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LA CENTINELA PIERRE MARIE MOURONVAL MORALES

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LA CENTINELA

PIERRE MARIE MOURONVAL MORALES

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Título: La centinela © Pierre Marie Mouronval Morales, 2012 © Universal (Re)versos Project, 2005-2012 ISBN: 978-84-615-4647-3 Depósito legal: H-300-2005 Diseño de cubierta: Pierre Marie Mouronval Morales Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito del autor. Este libro prescinde del guión como signo de división de palabras a final de línea. Es necesario que el libro sea generoso y expansivo con el ojo lector. Además, dividir una palabra por meros motivos de espacio resulta poco estético y nada glamuroso.

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LA CENTINELA

PIERRE MARIE MOURONVAL MORALES

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<<Estoy intentando hacer del mundo un lugar más abierto, ayudando a las personas a

conectarse y compartir>>. Mark Zuckerberg, Facebook

<<La noche del jueves, Belle se encerró con su doncella y entre las dos lograron hacer de Meg

una dama refinada. Le rizaron el pelo, le frotaron el cuello y los brazos con cierto polvo perfumado, aplicaron coralina en sus labios para que estuvieran más encarnados, y Hortense le hubiera dado color a las mejillas si Meg no se hubiese opuesto. Le embutieron en un vestido azul celeste tan ajustado que apenas podía respirar, y tan escotado que la pudorosa Meg se ruborizó al mirarse en el espejo. [...] Un ramillete de capullos de rosas en el pecho y una mantilla convencieron a Meg para que exhibiera la bonita palidez de sus hombros, y un par de botas de seda de tacón alto satisfizo el último deseo de su corazón>>.

Louise May Alcott, Mujercitas

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I

Domingo, 10:30 p.m. Eva cerró el grifo del agua caliente. Acababa de ducharse. Cogió una toalla

rosa y se frotó su pelo para que dejase de chorrear. Secó el resto de su cuerpo y salió de la ducha. Abriendo la ventana para evitar la condensación, sintió cómo entraba la brisa fresca del Mediterráneo. Se asomó al exterior para contemplar las vistas. Desde aquella planta 38ª del edificio Kronos se divisaba parte del skyline nocturno de Benidorm.

Después de colgar la toalla en una percha que había detrás de la puerta del cuarto de baño, se puso un sujetador y una braguita, una lencería de fino encaje rojo, y luego se dirigió descalza hacia su dormitorio.

La madera limpia y cálida del parqué le transmitía la agradable temperatura primaveral.

—Voy a llamar al restaurante Les Dunes para reservar una mesa —dijo el compañero sentimental de Eva, un joven de veintitantos años que recortaba noticias de periódicos en ese momento.

—¡Ni se te ocurra reservarla a nombre de Adán y Eva! —Ambos se echaron a reír—. Recuerda que la última vez te colgaron el teléfono —le dijo mientras se dirigía hacia su dormitorio.

Pero ella se detuvo, dándose la vuelta para echarle un vistazo a quien no veía desde hacía dos semanas.

Allí estaba él, con sus recortes de periódicos y su inseparable dispositivo móvil, sentado sobre un voluminoso sillón de cuero blanco, sin apoyabrazos. Un sillón que visualmente sentaba al hombre relajado en su sitio de calma y relax. La luz cenital de los focos lo proyectaba en la retina de ella como el cuerpo masculino que desearía y poseería la próxima madrugada.

En aquel salón-comedor no había elementos de decoración que pudieran distraer la atención de Eva, concentrada en ese cuerpo sentado que parecía levitar sobre las finas patas metálicas del sillón.

Esa austeridad del mobiliario del apartamento, con un monocromatismo blanco que imperaba en todas las habitaciones, irremediablemente, resaltaba cada detalle y movimiento del hombre que estaba contemplando.

Sonrió para sí misma, dejándole tranquilo con sus lecturas y recortes, y entró por fin en el dormitorio.

Su cabello húmedo desprendía un olor dulzón muy agradable. En la ducha, además de haber utilizado un champú regenerador, se había empleado a fondo con un acondicionador. De aquella mezcla de productos surgía ese aroma afrutado. Su pelo estaba lustroso, con su moreno más vivo, listo para peinarlo como se merecía.

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Se sentó frente al tocador, y onduló parte del cabello, creando varias mechas rebeldes, buscando un peinado práctico y ligero, con un estilo ocasional de esos que transmitían espontaneidad. Dejó unas pocas capas largas tal y como habían quedado tras secarlas con la toalla. Solo así lograría un estilo informal que no pareciese descuidado. Las ondas irregulares marcadas por Eva, con mucha premeditación, eran un fiel reflejo de la última tendencia en las pasarelas.

Eva repartió la melena a ambos lados de sus hombros. Era la mejor forma de exhibir aquel peinado casi salvaje.

Se miró una y otra vez en el espejo, moviendo la cabeza de izquierda a derecha. El peinado parecía algo encrespado, aunque solo era una mera impresión. Quizás un efecto óptico... Ella dudaba. Pero no era un peinado errático en realidad. Le había quedado bien. Más que pasable...

Antes de empezar a maquillarse, cogió su dispositivo móvil y tecleó un número de identificación para acceder a los servicios de telecomunicaciones contratados. Luego escribió un comentario en su muro:

FACEBOOK Eva destino Paraíso ¡¡¡Volvemos a reencontrarnos un año más!!! Sean bienvenidas a este muro de Pandora. Espero que esta temporada sea igual de fructífera que la anterior. Si el objetivo es alcanzar el Paraíso, desde aquí comenzaremos el viaje juntas. Su dedo tocó enter, y una masa de cinco toneladas a treinta y seis mil

kilómetros de la Tierra hizo que el comentario tardara un segundo en ir desde Benidorm hasta Silicon Valley y volver a las pantallas de los internautas benidormenses que estuvieran pendientes del muro de Eva.

Puro vértigo tecnológico. El satélite artificial europeo W5A, recorriendo el espacio exterior a una

velocidad de tres kilómetros por segundo aproximadamente, daba vida al dispositivo móvil de Eva.

Mirando hacia arriba, sin que el cielo se desplomase, Eva podía vislumbrar ese solitario y silencioso satélite posicionado en su órbita geoestacionaria, suministrándole un servicio continuo y avanzado de telecomunicación móvil de Internet y telefonía.

Volvió a escribir otro comentario en su página de Twitter: TWITTER_EVA in Paradise ¡¡¡Hola a todas!!! En esta temporada tuitearé sobre la NO VIOLENCIA. Bienvenidas a este breve pero intenso Paraíso...

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Le encantaban las redes sociales. Era una fanática de Facebook y Twitter,

dos universos con millones y millones de usuarios, amigos y seguidores. <<Son fáciles de manejar. No hace falta ningún conocimiento de programación informática para utilizar las redes sociales. Son gratuitas, un ejemplo del proceso de universalización de Internet. Se desprivatizan los contenidos y solamente se paga la conexión. Mis comentarios ya no son esclavos de ninguna facturación>>, solía recordarse Eva.

En el espejo se reflejaba el típico semblante enérgico y cautivador de una veinteañera. Su piel tenía un aspecto terso y sano, tan propio de una mujer que sabía cuidar su cutis. Una piel así de esplendorosa también expresaba su constancia por mantener la belleza corporal, que jamás había descuidado ni desaprovechado. Aquel reflejo, sin resquicio alguno para la vanidad, se limitaba a constatar la hermosura de Eva.

TWITTER_EVA in Paradise La violencia es un tsunami para la conciencia, ahogando cualquier capacidad de razonamiento. Volviendo a tocar enter, bastaba para que el comentario obtuviera una

repercusión inmediata en cualquier punto virtual de Benidorm. La red de redes en la ciudad enlazaba apartamentos, pisos, oficinas, bares, restaurantes... Todos los ciudadanos podían acceder al comentario de manera instantánea.

Ella afrontaba el tocador como un sacrosanto espacio de divertida calma, un hobby, un sano culto al cuerpo, un lugar de introspección preparado para pintar el lienzo de la piel que luego compartiría con el resto del mundo. Cuidaba y dibujaba artísticamente su rostro por amor a sí misma y al prójimo. A todo el mundo le gustaba ver a Eva radiante. Y sabía que el maquillaje era un acto de protesta contra esa parte del mundo más descolorido, feo, contaminado y descuidado. Porque la belleza comenzaba por una misma. <<Solo así podemos comprometernos en hacer que este mundo sea un poquito mejor para todas nosotras>>, pensó Eva.

TWITTER_EVA in Paradise Las mujeres que no somos violentas repudiamos a los cobardes, porque hay que ser una valiente para no actuar como ellos. Eva no respondía a los tweets de sus seguidoras. Solo contestaba alguno de

los comentarios realizados en su muro de Facebook. Hacía un uso desigual de las dos redes sociales.

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Se aplicó en el rostro un fondo de maquillaje muy especial: una crema que contenía elastina, colágeno, ácido hialurónico, vitamina C, antioxidantes... Aquella crema era como el bulldozer de la cosmética reparadora, rejuveneciendo realmente la piel, con sus vitaminas, minerales, ácidos orgánicos, aminoácidos... Y, además de reparar, hidrataba y blindaba la piel frente a cualquier nocivo agente externo como la polución atmosférica.

TWITTER_EVA in Paradise Toda mujer sometida por la fuerza bruta del hombre, acosada y maltratada, debe liberarse primero del miedo a sí misma. Un tweet así no convertía las miserias ajenas en espectáculo, pero sí las

popularizaba. Aunque Twitter simplificara una realidad tan compleja, al menos publicitaba el sufrimiento cotidiano al que muchas mujeres estaban expuestas. Aquel tipo de tweets enviados por Eva era la propaganda de una realidad social incómoda.

Dejó reposar el rostro durante unos minutos. Luego volvió a reforzarlo echándose un serum líquido, un fluido ligero que la piel reabsorbía rápidamente, afinando y alisando el cutis gracias a las micropartículas de silicona del producto.

TWITTER_EVA in Paradise Para amar a quienes nos maltratan hay que buscar la fuerza no violenta muy dentro de una misma. Esa es la fuerza más bella de nosotras. Twitter era ideal para los comentarios directos sin contexto alguno. Pocas

palabras, frases crudas y desgarradas. Mero reclamo. Un tweet era acción directa. Lo único que importaba era que el receptor captara su mensaje oculto pero descifrable.

Eva giró la cabeza varias veces. En el reflejo del espejo buscaba cualquier imperfección que pudiera quedar en su piel. No encontró ninguna. Simuló una sonrisa y la expresión de la duda. Al final reconoció que había conseguido el máximo brillo natural posible. Una textura pura, prenatal, iluminaría cada uno de sus gestos. Observó que su cutis estaba como el primer día de cualquier momento originario, como la primera vez de cualquier instante primigenio. El paroxismo cosmético podía ser mucho más freak que toda esa retahíla a punto de desatarse, pero Eva se tomaba muy en serio cada sesión de maquillaje y no aceptaba ningún tipo de mofa al respecto.

Adán entró en la habitación. —Eva, ya he reservado una mesa para cenar.

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Ella se levantó de la silla. Puso una mano en la nuca de Adán, y le atrajo hacia su boca. Estaba impaciente por nutrirse con sus besos. Le apetecía hacerlo con aquella insistencia. Porque él le pertenecía de esa manera. <<Las mujeres podemos apropiarnos de los hombres que nos aman, llenando nuestros vientres de amor>>.

Él se sorprendió. Eva jamás le había besado con tanta fruición. Aquella novedad le encantó. Y no dudó en alimentar unos besos así de apasionados y festivos con sus abrazos protectores.

Eva nunca aceptaría la maldición bíblica del Génesis. Desconfiaba de quien le obligaba a obedecer al hombre y de quien le condenaba a parir con dolor. Ningún ordenamiento atávico le enemistaría con Adán. No mientras amara y disfrutara de la virilidad de un cuerpo que le complementaba. Quien maldijo nunca se había hecho carne a través de Adán, así que era incapaz de comprender el gozo que sentían dos amantes.

Tomara o no la iniciativa, Eva pensaba que el hombre bueno no dominaba a la mujer. Era mentira que existiese una guerra abierta contra Adán. <<Cada una de nosotras ama a su amante. Nos dejamos querer. Así todas nosotras nos apropiamos del hombre a través del amor y el deseo>>.

Eva profundizó en la boca de Adán, rozándose con su barbilla rasurada y oliendo la penetrante fragancia de su aftershave.

—Ahora... vete al salón —le ordenó Eva con su tono de voz más dulce—. Tengo que pintarme.

Adán se marchó, respetando aquel lugar sagrado: el tocador. Eva se comportaba tal y como era: una mujer joven con carácter. En parte,

por eso le encantaba vivir en Benidorm. Una ciudad vertical le enseñaba el mundo desde arriba, con panorámicas y perspectivas distintas.

<<Los árboles no te dejan ver el bosque>>, solía repetirse Eva, adueñándose de cualquier dicho popular.

Esa noche, sin que sirviera de precedente, Eva decidió maquillarse solo los ojos y los labios. Era el mínimo espacio de su rostro que, según ella, exigía ser maquillado ante el espejo. Y eligió los colores más provocativos.

Vivir entre bastiones de hormigón y cemento desmentía las teorías apocalípticas y agoreras. La cuestión era muy sencilla: mucha gente no sabía divertirse en Benidorm. En sus calles, sin duda alguna, los seudointelectuales, que sistemáticamente desprestigiaban las ciudades verticales, se limitaban a expiar sus propias fobias y complejos. Y, obviamente, porque tenía los pies en la tierra, la realidad de su ciudad era desagradable en ocasiones puntuales. Pero era una noche de celebraciones. ¡No era el momento de entrar en detalles!

Pintó sus párpados superiores e inferiores con una sombra de ojos turquesa. Al difuminarla, la tonalidad transmitió un efecto ensoñador a su mirada. Resaltando la tez natural de Eva, aquel color hipnotizaba.

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Trazó, en negro mate, una finísima línea a lo largo de las raíces de sus pestañas. Empleó el eyeliner más sofisticado que había en su tocador, reservado para sesiones de maquillaje tan minimalistas como aquella.

Pestañeó, estudiando el siguiente paso... Una benidormense lo era todo a la vez: cosmopolita, hospitalaria, alegre,

fashion, cool, cateta y provinciana. Con el cepillo de una máscara de volumen para pestañas intensificó su

enigmática mirada. Cepillaba las pestañas, tintándolas con un negro brillante. Quería alargarlas lo máximo posible, cruzándolas en sus zonas centrales.

Benidorm era una ciudad donde se vivía y se dejaba vivir con un modelo de convivencia festiva. Eva daba fe de ello: <<Vivir en esta ciudad es un auténtico privilegio>>.

Si algún día Eva y Adán se vieran obligados a trasladarse a otro lugar, se marcharían a New York. Porque había muy pocas ciudades en el mundo hermanadas por sus skylines.

Para su boca eligió un rojo puro, el color del deseo. No pasaría desapercibida con ese tono que venía rompiendo moldes desde la década de los ochenta. Delineó sus labios con un cremoso lápiz. Trazó el contorno del beso con absoluta precisión.

Esa misma noche, por las calles, acompañada de Adán, ella se cruzaría con muchos hombres. La mayoría de ellos pensarían que el maquillaje era para seducirlos. ¡Qué solo ellos sabrían valorar la capacidad de atracción de Eva!

Al rato, dejando la barra de labios sobre el tocador, volvió a contemplarse en el espejo. Le encantaba el resultado del maquillaje. Estaba sencillamente esplendida.

<<¡Qué lejos están los hombres del suelo que pisan!>>, pensó Eva. A ella le gustaba ser deseada, pero no ser un objeto de deseo. La mirada de la mayoría de los hombres todavía se racionalizaba en sus entrepiernas. Había excepciones, aunque muy pocas. Y a esa minoría, donde se incluía Adán, dedicaba Eva la sesión de maquillaje de aquella noche.

Recatada, sin perder de vista su reflejo en el espejo, dio unos pasos hacia delante y atrás. Esa falda de seda tenía estampada unos motivos florales amarillos y naranjas. Podía volar con ella a cada paso. Amplia y bien ceñida a su cintura. Pero se la quitó enseguida. Solo estaba probándosela. Aquella noche le apetecía ponerse otro tipo de ropa.

Abrió la puerta de un armario y sacó un imponente vestido de cuero dorado sin mangas. Al ponérselo, y subir despacio la cremallera que tenía detrás el vestido, su cuerpo quedó enfundado en una segunda piel. Y, al ser un vestido tan corto y ajustado, sus curvas se acentuaron.

Ese cuero sobre el cuerpo de Eva era altamente adictivo para la vista. Un cuero grueso capaz de cincelar palmo a palmo la piel que tocaba. De hecho,

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ella notaba su calidez y firmeza. Le agradaba ese vestido por todo lo que tenía de femenino, enseñando el cuerpo de una mujer tal y como era de atractivo, bello y sugerente.

—Nuestro apartamento es una fuente de dinero —dijo Adán desde el salón. El comentario lo había dicho en serio, no era una divagación.

—Si la ciudad lo supiera —afirmó Eva—, alguno nos echaría abajo la puerta.

Se puso las manos en la cintura, disfrutando de lo que reflejaba el espejo. Cuero de altísima calidad, un tesoro para su piel. Y solo para sus curvas.

Le guiñó un ojo al espejo, y abrió otro armario para buscar unos zapatos a juego.

—Por eso —agregó Adán distante— vivimos en uno de los apartamentos más altos del país, donde nadie nos ve...

—Donde podemos verlo todo. Adornó sus pies con unas sandalias doradas de tacón alto. Cada zapato

tenía seis tiras finas de piel trenzada que sujetaban y estilizaban de una forma notable el pie de una mujer. Era la cuarta vez que Eva se los calzaba. Tenía la certeza de que la comodidad de aquellas sandalias de tacón alto se debía al trabajo impecable de una diseñadora. Ningún hombre hubiese sido capaz de lograr esa comodidad con la vertiginosa altura que tenían esos tacones.

De cara a la galería, al círculo familiar y las amistades, Eva y Adán trabajaban en sucursales bancarias de Benidorm. Pero no era del todo cierto, porque no habían tenido ni una sola nómina en sus manos desde que llegaron a la ciudad. Sí que trabajaban en el sector financiero, pero no de la manera que aparentaban.

La sociedad actual necesitaba los ingresos generados por la economía criminal. Era un secreto a voces que el Fondo Monetario Internacional necesitaba la liquidez de los beneficios criminales en su mercado especulativo. El dinero hervía a cada momento y la ingeniería financiera se encargaba de evaporarlo. Ahí, precisamente, estaba Adán, quien lograba respirar un poco de esos vapores tan sustanciosos a pequeña escala. El propio sistema financiero era tan caprichoso que tenía contratados a profesionales como Adán para controlar los excesos permisibles de narcotraficantes, mafiosos, corruptos...

Cada año desaparecían miles de millones de euros de las contabilidades públicas nacionales y privadas. Y no pasaba absolutamente nada. El mundo seguía girando, quizás algo más avergonzado que el año anterior. Gran parte de ese dinero volatilizado llegaba a los paraísos fiscales, y de nuevo volvía a volatilizarse. Adán era uno de esos marineros que achicaba el agua para evitar que el barco se hundiese.

Mientras el contrabando de dinero en efectivo siguiera siendo la forma de blanqueo de dinero más típica y vulgar del mundo, Adán se apropiaría de parte

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de esos activos ilegales. Las autoridades financieras aún no estaban interesadas en evitar el transporte transfronterizo de dinero en efectivo. A nivel internacional, daba la impresión de que aterrizar en un paraíso fiscal con diez millones de euros en una maleta no era constitutivo de delito. ¡Esa era la parte circense del estado financiero del mundo! El dinero era un ciudadano tan libre que no tenía patria ni bandera, rindiéndose cuentas, literalmente, solo en su propio beneficio.

Los paraísos fiscales aceptaban dinero negro que jamás fagocitaban para regularizarlo o fiscalizarlo. Así que el sistema financiero internacional era una maravilla para encontrar dinero sucio en sus entrañas. Había que aprovechar el consentimiento de las finanzas especulativas por todo el planeta y, sobre todo, la falta de cooperación judicial entre los países donde estaban los paraísos fiscales. Pero Adán no era un carroñero financiero ni un oportunista. No necesitaba catalogarse o etiquetarse profesionalmente, porque jamás cobraría una pensión por lo que hacía. Le bastaba con disfrutar de todo aquello. Sabía cómo le hervía la sangre a un criminal cuando descubría la inexistencia de una de sus cuentas bancarias. Adán disfrutaba desplumando a esas cucarachas. Creía que, mejor que una detención o un enjuiciamiento, había que golpear al criminal donde más le dolía: el dinero, siempre codiciado.

Adán solo operaba sobre cuentas bancarias que estuviesen relacionadas directamente con las tríadas de China y Taiwán, los yakuzas en Japón, los cárteles colombianos, las posses jamaicanas, la maffya en Turquía, las mafias rusas, italianas y serbias... Las cuentas que desmantelaba no debían tener ninguna conexión legal: dinero negro que procediera directa o indirectamente de la droga, el tráfico de armas o mercancías prohibidas, el contrabando, los robos a otras entidades bancarias, la extorsión, el tráfico de inmigrantes, el proxenetismo... Porque era indispensable que el dinero estuviera bien sucio, que procediera de actividades lo más criminales e ilegales posibles. Adán garantizaba volatilizar una cuenta bancaria con dinero negro o sucio por el 5,6% de su saldo positivo. Y dichas cuentas no debían ser inferiores a los nueve millones de euros. Así, obtenía unas ganancias mínimas de medio millón de euros libres de impuestos. Una auténtica ganga para los directivos de los bancos situados en paraísos fiscales que se embolsaban más del 94% de la apropiación de sus propias cuentas irregulares.

La codicia de los directivos de entidades financieras en paraísos fiscales era un mal menor. ¿Quién no conocía la brutalidad de los narcotraficantes y mafiosos?

A Eva y Adán les encantaba apropiarse del dinero criminal. Aunque solo fuera por un pequeño porcentaje, ya era una ganancia moral incalculable. Mordían donde más daño podían hacerle a un criminal malnacido, titular de cuentas bancarias sangrientas.

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Al menos ese 5,6% parecía estar cargado de buenas razones. A la altura de las caderas de Eva, casi imperceptible, ya colgaba un

minúsculo bolsito rígido en tela también dorada. En el interior solo había podido guardar las llaves de su apartamento, un minúsculo kit de maquillaje básico, un pañuelo de tela rosa y un par de cositas muy personales. El bolsito era toda una delicadeza para llevarlo con mucho mimo.

Pero llevar aquel tipo bolso era algo excepcional en ella, sobretodo con esa cadena de oro, porque Eva era alérgica a los metales. Así que, desde los catorce o quince años de edad, jamás se había puesto ni pulseras, ni pendientes ni anillos. Ahora, transcurridos tantos años, no le importaba prescindir de esos adornos metálicos, que tampoco había sustituido por pedrería u otros materiales plásticos o textiles. Incluso solía bromear sobre ese asunto: <<Me conformo con no ser alérgica a la piel ajena, los besos, el maquillaje, la lencería y la mayoría de las prendas de vestir>>.

Cuando salieron al portal para coger uno de los ascensores, Adán se fijó en un pequeño moratón que tenía Eva en la parte interior del antebrazo.

—¿Y este golpe que tienes aquí? —dijo levantándole el brazo con delicadeza.

—Un pequeño daño colateral... Del trabajito de ayer —respondió ella con sorna.

—¿Diste con un tipo duro? —En apariencia, sí. Pero no tardé mucho en bajarle los humos. —Eva —dijo con tono de preocupación—, por favor, ten cuidado con las

visitas a domicilio. —No te preocupes. Ya sabes que puedo cuidarme solita. —Te lo digo en serio. —Con suavidad, le besó el moratón—. De diez,

arriesga una. Pero de nueve, no arriesgues nada. —Tus atenciones son mi mejor bálsamo... Pero él continuó insistiendo. —Eva, con el dinero que nos apropiamos, ¿es necesario que te expongas

con tus salidas nocturnas? —Si contratamos a alguien para hacer el trabajo sucio —le advirtió—, se

nos iría de las manos toda nuestra labor. —No me refería a contratar a gentuza. —Entonces quieres que deje la mitad de mi trabajo. —Eva, no quiero que te hagan daño. —Supongo que todo esto acabará pronto. —¿Cuándo? —Pronto —le dijo Eva, sincera, sonriéndole. —De acuerdo... —Sabes que me arriesgo lo menos posible.

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—Pero, ¿comprendes por qué me preocupo? —Claro que sí, cariño —le confirmo ella—. Y tú debes tener presente que

esto es solo una etapa de nuestra vida. Todo transcurrirá así hasta nueva orden —ironizó.

—¡Hasta que tú lo creas oportuno! —Se echó a reír. —Exactamente. Veo que lo sigues entendiendo. Que hablamos el mismo

lenguaje... Ella le besó en los labios. La luz del portal se apagó, pero ninguno de ellos hizo el amago de

encenderla. Así estaban bien...

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II

Lunes, 7:32 a.m. Eva y Adán estaban desnudos sobre la cama, con las sábanas revueltas tras

una noche de frenesí amoroso. Dormían plácidamente, boca abajo, abrazados. Un espectáculo de cuerpos jóvenes, vigorosos y tersos. Una imagen potente repleta de vertiginosas curvas femeninas y varoniles.

Las primeras luces del día penetraron en el dormitorio. El sol abandonaba las profundidades del mar Mediterráneo, asomándose poco a poco al skyline de Benidorm.

Eva se despertó, y sonrió. Agradecía estar abrazada a la persona que amaba. Alargando un brazo hasta la mesilla de noche, cogió un frasco extraplano

de cristal. Era el producto cosmético facial por excelencia: una exclusiva crema hidratante y reparadora. Lo abrió y untó las yemas de sus dedos con la suave crema que contenía. Se la extendió por el rostro con un masaje intensivo, asegurándose de que toda la crema se había adherido a su piel.

Luego aprovechó la vista que tenía ante sus ojos. Acarició, sin pudor y con todo su entusiasmo, la hercúlea espalda de Adán.

Él se despertó, y respondió con un beso de buenos días. Y ella le besó a su modo, deleitándose con la boca de Adán, enredando sus manos en el cabello corto y moreno, atrayéndolo a sus labios con más fuerza.

Hacía solo una semana que los dos amantes decidieron engendrar un hijo. Deseaban ser padres cuanto antes, pero sin presiones. Así que se estaban empleando a fondo para que ella se quedase embarazada.

Eva se giró, quedando acostada de lado y apoyada sobre uno de sus hombros. En cuanto él se arrimó a la espalda de Eva, amoldándose a la figura de su cuerpo, ella recogió las piernas para que Adán le poseyera.

Los primeros reflejos de la luz directa del sol perfilaron las superficies metálicas de los rascacielos. La ciudad también comenzaba a levantarse.

Eva sintió los besos de Adán en su nuca, bajando, besando su espalda. Entonces él comenzó a recorrer, con la punta cálida de su lengua, la columna vertebral de Eva. Y, a la vez que le acariciaba los senos con una mano, ahondaba lentamente en la parte más íntima de su amada.

Ella estaba fuera de sí, sintiendo todos los placeres que él le proporcionaba. Aquello era el Paraíso, y se dejó llevar por el ritmo lento y constante de Adán, moviéndose dentro de ella.

Él estaba atento a cada segundo de gloria que los tiempos de Eva le marcaban. Y ella reconocía a un buen hombre cuando le hacía navegar sobre aquel mar de calma y plenitud.

El sol salió finalmente del Mediterráneo.

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De repente, una dulce y cálida tormenta invadió la entrepierna de Eva, quien ya apretaba uno de los muslos de Adán contra ella.

Los dos cuerpos, torrenciales, se elevaron y se descargaron con espasmos y fluidos varios, dibujando la geografía del deseo carnal sobre las sábanas.

En aquel instante, Eva volvió a confirmar que el Paraíso estaba mucho más cerca de lo que todo el mundo pensaba. Y que no había nada más hermoso y bueno que vararse en los brazos de su amado.

Eva gimió la vida. Aquel placer paradisíaco nutrió su cuerpo y su alma. Era lo que esperaba de Adán, y él se lo había concedido tal y como ella lo necesitaba.

Cuando terminaron de hacer el amor y mimarse con arrumacos, Adán cogió unos papeles que tenía sobre la mesilla de noche. Le enseñó a Eva una hoja de cálculo impresa de un banco de las Islas Caimán.

—Increíble... —murmuró ella después de leer las cifras con detenimiento. —Pero cierto, Eva, muy cierto. —Con esto puedes conseguir algo más de dos millones de euros para la

semana que viene. —Ahá. —Parece que con la crisis los narcos se han vuelto más descuidados. —Siempre han sido unos estúpidos —le aclaró Adán—. Ninguno de estos

cerdos ha ido a la universidad. Y te aseguro que cuanto más dinero descubro en sus cuentas, más convencido estoy de que la codicia es siempre lo que acaba con ellos.

—Cariño, mira estas cuentas. —Le señaló varias columnas en color rojo, azul y negro—. Es una broma, ¿verdad?

—No lo es. Ya te lo he dicho. Esta gentuza, cuanto más dinero tiene más se le fríe el cerebro.

—Es como... —A Eva le resultaba sorprendente, y se echó a reír al ver determinadas fechas, saldos, transferencias y nombres—. Como si el narco llevara un cartel colgado del cuello donde se leyera SOY UN NARCOTRAFICANTE Y TENGO VARIAS CUENTAS BANCARIAS CON 87 MILLONES DE EUROS PORQUE YO LO VALGO.

Los dos soltaron varias carcajadas. —Lo sé —dijo arqueando las cejas—. Los delincuentes llegan a ser así de

grotescos con sus finanzas. —Pues pégale un buen pellizco a... —Deslizó su dedo por la hoja de

cálculo—. Por ejemplo, a esta cuenta. —Le enseñó las cifras a Adán—. Aunque tengas que rebajar al 3% tus ganancias...

—Sí, porque merece la pena ridiculizar a un narco de esta calaña.

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Adán se levantó de la cama y se marchó al cuarto de baño. Y Eva aprovechó la ocasión para darle un repaso visual. Le encantaba ese cuerpo atlético.

Eva, desnuda y sudorosa, tenía un billete de 500€ entre las manos. Su textura era inconfundible: áspera, resistente y firme. Se mordió ligeramente el labio inferior, reprimiendo las ganas de seguir a Adán y asaltarle en plena ducha. Pero tuvo que conformarse con manosear la fibra pura de algodón más codiciada del mundo.

Tocaba el billete mientras lo miraba y giraba. Sus dedos percibían las marcas táctiles en los bordes, confirmando la autenticidad de su valor. Giraba y volvía a girar aquel trozo de papel, observando el anverso y el reverso una y otra vez. Sonreía, incapaz de comprender por qué un billete de 500€ fascinaba a tanta gente codiciosa.

Vio las siglas del Banco Central Europeo impresas en tres variantes lingüísticas. Estudió la firma singular del presidente de turno para dicho banco. Y contempló el dibujo referido a la arquitectura moderna del siglo XX.

Levantó el billete, y lo observó a contraluz, aprovechando que tenía el sol enfrente. La marca de agua era inconfundible. También pudo ver el hilo de seguridad en el que se leía los minúsculos caracteres de 500 y EURO.

Pero había dos elementos del billete que fascinaban a Eva: un parche holográfico, cuya imagen cambiaba al girar el billete, y esa cifra de 500 impresa en la parte inferior derecha del reverso, que cambiaba de color morado a marrón o verde oliva. Aquella tinta que cambiaba de color le divertía.

Eva se llevó el billete a la nariz. Olía a nuevo. Nada particular. Todo artificial, industrial y sistemático. ¡Qué podía esperarse de algo que no era una obra de arte!

<<Un billete de ciento sesenta milímetros por ochenta y dos milímetros>>, concretó Eva con frialdad. Tenía en sus manos un papel inorgánico, muerto, sin vida propia, pero que era capaz de apropiarse de las vidas ajenas en cualquier parte del planeta. <<No me acuerdo cómo era el dicho... ¡Ahora lo recuerdo! El dinero es el estiércol del diablo>>.

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III

Lunes, 4:15 p.m. Hacía un par de horas que Adán se marchó para coger un vuelo en

Barcelona con destino a las Islas Caimán. Así que ella dedicó toda la tarde y parte de la noche a su cuidado personal.

Completamente desnuda, con el cuerpo embadurnado de un gel aceitoso, Eva pasaba un masajeador corporal por toda su piel. Dependiendo de donde aplicara el artefacto, los efectos que producía eran diferentes: anticelulítico, hidratante, reparador, regenerador... El zumbido casi imperceptible, vibrante, le provocaba un alivio continuo a su cuerpo.

<<Está sonando el teléfono>>, se advirtió al escuchar el teléfono inalámbrico desde el cuarto de baño. Dejó el masajeador en su sitio y se dirigió al dormitorio.

—Dígame —dijo Eva tras sentarse en la silla del tocador y activar el manos-libres.

—Mi niña, soy yo... —¡Mamá! —exclamó con alegría—. Hoy me he acordado mucho de ti. —Estas son las cosas bonitas entre una madre y una hija. —Cuéntame, mamá, ¿cómo estás? —Esplendida. Acabo de dar un paseo de dos horas. He recorrido varias

veces el paseo marítimo. Eva desenredó su cabello húmedo con un peine de púas anchas...

Necesitaba que su pelo estuviese ultrabrillante aquella noche. —Es que tengo una madre deportista —bromeó— y futura

campeona olímpica... Oye, mamá, ¿y mi patria bonita, cómo brilla estos días? —Tu Melilla está tan resplandeciente como siempre. Llevamos unos días

con el mejor cielo y una temperatura muy buena. —Tengo ganas de que llegue el verano para pasar allí unos días contigo. Te

echo mucho de menos. —Yo también a ti, mi niña. —Adán y yo hemos pedido vacaciones en el banco. —Lo del banco era esa

mentira piadosa que utilizaba con su familia y sus amistades—. Así que para la primera quincena de agosto estaremos por allí.

—Ayer me encontré a tu amiga Esther y a Cristina, y me dieron muchos recuerdos para ti.

—Hablé con ellas hace una semana. —Aquí todas te echamos de menos... Eva sabía lo que quería decir su madre con aquel comentario insistente.

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—Mamá, ya sabes que tenemos que buscar trabajo donde lo haya... Y a Adán y a mí nos tocó Benidorm.

—¿Y tú cómo te encuentras? ¿Estás ahí sola? ¿Está Adán contigo? <<Un torbellino de preguntas>>, pensó Eva sin dejar de sonreír. —Adán está trabajando fuera. Volverá la semana que viene o la otra. —¿Y cómo te va con Adán? —Bien, mamá. —Se sinceró al instante—. Muy pero que muy bien... —Me alegra escuchar eso. —Estoy dispuesta a casarme con él en cuanto me lo pida. —Ay, mi niña. Te enamoraste de él hace cuatro años, justo antes de iros de

Melilla —dijo la madre de Eva con un tono encendido—, y aún sigues enamorada como el primer día.

Rompió una ampolla y vertió su contenido dentro de un pequeño pulverizador. Ese producto tenía una fórmula que lograba iluminar el cabello al máximo. Se lo echó por todo el pelo, y los ingredientes hicieron efecto.

—Mamá, el amor así de redundante es una delicia. La luz realzaba sus mechones. Su pelo había rejuvenecido al instante. Aquel

brillo espectacular reafirmaba la naturaleza brillante de su cabello. Ese producto era un regalo que cualquier melena bonita se merecía varias veces al año. Si Eva no lo utilizaba diariamente, era debido al carísimo precio de cada ampolla. Pero aquella noche era especial, y su pelo debía resplandecer como nunca.

—Has dado con un buen hombre, y debes cuidarlo como un tesoro. Ayudándose de un cepillo y una pinza gruesa, secó su pelo mechón a

mechón. —Mamá, Adán es un hombre como Dios manda. Sabe cuidar de sí mismo,

de mí y de todo lo que nos rodea. Mantenía cada mechón tirante, dejando que el aire caliente del silencioso

secador lo allanase. —Pues eso —insistió erre que erre—, un buen hombre. —Un hombre, mamá, un hombre. Dejó el secador en una esquina del tocador y cogió la plancha de pelo. —Pero, mi niña, la calle ya está llena de hombres... Tomó un mechón y deslizó la plancha por él. Lo hizo con suavidad,

respetando los tiempos, sin detenerse, evitando así dañar o quemar su pelo. Luego tomó un segundo mechón... Se alisaba el cabello con tranquilidad. Era precisa, cuidadosa y eficaz.

—Mamá, la calle está llena de individuos que escenifican el papel de hombre, pero que lo sean es ya otra historia de ficción.

—¡Eva, qué cosas dices! Cuando se está con un hombre se puede tener más o menos suerte...

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—Hemos hablado de esto miles de veces —dijo sin acritud—. No se trata de estar con un hombre como si fuera un boleto de lotería.

—Me refería a la suerte que has tenido con Adán. —¡Mamá! —Soltó una carcajada—. No me encontré a Adán en una

esquina, ni lo adopté como si fuera una mascota. —Lo sé, mi niña, lo sé. —La madre se echó a reír. —Entonces, ¿por qué siempre insistes en lo mismo? No le hacía falta echarse nada más en el pelo. Tenía un brillo y una viveza

inmejorables. Pero aquella vez pulverizó un serum sobre el cabello, revitalizándolo todavía más, porque estaba a punto de echarse una laca antihumedad. El grado de humedad en el ambiente sería demasiado alto durante la noche.

—Eva, las casualidades son muy hermosas, muy románticas, pero... —Mamá, el amor no es un sorteo —sentenció—. El amor se

busca o se encuentra, pero siempre hay que trabajarlo y aceptarlo como propio. No es algo sobrevenido.

No dudó en vaciar medio envase de laca antihumedad sobre su cabello. Literalmente, blindó su peinado.

—Ay, mi niña, ¿qué amor es ese? Yo con tu padre, que en paz descanse, no lo acepté de la noche a la mañana, pero tampoco nos enamoramos de esa manera industrial que dices...

—Sonará muy industrial, pero es la manera más honesta de estar con un hombre.

Se vistió sin estropear el peinado. —Puede que tengas razón, hija mía. Eso explicaría que estés todavía tan

enamorada de Adán. —Mamá, ¡por Dios! Lo que dices es lapidario. Madre e hija se echaron a reír. —Eva, seguro que en el término medio de lo que decimos está ese buen

hombre. —Yo creo que está en mi extremo. Incluso más allá... Uno de los hombros de Eva estaba semidesnudo, cruzado por el fino

tirante de encaje negro del sujetador. Aparte de ese hombro y los brazos desnudos, el resto de su piel estaba bajo un vestido asimétrico rosa, largo y vaporoso, que arrastraba por el suelo dejando sus pies escondidos. Vestía sin escote alguno, porque el detalle del tirante de encaje era más que suficiente para insinuarlo todo.

Era la forma y manera en que ese tirante de encaje negro cruzaba su hombro lo que habría enloquecido a cualquier fetichista. Y Eva era muy consciente de ese detalle mortificante, manteniéndole el buen humor cuando se trataba de desorientar a esos aguilillas de pasillos estrechos.

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—Eva, ¡qué cabezota eres! —Bueno, mamá, te llamo en otro momento que me están esperando. —Pues cuídate, mi niña. Y abrígate cuando salgas. —Hoy la noche es muy agradable. No hace nada de frío. —Pero más tarde refresca —insistió—. Hazme caso, y ponte algo de abrigo ¡Si la madre supiera que no llevaría zapatos esa noche! Una fiesta en la

playa, sobre la arena. Andaría descalza, muy despacio y sin prisa... luciéndose. —Sí, mamá. Un besazo y cuídate. Te quiero mucho. —Yo también te quiero mucho, mi niña. —Adiós, mamá, adiós. —Colgó el teléfono inalámbrico. Eligió la base de maquillaje de más larga duración que había en su tocador y

en la industria cosmética. Avalada por una prestigiosa marca, Eva se aseguraba de que no apareciera ningún brillo indeseable en su piel aunque corriera durante una hora campo a traviesa. Se echó y repartió una crema cuyo coste era desorbitado, pero con un valor incalculable si lograba mantener el maquillaje de una mujer en las condiciones más adversas. Sus propiedades químicas eran para la cosmética lo que las medidas de seguridad eran para Fort Knox.

<<Estoy dispuesta a casarme con él en cuanto me lo pida>>, recordó lo que acababa de decirle a su madre. <<Aunque las mujeres sabemos que una boda ya no es uno de los fines primordiales de nuestras vidas, sí que puede ilusionarnos ese compromiso cuando encontramos al hombre ideal. Afortunadamente, tenemos la capacidad para no vivir como princesitas. Es cierto que tenemos reservado un lugar especial en nuestros corazones para el Príncipe Azul, con quien siempre hemos soñado compartir nuestras existencias. Pero ahora nosotras ponemos las reglas sobre lo que es o debe ser un matrimonio>>.

Eva utilizó un colorete fucsia, transgresor en toda regla por la intensidad del tono, que extendió de manera estratégica en partes muy concretas de su rostro.

<<Dejando la parafernalia de la boda aparte, porque solo es el divertimento o el espectáculo de un día inolvidable, aceptamos casarnos cuando el hombre se merece ese compromiso. Somos nosotras quienes premiamos al hombre con un matrimonio. Tenemos muy claro que hay que ser muy hombre para estar con una mujer, y ya no valen los clichés de macho protector y sujeto económicamente viable>>.

Con una segunda brocha limpia, sacudió el exceso de polvo que se había acumulado en sus mejillas.

<<Casadas o no, un hombre no es solo virilidad y dinero. Abundan los ejemplares machos adinerados, pero nuestras expectativas están muy por encima de una entrepierna dorada. La época de los faraones postmodernos ha

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terminado. Sabiendo que el hombre idóneo para nosotras existe, por fin tenemos el control absoluto para elegir cuándo diremos esas dos palabras tan elocuentes: Sí, quiero>>.

Cogió una sombra de ojos rosácea, con un tono natural para su tez, y creó varios puntos de luz tras perfilarse las bases de las pestañas con un eyeliner. Aquella vez no se aplicó una máscara de pestañas, evitando exagerar los tonos fucsias que ya tenía su rostro.

La relación afectiva y sentimental que Eva mantenía con Adán era muchísimo más enriquecedora y auténtica que la mayoría de los matrimonios del país. Mientras no llegasen los planes de boda, Eva disfrutaría al máximo de su actual relación. Al fin y al cabo, a efectos prácticos, su estado civil como soltera o casada no variaría nunca su amor por él. De hecho, el matrimonio nunca volvería a ser una imposición más o menos velada. No mientras Eva disfrutara de una pasión enriquecedora y compartida con su Adán.

Eva masajeó sus labios con un gel hidratante de acción ultrarrápida. Luego los pintó con un color nude que tenía un efecto mojado, prescindiendo así del gloss.

Ella, contagiando siempre su generosidad a los demás, se merecía que todo el mundo reconociera su admirable condición de mujer independiente.

Había que tener mucho cuidado con el matrimonio, mirarlo con lupa, porque estaba infectado de falsos compromisos, infidelidades y otras decepciones. Así que el marido de toda la vida empezaba a sonar tan rancio como un golpe de Estado.

<<Las mujeres no tenemos por qué compartir nuestras camas con personas que hemos dejado de amar o que han dejado de amarnos. ¡Nadie volverá a adueñarse de nosotras! Estemos o no casadas, el matrimonio no volverá a controlarnos de ninguna manera>>.

Eva compartía parte de su intimidad y privacidad con Adán, porque le amaba. Y le amaba tanto que el concepto de matrimonio se había convertido en un mero accesorio, que podría o no llegar. Pero a ninguno les quitaba el sueño tener o no una boda inolvidable. Ya iban sobrados de ilusión y felicidad. Disfrutaban de todo lo bueno en pareja: familiares, amigos, conocidos... Todo lo bueno en una ciudad que les acogió en cuanto llegaron. Estaban levantando y cimentando sus vidas con la misma firmeza que los rascacielos donde habitaban.

A Eva siempre le había hecho mucha gracia esos individuos que le decían: <<Pero, ¿cuándo te vas a casar?>>, <<Pero, ¿todavía no estás casada?>>. Eran las preguntas de tipejos de otro tiempo que intentaban dar respuestas a sus inseguridades y complejos, absorbidos por las presiones sociales.

El amor verdadero podía adornarse con un contrato matrimonial. Pero Eva pensaba que ni un cura ni un funcionario podían institucionalizar el amor que

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sentía por Adán. No había ningún papel que pudiera firmar para demostrar su unión con su amado. Cuando él estaba dentro de ella, abrazados en la oscuridad de la noche, en un dormitorio de Benidorm que parecía elevarse hasta el cielo, Eva no encontraba más sentido al matrimonio que las deducciones fiscales. Porque el amor, la cópula, los besos y los abrazos, cuando eran constantes e intensos, no tenían tiempo para contratos de cartón-piedra.

Eva abrió un estuche circular. <<Solo con dejarnos llevar, él junto a mí, todo lo demás sobra>>, pensó a

la vez que se miraba en un espejito y aplicaba un polvo rosáceo en zonas puntuales de sus ojos.

<<Él junto a mí>>, se repitió. Antes de guardarla en el estuche, sopló sobre la diminuta brocha que había

utilizado. También corrigió el colorete de sus pómulos. Un par de brochazos a cada

lado del rostro fueron suficientes para dejar el maquillaje a punto.

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IV

Martes, 9:15 p.m. El cuidado facial diario era una necesidad estética básica y fundamental para

Eva. Abrió un frasco dorado de serum, y se aplicó una suave crema por el rostro, el cuello y el escote. Así aseguraba la firmeza y suavidad de su piel.

Sin quitarse la toalla que recubría su cabello mojado, Eva se tumbó sobre la cama para meter las piernas dentro de un pantalón vaquero negro de pitillo. Al levantarse, respiró hondo e hizo un esfuerzo para abrocharse los botones de aquella prenda tan estrecha. Aún recordaba la tienda en la cual compró aquel pantalón, y de eso hacía ya cuatro o cinco años. Y ahí seguía el vaquero dispuesto a realzar las curvas traseras de Eva. Además, el pantalón estaba en perfecto estado, no solo por el cuidado que ella tenía con todo su vestuario, sino por la altísima calidad de la tela vaquera. Finalmente, se puso una blusa verde oscura, de manga corta, la cual le llegaba hasta el ombligo.

Aprovechando que tenía el dispositivo móvil a mano, escribió un comentario:

TWITTER_EVA in Paradise A partir de hoy, ración doble: NO VIOLENCIA y TÍTULOS DE CINE. Escribiré mensajes contra la violencia y títulos parafraseados de películas. Tocó enter en la pantalla táctil. Y no se olvidó del satélite artificial W5A que acababa de utilizar. ¡Qué

estaba allí arriba, muy solito, despegado de la Tierra, dándole la espalda al inhóspito y profundo Universo! Saber las condiciones en que gravitaba ese artefacto producía desasosiego a cualquiera.

Sentada frente al tocador, con la silla retirada, estaba echada hacia delante. Tenía la cabeza boca abajo. Cardaba su cabello con los dedos, aplicándole laca por todas partes.

Cuando volvió a erguirse, y repartir su pelo alrededor del rostro, el voluminoso peinado le impresionó. El espejo jamás le mentía. Su cabello se deslizaba poderoso hasta sus hombros. Denso y brillante, lleno de vitalidad, erguido, mostrando todo su esplendor. Rozaba la informalidad, enmarañado al mínimo, pero de una forma glamurosa.

Al subir la cremallera del botín, la rejilla bordada se adaptó a su pie. Cuando se levantó de la silla, con toda la estabilidad que le proporcionaba los tacones altos de madera, Eva se fijó en la elegancia de aquel fino bordado. Todos los materiales de los botines estaban pintados de verde. Un calzado nada discreto, pero muy divertido por el atrevimiento de su propio diseño.

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Cuarenta y cinco minutos más tarde, Eva aparcó en una calle próxima a la torre Lugano, uno de los rascacielos más emblemáticos de la ciudad, y aprovechó que pasaba por allí un policía local:

—Perdone, agente, ¿puedo estacionar quince minutos junto a esta parada de autobús?

—Sí, señorita, quince minutos o media hora. La línea de este autobús terminó hace un rato. Puede aparcar sin problemas.

—Necesito hacer un recado en la torre Lugano y no he visto otro sitio para aparcar...

—No se preocupe por nada, señorita —agregó sonriéndole—, nadie le va a multar a estas horas.

—Muchísimas gracias, agente. —A usted. —Se marcó la gorra a modo de despedida—. Estamos para

servirle. <<Agradable y comprensivo>>, pensó Eva, acostumbrada a ese trato

amable. La Policía Local de Benidorm siempre se había caracterizado por su profesionalidad, mimando y cuidando de sus ciudadanos como solo ellos sabían hacerlo.

TWITTER_EVA in Paradise Mi película de hoy se titula algo así como LA FUGITIVA. Tocó enter con una sonrisa en sus labios. El tweet, corto y rápido, ya viajaba

a toda velocidad por la red de redes. <<Creo en un Benidorm geocéntrico, porque yo he observado las noches y

los días. Soy consciente de que alrededor del edificio Kronos también orbita la Luna, el Sol y Mercurio principalmente. Me niego a girar solo alrededor del Sol cuando todo transcurre y gira en torno a lo que veo y siento. Yo he visto el cielo estrellado girando mientras la ciudad duerme>>, se recordó a sí misma.

Le encantaba tontear con el pensamiento alquimista. Estaba convencida de que el dinero negro que Adán le traía a casa se convertía en el oro que resolvía las desdichas cotidianas de unas y otras mujeres de Benidorm. No era más que una escusa para quitarle sordidez a todo aquel asunto.

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V

Jueves, 6:00 p.m. Aquella tarde tocaba quedarse en casa. Una taza de café y las vistas desde la

terraza parecían un buen plan. Para no salir semidesnuda a la terraza, se puso un pantalón vaquero de tiro

bajo, desgastado, que dejaba los tobillo descubiertos. Y ese color azul del pantalón lo acompañó con una blusa roja ceñida a su busto.

Nada más sentarse junto a la mesa redonda que tenía en la terraza, ya repleta de utensilios y productos de maquillaje, sonó una llamada telefónica en su dispositivo móvil. Lo descolgó activando el manos-libres.

—Dígame —dijo Eva con la mirada puesta en el mar Mediterráneo. —Hola. ¿Podría hablar con Eva? —preguntó una voz de mujer. —Ya lo estás haciendo. —¿Tú eres Eva? —La misma. —Entonces... es cierto lo que dicen por ahí. —¿A qué te refieres? —Le agradaba la ingenuidad de su interlocutora. —A lo que dicen de ti. Ayudándose con los dedos y un peine de púas anchas, Eva cardó y cardó su

melena hasta que el propio cabello creó un efecto de encrespamiento terminal. Eva se rió para sus adentros. No pudo evitarlo. Le parecía exagerado. Sin

embargo, sabía que ese era el único camino para llegar a una melena torrencial, de esas cuyo salvajismo era tan exagerado que definía la propia laboriosidad del peinado.

—¿Qué dicen de mí? —Eva se hizo la intrigada. —Que existes, que no eres ninguna invención. No tenía el peinado típico de alguien que hubiese acabado de levantarse de

la cama. Era un desorden de pelo con estilo, y una mujer sabía valorarlo. Muy propio de las mujeres que innovaban con cada peinado. De hecho, eran los consejos y conocimientos de mujeres como Eva, usuarias o estilistas, los que creaban las tendencias que luego copiarían milimétricamente los profesionales masculinos de la moda.

—Tú te llamas Susana Ruiz, ¿verdad? —¿Cómo lo sabes? —¿No has tenido nunca la sensación de que alguien te vigila? —Sí, claro, a todo el mundo le ha pasado alguna vez... —Pues es cierto, y no te asustes si te digo que la vigilancia es constante.

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Cogió un pequeño estuche que contenía una base iluminadora, un colorete melocotón y una pequeña brocha. Retocó sus mejillas y pómulos, apenas unos brochazos que extendieron ligeramente el colorete.

También aprovechó el momento para volver a retocarse los ojos, utilizando una máscara que conseguía unas pestañas ultralargas. Utilizar aquella máscara una y otra vez, cada dos o tres horas, mejoraba sin duda el aspecto de la mirada. Reforzaba el propio parpadeo, profundizando en ese gesto involuntario, haciéndolo más sensual.

—Entonces —continuó Susana—, ya sabes por qué me he puesto en contacto contigo.

—Claro. —Eva sabía que la vida había golpeado duramente a Susana Ruiz, una mujer joven que lo había perdido todo: casa, trabajo y pareja sentimental—. Por eso esta mañana transferí 500.000€ a tu cuenta corriente.

<<El anverso y el reverso de un billete de 500€ puede purificarse con el

antimonio y el mercurio, deshaciendo la caótica codicia con la ayuda de quienes forman parte del skyline de Benidorm. Dando por hecho que el equilibrio de quienes habitan en las torres y los edificios depende también de los cuatro elementos>>. El planteamiento de Eva no hacía dudar a nadie. Lo incomprensible ni estaba fuera de lugar ni era arbitrario. Soñaba despierta con un fluido homogéneo que generaba bienestar a los habitantes de la ciudad. El alma áurea de todas las cosas recorría ahora las calles a través de los billetes de color rosa.

Eva escribió en su Twitter cuando terminó de conversar con Susana: TWITTER_EVA in Paradise A la película de hoy la llamaré MILLION EURO BABY. Pensó que podría comprar unas jardineras para ponerlas en los extremos de

la terraza. Si se acordaba otro día, lo hablaría con Adán. Unas plantas ornamentales enriquecerían la frescura de aquel horizonte urbano. Así le daría todavía más vida a esa panorámica de Benidorm.

Las primeras sombras de la tarde comenzaban a proyectarse sobre la playa, dibujando la silueta de los rascacielos sobre la arena. Entre los edificios había un flujo de gente y vehículos en miniatura... Los rascacielos envolvían al ciudadano con sus estructuras de hormigón, cemento, cristal, ladrillo y metal. Lo vertical arropaba y protegía aquel espacio compacto de historias de vida que iban y venían de una calle a otra. La luz natural moldeaba cada una de las edificaciones más altas, reinventándolas varias veces a lo largo del día. Eva soñaba con la posibilidad de que su ciudad natal, su Melilla patria querida, pudiera convertirse cualquier día en un lugar como Benidorm. Estaba

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convencida de que Melilla se merecía una reordenación urbanística que permitiera incluso la construcción de rascacielos sin límite de altura. Así Europa podría aparentar su poderío perdido sobre el continente africano, una especie de homenaje oportunista al colonialismo de tiempos pasados... Las ocurrencias de Eva eran la prueba irrefutable de cuánto le gustaba provocar a sus semejantes, generando polémicas que le hacía pensar a una.

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VI

Sábado, 10:20 p.m. Eva tardó cinco minutos en ducharse. Y empleó veinte minutos más en

preparar su cabello con una base aceitosa, pasándole luego el secador. Así lo dejó liso para hacerse un peinado muy sencillo. Esa noche dejaría su larga melena suelta, ondulante, sin miedo a tocarlo cuando le apeteciera.

Accedió a Facebook a través de su dispositivo móvil, y escribió un comentario en su muro:

FACEBOOK Eva destino Paraíso Soy la centinela que te conduce de nuevo a la noche y los días del mundo cotidiano. Coge mi mano y te guiaré a través de tu abismo hasta llegar a la ciudad justa que yo habito. ¡Esta será tu última oportunidad! ¡Déjame ser tu centinela, solo así podré protegerte de ti misma! Antes de seguir peinándose, decidió vestirse. El vestido largo de algodón

azul oscuro, que estaba a punto de ponerse, tenía un toque clásico de principios del siglo pasado. No tenía mangas, y llevaba un cinturón plateado que lo hacía realmente elegante. Aquel tipo de vestido no generaba ningún tipo de crítica negativa, al contrario de lo que ocurría cuando se ponía esos modelitos provocativos. Pero ella siempre insistía en no anclarse en un solo estilo de vestir. Que no era el hábito lo que vestía al monje, sino que la mujer portaba cualquier ropa a su antojo. Y, cuantos más estilos, mejor. <<Nosotras somos las que nos negamos a tomar el rol de ese monje. Ya tenemos bastante con los discursos encorsetados de esos machistas que pululan por todas partes. Siempre nos negaremos a esperar en cualquier fila de los vestuarios maoístas. Con o sin pasarelas, vestidas de una u otra forma, nosotras desfilamos, pero jamás esperaremos etiquetas ni imposiciones de estilos de nadie. El ganado son ellos, ¡qué no se confundan ni cambien las tornas!>>.

Así que Eva se sentía elegante y glamurosa con cualquier prenda, o ropita según ese atajo de bárbaros envidiosos.

En su dispositivo móvil, una de las aplicaciones que más utilizaba Eva era EXCLUSOR. Una base de datos con miles de nombres, direcciones, teléfonos, historias de vida...

El dinero negro compraba cualquier información personal. La intimidad ajena no existía para quien era capaz de pagarla a cualquier precio.

Continuó peinándose y repeinándose. Lo hizo durante largo rato, utilizando a la vez un vaporizador que daba volumen, hasta darse toda la densidad

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posible. Al final consiguió un peinado etéreo, al viento, con una naturalidad que además había logrado un acabado perfecto. A veces no era necesario seguir los preceptos estilísticos de los maquilladores profesionales como si fueran leyes inamovibles. Ningún peinado debía someterse a ningún jurado. <<Todo esto debe resultar divertido, y algo de improvisación siempre acaba dando buenos resultados a nuestros peinados>>.

A Eva le encantaba ese efecto impecable del cabello cuando lo cepillaba a conciencia.

<<Cientos de ciudadanas de Benidorm sufren algún tipo de exclusión social: madres sin recursos, desempleadas de larga duración, trabajadoras explotadas, expulsadas del mercado de trabajo, toxicómanas, anoréxicas, desahuciadas, mujeres sin techo, expresidiarias, mujeres víctimas de la violencia doméstica...>>.

Como la noche se presentaría muy larga, eligió un maquillaje resistente y duradero. Intuía que no habría tiempo para retocarse cuando comenzara la acción.

Necesitaba trabajar muy bien su piel, para que quedase perfecta, de manera que soportara cualquier tipo de combate sin perder un ápice de su frescura.

<<La economía, el trabajo, la salud, la vivienda, la formación, la justicia, el género, la política, la sexualidad, el entorno, la cultura y las nuevas tecnologías se confabulan para excluir a las mujeres. Una confabulación con diversos grados de virulencia... Y virulencia rima con violencia, porque las mujeres se infectan con el virus que impone la fuerza dañina de los hombres muy machos>>.

Eva se aplicó un fondo de maquillaje que lograba mantener la piel constantemente aterciopelada, sin brillo pero viva y natural. Pensó que lo ideal sería trabajar los relieves de su rostro, dotando de mayor volumen su expresión, intensificando las luces y sombras para favorecer luego los gestos combativos. Se trataba de rediseñar el rostro para que sus facciones más nobles, sin estridencias, tornasen en dichos gestos rompedores y densos que a la vez evocarían matices muy críticos. Resultaba enrevesado explicarlo. Pero Eva no había propuesto en ningún momento describir dicha forma de maquillarse. Bastaba con lo que reflejaba el espejo del tocador. Ahí, tras el cristal, estaban todas las explicaciones habidas y por haber.

Con un pincel diagonal, embadurnado de una sombra de ojos azul oscuro, perfiló delicadamente los párpados superiores e inferiores. Los contornos de sus ojos quedaron intensificados de la manera que Eva esperaba. Había logrado radicalizar su mirada, haciéndola más inquisitiva.

<<El mundo se ceba violentamente contra la mujer, pero el mundo no es una entidad abstracta>>.

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Impregnadas de un producto cosmético negro y brillante, las pequeñas púas del cepillo pintaban y esculpían cada pestaña. Desde dentro hacia fuera, desde las raíces hasta las puntas, las pestañas se fueron desplegando en forma de abanico. En función de la dosis, Eva fue aplicando a su mirada brillo, densidad y volumen.

Aquella máscara de pestañas era tan efectiva y precisa como el bisturí de un cirujano. Eva, gracias a muchos años de experiencia, sabía maquillarse como una diva del celuloide. Y junto a esa práctica, lo demás era cuestión de paciencia y sentido artístico. El estilo y el glamour eran algunos de los resultados de una buena sesión de maquillaje.

<<La falsa sonrisa de satisfacción de un hombre es cómplice del sufrimiento de su madre, su hija, su esposa, su compañera, su vecina, su empleada, su compatriota... Nada en él es ajeno al sufrimiento de ella>>.

Tras pintarse los labios con un intenso rojo granate brillante, se fijó un polvo compacto en zonas específicas del maquillaje, blindándolo a su manera, asegurándose de que permanecería impecable durante toda la noche.

<<Pero las mujeres y los hombres seguimos amándonos y adorándonos cuando la felicidad invade nuestros cuerpos en forma de enamoramiento, pasión, amor, cariño...>>.

Sus ojos maquillados, dulces y felinos, exigían purgar los demonios ajenos con una lograda mirada profundamente crítica.

<<Todo lo bueno es lo único que puede contrarrestar el veredicto de culpabilidad del macho>>. A Eva le repugnaba esa violencia de la economía y la cultura organizada por hombres empeñados en subyugar a las mujeres, en hacerles la vida imposible o ponerles las cosas muy difíciles. Porque había hombres que destruían literalmente la vida de las mujeres.

Eva eligió para aquella noche unos zapatos de tacón tipo sandalias playeras. Eran uno de esos modelos extravagantes e imposibles cruzados con una hebilla ancha que daba estabilidad en cada paso. El éxito de su comercialización se suponía que radicaba en la altísima calidad de su cuero teñido de azul oscuro, del mismo tono que el vestido.

El dispositivo móvil seguía estando a su lado, encendido y activo como siempre. En ese momento, podía leerse en la pantalla el nombre de Teresa Rodríguez y el resto de sus datos personales.

Puso encima de la silla del tocador un maxibolso. Su gruesa piel azul, obviamente con un tono oscuro, contrastaba con el fino algodón del vestido. Imitaba esas sacas que Correos empleaba para llevar la correspondencia. El cierre era un grueso cordón a juego con las asas cortas. Un maxibolso fabricado a medida para Eva, que exigía llevar unos tacones altos para no arrastrarlo.