la flora. tratado elemental de botánica-1841.pdf

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  • part elemental par % ff. |Joiret. TRADUCIDA AL CASTELLANO.

  • S - x i *

    C O N T I N U A D O R D E L D I C C I O N A R I O D E B O T N I C A D E L A E N C I C L O P E D I A M E T D I C A .

    T R A D U C I D O D E L F R A K C E 8 POR

    Imprenta tle la VIUDA E HIJO de BOSCH.

  • Es propiedad de los traductores ^ quienes perseguirn ante la lei al que lo reimpriman sin su licencia.

    Toa s a O I S A K O I D O K I asa noaficn .A.DTaOT3K

  • ^S^fintaon U fa Manica : ^Tan be
  • II

    agradable y curioso, sobre todo sino se ocupa mas que de los hermosos fenmenos de la vejetaeion, separando de este estudio todo lo que no le pertenece, es decir, las cualidades ocultas imajinadas por la supersticin, el empirismo y la mas grosera ignorancia.. E s t e estudio goza mas que nin-gn otro de atractivos p a r a las a l m a s amorosas y sensibles: p a r e c e que la dulzura de las costumbres est en armona con l a pacfica investigacin de las plantas; por esto sin duda las flores se han empleado s i empre como el emblema de los sentimientos mas delicados; han coronado las virtudes p a -cficas, sociales, y sirven de adorno en las fiestas estableci-das p a r a la celebracin de aquel las pocas mas felices de nuestra ecsistencia.

    L a botnica es, pues, de todas las ciencias la mas p r o p i a p a r a adornar la imajinacion con ideas, s iempre halageas , q u e no pueden entristecer como las que trae consigo el e s -tudio de los animales , estudio inseparable del de la a n a -toma, ciencia cruel cuando se ejerce sobre los cuerpos v i -vientes, y en medio de las convulsiones de un ser sensible.

    Aun el estudio de la botnica tiene la ventaja de m o -dificarse segn la edad y el secso; de prestarse todos los gustos; l imitarse estenderse segn las facultades los i n s -tantes que puedan consagrrsele. Desde nuestra infancia amamos las ores, y aprendemos buscarlas y conocerlas; hacen ellas deliciosos nuestros paseos campestres , y en c ier -to modo se identifican con nuestras pr imeras sensaciones, con los mas dulces placeres de la juventud; placeres que se r e -cuerdan s iempre con tanto gozo como los objetos que los han proporcionado: cuando estas flores se nos presentan las h a -lagamos con el pensamiento como nuestras pr imeras a m i -gas , y nuestro corazn nos dice no nos son indiferentes. E n u n a edad mas avanzada procuramos ecsaminarlas , y su cul-tivo nos ofrece nuevos placeres . Algunos vasos con flores son suficientes p a r a distraernos agradablemente , cuando nuestras ocupaciones nos obligan una vida sedentaria . Podemos contemplar sin inters las j v e n e s , que, r e u n i -das en una sala de labor, se ejercitan en mezclar en sus o bras de costura , en hacer revivir sobre el pape l los e -legantes contornos y los bri l lantes colores de esas flores que tan fcilmente mueren se marchitan? Con cunto gusto esta amable juventud aMIijigyilos encantos de sus tareas , si pudiese , el estudio de las n f l s ^ o r e < - r u v a s be-

  • IIF

    l as formas procura trazar : estudio que gusta , cuando se sabe presentar con todos los atract ivos que l e acompaan. U n a sola planta, bien analizada, y descrita en todas sus p a r -tes, podr dar una idea de esta ciencia.

    Pasando ecsaminar una segunda p l a n t a , no ser y a entonces bastante el conocerla, sino el comparar la con la p r i -mera , observar lo que tienen de comn y los l mites que las separan. E n breve suceder el deseo de estudiar otras nue-vas con igual deleite. Es te deseo de investigar, est imulado de la curiosidad, conducir por un camino sembrado d e goces al conocimiento de los elementos de una ciencia que poco poco se adquiere sin cansar la imajinacion.

    L a botnica , aunque jeneralmente cult ivada en el d ia , lo estaria todavia mas, si fuese mas conocida, sobre todo del be l l o sec so , tan props i to p a r a este es tudio; pero que se espanta menudo por lo spero de la nomenclatura, y por la mult i tud de trminos que abraza . Cuan preciosa es la adquisicin de conocimientos que nos ofrece p a r a t o -das las pocas de nuestra v i d a ! Fc i l e s p l a c e r e s , inde -pendientes del capricho de los hombres y acontecimien-tos de la suerte^

    L a edad madura llega, pero con ella no desaparecen c o -m o s imples juegos pueri les estos recreos de nuestra p r i m e r a juventud , los que toman insensiblemente una marcha m a s conforme con nuestras ideas. E l espectculo de la n a t u r a l e -za, que no se habia considerado sino ais ladamente en alguna de sus producc iones , se presenta entonces con un carcter de grandeza que eleva el a lma , le d nueva v ida , y e s -parce sobre todos los objetos que nos rodean un inters que j a m a s hubiramos previs to . Ha i mas; el estudio de la na-turaleza, es l levado tal punto de ecsaltacion por ciertas imajinaciones vehementes que convertido en noble pasin, l lega ser el solo objeto de sus contemplaciones ; e n -tonces es cuando la ciencia nos abre las puertas de su santuario, ensena general izar nuestras i d e a s , considerar en. el conjunto de los seres de la vejetacion, las relaciones que tienen entre s, y su armona con los otros seres de la creacin; nos da conocer estas fuerzas secretas que les p r o -porcionan el movimiento y la vida, los rganos interiores que* se desarrollan por todas sus nartes , los licores vivificantes que las riegan, y por l t im- ^do cuanto pertenece las g r a a -cfes fnc ionps d

  • IV

    Como ya se ha espresado, la botnica es en algn modo l a ciencia de todas las edades; no es mas que un juego en la infancia, una agradable distraccin en la segunda edad, y una mult i tud de recuerdos deliciosos en el resto de la v i -da . Aadamos que nos obliga comparar los objetos e n -t re s , considerarlos bajo todas sus relaciones, unirlos y juntarlos , y tambin nos invita un mtodo de obser-vac in , q u e , estendindose sobre todos los objetos , d e s -arrol la nuestras facultades intelectuales, mult ipl icando nues-tras ideas .

    H a i en efecto medios mas poderosos p a r a engrandecer nuestro ser que la adquisicin de nuevos conocimientos? H a i goces mas reales , mas independientes? L a s cual idades f -s icas , tan bril lantes cual pudiesen ser, tienen un trmino, se a l teran con la e d a d , y no pende de nosotros aumentar las , ni aun conservarlas; no as con las facultades intelectuales, estas son susceptibles de aumento y desarrollo hasta el fin de nuestra ecsistencia. Diar iamente nuevas ideas se renen con las anteriores, y en el hombre que ha ejercitado sus p e n -samientos , el t i empo que debil i ta las fuerzas fsicas, aumen^ t a las facultades morales .

    Colocados en medio de las obras de la creacin p o -dremos cerrar los ojos sobre tantos prodigios, l imitarnos u n a s imple admiracin cuando todo nos invita su es tu-d io? S i hubiese alguno que no pudisemos alcanzar sino con dificultad, s i empre las plantas quedan nuestra d i spos i -cin; ellas estn nuestros pies , en nuestras manos, y nos a -traen por la var iedad de sus formas, matices de sus colores, dulce emanacin de sus perfumes, y sobre todo por este sen-t imiento de p lacer que escita en nosotros su c o n t e m p l a -cin.

    L a botnica no es solamente un estudio de e specu la -cin y de recreo; nos conduce aun, sobre todo desde que ha .estendido su dominio por todo el globo, descubrimientos preciosos p a r a l a sociedad, pero que no se pueden obtener s ino por largas y penosas investigaciones, y pr inc ipalmente p o r viajes paises hasta entonces poco observados. As es como desde un corto nmero de aos nuestros bosques se han; embel lecido con arbolitos graciosos y variados , como una m u l -t i tud de rboles ecsticos han encontrado sitio en nuestras s e lvas , y como los robles, p i n o i l ^ B ^ s . lamos , y muchos otros nacidos bajo un terreno estrano^*R(lian hoi con los

  • V

    de nuestro clima. El hombre que ha vivido durante la pr i-mera parte del ltimo siglo, apenas podria reconocer hoi los terrenos cubiertos de las bellas flores que le adornan. Con qu brillo verian all resplandecer las hortensas , los je ra-nios, los matorrales y todas esas plantas sustanciosas o-riundas del Cabo de Buena Esperanza. Qu de perfumes, riquezas y preciosos colores dan las artes cuntos veje-tales abundantes en substancia alimenticia se encuentran en nuestras huertas y jardines! Qu de resinas nueva-mente descubiertas se emplean con buen csito en medi-cina, para adorno de nuestros edificios? Cuntas plan-tas han aumentado nuestros recursos de todo jnero. Pues todos estos beneficios los debemos viajeros activos intr-pidos cuyos trabajos y servicios han sido muchas veces poco apreciados.

    El estudio de las plantas, que no es mas que un re-creo para la jente vulgar, es de absoluta necesidad al m-dico, que las emplea en el tratamiento de las enfermeda-des; al farmacutico que se encarga de sus preparaciones: al herbolario que las recoje; al agricultor que necesita de su estudio para elejir, segn la naturaleza de cada plan-ta, la especie de tierra mas propia para su cultivo ; al t in-torero que encontrar muchas veces en la analojia de las especies el medio de aumentar los recursos de su arte; tambin al perfumista, al destilador, y cuantos se dedi-can profesiones fundadas en el uso de las plantas. En verdad, el conocimiento jeneral de ellas no es necesario estas diferentes clases; suficiente es conozca bien cada una los principios de la ciencia para no confundir una planta con otra, y que solo se emplee en el conocimiento de las especies relativas la parte que cultiva; pero ser tan agra-dable cuanto fcil conocer al menos las plantas del pais que uno habita. Este trabajo que se podria creer difcil, no o-frece otras dificultades que el dirijir tal objeto sus paseos, que tendrn desde luego un inters particular, y nos ense-narn conocer que el hombre jamas est solo en la natu-raleza cuando sabe estudiar sus producciones.

    Antes de entrar en las descripciones que pertenecen las plantas individualmente, he credo deber fijar la atencin sobre este vasto cuadro que, presenta en la superficie del globo el conjunto de V P - \ .s, considerar estas grandes fa-milias distribuir 1 a i los diferentes lugares de la tierra re-

  • VI

    c

    lat ivamente al c l ima, t emperatura , elevacin de la t ierra, l a naturaleza del sue lo , buscar en seguida como se establece insensiblemente la vejetacion en t ierras hasta entonces est-r i l e s de nueva formacin; en seguida reconociendo en las p lantas el gran nmero de relaciones que tienen con los otros seres de la naturaleza, procurar acertar el lugar que o -cupan los vejetales entre los seres de la creacin y espl icar de J a manera mas evidente las funciones que ejecutan : ta l es el modo con que contribuyen la armona de este universo en que todo es tan admirable .

    E s t e espectculo jeneral q u e la naturaleza nos p inta en J a majestuosidad de sus obras forma la verdadera c i e n -cia ; cuando se unen descripciones sin las cuales ofrecera poco inters, entonces J a v ida la vemos propagarse con r a -pidez sobre todas Jas partes del globo, presentarse desde l u e -go en los vejetales , perfeccionarse en los a n i m a l e s , y rec i -b ir en el hombre toda su plenitud. Es tas consideraciones nos ensearn no despreciar ninguna de las producciones natura les por pequeas que sean, y encontraremos con a d -miracin que los seres que parecen menos dignos de n u e s -t r a atencin, son ta l vez los que l a merecen m a s segn el orden de l a vejetacion.

    Descendiendo estas consideraciones veremos cuan inte-resante es conocer con part icular idad la constitucin de estos seres que ocupan en el orden de las cosas un lugar tan d i s -t inguido ; por tanto nos ocuparemos en estudiar sus r g a -nos, sus funciones, y todos los fenmenos que pertenecen l a vida vejetativa.

    Conocido todo lo que conviene las p lantas ind iv idua l -mente, es necesario estudiar los medios establecidos p a r a f a -ci l i tar al entendimiento el modo de separar todas las partes d e las plantas , de estudiarlas a is ladamente , de dist inguirlas y d e conocer el lugar que cada una de ellas ocupa en la l a r g a serie de las especies. E l estudio de estos mtodos debe o -cuparnos por largo t iempo, sin que sean considerados como ciencia sino mas bien como reglas que dirijen y aucsil ian al entendimiento humano, dbil por s solo p a r a abrazar el c o n -junto de seres en sus descripciones.

  • Cou0tkrarioncs jenemks. CAPITULO PRIMERO.

    Cuadro de la vejetacion en la superficie del globo.

    sj^h Supremo Hacedor no se content solo con presentarnos el mundo con todo el lujo de l i -na brillante vejetacion, sino que la vari en cada lugar, diversifi-cando sus formas ya en la dis-posicin de su conjunto y tama-o, ya en la armona irregu-laridad de todas sus partes. E -legancia en su porte, riqueza en sus colores, delicadeza en sus perfumes, tales son los atracti-vos conque se presentan los o-jos del hombre estas numerosas y variadas tlores , fruto precioso de la primavera. Qu po-der , pues , cubre de vejeta-les la estril roca y pue-blos desiertos, estendiendo su do-minio basta el fondo de los jrios, y al medio del ocano? Qu deli-cado pincel traz nunca en sus obras estas bellas decoraciones que enriquecen la mansin del hombre! No es posible, no, des-

    conocer en esta obra sublime la omnipotencia del Hacedor de to-das las cosas, y la prodigalidad conque por todas partes espar-ce millares de flores, que absor-ven la atencin del hombre, y le humillan hasta confesar su in-suficiencia.

    Todos los hombres pueden go-zar de este espectculo; pero so-lo al instruido por la observa-cin le es permitido distinguir y comprenderla singularidad de su orden : en medio de esta a-parente confusin conoce no se nan arrojado por casualidad las plantas en la superficie del glo-bo; que cada una ocupa un lugar fuera del cual varia su modo de ser; que el encanto de las flores-tas, la variedad de los paisajes desapareceran como careciesen de los adornos que les son pro-pios ; que las plantas de las ri-veras no prevaleceran en lai

  • montaas, mientras que las que en estas se cultivan, si descen-diesen de la cima elevada un terreno llano, dejaran de pro-ducir su efecto: aqu perderan Sus gracias naturales, la suavidad de sus perfumes la vivacidad de sus colores. Por brillantes que veamos las flores en nues-tras casas no nos inspiran tanto inters como cuando las obser-vamos en el lugar propio para su cultivo. El orden simtri-co , y el adorno que los da-mos podrn hacerlas mas es-timables que aquellas que sin guardar esta armona se presen-tan en medio de los campos, es-parcidas en los bosques y en las praderas.

    En verdad, la vegetacin no presenta la misma brillantez en todas partes; segn los sitios que debe adornar toma caracteres que ligan bien con el aspec-to de los lugares. Es placen-tera y risuea la orilla de los arroyos, elegante y graciosa en los valles, rica y majestuosa en los llanos; mas no es la misma cuando se presenta en la abra-sadora roca, cuando lucha en los Alpes con la nieve y las es-carchas. Con esta admirable re-particin de vejetales en la su-perficie del globo ningn lugar carece de ellos; cada uno, sin es-ceptuar la tierra del desierto, es-t cubierto de cuanto le es pro-pio; veinte , treinta y aun mas leguas de terreno de un mismo contorno, y espuestos las mis-masinluencias, producen casi los mismos vejetales ; pero si estos terrenes estn interrumpidos por selvas montes, rodeadode va-lles , llenos de rocas, mon-taas regadas de arroyos, si el

    suelo es hmedo seco, horna-guero gredoso, entonces la masa de las plantas varia ca-da cambio de situacin y de tem-peratura.

    Si los distintos puntos de un mismo pais nos ofrecen plantas rnui variadas, esta diversidad de carcter la hallaremos aun mas marcada separndonos del me-dio dia al norte, del levante al poniente, y sobre todo alejndo-nos de un continente hacia otro, bien sea para recorrer el abra-sador clima de frica, los dila-tados desiertos del Asia , las numerosas islas de Amrica. En estos sities la vejetacion es tan abundante, tan variada en su for-ma , y tan distinta de la que nosotros conocemos que apenas creeramos nuestros viajeros sino estuviese justificada la esae-ttud de sus relaciones con la observacin de los mismos ob-jetos de que nos hablan. Para formar una idea de la riqueza y bella disposicin que la natu-raleza ofrece en las plantas es necesario verlas en su pais v lu-gar natal. Prestemos atencin M. Humbolt, uno de los mas clebres viajeros, en sus cuadros sobre la naturaleza.

    "Bajo la influencia de los ar-dientes rayos del sol, dice este sabio, es donde los vejetales pre-sentan las formas mas majestuo-sas. En vez del fichen y espe-sos musgos que revisten la cor-teza de los rboles en el clima del norte, en los trpicos al con-trario, la olorosa vainilla, el cym-bidium anima al tronco del ana-cardium y de la higuera jigan-tesca; el dbil color verde de Jas hojas del pothos rivaliza con las q oresde las orchideas cuyos ma-

  • tices son tan variados. Las bauhi-nias , las granadillas trepado-ras v las banislerias de llores doradas cubren el tronco de los rboles en los bosques ; de las raices del theobroma nacen de-licadas flores , y tambin de la espesa corteza de la calabacera ercscencia v del gnstavia. En medio de es!a abundancia de flo-res y de frutos, en medio de r*!a vejetacion tan rica, y de e s -ta .confusin de plantas, apenas puede reconocer el naturalista q-ie tallo pertenecen las flores y las hojas. Un solo rbol, a-tlornado de paullinia bignonia y deudrobium, forma un grupo de vejetales, que aislados ocupa-ran un espacio considerable.

    En la zona trrida las plan-tas son mas abundantes en ju -gos , tienen un color verde mas lozano, y sus hojas son mas gran-des y brillantes que en los li-mas del norte. Los vejetales, que forman familias, hacen mo-ntonas las campias de Euro-pa, y no se encuentran en las rc-

    Iiones del ecuador- Arboles do-des, mas elevados que nuestras encinas, se cubren all de gran-des y hermosas flores semejan-tes nuestra lis. En las som-bras orillas del ro de la Mag-dalena,en la Ame'rica meridional, hai una aristoloquia trepadora, faristoloquia cordijlora KunthJ cuyas flores tienen cuatro pies de ircunferencia.

    " L a prodjiosa altura que se elevan bajo los trpicos, no solo las aisladas montaas , sino los pueblos enteros, almismotiempo que la temperatura fria de esta elevacin proporcionan los ha-bitantes de la zona trrida una perspecti va estraordinaria. A

    3 mas; la reunin de palmeras y bananas producen unas formas de vejetales que parecen perte-necer solamente las rejiones del norte. Ciureses, abetos y en-cinas, que tienen mucha seme-janza con los nuestros, cubren las montuosas comarcas del sur de Mjico, y las cimas de las cordi-lleras bajo el ecuador. En estas rejiones la naturaleza permite al hombre ver, sin que se separe de su suelo natal, todas las formas de vejetales esparcidas sobre la superficie de la tierra. Estos y otros muchos goces naturales fal-tan los habitantes del norte donde jamas se vern estas be-llas constelaciones y variedad de vejetales, como las palmeras y bananas, las gramneas y hel-chos arborescentes ; asi como tampoco las mimosas, cuyo folla-ge est cortado con tanta deli-cadeza. Por grande que sea el esmero con que se conserven en nuestros invernculos ciertas plantas nunca presentan la ma-jestuosidad que tienen en la zona trrida.

    Aquel que de una mirada al-cance conocer la naturaleza, y haga abstraccin dess fenme-nos locales observar que desde el polo al ecuador, medida que se aumenta el calor vivificante, la fuerza orgnica adquiere gra-dualmente mas poder; y que por medio de este acrecentamiento gradual respectivo cada zona tiene sus bellezas propias y es-clusivas. En los climas del tr-pico la variedad de forma y enor-midad de los vejetales; en los del norte la fcil y abundante repro-duccin de estos al primer soplo del suave aire de primavera, y la encantadora perspectiva

  • 4 superficie de las dems hojas, y dan al coco un color verde mu-cho mas claro que el de la pal-ma. Qu diferencia de pers-pectiva ofrecen las pendientes hojas de la palma de cobija de Orinoco, y las del dtil (coco) las ramas de las del yagua y las de perijao que se elevan al cielo! La naturaleza ha dado las mas bellas formas la palma yagua que tanto abunda en las hme-das rocas de Atures y de Maipu-res. Sus tallos delgados y lisos tienen 160 170 pies de altura, de suerte que, segn la espresion de Bernardin de Saint-Pierre se eleva modo de prtico por en-cima de las selvas. Esta cima aerea rivaliza de nna manera sorprendente con el espeso fo-llaje de los seibas y con las flores-tas de laureles y de melastomas que tanto abundan. En las pal-meras de hojas palmeadas el fron-doso follaje est confundido con hojas desecadas; lo que d los vejetales un carcter sombro.

    En todas las partes del mundo la forma de las palmas es igual la de las bananas. Su tallo es mas bajo y suculento; casi her-bceo y cubierto de hojas de una organizacin delicada; con ner-vios mui finos, y brillantes corno laseda. Losbosquecillosde ba-nanas forman el lujo de los can-tones hmedos, su fruto sirve de alimento los habitantes de los trpicos. Silos vastos y mono-tonos campos cubiertos de ce-reales que la cultura esparce en las comarcas septentrionales de la tierra apenas embellecen el aspecto de la naturaleza , en los trpicos, al contrario, sus habi-tantes multiplican, con las plan-taciones de las bananas, una de

    de las praderas. A mas de las ventajas propias de cada una de las zonas, las plantas que en ellas se cultivan tienen entre s su dis-tintivo particular. Si en cada individuo organizado se recono-ce una fisonoma determinada, tambin puede reconocerse la que conviene los vejctales, se-gn la zona de donde procedan en que se cultiven. Especies semejantes de plantas como los pinos y las encinas cubren las montaas de la Succay la parte mas meridional de Mjico ; mas pesar de esta correspondencia de formas, el conjunto de sus grupos presenta un carcter en-teramente distinto.

    El tamao de los rganos ve j-tales y su desarrollo dependen del clima cuya influencia reci-ben. No siendo posible pintar con esactitud las plantas de la Amrica, describiremos los ca-racteres por que mas se distin-guen. Las palmeras entre todos los vejetales presentan la forma mas elevada y noble; ellas de-ben ios pueblos el aprecio que merecen por su belleza. Sus ta-llos son elevados, angostos, odo-rferos cubiertos de pas y ter-minados por un follaje resplande-ciente , ya de figura de alas, ya modo de abanico: su tronco es liso y tiene una altura de cerca de 180 pies. El tamao y la be-lleza de las palmeras disminuyen m?dida que se apartan del e-cuador para aprocsimarse la zona templada. La direccin de las hojas las hace de un ca-rcter distinto varia su aspecto enteramente. Las bajas peque-as de la palma y del coco, que estn mui unidas, producen her-mosos reflejos de luz hacia la

  • las formas de vejetales mas no-bles y magnficas.

    Las hojas finas y aladas de las mimosas, acacias, tamarindos &C. tienen una forma particular que afectan los vejetales en los trpicos; la misma se encuentra tambin en los Estados Unidos de la America, donde la vejeta-cion es mas variada y vigorosa que en Europa, aunque no tiene una misma latitud. El color ce-leste oscuro del cielo, en la zona trrida, que penetra al travs del delicado follaje alado produ-ce un efecto sumamente pin-toresco.

    "Los cactos se ven esclusiva-mente en Amrica. Su forma es esfrica, ya articulada, ya ele-vada como tubos de rganos modo de largas colunas acanala-das. Este conjunto forma por su csterior el contraste mas a-gradable con las liliceas y ba-nanas, y hace parte de las plantas que Bernandin de Saint Pierre llama con oportunidad fuentes vejetales del desierto. En los terrenos ridos de la Amrica del sur los animales atormenta-dos de sed buscan el melocactusj vejetal esfrico medio oculto en la arena, cubierto de grandes pas, y cuyo interior abunda en jugos refrijerantes. Los tallos del cactus en coluna llegan te-ner hasta 30 pies de altura , y forman especies de candeleros; su fisonomia tiene una forma que rivaliza con la de algunos eufor-bias de frica.

    Eutre los cactus esparcidos por el desierto, entre las orchi-deas que asoman por las hende-duras de las altas rocas, y veje-van sobre los troncos ennegreci-dos por el calor, sobresale en b

    s zona trrida, por la vivacidad de su color, la vainilla, cuyas hojas son de un verde claro, mi sucu-lentas, y sus flores amarillas j dotadas de una organizacin sin-gular. Estas flores parecen se-mejantes un insecto alado al picalor pajarito que atrae el perfume de los nectarios. L a vida entera de un pintor no bas-taria para imitar estas hermosas orchideas, mui abundantes en los profundos valles que baan las aguas del Per.

    Las casuarinas, que no se en-cuentran sino en las Indias I s -las del gran Occeano, carecen de hojas como el mayor nmero de los cactos; estos son rboles cu-vas ramas estn articuladas como la de la planta corondal con el nombre de cola de caballo. E n otras partes se encuentran espe-cies de este jnero mas raras que agradables. Los pinos, los thu-yas , los cipreces pertenecen una forma septentrional, que es poco conocida en la zona trri-da. Tienen un verde fresco y permanente , alegra los tristes paisajes del invierno , y anuncia al mismo tiempo los pueblos cercanos de los polos que, aun cuando la nieve y las escarchas cubren la tierra, Ja vida interior de las plantas, semejante al fue-go de Prometeo, no se apaga en nuestro planeta.

    Los musgos y liqenes, en nuestros climas septentrionales, y las aroideas bajo los trpicos son tambin parsitas como las orchideas, y viven en los tron-cos de los rboles viejos; sus ta-llos son carnosos y herbceos, hojas sajitadas, dijitadas oblon-gas; pero con venas mui gruesas; las flores estn enerradas en e9-

  • 6 las dos Indias paseos sombros. El tallo liso, encorbado y flo-tante de las gramneas en los trpicos supera en altura nues-tras encinas.

    La forma de los helchos no es menos noble que la de las gramineas en los climas clidos. Los heleohos adolescentes, con treinta y cinco pes de altura, se asemejan las palmeras ; pero su tronco es mas alto y mas des-igual: su follaje es mas delica-do , de una organizacin loja, trasparente, algo dentado en sus bordes: estos helchos jigantes-cos son casi eselusivamente in-di je nos de la zona trrida; pero prefieren al escesivo calor un cli-ma mas templado. Siendo una consecuencia de la elevacin del suelo la temperatura dbil, pue-de considerarse como el lugar mas propio de los helchos las montaas elevadas de dos tres mil pies por encima del nivel del mar. Los helchos son de tallos altos en la Amrica Meri-dional ; este rbol benfico cu-ra la fiebre con la preparacin de su corteza ; el aspecto de es-te veje tal demuestra la hermo-sa rejion donde continuamente se disfruta de los encantos de la primavera.,^

    Despus do 'haber observa-do con M. de Humboldt la rica vejetacion de las mas bellas co-marcas de la Amrica, si nos di-rijimos las orillas salvajes y desiertas de la Nueva Holanda con MM. de la Billardiere, Brown, y Peyron, encontraremos segn en lo poco que se conoce de este vasto continente, vejetales mui diferentes aun en el mismo gra-do de latitud. Las que se han grecojido all se parecen las del.

    patas. Estos vejetales pertene-cen mas bien al nuevo continen-te que al antiguo. El caladium y el pothos no habitan sino en la zona trrida.

    A esta forma que presentan las aroideas se junta la de los bejucosde organizacin fuerte en los contornos de la Ame'rica Me-ridional; tales son las paullinias, las b ans teras, las bignonias, ote. Nuestro lpulo sarmentoso , v nuestras vias dan una idea de las elegantes formas de este gru-po. En las orillas del Orino-co las ramas sin hojas de las bauhinias, tienen cerca de cua-renta pies de largo, algunas ve-ees caen perpendicularmente de la cima de los acayoibas, otras es-tendidas diagonalmente de un la-do otro como los cordeles de un navio: la forma spera de los aloes azulados est en armona con la delicada forma de los be-jucos sarmentosos, que son de un verde fresco y brillante: sus ta-llos cuando ecsisten tienen pocas divisiones, son nudosos , enros-cados sobre s mismos como las cepas, y coronados por su parte superior de hojas suculentas, earnosas, terminadas por una larga punta, y dispuestas modo de rayos apretados. Los aloes de tallo alto no forman grupos como los vejetales que prefieren vivir en familias; crecen aislados en los terrenos ridos, y he aqu porque dan las rejiones de los trpicos un carcter particular de melancola. Dureza in-movilidad caracterizan la forma de los aloes; una placentera 1Lje reza y una delicada movilidad las gramneas , y en particular las que sou arborescentes. Los bosques de Bamb forman en

  • nuevo continente ; las que sir-ven de nutricin al hombre son tan raras all, como comunes en Amrica; as estas comarcas pa-recen casi desiertas, y sus habi-tantes apenas estn civilizados: tal es la poderosa influencia de los vejetales, tan tiles para la multiplicacin y perfeccin del jnero humano. Recomendan-do al lector las obras publica-das sobre las plantas de la Nue-va Holanda por MM. Billardie-re y Brown me limitar solo contar aqu lo que M. Peyron dice acerca de la vejetacion en Van-diemen.

    " E l caminante, dice este sabio naturalista, se llena de admira-cin y entusiasmo al ver aquellas inmensas selvas hijas de la natu-raleza y del tiempo, donde amas resonaron los golpes del hacha, donde la vejetacion , cada dia mas rica, cada vez mas fructfe-ra, vive, por decirlo as , sin te-mor, se desarrolla por todas par-tes sin obstculos; su inters cre-ce al contemplar la admirable organizacin, la variedad de los frutos de aquellos vejetales: all, bajo una sombra silenciosa, una frescura sin lmites,una humedad penetrante, vacilan los vetustos troncos agoviados por el peso de sus aos, y, despus de haber da-do robustos vastagos, se des-componen, y se cubren de mus-

    osy liqenes parsitos, llenn-ose de insectos ; obstruyen las

    avenidas de las selvas, se cruzan n sentidos diversos; hacinados unos forman diques naturales de 2 $ 3 0 pies de elevacin; cados otros sobre los torrentes, sobre los profundos valles, sirven como de puente los moradores de a-quellas rejiones."

    7 "Pero en medio de tanta des-

    truccin y desorden, la natura-leza por otra parte parece com-placerse en derramar all ma-nos llenas l mas sublime de la creacin. Por todas partes brotan las hermosas mimosas, los elegantes metrosideros , Jas correas , desconocidas no ha mucho de nosotros , pero que adornan ya nuestros bosques. Desde las playas del Occano hasta la cima de las mas al-tas montaas levanta su cer-viz el robusto eucalyptus, ese rbol jigantesco de los bosques australes, que el que menos tie-ne 160 180 pies de altura, y 25 30 36 de circunferencia. Los banksias de diversas especies, los proteas, los embotrios, \osloptos-permos , se desarrollan en abun-dancia al pie de los montes: en otra parte crece la casuarina notable por su solidez: tan pre-ciosa por el jaspeado de su tallo: el exocarpus estiende aqu y all sus ramas sin orden como las del ciprs: all se ven los xantor-reas cuyo solitario tallo se lanza la altura de 12 15 pies sobre una cepa escamosa y desmedra-da, de donde sale en abundancia una resina olorosa; en otros lu-gares se representan los cycaSj cuyas nueces cubiertas de un e-pidermis escarlata , son tan en-gaosas como deletreas; donde quiera se ven bosquecillos de melaleuca, de thesium, de co-chium, de evodia, interesantes por su aspecto halageo, mas interesante aun por el verdor de su follaje y la singularidad de sus corolas y frutos. A vista de tanto objeto desconocido, el al-ma se estasia, y admira el incon-cebible poder de la naturaleza,

  • 8 necientes los mismos jeberos que ecsisten en Europa, mez-clndolas con otros propios de este clima , y aun de la misma Amrica. Este lugar de la tier-ra es el Cabo de Buena Esperan-za cuyas montuosas rocas estn cubiertas de plantas carnosas, de alves, de mesembryanthemo, sto-pelia, crosuta, setragonias kc. Sus bosques en nada desmerecen de los de Europa Amrica: en ellos brillan las argentadas hojas de las proteas. En los llanos pululan infinitas especiesde bre-zos, las borbonias, las blcerias, y las peneas &. Los zarzales, los sotos estn Henos de arbustos poco conocidos, bellas phylicas, paserina, myrsiue, tarchonantes, authospermun, royena, halleria 6
  • inmenso jardn creado por la in-dustria humana. El rbol mon-taraz descendi los llanos, y la plauta ecstica mas til y agradable remplaz la planta nociva sin utilidad para el hombre. Lejos de la sociedad, en tierras estraas, vrjenes aun, es donde se puede estudiar la vejetacion, observar sus modifi-caciones sucesivas, y seguirla en su desarrollo y progreso. E c -sisten sin embargo terrenos en Europa, aun no cultivados ente-ramente por el hombre, pero a-casono sean mas que algunos lu-gares pedragosos, y la cima de los Alpes, en los que, elevndose moutes sobre montes, se forman otras tantas gradas, que tienen una vejetacion particular: en c-sos lugares reinan ras tempera-turas de los diversos climas, a-s como muchos de los vejeta-es propios cada uno de es-tos.

    En las faldas de esas monta-as vejetan plantas que nacen en los llanos, y una porcin de las que pertenecen las rejio-nes meridionales de Europa. Multitud de robles ocupan el primer plano , ascienden, per-diendo su vigor y hermosura, por el espacio de ochocientas toesas, en cuyo trmino sedes-cubren las hayas; pero cien toesas mas arriba se advierten mezclados unos y otros rboles, que en la inmediata zona serian maltratados por la impetuosidad de los yientos en razn de su a-bultada copa. No as el pino, el tejo, el abeto, que teniendo poco follaje, elevan libremente hasta las nubes su robusto y ca-si desnudo tronco: la accin de los vientos se debilita dividin-

    9 dose entre sus menudas hojas; y sin embargo no pueden estos rboles crecer mas de mil toe-sas; pero en su defecto , leos de arbustos y de abedules, de flo-restas, de avellanos y de sauces, cuna de rhododendros arros-tran all el fri y la intempe-rie hasta la altura de doscien-tas toesas. A mayor altura se divisan, pero muchos mas peque-os, una infinidad de vistosos ar-bustos como los daphnes, pase-rinas, globularias, sauces rastre-ros y algunos cistos leosos.

    Ya en la rejion del hielo don-de si hai vejetales leosos, son pigmeos abedules, alguno que otro sauce sin medrar, se v sa-lir todos los estos por limitados parajes un csped, ameno, fron-doso, cargado de lorecillas gra-ciosas, modo de ramillete y con raices vivaces;tambiencrecen all sasifragas, vistosas prmulas, jen-cianas, rannculas y otra multi-tud de plantas de esta especie. En la cima de estas montaas, rida como los polos mismos, solo se encuentran algunos li-qenes.

    En estos montes, pues, se es-perimentan todos los grados de temperatura que hai desde los trpicos hasta los polos; en e-llos se observan algunas de las plantas que crecen entre los 45 y 70 grados de latitud, esto es, en una estension de casi 800 le-guas: fenmeno que acontece a-s en el antiguo como en el nuevo continente (salvo algunas modificaciones relativas al terre-no) como atestigua M. de Hum-boldt; el cual, viajando por las rejiones equinociales y los mas elevados montes.de nuestro glo-bo., ha visto que la vejetacion

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  • 10 cia ; despus de Suecia, y por ltimo ya en la cima crecen las de la Laponia. Asi vara la na-turaleza en cada clima las for-mas de los vejetales. Las re -jiones equinociales cualquiera otra parte donde la temperatu-ra sea siempre hmeda y cli-da, en que el sol vivifique con-tinuamente la tierra, y los rios, y los lagos la baen , se con-vierte esta en un foco de ema-naciones nutritivas, la vejetacion es vigorosa y corpulenta. Las alternativas de las estaciones im-primen tambin en estas comar-cas una forma particular los vejetales; es igual en las playas, donde la temperatura es casi siempre la misma , diversa en las altas montaas, donde soplan con frecuencia vientos secos y frios; vara algo en las aguas dulces, en las saladas, porque en ese medio no se hallan las plantas tan espuestas las in-temperies atmosfricas. Igual-mente modifican la figura de los vejetales, una luz tuerte y duradera, unas noches largas y frias. La naturaleza ademas ha sealado algunos de estos un sitio tan fijo, tan inmutable, que jamas descendern de sus elevados puestos los sauces pa-ra hacer vida comn con las mimbreras de nuestros riachue-los, ni las prmulas que adornan la cabellera de los Alpes para confundirse con las de nuestros prados.

    Estas consideraciones sujirie-ron la idea de hacer una jeogra-fia botnica, en la cual se distri-buyesen las plantas por familias; demarcando sus alturas respec-tivas, sus climas y lmites: mu-chos naturalistas han hecho estas

    hasta la altura de 500 toesas se corresponda esactamente en cuanto al orden gradual de las especies, las cuales, sin ser i-dnticas las europeas, se ase-mejan algo en el aspecto , ta-mao , v consistencia. As la zona ardiente comprendida en-tre el nivel del mar y el dicho trmino de 500 toesas, gozan-do de una temperatura niui di-vei'sa de las de Europa, est ha-bitada, como hemos visto , por

    almeras, pltanos, amonios, he-echos, y otros vejetales propios de este clima: desde ai, sobre los montes de la zona trrida, comienza un clima semejante al que reina en las faldas de los Alpes, partiendo del nivel del mar; y desde ai principia asi-mismo la zona de las plantas eu-ropeas.

    Tal aparece nuestra vista el espectculo admirable, rico y sublime de la vejetaciou , que varia la naturaleza donde quie-ra con solo someterla a! influ-jo de las temperaturas, y no de ios climas , porque es mu co-mn observar unas mismas es-pecies vejetales en diferentes la-titudes, como acontece, por e-jemplo , en la montaa de los paises meridionales de Europa, donde se encuentran plantas de Suecia, Noruega, y aun de La-ponia y Spitzberg, debido esto sin duda ciertas circunstan-cias locales que desenvuelven los mismos grados de calor, irlo, humedad y sequedad que en es-tos paises; como sucede tam-bin en el Asia menor, donde, segn refiere Tournefort, al pie del monte Ararat se ven plan-tas de Amrica, mas arriba de Italia y del medio-dia de Fran-

  • especies de observaciones, pero ninguno con la perfeccin de M. Humboldt , quien nos dice, en sus interesantes memorias sobre este punto, que en los llanos de la zona trrida desaparecen casi del todo las plantas cruciferas y umbelferas, y en su defecto se ven palmeras , pltanos , gram-neas y orchideas parsitas; que en las zonas templadas crecen con abundancia las malvaceas, las labiadas, compuestas, los ca-lophilos, poco comunes en el e-cuador: que los consfercs y un sin nmero de otros rboles pertenecen las repones borea-les: en fin bai otras familias que

    111 se observan en todas las partes del globo como las gramneas, pero variables en su forma se-gn la temperatura. Unos r i-valizan en tamao con las pal-meras , como los bambes, &c. otras forman un csped fron-doso. Recomendamos al lector las eruditas disertaciones de Lin-neo. Statones et colonice plan-tarum, Teutamien historia; geo-graphiae vegetabilium de profe-sor Strohmayer, y sobre todo las Memorias de MM. de Hun-boldt y R.amond, si quiere sa-ber mas pormenores acerca de este asunto.

    CAPITULO SEGUNDO. Del orijen de la vejetacion.

    ^ I^ CBAMOS de ver que la ve-jetacion cubre de verdor y de flores todas las partes de nues-tro globo , la hemos visto pro-pagarse tambin desde la pro-fundidad de los valles hasta los lugares mas elevados; resistir en los llanos los abrasadores ra-yos del sol, luchar en las mon-taas con las escarchas, salir en el esto por entre carmbanos de nieve y detenerse en la zona helada , mas como puede esta vejetacion cubrir las desnudas rocas, fijar la movilidad de la tierra, colocarse en las escavacio-

    n e s pedragosas, convertir lagos

    inmensos en pantanos, estos en bosques tierra de labor? Tal era y es aun la superficie del globo en todos los lugares pri-vados de vejetacion, ya en las islas recientemente separadas del seno de las aguas , ya en los suelos revueltos por acci-dentes particulares despoja-dos por otras circunstancias de su antiguo verdor: as la ve-mos, si levantamos la capa mas menos espesa que la reviste. Esta tierra es pues de nueva formacin as como los vejeta-es que nutre; ella no se ha for-mado simultneamente coa el

  • 12 lugar que oenpaban en el siste-ma jeneral de la vejetacion, ha tomado un carcter de grande-za que ha hecho fijar la aten-cin del hombre. Necesitara tiex'ravejetal para vivir; por ;u descomposicin produce una pe-quea cantidad suficiente para recibir plantas de un orden mas elevado y los que medida que la tierra vejetal aumenta, suce-den vejetales mucho mas vigo-rosos.

    Para comprender lo que nos queda que decir sobre este ob-jeto es necesario detenernos un instante en estas plantas que he dicho ser la base de la vejeta-cion. Aunque mu comn en todas partes, apenas son apre-ciadas del vulgo; cubren los muros , las rocas, los terrenos hmedos, el tronco de los r-boles , se adhieren cualquiera sustancia por poco que les sea favorable. Los rayos del sol, los vientos secos y frios, les son tan contrarios, como propicias la sombra y la humedad. E s -tas plantas tienen los nombres de conservas, byssuslichens, si-guen estos los musgos, hep-ticas hicopodiaceas, hongos &c. forman en el orden jeneral de la vejetacion, una grande im-portante familia que Linneo la ha llamado criptogamas voz grie-ga que significa ser casi desco-nocido el modo de fecundacin que debe reproducirlas.

    Los bysusson plantas que no se presentan sino bajo la forma de un tejido arenoso, cubierto de vello de distintos colores. Se adhieren particularmente las sustancias hmedas, se de-secan por la influencia de los rayos de un sol abrasador, y

    peasco que la sostiene, ni con la capa de arena que la cu-bre.

    Esta importante observacin es desconocida del comn de los hombres ; acostumbrados ver cada primavera reaparecer las mismas flores y engalanarse las mismas praderas, apenas han re-fiecsionado sobre el orjen de esta hermosa y abundante ve-jetacion , refiriVidola tal vez la "poca de la creacin jeneral de los seres, pero que nos pa-rece se pierde en la misteriosa oscuridad de la formacin del mundo; y as pues, nos dispensa-mos de indagar los medios de que se vali la naturaleza para haber llegado esparcir por es-tas tierras preciosos frutos de riquezas y de vida, y que sin embargo no son sino el resulta-do de jeneraciones sobre jene-raciones. Aqu se presenta una objecin que parece destruir en parte lo que acabamos de pro-poner. S i se dice que la tierra vejetal es necesaria la ecsis-tencia de las plantas, sin duda deberia haber sido criada antes que estas y solo recibir de ellas lo que ya la tierra le habia pres-tado.

    Tal ha sido el error que du-rante una larga serie de siglos nos ha hecho desconocer una de las principales operaciones de la naturaleza, y que no se nos ha ocultado, sino por la poca aten-cin que hemos dado un orden de plantas que .cremos des-preciables causa de su poco es-plendor , pequenez y simplici-dad de su composicin. Lue -go que el ojo perspicaz del jenio conoci sus relaciones, y las fun-ciones que tenia que llenar y

  • DO dejan mas restos de su ecsis-tencia que manchas informes y negruzcas. Las conservas per-tenecen las aguas estancadas, y los terrenos anegados, estn compuestas de filamentos capi-lares, oblongos, simples articu-lados. Los lichenes no son mu-chas veces sino puntos salientes y negruzcos esparcidos sobre un fondo verdoso ceniza; en otras partes, como lneas simples ra-mosas que parecen trazar ca-racteres alfabticos, una espe-cie de carta jeogrfica situada en una membrana lisa, mu del-gada aplicada la corteza de los rboles; otras especies se ad-ineren las rocas, formando placas de distintos colores, esca-mas leprosas, granujientas, fa-rinceas bien mas desarrolla-das se abren modo de rosetas de aspecto foliceo , recortadas divididas en lbulos: se ven o-tras salir de una corteza esca-mosa, con tallos simples ra-mificarse eu pequeos arbustos elegantes; otras ensacharse por el pice de sus ramas en pe -queos vasos simples prolfe-ros, guarnecidos en su fondo de tubrculos fungosos, de color os-curo , negruzco, de un her-moso rojo escarlata ; otras bajo formas mui distintas caen de las ramas de los rboles en filamen-tos largos, entrelazados, seme-jantes las crines dlos caballos o cabellos enmaraados, unos verde oscuro, otros de un color amarillo dorado, naranjado cetrino. No me estender mas sobre esta clase de plantas pues tendremos ocasin de estudiarlas mas particularmente cuando tra-temos de las familias naturales. Aqu vamos seguirlas en las

    13 grandes funciones que la na-turaleza las ha confiado para el establecimiento de la vejeta-cion.

    Cuando se observa la dureza, aridez, y desnudez de las ro-cas, apenas puede concebirse co-mo las florestas puedan en al-gn da coronar su pice. Sin embargo; este grande trabajo se verifica diariamente nues-tra vista , y en nuestras mis-mas habitaciones. Admiremos estos muros cubiertos de man-chas verdosas que se acrecentan con la humedad-, y que la influen-cia de la luz y del calor las con-vierten en manchas negras y permanentes; estos son otros tan-tos bysus que llevan all la vejetacion, as como sobre las estatuas y mrmoles mejores la-brados, imprimiendo el sello de la antigedad en nuestros viejos castillos y sobre nuestros edifi-cios gticos : en otras partes, particularmente en las piedras escabrosas, se presentan mo-do de anchas placas estos liche-nes parecidos las costras dar-trosas qua corroen la piel de los animales, ellos escavan la super-ficie de las rocas, depositando en los vacos que forman, la por-cin de tierra que produce su destruccin. Aunque en pe-quea cantidad es suficiente pa-ra dar lugar al desarrollo de li-chenes de un orden mas eleva-do. Sus despojos unidos los de los primeros, forman una pe-quea capa de tierra, suficien-te para la ecsistencia de mus-gos de orden inferior los que se suceden tambin especies mas perpetuas. (1)

    (1) Los que no se han dedicado al

  • n Una Capa de csped cubre la

    altura de los muros, y la super-ficie de las rocas; aumenta de ao en ao por los despojos de los vejetales que alimenta; sus partculas pulverulentas estn contenidas en los tallos y raices apretados y llenos de musgos; la humedad se conserva all mas largo tiempo, la tierra adquie-re mas espesor, y entonces gra-mneas y otras plantas herb-ceas de tallos bajos, se establecen all; tales como la yerba puntera, sasfragas, diente de len,algunos jeranios &c. El suelo adquiere mas fuerza medida que las je-neracioncs se suceden: con el tiempo se transforma en ana pradera, morada de infinitos a-nimales. Las plantas de tallo leoso anuncian que este nuevo terreno est prcsmo cubrir-se de grandes rboles cuya mul-tiplicacin permite establecer inmensas florestas en un suelo que se haba credo condenado para siempre la esterilidad.

    Tal es el desarrollo de Ja ve-jetacion en estas rocas ridas, que comenz por simples bysus algunos licbeues, se propag

    estadio de la naturaleza se a d m i r a -rn tal vez al saber que todas estas manchas negras verdosas que d e s -figuran las estatuas y muros espues-tos la humedad son verdaderas plan-tas. E s t a s placas estn formadas por byssus que L . ha llamado byssus a n -tjfjiiitatis; las piedras que constante-mente estn a la sombra y en sitios hmedos se cubren de otro byssu de un verde mas hermoso: este es el b y -su velutina. Los liquenes que se encuentran con

    mas frecuencia sobre los muros y las piedras son el calcarius, centrifu-gus & c .

    Los musgos que se encuentran en los antiguos muros son el minie un, cespitilium &c.

    por tapices de musgos, y des*' pues se estendi hasta producir plantas herbceas. Sus despo-jos reunidos han dado lugar la formacin de esta tierra aho-ra bastante espesa para que los rboles mas vigorosos puedan implatar all sus races. S i -guiendo de este modo los pro-gresos de la vejetacion hemos llegado convencernos que la tierra vejetal no es sino el re-sultado de la descomposicin a-nual de los vejetales, que no ecsistra no ser por las plantas que la naturaleza sola y no la industria humana ha podido co-locar en estas rocas, en estos an-tiguos muros, donde la hemos observado y cuya formacin se ha ejecutado nuestra vista.

    No abandonemos aun estas flo-restas cuya ecsistencia hemos seguido desde la humilde gra-mnea y el mnsgo rastrero has-ta la produccin de los mas grandes vejetales. -Qu abundan-cia de abonos, y tierras produ-cen anualmente la cada de las hojas y los despojos de la veje-tacion! De este inmenso dep-sito se sirve la naturaleza, como de sustancias necesarias para fer-tilizar los llanos y los valles; el agua les sirve de vehculo para poder transportar estos ma-teriales ya precipitndose de los torrentes, descendiendo mo-do de cascadas desde la cima de los montes hasta los valles mas profundos ; estas aguas ar-rancan y llevan consigo los des-pojos de la vejetacion, cubren con ellos los llanos muchas v e -ces estriles , gredosos , are-niscos pedragosos, y su ferti-lidad no ser por este medio hubiera costado la naturale-

  • la siglos enteros de trabajo. Pero las plantas que deposi-

    tan sobre las rocas los funda-mentos de la vejetacion, estando privadas de raices no podran ecsistir en las arenas ridas y movedizas, no ser que un nue-vo orden de vejetales diese con-sistencia al suelo; as en vez da bysus, y liqenes que necesi-tan una base firme y slida se encuentran en primer lugar mu-chas especies de gramneas, cy-peraceas, cuyas raices endebles y flecsibles se entrelazan mutua-mente, se ocultan en la arena, mezclan sus despojos y dispo-nen el suelo recibir vejetales conforme la temperatura de las localidades, con tal que las hu-medezcan frecuentemente las lluvias.

    No ecsisten en todas partea circunstancias que hagan some-ter la tierra al influjo de la ve-jetacion ; hai vastas comarcas donde parece est condenada no ofrecer sus habitantes sino una superficie rida y abrasado-ra: tales son esos inmensos lla-nos de frica, comarcas de si-lencio y de muerte , que atra-viesa el hombre lleno de espan-to , v que sin embargo la na-turaleza por circunstancias lo-cales teme volver un estado de vida como lo ha hecho en otros muchos lugares. El me-dio mas eficaz y quiz el mas seguro es la presencia del agua. Sabemos pues que muchos y grandes rios la conducen los plantos como el Nilo en Ejp-to, y el Niger en una parte de Zahara. Las arriadas al pa-so que las lluvias aumentan su fuerza ocasionando cada ao a-venidas considerable^. Estas a-

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    guas superabundantes depositan en los terrenos que inundan un principio que, unido la arena, produce una gran fer-tilidad : en otra parte forman mares, lagos, y estanques, que fertilizan estas ridas comarcas.

    Otro nuevo orden de plan-tas se observa en las orillas y cercanas de los lagos. Fcil es comprender que en estas no pue-den prevalecer las que la veje-tacion ha colocado en terrenos? areniscos pedragosos. Tan lue-go como las aguas cubren un ter-reno*, se presenta la vejetacion mas menos abundante, s e -gn las circunstancias. Si e s -tas aguas son corrientes como las de los rios, ajiladas como las de los grandes lagos, enton-ces la vejetacion no se presen-ta mas que en las orillas; mas si estas aguas son pacficas y po-co profundas, entonces crece con abundancia y rapidez ; s& apodera primero de las super-ficies de las aguas , y ocupan por su simple organizacin i -gual orden que las que na-cen en las rocas: estn compues-tas de filamentos sumamente fi-nos , entrelazados, carecen de raices y de fructificacin apa-rente; preceden al nacimiento de los vejetales mas perfectos y preparan el terreno que de-ben recibirlos: fenmenos que podemos observar aun sin salir de nuestra habitacin. Ecsa-minemos los pantanos, y los estanques fuentes abandonadas y veremos unos y otras cubier-tos de una costra espuma verdo-sa que muchos por largo tiempo han tenido por impurezas ar-rojadas la superficie del agua; mas si las observamos con aten-

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  • clon , fcil ser conocer perte-necen individuos del reino ve-

    'etal, yse conocencon los nom->res de conservas y de bysus. Lentejas de aguas, (lennea) ca-litriches se juntan con ellas a-parecen despus; estas tienen raices y su entrelazamiento for-ma una especie de csped flo-tante, cuyos despojos se preci-pitan al fondo de las aguas para formar el terreno destinado recibir plantas de un rango su-perior; bien pronto el potamo-jeton, el myriofilo tapizan el in-terior de las fuentes y lagos, formando por su estension verda-deras praderas cubiertas cons-tantemente por las aguas, y re-servadas para alimentar y dar vida muchos animales acu-ticos.

    A medida que el fondo v ele-vndose adquiriendo mas consis-tencia, nuevas especies de plan-tas mas vigorosas se presentan por cima de las aguas ; enton-ces desarrollan sus preciosas co-rolas, cuya hermosura compite con la de las flores de nuestros jardines. La superficie del agua se convierte en un planto en-galanado por espesas renucu i l -las flotantes, nyades, hydro-charis, valisnerias, que sobre-salen por sus anchos clices ar-jentnos de oro d azul, nen-far engalanada con hojas an-chas y lustrosas, mientras que las flechas da agua, las caas floridas, las meoyanthes, la hot-toaia &c. forman sobre los bor-des un encadenamiento que pro-duce un efecto elegante y va-riado ; se juntan tambin con las hermosas vernicas , enan-thes phyllandres que sostienen las bidente, eupatorias occ.

    De este modo las aguas tanto como las partes desnudas y pe-trosas dpi globo se pueblan de vejetales, las superficies lqui-das sobre las que han flotado lanchas se convierten en lagu-nas pantanos. Estas aguas conducen la fertilidad aque-llos sitios en que la corrien-te les permite estenderse , au-mentando de superficie y dismi-nuyendo de profundidad. A medida que ellas bajan vemos all crecer plantas con caracte-res de acuticas y terrestres por ejemplo, las grandes gramneas, caa, carex., cirpos, juncos, ty-phas Scc.j pero ninguna planta contribuye al cambio de estos pantanos en praderas , como estos musgos, sobre todo los anuales que se elevan por ca* pasque se sobreponen acrecen-tndose diariamente por esta causa de espesor y estension, si estas aguas que absorven la fuerza de la vejetacion no se recuperase proporcin de sus prdidas; este suelo pantanoso se desecar poco poco y se cubrir con el tiempo de pra-deras frtiles, rboles de todas especies y desde entonces podra ofrecer la superficie una dis-posicin para el arado.

    No envuelve conjetura nada de lo que acabamos de esponer sobre los adelantos sucesivos de la vejetacion , cada momen-to hallamos la prueba, ya en el seno de la tierra como en su superficie, sobre todo en los ter-renos que no han sido revuela tos por las revoluciones moder-nas; eu estos puntos encontra-mos bajo la capa de tierra ve-jetal algunos montones esten-didos sobre camas de arenas

  • conjunto de piedras rodaderas, prueba nada equvoca de que este suelo ha sido atravesado en otro tiempo por las aguas de los rios ocupado por la de los lagos. Los vastos pantanos del Soma nos dan un ejemplo entre mil. Muchas veces el sue-lo est cubierto, como lo ha ob-servado M. Girard, por una capa de tierra propia para la veje-tacion, de casi 2 pies en su ma-yor espesor; la altura del ban-co entre Amens y Pecqugny es d e 6 16 pies; aumenta hasta 30 frente la aldea de la E s -trella; separndonos de este pun-to disminuye mas y mas. La parte baja de la ciudad de A-miens, segn resulta de las ob-servaciones de M. Celler, es-t edificada sobre una capa de barro greda algunas veces de 12 pies de espesor; reposa so-bre un banco d e marga soste-nido al mismo tiempo por una torta de arena y guijarros, mez-clados de conchas marinas. E s -te vasto terreno ha sido ocu-pado largo tiempo por inmen-sos lagos; asi lo prueba el des-cubrimiento que se ha hecho de lanchas y armas romanas, con-servadas entre la greda mayor menor profundidad.

    l\o nos est concedido seguir en lo profundo del occeano el desarrollo de la vejetacion; pe-ro si las plantas marinas ec-sijesen , como las terrestres las d e las aguas dulces, estar o-cultas en un suelo terreo fan-goso, apenas podramos com-prender su resistencia la ac-cin destructiva de estas a-guas mujientes, que sin cesar ar-rancan y arrastran con todo lo que les pone obstculo; talan el

    17 fondo de los mares amontonan-do en las playas los despojos de las rocas. Para luchar con obs-tculos an poderosos, era me-nester que las plantas marinas tuviesen un modo de ecsistir particular; la naturaleza les ha dado una base mas slida que la de una arena movible y con-tinuamente azotada por los mo-vimientos impetuosos de las a-guas: ella ha fijado su asiento sobre los cuerpos mas duros, so-bre las piedras y las rocas las cuales se adhieren por una em-pastadura d gran tenacidad agarrndose por medio de manos ramosas mui diferentes de las raices que aparentan te-ner. Estos asideros no estn destinados estraer de un sue-lo que no pueden penetrar, jugos alimenticios para conducirlos las partes superiores de estos vejetales : sumerjidos entera-mente en este abismo, ab-sorven igualmente por toda su perficie los principios de su nu-tricin ; y hasta entonces no se pudo conocer all la ascensin de ningn licor, tal como la savia 6kc. Las plantas marinas tienen ademas otras hojas, ya planas, ya divididas en filamentos de u-na consistencia blanda, coricea, membranosa, susceptible de pres-tarse todos los movimientos del agua sin sufrir alteracin.

    Aunque su modo de fructifi-car sea todava poco conocido, parece que su semilla lo que la sustituye, es mui glutinosa, que se adhiere indistintamente todos los cuerpos slidos, y cu-bre las rocas de una vejetacion tan abundante y no menos a-gradable que la de los cspe-des que tapizan nuestras mon-

  • 18 ticulares , destinadas para es-tas tenebrosas moradas, tales como ciertas especies de byssus & c ; en fin no hai lugar, sea al ai-re libre en sitios encerrados, es-puestos la luz, en sitios mas oscuros, la humedad seque-dad, que no estn cubiertos de plantas propias para estas dis-tintas localidades. Todas nues-tras provisiones alimenticias se enmohecen ocsidan cuando son mui abundantes y estn en-cerradas en lugares hmedos; numerosos hongos nacen la sombra junto plantas en pu-trefacion: los liqenes y los musgos penetran la corteza a-grietada de los rboles; una multitud de animales de orden inferior, como los insectos, gu-sanos , moluscos, desnudos con concha, araas , vienen en tropel establecer su morada en medio de esta vejetacion naciente ; all depositan su pos-teridad y viven en la abun-dancia como nuestros ganados en sus pastos , gozando de la frescura y de la sombra co-mo los grandes animales en las selvas. As se propaga la obra sublime de la creacin en estos seres orgnicos que contribu-yen , durante su vida por sus secreciones, y despus de su muerte por sus despojos al au-mento de la tierra ve je tal v de otras muchas sustancias inorg-nicas, como tendremos ocasin de ver al describir el captulo siguiente. En otra parte cuan-do trate de la semilla espondr los medios por los que la natu-raleza la dispersa en los terrenos destinados recibirla.

    taas. En Terciad, ellas no pre-sentan corolas brillantes ni em-balsaman el aire con su aroma; pero ofrecen muchas vcese su forma, en la variedad de sus ma-tices, y por su follaje un aspecto seductor.

    Seria diicil decir cuales son las circunstancias favorables nocivas la vejetacion; pero si ecsaminamos las rocas que nos es pex^mitido conocer, las encon-traremos casi todas cubiertas de una rica vejetacion. Es de creer que estas plantas, aunque colocadas en un solo medio, es-tn igualmente sometidas como las terrestres las influencias de las localidades , profundidad y temperatura; pero que no se

    iresentan sino en ciertos mares: as que se encuentran en el oc-ceano no se hallan en el Medi-terrneo, y las que se han des-cubierto en los mares de las Indias, no ecsisten en los mares glaciales del norte, ni en las a-guas templadas de los trpicos, o te : otras nacen tanta profun-didad que las conocemos solo por sus fragmentos.

    No seguir mas lejos en sus grandes trabajos la naturale-za, que continuamente deposi-ta en todas partes la base de la vejetacion; lo que he dicho es suficiente para comprender to-dos los recursos que emplea fin de vencer los obstculos y lle-var por todas partes el movi-miento y la vida. La hemos visto en los llanos, en las mon-taas, en arenas movibles y hasta en el seno de las aguas: si des-cendemos aquellas cavida-des donde la luz jamas pene-tra , encontraremos plantas par-

  • 19

    CAPITULO TERCERO.

    Consideraciones acerca de la ntima relacin que ecsis-te entre los vejetales y su sustancia nutritiva.

    . \S plantas ocupan en la naturaleza el lugar mas distinguido; los animales viven de e-llas, y la tierra misma les debe gran parte de su sustancia. Las plantas se apropian una porcin de los fluidos sutiles que la tierra absorve, para formar con ellos u-na materia vejetal capaz de sostener y nutrir los animales. .Sin los vejetales el globo terrestre seria una mansin silenciosa compuesta de rocas este-riles, cubiertas por las aguas, y con una superabundancia de fluidos deletreos que correran en la atmsfera. Estos fluidos entran la verdad como principios constituyentes en un gran nmero de cuerpos brutos ; pero muchos no- se encuentran all sino despus de haberse mezclado, fijado combinado por la accin vital de los animales vejetales. (1)

    (1) E s bien conocido hoi y ya lo hemos probado en el captulo segundo que !a tierra vejetal, las turbas, el carbn de tierra, y un gran nmero de eschitas &c. , deben su ecsistencia los vejetales: que las sustancias calca-reas son el resultado de los despojos de los animales, y que los elementos que componen estas distintas sustancias minerales han pasado indudablemen-

    De aqu las combinaciones, mez~ cas y descomposiciones, que varan al infinito y cada instante las producciones de la naturaleza. De este modo las plantas forman en la larga serie de los seres el eslabn intermedio, que pone en relacin los elementos mas sutiles con los cuerpos mas slidos; constituyendo el primer eslabn que encadena su ecsisten.cia todos los seres orgnicos y vivientes; mientras que para sostener la suya no necesitan mas que de fluidos y elementos gaseosos; ninguna otra cosa mas toman de los animales, ni de los minerales, que un asiento donde depositar despus de su muerte innumerables semillas.

    Estas consideraciones son mui estensas para abrazarlas, poco conocidas para tratarlas con esactitud; pero interesantsimas para pasarlas en silente por la cadena de los seres orgnicos; de aqu el por qu la masa de los fluidos tales como el agua &c. disminuyen medida que se propagan los seres orgnicos y las sustancias minerales. Estas reflecsiones sonde sumo inters y merecen toda la atencin del lector.

  • 20 convertirlos en sustancia veje-tal; preparando as de este mo-do , durante la vida , los ma-teriales que deben aumentar la masa de la tierra, y por ella estender largas distancias las riquezas de la vejctacion; tales son los grandes fenmenos que" vamos bosquejar.

    Los cuerpos brutos, inorgni-cos, estn formados por la agre-gacin de partculas similares mui finas^ disueltas, suspen-didas en un fluido , unidas en masa y adheridas entre s por una fuerza particular que nos es aun mui poco conocida. Estas masas inertes no cre-cen sino por la adicin de otras partes similares, , como se dice, por jusla-posicion. No suce-de lo mismo con los cuerpos orgnicos: estos tienen un mo-do de ecsistr mui distinto; es-tn dotados de un movimiento interior siempre activo, ejecu-tado por rganos que se apro-pian ciertas sustancias mui di-ferentes al principio de la na-turaleza individual; pero que en virtud del dicho movimiento llamado funcin vital, se iden-tifican, se asimilan las mol-culas del ser organizado.

    Estas sustancias pues dejando de ser lo que eran antes cons-tituyen los vejetales. En los a-nimales esta operacin se ejecu-ta con alimentos brutos someti-dos las fuerzas dijestivas del estmago; las plantas de una or-ganizacin mucho mas sencilla, sin estmago, solamente se nu-tren con fluidos en estremo su-tiles; como los fluidos elsticos, que ciertamente son los mas propsito para penetrar los po-ros de los vejetales : por otra

    ci. Si hubisemos de referir-las en totalidad, menester seria trazar de algn modo el cua-dro jeneral del universo, es-poner las leyes que unen los seres entre s, y descubrir estos infinitos eslabones que forman un todo de tantos distintos se-res. No pudiendo entrar en estas descripciones me limitar solo presentar las relaciones jenerales de las plantas con los fluidos que las nutren, y la Vez convierten en materia veje-tal, con los distintos productos que prestan la atmsfera me-diante sus secreciones, y en fin con las sustancias salinas y ter-reas que dan al descomponerse despus de la muerte; opera-cin admirable, que consiste en convertir en cuerpos slidos los mas sutiles, los mas tenaces ele-mentos. Cuando se considera porua parte la naturaleza de estos elementos, la gran elastici-dad del aire y del agua reducida vapor, esta fuerza de espanson que vence todos los obstculos, la rapidez admirable de la luz mas sutil aun, este fuego elemen-tal que penetra y atraviesa to-dos los cuerpos sin detenerse en ninguno ; cuando se ve por otra parte estos mismos ele-mentos errantes en la atmsfera, mezclados pero no fijos, des-tinados entrar en la compo-sicin de todos los cuerpos sli-dos, entonces se pregunta con admiracin de qu medio se va-le la naturaleza para vencer su elasticidad, combinarlos y so-lidificarlos? nosotros responde-mos: ella ha creado las plan-taslas ha dotado de una fuer-za activa capaz de atraerse to-dos estos elementos, fijarlos y

  • parte , las plantas fijas en la tierra, careciendo de locomovilidad, tienen que buscar su nutricin de las partes que las rodean; sus hojas la toman de la atmsfera , sus raices de la tierra. S i algn obstculo las separase de esta accin, no tienen otro medio para vencerlo que una especie de movimiento de atraccin, por el que parecen di-rijirsc hacia los elementos de su ecsisteucia; as las raices colocadas en un terreno mui rido se dirijen hacia otro mas frtil nutritivo; las hojas y los tallos se encorvan , se inclinan, se ple-gan en distintos sentidos para colocarse en una posicin mas favorable si la que tenian les interceptaba la accin de la luz y del aire; las flores medio se entreabren la presencia del sol y algunas siguen la marcha de este astro para recibir su influencia mas directamente.

    Estas indicaciones y el estado de desfallecimiento en que se encuentran las plantas privadas de aire , luz y agua, anuncian que estos elementos y los fluidos que tienen en disolucin son necesarios para su ecsistencia; los cuales son absorvidos por ellas convirtindolos en cuerpos slidos y haciendo por tanto perder al aire su elasticidad, la luz su tensidad y al fuego su volatilidad. Separados del gran re-servorio de la atmsfera y convertidos en materia vejetal, estos elementos no volvern ser lo que eran antes ni aun despus de la destruccin de los vejetales; debiendo aumentar estos con sus despojos, como ya lo hemos dicho, la masa slida del globo terrestre

    21 esparcir en la atmsfera, mediante sus secreciones y su traspiracin habitual , fluidos gaseosos, que son, como de muestra la esperiencia , el hi-' drjeno, gas zoe, oxijeno, -cido carbnico, & c , segn las circunstancias y la naturaleza de los vejetales. Estas emanaciones proceden del residuo de los fluidos absorvidos y combinados por Jas plantas; unos en nada varan su naturaleza, por ejemplo, el aire y el agua: otros se des- componen ; uno de sus principios queda libre, mientras esotro se combina con la sustancia vejeta!. Estos efluvios dispersos en la atmsfera dan orjen otras sustancias, cuya enumeracin pertenece al dominio de la qumica; por lo dems estas grandes operaciones no las conocemos porque las efectan ciertos ajentes casi inaccesibles los sentidos, y no podemos seguirlas en sus numerosas modificaciones.

    No sucede as con las sustancias que escretan los vejetales, como las gomas, aceites esenciales concretos, resinas, cidos, lcalis, sales neutras y o-tros que son producto esclusi-vo de aquellos durante su vida; despus de la muerte estas sustancias se encuentran mas menos mezcladas combinadas con esta masa terrea salina, de naturaleza distinta, segn los Jugares en los que se ha verificado la descomposicin de las plantas el grado mas menos adelantado de esta descomposicin. Este trnsito de Ja vida Ja muerte, esta materia vejetal tan activa, privada de su principio vital, trasfornindose en tier-

  • 22 con sa presencia el estado de la atmsfera, prestndole mas de aire y agua gas cido carb-nico, hidr je no, zoe & C . E s mui verosimil que estas emana-ciones varen segn los jugos propios de cada planta, y que dependan en parte del estado de pureza insalubridad del aire que respiramos.

    Esta operacin se verifica por un asimple separacin de par-tes, que produce en las plantas muertas la desecacin; la aproc-simacion de las fibras, pero no la descomposicin ; ella la pre-cede veces con mucha anti-cipacin principalmente en los vejetales aislados; por esto las plantas privadas de su humedad se conservan largo tiempo en los herbarios, y la madera, los troncos de los rboles no su-fren cuando estn en una po-sicin favorable, mas que una descomposicin mui lenta; al paso que las plantas herbceas se destruyen con rapidez.

    La descomposicin es mucho mas complicada que esta pri-mera operacin; no es una sim-ple separacin de partes, sino una formacin de sustancias nue-vas no proecsistentes, una ver-dadera creacin , cuyos mate-riales han preparado las plantas: pero no siempre esta creacin es resultado de una descompo-sicin; muchas veces se separan las partculas de un ve je tal sin perder este mas que su forma, como acontece, por ejemplo, en aquel , cuyos polvos son mui propsito para escri-bir. Es necesario para que es-tas plantas reciban influencia de algn jente esterior, que este unindose con la sustancia del

    ra nos ofrece en este mismo he-cho un ejemplo de la sublime lei en virtud de la cual adquie-re vida lo que era antes muerte y destruccin. A los ojos del filosofo la descomposicin de los cuerpos es una de las mas be-llas operaciones de la natura-leza; por ella vara cada paso el espectculo del universo; por ella la materia sometida me-tamorfosis sucesivas vuelve a-parecer bajo formas siempre nuevas; de ellas sacan los seres animados sustancias que los nu-tran ; ella debemos esas sua-ves emanaciones que alhagau nuestro olfato, esos sabores a-gradables de que gusta nuestro paladar; en una palabra todo ser vive favor de la descomposi-cin de otros seres, y e'l mismo tarde temprano llega des-truirse, descomponerse.

    Estas reflecsiones me condu-cen naturalmente tratar de la descomposicin de los vejetales, cuyos productos mas inmediatos vamos considerar, con rela-cin los medios en que se en-cuentran, tales, como el fuego, el abre y el agua. Estos tres a-jcntes tan poderosos para la des-composicin de los cuerpos, for-man sustancias mui diversas.

    Luego que una planta ha muerto, si permanece en pie co-mo acontece ordinariamente y con mas frecuencia en las plan-tas leosas, se deseca, es decir, pierde por la evaporacin la parte de principios alimenticios que las fuerzas vitales no pue-den contener porque no esta-ban aun convertidas en materia vejeta!. Estos principios entran en la masa comn bajo forma de fluidos elsticos y modifican

  • vejetal se junte con alguno de sus principios, y resulte un nue-vo compuesto; mientras que los otros aislados y libres se com-binen con algn otro elemento, y produzcan compuestos de un nuevo orden.

    La naturaleza de estas des-composiciones pende pues de los ajenies que las motivan: ya he tenido ocasin de decir que es-tos ajentes eran, por lo comn, el fuego, el aire y el agua; vea-mos los productos que resultan de estos poderosos disolventes.

    La naturaleza misma nos ad-vierte que todo cuanto nos ro-dea puede ser objeto de nuestra atencin: as, aun la simple des-composicin que se verifica en el fuego de las chimeneas, su-jiere mil y mil relecsiones un espritu contemplativo.

    Aunque el calrico es el me-dio que la naturaleza emplea con mas frecuencia , para des-componer las plantas, por ser demasiado activo , sin embar-go volatilizando algunas partes constitutivas del vejetal forma nuevos cuerpos que deben fi-jar nuestra atencin.

    Hemos visto que los vejeta-es se componen en parte de luz y calrico de cuyos elementos absorven una cantidad incalcu-lable , pues mientras viven es-tn influenciados continuamen-te por el sol y por su luz. Los abundantes rayos que este as -tro vierte, combinndose con los otros fluidos, constituyen todos juntos la sustancia de los veje-tales. Es mui sabido que no puede haber combustin con lla-ma y luz sin el contacto del ai-re ; muchos siglos han pasado S l n

    penetrar este gran misterio;

    23 pero los qumicos modernos, des-de que han llegado conocer que el aire se compone de dos fluidos, han credo poder esta-blecer la teoria de la combus-tin, diciendo que el aire, mas bien el ocsjeno, combinndose con las sustancias combustibles, dejaba escapar los fluidos cal-rico y lumnico que lo tenian en disolucin; y que esta com-binacin del ocsjeno era debi-do el desprendimiento de luz y calrico que se verificaba en las sustancias inflamables: no en-trar ahora en los detalles de esta bella teora; me ceir hablar de las principales sustan-cias suministradas por los veje-tales en medio de la combus-tin.

    A medida que las plantas se queman, se desprende, comohe-mos dicho, una gran cantidad de calrico y lumnico,los cuales, vueltos su primitivo estado de lijereza y elasticidad, combinn-dose momentneamente con o-tros cuerpos, desaparecen en la atmsfera, se renen en el re -servorio comn , fin de mante-ner e! equilibrio entre todos los elementos y disponerse for-mar nuevos compuestos luego que sean solicitados por la accin de las fuerzas vitales.

    Pero si esos fluidos, cuando estn aun mezclados con estas partculas grasas, salinas, a-ceitosasy en estado de vapor que constituyen el humo, se ven o-bligados atravesar un espacio estrecho, como por ejemplo los tubos de nuestras chimeneas, en-tonces se condensan en parte y depositan lo largo de las pa-redes una porcin de principios aceitosos y salinos que traian con-

  • 24 tas por la combustin es rara en la naturaleza ; sucede acciden-talmente cuando el hombre la verifica ecsprofeso: es di-ferente al aire libre en el a-gua: sin ella no tendriamos ni estircol, ni tierra de labor, ni puntos de turbas, de carbn de tierra. &c. La planta, al perecer, dejara en vano las semillas que haban de perpetuar la especie, si al mismo tiempo no les dejase una materia apta para reci-Jjrlas; as la naturaleza d la vida destruyendo, y nunca mul-tiplica mas los seres vivos que cuando parece aniquilarlos; y la jeneracion que sobrevive es la cuna, el jermen de otras jene-raciones mas numerosas.

    Huyamos la vista ya de estos focos de destruccin donde vie-nen aniquilarse esas grandio-sas selvas, cuya creacin ha cos-tado tantos siglos la naturale-za , y que el hombre, moderan-do sus goces, debera respetar mas, si se cuidara de la suerte de su posteridad. Por una des-composicin no tan rpida se forma este estircol que debe reproducir el cntuplo de las plantas que en l se depositen. Esta descomposicin al aire li-bre ofrece en el curso de esta operacin resultados diferentes segn las circunstancias que la acompaan.

    Los vejetales se descomponen aisladamente , como sucede los rboles largo tiempo en pie, bien estn amontonados y re -unidos en masa. En el pri-mer caso su descomposicin es lenta , sobre todo en los pa-ses donde las lluvias son escasas: comienzan por desecarse, por ponerse mas lijeros, y alguna

    sigo: forman el holln, sustancia combustible que contiene el a-ceite empireumtico , el carbo-no , el hierro y algunas part-culas salinas y terreas: mien-tras mas activa es, menos humo d y por consecuencia suelta mas calrico y lumnico; pero por mas actividad que parezca tener la combustin de los v-jeteles, resulta siempre una ma-sa slida, salino-terrea, conocida con el nombre de ceniza, sus-tancia seca, spera, pulverulen-ta, algo disoluble en el agua y en los cidos, compuesta de un gran nmero de sustancias di-versas , segn la naturaleza de Jos ve jtales espuests la accin del fuego, conteniendo gran can-tidad de potasa de lcali veje-ta!, tierra calcrea, alumina, si-lcea, magnesia, hierro que lo a-trae el imn y muchas sales neu-tra; tales como el sulfato calca-reo, sulfato de potasa, muriato de sosa, sulfato de sosa y tam-bin sulfurados alcalinos, ckc. La ceniza sometida la accin de un fuego mui violento se con-vierte en escoria vitrea.

    De la descomposicin de las plantas por el fuego resulta pa-ra la atmsfera una restitucin de calrico y de luz, una disi-pacin, una absorcin bastante considerable de aire atmosf-rico; y para la superficie del globo, la formacin del lcali vejetal, y de algunas otras sa-les neutras, una masa salino-terrea poco considerable relati-vamente la consumacin de los vejetales, pero que no ec-sislia antes, y que todo es de-bido las plantas que han pre-parado los materiales.

    La descomposicin de las plan-

  • veces fosfbrecentes , durante la noche, Este fenmeno no po-dra atribuirse al lumnico, li-bre del estado de combinacin? E l resultado de esta destruc-cin es un polvo, seco, ino, l i -jero, de un moreno negruzco medida que se envejece y ha sido humedecido por la lluvia: este es un estircol mui puro me-dianamente mezclado con algu-nas sustancias animales.

    .La descomposicin de las plantas, reunidas en montn y espuestas a l aire libre, es mucho mas rpida: el aire y el agua que contienen en su estado na-tural, y que retardan en el pri-mer caso la descomposicin, pues se van evaporando insensible-mente, la acelera en esta l-tima circunstancia, porque no pueden desembarazarse, con la misma libertad. Los esfuer-

    zos que hacen estos elemen-tos por recuperar su estado

    .natural, los obstculos que es-perimeutan , producen un mo-vimiento interior que escita un .calor bastante fuerte y ocasiona .una fermentacin tumultuosa, algunas veces quemante, que ataca toda la organizacin ve-jeta!, la destruye en un tiempo mas menos.corto, y la re -duce una m*sa terrea, algo grasa y variable. La accin del agua, aire y sol es la principal causa de esta descomjDosieion, de la cual deben resultar com-puestos diversos, difciles de apreciar; pero que sin embargo se han reconocido algunos. Des-de que la fermentacin se esta-blece en medio de los montones, los elementos mas sutiles de los vejetales, disueltos, volatilizados por el calrico, se separan, se es-

    25 capan y se pierden en la atmsfe-ra: tales son la mayor parte de los Huidos gaseosos, el hidrjeno, el cido carbnico , los aromas, el aceite esencial ce. Pero hat otros principios mas fijos que JIO han podido reducirse al es-tado de vapor: estos son parti-cularmente la tierra de la ve-jetacion, las sales fijas, ecsisten-tes en los vejetales formadas en el momento de su descom-posicin, alguna porcin de a-cci te ; de carbono, de fierro, cuyo conjunto forma el estir-col : sustancia no inflamable, jnui compuesta, cuya naturale-za varia segn el grado de des-

    .composicin, segn los jugos propios de cada planta, y las materias animales que se mez-clan con ella.

    Esta progresin dt la des-composicin de los vejetales es mui esencial el conocer cuando nos entregamos al estudio inte-resante de.la formacin de las betas de nuestro globo. Se re-conoce en los vejetales el or-jen de muchos elementos que entran en la composicin de los minerales: se ve que la tierra ve-jetal se altera insensiblemen-te , sobre todo cuando no est alimentada por los restos de u-na vejetacion nueva, y que su-ministra mucha silice, sustan-cias salinas, metlicas e' inflama-bles.

    Dejo estas observaciones los jelogos ; sintiendo con todo no poder estenderme mas en estas grandes operaciones , para dar conocer con esactitud la im-portancia de la vejetacion y sus relaciones ntimas con los mine-rales. Hablemos ya de la descom-posicin de las plantas en el a-

  • 26 sos amoniacales ; sin embargo es bueno notar que en los pri-meros instantes de su descom-posicin estos vejetales dejan escapar una gran cantidad de gas hidrjeno que tanto abunda en los pantanos.

    El carbn de las turbas pan-tanosas no proviene mas que de la descomposicin de las plan-tas tiernas, herbceas , la mayor parte propias de las lagunas, en estremo pulverulento, mas menos mezclado con el bar-ro , porciones calcreas, sulfu-rosas, bituminosas, amoniacales, que son el resultado de los a-nimales acuticos y de las con-chas confundidas con la tur-ba. Estas mezclas producen las diferentes especies de tur-bas conocidas bajo los nombres de turbas cenagosas y fangosas. Las que se llaman turbas fibro-sas no estn compuestas mas que de "musgos justa-puestos, as como de la parte fibrosa y las raices de las plantas de natu-raleza seca, como las -gramneas, rosaceas ckc. aun no descom-puestas, las cuales se conservan veces erj este estado durante muchos iglos (1). Ellas son por

    (1) Asombra sobremanera la d u -racin de estas turbas fibrosas, impro-piamente l lamadas turbas. M. F a n -jas de Sa int -Fous me comunica una bella muestra de la turba fibrosa ta-lada en el valle de Sancey depar ta -mento del Norte: tiene once pies de espesor y se encuentra siete ocho pies de profundidad : est compues-ta de una especie de musgo mui pa-recido al hipnium aduncum Li. j es-t casi sin mezcla y totalmente in-tacta que se distinguen los tallos, las ramificaciones y las hojas ; est dispuesta por pequeas capas com-

    Immidas , esponjiosas, elsticas, y mui ijeras. No se puede dudar su anti-

    gua ; las cuales nos ofrecern productos diferentes, y sustan-cias nuevas para los minerales.

    He dicho mas arriba que las plantas descompuestas al aire li-

    bre , esperimentan la accin al-ternativa de la humedad del ai-re y del sol; que del influjo do estos ajentes resultaba una fermentacin mas menos ac-tiva que separaba los elemen-tos mas sutiles ; que los princi-pios del carbono se convertan en cido carbnico; que los acei-tes se evaporizaban en estalo de gas hidrjeno; que las sales se disolvian por las aguas llove-dizas; pero no sucede igual fen-meno cuando las plantas se des-componen en el agua: este flui-do las resguarda del contacto in-mediato del aire y del sol; el a-gua es el principal jente de su descomposicin, de la que resul-tan productos particulares mui diferentes de la tierra vejetal, y los cuales se les d el nom-bre de turbas.

    El carcter esencial de la tur-ha y que la distingue del es-tircol es ser inflamable : esta propiedad la debe particular-mente al carbono de que abun-da, y que la accin del aire no ha podido convertir en cido carbnico. Se obtiene por so-focacin un carbn mu pare-cido al que dan las maderas so-metidas la misma operacin; pero el de las turbas es menos puro. Como los principios a-ceitosos han sido igualmente resguardados de la accin in-mediata del aire , queda una parte de ellos en las turbas; y producen cuando se queman un olor ftido, empirenmtico, mez-lado con los vapores sulfuro-

  • lo regular mas resistentes que las fangosas; prueba cierta que esta xltima ha sido formada por plantas acuticas, en lagos con-vertidos en seguida en mares, que han producido plantas mas duras, reducidas turbas fi-brosas.

    Las turbas leosas, formadas por los troncos de los rboles y sus ramas, ofrecen un aspecto diferente: su carbn no es pul-verulento, y se leda el nombre de carbn de tierra. Ellas con-servan en cierto modo sus for-mas orgnicas, aunque alteradas con el betn; cuando se les quita este se sealan bien sus capas circulares y anuales. El or jen de estas turbas, lo mis-mo que el de las que se lla-man turbas pyritosas se pierde en los siglos mas remotos ; los montones enormes que J a tier-ra encierra en su seno nos d una prueba de la antigedad del globo terrestre, y de la in-mensa cantidad de vejetales que cubren su superficie. (1). Que

    gedad evidentemente atestiguada por su espesor y por las capas que la cubren.

    ( I ) Vanse las diferentes memo-rias (pie be publicado sobre las t u l -las eu el diario de Fs ica Historia natural, aios 9 y 12.

    de materiales no han suministra-do las pian las las sustancias minerales desde la creacin del mundo: as es como la natu-raleza establece sus relaciones, sus dependencias, entre unos y otros seres, sosteniendo la vez el mas perfecto equilibrio entre estos elementos siempre en con-tacto. Los luidos de la atms-fera, fuente alimenticia de las plantas, se convierten en mate-ria vejetal con la que se nutren los animales , asimilndola su propia sustancia. De la des-truccin de los vejetales se for-ma la superficie esterior del globo, aumentada sin cesar, por los despojos de todos los otros seres orgnicos; cuyos princi-pios han sido tomados de este vasto reservorio, tan abundante en fluidos, que es menester pasen muchos siglos para, advertir sus perdidas. (2).

    (2) Vase mi memoria sobre las causas de la disminucin de las a -guas del mar (Diario de Fsica His-toria natural, ventse ao 18).

  • 2b

    CAPITULO CUARTO.

    Relaciones entre los animales, y vej'tales*

    APENAS Lai parte en la planta que no sea til los ani-males. A unos presta asilo , otros nutricin, otros propor-ciona materiales para sus vesti-dos; pero particularmente sirve de morada los insectos con los cuales se alimentan los pjaros, que buscan tambin en los ve-jtales donde construir sus nidos; he aqu las primeras relaciones entre Iosanimalesy vejetales. Es-to no es un efecto de la casua-lidad sino una lei constante que se observa en la produccin sucesiva de los seres. Para con-vencernos de este orden admi-rable , transportemos nuestra imaginacin los deliciosos das de primavera.

    El vulgo desea con ansia esta estacin que auyenta los rigo-res del invierno y es la poca brillante de la vuelta de las flo-res; pero el observador v en ella la imjen de la creacin primera de los seres. La pri-mavera corre en alas del c-firo las campias, donde toda la naturaleza se reanima ; la tierra fria y desnuda cobra su calor y su verdura ; los rboles se visten de nuevo follaje; mul-

    titud de insectos rompen sus huevos; el pjaro reaparece en nuestras florestas y por ltimo el animal, sumerjido hasta en-tonces en un profundo sueo, despierta; por todas partes rei-na el movimiento y la vida. E l desarrollo de los seres orgni-cos se verifica en medio de esta reaccin, de este desorden que los relaciona.

    La naturaleza antes de dal-la ecsistencia los animales, prepara en el vejetal los prin-cipios nutritivos para su prime ra infancia y los que necesitan en una edad mas avanzada, as como el seno de una madre contiene leche mas sustancial y abundante medida que el ni-o se aparta de su nacimien-to; mas todos los animales en-cuentran en el seno de la que le dio la vida, los principios que deben nutrirlos. Luego que los insectos se desarro-llan completamente, deja de e e -sistir Ja madre que les dio el ser. La naturaleza abandona los hijos postumos? No; pues inspira quienes los engendran el admirable instinto de depo-sitar el huevo en un punto de

  • la planta, para que tan luego co-mo se desarolle el animal en-cuentre all su nutricin. Pe-ro que sucede estos huevos s como acontece muchas veces son depositados en el otoo y se rompen en el momento en que las hojas desaparecen? O de o-tro modo: si la poca de su desarrollo no es hasta la pri-mavera siguiente quien los de-fiende de los rigores del invier-no? La naturaleza todo lo ha previsto; vela por la reproduc-cin de los seres, y todas sus le-yes se dirijen este objeto. Una materia pegajosa, resisten-te y tenaz fija los huevos de los insectos en aquellos puntos donde se implantan. Las llu-vias, los vientos, las tempesta-des, nada puede desprender-los. Un leve plumage cubre a los mas delicados huevecillos, los resguarda de los fres r i -gorosos, y en este estado per-manecen hasta que nace la planta que ha de nutrirlos. Si observa-mos las yemas folferas que nos resentan la encina y el lamo lanco, las veremos poco antes de

    su desarrollo rodeadas de una multitud de huevecillos; luego que estas yemas se abren y que las hojitas que contienen se desplegan ,. los insectos conoc-dos con los nombres de larvas, rompen la cascara que los en-ce