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1 LA ESCRITURA LATINA EN LA PLENA Y BAJA EDAD MEDIA 1.- Condiciones sociopolíticas y culturales de la época góticaDurante la Baja Edad Media se produce una eclosión en todos los aspectos de la vida de Europa, desde la esfera política a los aspectos más banales y cotidianos. Se produce una profunda mutación en la repartición de los poderes y de la autoridad en el seno de la Iglesia y también en el seno de la sociedad laica, debido a la difícil cohabitación de fuerzas tradicionales, aún prestigiosas pero en declive, y de otras nuevas, las monarquías, que reivindican su papel en el concierto mundial, contando para ello con una apoyatura en los medios académicos, que fueron creando toda una teoría del poder: la de un poder real en general; el Rey reconstituye en su provecho la autoridad pública del Estado. Entre las primeras manifestaciones del renacimiento del Estado estuvo la de convertir la cultura y la enseñanza en apuestas políticas, ya que, aun aceptando en buena medida delegar el control a la Iglesia, el príncipe no puede en adelante quedar indiferente a este dominio de la actividad de sus súbditos 1 . Los cambios afectaron también a la vida religiosa y, de resultas, a la vida cultural, ya que durante la Edad Media ambas estuvieron muy unidas. La reforma de la Iglesia, tanto a nivel local como general, episcopal y pontificio, transformó profundamente las condiciones de la vida espiritual y religiosa del Occidente europeo, y para comprender su impacto sobre la vida cultural y la enseñanza es necesario contemplarla desde una triple perspectiva. La reforma afectó al clérigo secular y a la revalorización de su papel pastoral (predicación y sacramentos), al menos, a nivel de los obispos y canónigos, ya que los párrocos, sobre todo los rurales, fueron, sin duda, menos accesibles a los esfuerzos reformadores. Esto exigía clérigos cultos, formados en escuelas, lo que implicaba también un esfuerzo intelectual sistemático de puesta en forma y de divulgación, aunque controlada, del mensaje religioso, especialmente por medio de la predicación y el Derecho Canónico. La reforma afectó también al mundo monástico y regular, dando origen a dos corrientes divergentes. Una ascética y penitencial, representada por los cartujos y los cistercienses, ensalzando el retiro del mundo y el amor por las formas tradicionales de la cultura monástica. En el extremo opuesto, los nuevos regulares que dieron, por el contrario, preferencia a la Los dos primeros epígrafes corresponden a la ponencia presentada en II Coloquio Internacional de Epigrafía Medieval , celebrado en León, del 11 al 15 de septiembre de 2006, bajo el título “El libro en la Baja Edad Media. Su caligrafía”, que en estos momentos está en prensa.

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LA ESCRITURA LATINA EN LA PLENA Y BAJA EDAD MEDIA

1.- Condiciones sociopolíticas y culturales de la época gótica∗

Durante la Baja Edad Media se produce una eclosión en todos los aspectos de la vida de

Europa, desde la esfera política a los aspectos más banales y cotidianos. Se produce una

profunda mutación en la repartición de los poderes y de la autoridad en el seno de la Iglesia y

también en el seno de la sociedad laica, debido a la difícil cohabitación de fuerzas tradicionales,

aún prestigiosas pero en declive, y de otras nuevas, las monarquías, que reivindican su papel en

el concierto mundial, contando para ello con una apoyatura en los medios académicos, que

fueron creando toda una teoría del poder: la de un poder real en general; el Rey reconstituye en

su provecho la autoridad pública del Estado. Entre las primeras manifestaciones del renacimiento

del Estado estuvo la de convertir la cultura y la enseñanza en apuestas políticas, ya que, aun

aceptando en buena medida delegar el control a la Iglesia, el príncipe no puede en adelante

quedar indiferente a este dominio de la actividad de sus súbditos1.

Los cambios afectaron también a la vida religiosa y, de resultas, a la vida cultural, ya que

durante la Edad Media ambas estuvieron muy unidas. La reforma de la Iglesia, tanto a nivel local

como general, episcopal y pontificio, transformó profundamente las condiciones de la vida

espiritual y religiosa del Occidente europeo, y para comprender su impacto sobre la vida cultural

y la enseñanza es necesario contemplarla desde una triple perspectiva. La reforma afectó al

clérigo secular y a la revalorización de su papel pastoral (predicación y sacramentos), al menos, a

nivel de los obispos y canónigos, ya que los párrocos, sobre todo los rurales, fueron, sin duda,

menos accesibles a los esfuerzos reformadores. Esto exigía clérigos cultos, formados en escuelas,

lo que implicaba también un esfuerzo intelectual sistemático de puesta en forma y de

divulgación, aunque controlada, del mensaje religioso, especialmente por medio de la

predicación y el Derecho Canónico.

La reforma afectó también al mundo monástico y regular, dando origen a dos corrientes

divergentes. Una ascética y penitencial, representada por los cartujos y los cistercienses,

ensalzando el retiro del mundo y el amor por las formas tradicionales de la cultura monástica.

En el extremo opuesto, los nuevos regulares que dieron, por el contrario, preferencia a la

∗ Los dos primeros epígrafes corresponden a la ponencia presentada en II Coloquio Internacional de Epigrafía Medieval , celebrado en León, del 11 al 15 de septiembre de 2006, bajo el título “El libro en la Baja Edad Media. Su caligrafía”, que en estos momentos está en prensa.

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inquietud de poner los ideales de la vida en común al servicio de una acción evangelizadora de

los laicos, en particular entre las ciudades en plena expansión, que será obra de congregaciones

de canónigos regulares en el siglo XII (premonstratenses) y de las órdenes mendicantes en el

XIII (franciscanos y dominicos). Tanto en unos como en otros, el recurso a las formas modernas

de la cultura y de la enseñanza apareció muy pronto como un medio eficaz de prepararse para la

acción pastoral.

Finalmente, la reforma tuvo a la vez como fin y como efecto el reforzamiento de la

centralización eclesiástica con una exaltación sin medida del poder pontificio hasta definirlo

como una clase de poder absoluto de esencia divina (plenitudo potestatis). La centralización

pontificia hizo de Roma una verdadera capital y de la Curia un excepcional medio de cultura

donde afluían clérigos de todos los lugares2.

Pero al mismo tiempo, no podía faltar la antítesis, los movimientos disgregadores,

cargados de un fuerte contenido social y de una visión poco menos que apocalíptica, a los que la

Iglesia Romana hará frente con diferentes mecanismos: coloquios, cruzadas y los comienzos de

la Inquisición. La religiosidad popular fue alimentada con escritos y prédicas tendentes a hacer

de la vida la sombra de la Cruz, según el ideal de Alberto Magno, porque fuera de la sombra que

la Cruz proyecta no había vida sino muerte. La humanidad de Cristo Crucificado, la Virgen,

abogada de los pecadores, y los santos que ganaron la meta de la carrera paulina fueron una de

las caras de la moneda; la otra, el programa vital que aflora en Giovanni Boccaccio, Geoffrey

Chaucer o en el Arcipreste de Hita; y, por encima de todo, la Muerte como aviso y como

realidad, como un despertar a la vida verdadera y como el final de esta vida llena de interro-

gantes3.

Los cambios afectaron también a la vida social y económica. La fase de expansión, que se

inicia en Europa desde los inicios del siglo XI y dura prácticamente sin interrupción hasta el

último tercio del siglo XIII, supondrá un incremento demográfico que junto con una mayor

seguridad contribuyeron al desarrollo de las manufacturas y del comercio y, en definitiva, a la

reactivación de la vida urbana, con las repercusiones que esto tendrá en el tema que nos ocupa.

Al mismo tiempo, el renacimiento comercial y urbano hizo que el orden trinitario Clos que

ruegan, los que luchan y los que trabajanC como estructura de la sociedad cristiana no pudiera

ser ya mantenido y la expresión laboratores para designar a todo el conjunto de los no

pertenecientes a las élites dirigentes fuese adquiriendo un sentido demasiado ambiguo.

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Mutación en el Arte con el paso del románico al gótico, que veremos reflejado en la

ilustración y ornamentación de los libros, desde una expresión doctrinal y arquetipizada en las

primeras obras del siglo XIII hasta la exaltación de los valores individualistas en el siglo XV. La

adaptación temática y la riqueza de la iluminación del códice dependía de la funcionalidad del

mismo. Los textos escolásticos prescindían de ilustraciones ricas, mientras que los textos

destinados a personajes importantes, o encargados por ellos, se enriquecían muchísimo, llegando

a constituir un auténtico patrimonio en la apreciación de bienes de las instituciones y familias

privilegiadas.

Pero, sobre todo, mutación en el campo de la cultura que es lo que aquí interesa reseñar

por las evidentes repercusiones directas que tendrá en el libro y en su caligrafía. En los siglos XII

y XIII todo el conjunto de la cultura escrita europea sufrió profundos cambios debido a factores

diversos de todos conocidos, que Armando Petrucci4 resume en los siguientes: aumento general

de la difusión de la lectura y de la escritura; aumento progresivo de la producción de documento

escritos y de actos de escritura privados; aumento particularmente importante, favorecido sin

duda por la difusión del papel como soporte menos costoso, pero difícilmente mensurable de la

producción y de la circulación de libros; creación de nuevas estructuras y de nuevas

instituciones culturales (grandes escuelas, universidades) y mutación que se dio tanto en las

instituciones docentes como en las ideas (triunfo de las disciplinas profanas y de la teología

escolástica) y en los hombres, nacimiento del intelectual medieval, en el sentido moderno de la

expresión, que rompe con el orden trinitario de la sociedad al que antes me refería5.

La creación de las universidades (Universitas studiorum et studientium)6 supondrá el

hecho capital de la secularización de la cultura que se produce en el siglo XIII y uno de los

factores que más influirían en el mundo del libro y en su cambio, al generar una fuerte demanda

libraria para cuya satisfacción se creerá un nuevo sistema de producción minuciosamente

regulado y vigilado por las nuevas instituciones docentes, evidenciando así la pérdida del

protagonismo cultural de los monasterios.

Su éxito radicó en el deseo de sus miembros, profesores y alumnos, de alcanzar una

formación práctica que les permitiera ganarse la vida ejerciendo la Medicina, asesorando en

cuestiones jurídicas, actuando como secretarios o, sencillamente, poniéndose al servicio de la

Iglesia. El nuevo tipo de estudio descansaba principalmente en los intercambios hablados, cuyo

modelo era la disputatio universitaria, totalmente opuesto a la regla monacal del silencio. La

enseñanza consistía en el comentario de textos y en la lectura de una serie de libros considerados

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fundamentales según las materias a estudiar. El intelectual universitario nace desde el momento

en que «pone en cuestión» el texto, que ya no es un apoyo, desde el momento en que el

intelectual de pasivo se hace activo7.

La consecuencia inmediata fue la necesidad de multiplicar los libros, y en concreto,

aquellos que contuvieran el texto que el maestro leía y comentaba durante las clases. El problema

era doble: no sólo era preciso multiplicar los manuscritos, hacer libros para un número cada vez

mayor de personas, sino también hacerlo bien, es decir, lograr que el texto fuese idéntico al que

sería objeto de la lección y no se apartase del escogido por la universidad. Con tales fines se creó

un nuevo sistema de producción y edición libraria, apoyado en tres pilares: exemplar, pecia y

estacionario, que permitirán una producción de libros bajo el control y vigilancia de la

universidad, ejercidos a través de la llamada comisión de petiarii, elegida a comienzos del curso

académico entre los profesores y piedra angular de toda la estructura universitaria con enormes

poderes 8, cuya primera regulación explícita la hallamos en el código jurídico del rey castellano

Alfonso X el Sabio (Partida II, tit. XXI , ley XI). Sin embargo, este sistema de edición de libros

no fue el único que se practicó a lo largo de la Baja Edad Media, como podremos comprobar,

hecho que hay que tener en cuenta para comprender la verdadera revolución del libro en esa

época.

A la aparición del papel como materia escriptórea se unió la enseñanza en las escuelas

elementales de la ciudades de la lectura y de la escritura, incluso del cálculo, del Ars dictandi9 y

del Ars notariae10. Ello no evitó, sin embargo, que todavía en los siglos XIII y XIV muchos

canónigos y monjes se excusasen de su ignorancia de escribir cuando debían firmar los

documentos.

A consecuencia del enorme crecimiento y de las múltiples exigencias de documentación

y de comunicación escrita, determinadas por los cambios producidos en la situación social,

económica y cultural, se fue formando de nuevo una masa de escribientes articulada en los

ambientes y estratos sociales más diversos, entre los cuales se dieron complejas y sutiles

relaciones y que, si bien representaron una minoría en relación con la masa de la población que

no sabía escribir o que lo hacía con dificultad, constituyeron, sin embargo, la parte más activa de

ella, aquella que contaba económica y socialmente, y que, por lo que respecta a la escritura, fue

extraordinariamente productiva, como nunca antes lo había sido. Escribientes que, bajo la

presión de las multiplicadas exigencias de documentación y comunicación, transformaron, como

en época romana, la “vida” de la escritura. Otro hecho, ya puesto de relieve por Armando

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Petrucci, es que los dos modos de escribir, el librario y el cursivo, pierden en gran parte el

carácter exclusivo, casi de casta, de manera que, a diferencia de lo que sucedía en la Alta Edad

Media, las personas más cultas y las de mayores habilidades gráficas entre los escribientes,

estuvieron en disposición de emplear de forma más desenvuelta uno u otro modo de escribir,

según la contingencia y la función de sus escritos o, incluso, dentro de éstos, la importancia dada

al texto o a una parte del mismo, circunstancia que se dio tanto en documentos como en libros.

Al amparo de las transformaciones económicas, sociales e intelectuales enumeradas, la

demanda y la utilización del libro se potencia en un espectro social más amplio, iniciándose una

“secularización del libro”, entendida no como el abandono del libro de contenido religioso, que

seguirá siendo muy demandado incluso después de la aparición de la imprenta, sino, sobre todo,

como la pérdida del monopolio ejercido por la Iglesia durante siglos en su producción y uso y la

participación a partir de entonces de los laicos. Con ello renace el comercio librario y reaparecen

personas que se dedican a la copia de libros no pro remedio animae, no para alcanzar la

salvación de su alma, sino pro pretio, es decir, para ganarse el sustento, que veremos también

reflejado en algunos colofones, como el que Didacus Ferdinandi, que se titula scriptor

Ispalensis, puso al final de la copia que concluyó el 23 de diciembre de 1420 de un repertorio de

Las Partidas de Alfonso X , por encargo de Rodrigo García, doctor en Leyes:

«Gracias tibi Christe quia explicit liber iste et Beato Iohanni aduocato meo. Finis adest

itere precium uult scriptor habere. Qui scripsit scripta sua dextera sit benedicta»11.

Los libros se convierten en los instrumentos indispensables de la vida intelectual; su

carácter utilitario es, en el siglo XIII, manifiesto. En la Baja Edad Media la antigua cultura

monástica, eminentemente rural y, sobre todo, su concepción del libro como objeto sacro-

simbólico entra en franca decadencia, dando paso a una nueva mentalidad y a una nueva

concepción del libro como instrumento útil, demandado no sólo por el estamento eclesiástico

sino también por nuevas clases sociales laicas, que a partir de entonces empiezan a interesarse

por la lectura.

Hay que reconocer, como señala Armando Petrucci12, que en la Alta Edad Media las

condiciones generales no incitaban a la lectura: los locales que guardaban los libros se prestaban

habitualmente mal para llevarla a la práctica y tampoco había espacios especialmente equipados

para ello; se leía en la celda, en el refectorio o paseando por el claustro, lugares reservados, en

principio, para otras funciones. La lectura era, pues, una actividad ardua y, en consecuencia,

bastante rara, aunque regulada en distintas órdenes religiosas, como la benedictina; también era

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una ocupación marginal en el contexto de la civilización de la Alta Edad Media.

En el transcurso del siglo XI se produjeron una serie de modificaciones encaminadas a

facilitar la lectura y la compresión del texto: una afirmación progresiva y extendida de la

escritura separada; el uso del doble punto diacrítico sobre las i seguidas; el uso de la forma

mayúscula para la s, también conocida como de doble espira, cuando la letra se encuentra al final

de una palabra; se acercaban nuevos tiempos y se estaban creando para el libro y la escritura,

nuevos papeles y nuevas funciones en una sociedad en rápida transformación. En palabras de

Malcolm Parkes, «en el curso del siglo XII aparecieron nuevos tipos de libros y de lectores. La

“lectio” monástica designaba un ejercicio de lectura que hacía regularmente uno mismo,

entrecortado por las plegarias e interrumpido por la “ruminatio” del texto que servía de base a la

“meditación”. La “lectio” escolástica era un proceso de estudio que comprendía un examen

razonado de texto y su consulta como obra de referencia»13. A partir de entonces un libro no se

abordaba de cualquier manera y la organización de la lectura creó nuevas necesidades. Era

preciso que el lector pudiese encontrar con facilidad lo que buscaba en el libro, sin tener que

hojear las páginas, y la solución fue establecer divisiones, marcar los párrafos, dar títulos a los

diferentes capítulos y establecer concordancias, índices de contenido y alfabéticos que

facilitasen la consulta rápida de una obra y la localización de la documentación necesaria. Esa

lectura escolástica iba contra el método monástico centrado en una compresión lenta y rigurosa

del conjunto de las Escrituras14.

Fuera del dominio del libro y de los documentos solemnes, la escritura se convierte en un

instrumento de uso cotidiano para la administración, el comercio y el artesanado, a los que la

contabilidad les era indispensable. Los principados, las ciudades, los obispados, las abadías y

hasta los señoríos más pequeños y los prioratos perfeccionan sus administraciones, conservan sus

archivos, registran sus documentos e innumerables notarios se ponen al servicio de particulares.

La necesidad de escribir más deprisa dará lugar a la reaparición de la escritura cursiva, como

escribió Henri Pirenne: «La letra cursiva responde a una civilización en la que la escritura es

indispensable a la vida de la colectividad así como a la de los individuos; la letra minúscula (de

la época carolingia) es una caligrafía apropiada para la clase de los letrados en cuyo seno se

limita y se perpetúa la instrucción. Resulta en alto grado significativo comprobar que la letra

cursiva torna a reaparecer junto a aquella en la primera mitad del siglo XIII, es decir,

precisamente en la época en que el progreso social y el desarrollo de la cultura y de la economía

laicas generalizan de nuevo la necesidad de la escritura»15 .

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Se produjo una transformación radical del modelo, de las técnicas y de las condiciones

generales de lectura. El libro del período escolástico-universitario difiere de su predecesor de la

Alta Edad Media en varios puntos. Generalmente es de gran formato y, por tanto, pesado, poco

manejable y difícilmente transportable; necesita soportes fijos y sólidos para la lectura; la

escritura está dispuesta en dos columnas relativamente estrechas, con el texto más apretado,

aunque una línea del texto coincide más o menos con «el campo de reconocimiento de fijación

visual»16, dicho de otra manera, con la cantidad de texto que es posible abarcar y comprender de

un solo vistazo; el texto está cuidadosamente articulado en una serie de divisiones y

subdivisiones (capítulos, parágrafos, subparágrafos) más detallados que en el pasado, cuyo fin es

facilitar la comprensión y sobre todo la consulta. Articulación que se pone de relieve y se

subraya mediante el uso de tipos gráficos diferentes del utilizado para el cuerpo del texto por su

morfología, su mayor módulo y, en ocasiones, por un color diferente de tinta, es decir, por la

llamada escritura publicitaria, de aparato o distintiva, según distintos autores, así como por

rúbricas, marcas de parágrafo, iniciales y mayúsculas de diferentes tamaños y grado de

ornamentación, títulos corrientes, llamadas, índices y tablas alfabéticas, con el fin de encerrar,

delimitar y recortar el texto, haciéndolo más accesible en pequeñas porciones reconocibles.

La lectura, gracias también a las numerosas abreviaturas, se hace incomparablemente más

rápida que antes y a menudo se transforma en una práctica, la consulta, que es la propia del

investigador profesional; se convierte también en una práctica que puede organizarse y

determinarse por adelantado, adoptando como objetivo la preparación cultural y la actividad

didáctica y científica del nuevo intelectual profesional, sea laico o religioso: profesor, jurista,

médico, teólogo o notario. Ya no está separada de la escritura, a la que desde ahora acompaña

estrechamente; se lee para escribir; éste es todo el sentido de la compilatio; se lee y se escribe a

la vez cuando se comenta y cuando se anota; se escribe leyendo cuando se compone, porque todo

texto está, necesariamente, basado en la auctoritas de los predecesores y en el uso permanente de

la cita.

En realidad, los cambios no se limitaron a los modelos y a las técnicas de lectura, también

afectaron a sus condiciones mecánicas, a sus lugares y espacios, a los medios materiales

empleados, a los comportamientos y a las actitudes de los lectores; como consecuencia de ello

las bibliotecas también se transformaron a lo largo del siglo XIII. La lectio, con sus reglas fijas

de intercambio desigual, se convierte en el modelo predominante de la lectura individual y

común de los siglos XIII y XIV europeos. Modelo predominante, pero no único, ya que en toda

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Europa, y en particular en Italia y también en España, en las ciudades y municipios la

alfabetización creciente de los laicos dio origen a obras literarias en lengua vulgar y a nuevos

géneros literarios, como cantares de gesta, romances cortesanos, recetarios de cocina, crónicas

ciudadanas, poemarios, etc., y a su difusión. La producción de libros en lengua vulgar no cesa de

crecer y se difunde por cada vez más regiones. Sus lectores eran comerciantes, artesanos,

tenderos, artistas, contables, empleados, algunos trabajadores y algunas mujeres. Se escribía con

frecuente en el interior de su ambiente de lectura, para los mismo lectores que copiaban los

textos, para su propio uso, el de sus niños o el de sus amigos, como el barbero veneciano

Gotifreo da Mulla que concluyó la copia del Colliget de Averroes el 18 de septiembre de 1477

«per el suo dileto»17. Eran libros en papel, de formato medio, en escrituras no típicas y cursivas

dispuestas a línea tirada, cuyo texto se presentaba sin comentarios, con una ilustración u

ornamentación sencilla, dibujada con pluma y coloreada con tintas o colores pobres, conservados

en arcas y cajones, en ocasiones con los papeles importantes, los libros de cuenta y toda la

documentación de la casa. La lectura se hacía en el lugar de trabajo o en cualquier parte donde

fuera posible, aprovechando el tiempo libre y de ocio, no disfrutando de ningún lugar que le

fuera propio. Por el contrario, los libros de encargo y de los usos cortesanos eran de pergamino,

de formato medio o pequeño, escrito en escritura formal a dos columnas, iluminado y adornado

más o menos ricamente, según el caso, y, como el modelo burgués, carente de comentarios;

además, a la lectura cortesana, como a la de los burgueses, nunca se le ha atribuido lugares de

lectura particulares18.

2.- La caligrafía.

El libro y la lectura son, pues, expresiones de otra civilización, pero también la escritura

cambia y se adapta a las nuevas condiciones, convirtiéndose en un instrumento de uso cotidiano.

Los principados, las ciudades, los obispados, las abadías y hasta los señoríos más pequeños y los

prioratos perfeccionan sus administraciones, conservan sus archivos, registran sus documentos e

innumerables notarios se ponen al servicio de particulares. La necesidad de escribir más deprisa

dará lugar a la reaparición de la escritura cursiva, como escribió Henri Pirenne y ya he apuntado.

Entre los siglos XII y XIII de la carolina se destaca un nuevo tipo, la escritura que en los

tiempos modernos tomó el nombre de gótica, pero que entre los contemporáneos era la littera

moderna. Conservó la forma y el ductus de la carolina espesando los trazos, aumentó las

ligaduras, eliminó las curvas favoreciendo los ángulos vivos, los trazos oblicuos.

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La gótica no es, pues, una creación, sino el resultado de una gradual evolución de la

carolina que Jacques Stiennon explica mediante tres etapas: carolina clásica, carolina gotizante

y carolina gotizada19, mientras que Albert Derolez habla de pregótica20. Sin embargo, las causas

de esta transformación han sido y siguen siendo objeto de debates y discusiones, sin una

explicación general unánimemente aceptada21, desde la que diera en 1925 Olga Dobiache22 a la

más reciente de Albert Derolez, quién, retomando una vieja teoría ya expuesta, entre otros, por

Heinrich Fichtenau, Robert Marichal, Otto Mazal y Jacques Stiennon, pone la génesis de la

escritura gótica en relación con el cambio que se produce en el Arte y el influjo que la

Arquitectura Gótica tuvo en la escritura23, pasando por la de Jacques Boüssard en 195124, para el

que, después de comprobar que la pluma de ave cortada a la izquierda había sido adoptada ya a

comienzos del siglo XI en los scriptoria insulares, concluyó que la nueva técnica, origen de la

escritura fracturada, nació en Gran Bretaña y de aquí pasó al continente, elemento relativizado

por otros paleógrafos, como Giorgio Cencetti, Emanuele Casamassima y Armando Petrucci, o

las razones de economía, en este caso de espacio y tiempo, en las que insiste Ezio Ornato25 .

Respecto a la explicación de la aparición de la nueva escritura como resultado del sesgo a

la izquierda que se le dio a la pluma, teoría propuesta por Jacques Boüssard en 1951, conviene

recordar lo que el gran calígrafo español, natural de la villa vizcaína de Durango, Juan de Icíar,

escribe en su Ortographia pratica, publicada por vez primera en Zaragoza en 1548 por

Bartolomé de Nájera:

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«Es de saber que vna de las mas dificultosas letras que yo hallo es esta letra gruessa por

ser toda ordenada por grandissima arte y tambien porque para ser vno grande escriuano

della es menester que gaste mucho tiempo y que trabaje mucho y ansi la letra en que yo

mas tiempo me detuue en aprender fue esta y para ser perfecta requiere tener estas

particularidades. Primeramente que del gordor de la pluma con que la tal letra se ha de

escreuir se midan tres compases y medio que es la longitud de su cuerpo y este es el mas

principal auiso que para esta letra doy. Lo segundo que haya de vn renglon a otro tanta

distancia quanto quiere la mesma letra de largo. Lo tercero que en los blancos se tenga

este auiso que sea tanto el blanco que se dexare quanto es el negro, digo en todas las

letras largas como vna m que ha de ser tan grande la distancia que hay de vna pierna a

otra quanto es el mesmo negro que la pierna tiene avnque huuiesse con la m otra letra

larga como u, o, i y quando viniere vna letra redonda con larga como m, y, o, en tal caso

ha de hauer de la m a la o medio compas del blanco o negro que tengo dicho y lo que ha

de hauer de vna palabra a otra ha de ser dos compases del mesmo blanco o negro y

quando vinieren dos redondos juntos como vna a, d redonda y vna o o vna e en tal caso

ha se de juntas y encorporar la vna letra con la otra. Quanto a los excessos por arriba y

abaxo de las letras que tienen astas ya en la general proporción de las letras diximos que

hauían de ser yguales no passando de la meitad del blanco que queda entre renglón y

renglón.

La pluma con que esta letra se ha de escreuir es diferente de las otras en el corte porque

no ha de ser hendido como para las otras menudas. Ha se de descarnar mucho por de

dentro y por de fuera de suerte que quede muy llana y tomar un cornezito pequeño hecho

a manera de lançadera y cortar allí la punta muy ygual y derecha o según la costumbre

tuuiere en el escreuir porque he conocido muchas personas que escriuen esta letra

gruessa con la pluma coxa hazia la mano derecha y otros hazia la yzquierda y otros

escriuen con la pluma muy derecha y cierto es lo mejor. Por la mayor parte se escriue

esta letra con peñola de açofar o de hierro o azero todo es bueno para quien lo

acostumbra pero muy mejor es la peñola de buytre hasta el grandor de la letra que ella

puede alcançar por ser de menos peso y mas suaue. Esta letra se escriue siempre entre

dos reglas porque de otra suerte no se podría escreuir cantidad de escriptura que fuesse

pareja ni ygual. Es conueniente que se escriua con glassa porque como es letra assentada

y gruessa esparzir se hia la tinta y no dexaría la letra cortada. El tintero para esta

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escriptura ha de ser de plomo porque se conserua en el la tinta mejor y no ha de tener

ningun cendal sino solo la tinta limpia y si por ser muy delgada se sumiere el pergamino

o papel eche vnos granos de goma en el tintero o vn poco de alumbre molido. Esta suerte

de letra y todas las otras requieren tener el brazo muy assentado sobre la tabla y el rostro

muy derecho quando se escriue y procurar que la letra tenga todo mucha ygualdad....».

Para Juan de Icíar la letra redonda de libros, o lo que es lo mismo la littera textualis, era

una de las más difíciles de ejecutar y se podía trazar con una pluma ancha de corte a la

izquierda, de corte a la derecha o de corte recto, que para él era la mejor. El material podía ser de

azófar, de hierro o de acero, aunque la mejor peñola era la de buitre, por ser menos pesada y

suave, aunque el tamaño de la letra quedaba limitado. Debía utilizarse grasa, porque al ser una

letra sentada y gruesa la tinta se esparciría y la letra no quedaría cortada. El tintero debía ser de

plomo, sin ningún tipo de cendal, o en todo caso se le podía echar unos granos de goma o un

poco de alumbre molino. El brazo habría de estar muy asentado sobre la tabla y el rostro muy

derecho al escribirla, procurando que toda la letra tuviese mucha igualdad.

Por su parte, el calígrafo sevillano Francisco Lucas dice al respecto:

«El corte de la pluma para esta letra es vna de las tres formas que tratando este punto en

la letra Bastarda se auisaron, que son quedando los puntos mas altos hazia la mano

yzquierda, o al contrario, o quedando iguales. En esto el mejor consejo, es prouarlo todo,

porque no viendo la postura de la mano no se puede dar auiso cierto, y prouando vno y

otro facilmente se conoce lo mas acertado y prouechoso»26.

En mi opinión, el proceso de transformación gráfica que llevaría a la carolina a

convertirse en un nuevo tipo, sobre todo en el tipo gráfico por antonomasia de la escritura gótica,

me refiero a la littera textualis, hay que verlo como un aspecto y, a la vez, como una

consecuencia más de ese cúmulo de mutaciones que experimenta la sociedad europea entre fines

del siglo IX y el XIII. En una época en la que casi ninguna forma de vida religiosa, judicial,

administrativa y económica, así como las relaciones corrientes entre los individuos, las familias

o los grupos sociales se pudieron mantener sin el recurso a la escritura, en latín o en lengua

vernácula, y de los hombres capaces de manejarla, puesto de relieve, como uno de los aspectos

más originales e interesantes de la historia cultural de la Edad Media, por algunos historiadores

anglosajones, como Michael T. Clanchy27 y Brian Stock28, es fácil suponer que esos

profesionales de la escritura, que ya no trabajan pro remedio animae sino pro pretio, ejercitasen

su arte y probasen nuevas técnicas con el fin de ofrecer distintos productos acordes con el deseo

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de sus clientes, no sólo para la confección de libros sino también para la enseñanza de la

escritura a miembros de su propia familia o a personas interesadas en su conocimiento. Un buen

ejemplo lo representa el maestro calígrafo muniqués Heran Strepel (1447) del que se nos ha

conservado una cartela anunciando los tipos gráficos que podía ejecutar para sus clientes. El

corte de la pluma a la izquierda, a la derecha o recto y cincelado es un elemento más pero no es

el determinante, como fácilmente podemos comprobar haciendo uso de plumas con esos distintos

cortes, cuyo resultado gráfico se verá modificado por la posición que le demos a la mano en

relación con la línea de escritura, es decir, con lo que desde el punto de vista técnico Jean Mallon

denominó ángulo de escritura. Incluso, el paradigma de la escritura gótica, la littera textualis

formata, pudo ser trazada en el uso librario y documental siguiendo las pautas de la epigrafía, es

decir, ejecutando el contorno de las letras con una pluma de punta fina y rellenándolas

posteriormente con pincel y tinta.

En resumen, a mi entender el estilo gótico fue el resultado lógico del aumento en el

número de personas que sabían escribir, que partiendo del mismo canon gráfico e influenciado

por distintos condicionantes, como podía ser el grado de habilidad en su ejecución y de

educación gráfica y cultural del escribiente, el grado de cursividad y el modelo a imitar, y de la

diversificación en los productos escritos, dieron origen a una extraordinaria variedad gráfica en

sentido horizontal (geográfica) y en el vertical (finalidad propuesta por el copista y logro de una

estética determinada por un mayor o menor desarrollo del elemento caligráfico). Podríamos

volver a hablar, retomando una feliz expresión de Giorgio Cencetti al referirse a la fragmentación

gráfica que se produjo a la caída del Imperio Romano29, de particularismo gráfico, diversificada

luego por Armando Petrucci en particularismo gráfico horizontal y particularismo gráfico

vertical30.

Si el origen de la escritura gótica no tiene aún hoy una explicación unánimemente

aceptada, tampoco su nomenclatura y tipificación es un problema o cuestión cerrada en la

Historia de la Escritura, ya que no hay un tipo homogéneo, por lo que el último de los autores

citados31 prefiere hablar del «estilo gótico» o, tal vez, según mi opinión, de «ciclo de las

escrituras góticas». El tema fue ya abordado en abril de 1953 por el paleógrafo neerlandés

Gerard Isaac Lieftinck con ocasión del Primer Coloquio Internacional de Paleografía celebrado

en la Biblioteca Nacional de París, bajo la presidencia de Charles Samaran y a iniciativa del

Centre National de la Recherche Scientifique, para tratar el tema de la nomenclatura de las

escrituras latinas librarias entre los siglos IX al XVI con la finalidad de acordar una terminología

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común y afrontar la posterior catalogación de todos los códices de ese período cronológico32.

La nomenclatura propuesta, basada fundamentalmente en manuscritos de procedencia

neerlandesa y belga, datados o datables en los siglos XIV y XV, ha suscitado reacciones

positivas y negativas y el tema aún sigue abierto, como veremos33. Fue aumentada y

perfeccionada por J. Peter Gumbert, su sucesor en la Cátedra de Paleografía de la Universidad de

Leyden, en el segundo volumen del catálogo neerlandés de manuscritos datados34 .

La nomenclatura de Gerard Isaac Lieftinck y J. Peter Gumbert distingue tres grandes

tipos: la littera gothica textualis, la littera gothica cursiva y la littera gothica hybrida, con

frecuencia llamadas simplemente textualis, cursiva e híbrida, siendo sus elementos definidores:

la presencia o la ausencia de bucles en las astas de b h k l; la forma de las a, según tengan o no

copete35; y, en tercer lugar, por la forma de las f y s largas según desciendan o no bajo la línea de

escritura. Así, la textualis se define por las a con copete, abierto o cerrado, por las f y s largas

cuyas astas no descienden bajo la línea de escritura y por la ausencia de bucles en las astas de b h

k l. La cursiva, por el contrario, presenta las a sin copete, las f y s largas descendentes bajo la

línea de escritura y bucles en las astas de las letras b h k l, siendo precisamente la ausencia de

bucles en estas letras lo que diferencia la híbrida de la cursiva, porque las dos características

restantes de ésta se mantienen en aquélla. Pero, además de varios tipos, existen también distintos

niveles, ya que el mayor o menor grado de caligrafía es otro criterio utilizado para el

establecimiento de subtipos, si bien la distinción puede ser, a veces, vaga y subjetiva. Así, una

textualis currens es una escritura que presenta la morfología de la escritura libraria tradicional

pero ejecutada con gran rapidez sin disciplina caligráfica, en tanto que una cursiva formata es

una escritura en la que las características de la cursiva se desenvuelven en una estilización

caligráfica, ejecutada con bastante lentitud36.

De las tres escrituras, la híbrida es la más reciente, ya que los testimonios más antiguos

se remontan, hasta ahora, a 1396, siendo rara hasta 1423, pero a partir de este año se difunde

rápidamente en los Países Bajos, en Westfalia y en Renania, sobre todo en los monasterios

ligados a la Devotio moderna, es decir en las casas de los hermanos de la vida común y entre los

canónigos regulares de la Congregación de Windesheim, siendo su difusión entre los

benedictinos y los cistercienses más tardía y más lenta. Por ello, según E. A. Overgaauw, hay

que considerar la aparición de la híbrida como una novedad bien localizada en el tiempo y en el

espacio, pero también en un medio monástico muy definido y, por otro lado, la constatación de

que la híbrida nace probablemente como una variante de la cursiva no implica que toda cursiva

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se preste a tal desarrollo. En mi opinión, se necesitan más estudios para la confirmación de estos

supuestos y de la afirmación de que los copistas fueron conscientes de la diferencia entre la

cursiva y la híbrida, ejecutando aquélla con los bucles o ésta sin los bucles en las b h k l, ya que,

en ocasiones se encuentran escrituras en las que la presencia o ausencia de bucles en los astiles

de esas formas gráficas no resulta un criterio válido para identificar y denominar el tipo de

escritura, que E. A. Overgaauw considera relativamente raros y que justifica por ser manuscritos

poco cuidados, tanto por la calidad del texto como por su ejecución material, cuyos copistas no

fueron conscientes del canon paleográfico en vigor37, aunque no creo que sea esa la explicación

correcta.

Por otro lado, también es cierto que son muchos los manuscritos que no pueden ser

catalogados dentro de este sistema, es decir, dando una respuesta unívoca a cada una de las tres

cuestiones señaladas más arriba; o mejor, en palabras de J. Peter Gumbert, rehúsan ser descritos

por él y están, por tanto, fuera del sistema38. Con el fin de subsanar las evidentes deficiencias de

la nomenclatura propuesta por Gerard Isaac Lieftinck, el autor antes citado ha creado una que

llama cartesiana, basada en la idea de describir las escrituras con referencia a criterios

morfológicos precisos y previamente elegidos, representando las ocho combinaciones posibles de

respuestas unívocas bajo la forma de un cubo a partir de la respuesta a los tres criterios

planteados más arriba, con la intención, según confiesa, no de introducir este sistema abstracto de

una manera explícita al lado de la nomenclatura de su maestro, ni mucho menos de proponerlo en

sustitución, sino de ver su utilidad, citándolo entre paréntesis, para precisarla y, al tiempo,

constatar las diferencias y detalles que pueden existir dentro de un grupo, enriqueciendo así

nuestros conocimientos39.

En la década de los años setenta del siglo XX, el jesuita C.E. Viola proponía como

solución óptima recuperar la terminología de la época gótica: «Ad distinguendum varios typos

scripturae Gothicae posset quis putare optimam solutionem esse uti terminologia scribarum

aetatis gothicae»40. No obstante, las nomenclaturas antiguas generan, a su vez, otros problemas

metodológicos y de interpretación, como precisó Françoise Gasparri en el Congreso de

Paleografía de Munich, al tiempo que insistía en la «necesidad de elegir y fijar un vocabulario

especializado que debería luego ser normalizado, aceptado y traducido a las diferentes

lenguas»41, ya que rara vez son precisos ( littera bononiensis; pulcra littera rotunda; littera

rotunda multum bona, no multum bona; littera rotunda caduca; littera formata; littera formata

bona; pulcra littera rotunda; letra gotiga, letra bastarda, letra tirada, letra tirada rodoneta,

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letra scolastica), y las más de las veces hacen referencia a la bondad y calidad de la escritura o a

su antigüedad ( littera comuni, bona littera, littera antiqua male legibili, letra confusa, pulchra

literra, bona littera antiqua, noua littera, littera antiqua, antiqua littera e bona littera)42.

En fecha reciente, Albert Derolez ha propuesto la penúltima tipificación del ciclo de las

escrituras góticas, establecida a partir del análisis esencialmente centrado en la morfología de las

escrituras de códices escritos en el oeste y centro de Europa desde c.1100 a c.1530, con la

excepción de la escritura humanística. Parte de la clasificación y nomenclatura propuestas por

Gerard Isaac Lieftinck (1902-1994), a cuya memoria dedica su trabajo, introduciendo un nuevo

criterio diversificador: el elemento geográfico. Es ésta:

- textualis43

- del norte

- del sur44:

.en Italia

. en España y en Portugal

. en el sur de Francia

. en otras regiones

- semitextual45

- en Italia

- en otras regiones

- cursiva46:

- cursiva antiquior47:

. en las regiones de habla germana, Europa central y Escandinavia

. en Inglaterra = anglicana

- cursiva48:

. cancilleresca (Italia)49

. bastarda o letra borgoñona50

. secretary (Inglaterra)51

- híbrida52 y semihíbrida53

- “loopless bastarda”

- híbrida neerlanesa

- híbrida y semihíbrida en Alemania y en otras regiones europeas del Norte

- fractura

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. - híbrida y semihíbrida italiana (= mercantesca, semihíbrida currens)

- híbrida y semihíbra en España y Portugal

- gótica antigua y otras fuera del sistema:

- gótica antigua en Italia

- gótica antigua fuera de Italia

Esta es la propuesta de Albert Derolez, que considero excesivamente complicada al

intentar conjugar la clasificación y nomenclatura de Gerard Isaac Lieftinck con el elemento

geográfico diversificador y al tiempo también con la nomenclatura usada tradicionalmente en los

distintos países.

Pienso que lo que se debe pretender es establecer un cuadro de tipos gráficos con unas

características generales bien definidas que sirvan para identificar y, a la vez, diferenciar unos de

otros y no descender a particularismos morfológicos, con lo que se estaríamos pretendiendo dar

nombre a todas y cada una de las variantes gráficas usadas en los múltiples productos escritos de

la Baja Edad Media europea, o dicho de otro modo, al resultado gráfico de los distintos

individuos capaces de escribir, muchos de ellos con habilidades escriturarias que le permitían

ejecutar con soltura más de una variedad gráfica, como habrá ocasión de comentar. Para J. Peter

Gumbert: «El objetivo no es distinguir categorías históricas, sino simplemente Adescribir@ las

escrituras mediante criterios morfológicos precisos, definidos previamente y por tanto

objetivos»54; y aún así, es decir, señalando unas características claras e identificativas, en más de

una ocasión nos veremos obligados a hacer excepciones y a justificar la calificación dada, e

incluso en algún caso resultará difícil aplicarle una denominación.

Es el caso de la escritura utilizada por el barbero Vincenti de Coloniam que intervino en

el Ms. 7-4-27 de la BCC, al que se le ha asignado el título genérico Thessaurus

medicamentorum, incorporando a partir del fol. 152r una serie de recetas en catalán, escritas en

1435 en Barcelona, en una escritura que presenta las características asignadas a la híbrida: f y s

largas descendentes por debajo de la línea de escritura y carencia de bucles en b h k l, no

obstante las d unciales presentan bucles, al igual que en otros muchos ejemplos analizados −por

lo que considero que es una letra a incluir también como elemento de análisis−, y hay un intento

de hacerlo en algunas b h l y, lo más curioso, la presencia de los dos tipos de a, con y sin

copete, por lo que sería uno de los casos que rehusaría ser catalogado por una respuesta unívoca

a los tres criterios señalados, es decir, estaría fuera del sistema y le cabría el tipo K/H señalado

por J. Peter Gumbert55.

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Por ello, desde mi punto de vista, la clasificación y nomenclatura de Gerard Isaac

Lieftinck sigue resultando de una gran validez, al diferenciar dos grandes tipos: la littera

textualis y la littera cursiva, subdivididos, a su vez, según el grado de mayor o menor desarrollo

caligráfico con que fueron ejecutadas; un tercer tipo sería la híbrida, cuyos primeros ejemplos

parecen estar datados a fines del siglo XIV como una variante de la cursiva; también la bastarda

debe ser considerada como un tipo, ya que, aunque nacida en la corte de los duques de Borgoña

en la segunda mitad del XV y participar de los caracteres propios de la cursiva −bucles en

alzados y caídos, ligaduras, rapidez de trazado−, se extendió a otros lugares y presenta otras

características morfológicas que les son propias y específicas, como los caídos en forma de

huso, el trazado triangular del cuerpo de la d y v y de los bucles en los astiles. Tampoco rechazo

la utilización del término notula o escritura notular, utilizado por el autor neerlandés para

designar una escritura menuda, de trazos descabalgados, usada en libros para uso personal, a

veces incluso difícil de analizar morfológicamente por su reducido módulo y que es frecuente

verla en sermonarios. La propuesta de J. Peter Gumbert me parece una solución válida, pese a su

complejidad, para dar cabida en el cuadro clasificatorio al complejo panorama que presenta la

escritura en una época en la que el enorme crecimiento y las múltiples exigencias de

documentación y de comunicación escrita dieron origen a una masa de escribientes articulada en

ambientes y estratos sociales diversos extraordinariamente productiva y variada, como nunca

antes lo había sido, como ya se ha dicho. No obstante, conviene hacer algunas puntualizaciones.

En primer lugar, la cursiva, definida como aquella escritura ejecutada con rapidez, no se

identifica, desde mi punto de vista, sólo y exclusivamente por la presencia de bucles en los

alzados de las letras, ya que son muchas las escrituras individuales que carecen de ellos, pese a

su naturaleza cursiva, que se manifiesta, por el contrario, en la profusión de ligaduras a nivel de

la línea de escritura. En segundo lugar, a las cuatro letras señaladas por J. Peter Gumbert que

pueden llevar bucles (b h k l) hay otras que también pueden tenerlos como las d unciales y las f,

sin olvidar, en algunos casos, esa acentuación desmesurada del movimiento «sinistrogiro»del que

habla Giorgio Costamagna56, evidente en las cursivas castellanas (precortesana, cortesana y

procesal).

No soy partidaria de utilizar nombres en los que entren el elemento compositivo semi por

la propia etimología del prefijo (“medio, casi”) y las dificultades que entraña asignar unas

características propias y objetivas al tipo gráfico en cuestión. Tampoco creo que sea conveniente

mantener la nomenclatura específica dada a los distintos tipos gráficos en los diferentes países,

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bien por tradición o por otras razones, o en todo caso hacerlo entre paréntesis como simple

referencia, sobre todo si lo que se está pretendiendo es fijar una nomenclatura unificada para

proceder a la catalogación de los códices datados o datables entre los siglos XI y XVI. Es el

caso, por ejemplo, de la llamada en Italia cancilleresca, derivada de la minúscula cancilleresca

documental pero que en realidad es un subtipo de la cursiva, la cursiva formata, utilizada en la

copia de libros; otro tanto sucede con la llamada por Armando Petrucci mercantesca para

designar aquella escritura utilizada fundamentalmente por los mercaderes, que en realidad es un

cursiva currens, que puede ser utilizada por otros grupos sociales; y, en el caso de España, sería

ya hora de desterrar los términos de letra de albalaes, letra de privilegios y precortesana.

Propuesta de LIEFTINCK y GUMBERT. Manuscrits datés conservés dans les Pays-Bas: catalogue

paléographique. Ámsterdam-Leiden, II, 1982.

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3. Características socio-políticas y culturales de la época gótica en España.

Las consideraciones de tipo general, que hemos señalado para la época gótica en toda

Europa, son aplicables de igual modo a España. No obstante, creemos conveniente realizar una

serie de puntualizaciones.

El período se abre con la victoria de los ejércitos cristianos de Alfonso VIII sobre los

almohades en las Navas de Tolosa en 1212. A partir de este momento se emprenden operaciones

militares en todos los frentes −Portugal, Extremadura, valle del Guadalquivir y Valencia− con

una firme voluntad de liquidar el Islam.

Las conquistas de Córdoba, Jaén y Sevilla son los hitos que marcan la obra

reconquistadora de Fernando III, al tiempo que la penetración de los ejércitos castellanos en

tierras murcianas le obligarán a la negociación de un tratado de límites con el monarca aragonés

Jaime I en Almizra en 1244.

Es una época de insuperable fecundidad para Castilla, que va unida a un reforzamiento de

la autoridad monárquica. La aureola de santidad que envuelve la personalidad del monarca

castellano, como la de su primo San Luis de Francia, agiganta su figura y contribuye a prestigiar

la Monarquía.

Con Alfonso X se inicia una de las etapas más brillantes y, a la vez, más desdichadas de

la historia de la Castilla medieval. Es una etapa de agotamiento de los impulsos bélicos

castellanos. La reconquista queda detenida mientras que el Reino de Granada se consolida y el

valle del Guadalquivir conoce una sublevación general de mudéjares en el año 1263.

Sin embargo, el más apasionante problema en que se vio envuelto el Rey Sabio fue su

aspiración al trono imperial, el llamado “fecho del Imperio”, cuestión quedó zanjada con la

abdicación del monarca castellano a cambio de los diezmos de la Cruzada de Castilla y León que

le otorgó el Papa.

Pese a estas aspiraciones al trono imperial, para Alfonso X ha pasado la hora de la

superioridad de los poderes universales de la Iglesia y del Imperio y llegado la de la afirmación

de los reinos, como, paralelamente, está sucediendo en Europa. Su actitud empalma con la de

Raimundo de Peñafort y, sobre todo, con la del canonista Vicente Hispano. En la Segunda

Partida los reyes aparecen como «vicarios de Dios, cada uno en su reino, puestos sobre las

gentes para mantenerlas en justicia, en verdad, quanto en lo temporal, bien assi como el

emperador en su Imperio». Se formula así, en forma explícita y casi textual, la máxima común en

la Europa de mediados del siglo XIII: «rex est imperator in regno suo».

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Su doctrina jurídica quedó recogida en su voluminosa obra Las Partidas, que tiene como

piedra de toque la influencia del Derecho Romano y, posiblemente, jugaron también un

importante papel las Constituciones de Melfi, dadas en 1231 por el emperador Federico II.

No obstante, la obra de Alfonso X no pasaba de ser meramente especulativa. Muchas de

sus ideas chocaban abiertamente con los usos vigentes en tierras castellanas donde el

germanismo había tenido una favorable acogida. Será Alfonso XI el que, decidido a consolidar la

institución monárquica, emprenda una vasta campaña legislativa, resumida en su famoso

Ordenamiento de Alcalá, que tiene como fin primordial la puesta en práctica de las normas de

tipo jurídico asentadas por Alfonso X.

Mientras, en los reinos orientales el respeto a las viejas tradiciones jurídicas (fueros de

Aragón, y Navarra) cerró de momento el paso a la Recepción del Derecho Común. En Cataluña

el jurista Pere Albert en sus Commemoracions rebautizada el código feudal de los Usatges,

constituyéndolo en fundamento, junto con las Leyes de Corte, del poder real.

En el terreno social y económico la batalla de las Navas de Tolosa marca también el

inicio de profundas transformaciones. La primera consecuencia de las grandes conquistas es la

incorporación de amplios territorios y la consiguiente necesidad de su repoblación. Valencia,

Murcia, Andalucía y el Algarbe fueron ocupadas sin grandes trastornos de población. Los musul-

manes fueron obligados a abandonar las ciudades, a fin de establecer en ellas a los cristianos

venidos del Norte mediante la fórmula del repartimiento.

La fiebre de las roturaciones de los siglos anteriores decae notablemente en el siglo XIII.

En cambio la ganadería va a conocer una expansión insospechada que provocará el nacimiento

del Real Consejo de la Mesta y de la Casa de Ganaderos de Zaragoza y será la base de la

producción de lana −el gran artículo de exportación de la Castilla medieval− y de la aparición de

una incipiente industria textil.

La lenta transformación de las ciudades castellano-leonesas se vio también influida por la

incorporación de las importantes ciudades musulmanas de tradición mercantil. En ambas iba

creciendo el número de personas que no se ocupaban de la tierra, sino que vivían y tenían como

ocupación principal el comercio y la artesanía.

Las peregrinaciones a Compostela habían contribuido a fomentar la circulación de

mercancías y a asegurar el desarrollo de las ciudades con ellas conectadas. Pamplona, Burgos,

León, Sahagún y la propia Santiago tenían ya en el siglo XII una burguesía apreciable. En

relación con ella aparecen ferias y mercados. Las más antiguas de las que tengamos noticia son la

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de Belorado (1116), pero dentro de este mismo siglo consta la celebración de otras en Valladolid,

Sahagún, Cuenca y Moyá, cerca de Barcelona. En el XIII el número de ferias se multiplica

extendiéndose a las poblaciones del Sur.

Castilla entra definitivamente en los grandes circuitos comerciales del Occidente de

Europa, jugando un extraordinario papel la ciudad de Sevilla y las colonias de genoveses

establecidas por toda la Baja Andalucía, al tiempo que continúa la expansión iniciada por

Cataluña tiempo atrás.

Del aspecto religioso sólo diremos que la expansión de las órdenes mendicantes en

España −donde se instalan sistemáticamente, como en el resto de Europa, en las afueras de las

ciudades− fue también rápida y temprana. Los franciscanos aparecen en Cataluña antes de 1225,

teniendo sus primeras casas en Barcelona, Gerona, Lérida y Balaguer, mientras que simultánea-

mente llegan los dominicos −no olvidemos que el fundador de esta orden fue precisamente un

castellano de tierras burgalesas, Santo Domingo de la Calzada−, que se instalan en 1223 en

Barcelona y Zaragoza y, poco más tarde, en Lérida y Palma de Mallorca.

En el campo artístico, los éxitos militares de Fernando III tendrán su paralelo en las

espléndidas catedrales de las ciudades castellanas que comienzan a levantarse en su época. En el

campo de la ilustración libraria se pierden los elementos orientales que la habían impregnado a

partir del siglo XIII, en que se impone el estilo gótico en las obras de Alfonso X. Son ilustra-

ciones ingenuas, pero de gran valor documental, pues parecen responder a una observación de la

realidad circundante. Después del reinado de Alfonso XI se produce en Castilla una caída de la

ilustración que renace en el siglo XIV con la Biblia de la Casa de Alba y con la Crónica del

Caballero Zifar. En los reinos orientales es clara la influencia italiana que se extiende a

mediados del siglo XV al resto de los territorios, uniéndosele pronto la influencia flamenca,

fundamentalmente de Van Eyck.

Finalmente y por lo que al aspecto cultural se refiere, hemos de ocuparnos una vez más

de la figura de Alfonso X el Sabio y, en concreto, de su obra cultural, representada por la

«escuela de traductores de Toledo». La denominación es inexacta. Se trata de personalidades

que trabajan, aisladamente o en colaboración, en un ambiente favorable y con los medios

adecuados, pero sin formar un núcleo aglutinante que pueda semejarse a lo que era un estudio

general, si bien el resultado de su trabajo llegara, en ocasiones, a ser decisivo para el desarrollo

de las enseñanzas universitarias.

El grupo de trabajo se inicia bajo la protección del arzobispo de Toledo don Raimundo,

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cluniacense francés venido a Castilla a fines del XI o comienzos del XII, y elegido para la sede

primada tras la muerte de don Bernardo en 1126. En el XII trabajan en Toledo Johannes

Hipanus, judío converso que tradujo y escribió sobre Astronomía, Astrología y Filosofía;

Domingo Gundisalvo, colaborador del anterior, dedicado principalmente a la Filosofía; y

Gerardo de Cremona, ya en la segunda mitad del siglo, que será el traductor más famoso del

árabe en la Europa de su tiempo.

El grupo tiene su continuidad en el siglo XIII, con personalidades internacionales de la

talla de Miguel Escoto, que trabajó también en la corte italiana de Federico II y fue autor de la

traducción de los comentarios de Averroes a Aristóteles, que se utilizó en la Universidad de

París, y Hermann el Alemán, que murió en 1272, siendo obispo de Astorga, y tradujo obras

filosóficas y literarias en Toledo y en la corte siciliana de Manfredo.

La labor de estos traductores, muchos de ellos venidos de fuera pero que contaron con la

colaboración de mozárabes o conversos locales, enlaza claramente con los trabajos de este tipo

realizados en la corte alfonsí.

La obra científica de Alfonso X puede, pues, considerarse, en principio, una etapa más en

la labor de traducción que se llevó a cabo en España desde el siglo X, en un principio centrada en

el Nordeste del país y, a partir del XII, en Toledo.

Alfonso X es el heredero de esta tradición toledana, pero con una novedad

importantísima: la gran mayoría de las traducciones alfonsíes se hacen al castellano y no al latín,

como había sido la norma hasta entonces. La técnica habitual de las traducciones arabo-latinas

era la siguiente: un judío (o mozárabe o un musulmán) realizaba una versión oral del árabe al

vulgar romance, simultáneamente, un clérigo trasladaba esta traducción oral al latín, siendo esta

última versión la única que se ponía por escrito. La originalidad del rey Alfonso X consiste en

romper esta cadena e introducir un escribano que pondrá por escrito la versión oral romance sin

que quede claro si, en los casos en los que disponemos de una doble versión (latina y castellana)

de un mismo original árabe, las dos traducciones se llevaron a cabo simultáneamente. De lo que

no hay duda es que, bajo Alfonso X, se realizaron también traducciones latinas. Por ejemplo del

Quadripartitum de Tolomeo.

Alfonso X no fue, evidentemente, el único caso de un monarca interesado por las letras,

recordemos a su tío San Luis IX de Francia o a Federico II, rey de Sicilia. Pero, a diferencia de

los reyes citados, la actividad alfonsí no se limitó a patrocinar la ejecución de una obra literaria,

sino que reunió a su alrededor una serie de intelectuales a los que él mismo orienta y dirige.

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Recordemos a este respecto un fragmento de la General Estoria:

«El rey faze un libro, non porquel escriua con sus manos, mas porque compone las

razones del, e las emienda et yegua e enderesça e muestra la manera de cómo se deuen

fazer, e desi escriue las qui el manda, pero dezimos por esta razón que el rey faze el libro.

Otrossí quando dezimos el rey faze un palacio o alguna obra, non es dicho porque lo el

fiziese con sus manos, mas porquel mando fazer e dio las cosas que fueron mester para

ello».

De esta forma la intención del rey superaba lo meramente erudito y alcanzaba un cierto

nivel político. El Rey Sabio es consciente de que en su época no sólo toda la ciencia, sino incluso

los textos imprescindibles para el desarrollo de la vida diaria, estaban escritos en lenguas poco

comprensibles para el común de la gente, como el latín o el árabe, y siente la necesidad de salvar

ese obstáculo, tratando de crear un corpus literario en lengua vulgar. No sólo para hacer

inteligible estos textos a todo el mundo, sino para dejar bien clara la hegemonía castellana en el

ámbito de su reino, al establecer el «lenguaje de Castilla» como de uso común y declararlo

oficial para los documentos reales. Sólo para las poesías que se habían de cantar en loor de la

Virgen, las famosas Cantigas, adoptará la lengua gallega, siguiendo en esto la tradición de la

lírica primitiva.

Su intención fue resumida por su sobrino, el infante Don Juan Manuel en el prólogo al

Libro de la caza:

«Tanto cobdició que los de sus regnos fuesen muy sabidores, que fizo trasladar en este

lenguaje de Castilla todas las ciencias, tan bien de teología como la lógica, e todas las

siete artes liberales como toda la arte que dicen mecánica. Otrosí fizo trasladar toda la

secta de los moros, porque paresciese por ella los errores en que Mahomad el su falso

profeta les puso e en que ellos están hoy en día. Otrosí fizo trasladar toda la ley de los

judíos e aun el su Talmud, e otra ciencia que han los judíos muy escondida a que llaman

Cábala... Otrosí romanzó todos los derechos eclesiásticos e seglares...»

La tarea no era fácil, ya que se habían de verter al castellano, lengua todavía poco

evolucionada, obras pensadas y escritas en el más complejo latín. Con esa idea, en su corte se

compondrá la versión castellana de las recopilaciones legales básicas para el desarrollo de la vida

comunitaria: Las Siete Partidas, El Fuero Real, el Setenario y el Espéculo; la primera historia

universal escrita en castellano, la General Estoria, que incluye a su vez el primer intento de

traducción de la Biblia; los varios tanteos para hacer una Historia de España, a partir de las

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crónicas latinas, que dieron lugar a la Primera Crónica General; las varias obras científicas

generalmente traducidas del árabe, tales como el Lapidario, Los Libros del saber de la

astronomía, las Tablas alfonsíes, el Libro de las Cruces, el Libro de los juicios de las estrellas,

además de tratados misceláneos, también vertidos del árabe, como los Libros del ajedrez y de los

juegos.

Aunque a veces es difícil establecer una cronología precisa, ya que las obras se

reelaboran o refundieron por el propio rey en épocas posteriores, es interesante ver cómo, en

general, las obras astrológicas y astronómicas pertenecen a la etapa de juventud del rey o,

incluso, son anteriores a su acceso a la corona, es el caso de El Lapidario, lo mismo que las

versiones de obras literarias, como el Calila y Dimna, mientras que las recopilaciones legales o

históricas tienen lugar en su etapa de madurez.

Las directrices dadas por Alfonso X a los traductores respondían a una tendencia

generalizada de secularización de la cultura y también a una urgencia por parte de los científicos

que consideraban el latín lengua inadecuada para sus empresas. Los saberes astronómicos

europeos de la época fueron posibles gracias a las traducciones. El astrolabio europeo es el del

Alfonso X: el del español Azarquiel es el astrolabio plano usado por los marinos de todo el

Occidente y las Tablas Astronómicas conocieron traducciones no castellanas. Copérnico, por

citar un sólo ejemplo, trabajaba en el año 1500 en las Tabulae Alfonsinae.

Diversos trabajos llevados a cabo nos han dado a conocer, con la exactitud posible, la

composición de la corte literaria alfonsí y sus métodos de trabajo. Nos consta que el rey escogía

personalmente las obras a traducir e, incluso, sabemos que en alguna ocasión, siendo todavía

príncipe, adquirió algún manuscrito con la intención de ordenar la versión; otras veces, no

satisfecho con la primera traducción, la mandó rehacer o adicionar. El grado de participación del

monarca en el trabajo sería variable, pues muchas veces se habla del rey en tercera persona.

En el caso de las traducciones del árabe, conocemos el nombre de varios de sus autores,

entre los que había judíos e italianos, además de los cristianos españoles, y en sus métodos de

trabajo debieron de haber estado influidos por los traductores del grupo toledano; éstos equipos

no sólo elaboraban traducciones al castellano sino posteriores versiones al latín o a otras lenguas

romances.

En la época alfonsí se llevó a cabo, de acuerdo con los nuevos vientos que soplaban por

Europa, una de las renovaciones más trascendentes de toda la historia del libro español. En

primer lugar, esta renovación afectó al contenido de los libros: los textos monásticos (bíblicos,

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litúrgicos, patrísticos) no desaparecerán, pero quedarán en segundo plano frente a la floración de

textos de carácter científico, histórico, legal y puramente literario, y el latín como lengua de

expresión para este tipo de textos será reemplazado por las lenguas vernáculas, en un proceso

que se prolongará ya a través de toda la Baja Edad Media y nos introducirá en la Época Moderna.

Cambios que afectaron a todos los aspectos del libro, empezando por la propia escritura,

con la utilización de las diferentes variedades gráficas de la gótica. El tamaño no suele superar

los 280 mm de altura. Considerable mejora en la preparación del pergamino, que es más blanco y

delgado. Aunque todos los códices de la cámara alfonsí estén copiados en pergamino, debió de

existir ya un impulso decisivo para cambiar la materia física sobre la que escribir utilizando el

papel, que fue indudablemente una de las mayores revoluciones de la historia del libro. Como

sabemos, esta nueva materia escriptórea fue introducida en la Península Ibérica a fines del siglo

X. Por influjo islámico se utilizó a fines del XI en códices cristianos, en el monasterio de Silos y

quizás en Toledo, aunque de un modo esporádico, ya que su uso no se difunde en Occidente

hasta la segunda mitad del XIII.

La semilla plantada por Alfonso X, continuó dando frutos en la época de sus sucesores,

pero ninguno desarrolló el afán de saber de su ilustre antepasado. Aunque no faltan los que

promueven la composición de textos de considerable interés y su copia en códices de gran

belleza, el taller alfonsí desapareció como tal al faltar la dirección y patrocinio del sabio

monarca. A partir de él raro será el monarca que no forme su propia biblioteca y se preocupe de

enriquecerla continuamente: Sancho IV encarga la Gran Conquista de Ultramar; Alfonso XI

ordena la versión de la Crónica Troyana. Lo mismo se podría decir de los reyes posteriores hasta

Isabel la Católica.

Los reyes aragoneses, a su vez, llaman la atención más aún que los castellanos por sus

preocupaciones literarias. Jaime II de Mallorca, Pedro IV y Martín el Humano se rodean de

copistas y miniaturistas a su servicio.

Como en el resto de Europa, el interés por los libros prendió también en los otros

estamentos de la sociedad. Son famosas las bibliotecas reunidas por el arzobispo de Toledo, don

Sancho de Aragón, hijo de Jaime I; la del también arzobispo de Toledo, don Rodrigo Jiménez de

Rada; la del Gran Castellá de Ampurias, don Juan Fernández de Heredia; la del Marqués de

Santillana, y, en Sevilla, las de los arzobispos don Pedro Gómez Barroso y don Juan de

Cervantes, Cardenal de Ostia, que pasarían a engrosar los fondos de la Biblioteca Capitular de la

Iglesia Catedral de Sevilla.

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Las bibliotecas catedralicias fueron creciendo lentamente hasta los últimos siglos

medievales, tiempo en que muchas de ellas se vieron obligadas a destinar una sala para reunir

todos los libros, antes dispersos en distintas estancias. Al principio las más importantes estaban

en al-Andalus, la España musulmana, y hay noticias y datos de las de Córdoba, Toledo y Sevilla.

Luego empezarían a surgir otras en el norte: Oviedo, León, Pamplona, Vich, Gerona, Urgel, etc.

Más tarde fue en Toledo donde hubo mejores bibliotecas, que permitieron la reunión de los

estudiosos de la ciencia árabe y dieron origen a la llamada «escuela de traductores de Toledo».

Finalmente, el siglo XIII es también en España el de la constitución de las primeras

universidades. Las escuelas episcopales pujantes en la segunda mitad del siglo XII (recordemos

en suelo castellano, las de Toledo, Palencia o Segovia), van a dar paso a los estudios generales o

universidades de maestros y escolares. En fecha temprana, 1212, Alfonso VIII funda en Palencia

un Estudio General a instancias del obispo Tello Téllez de Meneses. Acuden a sus aulas

maestros extranjeros de indudable talla, pero diversas circunstancias motivaron su decadencia. El

estudio se trasladará, en tiempos de Alfonso X, a Valladolid. En 1215, Alfonso IX de León

creaba la Universidad de Salamanca. Fernando III confirmó años más tarde dicha fundación

(1242). Su prestigio se acentúa a raíz de la famosa bula otorgada por el pontífice Alejandro IV en

1254.

Las primeras universidades castellanas sufrieron, sin duda, la dura competencia de las

europeas de más prestigio, así como los avatares de las luchas y de los intereses de los papas que

habían de concederles sus privilegios. Fueron poco favorecidas, quedando a merced de sus

propios recursos, que eran realmente escasos. El prestigio de las universidades extranjeras atrajo

a sus aulas a lo más selecto del alumnado español, restando con ello posibilidades a las

peninsulares para llegar a su mayoría de edad, que no consiguieron hasta los años del

Renacimiento. Sólo Salamanca y Valladolid mantuvieron su prestigio durante toda la Edad

Media, prestigio que se acrecienta en el XV con las fundaciones, anejas al estudio, de los

Colegios Mayores de San Bartolomé, en Salamanca, y de Santa Cruz, en Valladolid.

4.- La escritura gótica en códices

Son válidas la nomenclatura y clasificación dadas para el resto de Europa.

5. La escritura gótica en documentos. Castilla.

Partimos de dos hechos: uno, las escrituras góticas en documentos ofrecen grandes

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dificultades de lectura; dos, existe tal abundancia de documentos escritos en gótica que

comparándolos con los anteriores, éstos no alcanzan ni la centésima parte.

Esta sobreabundancia se debe a múltiples causas, entre las que se encuentran la aparición

de nuevos órganos administrativos y, en general, la significación de España en el mundo

europeo, sobre todo a partir de la unión de los territorios bajo los Reyes Católicos, a lo que se

unió el descubrimiento de América y su ulterior administración.

España se convierte en una impresionante máquina administrativa y, por ello, en una

máquina productora de documentos. Estos documentos en escrituras góticas se encuentran en los

diferentes archivos generales: Histórico Nacional de Madrid, General de Simancas, General de

Indias, Archivo de la Corona de Aragón, chancillerías de Valladolid y Granada, así como en

numerosos archivos particulares, eclesiásticos, nobiliarios y de protocolos notariales.

Antes de entrar en el estudio de la escritura gótica en documentos conviene observar que:

- En ellos ocurre la sustitución de la lengua latina, tanto en documentos públicos como

privados, por las lenguas y dialectos romances. El cambio se había dado desde el siglo XII en

algunos documentos privados. En los públicos no se lleva a cabo hasta mediados del siglo XIII:

con Fernando III y Alfonso X de Castilla y con Jaime I de Aragón.

- Los documentos en escrituras góticas son producidos muy frecuentemente por un

cuerpo de notarios o escribanos públicos profesionalizados, a cuyo cargo corre la confección de

la documentación privada en un altísimo porcentaje.

- Las cursivas góticas se adueñan del campo documental, excepto en los privilegios

rodados y cartas plomadas de concesión o confirmación de privilegios, cuya escritura es

semejante a las variedades del ciclo gótico utilizadas en la copia de libros.

- Se da como una regionalización de las escrituras góticas documentales. Se pueden

distinguir las cursivas documentales góticas de Castilla, de Aragón y de Navarra e, incluso,

regiones en estas áreas: Galicia en Castilla y Cataluña en Aragón.

- No ocurre ahora, como en otros períodos, una diferenciación paleográfica entre

documentación pública y privada. La razón hay que buscarla en el desarrollo de los estudios

universitarios, que comporta, como en el resto de Europa, donde se forme el notariado hispánico,

a cuyo cargo está la redacción de documentos particulares, mientras que la cancillería real, por su

parte, abandona la costumbre de reclutar a sus empleados entre los eclesiásticos y los recluta

entre esos mismos universitarios.

- Aunque falta un estudio completo, no es aventurado afirmar que, durante el siglo XIII

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y parte del XIV, en las cancillerías se escribió con caracteres más cursivos y que, a partir de las

primeras décadas del XIV, se inició el fenómeno contrario: las cancillerías mantuvieron modelos

relativamente cuidados frente a los emanados de los notarios públicos, que elaboraron modelos

cada vez más cursivos hasta llegar a una gran cursividad: la escritura procesal. De modo que

no existe propiamente una diferenciación paleográfica entre escritura documental pública y

privada, sino más bien se trata de una diferenciación en el grado de cursividad.

Aunque siempre se había propuesto como cronología de la aparición de la gótica la

segunda mitad del siglo XII, Francisco M. Gimeno Blay retrotrae los primeros testimonios de

goticismo a la primera mitad del siglo, al tiempo que aboga por «un campo de investigación que

debería reconstruir (utilizando tanto los depósitos documentales como librarios) el proceso de

transformación de las carolinas en góticas en todo el territorio peninsular y a lo largo de un

período cronológico amplio que abarca desde la segunda mitad del siglo XI hasta los años

postreros del reinado de Alfonso VII, para la zona más occidental, y hasta la constitución de la

Corona de Aragón en 1137, para el oriente peninsular»57.

En ellos el goticismo se polariza en:

- claro contraste de trazos gruesos y delgados

- forma particular que presenta el punto de ataque de todos los alzados

- descomposición de los trazos curvos y su sustitución por ángulos

Tradicionalmente, y a pesar de ser consideradas por la mayor parte de los paleógrafos

españoles como impropias e inadecuadas, las denominaciones dadas a las escrituras usadas en la

documentación del reino castellano-leonés han sido: letra de privilegios, letra de albalaes,

precortesana, cortesana y procesal, asignándoseles, además, una rígida periodización

cronológica en su uso y difusión. Las dos primeras, introducidas por el jesuita Esteban Terreros

y Pando en su manual de Paleografía española, publicado en 1755, apuntan claramente a dos

categorías diplomáticas y, en consecuencia, no son términos paleográficos. Por otra parte, el

segundo de ellos −albalá− es un documento cancilleresco muy específico, que se refiere a

asuntos administrativos y económicos y que no surge hasta el reinado de Pedro I (1350-1359), un

siglo más tarde del inicio del período asignado al uso y difusión de esa grafía (desde 1250 al

reinado antes citado)58. De modo que aún resulta más improcedente que para un siglo antes de

que apareciese el albalá, como tipo diplomático, se pueda escribir en letra de albalaes.

La letra de privilegios sería la escritura utilizada en los privilegios rodados y cartas

plomadas de concesión y confirmación de privilegios, ambos en pergamino, durante el siglo XIII,

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perdurando con ligeras modificaciones hasta el siglo XVI, mostrando la rigidez propia de

escrituras que se anquilosan por no tener un uso espontáneo y por estar a cargo de un grupo de

escribas que se especializan en el trazado de la misma. Sus características serían:

- Claro contraste entre el cuerpo de las letras, que es pequeño, y las astas que se elevan

desmesuradamente, curvándose hacia la derecha y hacia abajo, mientras que los caídos no suelen

prolongarse, sino que se incurvan con poca espontaneidad gráfica hacia la izquierda.

- Tendencia a la unión de curvas contrapuestas y utilización de la r redonda después de

letra curvilínea.

- Letras bien separadas, destacando: a de capelo poco pronunciado formando un ángulo

obtuso, o recto si se une a la letra anterior; c bien diferenciada de t; g cierra la parte superior

formando un círculo y tiene tendencia a cerrar también su caído; R mayúsucla con valor de doble

r; s alta, sin bajar de la línea del renglón, al comienzo y en medio de palabra; de doble curva al

final de palabra, quedando a veces la segunda curva reducida; z en posición final tiene forma de

5, y se distingue claramente ç y z.

- Escaso uso de abreviaturas.

Mientras que la letra de privilegios, como hemos dicho, se anquilosa y no evoluciona, la

letra de albalaes sí lo hace hacia formas cada vez más cursivas. Las características más

importantes que se le señalaban eran éstas:

- Dentro de una misma palabra las letras se unen entre sí.

- Claro contraste entre el cuerpo muy pequeño de las letras y sus astas muy desarrolladas.

- Tendencia muy peculiar de los caídos a subir por la izquierda buscando la caja de

escritura y formando así una línea paralela con el trazo fundamental de la letra, alcanzando su

máxima expresión en las letras f y s.

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A ésta sucedería la precortesana o cortesana primitiva, tipo gráfico que llenaría el

espacio entre 1350 y 1425, fecha en la que la cortesana se considera ya totalmente formada y

que, como toda escritura intermedia entre dos tipos bien definidos, no presentaría unos caracteres

muy acusados aunque sí unos rasgos distintivos fundamentales:

- Desaparece la reduplicación sistemática de f y s y en general la de todos los caídos.

- Escritura más redondeada y menos aguda; si los caídos de las letras se prolongan y se

incurvan para buscar la línea de escritura no lo hacen en forma angular sino usando amplias

curvas.

- No hay tanto contraste entre el cuerpo y los astiles.

- Aumento de las ligaduras.

La cortesana sería la escritura formada entre 1400 y 1425, con una vida corta en su uso,

prácticamente poco más de un siglo, y, sin embargo, con una gran cantidad de testimonios

escritos.

Finalmente, la procesal, tiene una vida muy larga. Nace en el siglo XV, se considera

formada a fines de la primera mitad y se mantiene hasta mediados del siglo XVII, con más o

menos ingerencias de la humanística cursiva, hasta ser sustituida por ésta59.

En al año 1991, Mª Josefa Sanz Fuentes aplicó la clasificación de Gerard Isaac Lieftinck

a España 60, señalando, como en el resto de los países occidentales, el uso en la corona

castellano-leonesa de la cursiva, fundamentalmente análoga en toda Europa, pero articulada en

variedades nacionales, e incluso locales, nominada en bloque por los paleógrafos como

“minúscula gótica notarial o cursiva gótica, como indica Giorgio Cencetti, y distinguiendo los

siguientes tipos:

- una cursiva gótica fracturada formata, utilizada formalmente en la cancillería real en

documentos no solemnes emitida en pergamino, es decir, en las denominadas cartas abiertas, así

como por otras cancillerías y algunos notarios.

- una cursiva gótica fracturada, de uso común, sin ningún tipo de concesiones a la

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estética, y que es utilizada tanto en la cancillería real para documentos menores en pergamino,

compartiendo con la formata la redacción de cartas abierta, como para documentos en papel, los

mandatos. Es la utilizada mayoritariamente por los notarios leoneses y escribanos públicos

castellanos.

- por último, una cursiva gótica fracturada currens o corriente, utilizada en las notas

dorsales, en los documentos notariales, en las rúbricas del personal de cancillería, en los

documentos emitidos por la misma y en anotaciones marginales de códices, ejecutadas con un

trazado totalmente descuidado.

A partir de la segunda mitad del siglo XIV se inicia en la escritura documental castellano-

leonesa un proceso que dará origen a la formación de un nuevo tipo de cursiva, caracterizada por

su mayor número de ligaduras entre letra y letra, por el cuerpo redondeado de las formas

alfabéticas y por el aspecto ornamental de los signos abreviativos, así como por lo poco

acentuado de su claroscuro, dando lugar a la gótica cursiva redonda, denominada

tradicionalmente cortesana y que tras un primer período de transición, al que suele calificarse de

precortesana, cristalizará también en tres subtipos: la gótica cursiva redonda formada o

cortesana formata, una gótica cursiva redonda o cortesana, y, por último, una gótica cursiva

redonda corriente, que a finales del siglo XV desembocará en la denominada comúnmente

procesal, utilizada tanto en libros diplomáticos (libros de actas y acuerdos, registros, etc.) como

en los procesos judiciales....

Mientras que en el campo documental también en Castilla y León se utilizan tipos

escriturarios básicamente librarios. Tal es el caso de las textuales, tanto fracturada como

redonda, que serán usadas frecuentemente en la expedición de los documentos más solemnes de

la cancillería real castellano-leonesa, los privilegios rodados y las cartas plomadas de concesión

o confirmación de privilegios. La textualis formata queda reducida en el ámbito documental,

solamente con efectos decorativos, a las palabras iniciales de algunos documentos solemnes o a

los incipits de códices diplomáticos61.

Propuesta clasificatoria que no comparto, por su complicación y porque no hay unos

caracteres gráficos claramente definitorios de los tipos gráficos señalados, además sería

conveniente recordar brevemente el proceso de formación de la littera corsiva. Como expone A.

Petrucci62, siguiendo a Giorgio Costamagna63 , a fines del siglo XIII o comienzos del XIV se

produjo un cambio notable en la técnica escriptórea que daría lugar a una nueva cursiva, en cuya

base estuvieron, entre otros elementos, la adopción de una pluma tallada en el centro (no biselada

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a la izquierda) y por ello más suave en el trazado, con la que sí se podían fácilmente, a diferencia

de lo que sucedía con la pluma biselada a la izquierda, ejecutar las ligaduras y los trazos de unión

entre las letras, así como la invención de un nuevo modo de realizarlos, procediendo con un

movimiento contrario a las agujas del reloj de la mano («sinistrogiro»):

Bajo la acción complementaria de los factores técnicos y culturales ya indicados, en el

transcurso del siglo XII, primero a nivel cancilleresco, después a nivel notarial (los notarios de

Italia, sobre todo), luego a nivel privado (cuentas de mercaderes, cartas, etc), se fue formando un

nuevo tipo de cursiva, caracterizada siempre por un mayor número de ligaduras entre las letras,

por prolongaciones, caídos, bucles añadidos a las astas, notablemente alargadas sobre la línea de

escrituras, por un cuerpo redondeado de las letras, por el aspecto ornamental de los signos

abreviativos, por el claroscuro poco acentuado (al menos, para el siglo XIII). Es la escritura

denominada por Emanuele Casamassima como littera minuta corsiva.

Como en el año 198664, sigo compartiendo la opinión de Franco Bartoloni de que hay que

reducir la gran variedad de escrituras documentales no canonizadas, o en todo caso no

suficientemente tipificadas, a categorías amplias, resaltando lo que las defina, así como su

propuesta de que el único medio para llegar a la solución del problema de su nomenclatura está

en recurrir a una terminología múltiple de carácter orientativo, en la que se consideren los

siguientes elementos: el ductus, cursivo, semicursivo o sentado; el carácter de la escritura en

relación con el oficio o la persona de quien emana; la escritura “usual” que está en la base de la

que presenta el documento; el lugar de origen y, finalmente, el siglo al que pertenezca65.

Criterios que también han sido asumidos por Carmen del Camino Martínez66, y así habla de

escritura gótica semicursiva documental castellana de mediados del siglo XIII y escritura

gótica cursiva documental castellana de segunda mitad del siglo XIII y primera del XIV.

A estos criterios se podría añadir otro como es aquel que hace referencia al mayor o

menor desarrollo del elemento caligráfico, totalmente válido, aunque se trate de escrituras

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cursivas, tenido en cuenta por Gerard Isaac Lieftinck para su clasificación.

En cuanto al mantenimiento o no de la terminología tradicional (letra de privilegios, letra

de albalaes, precortesana, cortesana y procesal), no creo que fuese improcedente el mantener

las denominaciones de cortesana y procesal, al ser términos coetáneos al uso y difusión de

ambos tipos gráficos, como demuestran los siguientes textos:

En una Carta-arancel, fechada el 3 de marzo de 1503, destinado a los escribanos de

concejos, se ordena:

«Que lleven ... a diez maravedís por la tira... seyendo la tira de una hoja de pliego entero

scripta fielmente de buena letra cortesana e non procesada, de manera que las planas sean

llenas, no dejando grandes márgenes, y en cada plana haya a lo menos treinta y cinco

renglones y quince partes en cada renglón».

Disposiciones semejantes se repiten en otros dos aranceles del 7 de junio del mismo

año:

«Item de los pregones e remates que se hicieren en las rentas de los dichos concejos y de

los recudimientos que dellas se dieren que lleven por cada pliego de letra apretada y

cortesana en que haya en cada plana a los menos treinta e cinco renglones y en cada

renglón quince partes veinte maravedís e no más...»

«E mando a los dichos escrivanos que ayan de taer e trayan las cartas que se ovieren de

dar escriptas de buena letra cortesana sin dexar en ellas grandes márgenes según de la

manera que dicha es»67.

En los aranceles que se habían de cobrar en los pleitos y causas tocantes a los colegiales,

maestros y estudiantes y demás personas que residiesen en el Colegio de San Ildefonso de la

Universidad de Alcalá de Henares, establecidos por el cardenal don Francisco Ximénez de

Cisneros, se dice:

«del traslado de qualesquier probanças o escrituras que se sacaren del proçeso, lleue el

notario de cada hoja de pliego entero que trasladare de letra apretada y conculcada en que

aya treynta e çinco renglones en cada plana quinze marauedís»,

y más adelante:

«de qualquier testimonio que se dé signado lleue el escriuano treynta marauedís de cada

pliego, con que aya en cada plana treynta e çinco rengloes de letra apretada y conculcada

y más doze marauedís del sygno»68 .

Antes, en documentos de 1485, 1489 y 1491, los mismos términos −cortesana y procesal

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− se contraponen con las expresiones junto y apretado y procesado. Así, en las Ordenanzas para

la Chancillería de Valladolid (1485), se dice:

«Otrossí mandamos al nuestro Chanciller que no selle provisión alguna de letra procesal

ni de mala letra, e si la traxeren al sello que la rasgue luego...».

En las de 1489, se regula que el escribano «no lleve por la foja e tira de procesado más de

un maravedí, y dos maravedís por la foja e tira de lo junto e apretado».

Finalmente, en un borrador de unas Ordenanzas para el Registro de Corte, datables en

1491, se dispone que el registrador podía cobrar :

«el traslado de cualquier carta o provisión que estuviere en el registro asentada... si fuere

de hasta un pliego entero doce maravedís, e si más oviere de pliego que sea de letra

cortesana, que lleve a este respecto...»69.

Estos textos no pueden hacer pensar, como lo han hecho algunos, que los Reyes Católicos

tratasen de hacer una reforma caligráfica de la escritura, sino que sólo trataban de reglamentar el

trabajo de los escribanos públicos en sus aspectos económicos y arancelarios.

Aunque faltan estudios al respecto, se puede decir que hacia fines del siglo XV,

especialmente en las escribanías y en las oficinas de actuaciones judiciales, la escritura cortesana

fue degenerando y complicándose cada vez más hasta dar como resultado la llamada procesal,

que en los textos citados es sinónimo de “mala letra”. Se trata, pues, de una degeneración de

aquélla. La figura de las letras en una y otra es esencialmente la misma y análogas sus

abreviaturas. Es el tratamiento más cursivo lo que hace que la procesal se presente como una

escritura más tendida e incorrecta en su ejecución, de mayor tamaño, por lo común, con una

mayor profusión de enlaces y uniones, imperfecta separación de palabras, extraordinaria

abundancia de rasgos inútiles. Todo ello contribuye a dar la impresión de que todas, o la mayoría

de las palabras, están abreviadas, cuando en realidad no lo están.

Esta cursividad llegará a su grado máximo en el siglo XVII, cuando la escritura sea

trazada en una sucesión ininterrumpida de trazos, con líneas enteras escritas de un solo golpe de

pluma sin levantarla del papel, llevando a su máximo desarrollo ese movimiento «sinistrogiro»,

puesto de relieve por Giorgio Costamagna y Armando Petrucci, y haciendo que, a veces, ni

siquiera una docena de letras las compongan; alzados y caídos se reducen considerablemente, se

redondean y se unen con las letras anteriores y posteriores, las formas mayúsculas desaparecen y

la puntuación se hace imposible porque no existe separación de palabras ni de frases. Es el tipo

gráfico conocido tradicionalmente como procesal encadenada.

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En cuanto, a la duración de la cortesana, si bien no aparece mencionada en el tratado del

primero de nuestros calígrafos, Juan de Iciar, Ortografía práctica, publicado en 1548, no por ello

hemos de pensar que hubiese caído ya en total desuso. Demuestran lo contrario varios contratos

para la enseñanza de las primeras letras del último tercio del siglo XVI, en los que el término

cortesano aparece como objeto de enseñanza de la lectura y escritura70. Otro tanto cabe decir de

las variedades del ciclo gótico utilizadas en documentos, con una pervivencia más allá del siglo

XVI y caracteres idénticos al uso librario.

A medida que la tendencia cursiva se hizo más intensa, la escritura, no sólo en España

sino en Europa (especialmente en Francia e Italia), entró al final del período gótico en una gran

crisis e, incluso, en una degeneración gráfica, como hemos visto. Esteban Terreros, al referirse al

modo de escribir dice: «desordenado y sin regla» y Angelo Gualandi: «Caracteres y escritura

diabólicas en forma de ensortijada cadena que parece imposible sean leídas por ojos humanos ni

siquiera con lentes de gran aumento».

¿Por qué esta degeneración? Entre las posibles causas estarían: un mayor número de

personas que ejercían la escritura y mayores posibilidades para este ejercicio: mayor extensión

del ámbito cultural; introducción del papel como materia escriptórea, mucho más asequible;

multiplicación del notariado y de sus funciones; intensificación de la burocracia e intereses

económicos.

Esta degeneración llegó a tal punto que los coetáneos se espantaban de lo que por ellos

era considerado como una quiebra de la escritura: Santa Teresa en sus Cartas; Cervantes en El

Quijote, Luis Vives en sus Diálogos tienen alusiones tan displicentes como censorias para la

desastrosa caligrafía reinante. Contra este desbarajuste se dirigen los ataques de los eruditos y de

los ciudadanos corrientes porque encontraban dificultad en la lectura y porque sobre los

escribanos corría la de hacerlo a propósito para llenar más planas y cobrar más dinero.

Esa degeneración de la escritura no perdonó a los escritos procedentes de organismos

públicos, como fueron las chancillerías reales de Valladolid y Granada, según hemos visto en las

Ordenanzas para la Chancillería de Valladolid.

Pero parece que el mal gusto por la escritura prendió y floreció particularmente entre la

gente joven y noble que tenía a gala el escribir mal. Juan Luis Vives pone en la boca de uno de

los personajes de su Diálogo sobre la escritura:

«Cuanto más sabios y prudentes sois vosotros que esotros munchos nobles que confian

solo más cuanto más peor escriben»

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Y el obispo de Mondoñedo, Antonio de Guevara contesta en 1523 al joven y noble Pedro

Girón, autor de una crónica de Carlos V, echándole en cara que la letra de su carta parecía más

«caracteres con que se escribe el mosaico que no carta de caballero», para continuar:

«Si ayo que tuvisteis en la niñez no os enseñó mejor a vivir que el maestro que tuvisteis

en la escuela a escribir, en tanta desgracia de Dios caerá vuestra vida como en la mía ha

caído su mala letra porque le hago saber, si no lo sabe, que querría más construir cifras

que no leer su carta, que está por ver si fue escripta con cuchillos o con hierros o con

pinceles o con los dedos».

Los gentilhombres, afirma Juan Costa, catedrático de la Universidad de Salamanca,

suelen tener letra endemoniada, y cuando se les pregunta por qué no escriben en forma más clara:

«responderos han que lo hacen como discretos, por diferenciarse de los hombres bajos y

de los escribanos públicos, cuyo es propio hacer buena letra, que por ruin que ellos la

hagan, les basta para caballeros, como si en el escribir mal consistiese la caballería y el

señorío»71.

Por los mismos años exclama Juan de Mal Lara, no sin exageración retórica:

«Ha venido la cosa a tales extremos que aún es señal de nobleza de linaje no saber

escribir su nombre»72.

El testimonio de Miguel de Cervantes es también bien significativo, al poner en boca de

don Quijote al despedir a Sancho con una carta para Dulcinea:

«y tú tendrás cuidado de hacerla trasladar en papel, de buena letra, en el primer lugar que

hallares, donde haya de escuela de muchachos, o si no, cualquier sacristán te la trasla-

dará; y no se la des a ningún escribano, que hacen letra procesal, que no la entenderá

Satanás» 73.

La reforma gráfica iniciada en Italia por obra de los humanistas, la invención de la

imprenta y los tratados de caligrafía darán origen a nuevos tipos gráficos, más o menos

elaborados, más o menos utilizados, de los que hablaremos en otra ocasión, al igual que de la

situación gráfica de los otros reinos peninsulares: Aragón y Navarra.

1Véase a este respecto, entre otros, J. PAUL. Historia intelectual del Occidente medieval. Trad. de D.

Mascarell. Madrid, 2003, 204-212 y 490-501. 2J. VERGER. Culture, enseignement et société en Occident aux XIIe et XIIIe siècles. Presses Universitaires

de Rennes, 1999, 9. Véase A. PARAVICINI BAGLIANI. La cour des papes aux XIIIe siècle. París, 1995. 3Véase J. PAUL. Op. cit., 366-385 y 467-478. 4A. PETRUCCI. Alfabetismo, escritura, sociedad. Con prólogo de R. Chartier y J. Hébrard. Barcelona,

1999, 188. 5Véase J. LE GOFF. Los intelectuales en la Edad Media. Trad. de A. L. Bixio. Barcelona, 1993.

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6Los estudios más completos son los de J. VERGER. Les Universités du Moyen Âge. París Presses

Universitaries de France , 1973 y A. B. COBBAN. The medieval Universities: thei Development and Organization. London Mehuen, 1975

7J. LE GOFF. Op. cit., 92. 8Sobre la edición universitaria véase G. FINK-ERRERA. «La produzione dei libri di testo nelle università

medievali», en Libri e lettori nel medioevo. Guida storica e critica a cura di G. Cavallo. Roma-Bari,1983, 133-165, y La production du ivre universitaire au Moyen Âge. Exemplar et pecia. Actes su symposium tenu au College San Bonaventura de Grottaferrata en mais 1983. Textes réunis par L.J. Bataillon, BG. Guyot y R. H. Rouse. París, 1991.

9Literatura jurídico-retórica que incluía reglas gramaticales, preceptos de retórica y normas de composición con ejemplos prácticos para la composición de cartas y documentos. El más antiguo de los tratados es el Breviarium de dictamine de Albericus Casinensis o de Montecasino, escrito hacia 1075.

10 Enseñanza de la técnica que tiene por objeto realizar una escrituración dentro de los límites fácticos que impone cada negocio jurídico o cada acto procesal, es decir enseñar a redactar los documentos con propiedad de lenguaje jurídico. El primer formulario de este tipo lo inaugura el Formularium tabellionum, redactado en torno al año 1.100 por Irnerio, seguido de la obra definitiva de Rainero de Perugia Liber formularius.

11Biblioteca Capitular y Colombina (en adelante BCC), Ms. 5-7-6. 12A. PETRUCCI. Alfabetismo, op. cit, 187. Véase Malcolm PARKES. «La Alta Edad Media», en Historia

de la lectura en el mundo occidental, bajo la dirección de G. Cavallo y R. Chartier. Madrid, 1997, 135-156. 13M.B. PARKES. «The influence of the Concepts of Ordinatio and Compilatio in the Development of the

Book», en Medieval Larning ad Literature. Essays presented to Richard Willian Hunt, comp. de J.J.G. Alexander y M.T. Gibson. Oxford, 1976, 115.

14Véase J. HAMESE. «El modelo escolástico de la lectura», en Historia de la lectura en el mundo occidental, bajo la dirección de G. Cavallo y R. Chartier. Madrid, 1997, 157-185 y P. SAENGER. «La lectura en los últimos siglos de la Edad Media», Ibídem, 187-230.

15J. LE GOFF. Op. cit., 87. 16J. TAYLOR. Insegnare a leggere e escrivere. Milán, 1976, 25. 17BCC, Ms. 7-6-23. 18A. PETRUCCI. Alfabetismo, op. cit., 188-191. 19J. STIENNON. L’écriture diplomatique dans le diocèse de Liègue du XIe au milieu du XIIIe siècle. París,

1960, 230 y ss. y Paléographie du Moyen Âge. Reed. París, 1982, 107 y ss. 20A. DEROLEZ. The Palaegraphy of Gothic manuscript books. From the Twelfth to the Early sixteenth

century. Cambrig University press, 2003, 56-68. 21Han tratado el tema G. BATTELLI. Lezini di Paleografia. 30 ed. Città del Vaticano, 1949, 223-225; G.

CENCETTI. Paleografia latina. Roma, 1978, 125; A. PETRUCCI. Breve storia della scrittura latina. Roma, 1989, 125-127; J. STIENNON. Op. cit., 126-127; E. CASAMASSIMA, Tradizione corsiva e tradizione libraria nella scrittura latina del Medioevo. Roma, 1988, 103 y ss; A. DEROLEZ. Op. cit., 68-70.

22O. DOBIACHE. «Quelques considerations sur les origines de l'écriture dite 'gotique'», en Melanges d'historie du Moyen Age offerts a m. F. Lot. París, 1925, 697-721.

23A. DEROLEZ. Op. cit., 70. 24 J. BOÜSSARD. «Influences insulaires dans la formation de l'écriture gothique», en Scriptorium, 5, 1951,

238-264. 25E. ORNATO. « Les conditions de production et de diffusion du livre médiéval (XIIIe-XVe siècles). Quels

considérations générales», en Idem. La face cachée du livre médiéval. L’histoire du livre vue par Ezio Ornato, ses amis et ses collèges. Avec une préface d’ Armando Petrucci. Roma, 1997, 102.

26F. LUCAS. Arte de escribir (Facsímil de la edición de MADRID, FRANCISCO SÁNCHEZ, 1580 (BNE R/2753). Introducción de A. Martínez Pereira , s.l. 2005, 92

27M.T. CLANCHY. From Memory to Written Record. England, 1066-1307. Londre,s 1979. 28B. STOCK .The Implications of Litteracy. Written Language and Models of Interpretation in the Eleventh

and Twelfth Centuries. Princenton, 1983. 29G. CENCETTI. Lineamenti della scrittura latina. 20 ed. Bologna, 1997, 82. 30A. PETRUCCI. Breve storia, op. cit., 77. 31Ibídem, 128. 32G. I. LIEFTINCK. «Pour une nomenclature de l´écriture livresque de la période dite gothique», en

Nomenclature des écritures livresques du IXe au XVIe siècles (I Colloque International de Paléographie Latine. Paris 28-30 avril, 1953). Paris, 1954, 15-34.

33Véase C. ÁLVAREZ MÁRQUEZ. «Escritura latina en la Plena y Bala Edad Media: la llamada Agótica

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libraria@ en España», en Historia, Instituciones, Documentos 12 (1985), 12-21 y A. DEROLEZ. Op. cit.,13-27.

34 J. P. GUMBERT. Manuscrits datés conservés dans les Pays Bas: catalogue paléographique des manuscrits en écriture latine portant des indications de date. t. 2. Les manuscrits d=origine néerlandaise (XIV-XV siècles) et supplément aut tome premier. Leiden, 1988, 22-27.

35Constituida por una curva convexa a la izquierda y un asta vertical a la derecha que se inclina sobre la panza o la toca dando la sensación en este caso de dos ojillos cerrados superpuestos.

36 J. P. GUMBERT. Manuscrits datés op. cit., 24. 37 E.A. OVERGAAUW. «Les hésitation des copistes devant la littera gothica hybrida pendant le deuxième

quart du XVe siècle», en Scribi e colofoni. Le sottoscrizioni di copisti dalle origini all’avvento dela Stampa. Spoleto, 1995, 348-357.

38 J. P. GUMBERT. Manuscrits datés op. cit., 25. 39 J. P. GUMBERT. «A proposal for a Cartesian Nomenclature», en Miniatures, Scripts, Collections

(Essays pres. to G.I. Lieftinck), 1976, 45-52; Id. «Nomencklatur als Gradnetz», en Codices manuscripti, 1 (1975), 122-125; Id. «Iets over laatmiddleeuwse schrittypen (...)», en Archives et Bibliothèques de Belgique, 46 (1975), 273-282; Id. Manuscrits datés op. cit, 27-32; y «Letras y coordenadas: enfoque cartesiano a una disciplina humana», en Signo, 7 (2000), 9-28.

40C.E. VIOLA. Exercitationes Paleographie Iuris Canonici. I0 Series: introductio et textus. Romae, 1970, 23-24.

41F. GASPARRI. «La terminologie des écritures», en Paläographie 1981: Colloquium des Comité international de paléographie, München, September 1981: Referate heraugegeben von Gabriel Silagi. München, 1982, 31.

42Véase a este respecto: J. TRÉNCHS. «El llibre i l=escriptura en inventari catalans i valencians del segle XV», en L’Espill, XIII/XIV, 71-85 y «Nomenclaturas escriturarias en inventarios de los siglos XIV-XV del área documental catalana», en Homenatge al doctor Sebastià García Martínez, 117-126; C. ÁLVAREZ MÁRQUEZ. «La Biblioteca Capitular de la Catedral Hispalense en el siglo XV», en Archivo Hispalense, 213 (1987), 27-44, y J. M. RUIZ ASENCIO. «Documentos sobre manuscritos medievales de la Catedral de Palencia». Separata del tomo II de las Actas del II Congreso de Historia de Palencia. Palencia, 1990, 11-51.

43Caracterizadas por la a con copete; ausencia de bucles en las astas de b h k y l; f y s largas no descienden por bajo de la línea de escritura; es la gótica por excelencia con el cumplimiento de las reglas de Meyer, angulosidad de las letras, etc (A. DEROLEZ. Op. cit., 72-101).

44Genéricamente recibe el nombre de rotunda, por ser menos angulosa (Ibídem, 102-118). 45Variante de la textualis, se correspondería con la que los paleógrafos italianos denominan semigótica. Se

caracteriza por la a sin copete (Ibídem,118-122). 46Caracterizada por su ejecución rápida, alargamientos de los alzados y caídos y bucles en ellos

(Ibídem,123-132). 47Presenta a sin copete, bucles en las astas de b h k y l y f y s largas descendentes por debajo de la línea de

escritura (Ibídem, 133-141). 48Presenta a sin copete, bucles en las astas de b h k y l, f y s largas descendentes (Ibídem, 142-155). 49Desarrollada en Italia a partir de la escritura cursiva cancilleresca, llamada minúscula cancilleresca

italiana, muy utilizada desde fines del siglo XIII y durante en XIV en manuscritos en lengua vernácula y de alta calidad, a la que J. Kichner denominó Florentiner bastarda. En realidad es una cursiva formata, cuya característica principal es la verticalidad de los alzados y los bucles en triángulo (Ibídem, 156-157).

50Famosa escritura de lujo, comúnmente llamada bastarda o letra borgoñona, que encuentra su máxima expresión en los manuscritos iluminados comisionados por Felipe el Bueno (1419-1467) y Carlos el Temerario (1467-1477), duques de Borgoña. Sin embargo, el uso de esta escritura no se limitó a los códices producidos en esta corte y su entorno en el sur de los Países Bajos, sino que fue utilizada en Francia y se exportó a Inglaterra y a otras zonas en la segunda mitad del siglo XV (Ibídem, 157-160).

51Variante de la cursiva formata, así llamada en Inglaterra (Ibídem, 160-162). 52Variante de la cursiva caracterizada por la ausencia de bucles en las astas y f y s largas descendentes bajo

la línea de escritura; combinación de formas de la cursiva y de la textual (Ibídem, 163-175). 53Término usado por J. P. Gumbert para designar un tipo intermedio entre la cursiva y la híbrida. 54J. P. GUMBERT. «Letras y coordenadas», op. cit., 13. 55J. P. GUMBERT. Manuscrits datés op. cit., 31.

56 Giorgio COSTAMAGNA. «Paleografia latina comunicazione e tecnica scrittoria», en Studi di paleograia e di Diplomatica. Roma, 1972, 166-167. 57Francisco M. GIMENO BLAY. «De scriptura gothica. Algunos ejemplos a propósito de sus inicios en la

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Península Ibérica», en Scriptorium, XLVII (1993, núm. 2), 125 58 UNED. Paleografía y Diplomática. Madrid, 1978, 330-331. 59 UNED, Paleografía, pp. 331-333 y 355-361. Los alfabetos están recogidos en el dossier. 60 Mª Josefa SANZ FUENTES. «Paleografía de la Baja Edad Media castellana», en Anuario de Estudios Medievales, 21 (1991), pp. 527-536, 61 Ibídem, 532-535. 62 Armando PETRUCCI. Breve storia, pp. 144-145. 63 Giorgio COSTAMAGNA. «Paleografia latina comunicazione e tecnica scrittoria», en Studi di paleograia e di Diplomatica. Roma, 1972, 166-167. 64 Carmen ÁLVAREZ MÁRQUEZ. Op. cit.. 397 y nota 28. 65Franco BARTOLONI. «La nomenclature delle scritture documentaire», en Relazioni del X Congresso Internazionale di Scienze Storiche, I (Firenze, 1955), 452. 66 Carmen del CAMINO MARTÍNEZ. «La escritura de los escribanos públicos de Sevilla (1253-1300)», en Historia, Instituciones, Documentos, 15 (Sevilla, 1988), 145-165. 67 Agustín MILLARES CARLO. Tratado de Paleografía Española. Madrid, 1983, I, 235 y nota 109. 68Archivo Ducal de Medinaceli, Sec. Indiferente de Camarasa, Leg. 4, doc. núm. 9 y Carmen ÁLVAREZ MÁRQUEZ. «El Cardenal Cisneros y la Universidad de Alcalá de Henares», en Actas del I Encuentro de Historiadores del Valle del Henares, (Guadalajara, noviembre 1988), Alcalá de Henares, 1988, 33-48. 69 Agustín MILLARES CARLO. Tratado de paleografía, I, 235-236 y notas 110 y 111. 70 Carmen ÁLVAREZ MÁRQUEZ. «La enseñanza de las primeras letras y el aprendizaje de las artes del libro en el siglo XVI en Sevilla», en Historia, Instituciones, Documentos, 22 (Sevilla, 1995), 39-85. 71 Juan COSTA. El regidor o ciudadano. Salamanca, 1578, f. 60r. 72 Juan de MAL LARA. Filosofía vulgar. Barcelona: Selecciones bibliográficas II, 284. 73 Miguel de CERVANTES, Don Quijote de la Mancha, cap. XXV.