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La convivencia, camino de santificación: Santa Teresa de Lisieux ISABEL ORELLANA VILCHES, M. Id. (Madrid) 1. CARIDAD y CONVIVENCIA Como es sabido, uno de los frutos del amor en cualquier ámbito de la vida y, especialmente, en el de la vida religiosa, es la capaci- dad de sacrificio, la entrega generosa y la donación personal sin cotas ni límite alguno. Estas cualidades forman parte de la virtud de la caridad, cuya práctica habitual es el frontispicio que enmarca la puerta de entrada hacia la unión mística con la Santísima Trinidad, junto con la vivencia de la oración y la devoción a la Eucaristía. Se trata de una virtud que viene exigida por el mismo Cristo, y que ha de ejercitarse con la maestría del que logra que lo cotidiano alcance las cimas gloriosas de lo sagrado, de lo santo. Pero el éxito de esta empresa, junto con la gracia divina necesaria para vivirlo, radica en haber comprendido lo que significa el mandato de Cristo, que nos ofrece tres matices muy concretos. En primer lugar se trata de un mandamiento nuevo: «Un mandato nuevo os doy: que os améis unos a otros» (In 13, 34). En segundo lugar sitúa como referencia inequí- voca la cIase de amor que debemos practicar con nuestros hermanos, que es de la manera como nos amamos a nosotros mismos: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 22, 39), y, finalmente, se advier- te que la forma exacta que debe adoptar este amor es la misma de REVISTA DE ESPIRITUALIDAD (57) (1998), 221-248

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Page 1: La convivencia, camino de santificación: Santa Teresa de Lisieux · 2017. 8. 28. · 224 ISABEL ORELLANA VILCHES, M. ID. ya lo subrayó San Pablo (l Cor 2, 6 ss,), Santa Teresa de

La convivencia, camino de santificación: Santa Teresa de Lisieux

ISABEL ORELLANA VILCHES, M. Id. (Madrid)

1. CARIDAD y CONVIVENCIA

Como es sabido, uno de los frutos del amor en cualquier ámbito de la vida y, especialmente, en el de la vida religiosa, es la capaci­dad de sacrificio, la entrega generosa y la donación personal sin cotas ni límite alguno. Estas cualidades forman parte de la virtud de la caridad, cuya práctica habitual es el frontispicio que enmarca la puerta de entrada hacia la unión mística con la Santísima Trinidad, junto con la vivencia de la oración y la devoción a la Eucaristía. Se trata de una virtud que viene exigida por el mismo Cristo, y que ha de ejercitarse con la maestría del que logra que lo cotidiano alcance las cimas gloriosas de lo sagrado, de lo santo. Pero el éxito de esta empresa, junto con la gracia divina necesaria para vivirlo, radica en haber comprendido lo que significa el mandato de Cristo, que nos ofrece tres matices muy concretos. En primer lugar se trata de un mandamiento nuevo: «Un mandato nuevo os doy: que os améis unos a otros» (In 13, 34). En segundo lugar sitúa como referencia inequí­voca la cIase de amor que debemos practicar con nuestros hermanos, que es de la manera como nos amamos a nosotros mismos: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 22, 39), y, finalmente, se advier­te que la forma exacta que debe adoptar este amor es la misma de

REVISTA DE ESPIRITUALIDAD (57) (1998), 221-248

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Cristo: «Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado» (Jn 15, 12),

Todos estos aspectos, bien vividos, son los que forjan la vida de un santo con esta característica peculiar: la invitación a seguir a Cristo les ha situado frente al hermano y a la hermana para contem­plar en ellos, como en un espejo, el mismo rostro de Dios, Esa es la oferta de la convivencia, santo y seña, cara y cruz de la santidad. Para vivirla es preciso abandonar privilegios, individualismos, riva­lidades, envidias, ansia de éxitos humanos, fama.", entre otros muchos obstáculos que nos presenta la propia limitación y debilidad humana, circunstancias que muchas veces parecen constituir una dificultad insal1'C/ble para continuar el seguimiento de Cristo, ya que, de hecho, esterilizan la vida espiritual y comunitaria, sin que por ello debamos olvidar que, si ese es nuestro deseo y nuestra súplica, Cristo nos sanará de estos y otros males. ¿Por qué decimos que la convivencia es cara y cruz de la santidad? Precisamente porque el aspecto amable de la misma está en el ejemplo, aliento, consejo y ayuda permanente que recibimos de nuestros hermanos y hermanas, mientras que la cruz radica en el hecho mismo de convi­vi,. amando a nuestro prójimo como a nosotros mismos, especial­mente cuando sus tendencias, costumbres o sus hábitos no encajan con los nuestros.

La dificultad no está en seguir a Cristo en soledad, sino en comunión, Un factor importante lo constituyen las diferencias carac­teriológicas que detectamos en los que nos rodean, sobre todo, cuan­do éstas no coinciden con las nuestras; se trata siempre de aspectos externos, pero que tienen su origen en el interior del ser humano. El hecho diferencial no tiene en sí nada de particular y hasta es suma­mente enriquecedor que así sea, excepto cuando entran en baza in­tereses personales. Podría decirse que aquellos aspectos de la con­ducta ajena que suelen turbarnos están directamente relacionados con nuestra realidad más cercana: nos duele, nos preocupa, nos molesta o nos agrada más lo que proviene de un ser querido que aquello que surge de otro entorno menos inmediato. En cualquier caso, la complejidad de la convivencia con otros seres humanos radica en la diferencia sensible que se detecta en la balanza donde medimos nuestro amor, que se inclina hacia nosotros mismos en

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lugar de hacerlo hacia los demás; en su defecto debería quedar equi­librada, particularmente si tenemos en cuenta que el amor que cada uno de los seres humanos nos prodigamos a nosotros mismos suele ser excelente, aspecto puesto de relieve ya por el apóstol San Pablo, cuando advierte que de juzgarnos a nosotros mismos siempre encon­traríamos motivos para nuestra absolución (Rm 2, 21). Pero Cristo ha tenido en cuenta esta peculiar característica del hombre, por eso nos pone como condición para seguirle: amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos; de lo contrario, estaríamos dando juego al individualismo, abocados a la separación y la acepción de personas, degradando nuestra propia existencia en tanto hijos de un mismo Padre destinados por El a ser santos. De ahí nuestro reto: amar como me amo a mí mismo.

La convivencia, qué duda cabe, es el lugar donde con mayor claridad se muestra este desequilibrio «amatorio» entre nuestra per­sona y la de quienes nos rodean. Podría decirse que es esta carac­terística «autocentrista» del ser humano la que le lleva a buscar una salida fácil, huyendo de la cruz que conlleva la vivencia de ese mandato evangélico, quedando cercenadas, por ello, no pocas voca­ciones.

De cómo la convivencia puede hacer de nosotros hombres y mujeres de talla, santos y santas de hoy, es maestra indiscutible Santa Teresa de Lisieux, como lo muestra su propia autobiografía, que constituye un tratado excelso sobre la vida espiritual. El mismo título: «Historia de un alma» podría ser extrapolable a todas las. almas que persiguen su unión con la Santísima Trinidad. Todos, de un modo u otro, nos sentimos identificados con su lucha por derri­bar las barreras que nos separan de Cristo. Santa Teresa de Lisieux nos enseña cómo educarnos en el amor a Cristo y, esto es importan­tísimo, cómo alcanzar esta unión con Cristo junto a sus hermanas, condición sine qua non, para que aquélla sea eficaz y logre sus frutos. El valor de su testimonio es extraordinario especialmente si tenemos en cuenta que existe una diferencia abismal entre teorizar sobre la virtud y vivirla. Para hablar de virtud no se requieren de­masiadas condiciones, ni siquiera es preciso ser excesivamente doc­to. Sin embargo, para vivir la virtud se debe ser santo, y la sabiduría de los santos no tiene nada que ver con la propia de este mundo, eso

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ya lo subrayó San Pablo (l Cor 2, 6 ss,), Santa Teresa de Lisieux escribe en su diario lo que ya ha vivido, de ahí su importancia como ejemplo para nuestra vida espiritual.

Teresa detectó con meridiana claridad que esa clase de dificul­tades que surgen en la convivencia pugnan por interponerse entre Cristo y los seres humanos, También sabía que para resolver este dilema, que constituye la elección del prójimo como objeto directo de nuestro amor, frente al afecto que nos prodigamos a nosotros mismos, debía cambiar radicalmente su vida, sus tendencias y cos­tumbres; yeso es lo más difícil, porque es lo que está adherido en nuestro interior como si se tratase de una segunda piel. Dios y la persona que se anima con su gracia a intentarlo sabe cuánto cuesta renunciar a las pequeñas cosas, mucho más que a las grandes; de eso nos habla Cristo cuando nos exhorta a ser fieles en lo mínimo (Mt 25,21). Aunque pueda resultar paradójico es más sencillo dejar a la familia por amor a Cristo, por ejemplo, que mantener silencio cuan­do lo que se nos imputa no se ajusta a la verdad. Por ello, el éxito de la pedagogía del amor que nos enseña Cristo radica en irse des­prendiendo de lo más íntimo, aquello que produce un enorme pudor con sólo pensar que ha de salir a la luz, lo que sólo Dios y el ser humano conoce. Y sabemos que ésa fue la heroicidad de Teresa gracias a sus escritos, de modo que, al tiempo que fue educándose ella misma con la gracia divina, su caridad para con su prójimo se manifestaba plena y consistente, facilitando el camino a sus herma­nas a las que protegía de males mayores; y lo hizo en tal grado que contribuyó a cimentar sobre su propia cruz, al lado de Cristo, la gloria de su comunidad.

Son numerosas las publicaciones existentes sobre temas teresia­nos, puesto que la riqueza de su Diario constituye una fuente inago­table que permite abundar una y otra vez en la reflexión sobre el amor divino y los innumerables matices con los que la santa se acer­có a él. En lo que concierne a este trabajo interesa examinar en qué medida vivió Teresa esta unión con nuestro prójimo, que Cristo pro­clama como necesaria en el Evangelio y, por ende, el progreso de su vida espiritual a través de la convivencia con sus hermanas. Su forma de combatir las dificultades que se le plantearon en el interior del convento constituyen un ejemplo para nuestra propia vida personal.

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2, ANTECEDENTES DEL HUMANISMO TERESIANO

Para comprender la verdadera dimensión del esfuerzo realizado por la santa de Lisieux conviene analizar, siquiera sea brevemente, algunos rasgos característicos de su psicología, ya que son éstos los que emergen una y otra vez en el ámbito convivencial, poniendo de relieve en qué medida se hunde en las raíces del amor al prójimo, aceptando que esas raíces están en Jesucristo mismo,

Como es sabido, Teresa pertenecía a una familia equilibrada, estrechamente unida y llena de valores, tanto en el ámbito humano como en el espiritual. No podemos olvidar la vocación juvenil de sus padres, aspirantes a la vida religiosa en la que no pudieron ingresar por diversas causas, con lo cual no es difícil adivinar, ade­más de lo que ella misma nos cuenta, el grado de virtud que con­templaría en su propio hogar, junto con los aspectos educativos y la sensibilidad que fue desarrollando para una buena convivencia, que, como se irá viendo, se contraponen frontalmente con la educación recibida por otras hermanas de comunidad 1, Puede añadirse, en este sentido, que una persona sensible se distingue de otra que no lo es, entre otras cosas, en su capacidad para sufrir las desatenciones e incomprensiones del prójimo y también sus desatinos. Con esto quiero decir, que resultaría más fácil la convivencia. siendo menos sensible a la evidencia, una evidencia que resulta dolorosa en todos los casos y, especialmente, cuando nos proponemos seguir a Cristo, ya que en esa agua debemos nadar y no en otra, debiendo sufrir los propios males y los ajenos (Rom 15,1). Y para esto hay que pagar un alto precio: dejar de ser como hemos sido, negarnos a nosotros mismos. Se trata de combinar en una especie de cocktail difícil de asimilar, nuestra «buena» educación, si hemos tenido la suerte de recibirla, con la «deficiente» ajena; nuestra «sensibilidad» y el «des­interés» del aquel con quien convivo; carácter; la forma de ver las cosas, intereses culturales, etc., etc.; hasta la diferencia de edad, por razones obvias, podría llegar a ser un factor agravante para la buena

I BARRIOS MONEO, Alberto, CMF, ofrece un amplio análisis del ambiente que se respiraba en el Carmelo cuando ingresó Teresa, Cfr. su obra: Santa Teresita. modelo y mártir de la l'ida reli[?iosa, Coculsa, Madrid, 1963

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convivencia dentro de la vida religiosa en comunidad. Sin embargo, la comunidad se cimenta sobre el amor con obras y según la verdad, como dice San Juan, estando por encima de todos estos condicio­nantes, De cómo superar todo ello nos habla con su vida Santa Teresa de Lisieux,

Como ella misma nos cuenta, nos encontramos ante una persona amable, cariñosa, inteligente, estudiosa, mimada en extremo -hasta el punto de no saber hacerse la cama o peinarse con 11 años 2_; con una infancia feliz, no exenta de momentos difíciles por su propio natural exigente e' inquieto, que requería una atención exhaustiva de los demás hacia su persona; una criatura especialmente sensible, pronta al llanto, lo cual llegó a hacérsele «insoportable» J; profunda­mente unida a sus hermanas que son motivo de ejemplo y admira­ción por la ofrenda de su vida a Cristo, y punto de referencia para su propia consagración. Y la contemplamos niña/adolescente pre­cozmente enamorada de Cristo, por quien lucha titánicamente, con el fin de hallarse con El en el Carmelo. Era Teresa una persona tímida y noble, pronta a confesar sus debilidades; por tanto humilde y sencilla, espontánea y alegre, que supo discernir muy temprano entre el bien y el mal; tenía una gran inclinación a la obediencia y una natural disposición para el ejercicio de la caridad con todos y, especialmente, con pobres o menesterosos.

No es difícil adivinar que, con estos antecedentes, personales y familiares, cuando Cristo toca su espíritu, las debilidades se trocan en grandes pilares de fortaleza, de sacrificio, de compasión por el sufrimiento ajeno, La niña exigente y caprichosa, quizá pueril, que reconoce haberse encontrado en «los pañales de la niñez» 4 hasta los 13 años, pone a los pies de Cristo su «bagaje», haciendo suyo el mandamiento cristiano del amor al prójimo, con lo cual recibe la gracia de comprobar el milagro progresivo de su transformación espiritual. «Se ha obrado en mí tal cambio, que no se me cono­ce ... » 5, afirmará años después al escribir su autobiografía, recor­dando su infancia y adolescencia. Podríamos decir que Teresa

2 Cfr. Ms. A, 34r 3 lb, 45r. 4 lb. 43v. 5 lb.

r I I

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abandonó el mundo que se había formado para ingresar en el mundo en el que realmente encontró a Dios, pero eso no es cierto; cuando entró en el Carmelo ya había probado las mieles de la cruz y el sufrimiento 6.

Ya adulta, los testimonios que nos han llegado sobre su vida en el convento expresan su talante juicioso, ponderado e inteligente, no queriendo dar motivos de preocupación, ni ser objeto de molestia para ninguna de las hermanas; jamás fue crítica con ellas, practicó heroicamente la virtud del silencio y la obediencia; era prudente y audaz; voluntariosa; generosa y magnánima, teniendo una gran au­toridad entre las novicias que fueron confiadas a su custodia. Detrás de la ingenuidad de sus escritos sobresale la reciedumbre de su espíritu, la titánica fortaleza con la que supo encarar su lucha diaria para no ser menor que aquello a lo que había sido destinada por nuestro Padre Celestial: a la santidad. Un detalle importante es que la heroicidad de su vida discurre en medio de la gran aridez que la acompaña a lo largo de toda su existencia, con lo cual sus acciones son doblemente valiosas. Cuando llega a conocerse el grado de su caridad en el proceso de su canonización, unido a ese estado de su espíritu, se produce la natural conmoción entre los miembros de su comunidad y de la Iglesia.

Pues bien, en su relato autobiográfico aparece una característica singular, junto con la conciencia de su debilidad y la gracia de Cristo para salir de ella: la defensa de su fe y caridad, como terri­torio inviolable, en contraposición con las dificultades que se le van presentando a través de la convivencia. Es decir, que así como en otros santos, junto con sus aspectos autobiográficos, ha sido peculiar sus meditaciones temáticas/vivenciales sobre la oración, Eucaristía, el apostolado ... , en el caso de Teresa, minuciosa en los detalles que permiten comprobar los entresijos de su vida, podemos detectar el peso que tuvo en el progreso de su vida espiritual la relación coti­diana con las personas que le rodeaban, viéndose alumbrada su lu-

6 Cfr., al respecto, BARRIOS MONEO, Alberto, CMF, Op. cit., especialmente cap. n. En lb., p. 74, advierte en este sentido: «Teresa llega al Carmelo muy avanzada en los caminos de la oración y del sufrimiento. No entraba, como tantas, buscando la felicidad, sino el dolor, y por el dolor llegaría a la dicha, encontrando el gozo en la amargura de la vida».

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cha por su amor a la oración, la Eucaristía 7, el Evangelio y el apos­tolado, como lo prueba sobradamente su autobiografía.

3. EL AMOR VOCACIONAL DE TERESA: LA CARIDAD SIN LÍMITE

La necesidad de una finura y buen gusto en las relaciones con las personas tenía ya un precedente en la niñez y la adolescencia de la vida de Teresa tal como aparece en algunos de los pasajes que ella relata, Así menciona su disgusto a los pocos días de recibir la pri­mera comunión al tener que ponerse «en contacto con alumnas muy diferentes, disipadas, que no querían observar el reglamento» 8, En otro momento, a la edad de ocho años y medio, nos hace partícipes de su tristeza al «verse en medio de flores de toda especie, que tenían a menudo raíces muy poco delicadas» 9, en clara alusión a las niñas entre las que tenía que convivir en la Abadía, Pero, sobre todo, llama la atención la resolución y claridad con la que expresa su visión acerca de la vida religiosa antes, incluso, de entrar en ella:

«¡Las ilusiones! Dios me concedió la gracia de 110 llevar ninguna al entrar en el Carmelo, Hallé la vida religiosa tal y como me la había figurado, Ningún sacrificio me extrañó» 10,

Conviene recordar al respecto que el subrayado es de ella mis­ma, con lo cual enfatiza el sentido de lo que quiere decir, al tiempo que ha de tenerse en cuenta que la que así nos habla, es una persona cuya precocidad en la lucha para ingresar en el Carmelo fue extraor­dinaria, pareciendo más lógico que fuese una edad llena de ilusiones y esperanzas. Y las tenía, qué duda cabe, pero eran fundadas en Cristo. Sólo así se explican las palabras anteriormente expuestas y, por ello, como advierte un poco más adelante, cuando el sufrimiento

7 Teresa era una enamorada de la Encaristía, Cfr., al respecto, su Ms. A, 79v/80r/80v. El Padre M. M. PHILIPON ofrece una muestra de ello hermosísima en su obra: Santa Teresa de Lisiellx. "Un camino enteramente nllevo». Ed. Balmes. Barcelona, 1952, pp. 219 Y ss.

x Ms. A, 371'. 9 Ms. A, 22v.

10 Ms. A, 69v.

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se le hizo presente, se arrojó amorosamente en sus brazos. Con extraordinaria lucidez nos dice:

«Cuando se desea un fin, hay que emplear los medios necesarios para alcanzarlo»". «mi anhelo de sufrir creció a medida que el sufrimiento mismo aumentaba» 11.

¿Quién conocía este sufrimiento? Dios y ella. Se trata de un he­cho real, cotidiano. Es la propia persona la que conoce en qué medi­da se da a sí misma, lo que da y lo que escatima; y aunque a veces se produzca el fenómeno de no ver, de no reparar o de no darse cuenta de lo que le está pidiendo Cristo exactamente, sabe cuánlo le cuesta luchar, qué clase de esfuerzo está realizando y es la que recibe más directamente esa inspiración de lo que debe, en verdad, entregar; pero nadie ve esa lucha de la forma como la conoce Cristo, ni tiene por qué conocerla. Eso está dentro de la más estricta intimidad entre ambos. Se convierte en un santuario. Ya lo dice Cristo «cuando ayu­nes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro. De suerte que no se vea tu ayuno a los ojos de los hombres, sino a los de tu Padre, que está en lo secreto. Y tu Padre, que ve lo secreto, te lo abonará» (Mt 6, 17-18). Y Teresa de Lisieux hizo gala en grado sumo de esta prudencia espiritual, cobijando su espíritu de miradas ajenas a las propias de Cristo, silenciando, incluso, muchos otros momentos de cruz en el convento. Por eso, qué ciertas son sus palabras cuando dice:

«¡Ah, qué sorpresas nos esperan al fin del mundo, cuando leamos la historia de las almas!." ¡Cuántas personas quedarán maravilladas al conocer el camino por donde fue conducida la mía!".» 12.

En efecto, Barrios Moneo nos dice que fueron muchas las per­sonas que no podían ni imaginar el grado de santidad de Teresa hasta que conocieron su autobiografía 13. Las palabras de la santa de

II Ms. A, 70r. 12 Ms. A, 70r. 13 Cfr. BARRIOS MONEO, A., Op. cit. Prólogo a la cuarta edición, p. 11. De

hecho ni siquiera fueron conscientes de ello sus propias hermanas. Cfr. Op. cit., p. 212.

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Lisieux podrían ser pronunciadas por otros muchos seres humanos que viven su cruz diaria de forma anónima; una cruz, por cierto, que les viene impuesta a través de la convivencia con los demás, por nosotros mismos, por otro tipo de circunstancias o por todas juntas. Este es también un aspecto importante porque todo lo que nos afec­ta, tanto desde el punto de vista humano como del espiritual, tiene que ver con factores externos e internos. Y hasta guardan una rela­ción proporcional. A mayor medida de amor, menor será el impacto que nos produzca la conducta ajena y viceversa.

Es evidente que la imagen que se devuelve a los demás, cuando se produce desde la unión íntima con Cristo, es sencilla, cotidiana, no traumática. Los santos, por lo general, se han ido haciendo día tras día. Sucede, sin embargo, que de forma progresiva, en ese pro­ceso del crecimiento espiritual, se va sobrenaturalizando esa cotidia­neidad y entonces quienes los rodean van percibiendo que la convi­vencia es fluida, fácil, entrañable, amable ... encantadora. Al fin y al cabo, la heroicidad de las virtudes consiste en hacer bien las cosas ordinarias, que es el «deber cotidiano». Pero esto requiere un gran esfuerzo, dosis de sensibilidad, atención, sentido del honor y buen gusto; un amor a nuestro prójimo y, por tanto, una gran delicadeza, que a su vez es signo claro de que la persona está volcada por completo a los demás y, por tanto, olvidada de sí misma. Segura­mente todos tenemos la experiencia de haber vivido o vivir con personas cuyo ejemplo nos ha llevado a pensar, en más de una ocasión, que la bondad que desprendían era una característica cuasi genética, de cuna; sin embargo, sólo Dios y ellas conocen cuánto esfuerzo les puede estar costando ir modificando ciertos hábitos, tendencias o costumbres. El amor que profesan a Cristo esa clase de personas es tan inmenso, que su bondad aparece como una costum­bre; esto es, han acostumbrado a sus semejantes a verles con esas virtudes. Y ese fue el caso de Teresa. Es evidente que para que los demás puedan acostumbrarse a recibir de su prójimo únicamente virtud, hace falta ser muy virtuosos, valga la redundancia. Pero eso es lo que Cristo demanda. En Teresa existía un ansia de morir a sí misma y de lucha titánica por defender a Cristo incuestionable. Y morir no es fácil, pero Cristo no dijo ni mostró con su ejemplo que lo fuera, yeso lo comprendió muy bien Teresa.

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Pues bien, una clave maestra para el progreso de la vida espiri­tual es tener claro que la entrega personal debe discurrir siempre al margen de nuestro prójimo, especialmente cuando ésta no resulta ejemplar. El compromiso con Cristo es personal, nominativo; una particularidad que en el ámbito convivencial resulta de todo punto evidente, Es fácil marginarse, orillar la virtud en medio de las difi­cultades, amparándose en los vicios de los demás. Santa Teresa de Lisieux vivió en su propia carne esta experiencia tanto con sus hermanas como con sus superioras en un ambiente difícil, autorita­rio, enrarecido, diametralmente opuesto a lo que se espera de las personas que se han unido para seguir a Cristo, y lo superó. ¿Por qué? Porque era santa y los santos pasan por encima de esta clase de dificultades. Resulta muy fácil escribir estos pensamientos, por eso impresiona sobremanera que en ella fueran vida, La respuesta a este misterio que constituye la conversión de las palabras de Cristo en la filigrana de una vida hecha cruz, las tiene El mismo: «Para los hombres esto es imposible, mas para Dios todo es posible» (Mt 19, 26). El diálogo con los demás siempre es difícil y a veces ,no nos encontramos en la misma sintonía a pesar de vivir bajo el mismo techo, persiguiendo un único ideal.

Santa Teresa de Lisieux comprendió la verdadera naturaleza de la caridad reflexionando en el mandamiento de Cristo: "Amaos los unos a los otros», quedando en verdad deslumbrada por la hondura y profundidad de este amor sin precedentes, único; un amor que no hace distinciones, que pasa por alto las debilidades ajenas. Como Teresa advierte, el amor de Cristo no tenía nada que ver con alguna clase de admiración por las «cualidades naturales» de sus discípulos; ni siquiera su preparación o su capacidad de comprensión; mucho menos, si se hubiera fijado en sus debilidades, traiciones y defectos. El amor de Cristo se ratifica con su muerte, y muerte de cruz, ha­ciendo vida sus palabras: «No hay mayor amor, que dar la propia vida por los que se ama» (Jn 17, 23).

Teresa se encontró en el convento con toda clase de personas 14.

Para ir ajustando su espíritu a las contrariedades propias de la con-

14 «En el noviciado, Teresa se encontró con almas imperfectas, aun medio­cres; encontró igualmente personas limitadas, padeciendo la pesada herencia de

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vivencia acudía al Evangelio, su libro de cabecera; por eso le llama­ba la atención de manera preponderante sobre todas las lecciones que extraía de él, las relativas a la caridad, Cristo nos muestra a cada uno a través del Evangelio las lecciones exactas que necesitamos en cada momento y Teresa estaba convencida de que la caridad era la virtud que más debía ser practicada por ella. Además, había obser­vado nítidamente que los riesgos que se derivan de la convivencia en este punto, obligan a no bajar la guardia ni un sólo momento, ya que el hecho de que se haya ejercitado de forma permanente no es indicativo de su práctica absoluta, Siempre hay que estar en vela (Mt 25, 13). El Evangelio le mostró la enorme riqueza que se escon­de en amar las debilidades e imperfecciones de los demás, y buscar la edificación en aquellos actos de virtud que les veamos practicar, por mínimos que sean. Y esto ¿qué significa? ConstlUir el edificio de nuestra vida espiritual sobre roca; ir asentando nuestro amor sobre la contemplación del rostro de Dios en aquel que nos rodea, yeso será más fácil cuanto mayor sea nuestra ensoñación de él.

Una estrategia, que podría llamarse psicológica, pero que se encuentra en el Evangelio, es justamente la de irse fijando en las virtudes de los demás, no en sus defectos. Esto queda implícito en dejar de ver la paja en el ojo ajeno, que sin duda nos impide ver la viga en el nuestro (Lc 6,41). La experiencia nos dicta que si acos­tumbramos a nuestra mente a ver la parte negativa de los demás, de nuestros labios estará pronta a salir una palabra reprobatoria, mien­tras que si lo que nos alienta es el amor de Cristo y, con El, nos esforzamos por recordar las buenas acciones de los que nos rodean, nos resultará más fácil ir reconociendo en ellos a Cristo. Si acepta­mos que esa tendencia a ver lo negativo está relacionado con nuestra propia debilidad interior, habremos dado un gran paso; eso significa que nos será más fácil unirnos a los demás en Cristo. Siempre po­demos pensar que de la misma forma que determinados aspectos de su conducta nos producen un cierto rechazo, puede sucederles a ellos con otras debilidades nuestras y quizá no nos lo han demostra-

una naturaleza llena de complejos; en otras, finalmente, se trataba de faltas de fragilidad humana, esos pecadores de cada día de los que habla san Agustín». LAFRANCE, lean: Teresa de Lisieux, guía de almas. (Ensayo de pedagogía te­resiana). Ed. Espiritualidad. Madrid, 1985, p. 152.

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do, Nadie somos perfectos, El progreso de nuestra vida espiritual se irá fraguando precisamente con esta clase de esfuerzos. No conviene olvidar que nuestro prójimo es el «amigo» que nos pone Cristo en el camino para ayudarnos a descubrir de qué tenemos que librarnos,

4. CÓMO SE FORJA UNA SANTA

En el relato autobiográfico de Teresa encontramos siete momen­tos, por así decir, en los que se refleja claramente su capacidad de lucha consigo misma por amor a Cristo en la convivencia con sus hermanas, si bien hay otros en los que se detecta la «antipatía» que algunas tenían hacia ella. Aquí nos interesan los primeros. ¿Por qué menciona precisamente estos hechos? ¿Eligió expresamente narrar estos episodios entre otros? No lo sabemos, pero podemos deducir que fueron aquellos por los que pagó un mayor «costo» en aras de su unión con Cristo, aunque hubo otros muchos instantes en los que tuvo que anteponer su amor a Cristo a su propia tendencia e inclina­ción personal. Lo que parece claro es que el ser humano, en general, guarda una cierta memoria de los instantes que le han resultado es­pecialmente difíciles en su vida y ello se muestra con mayor claridad en lo que concierne a la vida espiritual, que está hecha de pequeñas victorias, siendo mayores y más dolorosas aquellas que nos exigen negarnos a nosotros mismos; de ahí que no se olviden fácilmente.

En lo que respecta a Teresa resultaría muy complejo -por no decir aventurado- afirmar que elige estos casos porque le han re­sultado los más difíciles. Todo el proceso de su canonización; la Novissima Verba escrita por su hermana, la M. Inés; los Conseils et Souvenirs de sor Genoveva (su hermana Celina) y todos los testimo­nios que fueron presentados en esta causa, muestran sobradamente en qué medida se quedó corta la santa al expresar sus sufrimientos en el Carmelo. Sea como fuere, estos momentos que ella relata nos muestran su exquisita sensibilidad y también sus sinsabores al verse débil e inclinada a sentir el peso de su propio carácter. De todo ello nos queda una excelsa lección de cómo ha de enderezarse el camino que conduce hacia Cristo, al tiempo que nos muestra, con toda cla­ridad, los entresijos de la naturaleza humana.

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No podemos extendernos en este trabajo en la expresión exacta de los mismos -que están recogidos en el manuscrito e, que cons­tituye su carta a la Madre María de Gonzaga-, pero los detalles que se desprenden de su lectura son realmente ilustrativos del grado de exigencia ascética de Teresa y alcanzan especial valor si tene­mos en cuenta la peculiaridad de su psicología que, dicho sea de paso, en algunos puntos es bastante común a la de muchos seres humanos, por tanto, también las lecciones espirituales que ella nos ofrece con su conducta pueden considerarse el remedio más eficaz para resolver esa clase de problemas, Con esto quiero subrayar lo cercanas que a muchos resultan las palabras de San Pablo cuando advierte: «no hago lo que quiero, antes bien, lo que aborrezco, esto hago» (Rm 7, 15). Cuando una persona se propone seguir a Cristo, esta realidad vital es una cruz sobreañadida a la lucha diaria; es en esos momentos en los que pesan las influencias genéticas, cultura­les, sociales; las propias personales: inclinaciones, tendencias ... , cuando más cuesta pasar por encima de ellas. Teresa es, diríamos, nuestro modelo de santidad en lo cotidiano. ¿Modelo de infancia espiritual? Por supuesto; pero también es modelo de una extraor­dinaria madurez espiritual. Siempre ha impresionado que su espi­ritualidad estuviera alejada de esas notas que han caracterizado la vida de algunos de los grandes santos: estigmas, éxtasis, visiones, diabolismos, milagros ... 15, Pero ella se santificó en su vivencia de la caridad, que es la virtud más excelente y también la más difícil de practicar.

Ha de hacerse notar que un rasgo común a la expresión que realiza de estos hechos acaecidos en el Carmelo es el realismo con el que refleja sus debilidades y los defectos que observaba en sus hermanas. ¿Constituye una falta de prudencia? ¿Un atentado contra la caridad? No. Se trataba de su diario espiritual; además, ella no desvela el nombre de las personas; únicamente menciona el de sor San Pedro, pero se trata de un episodio que tiene otro carácter, lleno de ternura y compasión, Por supuesto, las hermanas sí reconocieron en su diario a las personas a las que se refería; dé ahí que conozca­mos a algunas; otras han sido desveladas por los estudiosos de la

15 Cfr., p.e., al respecto PHILIPON, M. M., Op. cit., pp. 271 Y ss,

T I

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vida de Teresa, En todo caso, el hecho de que silencie muchos otros instantes de dolor con otras hermanas no significa que hubiera en ella una acepción de personas; como sabemos, esto no fue asÍ, Ahora bien, llama la atención que mencionara a unas hermanas y a otras no, siendo que en el proceso de su canonización se tuvo noticia de otros casos conventuales especialmente conflictivos con la santa. Por ello podría pensarse que en el ejercicio de su obediencia al escribir su obra, o bien proporcionó una pequeña muestra de la clase de esfuerzos que había tenido que realizar en el progreso de la virtud de la caridad con sus hermanas, con distintos matices; o simplemen­te anotó aquellos que mayor exigencia le habían comportado, Co­moquiera que fuese, en medio de todas las dificultades que encuen­tra, se aferraba a las palabras de Cristo: «Amad a vuestros enemigos ... ; amaos como yo os he amado», repitiéndolas en su Diario una y otra vez, sobre todo cuando describe las sombras que asolan el corazón humano, tanto el suyo como el ajeno, dentro del común claustro: «en el Cm'melo no hay enemigos, pero, al fin, hay simpatías. Una hermana os atrae, mientras que otra os hace dar un largo rodeo para evitar su encuentro, convirtiéndose así, sin ella saberlo, en tema de persecución» 16.

El descubrimiento de estos sentimientos es siempre doloroso, pero es una gracia poderlos detectar para ofrecérselos a Cristo, yeso es lo que hace Teresa. Ya en el hecho de expresarlos se encierra un incalculable valor, porque la tendencia del ser humano es la de proteger su intimidad, escudándose en un pudor de todo aquello que pueda revelar su parte, diríamos, menos luminosa. El carácter ins­trospectivo de Teresa tanto en el ámbito humano y espiritual es sumamente profundo. Veamos como ejemplo estas expresiones:

«Dar a todas las que piden es menos agradable que ofrecer una misma espontáneamente. Todavía cuando se nos pide con afabilidad, nos cuesta dar; pero si, por desgracia, no se usan palabras bastante delicadas, al punto el alma se rebela, si no está asentada en la caridad. Hallamos mil razones para negar lo que se nos pide ... » 17.

16 Ms. e, 15v. 17 Ms. e, 16r.

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«Entregar el manto es, me parece, renunciar una a sus últimos derechos, considerarse como la sierva, la esclava de los demás,,, no basta con dar a todo el que me pida; debo adelantarme a sus deseos, mostrarme muy agradecida y muy honrada de prestarle un servicio. Y si me toman alguna cosa que está a mi uso, no he de manifestar que lo siento, sino, al contrario, mostrarme contenta de que se me haya desembara­zado de ella» 18,

«No hay que huir de las hermanas que tienen la costumbre de pedir continuamente favores, bajo el pretexto de que va­mos a tener que entregárselos,

Tampoco debemos mostrarnos serviciales para parecerlo, o con la esperanza de que en otra ocasión la hermana que ahora pide nos devuelva favor por favor",» 19,

Teresa distingue muy bien el aspecto pedagógico de estas accio­nes, sensiblemente distintas cuando van encaminadas a la formación de las novicias, de las inclinaciones personales:

«No siempre es posible en el Carmelo practicar a la letra las palabras del Evangelio, A veces se ve una obligada, por razones de oficio, a negar un favor. Pero cuando la caridad ha echado raíces profundas en el alma, se manifiesta al exterior. Existe una manera tan graciosa de negar 10 que no se puede dar, que la negativa causa tanto placer como el mismo don» 20.

Se requiere una gran virtud para no ampararse en el ejercicio de gobierno como excusa para dejar de practicar la caridad, como tam­bién debe hacerse un gran acopio de paciencia ante las «malas» costumbres de los que nos rodean:

«".En el estudio de pintura no hay nada mío, 10 sé muy bien. Pero si al ponerme a trabajar, hallo los pinceles y las pinturas en desorden, si ha desaparecido una regla o un cor­taplumas, ya me pongo a punto de perder la paciencia, y tengo

18 Ms e 16v, 17r 19 Ms: e: 18r. 20 Ms. e, 18r

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que hacer de tripas corazón para no reclamar con aspereza los objetos que me faltan» 21,

Teresa consideraba imperfección al hecho de verse molesta ante el desorden del estudio de pintura 22, No parece que fuera tal; en todo caso era fruto de su sensibilidad. Ella no dice que por ese motivo mantuviese un enfrentamiento con nadie, solamente expresa un sentimiento interior. La educación es requisito básico para una buena vida religiosa y ella tuvo la suerte de haberla recibido, Como es sabido, únicamente son conscientes del valor de la higiene, la limpieza o el orden aquellos que han sido educados en estas prác­ticas elementales, y cuánto cuesta aceptar que éstas se lesionen a su alrededor una y otra vez; indudablemente, no se trata de un asunto trivial. Por eso se comprenden los esfuerzos de Teresa para sobre­ponerse a este tipo de ingratitudes comunitarias, sobre todo porque en el instante de nuestra ofrenda, a lo mejor no pensamos que tam­bién tendríamos que renunciar a una convivencia acorde con nuestra propia formación, al menos en ocasiones puntuales de la misma,

Pues bien, dentro de la vida comunitaria es conveniente que los que no han recibido esa educación se dejen aconsejar por los demás; es un derecho que tienen y hasta forma parte de una obra de mise­ricordia: «enseñar al que no sabe», pero también es un deber apren­der a ser convivientes. El ideal es que todos consigan un ambiente humano, agradable, delicado, donde la abnegación y el sacrificio puedan discurrir por otros caminos, no por los que impone la falta de educación, y Teresa, todo hay que decirlo, se encontró con mo­mentos muy desagradables en el Carmelo, ¿Resulta encantador verse salpicada por agua sucia al compartir el lavadero con otra herma­na? 23 Se comprende la perplejidad de Teresa cuando le sucede tal evento, Ahora bien, del hecho de que ella eligiera encontrar agrado en esta acción en respuesta a su lucha interior, convirtiéndolo en una ofrenda para Dios, no puede colegirse que aquélla sea una buena práctica o que deba permitirse que esto ocurra una y otra vez, Habrá que educar a las personas; la clave no está en que sea una la persona

21 MB e, 16v 22 lb. 23 Ms, e, 31r.

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que se santifique, en este caso Teresa, sino en que los demás sean conscientes de lo que están haciendo y tengan también su oportuni­dad de ejercitar la delicadeza con sus prójimos. Desde luego, la espiritualidad de la santa de Lisieux está muy por encima de estas particularidades, pero eso, no significa que quedase al margen de las mismas; todo lo contrario. Era una persona normal, con una exqui­sitez y sensibilidad especiales, eso sí, y, por tanto, con mayor ten­dencia a sufrir por esta clase de detalles.

5. EL SENDERO DE LA CRUZ

Además de este episodio del lavadero, Teresa menciona otros seis momentos convivenciales en los que se pone de relieve su ca­pacidad para sobreponerse a esas dificultades, por amor a Cristo, junto con el inmenso afecto que demostraba por sus hermanas, es­pecialmente con las que más difícil se le hacía la vida comunitaria. Estos hechos pueden agruparse en dos pequeños bloques y por ello no podrá seguirse siempre un orden cronológico, aunque a veces coincida con el propio del Manuscrito:

l. Aquellos sucesos en los que se pone de relieve, sobre todo, una falta de sensibilidad espiritual, aunque implícitamente se halle la ausencia de educación, y se producen en el ámbito comunitario entre otra hermana y ella; es decir, que son explícitas.

2. Los que hacen referencia a faltas expresas de educación ante las que Teresa mantiene una lucha interna.

En lo que respecta a ese primer bloque, Teresa se nos muestra desatándose el delantal de forma muy lenta para dar lugar a que fuese otra religiosa -sor María de San José 24_1a que abriese la puerta, pensando que con ello la agradaría. El resultado fue la crítica que recibió por parte de la misma y la lección de Santa Teresa, fundamentalmente -ya que tiene otros muchos matices-, la sen-

24 Esta religiosa enferma -neurasténica- hizo sufrir enormente no sólo a la santa, sino también a la comunidad. Cfr. BARRIOS MONEO, A., Op. cit., pp. 193 Y 202.

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tencia evangélica de no juzgar para no ser juzgada, así como perder su apego a la fama.

El relato que nos presenta en segundo lugar tiene que ver con una hermana 25 que la desagradaba «en gran manera», pese a reco­nocer que seguramente sería encantadora ante los ojos de Dios. Para contrarrestar su natural antipatía, oraba y ofrecía sus sacrificios por ella. Se acercaba expresamente a conversar con esta hermana, etc., de tal modo que la hermana llegó a pensar que Santa Teresa le profesaba un inmenso cariño. El valor de este episodio está fuera de toda duda, sobre todo cuando refiere que si arreciaba la dificultad en convivir con ella, para evitar males mayores,' hacía de su huida su propia victoria. Se necesita ser valiente para acercarse a ese prójimo que perturba nuestro interior; hay que tener una gran dosis de for­taleza y, sobre todo, en muy alta estima la vocación para acercarse una y otra vez a las personas que no amamos, ensayando con ellas una obra magna, única: el amor a contratiempo. Ir afinando los «instrumentos» que Dios nos ha dado: capacidad de sonreír, buena conversación, finura, delicadeza, sentido .del honor, saber estar ... ; todo lo que resulta sencillo, cómodo, que surge de forma natural cuando lo ofrecemos a los que amamos. Pero ¡qué difícil es inter­pretar la partitura cuando el público nos desagrada! Teresa es una gran maestra en esta clase de conciertos.

En otro momento del Diario contemplamos a Teresa bajo una cierta debilidad de amor fraternal hacia la Madre María de Gonzaga, y por ello manteniendo una pequeña pugna con otra hermana de comunidad para entrar en su celda, pugna que termina con el ruido que hacen las llaves al caer al suelo. En este caso, una vez más, Teresa debe superar la «injusta» acusación de la hermana, apren­diendo el valor del silencio ante la misma. Como la vez anterior, huye para no caer en el combate que mantiene en su interior, algo verdaderamente admirable, particularmente si tenemos en cuenta lo que debieron ser esos instantes que han sido recogidos gráficamente por ella misma:

25 Se trataba de sor Teresa de San Agustín, «descubierta» por Fran~ois de Sainte Marie, OeD, «el mayor y el mejor especialista en temas teresianos­lexovienses», según apunta BARRIOS MONEO, A., Op. cit., p. 12, nA y p. 205.

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«Vi con claridad que, si empezaba a justificarme, no iba a poder conservar la paz de mi alma. Me daba cuenta también de que carecía de la virtud suficiente para dejarme acusar sin decir nada. Mi última tabla de salvación, pues, era la huida, Pensado y ejecutado: me marché silenciosamente, dejando que la hermana continuase su perorata -(el subrayado es mío)-, que bien se parecía a las imprecaciones de Camilo contra Roma» 26.

No hace falta insistir en lo molestas que son estas situaciones y 10 difícil que resulta no contestar en esos momentos, máxime cuan­do lo que se nos imputa es incorrecto.

Cierra este primer bloque de episodios su relación con sor San Pedro, quien debía ser bastante exigente, a decir de la santa, en 10 que respecta a su traslado hacia el refectorio, probablemente debido a su enfermedad: paralítica y reumática. Teresa vence su tendencia natural a evitarla, ofreciendo sus servicios con tal grado de delica­deza que muy pronto constituyen un éxito. Pero no se queda única­mente en esa práctica, sino que está atenta a otras necesidades de su hermana, como eran ayudarle a comer. Una lectura atenta de las páginas dedicadas a sor San Pedro muestra una especial ternura de Teresa hacia ella, que siente conmoverse su corazón ante su disca­pacidad. Es especialmente revelador en qué medida vuela su espíritu en la contemplación de esa hermana cuando relata cómo en medio de esa «dulce tarea para con sor San Pedro», imagina una escena mundana, llena de luz y alegría en contraposición a la imagen que le devolvía la enferma:

«No puedo expresar lo que pasó en mi alma. Lo que sé es que el Señor la iluminó con los rayos de la verdad, los cuales superaron de tal modo el brillo tenebroso de las fiestas de la tierra, que no podía creer en mi felicidad ... » 27.

La razón de este gozo: su victoria en el combate y una especial gracia divina que le hace más llevadera su cruz y hasta le resulta

2ó Ms. e, 15r. 17 Ms. e, 30r.

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agradable, Ahora bien, ella misma advierte: «No siempre he practi­cado la caridad con estos transportes de gozo interior", no siempre me ha resultado tan dulce la práctica de la caridad como acabo de deciros",» 28,

En todos estos casos se vislumbra que Teresa ha aprendido muy bien la lección: buscar a las hermanas menos agradables y mostrar­les su caridad con toda clase de actos, incluyendo siempre una son­risa amable, Pero en esa línea de profundidad espiritual que acos­tumbra a mostrar en su Diario observa también un claro peligro: la práctica de la caridad no puede establecerse con la esperanza de que los demás modifiquen sus hábitos, Resulta paradójico, pero ello está en la mano de Dios, que es el único que puede hacer esa clase de milagros, La caridad como tal no busca nada: es amor, simple y llanamente, y el amor incluye todo (1 COI' 13), Teresa tiene razón, una vez más, cuando advierte que si se busca agradar a los demás, se puede caer en el desaliento, porque la respuesta que se recibe no siempre está en consonancia con lo que perseguimos con ella; eso explica su convicción de que «podría suceder que una palabra dicha por mí con la mejor intención, fuese interpretada al revés» 29 con lo cual el efecto que se pretende conseguir resulta totalmente opuesto, Además también puede esconderse un sentimiento de agrado en el ejercicio de esa clase de caridad, En cambio, si se busca la amabi­lidad con todas, especialmente las que resultan más desagradables, no hay duda de que en esa acción se esconde Cristo, Esta es la lección que nos ofrece Teresa,

El segundo bloque de sucesos relatados por Teresa se compone, según esta distinción que aquí se ha realizado, por tres momentos concretos:

1, El episodio del lavadero, ya mencionado, 2. La molestia que le producía en el transcurso de la oración de

la tarde el ruido que realizaba una hermana de comunidad -sor María de Jesús-, y

3. La violación sistemática del silencio que hubiera deseado tener para su meditación y escritura.

2H Ms, e, 30r. 29 Ms. e, 28v.

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Estos hechos son algo desiguales y, en rigor, no pueden ser medidos de la misma forma. Los dos primeros, por ejemplo, cons­tituyen un caso claro de falta de educación. Tanto en uno como en otro la actuación de la santa es similar: esforzarse en su interior por encontrar la «belleza» de esos actos, amarlos, tomarlos como el mejor obsequio para su alma que le dispensaba Cristo mismo. Es increíble lo que puede obrar el espíritu humano con la gracia divina. La lucha que se percibe en sus palabras no puede ser adjetivada, máxime estando su ánima presa de grande oscuridad:

«Imposible me resulta, Madre mía, deciros cuánto me mo­lestaba aquel midillo. Sentía grandes deseos de volver la ca­beza y mirar a la culpable, que con toda seguridad no se daba cuenta de su mala costumbre; ésta hubiera sido la única ma­nera de hacérsela notar.

Pero en el fondo del corazón sentía que era mejor sufrir aquello por amor de Dios, y por no causar pena a la hermana. Así que permanecía tranquila, procurando unirme a Dios y olvidar el ruidillo .... Pero todo era inútil; me sentía bañada en sudor, y me veía obligada a hacer sencillamente una oración de sufrimiento.

Pero al mismo tiempo que sufría, trataba de hacerlo, no con irritación, sino con alegría y con paz, al menos en lo íntimo del alma. Me esforzaba por hallar gusto en aquel rui­dillo tan desagradable» 30.

¿Qué puede añadirse? Resulta verdaderamente admirable. En el tercer episodio se mezcla un poco de todo: la propia psico­

logía y la necesidad de adaptación al ambiente que nos rodea, mu­chas veces ajeno a nuestros intereses, aunque éstos sean de carácter netamente espiritual, como es esa necesidad de soledad que todo ser humano tiene alguna que otra vez en su vida. La escena doméstica reflejada por Teresa está cargada, una vez más, de gran expresividad:

«Para que me fuese posible trasladar al papel mis pensa­mientos, necesitaría estar como el pájaro solitario, cosa que rara vez me acontece.

311 Ms. e, 30v.

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Apenas me decido a tomar la pluma en mi mano, aparece una buena hermana que pasa junto a mí con el bieldo a la es­palda. Cree distraerme dándome un poco de palique: el heno, los patos, las gallinas, las visitas del doctor, todo sale a relucir.

La escena, a decir verdad, no dura mucho; pero hay más de una buena hermana caritativa, y de pronto, surge a mi lado otra heneadora que deposita sobre mis rodillas un manojo de flores, creyendo, tal vez, inspirarme con ellas pensamientos poéticos. Yo, que no los busco en ese momento, preferiría que las flores siguieran balanceándose sobre sus tallos".» 31.

Por lo que Teresa nos cuenta, estas incursiones eran bastante frecuentes en el convento, causándole una especial molestia que trataba de sobrellevar con saludable humor. La única forma de re­solverlas era, como siempre, su amor a Dios y a las hermanas. Hasta el hecho de verse sometida a esta clase de interrupciones las consi­deraba como actos caritativos de sus hermanas, algo que impresiona si recordamos que estaba ya en la silla de ruedas, gravemente enfer­ma, intentando escribir su vida según la indicación recibida de su Priora:

«Madre querida, creo que os divertiría, si os contase todas mis aventuras en los bosquecillo s del Carmelo. No sé si he logrado escribir diez líneas sin verme interrumpida, 10 cual no debería hacerme reír ni divertirme. Sin embargo, por amor a Dios y a mis hermanas (tan caritativas para conmigo) procuro aparecer contenta y, sobre todo, estarlo de verdad".» 32.

Estos hechos nos resultan sin duda familiares. ¿Cuántas veces no sentimos la molestia de ver interrumpida nuestra labor? Y no es necesario que esa ocupación revista interés; puede ser enojoso dejar de leer un libro; hablar con una determinada persona para atender a otra; cancelar una reunión". Se trata de 10 cotidiano y de 10 que Teresa nos habla es de santificar 10 ordinario, yeso es 10 que más nos cuesta. Sin embargo, ahí es donde radica también la caridad.

31 Ms e 17r/17v. 32 Ms: e: 17v.

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Teresa había tomado la determinación de ser santa en su adoles­cencia, pero no santa «a medias», sino una «gran santa», teniendo la certeza de que para ello tenía que sufrir 33

, Su disposición al sufri­miento, tan prematura, fue contestada rotundamente por Cristo al poner a sus pies en incontables ocasiones la oportunidad de apurar ese cáliz, El sentimiento de temor, santo temor, que le causaba sa­berse libre, poder disponer de su voluntad y que ello pudiera apar­tarla de El, no la abandonó nunca. Por eso, aunque su tendencia natural ante algunos de estos momentos que se le presentaron en la convivencia, como el de la mayoría de los seres humanos, hubiera sido hacerles ver a los semejantes la clase de actos que estaban comeliendo, tuvo buen cuidado de no lesionar ni lo más mínimo la caridad con sus hermanas, Ella, como ser de carne y hueso, cedió alguna vez a estos sentimientos, pero ante estas debilidades confiesa con franqueza:

«Le dije, lo más finamente que pude, que tan buenos de­seos tenía yo como ella de no despertaros, y que me tocaba a mí devolver las llaves", Ahora comprendo que hubiera sido mucho más perfecto ceder ante aquella hermana.,,» 34,

Otras veces, como le sucede con la hermana con la que comparte la oración o en el lavadero, no se deja llevar por mal ánimo, librán­dose una gran lucha en su interior. Se le ocurre que puede llamar la atención de las hermanas con gestos, sin palabras, pero no cede.", Lo suyo es una paciencia invencible ante la cruz, Le molestan las faltas de educación: discreción, susceptibilidad de caracteres, «cosas todas que no hacen la vida muy agradable» 35, Pero su tendencia espiritual es declarar la guerra a muerte a sus más ligeras imperfec­ciones 36, Y lo consigue; a veces son tentaciones violentas, como acostumbran a ser nuestras íntimas pasiones; pequeñas, pero difíci­les de controlar, como, por ejemplo, entrar en una celda para darse gusto o hacer ese tipo de gesto que muestre a una hermana su de-

33 Ms. A, JOv. 34 Ms. e, 14v, 3S Ms, e, 28T. 36 Ms. e, 23r.

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bilidad; otras, quizás más sutiles, no son por ello menos dolorosas: comprobar que alguien se apropia de nuestros pensamientos o frases de cierto interés, haciendo creer que son suyas"" Pero todo le apro­vecha al camino espiritual por el que va ascendiendo progresiva­mente Teresa. ¡Cuánto más sufrimiento, mejor!:

«Un día de Carmelita pasado sin sufrir, es un día perdido», llegó a manifestar a su hermana CeJina 37. Si nos atenemos a su autobio­grafía y a todos los testimonios presentados tras su muerte, debemos aceptar que no perdió ni uno solo. Algunas de las hermanas recono­cieron haberse aprovechado de su virtud para tentarla en más de una ocasión.

6. ¿QuÉ ES LO QUE MANCHA AL HOMBRE? (Mt 15,10-20)

Llegados a este punto, veremos en qué medida se conecta la experiencia vivida por Teresa en el Carmelo en la convivencia con sus hermanas, con el capítulo 15 de San Mateo. Cristo explica a la multitud que todo lo que sale de la boca, procede del corazón del ser humano; yeso es lo que le mancha. Por tanto: malos pensamientos, hurtos, homicidios, maledicencias, falsos testimonios, injurias"., son las grandes tragedias que anidan en nuestro interior.

Volviendo al tema central de este trabajo, en el que de forma permanente hemos tratado de poner de manifiesto la dificultad que conlleva seguir a Cristo a través de la convivencia, a la luz del mandamiento supremo que El nos entregó, por el cual nos enseña que debemos amar a los demás como a nosotros mismos, podemos subrayar la existencia de dos aspectos principales que pueden obs­taculizar nuestra unión con El:

1. o Los derivados de las palabras de Cristo advirtiéndonos que los males surgen de nuestro interior, y

2. o La influencia que recibimos del entorno extel'l1o, en parti­cular, del que nos resulta más inmediato.

37 SAINTE THÉRESE DE L'ENFANT-JÉSUS, LetO"es de Sainte Thérese de l' Enjant­Jéslls. Carmel de Lisieux, 1948, XXVI, 61.

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Ambos están conectados y, en relación a la convivencia, tienen su parte negativa y su parte positiva, dependiendo del punto de mira con que el que se examinen, Naturalmente aquí 10 haremos desde el plano espiritual.

En primer lugar, parece que 110 siempre existe un problema «virgen» en nuestro interior; es decir, un problema que aparezca separado o sin mezcla de otros provenientes del entorno ajeno, aun­que también se dan, Nos serviría como ejemplo de ello las peculia­ridades de aquella persona en las que su forma de ser se manifiesta en la malicia con la que ve las cosas, actuando con una intenciona­lidad más bien deficiente, En este sentido podría argumentarse la necesidad de investigar la clase de influencias que hubiera podido recibir en determinados momentos de su vida; esas circunstancias que pudieran haberla orientado interiormente en esa dirección, Sa­bemos que esto no siempre se cumple, Es más, muchas de las deci­siones que deben tomarse en la vida religiosa, son estrictamente personales, no dependiendo de nada ni de nadie. Ese es el caso de la obediencia, por ofrecer una muestra de ello, Se obedece porque se ama, así de simple, Pero si no existe el amor, se pueden buscar componendas para tratar de conjugar los intereses personales con el compromiso adquirido, y esa determinación puede quedar dentro de la más absoluta intimidad del interesado, conociéndolo, como siem­pre, Dios y él mismo, Otra cosa son las consecuencias que para la salud espiritual tienen este tipo de acciones, Eso lo sabía Santa Teresa, como queda claro en su Diario, Y se debe ser muy fiel en el amor para no incurrir en los escrúpulos, propios de un perfeccio­nismo, ni tampoco irse hacia el polo opuesto,

En todo caso, lo que sí percibimos fácilmente es que todo lo que surge de nuestro interior, por lo general, proviene, además de esa deficiencia personal que subraya Cristo, de nuestra relación con los demás, Así nos percatamos de que somos envidiosos, vanidosos, soberbios o perezosos, .. por contraste con la vivencia de las virtudes opuestas a estos vicios que contemplamos en los demás. Esta es la parte positiva, desde un punto de vista espiritual. Sería negativa, obviamente, para aquella persona que no esté dispuesta a modificar su interior, aunque esto se ve más claro cuando examinamos, toman­do como modelo la experiencia de Santa Teresa de Lisieux, a dónde

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nos conduce personalmente nuestra convivencia con los demás, Dentro de la vida espiritual comunitaria tanto las debilidades

ajenas como sus victorias repercuten en toda la comunidad. El grado de influencia que haya de tener en nuestra vida será proporcional al grado de interés que nos merezca la unión con Cristo. En cualquier caso, el lance que se establece en la convivencia es importante; para vencerlo no hay más alternativa que el amor al prójimo como a uno mismo. Las sombras que nacen de nuestro interior, tendrán que convertirse en luces al proyectarse fuera; para ello nos servirá cual­quier manifestación de las personas con las que compartimos nues­tra vocación: positiva o negativa. Eso sí, siempre tendrán que ser positivas en nuestro interior; esa es la máxima que se desprende de amar al prójimo como a uno mismo y la clave de la conversión personal. Las dificultades y la grandeza han quedado expuestas con la propia vida de Santa Teresa, como modelo de santificación de lo cotidiano a través de la convivencia.

En este ejercicio comunitario el ser humano puede percibir como una «trampa» para su progreso espiritual: contemplar lo que se es y lo que se debe ser a la luz del ejemplo ajeno, Pero ahí reside tam­bién la gloria de esa caridad vivida mutuamente. Las debilidades personales pueden superarse con el consejo oportuno, justo, evangé­lico, del hermano que tengo al lado. Si, por el contrario, esto no se da, como siempre tenemos a Cristo, y El nos exige amarle a través de los demás, nuestra caridad cubrirá la muchedumbre de sus peca­dos (l Pe 4,8).

Si alguien nos dijese no creer en Dios porque no lo ve, siempre se le podría hablar de lo que significa amar al prójimo. En efecto, Cristo nos invita a seguirle junto a los demás. Si me produce dolor la ofensa realizada a cualquier ser humano; ahí está Dios. No «ver» a Dios en el sentido al que nos referimos, no tiene tanta importancia como quiere dársele. Santa Teresa de Lisieux también es ejemplo de ello. Conviene, eso sí, seguir la ruta del Evangelio para saber cómo amar a los demás; se puede hacer, incluso, sin tener en cuenta la divinidad de Cristo; por tanto, como algo cultural: al final siempre nos encontraríamos a Dios, Ahora bien, la lectura del Evangelio desde esa perspectiva cultural, nos mostraría que nuestro amor es imperfecto. ¿Razón de ello?: El propio mandamiento de Cristo,

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porque es enormemente difícil amar a los demás como a nosotros mismos, De modo que se puede concluir afirmando que, por más vueltas que se le dé, la clave de la vida, con mayúsculas, está en la vivencia de las palabras de Cristo: amamos los unos a los otros; hacerlo como nos amamos a nosotros mismos y bajo la forma como El nos ha amado, Si así lo cumplimos, en el otro, «veremos» a Dios,