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La dama de Monsoreau Alejandro Dumas Obra reproducida sin responsabilidad editorial

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  • La dama deMonsoreau

    Alejandro Dumas

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  • CAPITULO PRIMERO

    LAS BODAS DE SAN LUCAS

    El domingo de carnaval del ao de 1578,despus de la fiesta del pueblo, y en tanto seextinguan en las calles de Pars los rumores deaquel alegre da, comenzaba una esplndidafuncin en el magnfico palacio recin construi-do al otro lado del ro y casi enfrente del Lou-vre por cuenta de la ilustre familia de losMontmorency, que, aliada con la familia real,igualaba en categora a la de los Prncipes.

    Esta funcin particular, que suceda a lafuncin pblica, tena por objeto festejar lasbodas de Francisco de Epinay de San Lucas,grande amigo del Rey Enrique III, y uno de susfavoritos ms ntimos, con Juana de Coss-Brisac, hija del Mariscal de Francia de estenombre.

    Celebrbase el banquete en el Louvre, y elrey, que difcilmente haba consentido en que se

  • efectuase aquel matrimonio, se present en elfestn con el rostro severo e impropio de lascircunstancias. Su traje, adems, se hallaba enarmona con su rostro: era aquel traje color decastaa obscuro con que Clouet nos le ha pin-tado, presenciando las bodas de Joyeuse; yaquella especie de espectro real, serio hasta lamajestad, tena helados a todos de espanto, yprincipalmente a la joven desposada, a quienmiraba de reojo cada vez que la miraba.

    Sin embargo, nadie pareca extraar la acti-tud sombra del rey en medio de la alegra delfestn, pues que tena por origen uno de esossecretos del corazn que el mundo costea conprecaucin como escollos a flor de agua, contralos cuales es seguro de estrellarse apenas se lestoca.

    Apenas termin el banquete, se levant elrey bruscamente, y todos, hasta los que confe-saban en voz baja su deseo de permanecer sen-

  • tados a la mesa, se vieron obligados a seguir elejemplo del monarca.

    Entonces San Lucas dirigi una mirada a sumujer, como si quisiera hallar en sus ojos elvalor que le faltaba, y acercndose al rey, ledijo:

    -Seor, tendr el honor de que Vuestra Ma-jestad acepte el baile que intento celebrar en suobsequio esta noche en el palacio de Montmo-rency?

    Enrique III se volvi hacia San Lucas conaspecto de clera y disgusto, y como el favoritose mantuviese profundamente inclinado de-lante de l, rogndole con una voz de las mssuaves y en una actitud de las ms respetuosas,le respondi:

    -S, seor, iremos: aunque no merecas -contest- esta prueba de amistad de nuestraparte.

  • Entonces la seorita de Brissac, ya madamede San Lucas, dio humildemente las gracias alrey; mas Enrique volvi la espalda sin respon-derla.

    -Qu tiene el rey contra vos, M.- de SanLucas? -pregunt la joven a su esposo.

    -Querida ma -respondi ste-, yo os lo con-tar despus, cuando se haya disipado esegrande enojo.

    -Y se disipar pronto? -insisti Juana.

    -Preciso ser que se disipe -contest el jo-ven.

    La seorita de Brissac haca muy pocotiempo que era madame de San Lucas para quejuzgase prudente insistir en sus preguntas; en-cerr, pues, su curiosidad en lo ntimo del cora-zn, prometindose encontrar muy pronto, pa-ra dictar sus condiciones, un momento en quesu marido no pudiese menos de aceptarlas.

  • Esperbase, pues, a Enrique III en el palaciode Montmorency, en el instante que empieza lahistoria que vamos a referir a nuestros lectores.Pero eran ya las once y el rey no haba llegado.

    San Lucas haba invitado al baile a todos losamigos del rey y a los suyos propios, compren-diendo en las invitaciones a los Prncipes y a losamigos de los Prncipes, y especialmente al du-que de Alenon, entonces duque de Anjou, aconsecuencia de la elevacin de su hermano altrono; pero el duque de Anjou, que no habaasistido al banquete del Louvre, pareca quetampoco deba encontrarse en el baile del pala-cio de Montmorency.

    El rey y la reina de Navarra, hermana y cu-ado de Enrique, se haban refugiado en Bearn,y hacan la oposicin declarada guerreando a lacabeza de los hugonotes.

    El duque de Anjou, segn su costumbre,haca igualmente la oposicin: pero una oposi-cin sorda y tenebrosa, en que tena siempre

  • cuidado de quedarse a retaguardia, echandopor delante a aquellos de sus amigos a quienesno cur el ejemplo de La Mole y de Coconnas,decapitados poco tiempo antes.

    Huelga decir que los gentileshombres de sucasa y los del rey vivan en mala inteligencia, yteniendo dos o tres veces al mes encuentrosparciales, en los cuales generalmente, morauno de los combatientes o por lo menos queda-ba gravemente herido.

    La reina Catalina haba visto colmados susdeseos. Su ms amado hijo ocupaba ya aqueltrono que ella haba ambicionado tanto para l,o mejor dicho para s misma, porque reinaba ennombre de Enrique, sin dejar por eso de apa-rentar que aislada de las cosas de este mundo,no procuraba ms que asegurar su salvacineterna.

    San Lucas, aunque alarmado por no ver lle-gar ninguna persona real, trataba de tranquili-zar a su suegro, a quien inquietaba demasiado

  • esta amenazadora ausencia. Convencido, comotodos, de la amistad que el rey Enrique profe-saba a San Lucas, crey contraer alianza con unfavorito, y por el contrario, segn todas las apa-riencias, su hija se haba casado con un hombrecado de la gracia del monarca.

    San Lucas se esforzaba por infundirle unaseguridad que l mismo no tena, y sus amigosMaugiron, Schomberg y Quelus, con sus trajesms lujosos, muy estirados con sus ropillas es-plndidas, cuyas gorgueras enormes parecanplatos en que se hallaban colocadas sus cabezas,como en el festn de Herodes, aumentaban elconflicto del recin casado con sus irnicas la-mentaciones.

    -Pobre amigo mo! -deca Quelus-. Creo,verdaderamente, que esta vez no hay remediopara ti. Has disgustado al rey por haberte redode sus consejos, y al duque de Anjou por haber-te mofado de sus narices.

  • -No hay tal -respondi San Lucas-; el rey noviene porque ha ido a hacer una peregrinacina los Mnimos del bosque de Vincennes, y elduque de Anjou se ha negado a asistir al baileporque estar enamorado de alguna mujer, aquien me he olvidado de convidar.

    -Qu disparate! -dijo Maugiron-. Has vistoel aspecto que tena el rey durante la comida?Por ventura era aquella la fisonoma devota deun hombre que va a tomar el bordn para haceruna peregrinacin? Y respecto al duque de An-jou, su ausencia personal, motivada por la cau-sa que dices, impedira la venida de sus ange-vinos? Ves uno solo de ellos en tu saln, nisiquiera ese tajamontes de Bussy?

    -Eh! seores -dijo el duque de Brissac, me-neando la cabeza con adems desesperado-,esto se me figura una desgracia completa. Pero,Dios mo! en qu ha podido nuestra casa,siempre tan fiel a la monarqua, desagradar aSu Majestad?

  • Y el viejo cortesano levantaba do-lorosamente las manos al cielo. Los jvenes mi-raban a San Lucas y daban grandes carcajadas,que, lejos de tranquilizar al mariscal, le deses-peraban.

    La joven madame de San Lucas, pensativa yensimismada, se preguntaba en qu haban po-dido su padre y su esposo desagradar al rey.

    San Lucas lo saba, y por eso era el que me-nos tranquilo estaba de todos.

    De pronto se abri una de las puertas pordonde se entraba al saln y anunciaron al rey.

    -Ah! -exclam el mariscal radiante de ale-gra-; ahora no temo nada, y si oyese anunciaral duque de Anjou, mi alegra sera completa.

    -Y yo -murmur San Lucas-, temo ms alrey presente, que al rey ausente, porque segu-ramente viene a jugarme alguna mala pasada,as como la ausencia del duque de Anjou tieneel mismo objeto.

  • Mas esta triste reflexin no le impidi pre-cipitarse a recibir al rey, que habiendo en findejado su traje color de castaa, avanzaba res-plandeciente con su vestido de raso y sus ador-nos de plumas y pedrera.

    Mas en el instante en que se presentaba poruna de las puertas el rey Enrique III, aparecapor la de enfrente otro rey Enrique III, exac-tamente parecido al primero, vestido, calzado,engolillado y adornado del mismo modo; desuerte que los cortesanos que haban acudidoen tropel hacia el primero, se detuvieron comolas olas en el pilar de un puente, y refluyeronarremolinados desde el primero al segundo rey.

    Enrique III observ el movimiento y noviendo frente a l ms que bocas abiertas, ojosasustados y cuerpos sostenindose sobre unapierna, exclam:

    -Qu es esto, seores? Qu sucede?

  • Una estrepitosa carcajada fue la respuestaque oy.

    El rey, poco paciente por naturaleza, yhallndose principalmente en aquel momentopoco dispuesto a la paciencia, empezaba a frun-cir el ceo, cuando San Lucas, acercndose a l,le dijo:

    -Seor, es Chicot, vuestro bufn, que se havestido exactamente como Vuestra Majestad yque da a besar su mano a las seoras.

    Enrique III se ech a rer. Chicot gozaba enla Corte del ltimo Valois de una libertad idn-tica a la que treinta aos antes haba tenido Tri-boulet en la Corte del rey Francisco I, y a la quedeba tener cuarenta aos despus Langely enla Corte del rey Luis XIII.

    Pero Chicot no era un bufn vulgar. Antesde llamarse Chicot se haba llamado de Chicot.Era un noble bretn, que maltratado por M. deMayenne, haba buscado auxilio al lado de En-

  • rique III, y que pagaba en verdades, en ocasio-nes crueles, la proteccin que le conceda elsucesor de Carlos IX.

    -Hola! maese Chicot -dijo Enrique-; dosreyes aqu! Mucho es.

    -En ese caso djame hacer el papel de rey ami placer, y representa t el papel de duque deAnjou; tal vez te tendrn por l, y te dirn co-sas, por las cuales sabrs, si no lo que piensa, almenos lo que hace.

    -Efectivamente -dijo el rey mirando con dis-gusto alrededor de s-, mi hermano Anjou no havenido.

    -Razn ms para que t le reemplaces. Estdicho: yo soy Enrique y t eres Francisco; yovoy a sentarme en el trono y t a bailar; yo haren tu lugar todas las moneras que tienen quehacer los reyes, y t entretanto te divertirs unpoco. Pobre rey!

    El rey mir con fijeza a San Lucas.

  • -Tienes razn, Chicot, voy a bailar.

    -No hay duda -pens Brissac-, que yo mehaba equivocado creyendo irritado al rey connosotros. Todo lo contrario, le veo ms amableque nunca.

    Y corri a derecha e izquierda felicitando atodos, y especialmente felicitndose a s propiopor haber dado a su hija un hombre que gozabade tan gran favor con el rey.

    Entretanto, San Lucas se haba acercado asu mujer. La seorita de Brissac no era una be-lleza, pero tena unos ojos negros preciosos,dientes blancos y lustroso cutis, todo lo cualcompona lo que puede llamarse un semblanteareo.

    -Monsieur de San Lucas -dijo a su marido,ocupada siempre su imaginacin con al mismaidea-; no me decan que el rey me quera mal?Pues desde que ha llegado no deja de mirarmey sonrerse.

  • -No es eso lo que me decais al volver delbanquete, querida Juana, porque sus miradasentonces os daban miedo.

    -Estara Su Majestad indispuesto -dijo la jo-ven-, pero ahora...

    -Ahora es mucho peor -replic su marido-,porque el rey se re con los labios cerrados; msquisiera que me ensease los dientes. Juana, mipobre amiga, el rey nos prepara alguna sorpre-sa desagradable. Oh! no me contemplis conesa expresin de ternura, y aun os suplico queme volvis la espalda. Justamente viene hacianosotros Maugiron; detenedle, no le soltis,estad amable con l.

    -Sabis -dijo Juana sonrindose- que es ex-traa esa recomendacin y que si yo la siguieseal pie de la letra, se podra creer...

    -Ah! -repuso San Lucas dando un suspiro-,sera una felicidad que lo creyesen.

  • Y volviendo la espalda a su mujer, cuyaadmiracin haba llegado al colmo, fue a hacerla corte a Chicot, que representaba su papel delrey con una majestad y un aplomo de los msrisibles.

    Mientras tanto Enrique bailaba, aprove-chndose de la tregua que haba dado a sugrandeza, pero bailando y todo, no perda devista a San Lucas.

    Unas veces le llamaba para hacerle algunaobservacin agradable, que jocosa o no, tena elprivilegio de hacer rer a San Lucas a carcaja-das. Otras le ofrecan su caja de confites y dedulces que ste hallaba deliciosos. En fin, si SanLucas desapareca un momento de la sala enque estaba el rey, para hacer los honores de lasdems, Enrique le enviaba a buscar al momentocon uno de sus pajes o de sus oficiales, y SanLucas volva para sonrerse con su amo, que nopareca satisfecho sino cuando le volva a ver.

  • De repente, un ruido bastante fuerte paraser notado entre aquel tumulto, hiri los odosde Enrique.

    -Hola, hola! -exclam-. Me parece que oigola voz de Chicot. Oyes San Lucas? El rey seenfada.

    -S, seor -dijo San Lucas sin notar en laapariencia la alusin del monarca-; creo quedisputa con alguien.

    -Mira lo que es -dijo el rey-, y vuelve al pun-to a decrmelo.

    San Lucas se alej.

    Efectivamente, se oy a Chicot que gritabacon voz gangosa, como haca el rey en ciertasocasiones:

    -Y sin embargo he dado decretos y regla-mentos sobre los gastos y el lujo; pero si los quehe dado no son suficientes, dar ms; dar tan-tos que sobrarn, y si no son buenos, por lo

  • menos sern muchos. Por los cuernos de miprimo Belceb, que es demasiado seis pajes,monsieur de Bussy.

    Y Chicot, inflando los carrillos, inclinado elcuerpo y con el puo en el costado, haca elpapel de rey con mucha propiedad.

    -Quin habla de Bussy? -pregunt el reyfrunciendo el entrecejo.

    San Lucas, que estaba ya de vuelta; iba aresponderle, cuando abrindose la multitud endos filas, dej ver seis pajes vestidos de tis deoro, cubiertos de collares y ostentando en elpecho las armas de su amo en un escudo llenode piedras preciosas. Detrs de ellos iba un jo-ven de buena presencia, altivo, que caminabacon la cabeza erguida, la mirada insolente y ellabio desdeosamente recogido, y cuyo trajesencillo de terciopelo negro contrastaba con loslujosos vestidos de sus pajes.

  • -Bussy! -exclamaron todos-, Bussy d'Am-boise!

    Y acudan a ver al joven que motivaba esterumor, y se apartaban para dejarle paso.

    Maugiron, Schomberg y Quelus se habansituado al lado del rey, como para defenderle.

    -Hola! -dijo el primero aludiendo a la pre-sencia inusitada de Bussy y a la ausencia delduque de Anjou, a cuya casa perteneca aqul-;hola, viene el criado, pero el amo no se presen-ta!

    -Paciencia -repuso Quelus-. Delante delcriado venan otros criados: el amo del criadovendr tal vez despus del amo de los primeroscriados.

    -Oye, San Lucas -agreg Schomberg, el msjoven de los validos del rey y uno de los msvalientes-, sabes que M. de Bussy te hace muypoco honor? Mira esa ropilla negra: diantre!es ese un traje de boda?

  • -No -dijo Quelus-, pero es un traje de entie-rro.

    -Ah! -dijo en voz baja el rey-, qu lstimaque no sea el suyo y que no llevara de antema-no luto por s propio!

    -Pero, a pesar de todo, San Lucas -dijoMaugiron-, M. de Anjou no sigue a Bussy. Es-tars tambin en desgracia con l?

    l tambin le lleg a San Lucas al corazn.

    -Por qu haba de seguir a Bussy? -pregunt Quelus-. No os acordis que cuandoSu Majestad hizo a M. de Bussy el honor depreguntarle si quera entrar a su servicio, M. deBussy le contest que siendo de la casa de losPrncipes de Clermont, no tena necesidad deentrar al servicio de nadie, y se contentara puray simplemente con servirse a s propio, segurode que no haba para l mejor prncipe en elmundo?

  • El rey arrug el entrecejo y se mordi el bi-gote.

    -Sin embargo, por ms que digas, Quelus -repuso Maugiron-, estoy seguro de que sirve alduque de Anjou.

    -Entonces -dijo Quelus en tono dramtico-el duque de Anjou es ms grande seor quenuestro rey.

    Esta observacin era la ms punzante quepoda hacerse delante de Enrique, el cual siem-pre haba detestado fraternalmente al duque deAnjou.

    As, aunque no respondi la menor palabra,todos observaron que se puso plido.

    -Vamos, seores -se atrevi a decir San Lu-cas-, un poco de caridad para con mis convida-dos; no destruyis la alegra del da de mi boda.

    Las frases de San Lucas dieron probable-mente otra direccin a las ideas de Enrique.

  • -S -dijo-, no destruyamos la alegra de lasbodas de San Lucas, seores.

    Y articul estas palabras mordindose el bi-gote con un aire maligno, que no dej de serobservado por San Lucas.

    -Ser Bussy aliado de los Brissac? -exclamSchomberg.

    -Por qu? -interrog Maugiron.

    -Porque San Lucas le defiende, qu diablo!En este pcaro mundo, donde hace uno bastantecon defenderse a s mismo, nadie defiende sinoa sus parientes, a sus aliados y a sus amigos.

    -Seores -repuso San Lucas-, M. de Bussyno es mi aliado, ni mi amigo, ni mi pariente; esmi husped.

    -Y por otra parte -se apresur a decir ste,aterrorizado por la mirada del rey-, yo no ledefiendo en manera alguna.

  • Bussy se haba acercado gravemente prece-dido de sus pajes, e iba a saludar al rey, cuandoChicot, ofendido de no ser el preferido en aque-lla muestra de respeto, exclam:

    -Eh! Bussy, Bussy d'Ambroise, Luis deClermont, conde de Bussy, ya que es necesariollamarte con todos tus nombres para que co-nozcas que es a ti a quien hablo, no has visto alverdadero Enrique? No distingues al rey delbufn? Ese a quien te diriges es Chicot, mi bu-fn, el que hace tantas locuras que a veces memuero de risa.

    Bussy sigui su camino hasta llegar enfrentedel rey, e iba a inclinarse delante de l, cuandoEnrique le dijo:

    -No habis odo, M. de Bussy? Os llaman.

    Y volvi la espalda al joven capitn: los va-lidos soltaron la carcajada.

    Bussy se puso morado de ira; pero, repri-miendo su primer movimiento, fingi tomar

  • por lo serio la observacin del rey, y sin dar aentender que haba odo las carcajadas de Que-lus, Schomberg y Maugiron, ni visto su insolen-te sonrisa, se volvi hacia Chicot.

    -Ah! perdonad, seor -dijo-; hay reyes quetenen tanto parecido con los bufones, que meperdonaris el haber tomado a vuestro bufnpor rey.

    -Hem! -murmur Enrique volvindose-,qu dice?

    -Nada, seor -repuso San Lucas, que duran-te toda aquella noche pareca haber recibido delcielo la misin de pacificador-; nada, ab-solutamente nada.

    -No importa, maese Bussy -repuso Chicot,empinndose sobre la punta del pie como lohaca el rey cuando quera darse cierta majes-tad-, es imperdonable.

    -Seor -aadi Bussy-, perdonad, estabadistrado.

  • -Vuestros pajes os ocupan demasiado laatencin -exclam Chicot en tono de disgusto-.Os arruinis en pajes, y esto es usurpar nuestrasprerrogativas.

    -Cmo as? -dijo Bussy comprendiendoque si segua la corriente al bufn, el mal queresultase sera siempre para el rey-. Ruego aVuestra Majestad que se explique, y si en efectosoy culpable, confesar con toda humildad mifalta.

    -Tis de oro a estos trastuelos -dijo Chicot,mostrando con el dedo a los pajes-, en tanto quevos, un noble, un coronel, un Clermont, casi unprncipe, en fin, vens vestido de simple tercio-pelo negro!

    -Seor -contest Bussy volvindose hacialos favoritos del rey-, cuando vivimos en unapoca en que los pajes van vestidos como prn-cipes, creo que los prncipes para distinguirsede ellos, deben vestirse como pajes.

  • Y devolvi a los jvenes favoritos, que lle-vaban ricos y resplandecientes trajes, la sonrisaimpertinente con que le haban saludado unmomento antes.

    Enrique mir a sus favoritos que, plidos deira, parecan no aguardar sino una palabra desu amo para arrojarse sobre Bussy. Quelus, elms irritado contra l y que le hubiera desafia-do sin la prohibicin absoluta del rey, tena lamano en el puo de la espada.

    -Decs eso por m y por los mos? -exclamChicot, que ocupando el lugar del rey, respon-da lo que Enrique habra debido responder.

    Y el bufn tom, al decir estas palabras, unaactitud de matn tan exagerada, que la mitadde la sala solt la risa. La otra mitad continuseria, por la sencilla razn de que la mitad querea se rea de la otra mitad.

    Entretanto, tres amigos de Bussy, supo-niendo que acaso habra pendencia, fueron a

  • colocarse a su lado. Eran Carlos Balzac d'Entra-gues, al que llamaban ms generalmente An-traguet, Livarot y Ribeirac.

    San Lucas, viendo estos preliminares hosti-les, adivin que Bussy haba ido de parte delduque de Anjou para armar algn escndalo oprovocar algn desafo. Su terror fue ms gran-de que nunca, porque conoca que se hallabaentre las pasiones ardientes de dos poderososenemigos, que tomaban su casa por campo debatalla.

    Corri hacia Quelus, que pareca el msanimado de todos, y poniendo la mano sobre elpuo de la espada del joven, le dijo:

    -En nombre del cielo, amigo, modrate yaguardemos.

    -Eh! Pardiez, modrate t tambin -exclam Quelus-; el golpe de ese necio te alcan-za a ti lo mismo que a m: el que dice algo co-

  • ntra uno de nosotros, lo dice contra todos, y elque dice algo contra todos, ofende al rey.

    -Quelus, Quelus -repuso San Lucas-, piensaen el duque de Anjou, que est detrs de Bussy,y que nos espa con tanto mayor cuidado cuan-to que se halla ausente, y que es tanto ms te-mible cuando ms invisible se muestra. No mehars el agravio de creer que tengo miedo delcriado: yo slo temo al amo.

    -Vive Dios! -exclam Quelus-, qu pode-mos temer estando al servicio del rey de Fran-cia? Si nos ponemos en peligro por l, el rey deFrancia nos defender.

    -A ti s, pero a m no! -dijo San Lucas en to-no lastimero.

    -Voto al diablo! -insisti Quelus- por qute casas, sabiendo cun celoso es el rey en susamistades?

    -Bueno! -se dijo San Lucas-, aqu todos mi-ran por s. No nos olvidemos, pues, de lo que

  • conviene a nosotros mismos. Y puesto quequiero vivir tranquilo, siquiera durante losquince primeros das de mi matrimonio, procu-remos captarnos la voluntad del duque de An-jou.

    Hecha esta reflexin, se separ de Quelus yavanz hacia donde estaba M. de Bussy.

    II. CONTINUACIN DE LAS BODAS DESAN LUCAS

    Despus de lanzar su impertinente apstro-fe, haba levantado Bussy la cabeza y paseabasus miradas por toda la sala, aguzando el odopara escuchar alguna insolencia como la quehaba proferido.

    Pero todas las frentes estaban serenas, todaslas bocas mudas, porque los unos sentan mie-do de aprobar en presencia del rey, y los otrosle tenan de desaprobar delante de Bussy.

  • ste, viendo a San Lucas acercrsele, creyhaber encontrado al fin lo que buscaba.

    -Es -dijo- a lo que acabo de manifestar a loque debo el honor de la conversacin que que-ris tener conmigo?

    -A lo que acabis de manifestar? -preguntSan Lucas en el tono ms amable-. No s lo quees; nada he odo; os haba visto y vena sola-mente por el placer de saludaros y al mismotiempo a daros las gracias por el honor quehacis a mi casa con vuestra presencia.

    Bussy era un hombre superior en todo: va-liente hasta rayar en temerario, muy instruido,de talento y de buena sociedad. No ignoraba elvalor de San Lucas y comprendi que el deberde amo de casa era ms poderoso en l entoncesque la susceptibilidad de favorito. A cualquierotro le habra repetido su frase, es decir, su in-sulto; pero a San Lucas se content con saludar-le polticamente y responderle con algunas fra-ses amables y de cumplido.

  • -Oh! oh! -exclam Enrique viendo a SanLucas cerca de Bussy-, parece que mi joven ga-llo ha ido a provocar al capitn. Ha hecho bien,mas no quiero que me le maten. Id a ver, Que-lus. No, vos, no, porque tenis muy mala cabe-za. Id a ver, Maugiron.

    Maugiron parti como un rayo; pero SanLucas, que le espiaba, no le dej llegar hastaBussy, y apartndose de ste, se acerc a dondeestaba el Rey, llevndose a Maugiron.

    -Qu has dicho a ese fatuo de Bussy? -interrog el rey.

    -Yo, seor?

    -S, t.

    -Le he dado las buenas noches.

    -Ah! y nada ms? -murmur el rey.

    Comprendi San Lucas que haba dicho undisparate, ,y repuso:

  • -Le he dado las buenas noches, aadiendoque maana por la maana tendr la honra deir a darle los buenos das.

    -Oh! Oh! -exclam Enrique-. Ya me lo sos-pechaba.

    -Mas confo en que Vuestra Majestad meguardar el secreto -dijo San Lucas.

    Oh! pardiez! -contest Enrique-, no lo digopor incomodarte. Cierto es que si pudieras li-brarme de l, sin que te resultara algn ras-guo...

    Los validos se dirigieron mutuamente unarpida mirada, que Enrique fingi no habernotado.

    -Porque, en fin -continu el rey- ese tuno estan insolente...

    -S, s, -dijo San Lucas-. Pero tranquilceseVuestra Majestad, por que tarde o tempranohallar quien le arregle las cuentas.

  • -Hem! -dijo el rey meneando la cabeza deabajo arriba-. Tira muy bien la espada. Por quno le morder un perro rabioso? Esto nos libra-ra de l con ms comodidad.

    Y dirigi una mirada oblicua a Bussy, que,acompaado de sus tres amigos, iba y vena,tropezando y dirigiendo bromas insultantes alos que saba que eran ms hostiles al duque deAnjou y, por consiguiente, ms amigos del rey.

    -Vive Dios! -dijo Chicot-, no tratis as amis servidores ms queridos, maese Bussy,pues aunque rey, tirar de la espada ni ms nimenos que si fuese bufn.

    -Ah, tuno! -exclam el rey-, por mi honor,que no se le escapa nada.

    -Castigar a Chicot, seor -dijo Maugiron-,si contina con tales chanzas.

    -No te enfades, Maugiron; Chicot es noble ymuy quisquilloso en punto a honor. Por otra

  • parte, no es l quien merece mayor castigo,porque no es l el ms insolente.

    Esta vez no admitan interpretacin las pa-labras del rey. Quelus hizo una sea a d'O y ad'Epernon.

    -Seores -les dijo llevndoselos aparte-, ten-gamos consejo; t, San Lucas, sigue hablandocon el rey y acaba de ajustar la paz que parecefelizmente comenzada.

    San Lucas se encarg gustoso de este ltimopapel y se acerc al rey y a Chicot que estabandisputando.

    Mientras tanto, Quelus llev a sus cuatroamigos al hueco de una ventana.

    -Veamos -dijo d'Epernon-, qu nos quie-res? Estaba haciendo la corte a la mujer de Jo-yeuse, y te advierto que no te perdonar el ha-berme distrado, si no es muy interesante lo quetienes que decirnos.

  • -Quiero deciros -contest Quelus- que in-mediatamente despus del baile me voy de ca-za.

    -Bueno -dijo d'O-, y a qu clase de caza?... .

    -A la del jabal.

    -Qu idea has tenido ahora de ir a que teabran el vientre en algn bosque?

    -No importa, estoy resuelto a ir.

    -Slo?

    -No, con Maugiron y Schomberg. Cazamospor cuenta del rey.

    -Ah! ya entiendo -dijeron a un tiempoSchomberg y Maugiron.

    -El rey quiere que le sirvan maana una ca-beza de jabal.

    -Con cuello vuelto a la italiana -agregMaugiron, aludiendo al que llevaba Bussy por

  • formar contraste con las gorgueras de los favo-ritos.

    -Ah! ah! -dijo d'Epernon-. Bueno, ya en-tiendo.

    -De qu se trata? -pregunt d'O-; yo toda-va no he entendido una palabra.

    -Mira en derredor de ti, querido.

    -Ya miro.

    -No ves a alguien que se ha reido de ti entus barbas?

    -Como no sea Bussy! ...

    -Y bien, no te parece que se es un jabalcuya cabeza sera un buen regalo para el rey?

    -T crees que el rey.. . -repuso d'O.

    -l es quien la pide -contest Quelus.

    -Pues bien, sea. En marcha; mas, cmo ca-zaremos?

  • -Al acecho, es lo ms seguro.

    Bussy observ la conferencia, y no dudandoque se tratase de l, se aproxim hablando consus amigos y dando grandes carcajadas.

    -Mira, Antraguet, mira, Ribeirac -dijo-, mi-radlos all agrupados, qu espectculo tantierno? Parecen Euriales y Niso, Damon y Pit-hias, Cstor y... Mas, dnde est Plux?

    -Plux se casa, por eso Cstor est solo.

    -Qu harn ah? -pregunt Bussy mirndo-les con insolencia.

    -Apostemos -repuso Ribeiraca que estnconcertndose para componer algn nuevoalmidn.

    -No, seores -contest Quelus sonrindose-;hablamos de caza.

    -De veras, seor Cupido? -dijo Bussy-; hacemucho fro para ir de caza, y os van a salir sa-baones.

  • -Caballero -dijo Maugiron con la misma ur-banidad-, tenemos guantes de mucho abrigo yropillas bien forradas.

    -Ah! eso me tranquiliza -aadi Bussy-; ycundo pensis ir de caza?

    -Esta noche tal vez -dijo Schomberg.

    -No hay tal vez: esta noche seguramente -interrumpi Maugiron.

    -Voy a decrselo al rey -continu Bussy-; yqu dira Su Majestad s maana al despertarhallase a sus amigos constipados?

    -No os tomis esa molestia -dijo Quelus-. SuMajestad sabe que vamos de caza.

    -A caza de alondras? -interrog Bussy enun tono de los ms impertinentes.

    -No, seor -dijo Quelus-, a caza de jabales;queremos a todo trance una cabeza de jabal.

    -Y el animal.. . ? -pregunt Antraguet.

  • -Est cercado -dijo Schomberg.

    -Pero an es necesario saber por dnde hade pasar -objet Livarot.

    -Ya trataremos de informarnos -respondid'O-. Vens con nosotros, M. de Bussy?

    -No -respondi ste, continuando la conver-sacin en el mismo tono-; no me es posible.Maana tengo que presentarme al duque deAnjou para la recepcin de M. Monsoreau, paraquien Su Alteza, ya lo sabis, ha conseguido eldestino de montero mayor.

    -Y esta noche? -pregunt Quelus.

    -Ah! esta noche tampoco puedo, pues ten-go una cita en una casa misteriosa del arrabalde San Antonio.

    -Ah! ah! -dijo d'Epernon-, estar la reinaMargarita de incgnito en Pars, seor de Bus-sy? Porque hemos sabido que habais heredadoa la Mole.

  • -S, mas hace algn tiempo que renunci ala herencia, y ahora se trata de otra persona.

    -Y esa persona os espera en la calle delarrabal de San Antonio? -pregunt d'O.

    -S, precisamente: a propsito, voy a pedirosun consejo, M. de Quelus.

    -Decid. Aunque no soy abogado, me alabode no darlos malos, sobre todo a mis amigos.

    -Dicen que las calles de Pars son poco se-guras; el arrabal de San Antonio es un barrioque est muy aislado. Qu camino me aconse-jis que tome?

    -El consejo no es difcil de dar -dijo Quelus-;como el batelero del Louvre pasar toda la no-che aguardndonos, yo, en vuestro lugar, toma-ra la barca del Pre-aux-Clercs, y me hara llevarhasta la torre del rincn; all seguira el muellehasta el Grand Chatelet, y por la calle de laTixeranderie, llegara al arrabal de San Antonio.Una vez al final de la calle de San Antonio, si

  • pasis el palacio de Tournelles sin ningn ac-cidente, es probable que lleguis sano y salvo ala casa misteriosa de que nos habis hablado.

    -Gracias por el itinerario, seor de Quelus -dijo Bussy-. Decs la barca del Pre-aux-Clercs, latorre del rincn, el muelle hasta el Grand Cha-telet, la calle de la Tixeranderie y la calle de SanAntonio. No me separar una lnea de este ca-mino, tenedlo por seguro.

    Y saludando a los cinco amigos se retir di-ciendo en voz alta a Balzac d'Entragues:

    -Est visto, Antraguet, que no es posiblehacer nada con esta gente.

    Livarot y Ribeirac se echaron a reir siguien-do a Bussy y a d'Entragues, que se alejaron, nosin volver muchas veces la cabeza.

    Los favoritos continuaron impasibles: pare-can decididos a no comprender nada.

  • Al disponerse Bussy para atravesar el lti-mo saln, donde se hallaba madame San Lucas,que no perda de vista a su marido, ste le hizouna sea, mostrndole con la vista al favoritodel duque de Anjou, que iba ya a salir. Juanacomprendi, con la perspicacia que constituyeel privilegio de las mujeres, lo que quera decirsu marido, y adelantndose hacia el seor deBussy le cerr el paso y le dijo:

    -Oh! seor de Bussy, no se habla de todoPars ms que de un soneto que habis com-puesto.

    -Contra el rey, seora? -pregunt Bussy.

    -No, sino en honor de la reina: recitdmelo.

    -Con mucho gusto, seora -dijo Bussy, ofre-ciendo su brazo a madame de San Lucas: y vol-vi a recorrer los salones recitndole el soneto.

    Mientras tanto San Lucas se haba acercadopoco a poco a sus amigos y oy a Quelus quedeca:

  • -La fiera no ser difcil de seguir, dejandotales huellas tras s; aguardaremos, pues, en elngulo del palacio de Tournelles, cerca de lapuerta de San Antonio y frente al palacio deSan Pablo. .

    -Cada uno con un lacayo? -pregunt d'E-pernon.

    -No, no, -repuso Quelus-, vamos solos; na-die ms que nosotros debe saber nuestro secre-to; hagamos la cosa solos. Yo le odio, pero meavergonzara de que el garrote de un lacayo letocase; es demasiado noble para eso.

    -Nos iremos todos seis a la vez? -preguntMaugiron.

    -Todos cinco y no todos seis -dijo San Lucas.

    -Ah! es cierto, habamos olvidado tu ma-trimonio y te tratbamos todava como soltero -contest Schomberg.

  • -En efecto -agreg d'O-, no debemos separaral pobre San Lucas de su mujer la primera no-che de sus bodas.

    -No es eso, seores -dijo San Lucas-; lo queme detiene no es mi mujer, por ms que con-vengo en que bien vale la pena de detenerse; esel rey!

    -Cmo? el rey. . .

    -S, Su Majestad desea que le acompae alLouvre.

    Los jvenes se miraron con una sonrisa queen vano intent San Lucas interpretar.

    -Qu quieres? -observ Quelus-, el rey teprofesa una amistad tan excesiva, que no puedepasarse sin ti.

    -Por otra parte, San Lucas no nos hace faltapor esta noche -dijo Schomberg-; dejmosle conel Rey y con su dama.

    -Hem! El animal es feroz -dijo d'Epernn.

  • -Bah! -repuso Quelus-; pnganmelo enfren-te de m, denme un venablo, y yo dar cuentade l.

    En aquel momento se oy la voz de Enriqueque llamaba a San Lucas.

    -Seores -exclam ste-, ya lo os, el rey mellama; buena caza; hasta la vista.

    Y se separ de ellos al momento. Pero envez de ir a reunirse con el rey se desliz a lolargo de la pared, junto a la cual an se veanmuchos espectadores y parejas de baile, y llega la puerta del ltimo saln, a la cual tocaba yaBussy, detenido por la hermosa desposada, quehaca todo lo posible por no dejarle salir.

    -Ah! buenas noches, seor de San Lucas -dijo el joven-. Pero cmo vens tan azorado?Asistiris acaso a la gran caza que se prepara?Esa sera una prueba de vuestro valor, pero node vuestra galantera.

  • -No, seor -contest San Lucas-; parezcoazorado porque os buscaba con urgencia.

    -Ah! De veras?

    - . . Y porque tema que ya no estuvieseis.Querida Juana -aadi-, decid a vuestro padreque procure retener al rey; tengo que hablar dospalabras en secreto con M. de Bussy.

    Juana se alej rpidamente; no comprendala causa de todas aquellas necesidades; pero sesometa a ellas porque las crea de importancia.

    -Qu queris decirme, M. de San Lucas? -pregunt Bussy.

    -Quera deciros, M. de Bussy, que si tenisalguna cita para esta noche debis aplazarlapara maana, porque las calles de Pars sonmalas; y que si por casualidad para ir a esa citatuvieseis que pasar junto a la Bastilla, haraisbien en no aproximaros al palacio de Tourne-lles, donde hay un ngulo en que pueden ocul-tarse muchos hombres. Esto es lo que tena que

  • deciros, M. de Bussy. Dios me libre de pensarque un hombre como vos tiene miedo. No obs-tante, reflexionad.

    En aquel momento se oy la voz de Chicotque gritaba:

    -San Lucas, queridito, no te ocultes, quebien te veo, y te aguardo para volver al Louvre.

    -Aqu estoy, seor -respondi San Lucas,lanzndose en la direccin de la voz de Chicot.

    Cerca del bufn se encontraba Enrique III, aquien un paje presentaba va el pesado mantoforrado de armio, mientras que otro le ofrecasus gruesos guantes, largos hasta el codo, y otroel antifaz de terciopelo forrado de raso.

    -Seor -dijo San Lucas, dirigindose a la veza los dos Enriques-, voy a tener el honor de lle-var la antorcha hasta vuestras literas.

    -Nada de eso -repuso Enrique-; Chicot vapor un lado y yo por otro. Mis amigos estn tan

  • mal educados, que me dejan volver solo alLouvre, nterin ellos van a divertirse aprove-chando el tiempo de carnaval. Yo contaba conque me acompaaran, y ahora me dejan; perot no me dejars marchar as; t eres un hom-bre grave, ya casado, y debes acompaarmehasta donde me aguarda la reina. Hola! un ca-ballo para M. de San Lucas; pero no, es intil,mi litera es ancha y bien cabemos los dos.

    Juana de Brissac no perdi una palabra deesta conversacin; quiso decir algo a su marido,advertir a su padre que el rey se llevaba a SanLucas; mas ste, ponindose un dedo en la bo-ca, le hizo sea de que guardase silencio y cir-cunspeccin.

    -Diablo! -pens-, ahora que me voy cap-tando la voluntad de Francisco de Anjou, novayamos a enemistarnos con Enrique de Valois.Seor -agreg en voz alta-, aqu estoy. Soy tanadicto a Vuestra Majestad que, si me lo manda-se, le seguira hasta el fin del mundo.

  • Hubo entonces un gran tumulto, luego mu-chas genuflexiones, despus mucho silenciopara or las frases de despedida que diriga elrey a la seorita de Brissac y a San Lucas.

    Estas frases fueron de las ms lisonjeras.

    Despus los caballos piafaron en el patio,las antorchas lanzaron sobre los vidrios susdorados reflejos; en fin, todos los cortesanos dela corona, y todos los convidados de la boda,unos rindose y otros temblando de fro, per-dironse entre la sombra y la niebla.

    Juana, habiendo quedado con sus doncellas,entr en su cuarto y se arrodill delante de laimagen de una santa a quien tena mucha de-vocin.

    Luego mand que la dejasen sola y quepreparasen una ligera colacin para cuandovolviese su marido.

    M. de Brissac hizo ms: envi seis guardiasa esperar a su yerno a la puerta del Louvre,

  • para escoltarle a su regreso. Los guardias, des-pus de haber aguardado dos horas, enviaronuno de sus compaeros a decir al mariscal quetodas las puertas del Louvre se hallaban cerra-das, y que antes de cerrar la ltima, el capitnque estaba de servicio les haba dicho:

    -No esperis ms, es intil; nadie saldr delLouvre esta noche. Su Majestad se ha acostadoy todo el mundo est durmiendo.

    El mariscal llev esta noticia a su hija, lacual declar que estando demasiado inquietapara acostarse, velara esperando a su esposo.

    III. NO SIEMPRE EL QUE ABRE LAPUERTA ES EL QUE ENTRA EN LA CASA

    La puerta de San Antonio era una especiede bveda, bastante parecida a la puerta de SanDionisio y a la de San Martn de nuestros das,con la sola diferencia de que por el lado iz-quierdo se una con los edificios adyacentes y a

  • la Bastilla, y tambin, por lo tanto, con aquellaantigua fortaleza.

    El espacio comprendido a la derecha, entrela puerta y el palacio de Bretaa, era extenso,sombro y pantanoso; pero estaba poco frecuen-tado de da y completamente solitario por lanoche; porque los trasentes nocturnos se hab-an formado un camino inmediato a la fortaleza,a fin de colocarse de algn modo (en aqueltiempo en que las calles eran madrigueras desalteadores donde impunemente se cometanlos crmenes) bajo la proteccin del centineladel muro, que poda, no socorrerlos, pero almenos llamar en su auxilio y espantar con susgritos a los malhechores.

    Intil es decir que en las noches de inviernoeran los transentes an ms prudentes que enlas de verano.

    La en que acontecieron los sucesos quehemos referido y que vamos a referir era tanfra, tan obscura, las nubes que cubran el cielo

  • eran tan negras y se hallaban tan bajas, que na-die habra divisado, detrs de las almenas de lafortaleza real, al dichoso centinela, a quien porsu parte hubiera tambin costado trabajo dis-tinguir a las personas que transitaban por laplaza.

    Delante de la puerta de San Antonio y hacialo interior de la ciudad no haba ninguna casa,sino solamente las elevadas paredes de la igle-sia de San Pablo, que estaba situada a la dere-cha, y las del palacio de Tournelles, que se en-contraba a la izquierda. Al extremo de este pa-lacio, del lado de la calle de Santa Catalina, eradonde la pared formaba aquel ngulo entrantea que haba aludido San Lucas hablando conBussy.

    Despus se hallaba la manzana de casas, si-tuadas entre la calle de Jouy y la calle Ancha deSan Antn, la cual en aquel tiempo tena en-frente la calle de Billettes y la iglesia de SantaCatalina.

  • Ningn farol alumbraba la parte del anti-guo Pars que acabamos de describir. En lasnoches en que la luna se encargaba de iluminarla tierra, distinguase la gigantesca Bastilla, que,sombra, majestuosa e inmvil, se destacabavigorosamente en el estrellado azul del cielo.

    Por el contrario, en las noches obscuras nose vea en el sitio en que estaba ms que unaumento de obscuridad, penetrada ac y allpor la plida luz a que daban salida algunasventanas.

    Durante la noche de que vamos hablando, yque haba empezado con una helada bastantefuerte, para concluir nevando en abundancia,ningn transente haca resonar con sus pasosla tierra hendida de aquella especie de calzada,que conduca de la calle al arrabal y que hemosdicho haber sido practicada por el prudenterodeo que solan dar todos los paseantes noc-turnos.

  • Mas, en cambio, la vista ejercitada podadistinguir en el ngulo del palacio de Tourne-lles varias sombras negras, que se movan losuficiente para probar que pertenecan a pobresdiablos humanos, pero no lo bastante para im-pedir que de minuto en minuto fuese desapare-ciendo el calor natural de sus cuerpos, a conse-cuencia del poco ejercicio que hacan, aguar-dando sin duda algn acontecimiento.

    El centinela de la torre, que a causa de laobscuridad no poda ver lo que pasaba en laplaza, tampoco hubiera podido or la conversa-cin de aquellas sombras negras; tan baja era lavoz en que hablaban. Esta conversacin, sinembargo, no dejaba de ser interesante.

    -Ese endiablado de Bussy tena razn -decauna de las sombras-; esta es una verdadera no-che de Varsovia, como aquellas que pasamoscuando el rey Enrique era rey de Polonia, y sisigue as, se nos van a hacer grietas en la piel,como nos predijo.

  • -Vamos, Maugiron, te quejas como una mu-jer -respondi otra sombra-. Es cierto que nohace calor; pero embzate con la capa hasta losojos, y mtete las manos en los bolsillos: verscomo as no tienes fro.

    -Verdaderamente, Schomberg -dijo la terce-ra sombra-, que bien se ve en lo que dices queeres alemn. Pero mis labios estn echandosangre y mis bigotes llenos de carmbanos.

    -Pues si son las manos -dijo otra voz-, po-dra apostar a que no las tengo.

    -Por qu no te has puesto el manguito detu mam, pobre Quelus? -respondi Schom-berg-. De buena gana te lo habra prestado esaamable seora, especialmente si le hubierasdicho que era para libertarla de su querido Bus-sy, a quien tiene el mismo amor que a un ta-bardillo.

  • -Eh! Seores, tengan paciencia -exclam laquinta sombra-. Dentro de poco estoy seguro deque os quejaris del mucho calor.

    -Dios te oiga, d'Epernon! -dijo Maugirondando patadas en el suelo.

    -No soy yo el que ha hablado -repuso d'E-pernn-, sino d'O. Yo me callo porque temo quese hielen mis palabras.

    -Qu decas? -pregunt Quelus a Maugi-ron.

    -D'O deca -contest Maugiron- que dentrode poco tendramos demasiado calor, y yo leresponda que Dios le oyese.

    -Pues creo que le ha odo, porque diviso allabajo un bulto que viene por la calle de SanPablo.

    -Te engaas. Creo que no es l.

    -Y por qu?

    -Porque ha indicado otro itinerario.

  • -Y qu tendra de particular que habiendosospechado algo, hubiese variado de camino?

    -No conocis a Bussy; por donde ha dichoque pasara, pasar, aun cuando supiese que elmismo diablo le aguardaba en el camino paracerrarle el paso.

    -Entretanto -respondi Quelus-, ah vienendos hombres.

    -Efectivamente -repitieron dos o tres vocesreconociendo la verdad de la observacin.

    -En ese caso, ataqumosles -dijo Schmberg.

    -Un instante -dijo d'Epernon-; no vayamos amatar a algunos buenos vecinos u honradascomadres, calla! se detienen!

    En efecto; en la esquina de la calle de SanPablo, que da a la de San Antonio, se detuvie-ron como indecisas las dos personas que llama-ban la atencin de nuestros cinco compaeros.

    -Oh! -dijo Quelus-, si nos habrn visto?

  • -Bah! apenas nos vemos nosotros.

    -Tienes razn -asinti Quelus-. Mira, ahoravuelven hacia la izquierda... se han detenidodelante de una casa; parece que buscan algo!

    -Y es cierto!

    -Parece que quieren entrar -dijo Schomberg-. Y bien, seores, los dejaremos que se esca-pen?

    -Pero no es l, porque debe ir al arrabal deSan Antonio, y sos, luego de haber salido porla calle de San Pablo, han bajado toda la calle -contest Maugiron.

    -Eh! -observ Schomberg-. Quin nos res-ponde de que ese perro viejo no nos haya dadoseas falsas, bien por casualidad y negli-gentemente, o bien por malicia y con reflexin?

    -Realmente, bien podra ser -dijo Quelus.

    Esta suposicin produjo en los cinco caba-lleros un movimiento parecido al de una tralla

  • de perros hambrientos que ven de lejos la presa.Salieron del sitio en que se hallaban ocultos y selanzaron con espada en mano hacia los doshombres que se haban detenido delante de lapuerta.

    Precisamente uno de ellos acababa de in-troducir la llave en la cerradura; la puerta habacedido y empezaba a abrirse, cuando el ruidoque hicieron los agresores oblig a los dos mis-teriosos transentes a volver la cabeza.

    -Qu es eso? -pregunt el ms pequeo delos dos a su compaero-. Vienen contra noso-tros, Aurilly?

    -Ah, monseor -repuso el que acababa deabrir la puerta-, trazas tienen de eso. Dirisvuestro nombre o guardaris el incgnito?

    -Hombres armados! Una celada!

    -Algn celoso que nos espa. PoderosoDios! ya lo deca yo, monseor, que la dama eramuy hermosa para no tener quien la galantease.

  • -Entremos pronto, Aurilly. Mejor se sostieneun sitio detrs de una puerta, que una luchadelante.

    -S, monseor, cuando no hay enemigos enla plaza. Pero quin os dice...?

    No tuvo tiempo de terminar la frase. Losdos jvenes haban atravesado con la rapidezdel rayo el espacio de un centenar de pasos queles separaba de aquellos dos hombres. Quelus yMaugiron, que haban seguido andando junto ala pared, se interpusieron entre la puerta y losque queran entrar, a fin de cortarles la retirada,mientras que Schomberg, d'O y d'Epernon sedisponan a atacarles de frente.

    -Mueran, mueran! -grit Quelus, siempre elms ardiente de los cinco.

    De pronto aquel a quien su compaerohaba llamado monseor, preguntndole siguardaran el incgnito, se volvi hacia Quelus,avanz un paso, y cruzndose de brazos con

  • arrogancia, dijo con voz sombra y siniestramirada:

    -Creo que habis dicho mueran! hablandode un prncipe de Francia, seor de Quelus.

    Quelus retrocedi con los ojos dilatados,doblndosele las rodillas, las manos inertes yexclamando:

    -Su Alteza el duque de Anjou! -repitieronlos otros.

    -Vamos, seores -replic Francisco con vozterrible -, por qu no continuis gritando mue-ran?

    -Monseor -dijo d'Epernon temblando-, erauna chanza; perdonadnos.

    Monseor -aadi d'O-, no suponamos quepodramos encontrar a Vuestra Alteza en unextremo de Pars, en este barrio tan solo.

    -Una chanza! -repiti Francisco, sin contes-tar a d'O-; tenis un modo singular de chancea-

  • ron, seor d'Epernon. Veamos, puesto que noes a m a quien querais atacar, quin era lavctima de vuestra chanza?

    -Monseor -dijo Schomberg con respeto-,vimos a San Lucas salir del palacio de Montmo-rency y venir hacia este lado. Esto nos pareciextrao, y desebamos saber con qu objetopoda un marido abandonar a su mujer la pri-mera noche de sus bodas.

    La disculpa era plausible, porque, segn to-das las probabilidades, el duque de Anjou sa-bra al da siguiente que San Lucas no habapermanecido en el palacio de Montmorency, yesta noticia coincidira con lo que acababa dedecir Schomberg.

    -M. de San Lucas! Me habis confundidocon M. de San Lucas, seores?

    -S, seor -repitieron en coro los cinco com-paeros.

  • -Y desde cundo podemos ser confundidosel uno con el otro? -dijo el duque de Anjou-; M.de San Lucas me lleva a m la cabeza.

    -Es verdad, monseor -dijo Quelus-, pero esjustamente de la estatura de M. Aurilly, quetiene la honra de acompaaros.

    -Adems, la noche est obscura, monseor -aadi Maugiron. -Adems, al ver a un hombreintroducir una llave en una cerradura, le cre-mos el principal de los dos que tenamos delan-te- murmur de'O.

    -En fin -dijo Quelus-, Su Alteza no puedesuponer que hayamos tenido ni la sombra deun mal pensamiento con relacin a su persona,ni aun la idea de turbar sus placeres.

    Hablando as, y escuchando las respuestasms o menos lgicas que hacan dar a los jve-nes la sorpresa y el miedo, Francisco se habaseparado del umbral de la puerta por medio deuna hbil maniobra estratgica, y seguido paso

  • a paso de Aurilly, su tocador de lad y com-paero acostumbrado de sus correras noctur-nas, se hallaba ya a una distancia bastantegrande de la casa, para que pudiera confundr-sele con las otras y no ser reconocida.

    -Mis placeres! -repuso con voz agria-. Y dednde deducs que yo vengo aqu en busca deplaceres?

    -Ah! Monseor, en todo caso -contestQuelus-, y cualquiera que sea el fin con quehayis venido, perdonadnos: nosotros nos reti-ramos.

    -Est bien. Adis, seores.

    -Monseor -agreg d'Epernon-, nuestra dis-crecin, bien conocida de Vuestra Alteza...

    El duque de Anjou, que haba ya dado unpaso para retirarse, se detuvo, arrug el ceo yexclam:

  • -Discrecin! y quin os pide discrecin?Decid.

    -Monseor, cremos que Vuestra Alteza aestas horas y seguido nicamente de su confi-dente...

    -Os engais. Voy a deciros lo que debiscreer y lo que a m me place que se crea.

    Los cinco caballeros escucharon en el msprofundo y respetuoso silencio.

    -Iba -prosigui el duque de Anjou con vozlenta y como si quisiera grabar cada una de suspalabras en la memoria de sus oyentes-, iba aconsultar al judo Manass, que sabe leer en elvidrio y en el poso del caf. Vive, segn sabis,en la calle de Tournelles: al pasar, Aurilly osvio, y crey que erais arqueros que hacan laronda. Por eso -agreg con una especie de ale-gra espantosa para los que conocan su ca-rcter-, por eso, como buenos consultantes dehechiceros, nos arrimbamos a la pared y trat-

  • bamos de ocultarnos en la puerta para escaparde vuestras terribles miradas.

    Hablando as, haba vuelto a entrar el prn-cipe insensiblemente en la calle de San Pablo yse encontraba ya bastante cerca para poder serodo por los centinelas de la Bastilla, en caso deun ataque; porque sabiendo el odio que le pro-fesaba su hermano Enrique, le tranquilizabanmuy poco el respeto y las excusas de los favori-tos del rey.

    -Y ahora -prosigui el duque de Anjou- quesabis lo que se debe creer y sobre todo lo quedebis decir, adis, seores; adis.

    Todos saludaron y se despidieron del prn-cipe, el cual volvi muchas veces la cabeza paraseguirles con la vista, sin dejar de dar unoscuantos pasos en direccin opuesta a la quellevaban.

    -Monseor -dijo Aurilly-, os juro que esagente tena malas intenciones. Son las doce;

  • estamos, segn dicen, en un barrio aislado.Volvamos a palacio, monseor, volvamos.

    -No tal -dijo el prncipe detenindole-. Aho-ra que se han ido, podemos aprovechar la oca-sin.

    -Es que Vuestra Alteza est en un error -dijoAurilly-, es que no se han marchado, sino que,como Vuestra Alteza mismo puede verlo, sehan ocultado en el mismo sitio en que se halla-ban antes. Les ve Vuestra Alteza all abajo, enaqul rincn, en la esquina del palacio de Tour-nelles?

    Francisco mir en la direccin sealada.Aurilly le haba dicho la verdad. Los cinco ca-balleros haban vuelto a ocupar su posicin, yera evidente que seguan meditando un proyec-to, interrumpido por la llegada del prncipe: talvez no se haban escondido sino para espiar alduque y a su compaero, y averiguar si, enefecto, iban a casa del judo Manases.

  • -Y bien, monseor -pregunt Aurilly-, quresolvemos? Yo har lo que Vuestra Altezamande, pero no creo que sea prudente conti-nuar ms aqu.

    -Pardiez! ... dijo el prncipe-, y sin embargo,es muy desagradable tener que abandonar lapartida.

    -Harto lo s, monseor; pero puede aplazar-se para otra ocasin. Ya he tenido el honor dedecir a Vuestra Alteza que me haba informado.La casa est alquilada por un ao. Sabemos quela dama habita el piso principal; estamos en in-teligencia con su doncella; tenemos una llaveque abre su puerta. Con todas estas ventajasbien podemos aguardar.

    -Ests seguro de que la puerta ha cedido?

    -Estoy seguro: a la tercera llave que he pro-bado.

    -A propsito, la cerraste de nuevo?

  • -La puerta?

    -S.

    -Sin duda, monseor.

    No obstante el acento de verdad con queAurilly pronunci esta afirmacin, debemosdecir que estaba menos seguro de haber cerra-do la puerta que de haberla abierto. A pesar detodo, su aplomo y serenidad no dejaron duda alprncipe sobre la certeza de su respuesta.

    -Pero -agreg ste-, yo deseara saber por mmismo...

    -Lo que hacen, monseor? Puedo decrselosin temor de engaarme: se hallan reunidospara armar algn lazo. Vmonos; Vuestra Al-teza tiene enemigos, quin sabe lo que serncapaces de intentar contra su persona!

    -Pues bien, vamos, consiento en ello; masser para volver.

  • -No por esta noche al menos, monseor; mistemores no son infundados; en todas partes veoadversarios y verdaderamente bien puedo te-mer cuando acompao al primer prncipe de lasangre... al heredero de la corona, contra quiense agitan tantos enemigos interesados en que noherede.

    Estas ltimas palabras causaron en Francis-co una impresin tal, que se decidi al momen-to por la retirada; no lo hizo, sin embargo, sinmaldecir la desgracia de aquel encuentro y sinprometerse a s mismo devolver a los cinco j-venes, en su tiempo y lugar, el mal rato que lehaban dado.

    -Ea, pues -dijo-, vamos a palacio: all encon-traremos a Bussy, que debe de haber regresadode esas malditas bodas, y habr suscitado al-guna buena querella en que habr muerto omatar maana a alguno de esos favoritos: estome servir de consuelo.

  • -S, monseor -repuso Aurilly-, esperemos aBussy. No pido otra cosa, y en este punto tengocomo Vuestra Alteza la mayor confianza en l.

    Y se marcharon.

    No haban doblado la esquina de la calle deJouy, cuando nuestros cinco compaeros divi-saron a la altura de la de Tisn a un caballeroembozado en una gran capa.

    El paso seco y duro de su caballo resonabasobre la tierra casi petrificada, y un plido rayode luna, que luchando contra la sombra espesade la noche haca el ltimo esfuerzo para pene-trar en el cielo nebuloso y la atmsfera saturadade nieve, argentaba la pluma blanca de su som-brero.

    Marchaba con precaucin .y diriga su ca-balgadura contenindola con las riendas yhacindole echar espuma por la boca, a pesardel fro, por efecto de la sujecin que le imponapara que caminase al paso.

  • -Ahora s que es l -dijo Quelus.

    -Imposible -repuso Maugiron.

    -Por qu?

    -Porque viene solo y le hemos dejado conLivarot, d'Entragues y Ribeirac, los cuales nohabrn permitido que se arriesgue de esta ma-nera sin llevar compaa.

    -Sin embargo, es l -dijo d'Epernon-. Mira,no le reconoces el toser sonoro, y en su modoinsolente de erguir la cabeza? No hay duda enque viene solo.

    -Entonces -dijo d'O-, es un lazo que nosquieren armar.

    -En todo caso, lazo o no -dijo Stromberg-, esl, y porque es l, mano a las espadas!

    Era, en efecto Bussy, que se adelantaba sincuidado por la calle de San Antonio siguiendofielmente el itinerario que le haba trazado Que-lus. Como hemos visto, haba recibido el aviso

  • de San Lucas, y no obstante el estremecimientomuy natural que estas palabras le produjeron,no quiso acceder a las instancias que le hicieronsus amigos para acompaarle y se despidi deellos a la puerta del palacio de Montmorency.

    Esta era una de aquellas aventuras peligro-sas como las que tanto agradaban al valerosocoronel, el cual deca de s mismo: No soy msque un simple caballero; pero abrigo en mi pe-cho un corazn de emperador, y cuando leo enlas vidas de Plutarco las hazaas de los anti-guos romanos, no creo que haya un hroe de laantigedad a quien yo no pueda imitar en todolo que ha hecho.

    Por otra parte, haba pensado Bussy que talvez San Lucas, que no se contaba ordinariamen-te en el nmero de sus amigos, y cuyo ines-perado inters por Bussy no era debido, en efec-to, ms que a la posicin dificultosa en que seencontraba, le haba hecho aquella advertencia_tan slo con el objeto de obligarle a tomar pre-

  • cauciones, que le hubieran puesto en ridculo alos ojos de sus enemigos, aun admitiendo quetuviese enemigos dispuestos a aguardarle.

    Ahora bien, Bussy tema ms el ridculo queel peligro.

    Se haba adquirido, aun entre sus enemigosmismos, una reputacin tal, que para mantener-la a la altura a que la haba elevado, tena queemprender a cada instante las ms temerariasaventuras.

    Como buen hroe de Plutarco, haba, pues,despedido a sus tres compaeros, temible escol-ta que le hubiera hecho respetar hasta de unescuadrn; y solo, con los brazos cruzados de-bajo de la capa, sin ms armas que la espada yel pual, se encaminaba a la casa donde le espe-raba, no una querida, como hubiera podidocreerse, sino una carta que cada mes le enviabaen el mismo da la reina de Navarra, como re-cuerdo de su buena amistad.

  • El valiente caballero, conforme a la promesaque haba hecho a su bella reina Margarita,promesa a la cual no haba faltado una sola vez,iba de noche, personalmente, para no compro-meter a nadie, a recoger esta carta del mensaje-ro que se la llevaba.

    Haba atravesado sin ningn accidente des-de la calle de los Grandes Agustinos a la de SanAntonio, cuando, al hallarse a la altura de la deSanta Catalina, su vista activa, penetrante yejercitada distingui en las tinieblas, a lo largode la pared, aquellas formas humanas en que elduque de Anjou no haba reparado por estarmenos prevenido. Hay adems en el coraznverdaderamente valeroso, al acercarse el peli-gro que adivina, cierta exaltacin que perfec-ciona hasta el ms alto grado la perspicacia delos sentidos y del pensamiento.

    Bussy cont las sombras que se destacabanen la parte de la muralla.

  • -Tres, cuatro, cinco -exclam-, sin contar loslacayos, que sin duda estarn en algn otro rin-cn y que acudirn a la primera seal de susamos. No me tienen en poco, a lo que parece.Diablo! muchos son, no obstante, para unosolo. Vamos, ese valiente San Lucas no me en-ga y aunque fuese el primero que me atacaseen la pelea, le dira: Gracias por el aviso, com-paero.

    Esto deca Bussy sin dejar de marchar: so-lamente su brazo derecho se mova ms a susanchas bajo la capa, cuyo broche haba des-prendido con la mano izquierda sin que pudie-ra ser notado este movimiento.

    Entonces fue cuando Schomberg grit: Ma-no a las espadas! y a este grito, repetido porotros cuatro, se precipitaron los jvenes al en-cuentro de Bussy.

    -Hola, seores! -dijo ste, con su voz agudapero tranquila-, queris matar al pobre Bussy?Soy yo, pues, aquella fiera, aquel clebre jabal

  • que debamos cazar? Pues bien, seores, el jaba-l va a descoser la piel de algunos, yo os lo juro,y ya sabis que no falto nunca a mi palabra.

    -Sea -dijo Schomberg-; pero eso no impideque t te muestres muy mal educado, seor deBussy d'Ambroise, hablndonos as a caballomientras que nosotros te escuchamos a pie.

    Dichas estas palabras, el brazo del joven,cubierto de raso blanco, sali de debajo de lacapa y centelle como un relmpago de plata alos rayos de la luna, sin que Bussy pudiera adi-vinar a qu propsito corresponda aquel ade-mn como no fuera a alguna amenaza.

    Iba, pues, a responder como responda deordinario Bussy, cuando en el momento dehundir las espuelas en los ijares del caballo,sinti que el animal vacilaba y caa do-blndosele las piernas. Schomberg, con unadestreza que le era peculiar y de que haba da-do ya pruebas en muchos combates que habasostenido siendo joven, haba lanzado una es-

  • pecie de pual cuya ancha hoja era ms pesadaque el mango, el cual penetrando en el jarretedel caballo, se qued clavado en l como unacuchilla en la rama de una encina.

    Bussy, siempre preparado para todo, sehall con los pies en tierra y la espada en lamano.

    -Ah, desgraciado! -dijo-, era mi caballo fa-vorito, t me la pagars.

    Y corno Schomberg se aproximase llevadode su valor y calculando mal la extensin de laespada que Bussy llevaba ceida al cuerpo, co-mo se calcula mal hasta dnde puede alcanzarel diente de la serpiente enroscada en espiral,aquella espada y aquel brazo se extendieron yla primera le atraves el muslo.

    Schomberg dio un grito.

    -Hola! -lanz Bussy-; soy hombre de pala-bra? Ya tenemos uno Torpe! era la mueca de

  • Bussy y no el jarrete de su caballo lo que debascortar.

    Y en un abrir y cerrar de ojos, en tanto queSchomberg se comprima el muslo con el pa-uelo, Bussy present la punta de su larga es-pada al rostro y al pecho de los otros cuatroagresores, sin querer gritar, porque llamar en suauxilio, es decir, reconocer que tena necesidadde auxilio, era indigno de Bussy; lo que hizo fuerodearse la capa al brazo izquierdo, y haciendode ella un escudo se adelant, no para huir,sino para llegar a una pared contra la cual pu-diera resguardarse a fin de que no le acometie-sen por la espalda, dirigiendo diez golpes en unminuto y sintiendo a veces esa blanda resisten-cia de la carne que indica que aqullos no hansido en vano. Una vez se desliz y mir maqui-nalmente la tierra. Aquel instante bast a Que-lus para darle una estocada en el costado.

    -Herido! -grit Quelus.

  • -S, en la rodilla -contest Bussy, que noquera ni an confesar su herida-, como hierenlos que tienen miedo.

    Y lanzndose sobre Quelus, lig tan vigoro-samente su espada, que el arma salt del jovena diez pasos de l. Mas no pudo proseguir suvictoria, porque en el mismo instante d'O, d'E-pernon y Maugiron le atacaron con nueva furia;Schomberg haba vendado su herida; Quelushaba recogido su espada; Bussy conoci queiba a ser rodeado, que no tena ms que un mi-nuto para llegar a la muralla y que si no seaprovechaba de este minuto estaba perdido.

    Dio un salto hacia atrs que puso tres pasosde distancia entre l y los agresores; pero cuatroespadas se pusieron muy pronto al alcance desu cuerpo; y, no obstante, era ya tarde, porqueBussy por medio de otro salto, se haba coloca-do dando la espalda a la pared. All se detuvo,fuerte como Aquiles o como Roldn y sonrin-dose ante aquella tempestad de golpes que

  • amenazaban su cabeza, y se chocaban en tornosuyo. De repente sinti que se cubra su frentede sudor y que una nube pasaba por sus ojos.

    Haba olvidado la herida, y los sntomas dedesvanecimiento que acababa de experimentarse la recordaban.

    -Ah! ya vas cediendo -grit Quelus redo-blando sus golpes. -Toma! -dijo Bussy-, por ahpuedes juzgar.

    Y con el pomo de la espada le dio un golpeen la sien. Quelus cay en tierra al impulso deeste golpe.

    Luego Bussy, exaltado, furioso como el ja-bal que cae sobre los perros despus de haber-les hecho frente, lanz un grito terrible y se lan-z hacia adelante. D'O y d'Epernon re-trocedieron: Maugiron haba levantado a Que-lus y le tena abrazado; Bussy rompi con el piela espada de este ltimo, y atraves de una es-tocada el antebrazo de d'Epernon. Por un mo-

  • mento qued vencedor, pero Quelus volvi a l;Schomberg, herido y todo, entr otra vez enliza; y cuatro espadas se levantaron de nuevocontra su persona. Otra vez se juzg perdido.Reuni todas sus fuerzas para verificar su reti-rada, y retrocedi paso a paso, a fin de defen-derse con la pared por la espalda. Ya el sudorfro de su frente, el rumor sordo de sus odos yla venda dolorosa y sangrienta que se extendasobre sus ojos, le anunciaban la extincin de susfuerzas. La espada no segua ya el camino quele trazaba el pensamiento entorpecido.

    Bussy busc la pared con la mano izquier-da, la toc, y la piedra fra le caus una sensa-cin agradable; mas con gran admiracin suyala pared cedi. Era una puerta entreabierta.Entonces Bussy recobr la esperanza y recogitodas sus fuerzas para aqul instante supremo.Durante un momento sus golpes fueron tanrpidos y violentos, que todas las espadas seapartaron o se bajaron delante de l. Entoncesse introdujo por la puerta y, volvindose, la

  • empuj violentamente con la espalda; cay elpestillo y la puerta qued cerrada.

    Todo estaba concluido: Bussy se hallabafuera de peligro: Bussy era vencedor, pues quese haba salvado.

    Entonces con ojos extraviados por el jbilo,vio a travs del ventanillo los plidos rostros desus enemigos. Oy los golpes furiosos que ases-taban a la puerta y despus gritos de rabia.

    Por ltimo, le pareci que la tierra faltababajo sus pies, y que la pared vacilaba. Dio trespasos hacia adelante y se encontr en un patio,se le fue la cabeza y cay al pie de una escalera.

    IV. CMO SE CONFUNDEN A VECES ELSUEO Y LA REALIDAD

    Bussy, antes de caer, haba tenido tiempopara pasar el pauelo por debajo de la camisa yapretar por encima el cinturn de la espada, ha-

  • ciendo una especie de vendaje en la herida vivay ardiente, cuya sangre se escapaba como unchorro de llama; pero cuando lleg al sitio enque cay, haba ya perdido bastante sangre pa-ra que esta prdida causara el desvanecimientoen que le dejamos.

    Sin embargo, sea que en su cerebro, excita-do por la clera y el dolor, persistiese la sensa-cin bajo la apariencia del desmayo, sea queste cesase para dar lugar a una fiebre a quesucedi un nuevo desvanecimiento, Bussy vio ocrey ver lo que sigue en aquella hora de sueoy de realidad, en aquel instante de crepsculocolocado entre las sombras de dos noches.

    Hallbase en un aposento con muebles demadera esculpida, con tapicera en que estabanpintados los retratos de varios personajes y conel techo tambin pintado con figuras.

    Aquellos personajes, que se vean en todaslas actitudes posibles, ya teniendo flores, yallevando picas en las manos, pareca que suban

  • al techo por caminos misteriosos desde las pa-redes contra las cuales se agitaban.

    Entre las dos ventanas se hallaba colocadoun retrato de mujer resplandeciente: slo que aBussy le pareca que el marco de este retrato noera otro que el cerco de una puerta. Nuestrocaballero, inmvil, como clavado en su lechopor un poder superior, privado de todos susmovimientos, y habiendo perdido todas susfacultades, excepto la de ver, miraba todosaquellos personajes con ojos sombros, admi-rando las estpidas sonrisas de los que llevabanflores y la grotesca clera de los que llevabanespadas.

    Haba visto ya estos personajes, o los veapor primera vez?

    Esto es lo que no poda decir seguramente;tan aturdida tena la cabeza.

    De repente, la mujer del retrato se destacdel cuadro, y Bussy vio adelantarse hacia l a

  • una adorable criatura, vestida con una largabata de lana blanca, parecida a la tnica quellevan los ngeles, con cabellos flotantes sobrelas espaldas, con ojos negros como el azabache;con largas pestaas aterciopeladas y con un cu-tis transparente bajo el cual crea verse circularla sangre que le tea de color de rosa. Aquellamujer era tan prodigiosamente bella, sus brazosextendidos tenan tal atractivo, que Bussy hizoun enrgico esfuerzo para arrojarse a sus pies.Pero pareca detenido en el lecho por lazos se-mejantes a los que detienen el cadver en latumba, mientras que el alma inmaterial se elevaal cielo, abandonando la tierra como despre-ciable.

    Esto le oblig a mirar la cama en que estabaacostado, y le pareci que era uno de aquelloslechos magnficos, esculpidos en tiempo deFrancisco 1, del cual colgaban cortinas de da-masco blanco bordadas en oro.

  • Al ver a aquella mujer cesaron de llamar laatencin de Bussy los personajes de las paredesy del techo. La mujer del retrato era todo paral: trataba de ver el vaco que haba dejado en elcuadro; pero delante de ste flotaba una nubeque sus ojos no podan penetrar y le obscurecasu vista; entonces volvise hacia aquella perso-na misteriosa, y concentrando en la maravillosaaparicin toda la fuerza de sus miradas, se dis-puso a dirigirle un cumplimiento en verso, co-mo sola hacerlo de ordinario.

    Pero de improviso desapareci la mujer, yun cuerpo opaco se interpuso entre ella y Bus-sy; este cuerpo marchaba con lentitud y exten-da las manos como el paciente en el juego de lagallina ciega.

    Bussy sinti que se le suba la clera a la ca-beza, y concibi tal rabia contra aquel importu-no visitante, que si hubiera tenido la libertad desus movimientos, seguramente se habra arro-

  • jado sobre l; justo es decir tambin que lo in-tent, pero fue imposible.

    Mientras se esforzaba en vano en saltar dellecho, al cual pareca encadenado, el recin lle-gado habl:

    -Vamos -dijo-, he llegado ya?

    -S, seor -repuso una voz tan dulce, quehizo vibrar las fibras del corazn de Bussy-; yapodis quitaros la venda.

    Bussy hizo un esfuerzo para ver si la mujerde la dulce voz era la misma que la del retrato:mas la tentativa fue intil.

    No vio delante de s ms que una preciosafigura del hombre de rostro juvenil, que ce-diendo a la invitacin que le haban hecho, aca-baba de arrancarse la venda, y paseaba por lahabitacin sus miradas de sorpresa.

    -Vaya al diablo el hombre! -dijo Bussy inte-riormente.

  • E intent formular su pensamiento con lapalabra o con el gesto; pero lo uno fue tan im-posible como lo otro.

    -Ah! ya comprendo -dijo el joven acercn-dose al lecho-; estis herido, no es cierto, seormo? Veamos; ahora trataremos de remediaros.

    Bussy quiso responder, pero comprendique era imposible; sus ojos nadaban en un va-por helado y las yemas de los dedos le picabancomo si en ellas le clavasen cien mil alfileres.

    -Ser mortal la herida? -pregunt con acen-to de inters y angustia la voz dulce que habaya hablado y que el herido reconoci entoncespor la de la dama del retrato.

    -No lo s todava; pero voy a decroslo -repuso el joven-; entretanto miradle ya desma-yado.

    Esto fue todo lo que pudo comprender Bus-sy; le pareci or el roce de un vestido que sealejaba; despus crey sentir una cosa como un

  • hierro candente que le atravesaba el costado, locual acab de hacerle perder el conocimiento.

    Despus fue imposible para Bussy fijar laduracin de este desmayo. Solamente cuandosali de su sueo, un viento fro azotaba su ros-tro; voces roncas discordantes le atormentabanlos odos; abri los ojos para ver si era que lospersonajes de la tapicera disputaban con losdel techo, y con la esperanza de que el retratoestara tambin en su puesto.

    Pero ni hall tapicera, ni menos el retrato, yel rostro haba desaparecido completamente.

    No encontr a su lado ms que a un hombrevestido con un traje gris, con delantal blancoatado a la cintura y manchado de sangre; a suizquierda, un religioso agustino de la calle delTemple, que le sostena la cabeza, y frente a luna vieja que mascullaba varias oraciones.

    La vista errante de Bussy se fij entonces enuna masa de piedra que se alzaba delante de l,

  • y subi hasta la mayor altura de estas piedraspara medirla; entonces reconoci el Temple,fortificacin flanqueada de muros y torres, ypor encima del Temple el cielo blanco y fro,levemente dorado por el sol saliente.

    Bussy, se encontraba, pues, en la calle, o pormejor decir, al borde de un foso, y este foso erael del Temple.

    -Ah! gracias, amigos -exclam-, por el tra-bajo que os habis tomado para traerme aqu:tena necesidad de aire. Pero tambin podan-habrmelo dado abriendo las ventanas, y mejorme hubiera encontrado en un lecho con cortinasde damasco blanco bordadas de oro, que enesta tierra desnuda. No importa; todava tengoen mi bolsillo unos veinte escudos de oro, si noes que os habis pagado vosotros mismos, locual es probable y habra sido prudente; tomad,amigos mos, tomad.

    -Pero, seor -repuso el carnicero-, nosotrosno hemos tenido el trabajo de traeros, porque

  • vos estabais ya aqu, y aqu os hemos hallado alpasar, al amanecer.

    -Ah! diablo! -dijo Bussy-, y estaba tam-bin el joven mdico? El carnicero, el fraile y lavieja cambiaron una mirada.

    -Es un resto de delirio -dijo el hermanoagustino meneando la cabeza. Despus, vol-vindose a Bussy, le dijo:

    -Hijo mo, yo creo que harais bien en confe-saros.

    Bussy mir al fraile con sobresalto.

    -No haba aqu ningn mdico, pobre joven-aadi la vieja-.Vos estabais ah, solo, abando-nado, fro como un muerto. Mirad, ha nevado,y en el sitio donde os hallabais no hay la menorseal de nieve.

    Bussy mir su costado dolorido, se acordde haber recibido una estocada, introdujo lamano bajo la ropilla y tent el pauelo que esta-

  • ba en el mismo sitio, sujeto a la herida con elcinturn de la espada.

    Ya, aprovechndose del permiso que leshaba dado, se distribuan su bolsa los tres asis-tentes, lanzando muchas exclamaciones decompasin hacia el herido.

    Cuando se acab la reparticin, dijo Bussy:

    -Muy bien, amigos mos, ahora llevadme ami casa.

    -Ah! ciertamente, ciertamente, pobre joven-repuso la vieja-, el carnicero es fuerte, y ade-ms tiene un caballo en el que podis montar.

    -De veras? -dijo Bussy.

    -Nada hay ms cierto -respondi el carnice-ro-, y yo y mi caballo estaremos a vuestra dis-posicin, seor caballero.

    -Pero, hijo mo -dijo el fraile-, nterin el car-nicero va a buscar su caballo, harais muy bienen confesaros.

  • -Pardiez! -dijo Bussy tomando una posturams cmoda-, espero que no habr llegado anese momento. As, padre mo, atendamos a loms urgente. Tengo fro, y quisiera estar en micasa para calentarme.

    -Y cul es vuestra casa?

    -El palacio de Bussy.

    -Cmo! -exclam la multitud que se habareunido-, el palacio de Bussy?

    -S, qu tiene eso de extrao? Soy M. deBussy en persona.

    -Bussy! -grit la muchedumbre-. El seorde Bussy, el valiente Bussy, el azote de los favo-ritos. Viva Bussy!

    Y el joven, levantado sobre los hombros desus oyentes, fue llevado en triunfo a su casa, entanto que el fraile se marchaba contando suparte de los veinte escudos de oro, moviendo lacabeza y murmurando:

  • -Si es ese sacripante de Bussy, no me admiraque no haya querido confesarse.

    Apenas entr en su casa Bussy hizo llamar asu cirujano, el cual reconoci la herida y dijoque no era peligrosa.

    -Decidme -interrog Bussy-, no ha sido cu-rada ya esta herida? -Pardiez! -dijo el doctor-,no dira que no, aunque parece bien fresca.

    -Y -agreg Bussy-, es bastante grave parahaberme ocasionado un delirio?

    -Ciertamente.

    -Diablo! -dijo Bussy-; no obstante, esa tapi-cera con sus personajes que llevaban flores ylanzas, ese techo pintado al fresco, esa camaesculpida, con colgaduras de damasco blancobordado de oro, ese retrato entre las dos venta-nas, esa adorable joven rubia de ojos negros, esemdico que jugaba a la gallina ciega, a quien heestado para gritar cerdo, todo eso, no sinoefecto del delirio? Slo sera verdad mi com-

  • bate con los favoritos? Dnde he combatidocon ellos? Ah! s, eso es; junto a la plaza de laBastilla, hacia la calle de San Pablo. Me arrim auna pared, esta pared era una puerta, y estapuerta cedi felizmente. La cerr con gran tra-bajo y me encontr en un patio. Ah! ya no meacuerdo de ms hasta el momento en que volva recobrar el conocimiento. Le volv a recobraro estaba soando? Este es el problema. Ah! apropsito, y mi caballo? Deben haber hallado ami caballo muerto en aquel sitio. Doctor, ha-cedme el favor de llamar a alguien.

    El doctor llam a un criado.

    Bussy se inform y supo que su caballo,mutilado y sangriento, haba llegado arrastran-do hasta su casa y que al amanecer le habanhallado a la puerta relinchando. Al momentohaba cundido la alarma por toda la casa y loscriados de Bussy, que adoraban a su amo, hab-an salido inmediatamente en su busca: la mayorparte de ellos an no haban vuelto.

  • -Solamente el retrato -dijo Bussy- es lo queme parece un sueo, y en efecto, lo era, porque,qu probabilidad hay de que un retrato sedesprenda de su cuadro y se llegue a hablar conun mdico que tiene los ojos vendados? Yo soyaqu el loco. Y, no obstante, cuando traigo a lamemoria todas las circunstancias de ese retratotan encantador, recuerdo que tena...

    Bussy se puso a recorrer con la memoria lospormenores del retrato, y a medida que lohaca, ese estremecimiento del amor que infun-de una sensacin tan agradable al corazn, pa-saba como un terciopelo sobre su pecho ardien-te.

    -Y habr soado todo eso? -agreg mien-tras el cirujano vendaba la herida-. Pardiez! esimposible; nunca se tienen semejantes sueos.Recapitulemos.

    Y Bussy repiti nuevamente por la centsi-ma vez:

  • -Yo estaba en el baile: San Lucas me anuncique me esperaban al lado de la Bastilla: meacompaaban Antraguet, Ribeirac y Livarot: medesped de ellos: tom luego por el muelle, elGrand Chatelet, etc., etc. Al llegar al palacio deTournelles comenc a divisar a los que meaguardaban: se arrojaron sobre m y me estro-pearon el caballo. Peleamos con furia, entr enun patio; me sent malo despus... Ah! estedespus es el que me mata; hay una fiebre, undelirio, un sueo despus de este despus.

    -Y luego -prosigui con un suspiro- me en-contr a orilla de los fosos del Temple, dondeun padre agustino quiso confesarme.

    -De cualquier modo yo sabr pronto a quatenerme -aadi despus de un instante desilencio, que emple todava en refrescar su me-moria-. Doctor, necesitar estarme en casaquince das para curarme este araazo, comosucedi con el ltimo?

  • -Eso, segn. Veamos, no podis: andar? -pregunt el cirujano.

    -Al contrario -repuso Bussy-: me parece quetengo azogue en las piernas.

    -Dad una vuelta por la sala. Bussy salt dellecho y prob lo que acababa de decir, dandoalegremente una vuelta por toda la sala.

    -Podris salir de casa -dijo el cirujano-, acondicin de que no montis a caballo ni andisms de diez leguas el primer da.

    -En hora buena -exclam Bussy-, esto sellama ser facultativo; no obstante, he visto otroesta noche, s, no hay duda, tengo sus faccionesgrabadas en la mente, y si le encuentro algunavez, le reconocer, respondo de ello.

    -Seor mo -repuso el doctor-, no os aconse-jo que le busquis; siempre queda un poco defiebre despus de una estocada, y vos debissaberlo porque ya llevis doce con sta.

  • -Oh! -exclam de pronto Bussy, herida suimaginacin por una idea nueva, porque nopensaba ms que en los misterios de aquella no-che-, ser que mi sueo haya comenzado porfuera de la puerta en vez de principiar por de-ntro? Ser que no hayan existido ni el patio, nila escalera, ni el lecho colgado de damascoblanco y oro, ni el retrato? Ser que esos cana-llas, creyndome muerto, me hayan llevadobuenamente hasta los fosos del Temple, conobjeto de desorientar a cualquier espectador dela escena? Entonces la estocada es la que mehizo soar todo lo dems. Cielo santo! Si escierto que son ellos los que me han hecho tenerel sueo que me agita, que me devora, que memata, juro abrirles de arriba abajo desde el pri-mero hasta el ltimo.

    -Mi querido seor -dijo el cirujano-, si osqueris curar pronto, es preciso no agitaros deese modo.

  • -Excepto, sin embargo, el buen San Lucas-continu Bussy, sin escuchar lo que deca eldoctor-. Ese es distinto; se ha portado comoamigo. As, mi primera visita ser para l.

    -Pero no antes de las cinco de la tarde -dijoel cirujano.

    -Sea -asinti Bussy-; pero os aseguro que noes el salir y ver gente lo que puede ponermemalo, sino guardar quietud y estar solo.

    -En realidad, es posible -repuso el doctor-;sois en todo un enfermo singular; haced lo queos parezca, monseor; pero no os recomiendoms que una cosa, y es que no os arriesguis arecibir otra estocada antes que sta se cure.

    Bussy prometi al mdico hacer lo posiblepara ello, y habindose vestido, mand dispo-ner la litera y se hizo conducir al palacio deMontmorency.

  • V. LA NOCHE DE BODAS DE LA SEO-RITA DE BRISSAC, POR OTRO NOMBREMADAME DE SAN LUCAS

    Luis de Clermont, ms conocido por elnombre de Bussy d'Amboise, era un galantecaballero y un noble perfecto: su primo Bran-tome le clasific entre los grandes capitanes delsiglo XVI, aunque apenas tena treinta aoscuando muri. Haca mucho tiempo no habaexistido ningn hombre que hubiera hecho msgloriosas conquistas. Los reyes y los prncipeshaban buscado su amistad: las reinas y lasprincesas le haban dirigido sus ms amablessonrisas.

    Sucedi a la Mole en el afecto de Margaritade Navarra, y la buena reina, de corazn sensi-ble, que despus de la muerte de su favoritotena indudablemente necesidad de consuelo,hizo por el bello y valiente Bussy d'Ambroisetantas locuras, que pusieron en cuidado a Enri-que su marido, no obstante lo poco que ste se

  • cuidaba de tales cosas, y el duque Francisco nohabra jams perdonado el amor de su herma-na, si este amor no hubiera atrado a Bussy asus intereses. Aun entonces el duque sacrificabasu pasin a la ambicin sorda e irresoluta quedurante toda su vida deba producirle tantosdisgustos y tan pocos frutos.

    Mas Bussy, en medio de sus triunfos deguerra, de ambicin y galantera, haba perma-necido lo que puede ser un alma inaccesible atoda debilidad humana, y aquel que nunca co-nociera el miedo, nunca haba conocido tampo-co el amor. El corazn de emperador que lataen el pecho del caballero, como deca l mismo,estaba virgen y puro, parecido al diamante notocado an por la mano del lapidario y que salede la mina donde ha madurado bajo las mira-das del sol. As es que no haba en aquel cora-zn lugar para los detalles de pensamiento quehabran hecho de Bussy un verdadero empera-dor. Juzgbase digno de la corona y vala ms

  • que la corona que le serva de punto de compa-racin.

    Ofrecile su amistad Enrique III, y Bussy, larehus diciendo que los amigos de los reyeseran criados suyos y en ocasiones otra cosapeor, y que, por tanto, semejante condicin nole convena.

    Enrique III devor en silencio esta afrenta,que se agrav ms tarde con la eleccin quehizo Bussy de su hermano Francisco para amo.Cierto es que el duque Francisco era amo deBussy como el que guarda fieras es dueo dellen; le sirve y le mantiene por miedo de que ledevore. Tal era aqul Bussy, a quien Franciscoimpulsaba a sostener sus rencillas particulares:Bussy lo conoca, pero el papel que represen-taba le era agradable.

    Se haba formado una teora, a la manera dela divisa de los Rohan, que decan: "Rey nopuedo, prncipe no quiero, Rohan me quedo."Bussy deca: yo no puedo ser rey de Francia,

  • pero el seor duque de Anjou puede y quiereserlo; yo ser rey del seor duque de Anjou.

    Y en efecto lo era.

    Cuando los criados de San Lucas vieron en-trar al temible Bussy, corrieron a participar lanoticia a M. de Brissac.

    -Est en casa M. de San Lucas? -preguntBussy asomando la cabeza por entre las cortinasde su litera.

    -No, seor -dijo el portero.

    -Dnde lo hallar?

    -No puedo deciros -repuso el digno servi-dor-; su ausencia causa mucha inquietud en elpalacio; M. de San Lucas no ha vuelto desdeayer.

    -Bah! -dijo Bussy sorprendido.

    -Es positivo.

    -Mas, y madame de San Lucas?

  • -Oh! Madame de San Lucas, eso es otra co-sa.

    -Est en casa?

    -S, seor.

    -Decidle que tendr un placer si me dapermiso para presentarle mis respetos.

    Cinco minutos despus el mensajero volvia decir que madame de San Lucas recibira congusto a M. de Bussy.

    Bussy baj de sus almohadones de terciope-lo y subi la escalera principal; Juana de Brissacsali a recibirle hasta la mitad de la sala dehonor.

    Estaba muy plida, y su cabellera, negracomo las alas del cuervo, daba a aquella palidezel color amarillo del marfil; tena los ojos en-cendidos a causa de un insomnio doloroso, yvease en su mejilla el plateado surco de unalgrima reciente. Bussy, a quien aquella palidez

  • hizo al principio sonrer, y que preparaba uncumplimiento de circunstancias para aquellosfatigados ojos, se detuvo en su improvisacin alnotar los sntomas de un verdadero dolor.

    -Qu queris decir, seora? -pregunt Bus-sy-, cmo puede mi presencia anunciaron nin-guna desgracia?

    -Ah! esta noche habis tenido un encuentrocon M. de San Lucas, no es cierto? Confesadlo.

    -Con M. de San Lucas? -respondi Bussysorprendido.

    -S: me hizo apartar de vos para hablaron:vos servs al duque de Anjou; l sirve al rey:habris reido; no me ocultis nada, M. de Bus-sy, yo os lo suplico. Ya debis comprender miinquietud: ayer sali con el rey, es verdad, perono es difcil encontrarse para reir: confesadmela verdad, qu ha sucedido a San Lucas?

    -Seora -dijo Bussy-, esto es extraordinario.Yo vena creyendo que me ibais a preguntar

  • qu tal estaba de mi herida, y encuentro otraclase de interrogatorio que no aguardaba.

    -M. de San Lucas os ha herido, luego hareido con vos? Ah! ya veis...

    -No, seora, no ha reido con nadie ni me-nos conmigo, a Dios gracias: esta herida no lahe recibido de su mano. Aun ha hecho cuantoha podido para evitrmela. Adems, l mismoha debido deciros que ramos ya tan amigoscomo Damn y Pithias.

    -l? cmo me lo ha de haber dicho si nohe vuelto a verle?

    -No le habis vuelto a ver? Luego es ciertolo que me deca el portero?

    -Qu os deca?

    -Que M. de San Lucas no haba vuelto des-de anoche a las once. Conque desde anoche alas once no habis visto a vuestro esposo?

    -Ah! no.

  • -Pero dnde puede estar?

    -Eso es lo que yo digo.

    -Oh! Contadme, seora, contad me cmoha sido -dijo Bussy, que sospechaba lo quehaba ocurrido-, eso es una picarda.

    La pobre joven mir a Bussy con muestrasde la mayor sorpresa.

    -No; quiero decir que es cosa muy triste -repuso Bussy-. He perdido mucha sangre, demodo que no tengo del todo expeditas todasmis facultades. Decidme esa lamentable histo-ria.

    Juana cont todo lo que saba; es decir, laorden dada por Enrique III a San Lucas paraque le acompaase, el haberse cerrado las puer-tas del Louvre y la contestacin de los guardias,que en efecto haban acertado, pues que SanLucas no haba vuelto.

    -Ah! muy bien -dijo Bussy-, ya entiendo.

  • -Cmo? Comprendis? -pregunt Juana.

    -S; Su Majestad ha llevado a San Lucas alLouvre, y una vez all, no ha podido salir SanLucas.

    -Y por -qu no ha de haber podido salir?

    -Ah, seora! -aadi Bussy sin saber quresponder-, me peds que os revele secretos deEstado.

    -Pero -dijo la joven-, mi padre y yo hemosido al Louvre.

    -Y qu?

    -Los guardias nos han contestado que nosaban lo que queramos decir y que M. de SanLucas deba haber vuelto a casa.

    -Razn ms para creer que est en el Louvre-dijo Bussy.

    -Lo creis?

  • -Estoy seguro de ello, y si queris saberloseguramente...

    -Cmo?

    -Averigundolo por vos misma.

    -Puedo?

    -Ciertamente.

    -Pero aunque me presentase en palacio, mecontestaran lo que ya me han respondido, mediran lo mismo que me han dicho, porque siestuviese, quin me impedira el verle?

    -Queris entrar en el Louvre? os digo.

    -Con qu objeto?

    -Para ver a San Lucas.

    -Pero y si no est?

    -Pardiez! yo os digo que s.

    -Eso es cosa extraa.

    -No; es cosa del rey.

  • -Pero vos podis entrar en el Louvre?

    -Indudablemente; yo no soy la mujer de SanLucas.

    -Vos me confunds.

    -Venid sin miedo.

    -Cmo! Pretendis que la mujer de SanLucas no puede entrar en el Louvre y tratis dellevarla con vos?

    -Nada de eso, seora, no es a la mujer deSan Lucas a quien quiero llevar all. Una mujer!Qu horror!

    -Entonces os mofis de m, y viendo mi tris-teza... eso es muy cruel.

    -Eh! no, seora, escuchadme; tenis veinteaos, sois alta, de ojos negros y talle encorvado;os parecis al ms joven de mis pajes, sabisquin digo? Aquel hermoso muchacho a quiensentaba tan bien el tis de oro anoche.

  • -Ah! qu locura! M. de Bussy -exclamJuana ponindose encarnada.

    -Odme. No tengo otro medio sino el que ospropongo. Queris