir con que se co-munican los profesionales de la ciencia, llenas de so-brentendidos y presuposiciones.

Hace unos años me tocó presentar en el museo Universum el proyecto de una exposición en la que participé. En cierto momento hablé de la coheren-cia que habíamos buscado entre las distintas partes de la exposición. Un colega físico me reclamó que coherencia, en física, no quería decir lo que yo esta-ba implicando, reclamo impertinente, puesto que en la sala los únicos físicos éramos él y yo. “Sí, pero yo estoy hablando en español, no en físico”, le dije, y seguí adelante. La jerga técnica tiene su lugar y cumple una función en los artículos especiali-zados y entre profesionales, pero cuando uno sale al mundo, como persona bien educada deja de hablar en el idioma elitista de la ciencia profesional. En una fi esta, por ejemplo, sería un suicidio social insis-tir en hablar “físico”, que viene a ser como hablar húngaro, con el agra-vante de que quien habla “físico” queda, además, como un pedante insufrible.

Pero escoger el registro de len-guaje adecuado no es sólo cues-tión de buenas maneras, sino de comunicación efi caz. Al di-vulgador que quiera hacer con-tacto con su público (y no hay de otra: la divulgación es, ante todo, comunicación) le convie-ne echar mano de las técnicas del lenguaje literario, como da a entender Carlos López Beltrán, empezando por una muy sen-cilla: usar la lengua natural. El originalísimo escritor y predi-cador británico Laurence Ster-ne decía por boca del narrador de su Tristram Shandy: “No soporto las disertaciones —y sobre todas las cosas del mun-do es una de las más tontas, al disertar, oscurecer la propia hipótesis poniendo una hile-ra de palabras rimbombantes e incomprensibles como un muro entre uno y su lector.” Lo que te-nemos que comunicar los divul-gadores —el pensamiento científi -co, los resultados de la ciencia, las polémicas de la ciencia— ya es bas-tante difícil como para que, encima, lo compliquemos expresándolo en una len-gua que nuestro público desconoce.

Así pues, nada de latines, pero hay pala-bras (como coherencia) que tienen doble na-cionalidad: viven al mismo tiempo en el lenguaje técnico y en el cotidiano. En su dimensión técnica, estas palabras adquieren signifi cados restringidos, pierden holgura semántica. Es más, los vocablos de la ciencia aspiran a la monosemia monda y lironda, mientras que la riqueza (y desde luego la sabrosura) de la lengua común y la expresión literaria está en lo contrario: en la polisemia, en la posibilidad de inter-pretarse, en la libertad. Hasta podríamos decir que el lenguaje técnico es exactamente lo contrario del literario: el primero tiene el objetivo de llevar al lec-tor en camisa de fuerza por un sendero bien traza-do, el segundo lo sitúa en un terreno extenso y sola-mente le sugiere direcciones de la manera más sutil. Quizás el terreno es montañoso y las direcciones las propone la topografía. En el texto especializado, en cambio, hay un letrero con una fl echa descomunal que dice, perentorio, “por aquí”.

Las ventajas, para la divulgación, del sugerir del lenguaje literario sobre el imponer de la jerga técni-ca se aprecian en estas palabras del escritor francés Georges Perec: “Había yo descubierto la libertad en la escritura: cómo se puede dejar al lector libre de entender, de elegir; cómo se puede infl uir en él por medios indirectos; cómo se le puede convencer. Y

N O Q U I E R O L AT I N E S

1 8 S E P T I E M B R E D E 2 0 1 1

TO D O S PA R A L A C I E N C I A

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(1) xn + yn = zn, para n > 2,

tenga soluciones enteras (esto es lo que se denomina ecuación diofantina, en honor a Diofanto, el padre de la aritmética). La argucia aquí puede consistir en consi-derar primero el caso n = 2 y tomar la ecuación

(2) x2 + y2 = z2,

y luego en pensar que las indeterminadas x y y denotan las longitudes de los catetos de un triángulo rectángu-lo, y z su hipotenusa.

Entonces la ecuación (2) se transforma en el célebre teorema de Pitágoras, quizá la más famosa de todas las aseveraciones matemáticas. Una vez hecho esto, le he-mos dado al lector un asidero. De aquí podemos pasar a la consideración de las ternas pitagóricas, como 3, 4, 5 o 5, 12, 13, y observar que son soluciones de la ecua-ción (2), es decir, que si tomamos x = 3, y = 4, z = 5 o x = 5, y = 12, z = 13, entonces se satisface la ecuación (2), a saber,

32 + 42 = 52 o 52 + 122 = 132,

como se verifi ca fácilmente. Así, ya le explicamos al lector lo que signifi ca que la ecuación (2) tenga solu-ciones enteras. Ya con esto en la mano podemos espe-cular con el lector sobre la posible existencia de solu-ciones enteras para la ecuación (1) cuando n es igual a 3. Finalmente puede explicársele al lector que Fermat aseguró que esa ecuación no tiene soluciones enteras cuando n es mayor que 2.

Yo no sé si históricamente haya un vínculo entre el teorema de Pitágoras y el último teorema de Fermat; sin embargo, el vincularlos parece natural. Tampoco sé si esto realmente motive el problema que represen-

ta el último teorema de Fermat. Llama la atención que transcurrieran trescientos años desde que Fermat escribió su enigmática afi rmación hasta que Andrew Wiles logró dar una demostración de dicha afi rmación, después de que grandes cerebros como el de Carl Friedrich Gauss tratasen infruc-tuosamente de dar una demostración de tal hecho.

Aquí pasamos a una tercera difi cultad: ¿sabrá el lector cabalmente lo que signifi ca demostrar? ¿Comprenderá por qué es fundamental dar una demostración fuera de toda duda de cualquier he-cho matemático que aseveremos? Aquí podemos nuevamente apelar a alguna prueba del teorema de Pitágoras y explicar que, una vez presentada tal prueba, dicho teorema queda establecido como una verdad absoluta y permanente, y que puede ser utilizado sin ningún temor a que estemos funda-mentando algo sobre bases dudosas. Llegada esta etapa, podríamos suponer allanado el camino para hablar de la demostración de Wiles. Sin embargo, no es claro aún si el lector comparte la importan-cia que para un matemático reviste el tener una demostración para una afi rmación que no pare-ce tener relevancia alguna para el bienestar de la humanidad.

Cabe aquí recordar ahora lo que el gran Gauss escribió en una misiva a Friedrich Bessel acerca de los números complejos, que hace doscientos años, en 1811, empezaban a cobrar importancia. Gauss escribió: “No se trata aquí de aplicaciones prácti-cas, sino de que el análisis es para mí una ciencia independiente que perdería extraordinariamente en belleza y orden con la postergación de aquellas magnitudes fi ngidas [los números complejos].” Y es aquí donde el factor belleza entra en juego. Es la belleza de la teoría a la que apela Gauss más que a los fi nes prácticos que ésta pudiere tener, que hoy por hoy sabemos que los tiene y muchos.

Aquí llegamos a otro punto fundamental, que es el hecho de que, cuanto más avanzamos, más incursionamos en un mayor nivel de abstracción. Ésta es la esencia de las matemáticas y lo que qui-zás explique la difi cultad que ellas representan en la escuela y en general.

En resumen, la matemática exige un alto gra-do de abstracción, requiere de un lenguaje propio para poder expresarla y entenderla, y por tanto su divulgación resulta muy complicada. Demanda del lector una gran voluntad de abordar un escri-to de matemáticas, disposición a quizá no entender muy bien lo que se está leyendo, voluntad de leer y releer, y tal vez un cierto umbral de resistencia a la frustración. Lo mismo ocurre —dicho sea para concluir—, aunque en un nivel diferente, con los matemáticos cuando tratamos de leer y entender sobre un tema que no nos es del todo conocido.�W

Carlos Prieto de Castro, investigador del Instituto de Matemáticas de la UNAM, es autor de Aventuras de un duende en el mundo de las matemáticas( FCE, 2005, La Ciencia para Todos), cuya segunda parte verá la luz muy pronto.

L as matemáticas parecen existir desde siempre; sin ellas, los babilonios y los egipcios no habrían sido capaces de levantar su im-ponente obra arquitectó-nica. No obstante, lo que podríamos llamar matemá-ticas modernas no surgió sino hasta que Zermelo y

Fraenkel formularon los axiomas sobre los que se apo-ya la lógica que permite demostrar formalmente los teoremas que las conforman. Se tratan estos axiomas de una serie de postulados que se aceptan sin ninguna prueba, y es como consecuencia de ellos que se obtiene la demostración lógica de todas las aseveraciones que constituyen lo que hoy llamamos matemáticas. Ello no signifi ca que las matemáticas sean pura lógica, sino que de la lógica depende la formalización de las demos-traciones, que casi siempre se intuyen por la esencia misma de la afi rmación que se conjetura.

Es un hecho que hoy por hoy las matemáticas es-tán conformadas por una amplia variedad de ramas que interactúan unas con otras de maneras por de-más intrincadas. Vemos que, a través de la topología algebraica, el álgebra y la topología están inextrica-blemente ligadas; de igual forma ocurre con la topo-logía diferencial, que conjuga la topología con el cál-culo diferencial, o con la geometría algebraica, que fusiona la geometría y el álgebra conmutativa. Po-dría continuar con una lista interminable de siner-gias que no contribuiría en mucho más que en mos-trar la vastedad del acervo matemático de nuestros días y sus vínculos.

Los célebres resultados que han sido obtenidos en los últimos cincuenta años incluyen el teorema de los cuatro colores, cuya prueba combina la combi-natoria con algoritmos computacionales, o el último teorema de Fermat, cuya prueba, aun tratándose de una afi rmación inherente a la teoría de los números, requirió de la teoría de funciones complejas y de las ecuaciones diferenciales. Todos estos resultados han sido obtenidos combinando técnicas de varias ramas de las matemáticas. Esto no signifi ca que sean una disciplina pequeña, sino que muestran la unidad que las matemáticas tienen.

¿Por qué entonces es tan difícil hacer divulga-ción de las matemáticas? La primera difi cultad que enfrentamos es saber para quién se escribe. Si pre-tendemos divulgar —es decir, acercar al vulgo— un sentir sobre las matemáticas, tenemos que partir del hecho de que los futuros lectores no conocen el objeto de discusión, y quizá ni les interese saber de la belleza y de la fuerza que tienen las matemáticas. Entonces el reto que tenemos ante nosotros es do-ble, a saber: provocar el interés del lector y transmi-tirle aquello que sobre las matemáticas queremos comunicar.

Una argucia a la que se puede recurrir para abor-dar un tema es tomar como punto de partida algún hecho matemático con el que el lector promedio esté familiarizado. Así, para divulgar algo acerca del últi-mo teorema de Fermat podemos explicar al lector el signifi cado de que una ecuación de la forma

TO D O S PA R A L A C I E N C I A

¿Por qué es difícildivulgar matemáticas?

C A R L O S P R I E T O D E C A S T R O

E N S AYO

Las matemáticas son la disciplina menos presente en La Ciencia para Todos, aunque de una u otra manera se cuela en casi todos los volúmenes. Acaso ese tímido papel se debe a una

difi cultad intrínseca para divulgar la ciencia de los números. Aquí, el autor de uno de los pocos títulos sobre matemáticas en nuestra serie describe el berenjenal en que se mete quien

quiere comunicar la médula del quehacer matemático

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x y

z

x

x – y

y

z2 = 4(xy/2) + (x – y)2

= 2xy + x2 – 2xy + y2

= x2 + y2

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A unque abundan los puentes que tratan de librar la zanja que aún hoy divide a los hombres de letras y a los de ciencia, no está claro

cuál es el mejor modo de reconciliar a las “dos culturas” descritas por C. P. Snow hace poco más de medio siglo. Buena parte de esta edición de La Gaceta ha girado en tor-no a los intentos de poner el conocimiento científi co al alcance de quienes por vocación o mero azar quedan lejos del mundo de las matrices y los matraces, de la cromatografía y los cromosomas. Infrecuente, y a menudo perturbador, es que el instrumental, la jerga, los procedimientos para producir ciencia se apliquen a asuntos estrictamente humanís-ticos. Y a no pocos irrita que el fruto de tales afanes haga caso omiso de las singularidades de las artes y preste atención a lo cuantitati-vo, a lo regular, a lo objetivo.

T al vez no sea muy larga, pero existe ya una tradición de poner las téc-nicas estadísticas al servicio del análisis literario. No se sabe con

certeza quién escribió doce de los poco más de ochenta ensayos que Alexander Hamil-ton, James Madison y John Jay publicaron, en 1787 y 1788, en The Federalist para pro-mover la naciente constitución de Estados Unidos; estudiando la frecuencia de uso de vocablos comunes, al menos dos equipos de investigación, en los años sesenta y en la dé-cada pasada, estimaron quién podría haber escrito esos textos —Madison—. Con proce-dimientos semejantes, que prestan atención a elementos en apariencia triviales, otros detectives estadísticos han podido proponer el orden en que Platón produjo sus diálogos.

A fi nales del año pasado, Science publicó “Quantitative Analysis of Culture Using Millions of Digiti-zed Books”, entre cuyos autores

fi guran investigadores sobre todo de Har-vard —entre ellos el célebre lingüista Steven Pinker— y de Google, la hoy omnipresente empresa que se originó con un astuto bus-cador en internet. Ahí no sólo se da cuenta del potencial académico del acervo de obras polémicamente digitalizadas por Google: más de cinco millones de títulos, que suman cerca de medio billón de palabras, sino que se acuña el término culturomics, que ya no puede empeorar mucho si lo traducimos como “culturomía”. ¿Su propósito?: ensan-char las fronteras de la rigurosa investiga-ción cuantitativa para abarcar un amplio abanico de fenómenos de las ciencias socia-les y las humanidades. Ese estudio pionero, que ya ha tenido descendencia en la propia Science y en Nature, puede resultar irritan-

Artículos científi cos

C A P I T E L

lectura para quien actúa en el orbe de la ciencia, sean sus ejecutantes o quienes confeccionan sus políticas.

ciencia y tecnología 1ª ed., Lima, 2011, 273 pp.978 9972 663 66 6$320

TEMAS DE ÉTICA Y EPISTEMOLOGÍA DE LA CIENCIA

Diálogos entre un fi lósofo y un científi co

L E Ó N O L I V É Y R U Y P É R E Z TA M AYO

No espere el lector en estas páginas una sucesión de parlamentos como los que caracterizan a Platón o los que le merecieron la gloria a Galileo. Este esbelto volumen reúne en cambio algunas de las ponencias que Olivé y Pérez Tamayo han presentado en el reputado Seminario de Problemas Científi cos y Filosófi cos de la unam, más la presentación de un libro en la misma universidad; hay desde luego réplicas, precisiones sobre lo dicho por uno u otro, y aún pequeños debates, pero no el diálogo

CIENCIA, TECNOLOGÍA, INNOVACIÓNPolíticas para América Latina

F R A N C I S C O S A G A S T I

Sagasti es un convencido de que en las tres palabras con que bautizó su obra, interdependientes por naturaleza, se halla la clave que ha permitido a naciones como China o Corea enfrentar con efi cacia sus graves desequilibrios sociales y económicos. Latinoamérica está ante la irrepetible oportunidad de plantearse políticas que pongan en marcha una efi caz transformación de sus sistemas educativo, de investigación y productivo, por lo que las ideas contenidas en este volumen pueden ayudar a dar el viraje que necesitamos. Experto de la onu y el Banco Mundial para estos menesteres, el autor presenta aquí una apretada historia de la ciencia, describe los modelos conceptuales que explican la interrelación entre quienes generan ciencia, quienes la aplican y quienes desde el Estado la promueven, evalúa las acciones que se han llevado a cabo en el subcontinente y muestra el papel de los organismos internacionales como promotores y acervos de información. Es una apetecible

convencional como recurso discursivo. Estas disquisiciones sobre el conocimiento científi co, sobre la dimensión moral de la investigación y los usos que puedan darse a sus hallazgos, son excepcionalmente claras, refi nadas en su presentación y con destellos de humor —y de expresiones de admiración y respecto recíprocos—. Tras leer a Pérez Tamayo como fi lósofo amateur, más en el sentido de amante que de afi cionado, como él mismo aclara, uno no puede más que decir de él lo que ha dicho de su venerado Bertrand Russell: es “un sabio universal”, conocedor de la naturaleza humana; sirva de ejemplo su reciente Personas y personajes (fce, 2011), donde retrata a decenas de colegas y fi gurones de la cultura.

ciencia, tecnología, sociedad1ª ed., 2011, 111 pp.978 607 16 0650 1$130

HISTORIA DE LAS ALCOBAS

M I C H E L L E P E R R O T

Del lujo desmedido de la cámara de los reyes y las alcobas de las quisquillosas cortesanas, hasta

DE SEPTIEMBRE DE 2011

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CIUDADES

R A M O N X I R A U

De Florencia, “ciudad de banqueros, políticos, condottieri, artistas y pícaros […] donde los puentes trazan ágiles y poderosos arcos sobre la curva líquida del Arno”, a los semáforos acuáticos de Venecia, que conducen al mar; de Milán a una estatua de Catulo en Verona, estas Ciudades muestran el recorrido histórico y cultural que realizo el fi lósofo Ramón Xirau por algunas de las urbes más emblemáticas de Italia, que a su vez contienen parte fundamental de la historia de Occidente. Es un paseo por calles y monumentos pero también por la vida y la obra de los grandes pintores renacentistas, de san Agustín y san Anselmo, de Giordano Bruno, Marsilio Ficino, Pico della Mirandola, el ya mencionado Catulo y muchos más que han esculpido la historia artística y cultural de Italia, país que según el autor de Entre la poesía y el conocimiento. Antología de ensayos críticos sobre poetas y poesía iberoamericanos (fce, 2001, Tierra Firme), “ha entendido el espacio que los hombres construyen”.

centzontle1ª ed., 2011, 128 pp.978 607 16 0699 0$75

LA BRUJA Y EL ESPANTAPÁJAROS

G A B R I E L PA C H E C O

Una bruja ha caído en el bosque luego de volar junto a un grupo de colegas que surca los cielos en monociclo. Indignadas, éstas deciden abandonarla en el bosque como castigo a su descuido, pero una pequeña ave que ha sido testigo de la caída le cuenta lo sucedido al espantapájaros de una granja vecina. Éste, acaso enamorado de la hechicera caída en desgracia, decide hacer algo sorprendente, aun a riesgo de su propia vida. La bruja y el espantapájaros es una cálida fábula de amor narrada con dibujos de tonos opacos, lúgubres y de extraordinaria calidad, en los que nada es intrascendente: el

detalle con que Pacheco aborda sus lienzos digitales exige al lector un recorrido atento de las formas, las fi guras, los trasfondos, pues en lo insignifi cante puede hallarse la clave del relato. Sin palabras, éste es un intenso diálogo poético con el lector infantil. El Fondo cuenta en su catálogo con una obra ilustrada por Pacheco: Hago de voz un cuerpo, con poemas de, entre otros, David Huerta, Francisco Hinojosa, Eduardo Langagne y Francisco Segovia, libro que mereció un premio de la feria del libro de Bolonia.

los especiales de a la orilla del viento1ª ed., 2011, 44 pp.978 607 16 0678 5$120

EL CRISTAL CON QUE SE MIRA

A L I C I A M O L I N A

Aquí se narra la historia de Emilia, una niña muy aplicada que vive los problemas que implica tener miopía y sordera. Además de tratar los confl ictos habituales de toda chica a punto de pasar a la adolescencia (las peleas con amigos y familiares, la insubordinación contra los padres, la incomprensión absoluta), el libro plantea un asunto fundamental: Emilia no es una niña mejor o peor que los demás por el mero hecho de vivir con un tipo de discapacidad. “Eres distinta, Emilia. Todos somos diferentes y nadie es perfecto”, le ha dicho su maestra, al ver el enojo de la niña ante sus carencias corporales. Y aunque Emilia en un principio se niega a usar anteojos, pues piensa que se verá fea, termina por darse cuenta de los benefi cios que le deja hacer lo correcto: “Todo es según el cristal con que se mira, y cada problema encuentra su solución. Bastan tres cosas: entender que lo que es, es; atreverse a decir la verdad, y aprender a esperar y confi ar.” Divertida y quizás incluso edifi cante, es una historia escrita para un público que verá aquí refl ejadas muchas de las inquietudes y pasiones propias de su edad.

a la orilla del viento1ª ed., 2011, 216 pp.978 607 16 0654 9$70

los dormitorios colectivos de los obreros, los miserables agujeros de los vagabundos, los fríos cuartos de los secuestrados, las salas de los enfermos, el lecho de muerte y hasta los cuartos de hotel dibujados en el imaginario de los novelistas, este libro es un recorrido por la historia y las diversas formas que ha adquirido la habitación. Michelle Perrot ha hecho una minuciosa investigación en torno a un espacio en el cual el hombre vive los sucesos fundamentales de su vida: “Son muchos los caminos que conducen a una habitación: el nacimiento, el reposo, el sueño, el deseo, el amor, la meditación, la lectura, la escritura, la búsqueda de uno mismo o de Dios, la reclusión voluntaria o forzada, la enfermedad, la muerte.” Pareciera que la forma de estructurar la intimidad atañe no sólo a la vida privada sino que ha impactado en la historia social de la vivienda.

historiaTraducción de Ernesto Junquera1ª ed., Siruela-fce, 2011, 353 pp.978 607 16 0673 0$280

ECOS

R A FA E L C A D E N A S

La poesía es palabra viva que se dice en silencio, según el descubrimiento de la mirada en curso, o que brota en voz alta, sonora, o queda casi, sosegada. La del venezolano Rafael Cadenas ha de decirse de las dos maneras, en ambas dimensiones. A la publicación del grueso volumen de su Obra entera (2ª ed., 2009) el fce añade ahora la puesta en luz y en aire del disco compacto Ecos, para los que quieran escuchar en voz propia los poemas de este poeta entero, uno de los mayores escritores de Venezuela y sin duda una de las voces más vigorosas y dueñas de vitalidad y sapiencia del mundo de habla castellana. Hay en especial dos registros en la obra de Rafael Cadenas; en ocasiones sorprenden imágenes sensitivas, registros insospechados de un mundo nutrido por la atmósfera siempre marina del Caribe, una sensualidad natural que a menudo se torna en expresión lírica de calmo amor y soledad. Otras veces el poema transcurre en un tono conversacional, de modo entrañable o irónico.

entre voces1ª ed., 2011, 1 cd978 607 16 0681 5$70

te por la contundencia con la que convierte conteos de palabras en hipótesis sobre pro-fundas transformaciones culturales, pero es un seductor ejemplo de convivencia pacífi -ca, fecunda, entre letras y números. Confi a-mos en que el fi lón dé más que la amorfa pe-pita con que se festejó su hallazgo. El poder obviamente inhumano de las computadoras para procesar datos no signifi ca que éstas puedan generar conocimiento y menos, val-ga la cursi palabrita, sabiduría.

O tra revista científi ca —puede uno imaginar que un físico de carica-tura levante la ceja al describir así a Psychological Science— pre-

sentó el mes pasado un curioso hallazgo que atañe al aguafi estas que nos adelanta el ines-perado desenlace de un libro o una película. En “Story Spoilers Don’t Spoil Stories”, de Jonathan D. Leavitt y Nicholas J. S. Chris-tenfeld, de la Universidad de California en San Diego, se afi rma que conocer en qué ter-minará un relato, sea policial o de misterio, sea uno de esos engañosos cuentos en que al fi nal todo era un sueño, produce mayor sa-tisfacción que leerlos desde una pura y total virginidad respecto del argumento. Para lle-gar a tan anticlimática conclusión, los inves-tigadores agregaron al comienzo de textos de John Updike, del irónico Roald Dahl, del reverenciado Antón Chéjov, de la ocurrente Agatha Christie y aun de Raymond Carver un parrafi to en el que se adelantaba el des-enlace y sometieron cada una de las versio-nes a grupos de al menos 30 personas que, faltaba más, no conocieran el relato. Con las siempre discutibles métricas de los estudios sobre la psique, los lectores consideraron más satisfactoria la experiencia cuando co-nocían hacia dónde conduciría el fl ujo na-rrativo. Los autores del artículo concluyen que la buena escritura depende poco de la trama y la sorpresa.

R ematemos este periplo con una escala en un artículo de Acta Neu-rochirurgica, un journal europeo de neurocirugía, en el que se des-

criben los traumatismos que Astérix, Obé-lix y sus secuaces causaron a lo largo de 34 volúmenes, es decir los primeros 24 dibu-jados por Albert Uderzo con argumento del genial René Goscinny, más 10 producidos sólo por el primero. La cifra de heridos, lo confi eso, parece baja, dada la afi ción de los galos a divertirse repartiendo mamporros a los legionarios que custodian, desde sus cuatro frágiles campamentos, la idílica al-dea armoricana que resiste hoy y siempre al invasor: a 704 llega el recuento de pacientes con daño cerebral traumático, que es el ob-jeto de estudio de “Traumatic Brain Injuries in Illustrated Literature”, cuyo autor prin-cipal es Marcel A. Kamp, de la Universidad Heinrich Heine. Asombra, eso sí, el sexismo, pues los investigadores hallaron que 698 destinatarios de los sopapos son varones. Es comprensible, por su parte, la distribución de los orígenes nacionales de las víctimas: casi dos terceras partes (63.9 por ciento) son vasallos de Julio César, pero el recuento de los daños incluye 120 galos, 59 bandidos y piratas, 20 godos, 14 normandos, 8 vikin-gos, 5 britanos y 4 extraterrestres (¡?). Y si bien el galo de rubios bigotes y su pelirrojo comparsa causaron el 57.6 por ciento de los traumatismos, sólo el 83 por ciento de los agresores estaba bajo el infl ujo de la poción mágica —vaya fuerza la del restante 17 por ciento—. Para evaluar la gravedad del daño, los traumatólogos lectores de cómics hicie-ron su diagnóstico a partir de síntomas cla-ros —ojos saltones, lengua colgante, mirada extraviada— y concluyeron que 390 casos presentaron traumatismo severo, 89 uno moderado y 225 uno ligero; con alivio, infor-man que no hubo víctimas fatales.�W

T O M Á S G R A N A D O S S A L I N A S

N OV E DA D E S

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L os recientes libros Historia en cubierta e Iconografía del FCE son dos relatos de índole histórica sobre el Fondo de Cultura Económica a propósito de su 75 aniversario. El primero, elaborado por Marina Garone Gravier, se ocu-pa de la imagen visual a partir de las cubiertas o porta-das de sus libros y el segundo, elaborado por Jaime So-ler Frost, se ocupa de su gente, esa heterogénea familia que por elección propia también ha hecho suya la res-ponsabilidad de la empresa editorial. Las dos perspec-tivas corren paralelas, aunque una se ostenta pública-

mente para cumplir su cometido y la otra actúa dentro del ámbito cerrado de las ofi cinas y gabinetes, talleres, bodegas y librerías, todos ellos junto con las amista-des cómplices de los afanes culturales del fce. Ambas son sustantivas: una apela directamente al lector y la otra se ocupa de algunos de los muchos aspectos im-plícitos en el hacer que la obra de un autor se materialice en el libro. De esta ma-nera, se cumple el ciclo completo: el libro desde el manuscrito original hasta que llega impreso al lector.

Los poco más de 75 años de historia del fce son dignos del jubileo que ilustran los dos libros. La Iconografía del FCE es el álbum de la familia y sus allegados, y la Historia en cubierta exhibe a los cientos de vástagos ejemplares nacidos de esos hombres y mujeres afanados en hacer libros, esas herramientas decisivas para el saber, el conocer y el placer, todo simultáneo y propositivo. En este punto subra-yo una doble cualidad. La primera: la historia de las cubiertas muestra no sólo la paulatina e inducida transformación de la imagen de los productos de la empre-

sa, sino también evidencia la voluntad de una permanente correlación de la em-presa con su presente, incluso adelantándose a él; es la exigencia de actualización y, simultáneamente, la exigencia de continuidad respecto de la propia tradición en cuanto a los estilos gráfi cos empleados por la editorial en tantos años. La otra cualidad ilustrada en la iconografía es el natural paso generacional de los indivi-duos que desde la creación del fce han contribuido y lo siguen haciendo para el benefi cio de la empresa, entendido este concepto en su sentido más tradicional: el acto de emprender las tareas encaminadas a hacer el bien a las personas, como sin duda hacen los libros.

Aunque las dos obras se ajustan a una exposición atada a un desarrollo crono-lógico a partir de 1934 —con sus naturales y sintéticos antecedentes para el caso de la evolución del diseño de las cubiertas desde poco antes de la imprenta de Gu-tenberg—, ninguna de ellas se pretende formalmente una historia. Por supuesto y no obstante, con tal característica ambos libros son una muy rica fuente de infor-mación útil para ampliar, para detallar y, ¡claro!, para complementariamente ilus-trar la Historia de la Casa. El Fondo de Cultura Económica, 1934-1994, que elaboré para conmemorar el 60 aniversario. Naturalmente, estos libros son independien-tes, tienen su propia vida y todos pretenden contribuir al mejor conocimiento de la editorial. Más y mejor aún: la Historia en cubierta y la Iconografía del FCE, debido a su rigurosa singularidad, sustentan sensiblemente la construcción de dos vetas importantes de la historia cultural de México.

En el trabajo de Marina Garone Gravier, su sólido conocimiento de las artes gráfi cas y el diseño cristaliza en un —por muchos motivos— estupendo libro. A primera vista destaca sobremanera su diseño, desde su cubierta hasta la compo-

El FCE vio la luz pública en septiembre de 1934. Hemos puesto a circular dos obras que revisan sendos aspectos de la historia de esta institución —y los comentamos aquí como parte del festejo de cumpleaños—: una sobre las portadas de los miles de libros que llevan nuestro sello, otra sobre la gente que los ha hecho posibles. Permítasenos este brindis en palabras de

quien ha estudiado la historia de la casa

El rostro y la entrañaV Í CTO R D Í A Z A R C I N I E G A

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fce. Sí, es cierto, es el álbum familiar: ahí están las modestas instantáneas toma-das al acaso, sea para el registro amistoso de la faena laboral cotidiana, sea para la constatación de la presencia de los generosos cómplices en la cristalización del proyecto cultural centrado en el libro, sea para dar cuenta visual del paso gene-racional de esa cada vez más numerosa familia. Para usar la fi gura clásica: en la Iconografía del FCE están los rostros que hacen el tronco, los brazos y las ramas del árbol genealógico y las casas y talleres en donde han ejercido su noble ofi cio editorial.

De la nota liminar escrita por Alí Chumacero he parafraseado una línea esen-cial: en esas fotos se da cuenta de “la complicidad benéfi ca con el fi n de crear y llevar adelante tareas sin las cuales el hombre sería un ser incompleto”. El fce ha propiciado durante 75 años esa comunidad de intereses que con toda elocuencia se muestran en las fotos. Más allá de las circunstancias de esas instantáneas, la gran mayoría carece de pretensiones estéticas o fi nes periodísticos; en esos re-gistros de ocasión podemos constatar cómo y por quiénes la empresa editorial del FCE ha contribuido a la construcción de la cultura mexicana dentro del ámbi-

to de la cultura letrada. Subrayo una cualidad también esencial: entre los técnicos de la casa editorial y los autores de la empresa intelectual hay una tan estrecha como fraterna relación, sea por la visita amistosa a las instalaciones, sea en los actos protocolarios institucionales, sea en el simple júbilo privado de la familia editorial que se reúne expresa-mente para tomarse la foto todos juntos.

Así, en el escrupulosamente diseñado rostro implícito en las cubier-tas de los libros y en la vital entraña humana de los hacedores de esos libros podemos identifi car los dos extremos del horizonte que, ahora, estructura la simbólica historia del fce. En la Historia en cubierta de Marina Garone Gravier está registrada la experiencia acumulada du-rante 75 años, con la cual los diseñadores de la editorial fueron cris-talizando las propuestas gráfi cas de las cubiertas de los libros creadas expresamente para atraer la atención del lector. Con esta sugerente propuesta la autora creó un ejemplar catálogo histórico que muestra con detalle la evolución del diseño gráfi co, defi nitoria de la presencia visual de la editorial ante su público. Sin duda fundamental es el apor-te analítico que ofrece Garone Gravier al poco atendido capítulo de las artes gráfi cas aplicadas a la industria editorial, tan signifi cativo en la historia cultural de nuestro país.

Simultáneamente, la Iconografía del FCE constituye una sutil his-toria familiar integrada por fotografías de ocasión y por un recuento de las obras más signifi cativas durante los 75 años de actividades de la editorial. Es un hecho: en México son pocas las empresas que puedan sentirse orgullosas por alcanzar tantos años de vida, renovadas gene-racionalmente por sus trabajadores, sus colaboradores y, por supuesto, sus lectores. Esta renovación sólo se explica por la sensible comunidad de intereses que naturalmente han estimulado la integración de los in-dividuos, sea dentro de la empresa o sea en torno de ella. Las más mo-destas de las instantáneas lo prueban con sensible elocuencia: mues-tra la entraña humana de la empresa. Agradezco sobremanera a Jai-me Soler Frost que me haya permitido dar cuerpo y rostro a muchos individuos que sólo conocía por la abstracción de su nombre, como por ejemplo don Sindulfo de la Fuente, cuyos gestos coloquiales en su faena diaria me permiten imaginarlo como un hombre satisfecho con sus humildes y nobles tareas como corrector y editor. Así, la entraña secreta consignada en tan disímbolas fotos revela a la heterogénea fa-milia de la editorial, ocupada en cristalizar los intereses comunes del hacer libros y de hacerlos llegar a los lectores. ¡Cuánta y tan benéfi ca complicidad!�W

Víctor Díaz Arciniega, historiador, es investigador de la UAM Azcapot-zalco. Es autor de Historia de la Casa. El Fondo de Cultura Económica, 1934-1994; hace unos meses se reeditó su Querella por la cultura “revo-lucionaria” (1925).

sición de cada una de las páginas: el sugerente manejo de los colores anaranjados en las guardas, negros en los cambios de capítulo, blanco amarfi lado en el con-junto, más el impecable manejo de las tintas negras y rojas y de la armónica dia-gramación del volumen. Conforme nos adentramos en el contenido, la presenta-ción del prestigiado diseñador Victor Margolin ayuda al encuadre internacional, cuando describe cómo el diseño de las cubiertas del fce en sus 75 años de vida ha estado a la altura de las realizadas por otras editoriales importantes de otros paí-ses. Me detendré en una de sus afi rmaciones: “el fce ha sido el campo de entrena-miento de muchos diseñadores jóvenes”.

Con esta línea se sintetiza el cuidadoso y documentado análisis de la evolu-ción gráfi ca de las cubiertas de los libros del Fondo realizado por Garone Gravier. También esa línea contiene el rasgo distintivo de la empresa editorial: en ella ha habido una permanente renovación de las perspectivas gráfi cas impulsada por los naturales cambios generacionales y, a su vez, estos cambios revelan una con-ciencia y libertad de la editorial para permitir y aun estimular la creatividad grá-fi ca de los diseñadores. Si una lección ofrece la Historia en cubierta es precisa-

mente ésta, la exploración gráfi ca de un diseño con voluntad de cam-bio acorde con una tradición, en la que se combinan los temas y rasgos distintivos de las colecciones, la singularidad de cada uno de los libros y la naturaleza del público lector, meta fi nal del libro.

El cuidadoso registro de esas generaciones de ilustradores, diseña-dores, editores y fechas de producción muestra cómo la autora conci-be una parte de su quehacer como historiadora del diseño gráfi co: la sucesión de individuos (personas, en muchos casos con el respectivo currículum) dentro de una secuencia cronológica; idéntico criterio si-gue en sus análisis de las cualidades gráfi cas del diseño, subordinadas al natural eje de cada una de las colecciones y de las publicaciones pe-riódicas. Como tal, más que una historia estricta, es un magnífi co ca-tálogo cronológico y temático cuya elocuencia mayor es la de mostrar la evolución de los estilos gráfi cos empleados, todos ellos arraigados en sus respectivos momentos históricos y sus contextos geográfi cos, en la medida de considerar a todas las fi liales extranjeras de la editorial. Es decir, la propuesta del análisis histórico de la autora consiste en la ex-hibición del proceso de cambio a través del tiempo en la elaboración de las cubiertas, y 75 años acumulados de experiencia son toda una cáte-dra de la conciencia gráfi ca del fce en sus libros.

Sin embargo, debo llamar la atención sobre tres omisiones signifi ca-tivas. La primera aparece en el sucinto y sufi ciente recuento histórico de la producción editorial, que en su secuencia cronológica dejó fue-ra el periodo de 1970 a 1976 (p. 64); la importancia no está en las tres breves direcciones de la empresa —tienen lo suyo, pero aquí no son pertinentes—, sino en el ingreso de Jaime García Terrés al frente de la Gerencia de Producción: como experimentado editor y promotor cul-tural, estuvo al frente de una nueva y pujante generación de editores, diseñadores y promotores, por decir lo menos. La segunda está rela-cionada con la anterior: en su cuidadoso recuento de las publicaciones periódicas, Garone Gravier dejó fuera el por muchos aspectos penoso periodo de 1967 a 1970 de La Gaceta (p. 230). La tercera omisión es su parcial análisis de la colección Tezontle: dejó fuera de su recuento la multitud de obras cuya singularidad las colocaría en la categoría de li-bro-objeto, como es el caso de este libro, por su estupenda manufactu-ra y soberbia cualidad gráfi ca.

Para mi sorpresa y desazón, la Iconografía del FCE está lejos de estas cualidades editoriales. Pero esto no le resta méritos a la laboriosa inves-tigación iconográfi ca realizada por Jaime Soler Frost. Si bien el recuen-to de la exposición sujeta a la secuencia cronológica resulta simple, tam-bién tiene un benefi cio, más útil cuando se trata de las imágenes foto-gráfi cas de personas y lugares, que nos permite la nítida identifi cación del paso del tiempo. Así, junto a los rostros de los artífi ces está la paula-tina construcción del cuerpo editorial que propiamente son los libros, generosamente referida por el registro cronológico de algunas signifi -cativas obras y autores, y por la reproducción de algunas de las portadas —sin la exquisitez de la calidad de reproducción ni la escrupulosa selec-ción hecha por Marina Garone Gravier.

Esta propuesta de doble secuencia —personas o lugares y obras— también resulta benéfi ca para el mejor conocimiento de la historia del

HISTORIA EN CUBIERTA

El Fondo de Cultura Económica

a través de sus portadas

(1934-2009)

M A R I N A G A R O N E

G R AV I E R

tezontle1ª ed., 2011, 302 pp.978 607 16 0564 1

$490

ICONOGRAFÍA DEL FCE

J A I M E S O L E R F R O S T, C O M P.

tezontle1ª ed., 2011, 195 pp.978 607 16 0736 2

“EL CUIDADOSO REGISTRO DE ESAS GENERACIONES DE ILUSTRADORES, DISEÑADORES, EDITORES

Y FECHAS DE PRODUCCIÓN MUESTRA CÓMO LA AUTORA CONCIBE UNA PARTE DE SU QUEHACER COMO HISTORIADORA

DEL DISEÑO GRÁFICO: LA SUCESIÓN DE INDIVIDUOS DENTRO DE UNA SECUENCIA CRONOLÓGICA; IDÉNTICO CRITERIO SIGUE EN SUS ANÁLISIS

DE LAS CUALIDADES GRÁFICAS DEL DISEÑO, SUBORDINADAS AL NATURAL EJE DE CADA UNA DE LAS COLECCIONES Y DE LAS

PUBLICACIONES PERIÓDICAS

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www.fondodeculturaeconomica.com

Joel S. Migdal

Estados débiles, Estados fuertes

El trabajo de Migdal pone de cabeza casi todo lo que sabemos sobre la debilidad del Estado.

Para él, el Estado no es el único actor capaz de generar normas; es uno entre muchos

otros más o menos institucionalizados, más o menos formales: iglesias, familias,

clientelas, redes, corporaciones, comunidades…Éste es el primer título de la colección Umbrales,

dirigida por Fernando Escalante Gonzalbo y Claudio Lomnitz