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La destrucción del estado Antología del pensamiento anarquista Varios autores 1971

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La destrucción del estadoAntología del pensamiento anarquista

Varios autores

1971

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Índice general

Introducción 4

Líneas generales para un sistema equitativo depropiedad (William Godwin) 17

Método seguido en esta obra. Esbozo de unarevolución (Pierre-Joseph Proudhon) 23

Dios y el estado (Mijail Bakunin) 68I . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 68II . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 74III . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79IV . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 80V . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 83VI . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 91

El comunismo anarquista (Pedro Kropotkin) 97I . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 97II . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 106

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El apoyo mutuo 114

El concepto anarquista de la revolución (LuigiFabbri) 127

El socialismo y el estado (Rudolf Rocker) 153

Del ambiente (Eduardo G. Gilimón) 181

Los primeros anarquistas 190

La conmemoración de la Comuna 197

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Introducción

El término anarquía proviene del griegoantiguo y significa, aproximadamente, au-sencia de autoridad o gobierno. La pala-bra —durante siglos— arrastró el despres-tigio propio de su significado. En efecto,fue siempre sinónimo de caos, desorden yde todas las calamidades que se despren-den de épocas o acontecimientos históri-cos preñados de crisis, con sus secuelas deguerras, epidemias, etc.

Palabra maldita, fue elegida por una serie de refor-madores o revolucionarios del siglo XIX para calificara una doctrina. Así define al anarquismo, en este diá-logo imaginario, el famoso Pierre Joseph Proudhon:

«Usted es republicano.

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Republicano, sí, pero esta palabra no defi-ne nada. Res publica, significa cosa públi-ca… También los reyes son republicanos.Entonces ¿es usted demócrata?No.¡Vaya! ¿No será usted monárquico?No.¿Constitucionalista?¡Dios me libre!¿Aristócrata, acaso?De ningún modo.¿Desea un gobierno mixto?Menos todavía.¿Qué es, pues, usted?Soy anarquista.»

Los anarquistas sostienen que fue el inglés WilliamGodwin el primero en esbozar un proyecto de sociedadanárquica. En efecto, en su obra Investigación acercade la justicia política, que data de fines del siglo XVIII—y de la cual publicamos una parte— propone como

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alternativa al modelo rousseauniano de sociedad basa-do en la igualdad jurídica de los individuos, un modelode sociedad articulada sobre la igualdad material. ParaWilliam Godwin una sociedad constituida por peque-ños propietarios terminaba con la vigencia de una ins-titución ancestral: la autoridad gubernamental. Afirmaque la existencia de gobiernos sólo tiene una explica-ción: la necesidad de los grandes propietarios de con-tar con un instrumento de coerción. Eliminada la granpropiedad, sólo cuenta la administración de las cosas,por lo tanto se hace innecesario el principio de autori-dad corporizado en el estado.

Fue sin embargo Proudhon, en su obra Qué es lapropiedad, de la cual también incluimos una selec-ción, quien por primera vez opuso al concepto de es-tado el concepto de anarquía. Para Proudhon —quienparticipa de la política francesa entre 1830 y 1860aproximadamente— la sociedad anárquica debe basar-se en la organización de pequeños productores inde-pendientes, agrupados en torno a bancos mutualistas.Estos bancos reciben de los productores (campesinoso artesanos) sus productos, los venden y entregan asus miembros los artículos necesarios para continuarsu existencia. Esta sociedad —que él mismo identifica

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con la denominación de «mutualismo»— excluye la ne-cesidad del estado.

Para Proudhon la sociedad se escindía en propieta-rios y no propietarios. El origen de la propiedad era el«robo», es decir, la expropiación por la fuerza practi-cada desde épocas arcaicas por un grupo pequeño depersonas en detrimento del resto de la sociedad. Comosu discípulo Bakunin, pensaba que la opresión de unoshombres sobre otros no devenía de causas económicassino ideológicas. Racionalista, creía que la ignorancia,los sentimientos primitivos, etcétera, habían dado lu-gar a la formación de ideologías que justificaban la de-sigualdad. La idea de divinidad, en su forma religiosa,constituía el núcleo de estas ideologías, que suponíanla existencia de un ser todopoderoso (por lo tanto todopropietario) que podía gobernar sin límites a los habi-tantes del planeta. Al aceptar los hombres este supues-to, fácil era a los más «vivos» adaptarlo para su propioprovecho y establecer el sistema de propiedad privadaa través de un largo proceso que empezaba con la vio-lencia pero que poco a poco se convertía en habitual yaceptado.

Tanto en Godwin como en Proudhon la negación detodo gobierno refleja las aspiraciones de capas de cam-pesinos o artesanos, cuyos intereses se oponen a los

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del gran terrateniente o capitalista industrial. Reivin-dican los derechos de la pequeña propiedad contra lagran propiedad.

Las teorías de Godwin y Proudhon encuentran susantecedentes históricos ya sea en revueltas campesi-nas medievales o en algunas etapas que atraviesa el ca-pitalismo en diferentes países. Referido a esto último,se entusiasman con el liberalismo del pequeño granje-ro norteamericano del siglo XVIII, que logra estable-cer un tipo de estado democrático, con una presenciaínfima de burocracia y centralización.

El pensamiento anarquista llevaba en sí toda la gran-deza y lamiseria de una capa social en descomposición.En efecto, siendo inicialmente expresión del artesanoo el campesino que se rebelan contra los capitalistasy terratenientes, su grandeza reside en que esos traba-jadores individuales, al tiempo que se proletarizaban,llevaban esa ideología anticapitalista al seno de unanueva clase social: el proletariado industrial. El anar-quismo constituye pues una corriente en el movimien-to obrero europeo (y también latinoamericano, comoen los casos argentino y uruguayo) durante todo el si-glo XIX, y aun después, pues sus prolongaciones lle-gan hasta la Italia de la década del 20 o la Barcelona

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Roja de la España Republicana en la década del 30 deeste siglo.

Pero su miseria reside en que, esencialmente cons-tituía una utopía. ¿Por qué? Porque sólo tenía sentidoen tanto fuese estable, durante un largo período his-tórico, una sociedad donde las relaciones mercantilesse apoyasen en el predominio numérico del pequeñoproductor.

Era una expresión de clases subalternas en una eta-pa en la cual el capitalismo recién entraba en la fasede la gran industria mecanizada, pero ésta todavía nose había generalizado lo suficiente. A diferencia de losanarquistas, los marxistas señalaron que la liquidaciónde la propiedad privada y la implantación del socialis-mo exige el predominio de la gran industria, exige lacentralización económica y una forma de estado nue-va: la dictadura del proletariado. La única clase con-secuentemente revolucionaria —constituida por obre-ros industriales y rurales— no puede aspirar a una so-ciedad de «libres productores individuales», sino a laapropiación de una economía materialmente socializa-da.

Cuando en la década de 1860 —retomando las tradi-ciones revolucionarias del 48— el proletariado francésy alemán imprimen un nuevo curso a la lucha de cla-

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ses, o cuando en Inglaterra florecen las trade unions, elviejo concepto «mutualista» ha muerto. Pasa a primerplano la lucha organizada de millones de obreros y suexpresión más alta es la Comuna de París de 1871.

Y fue justamente la derrota de la Comuna la que de-mostró la incomprensión de sus líderes (proudhonia-nos y blanquistas) de la necesidad de establecer la dic-tadura del proletariado.

El poder obrero en París creó una obra importantísi-ma: una nueva forma de estado. Pero no la utilizó parareprimir a los republicanos y monárquicos burguesesni para adoptar medidas económicas que diesen al pro-letariado el apoyo campesino.

Para triunfar, como lo subraya Marx en La guerracivil en Francia, se necesitaba tener claro el conceptode estado como expresión sintética de las relaciones deproducción dominantes, y por lo tanto la necesidad decrear un nuevo tipo de estado que garantizase nuevasrelaciones de producción.

La derrota de la Comuna puso una lápida sobre el«mutualismo» de Proudhon (de paso sea dicho, tam-bién sobre su pacifismo congénito, pues él pensaba queesa sociedad podría nacer «evolutivamente»). Pero diolugar a una revitalización y readaptación del anarquis-mo, con la doctrina del «colectivismo anárquico» de

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Bakunin, ya presente en la década del sesenta. Baku-nin sigue fiel a su maestro en lo que se refiere a sunegación de estado. Pero concibe esta negación afir-mando un nuevo tipo de sociedad, ahora sí basada noen el pequeño productor sino en la gran industria.

Bakunin combate contra los dos flancos: por un la-do, contra el marxismo en el seno de la 1a Internacio-nal. Su colectivismo anárquico supone la organizaciónde una sociedad anárquica articulada sobre una federa-ción de comunas. Pero al mismo tiempo debe combatircontra la corriente extremadamente individualista delanarquista holandés Max Stirner. Este, en su obra Elúnico y su propiedad, argumentaba que no existía nadamás allá del sujeto: «yo soy el único juez que puede de-cir si tengo razón o no», escribía Stirner. Bakunin y sudiscípulo Guillaume enfatizaban en cambio el «princi-pio de sociabilidad», es decir una especie de tendenciainnata del individuo a agruparse y vivir en sociedad,restringiendo sus apetitos individualistas.

El nombre de Bakunin está asociado a la época heroi-ca del anarquismo, la que va aproximadamente de 1870a 1890. Son años en los cuales los anarquistas llevan ala práctica los principios de acción directa, recurrien-do al terrorismo contra testas coronadas y presidentesburgueses y participando activamente en revueltas en

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España, Italia y otros países de mediano desarrollo ca-pitalista.

Pero también durante estos años se incuban peli-gros mortales para los anarquistas. Estos provienen dela creciente influencia del socialismo. La década del80 en los principales países capitalistas y en los EE.UU. muestra un proceso de rápido desarrollo de la ac-tividad sindical y de legalización de los partidos so-cialdemócratas. Tanto la actividad parlamentaria co-mo la sindical eran «malas palabras» para los anar-quistas, pues, según ellos, expresaban el «veneno re-formista». Participar en los parlamentos burgueses opedir aumento al patrón significaba para los anarquis-tas confiar en la evolución gradual del sistema capi-talista cuando lo único posible era su destrucción. Ocomo decía el editorial del número inicial de El Perse-guido, el primer periódico que los anarquistas publica-ron en Buenos Aires en mayo de 1890: «Cuando estétodo el presente destruido, la nueva civilización seráun hecho».

Pero, a despecho de semejante apología de la ca-tástrofe, la realidad indicaba que, independientemen-te del revisionismo y el reformismo que avanzaban enlos partidos socialistas, tanto la actividad parlamenta-ria como sindical respondían a formas de lucha justas.

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Eran formas de lucha que —enmarcadas en una líneamarxista y revolucionaria— podían permitir al prole-tariado acumular fuerzas para la revolución socialista.Justamente por eso enormes contingentes de obrerosse ubicaban con soltura en la línea socialdemócrata.

Los anarquistas comenzaron a aislarse del movi-miento obrero. Esto los obligó a una nueva revisióncrítica, que dará lugar al llamado anarco-sindicalismo.Ya Bakunin —pero ahora con mayor fuerza Malatestao Pedro Gori— insistirán en la necesidad de utilizar alos sindicatos como vehículos para la difusión del anar-quismo. Los sindicatos son considerados embriones dela futura sociedad anárquica; esta afirmación empalmacon una variante revisionista en el marxismo, el llama-do sindicalismo revolucionario de Labriola y Sorel.

Es en estos años —década de 1880 y 90— cuando seproduce también una innovación a nivel teórico. Emer-ge el llamado «comunismo anárquico», cuyo fundadores el príncipe ruso Pedro Kropotkin. Este líder anar-quista —mucho más influido que sus predecesores porel positivismo— acentúa en su teorización el factor bio-lógico. Para Kropotkin, la «anarquía» es una necesi-dad inherente a la especie humana, pues, en un planosuperior, expresa un principio común a todos los ani-males: «al apoyo mutuo». En polémica con Darwin,

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afirma que lo universal en las especies no es la «luchapor la vida» sino el «apoyomutuo». Reconoce que am-bos principios luchan entre sí, pero que inevitablemen-te triunfa el segundo.

Al mismo tiempo —y en un esfuerzo por negar elpapel de las instituciones políticas— Kropotkin tratade fundamentar una teoría de la espontaneidad. En suHistoria de la Revolución Francesa, obra por lo demásinteresante, intenta demostrar que la Gran Revoluciónes obra espontánea de los trabajadores de la ciudad y elcampo; su accionar independiente de las fuerzas agru-padas en el Tercer Estado hace del pueblo el auténticoprotagonista de la revolución. No discutimos nosotrosel papel protagónico de las masas, pero Kropotkin lascontrapone a sus líderes (Robespierre, Marat, Danton)sin comprender que éstos y el Tercer Estado son las ex-presiones concretas de los objetivos históricos de lascapas sociales participantes.

Las teorías de Kropotkin no produjeron cambios sig-nificativos en el pensamiento anarquista, excepto encuanto a un tema: el «comunismo anárquico». Kro-potkin —en la línea de Bakunin— avanza aun más ytrata de asociar al anarquismo el principio marxistaque rige la sociedad comunista «de cada uno según sucapacidad, a cada uno según sus necesidades». Ya ca-

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da uno no recibe según su trabajo (primera etapa dela sociedad comunista según los marxistas y principio«eterno» según Proudhon) sino de acuerdo a sus nece-sidades, lo que implica relaciones sociales avanzadas yun alto desarrollo de las fuerzas productivas.

Pero el principio justo del marxismo se transformaen Kropotkin en una caricatura, pues imagina que esposible implantar esa sociedad de golpe, al otro día dela revolución. El drama del «comunismo anárquico» lovivirán profundamente los anarquistas catalanes du-rante la revolución española, queriendo desesperada-mente tanto liquidar al estado como implantar un tipode reparto de bienes rayano en la utopía.

El proceso de fines de siglo de concentración y cen-tralización del capital en los países capitalistas desarro-llados y la aparición del imperialismo y las cuestionesnacionales, agravó aún más la situación del anarquis-mo. Como ideología utópica no pudo arraigar en losobreros de grandes empresas modernas y su influenciase limitó a países donde predominaba la manufactura,el artesanado y el campesinado precapitalista. De allíque la influencia anarquista en Europa se ejerce sólosobre países como Italia y España. En Argentina losanarquistas dirigen al movimiento obrero hasta apro-ximadamente 1910.

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La primera guerra mundial y el posterior triunfo dela Revolución Rusa golpearon duramente a los anar-quistas. Sus antiguos adversarios —en su expresión re-volucionaria bolchevique— demostraron que tenían ra-zón. Como un símbolo de la decadencia del anarquis-mo muere cerca de Moscú en 1921 el príncipe PedroKropotkin, la última de sus grandes figuras.

Si exceptuamos la participación anarquista en la re-volución española, poco puede decirse del anarquismoa partir de la década del 20. Su mayor esfuerzo consis-tió en diferenciarse del bolchevismo; esto, en definiti-va, lo fue colocando cada vez más a la defensiva y ais-lándolo del proletariado. Pasó a posiciones anticomu-nistas y «prooccidentales». Sólo algunos anarquistas,como Luis Fabbri, Rudolf Rocker —de los cuales publi-camos aquí partes de sus obras Dictadura y revolución,y Nación y cultura— mantuvieron cierto brillo. Perofueron ciertamente sólo sistematizadores de una gran-deza pasada; historiadores del anarquismo, sus traba-jos son un aporte para entender mejor lo que fue y lacausa de su impotencia presente.

Julio Godio

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Líneas generales para unsistema equitativo depropiedad1 (WilliamGodwin2)

La cuestión de la propiedad constituye laclave del arco que completa el edificio

1 De: Investigación acerca de la justicia política, Libro VIII,cap. I. Buenos Aires, Americalee, 1945.

2 Los anarquistas lo consideran el fundador de la corriente.Nació el 3 de marzo de 1756 en Wisbeach, Cambridshire, Inglate-rra; séptimo de los hijos de un sacerdote calvinista, fue pastor pres-biteriano. Escribió novelas y ensayos. Su esposa fue una famosafeminista, Mary Wollstonecraft. Murió en 1836.

Godwin se opone a la metafísica y a la teoría del conocimientoteológica; para él no existen ideas innatas, puesto que el conoci-miento parte de la experiencia. El poder de la razón es ilimitado.Desde un punto de vista filosófico entronca con el empirismo in-glés.

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de la justicia política. Según el grado deexactitud que encierren nuestras ideas re-lativas a ella, demostrarán la posibilidadde establecer una forma sencilla de socie-dad sin gobierno, eliminando los prejuiciosque nos atan a un sistema complejo. Na-da tiende más a deformar nuestros juiciosy opiniones que un concepto erróneo res-pecto a los bienes de fortuna. El momen-to que pondrá fin al régimen de la coer-ción y el castigo, depende estrechamente

Para Godwin el hombre es perfectible; sólo las instituciones hu-manas lo hacen no perfecto. Para lograr la perfectibilidad es nece-sario suprimir las causas de la desigualdad, estableciendo un sis-tema social basado en la propiedad de pequeñas unidades produc-tivas. Una organización social racional satisfará ampliamente lasnecesidades humanas; por ello considera erróneas las ideas malt-husianas.

Al igualarse las fortunas, todo «gobierno» es superfluo. Refutaa Rousseau sosteniendo que el concepto de Contrato Social es fal-so, pues en realidad es un contrato coercitivo impuesto por los ri-cos a los pobres. Todo gobierno sirve a esa desigualdad. Al equili-brar las fortunas no sólo se hace innecesario el gobierno, sino quepasan a primer plano las «relaciones societarias». No llega a ela-borar el concepto de anarquía, pero su obra plantea sus primerosfundamentos teóricos.

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de una determinación equitativa del siste-ma de propiedad.

Se han cometido muchos y evidentes abusos en rela-ción con la administración de la propiedad. Cada unode ellos podría ser objeto de un estudio separado. Po-dríamos examinar los males que en ese sentido se handerivado de los sueños de grandeza nacional y de lavanidad de dominio. Ello nos llevaría a considerar lasdiferentes clases de impuestos, de índole territorial omercantil, tanto los que han gravado los objetos su-perfluos como los más necesarios para la vida. Podría-mos estudiar los excesos inherentes al actual sistemacomercial, que adoptan la forma de monopolios, de-rechos proteccionistas, patentes, privilegios, concesio-nes y prohibiciones. Podemos destacar las funestasma-nifestaciones del sistema feudal, tales como los dere-chos señoriales, los dominios absolutos, el vasallaje,los tributos, el derecho de mayorazgo y primogenitu-ra. Podemos destacar en igual sentido los derechos dela Iglesia, el diezmo y las primicias. Y podemos anali-zar el grado de justicia que encierran las leyes segúnlas cuales un hombre que ha disfrutado durante todasu vida de considerables propiedades, puede seguir dis-poniendo de ellas incluso después que las leyes de la

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naturaleza ponen un término a su autoridad. Todas es-tas posibles investigaciones demuestran la importan-cia primordial del problema. Pero, dejando de lado to-dos esos aspectos parciales, hemos de dedicar el restode la presente obra al estudio, no de los casos parti-culares de abuso que eventualmente pueden surgir detal o cual sistema de administración de la propiedad,sino de los principios generales en que todos ellos sefundamentan, los cuales, siendo en sí injustos, no sóloconstituyen la fuente originaria de los males aludidos,sino también demuchos otros, demasiadomultiformesy sutiles para ser expuestos en una descripción suma-ria.

¿Qué criterio debe determinar si tal o cual objetosusceptible de utilidad debe ser considerado de vuestrapropiedad o de la mía? A esta pregunta sólo cabe unarespuesta: la justicia. Acudamos, pues, a los principiosde justicia.

¿A quién pertenece justamente un objeto cualquie-ra, por ejemplo, un trozo de pan? A aquel que más lonecesita o a quien su posesión sea más útil. He ahí seispersonas aguijoneadas por el hambre y el pan podrásatisfacer la avidez de todas ellas. ¿Quién ha de afir-mar que uno solo tiene el derecho de beneficiarse conel alimento? Quizá sean ellos hermanos y la ley de pri-

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mogenitura lo concede todo al hermano mayor. ¿Peropuede la justicia aprobar tal situación? Las leyes delos distintos países disponen de la propiedad de milformas distintas, pero sólo puede existir una que con-forma los dictados de la razón.

Analicemos otro caso. Tengo en mi poder cien pa-nes y en la próxima calle hay un pobre hombre quedesfallece de hambre, a quien uno de estos panes po-dría salvar de la muerte por inanición. Si sustraigo elpan a su necesidad, ¿no cometeré acaso un acto de in-justicia? Si le entrego el pan, cumplo simplemente unmandato de equidad. ¿A quién pertenece, pues, ese ali-mento indispensable? Por otra parte, yo me encuentroen situación desahogada y no necesito ese pan comoobjeto de trueque o de venta para procurarme otrosbienes necesarios para la vida. Nuestras necesidadesanimales han sido definidas hace tiempo y consistenen alimento, habitación y abrigo. Si la justicia tiene al-gún sentido, es inicuo que un hombre posea lo super-fluo, mientras existan seres humanos que no disponenadecuadamente de esos elementos indispensables.

Pero la justicia no se detiene ahí. Todo hombre tie-ne derecho, en tanto que la riqueza general lo permita,no sólo a disponer de lo indispensable para la subsis-tencia, sino también de cuanto constituye el bienestar.

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Es injusto que un hombre trabaje hasta aniquilar su sa-lud o su vida, mientras otro vive en la abundancia. Esinjusto que un ser humano se vea privado del ocio ne-cesario para el desarrollo de sus facultades racionales,en tanto que otro no contribuye con su esfuerzo a la ri-queza común. Las facultades de un hombre equivalena las facultades de otro. La justicia exige que todos con-tribuyan al acervo común, ya que todos participan delconsumo. La reciprocidad, tal como lo demostramosal considerar separadamente la cuestión, constituye laverdadera esencia de la justicia.

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Método seguido en estaobra. Esbozo de unarevolución1 (Pierre-JosephProudhon2)

Si tuviese que contestar a la siguiente pre-gunta: ¿qué es la esclavitud? y respondie-ra en pocas palabras: el asesinato, mi pen-

1 De: ¿Qué es la propiedad? Investigaciones acerca del princi-pio del derecho y del gobierno. Sempere, Valencia, s/f. Traducción:Pi y Margall.

2 Proudhon nació en 1809 en Francia y murió en 1865. Per-teneció a una familia de artesanos. En mayo de 1837 se presentaa la Academia de Besançon como candidato a una pensión con laMemoria que lo hará famoso: ¿Qué es la propiedad?

En la revolución de junio de 1848 llega a ser diputado, notoriainconsecuencia teórica pues, enconado antiestatista, acepta ocu-par un cargo gubernamental. En 1849 se autocritica en Las confe-siones de un revolucionario.

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samiento, desde luego, sería comprendi-do. No necesitaría de grandes razonamien-tos para demostrar que el derecho de qui-tar al hombre el pensamiento, la voluntad,la personalidad, es un derecho de vida ymuerte, y que hacer esclavo a un hom-bre es asesinarlo. ¿Por qué razón, pues,no puedo contestar a la pregunta ¿qué esla propiedad?, diciendo concretamente: lapropiedad es el robo, sin tener la certezade no ser comprendido, a pesar de que es-ta segunda afirmación no es más que unasimple transformación de la primera?

Me decido a discutir el principio mismo de nuestrogobierno y de nuestras instituciones: la propiedad; es-toy en mi derecho. Puedo equivocarme en la conclu-sión que de mis investigaciones resulte; estoy en miderecho. Me place colocar el último pensamiento de

Propagandista del «anarquismo mutualista», no fue un hombrede acción; dedicó sus últimos años a escribir. A los trabajos men-cionados debe agregarse su Sistema de las contradicciones económi-cas o Filosofía de la miseria, obra con la cual Marx polemiza en Mi-seria de la filosofía, y una extensa investigación no publicada encastellano: Justice dans la Révolution et dans l’Eglise, de 1858.

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mi libro en su primera página; estoy también en miderecho.

Un autor enseña que la propiedad es un derecho ci-vil, nacido de la ocupación y sancionado por la ley;otro sostiene que es un derecho natural, que tiene porfuente el trabajo; y estas doctrinas tan antitéticas sonaceptadas y aplaudidas. Yo creo que ni el trabajo, ni laocupación, ni la ley, pueden engendrar la propiedad,pues ésta es un efecto sin causa. ¿Se me puede censu-rar por ello? ¿Cuántos comentarios producirán estasafirmaciones?

¡La propiedad es el robo! ¡He ahí el toque de rebatodel 93! ¡La turbulenta agitación de las revoluciones!…

Tranquilízate, lector; no soy, ni mucho menos, unelemento de discordia, un instigador de sediciones. Melimito a anticiparme en algunos días a la historia; ex-pongo una verdad cuyo esclarecimiento no es posibleevitar. Escribo, en una palabra, el preámbulo de nues-tra constitución futura. Esta definición que te parecepeligrosísima, la propiedad es el robo, bastaría para con-jurar el rayo de las pasiones populares si nuestras preo-cupaciones nos permitiesen comprenderla. Pero ¡cuán-tos intereses y prejuicios se oponen a ello!… La filoso-fía no cambiará jamás el curso de los acontecimientos:el destino se cumplirá con independencia de la profe-

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cía. Por otra parte, ¿no hemos de procurar que la justi-cia se realice y que nuestra educación se perfeccione?

¡La propiedad es el robo!… ¡Qué inversión de ideas!Propietario y ladrón fueron en todo tiempo expresio-nes contradictorias, de igual modo que sus personasse oponen mutuamente; todas las lenguas han consa-grado esta antinomia. Ahora bien; ¿con qué autoridadpodréis impugnar el asentimiento universal y dar unmentís a todo el género humano? ¿Quién sois para qui-tar la razón a los pueblos y a la tradición?

¿Qué puede importarte, lector, mi humilde persona-lidad? He nacido, como tú, en un siglo en que la razónno se somete sino al hecho y a la demostración; minombre, lo mismo que el tuyo, es buscador de la ver-dad; mi misión está consignada en estas palabras de laley; ¡habla sin odio y sin miedo; di lo que sepas! La obrade la humanidad consiste en construir el templo de laciencia, y esta ciencia comprende al hombre y a la Na-turaleza. Pero la verdad se revela a todos, hoy a New-ton y a Pascal, mañana al pastor en el valle, al obre-ro en el taller. Cada uno aporta su piedra al edificio;una vez realizado su trabajo, desaparece. La eternidadnos precede, la eternidad nos sigue; entre dos infinitos,¿qué puede importar a nadie la situación de un simplemortal? Olvida, pues, lector, mi nombre y fíjate única-

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mente en mis razonamientos. Despreciando el consen-timiento universal, pretendo rectificar el error univer-sal; apelo a la conciencia del género humano, contra laopinión del género humano. Ten el valor de seguirme,y si tu voluntad es sincera, si tu conciencia es libre, situ entendimiento sabe unir dos proposiciones para de-ducir una tercera, mis ideas llegarán infaliblemente aser tuyas. Al empezar diciéndote mi última palabra, hequerido advertirte, no incitarte; porque creo sincera-mente que si me prestas tu atención obtendré tu asen-timiento. Las cosas que voy a tratar son tan sencillas,tan evidentes, que te sorprenderá no haberlas adverti-do antes, y exclamarás: «No había reflexionado sobreello». Otras obras te ofrecerán el espectáculo del ge-nio apoderándose de los secretos de la Naturaleza yelaborando sublimes pronósticos; en cambio, en estaspáginas únicamente encontrarás una serie de investi-gaciones sobre lo justo y sobre el derecho, una especiede comprobación, de contraste de tu propia concien-cia. Serás testigo presencial de mis trabajos y no harásotra cosa que apreciar su resultado. Yo no formo es-cuela; vengo a pedir el fin del privilegio, la aboliciónde la esclavitud, la igualdad de derechos, el imperio dela ley. Justicia, nada más que justicia; tal es la síntesis

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de mi empresa; dejo a los demás el cuidado de ordenarel mundo.

Un día me he dicho: ¿por qué tanto dolor y tanta mi-seria en la sociedad? ¿debe ser el hombre eternamentedesgraciado? Y sin fijarme en las explicaciones opues-tas de esos arbitristas de reformas, que achacan la pe-nuria general, unos a la cobardía e impericia del poderpúblico, otros a las revoluciones generales; cansado delas interminables discusiones de la tribuna y de la pren-sa, he querido profundizar yo mismo la cuestión. Heconsultado a los maestros de la ciencia, he leído cienvolúmenes de Filosofía, de Derecho, de Economía po-lítica e Historia… ¡y quiso Dios que viviera en un sigloen que se ha escrito tanto libro inútil! He realizado su-premos esfuerzos para obtener informaciones exactas,comparando doctrinas, oponiendo a las objeciones lasrespuestas, haciendo sin cesar ecuaciones y reduccio-nes de argumentos, aquilatandomillares de silogismosen la balanza de la lógica más pura. En este penoso ca-mino he comprobado varios hechos interesantes. Pero,es preciso decirlo, pude comprobar, desde luego, quenunca hemos comprendido el verdadero sentido de es-tas palabras tan vulgares como sagradas: Justicia, equi-dad, libertad; que acerca de cada uno de estos concep-tos, nuestras ideas son completamente confusas, y que,

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finalmente, esta ignorancia es la única causa del pau-perismo que nos degenera y de todas las calamidadesque han afligido a la humanidad.

Antes de entrar en materia, es preciso que diga dospalabras acerca del método que voy a seguir. CuandoPascal abordaba un problema de geometría, creaba unmétodo para su solución. Para resolver un problema defilosofía, es asimismo necesario un método. ¡Cuántosproblemas de filosofía no superan, por la gravedad desus consecuencias, a los de geometría! ¡Cuántos, porconsiguiente, no necesitan con mayor motivo para suresolución un análisis profundo y severo!

Es un hecho ya indudable, según los modernos psi-cólogos, que toda percepción recibida por nuestro es-píritu se determina en nosotros con arreglo a ciertasleyes generales de ese mismo espíritu. Se amolda, pordecirlo así, a ciertas concepciones o tipos preexistentesen nuestro entendimiento que son a modo de condicio-nes de forma. De manera —afirman— que si el espíri-tu carece de ideas innatas, tiene por lo menos formasinnatas. Así, por ejemplo, todo fenómeno es concebi-do por nosotros necesariamente en el tiempo y en elespacio; todos ellos nos hacen suponer una causa porla cual acaecen; todo cuanto existe implica las ideas desubstancia, demodo, de número, de relación, etc. En una

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palabra, no concebimos pensamiento alguno que no serefiera a los principios generales de la razón, límites denuestro conocimiento.

Estos axiomas del entendimiento, añaden los psicó-logos, estos tipos fundamentales a los cuales se adap-tan fatalmente nuestros juicios y nuestras ideas, y quenuestras sensaciones no hacen más que poner al des-cubierto, se conocen en la ciencia con el nombre decategorías. Su existencia primordial en el espíritu estáhoy demostrada; sólo falta construir el sistema y ha-cer una exacta relación de ellas. Aristóteles enumera-ba diez; Kant elevó su número de quince, Cousin lasha reducido a tres, a dos, a una, y la incontestable glo-ria de este sabio será, si no haber descubierto la ver-dadera teoría de las categorías, haber comprendido almenos mejor que ningún otro la gran importancia deesta cuestión, la más trascendental y quizá la única detoda la metafísica.

Ante una conclusión tan graveme atemoricé, llegan-do a dudar de mi razón. ¡Cómo! —exclamé—, lo quenadie ha visto ni oído, lo que no pudo penetrar la inte-ligencia de los demás hombres, ¿has logrado tú descu-brirlo? ¡Detente, desgraciado, ante el temor de confun-dir las visiones de tu cerebro enfermo con la realidadde la ciencia! ¿Ignoras que, según opinión de filóso-

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fos ilustres, en el orden de la moral práctica el erroruniversal es contradicción? Resolví entonces sometera una segunda comprobación mis juicios, y como temade mi nuevo trabajo, fijé las siguientes proposiciones:¿Es posible que en la aplicación de los principios de lamoral se haya equivocado unánimemente la humani-dad durante tanto tiempo? ¿Cómo y por qué ha pade-cido ese error? ¿Y cómo podrá subsanarse este erroruniversal?

Estas cuestiones, de cuya solución hacía dependerla certeza de mis observaciones, no resistieron muchotiempo al análisis. Se verá que, lo mismo en moral queen cualquiera otra materia de conocimiento, los mayo-res errores son para nosotros grados de la ciencia; quehasta en actos de justicia, equivocarse es un privilegioque ennoblece al hombre, y en cuanto al mérito filo-sófico que pudiera caberme, es infinitamente pequeño.Nada significa dar un nombre a las cosas; lo maravi-lloso sería conocerlas antes de que existiesen. Al ex-presar una idea que ha llegado a su término, una ideaque vive en todas las inteligencias, y que mañana seráproclamada por otro si yo no la hiciese pública hoy, so-lamente me corresponde la prioridad de la expresión.¿Acaso se dedican alabanzas a quien vio por primeravez despuntar el día?

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Todos los hombres, en efecto, creen y sienten quela igualdad de condiciones es idéntica a la igualdad dederecho; que propiedad y robo son términos sinónimos;que toda preeminencia social otorgada, o mejor dicho,usurpada so pretexto de superioridad de talento y deservicio, es iniquidad y latrocinio: todos los hombres,afirmo yo, poseen estas verdades en la intimidad de sualma; se trata simplemente de hacer que las adviertan.

Confieso que no creo en las ideas innatas ni en lasformas o leyes innatas de nuestro entendimiento, yconsidero las metafísicas de Reid y de Kant aun másalejadas de la verdad que la de Aristóteles. Sin embar-go, como no pretendo hacer aquí una crítica de la ra-zón (pues exigiría un extenso trabajo que al público nointeresaría gran cosa), admitiré en hipótesis que nues-tras ideasmás generales ymás necesarias, como las deltiempo, espacio, substancia y causa, existen primor-dialmente en el espíritu, o que, por lo menos, derivaninmediatamente de su constitución.

Pero es un hecho psicológico no menos cierto, aun-que poco estudiado todavía por los filósofos, que elhábito, como una segunda naturaleza, tiene el poderde sugerir al entendimiento nuevas formas categóri-cas, fundadas en las apariencias de lo que percibimos,y por eso mismo, desprovistas, en la mayor parte de

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los casos, de realidad objetiva. A pesar de esto ejercensobre nuestros juicios una influencia no menos deter-minante que la de las primeras categorías. De suerteque pensamos no sólo con arreglo a las leyes eternasy absolutas de nuestra razón, sino también conforme alas reglas secundarias, generalmente equivocadas, quela observación de las cosas nos sugiere. Esa es la fuentemás fecunda de los falsos prejuicios y la causa perma-nente y casi siempre invencible de multitud de errores.La influencia que de esos errores resulta es tan arrai-gada que, frecuentemente, aun en el momento en quecombatimos un principio que nuestro espíritu tienepor falso, y nuestra conciencia rechaza, le defendemossin advertirlo, razonamos con arreglo a él; le obedece-mos atacándole. Preso en un círculo, nuestro espírituse revuelve sobre sí mismo, hasta que una nueva obser-vación, suscitando en nosotros nuevas ideas, nos hacedescubrir un principio exterior que libra a nuestra ima-ginación del fantasma que la había ofuscado. Así, porejemplo, se sabe hoy que por las leyes de un magne-tismo universal, cuya causa es aún desconocida, doscuerpos, libres de obstáculos, tienden a reunirse poruna fuerza de impulsión acelerada que se llama gra-vedad. Esta fuerza es la que hace caer hacia la tierralos cuerpos faltos de apoyo, la que permite pesarlos

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en la balanza y la que nos mantiene sobre el suelo quehabitamos. La ignorancia de esta causa fue la única ra-zón que impedía a los antiguos creer en los antípodas.«¿Cómo no comprendéis —decía San Agustín, despuésde Lactancio— que si hubiese hombres bajo nuestrospies tendrían la cabeza hacia abajo y caerían en el cie-lo?» El obispo de Hipona, que creía que la tierra eraplana porque le parecía verla así, suponía en conse-cuencia que si del cénit al nadir de distintos lugares setrazasen otras tantas líneas rectas, estas líneas seríanparalelas entre sí, y en la misma dirección de estas lí-neas suponía todo el movimiento de arriba abajo. Deahí deducía forzosamente que las estrellas están pen-dientes como antorchas movibles de la bóveda celeste;que en el momento en que perdieran ese apoyo, cae-rían sobre la tierra como lluvia de fuego; que la tierraes una tabla inmensa, que constituye la parte inferiordel mundo, etc. Si se le hubiera preguntado quién sos-tiene la tierra, habría respondido que no lo sabía, pe-ro que para Dios nada hay imposible. Tales eran, conrelación al espacio y al movimiento, las ideas de SanAgustín, ideas que le imponía un prejuicio originadoen la apariencia, pero que había llegado a ser para éluna regla general y categórica de juicio. En cuanto a lacausa verdadera de la caída de los cuerpos, su espíritu

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la ignoraba totalmente; no podía dar más razón que lade que un cuerpo cae porque cae.

Para nosotros, la idea de la caída es más compleja ya las ideas generales de espacio y de movimiento, queaquélla impone, añadimos la de atracción de direcciónhacia un centro, la cual deriva de la idea superior decausa. Pero si la física lleva forzosamente nuestro jui-cio a tal conclusión, hemos conservado, sin embargo,en el uso, el prejuicio de San Agustín, y cuando deci-mos que una cosa se ha caído, no entendemos simple-mente y en general que se trata de un efecto de la leyde gravedad, sino que especialmente y en particularimaginamos que ese movimiento se ha dirigido haciala tierra y de arriba abajo. Nuestra razón se ha esclare-cido, la imaginación la corrobora, y sin embargo, nues-tro lenguaje es incorregible. Descender del cielo no es,en realidad, una expresión más cierta que subir al cielo,y esto no obstante, esa expresión se conservará todo eltiempo que los hombres se sirvan del lenguaje.

Todas estas expresiones arriba, abajo, descender delcielo, caer de las nubes, no ofrecen de aquí en adelan-te peligro alguno, porque sabemos rectificarlas en lapráctica. Pero conviene tener en cuenta cuánto han he-cho retrasar los progresos de la ciencia. Poco importa,en efecto, en la estadística, en la mecánica, en la hi-

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drodinámica, en la balística, que la verdadera causa dela caída de los cuerpos sea o no conocida, y que seanexactas las ideas sobre la dirección general del espacio;pero ocurre lo contrario cuando se trata de explicar elsistema del mundo, la causa de las mareas, la figurade la tierra y su posición en el espacio. En todas estascuestiones precisa salir de la esfera de las apariencias.Desde la más remota antigüedad han existido ingenie-ros y mecánicos, arquitectos excelentes y hábiles; suserrores acerca de la redondez del planeta y de la grave-dad de los cuerpos no impedían el progreso de su arterespectivo; la solidez de los edificios y la precisión delos disparos no eran menores por esa causa. Pero máso menos pronto habían de presentarse fenómenos queel supuesto paralelismo de todas las perpendiculareslevantadas sobre la superficie de la tierra no podía ex-plicar; entonces debía comenzar una lucha entre losprejuicios que por espacio de los siglos bastaban a lapráctica diaria y las novísimas opiniones que el testi-monio de los sentidos parecía contradecir.

Hay que observar cómo los juicios más falsos, cuan-do tienen por fundamento hechos aislados o simplesapariencias, contienen siempre un conjunto de realida-des que permite razonar un determinado número deinducciones, sobrepasado el cual se llega al absurdo.

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En las ideas de San Agustín, por ejemplo, era ciertoque los cuerpos caen hacia la tierra, que su caída se ve-rifica en línea recta, que el sol o la tierra se pone, queel cielo o la tierra se mueve, etc. Estos hechos genera-les siempre han sido verdaderos; nuestra ciencia no hainventado nada. Pero, por otra parte, la necesidad deencontrar las causas de las cosas nos obliga a descubrirprincipios cada vez más generales. Por eso ha habidoque abandonar sucesivamente, primero la opinión deque la tierra es plana, después la teoría que la suponeinmóvil en el universo, etc., etc.

Si de la naturaleza física pasamos al mundo moral,nos encontraremos sujetos en él a las mismas decep-ciones de la apariencia, a las mismas influencias de laespontaneidad y de la costumbre. Pero lo que distin-gue esta segunda parte del sistema de nuestros conoci-mientos es, de un lado, el bien o el mal que de nuestraspropias opiniones resulta, y de otro, la obstinación conque defendemos el prejuicio que nos atormenta y nosmata.

Cualquiera que sea el sistema que aceptemos sobrela gravedad de los cuerpos y la figura de la tierra, lafísica del globo no se altera; y en cuanto a nosotros, laeconomía social no puede recibir con ello daño ni per-juicio. En cambio, las leyes de nuestra naturaleza mo-

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ral se cumplen en nosotros y por nosotros mismos; ypor lo tanto, estas leyes no pueden realizarse sin nues-tra reflexiva colaboración, y de consiguiente, sin quelas conozcamos. De aquí se deduce que, si nuestra cien-cia de leyes morales es falsa, es evidente que al desearnuestro bien, realizamos nuestro mal; podrá bastar poralgún tiempo a nuestro progreso social, pero a la larganos hará emprender derroteros equivocados, y final-mente, nos precipitará en un abismo de desdichas.

En ese momento se hacen indispensables nuevos co-nocimientos, los cuales, preciso es decir para glorianuestra, no han faltado jamás; pero también comienzauna lucha encarnizada entre los viejos prejuicios y lasnuevas ideas. ¡Días de conflagración y de angustia! Serecuerdan los tiempos en que con las mismas creen-cias e instituciones que se impugnan, todo el mundoparecía dichoso; ¿cómo recusar las unas, cómo proscri-bir las otras? No se quiere comprender que ese perío-do feliz sirvió precisamente para desenvolver el prin-cipio del mal que la sociedad encubría; se acusa a loshombres y a los dioses, a los poderosos de la tierra y alas fuerzas de la Naturaleza. En vez de buscar la causadel mal en su inteligencia y su corazón, el hombre laimputa a sus maestros, a sus rivales, a sus vecinos, a élmismo. Las naciones se arman, se combaten, se exter-

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minan hasta que, mediante una despoblación intensa,el equilibrio se restablece y la paz renace entre las ce-nizas de las víctimas. ¡Tanto repugna a la humanidadalterar las costumbres de los antepasados, cambiar lasleyes establecidas por los fundadores de las ciudades yconfirmadas por el transcurso de los siglos!

Nihil motum exantiquo probabile est: «Desconfiad detoda innovación», escribía Tito Livio. Sin duda seríapreferible para el hombre no tener necesidad nuncade alteraciones; pero si ha nacido ignorante, si su con-dición exige una instrucción progresiva, ¿habrá de re-negar de su inteligencia, abdicar de su razón y aban-donarse a la suerte? La salud completa es mejor que laconvalecencia. ¿Pero es éste un motivo para que el en-fermo no intente su curación? «¡Reforma, reforma!»,exclamaron en otro tiempo Juan Bautista y Jesucristo.«¡Reforma, reforma!», pidieron nuestros padres hacecincuenta años, y nosotros seguiremos pidiendo pormucho tiempo todavía ¡reforma, reforma!

He sido testigo de los dolores de mi siglo, y he pen-sado que entre todos los principios en que la sociedadse sienta, hay uno que no comprende, que su ignoran-cia ha viciado y es causa de todo el mal. Este principioes el más antiguo de todos, porque las revoluciones só-lo tienen eficacia para derogar los principios más mo-

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dernos, mientras confirman los más antiguos. Por lotanto, el mal que nos daña es anterior a todas las revo-luciones. Este principio, tal como nuestra ignorancialo ha establecido, es reverenciado y codiciado por to-dos, pues de no ser así, nadie abusaría de él y careceríade influencia.

Pero este principio, verdadero en su objeto, falso encuanto a nuestra manera de comprenderlo, este prin-cipio tan antiguo como la humanidad, ¿cuál es? ¿Serála religión?

Todos los hombres creen en Dios; este dogma co-rresponde a la vez a la conciencia y a la razón. Dios espara la humanidad un hecho tan primitivo, una ideatan fatal, un principio tan necesario como para nues-tro entendimiento lo son las ideas categóricas de causa,de substancia, de tiempo y de espacio. A Dios nos lomuestra nuestra propia conciencia con anterioridad atoda inducción del entendimiento, de igual modo queel testimonio de los sentidos nos prueba la existenciadel sol anticipándose a todos los razonamientos de lafísica. La observación y la experiencia nos descubrenlos fenómenos y sus leyes. El sentido interno sólo nosrevela el hecho de su existencia. La humanidad creeque Dios existe, pero ¿qué es lo que cree al decir Dios?En una palabra, ¿qué es Dios?

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La noción de la divinidad, noción primitiva, unáni-me, innata en nuestra especie, no está determinada to-davía por razón humana. A cada paso que avanzamosen el conocimiento de la Naturaleza y de sus causas, laidea de Dios se agranda y eleva. Cuando más progre-sa la ciencia del hombre, más grande y más alejado leparece Dios. El antropomorfismo y la idolatría fueronconsecuencia necesaria de la juventud de las inteligen-cias, una teología de niños y de poetas. Error inocente,si no se hubiese querido hacer de él una norma obli-gatoria de conducta, en vez de respetar la libertad decreencias. Pero el hombre, después de haber creado unDios a su imagen, quiso apropiárselo; no contento condesfigurar al Ser Supremo, le trató como su patrimo-nio, su bien, su cosa. Dios, representado bajo formasmonstruosas, vino a ser en todas partes propiedad delhombre y del Estado. Este fue el origen de la corrup-ción de las costumbres por la religión y la fuente delos odios religiosos y las guerras sagradas. Al fin, he-mos sabido respetar las creencias de cada uno y buscarla regla de las costumbres fuera de todo culto religio-so. Esperamos sabiamente, para determinar la natura-leza y los atributos de Dios, los dogmas de la teolo-gía, el destino del alma, etc., que la ciencia nos digalo que debemos olvidar y lo que debemos creer. Dios,

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alma, religión, son materias constantes de nuestras in-fatigables meditaciones y nuestros funestos extravíos,problemas difíciles, cuya solución, siempre intentada,queda siempre incompleta. Sobre todas estas cosas, to-davía podemos equivocarnos, pero al menos nuestroerror no tiene influencia. Con la libertad de cultos y laseparación de lo espiritual y lo temporal, la influenciade las ideas religiosas en la evolución social es pura-mente negativa, mientras no dependan de la religiónlas leyes y las instituciones políticas y civiles. El olvi-do de los deberes religiosos puede favorecer la corrup-ción general, pero no es la causa eficiente de ella, sinosu complemento o su derivado. Sobre todo, en la cues-tión de que se trata (y esta observación es decisiva)la causa de desigualdad de condiciones entre los hom-bres, del pauperismo, del sufrimiento universal, de laconfusión de los gobiernos, no puede ser atribuida a lareligión; es preciso remontarse más alto e investigarcon mayor profundidad.

¿Qué hay, pues, en el hombre más antiguo y másarraigado que el sentimiento religioso? El hombre mis-mo, es decir, la voluntad y la conciencia, el libre albe-drío y la ley, colocados en antagonismo perpetuo. Elhombre vive en guerra consigo mismo. ¿Por qué? «Elhombre —dicen los teólogos— ha pecado en su origen;

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su raza es culpable de una antigua prevaricación. Poresa falta, la humanidad ha degenerado; el error y laignorancia han llegado a ser sus inevitables frutos. Le-yendo la historia, encontraréis en todos los tiemposla prueba de esta eternidad del mal en la permanen-te miseria de la humanidad. El hombre sufre y sufrirásiempre; su enfermedad es hereditaria y constitucio-nal. Aunque uséis paliativos no hay remedio eficaz».

Este razonamiento no sólo es propio de los teólogos;se encuentra en términos semejantes en los escritosde los filósofos materialistas, partidarios de una indefi-nida perfectibilidad. Destutt de Tracy asegura formal-mente que el pauperismo, los crímenes, la guerra, soncondición inevitable de nuestro estado social, un malnecesario contra el cual sería locura rebelarse. De aquíque necesidad del mal y perversidad originaria sean elfondo de una misma filosofía.

«El primer hombre ha pecado». Si los creyentes in-terpretasen fielmente la Biblia, dirían: el hombre en unprincipio peca, es decir, se equivoca; porque pecar, en-gañarse, equivocarse, es una misma cosa. «Las conse-cuencias del pecado de Adán se transmiten a su des-cendencia». En efecto, la ignorancia es original en laespecie como en el individuo; pero en muchas cuestio-nes, aun en el orden moral y político, esta ignorancia

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de la especie ha desaparecido. ¿Quién puede afirmarque no cesará en todas las demás? El género humanoprogresa de continuo hacia la verdad, y triunfa ince-santemente la luz sobre las tinieblas. Muestro mal noes, pues, absolutamente incurable, y la explicación delos teólogos se reduce a esta vacuidad: «El hombre seequivoca porque se equivoca». Es preciso decir, por elcontrario: «El hombre se equivoca porque aprende».Por tanto, si el hombre puede llegar a saber todo lonecesario, hay posibilidad de creer que equivocándosemás dejaría de sufrir.

Si preguntamos a los doctores de esa ley que, se-gún se dice, está grabada en el corazón del hombre,pronto veríamos que disputan acerca de ella sin sabercuál es. Sobre los más importantes problemas, hay casitantas opiniones como autores. No hay dos que esténde acuerdo sobre la mejor forma de gobierno, sobre elprincipio de autoridad, sobre la naturaleza del derecho;todos navegan al azar en un mar sin fondo ni orillas,abandonados a la inspiración de su sentido particularque modestamente toman por la recta razón; y en vis-ta de este caos de opiniones contradictorias, decimos:el objeto de nuestras investigaciones es la ley, la de-terminación del principio social; pero los políticos, esdecir, los que se ocupan en la ciencia social, no llegan

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a entenderse; luego es en ellos donde está el error; ycomo todo error tiene una realidad por objeto, en suspropios libros debe encontrarse la verdad, consignadaen sus páginas a pesar suyo.

Pero ¿de qué se ocupan los jurisconsultos y los pu-blicistas? De justicia, de equidad, de libertad, de la leynatural, de las leyes civiles, etc. ¿Y qué es la justicia?

¿Qué es la justicia? Los teólogos contestan: «Todajusticia viene de Dios». Esto es cierto, pero nada ense-ña.

Los filósofos deberían estar mejor enterados des-pués de disputar tanto sobre lo justo y lo injusto. Des-graciadamente, la observación prueba que su saber sereduce a la nada; les sucede lo mismo que a los salva-jes, que, por toda plegaria, saludan al sol gritando: ¡oh!¡oh! Es esta una exclamación de admiración, de amor,de entusiasmo; pero quien pretenda saber qué es el sol,obtendrá poca luz de la interjección «¡oh!». La justicia,dicen los filósofos, es hija del cielo, luz que ilumina atodo hombre al venir al mundo, la más hermosa prerro-gativa de nuestra naturaleza, lo que nos distingue de lasbestias y nos hace semejantes a Dios, y otras mil cosasparecidas. ¿Y a qué se reduce, pregunto, esta piadosaletanía? A la plegaria de los salvajes: «¡oh!».

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Lo más razonable de lo que la sabiduría humana hadicho respecto de la justicia, se contiene en este famo-so principio: Haz a los demás lo que deseas para ti; nohagas a los demás lo que para ti no quieras. Pero esta re-gla demoral práctica nada vale para la ciencia; ¿cuál esmi derecho a los actos u omisiones ajenos? Decir quemi deber es igual a mi derecho, no es decir nada; hayque explicar al propio tiempo cuál es este derecho.

Intentemos averiguar algo más preciso y positivo.La justicia es el fundamento de las sociedades, el ejea cuyo alrededor gira el mundo político, el principioy la regla de todas las transacciones. Nada se realizaentre los hombres sino en virtud del derecho, sin la in-vocación de la justicia. La justicia no es obra de la ley;por el contrario, la ley no es más que una declaracióny una aplicación de lo justo en todas las circunstan-cias en que los hombres pueden hallarse con relacióncon sus intereses. Por tanto, si la idea que concebimosde lo justo y del derecho está mal determinada, es evi-dente que todas nuestras aplicaciones legislativas se-rán desastrosas, nuestras instituciones viciosas, nues-tra política equivocada, y por tanto, que habrá por esacausa desorden y malestar social.

Esta hipótesis de la perversión de la idea de justi-cia en nuestro entendimiento y por consecuencia ne-

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cesaria en nuestros actos, será un hecho evidente silas opiniones de los hombres, relativas al concepto dejusticia y a sus aplicaciones, no han sido constantes,si en diversas épocas han sufrido modificaciones: enuna palabra, si ha habido progresos en las ideas. Y aeste propósito, he aquí lo que la historia enseña conirrecusables testimonios.

Hace dieciocho siglos, el mundo, bajo el imperio delos Césares, se consumía en la esclavitud, en la supers-tición y en la voluptuosidad. El pueblo, embriagadopor continuas bacanales, había perdido hasta la nocióndel derecho y del deber; la guerra y la orgía le diezma-ban sin interrupción; la usura y el trabajo de las má-quinas, es decir, de los esclavos, arrebatándoles los me-dios de sustancia, le impedían reproducirse. La barba-rie renacía de esta inmensa corrupción, extendiéndosecomo lepra devoradora por las provincias despobladas.Los sabios predecían el fin del imperio, pero ignorabanlos medios de evitarlo. ¿Qué podían pensar para esto?En aquella sociedad envejecida era necesario suprimirlo que era objeto de la estimación y de la veneraciónpúblicas, abolir los derechos consagrados por una jus-ticia diez veces secular. Se decía: «Roma ha vencidopor su política y por sus dioses; toda reforma, pues, enel culto y en la opinión pública, sería una locura y un

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sacrilegio. Roma, clemente para las naciones vencidas,al regalarles las cadenas, les hace gracia de la vida; losesclavos son la fuente más fecunda de sus riquezas; lamanumisión de los pueblos sería la negación de susderechos y la ruina de sus haciendas. Roma, en fin, en-tregada a los placeres y satisfecha hasta la hartura conlos despojos del Universo, usa de la victoria y de laautoridad, su lujo y sus concupiscencias son el preciode sus conquistas: no puede abdicar ni desposeerse deellas». Así comprendía Roma en su beneficio el hechoy el derecho. Sus pretensiones estaban justificadas porla costumbre y por el derecho de gentes. La idolatríaen la religión, la esclavitud en el Estado, el materialis-mo en la vida privada, eran el fundamento de sus ins-tituciones. Alterar esas bases equivalía a conmover lasociedad en sus propios cimientos y según expresiónmoderna, a abrir el abismo de las revoluciones. Nadieconcebía tal idea, y entretanto la humanidad se consu-mía en la guerra y en la lujuria.

Entonces apareció un hombre llamándose Palabrade Dios. Ignorábase todavía quién era, de dónde venía yquién le había inspirado sus ideas. Predicaba por todaspartes que la sociedad estaba expirante; que el mundoiba a transformarse; que los maestros eran falaces, losjurisconsultos ignorantes, los filósofos hipócritas em-

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busteros; que el señor y el esclavo eran iguales; que lausura y cuanto se le asemejaba era un robo; que lospropietarios y concupiscentes serían atormentados al-gún día con fuego eterno, mientras los pobres de espí-ritu y los virtuosos habitarían en un lugar de descanso.Afirmaba además otras muchas cosas no menos extra-ordinarias.

Este hombre, Palabra de Dios, fue denunciado y pre-so como enemigo del orden social por los sacerdotes ylos doctores de la ley, quienes tuvieron la habilidad dehacer que el pueblo pidiese su muerte. Pero este asesi-nato jurídico no acabó con la doctrina que Jesucristohabía predicado. A su muerte, sus primeros discípulosse repartieron por todo el mundo, predicando la buenanueva, formando a su vez millones de propagandistas,que morían degollados por la espada de la justicia ro-mana, cuando ya estaba cumplida su misión. Esta pro-paganda obstinada, verdadera lucha entre verdugos ymártires, duró casi trescientos años, al cabo de los cua-les se convirtió el mundo. La idolatría fue aniquilada,la esclavitud abolida, la disolución reemplazada porcostumbres austeras; el desprecio de la riqueza llegóalguna vez hasta su absoluta renuncia. La sociedad sesalvó por la negación de sus principios, por el cambiode la religión y la violación de los derechos más sagra-

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dos. La idea de lo justo adquirió en esta revolución unaextensión hasta entonces no sospechada siquiera, quedespués ha sido olvidada. La justicia sólo había existi-do para los señores;3 desde entonces comenzó a existirpara los siervos.

Pero la nueva religión no dio todos sus frutos. Hu-bo alguna mejora en las costumbres públicas, algunatemplanza en la tiranía; pero en lo demás, la semilladel Hijo del hombre cayó en corazones idólatras, y só-lo produjo una mitología semipoética e innumerablesdiscordias. En vez de atenerse a las consecuencias prác-ticas de los principios de moral y de autoridad que Je-sucristo había proclamado, se distrajo el ánimo en es-peculaciones sobre su nacimiento, su origen, su per-sona y sus actos. Se comentaron sus parábolas, y dela oposición de las opiniones más extravagantes sobrecuestiones irresolubles, sobre textos incomprensibles,nació la Teología, que se puede definir como la cienciade lo infinitamente absurdo.

3 La religión, las leyes y el matrimonio eran privilegio de loshombres libres, y, en un principio, solamente de los nobles,Dei ma-jorum gentium, dioses de las familias patricias: jus gentium, dere-cho de gentes, es decir, de las familias de los nobles. El esclavo y elplebeyo no constituían familia. Sus hijos eran considerados comocría de los animales. Bestias nacían y como bestias habían de vivir.

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La verdad cristiana no traspasa la edad de los após-toles. El Evangelio, comentado y simbolizado por losgriegos y latinos, adicionado con fábulas paganas, lle-gó a ser tomado a la letra; y hasta la fecha el reinode la Iglesia infalible ha sido el de las tinieblas. Díce-se que las puertas del infierno no prevalecerán; que laPalabra de Dios se oirá nuevamente, y que, por fin, loshombres conocerán la verdad y la justicia; pero en elmomento en que esto sucediera acabaría el catolicis-mo griego y romano, de igual modo que a la luz de laciencia desaparecen las sombras del error.

Los monstruos que los sucesores de los apóstoles es-taban encargados de exterminar, repuestos de su de-rrota, reaparecieron poco a poco, merced al fanatismoimbécil y a la conveniencia de los clérigos y de los teó-logos. La historia de la emancipación de los munici-pios en Francia presenta constantemente la justicia yla libertad infiltrándose en el pueblo a pesar de los es-fuerzos combinados de los reyes, de la nobleza y delclero. En 1789 después de Jesucristo, la nación france-sa, dividida en castas, pobre y oprimida, vivía sujetapor la triple red del absolutismo real, de la tiranía delos señores y de los parlamentos y de la intoleranciasacerdotal. Existían el derecho del rey y el derecho delclérigo, el derecho del noble y el derecho del siervo; ha-

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bía privilegios de sangre, de provincia, de municipios,de corporaciones y de oficios. En el fondo de todo estoimperaban la violencia, la inmoralidad, la miseria. Yahacía algún tiempo que se hablaba de reforma; los quela deseaban sólo en apariencia no la invocaban sino enprovecho personal, y el pueblo, que debía ganarlo to-do, desconfiaba de tales proyectos y callaba. Por largotiempo, el pobre pueblo, ya por recelo, ya por incre-dulidad, ya por desesperación, dudó de sus derechos.El hábito de servidumbre parecía haber acabado conel valor de las antiguas municipalidades, tan soberbiasen la Edad Media.

Un libro apareció al fin, cuya síntesis se contiene enestas dos proposiciones: ¿Qué es el tercer estado? Nada.¿Qué debe ser? Todo. Alguien añadió por vía de comen-tario: ¿Qué es el rey? Es el mandatario del pueblo.

Esto fue como una revelación súbita; rasgóse un tu-pido velo, y la venda cayó de todos los ojos. El pueblose puso a razonar: «Si el rey es nuestro mandatario, de-be rendir cuentas. Si debe rendir cuentas, está sujeto aintervención. Si puede ser intervenido, es responsable.Si es responsable, es justificable. Si es justificable, lo essegún sus actos. Si debe ser castigado según sus actos,puede ser condenado a muerte».

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Cinco años después de la publicación del folleto deSieyes, el tercer estado lo era todo; el rey, la nobleza, elclero, no eran nada. En 1793, el pueblo, sin detenerseante la ficción constitucional de la inviolabilidad delmonarca, llevó al cadalso a Luis XVI, y en 1830 acom-pañó a Cherburgo a Carlos X. En uno y otro caso pudoequivocarse en la apreciación del delito, lo cual cons-tituiría un error de hecho; pero en derecho, la lógicaque le impulsó fue irreprochable. Es ésta una aplica-ción del derecho común, una determinación solemnede la justicia penal.

El espíritu que animó el movimiento de 1789 fue unespíritu de contradicción. Esto basta para demostrarque el orden de cosas que sustituyó al antiguo no res-pondió a método alguno ni estuvo meditado. Nacidode la cólera y del odio, no podía ser efecto de una cien-cia fundada en la observación y en el estudio, y lasnuevas bases no fueron deducidas de un profundo co-nocimiento de las leyes de la Naturaleza y de la socie-dad. Obsérvase también, en las llamadas institucionesnuevas, que la república conservó los mismos princi-pios que había combatido y la influencia de todos losprejuicios que había intentado proscribir. Y aún se ha-bla, con inconsciente entusiasmo, de la gloriosa Revo-lución francesa, de la regeneración de 1789, de las gran-

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des reformas que se acometieron, de las instituciones…¡Mentira! ¡Mentira!

Cuando, acerca de cualquier hecho físico, intelec-tual o social, nuestras ideas cambian radicalmente aconsecuencia de observaciones propias, llamo a estemovimiento del espíritu, revolución; si solamente hahabido extensión omodificación de nuestras ideas, pro-greso. Así, el sistema de Ptolomeo fue un progreso enastronomía, el de Copérnico una revolución. De igualmodo en 1789 hubo lucha y progreso; pero no ha habi-do revolución. El examen de las reformas que se ensa-yaron lo demuestra.

El pueblo, víctima por tanto tiempo del egoísmomo-nárquico, creyó librarse de él para siempre declarándo-se a sí mismo soberano. Pero ¿qué era la monarquía?La soberanía de un hombre. Y ¿qué es la democracia?La soberanía del pueblo, o mejor dicho, de la mayoríanacional. Siempre la soberanía del hombre en lugar dela soberanía de la ley, la soberanía de la voluntad envez de la soberanía de la razón; en una palabra, las pa-siones en sustitución del derecho. Cuando un pueblopasa de la monarquía a la democracia, es indudableque hay progreso, porque al multiplicarse el soberano,existen más probabilidades de que la razón prevalez-ca sobre la voluntad: pero el caso es que no se realiza

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revolución en el gobierno y que subsiste el mismo prin-cipio. Ahora bien, nosotros tenemos la prueba hoy deque con la democracia más perfecta se puede no serlibre.4

Y no es esto todo; el pueblo rey no puede ejercerla soberanía por sí mismo: está obligado a delegarlaen los encargados del poder. Esto es lo que le repitenasiduamente aquellos que buscan su beneplácito. Queestos funcionarios sean cinco, diez, ciento, mil, ¿quéimporta el número ni el nombre? Siempre será el go-bierno del hombre, el imperio de la voluntad y del fa-vor.

Se sabe, además, cómo fue ejercida esta soberanía,primero por la Convención, después por el Directo-rio, más tarde por el Cónsul. El Emperador, el grandehombre tan querido y llorado por el pueblo, no quisoarrebatársela jamás; pero como si hubiera querido bur-larse de tal soberanía, se atrevió a pedirle su sufragio,es decir, su abdicación, la abdicación de esa soberaníainalienable, y lo consiguió.

4 Ver Tocqueville, De la Démocratie aux Etats-Unis, y MichelChevallier, Lettres sur l’Amérique du Nord. Se ve en Plutarco, Vidade Pericles, que en Atenas las gentes honradas estaban obligadas aocultarse para instruirse, por miedo a aparecer como aspirantes ala tiranía.

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Pero ¿qué es la soberanía? Dícese que es el poder dehacer las leyes.5 Otro absurdo, renovado por el despo-tismo. El pueblo, que había visto a los reyes fundar susdisposiciones en la fórmula porque tal es mi voluntad,quiso a su vez conocer el placer de hacer las leyes. Enlos cincuenta años que median desde la Revolución ala fecha ha promulgado millones de ellas, y siempre,no hay que olvidarlo, por obra de sus representantes.Y el juego no está aún cerca de su término.

Por lo demás, la definición de la soberanía se dedu-cía de la definición de la ley. La ley, se decía, es la ex-presión de la voluntad del soberano; luego, en una mo-narquía, la ley es la expresión de la voluntad del rey;en una república, la ley es la expresión de la voluntaddel pueblo. Aparte la diferencia del número de volun-tades, los dos sistemas son perfectamente idénticos; enuno y otro el error es el mismo: afirmar que la ley esexpresión de una voluntad, debiendo ser la expresiónde un hecho. Sin embargo, al frente de la opinión ibanguías expertos: se había tomado al ciudadano de Gi-nebra, Rousseau, por profeta y el Contrato social porCorán.

5 «La soberanía, según Toullier, es la omnipotencia huma-na». Definición materialista: si la soberanía es algo, es un derecho,

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La preocupación y el prejuicio se descubren a cadapaso en la retórica de los nuevos legisladores. El pue-blo había sido víctima de una multitud de exclusionesy de privilegios; sus representantes hicieron en su ob-sequio la declaración siguiente: Todos los hombres soniguales por la Naturaleza y ante la ley; declaración am-bigua y redundante. Los hombres son iguales por la Na-turaleza: ¿quiere significarse que tienen todos unamis-ma estatura, iguales facciones, idéntico genio y análo-gas virtudes? No; solamente se ha pretendido designarla igualdad política y civil. Pues en ese caso bastabahaber dicho: todos los hombres son iguales ante la ley.

Pero ¿qué es la igualdad ante la ley? Ni la Constitu-ción de 1790, ni la del 93, ni las posteriores, han sabidodefinirla. Todas suponen una desigualdad de fortunasy de posición, a cuyo lado no puede haber posibilidadde una igualdad de derechos. En cuanto a este pun-to, puede afirmarse que todas nuestras Constitucioneshan sido la expresión fiel de la voluntad popular; y voya probarlo.

En otro tiempo el pueblo estaba excluido de los em-pleos civiles y militares. Se creyó hacer una gran cosainsertando en la Declaración de los derechos del hom-

es una fuerza o facultad. ¿Y qué es la omnipotencia humana?

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bre este artículo, altisonante: «Todos los ciudadanos sonigualmente admisibles a los cargos públicos: los puebloslibres no reconocen más motivos de preferencia en susindividuos que la virtud y el talento».

Mucho se ha celebrado una frase tan hermosa, peroafirmo que no lo merece. Porque, o yo no la entien-do, o quiere decir que el pueblo soberano, legisladory reformista, sólo ve en los empleos públicos la remu-neración consiguiente y las ventajas personales, y quesólo estimándolos como fuentes de ingresos, establecela libre admisión de los ciudadanos. Si así no fuese, siéstos nada fueran ganando, ¿a qué esa sabia precau-ción? En cambio, nadie se acuerda de establecer quepara ser piloto sea preciso saber astronomía y geogra-fía, ni de prohibir a los tartamudos que representenóperas. El pueblo siguió imitando en esto a los reyes.Como ellos, quiso distribuir empleos lucrativos entresus amigos y aduladores. Desgraciadamente, y este úl-timo rasgo completa el parecido, el pueblo no disfrutatales beneficios; son éstos para sus mandatarios y re-presentantes, los cuales, además, no temen contrariarla voluntad de su inocente soberano.

Este edificante artículo de laDeclaración de derechosdel hombre, conservado en lasCartas de 1814 y de 1830,supone variedad de desigualdades civiles, o lo que es lo

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mismo, de desigualdades ante la ley. Supone tambiéndesigualdad de jerarquías, puesto que las funciones pú-blicas no son solicitadas sino por la consideración ylos emolumentos que confieren: desigualdad de fortu-nas, puesto que si se hubiera querido nivelarlas, los em-pleos públicos habrían sido deberes y no derechos; de-sigualdad en el favor, porque la ley no determina quése entiende por talentos y virtudes. En tiempos del Im-perio, la virtud y el talento consistían únicamente enel valor militar y en la adhesión al Emperador; cuandoNapoleón creó su nobleza parecía que intentaba imi-tar a la antigua. Hoy día el hombre que satisface 200francos de impuestos es virtuoso; el hombre hábil esun honrado acaparador de bolsillos ajenos; de hoy enadelante, estas afirmaciones serán verdades sin impor-tancia alguna.

El pueblo, finalmente, consagró la propiedad… ¡Diosle perdone, porque no supo lo que hacía! Hace cincuen-ta años que expía ese desdichado error. Pero ¿cómo hapodido engañarse el pueblo, cuya voz, según se dice,es la de Dios y cuya conciencia no yerra? ¿Cómo bus-cando la libertad y la igualdad, ha caído de nuevo en elprivilegio y en la servidumbre? Por su constante afánde imitar al antiguo régimen.

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Antiguamente la nobleza y el clero sólo contribuíana las cargas del Estado a título de socorros voluntariosy de donaciones espontáneas. Sus bienes eran inalie-nables aun por deudas. Entretanto, el plebeyo, recar-gado de tributos y de trabajo, era maltratado de conti-nuo, tanto por los recaudadores del rey como por losde la nobleza y el clero. El siervo, colocado al nivel delas cosas, no podía testar ni ser heredero. Considera-do como los animales, sus servicios y su descendenciapertenecían al dueño por derecho de acción. El puebloquiso que la condición de propietario fuese igual paratodos; que cada uno pudiera gozar y disponer libremen-te de sus bienes, de sus rentas, del producto de su trabajoy de su industria. El pueblo no inventó la propiedad;pero como no existía para él del mismo modo que pa-ra los nobles y los clérigos, decretó la uniformidad deeste derecho. Las odiosas formas de la propiedad, laservidumbre personal, la mano muerta, los vínculos,la exclusión de los empleos, han desaparecido; el mo-do de disfrutarla ha sido modificado, pero la esenciade la institución subsiste. Hubo progresos en la atribu-ción, en el reconocimiento del derecho, pero no huborevolución en el derecho mismo.

Los tres principios fundamentales de la sociedadmoderna, que el movimiento de 1789 y el de 1830 han

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consagrado reiteradamente, son éstos: 1) Soberanía dela voluntad del hombre, o sea, concretando la expresión,despotismo. 2) Desigualdad de fortunas y de posición so-cial. 3) Propiedad. Y sobre todos estos principios el deJUSTICIA, en todo y por todos invocada como el geniotutelar de los soberanos, de los nobles y de los propieta-rios; la JUSTICIA, la ley general, primitiva, categórica,de toda sociedad.

¿Es justa la autoridad del hombre sobre el hombre?Todo el mundo contesta: no; la autoridad del hom-

bre no es más que la autoridad de la ley, la cual debeser expresión de justicia y de verdad. La voluntad pri-vada no influye para nada en la autoridad, debiendolimitarse aquélla, de una parte, a descubrir lo verdade-ro y lo justo, para acomodar la ley a estos principios, yde otra, a procurar el cumplimiento de esta ley.

No estudio en este momento si nuestra forma de go-bierno constitucional reúne esas condiciones: si la vo-luntad de los ministros interviene o no en la declara-ción y en la interpretación de la ley; si nuestros dipu-tados, en sus debates, se preocupan más de convencerpor la razón que de vencer por el número. Me bastaque el expresado concepto de un buen gobierno sea co-mo lo he definido. Sin embargo, de ser exacta esa idea,vemos que los pueblos orientales estiman justo, por ex-

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celencia, el despotismo de sus soberanos; que entre losantiguos, y según la opinión de sus mismos filósofos,la esclavitud era justa; que en la Edad Media los no-bles, los curas y los obispos consideraban justo tenersiervos; que Luis XIV creía estar en lo cierto cuandoafirmaba: «El Estado soy yo»; que Napoleón reputabacomo crimen de estado la desobediencia a su voluntad.La idea de lo justo, aplicada al soberano y a su autori-dad, no ha sido, pues, siempre la misma que hoy tene-mos; incesantemente ha ido desenvolviéndose y deter-minándosemás ymás hasta llegar al estado en que hoylas concebimos. ¿Pero puede decirse que ha llegado asu última fase? No lo creo; y como el obstáculo finalque se opone a su desarrollo procede únicamente de lainstitución de la propiedad que hemos conservado, esevidente que para realizar la forma del Poder públicoy consumar la revolución debemos atacar esa mismainstitución.

¿Es justa la desigualdad política y civil? Unos res-ponden, sí; otros, no. A los primeros contestaría que,cuando el pueblo abolió todos los privilegios de naci-miento y de casta, les pareció bien la reforma, proba-blemente porque les beneficiaba. ¿Por qué razón, pues,no quieren hoy que los privilegios de la fortuna des-aparezcan como los privilegios de la jerarquía y de la

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sangre? A esto replican que la desigualdad política esinherente a la propiedad, y que sin la propiedad no haysociedad posible. Por ello la cuestión planteada se re-suelve en la de la propiedad. A los segundos me limitoa hacer esta observación: si queréis implantar la igual-dad política, abolid la propiedad; si no lo hacéis, ¿porqué os quejáis?

¿Es justa la propiedad? Todo el mundo responde sinvacilación: «Sí, la propiedad es justa». Digo todo elmundo, porque hasta el presente creo que nadie ha res-pondido con pleno convencimiento: «No» También esverdad que dar una respuesta bien fundada, no era an-tes cosa fácil; sólo el tiempo y la experiencia podíantraer una solución exacta. En la actualidad esta solu-ción existe: falta que nosotros la comprendamos. Yovoy a intentar demostrarla.

He aquí cómo he de proceder a esta demostración:I. No disputo, no refuto a nadie, no replico nada;

acepto como buenas todas las razones alegadas en fa-vor de la propiedad, y me limito a investigar el princi-pio, a fin de comprobar seguidamente si ese principioestá fielmente expresado por la propiedad. Defendién-dose como justa la propiedad, la idea, o por lo menosel propósito de justicia, debe hallarse en el fondo de to-dos los argumentos alegados en su favor; y como, por

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otra parte, la propiedad sólo se ejercita sobre cosas ma-terialmente apreciables, la justicia debe aparecer bajouna fórmula algebraica. Por estemétodo de examen lle-garemos bien pronto a reconocer que todos los razona-mientos imaginados para defender la propiedad, cua-lesquiera que sean, concluyen siempre necesariamenteen la igualdad, o lo que es lo mismo, en la negación dela propiedad. Esta primera parte comprende dos capí-tulos: el primero referente a la ocupación, fundamentode nuestro derecho; el otro relativo al trabajo y a la ca-pacidad como causas de propiedad y de desigualdadsocial. La conclusión de los dos capítulos será, de unlado, que el derecho de ocupación impide la propiedad,y de otro, que el derecho del trabajo la destruye.

II. Concebida, pues, la propiedad necesariamente ba-jo la razón categórica de igualdad, he de investigar porqué, a pesar de la lógica, la igualdad no existe. Esta nue-va labor comprende también dos capítulos: en el prime-ro, considerando el hecho de la propiedad en sí mismo,investigaré si ese hecho es real, si existe, si es posible;porque implicaría contradicción que dos formas socia-les contrarias, la igualdad y la desigualdad, fuesen posi-bles una y otra conjuntamente. Entonces comprobaréel fenómeno singular de que la propiedad puede ma-nifestarse como accidente, mientras como institución

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y principio es imposible matemáticamente. De suerteque el axioma ab actu ad posse valet consecutio, del he-cho a la posibilidad, la consecuencia es buena, se en-cuentra desmentido en lo que a la propiedad se refiere.

Finalmente, en el último capítulo, llamando en nues-tra ayuda a la psicología y penetrando a fondo en lanaturaleza del hombre, expondré el principio de lo jus-to, su fórmula, su carácter: determinaré la ley orgánicade la sociedad; explicaré el origen de la propiedad, lascausas de su establecimiento, de su larga duración y desu próxima desaparición; estableceré definitivamentesu identidad con el robo; y después de haber demos-trado que estos tres prejuicios, soberanía del hombre,desigualdad de condiciones, propiedad, no son más queuno solo, que se pueden tomar uno por otro y son re-cíprocamente convertibles, no habrá necesidad de es-fuerzo alguno para deducir, por el principio de contra-dicción, la base de la autoridad y del derecho. Termi-nará ahí mi trabajo, que proseguiré en sucesivas publi-caciones.

La importancia del objeto que nos ocupa embargatodos los ánimos.

«La propiedad —dice Hennequin— es el principiocreador y conservador de la sociedad civil… La propie-dad es una de esas tesis fundamentales a las que no

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conviene aplicar sin maduro examen las nuevas ten-dencias. Porque no conviene olvidar nunca, e importamucho que el publicista y el hombre de Estado esténde ello bien convencidos, que de la solución del proble-ma sobre si la propiedad es el principio o el resultadodel orden social, si debe ser considerada como causao como efecto, depende toda la moralidad, y por es-ta misma razón, toda la autoridad de las institucioneshumanas».

Estas palabras son una provocación a todos los hom-bres que tengan esperanza y fe en el progreso de la hu-manidad. Pero aunque la causa de la igualdad es her-mosa, nadie ha recogido todavía el guante lanzado porlos abogados de la propiedad, nadie se ha sentido convalor bastante para aceptar el combate. La falsa sabi-duría de una jurisprudencia hipócrita y los aforismosabsurdos de la economía política, tal como la propie-dad la ha formulado, han oscurecido las inteligenciasmás potentes. Es ya una frase convenida entre los titu-lados amigos de la libertad y de los intereses del puebloque la igualdad es una quimera. A tanto llega el poderque las más falsas teorías y las más mentidas analogíasejercen sobre ciertos espíritus, excelentes bajo otrosconceptos, pero subyugados involuntariamente por elprejuicio general. La igualdad nace todos los días. Sol-

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dados de la libertad, ¿desertaremos de nuestra banderaen la víspera del triunfo?

Defensor de la igualdad, hablaré sin odio y sin ira,con la independencia del filósofo, con la calma y laconvicción del hombre libre. ¿Podré, en esta lucha so-lemne, llevar a todos los corazones la luz de que estápenetrado el mío, y demostrar, por la virtud de mis ar-gumentos, que si la igualdad no ha podido vencer conel concurso de la espada es porque debía triunfar conel de la razón?

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Dios y el estado1 (MijailBakunin2)

I

Hasta el siglo de Galileo y de Copérnicotodo el mundo había creído que el sol gi-

1 De: Dios y el Estado, Valencia, Sempere, s/f.2 De Bakunin puede afirmarse con seguridad que amigos y

enemigos lo consideraban por su fidelidad a la causa proletaria.Marx y Engels, con los cuales se enfrentó en la Primera Interna-cional, aún en el calor de la lucha, tuvieron hacia él una actitudde respeto personal. Nació en 1814 en una familia burguesa rusa.Pasó la mayor parte de su vida en el exilio por su actividad revo-lucionaria contra el zarismo. Tal como lo hemos precisado en laintroducción, es partidario del llamado «colectivismo anárquico»,doctrina a la cual llega después de muchos años en los que adhierea movimientos democrático-burgueses revolucionarios. Participóen la revolución de junio de 1848 en Francia. En 1849 pasa a Dres-de (Alemania) para encabezar la revolución; es detenido y conde-nado a muerte. Reclamado por Rusia es entregado por los alema-

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raba en torno de la tierra. Y ¿no se ha-bía engañado todo el mundo? ¿Hay algomás antiguo y más universal que la escla-vitud? La antropofagia, quizás. Desde elorigen de la sociedad histórica hasta nues-tros días, siempre y en todas partes existióla explotación del trabajo obligatorio delas masas, esclavas, siervas o asalariadaspor una minoría dominadora; opresión delos pueblos por la Iglesia y por el Esta-do. ¿Se ha de deducir de esto que tal ex-plotación y tal opresión son necesidadesabsolutamente inherentes a la existenciade la sociedad humana?Hay ejemplos quedemuestran que la argumentación de losabogados del buen Dios no prueba nada.

Nada es, en efecto, ni tan universal ni tan antiguo co-mo lo inicuo y lo absurdo; la verdad y la justicia, por

nes, pero en 1861 huye nuevamente. Vivió desde entonces prefe-rentemente en Italia o Suiza.

Participa en la Primera Internacional de la cual es expulsado,combatiendo el «estatismo y autoritarismo» deMarx y Engels des-de la Alianza de la Democracia Socialista. Sumayor influencia cris-taliza en España e Italia. Murió en Suiza en 1876.

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el contrario, son lo menos universal y lo más joven enel desarrollo de las sociedades humanas. De este modose explica, por otra parte, un fenómeno histórico cons-tante: las persecuciones de que los que primero procla-man la verdad han sido y continúan siendo objeto porparte de los representantes oficiales, interesados en eldesarrollo de las creencias «universales» y «antiguas»,y con frecuencia por parte de aquellas mismas masaspopulares, que, después de haber sido por ellos ator-mentadas, concluyen por adaptar y por hacer triunfarsus ideas.

Para nosotros, materialistas y socialistas revolucio-narios, nada hay de sorprendente en ese fenómenohistórico que ningún miedo nos causa. Orgullosos denuestra conciencia, de nuestro amor a la verdad, deesta pasión lógica que constituye por sí sola un granpoder, y fuera de la cual no hay pensamiento; orgu-llosos de nuestra pasión por la justicia y de nuestrafe inquebrantable en el triunfo de la humanidad con-tra todas las bestialidades teóricas y prácticas; orgullo-sos, en fin, de la confianza y del apoyo mutuos que seprestan los pocos hombres que profesan nuestras con-vicciones, nos resignamos por nosotros mismos antetodas las consecuencias de ese fenómeno histórico, enel que vemos la manifestación de una ley social tan

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natural, tan necesaria y tan invariable como las demásleyes que gobiernan el mundo.

Esta ley es una consecuencia lógica, inevitable, delorigen animal de la sociedad humana: y frente a to-das las pruebas científicas fisiológicas, psicológicas ehistóricas que se han acumulado en nuestros días, asícomo ante las hazañas de los alemanes conquistado-res de Francia, que hoy se entregan a una demostra-ción tan resonante, no es posible dudar. Pero, desdeel momento en que se acepta este origen animal delhombre, todo queda explicado. La historia se nos pre-senta entonces como la negación revolucionaria, tanpronto lenta, apática, semidormida, como apasionaday poderosa, del pasado. Consiste ella precisamente enla negación progresiva de la animalidad primera delhombre por el desarrollo de su humanidad. El hom-bre, animal feroz, primo del gorila, partió de la nocheprofunda del instinto animal para llegar a la luz del es-píritu, lo que explica de una manera completamentenatural todas sus pesadas divagaciones y nos consue-la en parte de sus presentes yerros. Partió de la escla-vitud animal, y, atravesando la esclavitud divina, tér-mino transitorio entre su animalidad y su humanidad,marcha hoy hacia la conquista y a la realización de lahumana libertad. De donde resulta que la antigüedad

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de una creencia, de una idea, lejos de probar algo ensu favor, debe, por el contrario, hacérnosla sospecho-sa. Porque tras de nosotros está nuestra animalidad yante nosotros nuestra humanidad; la luz humana, úni-ca que puede damos calor y alumbrarnos, la única quenos puede emancipar, hacernos dignos, libres, felices,y realizar la fraternidad entre nosotros, no está nun-ca en su principio, sino que se halla en relación con laépoca en que se vive, siempre al final de la historia.

Miremos, pues, siempre delante, nunca atrás, por-que delante está nuestro sol, nuestra salvación; si nosestá permitido, si hasta nos es útil, necesario, volver-nos para estudiar nuestro pasado, no es sino a fin deque nos fijemos en lo que fuimos y veamos lo que nodebemos ser lo que creimos y pensamos, y lo que nodebemos ya creer ni pensar, lo que hicimos y no debe-mos hacer.

Esto en cuanto a la antigüedad. Respecto a la uni-versalidad de un error, no prueba más que una cosa;la similitud, sino la perfecta identidad de la naturalezahumana, en todos los tiempos y bajo todos los climas.¿Y porque esté probado que todos los pueblos, en todaslas épocas de su vida, han creído y creen aún en Dios,debemos de decir sencillamente que la idea divina, sa-lida de nosotros mismos, es un error históricamente

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necesario en el desarrollo de la humanidad, y pregun-tarnos por qué y cómo se ha producido en la historiaporque la inmensa mayoría de la especie humana laacepta todavía como una verdad?

Mientras no nos expliquemos cómo la idea de unmundo sobrenatural o divino se produjo y pudo fa-talmente producirse en el desarrollo histórico de laconciencia humana, podremos encontrarnos científi-camente convencidos de lo absurdo de esta idea, masnunca llegaremos a destruirla en la opinión de la ma-yoría, porque nunca sabremos atacarla en las profun-didades del ser humano en que naciera. Condenados auna lucha estéril, sin resultado y sin fin, siempre ten-dremos que limitarnos a atacarla superficialmente, ensus innumerables manifestaciones, cuyo absurdo ape-nas domado por los golpes del buen sentido, reaparece-rá inmediatamente bajo una forma nueva y no menosinsensata. Mientras la raíz de todos los absurdos queatormentan el mundo no haya sido destruida, la creen-cia en Dios continuará intacta y no dejará de producirnuevos retoños. Así es como en nuestros días, en cier-tas regiones de la más elevada sociedad, el espiritismotiende a instalarse sobre las ruinas del cristianismo.

No es solamente en interés de las masas; es tambiénen el de la salud de nuestro espíritu. Debemos esfor-

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zarnos para conocer la génesis histórica, la sucesiónde las causas que desarrollaron y produjeron la ideade Dios en la conciencia de los hombres. Podremos lla-marnos y creernos ateos; mientras no hayamos com-prendido tales causas, en balde trataremos de no dejar-nos dominar más o menos por los clamores de aquellaconciencia universal cuyo secreto no habremos descu-bierto; y, vista la debilidad natural del individuo, aundel más fuerte, contra la poderosísima influencia delmedio social que la sujeta, siempre estamos expuestosa caer, tarde o temprano y de un modo o de otro, enel abismo del absurdo religioso. Los ejemplos de estasconversiones son algo frecuentes en la sociedad actual.

II

He dicho: «la razón práctica principal delpoder que todavía ejercen las creencias re-ligiosas sobre lasmasas». Estas disposicio-nes místicas antes denotan en el hombreun profundo descontento del corazón, queuna aberración de espíritu. Son la protes-ta instintiva y apasionada del ser humanocontra las estrecheces, las vulgaridades,

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los dolores y las vergüenzas de una exis-tencia miserable. Y dije y repito que paracombatir esta enfermedad no haymás queun remedio: la revolución social.

En otros trabajos quise exponer las causas que pre-cedieron al nacimiento y al desarrollo histórico de lasalucinaciones religiosas en la conciencia del hombre.No es mi intención tratar hoy de la existencia de unDios, ni del origen divino del mundo y del hombre sinodesde el punto de vista de su utilidad moral y social, ysólo diré algunas palabras acerca de la razón teóricade esta creencia, a fin de explicar mejor lo que pienso.

Todas las religiones, con sus dioses, sus semidiosesy sus profetas, sus mesías y sus santos, fueron crea-das por la fantasía crédula de los hombres, que aún nollegaron al pleno desarrollo y a la plena posesión desus facultades intelectuales. Por consiguiente, el cieloreligioso no es otra cosa que un espejo en que el hom-bre, exaltado por la ignorancia y la fe, mira su propiaimagen, pero prolongada en todo sentido y su posicióncontraria a la natural, es decir, divinizada. La historiade las religiones, la del nacimiento, de la grandeza yde la decadencia de los dioses que se sucedieron en lacreencia humana, no es, pues, otra cosa que el desa-

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rrollo de la inteligencia y de la conciencia colectivasde los hombres. A medida que, en su marcha histórica-mente progresiva, descubrían, ya en sí mismos, ya enla naturaleza exterior, una fuerza, una cualidad, hastaun gran defecto cualquiera, los atribuían a sus dioses,después de haberlos exagerado, como acostumbran ahacerlo los niños, por medio de un acto de su fantasíareligiosa. Gracias a esta modestia y a esta piadosa ge-nerosidad de los hombres creyentes y crédulos el cielose enriqueció con los despojos de la tierra, y, por unaconsecuencia necesaria, cuanto más rico hacíase el cie-lo, la humanidad y la tierra tornábanse más miserables.Una vez instaurada la divinidad, fue naturalmente pro-clamada como causa, razón, árbitro y dispensador ab-soluto de todas las cosas: el mundo no fue ya nada, ellalo fue todo; y el hombre, su verdadero creador, despuésde sacarla de la nada a su pesar, se arrodilló ante ella,la adoró y se proclamó su criatura y su esclavo.

El cristianismo es precisamente la religión por exce-lencia, porque expone y manifiesta, en su plenitud, lanaturaleza, la propia esencia de todo sistema religioso,que es el empobrecimiento, la esclavitud y el aniquila-miento de la humanidad en beneficio de la divinidad.

Siéndolo Dios todo, el mundo real y el hombre noson nada. Siendo Dios la verdad, la justicia, el bien, lo

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bello, el poder y la vida, el hombre es la mentira, lainiquidad, el mal, la fealdad, la impotencia y la muer-te. Siendo Dios el amor, el hombre es el esclavo. Inca-paz de hablar por sí mismo la justicia, la verdad y lavida eterna, el hombre no puede alcanzarla sino pormedio de una revelación divina. Pero quien dice reve-lación dice revelaciones, mesías, profetas, sacerdotes ylegisladores inspirados por el mismo Dios; y, una vezreconocidos éstos como los representantes de la divi-nidad en la tierra, como los santos instauradores de lahumanidad, elegidos por el mismo Dios para dirigirlaen la vía de salvación, ejercen forzosamente un poderabsoluto. Todos los hombres les deben una obedienciapasiva e ilimitada; porque contra la razón divina nohay razón humana, y contra la justicia de Dios no hayjusticia terrestre. Esclavos de Dios, los hombres debenserlo igualmente de la Iglesia y del Estado, mientras es-te último esté consagrado por la Iglesia. Esto es lo que,de todas las religiones que han existido, el cristianis-mo comprendió mejor que las otras, sin exceptuar lamayoría de las religiones orientales, las cuales no abra-zaron más que pueblos distintos y privilegiados, mien-tras que el cristianismo tiene la pretensión de abrazarla humanidad entera; esto es lo que, de todas las sectascristianas, el catolicismo romano comprendió y realizó

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con una rigurosa consecuencia. Tal es el motivo por-que el cristianismo es la religión absoluta, la últimareligión; porque la iglesia apostólica y romana es laúnica consecuente, legítima y divina.

No les disguste, pues, a los metafísicos y a los idea-listas religiosos, filósofos, políticos o poetas, que diga:

La idea de Dios implica la abdicación de larazón y de la justicia humanas; es la nega-ción más decisiva de la libertad humana yconduce necesariamente a la esclavitud delos hombres, así en la teoría como en la prác-tica.

Salvo que deseemos la esclavitud y el envilecimien-to de los hombres, como los jesuitas, los monistas, lospietistas o losmetodistas protestantes, no podemos, nodebemos hacer la menor concesión, ni al Dios de la teo-logía ni al de la metafísica. El que, en el alfabeto mís-tico, empiece por Dios, deberá fatalmente acabar porDios; el que quiera adorar a Dios, sin hacerse pueri-les ilusiones, debe de principiar por renunciar valien-temente a su libertad y a su humanidad.

Si Dios existe, el hombre es esclavo; y el hombrepuede, debe ser libre; luego Dios no existe.

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Desafío a quien quiera aceptar el reto a que salga deeste círculo.

III

¿Hará falta recordar cómo y hasta quépunto las religiones embrutecen y corrom-pen los pueblos? Matan en ellos la razón,el principal instrumento de emancipaciónhumana, y los reducen a la imbecilidad,condición esencial de la esclavitud. Des-honran el trabajo humano y hacen de élmuestra y fuente del servilismo. Matan lanoción y el sentimiento de la justicia hu-mana, haciendo que la balanza se inclinesiempre del lado de los pícaros triunfan-tes, objetos privilegiados de la divina gra-cia. Ahogan en el corazón de los pueblostodo sentimiento de fraternidad humana,llenándole de crueldad.

Todas las religiones son crueles, todas tienen por ba-se la sangre; porque todas reposan principalmente so-bre la idea de sacrificios, es decir, sobre la inmolaciónperpetua de la humanidad en la insaciable venganza

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de la divinidad. En este sangriento misterio, el hombresiempre es la víctima, y el sacerdote, hombre también,pero hombre privilegiado por la gracia, es el verdugodivino. Esto nos explica porqué los sacerdotes de todaslas religiones, los mejores, los más humanos, los mástiernos, tienen siempre, en el fondo de su corazón —si no en el corazón en la imaginación, en el espíritu—,algo de cruel y de sanguinario.

IV

Nuestros idealistas contemporáneos sa-ben mejor que nadie todo esto. Son hom-bres sabios que conocen su historia al de-dillo; y, como son a la vez hombres vivos,grandes almas penetradas de un amor sin-cero y profundo encaminado a hacer la di-cha de la humanidad, maldijeron y procu-raron echar tierra sobre aquellas acciones,sobre tales crímenes religiosos con unaelocuencia incomparable. Rehusan indig-nados toda solidaridad con el Dios de lasreligiones positivas y con sus representan-tes pasados y presentes en la tierra.

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El Dios a quien adoran, o al que creen adorar, se dife-rencia precisamente de los dioses reales de la historiaen que no es un Dios del todo positivo, determinado deuna u otra manera, teológica o metafísicamente. No esni el Ser Supremo de Robespierre y J.-J. Rousseau, ni eldios panteísta de Spinoza, ni aun el dios a la vez inocen-te, trascendental y muy equívoco de Hegel. Guárdansemucho de darle una determinación positiva cualquie-ra, comprendiendo muy bien que toda determinaciónsería someterlo a la acción disolvente de la crítica. Nodirán de él si es un dios personal o impersonal, si creóo no creó el mundo; ni tampoco hablarán de su divi-na providencia. Todo esto podría comprometerlos. Selimitarán a decir: «Dios»; y ni una palabra más. Pero,¿quién es, entonces, su dios? No es ni siquiera una idea;es una aspiración.

Es la palabra genérica de todo cuanto parece gran-de, bueno, hermoso, noble, humano. Pero, ¿por qué nodicen: el hombre? Sucede que el rey Guillermo de Pru-sia y el emperador Napoleón III eran también hombres.Eso es lo que les preocupa. La humanidad real nos pre-senta el conjunto de todo lo que hay de más sublime,de más bello y de todo lo que hay de más vil y demás monstruoso en el mundo. ¿Como salir del círcu-lo? Para escapar llaman, recurren a uno, divino, y a

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otro, animal, y en ellos se representan la divinidad y laanimalidad como dos polos, entre los cuales colocan lahumanidad. No quieren o no pueden comprender queestos tres términos no forman sino uno, y que se lesdestruye si se les separa.

No están fuertes en lógica, y se diría que la despre-cian. Esto es lo que les distingue de los metafísicos,panteístas y deístas, y lo que imprime a sus ideas elcarácter de un idealismo práctico, encaminando susaspiraciones menos hacia el desarrollo severo de unpensamiento sobre las experiencias, casi diría las emo-ciones, históricas, colectivas e individuales, de la vida.Lo cual da a su propaganda una apariencia de riquezay de poder vital, pero sólo una apariencia; porque aúnla vida se torna estéril cuando se ve paralizada por unacontradicción lógica.

Esta es la contradicción: quieren a Dios y quierena la humanidad. Se obstinan en juntar dos términosque, una vez separados, no pueden volverse a encon-trar sino para destruirse mutuamente. Dicen: «Dios esla libertad del hombre, Dios es la dignidad, la justicia,la igualdad, la fraternidad, la prosperidad de los hom-bres», sin acordarse de la lógica fatal, en cuya virtud,si Dios existe, todo esto está condenado a no existir.Porque si Dios existe es necesariamente el amo eterno,

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supremo, absoluto; y si este amo existe, el hombre esesclavo; y si es esclavo no hay ni justicia, ni igualdad,ni fraternidad, ni prosperidad posibles. Podrán contrael buen sentido y contra todas las experiencias de lahistoria, representarse a su Dios animado por el mástierno amor a la libertad humana: un amo, haga lo quequiera y por liberal que quiera mostrarse, no deja deser amo. Su existencia implica necesariamente la escla-vitud de cuanto está debajo de él. Luego si Dios exis-tiera, no habría para él sino un solo medio de servir ala libertad humana; cesar de existir.

Enamorado y celoso de la libertad humana, y consi-derándola como la condición absoluta de todo cuandoadoramos y respetamos en la humanidad, enmiendo lafrase de Voltaire, y digo que: si Dios no existiera, seríanecesario inventarlo.

V

La severa lógica que me dicta estas pala-bras es demasiado evidente para que ten-ga necesidad de desarrollar mi argumen-tación. Me parece imposible que los hom-bres ilustres cuyos nombres he citado, cé-

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lebres y respetados con justicia, no se ha-yan sentido sorprendidos, no hayan nota-do la contradicción en que incurrieron alhablar a un tiempo de Dios y de la libertadhumana. Para que ellos continuaran consus ideas, sin duda debieron pensar queaquella inconsecuencia, que aquella con-tradicción, era prácticamente necesaria albienestar de la humanidad.

Es también probable que, siempre hablando de liber-tad, que es para ellos muy respetable y muy querida,la comprendan de otro modo del que la concebimosen nuestra cualidad de materialistas y socialistas revo-lucionarios; pues, en efecto, nunca hablan de ella sinagregar en seguida otra palabra, la de autoridad, pala-bra y concepto que detestamos con toda la fuerza denuestros corazones.

¿Qué viene a ser la autoridad? ¿Es el poder inevi-table de las leyes naturales que se manifiestan en elencadenamiento y en la sucesión fatal de los fenóme-nos del mundo físico y del mundo social? En efecto,contra estas leyes, la rebelión está prohibida, y se haceademás imposible. Podemos desconocerlas o no cono-cerlas aún pero no podemos desobedecerlas, porque

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constituyen la base y las condiciones de nuestra exis-tencia; nos envuelven, nos inundan, regulan nuestrosmovimientos, nuestros pensamientos y nuestras accio-nes. Por consiguiente, aun cuando creamos desobede-cerlas, no hacemos otra cosa que manifestar su inmen-so poder.

Sí somos absolutamente esclavos de esas leyes. Pe-ro no hay nada humillante en tal esclavitud. Porque laesclavitud supone un amo exterior, un legislador quese halla fuera de aquel a quien manda; mientras queesas leyes no están en esa posición; no están fuera denosotros; nos son inherentes, constituyen nuestro ser,corporal, intelectual y moral: no vivimos, no respira-mos, no obramos, no pensamos, no queremos más quepor ellas. Fuera de ellas no somos nada, no existimos.¿De dónde sacaríamos, pues, el poder y el querer rebe-larnos contra ellas?

Ante las leyes naturales, no hay para el hombre sinouna libertad posible: reconocerlas y aplicarlas cada vezmás, conforme al objeto de emancipación o de huma-nización colectiva e individual que persiga. Reconoci-das estas leyes, la autoridad que ejercen no es nuncadiscutida por la masa de los hombres. Es necesario serun teólogo, o por lo menos un metafísico, un juristao un economista burgués, para rebelarse contra una

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ley según la cual 2 y 2 son 4. Es necesario tener fe pa-ra imaginarse que no se arderá en el fuego y que nose ahogará uno en el agua, a menos de recurrir a unsubterfugio cualquiera y fundado igualmente en cual-quier otra ley natural. Pero estas rebeliones, mejor di-cho estas tentativas o estas locas ideas de una rebeliónimposible, no forman sino una excepción bastante ra-ra; porque, en general, se puede decir que la masa delos hombres, en su vida cotidiana, se dejan gobernarpor el buen sentido, lo que quiere decir por la suma delas leyes naturales generalmente reconocidas, de unamanera poco menos que absoluta.

La gran desgracia es que muchas leyes naturales, yareconocidas como tales por la ciencia, son desconoci-das para las masas populares, a causa de los cuidadosde esos gobiernos tutelares que no existen, como essabido, sino para bien de los pueblos.

Hay, además, un grave inconveniente: la mayoría delas leyes naturales, que se hallan unidas al desarrollode la sociedad humana y que son tan necesarias e in-variables como las leyes que gobiernan el mundo físi-co, no han sido debidamente reconocidas por la cien-cia. En cuanto lo estén, primeramente por la ciencia, ycuando ésta, por medio de un amplio sistema de edu-cación y de instrucción popular, las haya hecho pasar

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a la conciencia de todos, la cuestión de la libertad esta-rá perfectamente resuelta. Las autoridades más recal-citrantes deberán reconocer que entonces no habrá ne-cesidad ni de organización, ni de dirección, ni de legis-lación políticas, tres cosas que, ya emanen de la volun-tad del soberano, ya de la votación de un parlamentoelegido por sufragio universal, y aun cuando estén deacuerdo con el sistema de las leyes naturales —lo quenunca ha ocurrido, ni puede nunca ocurrir— son siem-pre igualmente funestas y contrarias a la libertad delas masas, por el solo hecho de imponerles un sistemade leyes exteriores y por consiguiente despóticas.

La libertad del hombre consiste únicamente en queobedezca a las leyes naturales, que él mismo recono-ció como tales, no porque le fueran exteriormente im-puestas por una voluntad extraña, humana o divina,colectiva o individual.

Suponed una academia de sabios, compuesta de losrepresentantes más ilustres de la ciencia; suponed queesta academia se halla encargada de la legislación, dela organización de la sociedad, y que, no inspirándosesino en el amor a la verdad más pura, sólo dicte leyesabsolutamente conformes con los más recientes des-cubrimientos de la ciencia. Pues bien, yo afirmo queesta legislación y esta organización serán una mons-

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truosidad, por dos razones: la primera, que la cienciahumana no es nunca perfecta, y que comparando loque ha descubierto con lo que le falta descubrir, pue-de decirse que aún está en la cuna. De modo que si sequisiera obligar a la vida práctica, así colectiva comoindividual de los hombres, a conformarse estricta, ex-clusivamente a los últimos adelantos de la ciencia, secondenaría a la sociedad y a los individuos a ser mar-tirizados sobre un lecho de Procusto, que concluiríapronto por dislocarlos y por ahogarlos, por ser la vi-da infinitamente más amplia que la ciencia. La segun-da razón reside en que una sociedad que obedecieraa una legislación emanada de una academia científica,no porque ella hubiera comprendido su carácter racio-nal, en cuyo caso, la existencia de la academia seríainútil, sino por esta legislación, se impondría en nom-bre de una ciencia que ella veneraría sin comprenderla,tal sociedad sería una sociedad no de hombres, sino deanimales. Sería una segunda edición de aquellas mi-siones del Paraguay que se dejaron gobernar durantetanto tiempo por la compañía de Jesús. No dejaría dedescender pronto al grado más bajo de imbecilidad.

Y existe una tercera razón que haría imposible talgobierno: que una academia científica revestida de esasoberanía, por así decirlo absoluta, aun cuando estu-

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viera compuesta de los hombres más ilustres, conclui-ría, infaliblemente y pronto, por corromperse, moral eintelectualmente.

Esa es hoy ya, con los escasos privilegios que seles conceden, la historia de todas las academias. Elmás grande genio científico, desde el momento en quese hace académico, sabio oficial, desciende inevitable-mente y se duerme. Pierde su espontaneidad, su atre-vimiento revolucionario, y esa energía incómoda y sal-vaje que caracteriza la naturaleza de los más grandesgenios, llamada siempre a destruir los mundos viejosy a extender los cimientos de los nuevos. Es indudableque gana en ceremonia, en sabiduría útil y práctica, loque pierde en poder de pensamiento. Se corrompe, enuna palabra.

Es propio del privilegio y de toda posición privile-giada matar el talento y el corazón de los hombres. Elser privilegiado, ya política, ya económicamente, es unhombre depravado de espíritu y de corazón. Esta esuna ley social que no admite excepción, y que se aplicatanto a naciones enteras como a las clases, a las com-pañías y a los individuos. Es ésta la ley de la igualdad,condición suprema de la libertad y de la humanidad.El objeto principal de este estudio es precisamente de-

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mostrar esta verdad en todas las manifestaciones de lavida humana.

Un cuerpo científico al que se hubiera confiado el go-bierno de la sociedad, concluiría pronto por no ocupar-se de la ciencia, y sí de otro tema, el de todos los pode-res establecidos; ello equivaldría a eternizarse, llevan-do a la sociedad a sus cuidados, confiada, más estúpiday, por consiguiente, más necesitada de su gobierno yde su dirección.

Y lo que es verdad en cuanto a los académicos cien-tíficos, lo es igualmente en lo que respecta a las asam-bleas constituyentes y legislativas, aun cuando éstasfuesen resultados del sufragio universal. Cierto que és-te puede renovar la composición, lo cual no impide queno se forme con el curso de los años un cuerpo de polí-ticos, privilegiados de hecho, no de derecho, y que en-tregándose exclusivamente a la dirección de los asun-tos públicos de un país, concluyan por formar una es-pecie de aristocracia o de oligarquía política. Testigosde este proceso son los Estados Unidos de América ySuiza.

Así, nada de legislación exterior, nada de autoridad,por ser la una inseparable de la otra y ambas tender alservilismo de la sociedad y al embrutecimiento aun delos mismos legisladores.

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VI

¿Dedúcese de esto que rechazo toda auto-ridad? Lejos de mí tal idea. Cuando se tra-ta de botas, fío en la autoridad de los zapa-teros; si se trata de una casa, de un canal ode un camino de hierro, consulto la de unarquitecto o un ingeniero. Para tal o cualciencia especial me dirijo a tal o cual sa-bio. Mas de ningún modo permito se meimponga el zapatero, ni el ingeniero, ni elsabio. Los acepto libremente y con todo elrespeto que merezcan su inteligencia, sucarácter, su saber, reservándome siempremi derecho incontestable de crítica y deexamen. No me limito a consultar a unaautoridad especialista, consulto a muchas;comparo sus opiniones y elijo la que másjustame parece. Pero no reconozco autori-dad infalible ni aun en los asuntos especia-les. Por consiguiente, aunque mucho seael respeto que me inspire la humanidad yla sinceridad de tal o cual individuo, notengo fe absoluta en nadie. Tal fe sería fa-tal a mi razón, a mi libertad y aun al éxito

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de mis empresas; me transformaría inme-diatamente en esclavo estúpido, en instru-mento de la voluntad y de los intereses deotro.

Si me inclino ante la autoridad de los especialistas,y si me declaro dispuesto a seguir con cierta medida ymientras me parezca necesario, sus indicaciones y aunsu dirección, es porque tal autoridad nome fue impues-ta por nadie, ni por los hombres, ni por Dios. De otromodo, las rechazaría con horror, y enviaría al diablosus consejos, su dirección y sus servicios, seguro deque de lo contrario me harían pagar con mi libertady mi dignidad las apariencias de verdad, envueltas enmuchas mentiras, que pudieran ofrecerme.

Me inclino ante la autoridad de los especialistas, por-que su autoridad me es impuesta por mi propia razón.Tengo la conciencia de no poder abrazar, en todos susdetalles y sus desarrollos positivos, sino una pequeñísi-ma parte de la ciencia humana. La inteligencia mayorno bastaría para abrazarla toda. De donde resulta, pa-ra la ciencia como para la industria, la necesidad de ladivisión y de la asociación del trabajo. Recibo y doy;tal es la vida humana. Todos gobernamos y somos go-bernados. Luego no hay autoridad fija y constante, y sí

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un cambio continuo de autoridad y de subordinaciónmutuas, pasajeras, y sobre todo, voluntarias.

Esta misma razón me prohíbe, pues, reconocer unaautoridad fija, constante y universal, porque no hayningún hombre universal, hombre que sea capaz deabrazar, con la riqueza de detalles sin la que la apli-cación de la ciencia a la vida no es posible, todas lasciencias y todas las ramas de la vida social. Y, si taluniversalidad se hallara en un hombre, si éste quisie-ra valerse de ella para imponernos su voluntad, seríanecesario arrojar a ese hombre de la sociedad, porquesu autoridad reduciría inevitablemente a los demás ala esclavitud y a la imbecilidad. No pienso que la so-ciedad debe maltratar a los hombres de genio comolo ha venido haciendo hasta la fecha; pero no piensoque su deber sea cebarlos, ni concederles, sobre todo,privilegios o derechos exclusivos. Y esto por tres razo-nes: primero, porque con frecuencia sería tomado porgenio un charlatán; en segundo término porque, gra-cias a este sistema de privilegios, podría transformaren charlatán al verdadero hombre de genio, desmorali-zándole y embruteciéndole; y, en tercer lugar, porquese impondría un amo.

Resumo: reconocemos, por la autoridad absoluta dela ciencia, porque la ciencia no tiene otro objeto que

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la reproducción mental, reflexionada y tan sistemáticacomo posible sea, leyes naturales que son inherentesa la vida material, intelectual y moral, así del mundofísico como social, dos mundos que no constituyen, enrealidad, sino un solo mundo natural. Fuera de esta au-toridad, la única legítima, porque es racional y se ha-lla de acuerdo con la libertad humana, declaramos atodas las otras autoridades embusteras, arbitrarias yfunestas.

Reconocemos la autoridad absoluta de la ciencia, pe-ro rechazamos la infalibilidad y universalidad del sa-bio. En nuestra iglesia —séame permitido servirme porun momento de esta expresión que, por otra parte, de-testo, pues la Iglesia y el Estado son mis dos arañasnegras— en nuestra iglesia, como en la Iglesia protes-tante, hay un jefe, un Cristo invisible: la ciencia, y co-mo los protestantes o más consecuentes aún que losprotestantes, no queremos sufrir ni papa, ni concilio,ni cónclaves de cardenales infalibles, ni obispos, ni aunsacerdotes. Nuestro Cristo distínguese del Cristo pro-testante y cristiano en que este último es un ser perso-nal, y el nuestro es impersonal; el Cristo cristiano, yareconocido en un pasado eterno, se presenta como unser perfecto, mientras que el reconocimiento y la per-fección de nuestro Cristo, la ciencia, dependen siem-

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pre del porvenir; lo que equivale a decir que no se rea-lizarán nunca. No reconociendo más autoridad absolu-ta que la de la ciencia absoluta, no comprometemos deningún modo nuestra libertad.

Por ciencia absoluta entiendo la ciencia verdadera-mente universal que reprodujera idealmente, en todasu extensión y en todos sus detalles íntimos, el univer-so, el sistema o la coordinación de todas las leyes natu-rales que manifestara el desarrollo de los mundos. Esevidente que esta ciencia, objeto sublime de todos losesfuerzos del espíritu humano, nunca se realizará en suplenitud absoluta. Nuestro Cristo permanecerá, pues,eternamente inacabado, lo que debe domar mucho elorgullo de sus representantes. Contra aquel Dios hijo,en nombre del cual pretendieron imponernos su auto-ridad insolente y pedante, llamaremos al Dios padre,que es el mundo real, la vida real, de la que aquél noes sino la expresión demasiado imperfecta, y de la quenosotros somos los representantes inmediatos, noso-tros, seres reales, que vivimos, trabajamos, combati-mos, amamos, aspiramos, gozamos y sufrimos.

Pero, rechazando la autoridad absoluta, universal einfalible de los hombres de ciencia, nos inclinamos debuen grado ante la autoridad respectiva, aunque relati-va ymuy pasajera, muy limitada, de los representantes

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de las ciencias especiales; no pretendemos otra cosaque consultarlas una tras otra; agradeceremos mucholas preciosas indicaciones que nos den, a condición deque quieran recibirlas de nosotros sobre las cosas y enlas ocasiones en que seamos más entendidos que ellos.En general, no deseamos sino ver cómo los hombresdotados de gran saber, de gran experiencia, de gran es-píritu, y sobre todo, de un gran corazón, ejercen sobrenosotros una influencia natural y legítima, libremen-te aceptada y nunca impuesta en nombre de ningunaautoridad celestial o terrestre. Aceptamos todas las au-toridades naturales y todas las influencias de hecho,ninguna de derecho; porque toda autoridad o influen-cia de derecho, y como tal oficialmente impuesta, tor-nándose en seguida una opresión y una mentira, nosimpondría infaliblemente, comome parece haberlo de-mostrado, la esclavitud y el absurdo.

Rechazamos, en una palabra, toda legislación, todaautoridad y toda influencia privilegiada, patente, ofi-cial y legal, aunque resulta del sufragio universal, con-vencidos de que nunca podrían obrar sino en provechode una minoría dominante y explotadora contra los in-tereses de la mayoría esclavizada.

En este sentido somos realmente anarquistas.

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El comunismo anarquista1

(Pedro Kropotkin2)

I

Toda sociedad que rompa con la propie-dad privada se verá en situación de orga-nizarse en comunismo anarquista.

1 De: La conquista del pan, Buenos Aires, Domingo FerrariEditor, s/f.

2 Nació en Moscú en 1842; proviene de una familia de prínci-pes; murió cerca de esa misma ciudad en 1921. Estudió en la escue-la de cadetes de San Petersburgo y fue oficial en Siberia. Dimitiódespués de la insurrección polaca y participó en varias expedicio-nes científicas. En 1872 adhiere al grupo bakuninista de la PrimeraInternacional. Es detenido en 1874 en Rusia y se refugia primeroen Gran Bretaña y luego en Suiza. Funda el periódico anarquistaLa Revolte. Expulsado de Suiza se traslada a Francia donde en 1883es condenado a prisión por actos terroristas. Es indultado en 1886,se refugia nuevamente en Inglaterra; regresa a Rusia luego de larevolución de febrero de 1917. Toma posición junto con Plejánov

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Hubo un tiempo en que una familia de aldeanos po-día considerar el trigo que hacía crecer y las vestidu-ras de lana tejidas en la choza como productos de supropio trabajo. Aun entonces, esta manera de ver noera enteramente correcta. Había caminos y puenteshechos en común, pantanos desecados por un traba-jo colectivo y pastos comunes cercados por setos quetodos costeaban. Una mejora en las artes de tejer o enel modo de tintar los tejidos, beneficiaba a todos; enaquella época, una familia de labradores no podía vi-vir sino a condición de hallar apoyo en la ciudad, en elmunicipio.

Pero hoy, con el actual estado de la industria, en quetodo se entrelaza y se sostiene, en que cada rama dela producción se vale de todas las demás, es absoluta-mente inadmisible la pretensión de dar un origen in-dividualista a los productos. Si las industrias textileso la metalurgia han alcanzado pasmosa perfección en

y los mencheviques frente a la Revolución Socialista de Octubre.Su teoría del «comunismo anárquico» es desarrollada en Cam-

pos, fábricas y talleres y varios artículos. Sin embargo ocupa un lu-gar en la historia del anarquismo no tanto por su actividad políticacomo por sus investigaciones científicas e históricas. Sus principa-les obras son El apoyo mutuo, Historia de la Revolución Francesa yOrigen y evolución de la moral.

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los países civilizados, lo deben al simultáneo desarro-llo de otras mil industrias; lo deben a la extensión dela red de ferrocarriles, a la navegación transatlántica,a la destreza de millones de trabajadores, a cierto gra-do de cultura general de toda la clase obrera; en fin, atrabajos ejecutados de un extremo a otro del mundo.

Los italianos que morían del cólera cavando el ca-nal de Suez o de anemia en el túnel de San Gotardoy los americanos segados por las granadas en la gue-rra abolicionista de la esclavitud, han contribuido aldesarrollo de la industria algodonera en Francia y enInglaterra nomenos que las jóvenes que se vuelven clo-róticas en las manufacturas de Manchester o de Roueno el ingeniero autor de algunamejora en la maquinariade tejer.

Colocándonos en este punto de vista general y sin-tético de la producción, no podemos admitir con loscolectivistas que una remuneración proporcional a lashoras de trabajo suministradas por cada uno en la pro-ducción de las riquezas, pueda ser un ideal, ni siquieraun paso adelante hacia ese ideal. Sin discutir aquí sirealmente el valor de cambio de las mercancías se mi-de en la sociedad actual por la cantidad de trabajo ne-cesario para producirlas (según lo han afirmado Smithy Ricardo, cuya tradición ha seguido Marx), bástenos

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decir que el ideal colectivista nos parecería irrealiza-ble en una sociedad que considerase los instrumentosde producción como un patrimonio común. Basada eneste principio, veríase obligada a abandonar en el actocualquiera forma de salario.

Estamos persuadidos de que el individualismo miti-gado por el sistema colectivista no podría existir jun-to con el comunitarismo de la posesión, por todos, delsuelo y de los instrumentos del trabajo. Una nueva for-ma de posesión requiere una nueva forma de retribu-ción. Una forma nueva de producción no podría man-tener la antigua forma de consumo, como no podríaamoldarse a las formas antiguas de organización polí-tica.

El salario ha nacido de la apropiación personal delsuelo y de los instrumentos para la producción.

Era la condición necesaria para el desarrollo de laproducción capitalista; morirá con ella, aunque se tratade disfrazarla bajo la forma de «bonos de trabajo». Laposesión común de los instrumentos de trabajo, traeráconsigo necesariamente el goce en común de los frutosde la labor común.

Sostenemos, no sólo que es deseable el comunismo,sino que hasta las actuales sociedades, fundadas en el

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individualismo, se ven obligadas de continuo a caminarhacia el comunismo.

El desarrollo del individualismo, durante los tres úl-timos siglos, se explica, sobre todo, por los esfuerzosdel hombre, que quiso precaverse contra los poderesdel capital y del Estado. Creyó por un momento —yasí lo han predicado los que formulan su pensamientopor él— que podía libertarse por completo del Estadoy de la sociedad. «Mediante el dinero —se decía—, pue-do comprar todo lo que necesite». Pero el individuo hatomado mal camino, y la historia moderna le conducea confesar que sin el concurso de todos no puede nada,aunque tuviese sus arcas atestadas de oro.

Junto a esa corriente individualista, vemos en todala historia moderna, por una parte, la tendencia a con-servar todo lo que queda del comunismo parcial de laantigüedad, y por otra a restablecer el principio comu-nista en las mil y mil manifestaciones de la vida.

En cuanto los municipios de los siglos X, XI y XIIconsiguieron emanciparse del señor laico o religioso,dieron inmediatamente gran extensión al trabajo encomún, al consumo en común.

La ciudad era la que fletaba buques y despachaba ca-ravanas para el comercio lejano, cuyos beneficios eranpara todos y no para los individuos; también compra-

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ba las provisiones para sus habitantes. Las huellas deesas instituciones se han mantenido hasta el siglo XIX,y los pueblos conservan religiosamente el recuerdo deellas en sus leyendas.

Todo eso ha desaparecido. Pero el municipio ruralaun lucha por mantener los últimos vestigios de esecomunismo, y lo consigue mientras no eche el Estadosu abrumadora espada en la balanza.

Al mismo tiempo surgen, bajomil diversos aspectos,nuevas organizaciones basadas en el mismo principiode a cada uno según sus necesidades, porque sin ciertadosis de comunismo no podrían vivir las sociedadesactuales.

El puente, cuyo paso pagaban en otro tiempo lostranseúntes, se ha hecho de uso común. El camino, queantiguamente se pagaba a tanto la legua, ya no existemás que en Oriente. Los museos, las bibliotecas libres,las escuelas gratuitas, las comidas comunes para losniños, los parques y los jardines abiertos para todos,las calles empedradas y alumbradas, libres para todoel mundo; el agua enviada a domicilio y con tendenciageneral a no tener en cuenta la cantidad consumida,son otras tantas instituciones fundadas en el principiode «Tomad lo que necesitéis».

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Los tranvías y ferrocarriles introducen ya el billetede abono mensual o anual, sin tener en cuenta el nú-mero de viajes, y recientemente toda una nación, Hun-gría, ha introducido en su red de ferrocarriles el billetepor zonas, que permite recorrer quinientos o mil kiló-metros por el mismo precio. Tras de esto no falta mu-cho para el precio uniforme, como ocurre en el serviciopostal. En todas estas innovaciones y otras mil, hay latendencia a no medir el consumo. Hay quien quiererecorrer mil leguas, y otro solamente quinientas. Esasson necesidades personales, y no hay razón alguna pa-ra hacer pagar a uno doble que a otro sólo porque seados veces más intensa su necesidad.

Hay también la tendencia a poner las necesidadesdel individuo por encima de la valuación de los ser-vicios que haya prestado o que preste algún día a lasociedad. Llegase a considerar la sociedad como un to-do, cada una de cuyas partes están tan íntimamenteligada con las demás, que el servicio prestado, a tal ocual individuo es un servicio prestado a todos.

Cuando vais a una biblioteca pública —por ejemplo,las de Londres o Berlín—, el bibliotecario no os pre-gunta qué servicios habéis prestado a la sociedad pa-ra daros el libro o los cincuenta libros que le pidáis, yen caso necesario, os ayuda a buscarlos en el catálogo.

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Mediante un derecho de entrada uniforme, la sociedadcientífica abre sus museos, jardines, bibliotecas, labo-ratorios, y da fiestas anuales a cada uno de sus miem-bros, ya sea un Darwin o un simple aficionado.

En San Petersburgo, si perseguís un invento, vais aun taller especial, donde os dan sitio, un banco de car-pintero, un torno de mecánico, todas las herramientasnecesarias, todos los instrumentos de precisión, con talque sepáis manejarlos, y se os deja trabajar todo lo quegustéis. Ahí están las herramientas, interesad amigospor vuestra idea, asociados a otros amigos de diversosoficios si no preferís trabajar solos; inventad la máqui-na o no inventéis nada, eso es cosa vuestra. Una ideaos conduce, y eso basta.

Los marinos de una falúa de salvamento no pregun-tan sus títulos a los marineros de un buque náufrago;lanzan su embarcación, arriesgan su vida entre las olasfuribundas, y algunas veces mueren por salvar a unoshombres a quienes no conocen siquiera. ¿Y para quénecesitan conocerlos? «Les hacen falta nuestros servi-cios, son seres humanos: eso basta, su derecho quedaasentado. ¡Salvémoslos!». Si mañana una de nuestrasgrandes ciudades, tan egoístas en tiempos corrientes,es visitada por una calamidad cualquiera —por ejem-plo, un sitio—, esa misma ciudad decidirá que las pri-

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meras necesidades que se han de satisfacer son las delos niños y los viejos, sin informarse de los serviciosque hayan prestado o presten a la sociedad; es preci-so ante todo mantenerlos, cuidar a los combatientesindependientemente de la valentía o de la inteligenciademostrada por cada uno de ellos, y hombres y muje-res a millares rivalizarán en abnegación por atenderlos heridos.

Existe esa tendencia. Se acentúa en cuanto quedansatisfechas las más imperiosas necesidades de cadauno, a medida que aumenta la fuerza productora de lahumanidad; acentúase aún más cada vez que una granidea ocupa el puesto de las mezquinas preocupacionesde nuestra vida cotidiana.

El día en que se devuelvan todos los instrumentosde producción, en que las tareas sean comunes y eltrabajo —ocupando el sitio de honor en la sociedad—produjese mucho más de lo necesario para todos, ¿có-mo dudar de que esta tendencia ensanchará su esferade acción hasta llegar a ser el principio mismo de lavida social?

Por esos indicios somos de parecer que, cuando larevolución haya quebrado la fuerza que mantiene elsistema actual, nuestra primera obligación será reali-zar inmediatamente el comunismo.

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Pero nuestro comunismo no es el de los falansteria-nos ni el de los teóricos autoritarios alemanes, sino elcomunismo anarquista, el comunismo sin gobierno, elde los hombres libres. Esto es la síntesis de los dos finesperseguidos por la humanidad a través de las edades:la libertad económica y la libertad política.

II

Condenando la «anarquía» como ideal dela organización política, no hacemos másque formular también otra pronunciadatendencia de la humanidad. Cada vez quelo permitía el curso del desarrollo de lassociedades europeas, sacudían éstas el yu-go de la autoridad y esbozaban un sistemafundado en los principios de la libertad in-dividual. Y vemos en la historia que los pe-ríodos durante los cuales fueron derriba-dos los gobiernos a consecuencia de rebe-liones parciales o generales, han sido épo-cas de repentino progreso en el terrenoeconómico e intelectual.

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Ya es la independencia de los municipios, cuyosmonumentos —fruto del trabajo libre de asociacioneslibres— no han sido superados desde entonces; ya es ellevantamiento de los campesinos, que hizo la Reformay puso en peligro al papado; ya la sociedad —libre enlos primeros tiempos— fundada al otro lado del Atlán-tico por los descontentos que huyeron de la vieja Eu-ropa.

Y si observamos el desarrollo presente de las na-ciones civilizadas, vemos una tendencia cada vez másacentuada en pro de limitar la esfera de acción del go-bierno y dejar cada vez mayor libertad al individuo.Esta es la evolución actual, aunque dificultada por elfárrago de instituciones y preocupaciones herederasdel pasado. Lo mismo que todas las evoluciones, noespera más que la revolución para barrer las vetustasruinas que le sirven de obstáculo, tomando libre vueloen la sociedad regenerada.

Después de haber intentado largo tiempo resolver elinsoluble problema de inventar un gobierno que «obli-gue al individuo a la obediencia, sin cesar de obedeceraquel también a la sociedad», la humanidad intenta li-bertarse de toda especie de gobierno y satisfacer susnecesidades de organización, mediante el libre acuer-do entre individuos y grupos que persigan los mismos

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fines. La independencia de cadamínima unidad territo-rial es ya una necesidad apremiante; el común acuerdoreemplaza a la ley, y pasando por encima de las fronte-ras, regula los intereses particulares con la mira puestaen un fin general.

Todo lo que en otro tiempo se tuvo como funcióndel gobierno se le disputa hoy, acomodándose más fá-cilmente y mejor sin su intervención. Estudiando losprogresos hechos en este sentido, nos vemos llevadosa afirmar que la humanidad tiende a reducir a cero laacción de los gobiernos, ésto es a abolir el Estado, esapersonificación de la injusticia, de la opresión y delmonopolio.

Ciertamente que la idea de una sociedad sin Estadoprovocará por lo menos tantas objeciones como la eco-nomía política de una sociedad sin capital privado. To-dos hemos sido amamantados con prejuicios acerca delas funciones providenciales del Estado. Toda nuestraeducación, desde la enseñanza de las tradiciones roma-nas hasta el código de Bizancio, que se estudia con elnombre de derecho romano, y las diversas ciencias pro-fesadas en las Universidades, nos habitúan a creer enel gobierno y en las virtudes del Estado-Providencia.

Para mantener este prejuicio se han inventado y en-señado sistemas filosóficos. Con el mismo fin se han

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dictado leyes. Toda la política se funda en ese princi-pio y cada político, cualquiera que sea su matiz, dicesiempre al pueblo: «¡Dame el poder; quiero y puedolibrarte de las miserias que pesan sobre tí!».

Abrid cualquier libro de sociología, de jurispruden-cia y encontraréis en él siempre al gobierno, con su or-ganización y sus actos, ocupando tan gran lugar, quenos acostumbramos a creer que fuera del gobierno yde los hombres de Estado ya no hay nada.

La prensa repite en todos los tonos la misma canti-nela. Columnas enteras se consagran a las discusionesparlamentarias, a las intrigas de los políticos; apenassi se advierte la inmensa vida cotidiana de una naciónen algunas líneas que tratan de un asunto económico,a propósito de una ley o en la sección de noticias o enla de sucesos del día. Y cuando leéis esos periódicos,lo que menos pensáis es en el incalculable número deseres humanos que nacen y mueren, trabajan y consu-men, conocen los dolores, piensan y crean, más allá deesos personajes de estorbo, a quienes se glorifica hastael punto de que sus sombras, agrandadas por nuestraignorancia, cubran y oculten la humanidad entera.

Y sin embargo, en cuanto se pasa del papel impresoa la vida misma, en cuanto se echa una ojeada a la so-ciedad, salta a la vista la parte infinitesimal que en ella

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representa el gobierno. Balzac había hecho notar yacuántos millones de campesinos permanecen su vidaentera sin conocer nada del Estado, excepto los pesa-dos impuestos que están obligados a pagarle. Diaria-mente se hacen millones de tratos sin que intervengael gobierno, y los más grandes de ellos —los del comer-cio y la bolsa—, se hacen de modo que ni siquiera sepodría invocar al gobierno si una de las partes contra-tantes tuviese la intención de no cumplir sus compro-misos. Hablad con un hombre que conozca el comer-cio, y os dirá que los cambios operados todos los díasentre comerciantes serían de absoluta imposibilidad sino tuvieran por base la confianza mutua. La costum-bre de cumplir su palabra, el deseo de no perder el cré-dito, bastan ampliamente para sostener esa honradezcomercial. El mismo que sin el menor remordimien-to envenena a sus parroquianos con infectas drogascubiertas de etiquetas pomposas, tiene como empeñode honor el cumplir sus compromisos. Pues bien; siera moralidad relativa ha podido desarrollarse, hastaen las condiciones actuales, cuando el enriquecimien-to es el único móvil y el único objetivo, ¿podemos du-dar que no progrese rápidamente, en cuanto ya no seala base fundamental de la sociedad, la apropiación delos frutos de la labor ajena?

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Hay otro rasgo característico de nuestra generación,que aun habla mejor en pro de nuestras ideas, y es elcontinuo crecimiento del campo de las empresas debi-das a la iniciativa privada y el prodigioso desarrollo detodo género de agrupaciones libres. Estos hechos soninnumerables, y tan habituales, que forman la esenciade la segunda mitad de este siglo, aun cuando los escri-tores de socialismo y de política los ignoran, prefirien-do hablarnos siempre de las funciones del gobierno. Es-tas organizaciones, libres y variadas hasta lo infinito,son un producto tan natural, crecen con tanta rapidezy se agrupan con tanta facilidad, son un resultado tannecesario del continuo crecimiento de las necesidadesdel hombre civilizado y reemplazan con tantas venta-jas a la ingerencia gubernamental, que debemos reco-nocer en ellas un factor cada vez más importante en lavida de las sociedades.

Si no se extienden aún al conjunto de las manifesta-ciones de la vida, es porque encuentran un obstáculoinsuperable en la miseria del trabajador, en las castasde la sociedad actual, en la apropiación privada del ca-pital colectivo, en el Estado. Abolid esos obstáculos, ylas veréis cubrir el inmenso dominio de la actividad delos hombres civilizados.

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La historia de los cincuenta años últimos es una vi-va prueba de la impotencia del gobierno representa-tivo para desempeñar las funciones con que se le haquerido revestir.

Algún día se citará el siglo XIX como la fecha delaborto del parlamentarismo.

Esta impotencia es tan evidente para todos, son tanpalpables las faltas del parlamentarismo y los viciosfundamentales del principio representativo, que lospocos pensadores que han hecho su crítica (J. StuartMill, Laverdais) no han tenido más que traducir el des-contento popular. Es absurdo nombrar algunos hom-bres y decirles: «Hacednos leyes acerca de todas lasmanifestaciones de nuestra vida, aunque cada uno devosotros las ignore». Empiézase a comprender que elgobierno de las mayorías parlamentarias significa elabandono de todos los asuntos del país, a los que for-man las mayorías en la Cámara y en los comicios, a losque no tienen opinión.

La unión postal internacional, las uniones ferroca-rrileras, las sociedades sabias, dan el ejemplo de solu-ciones halladas por el libre acuerdo, en vez de por laley.

Cuando grupos diseminados por el mundo quierenllegar hoy a organizarse para un fin cualquiera, no

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nombran un Parlamento internacional de diputadospara todo y a quienes se les dice: «Votadnos leyes; lasobedeceremos». Cuando no se pueden entender direc-tamente o por correspondencia, envían delegados queconozcan la cuestión especial que va a tratarse, y les di-cen: «Procurad poneros de acuerdo acerca de tal asun-to, y volved luego, no con una ley en el bolsillo, sinocon una proposición de acuerdo, que aceptaremos ono aceptaremos».

Así es como obran las grandes compañías industria-les, las sociedades científicas, las asociaciones de todasclases que hay en gran número en Europa y en los Es-tados Unidos. Y así deberá obrar la sociedad liberta-da. Para realizar la expropiación, le será absolutamen-te imposible organizarse bajo el principio de la repre-sentación parlamentaria. Una sociedad fundada en laservidumbre podía conformarse con la monarquía ab-soluta; una sociedad basada en el salario y en la explo-tación de las masas por los detentores del capital, seacomoda con el parlamentarismo. Pero una sociedadlibre que vuelva a entrar en posesión de la herenciacomún, tendrá que buscar en el libre agrupamiento yen la libre federación de los grupos una organizaciónnueva que convenga a la nueva fase económica de lahistoria.

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El apoyo mutuo1

Conclusión

Si consideramos ahora lo que surge delexamen de la sociedad moderna en rela-ción con los hechos que señalan la impor-tancia de la ayuda mutua en el desarrollogradual del mundo animal y de la huma-nidad, podemos extraer de nuestra inves-tigación las siguientes conclusiones:

Estamos persuadidos que, en el mundo animal, laenorme mayoría de las especies viven en sociedadesy que encuentran en la sociabilidad la mejor arma pa-ra la lucha por la existencia, entendiendo, es claro, estetérmino en el amplio sentido darwiniano: no como unalucha por los medios directos de existencia, sino co-mo lucha contra todas las condiciones naturales, des-

1 De: El apoyo mutuo, Buenos Aires, Américalee, 1946.

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favorables para la especie. Las especies animales enlas cuales la lucha entre individuos ha sido llevada alos límites más restringidos, y en las que la prácticade la ayuda mutua ha alcanzado el desarrollo máxi-mo, invariablemente son las especies más numerosas,más florecientes y más aptas para el máximo progreso.La protección mutua, obtenida en tales casos y debidoa esto la posibilidad de alcanzar la vejez y acumularexperiencia, el alto desarrollo intelectual y el máximocrecimiento de los hábitos sociales, aseguran la conser-vación de la especie y también su propagación sobreuna superficie más amplia, y la máxima evolución pro-gresiva. Por el contrario, las especies insociables, en lainmensa mayoría de los casos, están condenadas a ladegeneración.

Pasando luego al hombre, lo hemos visto viviendoen clanes y tribus, ya en el umbral de la Edad Paleolí-tica; hemos visto también una serie de instituciones ycostumbres sociales constituidas dentro del clan ya enel grado más bajo de desarrollo de los salvajes. Y he-mos visto que los más antiguos hábitos y costumbrestribales dieron embrionariamente a la humanidad to-das aquellas instituciones que más tarde funcionaroncomo los elementos impulsores más importantes delmáximo progreso. Del régimen tribal de los salvajes

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deriva la comuna aldeana de los «bárbaros», y un nue-vo círculo aún más amplio de hábitos, costumbres einstituciones sociales, una parte de los cuales subsis-tió hasta nuestros días, se desarrolló a la sombra dela posesión común de una tierra dada y bajo la protec-ción de la jurisdicción de la asamblea comunal aldeanaen federaciones de aldeas pertenecientes, o supuesta-mente pertenecientes a una tribu y que se defendíande los enemigos con las fuerzas comunes. Cuando lasnuevas necesidades impulsaron a los hombres a dar unnuevo paso en su desarrollo, formaron el derecho po-pular de las ciudades libres que constituían una doblered: de unidades territoriales (comunas aldeanas) y deguildas, nacidas de las ocupaciones comunes en un ar-te u oficio determinado, o para la protección y el apoyomutuos. Ya hemos tratado en dos capítulos, el quintoy el sexto, cuán enormes fueron los éxitos del saber,del arte y de la educación en general en las ciudadesmedievales que tenían derechos populares.

En los dos últimos capítulos se han reunido final-mente hechos que indican cómo la formación de losestados, según el modelo de la Roma imperial, destru-yó violentamente todas las instituciones medievalesde apoyomutuo y creó una nueva forma de asociación,sometiendo toda la vida de la población a la autoridad

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estatal. Pero el estado, apoyado en conglomerados deindividuos poco vinculados entre sí y asumiendo la ta-rea de ser único principio de unión, no respondió a sufinalidad. La tendencia de los hombres al apoyo mutuoy su necesidad de unión directa para él, nuevamente sepusieron de manifiesto en una infinita diversidad detodas las sociedades posibles que también tienden ac-tualmente a abarcar todas las manifestaciones de vida,a dominar todo lo necesario para la existencia huma-na y para reparar los gastos condicionados por la vi-da: crear un cuerpo viviente, en lugar del mecanismomuerto, sometido a la voluntad de los funcionarios.

Probablemente se nos objetará que la ayuda mutua,a pesar de constituir una de las grandes fuerzas acti-vas de la evolución, es decir del desarrollo progresivode la humanidad, es sólo una de las diversas formas delas relaciones de los hombres entre sí; además de es-ta corriente, por poderosa que fuera, existe y siempreexistió una corriente de autoafirmación del individuo,no sólo en sus intentos por alcanzar la superioridadpersonal o de casta en la relación económica, políticay espiritual, sino también en una actividad aún másimportante a pesar de ser menos notable; romper loslazos que siempre tienden a la cristalización y petrifi-cación, que imponen sobre el individuo el clan, la co-

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muna aldeana, la ciudad o el estado. En suma, en la so-ciedad humana, la autoafirmación de la personalidadtambién es un elemento de progreso.

Ningún esquema del desarrollo de la humanidadpuede pretender ser completo si no considera estas doscorrientes principales. Pero el caso es que la autoafir-mación de la personalidad o grupos de personalidades,su lucha por la superioridad y los conflictos y la luchaque se derivan de ella, fueron, ya en épocas remotas,analizados, descritos y ensalzados. En realidad, hastala época actual sólo esta corriente ha merecido la aten-ción de los poetas épicos, cronistas, historiadores y so-ciólogos. La historia, como ha sido escrita hasta ahora,es casi íntegramente la descripción de los métodos ymedios con los cuales la teocracia, el poder militar, lamonarquía política y más adelante las clases pudien-tes, establecieron y conservaron su gobierno. La luchaentre estas fuerzas constituye en realidad la esencia dela historia. Podemos considerar, por ello, que la impor-tancia de la personalidad y de la fuerza individual enla historia de la humanidad es absolutamente conoci-da, pese a que en este dominio ha quedado no pocoque hacer en el sentido recientemente indicado.

A su vez, otra fuerza activa —la ayuda mutua— hasido relegada hasta ahora al olvido total; los escrito-

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res de la presente generación y de las pasadas, simple-mente la negaron o se burlaron de ella. Darwin, haceya medio siglo, señaló brevemente la importancia dela ayuda mutua para la conservación y el desarrolloprogresivo de los animales. Pero, ¿quién tocó ese te-ma desde entonces? Sencillamente se empeñaron enolvidarla. Debido a esto, fue necesario, primeramen-te, establecer el papel enorme que desempeña la ayu-da mutua tanto en el desarrollo del mundo animal co-mo de las sociedades humanas. Sólo después que estaimportancia sea plenamente reconocida, será posiblecomparar la influencia de una y otra fuerza: la social yla individual.

Evidentemente, con un método más o menos esta-dístico, es imposible efectuar siquiera una apreciacióngrosera de su importancia relativa. Cualquier guerra,como es sabido, puede producir, ya sea directamente obien por sus consecuencias, más daños que beneficiospueden producir cientos de años de acción, libres deobstáculos, del principio de ayudamutua. Pero cuandovemos que en el mundo animal el desarrollo gradual yla ayudamutua van de lamano, y la guerra intestina enel seno de una especie, por el contrario va acompaña-da «por el desarrollo regresivo», es decir la decadenciade la especie; cuando observamos que hasta el éxito en

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la lucha y la guerra es para el hombre proporcional aldesarrollo de la ayuda mutua en cada una de las dospartes en lucha, ya sean naciones, ciudades, tribus, osolamente partidos, y que en el proceso del desarro-llo la guerra misma (en cuanto puede cooperar en estesentido) se somete a los objetivos finales del progresode la ayuda mutua dentro de la nación, ciudad o tribu,por todas estas observaciones ya tenemos una nociónde la influencia predominante de la ayudamutua comofactor del progreso.

Pero vemos asimismo que el ejercicio de la ayudamutua y su desarrollo subsiguiente crearon las condi-ciones mismas de la vida social, sin las cuales el hom-bre nunca hubiera podido desarrollar sus oficios y ar-tes, su ciencia, su inteligencia, su espíritu creador; y ve-mos que los períodos en que los hábitos y costumbresque tienden a la ayuda mutua alcanzaron su elevadodesarrollo, siempre fueron períodos de gran progresoen el campo de las artes, la industria y la ciencia. Elestudio de la vida interior de las ciudades de la anti-gua Grecia, más adelante de las ciudades medievales,revela el hecho de que precisamente la combinación dela ayuda mutua, como se practicaba dentro de la guil-da, con la comuna o el clan griego —con la amplia ini-ciativa permitida al individuo y al grupo conforme al

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principio federativo—, precisamente esta combinación,decíamos, dio a la humanidad los dos más grandes pe-ríodos de su historia: el período de las ciudades de laantigua Grecia y el período de las ciudades de la EdadMedia; mientras que la destrucción de las institucio-nes y costumbres de ayuda mutua, realizada durantelos períodos estatales de la historia que siguieron lue-go, corresponde en ambos casos a las épocas de rápidadecadencia.

Se nos replicará, sin embargo, haciendomención delsúbito progreso industrial, que se llevó a cabo en el si-glo XIX y que suele atribuirse al triunfo del individua-lismo y de la competencia. No obstante, este progreso,más allá de toda duda, tiene un origen incomparable-mente más profundo. Después que fueron hechos losgrandes descubrimientos científicos del siglo XV, es-pecialmente el de la presión atmosférica, apoyado poruna serie completa de otros en el campo de la física—y estos descubrimientos fueron hechos en las ciudadesmedievales—, después de estos descubrimientos, la in-vención de la máquina a vapor, y toda la revoluciónindustrial iniciada por la aplicación de la nueva fuer-za, el vapor, fue una consecuencia necesaria. Si las ciu-dades medievales hubieran durado hasta el desarrollode los descubrimientos comenzados por ellos, es decir

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hasta la aplicación práctica del nuevo motor, las conse-cuencias morales, sociales, de la revolución provocadapor la aplicación del vapor, podrían tomar entonces yprobablemente hubieran tomado otro carácter; pero lamisma revolución en el dominio de la técnica de la pro-ducción y de la ciencia también hubiera sido inevita-ble. Solamente hubiera encontrado menos obstáculos.Queda sin respuesta la pregunta: ¿No fue acaso retar-dada la aparición de la máquina de vapor y también larevolución subsiguiente en el campo de las artes, porla decadencia general de los oficios que siguió a la des-trucción de las ciudades libres y que se notó sobre todoen la primera mitad del siglo XVIII?

Teniendo en cuenta la rapidez asombrosa del progre-so industrial en el período que se extiende del siglo XIIal siglo XV, en el tejido, el trabajo de metales, la arqui-tectura, la navegación, y reflexionando sobre los descu-brimientos científicos a los cuales condujo este progre-so industrial a fines del siglo XIX, tenemos derecho aformular esta pregunta: ¿No se retrasó la humanidaden la utilización de todas estas conquistas científicascuando comenzó en Europa la decadencia general enel campo de las artes y de la industria, después de la caí-da de la civilización medieval? La desaparición de losartistas artesanos, como los que produjeron Florencia,

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Nüremberg y muchas otras ciudades, la decadencia delas grandes ciudades y la interrupción de las relacionesentre ellas no podían favorecer, es claro, la revoluciónindustrial. Sabemos, por ejemplo, que a James Watt, elinventor de la máquina de vapor moderna, le llevó al-rededor de doce años de su vida para hacer su inventoprácticamente utilizable, ya que no pudo encontrar enel siglo XVIII aquellos ayudantes que hubiera encon-trado fácilmente en la Florencia, Nüremberg o Brujas,de la Edad Media, es decir artesanos capacitados pararealizar su invento en el metal y darle la terminaciónartística que necesite para la máquina de vapor quetrabaja con precisión.

Así, atribuir el progreso industrial del siglo XV ala guerra de todos contra uno, significa juzgar comoaquel que sin saber las verdaderas causas de la lluviala atribuye a la ofrenda hecha por el hombre al ídolo debarro. Para el progreso industrial, lo mismo que paracualquier otra conquista en el campo de la naturale-za, la ayuda mutua y las relaciones estrechas induda-blemente fueron siempre más ventajosas que la luchamutua.

Sin embargo, la gran importancia del principio deayuda mutua aparece principalmente en el campo dela ética, o sea el estudio de la moral. Que la ayuda mu-

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tua es la base de todas nuestras concepciones éticas,es algo bastante evidente. Pero cualesquiera que seanlas opiniones que tuviéramos con respecto al origenprimitivo del sentimiento o instinto de ayuda mutua—sea que lo atribuyamos a causas biológicas o biensobrenaturales— es forzoso reconocer que se puedeya observar su existencia en los grados inferiores delmundo animal. Desde estos grados primarios podemosseguir su desarrollo ininterrumpido y gradual a travésde todas las especies del mundo animal y, no obstantela cantidad importante de influencias que se le opusie-ron, a través de todos los grados de la evolución huma-na, hasta la época actual. Aun las nuevas religiones quesurgen de tiempo en tiempo —siempre en épocas enque el principio de ayuda mutua había decaído en losestados teocráticos y despóticos de Oriente, o tras lacaída del imperio Romano—, aun las nuevas religionesno fueron sino la afirmación de ese mismo principio.Hallaron sus primeros continuadores en los estratoshumildes, inferiores, oprimidos de la sociedad, en losque el principio de la ayuda mutua era la base primor-dial de la vida cotidiana; y las nuevas formas de uniónque fueron introducidas en las antiguas comunas bu-distas y cristianas, en las comunas de los hermanosmoravos, etc., adquirieron el carácter de regreso a las

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mejores formas de ayuda mutua que se practicaban enel primitivo periodo tribal.

No obstante, cada vez que se hacía una tentativapor volver a este venerado principio antiguo, se exten-día su idea fundamental. Desde el clan se prolongó ala tribu, de la federación de tribus abarcó la nación, ypor último —por lo menos en el plano ideal—, toda lahumanidad. Al mismo tiempo cobraba gradualmenteun carácter más elevado. En el primitivo cristianismo,en las obras de algunos predicadores musulmanes, enlos movimientos primitivos del período de la Reforma,y especialmente en los movimientos éticos y filosófi-cos del siglo XVIII y de nuestra época se elimina cadavez más la idea de venganza o de la «retribución me-recida»: «bien por bien y mal por mal». La noble con-cepción: «No vengarse de las ofensas», y el principio:«Da al prójimo sin contar, da más de lo que piensasrecibir»; estos principios se proclaman como verdade-ros principios de moral, como principios que ocupanun lugar más elevado que la simple «equivalencia», laecuanimidad, la fría justicia, como principios que con-ducen más rápidamente y mejor a la felicidad. Incitanal hombre, por ende, a guiarse en sus actos no sólo porel amor, que siempre tiene un carácter personal o, enel mejor de los casos, tribal, sino por la concepción de su

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unidad con todo ser humano, por lo tanto de una igual-dad de derecho general y, además, en sus relaciones conlos demás, a entregar a los hombres, sin calcular, la ac-tividad de su razón y de su sentimiento y fincar en estosu felicidad superior.

En el ejercicio de la ayuda mutua, cuyas huellas po-demos remontar hasta en los más antiguos rudimen-tos de la evolución, hallamos, de tal modo, el origenpositivo e indudable de nuestras concepciones mora-les, éticas, y podemos afirmar que el principal papelen la evolución ética de la humanidad fue llevado a ca-bo por la ayuda mutua y no por la lucha mutua. En laamplia difusión de los principios de ayuda mutua, aunen la época actual, vemos asimismo la mejor garantíade una evolución aún más elevada del género humano.

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El concepto anarquista dela revolución1 (LuigiFabbri2)

Una revolución que, al menos en la Euro-pa latina, y más especialmente en Italia,no tuviera en cuenta el elemento anarquis-ta y creyera posible desarrollarse indepen-dientemente de éste o en su contra choca-ría con los más graves peligros: el primero

1 De: Dictadura y Revolución, Buenos Aires, Argonauta,1921.

2 Comunista anárquico italiano, militó en la Unión Anárqui-ca Italiana y fue amigo de Enrique Malatesta, célebre anarquistaque vivió en Argentina desde 1885 a 1889 organizando círculos ysociedades de resistencia.

La vida política de Fabbri comienza a fines del siglo XIX y fina-liza prácticamente con el ascenso del fascismo al poder; emigra ymuere en Uruguay en la década del cuarenta.

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entre todos sería la guerra civil en el senode la revolución, el peligro de suscitar unarevolución dentro de la revolución misma,antes aun que toda posibilidad de contra-rrevolución haya desaparecido.

Se debe pensar que en Italia los anarquistas dispo-nen hoy de una fuerza numérica nada indiferente, quetienen una influencia y un vigor de irradiación por to-dos reconocidos y que, en un período revolucionario,no podría menos que multiplicarse.

Se trata de una fuerza revolucionaria, y no de car-nets y de papeletas electorales, con la cual tiene quecontar todo aquel que quiere hacer la revolución enserio, no como un peso muerto que sea explotado ma-terialmente a su debido tiempo, sino como una fuer-za consciente, que posee una orientación y una volun-tad de acción determinadas y cuyo desacuerdo podríaser perjudicial no sólo para los partidos discordes, sinotambién y sobre todo para la causa de la revolución.

No se trata, por parte de los anarquistas, de una cues-tión de honor, de una presunción o de un necio deseode ser tenidos en consideración. Los anarquistas tie-nen escaso espíritu de partido; no se proponen ningúnfin inmediato que no sea la extensión de su propagan-

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da. No son un partido de gobierno ni un partido deintereses —a menos que por interés no se entienda eldel pan y la libertad para todos los hombres —sino só-lo un partido de ideas. Es esta su debilidad por cuantoles está vedado todo éxito material y los otros, más as-tutos o más fuertes, explotan y utilizan los resultadosparciales de su obra.

Pero ésta es también la fuerza de los anarquistas,«pues sólo afrontando las derrotas, ellos —los eternosvencidos— preparan la victoria final, la verdadera vic-toria. No teniendo intereses propios, personales o degrupo, para hacer valer y rechazando toda pretensiónde dominio sobre la multitud en cuyo medio viven yde la cual comparten las angustias y las esperanzas, nodan órdenes que después deben obedecer, no piden na-da, pero dicen: vuestra suerte será tal cual la quieráis;la salvación está en vosotrosmismos; conquistadla convuestro mejoramiento espiritual, con vuestro sacrifi-cio y vuestro riesgo. Si queréis venceréis. Nosotros noqueremos ser en la lucha más que una parte de voso-tros».

Si por consiguiente los anarquistas hacen siemprellamados a una entente entre todos aquellos que tra-bajan por la revolución, si se preocupan de las posi-bles discordias en el seno de ésta, lo que les mueve

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en tal sentido es únicamente un sincero deseo de queno se continúe prolongando la revolución misma o ha-ciéndola más difícil con una intransigencia que es másbien intolerancia, no hacia las clases y los partidos bur-gueses —ante los cuales no podrán ser nunca bastanteintransigentes— sino también hacia las fuerzas y frac-ciones proletarias, sinceramente revolucionarias, anti-capitalistas, internacionales y enemigas sin transaccio-nes de las instituciones actuales, como son indudable-mente los anarquistas.

La intolerancia de muchos socialistas, revoluciona-rios también, frente al anarquismo depende en granparte de su absoluta ignorancia de las ideas, los finesy los métodos de los anarquistas.

Es asombroso constatar como personas inteligentes,de una vasta cultura política y económica, entre los so-cialistas, cuando se trata de la anarquía no saben decirotra cosa que lugares comunes sin sentido, difundidospor la peor prensa burguesa: las afirmaciones más es-trambóticas y difamatorias, las interpretaciones másnecias. Toda la ciencia socialista sobre el anarquismoparece condensada en aquel viejo libelo en que Plejá-nov, en 1893, desahogaba su bilis antianarquista, sinrespeto alguno por la verdad y sin ninguna honestidadintelectual: o bien en el conocido libro de Lombroso so-

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bre los anarquistas, que toma por documentos verda-deros los relatos de la policía y de los directores de lascárceles y cataloga quién sabe por qué entre los anar-quistas a gente que en sus nueve décimas partes no hasoñado serlo jamás.

En los periódicos, en los libros, en las revistas, hanaparecido innumerables refutaciones socialistas delanarquismo; pero salvo laudables excepciones, casisiempre se refutaban ideas que no tenían absolutamen-te nada de anárquicas, atribuidas a los anarquistas porignorancia o por artificio polémico. Especialmente so-bre el concepto de la revolución se han puesto en circu-lación pretendidas teorías anarquistas tan extravagan-tes que impulsan a dudar de la buena fe de aquellosque las enuncian. ¡Cuánta tinta esparcida para demos-trar a los «ilusos anarquistas» que la revolución no sehace con piedras, con viejos fusiles o con algunos re-vólveres, que las barricadas no corresponden ya a lasnecesidades de la lucha actual! ¡Que los movimientosaislados e improvisados no bastan! ¡Que los atentadosindividuales por sí no hacen la revolución! ¡Que el mo-tín es una cosa y la revolución es otra!… Y así sucesiva-mente, con descubrimientos peregrinos de semejantetenor, ignorando o fingiendo ignorar que los anarquis-tas tienen de la revolución el concepto más exacto, y

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más práctico al mismo tiempo, según el significado eti-mológico, tradicional e histórico de la palabra.

La revolución, en el lenguaje político y social—, ytambién en el lenguaje popular— es un movimientogeneral a través del cual un pueblo o una clase, salien-do de la legalidad y transformando las institucionesvigentes, despedazando el pacto leonino impuesto porlos dominadores a las clases dominadas, con una seriemás o menos larga de insurrecciones, revueltas, mo-tines, atentados y luchas de toda especie, abate defi-nitivamente el régimen político y social, al cual hastaentonces estaba sometido, e instaura un orden nuevo.

El derrumbe de un régimen se efectúa por lo gene-ral en un tiempo relativamente breve: en pocos días larevolución de julio de 1830 sustituyó en Francia unadinastía por otra; en poco más de un año la revolu-ción italiana de 1848; en seis o siete años la revoluciónfrancesa de 1789; en una docena de años la revolucióninglesa de la mitad del siglo XVII. La revolución, y porlo tanto la demolición de hecho de un régimen políticoy social preexistente, es en realidad la culminación deuna evolución anterior que se traduce en la realidadmaterial rompiendo violentamente las formas socialesy la envoltura política que ha dejado de ser apta paracontenerla. Acaba con el retorno a un estado normal,

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cuando la lucha ha cesado, sea que la victoria permitaa la revolución instaurar un nuevo régimen sea que suderrota parcial o total restaure en parte o totalmentelo antiguo, dando lugar a la contrarrevolución.

La característica principal, por la que se puede decirque la revolución ha comenzado, es el apartamiento dela legalidad, la ruptura del equilibrio y la disciplina es-tatal, la acción impune y victoriosa de la calle contrala ley. Previamente a un hecho específico y resoluti-vo de este género no hay revolución aún. Puede haberun estado de ánimo revolucionario, una preparaciónrevolucionaria, una condición de cosas más o menosfavorable a la revolución; pueden darse episodios máso menos afortunados de revuelta, tentativas insurrec-cionales, huelgas violentas o no, demostraciones san-grientas también, atentados, etc. Pero mientras la fuer-za se encuentre de parte de la ley vieja y del viejo poderno se ha entrado todavía en el período revolucionario.

La lucha contra el Estado, defensor armado del ré-gimen es, pues, la condición sine qua non de la revolu-ción. Esta tiende a limitar lo más posible el poder delEstado y a desarrollar el espíritu de libertad; a impulsarhasta el máximo límite posible al pueblo, a los súbditosde la víspera, a los explotados y a los oprimidos, haciael uso de todas las libertades individuales y colectivas.

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En el ejercicio de la libertad, no impedido por leyesy gobiernos, reside la salvación de toda revolución, lagarantía de que ésta no sea limitada o detenida en susprogresos, su mejor salvaguardia contra las tentativasinternas y externas de despedazarla.

Algunos dicen: «Comprendemos que siendo voso-tros como anarquistas, contrarios a toda idea de go-bierno, seáis adversarios de la dictadura que es su ex-presión más autoritaria; pero no se trata de proponer-la como fin sino como medio, antipático quizás peronecesario como la violencia es también un medio ne-cesario pero antipático durante el período previo a larevolución, indispensable para vencer las resistenciasy los contraataques burgueses».

Una cosa es la violencia y otra la autoridad guber-namental, sea ésta dictatorial o no. Aunque es verdad,en efecto, que todas las autoridades gubernamentalesse basan en la violencia, sería inexacto y erróneo decirque toda «violencia» es un acto de autoridad, por locual si la primera es necesaria se hace indispensable lasegunda.

La violencia es un medio que asume el carácter dela finalidad en la cual es adoptada, de la forma cómoes empleada y de las personas que de ella se sirven. Esun acto de autoridad cuando se adopta para imponer

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a los demás una conducta al paladar del que manda,cuando es emanación gubernamental o patronal y sir-ve para mantener en la esclavitud a los pueblos y cla-ses, para impedir la libertad individual de los súbditos,para hacer obedecer por la fuerza. Es al contrario violen-cia libertaria, es decir, acto de libertad y de liberación,cuando es empleada contra el que manda por el queno quiere obedecer ya; cuando está dirigida a impedir,disminuir o destruir una esclavitud cualquiera, indivi-dual o colectiva, económica o política, y es adoptadapor los oprimidos directamente, individuos o puebloso clases, contra el gobierno y las clases dominantes.Tal violencia es la revolución en acción. Pero cesa deser libertaria y por consiguiente revolucionaria cuan-do, apenas vencido el viejo poder, quiere ella mismaconvertirse en poder y se cristaliza en una forma cual-quiera de gobierno.

Es ése el momentomás peligroso de toda revolución:es decir cuando la violencia libertaria y revoluciona-ria vencedora se transforma en violencia autoritaria ycontrarrevolucionaria, moderadora y limitadora de lavictoria popular insurreccional; es el momento en quela revolución puede devorarse a sí misma, si adquierenventaja las tendencias jacobinas, estatales, que hastaahora, a través del socialismo marxista, se manifiestan

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favorables al establecimiento de un gobierno dictato-rial. Deber específico de los anarquistas, derivado desus mismas concepciones teóricas y prácticas, es el dereaccionar contra tales tendencias autoritarias y liber-ticidas, con la propaganda hoy y con la acción mañana.

Aquellos que hacen una distinción entre anarquíateórica y anarquía práctica, para sostener que la anar-quía práctica no debiera ser anárquica sino dictatorial,no han comprendido bien la esencia del anarquismo,en el que no es posible dividir la teoría de la prácti-ca, en cuanto para los anarquistas la teoría surge dela práctica y es a su vez una guía de la conducta, unaverdadera y propia pedagogía de la acción.

Muchos creen que la anarquía consiste sólo en laafirmación revolucionaria e ideal a la vez, de una so-ciedad sin gobierno para instaurar en el porvenir, pe-ro sin relación con la realidad actual; según tales hoypodemos o debemos obrar en contradicción con los fi-nes que nos proponemos, sin escrúpulos y sin límites.Así, con respecto a la anarquía, ayer nos aconsejabanvotar provisoriamente en las elecciones, como hoy nosproponen que aceptemos provisoriamente la dictadurallamada proletaria o revolucionaria.

¡Pero nada de eso! Si fuéramos anarquistas sólo enel fin y no en los medios nuestro partido sería inútil;

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porque la frase de Bovio de que anárquico es el pensa-miento y hacia la anarquía marcha la historia puedeser dicha y aprobada (como en efecto muchos dicensuscribirla), también por aquellos que militan en otrospartidos progresistas. Lo que nos distingue, no sólo enteoría sino también en la práctica, de los otros parti-dos es que no sólo tenemos un propósito anárquicosino también un movimiento anárquico, una metodo-logía anárquica, en cuanto pensamos que el camino arecorrer, sea durante el período preparatorio de la pro-paganda sea en el revolucionario, es el camino de lalibertad.

La función del anarquismo no es tanto la de profe-tizar un porvenir de libertad como la de prepararlo. Sitodo el anarquismo consistiera en la visión lejana deuna sociedad sin Estado, o bien en afirmar los derechosindividuales, o en una cuestión puramente espiritual,abstracta de la realidad vivida y concerniente sólo alas conciencias particulares, no habría ninguna nece-sidad de un movimiento político y social anárquico.Si el anarquismo fuera simplemente una ética indivi-dual, para cultivar en sí mismo, adaptándose al mismotiempo en la vida material a actos y a movimientos encontradicción con ella, nos podríamos llamar anarquis-tas y pertenecer al mismo tiempo a los más diversos

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partidos; y podrían ser llamados anarquistas muchosque, no obstante ser en sí mismos espiritualmente e in-telectualmente emancipados, son y permanecen en elterreno práctico enemigos nuestros.

Pero el anarquismo es otra cosa. No es un medio pa-ra encerrarse en la torre de marfil, sino una manifes-tación del pueblo, proletaria y revolucionaria, una ac-tiva participación en el movimiento de emancipaciónhumana con criterio y finalidad igualitaria y liberta-ria al mismo tiempo. La parte más importante de suprograma no consiste solamente en el sueño, que sinembargo deseamos que se realice, de una sociedad sinpatrones y sin gobiernos, sino sobre todo en la concep-ción libertaria de la revolución, en la revolución contrael Estado y no por medio del Estado, en la idea que lalibertad no sólo es el calor vital que animará el nuevomundo futuro, sino también y sobre todo hoy mismo,un arma de combate contra el viejo mundo. En estesentido la anarquía es una verdadera y propia teoríade la revolución.

Tanto la propaganda de hoy como la revoluciónde mañana tienen y tendrán por consiguiente necesi-dad del máximo posible de libertad para desenvolver-se. Esto no impide que se deban y puedan proseguirlo mismo, aunque una menor o mayor porción de li-

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bertad nos sea quitada; pero nuestro interés es tenery querer la mayor parte posible. De otro modo no se-ríamos anarquistas. En otros términos, nosotros pen-samos que cuanto más libertariamente obremos tan-to más contribuiremos, no sólo al acercamiento haciala anarquía, sino también a consolidar la revolución;mientras que alejaremos y debilitaremos la revolucióntoda vez que recurramos a sistemas autoritarios. De-fender la libertad para nosotros y para todos, combatirpor la libertad siempre más amplia y completa, tal es,pues, nuestra función de hoy, de mañana y de siempre,en la teoría y en la práctica.

¿Libertad también para nuestros enemigos?, se nospregunta. La pregunta es ingenua y equívoca. Con losenemigos estamos en lucha y en la pelea no se recono-ce al enemigo ninguna libertad, ni siquiera la de vivir.Si fueran solamente enemigos… teóricos, si los encon-tráramos desarmados, en la imposibilidad de atentarcontra nuestra libertad, despojados de todo privilegioy por tanto en igualdad de condiciones, sería entoncesadmisible. Pero preocuparse de la libertad de nuestrosenemigos cuando nosotros tenemos algún pobre diarioy unos pocos semanarios, mientras ellos poseen cente-nares de diarios de gran tiraje, cuando ellos están ar-mados y nosotros desarmados, mientras ellos están en

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el poder y nosotros somos los súbditos, mientras ellosson ricos y nosotros pobres… Sería ridículo… ¡Sería lomismo que reconocer a un asesino la libertad dematar-nos! Tal libertad se la negamos y la negaremos siem-pre, aun en el período revolucionario, mientras ellosconserven sus condiciones de verdugos y nosotros nohayamos conquistado toda y completamente nuestralibertad, no sólo de derecho sino también de hecho.

Pero esta libertad no podremos conquistarla sinoempleándola también como instrumento, donde la ac-ción dependa de nosotros; es decir, dando desde hoyuna dirección siempre más libre y libertaria a nuestromovimiento, al movimiento proletario y popular: desa-rrollando el espíritu de libertad, de autonomía y de li-bre iniciativa en el seno de las masas; educando a éstasen una intolerancia cada vez mayor hacia todo poderautoritario y político, estimulando el espíritu de inde-pendencia de juicio y de acción hacia los jefes de todaespecie; acostumbrando al pueblo al desprecio de todofreno y disciplina impuesto por otros y desde arriba, esdecir que no sea el freno de la propia conciencia y ladisciplina libremente escogida y aceptada, y apoyadasólo mientras sea considerada buena y útil a los finesrevolucionarios y libertarios que nos hemos propues-to.

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Es claro que una masa educada en esta escuela, unmovimiento que tenga esta dirección (como lo es elmovimiento anarquista) encontrará en la revoluciónla ocasión y el medio para desarrollarse en su sentidopropio hasta límites hoy ni siquiera imaginables, y éseserá el obstáculo natural y voluntario al mismo tiem-po para la formación y afianzamiento de cualquier go-bierno más o menos dictatorial. Entre ese movimientohacia una siempre mayor libertad y la tendencia cen-tralizadora y dictatorial no puede existir más que unconflicto, más o menos fuerte y violento, con mayo-res o menores treguas, según las circunstancias. ¡Peronunca podrá haber armonía!

Y esto ha de ocurrir no por una ilusión exclusiva-mente doctrinaria y abstracta, sino porque los nega-dores del poder —es éste, repetimos, el lado más im-portante de la teoría anárquica, que quiere ser la máspráctica de las teorías— piensan que la revolución sinla libertad nos llevaría a una nueva tiranía; que el go-bierno, por el solo hecho de ser tal, tiende a detener ylimitar la revolución; y que está en interés de la revo-lución y de su progresivo desarrollo combatir y obsta-culizar toda centralización de poderes, impedir la for-mación de todo gobierno, si es posible, o impedir almenos que se refuerce se haga estable y se consolide.

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Vale decir que el interés de la revolución es contrarioa la tendencia que tiene en sí toda dictadura, por pro-letaria o revolucionaria que se diga, a hacerse fuerte,estable y sólida.

¡Pero no!, replican otros; se trataría de una dictaduraprovisoria en tanto que dure la labor de destrucción dela burguesía, a fin de combatir a ésta, de vencerla y deexpropiarla.

Cuando se dice dictadura se subentiende siempreprovisoria, aun en el significado burgués e históricode la palabra. Todas las dictaduras, en los tiempos pa-sados, fueron provisorias en las intenciones de sus pro-motores y, nominalmente, también de hecho. Las in-tenciones en tal caso valen poco, ya que se trata deformar un organismo complejo que seguiría su natura-leza y sus leyes y anularía toda apriorística intencióncontraria o limitadora. Lo que debemos ver es: prime-ro, si las consecuencias del régimen dictatorial sonmásdañinas que ventajosas para la revolución; segundo, silos fines destructores y reconstructivos para los quese quisiera la dictadura no pueden ser logrados tam-bién, o mejor aún, sin ella, por el ancho camino de lalibertad.

Nosotros creemos que esto es posible; y que la re-volución es más fuerte, más incoercible, más difícil de

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derrotar cuando no tiene un centro donde pueda serherida; cuando está en todas partes, sobre todos lospuntos del territorio y en todas partes el pueblo pro-cede libremente a realizar los dos fines principales dela revolución: la destitución de la autoridad y la expro-piación de los patrones.

Cuando censuramos la concepción dictatorial de larevolución el grave error de imponer la voluntad deuna pequeña minoría a la gran mayoría de la pobla-ción, se nos responde que las revoluciones son hechaspor las minorías.

También en la literatura anarquista se encuentra amenudo repetida esa expresión, que contiene, efectiva-mente, una gran verdad histórica. Pero es preciso com-prenderla en su verdadero significado revolucionarioy no darle, como los bolcheviques, un sentido que nun-ca tuvo antes de ahora. Que las revoluciones sean he-chas por la minoría es en efecto verdad… hasta ciertopunto. Las minorías, en realidad, inician la revolución,toman la iniciativa de la acción, destrozan las primeraspuertas, abaten los primeros obstáculos, ya que sabenatreverse a lo que amedrentaría a la mayorías inerteso misoneístas en su amor a la vida sosegada y en su te-mor a los riesgos. Pero si una vez destrozadas las pri-meras ligaduras, las masas populares no siguen a las

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minorías audaces, el acto de éstas será seguido por lareacción del viejo régimen que se toma la revancha, obien se resuelve en la sustitución de una dominaciónpor otra, de un privilegio por otro. Es decir, es precisoque la minoría rebelde tenga más o menos el consenti-miento de la mayoría, que interprete las necesidades ylos sentimientos latentes y, vencido el primer obstácu-lo, realice las aspiraciones populares, deje a las masasen libertad de organizarse a su modo y llegue a ser encierto sentido mayoría.

Si esto no ocurre, no decimos por eso que la minoríadeje de tener el mismo derecho que antes a la revuelta.Según el concepto anárquico de la libertad todos losoprimidos tienen derecho a rebelarse contra la opre-sión, el individuo igual que la colectividad, las mino-rías lo mismo que las mayorías. Pero una cosa es rebe-larse contra la opresión y otra convertirse en opresor asu vez, como muchas veces hemos dicho. Aun cuandolas mayorías toleran la opresión o sean sus cómplices,la minoría que se sienta oprimida tiene derecho a re-belarse, a desear su libertad. Pero el mismo o mayorderecho tendría la mayoría contra cualquier minoríaque pretendiera con algún pretexto sojuzgarla.

Por lo demás, en los hechos reales, los opresoresconstituyen siempre una minoría, tanto si oprimen

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abiertamente en su propio nombre como si ejercenla opresión en nombre de hipotéticas colectividades omayorías. La revuelta es por consiguiente al principiola obra de una minoría consciente, insurreccionada enmedio de una mayoría oprimida, contra otra minoríatiránica; pero tal revuelta transformada en revoluciónpuede tener eficacia renovadora o libertadora solamen-te si con su ejemplo logra sacudir a la mayoría, arras-trarla, ponerla en movimiento, conquistar su apoyo yadhesión.

Abandonada o rechazada por las mayorías popula-res, la revuelta, si es derrotada, pasará a la historiacomo un movimiento heroico y malogrado, fecundoprecursor de los tiempos, etapa sangrienta pero indis-pensable, de una segura victoria en el futuro. Por otraparte, si resulta vencedora la minoría rebelde y se con-vierte en dueña del poder a despecho de la mayoría,en nuevo yugo sobre el cuello de los súbditos, acabaríamatando la misma revolución por ella suscitada.

En cierto sentido se podría decir que, si una mino-ría rebelde no logra con su ímpetu arrastrar tras de sía la mayoría de los oprimidos, sería más útil para larevolución que fuera derrotada y sacrificada. Ya que sicon la victoria ella se vería transformada en opresora,acabaría extinguiendo en las masas toda fe en la revo-

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lución, haciéndoles quizás odiosa una revolución de lacual surge nada menos que una nueva tiranía, cuyo pe-so y cuyo mal sería sentido por todos, cualquiera quefuere el pretexto y el nombre con que la cubriera.

Especialmente después de la revolución rusa, la ideadel poder dictatorial de la revolución viene siendo de-fendida como un medio necesario de lucha contra losenemigos internos, contra las tentativas de los ex do-minadores deseosos de reconquistar el poder económi-co y político. El gobierno serviría pues, para organizaren los primeros momentos de mayor peligro el terro-rismo antiburgués en defensa de la revolución.3

No negamos absolutamente la necesidad del usodel terror, especialmente cuando vienen en ayuda delos enemigos internos, con sus fuerzas armadas, losenemigos externos. El terrorismo revolucionario esuna consecuencia inevitable toda vez que el territoriodonde la revolución no ha sido reforzada todavía su-ficientemente es invadida por ejércitos reaccionarios.

3 Hablamos del «terrorismo» no en su significado particularde política terrorista de gobierno, sino en el sentido general deluso de la violencia hasta los extremos límites más mortíferos, quepuede realizarse tanto por un gobierno por intermedio de sus gen-darmes, como directamente por el pueblo en el curso de un motíny durante la revolución.

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Toda emboscada de la contrarrevolución, en el interior,es demasiado funesta en tales circunstancias para queno deba ser exterminada a sangre y fuego.

La leyenda de Bruto, que manda al patíbulo a sushijos, cómplices, en el interior, de los Tarquinos expul-sados de Roma y que amenazaban la libertad romana ala cabeza de un ejército extranjero, es el símbolo de es-ta trágica necesidad del terror. Así en Francia, se sintióla necesidad, en 1792, de exterminar a los nobles, sacer-dotes y reaccionarios, cuando Brunswich se acercabaamenazador a París, guiado por los emigrados.

El terror se hace inevitable cuando la revolución es-tá asediada por todas partes. Sin la amenaza externa,las amenazas contrarrevolucionarias internas no cau-sarían miedo; basta para tenerlas inactivas la visión desu impotencia material. Dejarlas tranquilas puede serigualmente un error, y quizás un peligro para el por-venir, pero no constituye un peligro inmediato.

Por esto se puede fácilmente dejarse arrastrar porun sentimiento de generosidad y de piedad hacia lospropios enemigos. Pero cuando estos enemigos tienenmás allá de las fronteras fuerzas armadas listas paraintervenir en su socorro, cuando encuentran aliadosen los enemigos del exterior entonces se conviertenen un peligro, que se hace tanto más fuerte cuanto más

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avanza desde fuera el otro peligro. Su supresión llegaentonces a ser cuestión de vida o muerte.

Cuanto más inexorable es la revolución en tales es-collos, tanto mejor logra evitar más grandes luchas enel porvenir. Una excesiva tolerancia de hoy podría ma-ñana hacer necesario un rigor doblemente grave. ¡Sidespués ella tuviera por consecuencia la derrota de larevolución, mucho más tremendos estragos vendríana castigar la debilidad con el terror blanco de la con-trarrevolución!

No es preciso, por otra parte, valorizar demasiadola retórica de que hace alarde la prensa burguesa paravituperar y calumniar el terrorismo revolucionario.

Desde hace cinco años no hacen más que hablar delos horrores, de las matanzas, de las infamias, de losdesórdenes revolucionarios de Petrogrado y de Mos-cú. Pero si se tuviera la paciencia de ir a las bibliotecasa revisar los diarios de Roma, Turin, Viena, Coblenza,Berlín, Londres y Madrid, desde 1789 hasta 1815, apro-ximadamente, se leerían idénticas palabras de horrorsobre las matanzas, las infamias y los desórdenes dela revolución francesa que hoy es llamada por todosla Gran Revolución. Los que recuerdan la época de laComuna de París, en 1871, recordarán igualmente conque lenguaje repugnante se habla de las «matanzas»

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de los comunalistas: no había bastantes palabras paravituperarlos como a los peores asesinos. No obstante,¡cuántos apologistas de la Comuna parisiense hay hoyentre los vituperadores de la Comuna moscovita!

Los patriotas italianos sinceros deben recordar lasinfamias que se escribían en los periódicos moderadosy bonapartistas parisienses —de acuerdo con los perió-dicos clericales vieneses— contra la república romanade 1849 y como entonces se escandalizaron y horrori-zaron las almas pías por ios estragos atribuidos a car-bonarios y mazzinianos. También sobre la revoluciónrusa se sabrá un día la verdadera verdad y tal vez mu-chos de sus actuales difamadores se convencerán. ¡En-tonces, probablemente, los únicos que persistirán enla crítica serán… los anarquistas!

Ningún derecho tiene la burguesía para escandali-zarse del terrorismo de la revolución rusa, cuando ensus revoluciones ha hecho otro tanto y cuando se haservido después del terror en su beneficio, empleándo-lo contra el pueblo toda vez que éste ha intentado seria-mente sacudir el yugo, con una ferocidad que ningunarevolución alcanzó jamás.

Como anarquistas, sin embargo, nosotros hacemostodas nuestras reservas, no contra el uso del terroren líneas generales, sino contra el terrorismo codifica-

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do, legalizado, convertido en instrumento de gobierno,aunque sea de un gobierno que se diga y se crea revo-lucionario. El terrorismo autoritario, en realidad, por elhecho de ser tal, cesa de ser revolucionario, se trans-forma en una amenaza perenne para la revolución ytambién en una causa de debilidad. La violencia en-cuentra en la lucha y en la necesidad de liberarse deuna opresión violenta su justificación; pero la legaliza-ción de la violencia, el gobierno violento, es ya por símismo una prepotencia, una nueva opresión.

Resulta por eso causa de debilidad para el terroris-mo revolucionario ser ejercido, no libremente por elpueblo y sólo contra sus enemigos, ni tampoco poriniciativa independiente de los grupos revolucionarios,sino únicamente por el gobierno, con la consecuencianatural que el gobierno persigue al mismo tiempo quea los verdaderos enemigos de la revolución, a los revo-lucionarios sinceros, más avanzados que él pero queno le son afectos. Además el terrorismo, como acto deautoridad gubernamental es más suceptible de recogeraquellas antipatías y aversiones populares que siem-pre se determinan en oposición a todo gobierno, decualquier especie que sea, y sólo porque es gobierno.El gobierno, aun cuando recurra a medidas radicales,por la responsabilidad que pesa sobre sí y por todo el

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complejo de influencias que sufre del exterior y del in-terior, es llevado inevitablemente a consideraciones ya actos más violentos o más suaves que los criteriossugeridos, más que por el interés del pueblo y de la re-volución, por la necesidad de defender su poder y supersonal seguridad presente o futura o también por elsimple buen nombre de sus componentes.

Para desembarazarse en cada lugar de la burguesía,para proceder a la realización de aquellas medidas su-marias que pueden ser necesarias en una revolución,no hay necesidad de órdenes de arriba. Pues quien es-tá en el poder, por su sentido natural de responsabili-dad, puede tener vacilaciones y escrúpulos peligrososque las masas no tienen. La acción directa popular —que podríamos llamar terrorismo libertario— es por lotanto siempre más radical, sin contar que, localmen-te, se puede saber dónde y cómo actuar mucho mejorque desde el lejano poder central, el cual estaría obli-gado a confiarse en tribunales, mucho menos justos yal mismo tiempo más feroces que la sumaria justiciapopular. Estos tribunales, aún cuando realicen actosde verdadera justicia, no obran por sentimiento sinopor mandato, se hacen, por consiguiente, antipáticosal pueblo, por su frialdad y se sienten inclinados a ro-dear sus actos de crueldad quizás necesaria con una

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teatralidad inútil y con una hipócrita ostentación de laigualdad legislativa inexistente e imposible.

En todas las revoluciones, apenas la justicia popu-lar se hace legal, organizada desde arriba, poco a poco,se transforma en injusticia. Se hace tal vez, más cruel,pero es llevada también a herir a los mismos revolu-cionarios, a respetar frecuentemente a los enemigos,a convertirse en un instrumento del poder central ensentido siempre más represivo y contrarrevoluciona-rio. También la misma violencia es más eficaz y radicalcuanto menos se concentra en una autoridad determi-nada.

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El socialismo y el estado1

(Rudolf Rocker2)

Con el desarrollo del socialismo y del mo-derno movimiento obrero en Europa sur-

1 De: Nacionalismo y Cultura.2 Fue contemporáneo de Luigi Fabbri. Vivió en Alemania

hasta el ascenso del nazismo, refugiándose luego en EE. UU., don-de murió en 1958.

Dado que el anarquismo nunca logró arraigar en Alemania, es-te teórico anarquista carece de antecedentes revolucionarios en supaís, excepto su oposición al nazismo dentro de la intelectualidadantifascista. Luchó, en cambio, en la Revolución Española (1936-39). Anarquista de una época de crisis definitiva de su corrientey fuertemente ligado al liberalismo anglo-sajón, su obra principalNacionalismo y Cultura, de la que tomamos una selección, es unintento por justificar al capitalismo liberal, el sistema político quemás afín considera al anarquismo. Teórico de derecha y con muypoco en común con los antiguos revolucionarios anarquistas, sinembargo se destaca Rocker por la seriedad de sus ensayos. Su sis-tematización de las diferencias entre anarquismo y marxismo re-

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gió una nueva corriente espiritual en la vi-da de los pueblos, que no ha concluido to-davía su evolución, pero cuyo destino de-penderá de las tendencias que alcancen yconserven la primacía entre sus represen-tantes: las libertarias o las autoritarias.

Es común a los socialistas de todas las tendencias laconvicción de que la actual organización social es unacausa permanente de los males más graves de la socie-dad y que finalmente no habrá de persistir. Tambiénes común a todas las tendencias sociales la afirmaciónde que un mejor orden de cosas no puede ser produ-cido mediante modificaciones de carácter puramentepolítico, sino sólo por una transformación radical delas condiciones económicas vigentes, de manera quela tierra y todos los medios de la producción social noqueden como propiedad exclusiva de minorías privile-giadas, sino que pasen al dominio y a la administraciónde la comunidad. Sólo así será factible que el objetivode toda actividad productiva no sea la perspectiva decomodidades personales, sino la aspiración solidariade satisfacer las necesidades de todos los miembros dela sociedad.

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Pero respecto a las características de la sociedad so-cialista y los medios para llegar a ella, las opinionesde las diversas tendencias socialistas difieren. Esto notiene nada de extraño, pues al igual que cualquier otraidea, tampoco el socialismo llegó a los hombres comouna revelación del cielo; se desarrolló dentro de las for-mas sociales existentes y se respaldó en ellas. De ahíque fue inevitable que sus representantes estuviesenmás o menos influidos por las corrientes sociales y po-líticas de la época, según cual de ellas prevaleciera encada país. Se sabe la gran influencia que tuvieron lasideas de Hegel en la formación del socialismo alemán;la mayoría de sus precursores —Grün, Hess, Lassalle,Marx, Engels— procedían de los círculos intelectualesde la filosofía alemana; sólo Weitling recibió sus estí-mulos del extranjero. En Inglaterra es innegable la pe-netración de las aspiraciones socialistas a través de lasconcepciones liberales; en Francia son las corrientesespirituales de la Gran Revolución; en España, las in-fluencias del federalismo político se manifiestan clara-mente en las teorías socialistas. Lo mismo podría de-cirse del movimiento socialista de cada país.

Pero como en un ámbito cultural de característicastan afines como el de Europa las ideas y los movi-

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mientos sociales no quedan limitados a determinadoterreno, sino que invaden naturalmente otros países,sucede que no conservan su colorido puramente local,sino que reciben los estímulos externos más diversos,generan casi insensiblemente en el propio dominio delpensamiento y lo fecundan de una manera especial. Elvigor de esas influencias externas depende en gran par-te de las condiciones sociales generales. Téngase pre-sente la influencia poderosa de la Revolución francesay en sus repercusiones espirituales en la mayor partede los países de Europa. Por eso es evidente que unmovimiento como el socialista tendrá en cada país lasmás diversas conexiones ideológicas y en ninguna par-te se limitará a una forma de expresión determinada,especial.

Babeuf y la escuela comunista que adoptó sus ideas,surgieron de la esfera intelectual del jacobinismo, porcuyo modo de ver las cosas fueron completamente do-minados. Estaban convencidos de que se podía aplicara la sociedad la forma que se quisiera, siempre que secontase con el aparato político del Estado. Y como aldifundirse la moderna democracia, en el sentido quele daba Rosseau, había arraigado hondamente en las

sultan por eso de interés.

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concepciones de los hombres la creencia en la omni-potencia de las leyes, la conquista del poder políticose convirtió en un dogma para aquellas tendencias so-cialistas que se fundaban en las ideas de Babeuf y delos llamados «Iguales». La disputa de esas tendenciasentre sí giraba en torno a la manera de tomar del me-jor modo y más seguramente en posesión del poderdel Estado. Mientras los sucesores directos de Babeuf,los denominados babouvistas, se atenían a las viejastradiciones y estaban convencidos de que sus socieda-des secretas alcanzarían un día el poder público me-diante un golpe de mano revolucionario, a fin de darvida al socialismo con la ayuda de la dictadura prole-taria, hombres como Louis Blanc, Pecqueur, Vidal yotros defendían el punto de vista de que debía evitarseen lo posible un cambio violento, siempre que el Esta-do comprendiese el espíritu de la época y se pusieraa trabajar por impulso propio en una transformacióncompleta de la economía social. Pero era común a am-bas tendencias creer que el socialismo podía realizarsesólo con la ayuda del Estado y de una legislación ade-cuada. Pecqueur hasta había esbozado ya con ese fintodo un Código —una especie de «Código Napoleón»socialista— que debía servir de guía a un gobierno deamplia visión.

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Casi todos los grandes iniciadores del socialismo, enla primera mitad del siglo XIX, fueron más o menos in-fluidos por concepciones autoritarias. El genial Saint-Simon reconoció con gran lucidez que la humanidadavanzaba hacia un período «en que el arte de gober-nar a los hombres había de ser suplantado por el ar-te de administrar las cosas»; pero sus discípulos, encambio, adoptaron, en todo, una posición autoritaria,llegaron a la concepción de una teocracia socialista yfinalmente desaparecieron de la superficie.

Fourier desarrolló en su «sistema societario» pensa-mientos libertarios de admirable profundidad y de me-morable significación. Su teoría del «trabajo atractivo»aparece precisamente hoy, en el período de la «racio-nalización capitalista de la economía», como una re-velación de verdadero humanismo. Pero era asimismoun hijo de su tiempo y se dirigió, como Robert Owen,a todos los poderosos espirituales y temporales de Eu-ropa con la esperanza de que contribuirían a realizarsus planes. Apenas tuvo presentimiento, y la mayoríade sus numerosos discípulos, todavía menos que él dela verdadera esencia de la liberación social: El «comu-nismo icariano» de Cabet estaba impregnado de ideascesaristas y teocráticas: Blanqui y Barbés eran jacobi-nos comunistas.

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En Inglaterra, donde ya en 1793 había aparecido laprofunda y fundamental obra de Godwin, Investiga-ción acerca de la justicia política, el socialismo del pri-mer período tomó un carácter mucho más libertarioque en Francia, pues allí le había precedido el libera-lismo y no la democracia. Pero los escritos de WilliamThompson, John Gray y otros fueron casi enteramentedesconocidos en el continente. El comunismo de Ro-bert Owen era una singular mescolanza de ideas liber-tarias y de tradicionales conceptos autoritarios del pa-sado. Tuvo, durante un tiempo, una influencia muy im-portante; pero especialmente después de su muerte sedebilitó cada vez más, dando lugar a consideracionesmás prácticas que hicieron olvidar paulatinamente lagran finalidad del movimiento.

Entre los escasos pensadores de aquel período queintentaron fundar sus aspiraciones socialistas sobreuna base realmente libertaria, Proudhon fue, sin du-da alguna, el más importante. Su crítica demoledora alas tradiciones jacobinas, a la naturaleza del gobiernoy a la fe ciega en la fuerza prodigiosa de las leyes y losdecretos tuvo el efecto de una acción libertadora, queni siquiera hoy ha sido reconocida en toda su grande-za. Proudhon comprendió claramente que el socialis-mo tenía que ser libertario si había de ser considerado

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como un creador de una nueva cultura social. Ardíadentro de él la llama viva de una nueva era que pre-sentía y cuya formación social veía con claridad en suimaginación. Fue uno de los primeros que opusieron ala metafísica política de los partidos los hechos concre-tos de la economía. La economía fue para él la verdade-ra base de toda la vida social, y como había advertido,con profunda agudeza, que precisamente lo económi-co es lo más sensible a toda coacción externa, asociócon rigurosa lógica la abolición de los monopolios eco-nómicos con la supresión de toda clase de gobierno enla vida de la sociedad. El culto de las leyes, al que obe-decían con verdadero fanatismo todos los partidos deaquel período; no tenía para él la menor significacióncreadora, pues sabía que en una comunidad de hom-bres libres e iguales sólo el libre acuerdo podía ser ellazo moral de las relaciones sociales de los seres huma-nos entre sí.

Proudhon había comprendido el mal del centralis-mo político en todos sus detalles, de ahí que anunciaracomo un mandamiento de la hora la descentralizaciónpolítica y la autonomía de las comunas. Era el más des-tacado de todos sus contemporáneos que habían escri-to de nuevo en su bandera el principio del federalismo.Su mente esclarecida, comprendió que los hombres de

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entonces no podían llegar bruscamente al reino de laanarquía; sabía que la conformación espiritual de suscontemporáneos, formada lentamente en el curso delargos períodos, no podía cambiar de la noche a la ma-ñana. Por eso le pareció que la descentralización políti-ca, que debía quitar al Estado cada vez más funciones,el medio más conveniente a fin de comenzar a abrir uncamino para la abolición de todo gobierno del hombrepor el hombre. Creía que una reconstrucción políticay social de la sociedad europea en forma de comunasautónomas, ligadas entre sí federativamente sobre labase de pactos libres, podía contrarrestar la evoluciónfunesta de los grandes Estadosmodernos. Partiendo deesa idea, opuso a las aspiraciones de unidad nacionalde Mazzini y de Garibaldi la descentralización políticay el federalismo de las comunas, pues estaba conven-cido de que era el único medio de crear una culturasocial superior de los pueblos europeos.

Es característico que sean precisamente los adversa-rios marxistas del gran pensador francés quienes quie-ren reconocer en las aspiraciones de Proudhon unaprueba de su «utopismo», indicando que el desarro-llo social, pese a todo, ha entrado por el camino de lacentralización política. ¡Como si esto fuese una prue-ba contra Proudhon! Por ese desarrollo, que Proudhon

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había previsto de un modo tan claro y cuyo peligro su-po describir de manera magistral, ¿han sido suprimi-dos los daños del centralismo o se han superado? ¡Noy mil veces no! Esos daños han aumentado desde en-tonces hasta un grado monstruoso y constituyen unade las causas principales que condujeron a la terriblecatástrofe de la guerra mundial, como son hoy uno delos mayores obstáculos a una solución razonable de lacrisis económica internacional. Europa se retuerce im-potente bajo el yugo férreo de un burocratismo estéril,para el cual es un horror toda acción independiente,y que con el máximo placer quisiera implantar en to-dos los pueblos la tutela del cuarto de los niños. Talesson los frutos de la centralización política. Si Proudhonhubiese sido un fatalista, habría atribuido ese desarro-llo de las cosas a «una necesidad histórica» y habríaaconsejado a los contemporáneos tomar las cosas co-mo vinieren, hasta que llegase el momento en que seprodujese el famoso «cambio de la afirmación en lanegación»; pero como auténtico luchador, se levantócontra el mal e intentó mover a sus contemporáneoscontra él.

Proudhon previó todas las consecuencias que aca-rrearía el desarrollo de los grandes Estados y advirtióa los hombres sobre el peligro que los amenazaba; al

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mismo tiempo les indicó una salida para que pudieranhacer frente almal. No fue culpa suya si su palabra sólofue escuchada por unos pocos y si finalmente se perdiócomo una voz en el desierto. Llamarlo por esa razón«utopista» es un placer tan fácil como torpe. Entoncestambién el médico es un utopista, pues por los sínto-mas de una enfermedad predice sus consecuencias yda al paciente un medio para defenderse del mal. ¿Esculpa del médico si el enfermo no sigue sus consejosni intenta siquiera protegerse del peligro?

La formulación proudhoniana de los principios delfederalismo significó un ensayo de la libertad para con-trarrestar la reacción ya próxima, y su significaciónhistórica reside en haber impreso al movimiento obre-ro de Francia y de los demás países románicos el sellode su espíritu, intentando dirigir su socialismo por lasenda de la libertad y del federalismo. Cuando hayasido, definitivamente superada la idea del capitalismode Estado en sus diversas formas y derivaciones, sóloentonces se sabrá apreciar exactamente la verdaderaimportancia de la obra intelectual de Proudhon.

Cuando más adelante surgió la Asociación Interna-cional de los Trabajadores, fue el espíritu federalistade los socialistas de los países llamados latinos el queimprimió su significación propia a la gran organiza-

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ción, haciéndola cuna del moderno movimiento obre-ro socialista de Europa. La Internacional misma estabaconstituida por una asociación de organizaciones sin-dicales de lucha y por grupos ideológicos socialistas,que se manifestaron cada vez con más firmeza y cla-ridad en cada uno de sus congresos, y que fueron tancaracterísticos de la gran asociación. De sus filas salie-ron los grandes pensamientos creadores de un renaci-miento social basado en el socialismo, cuyas aspiracio-nes libertarias se hicieron notar siempre, con claridad,en cada uno de sus congresos, y fueron tan meritoriasen la evolución espiritual de la gran asociación. Fueroncasi exclusivamente los socialistas de los países latinosquienes estimularon este desarrollo de ideas. Mientrasque los socialdemócratas alemanes de entonces veíanen el llamado «Estado popular» su ideal político delfuturo y reproducían de esa manera las tradicionesburguesas del jacobinismo, los socialistas revoluciona-rios de los países latinos reconocieron perfectamenteque un nuevo orden económico en el sentido socialis-ta también requiere una nueva forma de organizaciónpolítica para desarrollarse con libertad. Pero compren-dieron asimismo que esa forma de organización socialno podía tener nada de común con el actual sistemaestatal, sino que habría de significar su disolución his-

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tórica. Así surgió de la Internacional el pensamiento deuna administración completa de la producción social ydel consumo general por obra de los productores mis-mos, en la forma de grupos económicos libres ligadospor el federalismo, a quienes al mismo tiempo habríade corresponder también la administración política delas comunas. De ese modo se pensaba suplantar la cas-ta de los actuales políticos profesionales y de partidopor técnicos sin privilegios y reemplazar la política delpoder de Estado por un orden económico pacífico fun-dado en la igualdad de los derechos y en la solidaridadmutua de los hombres coaligados por la libertad.

Por entonces Miguel Bakunin definió agudamenteel principio del federalismo político en su conocido dis-curso del Congreso de la Liga para la paz y la libertad(1867) y había destacado su importancia en las relacio-nes pacíficas entre los pueblos:

Todo Estado centralista —dijo Bakunin—, por liberalque quiera presentarse o cualquiera fuere la forma re-publicana que adoptare, es necesariamente un opresor,un explotador de las masas trabajadoras del pueblo enbeneficio de las clases privilegiadas. Requiere un ejér-cito para contener a esas masas en ciertos límites, yla existencia de ese poder armado le lleva a la guerra.Por eso sostengo que la paz internacional es imposi-

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blemientras no se haya aceptado el siguiente principiocon todas sus consecuencias: toda nación, débil o fuer-te, pequeña o grande, toda provincia, toda comunidadtiene el derecho absoluto de ser libre, autónoma, de vi-vir y administrarse según sus intereses y necesidadesparticulares, y en ese derecho todas las comunidadesson solidarias en tal grado que no es posible violar esteprincipio respecto a una sola de ellas, sin poner simul-táneamente en peligro a todas las demás.

La insurrección de la Comuna de París confirió alas ideas de la autonomía local y del federalismo unimpulso extraordinario en las filas de la Internacional.Cuando París renuncia voluntariamente a su suprema-cía central sobre todas las demás comunas de Francia,la Comuna se convirtió para los socialistas de los paí-ses latinos en el punto de partida de un nuevo movi-miento que opuso la Federación Comunal al principiocentral unitario del Estado. La Comuna se convirtiópara ellos en la unidad política del futuro, en la basede una nueva cultura social, que se desarrolla orgáni-camente de abajo hacia arriba y no se impone automá-ticamente a los seres humanos de arriba hacia abajopor un poder centralista. Así surgió, como un modelosocial para el futuro, un nuevo concepto de la organi-zación social, que aseguraba el mayor espacio posible

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al impulso propio de las personas y de los grupos, y enla que viva y actúe simultáneamente el espíritu colec-tivo y el interés solidario por el bienestar de todos y decada uno de los miembros de la comunidad. Se recono-ce claramente que los portavoces de esa idea habíantenido presentes las palabras de Proudhon:

La personalidad es para mí el criterio delorden social. Cuando más libre, más inde-pendiente, más emprendedora es la perso-nalidad en la sociedad, tanto mejor para lasociedad.

Mientras que el ala de tendencia autoritaria de laInternacional seguía sosteniendo la necesidad del Es-tado y se pronunciaba por el centralismo, las seccio-nes libertarias de lamisma Internacional opinaban queno era el federalismo solamente un ideal político defuturo; les servía también como base en sus propiasaspiraciones orgánicas, pues, según su concepción, laInternacional —en tanto que posible en las condicio-nes existentes— debía dar al mundo la visión de unasociedad libre. Fue precisamente ese enfoque lo quecondujo a aquellas disputas internas entre centralistasy federalistas, a consecuencia de las cuales habría desucumbir la internacional.

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El Consejo general de Londres, bajo la influencia di-recta de Marx y de Engels, intentó aumentar sus atri-buciones y poner la asociación internacional del pro-letariado al servicio de la política parlamentaria de de-terminados partidos, pero chocó lógicamente con la re-sistencia más firme de las federaciones y secciones detendencia libertaria, que seguían fieles a los viejos pos-tulados de la Internacional. Así se produjo la gran di-visión del movimiento obrero socialista, que hasta hoyno pudo ser superada, pues en esa disputa se trataba decontradicciones internas de importancia fundamental,cuya conclusión no sólo debía tener consecuencias de-cisivas para el desarrollo ulterior del movimiento obre-ro, sino para la idea misma del socialismo. La infortu-nada guerra de 1870-71 y la reacción que se inició enlos países latinos tras la caída de la Comuna de Parísy de los acontecimientos revolucionarios de España yde Italia, reacción que malogró por medio de leyes deexcepción y de persecuciones brutales toda actividadpública y obligó a la Internacional a buscar refugio enlas vinculaciones clandestinas, favorecieron considera-blemente la nueva evolución del movimiento obreroeuropeo.

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El 20 de julio de 1870 escribió Karl Marx a FriedrichEngels las palabras siguientes, tan características de supersona y de su tendencia espiritual:

Los franceses necesitan palos. Si vencen losprusianos, la centralización del state po-wer (poder estatal) resultará beneficiosa pa-ra la centralización de la clase obrera ale-mana. El predominio alemán desplazará elcentro de gravedad del movimiento obrerode la Europa occidental, de Francia a Ale-mania; y sólo hay que comparar el movi-miento desde 1866 hasta hoy en ambos paí-ses para comprender que la clase obrera ale-mana es teórica y orgánicamente superiora la francesa. Su supremacía en la escenamundial sobre la francesa sería simultánea-mente la supremacía de nuestra teoría so-bre la de Proudhon, etc.3

Marx tenía razón. La victoria de Alemania sobreFrancia significaba en verdad un cambio de rumbo enla historia del movimiento obrero europeo. El socialis-

3 Der Briefweschel zwischen Marx und Engels; vol. IV. Stutt-gart, 1913.

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mo libertario de la Internacional fue relegado debidoa la nueva situación y debía ceder el puesto a las con-cepciones anti-libertarias del marxismo. La capacidadviviente, creadora, ilimitada de las aspiraciones socia-listas fue reemplazada por un doctrinarismo unilate-ral que adoptó presuntuosamente el aire de una nuevaciencia, pero que en realidad sólo se fundaba en un fa-talismo histórico que conducía a los peores sofismas,lo que habría de sofocar poco a poco todo pensamien-to verdaderamente socialista. Es que Marx había escri-to en su juventud estas palabras: «Los filósofos sólohan interpretado diversamente el mundo; pero lo queimporta es cambiarlo»; sólo que él mismo no hizo entoda su vida otra cosa que interpretar el mundo y lahistoria. Analizó la sociedad capitalista a su maneray puso en ello mucho ingenio y un saber enorme; pe-ro siempre le fue inaccesible la fuerza creadora de unProudhon. Era y siguió siendo solamente un analiza-dor, un analizador inteligente y de vastos conocimien-tos, pero nada más. Por tal razón no ha enriquecidoel socialismo con un sólo pensamiento creador; peroha enredado el espíritu de sus adeptos en la fina redde una dialéctica astuta que apenas permite ver cosaalguna en la historia, fuera de la economía, y les im-pide cualquier observación más honda en la esfera de

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los acontecimientos sociales. Hasta rechazó demaneracategórica todo intento de examinar claramente la for-ma presumible de una sociedad socialista, y todo eso loliquidó por considerarlo utopismo. Como si fuera posi-ble crear algo nuevo antes de comprender uno mismolos lineamientos generales al menos de lo que se quie-re hacer. La fe en el curso obligado, independiente dela voluntad, de todos los fenómenos sociales le hizo re-chazar cualquier pensamiento sobre la elección de lameta del proceso social; y, sin embargo, es justamenteeste último pensamiento el que sirve de fundamento atoda actividad creadora.

Junto con las ideas se modificaron también los mé-todos del movimiento obrero. En vez de los grupos deideas socialistas y de las organizaciones económicas delucha en el viejo sentido, en donde los integrantes dela Internacional habían visto las células de la sociedadfutura y los órganos naturales de la nueva sociedady de la administración de la producción, surgieron losactuales partidos obreros y la actuación parlamentariade las masas trabajadoras. La vieja teoría socialista, so-bre la conquista de las fábricas y de la tierra, fue cadavez más olvidada; en su lugar sólo se habló de la con-quista del poder político y se entró así de lleno en elcauce de la sociedad capitalista.

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En Alemania, donde no se conoció ninguna otra for-ma del movimiento, esa evolución se produjo de unamanera rápida y desde allí se expandió por sus triunfoselectorales hacia el movimiento socialista de la mayo-ría de los otros países. La vigorosa actividad de Lassa-lle en Alemania había allanado el camino a esa nue-va fase del movimiento. Lassalle fue toda su vida undevoto apasionado de la idea del Estado en el sentidoque le daban Fichte y Hegel, y se había apropiado ade-más de las concepciones del socialista de Estado fran-cés Louis Blanc sobre la misión social del gobierno. Ensu Arbeiter-program declaró a la clase obrera de Ale-mania que la historia de la humanidad había sido unalucha permanente contra la naturaleza y contra las li-mitaciones que ésta impone a los hombres:

En esa lucha no habríamos dado nunca unpaso adelante, ni lo daremos nunca, si la hu-biéramos conducido o la quisiésemos condu-cir cada cual por sí mismo, cada cual solo.Incumbe la función de realizar ese desarro-llo de la libertad, ese desenvolvimiento dela especie humana hacia la libertad.

Sus partidarios estaban tan firmemente convenci-dos de esa misión del Estado, y su credulidad estatal

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cobró a menudo formas tan fanáticas, que la prensa li-beral de entonces acusó con frecuencia al movimientode Lassalle de estar a sueldo de Bismarck. Las pruebasde esa acusación no pudieron presentarse nunca; peroel raro coqueteo de Lassalle con el «reinado social»,que se puso especialmente de manifiesto en su escritoDer italienische Krieg und die Aufgabe Preussens, pudodespertar fácilmente la sospecha.4

Al consagrar poco a poco los partidos obreros re-cientemente creados toda su actividad a la acción par-lamentaria de los trabajadores y a la conquista del po-der político como supuesta condición previa para larealización del socialismo, dieron vida, en el curso deltiempo, a una nueva ideología, que difería esencial-mente de las corrientes de pensamiento de la primeraInternacional. El parlamentarismo que, en ese nuevomovimiento, no tardó en desempeñar un papel domi-nante, atrajo a una cantidad de elementos burgueses yde intelectuales sedientos de carrera hacia los partidossocialistas, con lo cual fue acelerado aún más el cam-

4 La correspondencia entre Bismarck y Lasalle, que ha sidode nuevo descubierta hace pocos años, y que Gustav Mayer ha in-corporado a su obra digna de ser leída, Bismarck und Lassalle, arro-ja una luz singular sobre la personalidad de Lassalle y es tambiénde gran interés aun desde el punto de vista puramente psicológico.

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bio de orientación. Así surgió, en lugar del socialismode la vieja Internacional, una suerte de sucedáneo quesólo tenía de común el nombre con aquél. De ese mo-do perdió el socialismo cada vez más su carácter de unnuevo ideal de cultura, para el cual las fronteras arti-ficiales de los Estados carecían valor. En la mente delos jefes de esa nueva tendencia se confundieron losintereses del Estado nacional con las necesidades espi-rituales de su partido, hasta que, paulatinamente, nopercibieron ya una línea divisoria entre ellos y se ha-bituaron a considerar el mundo y las cosas a través delas anteojeras del Estado nacional. Por eso fue inevi-table que los modernos partidos obreros se integraranpoco a poco como un elemento necesario en el aparatodel Estado nacional, contribuyendo en gran medida adevolver al Estado el equilibrio interno que había per-dido.

Sería falso querer apreciar esa extraña conversiónideológica como una mera traición consciente de losjefes, según se ha hecho a menudo. En realidad se tra-ta aquí de una adaptación lenta de la teoría socialistaen la esfera ideológica del Estado burgués, como con-secuencia de la actuación práctica de los partidos obre-ros, actuación que tenía que pesar forzozamente en laorientación espiritual de sus portavoces. Los mismos

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partidos que salieron un día a conquistar el poder po-lítico bajo la bandera del socialismo, se vieron obliga-dos cada vez más por la lógica férrea de las circuns-tancias a entregar poco a poco su antiguo socialismoa la política burguesa. El sector más inteligente de susadeptos pronto reconoció el peligro y se gastó en unaoposición estéril contra los lineamientos tácticos delpartido. Pero esta lucha tenía que resultar infructuo-sa por el hecho de dirigirse sólo contra determinadasexcrecencias del sistema político del partido, pero nocontra éste mismo. Así los partidos obreros socialistasse convirtieron en paragolpes de la lucha entre capi-tal y trabajo, en pararrayos políticos para la seguridaddel orden social capitalista, y de tal manera sucedie-ron las cosas que la gran mayoría de sus partidarios nisiquiera se dio cuenta de ello.

La posición de la mayor parte de esos partidos du-rante la guerra de 1914-18, y especialmente después delamisma, dice lo suficiente como para probar que nues-tro juicio no es exagerado y que corresponde estric-tamente a los hechos. En Alemania ese desarrollo hatenido un carácter trágico, cuyo alcance todavía no sepuede predecir. El movimiento socialista de ese país sehabía estancado intelectualmente por completo en loslargos años de rutina parlamentaria y no era capaz de

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ninguna acción eficaz. Por tal razón la revolución ale-mana fue tan pobre en ideas efectivas. El viejo refrán:«El que come con el Papa muere», se había verifica-do también en el movimiento socialista. Había comidotanto del Estado que su fuerza vital quedó agotado yno pudo volver a realizar cosa alguna de importancia.

El socialismo sólo podía conservar su papel comoideal cultural del futuro dedicando toda su actividada suprimir, junto con el monopolio de la propiedad,también toda forma de dominación del hombre por elhombre. No era la conquista, sino la supresión del po-der en la vida social lo que había de constituir su granobjetivo, en el cual debía concentrarse y al que nuncadebía abandonar, si no quería suprimirse a sí mismo. Elque cree poder suplantar la libertad de la personalidadmediante la igualdad de los intereses y de la posesiónno ha comprendido en modo alguno la esencia del so-cialismo. Para la libertad no hay ningún substituto, nopuede haberlo nunca. La igualdad de las condicioneseconómicas es sólo una condición necesaria previa dela libertad del hombre, pero nunca puede ser un suce-dáneo de ésta. Pecar contra la libertad es pecar contrael espíritu del socialismo. Socialismo equivale a coope-ración solidaria de los seres humanos sobre la base deuna finalidad común y de igualdad de derechos para

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todos. Pero la solidaridad se apoya sólo en la libre de-cisión y no puede ser impuesta, si es que no quieretransformarse en tiranía.

Toda verdadera actividad socialista tiene, por consi-guiente, que estar inspirada, en lo más pequeño comoen lo más grande, por el objetivo de contrarrestar elmonopolismo en todos los dominios, y especialmenteen la economía, y de extender y asegurar con todas lasfuerzas a su disposición la suma de libertad personalen los cuadros de la asociación social. Toda actuaciónpráctica que lleve a otros resultados es errónea e into-lerable para los verdaderos socialistas. En ese sentidohay que juzgar también la hueca fraseología sobre la«dictadura del proletariado» como etapa de transicióndel capitalismo al socialismo. Esas «transiciones» nolas conoce la historia. Hay simplemente formas másprimitivas y formas más complicadas en las diversasfases del desenvolvimiento social. Todo nuevo ordensocial es naturalmente imperfecto en sus formas origi-narias de expresión; pero, sin embargo, todas las posi-bilidades ulteriores de desarrollo deben existir en susnuevas instituciones, como en un embrión está ya lacriatura entera. Todo intento de integrar en un nuevoorden de cosas elementos esenciales del viejo sistema,superado en sí mismo, ha conducido siempre a los mis-

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mos resultados negativos: o bien fueron frustrados ta-les intentos por el vigor juvenil de la nueva creación, obien los delicados gérmenes y los comienzos alentado-res de las formas nuevas fueron reprimidos tan fuer-temente y fueron tan obstaculizados en su desenvol-vimiento natural por las formas del pasado que, pocoa poco, fueron sofocados y languidecieron lentamenteen su capacidad vital.

Cuando un Lenin —lo mismo que Mussolini— seatrevió a proclamar que «la libertad es un prejuicioburgués», demostró que su espíritu no supo elevarsehasta el socialismo, y quedó estancado en el viejo círcu-lo del jacobinismo. Es absurdo hablar de un socialismolibertario y de un socialismo autoritario: ¡el socialismoserá libre o no será socialismo!

Las dos grandes corrientes políticas e ideológicasdel liberalismo y de la democracia tuvieron una enor-me influencia en el desarrollo interno del movimientosocialista. Un movimiento como el de la democracia,con sus principios estatistas y su aspiración a someteral individuo a los mandatos de una imaginaria «volun-tad general», tenía que influir en un movimiento co-mo el socialismo tanto más funestamente cuanto queinspiró a éste el pensamiento de entregar al Estado,además de los dominios en que hoy impera, también

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el dominio inmenso de la economía, atribuyéndole asíun poder que nunca había poseído anteriormente. Hoyse advierte cada vez con más claridad —la experienciasoviética lo ha confirmado— que esas aspiraciones nopueden culminar nunca y en ninguna parte en el socia-lismo, sino que llevan inevitablemente a su grotescacaricatura: el capitalismo de Estado.

El socialismo fecundado por el liberalismo llevó ade-más lógicamente a la tendencia ideológica de God-win, Proudhon, Bakunin y sus continuadores. El pen-samiento de restringir a unmínimo el campo de accióndel Estado contenía en sí el brote de otro pensamien-to aún más amplio: el de superar totalmente al Estadoy extirpar de la sociedad humana la «voluntad de do-minio». Si el socialismo democrático ha contribuidoconsiderablemente a refirmar la creencia vacilante enel Estado y tenía que llegar, en su desarrollo, teórica-mente, al capitalismo de Estado, el socialismo inspira-do por la corriente ideológica del liberalismo condujodirectamente a la idea del anarquismo, es decir, a larepresentación de un estado social en que el hombreya no está sometido a la tutela de un poder superiory en que él mismo regula por el acuerdo mutuo todaslas relaciones entre sí y sus semejantes.

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El liberalismo no podía alcanzar esa fase de un deter-minado desarrollo de ideas porque casi no había tenidoen cuenta el aspecto económico del problema, comose ha dicho ya en otra parte de esta obra. La verda-dera libertad sólo es posible sobre la base del trabajocooperativo y de la comunidad de todos los interesessociales; pues no hay libertad del individuo sin justiciapara todos. También la libertad personal arraiga en laconciencia social del ser humano y recibe así su ver-dadero sentido. La idea del anarquismo es la síntesisde liberalismo y de socialismo: liberación económicade todas las ligaduras políticas; liberación cultural detodas las influencias político-dominadoras; liberacióndel hombre mediante la asociación solidaria con sussemejantes. O como dijo Proudhon:

Desde el punto de vista social, libertad y so-lidaridad son expresiones distintas del mis-mo concepto. En tanto que la libertad de ca-da uno encuentra barreras en la libertad delos demás, como dice la Declaración de losderechos del hombre de 1793, sino un apoyo,el hombre más libre es aquel que tiene lasmayores relaciones con sus semejantes.

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Del ambiente (Eduardo G.Gilimón1)

—Vean, vean lo que traigo.—¿Qué es?—¿No lo veis? Un periódico.—¿Con algún verso tuyo?—¿Te han publicado algo?—¿Es tu nombramiento de ministro?—Un periódico anarquista. Algo originalísimo y que

seguramente no sabía si existiese en Buenos Aires. Sa-lía de casa y un hombre con cara de pobre diablo sacó

1 Sobre Eduardo G. Gilimón, anarquista catalán, existen es-casas noticias ciertas: se sabe que vivió en Argentina desde finesde siglo hasta el Centenario, cuando el gobierno conservador leaplicó la ley 4144 de Residencia y lo deportó a España. No fue ad-mitido en ese país y por consiguiente, se trasladó a Uruguay, don-de probablemente murió. Fue redactor de La Protesta.

Su obra Hechos y comentarios es una notable y muy poco cono-cida; verdadero crónica del movimiento obrero en Argentina re-

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recelosamente del interior del saco este papel y me lodio alejándose presuroso.

«EL PERSEGUIDO, periódico anarquista. Aparececuando puede. Se publica por suscripción voluntaria».Leí esto, miré hacia atrás, y ya el repartidor había des-aparecido. ¿Qué curioso, no?

—A ver, a ver…—Vean. Trae un artículo negando la existencia de

Dios. Dice que si el hombre existe, no puede existirDios, porque lo uno es la negación de lo otro y que loabsoluto deja de serlo cuando hay algo que no es ellomismo. No concibiéndose un Dios que no es absoluto yno siéndolo Dios desde que el hombre existe, no puedeDios existir.

—¡Qué cosa rica!—En otro artículo dice que hay que exterminar a los

patrones, volar las iglesias, destruir las cárceles y ajus-ticiar a todos los reyes, presidentes de república, minis-tros, gobernadores y policías. Lo más original es la lis-ta de los donantes que costean el periódico. Hay pocosnombres. La mayoría de los donativos van precedidosde frases que quieren ser terribles y resultan cómicas.

coge aquello que suele escapar a los grandes tratados teóricos: laaprensión de lo singular, de lo cotidiano.

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«Uno que quiere despanzurrar al Papa, diez centavos.Para dinamita, cinco centavos. Mueran los burgueses,quince centavos. Producto de un café no pagado, diezcentavos». Y así por el estilo todos.

—Yo no sé cómo permite la policía ese papelucho.—¿Y qué? Media docena de locos, pocos peligrosos

ciertamente y más divertidos que otros muchos de losque a diario tropezamos en todas partes.

—No tan locos. Yo he leído ya varios números deEl Perseguido y en el fondo de ese lenguaje grosero y através de una sintaxis de analfabetos he podido vislum-brar una doctrina grandiosa. Se expresan mal, o mejorno aciertan a dar forma a sus ideas esos pobres diablos,pero yo creo que tienen mucha razón.

—¡Cómo! ¿Eres dinamitero? ¡Viva la nitroglicerina!—¡Hurra por el futuro compañero director de El Per-

seguido!—¡Mueran los ricos! ¡Vivan los descamisados!—¡Viva la igualdad! ¡Todos iguales! ¡Todos rengos,

todos tuertos, todos jorobados!—No digáis tonterías.—A repartir la plata.—Y las mujeres.—Qué punta de locos sois.—¿Pero hablas en serio?

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—Y tan en serio.—Señores: Julián habla en serio. Escuchadle. Oid al

oráculo.—Sigan, sigan no más. Yo ya he concluido.—Se dice «he dicho», como los oradores de mitin.—No. Vamos. Hablando formalmente. ¿Eres anar-

quista?—Dejen de embromar.—No creas. No tengo la más mínima idea de farrear-

te. Me gustaría que te explicases.Quisiera saber qué eseso de la Anarquía.

—¿No van a interrumpir?—No, no, habla.—Bien. He pensado muchas veces por qué siempre

los pueblos están descontentos de sus gobiernos y porqué ante una crítica serena y concienzuda no hay, niha habido en la historia gobierno alguno bueno. Por locomún se achaca todo esto a los hombres. Tal gobiernofue perjudicial al país porque los ministros eran ladro-nes. Tal otro porque los gobernantes eran ineptos. Talotro porque eran malvados. Y siempre así.

Pensando en esto se me ha ocurrido si no residirá elmal en la institución, más que en los hombres. Refle-xionando sobre el particular he llegado a la conclusiónde que posiblemente están en lo cierto los anarquis-

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tas y de que los pueblos van inconscientemente a laAnarquía, haciendo imposible la existencia y el buenfuncionamiento de todos los gobiernos, con su descon-tento sistemático, ese descontento que es la causa de latransformación constante del gobierno, cuya forma va-ría sin cesar, no habiendo llegado aun a una definitivaque satisfaga a todos, como nos lo indican las turbu-lencias de nuestras democracias, esta serie de motinesy revueltas que sólo sirven para poner unos hombresen lugar de otros, sin que con ello se logren la tranqui-lidad y el bienestar.

—¿Me permites?—¡Cómo no!—La culpa es de los pueblos. Se ha dicho que cada

pueblo tiene el gobierno que se merece. Y esto es ver-dad, principalmente en las repúblicas, en donde el pue-blo es soberano y elige sus mandatarios. ¿Por qué noelige hombres sanos, inteligentes, patriotas?

—¿Y cómo saber cuáles lo son? Además: ¿Se puedeestar seguro de que el elegido obre en el gobierno co-mo prometió en el comicio? No me negarás que mu-chos de los gobernantes en quienes se tuvo plena fe,de quienes se esperó un gobierno ejemplar, fueron des-pués tiranos, malvados… Acordémonos de Rosas.

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—Créeme; es cuestión de civismo y educación po-pular. El día en que el pueblo tenga conciencia de símismo, de su rol de soberano, ni serán posibles los Ro-sas ni los Juárez Celman. ¿El partido radical no haríaen nuestro país un gobierno ejemplar, modelo?

—Entre los radicales hay sin duda hombres hones-tos, íntegros y de gran valor intelectual. Pero no lo sontodos. Yo conozco, y vosotros también, radicales queson meros caudillos, plagados de defectos y en cuyasmanos no depositaría ni un peso.

¿Y quién nos garantiza que Alem, el gran prohom-bre del radicalismo, el intransigente por excelencia, nosería un nuevo tirano desde la presidencia de la re-pública? Esa su misma férrea voluntad, su formidablefuerza de carácter, podría muy bien desde el gobiernoconvertirse en poder aplastador. No es infalible, comono lo es nadie en este mundo —dicho sea con licenciadel Padre Santo— y cualquier disposición, y al ser resis-tida por el pueblo, empeñarse en aplicarla, en imponer-la a todo trance creyendo que los descontentos estabanmanejados por sus adversarios políticos. Yo creo queAlem sería implacable. No os sulfuréis. Estos hombresindomables, suelen ser, cuando mandan, terribles.

—Ahora me explico por qué no tomaste parte en elmovimiento del 26 de julio.

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—Alem es para mí preferible a Juárez. Pero yo creoque esas revueltas, esa serie de escándalos que se re-piten como las horas del reloj en nuestros países deAmérica, son peores que la peor calamidad. En Europatienen razón al decir ¡South América!

—¡Pavadas! Eso no rige con la Argentina, en donde,desde el 80 no hemos tenido más revolución que la del90.

Y ésta la justifican en todo el mundo; era necesaria,imprescindible; de vida o muerte para el país.

—Miren: yo he andado por Europa y allí nadie sabenada deAmérica, ni se preocupan de las cosas nuestras.Eso de South América lo dice algún gacetillero que otrode la City y lo repiten los accionistas que se llevan to-da la plata del país. Los demás saben tanto de la Amé-rica del Sur como nosotros de los hotentotes. Menosaún. Lo que hay es que acá nos preocupamos demasia-do de lo que en Europa pueden pensar de nosotros yhemos llegado a sugestionarnos, convenciéndonos deque efectivamente piensan en nosotros. Y no hay tal.

De todos modos, entre las revoluciones nuestras ylos atentados de los anarquistas en Europa, de esosanarquistas que a ti te están encantando, me quedocon las revueltas. Son más nobles. Y de resultados mássaludables.

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—¿Por qué muere más gente?—Porque los hombres se baten frente a frente y no

se asesina a nadie como hacen los anarquistas, esostigres que asaltan al descuido a su víctima.

—Y pagan con su cabeza el acto que realizan.—No ¡si les deberían levantar estatuas!—¡Quién sabe!—Mira. Lo mejor que podemos hacer es cambiar de

conversación. Si yo fuera jefe de policía, esos gringosy gallegos en vez de venir a trabajar aprovechando lariqueza inagotable de nuestra tierra y la libertad sinlímites de nuestras leyes, se dedican a escribir pape-luchos como ese, los embarcaría en el primer vapor ylos enviaría a su tierra. Que se metan allá en lo quequieran y se dejen de jorobar aquí. Si no les gusta esto,¿para qué han venido? Que se marchen.

—Muy bien. Para trabajar como bestias, para hacerproducir los campos abandonados, para poblar el de-sierto y hacer del país una nación, son buenos. Parapensar, para influir en la civilización como influyen enel progreso material, no los queremos; nos bastamosnosotros con nuestros partidos sin ideales; con nues-tras revoluciones; con nuestras montoneras, y aunqueellos sufran las consecuencias de las torpezas de unos,los despilfarros y latrocinios de los agiotistas sin entra-

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ñas y los trastornos que dificultan la vida, detienen elprogreso material y empobrecen al trabajador, debencallarse.

—¡Muy bien; muy bien!

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Los primeros anarquistas

—¿Repartiste muchos ejemplares?—Yo todos, ¿y tú?—También. Le di uno a un cajetilla, leyó el título y

volvió la cabeza para mirarme. Vieras qué cara de es-pantado… Lo menos se le figuró que era una bomba loque tenía en las manos.

—Yo tengo un marchante burgués. Un día le di unnúmero y al poco tiempo me encontró en la calle y mepreguntó si no tenía más. Al pronto creí sería un perroy me hice como que no sabía de qué me hablaba, peroal fin me di cuenta de que al hombre le había gusta-do la cosa y prometí enviarle el periódico siempre quesaliera. Me dio las señas de su casa y se lo remito porcorreo dentro de La Prensa. Últimamente lo vi y medio cinco pesos para la suscripción. Me preguntó si nohabía libros que trataran del anarquismo y le he dadouna lista de folletos de los que hay en francés. Me haprometido traducir algunos.

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—Eso, eso es lo que hace falta. Folletos, muchos fo-lletos en castellano para repartirlos gratis. ¡Qué propa-ganda se podría hacer!

—Sí, algo más se haría que con El Perseguido, perono mucho, no creas. En este país no lograremos nada.Están todos fanatizados por el Dr. Alem. Esperan otrarevolución, la revolución salvadora, el Mesías que hade darles maná llovido del cielo.

—Tienes razón. Entre tanta gente bruta como todoslos días llega, ansiosos todos de enriquecerse, hablan-do cada uno distinta lengua, y los de aquí que creenque Alem es mejor que Pellegrini, y Mitre que Roca yJuárez, y que en subiendo los radicales todos vamos aser millonarios y la policía no se va a meter con nadie,estamos aviados.

—Hay que desanimar a todos esos burros.—Si todos los anarquistas tuviésemos el alma de Ba-

kunin, a estas horas esta podrida sociedad estaría he-cha pedazos.

—¿Y cómo, si cada día vienen mil nuevos, más bu-rros que los del día anterior?

—Yo no me desanimo por eso.—Ni yo tampoco. Hay que propagar en todas partes

sin cansancio.

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—La propaganda más eficaz es la propaganda por elhecho.

—¡Ah, si yo tuviera el coraje que me falta! Pero nopuedo. Mis deseos más grandes serían hacer algo, perono me acompaña el corazón. Qué quieres, soy así; nolo puedo remediar.

—Y yo, atado con tanta familia… Tenía razón Baku-nin. El revolucionario debe ser solo.

—No estoy muy conforme con eso. El mismo Baku-nin era bien revolucionario a pesar de tener familia.Creo por el contrario que la familia lo hace a uno másrebelde. Ver a los hijos sin pan, a la mujer enferma,careciendo uno de todo lo necesario, subleva al máscobarde.

—A mí no; no es la familia quien me ata. Lo pocoque hago, lo hago más por ella que por mí mismo. Loque me falta es valor.

—Y luego esos adormideras del socialismo con supropaganda legalitaria, pacífica, que todo lo vienen aentorpecer.

—No son sólo ellos. También entre nosotros habríaque expurgar; y mucho. Ahí están los organizadoresperdiendo el tiempo en formar rebaños, en organizarsociedades de resistencia. Eso es un socialismo disfra-zado.

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—Que lo digas. No sé adonde van a ir con los gre-mios. A ninguna parte.

—Son gentes que se sienten pastores.—Es propaganda lo que se debe hacer. Y a ser posible

la propaganda por el hecho que es la más eficaz.—Cierto. Dime, ¿cuándo se podrá sacar otro número

de El Perseguido?—No sé. No hay plata. Luego Antonio se comió el

importe de una lista. Eran tres o cuatro pesos. Me dijoque estaba sin trabajo y con uno de los chicos enfermo.Qué quieres, ¡cosas de la vida!

—Antonio no es mal compañero, pero bien podía ha-ber expropiado a un burgués y no disponer de la platadel periódico.

—¿Cultivas ahora la moral?—Ya sabes que no soy moralista. Eso no quita pa-

ra que yo crea que siempre es mejor expropiar a unburgués que no comerse la plata de la propaganda.

—Uno echa mano donde puede. Eso que tú dices nodeja de ser una moral. Lo que a mí me daña es malo, loque me beneficia es bueno. Esa es la moral. Y un bur-gués diría lo mismo que tú, es decir que antes que loexpropiaran a él, bien podían expropiar a otro, comer-se el dinero de la propaganda, por ejemplo.

—No es lo mismo.

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—Sí que lo es. La verdadera moral, o sea lo amoral,que es lo que los anarquistas sustentamos, consiste enhacer siempre lo que nos beneficie. Y a Antonio lo be-neficiaba más quedarse con la plata de la lista, que ex-propiar a un burgués, pues esto último podría haberlellevado a la cárcel y por lo tanto en vez de mejorar lasituación de su hijo y la suya propia, la habría empeo-rado.

—Bueno; yo no las voy con eso. Y de Antonio no mevolveré a fiar más.

—Está bien. Toma las precauciones que quieras, co-mo las toman los burgueses colocando vigilantes enlas puertas de sus casas, pero no niegues que eres mo-ralista.

—No lo soy. Lo que es que hoy vivimos en una socie-dad de cuyos engranajes no podemos escapar sin rom-perlos, y hasta tanto que no lo logremos, tenemos quefastidiamos y atenernos a su modo de ser. En la socie-dad futura, Antonio no tendría necesidad ni de expro-piar burgueses, ni de quedarse con dinero alguno, nicorrería el riesgo de ir a la cárcel o de que yo le rompauna costilla.

—Entonces se podrá ser todo lo amoral que se quie-ra, pero hoy por hoy la propaganda es antes que Anto-nio y está por encima de él y de su hijo.

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—Si todos hiciéramos lo que él, no sé cuándo íbamosa concluir con toda esta podredumbre.

—Pero…—No hay pero que valga.—No, si no digo eso. Digo que a pesar de todo eres un

moralista y nadame puede asegurar que en la sociedadfutura no lo serías también, sino en las cuestiones dedinero porque no lo habría, en otras.

—Puedes creer lo que quieras. Lo que te aseguro esque Antonio no se comerá más plata de la propaganda,al menos con mi consentimiento. Y en cuanto le veovoy a hacer que se le indigesten los tres o cuatro pesos.Ya estoy cansado de ver que los esfuerzos y sacrificiosde unos se malogran por las pillerías de otros.

—¡Cómo te enojas! Pareces un patrón al que susobreros se le han declarado en huelga.

—¿Y tú? ¡Vaya un amor que tienes a la Idea que vesque la propaganda se estanca por falta demedios y aundisculpas a los causantes de ello!

—Mira, yo creo que la propaganda no se hace sólocon dinero. Sin un peso yo estoy haciendo propagan-da en todas partes y a todas horas y no creo que seamenos eficaz que la que hace el periódico. Creo que esmejor aún la propaganda individual, de palabra, por-que si le objetan a uno, se rebate y de la controversia

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sale la luz. ¿Estás? Y no merece ese pucho de centavostanto alboroto. ¿Estás?

—Se acabó el bochinche. No hablemos más de esto.Tú sigue con las tuyas y yo con las mías. Esta es laverdadera libertad.

—Ahora sí que has hablado como un anarquista. Na-da de imposición. Que cada uno obre como crea quedebe obrar.

—¿Vas a ir a la conferencia de los socialistas? Si vas,allí nos veremos.

—Sí, que iré.—Bueno, hasta luego.—Salud. Y no te olvides que debemos estar una ho-

ra antes de la anunciada para coparles la banca a lossocialeros.

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La conmemoración de laComuna

El centro socialista se hallaba instalado enuna pequeña casa, ocupando dos habita-ciones contiguas cuyo tabliquemedianerohabía sido volteado.

Unos cuantos bancos de madera y una mesa que ser-vía para las reuniones del comité, presidir asambleas,doblar el periódico órgano del centro y de tribuna endías de conferencia, completaban el mobiliario del sa-lón.

Como único decorado, un retrato de Carlos Marx.Se conmemoraba el aniversario de la Comuna de Pa-

rís.Dos líneas en los grandes diarios bonaerenses, per-

didas en las inmensas columnas de prosa amazacotadade aquellos tiempos, anunciaban el en verdad extraor-dinario hecho histórico.

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Extraordinario por su mismo valer y extraordinarioporque tal conmemoración en Buenos Aires indicabaque también en la Argentina empezaba a bullir el pro-letariado, con una orientación internacional bien mar-cada.

A las siete ya el local estaba casi lleno.El conserje, un alemán silencioso y taciturno, que

balbucía con dificultad el castellano y a quien el pe-queño núcleo socialista respetaba, tal vez por ese mis-mo mutismo y porque se sabía que conocía a Bebel—según declaración propia— y había leído la obra mo-numental de Carlos Marx—El Capital— que aún no ha-bía sido vertida ni al francés siquiera, estaba admiradoal ver tan temprano lleno el local de concurrencia.

—Qué éxito —decía cuando algún socialista entraba.—Son anarquistas —susurró receloso uno.—Hay que echarlos —rugió más bien que dijo el ale-

mán.—¿Por qué? —intervino un jovencito, estudiante de

medicina, vivaracho y travieso que traía con sus agu-dezas y desplantes revuelto al Centro y desconcerta-do al conserje—. Para celebrar el acto en familia —continuó— más valía no verificarlo. ¿No son socialis-tas? Pues mejor. Eso es lo que necesitamos para hacerpropaganda.

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—Sí, pero estos son anarquistas y en Alemania a losanarquistas no se les permite entrar en las reunionesdel partido, ni en acto alguno.

—Bueno, échelos usted.El alemán consideró la cosa asaz difícil y refunfu-

ñando se internó en su habitación.Los anarquistas se habían apercibido del secreto de

los socialistas y unos a otros se pasaban la voz de nosalir de allí de ninguna manera.

En esto, una voz clara y fuerte empezó a entonar laprimera estrofa del Hijo del Pueblo, himno anarquistade vibrantes notas y de versos violentos, demoledores.Todo un himno de batalla.

Contagiados los demás, acompañaron al iniciador yun coro de doscientos hombres enardecidos, hizo re-lumbrar la casa atrayendo a los transeúntes y vecinosno acostumbrados ciertamente a serenatas de aquellaespecie.

Cuando la última nota vibró en la estancia, una for-midable salva de aplausos aprobó el canto. Eran losmismos cantantes, quienes desbordando de entusias-mo aplaudían.

Y como si el programa hubiese sido trazado de an-temano con escrupulosidad, millares de hojitas suel-tas volaron por el aire, cayendo sobre los concurrentes

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que se apresuraban a leerlas. Eran pequeños manifies-tos en que se reivindicaba para los anarquistas el dere-cho a conmemorar el aniversario de la Comuna, hechoviolento y por lo tanto antisocialista, anárquico.

Los socialistas protestaban.El salón ofrecía pintoresco aspecto.La concurrencia se había dividido en pequeños gru-

pos y en cada grupo discutían a la vez acaloradamente,sin entenderse ni casi oírse, uno o dos socialistas concuatro o cinco anarquistas.

Se oían insultos, imprecaciones, amenazas.Se discutía en castellano, en italiano, en francés.

Aquello era una Babel.Un socialista, pintor de oficio, guapetón y que entre

los del centro era el que en todas las ocasiones mostra-ba más audacia, pretendió acallar el griterío, declaran-do empezada la conferencia.

Los grupos se deshicieron y una avalancha de hom-bres se precipitó sobre la mesa.

Todos querían hablar primero.Los socialistas pretendían que los anarquistas no ha-

blasen.El local era de ellos, para eso lo pagaban.Los anarquistas no reconocían derecho alguno de

propiedad.

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El escándalo fue aumentando cada vez más.En lo más agudo, sonó un tiro y la concurrencia se

precipitó hacia la calle, dejando el salón casi vacío.Cuando los agentes de policía llegaron, apenas si pu-

dieron detener a una docena de personas.Los bancos habían sido volcados, la mesa tenía una

pata rota y el suelo estaba cubierto materialmente demanifiestos pisoteados.

Un socialista, el estudiante de medicina, había resul-tado ligeramente herido en un brazo por la rozadura dela bala.

Al día siguiente la prensa se ocupó en la sección po-licial del incidente y millares de personas, los asiduoslectores de la crónica sensacional, pudieron enterarsede que en Buenos Aires había socialistas y anarquistas,y de que se querían unos a otros como los gatos y losperros.

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Biblioteca anarquistaAnti-Copyright

Varios autoresLa destrucción del estado

Antología del pensamiento anarquista1971

Recuperado el 18 de julio de 2016 desde epublibre.orgEdición digital: Moro.

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