la construcción de una ética médico-deportiva de sujeción: el cuerpo preso de la vida saludable

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  Disponible en: http://www.redalyc.org/ articulo.oa?id=10649110  Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal Sistema de Información Científica Miguel Vicente Pedraz La construcción de una ética médico-deportiva de sujeción: el cuerpo preso de la vida saludable Salud Pública de México, vol. 49, núm. 1, enero-febrero, 2007, pp. 71-78, Instituto Nacional de Salud Pública México  ¿Cómo citar? Fascículo completo Más información del artículo Página de la revista Salud Pública de México, ISSN (Versión impresa): 0036-3634 [email protected] Instituto Nacional de Salud Pública México www.redalyc.org Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

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Relación del concepto de vida saludable con la hegemonía cultural.

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  • Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=10649110

    Red de Revistas Cientficas de Amrica Latina, el Caribe, Espaa y PortugalSistema de Informacin Cientfica

    Miguel Vicente PedrazLa construccin de una tica mdico-deportiva de sujecin: el cuerpo preso de la vida saludable

    Salud Pblica de Mxico, vol. 49, nm. 1, enero-febrero, 2007, pp. 71-78,Instituto Nacional de Salud Pblica

    Mxico

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    www.redalyc.orgProyecto acadmico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

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    La construccin de una tica mdico-deportiva de sujecin ENSAYO

    La construccin de una ticamdico-deportiva de sujecin:

    el cuerpo preso de la vida saludableMiguel Vicente Pedraz, PhSc.(1)

    Vicente Pedraz M.La construccin de una tica mdico-deportivade sujecin: el cuerpo preso de la vida saludable

    Salud Publica Mex 2007;49:71-78.

    ResumenLas definiciones de salud elaboradas desde el espacio desaber-poder de la medicina contempornea reflejan latensin cultural y poltica que distintos grupos socialesmantienen entre s en la pugna por la hegemona social. Ladesigual disponibilidad de recursos simblicos en dicha pugnaofrece como resultado la imposicin de formas de relacincon el cuerpo propias de la clase dominante, las cuales sonlegitimadas y naturalizadas al amparo del discurso tcnico.Como un aliado del estilo de vida que impone, la prcticadeportiva se muestra como un ingrediente de primeramagnitud en la definicin del "orden" poltico y social que,por otra parte, es coincidente con las exigencias capitalistasdel binomio produccin-consumo.

    Palabras clave: salud; poder; cuerpo

    Vicente Pedraz M.The construction of a medical and sport ethicsof subjugation: the body as prisoner of "the healthy" life.Salud Publica Mex 2007;49:71-78.

    AbstractDefinitions of health elaborated from the site of knowl-edge-power of contemporary medicine reflects the socio-political tensions that are generated between the differentsocial groups in the struggle for social hegemony. In thisstruggle, the unequal availability of symbolic resources re-sults in the imposition of forms of relationship with thebody that have been developed by the ruling class, and arelegitimated and naturalized with the support of technicaldiscourse. In this context, sporting and bodily practices be-come allied with a life style imposed by the dominant class,and become a major ingredient in the definition of a "socialand political order" that coincides with capitalist demandslinked to the production/consumption binomial.

    Key words: health; power; body

    (1) Facultad de Ciencias de la Actividad Fsica,Universidad de Len, Espaa.

    Fecha de recibido: 10 de noviembre de 2005 Fecha de aprobado: 10 de agosto de 2006Solicitud de sobretiros: Dr. Miguel Vicente Pedraz. Facultad de Ciencias de la Actividad Fsica,

    Universidad de Len. Campus de Vegazana. s/n. 24071 Len, Espaa.Correo electrnico: [email protected]

    L a relacin entre el ejercicio fsico y la salud apareceen la actualidad como uno de los axiomas msrecurrentes e incontestables de las publicaciones de-portivas, de las pedaggicas e, incluso, de muchas es-pecialidades mdicas; inequvocamente, destaca en lasinvestigaciones relacionadas con la calidad de vida oel bienestar. Los artculos que, al respecto, pueblan las

    pginas de las revistas, ya sean tcnicas o divulgativas,se muestran verdaderamente insistentes aportando, se-gn el caso, pruebas experimentales de observacin uopinin con las que contribuir en la proclama de unaevidencia que ya los antiguos parecan conocer. Espo-leados por el convencimiento pleno de las excelenciasdel resuello diario en el gimnasio o en la pista, el pro-

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    medicina, no cabe duda de que la irrupcin de los sa-beres tcnico-mdicos en la esfera del bienestar, y so-bre todo en su definicin, constituye un poderosodispositivo de configuracin en el seno de dichas lu-chas simblicas y de capitales. Un dispositivo que,en gran medida, y segn se trata de plantear en estaslneas, desempea funciones normalizadoras y decontrol sobre los usos del cuerpo que por ser, de he-cho, un capital cultural de clase, hace que dichas fun-ciones normalizadoras y de control se muestren comoun efectivo pero a menudo perverso juego de coloni-zacin cultural por parte de la clase y del pensamien-to hegemnicos. Tan efectiva como desapercibida pasala dimensin social e histrica de las prcticas corpo-rales y, a la vez, tan perversa como tcnicamente ob-jetiva y asptica se presenta la relacin entre ejerciciofsico y salud.

    La tesis que defendemos es que la relacin incon-testable que se ha establecido entre el ejercicio fsico yla salud constituye uno de los exponentes de la colo-nizacin cultural a la que las sociedades de consumosometen a los individuos a travs de los innmerosaparatos ideolgicos y polticos de control de los queestn dotados. En este caso, la colonizacin normali-zadora biologicista por intermedio de la inculcacinde las formas de socialidad mdicamente controladasy deportivamente orientadas, es decir, la medicaliza-cin y la deportivizacin de las relaciones sociales yde la cultura.

    Para desarrollarla y debatirla partimos del anli-sis foucaultiano a propsito del proceso de construc-cin de los saberes y de los actos mdicos occidentalesy, particularmente, los modernos. Segn MichelFoucault, la medicina sera ms que una ciencia natu-ral, una ciencia poltica en la medida en que a travsde sus prcticas se ha ocupado de resolver tcnica ocientficamente problemas polticos y as establece,entre otras cosas, una presencia generalizada de m-dicos en el espacio social, cuyas miradas cruzadas hanformado una red y ejercen una vigilancia constante,mvil y diferenciada.2 Asimismo, partimos del plan-teamiento, ya bien arraigado de la Teora Crtica,3 se-gn el cual existe una estrecha relacin entre el modode existencia que presentan los individuos y los dis-tintos modelos sociales de actuacin y representacincorporal; a este respecto, entendemos que dichos mo-delos entre los que se incluyen las representaciones yprcticas de salud y la propia definicin de ejercicio f-sico constituyen una expresin de la identidad social amenudo naturalizada. Como plantea Luc Boltanski, lasnormas que determinan las conductas fsicas de los su-jetos sociales y cuyo sistema constituye su culturasomtica son el resultado de las condiciones objeti-vas que esas normas retraducen en el orden cultural;4

    nunciamiento de los nexos entre ambos se ha con-vertido en un argumento principalsimo de congresos,ferias, espacios de televisin y radio, tesis doctorales,masters, leyes educativas, etc.

    Todo ello constituye, nos parece, la cara institucio-nal de un proceso de legitimacin social de los modosde representacin y de actuacin corporal mucho msamplio que, con mayor o menor incidencia en las cos-tumbres, tiene como consecuencia el profundo enraiza-miento en la conciencia colectiva de lo que podramosdenominar la concepcin balsmica del ejercicio fsicoy, en particular, del deporte su moderno y ms co-mercial paradigma.Una concepcin que viene a re-doblar la inveterada representacin filantrpica deldeporte como corrector moral y como uno de los mseficaces remedios contra la diversidad disonante: re-vulsivo para vagos, purga para drogadictos, templan-za para violentos, pedagoga para inadaptados,ilustracin para ignorantes, correctivo para delincuen-tes, esperanza para desahuciados, etc. La herencia, enfin, que el sistema reserva a los desheredados en unasociedad como la nuestra, obsesionada con la conso-nancia aunque, paradjicamente, individualista.

    Entre los factores que parecen determinar este pro-ceso de arraigo y legitimacin de hbitos corporales,los de carcter econmico constituyen una categorafundamental, de modo que se puede hablar, de acuer-do con Pierre Bourdieu,1 incluso de la gnesis de uncampo relativamente autnomo de produccin y cir-culacin de productos: los deportivos; algo que se ob-serva a simple vista, por ejemplo, en la desmesurapublicitaria, no slo de vestuario y complementos parala prctica del deporte y ejercicios cuasideportivos, sinosobre todo en la exhortacin, tambin institucional,hacia ciertos consumos en torno a la imagen del cuerpoentre los que se incluyen los alimenticios, los farma-cuticos o los clnicos y que van involucrando paula-tinamente a mayor nmero de sujetos de clases socialesy fracciones de clase, que hasta hace muy poco consi-deraban dichos hbitos de cuidado corporal como ex-cesos o lujos propios de la burguesa acomodada yociosa. Sin embargo, no podramos reducir el diagns-tico a un puro anlisis economicista y de mercado don-de, sin duda, hay una pluralidad de causas y donde,probablemente, las luchas simblicas, as como las decapital social y cultural, ejercen una influencia deter-minante; a este respecto, el anlisis del proceso de cons-truccin de las hegemonas culturales y, dentro de stas,las que comprenden las representaciones, los usos, lassensibilidades e, incluso, las necesidades corporales,ofrecen elementos esenciales de comprensin que sepueden sumar a los de carcter econmico.

    Como del cuerpo se trata, y los discursos que des-de siempre lo han patrimonializado han sido los de la

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    o, en trminos de Pierre Bourdieu, el cuerpo es la obje-tivacin ms indiscutible del gusto de clase.1

    En este sentido, si se considera que no existe nin-guna prctica independiente de los gustos y de las pro-pias necesidades de clase y, de igual modo, que noexiste ninguna prctica independiente de una ideolo-ga bajo la cual se articulan sus significados, cabe plan-tear que las prcticas corporales y particularmente eldeporte en las que se concreta el denominado estilode vida saludable constituyen, ms all de la relacinentre medios y fines que el discurso tcnico establececomo algo neutral y objetivo, un eventual productohistrico donde la desigual disponibilidad de recur-sos simblicos ha dado lugar a la difusin-imposicinde las formas de relacin con el cuerpo desarrolladossegn los esquemas de verdad y de verdad prcticapropios de la clase dominante.5 Esto nos obliga a cues-tionarnos, al menos tericamente, la naturaleza natu-ral de la vida sana o saludable y nos invita a indagarsobre los elementos de la racionalidad y de la morali-dad que han venido construyendo y en la actualidadconfiguran el marco valorativo de la conducta y de lasmanifestaciones corporales. Ms concretamente, nosexige poner de relieve cmo los principios del discursosomatolgico dominante terminan por definir racio-nalmente los modos legtimos de la economa indivi-dual y colectiva de los cuerpos, de todos los cuerpos.

    La construccin de la salud y del estilode vida saludable

    Como han sealado, entre otros, Julia Varela,6 los sa-beres mdicos, que en la Edad Media formaban partedel acervo discursivo de la teologa, conservan partede los poderes salvficos que en aquella poca perte-necieron a los oficiantes de la cura de almas. As, y apesar del profundo proceso de secularizacin que lamedicina ha experimentado en los ltimos siglos, don-de en otro tiempo la salud era equivalente a santidado virtud y la enfermedad un rasgo homlogo a corrup-cin vergonzante del nimo, en la actualidad sendosconceptos no dejan de remitir, respectivamente, a ejem-plaridad vs. desviacin o relajamiento moral; muy es-pecialmente, aunque no slo, cuando se trata deafecciones de carcter venreo o que afectan a la est-tica, la regularidad y mesura de conducta y, por su-puesto, al desempeo y la eficiencia laboral. Lo quehace que la medicina oficial conserve una de las msimportantes posiciones, si no la ms importante, en lapreservacin del orden productivo y, por aadidura,en la salvaguardia de las costumbres bien ordenadas.

    A este respecto, hemos de coincidir con Bryan Tur-ner7 cuando, parafraseando a Foucault, plantea que el

    poder mdico se ha configurado principalmente comouna mediacin administrativa en el desorden socialen tanto que extensin natural y legtima(da) de sumediacin tcnica en los siempre relativos desequili-brios orgnicos. Una mediacin que se materializamuchas veces en la casi amenazadora proposicin denormas de conducta para casi cualquiera de los m-bitos de la vida pblica y privada.En todo caso, ponede relieve que toda evaluacin mdica, si bien trata deapoyar sus juicios en fundamentos racionales y susintervenciones en criterios de eficacia tcnica, en lti-ma instancia se constituye sobre algn tipo de evalua-cin (cultural) que va ms all de la mera descripcindel estado de un organismo concreto y de la neutraactuacin sobre l;*,8 no cabe duda de que, a menudo,parece incapaz de sustraerse a los estereotipos de apre-ciacin y clasificacin sociales del cuerpo: estereotiposfisiognmicos, somatotipos o, simplemente, sympto-mas que trascienden lo orgnico para indicar catego-ras morales tales como las que suelen establecerse, deuna parte, entre la enfermedad y la desidia ante la die-ta, la higiene o el hbito deportivo; y, de otra, entre lasalud y la perseverancia, la regularidad abnegada oel voluntarismo superador, etc., lugares comunesenormemente dependientes de patrones culturales quehistricamente se han mostrado slo relativamente es-tables y que hacen que tanto la salud como la enferme-dad no puedan ser consideradas como condicionesmoralmente neutras.7 Lo cual ha hecho, justamente, quela imagen corporal se haya constituido siempre comoun operador escenogrfico de las diferencias culturalesy, tambin, por qu no decirlo, que la talla, el volumeny armona de la musculatura, el rgimen postural y, engeneral, todos los rasgos de la apariencia fsica seanun verdadero indicador de las desigualdades sociales.

    Desde esta perspectiva, cabe entender que la re-lacin entre el ejercicio fsico (y deporte) y la salud,

    * La identidad de cada uno de dichos estados y, asimismo, el estable-cimiento de los lmites ms o menos difusos entre ambos, descan-san necesariamente sobre un criterio de estado ideal imaginario, obien, sobre un criterio de frecuencia estadstica que discrimina en-tre lo normal y lo no normal en el funcionamiento corporal (pin-sese, por ejemplo, en los constructos normalidad-anormalidad, enlas nociones de peso ideal o de postura viciosa, entre muchos otrosideales y contra-ideales naturalizados por ms cotidianos). En cual-quiera de los dos casos estamos ante algo ms que una simple des-cripcin tcnica: en un caso, porque la representacin del estadoideal puede recibir y, de hecho recibe, muy distintas interpretacio-nes segn el contexto cultural; y, en el otro, porque la colocacin delas fronteras de la normalidad responde a criterios que tienen quever con un paradigma cientfico y la siempre arbitraria estrechez oamplitud con que son interpretadas desde l los comportamientosy las funciones corporales incluidas las biolgicas.

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    Vicente-Pedraz M

    elaborada como un conjunto de formulaciones mdi-cas meramente instrumentales sobre supuestos natu-rales y neutrales (la realidad humana, el cuerpo, lahigiene, el bienestar, la realizacin personal, etc.) per-peta una adhesin incondicional a ciertas dimensio-nes del poder: las que determinan y proponen-imponenel denominado estilo de vida saludable caractersti-co y definitorio de las clases medias urbanas y acomo-dadas a las que, por otra parte, pertenecen los cuadrosmdicos y dentro de cuyos esquemas de pensamientose configura la racionalidad cientfica que les da for-ma. En la medida en que tales formulaciones instru-mentales se naturalizan, sustrayendo el anlisis polticode lo que en la prctica es una produccin histrica, selegitiman los esquemas representativos y prcticossobre los que dichas clases edifican el imaginario de lasalud consistente, sobre todo en cierto orden regular yprevisible del comer, de la fiesta, del trabajo, del des-canso, de la higiene, del mantenimiento fsico, de lasexualidad, de los aderezos corporales y, en general,del actuar con el cuerpo y sobre el cuerpo, los cuales,tradicionalmente, han sido exhibidos y utilizados comoelementos identitarios de dicha clase. Se establece asun imaginario de la salud y, por lo tanto, un estilo devida que, cada vez ms, se construye sobre un sistemade gestos y de gustos coincidentes con las exigenciasde universalizacin que la sociedad de consumo plan-tea como condicin de eficacia (re)productiva pero que,no obstante, mantiene intactos algunos de sus ms es-purios resortes dinamizadores: la fragmentacin de lasociedad, la distincin.

    Se puede decir entonces, de acuerdo con Luc Bol-tanski9 o Pierre Bourdieu1 pero tambin con GeorgesVigarello,10 Norbert Elias11 y Eric Dunning,12 entreotros, que la institucionalizacin del ejercicio fsico y laconstruccin del estilo de vida deportivo o cuasidepor-tivo, como paradigma del estilo de vida saludable,tiene mucho que ver con el proceso de legitimacin-naturalizacin del estilo de vida propio y por lo tantodiferenciador de las clases acomodadas o de ciertafraccin de ellas: la burguesa urbana. Un proceso porel que los individuos que integran dicha fraccin y, asi-mismo, quienes aspiran a integrarse en ella, tiendena desarrollar sus vidas a travs de actividades y acti-tudes corporales bien adaptadas al imaginario prcti-co de la tica deportiva de sujecin y a los principiosmeritocrticos del logro individual, los cuales, por aa-didura, son coincidentes con la perspectiva econom-trica de salud pblica, propia de los estados liberales,en trminos de productividad y consumo.Tanto es asque la permanente y a veces obsesiva tarea de alcan-zar el cuerpo sano se est convirtiendo para muchosen una verdadera opcin vital que acaba otorgando le-

    gitimidad social y carcter propositivo a lo que en laprctica resulta ser una imposicin de clase: mecanis-mos coercitivos y arbitrarios para la articulacin pol-tica de los cuerpos que, por aadidura, se conviertenen dispositivos de distincin social puesto que, comotoda norma de clase, adems de establecer cules sonlas pautas del buen comportamiento en este caso, delcomportamiento saludable establecen la frontera, casisiempre infranqueable, entre cumplidores y no cum-plidores, entre sanos e insanos. Nos referimos, en estecaso, al carcter distintivo que presenta la enfermedaden la sociedad no slo en el sentido, ciertamente ob-jetivo, de la desigual distribucin de la misma entrelas distintas capas sociales, sino, sobre todo, en el sen-tido de la diferente valoracin que recibe toda mani-festacin corporal en tanto que sea ms rara o msfrecuente entre los miembros de la clase dominante.8

    No cabe duda de que el estilo de vida saludablemdicamente definido se construye empleando el an-lisis foucaultiano13 a partir de sutiles pero permanen-tes tcnicas de acondicionamiento (social) que penetranel cuerpo y crean una retcula de lazos (emocionales,ideolgicos, prcticos) a travs de los que discurre elpoder no como algo que se ejerce sino como algo quecircula estableciendo una relacin de sujecin infini-tesimal, microfsica, no intencionada, pero en todo casoindeleble entre el sujeto y su cuerpo. Pero, desde lue-go, no es se el nico mecanismo; la relacin de cuida-do que mantenemos con nuestro cuerpo los hombresy las mujeres del mundo desarrollado sobre todo enlas clases urbanas acomodadas obedece tambin a loque podramos considerar una gruesa, y muchas ve-ces calculada, mediacin mdico-poltica de ordena-cin de la vida cotidiana.A travs de ambos procesosaprendemos a pensar el cuerpo desde la ptica anat-mofisiolgica y patolgica; aprendemos a interpretar-lo en trminos de rganos, sustancias y estados(mrbidos) a la vez que naturalizamos la omnipresen-te intervencin mdica como prctica del bienestar.Justamente, la que nos lleva a entender en nuestrasrelaciones cotidianas lo que pasa y lo que nos pasa,bajo la abrupta terminologa que impone el saber de lamedicina: ya no estamos tristes sino que padecemosdepresin, no sentimos ira o temor sino que libera-mos adrenalina, no nos abrumamos sino que nos es-tresamos, pronto dejaremos de tener hambre porquelo que, en realidad, nos suceda ser un leve episodiohipoglucmico, o como quiera que mdicamente sedeba decir.

    Pero esta clase de irrupcin, lejos de determinarslo un lenguaje y una cierta relacin simblica de cla-se con el cuerpo, ha derivado, a veces, en una moralpersecutoria en el sentido de que llega a traspasar el

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    La construccin de una tica mdico-deportiva de sujecin ENSAYO

    umbral de lo que parecen los lmites razonables de sucompetencia (de la patologa al sufrimiento, de la ca-rencia al deseo, de la restauracin del rgano afectadoa la restauracin del narcisismo contrariado, etc.) gene-rando una definicin arbitraria de hombre sano y,por extensin, de hombre virtuoso y feliz; una defi-nicin que se superpone a todos los mbitos de laexistencia y nos inhabilita para hablar de nuestra ex-periencia corporal, de la tica de nuestros actos y has-ta de la apreciacin esttica de la apariencia si no esbajo la ptica del estrecho canon que inculca el discur-so mdico. A este respecto, es preciso poner de relievecmo las propuestas de salud, institucionales o no, em-piezan a hacer del cuerpo, de todo cuerpo, por el he-cho de serlo, un organismo enfermo; tanto ms cuantomenos se acerca a la improbable normalidad: dema-siado gordos, demasiado flacos, demasiado bajos, de-masiado altos, demasiado activos, demasiado pasivos,demasiado tmidos, demasiado irascibles, demasia-do Nocivos conspiradores del rgimen a los quees preciso rehabilitar, reintegrar, desintoxicar; deser-tores de la regularidad sobre los que es necesario in-tervenir para restablecer el orden sanitario y moral aexpensas, muchas veces, del propio sujeto, cada vezms convertido en un objeto orgnico y, por eso, cadavez ms descorporalizado.

    El rgimen de la salud y el rgimendeportivo: el ejercicio fsico o el buenencauzamiento

    Tengamos en cuenta el carcter histrico del conceptode salud, la contingencia sociocultural del estilo de vidasaludable y el sentido poltico de las prcticas corpo-rales que lo configuran. Se trata de proseguir y mati-zar nuestra argumentacin para ver cmo la medicina,que parece haber heredado el cometido de controladormoral de los individuos a travs del predicamento dela vida saludable, difunde la prctica y, con ella, losvalores y la ideologa deportivas hacindose solidariadel orden corporal hegemnico.

    Para ello sirve abordar la ambigua y siempre pol-mica relacin entre naturaleza y cultura. Sin pretenderentrar, ni mucho menos, en el juicio de las solucio-nes que la filosofa ha adoptado al respecto en los lti-mos siglos, el razonamiento ms generalizado desdeHobbes a Freud pasando por Rousseau, Weber o Dur-kheim ha tendido a establecer entre ambos trminosun continuum en el que las posiciones extremas re-querimientos instintivos y requerimientos de la civili-zacin se enfrentaban a una difcil compatibilidad quetodo proyecto de orden social deba encarar. Segnesta premisa, y para la mayora de las posiciones, enlas sociedades primitivas habra sido la religin la que

    inicialmente desempeara el cometido de controladorracional y sagrado de los impulsos sobre todo lossexuales imponiendo ciertas obligaciones, ciertas pro-hibiciones y, con ello, cierta normalizacin de las cos-tumbres que, en general, tendieron a fomentar laoposicin al mundo sensible y especialmente a los pla-ceres; una oposicin bien representada, en sus diver-sas formas, por el ascetismo en tanto que mecanismoaprendido de disciplinamiento y autocontrol ante losimpulsos o tentaciones de satisfaccin inmediatade los deseos. As, por ejemplo, Max Weber sugera quela racionalizacin capitalista en la que, adems de pro-ducirse la separacin de los medios de produccin, seinculca la doctrina del trabajo como vocacin encuen-tra su fundamento en una de estas formas del ascetis-mo, ciertamente evolucionada y secularizada: aquellaen la que la presin sobre los instintos se subordina noa una bsqueda espiritual derivada de imgenes reli-giosas sino a la bsqueda profana de un excedente eco-nmico que sobrepasa las necesidades presentes ytambin las previsibles.

    Pues bien, lo que se plantea es que dicha subordi-nacin asctica insistimos, evolucionada y seculari-zada, slo puede tener lugar mediante la confluenciade diversos aparatos ideolgicos, sustitutivos de lasimgenes religiosas, entre los que se encuentra la ticadel trabajo, la tica pedaggica del xito, la tica pa-tritica, y, en un lugar preeminente, la tica mdica ysu materializacin en las eventuales definiciones devida saludable. Pero dicha sustitucin, lejos de rom-per el paralelismo entre las formas de subordinacinreligiosa y las formas seculares del control entre lasque se encuentran las polticas de salud lo reafirmay lo legitima. Aunque, como hemos sealado, las re-laciones entre poder y cuerpo sufren una inflexincualitativa con el proceso de secularizacin y raciona-lizacin de las relaciones humanas, en torno a la Ilus-tracin y sus presupuestos filosficos, la concordanciaentre los definidores de la asctica cristiana y la ideade rgimen de la salud parecen mantenerse firmes,sobre todo, en virtud de que en ambos casos el objeti-vo implcito es, y con planteamientos no muy distin-tos, el buen gobierno del cuerpo, el encauzamientode esa fuente de irracionalidad e instintos que siem-pre ha querido verse en el cuerpo. Un buen gobiernoque se suma como, por otra parte, histricamentesiempre ha sucedido a los elementos de distincin declase, diseando, en este caso, el estatuto de la bur-guesa culta y saludable.

    A este respecto, las publicaciones mdicas que, so-bre todo durante el siglo XVIII, en plena efervescenciadel proceso de secularizacin de las artes curativas, seconsagraron a anunciar un ascetismo moderado paraalcanzar la estabilidad mental y el bienestar fsico, con-

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    Vicente-Pedraz M

    tribuyeron, a pesar de la siempre difcil relacin entrecristianismo y medicina secular, a la implantacin delas normas de uso de las nuevas sociedades metodis-tas. Estas, incardinadas en un ascetismo no tan mode-rado, haran del gobierno del cuerpo representado porla frugalidad, la sobriedad, la moderacin y la auto-contencin un signo de posicin social a la vez queun indicador externo de la virtud espiritual.7 No cabeduda de que la expansin econmica en la Europa delos siglos XVIII y XIX, que como contrapartida produ-cira el hacinamiento urbano, fue haciendo de la apli-cacin y uso de las reglas ascticas reconvertidas ennormas higinicas y de salud el emblema de la distan-cia entre la burguesa educada y sana y la desastra-da clase obrera para la que, no obstante, se reclamabael refrenamiento corporal y de las pasiones como va-lor de una higiene fsica concurrente con las condicio-nes de produccin capitalista. La confluencia de latradicin asctica y los programas de vida saludableiran dando forma, en ese contexto, a un cdigo moralcompatible con la necesidad de poseer una fuerza detrabajo disciplinada: el inters siempre poltico porla salud se cifraba antes que en la preocupacin porprevenir y curar las enfermedades que pudieran aque-jar a los trabajadores, en la previsin de los efectos de-sastrosos que para la economa y el orden social podaacarrear el empobrecimiento fsico del proletariado. Laenfermedad, que, como han sealado Heller y Feher14

    entre otros, siempre ha servido como metfora polti-ca, vera reforzado el carcter de indicador subversivoo, cuando menos, el significado de dispersin moralque desde tiempo atrs haba exhibido: el llamamien-to al deber de mantenerse sano, que antiguamente ape-laba a la rectitud moral en nombre de la espiritualidad,apelaba ahora a la higiene fsica en nombre del ordensocial y del progreso econmico.

    Ahora bien, cuando las referencias a la salud de-jaron de establecerse en un marco religioso que rela-cionaba directamente la enfermedad con el pecado, elpoder ya no precis del ascetismo religioso propiamen-te dicho para mantener los cuerpos y sus expresionesen los lmites del buen encauzamiento. El control so-bre las condiciones y manifestaciones del cuerpo empe-z a trazarse, entonces, mediante vnculos emocionalesy de fascinacin que los distintos poderes de la socie-dad moderna an se encargan de tejer entre el sujeto ysu cuerpo; unos vnculos establecidos segn una pers-pectiva individualista y meritocrtica que, como hemossealado, deriva a menudo en una extrema concienciade sujecin mdicamente amparada: desde la com-pulsin por el ejercicio fsico hasta la privacin ali-menticia, ms o menos extrema, de los programas deadelgazamiento. A este respecto, si la tendencia obse-

    siva hacia el ejercicio ofrece una imagen paradigm-tica de lo que el sufrimiento representaba en la ticacristiana, la dieta moderna se constituye como una me-tfora de la oposicin a la orga que en dicha tica cris-tiana representaba el ayuno.

    Entre los vnculos que forman esta indisoluble re-lacin, ocupan un lugar preeminente aquellos que lasanidad burocrtica de las sociedades tecnolgicasavanzadas desarrollan y difunden con el sello de latica de la vida saludable, y que ha tendido a respon-sabilizar directamente al individuo y a las eleccionespersonales del propio estado corporal y, subsidiaria-mente, del progreso y estabilidad social ignorando, noya el carcter no electivo de los usos y modelos de prc-tica corporal, sino, sobre todo, la condicin socialmenteadquirida de la enfermedad y su desigual distribucinentre las distintas capas sociales. De donde el carcteradmonitorio que an conserva el enfermo, no tantodesde el punto de vista espiritual como civil, no pue-de ser considerado ideolgicamente inocuo. Si la co-rrupcin somtica era antes la expresin exteriorizadadel vicio, la patologa aparece ahora, a menudo, comoel testimonio de una condicin y carcter individualesindisciplinados en el que puede verse reflejado el apa-rato doctrinal del ascetismo cristiano materializado enlas diversas formas que la propaganda institucionalacomete: en su vertiente prohibitiva, en las insistentescampaas antiobesidad, antitabaco, antialcohol o an-tisida pergeadas, sobre todo, como campaasantiobesos, antifumadores, antialcohlicos, antidroga-dictos y antipromiscuos;* y, en su vertiente exhortato-

    * Resulta cuando menos paradjico el modo en que desde el poderse difunden los enunciados sobre el montante econmico que cues-ta anualmente atender a los enfermos por el consumo de tabaco -a los que al menos todava, en Espaa, no se les niega la atencinhospitalaria, como solicitan algunas voces y como parece habersepuesto en prctica en algunos pases desarrollados. No son raras,en este sentido, aseveraciones como sta difundida el pasado mesde abril por algn medio de comunicacin: son tantos cientos demillones lo que nos cuesta a los no fumadores la atencin mdicaque precisan los fumadores y que tenemos que pagar con nues-tros impuestos; a las que la mayor objecin que se puede hacerno es la de la insolidaridad de los sanos para con los enfer-mos sino, sobre todo, la imagen que presenta respecto de quie-nes precisan de atencin mdica: la imagen de parsitos socialescon la que se distorsiona la realidad, incluso, en el sentido de queson presentados como si los fumadores no contribuyeran con susimpuestos a la financiacin sanitaria y del estado en general. Unaimagen que no parece que est, al fin, tan lejos de las posicionesen contra de dispensar atencin mdica a los fumadores y que,quizs, dentro de poco dirijan sus enconadas miradas a los obe-sos, los hipertensos, los sedentarios, etc., como ya en muchos ca-sos se les niega a los drogadictos, a los afectados por el sida yotros grupos marginados de los recursos sanitarios.

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    La construccin de una tica mdico-deportiva de sujecin ENSAYO

    ria, especialmente en las campaas de la forma fsico-deportiva. Unas y otras, desarrolladas a veces con pa-sin redentora, toman como referencia de la salud, ypor extensin de la virtud, los atributos deportivosy su necesario calvario: la dieta, la privacin libidinaly el ejercicio fsico, los cuales, muy lejos de lo que laretrica ms romntica y conservadora trata de difun-dir, se configuran a menudo como la expresin de lasiempre amenazante tica del autodominio aplicada altrabajo minucioso y cotidiano sobre el cuerpo: la ticade la autodisciplina neurtica en nombre de la propor-cionalidad muscular, el peso ideal y las pulsaciones-pasiones; la tica de la competencia en nombre de lapretendida excelencia fsica; la tica de la perseveran-cia en nombre de la autorrealizacin, la tica del indi-vidualismo en nombre de la libertad, etc., que, noobstante, subordina a los sujetos y sus cuerpos a losfines de una aviesa salud orgnica que aparece cadavez ms sometida a los dictados de la cinta mtrica: lasalud de la apariencia juvenil, urbana, burguesa que rin-de culto, como el propio deporte en el que se articula, alcitius, altius, fortius, y su efecto discriminatorio sobretodos los no aptos por complexin o habilidad y sobrelos no inclinados por gusto o por sensibilidad (o porclase) hacia la competencia y la prctica deportiva. Unatica, en fin, que con mayor o menor vehemencia, acabahaciendo de la esbeltez deportiva la antonomasia de laforma fsica y, paralelamente, de la gordura, la falta deforma obsrvese la paradoja y el signo exterioriza-do de un escapismo productivo del que son presa losviejos y no tan viejos, la mayora de las mujeres,* losnacidos en espacios sociales marginados, los torpes,los gordos, los faltos de agresividad, todos ellos con-vertidos, segn la acepcin de Julia Varela, en sujetosfrgiles.6

    No es extrao, en este contexto, que las escasas cr-ticas que ponen en tela de juicio la relacin entre el ejer-cicio fsico y deporte y la salud lo hagan en funcindel nada despreciable cmulo de casos en los que aqu-llos aparecen como los causantes directos de traumatis-mos, dolencias, disfunciones sobrevenidas, afeccionescrnicas fsicas y psicolgicas, de las que destacan, muyespecialmente, los denominados desrdenes alimen-

    tarios tales como la anorexia o la bulimia u otroscomo la vigorexia tan correlacionados con tendenciassubyugantes hacia la actividad fsica sobre un fondoobsesivo en torno a la mala imagen corporal y de losque a menudo tambin se responsabiliza o culpabili-za al sujeto que la padece, desprecindose la impor-tancia de los imaginarios culturales, as como lascondiciones sociales, que las determinan. En todo caso,tales crticas suelen constituirse en el interior de undebate meramente tcnico acomodaticio segn el cualno se cuestiona tanto qu salud como, engaosamente,qu deporte; una cuestin que salvaguarda la preten-dida neutralidad poltica de la salud y, por aadidura,la neutralidad poltica del propio ejercicio fsico de-portivo. Respecto de ste se construye y legitima unaimagen ambigua pero intencionadamente polimorfasegn la cual, habiendo muchas formas de practicar elejercicio fsico deportivo, lo ms relevante de la dife-rencia entre todas ellas no sera tanto la adscripcincultural, el sentido poltico o el contenido ideolgicode cada modalidad, como el grado de adecuacin a losparmetros de vida saludable establecidos por la au-toridad pericial; una autoridad que, amparada en lasupuesta neutralidad de la razn instrumental, se en-carga de determinar las formas aceptables y las for-mas espurias del ejercicio fsico: la buena prctica y lamala prctica. En el primer caso, el ejercicio fsico pon-derado, regular, vigilado por un experto y, en definiti-va, sometido a los cnones de la produccin corporalde clase; en el segundo caso, ciertas especialidadesdeportivas marginales y hasta censuradas, la prcticaintensiva, la prctica sin control profesional y, en defi-nitiva, al margen de las expectativas, los gustos y lasrepresentaciones de la clase dominante.

    En este sentido, lo mismo que el conjunto de prc-ticas que socialmente definen la salud obedece a crite-rios de clase y en funcin de tales criterios dichasprcticas se distribuyen de manera heterognea atravs de las distintas capas sociales, tambin la cali-ficacin de las prcticas corporales deportivas y cua-sideportivas responden a procesos sociales deconformacin; unos procesos cuya improbable neutra-lidad ideolgica puede explicar ms de la anttesisbuena y mala prctica que la mera y aparentementeneutra calificacin de los expertos. Efectivamente, enla medida en que todos los elementos de clase tiendena actuar de manera solidaria en la construccin del uni-verso simblico de la distincin, se establece una con-cordancia casi lineal entre el discurso de la salud y eldiscurso de la prctica fsica deportiva; ambos, engra-nados por la maquinaria argumental del discurso tc-nico, hacen que las prcticas corporales tpicas de lasclases acomodadas moderadas en el tipo de esfuerzo,

    * Pese a que cada vez es ms habitual la prctica deportiva entrelas mujeres y no est tan mal vista como hace tan solo un par dedcadas, los valores del deporte siguen siendo los valores virilesy su prctica masculina o femenina aparece inevitablementesalvo casos excepcionales de especialidades inventadas ex pro-feso para mujeres ligada a ellos en un entorno cultural que, noobstante, ha acabado por asumir cierta masculinizacin o andro-genizacin de la mujer.

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    Vicente-Pedraz M

    atendidas por un tcnico, con contenido simblico, etc.aparezcan como prcticas saludables y, al contrario, quelas prcticas de las clases bajas prcticas generalmen-te ms compulsivas o la ausencia de prctica comoprcticas no saludables. Si, como parece claro, existeuna bastante estrecha relacin entre las condiciones delas prcticas fsicas con las que tienden a identificarselas clases acomodadas y lo que tcnicamente planteanlos expertos que suelen pertenecer a dichas clasescomo prcticas saludables y, asimismo, entre las con-diciones de las prcticas fsicas (o ausencia de prcti-cas) con las que tienden a identificarse las clases bajasy lo que tcnicamente plantean los expertos como prc-ticas no saludables, entonces el imaginario de la saludaplicado al ejercicio fsico y a las prcticas deportivasrevela, antes que nada, la arbitraria imposicin de losesquemas representativos y de sensibilidad corporalde una clase o grupo social, sobre todo, en la medidaen que se puede observar una tendencia centrpetahacia los valores y los usos de la clase o fraccin domi-nante de clase. Una tendencia en la que, como apunt-bamos al principio, el condicionante econmico, elcoste de la prctica, sin ser despreciable, no es ni elnico ni, a menudo, el ms importante de cuantos fac-tores determinantes intervienen.

    Siendo que los valores y los significados culturalesotorgados a cada prctica actan como filtros ideol-gicos de diferenciacin social, la heterognea distribu-cin social de las prcticas fsicas saludables dotadasdel valor y el significado cultural de lo saludable,pone de relieve, a la vez que un desigual reparto derecursos materiales, un desigual reparto de recursossimblicos por lo que, a la postre, las diferencias en losusos corporales ahondan las fracturas sociales; en todocaso, mantienen las condiciones de desigualdad porencima de la deseable diversidad cultural en una so-ciedad en la que el proceso de nivelacin se muestrasiempre problemtico y el efecto discriminatorio per-manentemente reactualizado por mucho que la ho-mogeneizacin cultural aproxime los gustos y lassensibilidades. Y es que las diferencias de los esque-mas de percepcin corporal histricamente estructu-

    rados imprimen un ritmo de cambio esencialmentedistinto segn el espacio social de referencia (domi-nante/no dominante) de tal forma que, cuando losvalores y prcticas son asumidos nunca del todo porlas clases no dominantes, las clases dominantes ya hantransformado sus valores y sus prcticas lo suficientecomo para mantener e, incluso, aumentar la distanciasocial relativa. Bajo la marca del desarrollo culturalo de la nueva sensibilidad preservan su posicin dis-tinguida; en este caso, una posicin de prctica y emo-tividad corporal a las que los miembros de las clasesbajas siempre parecen llegar demasiado tarde.

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