la construcción sociocultural del amor romántico desde una perspectiva queer: coral herrera 2015

13
La construcción sociocultural del amor desde una perspectiva Queer Coral Herrera Gómez VI Congreso Ciencias Sociales y Humanidades Universidad Autónoma de Aguascalientes, México 19 octubre 2015 1. La construcción de la Realidad desde una perspectiva queer Otras realidades son posibles: otras formas de pensar, otras visiones de mundo, otras formas de comunicarnos, de intercambiar información y saberes, de transmitir conocimientos, de hacernos preguntas, de narrar la Historia del pasado y del presente, son posibles. Otras formas de estar y de relacionarnos con nuestro entorno son posibles. Otras formas de percibir y conocer, y otras formas de hacer ciencia y de producir cultura son también posibles. Otras formas de construir nuestra identidad, de relacionarnos con nuestros cuerpos, de amar y de organizarnos social, afectiva y políticamente, son posibles. Y necesarias. La Realidad es una construcción social, política, económica y cultural que puede deconstruirse, transformarse, mutar, revolucionarse. Mi apuesta es que podemos reivindicar la complejidad y la diversidad del mundo que construimos entre todos y todas, dejar atrás el pensamiento binario que reduce la realidad a dos pares de opuestos, deshacernos de las ideologías hegemónicas que perpetúan el capitalismo y el patriarcado dentro de cada uno de nosotros, cuestionar todas las verdades dadas por supuestas. Mi enfoque está basado en la teoría queer, que reivindica la subjetividad, que sigue criticando la normalidad y la verdad, que visibiliza lo invisible, que rompe con la tradición y la modernidad, y aplica un enfoque transdisciplinar y diverso en la forma de hacer ciencia y de pensar la Realidad. marco teórico Mi tesis doctoral,“La construcción sociocultural de la realidad, del género y del Amor Romántico”, Universidad Carlos III de Madrid, estuvo centrada en la investigación sobre la construcción social y cultural de la realidad, de las identidades de género, y del amor romántico. Este libro es una síntesis subjetiva de la crítica al pensamiento binario y la ciencia tradicional en la que aporto una visión queer al análisis del conocimiento sobre la Realidad. En Otras realidades son posibles he querido analizar el modo en que nos adaptamos a la norma, o nos alejamos de ella: todos los procesos de imposición generan resistencias, de ahí que podamos jugar con la Realidad, deconstruirla, desmontarla, analizarla, y elaborar nuevas construcciones bajo la premisa de que otras realidades son posibles. La Realidad que construimos está determinada por la ideología capitalista y patriarcal que atraviesa nuestras estructuras sociales,

Upload: coral-herrera-gomez

Post on 02-Feb-2016

2.970 views

Category:

Documents


1 download

DESCRIPTION

Conferencia magistral de apertura del VI Congreso en Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, México. Coral Herrera GómezOctubre 2015

TRANSCRIPT

La construcción sociocultural del amor desde una perspectiva Queer

Coral Herrera Gómez

VI Congreso Ciencias Sociales y Humanidades

Universidad Autónoma de Aguascalientes, México

19 octubre 2015

1. La construcción de la Realidad desde una perspectiva queer

Otras realidades son posibles: otras formas de pensar, otras visiones de

mundo, otras formas de comunicarnos, de intercambiar información y saberes, de transmitir conocimientos, de hacernos preguntas, de narrar la Historia del pasado y del presente, son posibles. Otras formas de estar y de

relacionarnos con nuestro entorno son posibles. Otras formas de percibir y conocer, y otras formas de hacer ciencia y de producir cultura son también

posibles. Otras formas de construir nuestra identidad, de relacionarnos con nuestros cuerpos, de amar y de organizarnos social, afectiva y

políticamente, son posibles. Y necesarias. La Realidad es una construcción social, política, económica y cultural que

puede deconstruirse, transformarse, mutar, revolucionarse. Mi apuesta es que podemos reivindicar la complejidad y la diversidad del mundo que

construimos entre todos y todas, dejar atrás el pensamiento binario que reduce la realidad a dos pares de opuestos, deshacernos de las ideologías hegemónicas que perpetúan el capitalismo y el patriarcado dentro de cada

uno de nosotros, cuestionar todas las verdades dadas por supuestas.

Mi enfoque está basado en la teoría queer, que reivindica la subjetividad, que sigue criticando la normalidad y la verdad, que visibiliza lo invisible, que rompe con la tradición y la modernidad, y aplica un enfoque transdisciplinar

y diverso en la forma de hacer ciencia y de pensar la Realidad.

marco teórico

Mi tesis doctoral,“La construcción sociocultural de la realidad, del género y del Amor Romántico”, Universidad Carlos III de Madrid, estuvo

centrada en la investigación sobre la construcción social y cultural de la realidad, de las identidades de género, y del amor romántico. Este libro es una síntesis subjetiva de la crítica al pensamiento binario y la ciencia

tradicional en la que aporto una visión queer al análisis del conocimiento sobre la Realidad. En Otras realidades son posibles he querido analizar el

modo en que nos adaptamos a la norma, o nos alejamos de ella: todos los procesos de imposición generan resistencias, de ahí que podamos jugar con la Realidad, deconstruirla, desmontarla, analizarla, y elaborar nuevas

construcciones bajo la premisa de que otras realidades son posibles.

La Realidad que construimos está determinada por la ideología capitalista y patriarcal que atraviesa nuestras estructuras sociales,

económicas, políticas, culturales, y religiosas. Pero también

construye y determina nuestras estructuras afectivas, emocionales y sexuales. Atraviesa nuestro deseo, nuestros cuerpos, nuestra

autoestima, y nuestras formas de relacionarnos con la comunidad en la que vivimos.

La ideología es transmitida por la cultura, en ella se articulan todos los procesos de construcción de pensamiento y conocimiento,

interconectados entre sí de modo que conforman una Realidad completa, coherente, sólida. A través de los productos culturales y la comunicación de la información, se transmite una visión del mundo y se

invisibilizan otras perspectivas y otras formas de construir y relacionarse con la Realidad.

La ideología hegemónica es entonces, el eje vertebrador de nuestras formas de organización, de lenguaje y pensamiento, de relación con el mundo y con

nuestros semejantes. Desde esa ideología se construyen mapas, esquemas, modelos de referencia que sirven para imponer unas estructuras

emocionales y sentimentales. A través de la cultura aprendemos lo que es “normal” y lo que no lo es, y asumimos todas las estructuras impuestas

como si fueran “naturales”, divinas o eternas. Afortunadamente, nuestra perspectiva crítica nos permite cuestionar las

normas, las estructuras, las creencias, los modelos y los patrones que aprendemos en nuestro proceso de socialización y educación. Esta

capacidad de cuestionamiento nos permite analizar críticamente la Realidad y deconstruir el concepto de “normalidad” o el de “naturalidad” que se impone en cada época histórica de acuerdo a la ideología

hegemónica de cada sistema social y cultural.

En las sociedades occidentales la ideología hegemónica está basada en las jerarquías de poder, en las categorizaciones excluyentes, y en las oposiciones duales. La estructura de pensamiento más primaria que

heredamos y que seguimos utilizando para pensar es el “pensamiento binario”, según el cual percibimos la realidad desde pares de opuestos.

Cada par de etiquetas contiene dentro de sí extremos basados en la idea de lo bueno y lo malo, lo superior y lo inferior: por eso dividimos el mundo entre buenos/malos, ricos/pobres, normales/raros, blancos/negros,

masculino/femenino, civilizados/salvajes, heterosexuales/homosexuales, colonizadores/colonizados.

Esta es la razón por la cual no nos gusta la ambigüedad, nos da miedo lo que no logramos etiquetar, nos inquieta la indefinición, y nos sentimos

perdidos cuando un objeto, ser vivo o situación es inclasificable dentro de nuestras reducidas estructuras mentales. Quizás por este miedo a lo

desconocido o a lo diferente, la gente rechaza otras orientaciones sexuales, otros acentos, otros colores de piel, otras religiones, u otras formas de pensar.

La ideología occidental hegemónica basada en el pensamiento binario y

jerárquico tiene tres vertientes: la económica (capitalismo), la política (democracias), la sociocultural y emocional (el patriarcado). Estas tres

grandes construcciones están interrelacionadas entre sí, se apoyan

mutuamente, y se nutren de la misma ideología: unos son los malos, otros son los buenos; unos gobiernan, otros son gobernados; unos tienen los

medios de producción, otros trabajan para ellos; unos tienen privilegios, otros tienen necesidades; unos emiten información, otros la consumen. Vivimos en un sistema diseñado para el bienestar de las minorías que

acumulan poder.

Para que este sistema basado en la desigualdad y la acumulación de poder se sostenga es necesario transmitir sus valores a través de los medios de comunicación, de modo que todos asumamos como

propios intereses ajenos y necesidades fabricadas por otros. Aprehendemos el mundo, aprendemos a pensar, a hablar, a sentir, a

relacionarnos con los demás, a con-vivir en nuestra sociedad a través de las instancias educativas, pero principalmente a través de la cultura, que nos ofrece modelos a seguir, idealizados y mitificados.

Estas estructuras socioculturales nos resultan reconfortantes porque nos

permiten desarrollar nuestra identidad para poder integrarnos y adaptarnos a la comunidad en la que vivimos. Pero también nos limitan y nos

aprisionan porque son las únicas que tenemos, y porque cualquiera que se desvíe de la estructura normativa es señalado, condenado o rechazado por las estructuras judiciales, legales, y sociales que marginan todo aquello que

no se ajusta a la visión de mundo propuesta por el capitalismo patriarcal.

Sin embargo, otros sistemas de pensamiento son posibles, y más allá de estas estructuras simples y representaciones tipificadas, la realidad es más compleja, rica y diversa. Si nuestros productos

culturales y mediáticos son tan repetitivos es porque el sistema, para seguir funcionando, necesita mostrarnos héroes y heroínas con quien nos podamos

identificar, conflictos entre extremos y soluciones sencillas, pensamientos reduccionistas, pensamientos mágico-religiosos que moldeen nuestras aspiraciones. Nos crean las metas a seguir y como no nos enseñan a

gestionar las emociones, nos ofrecen relatos en los que nos transmiten las estructuras emocionales para sentir “patriarcalmente”. Por eso amamos

patriarcalmente. Los sistemas educativos son una pieza esencial en la perpetuación

del statu quo de la realidad: en ellos los niños y las niñas asumen conceptos e internalizan los valores de nuestra sociedad. Las

preguntas incómodas con contestadas con verdades absolutas para que todo siga como está: por eso en los medios de comunicación la diversidad de la realidad es invisibilizada y por eso solo vemos modelos basados en

patrones tradicionales cargados de ideología individualista y consumista.

La sociedad, de algún modo, tiene que lograr que sus miembros adopten los patrones de conducta sin demasiadas transgresiones, pues las protestas y los cuestionamientos son perjudiciales para la

salud de cualquier sistema basado en los grupos de poder y las categorizaciones establecidas para crear diferencias.

La Verdad es una de las mejores herramientas para hacernos creer

que unas cosas son ciertas y otras son mentira. La Verdad varía

según el punto de vista desde el que se enuncie, pero nos la presentan como algo absoluto, cerrado en sí mismo, objetivo

“porque sí”, y que requiere aceptación inmediata, como el acto de fe. Gracias a la verdad creemos poder distinguir, también, qué es ficción y qué es real.

La Realidad es una construcción creada desde las instituciones, desde los

grupos de poder económico, desde los grupos de poder político, y determina nuestras vidas cotidianas. Por eso puede transformarse, cuestionarse, derribar antiguas estructuras e inventar otras nuevas. Los medios de

comunicación y las industrias culturales nos transmiten y crean la Realidad desde

la ideología hegemónica, pero afortunadamente existen otras formas de percibir, pensar y comunicar las diferentes realidades en las que vivimos.

Todos nosotros, todas nosotras, construimos nuestra realidad individual y colectiva día a día, y son minoría las personas que se adaptan fielmente al

sistema propuesto por la televisión y los medios tradicionales. Tenemos que celebrar que poseemos la capacidad de desobedecer, generar crítica,

desmontar los mensajes y las normas que se nos imponen, y proponer nuevas formas de construir la Realidad, o de visibilizar las diversas realidades.

enfoque queer

El enfoque queer desde el que he trabajado pretende aportar a la deconstrucción del pensamiento binario, explicar por qué pensamos en

sistemas de pares de opuestos, y visibilizar el modo en esta forma de pensar nos empobrece y nos limita. La reivindicación política de este

texto reside además en la visibilización de nuevas formas de pensar, de percibir, de relacionarnos con la realidad. Visibilizar, también, otras ideologías alternativas que sostienen otros discursos, que

crean otras performances, que nos cuentan otros cuentos.

En este siglo XXI; el Queer ha incorporado la identidad, el género, el cuerpo y la sexualidad como construcciones sociopolíticas al análisis de la Realidad y del conocimiento. Y desde hace unos años, estamos

también incorporando las emociones y los sentimientos, porque son asimismo construcciones culturales y sociales basadas en la misma

ideología hegemónica. El Queer no es una metodología ni posee pretensiones de universalidad, de

modo que no existe una “nueva forma de pensar” que nos sirva de guía. Tampoco tiene un modelo ideal o una propuesta determinada en el ámbito

económico o político. Sin embargo, para mí es esencial como herramienta de análisis y de activismo sociopolítico, precisamente porque no ofrece paraísos ni utopías ni esquemas con carácter absolutista, y permite así que

se sucedan las críticas y las propuestas con mucho mayor margen de maniobra.

Además al rechazar los binomios, el queer no se instala cómodamente

en el activismo o en el academicismo, sino que transita entre la

calle y las aulas, los museos y las discotecas, los congresos y los centros sociales okupados. Los procesos de crítica y la demolición de los

edificios de la tradición se producen desde todos los rincones de nuestra cultura y se dirigen hacia todos los frentes, en todos los niveles.

La Teoría Queer tiene una línea de continuidad con los feminismos y el posestructuralismo, pero su producción artística, intelectual y su lucha

social le convierten en una corriente más integral, pues no se encajona en un solo ámbito o disciplina y ofrece miradas diversas sobre la realidad. Al no creer en el concepto de “verdad”, no ofrece soluciones totalizantes ni

mapas para reconducir el sistema hacia un punto determinado. El Queer está descentralizado, y teóricamente tampoco acoge en su seno las

jerarquías características de los sistemas democráticos en los que vivimos. De este modo, el Queer se parece a Internet en que los textos, las deconstrucciones, las preguntas, las propuestas, las imágenes, las

reflexiones, se relacionan de un modo horizontal, esto es: unos textos no son más válidos que otros, y unas preguntas no son más representativas

que otras.

El Queer reivindica la complejidad de la realidad, la visibilización de lo invisible, la necesidad de defender la diversidad frente a los procesos de homogeneización y globalización cultural. El Queer

entona un “nosotros/nosotras” radicalmente inclusivo que reniega del individualismo del “sálvese quien pueda” y del miedo atroz al

otro, a los otros, a las diferentes, a los extraños, a las extranjeras, a los negros, a los rojos, a las mujeres transexuales, a los maricas, a las raras. Los y las queers hacen gala de sus rarezas, de sus

diferencias, y claman contra toda forma de pensamiento autoritaria y rígida.

De este modo, el queer no solo rompe con el pensamiento binario, sino también con toda la producción asociada a este pensamiento binario y

jerárquico: el patriarcado, la globalización, las democracias actuales, el fascismo y el capitalismo. Pero también con toda forma de hegemonía que

al imponerse sobre las demás ideologías, discrimina a las mal llamadas “minorías”. El racismo, el sexismo, la homofobia, la lesbofobia y la transfobia, la misoginia y el machismo son todas enfermedades sociales que

rechazan la diversidad y provocan muchos millones de muertos cada año en todo el mundo.

Desde esta postura crítica, posestructuralista, deconstructivista, feminista y queer parto para analizar los planteamientos de diversos teóricos y teóricas

de diferentes épocas históricas que han institucionalizado el pensamiento binario como un fenómeno “natural” en la Humanidad. Y a partir de ahí

visibilizar a aquellos y aquellas que proponen sistemas más diversos y complejos de pensamiento y que se dedican a seguir batallando por deconstruir los pilares de conceptos contrarios sobre los que se asienta

nuestra cultura (objetivo/subjetivo, correcto/incorrecto, orden/caos, razón/emoción, masculino/femenino).

Mi intención ha sido trabajar desde el pensamiento en red

queerizado que conecta todas las dimensiones de las realidades para

explicar cómo interaccionan y se influyen mutuamente la dimensión política, económica, social, sexual, emocional, cultural, religiosa.

Creo que lo personal es político, que lo que se construye se puede deconstruir, y que otras realidades son posibles.

La construcción del amor romántico

Amor y sexo están regulados para que nos adaptemos al esquema de normalidad/anormalidad construido desde la hegemonía

ideológica. La ideología patriarcal y capitalista construye estas estructuras amorosas desde la cultura: teorías, ritos, mandamientos, creencias, mitos, discursos, declaraciones, relatos,

canciones, noticias. La cultura está influida e influye en las demás estructuras.

La realidad en la que vivimos se construye desde la cultura, y como la

ideología hegemónica es el hilo conductor de todas nuestras demás construcciones.

El capitalismo y el patriarcado no son solo estructuras sociopolíticas y económicas. Se encuentran insertos también en nuestros cuerpos,

en nuestro deseo, en nuestras estructuras emocionales, y determinan nuestro comportamiento, deseo, sentimientos, aspiraciones. Por tanto escriben el guión de nuestra historia de vida,

instauran los raíles por donde nuestra cotidianidad va a transcurrir, determinan nuestra identidad, nuestra sexualidad, nuestras profesiones,

nuestras maternidades, nuestro modo de vida, nuestras relaciones. Tener en cuenta como se construye Realidad desde estos esquemas

hegemónicos nos sirve para poder desmontarla y para comenzar a trabajar en la visibilización y construcción de otras realidades posibles.

Mi trabajo de investigación sobre la construcción sociocultural del amor romántico está basado en tres ejes de trabajo:

- Lo romántico es político. - Ningún amor es ilegal.

- Otras formas de quererse son posibles. Bajo el lema de “lo romántico es político”, en mi tesis doctoral me dediqué a

analizar la ideología que recorre transversalmente toda nuestras estructuras sentimentales, nuestros esquemas emocionales y nuestras formas de

relacionarnos sexual y afectivamente. El amor es una construcción que varía según las épocas históricas, las zonas geográficas, el clima, las religiones, y multitud de factores que hacen que un fenómeno tan universal

como el amor esté determinado, y determine a su vez, nuestra forma de organizarnos económica, política y socialmente.

En nuestro caso, el capitalismo y el patriarcado son la tela envolvente de

nuestras sociedades, el espacio en el que se desarrolla nuestra vida. Amamos patriarcal y capitalistamente: nos definimos y etiquetamos para

discriminarnos y diferenciarnos unos de otros, nos organizamos jerárquicamente, nuestras relaciones están basadas en el interés personal y determinadas por nuestras necesidades, y las necesidades que heredamos

en nuestro proceso de educación y socialización.

El romanticismo patriarcal promueve la creación de relaciones basadas en la desigualdad y la dependencia mutua, tanto económica como emocional. En los cuentos que nos cuentan, a las mujeres les toca esperar a que un

hombre les salve de la pobreza o de los trabajos más duros, que la proteja, la mantenga y la ame para siempre. A los hombres les toca rescatar

princesitas desvalidas y demostrar que son lo suficientemente viriles, exitosos, fuertes y valientes. En este reparto, las mujeres le damos muchísima más importancia al amor en nuestras vidas, porque nos han

enseñado que sin nuestra “media naranja” estaremos incompletas, y nos han hecho creer que la felicidad siempre está al lado de un hombre. Las

mujeres tememos la soledad, y el estigma de la soltería, que nos presiona socialmente para que busquemos pareja y nos entreguemos al amor. Esta

forma de amar está basada en la idea de que hombres y mujeres somos muy diferentes y que por eso nos complementamos a la perfección, por eso bajo esta estructura es fácil construir relaciones desiguales y dependientes

que implican un alto grado de violencia en las relaciones.

Para acabar con esta violencia, es preciso derribar antiguas estructuras basadas en la división tradicional de roles, y potenciar el empoderamiento y la autonomía de las mujeres. Además de educación sexual, necesitamos

educación emocional: es fundamental aprender a gestionar las emociones en nuestro proceso de crianza, socialización y formación, y trabajar

colectivamente para adquirir herramientas que nos permitan construir relaciones pacíficas basadas en el respeto mutuo, la libertad, el cariño y el buen trato. En el camino, será esencial repensar el modo en como

construimos las relaciones, despatriarcalizar nuestras emociones, y apostar por la visibilización de la diversidad sexual y sentimental.

La idea de que otras formas de quererse son posibles, nos abre las puertas a la construcción colectiva de otras estructuras de relación sexual,

sentimental y afectivas horizontales que nos hagan sufrir menos, y disfrutar más del amor. Bajo el lema de que “lo romántico es político”, la autora

hablará sobre la necesidad de trabajar contra la violencia de género fomentando la igualdad, y trabajando por los derechos y las libertades de las mujeres en todos los ámbitos: social, político, económico, cultural…

Mitos del romanticismo patriarcal

El amor va siempre cargado de promesas, y por eso creemos que la pareja nos va a cambiar la vida a mejor. Un ejemplo lo tenemos en la cantidad de

mujeres adolescentes que creen que el amor les dará madurez, libertad, e independencia de sus padres. Creen que tener pareja les abrirá las puertas

del mundo adulto, y además relacionan la maternidad con el amor de pareja, es decir, están convencidas de que teniendo hijos e hijas del ser

amado, lo tendrán siempre a su lado, cuando más bien suele suceder lo

contrario (basta con echar un vistazo a las estadísticas de embarazos en adolescentes en países de América Latina, por ejemplo).

Otro ejemplo lo tenemos en las altas tasas de divorcio y de casamientos, que nos muestran como nuestra cultura mitifica el amor y cómo la realidad

destruye ese mito, como el paso del tiempo erosiona el deseo, y cómo la cotidianidad requiere un ejercicio continuo de generosidad y trabajo en

común para sostener una pareja amorosa. La gente se siente permanentemente frustrada o decepcionada porque

nada resulta ser como en los cuentos de hadas. El amor no es tan fácil, ni tan maravilloso, ni tan eterno como nos habían prometido, y tampoco los

príncipes azules son tan perfectos como nos habían contado. En el amor hay una especie de insatisfacción permanente que se parece un poco al modo en cómo nos relacionamos con los objetos y las personas en el mundo

capitalista: el consumismo nunca nos llena plenamente, porque siempre queremos algo mejor, siempre queremos algo más. Si estamos casadas,

envidiamos la libertad de las solteras; si no tenemos pareja, soñamos con tener una. Si tenemos amantes, querríamos ser monógamas, si

encontramos al amor de nuestra vida, querríamos borrarle todos los defectos y reconfigurarlo a nuestra manera para que encaje en el modelo ideal que teníamos en mente antes de juntarnos.

Si, el amor es un mito. Un mito cargado de ideología: los sentimientos

determinan nuestra forma de organizarnos económica, política y socialmente, y viceversa.

Lo romántico es político

Nuestra forma de amar está determinada por la propiedad privada: cuando amamos nos creemos dueños de la persona a la que queremos, y automáticamente pensamos que tenemos ciertos derechos sobre esa

persona, como por ejemplo saber dónde y con quién está en todo momento, gestionar y limitar la libertad de movimientos de la otra persona,

permitir o prohibir a la pareja desarrollar sus pasiones, aficiones o proyectos personales, vigilar, limitar o controlar su red social y afectiva, controlar sus recursos o

los recursos comunes de modo que no pueda disponer de ellos con libertad, etc.

Al capitalismo le interesa que estemos solos y solas, o que nos relacionemos de dos en dos, porque cuantos menos seamos, más

vulnerables somos, y más dependientes. Todas las protagonistas de las historias románticas suelen ser mujeres vulnerables y están siempre solas

porque si estuvieran acompañadas por gente que las quiere, no necesitarían ningún salvador que las rescate. Para que la figura del héroe masculino tenga sentido, es importante siempre que las mujeres aparezcan solas y

tristes, sin hermanas, primas, amigas, tías, vecinas o compañeras de trabajo, sin redes de solidaridad y ayuda mutua.

El individualismo feroz limita nuestra capacidad de amar porque está

cargado de egoísmo: a través del amor buscamos la manera de conseguir otras muchas cosas, y siempre trabajamos para que nuestras necesidades

estén cubiertas, es decir, pensamos más en recibir que en dar. El capitalismo y el patriarcado nos hacen creer que la felicidad está en encontrar a tu media naranja: alguien muy diferente a ti que se

complementa contigo a la perfección. Si a ti se te da bien cocinar, a él se le da estupendamente cortar la hierba del jardín, si tú eres buena para

arreglar ropa, él es estupendo para arreglar el coche, si tú puedes procrear porque eres mujer, él puede encargarse de trabajar fuera de casa para sostener a la familia.

El modelo romántico que nos proponen entonces está basado en esta idea

de que mujeres y hombres somos radicalmente distintos, pero a la vez complementarios, y que por eso si no nos juntamos a alguien del otro sexo-género, nos faltará siempre algo, y estaremos incompletas. Nuestra cultura

patriarcal ha mitificado a la pareja monógama y heterosexual formada por tan solo dos personas jóvenes y adultas en edad de procrear, y ha

invisibilizado otras formas de quererse y de relacionarse.

Nuestra cultura romántica es, entonces, muy pobre porque está reducida a este modelo de chico conoce chica: todas las películas, canciones, cuentos, series de televisión, novelas, telenovelas, óperas, etc. nos cuentan siempre

la misma historia, desde hace siglos: aunque nos cambian los rostros y los nombres de los protagonistas, la trama siempre es la misma. Chicas

aburridas, chicas sometidas a la explotación laboral o a las condiciones más infames, chicas aisladas o encerradas, chicas con problemas y sin herramientas. Mujeres solitarias que no pueden cambiar por sí mismas su

situación, y viven esperando a que alguien las salve y se encargue de su felicidad y bienestar.

Este modelo absolutista (conmigo tendrás de todo y no te hará falta nada más) propicia las relaciones de dependencia mutua: los varones trabajan

fuera de casa, las mujeres dentro. Los hombres tienen unos conocimientos, las mujeres otros. Para que todo siga como está, lo mejor es que los

hombres nunca aprendan a cocinar, a coser, a planchar, a limpiar, a cambiar pañales o curar resfriados, y que las mujeres no aprendan tareas de bricolaje, o adquieran conocimientos de automoción para arreglar el

coche, por ejemplo. Mientras cada uno cumpla con su rol y asuma los mandatos de género, el equilibrio y la dependencia están asegurados.

Vivimos en una guerra permanente, unos son los vencedores y otros los perdedores, unos son los que mandan y otros obedecen, y se nos va mucho

tiempo y energía en crear, sostener y alimentar guerras de la cotidianidad. Casi todas nuestras relaciones laborales y sociales están marcadas por las

jerarquías, y por el eje dominación-sumisión: no sabemos relacionarnos desde la horizontalidad. Por eso endiosamos a actores, actrices, cantantes o deportistas: necesitamos subir a los altares a determinadas personas para

poder situarnos debajo. En las relaciones amorosas se repite este patrón basado en la lógica hegeliana del amo y del esclavo, en el que los

dominantes y los sumisos se relacionan en base a luchas de poder. A los hombres se les educa en el patriarcado para que siempre luchen por la

victoria y machaquen a sus enemigos: se les enseña a relacionarse desde la

competitividad y las jerarquías, por eso el mayor terror para un hombre es ser un marido “calzonazos” que obedece a su compañera, y por eso el

hombre patriarcal necesita sentir que es el que “lleva los pantalones”. El romanticismo patriarcal, además, está basado en la asociación mitificada

entre feminidad, amor y maternidad, de modo que nuestro erotismo está limitado por la genitalidad y el afán reproductivo. Los mitos de la feminidad

nos presentan a las mujeres como seres con un don especial para amar, para entregarse, para sacrificarse, para estar siempre pendiente de las necesidades de los demás y olvidarse de los suyos propios: las mujeres que

no cumplen con estos estereotipos son consideradas poco “femeninas”, como si el amor determinase nuestra identidad de género hasta tal punto

que la mujer que no ama no merece ser llamada “mujer”. Según las normas no escritas del patriarcado, el amor de las mujeres es

siempre monógamo y exclusivo, y el de los hombres en cambio es más abierto y plural. Por eso no existen canciones de mujeres que exigen su

derecho a disfrutar de su marido viejo con el que se aburre y su amante joven que le da la vida. La sociobiología nos explica que es que los hombres

tienen mucho amor que dar, porque sus doscientos millones de espermatozoides le obligan a diversificar el reparto. La medicina también nos explicaba que los hombres tienen una potencia sexual muy superior a la

nuestra y que por eso necesitan echar sus “canitas al aire”. Nosotras sólo damos sexo cuando queremos algo a cambio, porque en realidad “no nos

gusta” nada, por eso accedemos a tener relaciones si nos ofrecen cosas tan maravillosas como el matrimonio, la maternidad, o el amor eterno.

Si, la monogamia es solo para nosotras, y esto no ha cambiado en la actualidad, pese al “descubrimiento” del clítoris en el siglo XIX, y de nuestra

capacidad multiorgásmica en el XX. La doble moral sexual sigue gozando de buena salud en nuestros tiempos, prueba de ello es por ejemplo el término “ninfómana” que patologiza el erotismo femenino y que condena a la mujer

que tiene deseo sexual: no existe un término parecido para los hombres porque en ellos es “normal”.

Si, lo romántico es político porque nuestra forma de amarnos, de convivir y de organizarnos está basada en el dúo que se necesita, que depende

mutuamente, que se prohíbe y se limita, que se reprime, que se aísla del mundo y se encierra en sus propios asuntos, que se desentiende de los

problemas colectivos y busca una solución individualista para sus problemas. El capitalismo nos vende paraísos personalizados, hechos a medida, para que sigamos los pasos marcados hacia la construcción de la

familia nuclear tradicional y adoptemos una estructura basada en la división tradicional de roles que permita la perpetuación del patriarcado por los

siglos de los siglos.

Ningún amor es ilegal

Esta es la razón por la cual otras formas de quererse y de relacionarse

están prohibidas o invisibilizadas: se nos impone un concepto de lo “normal” o de lo “natural”, y se nos mitifica el modelo propuesto para que todo lo

demás sean anomalías, desviaciones o aberraciones. Si bien el amor debería ser un derecho humano universal, la realidad es que hoy en nuestro planeta hay gente que es asesinada a diario por amar. Lesbianas, gays,

bisexuales, o parejas de adúlteros son encarcelados, torturados, o ejecutados por las instituciones: en muchos países la gente que ama en la

clandestinidad puede perder su libertad o su vida, puede ser expulsado para siempre de su familia, de su comunidad, o de su lugar de trabajo, puede recibir unos cuantos latigazos o ser objeto de violencia extrema por parte

de personas e instituciones. Obviamente, los mayores castigos los reciben las mujeres: muchas de ellas son enterradas vivas hasta el cuello y

apedreadas hasta la muerte sólo por enamorarse de quien no debían. El romanticismo patriarcal es una estructura de relación basado en la

violencia, por eso escuchamos a menudo que el amor puede convertirse en odio en un solo segundo, aunque personalmente a mí me parece

inconcebible que un día ames a una persona con todo tu corazón y al día siguiente desees que se hunda en la miseria, que le sucedan las peores

cosas, o que se muera. A mí me impactó mucho la película de La Guerra de los Rose protagonizada por Douglas y Turner porque está basada en esta idea de que del amor al odio hay solo un paso, y en la creencia de que los

que más se desean, son los que más se pelean.

Este argumento legitima la violencia dentro de la pareja: le echamos la culpa de todo al amor y eso nos permite ser personas mezquinas, crueles, y déspotas con las personas a las que amamos. “Le miré el email porque

quería saber si me era infiel”, “le prohibí salir con sus amigos porque le quería solo para mí”, “le di una paliza porque me puse celoso”, “la maté

porque quería abandonarme y mi corazón no pudo soportarlo”. En nombre del “amor”, somos capaces de vigilar, controlar, mentir,

humillar, amenazar, chantajear, insultar, manipular y realizar todo tipo de acciones malvadas: pareciera como si el amor se instalase como un virus

dentro de nosotros y nos convirtiese en drogadictos que no pueden controlar sus actos, sus palabras, sus emociones. Y no es justo echarle la culpa al amor porque el amor es una construcción en la que participamos

todos y todas, tanto a nivel individual como colectivo.

Otras formas de quererse son posibles:

Una de las claves más importantes para construir una relación romántica, creo, es conectar con las personas, con los objetos, con la cotidianidad, con

amor. Erich Fromm decía que aunque nos encanta el romanticismo, el amor es un fenómeno poco común en nuestros días, porque a la gente le cuesta relacionarse con ternura y empatía. Todas nuestras relaciones son difíciles

o conflictivas porque nos relacionamos con miedo a la gente diferente, y porque hay mucha agresividad cargada en el ambiente. Vivimos en

sociedades enfermas de xenofobia, homofobia, sexismo, racismo, transfobia, lesbofobia, y misoginia. Nuestras sociedades viven en guerra

permanente contra los vecinos, contra los extranjeros, contra los diferentes.

Solo somos capaces de unirnos si hay un enemigo común, si hay algo que nos da miedo a todos y todas, si encontramos algo que odiar

colectivamente: por eso nos encanta que un equipo de futbol derrote a otro, o que un ejército aniquile a otro, o que un partido político venza a otro.

Vivimos en guerra permanente no sólo contra los demás, sino también contra una misma, por eso nos sentimos gordas, viejas, feas, o incapaces,

y por eso nos sometemos a las torturas para quitarnos los pelos, las arrugas, las imperfecciones, las acumulaciones de grasa, y todo aquello que no encaja con los cánones estéticos de la feminidad actual. Empleamos

mucho tiempo y dinero en esta guerra contra nosotras mismas, y perdemos muchas energías tratando de gestionar los sentimientos.

En las escuelas sólo nos enseñan a reprimir las emociones, no a trabajar con ellas, y los medios de comunicación nos ofrecen unos modelos a seguir

terribles: en las telenovelas latinas, por ejemplo, lo que aprenden las adolescentes es que las mujeres que aman son mujeres que sufren sin

parar. La violencia amorosa de las protagonistas, es desde luego, uno de los peores ejemplos que ofrece nuestra cultura amorosa: su forma de

relacionarse está basada en el desgarro, en el llanto, las lágrimas, las amenazas, los chantajes, los reproches, los gritos, las amenazas, los insultos: son mujeres que no trabajan, y que sólo se preocupan por su

belleza y por la obtención de recursos materiales a través de los hombres.

Por eso mi propuesta es que tenemos que construir otros modelos y otros protagonistas, contarnos otras historias de amor, inventarnos otras tramas, atrevernos a romper con el modelo del romanticismo patriarcal. Tenemos

que aprender a gestionar nuestras emociones y tenemos que construir un código ético amoroso que nos permita querernos bien, querernos más, y

querernos mejor Necesitamos herramientas para trabajar con nuestros miedos, para desmitificar el amor romántico, y para despatriarcalizar nuestras emociones.

Yo estoy convencida de que otros romanticismos son posibles, y que

podemos construir relaciones bonitas y horizontales que nos permitan sufrir menos, y disfrutar más (de la vida, y del amor). Para eso es preciso garantizar las libertades y los derechos de las mujeres, y trabajar por la

igualdad: sólo así podremos construir relaciones igualitarias y libres que no estén basadas en el interés personal o la dependencia mutua.

Para aprender a querernos tal y como somos, necesitamos desmitificar el amor y entenderlo como una construcción colectiva permanente en la que

todos tenemos nuestra parte de responsabilidad. El amor se construye día a día, y creo que es importante que ampliemos nuestro concepto de amor

más allá de la pareja, porque son muchas las personas con las que tenemos relaciones de afecto y de cariño: familia, amigos y amigas, vecinos y vecinas….

Necesitamos herramientas para evitar la resolución de conflictos mediante

la violencia, para desmontar los mitos del romanticismo patriarcal, para acabar con las masculinidades hegemónicas y la división tradicional de

roles, para construir relaciones sin dependencias ni miedos, para diversificar

y multiplicar afectos. Necesitamos amores sin ganadores ni perdedores, sin posesividad, sin dependencias, y para eso es fundamental expandir nuestro

concepto de amor y ensancharlo a la sociedad entera: al barrio, al vecindario, a la oficina, a la fábrica. Tenemos que ser capaces de construir relaciones bonitas de solidaridad y apoyo, acabar con la desigualdad y la

discriminación, aprender a relacionarnos con cariño, inventarnos nuevas formas de ser hombres y mujeres, a diseñar otro tipo de relaciones que nos

hagan sufrir menos, y disfrutar más. Por eso creo que necesitamos menos romanticismo, y más amor. En estos

tiempos de desigualdad y violencia, es urgente que nos queramos más, y mejor.

Coral Herrera Gómez

Octubre 2015