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Los Cuadernos de Arte LA CERAMICA POPULAR Alonso Zamora Vicente D esde hace unos años, la curiosidad por las viejas artesanías ha revivido. No nos engañemos: ha sido en gran parte de- bida a la circunstancia burguesa del souvenir. La abundancia de viajes, la utilización del turismo como ente cómoda de divisas han hecho que, en todas partes, provocada por un nivel de cultura más alto, el del foráneo, se haya vuelto a dar una aceleración indiscutible a los viejos productos de la artesanía popular. Esta re- surrección ha estado condicionada por la situación económica. Hasta hace muy poco tiempo, los en- cajes tradiciones, encajes de Camiñas o de Almagro, sólo aparecían en los vistosos ajuares tradiciones y de milia. Hoy, como su coste sigue siendo co, muy caro, como seguirá siendo inevitablemente caro ante las copiosas horas de trabajo y la sustitución utilitaria de la industria, esos encajes siguen sin verse apenas en los esca- pates de las carreteras o de los moteles lujosos. Incluso en los mismos centros productores hay que meterse muy adentro en la vida del pueblo para lograr la pieza exquisita y única. Hay, ade- más, la triste figura del intermediario. Ya no ve- mos por las calles madrileñas a la mer lagarte- rana, con su traje tradicional, yendo de casa en casa a vender sus mantelerías. Los hierros rja- dos han visto su resurgir ante la necesidad de las decoraciones en restoranes, hoteles y paradores, etc. Pero lo más socorrido entre lo de aire popular es el cacharrito de barro coloreado, toscos pari- llos o temas vegetales en esquemático desarrollo, a dos o tres colores, cacharros que caben en cual- quier rincón. Además, la infinita variedad de sus formas, tamaños y aplicaciones los hace; én de Jarros de vino sécándose en el taller. 11 su baratura, cilmente aprovechables. Sí, son los emplares de cerámica los que han desbordado la producción ocasional de un trabajo que ya nacía condicionado a una circunstancia pasajera. Así, lo que hasta los os anteriores al desarrollo turís- tico sólo aparecía en su uso real, rural, o como decoración aislada en ciertas casas a las que de uno u otro modo había llegado la influencia de la Institución Libre de Enseñanza, o los conocimien- tos folklóricos con toda su escolta de colectivismo romántico (es decir, estaban en los salones abur- guesados de algunos intelectuales, de muy pocos intelectuales), lo encontramos ahora llenando los arcenes de nuestras carreteras, asomándose en los tenderetes de improvisados negocios, figurando en catálogos de exposiciones, retratados losa- mente, los podemos encontrar puntuales en rias periódicas de artesanía, en fin, están en la calle ganándose la vida, la gaz vida de que dispone su ágil materia. Algunas piezas aún reproducen los esquemas atinados y valiosos, seculares muchas veces, de su propia historia, y se hacen en tornos o en ruedas complementarias de la tarea a mano, y hasta solamente por mujeres, como en los más remotos períodos de nuestra cultura, y otras pie- zas están ya a caballo entre el vio torno de pie y las formas industriales, moldes, hornos eléctricos, seriación en las imprimaciones... Algunos han ido más lejos todavía y lsifican las formas y colores tradiciones... Y sin embargo, la cerámica tradi- cional aún sugestiona y entusiasma. En fin, es la vida que no vuelve atrás, que ni tropieza ni se inmoviliza. Un poco de orden en todas estas ase- veraciones no nos vendrá nada mal. Creo que hoy por hoy la cerámica tradicional es la manifestación más valiosa del arte popular. La más sana, la mor conservada y, a la vez, la más capaz de modificaciones y adaptaciones, de evo- lucionar sin perder los valores tradicionales, inhe- rentes y destacables por encima de cualquiera otro en lo que a materia de popularismo se refiere. La cerámica no puede representar hoy, como tan solo a gran distancia nos puede ayudar a percibirlo la poesía, las interferencias entre lo culto y lo popu- lar. El alrero puede seguir haciendo, insensible- Cántaros de llarrobledo (Albacete).

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Page 1: LA CERAMICA POPULAR · desviación. Recordemos, por vía de ejemplo, al gunas piezas de Villafranca de los Caballeros, ins piradas en los ejemplares divulgados por una serie de cajas

Los Cuadernos de Arte

LA CERAMICA

POPULAR

Alonso Zamora Vicente

D esde hace unos años, la curiosidad por las viejas artesanías ha revivido. No nos engañemos: ha sido en gran parte de­bida a la circunstancia burguesa del

souvenir. La abundancia de viajes, la utilización del turismo como fuente cómoda de divisas han hecho que, en todas partes, provocada por un nivel de cultura más alto, el del foráneo, se haya vuelto a dar una aceleración indiscutible a los viejos productos de la artesanía popular. Esta re­surrección ha estado condicionada por la situación económica. Hasta hace muy poco tiempo, los en­cajes tradicionales, encajes de Camariñas o de Almagro, sólo aparecían en los vistosos ajuares tradicionales y de familia. Hoy, como su coste sigue siendo caro, muy caro, como seguirá siendo inevitablemente caro ante las copiosas horas de trabajo y la sustitución utilitaria de la industria, esos encajes siguen sin verse apenas en los esca­parates de las carreteras o de los moteles lujosos. Incluso en los mismos centros productores hay que meterse muy adentro en la vida del pueblo para lograr la pieza exquisita y única. Hay, ade­más, la triste figura del intermediario. Ya no ve­mos por las calles madrileñas a la mujer lagarte­rana, con su traje tradicional, yendo de casa en casa a vender sus mantelerías. Los hierros forja­dos han visto su resurgir ante la necesidad de las decoraciones en restoranes, hoteles y paradores, etc. Pero lo más socorrido entre lo de aire popular es el cacharrito de barro coloreado, toscos pajari­llos o temas vegetales en esquemático desarrollo, a dos o tres colores, cacharros que caben en cual­quier rincón. Además, la infinita variedad de sus formas, tamaños y aplicaciones los hace; .aplén de

Jarros de vino sécándose en el taller.

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su baratura, fácilmente aprovechables. Sí, son los ejemplares de cerámica los que han desbordado la producción ocasional de un trabajo que ya nacía condicionado a una circunstancia pasajera. Así, lo que hasta los años anteriores al desarrollo turís­tico sólo aparecía en su uso real, rural, o como decoración aislada en ciertas casas a las que de uno u otro modo había llegado la influencia de la Institución Libre de Enseñanza, o los conocimien­tos folklóricos con toda su escolta de colectivismo romántico (es decir, estaban en los salones abur­guesados de algunos intelectuales, de muy pocos intelectuales), lo encontramos ahora llenando los arcenes de nuestras carreteras, asomándose en los tenderetes de improvisados negocios, figurando en catálogos de exposiciones, retratados lujosa­mente, los podemos encontrar puntuales en ferias periódicas de artesanía, en fin, están en la calle ganándose la vida, la fugaz vida de que dispone su frágil materia. Algunas piezas aún reproducen los esquemas atinados y valiosos, seculares muchas veces, de su propia historia, y se hacen en tornos o en ruedas complementarias de la tarea a mano, yhasta solamente por mujeres, como en los másremotos períodos de nuestra cultura, y otras pie­zas están ya a caballo entre el viejo torno de pie ylas formas industriales, moldes, hornos eléctricos,seriación en las imprimaciones ... Algunos han idomás lejos todavía y falsifican las formas y colorestradicionales ... Y sin embargo, la cerámica tradi­cional aún sugestiona y entusiasma. En fin, es lavida que no vuelve atrás, que ni tropieza ni seinmoviliza. Un poco de orden en todas estas ase­veraciones no nos vendrá nada mal.

Creo que hoy por hoy la cerámica tradicional es la manifestación más valiosa del arte popular. La más sana, la mejor conservada y, a la vez, la más capaz de modificaciones y adaptaciones, de evo­lucionar sin perder los valores tradicionales, inhe­rentes y destacables por encima de cualquiera otro en lo que a materia de popularismo se refiere. La cerámica no puede representar hoy, como tan solo a gran distancia nos puede ayudar a percibirlo la poesía, las interferencias entre lo culto y lo popu­lar. El alfarero puede seguir haciendo, insensible-

Cántaros de Villarrobledo (Albacete).

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mente casi, al borde de lo biológico, las formas y colores heredados, pero puede también por una reelaboración o despertar de la sensibilidad pro­pia, acomodar las rancias formas a lo que le vaya llegando de manos más creadoras. Es decir, pro­blema fundamental será el de que las formas artís­ticas que asimile en el período del aprendizaje hayan tenido, a su vez, una ascendencia popular o popularista. Tal es el caso de la poesía populari­zante de Lope de Vega o de García Lorca, o el neopopularismo de los hombres del 27. Una poe­sía falazmente popular, que devuelve al pueblo lo que de él recibió, enriqueciéndolo con nuevos án­gulos, nuevos hallazgos expresivos. He visto en muchos sitios orzas, ánforas, decoraciones en ca­charros utilitarios que recordaban motivos picas­sianos u orientales, aprendidos en revistas, a ve­ces en exposiciones, a veces allegados a las manos del alfarero por torpe intervención de anticuarios y mercachifles. (En todo está siempre al acecho la desviación. Recordemos, por vía de ejemplo, al­gunas piezas de Villafranca de los Caballeros, ins­piradas en los ejemplares divulgados por una serie de cajas de cerillas, donde había, sobre todo, por­celanas chinas). El alfarero se siente así súbita­mente trasladado a una categoría que él cree supe­rior, más artística. El que de ese proceso salga algo nuevo, es cuestión de tiempo y de finura, de tendencia, muy poco frecuente entre nosotros, a la simplificación. Otro caso es el ya famoso de Roche, el alfarero de Navalcarnero, en las cerca­nías de Madrid, que hace composiciones ambicio­sas inspiradas en textos bíblicos, en ilustraciones de revistas seudocientíficas, o en las fotografías que se exhiben en las carteleras del cine local. He visto hacer en Priego, donde perviven decoracio­nes y modelos antiquísimos, platos con ilumina­ciones taurómaco-picassianas. Gracias a Dios, no calarán demasiado. Y así sucesivamente. En la cerámica talaverana, hay claros pesos de otras artísticas, que solamente hoy el ojo expertísimo puede reconocer, pero que han supuesto incluso épocas en la más popular de nuestras cerámicas populares. Esta faceta del mutuo interferirse atrae a ceramistas, creadores, pintores ... Hay ca-

Cántaros Agost (Alicante).

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sos en Madrid, en Sargadelos, donde un excelente pintor, Isaac Díaz Pardo, va reviviendo un arte nuevo bajo el mandato de lo antiguo. Es decir, podemos llegar a tener en las manos una cerámica que sfo ser popular, sea más popular que lo popu­lar mismo. Tal es el caso de la jota o el polo de Falla, ·por ejemplo, representación máxima de una exquisita superchería artística. En este camino, hemos de colocar, como búsqueda de formas ins­piradoras, los trabajos, por ejemplo de Llorens Artigas y Corredor Mateos, por citar el libro que yo creo está ya en todos los alfares de España, y al que acudimos muchas veces en busca de datos, de información ocasional y no comprometida. El relativo lujo de la presentación le ha convertido de añadidura en producto de souvenir, en materia exportable y a la vez representativa.

Pero esta forma de mirar nuestro arte popular, valiosa sin duda, no es la que hoy nos interesa. Esa forma de acercarse a lo popular es, salvando las distancias, renacentista. Participa de la esencia de lo popular de la misma manera que, vuelvo a repetirlo, el arte de Lope de Vega o de Gil Vi­cente. Interesa el aldeano por el hecho humanista de que nada humano nos debe ser ajeno y así salen los labriegos hablando a lo rústico en el teatro desde Juan del Encina. (Dignificación artí­tica de ciertas formas populares o vulgares de teatro aún vivas en el occidente peninsular: las loas de La Alberca sirvan de ejemplo, sin estirar­nos más). Toda la gran prosa clásica se cuaja, se deja invadir de refranes, abrumadoramente. San­cho Panza nos ayuda a demostrar esta actitud claramente. Pero al escritor no le importan gran cosa los refranes mismos, y en especial como elemento artístico: es solamente lo humano, un hecho de los hombres, que demuestra raíces y ayuda a clarificar posiciones. Toda la teoría lin­güística de Juan de Valdés se cimenta en la lengua popular y acude también a los refranes. A cada pas9, con machacona insistencia. Y, sin embargo, el fruto final de su prosa es bien distinto de la lengua coloquial. Así reconocemos hoy las formas tradicionales en los espléndidos cacharros de los

Piezas en el horno ya cocidas.

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ceramistas artísticos. Y no es ese el camino que perseguimos.

Tampoco perseguimos el camino que podríamos llamar romántico, el de la adoración sin límites casi de la tarea de un pueblo difuso, creador de formas de belleza por ellas mismas, cooperando con voz y con ademán cada uno de sus componen­tes a la realidad total, nacional, de una interpreta­ción histórica. Estas interpretaciones están siem­pre al borde del mito. Tal la visión de los poemas épicos medievales en el siglo XIX o de la artesanía popular que unos cuantos intelectuales deciden contemplar con interés. Pero eso sí, parándose en aquello que se les coloca espontáneamente delante de los ojos, sin recabar más profundidades. Están ahí. Este sería el papel, tan traído y llevado de la Institución Libre frente al objeto popular. El que se desprende del tan manoseado ensayíto de M. B. Cossío sobre el arte popular. Pero en nuestroafán de hoy lo que predomina es, ante todo, unaauténtica voluntad de entendimiento. Pasados losconceptos renacentistas y romántico, hemos lle­gado a una nueva situación frente a lo popular.Hay que acercarse a lo popular en cuanto quefunciona como un elemento más de la sociedad enque estamos insertos, con sus vaivenes, sus acier­tos y sus fracasos. Esto nos lleva a distintos pun­tos de mira para explicarnos la supervivencia delas artesanías y su interpretación sociocultural ysocíoeconómíca. Sí antes interesaban por el pre­cepto latino de no descuidar nada humano, o pormanifestación de una creación artística de una co­lectividad nacional, hoy ha de dominarnos, antetodo, la valoración socíopolítica, es decir, vercómo vive ese fenómeno en una sociedad, con quéintensidad y eficacia y, en último término, cómopuede ser un elemento más, acorde con otros mu­chos, en un estilo de vida colectivo, es decir, vercómo se mueve dentro de una estructura humana.Por eso los nuevos trabajos sobre el arte popularhan derivado hacía la persecución de la realidadvital y económica en que se desliza el artesano,sus áreas de mercado, sus organizaciones peculia­res o no (familiares, estatales, municipales, etc.)para el trabajo, los sistemas de acarreo de sus

Piezas vidriadas y pintadas.

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elementos laborales, los trucos que utiliza y su antigüedad o nacimiento como consecuencia de una situación adyacente, el nivel de estima que el artesano y sus productos tienen e incluso, y para mí es importantísimo, el nivel de lengua en que se despliega su proceso de elaboración. Aún hay muy pocos trabajos en este sentido, necesitados como estamos del previo conocimiento de las ar­tesanías subsistentes, pero no dudo de que pronto habrá más, muchos más, antes de que la realidad del plástico acabe con muchas viejas artesanías (1).

Entre nosotros, ha predominado, en el impulso original hacía el conocimiento de la cerámica po­pular, un norte que podríamos llamar estético, decorativo, en el que se valoraba la condición impresionante de las decoraciones comunes a las varías regiones y en los casos más diversos. El entendido en cerámica se entregaba plácidamente a la obra popular, pero sin descender de una pre­vía y autoconcedída superioridad. Toleraba en su vida una cultura de extramuros. Aquel cacharríto humilde le servía para recordar que existía al mar­gen una cultura limitada, lateral, que podía ser, bueno, pues que lo fuera, una encarnación de los más hondos elementos de la vida, datos primitivos del alma de la multitud. Después se ha valorado el aliento personal de determinado artesano sobre el fondo patrimonial, que sin llegar a estar dominado por el dívísmo, no es por eso menos creador. Aprendimos a distinguir en un cacharro utilitario una especie de firma, de marca personal, visible en la línea de una curva, en la estilización de una boca o de un asa, en algo, en fin, que podía pasar a ser propiedad de todos. Porque la diferencia fundamental está hoy para mí, entre lo popular y lo artístico, en que lo artístico clama ante todo por la inalienabilidad, gesticula por mantenerse ais­lado, orgullosamente señero, pretencioso de su firma, de lo que le distingue entre todos los con­géneres y afines, mientras que lo rabiosamente popular parte del placer de la anonimia, y no le írrita al creador de una forma nueva que esa forma pueda llegar a ser, en muy corto plazo, una forma de propiedad comunal. De ahí la explicación de

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Fabricación de lavapiés.

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esas semejanzas que persisten, que se aglutinan para dar al arte popular su marca de estrecho parentesco por encima de las fronteras impuestas.

Hoy conocemos más, muchísimo más, del arte popular, de lo que conocieron los apasionados y un tanto despectivos en el fondo antepasados del siglo XIX y de la mitad primera de éste. Sabemos por lo pronto lo que tenemos que ir a buscar a cada sitio, no nos entregamos a una blanda gene­ralización, sino que sabemos qué hay en cada localidad, y sabemos, por testimonios históricos, de su antigüedad y de su vigencia en determinados períodos y hasta de la estima social (en serio o en broma) que disfrutaron, y hasta conocemos, a ve­ces, razones sociales que han pesado sobre sus realizaciones (emigraciones de alfareros, desapa­rición de alfares por razones de economía, etc.). Es decir, conocemos también los condicionantes que han operado sobre la cerámica tradicional. Distinguimos diferencias a una primera mirada y sin que hayamos tenido que emplear la pieza como testimonio de un viaje nuestro (no olvide­mos lo poquísimo que viajaban nuestros abuelos), sabemos diferenciar, digo, entre dos cerámicas de igual trasfondo, por ejemplo, entre una de Niño­daguia y otra de Bonxe. O entre un Muel y un Paterna o un Manises. Una mirada no especiali­zada sabe ya distinguir entre un Puente del Arzo­bispo y un Toledo, y no digamos su clara reacción ante las piezas de Talavera. Sólo se queda para el experto el señalar las diferencias de matiz entre variedades de Puente y Talavera. Sabemos distin­guir incluso entre las diversas granadinas. Y lo hacemos sin mayor esfuerzo, probablemente por­que no somos turistas que necesitan comprarse el recuerdito que complazca a algún pariente o amigo innominado, o que les traiga a la memoria que una vez, en un pueblito de España pudieron discutir el precio de esa pieza que van a poner Dios sepa dónde, pero que seguro seguro, armo­niza rotundamente con la luz de la ciudad nueva, lo que consigue solamente por su callada modes­tia, por su vocación de recato. Hay que decir de una vez que lo sabemos porque participamos de su habla, de su mensaje entero, es cosa nuestra

Jarra enchinada y plato.

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que en manera alguna debemos desdeñar, sabe­mos a qué atenernos con las piezas que nos salen al paso. Quien no sepa hacerlo es que ha abdicado de una gran parte de su personalidad, ha renun­ciado a ser parte de la intrahistoria a que perte­nece y de la que quiera o no es heredero y coau­tor.

Pero necesitamos más, y me atrevo a proponer algo más, un escaloncito más en el conocimiento digamos serio de nuestra. cerámica tradicional (y de otros tantos aspectos de nuestra herencia cul­tural profunda). Hace ya muchos años que, por puro mirar despacito el mapa dialectal de la Pe­nínsula lancé, casi como ameno recurso pedagó­gico, una inocente y sí es no es divertida observa­ción: si doblamos el mapa de España por la línea central que marca la expansión del castellano como lengua directora de varios siglos, nos encon­tramos con el curioso fenómeno de que los dialec­tos subsistentes a oriente y a occidente de esa división vendrían a coincidir casi como los dedos de la� mano al superponer una con otra. Así, las hablas gallegoportuguesas vendrían a coincidir con las catalanovalencianas; el aragonés, al este, se superpondría al leonés al occidente, y esta vez con llamativos detalles: las comarcas pirenáicas se superpondrían con Asturias, parejas ambas en complicación y riqueza de variedades y realiza­ciones. Algo más al sur, la tierra del Pallars y los Nogueras y la Litera vendrían a coincidir con Ba­bia, Laciana, los Aneares, los Argüellos, la Ribera del Orbigo, la Maragatería. Más exacta aún sería la coincidencia entre Sanabria, tan rica y varia al occidente, con el ángulo nordeste de la actual provincia de Teruel, Aguaviva de Aragón y su comarca, de pareja complejidad y múltiple vitali­dad lingüística. Siguiendo hacia el Sur las viejas consonantes sonoras se darían por igual en las tierras de Salamanca y Cáceres al Oeste y en las tierras más occidentales de Valencia en el Este (la Canal de Navarrés, las tierras de Enguera, etc. O sea el territorio que hoy va a ser valenciano y no lo fue nunca). Las dos hablas de tránsito, extre­meño y murciano, adquieren, tras el doblez del mapa, una identidad muy ceñida. Y la misma An-

Tinajas. Torrejoncillo (Cáceres).

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dalucía se divide por esa línea de la expans10n castellana hacia América y deja a un lado una Andalucía leonesa y al otro una Andalucía caste­llana o castellanoaragonesa. Pues bien, esa distri­bución gros so modo puede hacerse gracias a noto­rias diferencias en fonética, estructura morfosin­táctica de las hablas, y sobre todo, por el léxico. Pero puede ayudarse con muchos más elementos de juicio. (Una frontera dialectal es siempre una enrevesada malla de líneas diferentes, señaladoras de diversos hechos, nunca es algo tajante). Un ilus­tre historiador del Derecho estableció la frontera entre Castilla y León por la forma de hacer las sopas de ajo. (Unos las cuecen, otros no). Pues bien, las actuales cerámicas tradicionales, cooperan valiosa­mente a establecer esas fronteras, que no son tales fronteras de hechos de algo, sino de un todo, de una forma colectiva de vivir, un estilo vital, una vividura como <liria Américo Castro. Así, por ejemplo, en el oriente peninsular, donde la vieja frontera entre ara­gonés y castellano ( o entre aragonés y catalán) se va perdiendo, viva sola en relictos, y en retirada la otra, queda un sistema, una estructura de cerámica muy visible. Cerámicas que presentan una serie de caracteres comunes, testigos sin duda de un ademán vital de idéntico signo, tanto en sus formas como en su decoración. Huesca, Tamarite, la casi extinta de Fraga, la desaparecida de Huesa del Común, la de Priego de Cuenca y Traiguera ofrecen una decora­ción en rojos círculos o pequeños esquemas florales en rojo, que repiten todavía muy de cerca las formas de los famosos vasos de Liria, de la cerámica ibérica en general. Se trata por sus tamaños y formas de algo que busca el agua, como todavía buscan los pastos las grandes fortificaciones fronterizas, áreas extensas entre murallas para que el ganado pueda vivir en los largos asedios militares (Alquézar, Lo a­rre, Albarracín, Molina de Aragón, Daroca, Morella, Priego, Cañete). La curiosa y sin torno de Calanda, masculina, vendría a coincidir, en la manera en que hemos visto coincidir los dialectos, con la de Move­ros, también sin torno, aunque femenina. Moveros o Pereruela. (El occidente ha sido y es mucho más conservador que el oriente. Ya hubo lingüista que habló de los rasgos de las áreas laterales o extre-

' \... ..-&. 1

Raspando el cacharro con una piedra.

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mas). En las líneas del occidente, las cerámicas de Jiménez de Jamuz, Cantalapiedra, Alaejos, Portillo, Tamames, Alba de Tormes, Arroyo de la Luz, y finalmente las de Jerez de los Caballeros o Salvatie­rra de los Barros tienen también un estrecho paren­tesco. Presentan una unidad de concepción y de fines tan coherente como la de sus hablas o como la de las orientales que he recordado hace un instante. Domina el cacharro destinado al fuego. Intromisio­nes de unas y de otras hacia las tierras centrales las hay, cómo no, y muy significativas: orientales por su alcance y uso podrían ser las de Villafranca de los Caballeros, Ocaña, Mota del Cuervo, Villarobledo, Almansa... En todas ellas puede percibirse la exis­tencia histórica de una realidad que tuvo que ver con Aragón más de lo que parece. Intromisiones en el occidente podrían ser las cerámicas de Valver­deja, Tiñosillos, incluso la de Alcorcón. Observe­mos, y destaquémoslo cuidadosamente, que esas intromisiones se producen siempre al sur de la raya reconquistadora en el año 950, es decir, la de Fernán González. Es decir, ya caben los trasplantes y las emigraciones, y las repoblaciones favorecidas. Más al Sur, las cerámicas se deciden ya por otras mani­festaciones, unas veces blancas, La Rambla, Albox, Totana, otras veces acusan los recuerdos musulma­nes, subyacentes en Andalucía. Pero ahora sólo quería decir cómo en un humilde cacharro tradicio­nal nuestro ha de abrírsenos el recuerdo de unas formas de vida común, que van paralelas a las reali­zaciones de las hablas locales o regionales, con las disposiciones y familias de los fueros, con los inten­tos y los efectos de la repoblación reconquistadora. No podemos ya, en manera alguna, ver el cacharro aislado, pensando sólo en qué sitio de nuestra casa estará mejor o molestará menos o correrá menos peligro de muerte. Se trata de reconocer en ellos un componente de nuestra aventura histórica, que nos grita calladamente desde la gracia de su contorno.

Aún me atrevo a decir más en esta dirección. Reconozco que lo digo al hilo de la meditación, y que es muy necesario atar muchos cabos, volver una y otra vez sobre lo mismo, moverse desespera­damente por la tierra española para verificar éste o aquel aserto. Pero cada vez creo más en la intuición

-�­. .......,

= -

Cántaros 'de Traiguera (Castellón).

-- ... _ - --

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como base del conocumento científico, intuición bien cimentada, claro es, nada de exaltaciones entu­siastas. Volvamos a esta cerámica del occidente pe­ninsular, utilitaria en alto grado, roja, prevista para soportar el fuego. Hace años me atreví, con vario éxito a proponer que la geada gallega tenía en su fondo último, muy llamativamente, la tierra de los castros circulares. En la vivienda circular, el fuego ocupa un lugar irremplazable. Pues bien, hoy tengo que ampliar esa zona que, en los años que yo dedi­qué a los dialectos gallegos, se limitaba clamorosa­mente a los numerosos castros de Galicia, a Coaña, al Tecla, a Castro Leboreiro, a la tierra norte de Portugal. Hoy, veo que, para muchos aspectos de la vida colectiva del occidente peninsular, hay que per­seguir cuidadosamente las huellas de esa vivienda. Todavía nos esperan sorpresas. Residuos de ese sistema de construcción nos llevan a las cerámicas de Jiménez de Jamuz, de Carrizo de la Ribera, donde tanto cacharro para el fuego se hace. Pero más al sur, las Hurdes, las tan cacareadas Hurdes, presentan aún huellas de arquitectura circular. Ha variado la planta, pero la techumbre recuerda aún, en pizarra, las viejas de bálago, y la argamasa y aparejo de los muros es lo mismo. El aparejo es viejísimo. Todavía Madoz, al describirlas, coincide peligrosamente con una suposición arqueológica. Y a un pasito de estas tierras están las cerámicas de Tamames al norte y de Torre de Don Miguel y Zarza la Mayor al sur. Tierras donde perviven en la lengua, las viejas sonoras medievales. (Como en el valle del Limia en Orense). La cerámica de Arroyo del Puerco (o de la Luz) está muy próxima a los bohíos de Valencia de Alcántara o de Marvao. To­davía quedan aldeas de planta totalmente circular en las proximidades de Marvao, en la frontera hispano­portuguesa. Los cruces son aquí muy frecuentes: zonas que hablan portugués las hay a este lado de la frontera, algunas sin estudiar con detalle todavía, como la tierra de Trevejo, Herrera de Alcántara y Cecilio. También la cerámica, las pedrinhas portu­guesas, tan delicadas, se repiten en Ceclavín, las enchinadas, tan bellas. Todavía más al sur, en la superromanizada Mérida, han aparecido chozas cir­culares, en uso, desconocidas cuando yo viví por

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allá. Penetran en la tierra toledana por Navalmoral de la Mata, es decir, siguen el límite de la aspiración de -s implosiva, coincidente, por si fuera poco, con la existencia de la arquitectura popular serrana, y esto, tan evidente, no se ha tenido en cuenta jamás. En las proximidades de Navalmoral, todavía des­pués de nuestra guerra se oía decillo, cogello, hace­llo, con la asimilación del enclítico al infinitivo a la manera en que aún lo hacía Garcilaso. Todavía hace muy pocos años, al comenzarse la construcción de un pantano en la confluencia del Tiétar y el Tajo, gentes adventicias de las comarcas más pobres se construyeron un poblado provisional para vivir du­rante los trabajos. Casi todo él era de planta circu­lar. El poblado fue abandonado por la guerra civil y el pantano hecho en otra parte. Y el poblado da fe de existencia de muchas cosas que nos negamos a ver. Los obreros que hicieron esas casas seguro que estaban en ellas como pez en el agua. Hay ejemplos aún más meridionales: En Tarifa, nada menos, ha aparecido una huella de vivienda circular. Hace muy poco oí que en la sierra de Aracena ha comenzado la excavación de un castro celta. Todavía la ribera derecha del Guadiana en tierras portuguesas, cerca de la desembocadura, ofrece ese tipo de vivienda. Cerámica parecida no falta, ni mucho menos. Pare­cida a la que vengo destacando. Es muy difícil limi­tarse a pensar en meras casualidades ... Démonos, pues, cuenta, de que un modesto cachaiTo, utilitario incluso, procedente de un horno en los arrabales de un pueblo, lleva encerradas en su masa largas horas de experiencia, preocupaciones, trabajos, decisio­nes, etc., que le hacen ser como es y no ser de otra manera. Y esas decisiones se toman en una lengua, se desenvuelven en un círculo de derecho escrito o tradicional, en un estilo de vivienda, en unos ritos que las auxilian o anulan. Ritos y costumbres que han condicionado su evolución y hasta las formas de sus asas, de sus bocas, de su color. Es decir, en lo hondo de una artesanía, debemos reconocemos to­dos, sin excepción, y dedicarle, por lo menos, la misma atención, el profundo respeto que dedicamos, por lo menos, y a veces sin saber bien por qué, a las obras artísticas de creación individual.

Para insistir en algún extremo de los citados,

Cántaros de Montilla (Córdoba).

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recordaré a manera de anécdota sugerente cómo las pedrinhas de Estremoz eran famosísimas en el mundo entero, tal y como lo han sido los botijos de Salvatierra de los Barros y sus pregones, boti­jos llevados en los borriquillos por las ciudades europeas, hasta hace bien poco. Las vasijas de Estremoz, decoradas con fragmentos minúsculos de piedrecillas, en un alarde de belleza indudable, fueron ya citadas en las cortes del siglo XVI y sus recuerdos van paralelos a las citas de la tala verana en la literatura española clásica, citas que nos atestiguan la alta estimación de que disfrutaron los barros a los dos lados de la frontera. Abundan los testimonios, repito. De entre tantos, me interesa destacar el de unas cartas de Felipe II a sus hijas, Catalina Micaela e Isabel Clara, en la que les dice que ha mandado especialmente un hombre a Es­tremoz para que le gestione unos búcaros ... Los testimonios llegan hasta las puertas de esta cultura nuestra que se extingue, es decir a mediados del XIX y de forma bien divertida por cierto. Teófilo Gautier, en su Viaje por España, nos alaba estos búcaros y nos dice que, no contentas las gentes con oler el perlume que la intensa evaporación desparrama por las habitaciones, ni tampoco con beber muy fría el agua que resta en las vasijas, se comen los pedazos menudos de los cacharros ro­tos. No me extraña la ignorancia de Gautier sobre este asuntillo de comerse un trozo de cacharro, fuese búcaro o no (2). También Víctor Hugo se creía que inventaba algo, y con él todos los fran­ceses, en la batalla de Hernani. Descubrían, sin más, lo que ya había hecho Lope de Vega dos siglos y medio antes, qué le vamos a hacer. Esos búcaros con pedrinhas son los que hoy tenemoyen Ceclavín, también hermosísimos, aunque no sé si su antigüedad es muy relevante o si es una importación reciente. De todos modos, están ahí, dentro de la misma estructura humana, de eso no cabe la menor duda. Se hacen especialmente en Nisa, a dos pasos de la comarca de Marvao, dondé ya hemos visto cómo pervive la vivienda circular, con su identificación leonesa o gallega en la expansión de la Reconquista. Algo más al norte, a un paso, Castel Rodrigo y su comarca abundan

Producción actual de Buño (La Coruña).

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en fenómenos leoneses de lengua. Su fuero es leonés ... Ceclavín presenta hasta en el nombre el sufijo asturiano. Como vemos, nos acosan los da­tos que nos empujan a no hablar con ligereza de algo tan insignificante como un modesto botijo.

Asombra pensar en cuántas reminiscencias o relictos de otras formas de vida puede aún ense­ñarnos el estudio sistemático de nuestro arte po­pular. Baste recordar las cerámicas, citadas al paso, de mujeres y sin torno, de Moveros o Mota del Cuervo. Hay una economía que no comparte en absoluto los supuestos sobre los que vive el resto de la comunidad. Se trata de algo aislado, como lo pueden haber sido las comunidades humanas de tipo análogo, vaqueiros, pasiegos, agotes. Es ab­solutamente incomprensible, con armas rigurosa­mente descriptivas, que al borde mismo de uno de los grandes caminos españoles, el que lleva del centro al Levante, en el extremo sur de La Man­cha conquense, pueda persistir una artesanía con hornos comunales y hecha exclusivamente por mujeres que trabajan con una rueda sencilla, de mano, es decir, un escalón muy primitivo en la marcha de la cerámica. Y añadamos que para ob­tener unos cántaros de indudable belleza. Hechos así solo los encontramos ya hoy en culturas evi­dentemente retrasadas. Y o recuerdo haber visto cosas parecidas en Méjico, en Oaxaca, a unas indias zapotecas. Y todo esto está ante nuestros ojos reclamando una explicación integradora y amenazado seriamente de extinción. La industria­lización, la marcha avarienta por el consumismo en todas las colectividades dejarían enseguida de tener estos recuerdos de una vida remota que nos pertenece. Los hombres que hoy hacen a golpes de mano y de prensador las pesadas vasijas de Calanda desaparecerán y detrás de ellos pocos seguirán con el oficio y sus secretos. Estas muje­res de Moveros, de Pereruela o Carbellino o Mota del Cuervo, ¿trabajarán solamente para ser exhi­bidas en la televisión como entidad rara y casi anormal? Las nuevas generaciones ya no pueden soportar los trámites de la preparación del barro, les asusta su propio clima, tienen n.ecesidad de escapar, _siempre de escapar, de marcharse ... Se

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Cántaros de segadores y de aguardiente (Cuenca).

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resuelve todo antes por los procedimientos co­merciales al uso o al abuso. No buscarán la tierra donde haga falta, se desinteresarán de los secretos del vidriado y de la conchura, no les gustará aca­rrear la leña para el horno, casi un hermano de la familia, hermano que necesita mimos, ternura, vi­gilancia. No sabrán aprovechar quizá los recursos de las nuevas técnicas. (Esas pinturas plásticas que van sustituyendo a muchos de los colorantes tradicionales: las he visto en Teruel, en Toledo). Tantas y tan largas horas de trabajo consciente, ¿acabarán por ser trozos en una escombrera? ¿Se olvidará esta identificación entre la humanidad y sus propias obras?

Contra esto hay que luchar. Conozco ya dos grandes ejemplos de valioso esfuerzo reconstruc­tivo. (Lo que no quiere decir que no haya más). Muel en Zaragoza y la de Miranda en Asturias. De las dos, desaparecidas, teníamos testimonios de su vigencia transmitidos por personalidades destaca­das. Jovellanos dedicó en sus diarios unos cariño­sos trozos a la cerámica negra de Miranda, y contó con cierto cuidado la elaboración de ella. Era el trozo que yo había leído tantas veces antes de decidirme un día a subir a Llamas de Mauro, en una expedición de todo un Departamento uni­versitario, gente que se quedó horrorizada, a pe­sar de su condición universitaria y de su espejismo institucionista, de que, por buscar un cacharro se tuviese que arrostrar aquella increíble peripecia: las caleyas deshechas por lasHuvias invernales, la primavera rezagada echándose al borde de los caminos, la soledad de la altura, los prados solita­rios. Y luego un cacharro negro como la mismí­sima pez, frágil, tan desamparado en el refugio del alfar. Sin embargo, Llamas de Mauro estaba allí, obstinado en algo tan recogido, sencillo y heroico como es el empeño de seguir existiendo. De ese viaje salieron para mi casa unas cuantas piezas que guardamos con enorme cariño. Ahora esta­mos asistiendo a la resurrección de la cerámica de Miranda, gracias al empeño de José M. Feito.

Leí con viva curiosidad hace años un artículo en el Boletín del Instituto de Estudios Asturianos donde se demostraba que había gentes que no son

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Cántaros de Priego (Cuenca).

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tan olvidadizas como parecen ser tantas caras que tenemos alrededor. Plácemes solamente merece este empeño, que, además de darnos otra vez una cerámica en vivo (no olvidemos la vecina de Faro), logra convocar una feria nacional, en la calle, feria en la que podemos encontrarnos con piezas de Moveros, de Pereruela, de Jiménez de Jamuz, de tantos otros sitios. En esta exhibición, todas las piezas se muestran calladitas enseñando tímidamente las curvas de sus panzas, el tino de un asa colocada en el punto preciso e insustitui­ble de un giro del torno. Esperan dócilmente que las comprendamos, que les hagamos sitio en el calor de nuestro hogar. Lo esperan con decisión, con valentía, sabiendo incluso aquellas que están a punto de ser devoradas por la nueva dirección vital, que no hacen más que cumplir con la fragili­dad de su concepción, el aire perecible del mate­rial casi deleznable con el que están hechas, mate­rial en el que el soplo del artesano ha puesto la vida, un ansia de supervivencia. Una cerámica popular es una fe de vida, una tarjeta de visita que la colectividad ancestral nos presenta con el ma­yor orgullo. Es necesaria una eficaz conciencia­ción (¡ qué palabreja, Señor!) ante este proceso. Por todas partes hemos estado asistiendo, a raíz de la industrialización, a la desaparición de las formas más limpias, más puras y sencillas de la existencia. Y nos hemos entregado a lo nuevo como consecuencia de un proceso de tipo econó­mico que ha arrastrado con su falaz seudodesarro­llo a sostenes del quehacer histórico hasta en­tonces muy firmes. Han desaparecido los trajes regionales, las formas rudimentarias y sólidas del tejido tradicional. Ya casi nadie ha visto hilar. La artesanía que logró hacer la rueda y el tejido y el mueble aparece relegada a los libros de arqueolo­gía, a palabras que se deshacen en recuerdos im­precisos y dispersos. Hemos visto la desaparición, en época de sañudo nacionalismo, del Museo del Pueblo Español por caprichos circunstanciales y nada justificados. Y sin embargo ... Por eso creo admirable la tarea de resucitar la vieja artesanía, adaptándola a las nuevas circunstancias. Es muy graciosa la apostilla socioevolutiva de Jovellanos,

Botijos bordaos de Priego (Cuenca).

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quien, al ver los procedimientos del ahumado, se lanza como un tecnócrata actual dando consejos y supuestos, como supongo debe ocurrir al final de esas cenas político-trabajosas (trabajosas por la digestión) donde nuestros prohombres de buen apetito gimotean sobre nuestros inacabables ma­les. «Cuanto se trabaja, dice Jovellanos, se arre­bata de las manos de los fabricantes; consúmese en Asturias y en toda nuestra costa septentrional desde Vizcaya a Galicia. Pudiera por lo mismo aumentarse mucho esta manufactura, sino fuera escaseando el rozo que se gasta en los hornos. Esto indica la necesidad de gastar carbón de pie­dra. Acaso con él no se podría dar el negro; pero siendo una la operación del cocer y otra la del negrear el barro muy bien pudiera gastarse carbón para la primera y rozo para la segunda. Este ob­jeto merece toda la atención». Difícilmente pode­mos encontrar un trozo de la típica lengua de la Ilustración, tan representativo como éste. Refleja cumplidamente el giro que dan las nuevas sociopo­lítica y socioeconomía del siglo XVIII. Tal cambio no ha vuelto a darse en la historia de la lengua española hasta la aparición de la física nuclear o de las grandes técnicas, la aviación, los antibióti­cos, la física espacial, etc. Las palabras de Jove­llanos eran unos agrios neologismos en el mo­mento en que las escribió: manufactura, negrear, "dar el tono negro"; objeto, asunto, negocio, tema. Incluso carbón de piedra. Más adelante, habla de parroquialidad, una forma de los nues­tros tan frecuentes en -idad ( asturianidad, idonei­dad, etc., etc.) tan usuales en la lengua política. Todo ello mezclándose con las voces más tradi­cionales como rozo, duerno, cochura. Carbón de piedra aún lo entendemos, pero creo que ya no se dice apenas, relegado al olvido por los combusti­bles más modernos. En su habla se refleja la misma preocupación atecnicada que le hace medi­tar sobre las condiciones económicas de los alfa­reros de Ceceda, mejor: de las alfareras, ya que habla de una cerámica de rueda de mano y feme­nina: mujeres que trabajaban sentadas en el suelo junto a las ruedas movidas a mano. Jovellanos, después de describirlo cuidadosamente, con celo

Producción de línea tradicional. Fajalanza (Granada).

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de moderno etnólogo, dice: «Resta saber de dónde se saca el barro, qué cantidad de ollas se trabajan al año y dónde se consumen y su producto. Los de Ceceda penetran con sus ollas hasta la mon­taña, donde las cambian a hierro y frutos, y así hacen un comercio doble». Estamos asistiendo casi a los artículos que, como fuente de informa­ción, publica el informe socioeconómico de las Cajas de Ahorro Confederadas. Solamente nos falta una sola palabra, la sobrecogedora palabra de nuestro tiempo, tan circunspecta y tan temible: rentable.

Por todo lo que vengo diciendo, creo que es muy de elogiar la resurrección de una vieja cerá­mica extinta: no va a ser apenas rentable en el sentido amenazador de la palabreja, tan arrolla­dora, tan despectiva. Las viejas y gloriosas Uni­versidades alemanas están suprimiendo cátedras de noble ascendencia porque ya no son rentables (las de lingüística indoeuropea, por ejemplo). No­sotros reducimos los núcleos escolares porque no son rentables. Hemos suprimido ferrocarriles por­que no eran rentables. No editamos libros que no sean rentables. Se editan porquerías porque sí son rentables, y no pienso en la porquería semibur­guesa de los quioscos, no, no soy una ursulina: pienso en novelas premiadas a bombo y platillo, o en libracos con un trasfondo chismorrero o politi­castro, ocasionales. Quizá con el tiempo podamos encender hornos de alfar con sus páginas inútiles ya que con el carbón de piedra no se hará, su­pongo. Se cambian los cultivos de una comarca porque no resultan rentables. Hace poco hemos oído, y no ha temblado el mundo, que hay quien recomienda arrancar los olivos de nuestro sur an­daluz ... Rentable, rentable ... No, la moderna ce­rámica de Miranda va a ser rentablita, nada más, pero, a cambio, qué inmenso caudal de autentici­dad, de belleza por sí misma, de gracia adquirida en cada vuelta del torno. Contribuirá sin duda a una nueva figura de especialista en arte popular, en arte y vida, que será una estrecha colaboración del arqueólogo, el medievalista, el folklorista, el lingüista, etc., etc., que de todo eso hay en la vida corriente y, habrán observado ustedes, de todo

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Cántaros. Palma del Condado (Huelva).

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eso hay que ser algo para acercarse a la cerámicatradicional. Será un consuelo resbalar la miradapor sus pliegues, entre desazón y desazón de larentabilidad al uso. Nos devolverá la fe en noso­tros mismos, en la fortaleza creadora de nuestras manos, sin la que no puede haber rentabilidadalguna. Y las organizaciones de la Administracióncumplirán espléndidamente ayudando a estas re­surrecciones, darán así horizonte a la colectividadque administran. Así sabremos mejor de dóndevenimos, para saber mejor a dónde vamos.

Estas empresas que comienzan siendo puro en­tusiasmo, como es la reanudación de la cerámicamirandesa, son síntomas esperanzadores de unaactitud nueva, de una vuelta de tuerca a la reali­dad sangrante. Corren, además, el peligro de noser muy duraderas. Hay que estar preparados paraello. Recordemos lo que fue la etapa tala verana delos Ruiz de Luna o el presente peligro que pareceva a ahogar los alfares de La Menora. Pero que­dan siempre ya las formas y los frutos de untrabajo que pasa inmediatamente a ser exquisitaprueba de una existencia consciente y madura. Notodo es para el viento. Yo veo ahora, en el resur­gir de las viejas cerámicas, dos polos de movi­miento: uno, el de lo auténticamente popular, tra­dicional. Puede ser ejemplo la de Miranda, cerá­mica en general de raíz utilitaria de consumo rá­pido y de formas y coloración limitadas. Y veootro polo en una cerámica más artística, saturadade interpretaciones históricas y de colorido, la deMuel, en las proximidades de Zaragoza. Se tratade una vieja cerámica, ya atestiguada en los siglosXII-XIII. Es vidriada, con hermosos azules sobrefondo blanco, en adornos geométricos, a vecesantropomorfos, etc. Es prolongación de Paterna ode Teruel, aunque con una fuerte personalidad.Llenaba las casas de la Corona de Aragón con lamisma profusión que la de Talavera figuraba enlas casas de Castilla e inundaba sus mercados yferias. En los finales del siglo XVI, un arqueroholandés al servicio de Felipe II, describió unviaje del Rey por territorios aragoneses y valen­cianos y nos legó, muy detallado, el proceso defabricación en Muel. Hoy podemos leer la relación

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Los hermanos A/marza trabajando. Ubeda (Jaén).

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de Enrique Cock hasta en folletos de propagandaturística, aunque nadie se acuerde de citar a susprimeros editores a fines del XIX, Morel Fatio yRodríguez Villa. Nunca ha habido viajero más só­lidamente atado a una fabricación tan frágil. Olvi­dada la cerámica, ha sido resucitada por la Dipu­tación de Zaragoza, que ha construido incluso unestupendo obrador escuela (el edificio sobresaledel pueblo, más que la iglesia o la ermita enrique­cida por hermosísimos Goyas), y va llenando ya elmercado. Búsquedas en las escombreras del pue­blo, donde han aparecido miles de fragmentos decerámica, han servido para reconstruir las formasvarias y los tamaños y no limitarse a la fría repeti­ción de los ejemplares de los museos (Madrid, Zaragoza, Instituto Valencia de Don Juan). Abrigola esperanza de que este ejemplo doble (vuelven acoincidir las áreas laterales de la Península, simbó­licamente, coinciden como cuando se me ocurriódoblar el mapa de España para explicar los dialec­tos marginales), vaya seguido por otros varios,animado y protegido por las instituciones que seproclaman guardadoras de los auténticos. interesesdel pueblo. Ojalá se pierda esa retórica definiti­vamente y sepamos sustituirla por un

�tomo, el tomo del trabajo y del trabajo en &.--.illl lo más propio e inalienable de nuestra � composición como colectividad.

(Ilustraciones del libro «Guia de los Alfares de España»).

(1) En este camino hay que destacar, sin duda, los trabajosde Natalia Seseña, entusiastas y documentados. Dentro de la cortedad de esta bibliografía, se debe recordar a Luis Cortés, a Violant y Simorra, a Pérez Vidal, a Carmen Nonell, a F. Galiay, a Llorens Artigas, a José M. Feito, etc. En el área portuguesa son de gran importancia los trabajos de Margarida Ribero y de Solange Parvaux.

(2) Cualquier lector de literatura española clásica podrárecordar multitud de testimonios en los que el mascar barro (llevar en la boca un trozo de un cacharro) y la opilación (enfermedad de moda, que ponía pálidas a las mujeres) andan estrechamente unidos.

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Vasijas de Mondoñedo (Lugo).