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LA CULTURA UNIVERSAL EN ENTREDICHO Hablar de cultura es hablar de un término tan amplio, tan complejo y a veces tan sencillo que resulta difícil asimilarlo con facilidad; todo esto debido a la amplia gama de conceptos que se nos han inculcado al respecto desde nuestra época colegial, y aún hoy en día, en la universidad, resultan un tanto difusos los límites que tiene el término “cultura”. Sin embargo. Dejando de lado lo que es en sí el término y concentrándonos en lo que conlleva la cultura propiamente dicha, podemos tener ingredientes suficientemente sustanciosos para delimitarla. Lo que sucede es que la cultura lo abarca todo, desde las producciones materiales humanas, hasta las intelectuales, pasando obviamente por todos sus estados intermedios, es decir las manifestaciones mixtas, como el arte, la música o la ciencia, producciones que, aunque se den a distinta escala y nivel, se desarrollan de una u otra manera en todas la naciones del mundo, a tal punto que podríamos hablar de características culturales básicas, comunes a todos los seres humanos, y por tanto hablar de una cultura universal. No obstante parece haber quedado obsoleta esa idea; parece que sólo los arcaísmos de la cosmovisión humana pueden dar lugar a una idea “aparentemente descabellada”. Hoy en día en un mundo globalizado, de forma paradójica se acrecienta la idea de las culturas individuales, la idea de que todos somos diferentes culturalmente hablando, lo cual puede ser cierto desde alguna óptica; pero no hay que olvidar que en un mundo multifacético como el nuestro, no hay verdad ni mentira, sino que todo es del cristal con que se mira. Hoy más que nunca, inmersos en un constante ambiente de amenazas de guerra y de terrorismo, me parece justa, necesaria y oportuna reivindicar la existencia de una

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LA CULTURA UNIVERSAL EN ENTREDICHO

Hablar de cultura es hablar de un término tan amplio, tan complejo y a veces tan sencillo que resulta difícil asimilarlo con facilidad; todo esto debido a la amplia gama de conceptos que se nos han inculcado al respecto desde nuestra época colegial, y aún hoy en día, en la universidad, resultan un tanto difusos los límites que tiene el término “cultura”.

Sin embargo. Dejando de lado lo que es en sí el término y concentrándonos en lo que conlleva la cultura propiamente dicha, podemos tener ingredientes suficientemente sustanciosos para delimitarla. Lo que sucede es que la cultura lo abarca todo, desde las producciones materiales humanas, hasta las intelectuales, pasando obviamente por todos sus estados intermedios, es decir las manifestaciones mixtas, como el arte, la música o la ciencia, producciones que, aunque se den a distinta escala y nivel, se desarrollan de una u otra manera en todas la naciones del mundo, a tal punto que podríamos hablar de características culturales básicas, comunes a todos los seres humanos, y por tanto hablar de una cultura universal.

No obstante parece haber quedado obsoleta esa idea; parece que sólo los arcaísmos de la cosmovisión humana pueden dar lugar a una idea “aparentemente descabellada”. Hoy en día en un mundo globalizado, de forma paradójica se acrecienta la idea de las culturas individuales, la idea de que todos somos diferentes culturalmente hablando, lo cual puede ser cierto desde alguna óptica; pero no hay que olvidar que en un mundo multifacético como el nuestro, no hay verdad ni mentira, sino que todo es del cristal con que se mira.

Hoy más que nunca, inmersos en un constante ambiente de amenazas de guerra y de terrorismo, me parece justa, necesaria y oportuna reivindicar la existencia de una cultura universal. Para ello considero primordial despojarnos de nuestras pequeñeces, salir de nuestro reducido universo delimitado por la sociedad en la que nacimos y estamos gastando nuestras vidas, observar el más allá, ya no sólo físico sino también espiritual, cambiar nuestra miopía cultural por una amplitud de miras que nos convierta en seres menos regionalistas, menos nacionalistas, quizás menos racistas y clasistas; pero definitivamente más humanistas.

Debemos comenzar a poner más atención a la cultura humana, donde las banderas empiecen a ser parte de los museos, donde las armas sean recordadas como la peor lacra que tuvo un día nuestra civilización, nuestra cultura. Debemos empezar a reconocernos como hermanos, al margen de nuestras frívolas diferencias provocadas por factores que escapan a nuestra voluntad, como la geografía, la lengua, las creencias o las religiones. Debemos empezar a considerar la gran posibilidad de culturas extra-planetarias, que

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posiblemente al igual que los humanos, tienen grandes afanes en su intención por descubrir quiénes son o cuál ha sido su origen.

No descartemos la posibilidad de vida extraterrestre inteligente que, aunque hoy por hoy, para el dogmático más radical resulte otra idea descabellada. Es conveniente recordar que hasta los más grandes avances tecnológicos, científicos y los más grandes descubrimientos de la historia humana, en un primer momento fueron catalogados como “ideas descabelladas”, “locuras” o “imposibles”, en el mejor de los casos.

Creo que es necesario ese encuentro intergaláctico, ya que la contemplación de seres extraterrestres daría a los seres humanos la oportunidad de percatarse cuán idénticos somos, con nuestros pares de ojos, oídos, manos, piernas, brazos y pies, nuestra posición erguida apuntando hacia el cielo, nuestro cerebro apenas explotado y nuestra naturaleza afectiva que nos hace vulnerables unas veces, y otras nos catapulta a la victoria. La visión de la humanidad se ampliaría y ésta, al fin, lograría reconocerse como una sola familia, como una sola raza, como una sola cultura… la cultura humana. Y tú?... esperarás a que eso suceda para recién abrazar a la cultura universal…?