la entrevista periodística texto

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Sánchez, José Francisco. La entrevista periodística: introducción práctica. España: EUNSA, 2004. p 34. http://site.ebrary.com/lib/uisantafe EL CUESTIONARIO Se puede utilizar un cuestionario escrito, pero también se puede prescindir de él. De lo que no se puede prescindir, sin embargo, es de un cuestionario mínimo, aunque sea mental. Algunos entrevistadores sólo preparan tres o cuatro preguntas clave y prescinden de las demás: confían en que su talento bien documentado se valdrá por sí solo en la conversación a la hora de formular las restantes. Para un principiante, desde luego, es muy recomendable preparar cuestionario escrito. El cuestionario escrito da seguridad, por dos razones fundamentalmente: porque quita el miedo a quedar en blanco y no saber cómo continuar la entrevista, y porque evita que a uno se le olviden asuntos relevantes. Pero también puede presentar el riesgo de que el periodista esté más pendiente de su cuestionario y de tomar bien las respuestas que de lo que le están contando. Como consecuencia, perderá la oportunidad de repreguntar —como se suele denominar en el argot periodístico a la reformulación de la última pregunta o al comentario de la última respuesta— o de abrir un tema nuevo interesante que no estaba previsto en el cuestionario. La principal ventaja del cuestionario —sea escrito o no y con

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Page 1: La entrevista periodística texto

Sánchez, José Francisco. La entrevista periodística: introducción práctica.

España: EUNSA, 2004. p 34.

http://site.ebrary.com/lib/uisantafe

 

 

EL CUESTIONARIO

Se puede utilizar un cuestionario escrito, pero también se puede

prescindir de él. De lo que no se puede prescindir, sin embargo,

es de un cuestionario mínimo, aunque sea mental. Algunos entrevistadores

sólo preparan tres o cuatro preguntas clave y prescinden

de las demás: confían en que su talento bien documentado se

valdrá por sí solo en la conversación a la hora de formular las restantes.

Para un principiante, desde luego, es muy recomendable

preparar cuestionario escrito. El cuestionario escrito da seguridad,

por dos razones fundamentalmente: porque quita el miedo a quedar

en blanco y no saber cómo continuar la entrevista, y porque

evita que a uno se le olviden asuntos relevantes. Pero también

puede presentar el riesgo de que el periodista esté más pendiente

de su cuestionario y de tomar bien las respuestas que de lo que le

están contando. Como consecuencia, perderá la oportunidad de

repreguntar —como se suele denominar en el argot periodístico a

la reformulación de la última pregunta o al comentario de la última

respuesta— o de abrir un tema nuevo interesante que no estaba

previsto en el cuestionario.

La principal ventaja del cuestionario —sea escrito o no y con

independencia de la seguridad que proporciona— radica en que

permite enfocar la entrevista. Hay, desgraciadamente, muchas

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cosas más penosas en la vida, pero me parece que bien merecen

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ese calificativo las entrevistas hechas al buen tuntún, que no se

sabe a dónde van. Se caracterizan por presentar preguntas inconexas

—rara vez hay repreguntas—, con un temario deslavazado y

disperso —se comienza a tratar un asunto que se abandona algo

más tarde para retomarlo inopinadamente un poco más allá— y

por dejar en el lector la amargura de la perplejidad: «¿Y qué?», se

pregunta uno al terminar la lectura. «¿Por qué ha entrevistado a

este señor o señora?» «¿Qué pretendía decirme con esta entrevista?».

El enfoque, ese punto de vista desde el cual se piensa afrontar

la conversación, el eje que definirá su estructura textual definitiva,

es una de las claves de la entrevista, y se forja en el cuestionario.

Otra cosa será que la vida misma fuerce un cambio de perspectiva.

Puede ocurrir, efectivamente, que en el curso de la entrevista

surja un tema más importante o más interesante que el que previamente

habíamos definido como asunto central. Puede que, simplemente,

nuestro enfoque previo sea incorrecto o francamente errado

o que, comparado con el nuevo, parezca secundario o subsidiario

de otro más valioso. En ese caso habrá que redefinir en caliente la

entrevista. Pero esta redefinición resulta tanto más sencilla y posible

cuanto mayor y más profunda haya sido la preparación de la

entrevista.

Además del tema o foco de la entrevista, conviene considerar

—antes de elaborar preguntas concretas— cuál puede ser la actitud

del entrevistado ante los periodistas en general, ante el medio

que represento, ante mí en particular y ante el asunto sobre el que

pretendemos conversar: ¿Cuál es la perspectiva que mejor conoce?

¿Se trata de algo molesto de lo que no querrá hablar? ¿Hasta

qué punto puede interesarle facilitar esta entrevista y con qué propósitos?,

etc. Hace dos veranos, en un barrio de Pamplona, se produjo

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un incendio en el que murió asfixiado un niño de tres años.

Los bomberos no vieron al niño al entrar en la habitación, porque

se había metido en un armario para protegerse del fuego y, como

suelen hacer, arrojaron a la calle todos los muebles para sofocar

las llamas. Dentro del armario iba el niño. Una agencia de noticias

y casi todos los periódicos, salvo Diario de Navarra, dijeron que

el niño todavía respiraba cuando lo sacaron del armario. Indirectamente,

se imputaba a los bomberos la muerte de la criatura. Además,

se dijo que habían llegado más de un cuarto de hora tarde, y

también esto era falso. Un redactor de Diario de Navarra acudió

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al día siguiente al parque de bomberos para obtener alguna información

suplementaria y preparar una noticia de seguimiento.

Como esperaba, no fue muy bien recibido —a pesar de que su

información había sido impecable— y simplemente dijo: «Bueno,

yo sólo vengo a fumarme un pitillo con vosotros». Lógicamente,

no quería plantear una entrevista formal, con bloc de notas y

demás. Sin embargo, la conversación iniciada con un pitillo resultó

muy fructífera para el periodista.

Y del mismo modo que debemos interrogarnos acerca de la

actitud del entrevistado, también debemos hacerlo sobre la nuestra:

¿Cuál es mi interés por este asunto? ¿Qué ideas tengo acerca

de la persona que quiero entrevistar o sobre el tema de la entrevista?

Pero, sobre todo, conviene situarse en la actitud de la audiencia.

Es muy posible que, en algunos casos, estemos tan preparados

para hablar con determinada persona que la consecuencia de la

entrevista sea un texto sólo para iniciados. En otros casos, los prejuicios

de la audiencia pueden servir de punto de partida para

enfocar la entrevista: para desenmascarar a una persona con determinada

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aureola en la opinión pública o para lo contrario. Conviene,

por eso, situarse a la hora de preguntar en la mentalidad de un

lector medio de «esa» entrevista, y formular las preguntas desde

sus intereses y puntos de vista.

LAS PREGUNTAS Y SU ORDEN

Preguntas abiertas y preguntas cerradas. Existen muchos

posibles tipos de preguntas, pero quisiera detenerme sólo en la

pareja más elemental: preguntas abiertas y preguntas cerradas. Suele

entenderse por pregunta cerrada aquella que obliga al interlocutor

a responder con un sí o un no, con un dato o una aseveración

muy determinada. La pregunta abierta, sin embargo, no sugiere una

respuesta específica, sino que permite al entrevistado una cierta

libertad. Por decirlo de alguna manera, la primera es un callejón

con una única salida. La segunda se asemeja más a una autopista de

muchos carriles e innumerables salidas. Por ejemplo, si un periodista

pregunta a un jugador de fútbol a la salida del campo:

—¿Cómo ha visto el partido?

El jugador puede responder que lo ha visto «Desde dentro»,

pero probablemente dirá algo de este tenor: «Hombre, me parece

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que hemos luchado mucho, sobre todo en los veinte primeros

minutos de la primera parte, pero ese gol nos dejó un poco fríos y

nos vinimos abajo un poco. Jugamos mucho mejor que ellos hasta

el gol, pero el fútbol es así, y unas veces ganas y otras pierdes. Lo

importante es que el equipo ha respondido muy bien y que hemos

demostrado que podemos ganar partidos».

La pregunta era, ya se ve, una pregunta abierta. Sin embargo, si

la cuestión hubiera sido esta otra: «¿Hubo penalti?», la respuesta

sería aún más previsible y, en todo caso, incluiría un sí o un no. De

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ordinario, las preguntas cerradas comienzan por alguna de las

famosas cinco uvedobles o por el «cómo», pero no es éste un

requisito indispensable para configurar una pregunta cerrada, como

se ha visto en el ejemplo anterior. Las entrevistas en radio y televisión

suelen concluir con preguntas cerradas, entre otras razones,

porque es un modo de asegurar que el programa termina en el

tiempo previsto, sin tener que cortar al interlocutor.

Orden de las preguntas. Un cuestionario se puede ordenar de

muchas maneras, como resulte más útil. Existen dos formas básicas

que denominaré orden temático y orden estratégico. En el primer

caso, el redactor se limita a recoger en su cuestionario las

preguntas según bloques temáticos, con independencia del orden

con que luego las formule. En el segundo, se diseña no sólo el

contenido de la entrevista, sino también la estrategia que se seguirá

para que el entrevistado hable con mayor facilidad. El orden

estratégico típico sería el siguiente:

1. Preguntas cómodas, dirigidas a ganar la confianza del

entrevistado y, si es el caso, a hacerle perder el nerviosismo. Son

preguntas fáciles de responder o que se refieren a anécdotas, sucesos,

asuntos que le resultan gratos y de los que sabemos que le

gusta hablar incluso largamente. Tanto estas preguntas como sus

respuestas desaparecen con frecuencia del texto definitivo, porque

en realidad carecen de interés periodístico, pero cumplen su

misión de tranquilizar al personaje y hacerle ganar en confianza.

Normalmente se trata de preguntas no ya abiertas, sino muy abiertas.

Se pueden incluir aquí también las preguntas de background

cuyas respuestas aún no conozcamos: dónde se crió, influencia de

la familia o del colegio en su formación, a qué se dedican sus

hijos, etc. Estas respuestas, por lo común, nos servirán para redactar

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la entrada de la entrevista.

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. Preguntas examen. Tienen como objetivo comprobar la actitud

del entrevistado o su sinceridad. Se refieren casi siempre a

hechos que el periodista conoce muy bien y han sido verificados

previamente a través de fuentes fiables. No interesan tanto las respuestas

en sí como la actitud que demuestran ante determinado

asunto que sí interesa al periodista y sobre el que quiere preguntar

luego. También pueden determinar el grado de sinceridad del personaje

y, por tanto, la fiabilidad de sus demás respuestas. Este tipo

de preguntas que, lógicamente, suele aparecer también al principio

del cuestionario, se reserva casi exclusivamente para los reportajes

de investigación. Pueden utilizarse preguntas abiertas y cerradas.

Lo normal es combinar ambas: primero una abierta y luego una

cerrada que acote algún aspecto de la respuesta anterior.

3. Preguntas ordinarias en orden creciente de dificultad.

Cuanto más comprometedoras puedan resultar las respuestas, más

se difieren las preguntas: el entrevistador intentará llegar al punto

más complejo paulatinamente, preparando el terreno con preguntas

auxiliares. Algunos periodistas llaman a este procedimiento

«la técnica del embudo». Esta técnica no la inventaron los periodistas,

sino los abogados y responde al criterio —sólo en parte

aplicable en periodismo— de no preguntar nada en el foro cuya

respuesta no se conozca previamente.

4. Preguntas de humo. Llamo así a las cuestiones que el entrevistador

utiliza para ganar tiempo sin parar la entrevista ni correr

el riesgo de romper el ambiente de conversación creado. Puede

necesitar ese recurso para, por ejemplo, escribir completa la respuesta

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anterior (alguna vez he visto a un entrevistado dictar las

respuestas al redactor y resulta patético), pensar en un asunto

inesperado que ha surgido en la entrevista o en cómo volver sobre

una pregunta ya formulada sin que el entrevistado se moleste,

para anotar algún detalle de ambiente que le parece significativo,

etc. En ese caso, insisto, puede formular una pregunta cuya respuesta

ya conoce o que, simplemente, no le interesa, o pedir más

detalles sobre un asunto anterior poco relevante y desentenderse

por unos momentos de lo que diga. Estas preguntas, siempre

abiertas, rara vez se prevén en el cuestionario, pero no está contraindicado

hacerlo. Pueden utilizarse preguntas del grupo 1 —las

que he denomindado cómodas— que no hayan sido formuladas,

pero no resulta difícil encontrar otras en plena conversación.

 

De todos modos ese orden —el del «embudo»— ni siempre es

el mejor ni es el que utilizan siempre los mejores entrevistadores.

Oriana Fallacci, por ejemplo, comienza con frecuencia con una

pregunta agresiva: cuentan que su primera cuestión al entrevistar

al general argentino presidente de la República cuando comenzó

la guerra de las Malvinas fue: «¿Es verdad que estaba usted borracho

cuando dio la orden de invadir las Malvinas?». No es precisamente

una pregunta confortable. También es verdad que, con la

fama que tiene, de poco le valdría a la Falacci intentar dárselas de

blanda al inicio de la entrevista, aunque ella sostiene que toda

entrevista es un proceso de seducción...

En la entrevista de Pilar Urbano a Francisco Umbral que se

reproduce en Anexo 1, puede observarse, por ejemplo, cómo la

periodista dedica muchas preguntas a conseguir que su entrevistado

se sienta cómodo y entre en la conversación. Es fácil advertir

Page 8: La entrevista periodística texto

que las respuestas de Francisco Umbral son muy breves al principio

y ganan en extensión a medida que la entrevista se prolonga.

Paralelamente, la entrevistadora necesita recurrir con menor frecuencia

a señales de asentimiento o a cualquier intervención que

facilite la charla. Así, entre la pregunta (27) y la (34) se registran

más de ocho mensajes de asentimiento —en forma de risa algunos

de ellos— de la entrevistadora al entrevistado. Sin embargo, a

medida que avanza la conversación, esas señales se vuelven más

infrecuentes.

Por otra parte, los temas iniciales de conversación no plantean

excesivas dificultades al entrevistado. Urbano comienza con asuntos

de carácter biográfico, probablemente innecesarios porque ella

ya los conocía —o al menos eso da a entender, como ya comenté,

al rectificar en la edición final de la entrevista algún dato biográfico

que el propio Umbral yerra. Sin embargo, esos temas facilitan

una puesta en marcha fácil de la conversación. Es preciso tener en

cuenta, además, que Umbral y Urbano apenas se habían tratado

personalmente, pero ambos personajes son muy conocidos por sus

ideas no precisamente coincidentes. Esta fase inicial, por tanto,

resultaba especialmente importante, sobre todo sabiendo que el

propio Umbral ha publicado centenares de entrevistas y ha ofrecido

otras tantas. No se trataba de una entrevista sencilla.

Por estas razones, Urbano elabora una transición natural, de las

preguntas biográficas a otras también fáciles para el escritor: el

periodismo, la literatura y la escritura (3254)

que le permite man39

 

tener inicialmente la comodidad de lo autobiográfico —las primeras

cuestiones sobre periodismo y literatura son también biográficas—

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para pasar luego a definir las claves de su estilo como articulista,

que constituía claramente una de las preguntas centrales del

cuestionario diseñado por la entrevistadora. Pero antes hizo una

pregunta de tanteo, una pregunta que sirvió para advertirle del

estado de ánimo de su entrevistado. Me refiero a la (24) «¿A qué

edad cometes tu primer pecado?». Se trata de una pregunta provocativa

para cualquier otro, pero no debería serlo —a tenor de su

fama y de sus escritos— para Umbral, y podría servirle para, por

decirlo así, soltar la lengua. No fue así. A la entrevistadora le cuesta

Dios y ayuda conseguir la respuesta —en la transcripción se

notan menos que en la cinta las reticiencias de Umbral— y tiene

que desplegar, como ya dije, todo un aparato de risas, y apoyos

variados que rebajen el supuesto dramatismo del asunto: primero

Umbral no contesta y tiene que reformular la pregunta: «¿A qué

edad pierdes la inocencia?» (25), Umbral pregunta aún «¿De cualquier

tipo?» y ella contesta «De cualquier tipo» (26), por fin, muy

lentamente se arranca: «Pues... Pues... Hay algo que yo hice una

vez que fue un robo y es que... una ...una», Urbano le ayuda de

nuevo animándole con una risa que quita hierro al asunto, al tiempo

que comenta: «¡Y dice un robo, dice!» (27). Esta pregunta sirvió

también como primera prueba de las cuestiones clave, que le

propondrá mucho más tarde: (132) y siguientes.

De hecho, no se rompe el hielo del todo hasta que Umbral

comienza a hablar sobre cómo idea y construye su columna (5568).

Parece como si Pilar Urbano se diera entonces cuenta de la

nueva situación y no se preocupara de perder tiempo inmediatamente

después comentando con Paco Umbral y su mujer los avatares

del trabajo de ambos para El Mundo (6876).

La charla

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resulta, con diferencia, mucho más fluida a partir de entonces,

quizá porque las dos partes han bajado sus defensas y han arribado

a lo que tienen de común: el periodismo y un periódico, El

Mundo. Es decir, porque comienzan a tratarse, sobre todo, como

seres humanos en lugar de como entrevistadora y entrevistado. De

hecho, para entonces, ya se han cruzado algunos elogios.

En el ambiente previo hubiera sido imposible plantear la pregunta

más difícil de la entrevista: «¿Tú tuviste un hijo que murió o

algo así?» (139). Es obvio que Pilar Urbano sabía de sobra que,

efectivamente, a Paco Umbral se le había muerto su único hijo. Más

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aún, sabía que se trataba de un asunto delicadísimo que Umbral

jamás menciona y que es desconocido para el público por mucho

que lo haya novelado en Mortal y rosa. Hasta tal punto lo sabía que

no formula directamente la cuestión: prepara el terreno con una pregunta

abierta previa: «Yo te pregunto, ¿tú tienes dentro...? Pregunto

al hombre, al hombre Umbral: ¿Tú tienes dentro una amargura...,

por algo?» (132). Pero Umbral se va por las ramas y empieza a

hablar, casi textualmente, de la mar y los peces. No sé si siguiendo

una táctica consciente, la entrevistadora le acosa con una pregunta

cerrada y muy fuerte: «¿Has sido alguna vez marica o no?» (133) y

como tampoco la responde, insiste (134138),

aunque reformulándola

de manera más suave primero (134). Y como sigue sin quedar

claro, aún añade: «No has tenido nunca la experiencia» (135).

Después de esta batería de cuestiones sin duda le resultó más

fácil psicológicamente hablar de la pérdida de su hijo, que será la

pregunta inmediata, esta vez cerrada, aunque delicadamente

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expresada, no sólo en un tono condicional, sino que incluso le

advierte que puede tratarse de un tema demasiado personal e

improcedente para la entrevista: «En tu vida..., es que yo oí algo

una vez, pero no lo sé, no lo sé bien. Ni siquiera sé si es tema de

la entrevista. ¿Tú tuviste un hijo que murió o algo así?» (139).

Estamos en el último tercio de la entrevista, y Pilar Urbano consigue

que Umbral cuente lo que nunca había contado, como el propio

escritor reconoce espontáneamente: «No sé por qué te lo cuento,

porque no se lo cuento nunca a nadie» (141).

Un último dato, esta vez numérico, puede resultar significativo

para ilustrar las técnicas de aproximación a las que me vengo

refiriendo. De las ochenta y cinco preguntas y respuestas que

Urbano finalmente utiliza, sólo toma dieciséis de las cincuenta

primeras (poco más del 18%), y de algunas, apenas dos o tres

palabras. De las cien siguientes utiliza cincuenta y siete (más del

65%). Y de nuevo, sólo doce de las cuarenta y tres últimas, que

empiezan poco después de las respuestas a la pregunta crítica

(139144).

CONSECUCIÓN DE LA ENTREVISTA Y ELECCIÓN DEL LUGAR

Más importante que la elección del lugar donde se quiere celebrar

la entrevista es conseguirla, quiero decir, que la persona en

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Sánchez, José Francisco. La entrevista periodística: introducción práctica.

España: EUNSA, 2004. p 41.

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