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La evolución histórica de los paisajes mediterráneos: algunos ejemplos y propuestas para su estudio * Enric Tello Departament d’Història i Institucions Econòmiques Universitat de Barcelona Ramon Garrabou Departament d’Economia i Història econòmica Universitat Autònoma de Barcelona El estudio del paisaje como punto de encuentro transdisciplinar El paisaje y su transformación por la acción humana es el objeto de estudio más genuino de la geografía. También ha sido y es un punto de encuentro entre la geografía y la historia a través de la geografía histórica, mientras para muchos arqueólogos e historiadores medievalistas o de la antigüedad el estudio de los paisajes en evolución constituye una herramienta básica para entender las sociedades que los construyeron. Desde la edafología al urbanismo, la palinología, la ingeniería forestal, la geografía económica, la historia agraria, la ecología, la climatología o la ordenación del territorio, multitud de estudiosos de distintos campos desembocan en el estudio del paisaje con sus diferentes perspectivas. Nada más lejos, por tanto, de un territorio inexplorado. Tanto en la realidad misma, como en su condición de objeto de estudio, el paisaje se nos presenta, de entrada, como un abigarrado y cambiante palimpsesto cuya interpretación requiere trabajar en equipo. Pero aún siendo tanto lo dicho y sabido en ese punto de encuentro entre diversas disciplinas, el ineludible reto ecológico que afrontan nuestras sociedades a comienzos del siglo XXI exige entender los procesos de cambio global del territorio con enfoques renovados y herramientas innovadoras. Por eso surgen ahora nuevas demandas sociales y perspectivas transdisciplinarias que nos reclaman una nueva cultura del territorio, tanto en la gestión como en su estudio. 1 Ese interés renovado hacia el territorio y el paisaje incluye a la economía ecológica y la historia ambiental, dos nuevos campos transdiciplinares que emergen en ese contexto. 2 El interés de nuestro equipo de investigación por las transformaciones del paisaje agrario surgió de una propuesta que José Manuel Naredo dirigió a los investigadores de la Sociedad Española de Historia Agraria (SEHA): la necesidad de conocer mejor los procesos naturales con los que operan los sistemas agrarios, generalmente dejados de lado en los análisis de la agronomía convencional y los estudios de historia o economía agraria. Desde 1994 el SEHA convocó una serie de encuentros entre historiadores, ingenieros agrónomos, biólogos, economistas y geógrafos agrarios coordinados por Ramon Garrabou y José Manuel Naredo para analizar desde una perspectiva histórica la evolución de los métodos de fertilización y el manejo del agua en los sistemas agrarios. * Este trabajo surge del proyecto “El trabajo agrario y la inversión en capital-tierra en la formación de los paisajes agrarios mediterráneos: una perspectiva comparativa a largo plazo (siglos XI-XX)”, financiado por el Ministerio de Educación y Ciencia (SEC03-08449-C04). 1 Esteban, J. y Tarroja, A. dirs. (2004); Tarroja, A. dir. (2005); Nogués, J. (2006:565-576); Tarroja, A. (2006:565-576). 2 McNeill, J. (1992 y 2003); Grove, A. T. y Rackham, O. (2001); Sieferle, R. P.; Krausmann, F.; Schandl, H. y Winiwarter, V. (2006); McNeill, J. y Winiwarter, V. edits. (2006).

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La evolución histórica de los paisajes mediterráneos: algunos ejemplos y propuestas para su estudio*

Enric Tello Departament d’Història i Institucions Econòmiques Universitat de Barcelona Ramon Garrabou Departament d’Economia i Història econòmica Universitat Autònoma de Barcelona

El estudio del paisaje como punto de encuentro transdisciplinar

El paisaje y su transformación por la acción humana es el objeto de estudio más genuino de la geografía. También ha sido y es un punto de encuentro entre la geografía y la historia a través de la geografía histórica, mientras para muchos arqueólogos e historiadores medievalistas o de la antigüedad el estudio de los paisajes en evolución constituye una herramienta básica para entender las sociedades que los construyeron. Desde la edafología al urbanismo, la palinología, la ingeniería forestal, la geografía económica, la historia agraria, la ecología, la climatología o la ordenación del territorio, multitud de estudiosos de distintos campos desembocan en el estudio del paisaje con sus diferentes perspectivas. Nada más lejos, por tanto, de un territorio inexplorado. Tanto en la realidad misma, como en su condición de objeto de estudio, el paisaje se nos presenta, de entrada, como un abigarrado y cambiante palimpsesto cuya interpretación requiere trabajar en equipo. Pero aún siendo tanto lo dicho y sabido en ese punto de encuentro entre diversas disciplinas, el ineludible reto ecológico que afrontan nuestras sociedades a comienzos del siglo XXI exige entender los procesos de cambio global del territorio con enfoques renovados y herramientas innovadoras. Por eso surgen ahora nuevas demandas sociales y perspectivas transdisciplinarias que nos reclaman una nueva cultura del territorio, tanto en la gestión como en su estudio.1 Ese interés renovado hacia el territorio y el paisaje incluye a la economía ecológica y la historia ambiental, dos nuevos campos transdiciplinares que emergen en ese contexto.2 El interés de nuestro equipo de investigación por las transformaciones del paisaje agrario surgió de una propuesta que José Manuel Naredo dirigió a los investigadores de la Sociedad Española de Historia Agraria (SEHA): la necesidad de conocer mejor los procesos naturales con los que operan los sistemas agrarios, generalmente dejados de lado en los análisis de la agronomía convencional y los estudios de historia o economía agraria. Desde 1994 el SEHA convocó una serie de encuentros entre historiadores, ingenieros agrónomos, biólogos, economistas y geógrafos agrarios coordinados por Ramon Garrabou y José Manuel Naredo para analizar desde una perspectiva histórica la evolución de los métodos de fertilización y el manejo del agua en los sistemas agrarios.

* Este trabajo surge del proyecto “El trabajo agrario y la inversión en capital-tierra en la formación de los paisajes agrarios mediterráneos: una perspectiva comparativa a largo plazo (siglos XI-XX)”, financiado por el Ministerio de Educación y Ciencia (SEC03-08449-C04). 1 Esteban, J. y Tarroja, A. dirs. (2004); Tarroja, A. dir. (2005); Nogués, J. (2006:565-576); Tarroja, A. (2006:565-576). 2 McNeill, J. (1992 y 2003); Grove, A. T. y Rackham, O. (2001); Sieferle, R. P.; Krausmann, F.; Schandl, H. y Winiwarter, V. (2006); McNeill, J. y Winiwarter, V. edits. (2006).

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Los sucesivos proyectos de investigación transdiciplinares que originaron aquellos encuentros dieron lugar a dos monografías publicadas en la colección Economía y Naturaleza.3 Tras aquellos primeros resultados José Manuel Naredo volvió a plantearnos como tema de estudio la evolución histórica de los usos del suelo, y las formas de manejo del territorio que configuran los paisajes agrarios. Accedimos, por tanto, al estudio del paisaje como una vía para conocer el funcionamiento de los sistemas agrarios, y la evolución histórica del territorio analizada desde una perspectiva a la vez agro-ecológica y socio-económica.4 Siendo, por tanto, unos neófitos recién llegados al estudio del paisaje desde la historia agroambiental, consideramos un auténtico honor que se nos haya invitado a dar esta conferencia en este III Coloquio de Historia del Pensamiento Geográfico. Al aceptarla gustosos hemos considerado que se trata de una magnífica oportunidad para poner en común y contrastar nuestras diversas aproximaciones y resultados, que en muchos aspectos se mueven aún en el terreno de las hipótesis teóricas y los tanteos metódicos iniciales para intentar corroborarlas. Expondremos brevemente, en primer lugar, la noción socioecológica de paisaje de la que partimos, y los métodos adoptados para abordar su estudio histórico. A continuación sintetizaremos los resultados aún preliminares obtenidos en nuestro primer estudio de caso en la comarca catalana del Vallès. Entre sociedad y naturaleza: el concepto de paisaje como algoritmo socioecológico Como afirman los ecólogos Ramon Folch, Ferran Rodà y Jaume Terradas, el concepto de paisaje es empleado con diferentes significados por profesionales de distinta formación, mientras en sentido corriente la expresión suele sugerir tan sólo una imagen estática en visión frontal u oblicua de algún espacio abierto.5 Así ocurre, por ejemplo, cuando se llama “paisaje” a las fotografías y pinturas que representan aquellos espacios exteriores de un modo análogo a un “panorama” o una “vista”, mientras que en los diversos usos científicos el término adquiere un significado más general y abstracto, entendido como la suma de rasgos de un territorio que presentan cierta especificidad. Desde algunas disciplinas se insiste en los aspectos más perceptivos de esa especificad, hasta el punto de considerar a veces que un paisaje sólo existe en la medida que es captado por el ojo y la mente humana. Eso lo convierte en un producto cultural capaz de provocarnos emociones y sentimientos por sus valores estéticos (o su carencia), o por ser el escenario donde transcurre nuestra vida y adquirimos un conocimiento íntimo de la naturaleza. Las modernas ciencias del paisaje han alterado sustancialmente, sin embargo, aquella percepción puramente escenográfica del entorno. Tal como nos recuerda Ramon Folch, “el paisaje refleja la realidad ambiental de cada lugar, a la vez que compendia la historia del proceso antrópico que en él se haya producido”. El paisaje pasa a ser visto entonces como la expresión de la diversidad de estructuras y funcionamientos ecológicos de una matriz territorial que siempre está en evolución y se encuentra generalmente transformada por la acción humana. Esa imbricación de factores objetivables y percepciones subjetivas nos lleva a entender los paisajes como “un algoritmo socioecológico”.6 3 Garrabou, R. y Naredo, J. M. eds. (1996 y 1999). 4 Tello, E. (1999:195-212). 5 Folch, R. (2003:19-42); Rodà, F. (2003:43-55); Terradas, J. (2003:57-72). 6 Folch, R. (1999:248-249).

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Fernando González Bernáldez ya había destacado, también desde la ecología del paisaje, la tensión existente entre los aspectos subjetivos o estético-sensoriales de la percepción valorativa del entorno, y los propios de una aproximación científico-racional.7 Para González Bernáldez el paisaje siempre tiene una dimensión estética, pero no puede reducirse a ella. En la concepción puramente perceptiva del paisaje, cuyos los límites son definidos básicamente por la vista, los parámetros que importan son la belleza y armonía existente (o inexistente) en el influjo sensorial y emocional que ejercen en nuestra mirada, a menudo limitada por la escala en la que ésta se produce.8 Dentro de esa línea culturalista, algunos autores tratan el paisaje como si sólo de una construcción social se tratara. Sabemos, sin embargo, que las percepciones y valoraciones culturales del paisaje son tan diversas, socialmente confrontadas, e históricamente cambiantes como lo es la propia sociedad humana.9 Por eso conviene evitar que el debate entre quienes hablan de paisajes naturales y quienes los conciben como un producto esencialmente cultural se polarice hasta extremos absurdos. Siempre vemos la realidad a través de la cultura, pero de ahí no se sigue que la “naturaleza” sea una mera creación cultural, ignorando que existen realidades espaciales o procesos ecológicos mucho antes que el ser humano los vea y conciba como paisajes.10 La ecología también entiende el paisaje desde esa interacción entre sistemas naturales y percepciones humanas, pero lo considera como un fenosistema: un conjunto de componentes ecosistémicos reales cuya apariencia es percibida por el ojo y la mente humana. Esa lectura ecológica arranca de la ya vieja definición propuesta por la tradición geográfica: paisaje es la forma que adoptan los hechos geográficos, tanto biofísicos como humanos, sobre la faz de la tierra. Por eso, como señalan Josefina Gómez Mendoza y Rafael Mata Olmo, la geografía se encuentra en una situación particularmente buena para dialogar con todas las demás disciplinas, y adoptar todas aquellas perspectivas y herramientas que ayuden a profundizar en el estudio de los procesos socioambientales del cambio global y a largo plazo en el territorio. Entre estas disciplinas científicas destaca, sin duda, la ecología del paisaje.11 A partir de esa visión integrada de todos los elementos físicos, bióticos y antrópicos que se interrelacionan en un mismo territorio, la ecología analiza el paisaje como un mosaico de unidades o piezas diversas que adoptan una determinada ordenación espacial, una pauta o estructura que puede deberse tanto a causas naturales como culturales, y con frecuencia a ambas. Esas estructuras paisajísticas dependerán de la matriz biofísica (litología, relieve, estructura edafo-geológica, hidrología, fauna, vegetación) y de la intervención humana –con todas sus posibles gradaciones, incluída la ausencia— sobre aquella matriz. Desde esa concepción estrictamente morfológica el

7 González Bernáldez, F. (1981). 8 Ramon Folch subraya que la escala no sólo da “la medida de las cosas, sino el carácter de los fenómenos”. Mientras la escala de los fenómenos biológicos es inferior a 1:100, y la escala arquitectónica se sitúa entre 1:100 y 1:1.000, tanto la escala ecosistémica como la urbanística suelen moverse entre 1:1.000 y 1:10.000, y las dinámicas ecológicas y económicas se suceden a escala micro-territorial (1:10.000-25.000), meso-territorial (1:25.000-100.000) o macro-territorial (>1:100.000). Eso significa que “cada ámbito escalar tiene asociado un tipo de fenómeno que se torna incomprensible contemplado desde demasiado cerca o demasiado lejos” (Folch, R., 2003:39). 9 Vésae, por ejemplo, Williams, R. (2001). 10 Terradas, J. (2003:59). 11 Gómez Mendoza, J. dir. (1999); Gómez Mendoza, J. y Mata Olmo, R. (2006:13-29); Mata Olmo, R. (1997:109-172 y 2001:299-327); Mata Olmo, R. y Sáinz Herráiz, C. dirs. (2003).

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paisaje es visto como el conjunto de piezas o teselas de un mosaico. Lo que interesa identificar es el tipo de piezas que constituyen un paisaje, su distribución por formas y tamaños característicos, su asociación al relieve, y su tendencia a formar agregados repetitivos o diversificados dentro de una matriz territorial. Pero lo más importante es que sobre ese territorio estructurado se desarrollan los procesos de transferencia de materia, energía e información que dan soporte a la vida. Mientras la aproximación estructural busca identificar el número y disposición relativa de las teselas dentro de una matriz, en el análisis funcional el factor clave pasan a ser las pautas de relación y los flujos biofísicos que se producen en el interior de dicha estructura. Por eso la ecología del paisaje nos advierte que la conformación del territorio nunca debe ser considerado como un hecho estático. Siempre esta experimentando transformaciones, unas de carácter lento y otras más rápidas, debidas tanto a factores naturales como originados por la intervención humana. Las interacciones biofísicas entre los distintos componentes o “teselas” de una matriz territorial, siempre dinámicas y cambiantes, conforman ciertos equilibrios críticos cuya alteración generará otros nuevos. Mientras una perspectiva puramente ecológica buscará identificar y comprender las razones que subyacen a esos procesos de cambio global del territorio, desde nuestra perspectiva antrópica podemos deliberar y decidir, además, qué cambios nos interesa propiciar y cuáles evitar. Si lo que andamos buscando son buenos criterios para gestionar esos paisajes, o entender la evolución histórica que ha originado su estado actual, entonces lo fundamental es comprender los procesos biofísicos que pueden (o no) producirse en él. Gestionar el paisaje es reorganizar un ecosistema de modo que siga funcionando con unas determinadas pautas, o para unos objetivos determinados. Eso supone analizar las relaciones espaciales que tienen lugar entre los distintos elementos del paisaje a través de los flujos de energía, agua, nutrientes y especies que se suceden en él, y la dinámica ecológica que experimenta ese mosaico paisajístico a lo largo del tiempo. Salvo excepciones, el estudio de aquellas estructuras y funcionamientos ecológicos de la matriz territorial nunca puede hacerse prescindiendo de los impactos que en ellos ha producido y produce la presencia humana.12 Una propuesta metodológica para el estudio de la historia ambiental de los paisajes agrarios, entendidos como una expresión territorial del metabolismo social El estudio de caso que constituye el objeto inicial de nuestra investigación en curso han sido hasta la fecha cinco municipios de la comarca barcelonesa del Vallès Oriental y Occidental. Hemos comparado la composición y funcionamiento de ese paisaje en tres momentos históricos: a mediados del siglo XIX, hacia 1950 y a finales del siglo XX. Para comprender los rasgos “originales” que configuraban los paisajes agrarios que encontramos en el siglo XIX hemos debido analizar su trayectoria previa, tanto desde un punto de vista natural como demográfico y socio-institucional. Para dar cuenta de las importantes transformaciones territoriales y eco-paisajísticas acaecidas entre ambas fechas, hemos reconstruido los cambios de uso del suelo mediante el análisis con SIG

12 Terradas, J. (2003:64). Véase Forman, R. T. T. (1995). Para el uso de esos métodos e indicadores orientados a la gestión ambiental del territorio, véase Marull, J. (2003:141-158, y 2005); y Marull, J. y Mallarach, J. M. (2002 y 2004: 243-262).

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de la cartografía catastral histórica disponible.13 Para identificar las principales fuerzas motrices o rectoras de aquellas transformaciones territoriales, y sus impactos socio-ambientales, hemos prestado especial atención a los factores edáficos y a los flujos de energía y materiales movilizados por los sistemas agrarios correspondientes. Nuestro objetivo es comprender y valorar la magnitud de los cambios que se han producido en los últimos 150 años, e identificar las razones subyacentes a la perceptible degradación ecológica del paisaje resultante. Esta línea de investigación busca recuperar la ambiciosa visión iniciada en dos famosos simposios interdisciplinarios de 1955 y 1987 sobre la transformación de la Tierra por la acción humana, que en años recientes ha dado lugar al proyecto internacional conocido por el acrónimo Land Cover-Land Use Change (LCLUC); o, más sintéticamente, estudio del cambio global experimentado por la evolución del territorio a largo plazo.14 Los dos puntos clave de ese programa son, en primer lugar, reconstruir las grandes tendencias experimentadas por los usos del suelo y la cubierta vegetal terrestre desde por lo menos los últimos trescientos años, para tipificar a continuación las dinámicas evolutivas predominantes y sus efectos socio-ambientales en el presente. En segundo lugar, ese proyecto busca identificar las principales fuerzas propulsoras (driving forces) de los cambios de uso del suelo, para orientar la toma de decisiones futuras en un mundo sometido a un cambio global incierto. La metodología de nuestro proyecto sigue muy de cerca, en el primer punto, el enfoque y los criterios adoptados por el grupo de investigación de la Academia de Ciencias Forestales de la Universidad de Florencia que dirige el ingeniero e historiador ambiental Mauro Agnoletti. A partir de la cartografía histórica y otras fuentes archivísticas, sus investigaciones han reconstruido mediante SIG los usos del suelo en distintos cortes temporales (1832, 1954, 1981 y 2000-2002) en varios estudios de caso representativos de diversos ambientes significativos de la Región Toscana, para establecer a continuación las correspondientes matrices de cambio de uso que permiten saber qué había sido antes cada una de las unidades de paisaje que tenemos hoy. Una vez establecida la dinámica general del cambio global experimentado por el territorio analizado, el equipo de Mauro Agnoletti ha procedido a simplificar las leyendas originales mediante el establecimiento de las tipologías más representativas de la transformación experimentada por las principales unidades de paisaje, sugiriendo para cada una de ellas unas prioridades y recomendaciones de gestión adecuadas a la dinámica predominante (que en su caso distinguen entre antropización, deforestación, extensificación, forestación, corrimiento de tierras o intensificación).15 13 El excelente trabajo de recopilación y catalogación de la cartografía catastral histórica en nuestro país, realizado por los geógrafos Francesc Nadal, Luis Urteaga y José Ignacio Muro, resulta para ese propósito de gran utilidad. Véase Muro, J. I.; Nadal, F. y Urteaga, L. (1996); Nadal, F.; Muro, J. I. y Urteaga, L. (2003:37-50); Nadal, F.; Urteaga, L. y Muro, J. I. (2005:83-109, y 2006). 14 Se trata del famoso simposio Man’s Role in Changing the Face of the Earth (Thomas, W. J. R.; Sauer, C. O.; Bates, M. y Mumford, L., 1956), al que siguió The Earth As Transformed by Human Action (Turner, B. L. y otros, 1990). Véase también Turner, B. L. edit. (1995); González Bernáldez, F. (1995:131-149); Lambin, E. F. (1998: 5-13); Fischer, G. (1998:15-25); Peñuelas, J. (1998:33-39); Rodà, F. (1998:41-45); Saurí, D. y Breton, F. (1998:47-53); Boada, M. y Saurí, D. (2002); y Naredo, J. M. y Gutiérrez, L., edits. (2005). 15 Agnoletti, M. (2202 y 2006:45-50). Esas clasificaciones dinámicas de unidades de paisaje, y los criterios de gestión que de ellas se derivan, han sido adoptados por el Departamento de Medio Ambiente de la Región Toscana, y son también un punto de referencia de la Comisión sobre Paisaje que prepara el Plan Estratégico Italiano de Desarrollo Rural (2007-2013).

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El segundo punto nodal del programa LCLUC busca identificar las principales fuerzas propulsoras (driving forces) de aquellos procesos de cambio global en los usos del suelo, para poder intervenir en ellas y orientar mejor la toma de decisiones futuras. Desde nuestro equipo de investigación consideramos útil distinguir, al respecto, entre fuerzas motoras y agentes rectores de la transformación histórica del territorio. Respecto a las primeras nuestros planteamientos siguen muy de cerca los adoptados por el Departamento de Ecología Social del Instituto de Estudios Transdisciplinares de la Universidad de Viena (IFF), que sitúan el metabolismo social en el centro del análisis. Según Marina Fischer-Kowalski, Helmut Haberl, Fridolin Krausmann y los demás investigadores austriacos del IFF, la clave metodológica para comprender la evolución del territorio hay que buscarla en el estudio de los flujos energéticos y materiales inherentes a cada modo de producción o patrón de consumo, las pautas de uso del suelo que configuran sus paisajes, y el uso del tiempo o la capacidad de trabajo por la misma población que produce o consume aquellos productos, y habita el territorio para satisfacer sus necesidades.16 Si relacionamos esos flujos de energía, agua y materiales movilizados por la economía con las capacidades del territorio que le sirve de sostén, podremos comprender cómo y por qué la acción humana cambia a lo largo del tiempo la configuración del territorio y su funcionamiento ecológico.17 El estudio del metabolismo social nos sirve para identificar algunas de las principales fuerzas motoras del cambio territorial a largo plazo, y entender la anatomía básica de los paisajes culturales resultantes. En varios trabajos recientes hemos aplicado ese enfoque a la reconstrucción de los balances energéticos de la comarca catalana del Vallès hacia mediados del siglo XIX y finales del siglo XX, al cotejo entre aptitudes agronómicas y usos del suelo, y a los impactos que el cambio global ha comportado en la estructura eco-paisajística y la conectividad ecológica.18 Para abordar ese estudio de los intercambios socio-metabólicos de energía y materiales de las sociedades humanas con su territorio, y sus correspondientes impactos ambientales, resulta imprescindible la colaboración transdisciplinar entre la historia agraria, la economía ecológica, la agroecología, la edafología y la ecología del paisaje. Esa enriquecedora experiencia de 16 Para los aspectos teóricos y metodológicos de la contabilidad de flujos del metabolismo social véase especialmente Fischer-Kowalski, M. (1998:61-78); Fischer-Kowalski, M. y Hüttler, W. (1999: 107-136); Haberl, H. (2001a:107-136), y (2001b: 53-70); y Haberl, H.; Erb, K. H.; Krausmann, F.; Loibl, W.; Schultz, N.; Weisz, H. (2001:929-941). Para unos primeros resultados, Krausmann, F. (2001 y en prensa); Schandl, H. y Schultz, N. (2002:203-221); EUROSTAT (1997 y 2001). Para el estudio de los balances energéticos de los sistemas agrarios véase Pimentel, D. y Pimentel, M. (1979), Leach, G. (1981); Bayliss-Smith, T. P. (1982); Smil, V. (1991, 1993 y 2001); Giampietro, M. y Pimentel, D. (1991:117-144); Giampietro, M.; Bukkens, S. G. F. y Pimentel, D. (1994:19-41); Gliessman, S. R. (2002). En España el estudio de los flujos y balances energéticos de los sistemas agrarios tiene también una larga tradición. Véase Campos, P. y Naredo, J. M. (1980:17-114 y 163-256); Naredo, J. M. (1996); Campos, P. (1981:241-277 y 1984); Puntí, A. (1982:289-300); Campos, P. y López, J. (1997); Simón, X. (1999:115-136); Campos, P. y Casado, J. M. (2004); Carpintero, O. (2002:85-125, 2005 y 2006:31-45); Carpintero, O. y Naredo, J. M. (en prensa); López, J. (en prensa). 17 Desde esa perspectiva económico-ecológica trabajamos en estrecho contacto con el grupo de historia agroecológica dirigido en Sevilla y Granada por el historiador Manuel González de Molina y la ingeniera agrónoma Gloria I. Guzmán, Véase González De Molina, M. (2001:87-124); González De Molina,, M.; Guzmán Casado, G. I.; Ortega Santos, A. (2002:155-185); González De Molina, M. y Guzmán Casado, G. I (2006 y en prensa). 18 Tello, E. (1999: 195-211; 2004a:59-82; 2004b:82-152; 2006:13-44); Garrabou, R. y Tello, E. (2004:83-104); Cussó, X.; Garrabou, R. y Tello, E. (2005:125-138; 2006:49-65); Tello, E.; Garrabou y Cussó, X. (2006:42-56); Olarieta, J. R.; Rodríguez, F. y Tello, E. (2005:39-66); Marull, J.; Pino, J.; Tello, E. y Mallarach, J. M. (2006:105-126); Cussó, X.; Garrabou, R.; Olarieta, J. R. y Tello, E. (en prensa); Garrabou, R.; Tello, E. y Cussó, X. (en prensa).

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diálogo entre disciplinas diversas nos indica, sin embargo, que también los ecólogos y edafólogos necesitan tomar en consideración las dimensiones históricas y sociales del problema si, además de identificar las fuerzas motoras del cambio global, y sus efectos para el funcionamiento ecológico del territorio, queremos entender los móviles económicos y los filtros institucionales que rigen tales cambios. Eso sitúa algunas de las principales cuestiones tradicionalmente analizadas por los historiadores económicos –como el papel de la dinámica demográfica, el cambio tecnológico, el cambio institucional o la inserción en los mercados— en un marco de referencia más amplio que permite incluir en el análisis los flujos biofísicos y la huella ecológica del metabolismo social.19 Esta visión más amplia no debe entenderse como un modelo cerrado con el que pueda predecirse el resultado territorial de cualquier modificación de sus variables. La perspectiva económico-ecológica del metabolismo social no presupone ninguna causalidad única ni determinista desde los factores naturales a los sociales, y admite la posibilidad que el peso relativo de unos y otros factores cambiara de una situación a otra. Ese matiz es importante para prevenir de buen principio cualquier reduccionismo ambiental. Tal como señala Joan Martínez Alier, “la relación entre las sociedades humanas y la naturaleza no puede comprenderse sin entender la historia de los seres humanos y sus conflictos”, por lo que “lejos de naturalizar la historia la introducción de la ecología en la explicación de la historia humana historiza la ecología.”20 Desde un punto de vista metodológico nuestro proyecto busca, por tanto, abrir un puente que permita el enlace entre el estudio del metabolismo social, mediante la estimación de los flujos de energía y materiales que aborda la economía ecológica, por una parte; y, por la otra parte, uno de los asuntos tradicionalmente más estudiado por la geografía, la historiografía y la economía agraria: los cambios en el uso del territorio, tanto desde el punto de vista de los usos del suelo como de la estructura de la propiedad o la explotación. Combinando unas y otras aproximaciones, y sus respectivos métodos, podemos relacionar el estudio geo-histórico del paisaje con el análisis de la trayectoria del metabolismo social que ha conducido a sustituir múltiples huellas ecológicas locales, impresas en el entorno por los requerimientos territoriales correspondientes a cada modo particular de uso de los recursos, por una huella ecológica cada vez más global, uniforme, y alejada de la percepción de quienes la originan. Tal como sugiere el esquema de la Figura 1, partimos de una formulación muy sencilla y cercana al método de trabajo de los geógrafos o historiadores agrarios: confrontar con el territorio realmente disponible el requerimiento territorial por unidad de producto y habitante –esto es: cuánto suelo agrícola, forestal o pecuario era necesario para obtener cada unidad de consumo alimentario y energético demandada por una población dada, en un contexto tecnológico y económico dado, calculando a la inversa los rendimientos o productividades convencionales—; e identificar, a partir de ese cotejo, las situaciones

19 Véase el concepto de régimen social-metabólico de Sieferle, R. P. (1990:9-20; 2001a:31-54; 2001b). También los conceptos de economía orgánica y economía de base mineral, acuñados por Wrigley, A. (1987:37-133, 1993 y 2004), y los trabajos sobre la evolución histórica de la disponibilidad de energía de Malanima, P. (1996, 1998, 2001:51-68 y 2003), Kander, A. (2002) y Warde, P. (2006). 20 El código genético no rige el uso de energía exosomática, la demografía humana admite una reproducción “consciente”, y la territorialidad humana tampoco es obra de la “naturaleza” (Martínez Alier, J., 1998:55 y 2004).

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y momentos de ruptura que llevaron a diferentes sociedades humanas a cambiar la configuración de los paisajes culturales que habían heredado. Comparando el territorio requerido con el disponible según las densidades de población, las productividades del sistema agrario o las tecnologías a su alcance, y teniendo en cuenta la diferente aptitud de los suelos, las pautas de organización del territorio, los derechos de propiedad u otras reglas de acceso a la tierra, e incluyendo el recurso a redes de intercambio comercial de mayor alcance, podemos llegar a identificar aquellos momentos de crisis y transformación del uso del suelo que indujeron a modificar los usos agrarios mediante la activación del trabajo humano, y el conjunto de instrumentos o conocimientos a su disposición. Los requerimientos territoriales de los productos demandados deberán relacionarse entonces con la capacidad total de trabajo disponible para la satisfacción de la necesidades de aquella población, mediante lo que en la metodología económico-ecológica se conoce como un balance del tiempo total disponible o Land-Time Budget Analysis. Figura 1. Principales variables para confrontar los requerimientos nutricionales y energéticos con las disponibilidades de suelos y trabajo de una población rural determinada (prescindiendo en el esquema de los derechos de propiedad, las tramas institucionales, el cambio tecnológico y la relación con los mercados)

Fuente: Cussó, X.; Garrabou, R. y Tello, E. (2005:127). Las principales variables seleccionadas en la Figura 1, donde la economía de espacio obliga a abstraer los condicionantes institucionales, tecnológicos y económicos de aquellas interrelaciones, parten de la hipótesis que la modificación de alguno de los factores determinantes del metabolismo social comportará cambios de su expresión territorial en el paisaje. Pero se trata tan sólo de un desafío que podrá dar lugar a distintas respuestas en función, precisamente, de la elección social resultante.21 Una breve aproximación geohistórica al Vallès

21 Tomamos aquí la noción de elección social propuesta por Amartya Sen. Véase Sen, A. (1989:213-248 y 2000); y Tello, E. (2005).

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Nuestra área de estudio se localiza en cinco municipios situados a caballo de las comarcas catalanas del Vallès Oriental y Occidental, que reúnen aproximadamente un territorio de 13.500 hectáreas: Caldes de Montbui, Castellar del Vallès, Palau-solità i Plegamans, Polinyà y Sentmenat (Mapa 2). Forman una especie de triángulo situado entre la fosa tectónica del Vallès y la sierra prelitroral catalana, con sustratos geológicos y pendientes muy variables sobre los que se ha desarrollado una considerable variedad de suelos.22 Mapa 2. Área de estudio, clases agrológicas del suelo, masías y superficie urbanizada en los municipios de Caldes de Montbui, Castellar del Vallès y Polinyà (1853-2004)

Clasificación de los suelos por clases agrológicas: I: aptas para ser continuamente labradas sin problemas de erosión, con buena capacidad de enraizamiento, drenaje y retención de agua; II: limitaciones ligeras o alguna limitación importante que condicionan la elección del cultivo y las prácticas culturales; III: limitaciones importantes que restringen la elección del cultivo, y problemas de erosión que demandan ocasionalmente prácticas de conservación del suelo; IV: limitaciones importantes que restringen la elección del cultivo, y problemas importantes de erosión que requieren prácticas frecuentes de conservación del suelo; V: limitaciones muy importantes que restringen drásticamente la elección de cultivo, y problemas de erosión suficientemente graves para considerarlos poco aptos para cultivar; VI: no aptos para el cultivo.

Fuente: elaboración de Marc Badia, Fernando Rodríguez Valle, Oscar Miralles y Enric Tello para los proyectos de investigación BXX2000-0534-C03 y SEC2003-08449-C04. Los municipios situados más cerca de la sierra tienen una mayor proporción de suelos poco aptos para el cultivo, a diferencia de los que se extienden por el llano de la

22 Folch, R. edit. (1976:355); Galobart, Ll. (1983); Folch, R. (1997); Bassa, O. (1998); Acebillo, J. y Folch, R. edits. (2000); Rodríguez Valle, F. L. (2003).

1853-56 1954-57 1999-2004

municipios ríos y “rieres” “masies”

Clases agrológicas del suelo

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depresión del Vallès. Un 64% del territorio presenta pendientes inferiores al 20%, pero en un 22% del mismo se supera el 40% de pendiente. Incluyendo el 14% restante con pendientes entre el 20 y el 40%, cuyo cultivo exige alguna inversión para construir terrazas y caminos, la evaluación por clases agrológicas eleva la proporción de suelos cultivables hasta el 77% de la extensión total. Pero esa evaluación, que privilegia el factor pendiente, únicamente sirve para detectar ciertas limitaciones cuya superación demanda labores crecientes para evitar un rápido deterioro edáfico, y no excluye que en determinados momentos históricos los aterrazamientos superaran aquella cota.23 La pluviosidad y el déficit hídrico presentan una zonificación inversa a la pendiente: en las partes llanas, con mayor proporción de suelos aluviales profundos, las precipitaciones oscilan entre 600 y 650 mm. En cambio, en las partes cada vez más altas del ángulo noroccidental la pluviosidad asciende hasta 700 y 800 mm, pero la capacidad de retención de agua de los suelos es menor. Con una evapotranspiración potencial que desciende rápidamente, desde 712-855 mm en el llano hasta 427-572 mm en las cotas más altas, la zona montañosa genera la escorrentía necesaria para alimentar los cursos de agua que fluyen hacia el llano. Tanto las aguas superficiales, como las fuentes y surgencias termales que afloran en la falla, son relativamente más abundantes en la zona de contacto entre montaña y llano. Es aquí, y no por casualidad, donde se localizan los núcleos de hábitat concentrado más antiguos: la ciudad romana de Caldes de Montbui, o las villas de Castellar de Vallès y Sentmenat formadas en el siglo X.24 Desde tiempos medievales y a lo largo de la etapa tardofeudal de la edad moderna aquel territorio se había estructurado mediante una retícula de masies dispersas, que estaban conectadas a través de las villas con un gran corredor de comunicaciones que atraviesa la depresión catalana del Vallès-Penedès enlazando Francia con el valle del Ebro y el conjunto del litoral mediterráneo.25 Su situación estratégica convirtió esta comarca en un traspaís agrario del principal sistema de ciudades de Cataluña. La cercanía a Barcelona –entre 5 y 10 horas a lomo de caballo o mulo, según un mapa horario de 1808-180926– conectó tempranamente el Vallès a las dinámicas comerciales del centro de gravedad demográfico y urbano del país27, mientras los amos de aquellas masies ganaban paso a paso el control de los derechos de acceso a los principales recursos naturales –tierra, agua, bosques, pastos o ganado— a lo largo de una compleja y conflictiva transición del feudalismo al capitalismo agrario.28 Si observamos detenidamente la retícula del hábitat disperso propio del régimen agrario de la masia, en las partes más montañosas la distancia entre masies aumentaba, 23 Olarieta, J. R.; Rodríguez, F.; Tello, E. (2006:39-66). 24 Aunque se trate de recursos hídricos modestos, da cierta idea de su cuantía local que en 1895 hubiera en Castellar del Vallès 14 establecimientos industriales movidos por la fuerza mecánica de 15 ruedas hidráulicas, complementadas en algunos casos por 8 máquinas de vapor que reunían en conjunto otros 875 CV. Eran seis fabricas de hilados, tejidos y acabados de algodón –dos de las cuales ocupaban conjuntamente a unos 700 obreros—, dos de regenerados de lana o algodón, una hilatura de lana, una de papel-cartón, un molino harinero, y varios talleres de fundición, fabricación de lanzaderas o metalurgia (Vergés, P. ([1895]1987:142-149). Además de ese uso industrial y energético, el agua permitía regar huertas que, como en el Caso de Caldes de Montbui, eran de las más importantes de la región. 25 Vilar, P. (1964:229). 26 Vilar, P. (1964:271). 27 García Espuche, A. (1998ª y 1998b:27-35); Dantí, J.; Serra, E.; Gual, V.; Alcoberro, A. y Font, J. (2005). 28 Serra, E. (1988); Serra, E. y Torres, X. (1993:337-352); Aventín, M. (1996); Garrabou, R. y Tello, E. (2004:83-104).

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disminuyendo la densidad de ocupación del territorio respecto a la malla más tupida de masies en el llano. Eso traduce la especialización relativa entre las explotaciones más silvícolas y pecuarias de las partes montañosas, y los masos más agrícolas en los suelos planos. En un viaje de 1787 Francisco de Zamora hizo la siguiente anotación en su diario: “aquí se baja por entre pinos y carrascas, de que abunda el Vallés en toda su extensión, sin hallar otra causa que la de ser de particulares los montes. Los hatajos [sic] de ganado son pequeños, pero sus utilidades mayores, sin comparación, que las grandes cabañas de Castilla. Estoy persuadido que en el terreno que coge el Vallès no se acomodarían en la mejor dehesa de Extremadura tantas cabezas de ganado como hay aquí, y al mismo tiempo una multitud de pueblos y cultivos.”29 Las villas se encontraban en la zona de contacto entre ambos mundos, donde los mercados semanales y los establecimientos comerciales organizaban el intercambio de sus excedentes respectivos, tanto entre sí como con el exterior.30 En 1780 Jaume Caresmar afirmaba que “no obstante ser el trigo el que más abunda en el Vallés, no puede en manera alguna sufragar a lo que se consume en este partido, y es preciso que se surta en mucha parte de Aragón y países de levante y del norte.”31 Hacia 1860 en el conjunto del Vallès había 19.721 hectáreas sembradas de cereal (13.236 en la parte oriental más húmeda y montuosa, y únicamente 6.485 en la llanura occidental), frente a 21.447 plantadas de vid (tres cuartas partes de las cuales, 16.182 has, en el Vallès occidental). Aunque la producción local de trigos casi podía cubrir las necesidades alimentarias de la población local en el Vallès oriental (97,8%), la especialización vitícola y la urbanización ya habían reducido el grado de cobertura al 40% en la parte occidental. La media ponderada era para ambas comarcas del 65%, mientras en el conjunto de la provincia de Barcelona la producción local de cereales panificables sólo alcanzaba a cubrir un 42% del consumo de harinas.32 Sin embargo hasta mediados del siglo XIX aquella especialización vitícola, todavía parcial, no había alterado aún en el Vallès el carácter policultural característico de la masia catalana como explotación agraria. La diferente especialización entre las masies de llano y de montaña consistiría simplemente en un cambio de proporciones dentro de una práctica policultural común. Las de montaña producían cereales y legumbres para su propio consumo, y vendían leña, carbón vegetal o ganado. Las del llano comercializaban legumbres, cáñamo, vino y a veces también cereal, pero producían su propia madera y su ganado de cría para ahorrar compras al exterior. La eficiencia energética y territorial de una agricultura orgánica avanzada, frente a la ineficencia energética y el desquiciamiento territorial posterior a la “revolución verde” Entre 1718 y 1860 la densidad media de población del área estudiada se triplicó, saltando de 21 a 66 habitantes por Km2. En 1718 era superior al promedio catalán (20,8 contra 13,7 hab./Km2), en 1787 casi lo igualaba (29,5 contra 29,7 hab./Km2), y en 1860 la volvía a superar (65,9 contra 54,5 hab./Km2).33 Esther Boserup situó en 64 habitantes/Km2, equivalentes a una hectárea y media por persona, el umbral de

29 Zamora, F. De (1973 [1785-1790]:53). 30 Roca, P. (2001:19-130; 2005:49-42). 31 Lluch, E. edit. ([1780]1997:223). 32 Planas, J. (2003:); Garrabou, R.; Tello, E. y Cussó, X. (en prensa). 33 Vilar, P. (1966:141-181).

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separación entre una economía agraria intensiva capaz de sostener una población humana “medianamente densa”, y un nivel de “alta” densidad sólo al alcance de sociedades insertas en un proceso de industrialización y urbanización.34

Tabla 3. Densidad de población en el área de estudio (hab./Km2 en 1718-2001) 1718 1787 1860 1900 1930 1960 2001 Caldes de Montbui 37,1 45,2 86,8 92,6 127,4 159,6 369,3 Castellar del Vallès 9,0 18,9 56,7 78,2 87,1 108,2 406,6 Palau-solità i Plegamans 14,8 28,8 61,2 63,9 88,5 109,9 764,0 Polinyà 14,1 10,6 51,7 43,4 53,3 52,7 584,7 Sentmenat 23,0 31,5 59,5 43,6 65,9 69,0 205,6 TOTAL 20,8 29,4 65,8 71,0 91,7 110,7 419,2 MEDIA DE CATALUÑA 13,7 29,7 54,5 64,1 92,6 132,1 199,4

Fuente: elaboración propia a partir de de Vilar, P. (1966:141-181), Gran Enciclopedia Catalana, y www.idescat.es. ¿Cuándo se empezó a superar la capacidad de sustentación del territorio propia de una economía agraria de carácter orgánico? Paolo Malanima estima que en el conjunto de Europa occidental la cesta de consumo estaría situada hacia 1750 entre 15 y 20.000 Kcal. diarias por habitante, con tres rubros básicos: alimentos (500-800 gramos de cereales), combustible (2 Kg. de madera en zonas mediterráneas, con un 25% para uso industrial), y tracción (un buey, mulo o caballo cada seis habitantes). Para suministrarlos, el territorio requerido se situaría al rededor de dos hectáreas por habitante.35 Con densidades entre 35 y 47 habitantes/Km2 la huella debía reducirse a 1,5 has, y entre 47 y 70 habitantes/Km2 hasta una sola hectárea biológicamente productiva por persona. A principios del siglo XVIII la disponibilidad media rondaba en Cataluña las cinco hectáreas por habitante: una superficie holgada, comparable a las veinte o veinticinco hectáreas que podía tener una masia explotada por una familia. Pero en la región de Barcelona ya se superaban en 1718 los 30 habitantes/Km2, y el territorio disponible se acercaba al nivel crítico de dos hectáreas por habitante. Entre 1718 y 1787 el incremento demográfico situó la superficie útil en menos de una hectárea por habitante en la región de Barcelona, una y media en la de Tarragona-Reus, y dos en la de Girona. Gracias al peso de los extensos llanos occidentales leridanos en el Censo de Floridablanca, la media catalana aún era de 2,4 hectáreas por habitante, aunque los contrastes eran muy acusados. Entre 1787 y 1860 en prácticamente todo el territorio catalán se cruzó el umbral de las dos hectáreas útiles por habitante. En ese contexto nuestra pequeña área de estudio destaca por la precocidad. En la Tabla 4 aparecen las hectáreas por persona tomando tres de las superficies que aparecen agronómicamente evaluadas en el Mapa 2: el territorio apto para el cultivo cereal, la suma de todos los suelos potencialmente cultivables según la clasificación por clases agrológicas, y la extensión total incluyendo las clases poco o nada cultivables. El resultado nos dice que entre finales del siglo XVIII y mediados siglo XIX las densidades de población superaron el valor crítico de 35 habitantes/Km2 y dos hectáreas por persona. En los municipios más poblados, situados en la zona de contacto entre la sierra y el llano con mayor dotación de agua, el territorio disponible ya se aproximaba a un umbral crítico a finales del setecientos. En 1860 cuatro de los cinco municipios ya

34 Boserup, E. (1984:25). 35 Malamina, P. (1996 y 2001:51-68).

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sólo contaban con una hectárea y media por habitante, y únicamente Polinyà rondaba aún las dos hectáreas.

Tabla 4. Evolución de las hectáreas disponibles por habitante en los cinco municipios del área de estudio del Vallès (1718-2001)

número de habitantes

hectáreas totales disponibles

por habitante

hectáreas cultivables disponibles

por habitante

hectáreas aptas para cereal disponibles

por habitante 1718 2.804 4,83 3,74 3,12 1787 3.972 3,41 2,64 2,20 1860 8.880 1,53 1,18 0,99 1900 9.575 1,41 1,10 0,91 1930 12.375 1,09 0,85 0,71 1960 14.933 0,91 0,70 0,59 2001 56.554 0,24 0,19 0,15

Fuente: elaboración propia a partir de Vilar, P. (1966:141-181), Gran Enciclopedia Catalana, www.idescat.es, y Rodríguez Valle, F. L. (2003). De 1718 a 1860 los usos del territorio debieron experimentar transformaciones considerables para aumentar la energía obtenida de cada hectárea biológicamente útil, tanto en forma de alimentos como de tracción animal y combustible. El resultado fue el desarrollo de un modelo particular de economía orgánica avanzada, cuyo balance energético y estructura territorial analizaremos a continuación. Gracias a un uso eficiente y sensato del territorio, aquel sistema agrario altamente intensivo aún conseguía incorporar al contenido energético de la producción final agraria un 64% de la energía solar fijada por la fotosíntesis en la superficie agraria útil. Pese a la inevitable dependencia de una bioconversión animal muy ineficiente y costosa en territorio, el balance final lograba obtener 1,67 unidades energéticas por cada unidad invertida en su producción. La clave de aquella eficiencia era la integración entre los espacios agrícola, pecuario y forestal a través de la cabaña ganadera y la reutilización de cualquier subproducto (Tabla 5): Tabla 5. Balance energético del sistema agrario en el área de estudio del Vallès hacia

1860 y en 1999-2004 (miles de GJ/año) hacia 1860 en 1999-2004 superficie útil (SAU) cultivo Pasto bosque cultivo bosque y pasto

146,3 34,4 87,2 187,3 211,0 energía solar primaria fijada en la SAU agrícola pecuario forestal agrícola pecuario forestal producto final (PFA) 38,6 2,9 129,5 135,9 144,5 69,1 carga ganadera (UG) 983 UG de 500 Kg. 23.833 UG de 500 Kg. alimentación animal 68,7 1.095,7 fertilizantes 23,9 55,5 inputs totales (ITC) 102,4 1.625,8 output final (PFA) 171,0 349,5 balance final (EROI = PFA/ITC) 1,67 0,21 % del PFA sobre la energía solar primaria 63,8 88% Fuente: resumen propio a partir de Cussó, X.; Garrabou, R.; Olarieta, J. R. y Tello, E. (en prensa). Dos ejemplos nos servirán para ilustrar el origen territorial de aquella eficiencia energética. En primer lugar, la cabaña ganadera era superior a la que podían mantener

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unos pastos ya muy exiguos porque buena parte de su alimentación se obtenía de rastrojos, pajas, pámpanos, ramones, forrajes o piensos (y también gracias a que la trashumancia seguía aprovechando las variabilidad estacional de los pastos espontáneos). En segundo lugar, los sarmientos, ramones, pámpanos y podas aportaban un suministro adicional de combustible, forraje o fertilizante para las tierras de pan llevar, supliendo en la cesta de consumo la menguante disponibilidad de leña. De ese modo la especialización vitícola de una parte del suelo cultivado permitía concentrar el escaso estiércol disponible en la horticultura y la cerealicultura practicadas en las mejores tierras, y sus subproductos eran un sustituto parcial para las producciones forestales tradicionales del monte mediterráneo, una parte del cual había sido convertido en viñedo u olivar (Tabla 5). Ciento cincuenta años después, y una vez que la disponibilidad de combustibles fósiles baratos ha eliminado la función de la cabaña ganadera como fuerza motriz y proveedora de fertilizantes, el sistema agrario mecanizado y globalizado gasta por cada unidad de producto obtenido cuatro veces más energía en su producción. La bajísima eficiencia de 0,21 que encontramos a finales del siglo XX, tras la masiva difusión de las tecnologías de la “revolución verde”, está de nuevo estrechamente asociada a un uso desquiciado e ineficiente del territorio. Junto al peso energético de los inputs exteriores adquiridos en forma de gasóleo, electricidad, fertilizantes y otros agroquímicos –cuyo monto conjunto supone medio millón de GJ, equivalentes a 1,3 veces toda la energía solar primaria fijada en el territorio—, el factor más decisivo en el deterioro del balance energético lo constituye el enorme peso del engorde con piensos importados de una cabaña ganadera literalmente descomunal –22 veces mayor que la de 1860— y funcionalmente desconectada del territorio.36 Vemos, por tanto, que el manejo territorial constituye la clave para explicar tanto la elevada eficiencia alcanzada hacia 1860, como el grave deterioro energético y ambiental asociado a los flujos globalizados de la agricultura y ganadería actuales. Descubrirlo encierra una cierta paradoja, pues la razón que inducía a los habitantes del Vallès de mediados del siglo XIX a mantener un manejo eficiente e integrado del territorio no eran los efectos ambientales benéficos que de él se derivaban, claro está, sino su misma pobreza en fuentes de energía. En cualquier economía de base orgánica la dependencia del flujo energético solar captado a través de la fotosíntesis implicaba que la gente no sólo vivía en un territorio, sino básicamente –aunque no siempre exclusivamente— del territorio que habitaba. La creciente disponibilidad de energía barata de origen fósil, y a través de ella la globalización de los flujos del metabolismo social, han significado el fin de la necesidad del manejo agropecuario tradicional del territorio. Cabe preguntarse, sin embargo, si la superación de aquella necesidad debía comportar también, inexorablemente, el fin de su virtud. De la anatomía a la fenología: geografía social del paisaje agrario hacia 1853-56 Para responder a esa importante pregunta hay que avanzar más allá en la explicación de los mecanismos que han propulsado aquella gran transformación en el uso, abuso o abandono del territorio. Además de entender cómo ha ocurrido, debemos preguntarnos por qué, lo cual nos conduce hacia los agentes que actúan en el territorio y los criterios que rigen sus decisiones. El análisis de los flujos del metabolismo social nos da, en 36 Cussó, X.; Garrabou, R. y Tello, E. (2005:125-138; 2006: 49-65); Cussó, X.; Garrabou, R.; Olarieta, J. R. y Tello, E.. (en prensa).

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efecto, las claves básicas de la anatomía del paisaje al permitirnos entender las razones que subyacen a las grandes proporciones en los usos agrícolas, pecuarios y forestales del territorio, y a su manejo integrado. Sin embargo para entender su fenología, es decir su configuración espacial y su evolución, necesitamos situar en ese contexto a las gentes que lo poblaron y transformaron. Y debemos incorporar a aquellos agentes de la transformación territorial no como una parte más del paisaje, sino como sus constructores o destructores.37 El estudio de los flujos energéticos del metabolismo social nos ayuda a comprender los grandes desafíos a los que se enfrentaron aquellas gentes, con relación a la matriz territorial que sustentaba gran parte de sus necesidades. El análisis de la geografía social de los paisajes que en ella construyeron nos permitirá comprender, en cambio, la elección social implícita en las respuestas adoptadas frente aquellos desafíos. Para ello lo primero que conviene recordar es que el acceso a los recursos naturales no era libre prácticamente nunca. Estaba regulado por unos derechos de propiedad, y unas correlaciones de fuerza entre clases sociales, que a la postre serían muy determinantes para las respuestas al desafío que implicaba el aumento de las densidades de población. Hasta el siglo XVIII muchos municipios del Vallès estaban íntegramente formados por masies dispersas, y carecían de una villa o núcleo concentrado más allá de la iglesia parroquial. Es el caso de Polinyà, donde un 46% de los residentes seguían siendo propietarios en 1856 incluso después que la población se hubiera multiplicado por 3,6 entre 1718 y 1861.38 Pese a la distancia existente entre los poseedores de grandes masies policulturales, y los nuevos inmigrantes o descendientes no herederos que tan sólo detentaban alguna pequeña parcela vitícola, generalmente cedida por los primeros con un contrato de rabassa morta, los índices de Gini eran en Polinyà o Palau-solità menores que aquellos otros municipios donde existía una antigua villa cuyos pobladores poseían muy poca o ninguna tierra. En Caldes de Montbui (0,88 en 1770), Castellar del Vallès (0,77 en 1854) y Sentmenat (0,77 en 1735) la desigualdad en el acceso a la tierra se reflejaba principalmente en la distribución de toda la superficie agraria útil, por las abundantes extensiones de bosque y erial a pasto detentadas por los “amos” de masies relativamente grandes. En cambio los índices de Gini eran siempre menores en la distribución de la superficie cultivada, y casi sin excepción tendieron a disminuir entre el siglo XVIII y mediados del siglo XIX (Anexo I). Es interesante recordar que en las economías de montaña, de donde provenían aquellos inmigrantes, los bosques eran aún comunales y la leña constituía un aprovechamiento vecinal.39 En la Cataluña “vieja”, por el contrario, los amos de las masies habían logrado privatizar tempranamente buena parte del bosque y erial. Los flujos migratorios debieron auspiciar el conflicto entre los usos y hábitos inherentes a ambos regímenes agrarios. El estudio hecho por Eva Serra de los delitos juzgados en la corte señorial de Sentmenat entre 1571 y 1695 nos revela, en efecto, una sociedad rural muy dinámica y conflictiva donde el acceso al bosque y los pastos, o los pequeños robos de leña y 37 Garrabou, R. y Tello, E. (2004:83-104). 38 Entre 1718 y 1787 la población censada en Polinyà se redujo de 124 a 93 habitantes, siguiendo una trayectoria que no resultaba insólita en municipios compuestos únicamente por masies. En los 75 años siguientes la población se quintuplicó, alcanzando los 455 residentes en el censo de 1861. 39 Bringué, J. M. (1995 y 2001); Sanllehy, Mª A. (1996); Busqueta, J. J. y Vicedo E. edits., (1996); Bosch, M.; Congost, R. y Gifré, P. (1997:65-88); Sala, P. (1998); Congost, R. y To, Ll. edits. (1999); Congost, R. 2000 y 2002:291-328; Congost, R.; Jover, G. y Biagioli, G. edits. (2003). 25-538); Olivares, J. (2000); Bonales, J. (2001:31-57 y 2003).

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frutos, eran una fuente de permanente litigio entre los amos de las masies y las nuevas levas de inmigrantes procedentes de las comarcas pirenaicas o el reino de Francia.40 Aquellos testimonios, y la evidencia que la viticultura se desarrolló sobre suelos en fuerte pendiente gracias a una enorme inversión de trabajo, nos han llevado a sugerir otra lectura socioambiental del proceso de especialización vitícola en el Vallès: quizá los amos de masies optaron finalmente por establecer con contratos de rabassa morta a una población flotante, compuesta de inmigrantes y también por hijos segundos no herederos, para lograr una especie de pacto con un campesinado precario al que veían como una clase peligrosa y en aumento. De esa forma podían controlar mejor sus propias lindes, y reafirmar unos derechos de propiedad sobre el espacio agrario todavía difusos y que aún estaban disputando a su propio señor feudal.41 Quizá por esa vía, a través de su ineludible presencia cada vez más amenazadora, las levas de inmigrantes y desheredados también aprendieron a hacerse valer. El incentivo de una demanda creciente de aguardientes jugó sin duda un importante papel –especialmente cuando estuvo acompañada de precios relativos favorables—; pero proliferación de contratos de rabassa morta desde mediados del siglo XVII podría haber sido también resultado de un proceso social de aprendizaje por ensayo y error. El pacto entre hacendados y campesinos pobres a través de figuras contractuales sub-enfitéuticas no puso fin, claro está, a la conflictividad inherente a la polarización social misma de la sociedad rural catalana.42 Pero ayudó a canalizarla hacia otras formas más productivas. El paisaje resultante de aquel pacto queda bien reflejado en los mapas catastrales levantados en Castellar del Vallès, Caldes de Montbui y Polinyà en 1853-56. Esos parcelarios nos muestran un territorio todavía organizado desde las masies con su tradicional mosaico policultural mediterráneo. En las vertientes montuosas de la sierra prelitoral la matriz dominante seguía siendo forestal, salpicada de las típicas quintanes de cereal y algunas plantaciones vid u olivo cuya disposición se adaptaba al terreno quebrado. En el llano seguía habiendo bosque, pero se trataba sólo de pequeñas teselas combinadas con vides, olivos y huertas que se articulaban con unas tierras de pan llevar que allí constituían la matriz dominante. Tanto en la montaña como en el llano la vieja estructura parcelaria tendía a orientarse con un cierta lógica circular alrededor de cada masia, adaptándose a la topografía y los caminos de acceso desde éstas a los campos. Sin embargo, y superponiéndose a la tradicional estructura parcelaria policultural, encontramos en los mapas catastrales un segundo tipo de parcelas mucho más pequeñas, compactas y repetidas a lo largo de unas vías de comunicación que ya no se orientaban hacia la masia dispersa más próxima, sino que conducían a la villa situada en el núcleo central del municipio. Eran las nuevas teselas del parcelario vitícola surgido de los sub-establecimientos a rabassa morta. Las líneas blancas del Mapa 6 delimitan a propósito, cruzando los datos cartográficos con la memoria catastral, aquellos terrenos que constaban en el catastro como propiedad plena de las masies. Por el contrario, las líneas negras delimitan las micro-parcelas poseídas o trabajadas mediante un establecimiento enfitéutico por pequeños viticultores de la villa. 40 Serra, E. (1988:132-148). 41 Garrabou, R. y Tello, E. (2004:83-104); Olarieta, J. R.; Rodríguez, F. y Tello, E. (en prensa). 42 Para el largo conflicto rabassaire en Cataluña véase Balcells, A. (1968); Giralt, E. (1965:3-24); Colomé, J. (1997:125-142); Tello, E. (1997:89-104).

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Mapa 6. Masies y usos del suelo en el mapa catastral de Catellar del Vallès en 1854

Fuente: elaboración mediante SIG por Marc Badia para los proyectos de investigación BXX2000-0534-C03 y SEC2003-08449-C04, a partir del mapa parcelario 1:5.000 de Pedro Moreno Ramírez y la correspondiente memoria catastral conservada en la cartoteca y archivo histórico del Institut Cartogràfic de Catalunya. Se publica con autorización del ICC. Podemos considerar aquel mosaico policultural, todavía bastante agrodiverso, como el punto de llegada del desarrollo de una agricultura avanzada de base orgánica que había logrado responder al desafío consistente en duplicar la densidad de población del área de estudio, desde 2,2 hectáreas por habitante aptas para el cultivo cereal en 1787 hasta poco más de una hectárea disponible por persona en 1860. La respuesta se había alcanzado a través de la combinación de dos mecanismos. Por una parte movilizando la capacidad de trabajo subempleada a través de un pacto contractual entre las dos clases sociales en que se había polarizado el mundo rural de la Cataluña “vieja”: los hisendats, que poseían las masies, primero en domino útil y tras la revolución liberal como plena propiedad; y un campesinado precario y pluriactivo cada vez más numeroso, procedente en parte de la emigración desde “la montaña” y en parte de los descendientes no

BOSQUE CEREAL desconocido edificado (la villa) OLIVOS REGADÍO ERIAL VID

USOS DEL SUELO

masies

Villa de Castellar del Vallès

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herederos de los mismos linajes de las masies, que se concentraron en las villas. Ese desarrollo de la viticultura permitía, por otra parte, el aprovechamiento mercantil de ciertos óptimos ecológicos del territorio, gracias a los cuales los amos de masies pudieron seguir practicando el policultivo y manteniendo una relativa autonomía hacia las redes de intercambio en las que participaban.43

Mapa 7. Cambios de uso del suelo en el área de estudio del Vallès entre 1850-60 y 1950-60

43 Garrabou, R.; Tello, E. y Cussó, X. (en prensa).

Caldes de Montbui (1853), Castellar del Vallès (1854) y Polinyà (1856)

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Fuente: Garrabou, R.; Tello, E. y Cussó, X. (en prensa). Las últimas tendencias en gestión de la conservación están redescubriendo ahora las virtudes ambientales de la agrodiversidad que caracterizaba aquellos paisajes culturales estructurados en forma de mosaico.44 En palabras de Fernando Parra, “el mantenimiento de la topodiversidad, esto es, una variabilidad territorial que garantice la no interrupción de procesos de flujo, como garante de una biodiversidad, es más eficaz que la mera declaración de ‘islas’ naturales en el seno de una matriz territorial drásticamente transformada”.45 Los resultados de la aplicación por los ecólogos del paisaje Joan Marull, Joan Pino y Josep M. Mallarach de los índices de estructura eco-paisajística y conectividad ecológica a los mapas de usos del suelo de nuestra área de estudio demuestran claramente la elevada funcionalidad ecológica del mosaico agrario tradicional existente en el área de estudio hacia 1850-60, y que aún subsistía en 1950-60. Sin embargo, con los impactos de la “revolución verde”, la desintegración entre agricultura, ganadería y silvicultura, y la urbanización se ha experimentado “una pérdida generalizada de la capacidad funcional del territorio como hábitat a lo largo del período estudiado” (Mapa 8).46

44 González Bernáldez, F. (1981:168-175). 45 En Naredo, J. M. y Parra, F. eds. (2002:259). 46 Marull, J.; Pino, J.; Tello, E.; Mallarach, J. M. (2006:111).

Caldes de Montbui, Castellar del Vallès, Polinyà y Sentmenat (1953-59)

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Mapa 8. Índices de estructura y conectividad ecológicas en el área de estudio del Vallès en 1954-57 y 1999-2004

Fuente: Marull, J.; Pino, J.; Tello, E.; Mallarach, J. M. (2006:105-126). Debido a la discontinuidad territorial de los mapas catastrales parcelarios de mediados del siglo XIX, no hemos podido cartografiar los índices de ecología del paisaje calculados para ese período en el área de estudio. Sin embargo, y a pesar de las importantes transformaciones registradas en el territorio entre 1850 y 1950 (Mapa 7), no parece que el funcionamiento ecológico del paisaje del Vallès hubiera experimentado a mediados del siglo XX mermas muy considerables. Algunos de los indicadores parciales de estructura eco-paisajística de 1950 muestran algún empeoramiento respecto los de 1850, como el tamaño de grano de las teselas o la longitud de los ecotonos. Pero hay otros indicadores, como la riqueza de cubiertas, que permanecen invariables. También encontramos algunos, como la proporción de naturalidad en las cubiertas, que muestran incluso cierta mejora a mediados del siglo XX. El cambio territorial después de la crisis agraria finisecular: globalización, crisis y transformación del mundo rural, reforestación La elección policultural de los amos de masia sugiere que a mediados del siglo XIX la rentabilidad diferencial de los excedentes vitícolas no debía ser aún lo suficientemente

1954 2004

1954 2004

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alta frente a las demás opciones productivas, una vez tenido en cuenta el alto coste en trabajo de la plantación y mantenimiento de un plantío de cepas en suelos pobres y pendientes que a menudo se debían aterrazar. Sólo para el sector noroeste del municipio de Caldes de Montbui la construcción de terrazas, que hemos estudiado en detalle sobre el terreno, pudo haber requerido la inversión de hasta 120.000 jornadas de trabajo.47 El coste de oportunidad de aquel trabajo no era el mismo para un pequeño rabasser que para un propietario que lo pagara a jornal. Por eso, y por las otras razones sociales apuntadas, preferían ceder partes de sus masies a pequeños viticultores con un contrato de rabassa morta.48 La situación cambió rápidamente en la segunda mitad del siglo XIX con el auge del monocultivo vitícola por el que cada vez optaron más los hacendados de las masies. Cuando la plaga de la filoxera comenzó a destruir los viñedos franceses en 1867, y los precios del vino subieron sin cesar, el destino de gran parte del Vallès pasó a depender de la cotización internacional de un solo producto de exportación. No es casualidad que eso sucediera justamente cuando los ferrocarriles habían comenzado a recortar sensiblemente la distancia horaria a la capital catalana con la construcción de la línea Barcelona-Granollers en 1854, la línea Barcelona-Terrassa en 1856, y la puesta en funcionamiento del tren “calderí” de Mollet a Caldes de Montbui en 1880.49 La crisis agraria finisecular, la bioinvasión de la filoxera y la llegada del ferrocarril formaban parte del mismo proceso de globalización económica y ecológica.50 El abandono de paisaje policultural por un monocultivo vitícola sin defensas agroquímicas suponía una invitación en toda regla a la propagación de la filoxera, que en 1883 ya había llegado al Vallès. Hacia 1890 había destruido todas las viejas cepas, que en esta comarca catalana no fueron replantadas con pies americanos resistentes al insecto porque sus capacidades bioclimáticas y agrológicas son bastante más amplias que en la vecina comarca del Penedès, y porque la cercanía de los núcleos textiles laneros de Sabadell y Terrassa, u otras industrias existentes en la comarca, ofrecían a los rabassers arruinados un mayor abanico de opciones. La misma dependencia del mercado que había inducido la sustitución del mosaico policultural por un efímero monocultivo vitícola acabó provocando después de la crisis agraria finisecular la recuperación por las masies de las tierras cedidas a rabassa, y la búsqueda de otra combinación de cerealicultura con producción y venta de hortalizas, leche y otros productos frescos a las ciudades circundantes. Eran las mismas ciudades cuyas industrias dieron ocupación a aquella clase de campesinos precarios que, en gran parte, habían construido con su esfuerzo el paisaje agrario de 1850-60. Con el abandono de las terrazas vitícolas y la recuperación del dominio útil por la clase propietaria de las masies la distribución de la propiedad de la tierra se hizo de nuevo más desigual. Los índices de Gini aumentaron en los cinco municipios del área de estudio, desde 0,5-0,7 hacia 1860 hasta 0,7-0,9 en 1950-53, tanto en el área cultivada como en el conjunto de la superficie agraria (Anexo I). El resultado paisajístico de aquella mutación económico-social aparece reflejado en el Mapa 8, y en la matriz de cambios de uso del suelo del Anexo II. El rasgo más 47 Olarieta, J.; Rodríguez Valle, F. y Tello, E. (2006:92). 48 Tello, E. (1995:109-157). 49 Pascual, P. (1999). 50 Garrabou, R.; Tello, E. y Cussó, X. (en prensa).

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característico fue el retroceso marcado de la vid y su sustitución sólo muy parcial por algunas plantaciones de almendro y avellano. El cambio paisajístico y socio-metabólico propiciado por la salida a la crisis agraria finisecular resultó, sin embargo, mucho más profundo. Entre 1900 y 1930 la densidad de población del área de estudio aumentó de 71 a 92 hab./Km2, reduciendo la superficie agraria disponible a una sola hectárea por habitante. La fiebre vitivinícola se combinó con la escasez de leña para dirigir hacia los bosques el aumento de la presión humana sobre el territorio. En algún momento situado probablemente entre 1890 y 1920 la cubierta forestal catalana se redujo a su mínima expresión. Las fotografías tomadas desde finales del siglo XIX hasta los años cuarenta del siglo XX nos muestran, en efecto, unas sierras fuertemente desforestadas donde las masas boscosas sobrevivientes estaban drásticamente rejuvenecidas. Las carestías de combustible durante la Primera Guerra mundial, la guerra civil española y la postguerra franquista debieron llevar la oleada deforestadora a su máximo apogeo. No era éste, sin embrago, sólo un rasgo reciente de la crisis agraria finisecular. En 1786 el médico Josep Comes ya había escrito un memorial para el consistorio barcelonés proponiendo la importación de carbón mineral para salvar los bosques del Montseny.51 El consumo masivo de combustibles fósiles como sustituto, y no mero complemento de la leña y el carbón vegetal, aún se haría esperar por lo menos otro siglo. Sin embargo cuando la economía de base orgánica llegó realmente a su fin, con la transición energética a la era de los combustibles fósiles, sus efectos sobre la cubierta forestal del territorio fueron impresionantes. El fin de su función como proveedor de combustible y pastos significó un repentino abandono del tradicional aprovechamiento múltiple del bosque. El resultado fue un aumento espectacular y rapidísimo de la superficie boscosa que a finales del siglo XX quizá haya alcanzado el nivel más alto de forestación del último milenio.52 No se trató únicamente de un rasgo local: la recuperación del bosque ha sido el correlato del fin de economía de base orgánica en gran parte del continente europeo. Hacia 1950 el abandono de las plantaciones de vid en laderas aterrazadas, el repliegue e intensificación del cultivo en los mejores suelos, y el abandono de la trashumancia o el pastoreo de los yermos por una ganadería estabulada y alimentada con forrajes o cereales-pienso, ya habían dado como resultado conjunto una considerable ampliación de la superficie forestal.53 Las fotografías aéreas de la aviación estadounidense tomadas en 1956-57 muestran que la contra-oleada reforestadora sólo comenzaba a dar muestras incipientes, aunque ya visibles, de su progresión. En los cinco municipios del área de estudio del Vallès el área de bosque y matorral se multiplicó por 1,8 aumentando de 3.912 a 6.968 hectáreas. (Gráfico 9).

51 Martí Escayol, Mª A. (2002:5-20). 52 Cervera, T. (2005:40). 53 Para las transformaciones de la ganadería en Cataluña antes y después de la crisis agraria finisecular véase Saguer, E. y Garrabou, R. (1996:89-126); y Pujol, J. (1998:31-56).

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Gráfico 9. Cambio en los principales usos del suelo en el área de estudio del Vallès (Caldes de Montbui, Castellar del Vallès,

Palau-solità i Plegamans, Polinyà i Sentmenat, 1850-1950)

15,1 19,8

31,210,1

32,9 56,0

0%

20%

40%

60%

80%

100%

1850-60 1950-60

roquedo e improductivo

erial a pasto

bosque y matorral

almendros, avellanos yotros frutalesolivos

viñedos

cereales y legumbres

huerta y regadío

Fuente: Garrabou, R.; Tello, E. y Cussó, X. (en prensa). Las matrices de cambio de uso, reconstruidas para tres de los cinco municipios a partir de la intersección de cubiertas mediante SIG de los mapas parcelarios catastrales de mediados del siglo XIX y mediados del siglo XX, nos permiten conocer a grandes rasgos la procedencia de las nuevas áreas reforestadas (Anexo II). Aunque la cifra puede estar algo hinchada por los inevitables errores de georeferenciación y coregistro, más de la mitad de la superficie agraria de Caldes de Montbui, Castellar del Vallès y Polinyà experimentó algún cambio de uso entre 1850 y 1950. Casi dos terceras partes de aquellos cambios de uso fueron a parar al bosque. El 64% de las nuevas superficies forestales procedían de viñas abandonadas tras la filoxera, un 18% eran tierras marginales sembradas de cereal, un 9% eriales o matorrales que dejaron de servir como pasto, y el resto olivos u otros usos menores. Otros cambios significativos fueron la duplicación de la superficie regada (de 106 a 209 has.) y la multiplicación por 3,3 del área urbanizada (de 44 a 146 has.). El gran deterioro del funcionamiento ecológico del paisaje del Vallès, como en tantos otros lugares del Mediterráneo, se produjo después de 1950 y ha tenido mucho que ver con el impacto global de la mal llamada “revolución verde”. Los innegables aumentos parciales de los rendimientos en parcela, que han permitido doblar el producto por hectárea cultivada con relación a la energía extraída en forma de biomasa hacia 1850-60, sólo han sido posibles por la entrada de unos cuantiosos flujos de energía del exterior en forma de fertilizantes, productos fitosanitarios, maquinaria y combustible que han permitido la generalización de unas prácticas agrícolas cada vez más agresivas con el entorno e indiferentes al territorio. El desquiciamiento territorial ha sido aún mayor con la transformación de la ganadería en una cadena lineal de engorde con inputs externos. La difusión del tractor ha comportado la desaparición del ganado de labor, y la ganadería se ha orientado exclusivamente a la producción de porcino complementada

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con algo de vacuno y avícola para la obtención de huevos. La posibilidad de abastecerse en el mercado de piensos y forrajes ha “liberado” las explotaciones ganaderas de la dependencia del espacio agrícola y forestal local. A su vez las explotaciones agrarias han podido prescindir del ganado como suministrador de fertilizantes, al encontrar en el mercado una oferta sustitutiva de abonos industriales. Lo que antaño fuera un recurso escaso y valiosísimo que aportaba la mayor parte de la reposición de nutrientes, se ha convertido en un residuo del que los agricultores se deshacen como pueden convirtiendo la tierra de labor en auténticos vertederos.

Mapa 10. Usos del suelo en el área de estudio del Vallès en 1999-2004

Fuente: Garrabou, R.; Tello, E. y Cussó, X. (en prensa). El paisaje que nos muestra el Mapa 10 constituye el reflejo territorial de ese nuevo metabolismo social globalizado e indiferente al territorio. El rasgo más sobresaliente lo constituye, sin duda, el aumento espectacular de la superficie urbanizada u ocupada por infraestructuras de todo tipo: más de dos mil hectáreas, un 17% de la superficie total, que en el 80% han sido localizadas en suelos con un valor agronómico alto o muy alto.54 La matriz de flujos en el cambio de uso del suelo entre 1950 y el 2000 vuelve a mostrarnos un porcentaje de variación cercano a la mitad de la superficie total de Caldes de Montbui, Castellar del Vallès, Polinyà y Sentmenat. Pero esta vez un 34% de todos las superficies que han cambiado de uso lo han hecho para ser urbanizadas. En comparación, cualquier otra transformación coetánea queda empequeñecida. La extensión total de bosque, matorral y yermo apenas ha variado, porque la deforestación causada por urbanizaciones e infraestructuras diversas (647 has) se ha visto compensada

54 Olarieta, J. R.; Rodríguez, F. y Tello, E. (2006:82).

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por el abandono de tierras anteriormente cultivadas (642 has). La pérdida de unas 1.390 has de vid, olivo, almendro y avellano se ha canalizado, por ejemplo, hacia bosque o matorral en un 41% (575 has), a zonas urbanas o campos de golf en un 30% (414 has), y hacia el cultivo cereal en un 29% (410 has). El balance neto de los cambios de uso del suelo registrados en el último medio siglo puede resumirse como un avance simultáneo de las superficies urbanizadas en el llano, y de una cubierta forestal cada vez más continua, uniforme y propensa a los incendios en las laderas. Ambos tienen como común denominador el abandono del mundo rural, y la crisis terminal de la capacidad de la masia para mantener organizado el territorio en su conjunto. José Manuel Naredo concluía en 1971 su pionera evaluación socioambiental de esa cara oculta de aquella transformación en España, precisando que con ello “no pretendemos añorar el tipo de agricultura que tenía lugar hace treinta años, sino criticar el camino tan aberrante por el que se ha orientado la gestión de recursos desde entonces, dando por sentado que no resultaría difícil mejorar ésta sin renunciar a muchos de los logros que acompañan a la nueva tecnología.”55 Una vez que la pérdida de eficiencia energética y territorial de ese modelo ha sido claramente demostrada, y el deterioro ecológico del funcionamiento de los paisajes a los que ha dado lugar resulta patente, es hora de retomar aquella gran cuestión y preguntarnos: el fin de una economía de base orgánica, la adopción de los combustibles fósiles, del tractor y los insumos agroquímicos, y el avance de la urbanización ¿debían comportar necesariamente el abandono de una gestión eficiente y sensata del territorio en su conjunto? ¿Era realmente necesario haberlo hecho tan mal? Durante el período de entreguerras el filósofo de la ciencia austriaco Otto Neurath dio a esa pregunta una categórica respuesta de carácter general, cuando afirmó que “quizás nos encontremos al inicio de lo que un día se llamará la ‘revolución de la planificación’, como algo comparable a la ‘revolución industrial’”.56 El fin de la necesidad de mantener un uso humano integrado y eficiente del paisaje, impuesta por una economía de base orgánica pobre en recursos, no tenia por qué dar paso al abandono de sus virtudes ambientales y sociales si la transición energética, dietética y agraria coetánea hubiera contado con una planificación y ordenación adecuada del territorio. El déficit de planificación tiene tanto o más que ver con la democracia, o sus carencias, que con los flujos energéticos o biofísicos del metabolismo social.

55 Naredo, J. M. (1996:369). 56 Neurath, O. ([1942]1973:422).

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ANEXO I. POBLACIÓN Y ACCESO A LA TIERRA EN EL ÁREA DE ESTUDIO (1716-1999)

Caldes de Montbui (extensión total: 3.745,4 ha)

superficie catastral

superficie cultivada

índice de Gini SAU

ídem área

cultivada

nº de propie- tarios

nº de

habitantes

% de propie- tarios

hab/ Km2

1718 -- -- -- -- -- 1.391 -- 37,1 1770 3.261,6 1.029,3 0,8344 0,6825 457 -- -- -- 1787 -- -- -- -- -- 1.694 -- 45,2 1861 3.421,8 1.579,6 0,7218 0,5644 903 3.256 27,7 86,9 1900 -- -- -- -- -- 3.474 -- 92,8 1930 -- -- -- -- -- 4.777 -- 127,5 1944 3.556,0 1.464,1 -- -- -- -- -- -- 1952 3.555,0 1.434,9 0,8318 0,7064 556 5.986* 9,3 159,8

-- -- nº explotaciones id. en propiedad -- -- 1970 -- -- 415 -- 8.161 -- 217,9 1999 -- 973,9 87 64 12.445 -- 332,3

Castellar del Vallès (extensión total: 4.490,8 ha)

superficie catastral

superficie cultivada

índice de Gini SAU

ídem área

cultivada

nº de propie- tarios

nº de

habitantes

% de propie- tarios

hab/ Km2

1718 1.113,8** 637,1 0,6084 0,4954 107 405 26,4 9,0 1787 -- -- -- -- -- 850 -- 18,9 1854 4.201,7 1.764,5 0,7766 0,5540 393 -- -- -- 1862 4.094,2 1.096,1 0,7683 0,5369 491 2.544*** 19,3 56,6 1900 -- -- -- -- -- 3.511 -- 78,2 1930 -- -- -- -- -- 3.913 -- 87,1 1952 4.397,5 981,3 0,8788 0,7726 403 4.858* 8,3 108,2

-- -- nº explotaciones id. en propiedad -- -- 1970 -- -- 619 -- 7.683 -- 171,1 1999 -- 615,1 41 28 16.863 -- 375,5

Polinyà (extensión total: 879,0 ha)

superficie catastral

superficie cultivada

índice de Gini SAU

ídem área

cultivada

nº de propie- tarios

nº de

habitantes

% de propie- tarios

hab/ Km2

1718 -- -- -- -- -- 124 -- 14,1 1787 -- -- -- -- -- 93 -- 10,6 1856 814,9 627,2 0,6236 0,5318 208 -- 45,7*** 1861 -- -- -- -- -- 455 -- 51,8 1900 -- -- -- -- -- 382 -- 43,5 1930 -- -- -- -- -- 469 -- 53,4 1950 847,1 659,2 0,8182 0,7868 146 464* 31,5 52,8

-- -- nº explotaciones id. en propiedad -- -- 1970 -- -- 123 -- 1.168 132,9 1999 -- 460,5 18 11 4.412 501,9

Sentmenat (extensión total: 2.880,3 ha)

superficie catastral

superficie cultivada

índice de Gini SAU

ídem área

cultivada

nº de propie- tarios

nº de

habitantes

% de propie- tarios

hab/ Km2

1718 527,6** 338,0 0,6839 0,6221 179 663 27,0 23,0 1735 1.059,3 336,6 0,7720 0,6669 210 -- -- -- 1787 -- -- -- -- -- 906 -- 31,5 1859 2.185,9 1.485,3 0,5774 0,5116 464 1.713*** 27,1 59,5 1900 -- -- -- -- -- 1.256 -- 43,6 1918 1.817,6 1.015,8 0,7643 0,6962 359 -- 28,6**** -- 1930 -- -- -- -- -- 1.897 -- 65,9 1953 2.738,6 1.219,3 0,7878 0,6903 337 1.987* 17,0 69,0

-- -- nº explotaciones id. en propiedad -- --

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1970 -- -- 223 -- 2.868 99,6 1999 -- 1.044,9 93 80 5.469 189,9

Palau-solità i Plegamans (extensión total: 1.493,0 ha)

superficie catastral

superficie cultivada

índice de Gini SAU

ídem área

cultivada

nº de propie- tarios

nº de

habitantes

% de propie- tarios

hab/ Km2

1718 235,2** 79,6 -- -- 12 221 5,4 14,8 1735 566,4 223,4 -- -- 69 -- -- -- 1787 -- -- -- -- -- 429 -- 28,7 1860 1.204,3 661,6 0,7454 0,6621 269 912*** 29,5 61,1 1900 -- -- -- -- -- 952 -- 63,8 1932 1.156,6 575,3 0,8310 0,7919 155 1.319***** 11,8 88,3 1953 1.356,1 922,4 0,8152 0,7846 293 1.638* 17,9 109,7

-- -- nº explotaciones id. en propiedad -- -- -- 1970 -- -- 206 -- 2.887 193,4 1999 -- 630,0 30 18 10.760 720,7 Fuente: elaboración propia a partir de los amillaramientos y catastros rústicos conservados en el Arxiu de la Corona d’Aragó (ACA, Fons d’Hisenda, Caldes de Montbui: 1851 TER204, 1854 TER205, 1861 TER206, 1944 TER207 y TER208, 1946 TER 209, 1952 TER 210; Castellar del Vallès: 1854 TER319, 1862 TER320, 1919-20 TER321, 1925 TER320b, 1944 TER322, 1947 TER323, 1952 TER324; Polinyà: 1853 TER1084, 1859 TER1085, 1860 TER1086, 1919-20 TER1087, 1930 TER1088, 1944 TER1089, 1959 TER1090; Sentmenat: 1857 TER1758 1859 TER1759, 1861 TER2097, 1864 TER1760, 1918 TER1761, 1942 TER1762, 1944 TER1763, 1947 TER1764, 1953 TER1765; Palau-solità i Plegamans: 1854 TER1003, 1861 TER1004, 1932 TER1005, 1942 TER1006, 1944 TER1007, 1945 TER1008, 1953 TER1009), los archivos municipales, la Gran Enciclopàdia Catalana (GEC), y www.idescat.es. Notas *: la población se refiere a la de 1950 según la GEC; **: la superficie catastral es la registrada en 1716; ***: la población total es la del censo de 1861; ****: la población es la de 1900 según la GEC; *****: la población es la de 1930 según la GE

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ANEXO II. MATRICES DE CAMBIOS DE USO DEL SUELO (1850S-1950S-2000S)

II.1 CAMBIOS DE USO EN EL ÁREA DE ESTUDIO EN HECTÁREAS (Caldes de Montbui, Castellar del Vallès y Polinyà, 1850s-1950s)

1850-60 1 2 3 4 5 6 8 9 10 11 12

1956 cereal de secano

cereal con vid viña

almendro y

avellano olivo huerta y

regadío bosque

alto matorral erial a pasto urbano sin datos TOTAL

1950s

1 cereal de secano 507,2 0,2 547,8 2,3 28,1 17,1 283,2 21,8 26,5 6,6 4,6 1.445,4 2 cereal con vid 99,9 0,2 109,9 0,1 1,7 1,8 36,9 0,0 0,6 0,9 0,4 252,4 3 viña 175,4 0,5 366,8 0,0 14,6 15,5 123,7 16,4 10,7 1,1 128,4 853,1 4 almendro/avellano 50,8 0,0 78,3 0,0 2,6 7,7 14,8 6,4 3,9 0,0 169,5 334,0 5 olivo 30,2 0,8 72,4 0,0 3,1 5,5 5,9 9,8 1,2 0,1 20,4 149,4 6 huerta y regadío 53,0 0,1 64,6 0,0 7,0 24,0 15,1 1,8 9,8 0,2 33,3 208,9 7 bosque de ribera 0,1 0,0 0,8 0,0 0,0 0,3 12,6 0,0 0,0 0,0 10,1 23,9 8 bosque alto 440,0 5,1 1.538,8 0,0 115,7 20,0 2.546,4 74,4 225,8 0,8 2,7 4.969,8 9 matorral 0,0 0,0 9,7 0,0 0,1 0,4 0,8 8,2 0,0 0,0 10,7 29,9 10 erial a pasto 7,1 0,0 38,8 0,0 5,6 0,4 3,5 0,7 86,1 0,0 25,1 167,3 11 urbano 86,3 0,1 6,5 0,0 8,0 7,9 2,2 1,9 0,0 32,9 0,0 145,8 12 sin datos 42,7 0,3 91,7 0,0 3,3 5,8 175,0 5,0 4,7 1,0 205,9 535,4 TOTAL 1850s 1.492,7 7,3 2.926,1 2,4 189,8 106,4 3.220,1 146,4 369,3 43,6 611,1 9.115,2

Fuente: elaboración propia a partir del calculo mediante SIG a partir de los mapas parcelarios catastrales de uso del suelo 1:5000 citados en el texto, realizado por Oscar Miralles para el proyecto de investigación SEC2003-08449-C04, ajustado a partir de los porcentajes de variación en la intersección de cubiertas con las mediciones topográficas actuales del ICC.

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II. 2. CAMBIOS DE USO EN EL ÁREA DE ESTUDIO EN HECTÁREAS

(Caldes de Montbui, Castellar del Vallès, Palau-solità i Plegamans, Polinyà y Sentmenat, 1950s-2000s) 1950s 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12

2000s cereal cereal con vid viña

almen-dro y

avellanoolivo huerta y

regadío

bosque de

ribera

bosque alto

ma-torral erial urbano sin datos TOTAL

2000s

1 cereal de secano 715,2 103,1 248,7 176,9 56,7 56,6 0,0 209,5 1,3 19,6 0,2 677,4 2.265,3 3 viña 5,7 1,0 6,9 5,3 2,0 0,8 0,0 19,6 0,0 0,0 0,0 20,6 62,0 4 almendro/avellano 57,2 0,3 72,5 31,7 9,7 7,1 2,5 13,1 0,0 0,7 0,0 0,0 194,9 5 olivo 36,2 0,0 39,2 15,0 9,7 0,8 0,0 13,1 0,0 2,4 0,0 0,0 116,4 6 huerta y regadío 116,3 21,9 39,2 49,3 7,3 47,0 0,0 19,6 0,0 1,5 0,0 0,0 302,3 7 bosque de ribera 7,6 0,0 3,5 3,1 2,2 3,6 0,5 6,5 0,0 0,2 0,0 0,0 27,2 8 bosque alto 206,0 6,3 186,5 49,7 41,2 43,4 8,8 4.694,1 26,6 78,1 0,0 0,0 5.340,8 9 matorral 87,7 8,0 118,6 33,9 23,6 20,9 9,9 628,5 6,1 25,1 0,0 0,0 962,3 10 erial 83,9 11,3 64,5 33,4 14,9 15,7 9,7 275,0 0,0 35,1 0,4 0,0 543,8 11 urbano/infrastruct. 585,5 179,9 340,8 40,9 27,9 78,3 0,0 641,6 5,2 47,2 191,3 0,0 2.138,8 13 campos de golf 1,9 0,3 2,3 0,4 1,4 0,5 0,0 19,6 0,0 10,1 0,0 5,0 41,7 TOTAL 1950s 1.903,4 332,2 1.122,7 439,7 196,6 274,9 31,4 6.540,3 39,3 220,2 191,9 703,0 11.995,5

Fuente: elaboración propia a partir del calculo mediante SIG a partir de los mapas parcelarios catastrales de uso del suelo 1:5000 citados en el texto, rectificados en algunos casos con la fotografía aérea y los ortofotomapas, realizado por Oscar Miralles para el proyecto de investigación SEC2003-08449-C04, ajustado a partir de los porcentajes de variación en la intersección de cubiertas con las mediciones topográficas actuales del ICC.

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