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La enajenación mental de un presidente

Carlos Barreto Zamudio

Corría la primavera de 1901. El periódico neoyorkino The World había lanzado al mundo

una noticia inesperada: Porfirio Díaz había sufrido un ataque de “enajenación mental”

durante un gira que estaba realizando por el estado de Morelos. Las “agencias telegráficas

interoceánicas que reciben sus inspiraciones” del diario neoyorkino habían esparcido por

México, el resto de América y Europa la información de que Díaz había perdido la razón

durante un viaje por la región azucarera de Morelos.

En su sección Revista Hispanoamericana, el periódico madrileño La España

Moderna, retomaba la noticia. En su versión, el Imparcial la había hecho correr

rápidamente en la capital mexicana. El impacto de esta información no confirmada

durante una ausencia de Díaz de la capital había sido tal, que su esposa e hijo salieron de

inmediato a buscarlo en Cuernavaca. Según la España Moderna, los jefes de Estado de

“ambos mundos”, se apresuraron a enviarle a Carmen Romero “mensajes de condolencia,

habiendo dado crédito a las invenciones de The World”.

Inmediatamente, el Semanario Oficial del Estado de Morelos se dio a la tarea de

desmentir la versión. En realidad, Porfirio Díaz sí se encontraba en Cuernavaca. Pronto

corrió la versión que contradecía al periódico neoyorkino. El presidente no había sufrido

ningún ataque de enajenación mental, sino que “se había detenido algunos días en

Cuernavaca pues había experimentado un ligero ataque de reumatismo en el hombro

derecho, complicado con la afección que padece la garganta y que le impide dormir

cuando se le agrava, y su permanencia tenía por objeto procurar su mejoría a favor del

clima templado de esta localidad”.

Más allá de la anécdota, la nota tenía un fuerte trasfondo político. Con el porfiriato

en plenitud, inmediatamente se buscaron culpables de un rumor que afectaba la figura “a

quien Méjico debe tantos favores de todo orden”. El espaldarazo a un régimen

confrontado con un amplio sector de la sociedad dada su naturaleza excluyente era

evidente. Para ellos, Díaz era el “corazón y cerebro del país”. Con Díaz muerto o

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incapacitado, México tenía un solo destino: “entregarse frenéticamente a la ceguedad de

su pasado”.