la ciencia, el lenguaje y el mundo, según wittgenstein
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8/17/2019 La Ciencia, El Lenguaje y El Mundo, Según Wittgenstein
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University of the Basque Country UPV/EHU)
La ciencia, el lenguaje y el mundo, según WittgensteinAuthor(s): MIGUEL SÁNCHEZ-MAZASSource: Theoria: An International Journal for Theory, History and Foundations of Science , Vol. 2, No. 7/8 (JULIO 1954), pp. 127-130
Published by: University of the Basque Country (UPV/EHU)Stable URL: http://www.jstor.org/stable/23912806Accessed: 18-04-2016 15:20 UTC
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La ciencia, el lenguaje y el mundo,
según Wittgenstein n
Por MIGUEL SÁNCHEZ-MAZAS
Podríamos definir el pensamiento de Wittgenstein
—de un modo paradójico, pero exacto— diciendo que
es un pensamiento profundamente irónico, a fuerza
de ser lógico; evasivo y escéptico, a fuerza de ser
desesperadamente consecuente; y que acaba en una
filosofía de la soledad, precisamente por haber que
rido estar demasiado apegado a los objetos, a los
hechos observables, a los puros datos de la expe
riencia.
Su propósito fundamental fué, al parecer, deste
rrar de la ciencia todo rastro de apriorismo y de me
tafísica; sin embargo, sus discípulos, los seguidores
del sistema wittgensteiniano, encontraron en la obra
del maestro precisamente demasiada metafísica y
demasiado apriorismo, y por esta razón terminaron
separándose. ¿Cuál es —se preguntará— el último
sentido de la filosofía de Wittgenstein? ¿Cuál es,
en definitiva, su mensaje? Negar todo sentido y va
lor científico a la filosofía misma, responderemos.
Hacer imposible, incluso, toda ciencia con valor in
terpersonal, toda ciencia que no sea la que puede
hacer una mismo, aislado, sin comunicación con los
demás. El saber filosófico es inexpresable. De lo que
no se puede hablar es preciso guardar silencio. Esta
viene a ser la conclusión, la última sabiduría de la
obra, y, a veces, no nos explicamos bien si estamos
ante un lógico y matemático occidental —ante un ri
guroso positivista europeo maestro de tantos positi
vistas— o ante un enigmático sacerdote de una de
las religiones del Oriente.
A pesar de ello, el filósofo de Viena ha influido
decisivamente, con sus precisos y sutiles análisis
del lenguaje científico, toda la moderna concepción
antimetafísica de la ciencia. Es difícil decir cuánto
le deben, por un lado, Bertrand Russell, que fué, en
un principio, su maestro, para acabar siendo, en cier
to modo, su discípulo, y, por otro, los neopositivis
tas, desde Carnap a Neurath, y, en determinados
puntos esenciales de lógica, hasta algunos de los
principales representantes de la fenomenología, como
Oscar Becker e incluso Edmundo Husserl.
Muy pocos han leído, desde luego, el Tractatus Lo
gico-Philosophicus a partir del año 1922, en que
apareció en Londres. Bastantes lustros más tarde,
Russell decía aún, con su característico humor, que
creía ser una de las dos únicas personas que habían
estudiado a fondo la obra wittgensteiniana: la otra
era, como en seguida se comprenderá, Wittgenstein
mismo.
Nacido en Viena en 1889, y muerto hace apenas
tres años, el fundador del positivismo lógico, miem
bro de una de las más aristocráticas familias de
Austria, trabajó mucho en Cambridge con su amigo,
el lord filósofo, a quien comunicó geniales observa
ciones sobre las proposiciones analíticas y los fun
damentos de la matemática y de la lógica.
Un buen día, cuando estaba en lo mejor de tales
estudios, a punto de definir formalmente la tautolo
gía, es decir, aquella proposición que es verdadera
en virtud de su sola forma, Bertrand Russell le per
dió de vista. Al final de su conocida Introducción a
la filosofía matemática, publicada en 1919, dedica
al colaborador ausente esta breve nota: La impor
tancia de la tautología para una definición de la ló
gica y de la matemática me fué señalada por mi pri
mer discípulo, Ludwig Wittgenstein, que trabajaba
en torno a este problema. No sé si lo habrá resuelto,
y ni siquiera si está vivo o muerto. Tres años des
pués obtenía el filósofo cumplida respuesta a estas
dos cuestiones, pues apareció el Tractatus Logico
Philosophicus, sembrando profundo desconcierto en
el mundo de la ciencia: y traía la señal evidente de
que Wittgenstein seguía vivo y había resuelto, ade
más, el problema.
En Russell influyó tanto su solución, que dió un
brusco golpe de timón a su concepción filosófica,
como puede comprobarse examinando las profundas
rectificaciones que muestra la segunda edición de su
libro monumental Principia Mathematica —escrito
en colaboración con Whitehead— respecto de la pri
mera edición. Esta es del año 1910 y aquélla del
1925. Entre ambas —1922— vió la luz el Tractatus.
Hasta Wittgenstein, en rigor, según señala Wein
berg en su famosa Introducción al positivismo lógi
co, no se alcanzó un esclarecimiento completo de la
naturaleza de las proposiciones analíticas, cuestión
situada en el primer plano de la atención filosófica
desde Leibniz. En las últimas páginas de la obra
de Husserl Fórmale und traszendentale Logik, una
nota de Oscar Becker recoge la concepción wittgens
teiniana de la tautología y de la contradicción, po
niendo de relieve sus conexiones con la filosofía del
mismo Husserl y su excepcional singularidad dentro
de la lógica. Una proposición tautológica es a limine,
verdad, como una contradictoria es a limine, false
dad, dice Husserl. Pero sólo a través del estudio de
(*) Nos referimos aquí exclusivamente al pensamiento
expuesto por el filósofo en su obra fundamental Tractatus
Logico-Philosophicus , prescindiendo de obras posteriores.
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las funciones de verdad, realizado por la lógica ma
temática, pudo darse una explicación satisfactoria de
qué sentido tenía esto.
En España puede decirse que, salvo raras excep
ciones, no se conoce apenas a Wittgenstein, ni en los
medios matemáticos ni en los filosóficos. Por lo me
nos nadie le ha dedicado aquí, que yo sepa, no digo
un estudio serio, sino ni siquiera una página expo
sitiva (*), si exceptuamos dos artículos aparecidos
en el año 1952. Uno, vivo y periodístico, de Eugenio
d'Ors, en un diario de Madrid, y otro, más extenso
y detallado, de Raimundo Drudis, enviado desde Aus
tria y aparecido en el número 2 de Theoria. En el
índice de la Revista de Occidente, que estaba tan en
contacto, según se dice, con todas las corrientes filo
sóficas europeas, particularmente germanas, por los
años en que se publicó el Tractatus Logico-Philoso
phicus, no aparece tampoco el nombre de Wittgens
tein, ni se reseñó jamás su célebre libro, una de las
más importantes contribuciones de este siglo al pen
samiento lógico.
Bien es verdad que no es fácil entender ia concep
ción de la ciencia, del lenguaje y del mundo del fun
dador del positivismo lógico. ¿Por qué razón? Su
aparato deductivo, tan estricto que no deja hueco,
su densa malla formal de raciocinios, no es, en rea
lidad, lo más difícil. Pero hay un transmundo detrás
de la tela superficial de proposiciones encadenadas;
hay toda una visión metafísica, o acaso mística, en
el fondo de su sistema, oculta bajo los problemas
formales. Wittgenstein no es, en modo alguno, un
formalista, como los restantes científicos del grupo
vienés, como los actuales neopositivistas, por ejem
plo, Carnap. La lógica se basa en él en una metafísi
ca anterior a ella, explícita o no, al igual que ocurría
en Leibniz. El análisis lógico pretende adoptar una
forma autónoma, pero está secretamente guiado
—no obstante— por un sentir del mundo, previo,
y acaso subconsciente. ¿Cuál es en este caso ese sen
tir del mundo? No es sencillo explicarlo. Tal vez
sea que el ser del universo es un radical misterio,
tanto para la ciencia como para la filosofía; que, en
realidad, no se capta, por medio del conocimiento,
unidad alguna; a través de la experiencia llegan al
hombre hechos atómicos, independientes, y el hom
bre les da una estructura por medio del lenguaje;
el orden universal es una apariencia cuyo fundamen
tar es, en el fondo, sintáctico, lingüístico; y no tiene
sentido un estudio que pretenda rebasar la esfera
de la experiencia desnuda y la barrera del lenguaje
en busca de una realidad situada más allá. Toda
proposición que no tenga la forma de referirse a los
hechos de experiencia carece de sentido, así como
todo estudio que pretenda desembarazarse de la ti
ranía del lenguaje analizándolo e interpretándolo.
No hay más que un lenguaje, y no puede referirse
a sí mismo, volverse sobre sí mismo, tomarse como
objeto. Esto no tendría sentido. No cabe, científica
mente, más que dirigirse a los hechos; cualquier ac
titud reflexiva, de segundo grado, cualquier investi
gación acerca de la ciencia en su relación con la
realidad —así son todas las investigaciones filoso
ficas—, es anticientífica. La misma, relación entre
ciencia y hechos es inexplicable. Se da, pero no se
explica. Finalmente, incluso el estudio realizado por
Wittgenstein en su Tractatus, no tiene, a su juicio,
sentido propiamente científico. Es un intento de es
clarecimiento, pero no debe tomarse como se toma
ría un sistema de proposiciones científicas; de he
cho, no se puede hablar acerca de lo que estamos
hablando —dice— con pretensión de fundar una
ciencia acerca de la ciencia; en el fondo, mi obra no
tiene sentido alguno, es un sin-sentido, concluye, iró
nicamente, el autor.
El rigor científico lleva, pues a Wittgenstein al
escepticismo, la lógica estricta a la ironía que des
ata suavemente los nudos que pretendió atar el pen
samiento deductivo, en su intento de apresar la rea
lidad. La ciencia positivista, deseando fundamentar
se sólidamente a sí misma, se resuelve en humo.
¿Será capaz de hallar otro camino eficaz, como ase
guran los nuevos fisicalistas? No es fácil que des
pués del fracaso de Wittgenstein, más profundo
que todos ellos, lo logren. ¿Ha venido entonces la
obra wittgensteiniana a mostrar, en definitiva, la
necesidad de una metafísica fundamental para la
ciencia? No nos sentimos hoy con fuerzas para con
testar a tan ingente problema.
En estas concisas observaciones acerca de la acti
tud espiritual del filósofo de Viena, se comprende,
sin embargo, que lo difícil no es entender su siste
ma en superficie, o sea a lo largo y a lo ancho de las
cadenas formales de razonamientos, sino en profun
didad, según la tercera dimensión que da sentido a
éstos, o acaso según la cuarta dimensión, que sólo
explica la propensión mística, la mentalidad teoló
gica, profundamente arraigada en Wittgenstein como
en tantos filósofos y aun matemáticos germanos, de
Leibniz a Cantor, y, sobre todo, en la gran tradición
filosófica austríaca, que pasa por Bolzano y Bren
tarlo.
¿Recordáis aquella brillante, aquella bellísima
contraposición de Blas Pascal entre dos estilos es
peculativos, entre dos maneras fundamentales de
situarse en el conocimiento? A un lado, esprit de fi
nesse, espíritu de sutileza, de finura, de poesía. Al
otro, esprit de géométrie, espíritu geométrico, deduc
tivo, lógico. A la vuelta de tres siglos, que han con
templado el despliegue de la filosofía more geométri
co, o sea al modo de la geometría —el racionalis
mo—, así como el de las filosofías que podríamos
llamar more historico y more poético, aún esta fa
mosa intuición pascaliana tiene un valor. Hace po
cos años, Pius Servien, un rumano dedicado a la ló
gica y a la estética matemática, distinguía dos polos,
dos dominios extremos del lenguaje, que llamaba,
respectivamente, lenguaje científico y lenguaje líri
co. El carácter distintivo del primero reside, según
explica Servien, en Le langage des Sciences, en el
hecho de que toda proposición científica tiene siem
pre otras proposiciones equivalentes, mientras que
en el lenguaje lírico esto no ocurre. A su juicio, la
posibilidad de una ciencia estética se justificaría en
el estudio del lenguaje lírico expresado en el lengua
je científico. ¿Qué diría ante este intento Witt
genstein? Opinaría justamente lo contrario. Afirma
ría que no solamente no cabe expresar en lenguaje
científico una teoría del lenguaje lírico, sino que
(*) Poco después de escrito este artículo me llegan, uno
tras otro, los magníficos trabajos publicados sobre Wittgens
tein —en el extranjero— por José Ferrater Mora, uno de
los cuales traducimos en este número.
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tampoco cabe hacerlo con una teoría del lenguaje
científico mismo, y que necesariamente todo estudio
acerca del lenguaje, siendo de segundo grado, tiene
un carácter esencialmente lírico. He aquí cómo, al
final de la trayectoria del esprit de géométrie, cuan
do el rigor formal llega a su término, reaparece,
de nuevo, la necesidad de un esprit de finesse para
interpretarlo y criticarlo, de un espíritu de sutileza,
de ironía, de poesía, que en Wittgenstein se vincula
misteriosamente con el primero. Su propia obra es
lírica, mientras que la obra, en cierto modo parale
la, de carnap, Logische Syntax der Sprache, tiene
una pretensión científica. A juicio de este filósofo,
cabe, en efecto, un lenguaje científico y un meta
lenguaje, también científico, encargado de establecer
las reglas lógicas a las que aquél debe estar some
tido. El problema entonces es Quis custodet ipsos
custodes? Si el meta-lenguaje es también de carác
ter científico, ¿no necesitaría a su vez un mela
meta-lenguaje que establezca las reglas a que debe
obedecer, y así sucesivamente hasta lo infinito?
Para escapar a este peligro de infinitismo lingüístico
que derrumbaría el edificio, Carnap incluye el meta
lenguaje dentro del lenguaje de primer grado, como
una de sus partes, que establece leyes valederas para
el todo, comprendiéndose a sí mismo. Pero las difi
cultades son insuperables, porque el sentido de una
proposición científica, y los mismos términos, debe
rían entenderse en uno y en otro lenguaje de dife
rente modo, o sea, tomarse en suposición diferente.
Se comprenderá esto en el caso de la meta-mate
mática, o sea de la ciencia cuya misión es establecer
las reglas generales para el uso correcto de los tér
minos que intervienen en la construcción de las teo
rías matemáticas. Ahora bien: esta ciencia, que se
supone más allá de la matemática, es ella misma una
teoría matemática, e incluso puede tomar una forma
aritmética, como han mostrado Godel y Hilbert con
sus aritmetizaciones de la meta-matemática. Pero,
en este caso, el sentido de los términos y de los sig
nos aritméticos con que está construida dicha teoría
no es el mismo que aquel que tales términos y sig
nos tiene en su uso ordinario: es verdad que las re
glas formales a que obedecen son las mismas en
uno y en otro caso, pero hay una diferencia mate
rial en cuanto que se emplean en planos esencial
mente distintos y para fines distintos. Esta diferen
cia no la puede tener en cuenta una meta-matemá
tica formal. Si se quisiera tenerla en cuenta, habría
que salir fuera del campo matemático, porque el len
guaje de la matemática no es lo suficientemente rico
como para poder decir en él todo lo que interesa es
tablecer de un modo científico para fundamentar la
matemática misma.
Tratando ahora de la fundamentación de la cien
cia entera, pueden resumirse las posibilidades gene
rales de este modo
1. Establecer los fundamentos de la ciencia por
medio de un lenguaje exterior a la ciencia misma,
cuyos términos le sean ajenos y lógicamente ante
riores. Estos términos pertenecerían a un saber de
distinto tipo, por ejemplo, la metafísica en unos ca
sos y la lógica material en otros —la filosofía en
general—, capaz de auto-fundamentarse con sus
propios términos, por exigir un tipo de rigor abso
lutamente diferente al formal y recurrir a las evi
ciencias últimas (o bien podría no considerarse nece
sario fundamentar la metafísica). Esta es, en gene
ral, la solución tradicional que hoy no se sigue por
los científicos a causa de la voladura de la mayor
parte de los puentes entre lenguaje metafísico y len
guaje científico.
2. Negada la metafísica, cabe que la ciencia in
tente auto-fundamentar se, apoyándose en una de sus
partes, por ejemplo, la sintaxis lógica. Para esto
pueden, teóricamente, tomarse varios caminos: o
bien esta lógica se funda en otra segunda, ésta en
otra tercera y así sucesivamente, con lo cual ten
dríamos la antinomia de que una ciencia, para estar
perfectamente fundada, necesitaría contener infini
tas teorías, o también la sintaxis lógica tiene una
forma tal que ,al mismo tiempo, establece las reglas
de la ciencia entera y las suyas propias; pero esto
sólo puede hacerlo, en rigor, en cuanto al aspecto
formal. En cuanto al material, sin embargo, es ne
cesario agregar a la ciencia una semántica. —en el
sentido de Tarski— capaz de establecer el signifi
cado de los términos, más allá de la esfera formal,
en la cual adquieren un valor meramente operativo y,
a la vez, una pragmática que dé aquellas indicacio
nes necesarias para el recto uso de los términos rela
tivamente a la situación del sujeto que los está usan
do. Ahora bien, tanto esta semántica como esta prag
mática quedarían sin una fundamentación estricta.
Esta es la solución, no obstante, a que se dirigen hoy
los principales esfuerzos neo-positivistas.
3. También es posible negar que la ciencia nece
site justificarse por medio de una fundamentación
rigurosa y adoptar el criterio de que en el desarrollo
dialéctico de la ciencia acaban siempre triunfando e
imponiéndose los conceptos más eficaces, más idó
neos a su ulterior desarrollo, gracias a una conti
nua adaptación mutua de teoría y experiencia. Esta
tesis dialéctica e idoneísta es actualmente defendida
por el filósofo suizo Gonseth, y también Bachelard
está, en parte, en el mismo orden de ideas. En
cierto modo, viene a ser la concepción biológica de
la selección natural, aplicada a los conceptos cientí
ficos. La filosofía se reduciría en este caso al estudio
de las leyes y caracteres de la dialéctica científica.
4. Finalmente, también es posible la solución
dada por Wittgenstein. La ciencia no puede funda
mentarse rigurosamente ni en sí misma ni en la
filosofía. Ninguna reflexión sobre la ciencia será
científica. La filosofía podrá tener un papel de es
clarecimiento relativo del lenguaje científico. Pero
este papel no está sometido a leyes, no tiene un len
guaje preciso, es un mero hacer, una actividad,
eine Tátigkeit , sin sentido exacto desde un punto
de vista teórico. Es como un desahogo inconexo del
espíritu del hombre, un intento, siempre fracasado,
por vencer lo que es esencialmente inexpresable, in
comunicable.
La ciencia, sin embargo, tiene para Wittgenstein
un sentido bien definido. Sus proposiciones no van
en ningún caso más allá de la esfera empírica. Aho
ra bien: es preciso explicar en qué consiste un co
nocimiento absolutamente empírico; demostrar, ade
más, que la tesis empirista es verdadera, o sea que
toda metafísica que afirma una realidad subyacente
a los fenómenos físicos es falsa o carece de sentido;
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manifestar cuál es la relación entre experiencia y
lenguaje científico; establecer el lenguaje adecuado
a una ciencia empirista y poner en claro, finalmente,
cómo es posible conciliar el fundamento empírico de
todo el saber con el hecho de la lógica y de las ma
temáticas, que, al parecer, contienen proposiciones
que no admiten referencia empírica. He aquí, en sín
tesis, los propósitos que animaron a Wittgenstein a
construir su sistema filosófico. ¿Logró cumplirlos?
Ante todo, hay que confesar que su concepción de
la ciencia tiene una extraordinaria profundidad, e
incluso una gran belleza. El atomismo lógico que le
sirve de base es, por otra parte, la única salida
para fundamentar rigurosamente el empirismo y re
solver las dificultades relativas a la conexión entre
experiencia y lenguaje. La conciliación del empiris
mo y la ciencia lógico-matemática es, asimismo, una
de las aportaciones geniales de Wittgenstein al pen
samiento después del fracaso del intento para fun
damentar psicológicamente la ciencia empírica. Pero
es preciso preguntarse: ¿ a costa de qué renuncias se
logran tales triunfos? El término de la teoría witt
gensteiniana es —ya lo hemos dicho— un escepti
cismo filosófico radical y el solipsismo lingüístico,
es decir, la negación de toda posibilidad de comuni
cación con los demás a través del lenguaje científico.
Este artículo fué leído en la emisión científica del Tercer Programa de Ra
dio Nacional de España del 8 de enero de 1953 y publicado en1 Cuadernos His
panoamericanos de Madrid (núm. 40, abril 1953, pp. 35-44). Se reproduce en
este número de THEORIA, que incluye el magnífico trabajo de José Peirrater
Mora sobre Wittgenstein, por juzgar interesante para el lector completar, con
otro aspecto —principalmente basado en el Tractatus — su visión de tan difí
cil y original filósofo.
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